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LAS CICATRICES CUENTAN LA GLORIA DE DIOS

Hace unos días meditando en lo que representa una cicatriz en el cuerpo, habiendo
conocido personas que han atravesado por eventos muy difíciles que han dejado
huellas en sus cuerpos y vidas, me dispuse a leer sobre esto. 

Para mi sorpresa encontré unos hermosos testimonios que iban más allá de lo que en
mi mente había imaginado. He visto personas esconderse por el hecho de tener
marcas visibles. Y siempre al pensar en esto recuerdo la obra del Fantasma de la
Ópera, que tanto disfruto, pero su protagonista se caracteriza por esconder su rostro
desfigurado tras una máscara blanca. 

Hay un poder en cada herida que es cerrada y aún no deseemos llevar sus marcas,
cada una de ellas tiene una historia detrás, y puede contar a otros una enseñanza y
una esperanza. El poder de ellas es mayor que nuestras palabras porque ellas
hablan más fuerte y de forma más convincente que nuestros labios. 

Pablo tenía cicatrices que hablaban de sus persecuciones, maltratos, padecimientos


por causa de Cristo. 2 Co. 11:25
Gálatas 6:17 es un pasaje en el que Pablo nos habla de llevar en nuestros cuerpo las
marcas de el Señor Jesús, como él lo hizo. Marcas físicas a veces, emocionales en
otros casos. ¡Pero todos estamos llamados a llevarlas!

Ahora, como mencioné, no todas nuestras cicatrices son físicas, no todas son


producto de una herida en la piel que con tiempo ha cerrado y podemos verlas
claramente. Hay cicatrices emocionales que son fruto de pérdidas dolorosas.
Puedes haber perdido una relación o una persona amada y el dolor dejo una huella
profunda y quizás no la has superado, es una cicatriz en tu vida. Los abusos
experimentados en la vida dejan cicatrices emocionales y muchas veces
también en el cuerpo. Estas son más difíciles de cerrar y muchas veces no
queremos mostrarlas o recordarlas. Pero sea que tú cicatriz sea física o emocional,
cada una de ellas nos lleva a recordar un evento, a evocar memorias que no siempre
son alegres pero siempre pueden ser una vía para ayudar a otros, para traer
esperanza. Aún a nosotros mismas al meditar en ellas. 

¿Sabes? Las cicatrices físicas son más fáciles de mostrar que las espirituales. Estas
otras esconden emociones muy fuertes, muchas veces vinculadas al abandono, al
abuso, al atropello, al bullying, al desprecio y tantas otras formas en las que podemos
ser heridas. Pero por más que deseemos esconderlas, la realidad detrás de ellas está
en nuestra alma y ha dejado una herida profunda que necesitamos que cicatrice si no
lo ha hecho adecuadamente. Esto solo puede hacerlo el evangelio y su poder
transformador.

Si recuerdas, Jesús cuando primero se le apareció a los discípulos, les mostró las


cicatrices en sus manos y solo así ellos lo reconocieron (Juan 20:20). Te preguntarás
por qué siendo Él quién sanaba, daba vista a ciegos, oídos a los sordos, y hacía
caminar al que no podía.

Quién con sólo uno de sus pensamientos y palabras dijo y la luz fue hecha, ¿como
Él entonces no resucitó sin ellas? Pues lo hizo por tí y por mí, por los suyos. Tomás no
fue capaz de creerle al resucitar, ¿le creerías tú, o le creería yo al leer de su vida?
Quizás no, porque la incredulidad es uno de nuestros mayores pecados. Los
discípulos estaban conscientes que necesitaban ayuda para creer. 

Así que Jesús retuvo las cicatrices de sus heridas por amor a nosotros, para que
creamos que Él es el Cristo resucitado. ¡Y más aún, Jesús tendrá sus cicatrices
por toda la eternidad para que le demos gloria por ellas! Cuando Él las mostró,
entonces ellos creyeron. Cuando le dijo a Tomás: mete la mano en mí costado (en mi
herida), entonces Tomás creyó. 

De esa manera tus cicatrices tienen igual poder ante quienes te observan. Ven el
poder de Dios en tu vida, pueden reconocer sus poder para sanar, para levantar, para
transformar. Y de la forma que lo ha hecho contigo, les da esperanza a los
demás. ¡Nunca menosprecies el poder de tus cicatrices! Ellas hablan más fuerte
y cuentan historias de forma más poderosa que lo que nuestros labios pueden
decir. Ellas simplemente dan gloria a Dios.

Sabrina Beasley dice, ¿Has pasado por un matrimonio difícil y has salido más fuerte
en el otro lado? Puedes dirigir una clase de escuela dominical para matrimonios
jóvenes. ¿Tuviste un aborto en el pasado y encontraste el perdón a través de Cristo?
No tengas miedo de dar un testimonio durante un evento ministerial de mujeres. Hay
más mujeres en la iglesia que han tenido abortos de lo que tu sabes. ¿Has estado
involucrada en un pecado y te arrepentiste y encontraste el perdón? Pues escribe un
artículo y envíalo a una revista o página web cristiana.  1

Lo que Sabrina nos sugiere a cada una de nosotras es que en nuestra propia iglesia
hay mujeres a las que podemos alcanzar con el poder de una cicatriz que ha sanado
en nuestras vidas. No necesitas escribir o hablar en una plataforma, Dios las colocará
a tu lado para que puedas con la consolación con que has sido tu misma consolada
poder llegar a ellas.

Nada es más valioso que el testimonio de un


testigo, y eso es lo que Jesús nos dice que somos.
Todas las cicatrices cuentan una historia. Quien las lleva realmente puede contar los
hechos  y las circunstancias por las cuales las obtuvo. ¿Quién de nosotros no tiene por
lo menos una cicatriz? ¿Quién no se lastimó nunca cuando era niño, o sufrió un
accidente, una caída o una cirugía? Esas situaciones dejan heridas externas, pero
también existen las heridas internas.
Algunos pueden haber pasado por situaciones que dejaron marcas en su personalidad:
traumas, angustias, depresión, síndrome de pánico o cualquier otra cosa. Esas son
nuestras historias, contadas por nuestras cicatrices.
Cuando yo tenía apenas 10 años y mi hermano 1 mes de vida, en una oportunidad
estábamos en el segundo piso de la casa donde vivíamos. Yo jugaba mientras él
dormía tranquilamente. Mi mamá estaba ocupada con los quehaceres domésticos, en
el piso de abajo. De repente, mi hermano se despertó, comenzó a llorar mucho y lo
quise llevar donde mi mamá. Mi tía había lavado las escaleras con agua y las dejó
resbaladizas. Sin embargo, ignoré la situación y lo lleve de todas maneras, pues su
llanto ya me incomodaba. Como ya deben imaginarse, me resbalé con mi hermano.
Aún así, Dios nos guardó y me hizo proteger a mi hermano con un brazo y no pasó
nada serio. Sólo me lastimé la espalda, ya que caí para atrás. Ciertamente este es un
hecho que me marcó, tanto física como psicológicamente. Esa es la historia de una de
mis cicatrices.

Tuve que lastimarme para no lastimar a mi hermano. Esta imprudencia de un niño de


10 años me hace recordar otra historia que no está relacionada con imprudencia, pero
aún así, está contada por varias cicatrices. Una verdadera historia de amor, de
principio a fin.

La Biblia cuenta esa historia: Dios nos creo para que viviésemos una relación de amor
con Él. Sin embargo, depende de nosotros escoger vivir o no ese amor. Y nosotros
hicimos una elección insensata: abandonamos esa relación para lastimarnos a
nosotros mismos con el pecado, la muerte y la separación de Dios.

“Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”  – Romanos 3:23
“Porque la paga del pecado es la muerte” – Romanos 6:23a
“Pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros
pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír…” –  Isaías 59:2
Esa herida nunca cicatrizaría si no fuese por un increíble acto de amor: el hijo unigénito
de Dios cargó en Su cuerpo los pecados de toda la humanidad y tomó sobre Si
nuestras enfermedades y llevó sobre Si nuestros dolores (Is 53:4), habiendo de sufrir
las mismas consecuencias del pecado: muerte y separación de Dios (Mt 27:46). Su
hijo precioso que no tenia pecado, se hizo pecado por cada uno de nosotros y murió en
nuestro lugar para perdonarnos y para curar nuestras heridas. Ese fue el mayor
sacrificio de Dios.

“Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos
hechos justicia de Dios en él”. – 2 Corintios 5:21
“Quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros,
estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados.”
– 1 Pedro 2:24
“Al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que
fuese retenido por ella»  (At 2:24).

“Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en
mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.” – Juan 20:27
Eso muestra que Él sabe lo que es sufrir, sabe lo que es sentir dolor y ciertamente
puede compadecerse de nuestros dolores y debilidades (Hb 4:15). Al creer en Él y en
su obra de amor, nuestros pecados son perdonados, nuestra iniquidad es retirada,
somos limpios de toda situación del pasado. Somos redimidos y nuestras heridas son
sanadas con amor. Presta atención: ¡Él fue herido para sanarnos!

Cuando mires tus cicatrices o heridas, acuérdate de Jesucristo (2 Tm 2:8). Recuerda


que las marcas del sacrificio hecho para conducirnos al Padre resistirán y nunca
desaparecerán. Nuestros estigmas revelan dolor y fragilidad, mas los de Dios
muestran perdón y cura, misericordia y gracia. La historia de Su amor infinito por cada
uno de nosotros continuará siendo contada por cada una de las cicatrices de Dios por
toda la eternidad, porque todas las cicatrices cuentan una historia.
“Mas Él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de
nuestra paz fue sobre Él, y por su llaga fuimos nosotros curados.” Isaías 53:5

Las cicatrices son batallas. Un lenguaje del cuerpo que expresa que ha sido herido. Son
también testigos del paso del tiempo, ése que nos agrieta cuando envejecemos, y el que en
cuestión de segundos nos puede cambiar la apariencia. Estas marcas, consideradas por
muchos como “defectos”, nos brindan la capacidad de reconocernos vulnerables y forman
parte de nuestra historia de unicidad. Las cicatrices son la metáfora de una insignia; lo que
para unos puede significar un recordatorio o el cierre de un proceso, para otros es un trofeo;
pero todas llevan la carga de lo sucedido y de la experiencia de sobrevivir.

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