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para lograr la inmortalidad ‘'y otras teorfas COLECCION Ricardo Castrorrivas TEORIA PARA LOGRAR LA INMORTALIDAD ~ Y OTRAS TEORIAS = = Coleceién Trigueros de Leon ‘Volumen n.* 15 Primera edicion: Direceién de Publicaciones del Ministerio de Educacién, 1972 ‘Segunda edicién: Direccién de Publicaciones e Impresos, Secretaria de Cultura de la Presidencia, Gobierno de la Republica de El Salvador, 2012 ISBN 978-99923-0-232-3 © Ricardo Castrorrivas, 2012 © Para esta edicién: DPI, 2012 Imagen de portada: René Figueroa Disefo de portada: Juan Marcos Leiva Diagramacién: Carlos Benjamin Galdamez Escalante Correccién de estilo y edician: Natali Gonzilez Martinez, Américo Pleitez, Xenia Duran Ortiz 863 S161e Castrorrivas, Ricardo; 1938. ‘Teoria para lograr la inmortalidad y otras Sv teorias / Ricardo Castrorrivas. —2.*ed.—San Salvador, El Salv.: Direccion de Publicaciones Impresos (DPI), 2012. 108 pp.; 18 cm — (Trigueros de Leén, v. 15) ISBN 978-99923.0-232-3 1. Cuentos salvadorenos. 2. Literatura salvadorefia 1 Titulo. Impreso en los talleres de la DPI V7 ay. Sur, n.° 430, San Salvador, El Salvador, C. A. ‘Yoln (609) 2222-9152, 2271-1806, 2222-0665; Fax: (503) 2271-1071. NOTA DE PRESENTACION EL LAPIZ Y EL SER “tee para lograr la inmortalidad y otras teorias, de Ricardo Castrorrivas (San Salva- dor, 1938), aparecié originalmente en 1972 bajo Ja coleccién Nueva Palabra de la Direccion de Publicaciones e Impresos (DPI). Original, pro- vocador, alucinante, el libro inmediatamente gané adeptos entre los que buscaban una nue- va manera de escribir y sentir la literatura en El Salvador. Sus relatos 0 microrrelatos —sue- os, pesadillas, infiernos, locuras urbanas— se disparan filosos como imprecaciones, movidos por una corriente poética fresca, impetuosa. Tal parece, afirmaba Mercedes Durand un aiio des- pués de la publicacién del libro, que “Castrorri- vas trabaja sus breves historias con personajes salidos de una mente endiabladamente rica’. e La poetisa agreg6 que el autor de Teoria habia logrado expresar a grito pelado la alienante situacién del hombre de su tiempo. éY qué tiempo era ese? La aparicién del libro coincide con la entrada en crisis del mo- delo autoritario en El Salvador. Una eleccién fraudulenta, un fraude defendido con bayo- netas, abre las puertas de par en par a la irrupeién de la guerrilla. No causa la apari- cin del movimiento armado, pero lo justifica, al menos desde la légica de quienes creian que sin las armas no podia haber un cambio so- cial y politico profundo en El Salvador. Uno de los textos de Teoria, “Crénicas del segador’, acompana la marcha nocturna de una colum- na guerrillera que alcanza las cimas de una cumbre justo antes de la salida del sol. Pare- ciera el presagio de los tiempos que vienen. Y, sin embargo, atin este texto no deviene en glo- rificacion del fusil: el episodio termina en una cayerna con “un concierto gigantesco de mi- lares de organos fantasmales, como un coro inmenso de lobos demenciales, como un alud de condenados rodando montafia abajo A pesar de que Castrorrivas fue militante (a la par de Roque Dalton, y con él igualmen- te bohemio), ni sus cuentos ni su poesia se ponen al servicio del proyecto revolucionario. 8 ‘Su ojo cosmogénico esta abierto hacia toda la experiencia humana, incluso la milenaria, y es~ pecialmente la que se devana entre la realidad y el suefnio —o la locura—. En tal sentido, esta obra esta mas cerca de Alfonso Quijadurias y Los estados sobrenaturales que de Dalton. El otro centro de gravedad de su produccién es el amor, el tema de su poesia en Ciudades del amor y en Todo amor, publicados por la DPI en 1977 y 2009 respectivamente; y en Pala: bras de mujer, producido por el proyecto edi- torial La Cabuda Cartonera en 2009. Castrorrivas pertenecié al grupo Piedra y Siglo, mutrido predominantemente de jovenes estudiantes de la Universidad de El Salva- dor (UES), entre ellos Rafael Mendoza, Uriel Valencia y Luis Melgar Brizuela. Su sede fue el campus universitario, un espacio que se cerré el mismo ano en que se publicé Teoria, cuando el Ejército cups ese centro de estu- dios. A diferencia de los otros miembros del grupo, Castrorrivas es de extraccién obrera neta: linotipista de profesién. Y autodidacta. Esta tiltima condicién quizas ayude a explicar por qué el escritor no se contenta sino con un Ienguaje elaborado en sus propios términos, que prescinde sin esfuerzo de todo lugar co- min. Teoria para lograr la inmortalidad y otras 9 teorias es un ejercicio constante de audacia y experimentaci6n con las palabras. La hermo- sura de sus textos resalta en pasajes como este: “Qué hora de homicida senti en aquel momento, porque Tere seria el gran poema si se la pudiera poseer en un lecho mortuorio, con la cabellera desparramada en las sabanas como negra tormenta destruyendo la nieve". Castrorrivas no es un escritor prolifico, su ritmo de producci6n no es el de las maquinas de tortillas o de best-sellers. En todo caso, se le puede considerar un autor de culto. Dicho esto, en este libro nos ha dejado un material de gran belleza, siempre joven, siempre vigente. Su obra es teoria sin teoria, libre de intencio- nes programaticas. “El momento cumbre que existe entre el lapiz y el ser”, dice en uno de sus relatos, como explicando —sin explicar— la obra que nos entrega. Su calidad de clasico obliga a la DPI a reeditarlo, esta vez en la co- leccion Trigueros de Leén, a la par de Miguel Angel Espino, Masferrer y Salarrué. 10 A los muertos, los tinicos que conocen la otra orilla del sueno... TEORIA PARA LOGRAR LA INMORTALIDAD Ey toda su vida lo persiguicron dos recuerdos. Uno, cuando escuché a su pa- dre decir aquella frase cuast lapidaria: “PIENSO, LUEGO EXISTO”. El otro arrancaba de cuando murié su madre, pobre mujer esquizofrénica, que en su agonia gritaba: “No quiero morir... No quiero morir...”. Y asi transcurrié su vida, atormentado por la insoluble dualidad: la Vida y la Muerte; al extremo de temer ala muerte de manera exagerada y deseando ardientemente Ja vida eterna. Alguien le aconsej6 que leyera filosofia para solucionar su problema, Desgraciada mente, el primer libro que lego a sus manos fue aquel donde Descartes afirma aquella fra. se que hirié su mente cuando nifio: “PIE SO, LUBGO EXISTO". Y ante su miedo invencible a la muerte, confusamente encontré la panacea: “SI PIENSO —dijo—, EXISTO... LUEGO, PARA NO MORIR, SEGUIRE PENSANDO... PENSANDO...”. Has- ta que se petrifico... Hoy le aman Elpensador de Rodin... 14 ‘TEORIA PARA MORIR INEDITO Castillo de Windsor, Cardiff, pais de Gales. Ee dijo: “Sefores, este gran hom- re ha muerto de miedo. Su coraz6n no pudo soportar quién sabe qué terror descono- cido.... Y se marché, dejando estupefactos a los familiares de lord Windsor, quienes se pre- guntaban: “Cémo es posible que Edward haya muerto de miedo”. “Es inconcebible —decia lady Whitehouse—, él sabia de memoria los cuentos terribles de Poe y los relataba en noches de tormenta sin inmutarse”. “Cierto —apuntaba sir Welles—, precisa- mente él fue quien un martes trece, a mediano- che, me invité al cementerio para leer poemas, alumbrados por una vela que habia traido de Haiti". 15 “Ciertisimo —reafirmaba lady Windsor—, y es por eso que no puedo creer que haya muerto de miedo. El mismo instalé en la mansién de Lancaster los artefactos diaboli- cos que hacia funcionar cuando teniamos de visita a las histéricas hijas de lord Windsor...”. “Si, cierto —afirmaban una vez mas todos los presentes—, Edward era valiente; de eso no debe cabernos ninguna duda... Jamas co- nocié el miedo...” Horas mas tarde, cuando limpiaba el escritorio de su amo, el viejo sirviente negro encontré unas cuartillas inconclusas que comenzaban asi: “CUENTOS DE TERROR, por lord Windsor...”. TEORIA PARA SALVAR POETAS, A Pipo Escobar Velado y Orlando Fresedo. ra sabado, hermano. Todos los tuyos y los :mios. Hasta los traidores, los que negaron tu sombra y bajo ella amparados. Todos. La es- posa y los hijos. La novia perdida. Todos en lanto atrapados. Llovia, y en los rincones, tibias madres dormian a sus nifios. 2Falt6 alguien? No, nadie ausenciaba. Era la completez humana y curiosa. Poco a poco, él Hanto escamps. Sonrieron algunos. Cuchichearon otros. Sefioras respe- tables levantaron falda y tras ellas marcharon muchachas frescas. Te fijaste en ello o también en ese momento fuiste distraido? Si que ha- bian caras. La nifa curiosa pidié ver un poco. Es muy alto —dijo—. Y la alzaron. 17 Cerca de la medianoche, los mas atrevidos pidieron algo. Otros, por cortesia, se nega- ron. Después, todos llamaban a Rosita fami- liarmente. Contaron chistes hasta hartarse. Vos sabés que yo no podia reirme. Cerca estaba mi esposa. Ya no Horaba, por eso pude verme claramente en sus pupilas. Pa- recia que el tiempo se hubiese detenido. Casi todos estaban tranquilos. Hasta comieron con apetito. Para mi era imposible comer, aunque deseaba ardientemente un buen café. Solo observaba. Mi madre, estatica, mirabame en silencio. Mi padre no estaba; un dia se fue de viaje y no volvié. Hoy recuerdo que siempre olia a madera mojada. Mi hija loré al murmurar papa. Escuchaba su Ianto como dentro de un tinel. En el patio, Rosita estaba alegre en medio de tres desconocidos que bebian, lo cual me molest6, sin embargo, no dije nada. Vos tampoco hubieras dicho nada, nada. Nosotros somos asi, entonces. Y, ademas, ya no me importaba. ‘Aunque vi cosas absurdas, oi tonterias, conoci hipocresias, escuché mentiras y confi- dencias, senti lagrimas y lauros inmerecidos, como también calumnias y traiciones, ya no 18 me importaba. Vos sabés muy bien eso. Vos lo viste y sufriste. Qué nos importaba ya. Qué nos importa ahora, si no hay remedio para ello. Alegrate de verme, hermano. Por fin, vos y yo ya estamos en el cielo... 19 TEORIA PARA SALVAR ESPEJOS n el tinico espejo que habia en el castillo de Ab-Ramén, ciudad del reino de Ibn Al Khartaar, Abud Al-Raschid, el Irascible (sultan, gran visir, enviado de Ala, consejero privado de todos los sultanatos de la regién, amo y sefior de los bazares del reino, duenio de los mejores rebarios de camellos y el-mas-fiel-intérprete-del- Coran), vio reflejada su imagen. Esta sonreia serenamente, ausente de problemas. Intriga- do, Abud Al-Raschid pregunts a la imagen: —ePor qué sonries? —Soy feliz —dijo la imagen. Iracundo, Al-Raschid lanz6 un jarrén contra el espejo. La imagen, trizada, cayé al suelo como hielo quebrado. 21 Momentos después, el sultan exhalaba el ultimo aliento... A los cortesanos extrano grandemente la placida sonrisa que Al-Raschid tenia en los labios... NUEVA TEORIA PARA SALVAR ESPEJOS rimero se quité las alas... Después, la clamide; luego, el halo... Al verse desnudo —resplandeciente— en el espejo, se convencié E de que continuaba siendo un angel... eee 22 23 my TEORIA PARA ODIAR A LOS GATOS Ss” Roberto Beltran, secretario munici- pal de este distrito, y lo que les contaré esta noche esta cenido estrictamente a la verdad (...fue algo terrible... y todo por culpa de aquella mujer... Sucedié un dia viernes. Yo estaba por salir de la oficina del cabildo cuando Ileg6 hasta alli un nutrido grupo de gentes que, a gritos, pedia algo. Supe al fin —al entender su baratinda— que necesitaban las Haves del mercado. Azorado, les dije que con todo y ser el secretario municipal no las tenia en mi poder. Ni el sindico. Ni el sereno. Ni los habituales guardianes del mercado. El alcalde era el tnico que las maneja- ba, por excesivo celo en el desempeno de sus funciones o por desconfianza. Ante el apre- mio de la turba, opté por llamar al alcalde por 25 teléfono y referirle el caso, y me contesté que €l tampoco las tenia. Su mujer —mas fiel que él mismo— guardaba las Iaves y, para colmo, ese dia estaba fuera de casa. Mientras él lo- calizaba a tan responsable matrona, me envié como representante suyo para que averiguara el suceso. Corri al susodicho sitio y lo que vi me asust6. Una muchedumbre frenética golpeaba las puertas del mercado queriendo romperlas, sin resultado alguno. Al identificarme como fun- clonario municipal, las gentes me pidieron las laves. Cuando les dije que no las tenia, casi me linchan, echandome en cara el descuido de las autoridades municipales. Yo, para pro- teger la reputacion de mi jefe y la mia propia, no dije nada de lo sucedido con las benditas laves, Un mocetén se disponia a cobrar la c6- lera popular en mi persona cuando un Ilanto infantil lo paraliz6. Eran gritos de ninos... No habia duda: estaban encerrados en el interior del mercado... Yo mascull ‘Qué descuido de maares...”. Y de nuevo los golpes en la puerta, querien- do derribarla. Y nuevamente los improperios, las amenazas, los anuncios de que los proxi- mos votos serian en contra del partido del alealde. Mi angustia no encontraba limite, 26 "| pues aquella gente estaba al borde de la lo- cura y yo era el tinico chivo expiatorio en las cercanias... Quise escabullirme, pero el nifio-gigante me cogié por las solapas, y cuando se dispo- nia a golpearme, un alarido lo inmoviliz6. Bra un grito desgarrador. La gente se aparté y dio paso a una mujer desgrefiada, con los ojos desorbitados, que gritaba: “Mis hijos... mis hi- jos”, y arafaba la puerta, en un intento inutil por abrirla. Esta escena fue suficiente para desbordar los instintos de la turba. La mujer y sus gritos afuera, y el anto de los ninos adentro, bastaron para que aquel energame- no que me sujetaba me lanzara al suelo de un pufietazo. A duras penas me levanté, y cuan- do el tipo se disponia a golpearme otra vez, aparecié el alcalde, sudoroso pero con aire de triunfo. Traia las Iaves consigo. ‘Al abrir el mercado, la muchedumbre se precipité hacia adentro, en busca de los ni fos. Y fue aqui donde nacié mi odio: los tales nifos Horones eran una pareja de gatos en celo. Y la que se decia su madre, una pobre loca que todavia deambula por los mercados preguntando por sus hijos... ay TEORIA PARA NO MORIR (10:00 p. m.) © sabia: era un cobarde, irremediable- ente... Cuando los coros rompieron el espacio amargo de su sollozo, sintié una chis- pa de valor. Cogio el revélver y disparé... El espejo donde se copiaba su imagen se rompi6 en pedazos... (9:40 p. m.) “No tenés otra alternativa que morir... Sos un cobarde y no podés ocultarlo... En cier- to modo, la muerte es la liberacion definiti- va. No, ni recordés siquiera a Werther; él si fue todo un hombre... gRecordas aquello del Fausto: “Solo es digno de la libertad y de la vida aquel que sabe cada dia conquistarlas”? éY vos cuando fuiste a su conquista? Bebé. 29 Embriagate, tal vez te perdas en la niebla y encontrés el valor necesario para apretar el gatillo del revélver. Sera tan facil como abrir una ventana o cerrar una puerta. Bebé. Embriagate escuchando por vez Ultima a Beethoven... Olvidate del calor universal que brota como manantial de la Novena Sinfonia... Leé a Kierkegaard, a Schopenhauer y, si que- rés, a Nietzsche... Pero despedite de la vida... Decile adiés... Despedite...”. Y bebia y loraba el pobre Sergio. Habia terminado su mondlogo, y al tratar de hablar nuevamente, un sollozo largo y profundo le estrangulé las palabras... 30 ‘TEORIA PARA QUEDARSE SIN NOMBRE Cc . el abuelo agonizaba, todos sus hijos estaban presentes. La risa, compafiera in- separable de todos ellos, ausenciaba en aquella alcoba. Esperaban, pues sabian que lo que él dijera debia ser respetado como un testamento. Tenjan que cumplir su ultima voluntad, como era costumbre en la familia. Ademas, el abuelo era el grande. El patriarca. Su palabra era ley... ‘Todos esperaban ansiosos sus palabras sagradas. ‘A duras penas, el abuelo hablo... Al retor- nar el silencio, los cuatro hermanos se mira- ron entre si, espantados “No, Eso no puede ser. Es una locura. El abuelo quizds esta loco. Debe ser la ultima broma de su vida", dijeron. Sin embargo, era el tiltimo deseo del gran abuelo y tenia que ser cumplido para honor de la familia... En momento tan decisivo, casi lorando, hablé Groucho y dijo: “Pero, herma- nos, gcémo le voy a llamar Carlos a mi hijo, precisamente cuando vivimos los tiempos de McCarthy?”. 32 TEORIA PARA ODIAR A LOS EMPERADORES nnegablemente, era una extrafa sociedad aquella. De lo contrario, Boris Goldriver no huubiera realizado tal hazafa. Digamos en su favor que era alto, rubio, fornido y de fuerte mirada, ademas de ser muy listo, atributos que contribuyeron para que un dia soleado comenzara a cobrarles a todos sus vecinos la luz del sol. ¥ como pagaron todos los habitantes de aquella extrafia sociedad, se ensoberbecio. Se hizo lamar Boris I, Hijo Dilecto del Sol, y co- menz6 su imperio... Nadie dejaba de pagar el impuesto. Un dia, el sol no alumbré. Sin embargo, el rubio Boris siempre cobré el diario tri- puto a sus stibditos. Estos, ante semejante 33 arbitrariedad, se enfurecieron y entre todos lo mataron... Al dia siguiente, el jefe de los siquiatras traté de averiguar quién habia ultimado a Boris. Pero todos los habitantes de aquella extrana sociedad habian vuelto a su habitual locura. 34 1 RRA agg ( ‘TEORIA PARA MORIR EN SILENCIO A Francisco Gavidia. (hipécritas ratas de oficina hombres corcho siempre a flote aunque se hunda el gobierno de turno siempre en busca de una oportuni- dad para salir fotografiados en los periédicos y ensefiarlo orgullosos en el vecindario véanme los ojos y comprendan que los desprecio por serviles por mediocres por ignorantes uste- des que jamas aprendieron a decir no por qué no se van y me dejan en paz vayanse con su baba y sus lisonjas donde son bien pagadas no quiero nada de ustedes hombres multiples en las elecciones fraudulentas escribidores a sueldo cuando hay que justificar un golpe de Estado invertidos en potencia pues ya se can- saron de todas las gamas sexuales usureros falsarios marchense comprendan las miradas 35 de mis ojos no quiero nada para qué hoy Ilegan contritos a darse taco diciendo que el supremo gobierno reconoce la obra meritoria de un gran- de hombre y traen medicinas médicos libros las Ilaves de una casa del Instituto de Vivien- da y también los reporteros los fot6grafos las Damas del Buen Corazén y yo no quiero nada vean mis ojos mirenme creen que estoy feliz si los oigo esa vieja viciosa dice que adivina en mi rostro el agradecimiento y no es cierto lo que quiero es que se vayan Iéanme bien los ojos no quiero nada ya para qué lo que deseo es tranquilidad a la mierda la gloria las medallas al mérito los pergaminos los premios la edicion de mis obras completas los homenajes pés- tumos la pensién vitalicia para mis hijos a la mierda todo les digo con estos ojos que estan llorando de pura rabia y vos estas diciendo que loro de agradecimiento seras canalla lo que si les agradeceria es que se marcharan todos déjenme el silencio déjenme el silencio) Aqui, en el silencio de mi estudio, qué gra- to es recordar. No sé quién dijo que los triun- fos hay que disfrutarlos a solas. Y no se equi- vocaba. Decididamente estoy completo. Tengo carro, buena casa; libros, trabajo seguro en el ministerio, tres libros publicados y ahora esta novela. Ademas, buena esposa, joven y 36 adinerada. Sin embargo, hace diez afios las ¢o- sas no eran tan faciles. Tuve que interrumpir mis estudios y trabajar duro para subsistir. La situacion era desesperante... Por eso no dudé cuando se presenté la oportunidad de viajar al extranjero... ‘ (bien decia Marietta aquella vez en la Alameda Central que mis ojos jamas moririan qué dulce era desnuda a la luz de la luna cuando se mar- cho sin decir adiés la busqué desesperado por todo México pero no la encontré ni supe nada de ella por eso en mi primer libro decia A Ma- rietta in memoriam como si se hubiera muer- to quién sabe después vagabundo por Cuba y Puerto Rico segui buscandola con estos ojos que la contemplaron durmiendo desnuda con estos ojos que los estan viendo hoy a ustedes con estos ojos que los insultan y les piden que se larguen a la chingada ya basta de hablar de méritosy obras y ediciones ya vayanse no quie- ro llaves de ninguna casa feliz te sentis verdad mafiana vas a salir en primera plana con esa tu sonrisa de mazorea picada y extendiendo la mano con la que has firmado centenares de 6rdenes infamantes por qué no me miras a los ojos mirame no no te estoy agradeciendo nada es mi asco el que te grito con la mirada bien decia Marietta no moriran mis ojos es la unica 37 arma que tengo para defenderme de estos far- santes que jamas han leido mis obras léanlas alli hay suficientes muestras de que no quiero farsas lo grité muchas veces y lo escribi otras tantas sin embargo intentan cabalgar sobre mis huesos con la piitrida mentira que es el pan vuestro de cada dia si estuviera aqui Ma- rietta les leyera lo que mis ojos estan gritando vayanse sordos del alma déjenme el silencio déjenme el silencio) Entonces todo salié a pedir de boca... Poco trabajo y suficiente dinero; los weekends en Acapulco con aquellas rubias que juraban por su madre que no eran rameras... En fin, la gran vida, el acabose... Claro que hubo mo- mentos dificiles, como cuando recibi la or- den de delatar en la policia mexicana a los estudiantes que exiliaron de aqui. Fue dura la Cosa, pero yo tenia que conservar mi puesto. De no ser asi, jamas hubiera publicado mis libros. Claro que alla no causaron buena im- Presion, pero aqui la acogida fue magnifica... No puedo quejarme... Que cada quien viva como mejor le parezca... {no ven como estoy déjenme en paz hoy si se Preocupan por mi sabiendo que no puedo im- Pedirlo pero todavia tengo mis ojos para decir Para gritar para escupir sobre ustedes el asco 38 que me inspiran por eso mirenme bien los ojos estos ojos que vieron a Marietta desnuda que vieron mares y paises que han visto el hambre devorando nifios que vieron la palabra que ustedes clausuran estos ojos que se han man- chado al mirar el camino por donde ustedes transitan vayanse y déjenme el silencio hijos en mala hora concebidos aprovechadores de sirvientas vayanse y déjenme el silencio a la mierda todo nunca les pedi nada y ahora no quiero nada tampoco larguense y déjenme el silencio déjenme el silencio) Yo, por mi parte, me considero feliz... Aca- bo de publicar esta novela y la critica no es muy benévola que digamos. Sin embargo, en el ministerio me dieron una clave para darme publicidad... Mahana iré a visitar a Rosalio Gavidia, aquel magnifico poeta que conoci en México. Tuvo un accidente y ha quedado pa- ralitico y sin habla... Le llevaré mi novela y, por supuesto, levaré a los fotdgrafos para que hagan un reportaje de la entrega... 39 LOS SUENOS, SUENOS SON. uena el despertador ¢ interrumpe mi sue- io... Son las seis de la tarde. Tengo, pues, suficiente tiempo para asistir a la cita que me ha dado Daniel... A la hora exacta nos reunimos y mar- chamos en busca de un lugar apacible para celebrar su reciente triunfo literario. Por quién sabe qué razon extrana, Daniel me invita al café Italia (el mismo que vi en mi sueno recién interrumpido). Pedimos daiquiris. Luego repe- timos la orden. Y justo cuando estamos orde- nando los terceros, aparece ante nosotros un hombre de mirar sombrio, que viste un traje gris perla, corbata celeste y sombrero negro (ital como lo vi en mi sueno!). Y sin presentarse ni saludarnos, nos dice, autoritario: —Una copa, jrapido! 43 —Tome, amigo —dice Daniel—, celebre- mos mi triunfo. El sombrio toma la copa sin dar las gra- cias y comienza a beberla lentamente. Sen- tado frente a nosotros, enciende un cigarrillo sin quitarnos Ia vista de encima (jqué mirada! {Tal como en el suefiol). El miedo invademe. Bebo mi copa apura- damente. El sombrio me observa... Mientras tanto, Daniel rie feliz, sin darse cuenta de nada. Yo, para prevenirlo, le relato que todo Io que esta sucediendo en esos momentos lo habia sofiado exactamente una hora antes de reunirme con él. Sin embargo, Daniel no me cree y hace bromas sobre los suenos, el des- tino y las coincidencias. Pero yo, al borde del panico, pues el sombrio no cesa de mirarme, le digo a Daniel: —Oye, viejo, vamonos de aqui. No me gus- ta el tipo ese... Esta bien; pero seguiremos la fiesta... Salimos del café Italia y caminamos un poco. El sombrio nos sigue... Entramos al bar del Parnaso y el sombrio también (jtal como en mi suefio!). Daniel no se inquieta y ordena dos tragos. Cuando alzamos los vasos, se acerca el sombrio y dice con voz amenazante: —Una copa, jrapido! 44 Poseido por el miedo, me levanto y le grito: —Pidasela a su abuela, jdesgraciado! —y me quedo de una pieza, inmévil. El sombrio, mas rapido que mi respuesta, me agarra del cabello, saca una navaja y me la coloca en la garganta... Justo cuando siento penetrar el acero en mis arterias, suena nuevamente el despertador... DE TAL PALO, TAL ASTILLA. a nunca lo supo. g¥ cémo? Recuerdo de ‘su fugaz aventura, fue un nifio que al co- rrer de los afios habria de convertirse en un bello mancebo. Ella solo sabia que se encon- tré con él y no pudo resistirlo. Se dio entera... Después, él volvié a su nativa forma y a su mundo... Cuando el chico crecié, nada supo, ni quién era su padre. ¢Ella qué podia decir- le? Sabia tinicamente que era bello como el progenitor. Este, en la prisa por marcharse, olvid6 advertirle algo sobre la naturaleza de Jos seres de su especie, que se manifestaba —ineluctablemente— al arribar a la mayoria de edad. El muchacho se cas6 sin complicaciones. Era feliz... Mas un dia (precisamente cuando cumplia veintitin afios) despert6 sobresaltado 47 y con una extrafia sensacién en las sienes... Fue a mirarse en el espejo y, al verse unos cuernitos, dio un grito de espanto y exclam6: “Todo, menos cornudo!”. ¥ maté a su mujer. EL CURA QUE NO SE EQUIVOCO c= pasé la Tercera Guerra Mundial, mada quedé sobre la tierra. Absolutamen- te nada. Bajo ella, algunos previsores habian cavado refugios para sobrevivir, pero cuando salieron a la superficie sucumbieron a conse- cuencia de la radioactividad. Solamente una persona quedé con vida. Era un cura pueble- rino que ante la catastrofe habia perdido la memoria, Mas como todo buen propagandista comenzé a predicar: “Si sois buenos, el castigo eterno os espera. Lucifer codicia vuestras almas si seguis la senda del bien. En cambio, si sois malos, ganaréis el cielo...”. Y se fue predicando por todos los caminos hasta que las radiaciones acabaron con él y su locura. Cuando lego al | infierno —en la primera etapa de su viaje—, su mayor sorpresa fue encontrarlo vacio... ent 48 49 UN DIA DIFICIL uando subi al autobtis, me dije: “Este sera un buen dia”, y coloqué en mis la- bios una sonrisa. Me sorprendi cuando no me cobraron el pasaje. “Debe ser por la sonrisa”, pensé, sin dejar de sonreir. Cuando bajé, siempre sonriendo, aparecié ante mi Camila, mi bella amiga, y la saludé. “Quiza no me oy6’, dije, cuando pasé de largo, dejandome encendido el deseo. Era mi dia libre y comencé a vagar por las calles. Encontré a Pepe, el poeta laureado, y tampoco me salud6. Pensé: "No me extrafia que se le hayan subido los humos'. Y conti- nué caminando. ‘Al doblar una esquina, pasaba una hermo- sa rubia, terriblemente tentadora. Cual ser- piente, mi mano atacé y, jcosa extranal, ella no 51 dijo nada. Entonces comencé a sentirme raro... Pero, como era mi dia libre, murmuré: “Es dia de suerte’. Hacia calor y entré a un bar. Pedi una cerveza. “Estan ocupados, por eso no me atienden”. Esperé. La sensacion de raro me invadio. Golpeé la mesa y ni aun asi me notaron. Entonces grité. Parecian piedras; inmutables. “Yo me voy de aqui’, exclamé. Estaba a punto de Horar... En la calle, corri desaforadamente. ¥ como nadie se fijara en mi, lo raro que me invadia me poblé totalmente. Segui corriéndo aun... Me detuve cuando vi que un policia estaba multando a Pepe, el poeta laureado, por con- ducir a excesiva velocidad. “Ah, no, los poetas se respetan!”, grité. Y con todas mis fuerzas lancé un pufietazo al policia... Este ni se movié siquiera. Fue enton- ces cuando lloré. No me quedaba duda: jese dia habia amanecido fantasma! 52 ae UN APRENDIZ DE BRUJO- ‘0 recuerdo bien si fue en Budapest 0 en Praga —ciudades misteriosas y bellas— donde encontré un libro de mas de un millar de paginas que ensefiaba todas las artes bue- nas y malas: la esencia de suma astrologia, la quiromancia, teologia, alquimia, los pasos para ser artista en pocas semanas y hasta la manera de volverse invisible... Aqui, en este pasaje del libro, me de- tuve, es decir, no pasé de ahi. Al terminar el capitulo, volvi a leerlo y releerlo. El alba me sorprendia sumido en la lectura; la que continuaba al dia siguiente y al siguiente... Estaba absolutamente absorbido por tema tan apasionante. Apenas salia de casa para comprar lo indispensable para alimentarme frugalmente. Tanto estudio y poco alimento, 53 asi como la falta de sol y suefio, me hicieron enflaquecer alarmantemente, pero atin man- tenia unas fuerzas increibles para continuar leyendo. Estaba decidido a dominar el extraor- dinario método para no ser visible. Y continué estudiando. Llegué al grado de no salir de mi habitacion, y mi alimentacién consistia sola- mente en agua, pero aun asi seguia incansa- ble, escudrinando el laberintico libro... Cierto dia, lamé al posadero para que me levara la diaria provision de agua. Al llegar a mi aposento con el jarron y darle yo las gra- cias, dio un gritito y cay exanime al suelo... Yo, en cambio, prorrumpi en alaridos de ho- rror y satisfaccion... En verdad me horroricé al constatar que, en efecto, estaba en estado no visible... jHabia triunfado sobre la material Al retornar a mi estado natural, continué mis lecturas y mis experiencias. Me desmate- rializaba a voluntad y a cualquier hora y lugar de mi cuarto. Dia y noche en una solitaria orgia de inefables experimentos... Pero todavia no es- taba satisfecho. Tenia la certitud de no dominar auin tan dificil arte, por lo que opté seguir en mi tarea con la paciencia de una arafia, hasta que un dia decidi experimentar en otro sitio... Temblando de emocién, sali de mi cuarto y en la calle me desmaterialicé... Sabia que 54 esate estaba desaflando al mundo, a la ciencla y @ Dios mismo. No tenia la inteneién de hacer algo malo; a lo sumo, trataba de demostrar la razon que le asistia al autor del misterioso tratado. Ni mds ni menos que eso... Pero ya en la calle mi actitud cambio: iy es que no todos los dias se ve un hombre invisible! Y comen- cé a hacer travesuras... Me diverti de lo lindo molestando a la gente en la calle, en la igle- sia, en la universidad, y hasta legué a provo- car escandalos y pleitos en el mercado de la localidad... Cuando pasaba por el Panteén de los Héroes decidi —jhasta entonces se me ocurri6 que, siendo invisible, bien podria comportar- me como un auténtico fantasma!— atravesar el grueso muro de piedra negra... Asi, concen- tré todo el poder que tenia y marché decidido a cruzar el murallén. Mis manos lo traspa- saron cual si fuera de agua o mantequilla. Después, mi cabeza, los hombros, el trax: y ya estaba por salir al otro lado el resto de mi cuerpo cuando sucedié lo inesperado: el tron- co y las piernas se materializaron de stibito, quedando atrapado en el muro fatidico... Invoqué todos los sortilegios, todos los conjuros, y nada.., Recé y nada... Blasfemé y fue peor todavia... Entonces grité, y aqui fue 55 mayor el espanto: la mitad de mi cuerpo que sobresalia de la pared jcontinuaba invisible! Grité con mayor fuerza, hasta que acudie- ron los guardianes del pante6n, quienes al oir gritar al muro huyeron despavoridos.... Rogué y me disculpé repetidas veces con ¢l posadero para que no me echara a la calle —previa incineraci6n del libro de marras—: he vuelto a mis habituales ocupaciones; veo a la gente con desconfianza; al pasar por el mercado, miro de reojo a las verduleras, y si por desgracia paso por el muro del panteén, un delgado hilo de hielo me recorre la espalda: isiento que atin tiene algo mio entre sus frias piedras! 56 REGRESION e repente, alguien pasa y dice: “Buetar- des”... Como oigo mal, no contesto; ade- mas, estoy en el momento cumbre que existe entre el lapiz y el ser; el instante culmine que media entre la materia y el espiritu; y para no quedar aislado en un punto desconocido de mi ciclo, o atrapado en una formula de in- gredientes extrafios, no contesto el saludo al doctor Wilhelheim y dejo que mis células se corporicen tranquilamente hasta convertirme de nuevo en elefante... 87 INFALIBILIDAD DEL REFRAN ~ a primera vez que lo internaron padecia de .ples perturbaciones nerviosas. Al cabo de un mes estaba recuperado; mas recay6 con delirio de persecucién e intentos de suicidio des- pués de ver el film El crepiisculo de los dioses. Lo sometieron a sicoterapia hasta que se curé... A los dos afios, lo recibieron como a un viejo amigo en el hospital; esta vez, afec- tado de delirium trémens, desdoblamiento de la personalidad e instintos homicidas: era un caso perdido... ‘Tras trepanarle el craneo, los médicos se sintieron —al fin— satisfechos. Felices, diéronle elalta definitiva. Pero como nadie sabe para quién trabaja, en cuanto estuvo en la calle, Lorenzo sacé su fosforera y prendié fuego al hospital... 59 BREVEDAD DEL CUENTO | poe ee Uk tomé a'su hijo de la mano; sefialole la luna yemitio un grunido... 63 CRONICA DEL ALUCINADO | EH: aqui que comienzo la erénica treinta de mi viaje. Esta vez, en plenas facultades mentales, como diria mi amigo el médico. ¥ me ‘veo, como muchos mortales, sin un punto de apoyo (estoy en medio del humo...). Puéblome de fantasmas y siento poco a poco un extra- fio viaje a través de mi piel. Una petrificacion Ienta, de afuera hacia adentro, como la pose- sion del agua en la ceniza, asi, lentamente; el plomo va penetrando en mi cuerpo, dejando un vacio de plumas dentro de mi, que se des- vanece conforme avanza la petreacién hasta tener un peso gigantesco, extrafo mis sensa- ciones y saberme cayendo horizontalmente a una velocidad meteérica hacia el horizonte, con el pensamiento cargado de multiples pre- guntas y desconocidas respuestas; sintiendo 67 los sonidos como manos inmensas que me empujan suave, pero velozmente, siempre en direcci6n a ese punto que descubro de stibito, que esta en mi mismo y que se agazapa en mi cerebro, protegiéndose del humo, como si el Yo que soy Yo pudiese lastimarlo o extrafarlo de este mundo (mi mundo) y no decirle: ven- muchacho-vamos-a-caminar... ‘Tengo que soportar los osos que me velan el suefio desde lo mas remoto de la banalidad. Animales asustados por el ruido de mis pasos, con la mirada puesta en el anzuelo que tiene en las manos el alma de Emest Hemingway: ursidos asombrados de mi error evidente y mi oscura virtud. Raz6n por la cual We-wé no viaja conmigo a la misma velocidad y se queda en posesién de las pétreas costumbres donde anidaron los mas fértiles gusanos, y estrellado en mi mis- mo, no me queden ganas de seguir hablando y la lengua me la corte y la guarde en mi bol- sillo, como la muestra de que aun el pafiuelo mas sucio tiene cabida en esta bandera que se me antoja raiz de infinito y, si quiero, arbol de fatiga 0 despojo de bruma... Hasta que lega desde la niebla donde se parapetaron los fantasmas la voz de Joan Baez, y con la tibia sbana divinamente eléctrica de 68 su guitarra nos envuelve para callarnos y su- mirnos en un enjambre de ternura... Mientras, nace una insolita rojidez desde” el fondo de un barranco donde se queman pe- rros y basura, alifiados con los restos de un aborto y los uiltimos poemas de algtin: poeta frustrado... Mientras, cae desde un Arbol de zopilo- tes una pequefia lluvia de nieve que hiede a muerto... y nos callamos, para bien de los ni- fios que en esta hora beben la leche de los floridos pechos de sus madres que mantienen la mirada perdida en el horizonte, atentas al sonido del mar que se oye lontano, como el rezo de una ciudad condenada eternamente a a oracion... i La plomidez del cuetpo es interesante cuando se tiene vino y musica y el calor es desdefiado por los abanicos que han tomado actitud de mariposas en este pequefio cuarto. A mi izquierda esta Franz Kafka en un 6leo... A pesar de la serenidad de su mirada, es obvio que esta aguardando algo que terminara muy mal (debe ser algo diabélico, pues en el espejo su mirada refleja una angustia que contrasta con el 6leo). Graves profundidades lo cercan... Ocres premonitorios, sepias condenatorios y el negro augural no lo dejan en paz desde 69 que abrio las puertas de lo mas querido de si mismo para decirnos que algo esta mal en nuestras cabezas y que todavia es tiempo de mirar hacia atras y detenernos para sacarnos el cerebro y examinarlo con una lupa limpia como el alma de los nifos... Mas no hay que hacerle... Franz Kafka se me viene encima como ola de culpa, de castigo y de absolucién, ¥ no cierro los ojos: lo recibo como parte de algo que esta lenando mi cuerpo de peque- has onzas de metal, y lo siento caer dentro de mi, produciendo un sonido seco, sordo, casi plomo cayendo sobre plomo, y veo el reloj y me sorprendo cuando compruebo que el tiem- Po estaba detenido, y sin embargo esta su tic- tac como un martillo de seda empujando cé- lulas en mi propio tiempo y territorio, dejando que su invasion me convenza de que no soy mas que un granito de polen que busca su mariposa o su abeja... Cuando debiera ser que, cayendo de un anuncio de viajes espaciales hacia el césped, me encontrara —antes de la caida— con que soy el tubo de imagen de un televisor o una hormiga tenaz, empefiada en meter dentro de su agujero a un sapo muerte... Pero me quedo Piedra en loca carrera hacia el final de este siglo; ahito de inventar y clausurar fantasmas 70 con el sedoso humo de mi cigarrillo... (Franz Kafka me perdona...) ‘ Conociendo sensaciones como colores, co- sas como cuadernos, espejos como sonidos, perros como sufijos, verbos como arenas, es- pinas como ademases, tentempiés como ani- males, brindis como munecas, guaro como in- censarios, cigarrillos como alma que se lleva el diablo, usted como el mas grande espectaculo, nifios como si la vida no valiera nada, Izalco como si esto-se-acabé, miisica como la madre de todas las cascadas, Joan Baez como algo que no ha nacido todavia y que esta en mi mis- mo, jévenes como almanaques, manojos como manivelas, usted como el alma de San Juan Bautista, mi madre como algo que jamas al- canzaré, mi hermano como veleta, mis hijos como algo que me grita que por qué no me pego un tiro y dejo de hablar sobre la existencia de un futuro como bocanada de humo verde, ustedes como la mas cretina multitud, ustedes como topos, yo como —como poesia—, mien- tras ustedes dejan de alimentarse y observan mis movimientos y adivinan que no seguiré escribiendo, porque la necesidad de masticar un poco de niebla me apasiona, aunque la mas elemental regla de compasién me indique con luz roja que si no contimio explicando mis al sensaciones —a pesar de los riesgos que co- rro—, ustedes me mandaran de un tirén a la regién mas oscura de las maldiciones... Y yo no quiero, no deseo caer en ese vacio como plomo, como arena, como negro, como rojo, como fuego, y olvidense y no se desani- men, porque ahora quiero ser el que era al principio... gCual de todos? gCual de todos? Y me quito la piel, doyle vuelta y me la pongo sobre el esqueleto que tirita y compren- de que al final solo quedan las conciencias heridas, dudosas, lenando de improperios este aire que me sabe envenenado... 72 CRONICA DE LOS PERDIDOS staban bajo las velas de una casucha ro- tosa; la ventana y el techo, rotos; todo rotoso, sin preguntas. No lleg6 el angel que todos esperaban ni el simbolo que afuera aguarda pacientemente sin que lo vean, aun- que escuchen sus cascos ebainicos en la noche interminable. Mil lamas ocultan lo indecible, y ellos lo saben, mas no lo tocan, ni pueden. ¥ sin ceremoniales se alejan, no regresan, ni pueden (‘que madre no lo sepa”, dicen): des- pués, yacen inmutables. Néstor esta de rodillas: “Que desde su ino- cencia ignore todo lo que cae, aniquilandonos lentamente, sin que nadie se dé cuenta de que Jos rezos, espantados, vuelan desde el polvo hasta el simbolo atémico. Nadie oye, pero sue- nan los metales y las voces airadas. Todo esta 73 = eee éQué hacemos? Yo me quedo en silencio cuando acabe putea el eco de la postrera Abajo de la penumbra, el muchacho que fue a sorber el miedo ausenciaba. Desapare- cié cuando todos los postes se quedaron des- nudos de su lampara, en el limite mortal de la oscurana; cuando la calle loré mas adentro su negrura y las alcantarillas, con ruido ne- gro, sordo, hondo, nos hurtaron el nombre y quedamos extasiados de inmundidez, sopor- tando los sopores y los miasmas. “Pensabas en Roxana y su mutica, que estall6 en sollozos aquella noche cuando atin no inventaban el amarillo de la luna’. Y el reloj extrafio, colgando como ahorcado en la pared, atento en marcar el paso del amor y de las bestias. “Como te decia, ya no pude creer en Roxana, y lo peor: odié las muftecas hasta la pesadilla”. Néstor se levanta como idiotizado. Se des- nuda y camina de lado a lado por el cuarto: “Sacudiéndonos el alma, vemos caer al piso pe- quenas gotas de angustia que perforan el suelo repleto de moscas ahitas de flit y cucarachas satisfechas de su muerte a lo Baygén. Desnu- dos, esqueléticos, osificados hasta la sangre, nos convencemos de que nosotros no somos 74 los que éramos al principio de este rosario de inexactitudes y que, si flaqueamos un poco, nos meteran en un calabozo igualito al corazon de la salamandra; por eso debemos colocarnos en el alma una capa de armifio, adornada de Ientejuelas y luciérnagas, para deslumbrar los ojos policiacos y perforar los ojos de los ciegos hasta que madre diga “basta” y no tengamos para rebatirla, y legue entonces ¢l amor prohibido de Margo a dialogar sobre la concepcién, sobre el trabajo y la responsabill- dad, y las méscaras, y el asco, y... mientras los poetas nos embriagamos a como dé lugar para desinfectarnos un poco, sin mas argumento que “la vida es una mierda o un gusano que no acaba nunca de enrollarse y nosotros siem- pre al final del gusano, o al principio, que da Jo mismo’. Ya sin fuerzas, balbuce: “Feliz Ano Nuevo", como si estuviésemos en diciembre. Y de sus ojos caian estrellas liquidas, como moneditas, en la semioscuridad de ese amor desnudo, terrible, que sacudiase las pulgas del recuerdo. Dormia. Yo leia sus papeles: “Desde el ba- randal del vapor que me lleva tal vez hasta nunca, te escribo esta carta. Testimonio de mi mismo. Testamento que jamas legara a tus manos. Ni a tu temblor que supe en las 7 interminables noches que nos conocieron desnudos y orgullosos, omnipotentes y fe- Ices. Momento ctilmine cuando no sé si lle- gar a puerto o arrojarme por la borda”, 1962. Nunca enviada. ¥ estoy cuando nada pas6, mientras caias herido entre las rocas, gDonde quedara la puerta, si los nifios siguen naciendo desde la sombra? Y quedaste solo, herido, ignoran- te de que la carga es mucha, mientras la flor de mayo repetia su letania interminable y los azacuanes eran una larga via férrea por la que venia despaciosamente el verano. “Ahi murié”, diran... *...Es lo que te dije antes del sucio juego que le hiciste a Margo y que la oblig6 a suicidarse. Por eso te tiraste al mar con inten- tos de matarte. De no ser por el Negro, que te sacé, a estas horas no estariamos en la carcel esperando que nos torturen, sino que estarias gozando del acre sabor de la muerte, ausente del miedo que sientes cuando el carcelero gri- ta tu nombre a través de los barrotes y tu or- gullo cede aunque te diga (por si acaso) lo que dijo Fucik 0 te cite los versos de Hikmet. Y es que tienes miedo de la picana eléctrica; cuan- do te la ponen en la cabeza, tu cerebro estalla y te borra toda nocién del espacio, y quedas a merced de los sicarios. Por eso, ordénale a tu 76 mente que tiene que detenerse antes de sentir los toques eléctricos, para que tu cuerpo Se paralice y puedas seguir defendiéndote. Fijate que te lo digo en esta hora cuando la gente alld afuera camina sin saber lo que nos espera en cuanto caiga la noche y nos lamen nue- vamente para seguir (es su oficio) en la tarea de quitarnos el pensamiento, de borrarnos del mapa, de zamparnos en la cabeza que S0- mos lo malo de este mundo, de disipar ie luz que todavia enciende a ratos en el corazon. Te perdono, como te perdoné cuando trataste de huir de la guerrilla. Te perdono, y te salvaré la vida para que pagues, una vez que yo te cobre, lo que hiciste a Margo aquella vez. “Ahi murio”, dijeron los que tienen su yo encerrado en palacetes y jolgorios. Asi murio, sin que acudiera a él da flor abierta del cafeto y la catedral de marfil de la flor de izote. Mientras ella, desde su limite amoroso, desaté su cabellera que, cayendo en Iluvia de madurado trigo sobre sus senos en madurez. confes6 al viento que el pan no es comestible, ya que su muerte quedé como piedra en el amy me mira onan, teers, 0 pécimen raro enquistado en su especie; con mi cabellera larga y rebelde, mi respuesta tosca y 77 mis costumbres; el rio de nicot destilando por las fosas nasales, por la mania de fumar como los marineros nérdicos; siempre cagandome en Dios y limpiéndome con el manto de la Virgen... (si estoy de rodillas, que madre no lo sepa)”. ‘Acaso (pienso ahora) era un habitante de otra dimensién... Madre nunca lo supo. 78 CRONICA DE LOS MALDITOS . © tinico que recuerdo nitidamente de arietta es la pasion profunda que sentia por las torres. Ni su mismo asombro cuando se desnuds frente a mi. Ni el llanto y el sobre- salto que sucedié a su primer orgasmo, cuan- do se dejé ir asi, de pie, erguida, temblante, himeda como una torre después de la Iluvia. Ni tan solo ese sublime momento pudo gra- arse)tanto en mi memoria como esa pasion intensa que sentia por las torres. Era de un temperamento dominante, lindante con ese dominio que ejercen las mujeres que rozan con miedo la puerta del lesbianismo o que la traspasan. No podia yo compartir su extrana predileccin, porque cuando estabamos solos en nuestra desnudez, ni la torre de Pisa, ni la Eiffel, ni la de Babel podianse comparar con 79 mi falo erecto que ella aprisionaba entre sus manos, y ahi brillaba, musculoso, maravillo- so y fantastico, como si fuera la espada de la creacion. “ZY todos los hombres tienen esto igual?”. Casi todos, pero el mio se distingue por su exagerada curvatura, que aleanza casi la semicircunferencia, como si estuviera des- tinado a exploraciones subterraneas. “ZY te portas igual con todas las mujeres?”. Depen- de del aporte de cada una. Por eso prefiero lesbianas, ninfomanas o alguna puta media- namente borracha o excitada con yohimbina. Me gustan aulladoras, ardientes. “;De mane- ra que yo no soy una de esas?”. No. Estas, como quien dice, entre la espada y la pared de tu ambisexo. “Entonces seria horrible con- cebir”. O tal vez te curés de esa aberracion. “Si, tal vez”. Y se dejaba ir nuevamente, hui- meda, de pie, como torre azotada por Ia Ilu- via. Caia de espaldas en el lecho, barbotando, extenuada. Volviame de espaldas a su suefio y sumiame en mi libro de poemas al tiempo que el vino espafiol decia adiés desde el culo de la botella verde, barriguda, indiferente. Lo que nunca confesé a Marietta es que a veces me asaltaban hartas ganas de que un mozo de cuadra o un herrero me echara de bruces sobre un yunque o sobre una estiba y ahi me 80 forjara como a hierro décil hasta que mis ge~ midos Jo convencieran de su obra perfectas mente elaborada. De ahi que tanto Marietta y yo éramos presa de aberraciones semiocultas, lo que nos permitia estar unidos tanto tiempo, defendiéndonos uno al otro. Y asi viajabamos. uno al otro lado de la piel del otro, entre sor- bos de vino espafiol y lectura de poemas, ela- borandonos mutuamente como finos orfebres conscientes de su arte. Al final, caia adentro de su titero sedoso, ahi me incubaba, crecia. y ella me paria, gozosa, me limpiaba, me cuida- bay me amamantaba como a un hijo desam- parado, herido, huérfano, como cuando, eru- zando el Danubio, cruz6 por mi mente la idea de la muerte. fbamos en una barcaza rumbo a Mamaia, en el Mar Negro. Lia se solazaba con el sol de primavera. Camelia mordia una manzana que compro en la ribera. Los italia- nos cantaban barcarolas junto al inevitable Campari. Senti un puto en el pecho al pensar en la muerte. Fue un chispazo recordal que son6 a nombre de mujer. ¢We-wé? ¢Marietta? Margo? Pensé stibitamente en Mozart, en Wagner, en Franz Liszt, y lo que sucedié fue casi escena de los films de Fellini. En una re- gata avernal, cuyo barco insignia era la cabeza de San Juan Bautista, competian millares de 81 cadaveres an6nimos; entre ellos destacaba, por su cobridez, el cuerpo mutilado de Anas- tasio Aquino, mascullando palabras nahuatl, maldiciones. Cerré Jos ojos y atin asi podia contemplar aquella incesante procesion mor- tal. Fue una visién instanténea, pero me- morable hasta el espanto. Empero, contintio viendo en incesante repeticion rios y ma- res con profusién de muertos flotando como sargazos infernales. Caia casi por la borda cuando la mano calida de Lia me desperté de mi pesadilla. Comprendiendo mi trance, me acogié en sus brazos y calmé mi terror al contacto de sus ‘senos grandes y tibios, como frutas puestas al rescoldo. Volver al vino y las barcarolas. Can- tar las canciones eslavas. Rielar con Ja luna sobre el agua. Volar como espadin de plumas a ras de agua. Danubiarme hasta la ultima gota de tiempo. Vinarme hasta perder los sen- tidos. Liarme con los besos y las trenzas de Lia hasta llegar al delta y pisar la blanca arena del Mar Negro. Doina. Luna. Timba. Muncito- resc. Teodorescu. Mara Dinescu. Dosbidania. Dosbidania. Dosbidania, hasta que nos vimos nuevamente en Santiago de Cuba, grecuer- das? Era 26 de julio y carnaval. “Si, Era de maravilla verte a este lado del mundo cuando 82 hacia apenas un aio te habia dejado contigo misma alla en el aeropuerto de Bucarest”. Da, legaste al comedor de la ciudad universitaria con unos poetas que se asombraron porque te besé. Pues si. Somos. Vamos. ¢A donde? Y fuimos a La Habana. Primero al Floridita. Y nos sentamos donde solia estarse Hemingway durante horas sorbiendo su ron. Caminando rumbo al puerto, entramos en la Bodeguita del Medio, a sabiendas de la caida de mal que ibamos a darle a los demas comparieros. No nos import. Nosotros éramos misticos de la cafia y la revolucién. Bebiamos a su salud cuando entré Nicolas Guillén con sus poemas y una mora que me hizo temblar la lengua. Lo cierto es que cuando dijiste que querias ver a catedral, “es muy linda a estas horas de la noche, te devuelve al 1700”, yo me mar- ché al monsenor para escuchar a Bola de Nieve cantar su vete-de-mi, y la madrugada nos sorprendi6 recogiendo caracoles a la ori- lla del malecén, descalzos, humedos de sal, llenos de alegria, humosos, pensando en ir hasta Guanabacoa para asistir a un bembé. MA, tus santerias. “No seés bruto, es puro folklore”. Lo sé, pero mejor nos embarcamos y vamos a Colina Lenin, en Regla. En El Quijote compramos ron que, una vez cruzada la bahia, 83 bebimos en silencio en el parque de la colina. Ella pensaba en tangos. Yo no pensaba. Era. Laco me dijo que era su amante, una vez que estabamos en el Colmao. “Hoy vivimos juntos en el hotel Presidente”. gY qué? Solo conservo este jirén de ella, escrito quién sabe cuando y que dejo para mi el dia que se marché: “Dejo que la ciudad me atrape mientras la sirena del vapor suena alucinada, llenando de pavor el ultimo pedazo de alma que dejaste en mi. Es como si algo me impulsara a huir eterna- mente, siempre al suicidio en vida, al amor imposible, a la constante busqueda en pos de nada, tras de la indefinibilidad que al final, al encontrarse, no me da fuerza para matarme y mucho menos para Iorar ante la cobardia”. Miriam Acevedo canta. La escucho. Miriam Acevedo gime su angustia desde el fondo de su canci6n, en la penumbra del Capri. Yo sufro. (Lidia. Lidiamor. Lidiangustia. Nunca tocaste la musica de ti misma, de tu alma). Yo, an- gustia. Lanzo por la ventana la phuma y qué- dome solo. Miriam es ahora un disco negro de acetato que nada dice, inmévil. Mientras el rio, solo de terror, bazofia, hambre, aborto, locos y suicidas, recibe el buque donde Lidia mira el rielar de la luna y las luces de Buenos Aires que la llaman para atraparla con la 384 magia angustiada de los tangos después de su huida hacia la nada, hacia el imposible, mientras las sirenas ululan demenciales en la noche, haciendo temblar a los nifios, aquie- tando este animal que hirié su amor enve- nenado. Rompo su testimonio, su retrato, la hoja de tilo que trajimos desde el Pescarus, y me echo a putear a la vida con unas lagrimas que me saben a ron, a cafiamarga. : Sensacién de mortuoriedad se erece en mi cuando escucho la misica de Wagner. Misma sensacion ha sido abrir el viejo album fotogra- fico familiar. Y he ahi que, surgiendo de las amarillentas paginas, el rostro de mi padre me Ilena los ojos y es su presencia como una caida de hojarasca otonal, de un color idén- tico al que tenia la cabellera de Rolando en las madrugadas de alcohol y trashumantes guitarras y discos de Bob Dylan. De ese color canela tierna era el cabello de mi padre. Tras observar largo rato su palida imagen y sus profundos ojos, y pensar en su vida, penetra en mi olfato aquel vaho a madera huimeda que emanaba de él siempre que volvia a casa y pronunciaba una sarta de incomprensibles palabras, las que en mas de una ocasién pude descifrar y comprender que se trataban de cierta persecucién de fantasmas y demonios 85 que padecia desde cuando era adolescente. De no ser quien era yo por entonces, hubie- ra dialogado largamente con mi padre, pues hasta hoy que conozco el laberintico camino por el que transcurria su angustia, anudada la garganta por incontables hechos y sucesos inconfesables, es que sé quién era. Si entonces hubiese estado como hoy, atosigado de excre- mento, ahito de enmierdarme, cuanto hubiera comprendido a mi pobre viejo, noble hasta la cobardia, que después de amar a mi madre qued6 maldito para siempre. Desde el fondo de sus ojos siento esa mirada tan humilde, implorante tan, como la mirada de un perro hambriento. Y al sentir que me taladran sus ojos, vuelvo la pagina y cierro el album, que cae como la primera paletada de tierra que echaron sobre su atatid gris cemento el dia que decidié renunciar a la vida bipeda, parlan- te, estupida. “Ah, fue la vez aquella que te ro- baron los zapatos y una antologia de Neruda”. Da. Llegué descalzo a casa de Roberto con las primeras del alba. Tere acababa de levantarse, con esa catarata de azabache que le cae por la nuca turbadoramente. Qué hora de homicida senti en aquel momento, porque Tere seria el gran poema si se la pudiera poseer en un le- cho mortuorio, con la cabellera desparramada 86 en las sabanas como negra tormenta destru- yendo la nieve. Con todo, Armijo me regalo unos zapatos que atin caminaban y continué mi viaje. Y asi, hasta el fin de las rotaciones galacticas. “Imaginate una bola de estiércol inundando hasta la nausea el universo”. Eso somos los terricolas. “Eso somos, si no salva- mos el poema. He ahi la salvacién. Salvemos el poema, 20 es que ya es imprescindible para nosotros la diaria raci6n de podredumbre?”. “Seguro que seguiremos cagando sobre esta inmunda tierra para fertilizarla. Después, en infernal circulo vicioso, comiendo de ella para recagar lo digerido. Y siempre de peor calidad, puesto que a mayor cantidad de seres, menos mierda a cada uno”. “Lo que pasa es que vos sos un resentido”. ¥ quién no se va a resentir con tanta incertidumbre. Decime, por ejemplo, cémo deslindar los campos de la certitud y la locura, si jamas se esta en los dos campos a la vez, “Es que la verdadera locura la conocen Jos cuerdos hasta que estan loquisimos, esa tu pregunta es como jugar mica: te-la-pegan-la- pasas-te-la-pegan". Entonces no nos arrepen- timos de nada. Aumentemos la vida engen- drando, pase al diario hartazgo de inmundicia. Vivamos hasta el fin de los pajaros. “Claro, nuestra es la vagina, nuestro es el semen”. 87 Aprendamos de las bestias inferiores que ja- mas claudican, acordate de la Masacuata: lavirginidadproducecdncer, vactinense,cipotas. Solo asi podras morir tranquilo, “Puta, qué quijote mas de a huevo, falo-en-mano-y-a- derribar-vaginas, esa consigna esta buena para la juventud demostracatrisciana’. “Aqui se venden fabricas para producir estercoleros”. No digais que no fuimos previsores. “Estamos preparando técnicos que perfeccionaran estas fabricas”. Ya pidié su fabrica, sefor capita- lista? g¥ usted, senor comunista, ya pidié la suya? “Puta, qué antisolemnes”. “Antisolem- nisimos, hijosputas loquitos”. “Agitadorazos, oratores, bolequisimos”. En el fondo, ni lo aceptaban ni lo negaban. Silencidbanse, sen- cillamente. Muro-piedra-silencio. Néstor pen- saba: “gDénde estara aquel que me sefiale con el dedo y me jure que nunca se lo ha metido en el trasero y se lo ha olido con deleite?”. Mario cogié un plumén y escribi6 con letras grandes en la pared: “Sabed que aquel que tira piedras es porque ha sido antes lapidado. Mario”. 88. CRONICA DE UN FUSILADO 66..Y asi fue como escapé... Pasé varios dias escondido. Cuando sali, supe que figuraba ena lista de los fusilados... Por eso me cam- bié nombre. Fue hace treinta anos, cuando la matanza del 32... Ssssh.,. Silencio, muchd, que ahi vienen...” Juan Torres soy yo aja con que Sos vos no sali que vamos 4 platicar un rato. (Los otros reos se miraron en silencio, com- prendiendo. Un odio impotente los sacudis al salir el viejo. Llevaba en alto su cabeza cana.) Te creés el lider verdé viejo cabrén ya te vamos a dejar comiendo por mano ajena viejo baboso en vez de estarle 89 (El viejo callaba. Su mutismo los decidié a llevarlo al sétano. Un cuarto pequefio, un limpiando las nalgas a los fetos anda metido en babosadas chis vos no lo ha- gas tan baboso a saber cuanto le pa- gan por andar enganchando majes ya estuvo hombre callense que ya vamos a llegar a la comandancia. Asi es que vos sos Miguel Marmol no no soy yo Juan Torres mira a mi no me vas a domar mejor deci todo de una vez sino querés tus toquecitos. reflector y una silla.) 90 Pues si viejo habla los otros dos ya cantaron todo solo faltas vos si quiere le doy unos catos jefe no hombre a es- tos hay que andarles con suavidad no ves que son los jefes vaya viejo echa- te un cigarro gracias pero no fumo no le digo jefe démole una maquiada por desagradecido espera mejor pasale un cigarro al Zurdo. Por fin vas hablar 0 no no tengo nada que dec... ya ves yo te lo dije viejo baboso este Zurdo es bravo déjelo de mi cuenta jefe no en balde me dicen patademula no dejalo no ves que este viejo puede ser tu tata chis viejo y todo pero si dejamos que estos rojos se nos encaramen pelamos gallo todos nosotros. (Caia el viejo al suelo. Lo levantaban. Otro golpe y caida. Incorporabanlo. Nuevos golpes y caida. Calida, la sangre recorria su rostro.) Es cuerudo este hijueputa jefe si hom- bre quizas hasta se haya palmado no mire todavia resolla déjenlo descansar un rato si no habla mas tarde le pone- mos la capucha est bien jefe mira vos Zurdo avisa a la comandancia para que traigan café y unos panes muy pien jefe con todo gusto. Mientras comen, no pegan... Me dejaran des- cansar un rato. No importa lo que me hagan, pero no hablaré. Es mentira que Ravil y Chebo hayan hablado, no les creo... Aqui traen ya el café... No debo moverme... Parece que este vetarro no aguanta otra verguiada cémo no lo que pasa es 91 que se esta haciendo el maje si hombre no ves que es de los meros meros ya se pueden todas las caulas. Han encendido el radio... (“...sea usted feliz. Sonriale a la vida. Compre crema dental Col- gate...”) PONE-MUSICA-ZURDO (“Siete Leguas, el caballo que Villa mas estimaba, cuando oia pitar los trenes, se paraba y relinchaba. Siete Leguas, el caballo que Villa mas estimaba...”) JEFE-PONGAMOS-EL-NOTICIERO (“..y la situa- cién nacional vuelve a la normalidad poco a poco. El gobierno esta firme, respaldado por la Fuerza Armada, que supo contrarrestar a tiempo las arteras maniobras del comunismo internacional...")_ ESO-YA-LO-SABEMOS-PONE- MUSICA-ZURDO ( para Melvin Garcia, de parte de su novia, esta balada rock, con César Costa...") Qué raro lo que siento. gSerd el dolor? Tal vez, pero no hablaré aunque me maten... Las ideas no mueren... Vencido los derrotaré... Ahi vienen ya... no debo moverme... Y vos creés que sea Juan Torres a saber pero mi coronel dice que es Miguel Marmol achis pero el viejo esta negrito que se llama Juan Torres a saber estos se cambian nombre a cada rato. 92 Miguel Mérmol Juan Torres Miguel Marmol Juan Torres Miguel Marmol... Ah, qué sopor:.. ‘Marmol Torres Miguel Marmol Juan Torres Miguel... Qué bruma... Marmol Miguel Juan Torres Marmol Torres Miguel Miguel Miguel Marmol... Qué niebla.... miguelmiguelmarmol miguelmarmolmérmotmiguellll... {Miguel Marmol! apurate cabrén {Miguel Marmol! solo vos faltas |MIGUEL MARMOL! subite al camion Los camiones Uegaron al cementerio y nos ba- Jaron. Los guardias nos empujaban. Si alguien caia, lo levantaban a culatazos. Nos alinearon junto a una zanja y, sin decir ni una palabra, ‘comenzaron a disparar sobre nosotros con una ametralladora... Los guardias reian... Olia a car- ne quemada y pélvora... Yo senti un golpe en la pierna y cai. Un compafiero me cay6 encima, con la cabeza destrozada. Sus sesos cayeron ‘sobre mi frente... Me desmayé... Cuando abri los ojos, la noche vigilaba el cementerio... 93 CRONICAS DEL SEGADOR ‘A Mario Castro, hermano en la sangre. unado de piedras en el camino hacia el Poniente éramos el grupo que camina- ba arrastrando el cansancio, los suenos, el fusil, la mochila, el recuerdo; mientras, en Jo alto, las estrellas alumbraban un poco mas que los cocuyos revoloteantes entre los guayabales y los cafiaverales. Néstor insistia en acampar, pero el guia dijo que antes del amanecer debiamos estar en Santo Tomas para ver la salida del sol en la cumbre de la sierra. Desde ahi se ven los dos extremos del valle (dijo) y se ve un paisaje que jamas han vis- to ustedes. Puteando para adentro, seguimos caminando entre arbustos, piedras, riachue- los y gritos nocturnos del pajaro-leon que en la oscuridad hace brillar sus ojillos rojos como los del cadejo cuando anda en brama. 95 Enseguida se nos vino a los ojos un des- lumbramiento como fogonazo de relampago. Al fin habiamos legado a la cumbre de la sie- rra, y no era un milagro. Era el sol. Desgajan- dose sobre la lujuriosa tierra y sobre el mar en reposo, parecia una gigantesca moneda acabada de fundir. Nos sentamos, cansados- asombrados, a contemplar el sol hasta que nos dolieron los ojos. Comimos guayabas y leche. Lei el libro de Ostrovsky y, tras discu- tirlo, escribi algunos versos para Marietta. Sa- limos al mediodia para ver el rio subterraneo. Por la noche acampamos, tensos, advertidos, sabiendo que al arreciar el viento y pasar por las cavernas de la montafa escuchariamos un concierto gigantesco de millares de 6rga- nos fantasmales, como un coro inmenso de lobos demenciales, como un alud de condena- dos rodando montafia abajo hasta estrellarse en el mar loco de peces y corales... O despertar en casa de Gerardo y marchar a casa de X6chitl a comer unos tacos y atosigar- me del aburrido domin6, contandole que cuan- do digo paila no quiero decir coo, 0 verguiar por cohabitar, aguantando sus reganos porque 96 el 15 de septiembre fui al desfile de la indepen- dencia: y pensando “de verda que sos sectaria”, mientras revuelvo los rectangulos negros del domino: “Si no fuera por ese tu sectarismo, ahorita mismo me meteria debajo de la mesa y abriria tus piernas para beberme ese cuervo que tienes hasta que me sacara los ojos...”. Ella va por tacos y yo me marcho a la calle sin decirle adiés, en tanto, los ojillos blancos del do- miné miran redondamente mi espalda y mi tra- sero. Camino sin rumbo por la Avenida Hidalgo y luego por Reforma hasta Chapultepec pen- ‘sando en el retorno a casa, con el temor al rio que tengo que cruzar a nado y sentir la espina que los Otros me tienen reservada; y al palpar mi existencia de ratén embotellado, perlo mis ojos cuando bajo un ahuchuete dos amantes se besan sin importarles mi presencia. Es cuando uno recuerda cuando decia a We-wé: “Te des- nudaré y lameré tu axila hasta que cierres los ojos”, y oir ese pozo de humo en el que viaja mi nombre al iniciar esas muertes tan bellas, tan altivas, por las que me dejaba arrastrar y morir junto con ella. ¥ la necesidad de su cuerpo desnudo mientras le relataba nombres de ciudades, monumentos, playas, libros, canciones del Volga y el Don; y del museo prehistérico que esta frente a la plaza Lenin, 97 en Yerevan... y al fin llegar cansado a casa de Laco y putearlo porque me dice que “sigamos izando la mafiana”, cuando lo que deseo es un. buen trago de tequila y unas tortas con chile. Cuando no podia levarme una ramera a mi cubil, me quedaba pensando-pensando- pensando... “ZY por qué no te matas, pues, pendejo?”, y loraba ante mi cobardia, y co- rria desesperado por el techo de la casa, per- siguiendo a los diablos que se mofaban de mi, mientras en un rincon del cuarto los ratones conspiraban para lanzar un ataque al pedazo de pan que tenia sobre la mesa; y las cuca- rachas hacian un ruido de Iuvia al comerse mi Neruda y mi Lorca; “solo tenés dos pesos, echate un trago y andate al cine de las 10...”. Lo que hubiera hecho Gavidia es revivir, sal- tar del pedestal e irse del brazo con Cervan- tes hasta la Avenida Independencia, y tras emborracharse en los burdeles, acompafiados de dos mujerzuelas, llegarse hasta la plaza de la Biblioteca Nacional y de puro coraje, anti- solemnes, vornitar cada uno sobre su busto al momento en que un duende color cemen- to recitarfa sus cantatas mientras las putas 98 i é 5 se mean en las flores, regandolas con liquido color miel de chumelo; mientras los fantasmas de Quijote y Jupiter danzarian un ritual pipil, acompaiiados de chirimias de tabaco vornita- doras de fuego y tamboriles de carapacho de tortugas fosforescentes con sonido de muerte, y una marimba de huesos de fusilados marea- ria el paso timbico, fosico, pozual, que irian dejando Gavidia y Cervantes, siempre en com- pafiia de las putas de mirada humica, mien- tras descienden a la tierra que los guarda y de donde jamas hubiesen salido si un angel sub- terraneo... si esta racha de pendejos... si esta colmena de cabrones... si esta tierra del café... si el insulto a su memoria... y mi miedo al sui- cidio... y el testimonio... Toques en la puerta. Debe ser Yumy que viene a... “No esperaba que estuvieras aqui. Ayer vine a buscarte y no ¢s- tabas”. Ayer estaba loco. Mas tarde, la luz de la luna que se colaba por la ventana cubria de plata nuestra desnudez, que aullaba en la noche como lobo... Mario acaba de despertar, después de dormir como muerto tras desvelarse hacien- do la revolucién a “su manera”, con ese modo 99 romantico de querer darle vuelta a este cas- carén podrido. Tiene aun la .38 en la cintu- ra, porque dice que hasta en suefios... Café y cigarrillos, y aunque él no fuma, acepta uno y coge un libro, mientras yo le platico de las gue- rrillas en Bolivia y Guatemala. de Régis Debray y su Ultimo libro, cuando, enojado, quita los ‘jos del libro y me dice: “Dejate de babosadas”. Estabamos discute-que-discute cuando des- pert6 su hijo, y entonces dice que lo que impor- ta no es él, ni yo, sino los nifios. y yo replico: “Dejate de babosadas”. Ah, pendejo, gentonces por qué hacés poemas? gY vos, por qué se- guis de necio cuando vos mismo decis que el tinico camino para hacer Ia revolucién es la via armada? “ZY por qué no se callan y se van ala mierda?”, grit6 la mujer de Mario, “siem- pre estan en lo mismo y nunca hacen nada. Lo que debias hacer vos es buscar trabajo y no perder el tiempo escribiendo babosadas que nadie lee...”. Antes de que terminara de hablar, ya estaba en el zaguan, mas bravo que (gque quién?)... y dispuesto a Morar, a correr, a... sin importarme que lo que me Ilev6 a casa de Mario fue la necesidad de unos cuantos pesos... Hasta aqui no ha pasado nada, llegué diciéndole a We-wé. “ZY los cinco colones?”. “Aqui estan”, le respondi, dandole una nalgada 100 iho blame y besandole la nuca. Senti estremecerse su carne y, antes de que nos lIlevara el diablo, me aparté y le dije: “Voy a la universidad...". y la dejé solita con sus pensamientos, solita ‘con su amor, solita como un oasis, llena de hijos y deudas, mientras salia bajo la lovizna en busca de dinero para comer... sin ganas de hacer nada... sin fijarme en nadie... solito por las calles que me miraban pasar como a un perro que busca su esqueleto... Entonces, greniegas de tus ideas acerca de la muerte? “No, lo que pasa es que dudo. Ta sabes que mi lema es ‘no creas én nada y nada te asustara”. Si, pero también dijiste que los nifos serian la salvacion del mundo. “Los nifios también estan condenados’. z¥ si quiero encender un nifio? “No, We-wé, ni lo pienses, somos herederos de la angustia, de la desola- cién”, Pero tti dijiste... y cerraba su boca con un beso, mientras la ciudad abria sus ven- tanas y encendia sus luces, asombrada ante nuestro amor, que poco a poco se convertia en lujuria, después en hastio, en desolacion, en angustia... pues cuando se marchaba, deja- ba en la alcoba una dimensién de solitariedad 101 que se hacia dura, espesa, tan solo cortable con el cuchillo de la musica: “Tal-vez-con- este-tango-puedas-decir-que-de-tu-llanto-no- me-olvidé, Una-lagrima-tuya-me-mata-el-alma- mientras-rueda-la-luna-por-la-montana. Yo-no-sé-si-has-llorado-sobre-un-panuelo- nombrandome-con-desconsuelo...". Contra mi gusto, salia a la calle sin un centavo en el bol- sillo y me dirigia al barrio bajo: y ahi, entre ra- teros, putas y borrachines, sentia nuevamente el viaje a través de la piel. Un sulftirico alcohol recorria el interior de mi epidermis, como una mano calida y muiltiple que no tuviera obsta- culo para llegar a los mas dificiles lugares de mi cuerpo, detenerse en mi cerebro y forzarlo. Y ahi el prodigio del viaje: de mi boca comen- zaba a salir un torrente de versos inconexos creados al instante, unidos a otros ya escri- tos, y en ese momento era la maravilla, pues cuando terminaba de hablar, aquellos parias lloraban. Amanecia en el fondo de un barran- co, sucio del alma, emputecido con la mujer del zapatero, quien yacia a nuestro lado, cobi- Jado en su propio vémito. Hacia el amor por tltima vez con la mu- jerzuela y rumbeaba a la Praviana, a garga- rizar cafia, a limpiarme el resto de noche que quedaba en mi cuerpo, a maldecir la vida, mi 102 | t miedo al suicidio, el horror de vivir a pedazos... Después, caminaba sin rumbo por las calles de San-Salvador, pensando-no-pensando, viendo cémo los autobuses corrian desesperados, repletos de gente mas enajenada que mi locu- ra, llenos de angustia, sorbiendo el aire de la mafiana como quien respira por vez ultima. Y me asombraba de lo que Bradbury escri- bio en sus Crénicas marcianas; de las piedras somolientas del Tazumal, cuya mision de luz es oscurecida por esta cafila de estupidos toga- dos que las cubren como un musgo maligno. “No digas nada’, me decia el busto de Chico Gavidia, “este pais es una mierda”. Y siguiendo su consejo, me meaba con hartas ganas en el carro del ministro, decia adiés a Gavidia y caia en una noche més, buena para los asesinatos 0 los engendros... 103 Indice Nota editorial... Teoria para lograr la inmortalidad Teoria para morir inédito .. Teoria para salvar poetas ‘Teoria para salvar espejos Nueva teoria para salvar espejo Teoria para odiar a los gatos. Teoria para no morir... Teoria para quedarse sin nombre Teoria para odiar a los emperadores Teoria para morir en silencio . BREVICUENTOS Los suefios, suefios son. De tal palo, tal astilla El cura que no se equivoc Un dia dificil. Un aprendiz de brujo. Regresion Infalibilidad del refran Consagracién del agua Brevedad del cuento. 13, 15 17 21 23 25 29 31 35 47 49 51 57 59 61 63 Esta edicion consta de 1,000 ejemplares. Se terminé de imprimir el dia 15 de agosto de 2012

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