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La prostitución tiene que ver con la

igualdad, no con el sexo


 Las mujeres que se dedican a la prostitución
tienen que tener los mismos derechos que
cualquier otra persona.

  

Beatriz Gimeno

6 de marzo de 2014 22:37h

El eterno debate sobre la prostitución arrecia de nuevo y en las últimas semanas


nos han llegado varias noticias: cooperativas, debates en televisión, clases de
prostitución y, hace un par de semanas una resolución del parlamento europeo
que me parece que va en la buena dirección.

Me han llegado invitaciones para participar en varios debates e incluso para


escribir sobre el asunto y a todo he dicho que no. Considero que la prostitución es
un asunto de tal complejidad que cualquier acercamiento simplista no hace sino
enturbiarlo aún más. En contra de lo que pretenden hacernos creer, la prostitución
de hoy día no tiene mucho que ver con el sexo sino que utiliza un producto que se
vende muy bien, el sexo, para sostener y reforzar una institución que tiene que ver
con muchas cosas: con las migraciones globales, con el capitalismo, con el
patriarcado en su fase neoliberal, con la pobreza, con la feminización de la misma,
con una determinada construcción de la sexualidad, con una determinada
construcción de las subjetividades, con la construcción de las categorías de
género, con el feminismo…la prostitución es todo eso y más. Reducirla a los
cuatro argumentos con los que se suele solventar el debate actual hace imposible
un acercamiento mínimamente ajustado. Aun así voy a intentar ofrecer algunas
pinceladas desde un punto de vista distinto al habitual aunque no pretendo agotar
con esto agotar el debate.

Las personas que abogan por la normalización de la prostitución (generalmente


mediante su regulación) son las mismas que nos presentan el debate en su
expresión más simplificada (porque ahí es fácil ganarlo): la prostitución es una
cuestión de libertad individual de las mujeres, las mujeres tienen derecho a vender
sus servicios sexuales y regular este servicio garantizará derechos a estas
mujeres. Las abolicionistas niegan, por su parte, que ninguna mujer pueda
prostituirse libremente. Durante décadas, el sector abolicionista se ha empeñado
en discutir esta cuestión del consentimiento y en hacer pilotar sobre ella todo el
debate: ninguna mujer puede consentir en ser prostituta. Al defender el argumento
de la radical falta de consentimiento, las abolicionistas nos vemos en un callejón
sin salida. Por una parte, es absurdo basar el debate en que es imposible que
existan mujeres que prefieran la prostitución a las maquilas, a no tener ningún
trabajo o a limpiar diez horas por la mitad de sueldo. Porque las hay, pocas o
muchas y, además, es una elección que entra dentro de lo razonable. El punto de
partida aquí es que en el capitalismo todo consentimiento está viciado, no sólo el
de las prostitutas; no deberíamos convertirlo en excepcional.

Si cuando hablamos de trabajadores que escogen sueldos de 600 euros no


apelamos a la libertad individual como instancia suprema (también es razonable
preferir ese sueldo a nada y aceptarlo), ¿por qué sí lo hacemos cuando hablamos
de prostitución? Porque la complicidad social con esta institución -el pacto entre
varones- es mucho mayor que la existe en el caso de la clara explotación laboral.
Desde un punto de vista de izquierdas, anticapitalista, antipatriarcal o simplemente
progresista, no podemos seguir pensando la prostitución como una cuestión de
libertad individual, o no exclusivamente, sino que tenemos que entender que cada
sistema político tiene también su política sexual y la prostitución ha sido desde
siempre una institución a disposición del sistema de turno; en este caso, ahora, del
neoliberalismo. El neoliberalismo busca que pensemos la prostitución sólo desde
el punto de vista individual, borrando todo rastro de lo social que podría
cuestionarla.

Desde los años 70-80 el uso de la prostitución experimenta un crecimiento


exponencial mayor que nunca antes en su historia, y eso cuando en la década de
los 60 había entrado en un cierto declive. ¿Por qué aumenta el uso de la
prostitución cuando se daban las condiciones para que descendiera: más libertad
sexual que nunca, mujeres libres y sexualmente activas, desaparición del estigma
asociado a la sexualidad femenina, libertad reproductiva etc.? Pues porque en un
momento dado la función de la prostitución se transforma radicalmente para
convertirse en una institución funcional al neoliberalismo que comienza a
extenderse. Así, la institución prostitucional adquiere una nueva funcionalidad
posmoderna: la de ofrecer a los puteros (y a todos los hombres) “plusvalía de
género”, en palabras de Donna Haraway. Como explica magistralmente la
antropóloga Rita Segato, el neoliberalismo ha puesto a los hombres en una
situación de feminización social: precariedad laboral, bajos salarios, pobreza… los
ha emasculado, los ha feminizado socialmente. Al mismo tiempo, y por razones
contrarias pero que han coincidido en el tiempo, el feminismo ha conseguido
ciertas victorias sobre la masculinidad tradicional. Así que los hombres, muchos
hombres, especialmente aquellos que no han sabido aprovechar lo que de
liberador tiene el feminismo, están viendo peligrar su propia subjetividad
masculina, levantada en parte sobre una determinada ideología sexual que está
siendo acosada en muchos frentes. En muchos lugares del mundo, la
masculinidad amenazada ha reaccionado con una violencia extrema: el
feminicidio. En Europa, donde esa violencia no es imaginable por ahora, la política
sexual del neoliberalismo compensa a sus precarios trabajadores, a los que ahora
paga como si fueran mujeres, con la posibilidad de reafirmar su precaria
masculinidad mediante el uso de mujeres que el sistema ha puesto a ocupar la
categoría de puta. Así, ellos pueden volver a sentirse hombres “de verdad” y de
esta manera su rabia se mitiga. Cada vez son más las empresas que ofrecen
prostitutas como una parte oculta del salario: en ferias, en bonus, en vacaciones…
(Aquí se produce, además, una nueva segregación laboral ¿con qué van a pagar a
las trabajadoras? De ellas se espera que desistan de competir en esos espacios)
En los próximos años según se feminicen las condiciones de vida de los
trabajadores veremos crecer el uso de la prostitución y su normalización social.

Los hombres no compran un cuerpo, ni sexo, sino una fantasía de dominio y


masculinidad tradicional, como asegura Fraser. Basta con entrar en un foro de
puteros (los siempre invisibles puteros) para darse cuenta de lo que buscan esos
hombres en la prostitución: destruir la idea de igualdad, reforzarse unos a otros en
la fantasía de superioridad masculina, no buscan sexo porque el sexo ahora es
gratis, fácil y está al alcance de cualquiera. El problema con el sexo entendido
como relación humana no mercantilizada es que plantea exigencias, como
cualquier relación humana: de reciprocidad o de cuidado. La prostitución de hoy
adiestra, enseña, disciplina el cuerpo masculino en la desigualdad extrema, en la
mercantilización desnuda de las relaciones humanas y erotiza esa relación. ¿Nos
tiene esto que dar igual a las feministas? ¿Nos da igual que mientras que
luchamos por la igualdad, la sociedad refuerce por otro lado un espacio para que
los hombres “descansen” del feminismo o de la igualdad? ¿Puede una sociedad
considerarse igualitaria mientras mantiene un ámbito, un espacio, de desigualdad
radical?

En el segundo aspecto, el mercantil, la prostitución es hoy una mega industria


global (es la segunda industria mundial e implica a unas 40 millones de mujeres en
todo el mundo) y como tal hay que pensarlo, como pensamos cualquier mercado.
Un mercado abierto por el capitalismo global que funciona como cualquier otro
mercado. ¿Somos libres de vender nuestros órganos, nuestro cuerpo, nuestro
sexo, nuestro vientre, nuestra sangre? ¿Por qué consideramos que hay cosas,
sobre todo las que tienen que ver con el cuerpo, que tienen que quedar fuera del
mercado? Entre otras cosas porque sabemos que el que vende y el que compra,
en el capitalismo, no están nunca en situación equiparable. Porque el cuerpo es la
última frontera, porque es el ámbito más íntimo de nuestra subjetividad, porque
nos construye y puede destruirnos. Porque sabemos que siempre que se abre un
mercado lo que ocurre es que se obliga a los/las pobres a entrar en él; si el
mercado existe, los pobres, las pobres tienen que surtirlo. Así funcionan los
mercados: los pobres se ven obligados a (mal)vender a los ricos lo que estos
determinan, una clase pequeña intermedia puede sacar ciertos beneficios y una
minoría empresarial es la que definitivamente se enriquece. Y si todos los
mercados son desiguales, los que atañen al género son doblemente desiguales.
¿Es casualidad que mientras que cualquier anticapitalista encuentra que es
terrible legalizar la venta de órganos o de sangre, encuentre en cambio que es
aceptable legalizar aquello que sólo las mujeres pueden vender (es decir, aquello
que el capitalismo pueda extraer sólo de ellas): vientres (niños), sexo, óvulos?
¿Por qué lo que las mujeres ofrecen al vender sus cuerpos es considerado por
muchos varones de izquierdas o anticapitalistas (y mujeres también) como propio
del ámbito de libertad personal“? ¿No será que es la construcción sexual-
identitaria masculina patriarcal lo que se pone en juego?

Defender la prostitución hablando de la libertad de las mujeres para prostituirse es,


como dice Zizek confundir la elección con la ilusión de libertad, es decir, la
ideología dominante con la ideología que parece imperar. La libertad es siempre la
libertad que va contra la ideología dominante. En un sistema que ha convertido la
prostitución en un negocio multimillonario y global, normalizado socialmente y
legalizado en casi todas partes, defender la libre elección de la prostitución es un
sofisma. Defiendo que mi cuerpo es mío para abortar en una sociedad que
condena el aborto o que lo dificulta, pero no en la China del hijo único, donde
defendería que mi cuerpo es mío para no abortar si no quiero hacerlo. Defender
que mi cuerpo es mío para prostituirme, que mi trabajo es mío para cobrar 400
euros o que mis ideas son mías cuando todos los medios de comunicación dicen
lo mismo…entonces hablamos no de libertad, sino de ideología dominante
revestida, a menudo, de transgresión, que es lo que se ha hecho siempre para
vender mejor la ideología dominante. Cualquier libertad que confirme la ideología
dominante requiere ser repensada. Cuando la industria mundial del sexo necesita
millones de prostitutas y el patriarcado necesita que los varones consuman
desigualdad en el cuerpo de las mujeres es cuando, qué casualidad, se reivindica
libertad para prostituirse.

De más está decir que las mujeres que se dedican a la prostitución tienen que
tener los mismos derechos que cualquier otra persona. Todas las personas tienen
que tener los mismos derechos. Pero defender eso no implica dejar en suspenso
nuestra ideología anticapaitalista o antipatriarcal sólo cuando hablamos de
prostitución. Ayer mismo me llegó un post que dice que la industria del sexo habla
a cada cual en el lenguaje que quiere escuchar: a la izquierda le hablan de
sindicalismo y conquista de derechos.; a las feministas, de autonomía personal y
derecho al propio cuerpo; a los movimientos alternativos, de cooperativas; a los
liberales, de responsabilidad individual; a los gais, de libertad sexual. Cuando
hablamos de ideología dominante patriarcal, todas nuestras reservas
desaparecen.

Volvemos al principio: la resolución del parlamento europeo es buena porque por


fin no pone el énfasis en la voluntariedad o no de la prostitución, sino en el efecto
que ésta tiene en la igualdad de género. Y es un efecto devastador.

 Zona Crítica

https://www.eldiario.es/opinion/zona-critica/prostitucion-ver-igualdad-sexo_129_4993312.html

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