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El sentido | Sebastián Salamanca Huet

El sentido

Pienso que una de las preguntas que más me han llamado la atención en este recorrido es
la pregunta por el sentido. Si bien, la pregunta en sí no aparece como tal en gran parte de
lo que hemos visto, si se asoma en los cuestionamientos que pudimos revisar. Yo lo diría
todo desde la perspectiva de quien ha hecho un recorrido no solo por el curso de
metafísica sino por la maestría en filosofía y ciencias sociales. ¿A qué me refiero con la
pregunta por el sentido? De acuerdo con Jean Grondin es una pregunta reciente, y dice
que es preguntarse si la vida merece ser vivida lo cual “equivale, en nuestros días, a
preguntarse si puede tener un sentido”1. El sentido sería saber si la vida merece ser vivida,
lo que hace que valga la pena vivir. Así pues, haré un recorrido por lo revisado y leído para
descubrir si es que esta pregunta hunde sus raíces en las distintas manifestaciones de la
metafísica a lo largo de la historia humana.

Comienzo mencionando algunas cosas que los Griegos aportan a esta pregunta por
el sentido. Creo que la pregunta fundamental del pensamiento griego es la que intenta
describir con acierto qué es el vivir bien o la buena vida. Esa pregunta hace que el filósofo
busque responder por el origen: por lo verdadero, lo bueno y lo bello. El pensamiento
platónico nace de las preguntas por la naturaleza, por la virtud, y de lo que propone
Sócrates en su momento. La buena vida se halla en el mundo de las ideas, y entre más nos
esforcemos por ir a ese mundo, por encontrar lo universal, lo uno, el origen de todo,
viviremos más cerca de esa vida buena. Hay que esforzarse por posicionarse en ese
mundo trascendiendo a los sentidos. El chiste es mantenerse en el ámbito de la verdad; y
el cómo es la pregunta que se hace Platón. Esto consiste en algo más que el ser, es el
deseo, movimiento, el fondo del alma. Lo bello, lo verdadero y lo bueno son reflejos que
nos permiten ver las ideas, y mantenernos en esa vida buena.

Aristóteles dirá que hay una aporía, pues no conocemos el camino hacia esa vida
buena, por nuestra contingencia y entendimiento, porque ese camino está en la cosa en
sí. Su metafísica tiene dos formas de entenderla: La vía teológica, que nos lleva a la
pregunta por el comienzo, a preguntarnos qué produce y que hacer perdurar el
1
Jean Grondin, “Del sentido de la vida. Un ensayo filosófico”, Herder, Barcelona, 2005, p.25
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movimiento, y con ella llegamos al comienzo sin volver al infinito, es decir, a lo que llama
motor inmóvil; la otra vía es la ontológica, que lleva a una pluralidad de significaciones y
caminos, donde el ente puede decirse de muchas maneras y se hace comprensible
mediante el lenguaje. Aristóteles tiene una intención sistemática; quiere que las cosas
puedan reducirse a primeros principios gracias a los cuales se puede hacer entendible el
mundo de las cosas todas. La buena vida, el sentido, lo encontraríamos entonces allí, en
ese sistema, en la episteme, el conocimiento por las causas que hoy traducimos como
ciencia.

Esto va a tomar otro rumbo en el pensamiento de los Padres de la Iglesia y de la


edad media. Sucede que la experiencia del crucificado, de Jesús de Nazareth, es una
experiencia que tiene una estructura fundamental de llamada-respuesta, no de unidad, de
reducción de todo a un solo principio como pensó el mundo griego. Aquí la relación es la
categoría fundamental, la que abre la estructura dinámica de los términos llamada-
respuesta. Hay un sentido, pienso yo, que le es dado a la persona; es distinto al sentido
que los griegos buscan y la vida buena queda definida aquí por esa llamada-respuesta: la
persona humana es donde la llamada hace eco, y ese eco permite responder. ¿De donde
viene esa llamada? Viene del Crucificado, otro yo con el que me encuentro, convivo y
estoy. Es el otro que se identifica con los otros, pero sobre todo con el herido del camino.
La lógica de los Padres de la Iglesia, de Pablo y de los Evangelios de Juan es que esa
llamada se da en el mundo, con todas las cosas y allí mismo se da también la respuesta: la
persona se va constituyendo en esa llamada que se cumple en el mundo y a través del
mundo. El sentido de la vida es ser bienaventuranza. Si en los griegos la falta de unidad en
un principio rector es lo que aleja de la vida buena, acá sería el pecado lo que le quita el
sentido a la vida.

Hay aquí una situación importante: cuando la persona quiere hacer el bien se
encuentra impedida de ese bien, impedida por medio de la carne según los griegos y
Pablo. Cuando la persona se da cuenta de que hace el mal que no quiere y deja de hacer el
bien que quiere, dirige su petición al que llama: para que la carne, que era pudo
impedimento, se convierta en llamada, en impulso desde el cual se responde. A partir de ir
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acostumbrando la carne a la palabra y la palabra a la carne, es que se hace virtuosa la


persona, es decir, hace de su vida una vida buena, una vida con sentido. Los medievales
hablarán de esto en una forma más compleja, de donde somos llamados a vivir una vida
con sentido a partir de las vidas que se nos ponen como muestra: los santos serán
aquellos que han vivido con sentido, que van en vía, en camino. Se abre la posibilidad de
vivir caminando hacia el sentido o la vida buena a partir de lo que ellas y ellos nos
muestran, practicándolo, acostumbrándonos como cuando se acostumbra el cuerpo al
practicar un deporte; pero tenemos el ejemplo por excelencia en la vida del Crucificado.
Desde esta perspectiva, en cada cosa concreta, en cada persona, está la realización
universal.

La modernidad intenta ir más allá porque piensa que la experiencia no permite ver
las certezas y muestra nuestro errores; los sentidos son un impedimento para que el
fundamento, el lenguaje y la lógica de las cosas. Parece que el sentido lo encontramos
volviendo la duda radical, poniendo en tela de juicio lo que sabemos o comprendemos. Así
podremos estar tranquilos porque conocemos ese lenguaje, que es el matemático-
geométrico. La vida cobra sentido cuando podemos explicar el comportamiento de las
cosas o su configuración a partir de descifrar ese lenguaje y esa lógica; y cuando
racionalizamos esto, dejamos de ver el mundo y de vivir en el con el velo de los sentidos
que parecen engañarnos. La vida buena, el sentido, está en la capacidad de inteligir las
cosas, de comprenderlas, gracias al modo geométrico de Descartes. No quiero ahondar
más en este periodo, pero sí me parece que alcanzo a vislumbrar el afán de Descartes y los
modernos: volver el mundo comprensible para la razón humana.

¿Qué pasa con la propuesta de Kant? Encuentro aquí algo muy enriquecedor para
lo que busco decir sobre el sentido. Kant sabe que la razón humana tiene muchas
capacidades pero también que tiene límites. Quiere que rinda cuentas cuando se lanza a
cuestionarse sobre esas cosas que no son explicables por el método científico-racional que
los modernos diseñaron para desentrañar ese lenguaje del mundo y las cosas. Kant
presenta un método para hacer que la razón pura no se salga del huacal. Pero me llama la
atención que pone el lente en que hay cuestiones que no pueden ser enteramente
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explicadas por la ciencia racional, y que frente a ellas la razón tiende de forma inevitable.
Es como si tuviéramos inscrita en nuestra manera de racionalizar, una sed profunda por
comprender de dónde venimos, a dónde vamos, qué o quién es Dios, etc., y todas esas
preguntas llevan sin duda a tratar de dar sentido a la vida. Sin esas preguntas profundas o
metafísicas, podría decir que perdemos el rumbo. Por eso me parece que los tres objetos
de la metafísica, a saber, la libertad, la inmortalidad del alma y Dios, son los objetos que le
dan sentido a la vida.

Después de Kant, los idealistas buscaron tomar enserio lo que significaba la


aspiración fundamental constitutiva del núcleo más íntimo de la razón: verdad, plenitud y
libertad. Hegel va a encontrar que la historia es el proceso donde se adquiere mayor grado
de conciencia, de autoconsciencia. Como si para Hegel la historia ayudara a encontrar ese
sentido de la vida. Posteriormente Marx va a partir de una contradicción entre actores, de
una situación que vive: ¿cómo se va a poder vivir una vida que valga la pena ser vivida en
un sistema que genera opresión y que deshumaniza? Esta es la pregunta de Marx. Como
respuesta va a pensar un modelo que ayude a salir de esta lucha, cuya clave radicará en la
praxis como actividad humana fundamental: el ser humano se produce a sí mismo.

En conclusión, me parece que en este recorrido hemos podido atisbar preguntas


profundas que ayudan a construir ese sentido, eso que hace que la vida merezca ser
vivida. No estoy completamente seguro de haber encontrado un camino absoluto, sino
más bien de mirar que se pueden abrir veredas que se han caminado en los distintos
momentos de la historia de la filosofía y de las preguntas metafísicas. Pienso que en ellas
podemos encontrar pistas a seguir en la construcción de una vida buena, de una vida con
sentido. Sin estas preguntas es probable que nos quedemos viviendo una vida a medias,
como si el piloto automático se hiciera cargo de todo. Para no vivir anestesiados, vale la
pena enfrentarse a estas preguntas y buscar responderlas desde el fondo de lo que
somos, desde lo más profundo que nos configura, así como vimos que estos distintos
autores y distintas corrientes buscaron responder por el sentido de la vida.

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