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ESPIRITU Y MATERIA. (4 Sara Poppe de Martinez). fueron resueltamente 4 la alcoba. Las paredes tersas, con su papel color de oro, parecian soles calientes con la luz que se derramaba, profusa, sobre la superficie que- mante. Alli lucia el lavabo la blancura del marmol, atenuando la atmésfera afrodisiaca; alla el chaise-longue de terciopelo rosa denunciaba la molicie femenina en la hora de la siesta 6 de las lecturas de la novela favorita; y en una de las testeras el trono virginal,‘con grandes col- gaduras blancas semejantes 4 nubes que se* evaporan 6 como alas de cisne prontas 4 cobijar los tucrpos alabastrinos, sonroseados por la ebullicion de la sangre. El tenia con una mano la diestra ¥ con la otra rodeaba su cintura impulsandola 4 cami- nar, asi como la briea empuja las velas de una barea. © PORCELANAS 275 Ella daba tranquitos pesados denunciando cierta languigez: iban al altar. . . . Ya estaban frente 4 frente. La naturaleza sacudia todos los organismos nerviosos. Las flores del jardin inclinaban sus corolas como vencidas por tanta luz y calor, acaso saludando también tanta ilusion. Los mecheros mismos de las lamparas pare- cian parpadeantes ante el escenario que alum- braban y las palpitaciones del pecho golpeaban aceleradamente levantando los encajes del seno, comunicando suaves vibraciones en uno y otro corazon, flexibilizando la epidermis, dando al aliento el olor de sales marinas. El altar ostentaba los refinamientos del arte y la pulcritud femenina, en sus sabanas vapo- rosas y el acolchado purpureo. Los almohadones cuajados de encajes de Inglaterra festoneando la batista de lascivas suavidades sobre raso encarnado. Y las lampatas parpadeaban menudamente. El estaba con el semblante iluminado; sus ojos despedian claridades misteriosas, y nervio- samente crispaba las manos y los “brazos oprimiendo la cintura y la mano de la mujer amad3. Adriana se detuvo y levanté la frente con la altivez del pensamientodulmineo. —Alfrgdo mio! — suspiré, y como incorporan- dose en sus propias fuerzas, continud. 276 CLORINDA MATTO DE TURNER Mira ese lecho espléndido en donde voy & sacrificarte el corderillo blanco dg las ilusiones queridas! Dime si no te parece un atatd. Quiéres que muera nuestra ilusién querida? ¢Quiéres que la sepultemos entre desfallecimientos, después de un solo rayo magico que sera el veneno de la felicidad futura? Quiéres que después, lan- guidos como reos avergonzados, volvamos 4 una vida donde faltara todo, porque habra muerto Ja ilusion? Si tu lo quieres, sea, Alfredo, sea!... Y desprendiendo su mano y su cintura se puso & una pequefia distancia envolviendo 4 Alfredo, por completo, en una mirada de luz, que fué como un bafio de magneso en que que- dé gumergido elamado. —Tueres la diosa de las ilusiones, matarla, dejarla en su atatid, enterrarla! . . .imposiblet imposible! grité el espiritu de las inmortales fruiciones, mientras que la materia se retorcia convulsionada, epiléptica. Una oleada de aire puro, fresco, saturado del perfume de las flores, invadié el recinto de las paredts con papel color oro, que 4 la luz de los quinqués parecia inundado de sol. El estaba inconsciente, y como débil plumilla que el viento arrastra, fué empujado 4 la calle por una fuerza misteréosa é irresistible, y lleva- do por las veredas. . PORCELANAS 277 Habia caminado sin rumbo. Se encontré en la Avenida dg Mayo; se agarraba la cabeza con ambas manos, las sienes le pulsaban con rapidéz febril, sus labios estaban secos, su cerebro era presa de fantasmas, y arrastrado por la fuerza de la materia, que es poder, dirigié sus pasos 4 una casa patentada. —Tlusicn, ilusién querida! yo no he presen- ciado tus funerales, porque tu eres el espiritu y sepulté sdlo la materia. Mujer, vives en la mente como ser alado, mientras que las mujeres pululan en mi recuerdo como sepultureros en tiempo de epidemia! Y alla, 4 lo lejos, parpadeaban unas lampgras junto 4 un altar con alas de cisne y acolchados purpureos, como la sangre joven que espera la resurreccién de las ilusiones.

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