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TIPOS DE NARRADOR

Nadie me prohibió que leyera pero se me caen las revistas de la mano, y eso que tengo
dos episodios por terminar y todo lo que me trajo tía Esther. Me arde la cara, debo de
tener fiebre o es que hace mucho calor en esta pieza, le voy a pedir a Cora que entorne
un poco la ventana o que me saque una frazada. Quisiera dormir, es lo que más me
gustaría, que ella estuviese allí sentada leyendo una revista y yo durmiendo sin verla,
sin saber que esá allí, pero ahora no se va a quedar más de noche, ya pasó lo peor y me
dejarán solo.

“La señorita Cora”

Debí soñar mucho tiempo, pero sé que mis ideas se tornaron súbitamente claras y que
me incorporé en la oscuridad, temblando todavía bajo la pesadilla. Es inexplicable
cómo la vigilia y el ensueño siguen entrelazados en los primeros momentos de un
despertar, negándose a separar sus aguas. Me sentía muy mal; no estaba seguro de que
aquello me hubiera ocurrido, pero tampoco me era posible suspirar, aliviado, y volver a
un sueño ya libre de espantos. Busqué el velador y creo que lo encendí porque los
cortinados y el gran armario se anunciaron bruscamente a mis ojos. Tenía la impresión
de estar muy pálido.

“Retorno de la noche”

Sin saber al comienzo por qué, Delia se descubrió a sí misma en el acto de mirar
furtivamente una fotografía de Sonny, que colgaba al lado de la repisa del teléfono.
Pensó: “Nadie me ha llamado hoy”. Apenas si comprendía la razón de continuar
pagando mensualmente el teléfono. Nadie llamaba a ese número desde que Sonny se
fuera. Los amigos, porque Sonny tenía muchos amigos, no ignoraban que él era ahora
un extraño para Delia, para Babe, para el pequeño departamento donde las cosas se
amontonaba en el reducido espacio de las dos habitaciones.

“Llama el teléfono, Delia”

Antes de acostarse Petrone puso en orden los papeles que había usado durante el día, y
leyó el diario sin mucho interés. El silencio del hotel era casi excesivo. Sin inquietud
pero con alguna impaciencia, tiró el diario al canasto y se desvistió mientras se miraba
distraído en el espejo del armario. Era un armario ya viejo, y lo habían adosado a una
puerta que daba a la habitación de al lado. A Petrone le sorprendió descubrir la puerta
que se le había escapado en su primera inspección del cuarto.

“La puerta condenada”

Entonces, usted levantó la tapa de la olla. La fue levantando despacio, tan despacio
como Rebeca la había puesto. Usted sentía un extraño miedo de descubrir la olla de la
sopa, pero comprendía que se trataba de una mala jugada de sus nervios. Usted pensó
en lo bueno que sería estar lejos, en la planta baja, y no en el último de los treinta pisos,
a solas con ella. Rebeca lo miró a usted con una fijeza increible.

“V. Puzzle”

Y sí, parece que así es, que te has ido diciendo no sé qué cosa, que te ibas a tirar al
Sena, algo por el estilo, una de esas frases de plena noche, mezcladas de sábana y boca
pastosa, casi siempre en la oscuridad o con algo de mano rozando el cuerpo del que
apenas escucha, porque hace tanto que apenas te escucho cuando dices cosas así, eso
viene del otro lado de mis ojos cerrados. Entonces está bien, qué me importa si te has
ido, si te has ahogado o todavía andas por los muelles mirando el agua, y además no es
cierto porque estás aquí dormida y respirando.

“El río”

A los cinco días me ha telefoneado Dédée diciéndoque que Johnny está mucho mejor y
que quiere verme. He preferido no hacerle reproches, he prometido ir en seguida.
Johnny está sentado en la cama. Antes de que nada pueda decirle me ha atrapado la
cabeza con sus manos y me ha besado en la frente. Está terriblemente demacrado,
aunque me ha dicho que le dan mucho de comer y que tiene apetito. Por el momento lo
que más le preocupa es saber si los muchachos hablan mal de él, si su crisis ha dañado a
alguien, y cosas así. Es casi inútil que le responda, pues sabe muy bien que los
conciertos han sido anulados y que eso perjudica a Arti, a Marcel y al resto; pero me lo
pregunta como si creyera que entre tanto ha ocurrido algo de bueno, que pueda
componer las cosas

“El perseguidor” (testigo)

Me contó su historia en un bar, tan borracho que no le costaba nada decir la verdad.
Contó que en un autobús de la línea 95 había visto a un chico de unos trece años, y que
al rato de mirarlo descubrió que el chico se parecía mucho a él, por lo meno se parecía
al recuerdo que guardaba de sí mismo a esa edad. Poco a poco fue admitiendo que se le
parecía en todo, la cara y las manos, el mechón cayéndole en la frente, los ojos muy
separados y más aún en la timidez. Se le parecía de tal manera que casi le dio risa, pero
cuando el chico bajó en la rue de Rennes, él bajó también y dejó plantado a un amio que
lo esperaba en Montparnasse. Buscó un pretexto para hablar con el chico, le preguntó
por una calle y oyó ya sin sorpresa una voz que era su voz de la infancia.

“Una flor amarilla” (testigo)

En febrero de 1947, Lucio Medina me contó un divertido episodio que acababa de


sucederle. Cuando en septiembre de ese año supe que había renunciado a su profesión y
abandonado el país, pensé oscuramente una relación entre ambas cosas. No sé si a él se
le ocurrió alguna vez el mismo enlace. Por si le es útil a la distancia, por si aún anda
vido en Roma o en Birmingham, narro su simple historia con la mayor cercanía posible.

“La banda”

¿Por qué te vas? Si te hace falta, hay un revólver en el cajón del escritorio, si quieres
puedes alertar a la gente del otro rancho. Pero quédate, quédate otro poco oyendo el río,
a lo mejor acabarás por sentir que entre todas esas manos de agua y juncos que resbalan
en el barro y se deshacen en remolinos, hay unas manos que a esta hora se hincan en las
raíces y no sueltan, algo trepa al muelle y se endereza cubierto de basuras y mordiscos
de peces, viene hacía aquí a buscarme.

“Relato con un fondo de agua”

Después del almuerzo yo hubiera querido quedarme en mi cuarto leyendo, pero papá y
mamá vinieron casi enseguida a decirme que esa tarde tenía que llevarlo de paseo. Lo
primero que contesté fue que no, que lo llevara otro, que por favor me dejaran estudiar
en mi cuarto. Iba a decirles otras cosas, explicarles por qué no me gustaba tener que
salir con él, pero papá dio un paso adelante y se puso a mirarme en esa forma que no
puedo resistir, me clava los ojos y yo siento que se me van entrando cada vez más
hondo en la cara, hasa que estoy a punto de gritar y tengo que darme vuelta o contestar
que sí, que claro, enseguida.

“Después del almuerzo”

Volvió bruscamente del desmayo. Cuatro o cinco hombres jóvenes lo estaban sacando
de debajo de la moto. Sentía gusto a sal y sangre, le dolía una rodilla, y cuando lo
alzaron gritó, porque no podía soportar la presión en el brazo derecho. Voces que no
parecían pertenecer a las caras suspendidas sobre él, lo alentaban con bromas y
seguridades. Su único alivio fue oír la confirmación de que había estado en su derecho
al cruzar la esquina. Preguntó por la mujer, tratando de dominar la náusea que le ganaba
la garganta. Mientras lo llevaban boca arriba hasta una farmacia próxima, supo que la
causante del accidente no tenía más que rasguños en las piernas.

“La noche boca arriba”

La primera vez que vio la isla, Marini estaba cortésmente inclinado sobre los asientos de la
izquierda, ajustando la mesa de plástico antes de instalar la bandeja del almuerzo. La
pasajera lo había mirado varias veces mientras él iba y venía con reistas o vasos de whisky;
Marini se demoraba ajustando la mesa, preguntándose aburridamente si valdría la pena
responder a la mirada insistente de la pasajera, una americana de muchas, cuando en el
óvalo azul de la ventanilla entró el litoral de la isla, la franja dorada de la playa, las colinas
que subían hacia la meseta desolada.

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