La escritura es la destrucción de toda voz, de todo origen. En la escritura se pierde la
identidad del cuerpo que escribe. En cuanto un hecho pasa a ser relatado, con fines intransitivos y no con la finalidad de actuar directamente sobre lo real, se produce esa ruptura. El autor es un personaje moderno, producido por nuestra sociedad, desde el Renacimiento por medio del prestigio del individuo, de la importancia poiética del artista/autor. El positivismo, resumen y resultado de la ideología capitalista, es quien ha concedido la máxima relevancia a la persona del autor. Pero, el que habla realmente es el lenguaje, no el autor. El surrealismo pretendía con la escritura automática que el autor expresara lo más aprisa posible lo que la mente misma ignoraba, constituyendo una escritura colectiva, y desacralizando la imagen del autor. El alejamiento del autor transforma completamente el texto moderno, el autor se ausenta del texto en todos los niveles. Primero, el tiempo ya no es el mismo. Frente a la suposición de que el autor existe antes que el texto, es el padre de la obra, el autor moderno nace a la vez que el texto; no existe otro tiempo que el de la enunciación, y todo texto está escrito aquí y ahora (hic et nunc). Por tanto, escribir ya no es una constatación, sino que más bien es una acto performativo. El texto es un tejido de citas provenientes de los mil focos de la cultura. Ya no está constituido por una fila de palabras con sentido único; las palabras solo pueden explicarse en base a otras palabras. Una vez alejado el autor se vuelve inútil la pretensión de descifrar un texto. Darle a un texto un autor es proveerlo de un significado último, cerrar la escritura. Esta concepción le viene bien a la crítica para poder descifrar la obra; una vez hallado al autor, el texto queda explicado; por tanto, el imperio del autor es también el imperio del crítico, y la caída del primero implica la del segundo. En la escritura múltiple, todo está por desenredar, no por descifrar. La auténtica voz no es el lugar de la escritura, sino de la lectura. Un texto está formado por escrituras múltiples, procedentes de varias cultura, y es donde se establece un diálogo, y toda esta multiplicidad se recoge en el lector, no en el autor. Pero esta lectura no es única, pues el lector es un hombre sin historia, sin biografía, sin psicología; él es tan solo ese alguien que mantiene reunidas en un mismo campo todas las huellas que constituyen el escrito. La crítica clásica no se ha ocupado nunca del lector, pues para ella no hay otro autor que el que escribe. El nacimiento del lector se paga con la muerte del autor.