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56 ALGUIEN SE ACORDARÁ DE NOSOTRAS

LA NECESIDAD DE CONTROLAR A LAS MUJERES

La misoginia griega estaba e s t r e c h a m e n t e ligada a d e t e r m i n a d a s concepcio-


nes masculinas de la naturaleza de las mujeres. Desde un p u n t o de vista po-
sitivo, las mujeres, cuyo espacio propio era la casa, t e n i a n que ser modestas,
pasivas, silenciosas, castas y dedicarse a desarrollar las tareas que les son pro-
pias: cria y cuidado de los hijos y de los d e m á s m i e m b r o s de la familia, así
como m a n t e n i m i e n t o del p a t r i m o n i o doméstico.
Esas virtudes y capacidades se veían contrapuestas por los elementos ne-
gativos. En p r i m e r lugar su aptitud p a r a la mayoría de actividades se consi-
deraba m u y inferior a la masculina. Las mujeres e r a n m e n o s inteligentes,
más débiles, m e n o s capaces de controlar sus apetitos. Cuando Aristóteles des-
cribe las fuentes de la autoridad masculina en el seno de la familia, las rela-
ciona con la inferioridad n a t u r a l de quienes no son adultos varones libres:

Así, el hombre libre manda al esclavo de otro modo que el varón a la hembra y que
el hombre al niño, y en todos ellos existen las partes del alma, pero existen de dis-
tinto modo: el esclavo carece en absoluto de la facultad deliberativa; la hembra la
tiene, pero desprovista de autoridad; el niño la tiene, pero imperfecta.

La inteligencia f e m e n i n a carece de la autoridad m a s c u l i n a y, por t a n t o ,


se justifica la necesidad de m a n t e n e r l a de por vida bajo el control de un
guardián. Por eso, las mujeres no podían ir a la g u e r r a ni asumir la gestión
del estado, a u n q u e se les reconocía suficiente habilidad p a r a gestionar y
guardar u n a casa. Por otra parte, diversos autores insisten en que las mujeres
no pueden controlar sus deseos: son comunes las referencias al deseo inconte-
nible de las mujeres por el sexo, la comida y la bebida. Su falta de autodomi-
nio, que era un elemento que amenazaba d i r e c t a m e n t e a la supervivencia de

5. Aristóteles, Política^ 1, 13, 7-8.


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la casa y, por extensión, de la ciudad, provocaba en las mujeres explosiones de


dolor, emoción, pasión, que p o d í a n resultar letales y que, en todo caso, re-
querían y justificaban el control masculino.
Estas premisas relacionaban la ideología de la diferencia sexual con la
política de la r e p u t a c i ó n social m u y i m p o r t a n t e en la sociedad griega, con
énfasis específico en las consecuencias potenciales de u n a sexualidad feme-
n i n a libre. Como en otras m u c h a s culturas patriarcales, estaba m u y enraiza-
da la idea de que la seducción femenina provoca reacciones incontrolables en
los hombres. Puesto que la supervivencia de la propia ciudad estaba ligada a
la reproducción, m e d i a n t e el n a c i m i e n t o de hijos legítimos p a r a cada ciuda-
dano, la preocupación por la sexualidad de las mujeres respondía, en p r i m e r
lugar, a la ansiedad por la p a t e r n i d a d legítima y por la capacidad de las m u -
jeres p a r a e n g a ñ a r sobre quién era el verdadero progenitor de u n a criatura.
P a r a preservar el orden social de esa fuerza potencialmente destructiva, eran
necesarios mecanismos de cojitrol a través de las instituciones sociales, espe-
c i a l m e n t e de la familia.
Por otra parte, la literatura griega m u e s t r a que los h o m b r e s eran plena-
m e n t e conscientes de las consecuencias, bajo la forma del resentimiento, que
podía t e n e r la represión social, jurídica y cultural a que e r a n sometidas las
mujeres. En las tragedias de Eurípides se r e p r e s e n t a r e p e t i d a m e n t e a muje-
res enojadas por la hostilidad m a s c u l i n a y por su subordinación social y po-
lítica. M e d e a habla e x t e n s a m e n t e de ese tema: 4

De todas las criaturas que tienen mente y alma no hay especie más mísera que la
de las mujeres. Primero han de acopiar dinero con que compren un marido que en
amo se torna de sus cuerpos, lo cual es ya la cosa más dolorosa que hay. Y en ello es
capital el hecho de que sea buena o mala la compra, porque honroso el divorcio no
es para las mujeres ni el rehuir al cónyuge. Llega una, pues, a nuevas leyes y usos
y debe trocarse en adivina, pues nada de soltera aprendió sobre cómo con su espo-
so portarse. Si, tras tantos esfuerzos, se adapta al hombre y no protesta contra el
yugo, vida envidiable es ésta; pero si tal no ocurre, morir vale más. El varón, si se
aburre de estar con la familia, en la calle al hastío de su humor pone fin; nosotras
nadie más a quien mirar tenemos. Y dicen que vivimos en casa una existencia se-
gura mientras ellos con la lanza combaten, mas sin razón: tres veces formar con el
escudo preferiría yo antes que parir una sola.

El m i s m o s e n t i m i e n t o aparece en otras obras del m i s m o autor:

Es difícil el trato de varón y mujer, porque como las buenas se mezclan con las ma-
las, se nos odia: tal es nuestro innato infortunio. 3

4. Eurípides, Medea, pp. 230-250.


5. Eurípides, Ion, pp. 390-400.
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La tragedia griega refleja fantasías masculinas de novias y esposas asesi-


nas, como Clitemnestra, Medea, las Danaides o las mujeres lemnias que ma-
sacraron a todos los h o m b r e s de su isla. Se t e m í a que el control que exigía la
sexualidad f e m e n i n a provocase u n a reacción violenta de las mujeres, y ese
t e m o r se trocaba en hostilidad contra ellas.
Desde la perspectiva de las cualidades que definían al ciudadano griego,
la mujer, que no era ciudadana, presentaba un rasgo p a r t i c u l a r m e n t e nega-
tivo: la falta de control sobre sus pasiones. La sophrosine o capacidad de au-
todominio era la cualidad principal del varón griego y, de hecho, estaba es-
t r e c h a m e n t e vinculada a las nociones de libertad y subordinación, nociones
clave en la estructura básica de u n a sociedad esclavista. La ideología domi-
n a n t e partía de la idea de que la susceptibilidad «natural» de las mujeres a
las emociones, deseos, pasiones y apetitos físicos las hacía poco aptas p a r a la
libertad y, por tanto, p a r a la autoridad política. Y puesto que por sus carac-
terísticas naturales las mujeres eran incapaces de autogobierno, el p r o b l e m a
de su incorporación a la sociedad solo podía solucionarse colocándolas bajo
la supervisión de los h o m b r e s , que podían proporcionarles el orden racional
del que ellas carecían. Si esa posibilidad no se cumplía, las mujeres simple-
m e n t e vagarían en el salvajismo de las pasiones que constituyen su natura-
leza. Esa dicotomía es visible en la Teogonia de Hesíodo, donde el progreso
de la historia y la civilización es presentado en función del triunfo de lo m a s -
culino sobre lo femenino. E r a un p u n t o de vista que asociaba el caos y las
fuerzas destructivas del universo con lo femenino. Pero, por otra parte, la
presentación de las diosas que regulan las estaciones (las Horas) y que rigen
la estabilidad social (Diké, E u n o m í a ) como hijas de Zeus significa el benefi-
cio de la potencia f e m e n i n a cuando está r e g u l a d a por el principio masculino
de orden, de m o d o que en el m u n d o cotidiano de la realidad social el ideal
de la virtuosa m a d r e y esposa representa el poder violento y p o t e n c i a l m e n -
te destructivo del eros (asociado a la mujer) subordinado a la acción regula-
dora de la estructura familiar.

ENGAÑO E INESTABILIDAD

La naturaleza irracional de las mujeres y esa tendencia a someterse a sus pa-


siones p l a n t e a n el posible peligro del adulterio, es decir, de la i n t r u s i ó n de
un hijo ilegítimo, que p o d r í a alterar la sucesión correcta de la familia. El
m i t o de la mujer que traiciona a su familia o a su reino por el a m o r de un vi-
sitante extranjero (Helena, Medea o Ariadna) m u e s t r a la clásica ambivalen-
cia del p e n s a m i e n t o griego sobre la posición de las mujeres: el reconoci-
m i e n t o de su potencialidad como reproductoras va de la m a n o del t e m o r a su
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falta de lealtad. Es un t e m o r que procede de la conciencia de la paradoja que


r e p r e s e n t a un orden social en el que el papel femenino es crucial e integral,
pero en el que sus derechos son m í n i m o s .
Al m a r g e n de su sexualidad, la hostilidad respecto a las mujeres era pro-
ducto de la percepción de que ellas, en cierta m e d i d a , no pertenecían de for-
ma estable a n i n g ú n orden social o político, ni siquiera a u n a familia parti-
cular. El hecho de la transferencia de mujeres de u n a familia a otra, y su
carencia de responsabilidades sociales y políticas, provocaba t e m o r acerca de
la fiabilidad de esas alianzas. En la tragedia Andrómaca de Eurípides, H e r -
m í o n e , la esposa de Neoptólemo, hijo de Aquiles, concibe el plan de asesinar
a la concubina de su m a r i d o , A n d r ó m a c a , y a su hijo. Neoptólemo no está
presente, como sucede con frecuencia en las tragedias: cuando las mujeres
a m e n a z a n el orden establecido, o no están casadas o su m a r i d o no está p r e -
sente. H e r m í o n e , en ú l t i m a instancia, se a r r e p i e n t e de su conducta, culpan-
do a las mujeres q u e la visitaban y c o n s t a n t e m e n t e m u r m u r a b a n de h a b e r l a
convencido p a r a que no p e r m i t i e s e a u n a esclava compartir su hogar y su es-
poso. Esto expresa otro motivo corriente de la t r a g e d i a griega: m i e n t r a s la
amistad e n t r e h o m b r e s de diferentes familias se idealiza de forma constan-
te, se niega la existencia de amistad e n t r e mujeres. A u n q u e , en ocasiones, los
coros compuestos de mujeres expresan simpatía por las protagonistas, la
a m i s t a d e n t r e mujeres n o r m a l m e n t e resulta peligrosa, ya que f o m e n t a el
engaño y la inestabilidad de la lealtad femenina a los valores masculinos que
f u n d a m e n t a n el orden doméstico.
En la tragedia se dan numerosos ejemplos de la relación e n t r e palabra fe-
m e n i n a y engaño. Tanto la alegría d e l i r a n t e como el pánico e r a n considera-
dos estados n o r m a l e s de la mujer y generadores de un m o d o de expresión
irracional e inútil. Así, cuando en Los Siete contra Tebas de Esquilo los ejér-
citos encabezados por los dos hijos de Edipo están a p u n t o de enfrentarse a
las puertas de Tebas, las tebanas, presas de pánico, se r e ú n e n en el centro de
la ciudad «lanzando gritos y chillidos que horrorizan a las personas sensatas»
y que son calificados por el rey de «vanos y salvajes». Es u n a viva recreación
trágica de la falta de moderación asignada a las mujeres que, a partir de sig-
nos de sentido incierto (en este caso, la n u b e de polvo producida por los gue-
rreros), caen en un estado de á n i m o ajeno a la reflexión. Así, la a m b i g ü e d a d
del lenguaje femenino se opone al carácter unívoco y f i r m e del logos mascu-
lino.
La palabra artificiosa de las mujeres es f r e c u e n t e m e n t e calificada de
enigmática porque su función es disimular, e incluso oscurecer la idea que se
t r a n s m i t e de forma que pueda llegar a ser mortífera. Es el caso de la esfinge,
u n a doncella alada con torso de león y alas de águila, de procedencia orien-
tal, que fue u n a i m a g e n m u y c o m ú n en la cultura griega. Esta figura t e m i -
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ble aparece en numerosas representaciones figuradas de persecución o rapto


de m u c h a c h o s jóvenes que h u y e n asustados ante su ataque, y formaba p a r t e
de la n u t r i d a familia de seres fantásticos griegos de sexo femenino. A u n q u e
su historia varia l i g e r a m e n t e dependiendo de las fuentes, la esfinge es cono-
cida sobre todo por las tragedias de Sófocles sobre Edipo.
Edipo era hijo de Layo, rey de Tebas, y de la esposa de éste, Yocasta. Un
oráculo había profetizado que m a t a r í a a su p a d r e , por lo que Layo m a n d ó
d e s t e r r a r l o a u n a m o n t a ñ a inaccesible. H a l l a d o y criado por campesinos
creció en c o m p l e t a i g n o r a n c i a con respecto a sus orígenes. Ya adulto, en-
contró sin él saberlo a su p a d r e n a t u r a l en un camino, y u n a discusión le lle-
vó a matarlo. Poco t i e m p o después, la esfinge asoló la ciudad de Tebas. Sen-
t a d a en u n a roca a la e n t r a d a de la ciudad, p l a n t e a b a un e n i g m a a quienes
se p r o p o n í a n entrar: «¿Qué es lo que t i e n e voz y cuatro, dos y tres pies?». 6 La
esfinge m a t a b a a los que no sabían contestar el e n i g m a . La ciudad de Tebas
ofreció el trono de la ciudad y la m a n o de la r e i n a viuda a quien fuera capaz
de contestar a la esfinge y liberar a la ciudad. Edipo contestó a c e r t a d a m e n -
te: «El h o m b r e , que d u r a n t e la infancia gatea, en la edad adulta c a m i n a er-
guido y, cuando es viejo, se ayuda de un bastón». La esfinge, enojada por la
respuesta, se tiró de la roca y m u r i ó . Edipo se convirtió en rey de Tebas y se
casó con la que era su m a d r e , Yocasta. Así, la trágica profecía se había cum-
plido.
El acertijo de la esfinge es un ejemplo de la línea fronteriza trazada por
los griegos e n t r e el universo femenino y el masculino, ya que atribuye a las
mujeres un lenguaje enigmático que p u e d e convertirse en peligroso p a r a los
hombres. En el p e n s a m i e n t o griego, el lenguaje velado es contrario al ideal
democrático basado en la comunicación libre y directa que los ciudadanos
deben establecer en la asamblea. La p a l a b r a e n i g m á t i c a de la esfinge sim-
boliza la pesadilla griega frente al poder despótico que las mujeres p u e d e n
ejercer sobre los h o m b r e s si se descontrolan (Triarte, 1990).

6. Apolodoro, Biblioteca, 5, 5, 8.
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MUJERES PODEROSAS Y CAOS

El rey beocio Yaso deseaba tener hijos varones, y decepcionado por el naci-
miento de una niña, Atalanta, la abandonó en una colina, donde fue ama-
mantada por una osa hasta que, más tarde, unos cazadores la encontraron y
la criaron. Cuando creció, se hizo cazadora y permanecía virgen. Vencía a to-
dos sus competidores en las carreras, en el combate y en las cacerías.
Finalmente, fue reconocida por su padre, quien se dispuso a organizar su
matrimonio, pero Atalanta impuso una condición: cualquier pretendiente a
su mano tenía que vencerla en una carrera o morir. Muchos jóvenes perdie-
ron la vida, hasta que Atalanta fue vencida y reclamada por otro cazador so-
litario que había huido durante largo tiempo del matrimonio, Melanión.
Este, con la ayuda de Afrodita, había usado un truco, al ir arrojando manza-
nas de oro que Atalanta se detenía a recoger. De este modo, la doncella veloz
fue derrotada en la carrera y pasó a convertirse en mujer casada.
Atalanta, como la diosa Artemisa, era una virgen cazadora, una habitan-
te del mundo salvaje. Virgen y salvaje al mismo tiempo, perdió las dos con-
diciones cuando contrajo matrimonio. Como un animal salvaje había de ser
perseguida y capturada por el hombre que la domesticó, y ese hombre corría
el riesgo de todos los cazadores ambiciosos, morir en la empresa. El mito de
Atalanta es un relato que se repite con frecuencia en la mitología griega: la
captura de una doncella por un hombre o un dios. Su captura y domestica-
ción la convertirán en un ser social.
En los mitos y leyendas, es decir, en las historias tradicionales de las que
el arte y la literatura extraían sus sistemas de representación y de donde pro-
cedían las prácticas de culto, las mujeres son localizadas, de diversas formas,
en los límites de la civilización. A veces como fuerzas misteriosas, incontro-
lables, que están al margen de la ciudad creada y sostenida por los hombres.
Numerosas imágenes y metáforas asociaban a las mujeres y su participación
en el sexo y en el matrimonio con la conducta de los animales. Resulta lógi-
co que una sociedad agraria use imágenes extraídas del mundo de la natura-
leza para describir o explicar las actividades sexuales; pero, en el caso griego,
esas imágenes y metáforas reflejan una actitud particular respecto a las mu-

11. Jenofonte, Constitución de los laconios, 1.3. En este fragmento, Jenofonte compara la ali-
mentación que recibían las muchachas espartanas con la de las que vivían en otras ciudades
griegas.
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FIGURA 2.3. Atalanta y Peleo. Copa del Pintor de Aberdeen, ca. 450-430 a.C. (Museo
Nazionale di Villa Giulia, Roma, n.° inv. 48234).

jeres, como campos que h a n de ser cultivados, o animales p a r a ser m o n t a d o s


y domesticados. Los h o m b r e s son identificados con las actividades culturales
(arar, sembrar, montar, domar) m i e n t r a s las mujeres son p a r t e de la natura-
leza, del m u n d o salvaje que debe ser «cultivado» y «domado». Todo ello, bajo
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FIGURA 2.4. Arnazonomaquia. Crátera de campana del Pintor de Christie, ca. 440 a.C.
(colección Várez Fisa, Museo Arqueológico Nacional, Madrid: n.° inv. 1999/99/101).

la p r e m i s a del t e m o r a lo que podía pasar si las mujeres se v i e r a n libres de


restricciones. Existía un fuerte nexo en el p e n s a m i e n t o griego e n t r e las m u -
jeres poderosas y el caos q u e a m e n a z a el universo ordenado. Como señalan
varios autores clásicos, cuando las mujeres están en u n a posición de dominio
sobre los h o m b r e s , sexual o p o l í t i c a m e n t e , éstos, i n e v i t a b l e m e n t e , a s u m e n
u n a posición de mujeres, con terribles consecuencias p a r a la sociedad.
De nuevo, en las tragedias, e n c o n t r a m o s ejemplos de mujeres poderosas
y resentidas: Creusa, m a d r a s t r a asesina; Fedra, loca de amor, y Medea, asesi-
na de sus propios hijos, representan la violencia y el caos, no t a n t o por sus ca-
racterísticas individuales, sino porque son personificaciones de características
inherentes a la naturaleza de las mujeres. Las tragedias presentan situaciones
extremas pero con u n a construcción imaginativa de lo que las mujeres que-
r r í a n ser si p u d i e r a n librarse del control de la sociedad, q u e por un lado tie-
ne u n a necesidad constante de ellas pero, por otro, debe r e p r i m i r su irracio-
nalidad, emoción, pasión y desorden.
U n o de los mitos que mejor m u e s t r a los peligros de las mujeres poderosas
es el de las amazonas. Diversas fuentes antiguas hablan de u n a raza de gue-
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rreras llamadas amazonas que vivían solas, llevaban ropas masculinas y to-
m a b a n p a r t e en actividades —caza, agricultura y lucha— que, e n t r e los grie-
gos, eran exclusivamente realizadas por h o m b r e s . Se las r e p r e s e n t a b a fre-
c u e n t e m e n t e como jinetes, pero sobre todo e r a n feroces g u e r r e r a s que
a m a b a n la violencia y todo lo referente al m u n d o del dios de la guerra, Ares.
Las amazonas representaban u n a inversión del orden social establecido, don-
de las mujeres m a n d a b a n y los h o m b r e s se veían obligados a actuar como
mujeres.
La región originaria de las amazonas varía según las fuentes, pero nor-
m a l m e n t e las sitúan en la costa m e r i d i o n a l del m a r Negro. Su ubicación cro-
nológica t a m b i é n varía en las diferentes versiones del mito, a u n q u e siempre
se r e m o n t a a un pasado distante. Las costumbres m á s llamativas de las ama-
zonas e r a n las relacionadas con la reproducción. El geógrafo Estrabón dice
que cada año las amazonas visitaban d u r a n t e dos meses el área m o n t a ñ o s a al
n o r t e de su territorio original y se u n í a n sexualmente con los h o m b r e s de las
tribus nativas. Si de esos encuentros nacían niñas, se las llevaban con ellas. Si
e r a n niños, se los dejaban a sus padres. Las amazonas rechazaban el m a t r i -
m o n i o y eran guerreras. No solo vivían sin h o m b r e s sino que l u c h a b a n con-
t r a ellos. Con sus a r m a s y sus técnicas de lucha h a b í a n conseguido esclavizar
a sus vecinos y conquistar m u c h a s tierras. 1 2
A u n q u e los orígenes del m i t o de las amazonas son oscuros, no hay duda
de su popularidad, p a r t i c u l a r m e n t e en la Atenas clásica: su héroe nacional,
Teseo, se casó con la r e i n a de las amazonas, y después se enfrentó con su ejér-
cito, al que venció. Los enfrentamientos de griegos con las amazonas son fre-
c u e n t e m e n t e m e n c i o n a d o s por poetas, oradores e historiadores, y eran un
motivo corriente en la escultura y la p i n t u r a de vasos. En esas r e p r e s e n t a -
ciones, aparecen como guerreras que h a n i n t e n t a d o invadir Grecia pero que,
en ú l t i m a instancia, son vencidas por los héroes griegos: Heracles, Aquiles o
Teseo. La identificación e n t r e esos héroes y los soldados griegos era eviden-
te, y se intensificó tras las guerras médicas. Se suponía que las amazonas m í -
ticas h a b í a n vivido en u n a zona que era p a r t e del imperio persa, y su inva-
sión de Grecia se veía como un a n t e c e d e n t e r e m o t o de la invasión de los
ejércitos por el g r a n rey persa, a comienzos del siglo V a.C. La identificación
iconográfica de las amazonas con los persas se confirma por el hecho de que
en m u c h a s p i n t u r a s de vasos áticos aparecen con v e s t i m e n t a y a r m a s persas.
Sin duda, en estas representaciones, la a m a z o n a servía como prototipo del
«bárbaro derrotado».
Con todo, las amazonas eran i m p o r t a n t e s en el arte griego t a m b i é n como
figuras femeninas. En las representaciones escultóricas, se destacan sus ras-

12. Estrabón, Geografía, 11, 5, 1.


48 ALGUIEN SE ACORDARÁ DE NOSOTRAS

gos femeninos al r e p r e s e n t a r l a s con los pechos descubiertos. Y, en a l g u n a


medida, el contraste que produce su feminidad con el c o m p o r t a m i e n t o mas-
culino que se les atribuía creaba u n a i m a g e n p r o b a b l e m e n t e excitante para
los h o m b r e s griegos. Las amazonas e r a n lo contrario de lo que los griegos es-
p e r a b a n de u n a mujer: eran activas en la esfera pública, al m e n o s desde el
p u n t o de vista militar; rechazaban el m a t r i m o n i o ; ejercían el poder político,
eran asexuales o promiscuas (según las diferentes versiones del m i t o ) , y pre-
ferían las n i ñ a s a los niños. Pero, en ú l t i m a instancia, e r a n bárbaras que ha-
bían sido r e p e t i d a m e n t e vencidas en el campo de batalla o en el lecho por los
héroes griegos m á s populares.
La idea de u n a sociedad en la que la p a u t a n o r m a l de d o m i n i o sexual
fuera al revés parece haber ejercido a m p l i a fascinación en el m u n d o antiguo.
Pero lo que se i m a g i n a b a no era s i m p l e m e n t e u n a sociedad en la que las m u -
jeres se c o m p o r t a b a n como h o m b r e s , sino, m á s bien, lo que pasaría en u n a
sociedad h u m a n a si las mujeres m a n d a s e n . U n a sociedad gobernada por mu-
jeres t e n í a que ser u n a sociedad desordenada, anárquica.
El m i t o de las amazonas, como tantos otros en la tradición griega, es con-
secuencia de la misoginia y de la necesidad de u n a cultura patriarcal por de-
bilitar el a m e n a z a n t e poder de las mujeres a través de sus héroes. Además,
refleja las premisas tradicionales sobre el estatus no p l e n a m e n t e h u m a n o de
las mujeres. Es decir, las mujeres no solo no f o r m a r í a n p a r t e de la c u l t u r a
m a s c u l i n a d o m i n a n t e , sino que ni siquiera serían t o t a l m e n t e h u m a n a s . El
t e m o r a las mujeres se basa en ese estatus l i n d a n t e con la n a t u r a l e z a , que
siempre a m e n a z a con quedar fuera del control de la cultura (masculina) h u -
mana.

13. Poema, probablemente ritual, que forma parte de una serie de una treintena de poemas de-
dicados a divinidades, que en la antigüedad se atribuían a Homero. El dedicado a Deméter pa-
rece ser el más antiguo, del siglo vil o principios del siglo VI a.C.

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