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¿Alguna vez has rezado para encontrar la fuerza y la luz con las que superar

una dificultad que la vida te plantea? Quizá alguna vez le hayas pedido a
Dios que te ayudase con algún problema, incluso puede que reces de
manera habitual. Pero también es posible que, para ti, sea una pérdida de
tiempo, y que consideres la fe como una especie de superstición propia de
sociedades primitivas.
Lo cierto es que mucha gente reza y, si vas a ser uno de ellos, primero
tienes que asegurarte de que Dios existe. Si resulta que la divinidad a la que
vas a invocar es tan sólo una invención humana, tu oración tendría el
mismo efecto que solicitarle ayuda a Harry Potter para afrontar tus
problemas. Tomás de Aquino (1225-1274), uno de los teólogos cristianos
más brillantes, se percató de que la fe cristiana tiene unos presupuestos, de
los cuales el más importante es la existencia de Dios. Antes de ponernos a
rezar, es conveniente que nos aseguremos de que existe algún Dios, no vaya
a ser que estemos perdiendo el tiempo y desperdiciando la esperanza.
Pero ¿es posible demostrar la existencia de Dios? ¿Nos ayuda la fe a
tener una vida más plena? ¿La religión nos hace mejores o peores personas?
¿Es Dios un espejismo? ¿Son compatibles la fe y la razón?

Mi Dios es tan perfecto que existe

Ha habido filósofos que han intentado demostrar la existencia de Dios y sus


razonamientos han pasado a la historia por la polémica que han suscitado.
El argumento que más controversia ha causado lo construyó un monje
benedictino del siglo XI que llegó a ser arzobispo de Canterbury. Anselmo
(1033-1109) fue un amante de la libertad, como todo buen filósofo ha de
serlo, y hay varias anécdotas de su vida que así lo atestiguan. La primera de
ellas nos cuenta que, en cierta ocasión, un maestro se le quejó de lo poco
que aprendían sus alumnos y de lo vagos que eran. (¿Te resulta familiar esta
queja?) Anselmo respondió: «Si plantas un árbol en tu huerto y lo cercas
por todos los lados, de suerte que no pueda extender las ramas, tendrás al
cabo de un tiempo un árbol inútil de ramas torcidas [...] Pues así es como
tratas a tus alumnos [...] con amenazas y golpes, y privándolos del
privilegio de la libertad».
Anselmo fue uno de los primeros en oponerse a la esclavitud. Otra
anécdota nos cuenta que un día se encontró con que un niño había atado a
un pájaro de un pata y lo fastidiaba dejándolo volar para luego tirar del hilo
y hacerlo volver atrás. Anselmo cortó el hilo y sentenció lo siguiente: «El
pájaro escapa, el niño llora y el padre se alegra».
Pero veamos cómo este monje benedictino intentó probar la existencia
de Dios. El argumento se conoce con el nombre que siglos después utilizó
Kant para referirse a él: el argumento ontológico. Siempre que lo explico en
clase, mis alumnos se quedan con la sensación de que les saco un conejo de
una chistera, porque intuyen que hay un truco pero no saben cuál es. ¿Estás
preparado para ver salir el conejo de la chistera? Expongo la versión de
Descartes de este argumento porque es la más sencilla y simple: la idea de
Dios es la de un ser perfecto. Si Dios no existiese le faltaría algo tan
importante que dejaría de ser perfecto. Por tanto, Dios necesita existir para
ser perfecto. De la misma manera que al examinar la idea del triángulo
deducimos que la suma de sus ángulos ha de ser necesariamente 180°, al
analizar la idea de Dios deducimos que necesariamente tiene existencia...
¡Tachán! Imagino que ahora entenderás lo polémico que ha sido este
argumento. Hay filósofos que lo consideran válido y otros que ven en él una
falacia como la copa de un pino. De todas formas, aun aceptando el
argumento, no probaría que el Dios que existe es el mismo en el que cree
Anselmo. Para comprobarlo, suelo pedir a mis alumnos que realicen el
siguiente ejercicio:

• Invéntate un Dios.
• Incluye entre sus atributos la perfección.
• Usa el argumento ontológico para demostrar que tu Dios existe.

Cuando termines el ejercicio puede que llegues a la misma conclusión


que Jenófanes de Colofón (570-475 a. C.) Este filósofo griego, después de
viajar de acá para allá y de conocer muchas y muy diferentes culturas,
escribió:
Chatos, negros: así ven los etíopes a sus dioses. De ojos azules y rubios: así ven a sus
dioses los tracios. Pero si los bueyes y los caballos y leones tuvieran manos, manos como
las personas, para dibujar, para pintar, para crear una obra de arte, entonces los caballos
pintarían a los dioses semejantes a los caballos; los bueyes, semejantes a bueyes; y a partir
de sus figuras crearían las formas de los cuerpos divinos según su propia imagen: cada uno
según la suya.

Mi Dios existe porque tú existes

Tomás de Aquino (1225-1274) no aceptó el argumento de Anselmo y


desarrolló cinco pruebas que se basan en la idea de que sólo Dios puede ser
la causa de ciertos efectos que percibimos en el Universo. Uno de ellos, por
ejemplo, nos invita a reflexionar sobre el hecho de que nada en el Universo
es causa de sí mismo. Todo ser recibe su existencia de otro distinto a él, que
a su vez la recibe de otro y así se crea una cadena de seres que se causan los
unos a los otros. Tú, por ejemplo, no decidiste un buen día empezar a
existir, sino que fueron tus padres los que te dieron la existencia y a ellos, a
su vez, tus abuelos y, así sucesivamente, hasta que, si nos remontamos al
principio, nos encontraremos con un ser que es la causa de todos los seres,
pero que a su vez no tiene ninguna. Si existe el Universo, también ha de
hacerlo su creador... Si existe un cuadro que no se ha podido pintar a sí
mismo, también ha de hacerlo un pintor... ¡Tachán! El conejo ha vuelto a
salir de la chistera. El problema de estos argumentos diseñados por Tomás
de Aquino y conocidos como las «cinco vías» es que se basan en una
imagen del Universo y en una física que están ya superadas.

Un diseñador inteligente, un Boeing 747 y un ojo humano

Muchos creyentes argumentan la existencia de Dios de una manera muy


parecida a como lo hacía Tomás de Aquino: defienden que ciertas
características del Universo y de los seres vivos se explican mejor por la
existencia de una causa inteligente que por un proceso ciego como la
selección natural. El Universo tiene que haber sido diseñado por alguien. El
astrofísico británico Fred Hoyle (1915-2001) hizo el cálculo de la
probabilidad de que hubiese vida en la Tierra y el resultado es de alrededor
de 1 entre 1040000. Es decir, la probabilidad de que la vida en la Tierra surja
por azar es comparable a la misma que existe de que un tornado pase sobre
un montón de chatarra y monte un Boeing 747. La vida tal como la
conocemos depende, entre otras cosas, de al menos dos mil enzimas
diferentes. ¿Cómo pudieron unas fuerzas ciegas combinar los elementos
químicos correctos para construir esas enzimas?
Otra prueba de la existencia de Dios sería tu ojo, porque una cámara
tan compleja y maravillosa no puede ser fruto del azar. Tu ojo se parece a
un telescopio de la más alta calidad, con una lente, un foco ajustable y un
diafragma variable para controlar la cantidad de luz. No hay duda de que el
ojo parece haber sido diseñado; ni los mejores ingenieros de Tesla podrían
hacer un trabajo tan sofisticado. Pero, entonces, ¿cómo pudo este
instrumento maravilloso haber evolucionado por casualidad a través de una
sucesión de eventos azarosos? Sin duda, hay un Dios responsable de éste y
otros espectaculares diseños.
Al filósofo escocés David Hume (1711-1776) nunca le convencieron
este tipo de argumentos. En el Diálogo sobre la religión natural, una obra
que le causó muchos problemas, defiende la idea de que del hecho de que
este Universo «parezca» estar diseñado por Dios no podemos deducir que
en efecto sea fruto de su intervención y, por tanto, que Dios exista. Este tipo
de argumentos se basan en una analogía: se comparan dos cosas diferentes,
se señalan algunas semejanzas entre ellas y se concluye que cierta
característica de una debe estar presente también en la otra; porque si dos
realidades son parecidas en uno o más aspectos, entonces lo más probable
es que también existan entre ellas otras similitudes. Un ejemplo de
razonamiento por analogía es éste:

• Cuando administramos adrenalina a un gorila se incrementa su ritmo


cardíaco.
• El sistema circulatorio de los gorilas es similar al de los seres humanos.
• Por lo tanto, la adrenalina debe incrementar el ritmo cardíaco de los
humanos.

Como puedes observar en este ejemplo, tenemos datos empíricos de


los dos casos que se comparan: los gorilas y los humanos. El problema
identificado por Hume es que el número de casos observados del supuesto
diseñador inteligente es cero (hemos avistado muchos gorilas,
especialmente en las reuniones de vecinos, pero de momento, que se sepa,
nadie ha visto a Dios); por tanto, este argumento es una analogía que no
debemos aceptar.

Jugar al póker con Dios

El filósofo y matemático francés Blaise Pascal (1623-1662) era una


auténtica máquina en los juegos de azar; los ganaba todos. Su gran
contribución a la matemática fue el cálculo de probabilidades, que
desarrolló para ganar siempre en cualquier juego y no para que los
estudiantes de bachillerato resolviesen problemas absurdos y desconectados
de la vida en sus exámenes. La afición de Pascal al juego era tan grande que
se enfrentó al problema de la existencia de Dios como si fuese una apuesta.
Imagina que estás en un casino, en plan James Bond, con una copa de dry
martini en una mano y una ficha de juego en la otra. Frente a ti hay una
especie de ruleta francesa, pero sobre la mesa, en vez de apuestas al rojo y
al negro, tienes otras a «Dios existe» y «Dios no existe». La idea de la que
parte Pascal es que no tienes forma de saber a priori si Dios existe o no, de
la misma manera que es imposible saber antes de un partido Madrid-
Barcelona quién es el que va a ganar: hasta que estires la pata, no conocerás
si ganó el equipo de los ateos o el de los creyentes. Tienes un 50 % de
probabilidades de acertar, pero eso no significa que tengas que apostar a lo
loco, porque si analizas cuidadosamente las posibilidades caerás en la
cuenta de que una de las dos es más ventajosa que la otra:

• Si apuestas a «Dios existe» y no aciertas, tras tu muerte realmente no


pierdes ni ganas nada. De hecho, ni te enterarías de que has perdido.
• Si apuestas a «Dios existe» y ganas, te toca la lotería porque vas al cielo
de por vida a disfrutar, a olvidarte de trabajar y a no pagar más
impuestos.*
• Si apuestas a «Dios no existe» y ganas, tampoco obtienes realmente
nada porque no te vas a enterar de que acertaste. Recuerda que si hay
algo seguro es que no existe un cielo para ateos.
• Si apuestas a «Dios no existe» y pierdes, ganas una tortura en el
infierno, un sitio que el filósofo inglés Bertrand Russell definió como
«un lugar donde la policía es alemana; los conductores de automóviles,
franceses, y los cocineros, ingleses».

La conclusión a la que deberías llegar si tienes dos dedos de frente es


que ser ateo no merece la pena. Pascal está de acuerdo con muchos en que
ir a misa, dar limosna y seguir el resto de las normas que nos impone la
Iglesia es un rollo, pero es la mejor inversión que podemos hacer porque
hay poco que perder y mucho que ganar. La cuestión es que parece ser que
Pascal no tuvo que esperar a su muerte para comprobar que había ganado.
Cuando ya estaba fiambre le encontraron una hoja de pergamino cosida a la
ropa con un texto que se conoce como el Memorial, en el que cuenta que
una noche de 1654 tuvo una experiencia religiosa en la que se encontró con
Dios y descubrió que nada tenía que ver el Dios de los filósofos con el de la
fe, porque a Dios no se llega por la razón, sino por el corazón. No se puede
demostrar a Dios como si se tratase de un teorema matemático, porque a
Dios se lo siente. El Dios del Antiguo Testamento es el Dios del poder; el
del Nuevo Testamento es el Dios del amor, y el Dios de los filósofos es una
idea que se descubre a través del ejercicio de la razón. Este Dios aparece al
final de un razonamiento como la conclusión final de un problema de
matemáticas.

Tomar una taza de té con Dios

En el otro lado del ring nos encontramos con un grupo de filósofos que
creen que es imposible demostrar que Dios exista. Entre todos ellos destaca,
con el calzón azul de la Universidad de Cambridge, el capitán de los ateos,
el filósofo, escritor y matemático, el premio Nobel de Literatura: Bertrand
Russell (1872-1970). En 1952, una revista le encargó un artículo en el que
expusiese su opinión y sus argumentos con respecto al problema de la
existencia de Dios. Allí Russell expuso el que sería conocido como «el
argumento de la tetera». Por supuesto, el artículo no fue publicado y cuando
lo leas entenderás por qué:
Si tuviera que sugerir que entre la Tierra y Marte existe una tetera china girando
alrededor del sol en una órbita elíptica, nadie sería capaz de rechazar mi afirmación si
hubiera tenido la precaución de añadir que la tetera es demasiado pequeña incluso para que
la capten nuestros telescopios más potentes. Pero si yo dijera que, dado que mi afirmación
no puede ser rechazada, es intolerable la presunción por parte de la razón humana de dudar
de ella, se pensaría que estoy diciendo tonterías. Si, sin embargo, la existencia de dicha
tetera estuviera afirmada en libros antiguos, se enseñara como sagrada verdad cada
domingo y se inculcara en las mentes de los niños en la escuela, la vacilación para creer en
su existencia sería signo de excentricidad y quien dudara de ella merecería la atención de
un psiquiatra en un tiempo ilustrado o de un inquisidor en tiempos anteriores.

Dios es un ser fruto de una esquizofrenia colectiva transmitida de


generación en generación por la religión. Pero no corresponde al ateo
refutar su existencia, muy al contrario, es el creyente el que tiene la
responsabilidad de demostrar lo que afirma. Si alguien afirmase que existen
duendes y hadas, estaría obligado a presentar pruebas de ello, y si para
zafarse de esta engorrosa responsabilidad te dijese que eres tú el que debes
demostrar que no existen, debes hacerle ver que está utilizando una
retorcida y manipuladora retórica. Recuerda que es el que afirma quien está
obligado a demostrar sus aseveraciones.

No hay razones para creer en Dios, por eso creo

El filósofo danés Søren Kierkegaard (1813-1855) estaba de acuerdo con


Russell en que no hay ninguna razón para creer en Dios, pero para él ésta
era precisamente la clave para ser un auténtico creyente. La fe es una
experiencia irracional: no se puede comprender, tan sólo se puede sentir y
vivir. La fe es una pasión, es un «salto al vacío» que siempre estará
acompañado por la duda. Para tenerla es necesario dudar. Si pudieses captar
a Dios con tus sentidos o probar su existencia mediante la razón, no tendrías
fe sino evidencia. Tener fe no es creer en la inmortalidad, sino en algo
absurdo. La fe nos pone ante un precipicio y nos invita a saltar.
En la película Indiana Jones y la última cruzada (Steven Spielberg,
1989), el famoso arqueólogo de ficción tiene que pasar por una serie de
pruebas para hacerse merecedor del Santo Grial y poder salvar con él la
vida a su padre. En una de ellas se encuentra frente a un precipicio y un
viejo libro le indica que tiene que realizar un salto de fe para cruzarlo. En
cuanto levanta el pie y da el paso, toca suelo firme. Donde sólo parecía
haber vacío, surge un nuevo camino que conduce a la salvación. Para Søren
Kierkegaard, aunque no hay razones para tener fe, creer da sentido y
significado a la vida. La fe es una razón para vivir. Las personas creyentes
sienten una plenitud en sus vidas y una fortaleza que no conocen aquellos
que no pueden creer. Como te diría Kierkegaard: debes encontrar una
verdad que sea cierta para ti, una idea por la cual puedas vivir y morir.
La película francesa De dioses y hombres (Xavier Beauvois, 2010)
narra la vida de unos monjes cistercienses que viven en un pueblecito de las
montañas del Magreb en armonía con sus hermanos musulmanes. La guerra
civil estalla en Argelia y el ejército los invita a huir porque no puede
garantizarles su seguridad ante los continuos ataques de grupos
fundamentalistas. Los monjes deciden renovar su compromiso con el
pueblo y aceptar su destino. En la cinta hay una escena que ilustra la idea
que Kierkegaard tiene de la fe. Una adolescente del pueblo acude a uno de
los monjes para preguntarle por el amor.
—Pero ¿cómo sabes si estás enamorado de verdad? —pregunta la joven.
—Algo en tu interior se emociona —responde el viejo monje—. La presencia de ese ser
lo descontrola todo y hace que el corazón normalmente se dispare. Y... hay una atracción,
un deseo... Es algo muy bello. Así que no hay que hacerse demasiadas preguntas, es algo
que surge sin más. Estás normal y de repente llega la felicidad, la esperanza de la felicidad.
Pasan muchas cosas. En fin, es una turbación, una gran turbación, sobre todo la primera
vez. [...]
—¿Tú has estado enamorado?
—Sí, varias veces, hasta que un día conocí otro amor, uno aún mayor. Así que acepté la
llamada de ese amor, hace mucho tiempo ya, más de sesenta años.

Razones poéticas para creer en Dios

La filósofa española María Zambrano (1904-1991) rezaba todos los días


porque para ella no eran incompatibles el pensamiento y la fe. Para
Zambrano existen dimensiones del ser humano que no se pueden explicar
mediante la razón científica. Si queremos conocer plenamente lo que
somos, debemos sumergirnos en nuestra alma. Para llevar a cabo ese viaje a
las profundidades de nuestra alma se requiere otro tipo de razón que
Zambrano llamó «razón poética». No sólo la biología o la historia explican
al hombre, sino que la poesía también lo hace: un poema puede definirnos
con la misma fuerza que una teoría científica. Razón y poesía no son
incompatibles, porque el ser humano no posee una única dimensión. No
sólo tienes un cuerpo o una razón, sino que también posees una dimensión
espiritual. «Lo divino» es una necesidad en el ser humano, aunque hay que
entenderlo en su sentido más amplio y no reducirlo al dios de una religión
concreta. Si quieres llegar a realizarte, deberás desarrollar todas tus
dimensiones, incluida la espiritual. El ser humano es un proyecto y sólo
podemos completarlo con la fe: Dios es una necesidad para el hombre; sin
Él no podemos llegar a realizarnos plenamente. Razón y fe se
complementan. La filosofía lleva a Dios porque nos invita a preguntarnos
por Él. Al buscar respuestas a estas preguntas, la práctica de la filosofía nos
conduce a descubrir en nuestro interior al Dios que todo ser lleva dentro.

El espejismo de Dios

El biólogo evolutivo Richard Dawkins (1941) publicó un ensayo en 2006


titulado El espejismo de Dios en el que se declaraba abiertamente ateo,
defendía que creer en Dios es tan irracional como creer en duendes y
postulaba que las religiones han sido la causa de los mayores males del
hombre.* En el prefacio de esta polémica obra, Dawkins te invita a salir de
una vez del armario:
Sospecho —bueno; estoy seguro— que existen montones de personas allá afuera que
han sido criadas conforme a una religión u otra, y que están infelices con ella; no creen en
ella, o están preocupadas por las maldades que se hacen en su nombre. Personas que
sienten vagos impulsos de renunciar a la religión de sus padres y desean poder hacerlo,
pero simplemente no saben que renunciar es una opción. Si es una de ellas, este libro es
para usted, ya que tiene la intención de volverlo consciente de que llegar a ser ateo es una
aspiración realista, además de valiente y espléndida. Usted puede ser un ateo feliz,
equilibrado, moral e intelectualmente satisfecho.

Cuando una persona sufre delirios, denominamos a esto locura. Si


mucha gente sufre el mismo delirio, lo llamamos religión. Dawkins trata la
creencia en Dios como una hipótesis científica más y la somete a análisis.
La primera idea que expone es que no le corresponde al ateo demostrar la
inexistencia de Dios, sino que debe ser el creyente el que presente las
pruebas. Si tú afirmas que crees en las hadas, eres tú el que está obligado a
ofrecer pruebas. ¿Qué evidencias hay de la existencia de Dios? Ninguna. El
agnosticismo tampoco es una opción. Imagina que alguien dedujese que,
como no se ha podido demostrar la existencia o inexistencia del Ratoncito
Pérez, debemos concluir que puede que exista o no, y que en el fondo es
una opción personal.
Las teorías científicas van haciendo cada vez más innecesaria la
hipótesis de Dios. Por ejemplo, la teoría de la evolución por selección
natural demuestra que no se necesita ningún creador para explicar el origen
de la vida en la Tierra.
Pero la religión, además de ser una hipótesis falsa, es la fuente de
grandes males: los fanatismos, la homofobia, el machismo, el rechazo
continuo de la ciencia... En Estados Unidos se usó la Biblia para justificar la
esclavitud, con el argumento de que los pueblos africanos eran
descendientes de Cam, el hijo que Noé maldijo. El Génesis cuenta que Cam
pilló a su padre borracho y desnudo, y salió a contárselo a sus hermanas.
Cuando Noé se enteró de esto, lo maldijo a él y a toda su estirpe y dijo que
serían esclavos de los descendientes de su otro hijo. Gracias a esta bonita
historia, los pueblos europeos se sintieron legitimados para masacrar y
esclavizar a los africanos. Deja de rezar, abandona esta locura compartida y
comienza a ser plenamente feliz, o no.

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