Hermanas
Alejandra Zina
Escaneado con CamScannerA.LOS ONCE afios, tu mejor amiga puede dejar de serlo de
un dia para otro. O peor atin, puede convertirse en tu prime-
ra enemiga.
Quizas con el tiempo se olvida cuando fue exactamente
que empez6 a crecer la espina del rencor 0 cual fue el inci-
dente que desaté la crisis. Lo que nunca se olvida es el des-
enlace. La indiferencia que te deja sin aire, las palabras
hirientes, el combate feroz. Es lo que perdura. Y puede
pasar que en un conflicto de la vida adulta aquellas ima-
genes de la jnfancia reaparezcan, como un fantasma del
pasado, para mostrarte lo parecidas que son las cosas a
veces.
Las rupturas se pagan caro. Al menos, esa es mi expe-
riencia.
‘A los once afios, tu mejor amiga es la hermana que
habrias elegido tener si tus padres te hubiesen consultado
sobre el asunto antes de hacerlo a su modo en el cuarto de
al lado.
Tu mejor amiga es la confidente perfecta, la maestra
perfecta, la cémplice perfecta. Todo lo que Roxana Carrara
fue para mi.
No recuerdo de dénde venfa ni el porqué de su mudan-
za, pero Ilegé a mi escuela cuando ya estébamos en quinto
grado. Quinto C, turno tarde.
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Escaneado con CamScannerLlevaba el pelo por debajo de la cintura. Era el pelo Mas
hermoso que habfa visto. Color castaiio comtin, pero brillo.
so, ligero y lacio como la crin de un caballo. Ademag usaba
flequillo, algo que yo envidiaba especialmente Porque con
mi remolino todos los intentos de flequillo fracas:
terminaban siendo un mechén insulso a la izquierd
frente.
Cuando Roxana llegé, yo tenfa diez afios y mi vida esco-
lar transcurria sin demasiado trastorno, Ademas, haber
bajado unos kilos, crecido unos centimetros, abandonado
los zapatos ortopédicos, los anteojos de aumento y la orto-
doncia que me caracterizaban, facilitaba la integracién.
Con las mujeres me llevaba bien y con los varones, no
siempre. Recuerdo, por ejemplo, las patadas que Pablo
Duarte propinaba a las diminutas pantorrillas de Vanesa.
Recuerdo también los patadones que ligué mientras le gri-
taba que por qué no se metia con uno de su tamaiio (la
diferencia era grosera: Pablo era enorme y Vanesa, mini-
ma). Ese dia llegué a mi casa con las piernas lastimadas,
pero €] no volvié a tocarla.
En esa época yo estaba muy impresionada con Meggie
Cleary, la protagonista de El pdjaro canta hasta morir. Por
su amor infinito al Padre Ralph de Bricassart pero, sobre
todo, por aquella combinacién de sensualidad, altruismo y
temperamento.
Cuando Roxana Ilegé, Meggie pasé a la historia.
aban y
ade mi
Al afio siguiente pasaron muchas cosas.
Roxana corté su tan codiciada melena equina. Se me ecu
rre ahora que para ella debié ser como una mutilacién, tenia
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Escaneado con CamScannerun pelo divino y la pérdida le habra dolido aunque de a ratos
Je gustara verse distinta.
El cambio era evidente, se lo habfa rebajado hasta los
hombros y eso le daba volumen y movimiento. Algo que a
ella le faltaba y a mi me sobraba. Siempre tuve el pelo de
Mafalda, grueso y embolsado. Tendriamos que haberlo canje-
ado y santo remedio. Ella contenta con su volumen y yo feliz
con mi pelo planchita.
En séptimo, el pelo de Roxana se arruinaria por comple-
to, mucho més corto y tefiido con unos espantosos claritos
amarillos. Su mamé era peluquera y para mi que empezé
a desquitarse con la cabeza de la hija. Pero esa es otra his-
toria.
También empez6 a usar unos aros largos de mostacillas.
Otra de las cosas que me hacfan suspirar: los aros. Los
deseaba tanto como me asustaba la condicién para tener-
los. Solo pensar en perforarme las orejas me daba nduseas
y temblores. Si mi mama se lo hubiese pedido a la enfer-
mera que me asistié cuando naci, yo no habria tenido
miedo ni registro del dolor. Osi, en ese momento, pero des-
pués lo habria olvidado. Lo mismo que con la religién,
mama consideré que los agujeritos en las orejas tenia que
ser una eleccién que toméramos mi hermana y yo de gran-
des. Como sien la vida hubiese pocas elecciones que tomar.
En fin, recién pude hacerlo a los veintisiete y, atin asi, me
bajé la presion cuando senti la pistola perforadora atrave-
séndome el lébulo.
Nuevo corte, nuevos accesorios y nuevo vestuario.
Debajo del guardapolvo blanco, tiro minifalda, Roxana cal-
zaba unos jeans celestes que debia abrocharse acostada
boca arriba sobre la cama y que marcaban sus primeras
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Escaneado con CamScannercurvas. Curvas de adolescente, con las que ninguna de nogo.
tras hubiese podido competir.
Roxana Carrara parecia mas grande y, ademas, lo era,
Habjia repetido un par de grados y entré a quinto con doce
afios. Eso también me gustaba, aunque en las charlas casj
no se notara la diferencia de edad. Bastante mas tarde
conoci su faceta de mujer experimentada. De hecho, fue
ella la que me instruyé en el arte de besar. De camino a la
escuela, me explicé con paciencia y detalle cémo abrir la
boca, chocar mi lengua con la del otro, fruncir los labios y
dejarme llevar. Recuerdo mi sensacién de repulsién mien-
tras la escuchaba, como si me estuviese incitando a masti-
car caca de perro. La verdad es que no veia nada atractivo
en ese trafico de baba, y encima me producfa un panico
atroz. {Quién iba a ser yo después de dar un beso de len-
gua? Seguro que ya no seria la misma. Pero si mi nuevo yo
no me gustaba, {cémo volveria al anterior?
No voy a extenderme en los pormenores de la relacién
con Roxana porque no los recuerdo. Sé que fue intensa y
que compartimos muchisimos momentos juntas, aunque
mi memoria apenas retenga unos pocos, refrescados por las
fotos que me quedan de ella.
Imagino que hubo celos o despecho, pero como decia al
principio las causas terminan nublandose y lo que perdu-
ra son las escenas amargas de la separacién.
Ese afio de la metamorfosis externa de Roxana, entré a
nuestro grado una chica nueva llamada Abril. Ambas ten{-
an puntos en comtn. Ambas habjan llegado a un grupo que
se conocia desde hacfa varios afios, y ambas parecian mas
grandes que el resto de la clase. Aunque, a diferencia de
Roxana, Abril tenia mi misma edad.
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Escaneado con CamScannerAbril se habfa criado en la Patagonia y pertenecia a una
familia de musicos conocidos que, a su vez, eran amigos de
musicos Y artistas famosos. En su casa se respiraba aque-
lla bohemia rockera de los 80. No habja horarios para la
television, no habfa padres a la vista, no habia demasiadas
negativas en general. Una vida notablemente distinta a la
Encima la casa quedaba del otro lado de la avenida
Canning, a media cuadra de la plaza prohibida. Ningin
padre que se preciara de cuidadoso hubiese dejado que s
hijo se acercara a la plaza Costa Rica después de las se
de la tarde. Se decia que en la placita, oscura como boca de
lobo, paraban barras de chicos més grandes y traficaban
droga. Hoy creo que se juntaban a fumar porro y nada mas,
pero atin en 1985 todo lo que olfa a clandestino causaba
terror.
Mi amistad con Abril fue creciendo. Después se sumé
Mariela y formamos un trio inseparable. Con ellas empezo
mi adolescencia. Juntas coreamos Asi es el calor, de Los
Abuelos de la Nada, mientras mirdébamos a Agustin jugar
a la pelota y adaptabamos versos de la cancién para refe-
rirnos a él. Juntas conocimos el nombre del aroma dulzon
que traspasaba las rejas de la escuela. Juntas frecuenta-
mos la plaza Costa Rica. Juntas nos probamos la ropa de
la mamé de Abril, que a ella le quedaba pintada perque su
cuerpo de once afios era exactamente igual al de su madre.
Con Roxana nos distanciamos sin pelea ni reproche.
Pero, como dicen las abuelas, la procesién va por dentro.
Mientras yo andaba pegoteada a Abril y Mariela, Roxana
se hizo amiga de dos chicas de séptimo. No tengo la menor
idea de c6mo se conectaron. Pudo haber sido en los ensayos
del coro que todas compartiamos, o en el kiosco que estaba
245,
Escaneado con CamScannerenfrente de la escuela, donde comprabamos el naranjti y nog
quedabamos paveando hasta que oscurecia. Lo importante
es que empezaron a andar juntas.
Me cuesta creer que haya sido obra de la casualidad.
Presiento que ella lo planeé todo de antemano, desde la pri-
mera charla.
Roxana no hizo nuevas amigas. Roxana recluté dos sumo-
toris. Dos ballenas de Peninsula Valdez. Las hermanas ocul-
tas de Palmiro Caballasca. Una: alta, tez andina, cara de
luna. La otra: petisa y de rasgos delicados. Las dos, igual de
gordas. Cuando Roxana caminaba escoltada por ellas, pare-
cia una feta de jamén en un sdnguche de pebete.
Las hostilidades comenzaron, si no recuerdo mal, con la
persecuci6n a la salida de la escuela. Nuestra casa estaba a
seis cuadras y con mi hermana recorriamos un trayecto en
forma de ele. A la ida, camindbamos tres cuadras por Julidn
Alvarez hasta El Salvador, doblabamos a la derecha y se-
guiamos otras tres cuadras hasta Medrano. A la vuelta, repe-
tiamos el itinerario o doblabamos antes, en Lavalleja, para
variar. Cuando las ballenas empezaron a seguirnos, no habia
forma de perderlas de vista. Aunque cambidramos el reco-
trido, siempre nos encontraban. No sé cudntas veces imagi-
né a Roxana dandoles instrucciones a sus gordas, entrendn-
dolas en el arte dela guerra, aunque lo mas probable es que
la idea haya surgido de ellas y que Roxana se limitara a apro-
barla con una de esas sonrisas que descubrian sus pale-
tas de conejo. Cuando éramos mejores amigas admiraba sus
dientes, y el hecho de que el labio superior le quedara leve-
mente entreabierto me Parecia sexy.
Decia que las ballenas empezaron a seguirnos. Caminaban
detras, a pocos metros de nosotras. Generalmente simulaban
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Escaneado con CamScannerae i>
hablar entre ellas, lo hacfan fuerte y aprovechaban para
purlarse de algo que yo llevaba puesto o de mi forma de
caminar o de cualquier otra cosa que las inspirara. Pero las
persecuciones mas violentas eran cuando se acercaban a
rayarme con birome la espalda del guardapolvo 0 a pinchar-
me con la punta de un paraguas.
—Segui, Pau, no las mires, no las mires —le decia a mi
hermana que era testigo mudo del acoso.
Cuando legdébamos a casa, yo corria hasta mi cuarto
para borrar las marcas azules de la espalda y llorar a
solas.
Ni Paula ni yo dijimos una palabra, asi que sospecho
que mis padres nunca se enteraron de lo que ellas hicieron
ni de lo que yo hice después.
La ofensiva siguié en el salén de musica, durante los
ensayos del coro. Eso fue todavia mas doloroso, porque ahi
si participaba Roxana, con risitas y caras socarronas. Esa
cara de «ya no me imports y ademas, sabés qué, pienso
joderte hasta cansarme». La cara monstruosa de quien te
deja de querer.
No sé cuanto duré todo aquello, {una semana?, ,tres?,
jdos meses?, gseis? Pero sé que fue suficiente como para
provocar en mi el desgarro lento y, luego, la conviceién fria
y marcial de la venganza.
Abril y Mariela se enteraron. Debié de ser inmediata-
mente después del ataque sorpresa en el patio cubierto de la
escuela.
Ocurrié en uno de los recreos. Yo estaba charlando de
espaldas y no la vi venir. La embestida fue rapida y sigilo-
sa. Quizds Abril y Mariela, que si la vieron acercarse, hicie-
ron una mueca 0 un gesto con la mano que yo no llegué a
247
Escaneado con CamScannerenteré de lo que pasaba cuando una fuer.
16 do In cola del pelo y me hizo despegar
talones del mosaico. Jamis volvi a sentir semojante ardor
oa ' ar cabelludo. Los gjos se me achinaron y no de risa,
enel i
meee so m0 esti Ia piel hacia las orejas. La ballena
sin fn literalmente en la palma de su mano
o tent
cara de luna me ten :
mientras hacia alguna advertencia que no alcancé a ofr,
Esa fue la gota que rebals6 el vaso. El dia en que, miran-
do mi imagen magullada en cl espajo del batio, decidf prepa-
rarme para el combate.
Y sola no iba a poder, estaba claro.
Habian empezado los dias pegajosos de octubre o noviem-
bre y el kiosco quedé relegado por la pequefia heladerfa de
Gascén y El Salvador. Alli fhamos todos después de la
captar. Recién me
ma descomunal me J
escuela.
Yo seria la carnada. Entrarfa a la heladeria, detrés
ingresarfan Abril y Mariela haciéndose las desentendidas,
y detrds entrarfan ellas. Suponia que no iban a perderse la
oportunidad de molestarme en un lugar tan apretado como
ese. Pediriamos nuestro helado, y apenas empezaran las
chicanas...
Pasaron varios dias, tal vez semanas. Todo en el medio
es difuso. Noches con la mirada clavada en el techo, esca-
lando las rayas de luz que se filtraban de la persiana, repa-
sando cada detalle, ensayando las palabras justas, imagi-
nando las respuestas. Iba a ser la primera vez que me
peleara con alguien que no fuera mi hermana. En la plan-
ta alta, donde estaban los tres cuartos y el baiio, habia un
oe usdbamos de ring, Era bastante amplio.
iitnbra ee ne solo una alfombra blanca y negra. La
piel de una vaca, supongo que comprada
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ili.
Escaneado con CamScanneren alguna casa de articulos regionales. Ese era nuestro
matadero.
Cuando nos dabamos cuenta de que las palabras ya no
podfan arreglar las cosas y de que, sf o si, tenfamos que ir
al cuerpo a cuerpo, salfamos al distribuidor. Nos pardba-
mos enfrentadas, flexiondbamos levemente las rodillas,
nos subfamos las mangas hasta los codos y empezdbamos
a medirnos. Cada una tenia su fuerte. Mi hermana mordia
como un tiburén y solfa dejarme los brazos marcados con
su pequefia dentadura. Yo, como en ese entonces era mds
alta que ella, podia inmovilizarla rodedndole el cuello o los
hombros. No valia dar empujones. Las escaleras estaban
muy cerca y un empujén podfa terminar en esguince, frac-
tura o algo peor.
Por mas brava que fuera, la pelea tenia un limite. Y por
més brava que fuera, tarde o temprano llegaba la reconci-
liacién.
Con Roxana y sus secuaces no seria lo mismo.
De ellas, lo Gnico que sabia era que me detestaban y que
podian destrozarme sin piedad.
Empecé a rezar.
Mi rezo no era catélico ni judo, mi rezo era mi ultimo
recurso. Jamas habia presenciado una misa, jamas habia
asistido a clases de catequesis, jamds hab{a ido a confesar-
me, y mis lecturas religiosas consistian en un libro de tapa
dura, ilustrado para chicos, que relataba algunas historias
del Antiguo Testamento.
Yo imitaba lo que habja visto en las peliculas y las series
de televisién. Me arrodillaba en el piso, apoyaba los codos
sobre la cama, entrelazaba las manos debajo del mentén y
elevaba la vista al techo, Le contaba a Dios mis problemas,
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Escaneado con CamScanneredfa que me ayudara a resolverlos y le prometia cier.
le pt Sia la boba de Laura Ingalls le cumplia,
tas cosas a cambio.
yr qué a mi no. 7
ve tarde de la emboscada salimos de la escuela a las
cinco y cuarto, la hora de todos los dias. Desabrochamos los
botones del guardapolvo, nos arremangamos las calurosas
mangas de grafa y empezamos a caminar. Le dije a mi her-
mana que, pasara lo que pasara, ella tenia que esperarme
afuera de la heladeria. Cuando llegamos, Paula me miré
con sus ojos profundos y melancélicos, abrazé su mochila y
se senté en una silla de pldstico debajo de la sombrilla
Frigor.
Tal como habiamos calculado, las ballenas me vieron
desde lejos y vinieron atraidas por la carnada. Lo que no
calculé es que Roxana estaria con ellas.
Entré sola y enseguida me alcanzaron Abril y Mariela.
Nos acomodamos en escalera seguin la estatura, apoyamos
los codos sobre el mostrador y alzamos la vista al panel de
gustos que colgaba de la pared.
El local era muy angosto y no entraban més de seis 0
siete personas a la vez. Cuando Roxana ingresé con su
séquito, ya no qued6 lugar para nadie mas. Sentimos el
murmullo de sus voces en la espalda, como la fritura de un
teléfono descompuesto. Luego sobrevino ese silencio ulti-
mo y crucial, cuando no se sabe todavia si la presa adivi-
naré el mecanismo de la trampa.
Sin duda, fueron segundos, porque el empleado nunca
llegé a entregarnos los helados.
Usabamos la mochila colgada de un solo hombro y alguna
de las gordas jal6 de la mia. Volvimos a sentir el murmullo en
nuestras espaldas. Mi cuerpo se recliné hacia atras y rebot6
250
Escaneado con CamScanner| a
nuevamente en el mostrador. Con los ojos humedecidos
observé el listado de gustos como si fuesen las caras inso-
pornables del pelotén, incliné el hombro y dejé que mi mo-
chila se deslizara hasta el piso. Mis compaiieras hicieron lo
mismo.
Abril fue la primera en darse vuelta y, con su acento de
concheta provinciana, pidié que dejaran de molestar. Pero
mas que un pedido fue una provocacién para iniciar la
batalla. La ballena cara de luna contesté no sé qué guaran-
gada que completé con una escupida en la solapa del guar-
dapolvo. Abril la empujé con el filo de su cuerpo y gané
mAs por sorpresa que por fuerza. Cara de Luna trastabill6é
y cay6é encima del bebedero metalico, deformando el pico
vertedor con su espalda. Su compaiiera retacona reaccioné
y fue a zamarrear la cabellera de Mariela. Mariela tam-
bién agarré los pelos de su contrincante, parecfan dos
monos despiojéndose contra el mostrador.
E] heladero se apretaba las mejillas con las manos y
gemia un «chicas, chicas, por favor, acd dentro no, vayan
afuera, vayan afuera...».
Vi a Cara de Luna queriendo incorporarse y volver ala
carga. Fui hacia ella con las palmas abiertas, apunté a sus
tetas y la empujé nuevamente sobre el bebedero. Cuando
giré, Roxana estaba trepada a la espalda de Abril que cor-
coveaba como un caballo para quitarsela de encima. Mas
se sacudia, mas se aferraba la otra a su cuello de jirafa.
Un dolor intenso me retorcié las tripas.
—jSoltala! —aullé.
Roxana dejé de moverse, alzé la cabeza y me miré. Nos
miramos las dos. Por primera vez en muchos meses nos
miramos de un modo distinto.
Escaneado con CamScanner~i; a suplica.
_—Soltala —epet oe de saeunes separé las manos del
Sin quit or la espalda de Abril como por un tobo-
cuelloy eae wie, se bajé el guardapolvo, alis6 su ropa
coe ae con las manos el revoltijo de pelo. Un hilito de
légrimas le corrié por la mejilla izquierda.
‘Vino caminando hacia mi y temblé. .
Se paré a centimetros de mi cara y otro hilito de lagri-
mas le corrié por la mejilla contraria.
Eras mi hermana... —me dijo con voz estrangulada, y
su boca quedé entreabierta como si le quedara algo mas
para decir. Pero eso fue todo.
Levant6é sus carpetas desparramadas en el piso y se
abrié paso en el tumulto de curiosos que tapaba la puerta.
La siguieron sus gordas, tan despeinadas y machucadas
como nosotras.
El heladero aproveché para echarnos a la calle y termi-
nar su jornada de trabajo antes de lo habitual.
Abril, Mariela y yo salimos en fila a la vereda, alli nos
rodearon amigos y conocidos para escuchar la crénica fres-
quita de la pelea.
Paula seguia sentada en la silla de plastico, debajo de la
sombrilla Frigor, con los brazos cruzados sobre la mochila
y el cefio fruncido.
~ Acaricié su hombro y me disculpé.
—Quiero ir a casa —dijo.
—Si, vamos.
Solas nos alejamos caminando por El Salvador.
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