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Colombia cuenta con una larga experiencia en materia de diálogos entre los gobiernos y diversas

agrupaciones armadas ilegales. Desde 1982, con la llegada al poder de Belisario Betancur, el
diálogo como mecanismo para superar los conflictos armados ha sido una herramienta para
alcanzar la reconciliación entre las partes enfrentadas.

La pandemia del Covid-19 ha cambiado, desplazado y retrasado temas de la agenda pública del
país.

De vez en cuando empezamos a hablar de unidades de cuidados intensivos, vacunas, curvas


epidemiológicas y la extraordinaria tasa de muertes trágicas. Por supuesto, los principales temas
del futuro del país, incluida la implementación del acuerdo de paz, quedaron en suspenso.

El proceso de paz entre el gobierno colombiano y la guerrilla de las FARC ha avanzado de manera
significativa. De los seis puntos que hacen parte de la agenda de negociación (“Desarrollo agrario
integral”, “Participación política”, “Solución al problema de las drogas ilícitas”, “Fin del conflicto”,
“Víctimas”, “Implementación, verificación y refrendación”), los tres primeros fueron abordados y
sobre ellos ya hay acuerdos entre las partes. A pesar de las enormes dificultades que aún deben
superarse, es posible que dentro de unos años se logre poner fin al dramático conflicto que ha
vivido el país a lo largo de medio siglo.

No cabe duda de que estamos ante un acuerdo de paz viciado, deficiencias en los procedimientos
de verdad, justicia y reparación, y deficiencias en la entrega de bienes de los excombatientes. Sin
embargo, a pesar de sus muchas carencias, es el mayor avance en la historia moderna de
Colombia, poniendo fin a los conflictos armados y sentando las bases para reducir la desigualdad
en el país. El gobierno estatal ha logrado reintegrar alrededor de 13,134 ex militantes que han
desarrollado más de 1,000 proyectos productivos durante su implementación. De igual
importancia es el desarrollo e implementación de 16 planes de desarrollo con enfoque regional
(PDET) destinados a mejorar los aspectos económicos y sociales de las ciudades del interior de
Colombia, donde se encuentran cientos de habitantes de baja. instituciones, infraestructura
empresarial débil o inexistente y ciudades de alto nivel. Las condiciones ambientales satisfacen
necesidades básicas sin explotar y el espectro del narcotráfico acecha.

La pandemia ha dejado los acuerdos de paz en el centro del debate político y se están
produciendo asesinatos de líderes sociales, defensores de derechos humanos y ambientalistas en
las regiones más golpeadas por el conflicto armado. En noviembre se cumplirán cuatro años desde
la firma del contrato en el Teatro Colón de Bogotá, y creo que después de este tiempo sabemos
que lo que dijeron los pilotos es un punto de no retorno. Es más fácil llegar al otro lado que volver,
por lo que debemos seguir desarrollando políticas que promuevan el desarrollo rural y la
participación productiva de las comunidades más vulnerables. El impacto de la pandemia ya ha
mostrado su gran impacto en las finanzas públicas, el crecimiento económico, el desempleo y la
pobreza y otras variables que hacen que Colombia sea exitosa. Entonces nos encontraremos en
una situación en la que el acuerdo de paz dejará de ser una prioridad, lo que creo que es un falso
lujo que no nos podemos permitir. Si bien es cierto que nos convertiremos en una nación con una
población más grande que vive en la pobreza y la desigualdad, no podemos permitir que los
niveles de violencia del pasado vuelvan a aumentar.

Por ello, continúa implementando PDET para el sector privado, enfatizando en impuestos y otras
alternativas que permitan que la recuperación económica llegue a las zonas más vulnerables,
como el Pacífico, Amazonía, Orino y regiones fronterizas. La prioridad debe ser crear
oportunidades en las áreas más afectadas por la guerra, no preocuparse por la reanudación de la
guerra.

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