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Palmira Reina Zenobia
Palmira Reina Zenobia
reina zenobia
Esta rica ciudad siria estuvo a punto de erigirse en capital de un gran Estado oriental de
la mano de su culta y valerosa reina Zenobia, pero el emperador Aureliano la conquistó
y la sometió de nuevo a Roma.
dicen que era una belleza de piel morena, ojos penetrantes y una inteligencia fina y
cultivada, capaz de entenderse con los filósofos en griego, con los juristas en latín y
con los antiguos sacerdotes en sirio y egipcio. Se jactaba de proceder de la estirpe de
los reyes helenísticos de Egipto y su familia había obtenido la ciudadanía romana hacía
una generación. Tenía como consejero a un eminente filósofo y literato griego, Casio
Longino. Y estaba dotada de una astucia política y capacidad de persuasión
excepcionales. Así era Zenobia de Palmira, la reina que puso en jaque durante largo
tiempo la soberanía de Roma sobre Oriente.
El valle de las tumbas es una de las necrópolis de Palmira. Está formada por tumbas-
torre y por hipogeos excavados en la roca, auténticos mausoleos que podían acoger a
cientos de difuntos. Los interiores estaban decorados con pinturas, relieves y estatuas
de los muertos. La de la imagen, llamada tumba de los Tres Hermanos, cuenta con
más de cuatrocientos enterramientos y su decoración recrea escenas de la Ilíada.
Tras ejecutar rápidamente a Meonio, Zenobia se apresuró a terminar con la ficción de
la aparente sumisión de Palmira y sus dominios al emperador de Roma, Galieno. Poco
a poco, en una inteligente política y al parecer aconsejada por el filósofo y sofista
griego Longino, Zenobia fue dejando claro que su reino era totalmente independiente
del Imperio. De este modo, a la vez que seguía manteniendo a raya a los persas,
agregó a varios Estados vecinos, entre ellos a los árabes. Se atrevió incluso a
conquistar Egipto, la provincia más rica de las sometidas a Roma, alegando que era
heredera de la antigua dinastía de los Ptolomeos; continuadora, pues, de Cleopatra,
una reina con la que a menudo fue comparada.
EL IMPLACABLE AURELIANO
Zenobia supo aprovechar el momento de debilidad que atravesaba el Imperio romano,
sometido a fuertes tensiones territoriales, desde la lejana Hispania hasta el Éufrates. La
orgullosa reina se permitió despreciar a Galieno y a sus generales, cuyos ejércitos
rechazó con contundencia. Y el siguiente emperador romano, Claudio II Gótico,
empeñado en una guerra sin cuartel contra los godos y los alamanes que presionaban
las fronteras septentrionales del Imperio, no tuvo más remedio que reconocer la
soberanía de Zenobia de Palmira. Sin embargo, ésta pronto debería hacer frente a un
adversario más temible que los anteriores: Aureliano, un curtido general al que sus
legiones del alto Danubio proclamaron emperador en el año 270.
Lucio Domicio Aureliano era un personaje totalmente opuesto a la reina de Palmira por
origen, formación y aspiraciones. A la inteligencia cultivada de la oriental Zenobia
contraponía Aureliano una astucia innata y una rígida disciplina militar, forjada en las
frías fronteras del Danubio y del Ilírico. Su fiereza en primera línea de combate era
proverbial: se dice que en una sola jornada mató a cuarenta bárbaros y que en una
campaña se cobró personalmente la vida de mil, hazaña que dio lugar a una canción
entre sus legiones: «A mil, a mil, a mil ha matado» (mille, mille, mille occidit!).
En los cuatro años escasos que duró el reinado de Aureliano, este duro militar no sólo
culminó la guerra gótica de su antecesor con una victoria contra los alamanes y repelió
la invasión bárbara del norte de Italia, sino que restauró el dominio de Roma sobre las
díscolas provincias de la Galia, Britania e Hispania, que aún se hallaban bajo el mando
del usurpador Tétrico. También recuperó el orgullo y la disciplina de las legiones
romanas, imponiendo un severo código de conducta que prohibía el juego, la bebida y
las artes de adivinación. Sus castigos eran tremendos y se jactaba de ser más temido
por sus propios soldados que por sus enemigos. Era sólo cuestión de tiempo que
Aureliano dirigiera su atención al creciente poder del imperio palmireno de Zenobia.
El destino posterior de Zenobia está menos claro. Hay quien dice que murió poco
después de su llegada a Roma, bien por enfermedad o por decapitación. Otros refieren
que Aureliano, impresionado por su belleza, la perdonó y le concedió un dorado exilio
en una villa en Tívoli, donde vivió en el lujo el resto de sus días como una filósofa de la
alta sociedad romana. Alguna inscripción siglos más tarde apunta a que su
descendencia siguió contándose entre las familias nobles romanas. Comoquiera que
fuese, la bella e inteligente Zenobia cautivaría la imaginación de historiadores, artistas y
lectores que no se cansarían de evocar a aquella reina oriental que desafió a Roma.