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EN EL UMBRAL DE LAS REVOLUCIONES HISPANICAS: BL BIENIO 1808-1810 2 :! EL COLEGIO DE MEXICO. ‘CENTRO DE ESTUDIOS PoLiTicos YCONSTITUCIONALES 0 DE ESTUDIOS INTERNACIONALES — 803 640046, yon Fino ube de as revolucioneshispdnicas: el hienio 1808-1810 / Roberto Bret editor. -- 1a. ed.~ Mico, DE =Fl Colegio KK) le Mexico, Centro de Estos Internacionales: Cenro de EnnuiosPoticosy Consiucionaes, Mads, Espa, 2010. 404 p:22.em. ISBN 978.607-462-113.6 1, Revoluciones - Espa Historia Siglo XIX. 2. Revolaiones ~ Amésca Latina ~- Historia ~ Siglo XIX. Bef, Robert, ed Portada: Lenantamienosimltines de lat Prvinlas de Espataconra Napoli, Salvador Mayol y }. Masferrer, 1808, Museo Municipal de Madrid. Primera edicidn, 2010 © ElColegjo de Mexico, A.C Camino al Ajusco 20 Pedegal de Santa Teresa 10740 México, DE www.colmex.mx Centro de Estudios Politicos y Consttucionaes Plaza de la Marina Espazola, 9 9 ‘constitucionales en Espafia, 1808-1809 Fernindeg Sanwa 2» -eonstruccién de la opinién publica en Espafia, 1808-1810 2 ¥transcins los balances de poder américa, 1808-1810 Hispanoamérica, 1808- : 1809 ‘Nueva Bispaiia, 1808-1 se ‘momento: la iavasién napolednicay la pesistencia itades coloniales en la Nueva Espafia, 1808-1809 is ! sentacién: cl reno de Guatemala Pi monies de 1008 Fe ; Arendt Rojas dl reno: el proceso juntista en fa Audiencia 193 de la propaganda politica fidelista: el virreinato fen 1808 y 1809 Peralta Rai, [Den crisis del poder virreinal al exsis del poder monirquico: Tiwenos Aires, 1806-1810 Marla Terassio Chile, 1808-1808: Ia descomposicién de la maquina institucional Aid cab Holt Leteer - i Soberania y revolucién en el reino de Quito, 1809-181 Kenneth J. Andrien ae ie Salus popui:imaginando la reasuncién de la soberania ‘en Caracas, 1808-1810 Chiment Thibaud Dela actualizacién del poder monarquico al de su disolucién: Nueva Granada, 1808-1809 Isidro Vanegar Los colaboradores 235, 265 299 313 335, 365 399 tuvo lugar en El Colegio de México en abril de 2008. de otras reuniones aeadémicas, en ésta se privilegiaron os y el debate en lugar de la presentacién de textos. ¥ Por otros motivos que no viene al caso referir, el publicacién se extendié més de la cuenta. En todo caso, 0s textos aqu{ reunidos presentan modificaciones consi- ‘a las ponencias presentadas en é.! ‘sobre el bienio 1808-1810 se suma a otros textos que han aparcci- ‘un pat de aos con motivo de los bicentenaros, casi todos ellos 1808, Para los lectores interesados, destaco s6lo cuatro de estas pu- Jn lista podria extenderse considersblemente): 1808: lr sn pons, Maciel Chast (coord), México, El Colegio de México/ 1808; ry sherania, rémero monogefico de la evista Hira y Pl «Maria Portillo Valdés (coord), nim. 19, encro-junio de 2008; Las expe- INOS on Iberoamérica, Afcedo Avila y Pedro Pérez Herrero (eds), México, vidal de Aleali, 2008; por cltimo, 1808: wna coyantura germinal, mimeo ese ise (oor), 229, de i _ DELA CRISIS DEL PODER VIRREINAL A LA CRISIS DEL PODER MONARQUICO: BUENOS AIRES, 1806-1810 Marcela Ternavasio Universidad Nacional de Rosario En 1806, entonces, el orden espatiol presenta, ras de tana fachada todavia imponent, grictas cuya profundi- dad no es ficil de medit. Ese paulatino debiltamiento ‘no justfea su brusco fi; puede decirse de él como de la unidad imperial romana que no murié de su propia suerte, que fue asesinado. “Tulio Halperin Dongui, Reelcny guerra 21 de enero de 1809, un dia antes de que la Junta Central Suprema \bernativa del Reino cmitiera la real orden en la que declaraba a las lias “parte esencial ¢ integrante de la monarquia espafiola”, la \diencia de Buenos Aires le enviaba una carta “suplicando se adop- 1en ciertas providencias que estimaba conducentes”.! La comuni- 6n cursada por los oidores a la Junta —reconocida ésta solemne~ te por las autoridades del virteinato el dia 8 de enero— ilustraba \y bien el conflictivo clima politico vivido en aquellos dias en el de la Plata. El alto tribunal exhibia un crudo diagnéstico dela ‘én local, derivado de los hechos de “naturaleza extraordina-_ » que habian afectado a la jurisdiccién desde mediados de u "| "Carta de la Real Audiencia de Buenos Aires dando cuenta a su Majestad, “documentos eimpresos que acompaia”, Buenos Aires, 21 de ener in de ory dcsmente: para tori aetna, ib de May, XI {lispedicstes, Buenos Aires, Senado de la Nacin, 1961, : 265 266. MARCELA TERNAVASIO| hasta comienzos de 1809. La Audiencia puntualizaba tales hechos orden cronolégico: la primera invasién inglesa a Buenos Ai cen 1806, la deposicién del virrey Sobremonte en febrero de 1807, ‘nuevo ataque de las tropas briténicas a la capital virreinal a de ese mismo afio, el establecimiento de la Corte portuguesa Ro de Janeiro en marzo de 1808, la ocupaciGn napoleonica de E fia y los sucesos de Bayona, las intrgas tejidas por la infanta C: Joaquina de Borbén para ocupar la Regencia, cl ejercicio interin ‘cargo de virrey por parte de un francés de origen desde 1807, la macién de una Junta de Gobierno en Montevideo en septiembre d 1808 y el intento del cabildo de Buenos Aires de deponer al v de crear una Junta el 1o. de eneto de 1809. La exposicidn de los oidores, si bien no esti exenta de las ciones propias de un cuerpo que habfa sido activo participe de todo los hechos relatados, expresa de manera contundente la agenda problemas que enfrentaba el virreinato desde la primera invasi inglesa. A los embates de la disputa entre impetios en el Atlintico se le sumaron luego los “trastornos extraordinarios” producidos p la crisis de la monarquia espaftolay los conffictos internos nacidos ‘una intrincada trama tejida por competencias jurisdiccionales,# dades entre autoridades y ambiciones personales de poder. Una ma que en los meses siguientes al informe prescntado por la Aud cia estaba lejos de encauzarse por caminos capaces de pacifi disputas. El testimonio ofrecido por Baltasar Hidalgo de Cis septiembre de 1809, poco después de attibar al Rio de la Plat asumir el cargo de vierey, refleja la situacion: No puede presentarse cuadro mis lastimoso que el de vuestra cién politica a mi llegada a estas provincias. Mi corazén se eub pesar, cuando vi sumergidos en un abismo de males unos p acreedores de la felicidad a que su situaci6n los destina#* Desentrafiar en todas sus dimensiones esa trama que, ¢n 1a J ppectiva de Cisneros, condujo al Rio de la Plata a un “abismo de Jeg” es, sin dda, una tazea muy compleja que excede las posi J eDeclaracion del Virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros", Buenos Ai Sepllembre de 1809, Cabin de obras y documents. i. XI, p. 10573, DELACRISIS DEL PODER VIRREINAL 267 des de este ensayo, De alcances més modestos, mi propésito en las. siguientes paginas es retomar la agenda de cuestiones presentada por Ja Audiencia a comienzos de 1809, con el objeto de bucear en ella algunos de los niveles de la crisis politica abierta después de 1806, sin «que el desenlace de 1810 constituya el punto de partida. Entre 1808 y 1809, el Rio de la Plata parecia albergar todas —o casi todas— las alternativas que dejaba abierta la crisis de la monar- quia. La fidelidad a la metrépoli, el establecimiento de un protecto- ado britinico, el carlotismo, la sumisién al emperador francés, el juntismo o la independencia fueron opciones que se presentaron bajo diversos formatos y alineamientos de fuerzas, algunas de las cuales contaron con muy escasas —o nulas— posibilidades de con- cretarse, Todas ellas fluian en un contexto plagado de incertidum- bres, confusiones, sospechas mutuas y desconfianza, derivado, en ‘gran parte, de la peculiar situaci6n creada por el doble waco de autori- dad que experimenté el Rio de la Plata en esa coyuntura. El hecho de que la deposicidn del virrey Sobremonte precediera a la nacatio regis —deposicién consumada en una suerte de cabildo abierto que actué bajo la presidn del “pueblo”, segiin destacan los documentos— constituye un dato clave para entender algunas de las derivaciones ‘que siguieron los cursos de accién en el escenario local. Subrayar esta precedencia no encierra la intencién de presentar al Rio de la Plata como un caso excepcional ni de minimizar el papel que is dindstica en la logica de la crisis imperial que le sucedi6. Por el contrario, mi objetivo es retomar Ia hipétesis de Tulio Halperin Donghi citada en el epigrafe y asumir el reto de medir algu- ‘has de esas grietas que el orden espafiol exhibié después de 1806. Hin este sentido, la deposicién del virrey abri6, sin duda, una grieta ‘Vertical en el orden institucional de la colonia. No s6lo porque hirié ‘muerte el prestigio de la maxima autoridad colonial al producirse Jas circunstancias recién enunciadas, sino porque privé al virreina- —crigido hacia apenas treinta afios— del primer eslabon sobre el se fandaba la relacién de obediencia y mando en América en "14 clisica obra de Tolio Halperin Donghi, Revlusin y guerra jormacn de na sdrgete on le Argentina ella, México, Siglo XI, 1972, sigue siendo, para el pé= o del que se ocupa este ariculo, el anilsis més rico y sugerente con el a a historografia argentina. 268 MARCELA TERNAVASIO, una coyuntura muy particular en el plano internacional. Tal acet creaba en el 4mbito local un margen de incertidumbre juridica q bien no es comparable en su naturaleza y magnitud a la desencad nada por la sacatio regis poco tiempo después, si se le asemejaba algunos aspectos, FI primero se vincula a la situacidn de provision lidad vivida en esos meses; el segundo, a la emergencia de ci ‘margen de autonomifa por parte de las autoridades coloniales respe to de la metrépoli. Un dato ya destacado por Halperin: “desde juni de 1806 las instituciones coloniales han adquirido un poderio que no perderin a manos de la Corona”. e Desde esta perspectiva, es posible afirmar que la auéonomia en Rio de la Plata comenzé a experimentarse en 1806, antes de la'¢f sis dindstica y de la formacién de la primera Junta Gubernativa ‘mayo de 1810, Por cierto que la autonomia de la que hablamos p 1806 y 1807 es muy diferente de aquella instaurada en 1810. primera no fue, como la segunda, el resultado de la desaparic del rey y del planteamiento explicito que invocé el derecho de pueblos a ejercer una tutela o depésito de la soberanfa del mon ausente.* La autonomfa desatada por las invasiones inglesas echo, no un reclamo de derecho; no implicé una accién deli sino que derivé, en gran parte, de los efectos provocados po situacién de provisionalidad en la cual qued6 el virreinato Iu Ja destitucién de Sobremonte. Fue, en todo caso, un tipo de nomia que recuperaba el modo de operar de la tradi tualista hispénica en un contexto de crisis en el que las borbénicas tendientes a reforzar el poder de la Corona p hacer agua por todos lados.* Los protagonistas de este proceso fueron los cuerpos ¢ insti nes de la Colonia: el cabildo de la capital —Ia institucién més an * tid, p13. * Sobre el eoncepro de autonomia pueden consuitarse Jaime Rodrigues, pendenia de ls Amir exparos, México, re, 1996; José Maria Portillo Vad iin: antonomia indeendenia on laevis dela monargatabispana, Madi, Pons, 2006 © Sobee las pricticas fandadas en el contractualismo hispinico des América, vase Antonio Annino, “Soberanias en lucha”, en Antonio Gastro Leva, Frangois-Xavier Guerra De lr imperial naones Ihrem (goes, Ibex, 1994. DELA CRISIS DEL PODER VIRREINAL 269 y de mayor arraigo—, el virrey y la Audiencia —creados a fines del siglo xvmt en el marco de las reformas borbénicas— y las milicias urbanas surgidas durante las invasiones inglesas. Tales cuerpos en- carnaron disputas que, ademas de minar el engranaje en el que se fundaba la obediencia politica, expresaban la distancia respecto de ‘una Corona que parecfa cada vez mas lejana. Estas disputas no s6lo se vieron agravadas con la crisis de la monarquia, sino que asumieron nuevas valencias por la naturaleza misma de la racatio regis. Las abdi- caciones de Bayona abrieron un nuevo escenario de incertidumbre juridica a la vez que dejaron al Rio de la Plata en una suerte de nario de segundo grado: las abdicaciones se produjeron cuando la autoridad virreinal segufa siendo provisional, en la medida en que Liniets habia asumido el cargo con ese cariicter gracias a una modificacién cit- cunstancial de los eriterios impuestos por la Corona pata cubrir las acefalias.” Cuando se procedié al nombramiento de nuevo virrey, en medio de una trama surcada de conflictos de muy diversa naturaleza cn el escenario local, la situacién no se modificé sustancialmente: Cisneros fue designado por la Junta Central Gubernativa, cuya pro- visionalidad se exhibia no s6lo en el hecho de tener Ia soberanfa en depésito, sino en el mas contundente dato de que la autoridad de la Central era resistida por muchas de las juntas locales de la peninsula ibérica, renuentes a entregar ese depdsito de soberania, En esa atmésfera, el concepto de independencia comenzé a circular, adoptando muy diversos significados segxin el contexto y el grupo que lo evocara, como ha demostrado recientemente la historiogra- fin." Tal como ocurrié en otras regiones del imperio después de 1808, ‘euando la posibilidad de la independencia —entendida como sece- sién respecto de la metrépoli— fue mas una opcién sospechada por | 7B. 1807 la Corona cambi clsiterio por cl val debian cubis nternamente sacancias del cargo de very alestablecer que en lugar de ocuparo el presidente Mela Avienciadcbishacul fe miltar de mayor raga © * En torno a los significados de los conceptos “independencia” y “autonomia”, nis de los autores ya ctados, vanse Roberto Brea, E/prine iberalsmo eal Whe proees de emancpacon de Ambra, 1808-1824: una rein bisrigifica de bras ini, México, El Colegio de México, 2006; Ana Carolina area, “Autonomia Fnependencia en la criss dl orden virrcnal, y el comentatio realizado al texto Tarra de Javiee Fernéndes Sebastin, en el foro virtual Ibeoldeashp:/Foribe- cervantesvitualcom. 270 MARCELA TERNAVASIO Jos mis férreos defensores del régimen colonial que una alternati cencarnada por grupos capaces de sostener un plan deliberado en sentido, en el Rio de la Plata las sospechas de conspiraciones dientes a romper los lazos con la metrépoli precedieron a la cri dindstica y se vieron estimuladas por el temor que engendraron, hechos desatados en 1806. Ese insistente fantasma, sin embargo, fue s6lo atribuido a sujetos supuestamente portadores de ideas rad cales extraidas de las revoluciones norteamericana 0 francesa, también a las propias autoridades coloniales a quienes se les asi ba, segiin la coyuntura, la vocacién de independencia, En este caso, acusados podian ser tanto el virrey interino Liniers, a quien su ¢0 dicién de francés lo condenaba de antemano a ser sospech complicidad con Napoleén, como los miembros del cabildo a lino, imputados por algunos de representar al partido espaioly de q ret formar una junta independiente de la metr6poli por el aband ‘no en que ésta habia dejado al Rio de la Plata durante el di del “ingrato favorito que abusaba de las bondades del monarca” los IV? En algunos casos, el concepto de independencia se ider caba con alternativas de tipo autonomista en el sentido de bust la crisis de la monarquia la oportunidad de ampliar la esfera del rej auténomo de los asuntos locales y tegionales sin que esto ficara una ruptura con la Corona; en otros hacia referencia a supuestamente rupturistas con la metrépoli en los que estaban lucrados conspiradores como Francisco Miranda; y en otros rem a la posibilidad de instaurar un protectorado bajo algiin poder € tranjero, ‘Ahora bien, las intrigas sobre conspiraciones independenti que ostentan los procesos judiciales, oficios y cartas intercambit ‘por distintos personajes, estuvieron alimentadas por la cercania igrifica que respecto de las dos potencias tradicionalmente de Espaiia experimentaron los rioplatenses a partir de 1806, Nis ‘no de los alineamientos internos en el Rio de la Plata pueden €0 Jrenderse sin revisar el papel de Gran Bretaita —con los vaivene ‘sucesivos gobiernos respecto a qué estratcgia asumir frente: s hispanas— y el de Portugal —con su tradicional vo dela Real Audiencia, 21 de enero de 1809. DELA CRISIS DELPODER VIRREINAL 271 cexpansionista sobre las posesiones espafiolas en el sur del continen- te—. Cuando se produjo el repentino cambio de alianzas internacio- nales al ocupar Napoledn la peninsula ibérica, nadie en el Rio de la Plata parecia estar convencido de las bondades de ese viraje. Por el contratio, las autoridades coloniales de Buenos Aires, inmersas a esa altura en su propio juego de disputas luego de Ia vacancia virreinal, estuvieron lejos de tranquilizarse con sus nuevos aliados. La descon- fianza que exhibia el rinc6n més austral del imperio hacia Inglaterra yy Portugal era sin duda comprensible y se expresaba en el temor de ‘que cualquiera de las dos potencias estimulara una independencia bajo el protectorado de alguna de ellas. La experiencia vivida durante las invasiones inglesas no colaboraba a mejorar la imagen de Gran Bretafta, como tampoco ayudaron las intrincadas tramas tejidas por la infanta Carlota Joaquina para mejorar la de Portugal. Si se suma la amenaza de una expedicién francesa al Rio de la Plata, planteada en algunos documentos c instrumentada de manera oportunista por In- sglaterra y Portugal, l cuadto termina de complicarse. Un cuadro en el que si bien confluyen intereses y ambiciones muy diversos, presen- ta una petcepeién comin por parte de todos —o casi todos— los involucrados en las disputas: la hip6tesis de que la peninsula corria serios riesgos de caer definitivamente en manos de Napole6n des: cempefié un papel clave en los cursos de accién desplegados entre 1808 y 1809. De UN viRREINATO SIN VIRREY A UNA MONARQUIA SIN’ MONARCA El impacto que sufti6 el Rio de la Plata a partic de los vertiginosos ‘cambios ocurridos durante la ocupacién britinica se exhibio en di- versas dimensiones.” En primer término, cabe recordar que las im- provisadas tropas destinadas a reconquistar Buenos Aires en 1806 y ‘i defender la capital en 1807 estuvieron constituidas por milicias Exist una vasa bibliografla sobre las invasions inglesas al Ro de la Plata. El ‘studio més completo y actualizado es el de Klaus Gallo De a ina lreconacoien- th: Gran Brita y «Rio de la Plata, 1806-1826, Boenos Aites, A-Z Editors, 1994; del Inismo autor, Las iioner apse, Buenos Aices, Budeba, 2004 il 272 MARCELA'TERNAVASIO. DELA CRISIS DELPODER VIRREINAL 273 Por cierto que tal generalizacién de las “ideas de libertad ¢ inde» pendencia” era mas una fantasia, procedente de un personaje que estuvo entre los pocos que plantearon ese plan en ocasién dela oeu~ pacién britinica, que la expresi6n de una realidad. Pero si no ¢s cle fo que los supuestos planes de independencia de la mete6poli durin- {c cl protectorado britinico tuvieran posibilidades de concretarse, sf Jo es que la situacidn legada por las invasiones mostraba un escenario muy distinto del existente antes de 1806. Sa ese escenario, las milicias locales se habian convertido en un nuevo factor de poder, cuya intervencién en el espacio piiblico trans- formaba los equilibrios existentes entre las autoridades y los cuerpos de la capital. As habia ocurrido en ocasién de la destituci6n del vi fey; fue bajo la presién de las “tropas” que se convocé al cabildo Ubierto del 14 de agosto de 1806 para delegar el mando militar y po- Htico en el héroe de la reconquista —Santiago de Liniers— y bajo fa misma presién que se reunié la Junta de Guerra en febrero de 1807 —cuya composicién se acercaba mis a un cabildo abierto— 1a decidir finalmente la deposicién definitive de Sobremonte. WNunque la identificacin que exhiben los documentos entre los tér Jhinos “tropa” y “pueblo” no es fcil de evaluat, resulta representat el nuevo clima politico vivido en esos meses."* La Audiencia psruvo en el informe ya citado que esas tropas eran “colecticias Este éxito [frente a los britinicos] desper6 en el pueblo una com jnsubordinadas” y que la “deposici6n del mando [de virrey] por el hasta entonces desconocida: sus primeros movimientos fueron blo” fae un “ejemplo pernicioso que si no acabé con la autoridad ae det ie scene pers oe Sad oi i a paralizé en términos que han de pasar muchos afios antes que segin so poland See 1 Rl bhvalezca”.'S Mientras el alto tribunal intentaba erigirse en el defen- oes ae ae Bec chi deta ee po terior general la ideas de Libertad e Independencia.* no sélo por tratarse de la instituci6n mas antigua y de mayor ‘ 10 en la ciudad, sino también por el destacado papel que cum- ae oa defensa def epi en segunda eas bine Beate tooc 115" ca Tus Haber Dicgh (Gani) Ey aa aa Wierey interino no loggaba frenar las disputas internas nacidas de Hipaneamiree, Bacnos Aires, Sdamericana, 1978. \Wtepentinos cambios, pese a contar con un fuerte consenso entre Ni}. Whitelocke a W. Windham, 20 de junio de 1807, publiado en Inilicias que habfa colaborado a crear. En visperas de un hecho Done of Lit Gen. White, Lone, 1808. Extraido de K. Gallo, La adie podia prever, como fue la rzcatiorgjs ocuttida pocos meses Wil os 3, Spéndice Documental, pp 63-64. W Vease al especto Gabriel di Meglio; ge pcb la ple abana de Buen W Memorial de Mansel Aniceto Padilla a sir Arthur Wellesley” MWe 1808. Fxtraido de K. Gallo, Lar masons ingles, os sity Ul pltcs rel lin de may som, Baenos Nice, Prometeo, 2006 Aah pp 126-127, Wearia de ia Real Audieneia, 21 de enero de 1809 urbanas de muy reciente formacién.”" La percepeién rapid arraigada entre los habitantes de Buenos Aires fue que la met se habia mostrado incapaz de defender con sus escualidas t vveteranas el rincén mas austral del imperio y que los verdaderos tiones de la lealtad hacia la Corona habian sido, bésicamentey criollos y espafioles residentes en la capital que resistieron los tes de los invasores. Esta exhibicién de abandono, sin emba tuvo lejos de erosionar el sentimiento de fidelidad hacia el rey. contratio, las proclamas y discursos de los lideres de la reeongi de la defensa eran elocuentes al destacar el entusiasmo patridti la poblacién en resguardo de Ia lealtad espatiola. Asi lo reeoito también los mismos ingleses derrotados, como fue el caso del ral John Whitelocke cuando afirmaba que “en el momento llegada a Sudamérica no teniamos ni un solo amigo en todo ep Silos ingleses habfan especulado con capitalizar a su favor las nes entre peninsulares y criollos que supuestamente habfan’€F las reformas borbénicas, el desencanto fue inmediato. Inclusy os pocos colaboradores criollos que encontraron los bt como Saturnino Rodrigue Pefa y el altoperuano Manuel Padilla, se hacfa explicito este reconocimiento. Padilla, en un meh fial elevado a Arthur Wellesley en mayo de 1808, aseguraba: 274 MARCELATERNAVASIO después, el Rio de la Plata mantenia una situaci6n de interinato su maxima autoridad, derivada de una situacién sin precedentes: destituci6n de un vierey por aclamaciin popular.® ‘A comienzos de 1808, tanto las autoridades como la poblacién ‘general agudizaron sus temores frente a la posibilidad de una n invasion britinica, especialmente luego de artibar las noticias presencia de la Corte portuguesa en Brasil bajo la proteccién de Ins glaterra. La inguietud que desperté el traslado del rey Juan VI « Portugal con todo su séquito a Rio de Janeiro fue inmediata, En u acuerdo del cabildo de Buenos Aires del 15 de marzo de 1808, log regidores se hacian eco de una noticia difundida “en el pueblo” «que los portugueses aliados a los ingleses tenian proyectado im una vez mas la capital viereinal. En medio de ese clima conspirativo, a fines de julio legaba a B fos Aires la real cédula en la que se ordenaba reconocer por rey Espaia a Fernando VII por haber abdicado a la Corona Carlos IV ef ocasién del motin de Aranjuez ocurrido en marzo de 1808. No h falta redundar en el dato muy obvio acerca de las demoras con q llegaban las noticias de Europa a América ni en los desfases prod dos entre la vorigine de acontecimientos ocurridos en Espafia ‘meses y su difusion del otro lado del Atlintico. Pero sies reconstruir ciertas cronologias en ambos escenatios para comp las logicas de accién de los actores. Ast pues, la ceremonia de ju to al rey Fernando VII estaba prevista para el 12 de agosto, p virrey ordené suspendesa, en acuerdo unnime con la Audi el eabildo, por tomar conocimiento el 30 de julio de impresos lle Cdl en los que se anunciaba la protesta de Carlos IV a dicacién y su regreso al trono, Estos impresos, mas allé del inten las autoridades de evitar su difusin, se popagaron entre a vvos pobladores de la ciudad, lo que gener6 una gran confusién, El clima de incertidumbre se agravé cuando el 13 de agost bé al Rio de la Plata el marqués de Sassenay, enviado de Naf ° Oficio del Cabo de Buenos Aires al marqués de Sobremonte Je el nombramiento del eapitin general don Santiago de Linierspoc aj cebrada el 14 de agosto de 1806 ya solcitud del pueblo en pablicas Archivo General de la Nacién, Divisiin Colonia, Seccién Gobierno, Inglesas. Correspondenciay vatios, Sala IX, 30-3-5.295. DELA CRISIS DEL PODER VIRREINAL 275 Bonaparte. El objetivo de su misién era dar a conocer el estado de Espafia y el cambio de dinastia y observar las reacciones que la noti- cia produefa entre los rioplatenses. Cabe destacar que en esos dias hhabia circulado en Buenos Aires la proclama del Supremo Consejo de Castilla —que habia aceptado las abdicaciones como un acto legf- timo y promovido el reconocimiento de la nueva dinastia— en la que se condenaban los sucesos de Madrid del 2 de mayo —cuando se produjo el levantamiento de los madtilefios contra las tropas france- sas— como anirquicos y se amenazaba con “castigo riguroso y seve- 10 2 los que intentasen romper Ia alianza entre estas dos grandes na- ciones [Espafia y Francia)”.” El estupor frente a las novedades explica, en gran parte el desconcierto de las autoridades. Liniers reci- bio a Sassenay junto al cabildo y la Audiencia y alli examinaron los papeles en los que se daba cuenta de las abdicaciones, de la designa- cidn del rey José Bonaparte y de la convocatoria a un congreso en Bayona. Para agregar mas confusi6n, muchos de esos papeles estaban avalados con la firma de autoridades espafiolas. No obstante, los cuerpos locales pudieron comprender rapida- Iente lo peligroso que resultaba difundir estas noticias y mantuvie- ton incomunicado a Sassenay hasta embarcatlo nuevamente rumbo ‘a Europa."* Pero el intento de mantener en secreto las noticias apor- {adas por el enviado napolednico fue en vano. El rumor de su pre sencia en Buenos Aires habia trascendido y despertado todo tipo de Infidencias. Para aquictar los animos, el virrey lanz6 una proclamé habitantes de Buenos Aires el 15 de agosto, en la que se manifes- han las cavilaciones del momento. Las expresiones alli vertidas es han lejos de condenar a Napoleén, aunque se ratificaba la fidelidad pueblo de Buenos Aires a su legitimo soberano. Si bien se presu= ‘que la proclama fue redactada por uno de los oidores y:conté con suerdo de la Audiencia y del cabildo, fue utilizada luego por los ® Citado por Mario Belgrano, “El emisario imperial cl margqués de Sassenay”, en do Levene (Sit), Hira demain arting ede oie bat ls oronzain 1 1862), Bocos Ate, Academia Nacional dela Historia, El Ateneo, 1961, V, p70. 1 Un regreso que se vo obstacalizado cuando, legado a Montevideo, el gober- ‘de esa plaza, Francisco Javier de Elio, lo hizo arresta. Alli permanceié preso lado de Napoleén hasta diciembre de 1809. itl 276 MARCELA TERNAVASIO adversarios de Liniers para argumentar la postura indecisa del wi respecto de Napoleén. En ese clima se procedid, finalmente, a celebrar el juramento de fis delidad al rey Fernando VII el 21 de agosto, y apenas el 2 de septiem ‘bre se publics por bando en Buenos Aires que se declaraba la guer Francia y que se habia firmado un armisticio con Inglaterra. subrayé al comienzo, el anuncio del cambio de alianzas no trang 4 nadie en el Rio de la Plata. El gobierno britinio estaba conscie de esta desconfianza y por ello se encarg6 de enviar emisarios a nos Aires para convencer a las autoridades locales de la nueva sit ‘in. En un oficio del 4 de agosto de 1808, lord Castlereagh orden 1a James Burke trasladarse a Buenos Aires con el objeto de infos sobre los sucesos de Espatia y la resistencia de los espafioles a a 0 pacién francesa mediante la formacién de juntas. Burke debia co cera las autoridades tioplatenses de que a partir de ese momento G Bretafia era un pais aliado y de que habjan cesado las hostilidades. otto lado, ordenaba predisponer las “mentes de los espafioles en’ tra de los franceses” y convencer a los americanos de que el objetivo de Inglaterra era evitar que Espatia y sus colonias cayera ‘manos francesas."” En otro oficio del mismo dia, Castlereagh le e nicaba a Sydney Smith que temia el envio de una expedicién fran a Buenos Aires y que por tal razén debia quedar claro en la capit ‘reinal que Gran Bretaia no deseaba interferir en los asuntos €s les, “peto si por cualquier adversidad, Espafia cayera bajo la ‘Napoledn”, era deber de Inglaterra evitar que las provincias nas siguieran la misma suerte. En tal direccién, Gran Bretafa “ piraria a ninguna soberanfa ni ocupacién territorial, limitindose a blecer una conexién con los dominios espafioles en Sud. permitiera proteger su independencia y sus recursos contra los nos del enemigo comin” *? Mis alla de la suerte que corrieron estas comisiones, lo ciet aque la recepcién que tuvo en Buenos Aires la noticia del Oficio de Lord Castlereagh a James Burke ondenindole trasadarse Aires, Downing Street, 4 de agosto de 1808. Calin de obras y documenta, SL p 10176. I Ofco de Lord Castereaphlalmirnce Sydney Smith ecomendandal ein de obras y document... ape XI, pp. 10177-10179. DELA CRISIS DEL PODER VIRREINAL 27 ‘con Inglaterra no fue la mas auspiciosa. Fl fiscal del crimen, Antonio Caspe y Rodriguez, afirmaba en diciembre de 1808 que “los jefes de las armas beitinicas para hostilizar estas provincias” se dedicaron a ‘“promover y auxiliar un partido de la independencia”. El mismo fis- cal continuaba su diatriba diciendo que durante su permanencia en la ciudad de Montevideo entre 1806 y 1807, las fuerzas britinicas ha- bian promovido dicha causa a través de papeles piiblicos y del perié- dico La Estrella del Sur, y que desde la fuga de William Carr Beresford —general que comandé la primera expedicién inglesa junto al co- ‘mandante escocés Home Popham—, gracias ala colaboracién de los ya citados Rodriguez Pefia y Padilla, los ingleses sostenfan en Rio de Janeiro a esos hombres y que el gobierno portugués también estaba involucrado.” El informe se explayaba como si Gran Bretaiia y Por- tugal no fueran ahora potencias aliadas, sino enemigas, y dejaba al desnudo las conexiones que ambas tendian con Buenos Aires. Co- nexiones que, sin duda, se hicieron més complejas con el intento de la infanta Carlota Joaquina de reclamar la Regencia de los dominios americanos. Sobre los avatares del carlotismo en el Rio de la Plata se ha escrito bastante y especulado atin mAs. La complejidad de la intervencidn de Ia infanta se vincula tanto al plano juridico de sus reclamos como al contexto politico en el que se expres6, En el plano juridico, Carlota Joaquina reivindicaba su derecho a ejercer la Regencia en América dada la imposibilidad de su hermano Fernando y de toda la linea ‘masculina de la familia real de ocupar el trono. A tal efecto se valia de la derogacidn de la Ley Sélica en 1789, cuando el rey Carlos IV s6lo era padre en ese entonces de Carlota y buscaba asegurarse la sucesién en caso de no tener descendencia masculina Ahora bien, si dicho reclamo podia tener un anclaje legal, el contexto politico en el {que se le dio cauce dejaba a la propuesta con escasas posibilidades de éxito, Cabe recordar, en este sentido, que las ambiciones de la prin- ‘eesa no tuvieron acogida alguna entre los espafioles que tesistian la ‘ocupacién francesa en la peninsula, que existian diferencias dentro de la propia Corte portuguesa respecto a la estrategia de Carlota y 2 serito del fiscal del crimen Antonio Caspe y Rodlgues, Buenos Aires, 15 de iciembre de 1808. Cohen de brary documents... op et, XI, pp. 10099-10102. 278 MARCELA TERNAVASIO ‘que las redes que tendié en el Rio de la Plata —Ia jurisdicci cercana y supuestamente con la que podia tener contactos mé dos— apuntaron a un riesgoso doble juego que le rest6 eapacidi maniobra. La infanta buscé adhesiones lo mismo entre las a des coloniales que entre ciertos personajes que, frente a la vvivida luego de las invasiones inglesas, podian ver su Regencia: tuna oportunidad de redefinir los vinculos imperiales y de ob} con ello un mayor grado de autonoméa para el gobierno d tierras, entendida ésta en términos de autogestién y particips el cuerpo politico colectivo, P Las tratativas de Carlota, ademas de despertar temor y d fianza entre las autoridades locales por la amenaza que tej ban Portugal ¢ Inglaterra dentro de esa alternativa, desat flictos y procesos judiciales por el caricter conspirativo que as 1 reclamo, No viene al caso relatar las peripecias bajo las et expresaron las exigencias de la princesa, sino sélo subrayar que’ do en noviembre de 1808 artibaba una fragata inglesa a Mont procedente de Rio de Janeiro con supuestos pliegos de la’ para todas las autoridades del virreinato, el personaje que los: cia fue arrestado por el gobernador de esa plaza e incomuni Los episodios que rodearon el caso y que terminé con el pi miento de James Paroissien —encargado de transportar gos— estin plagados de acusaciones y sospechas mutuas diferentes personajes, abonados por la denuncia de Ia infanta d ber sido victima de un plan revolucionario por parte de a llos para proclamar su coronacién. Un plan del que ella pr ‘mente intentaba distanciarse cuando en earta a Liniers le adv Paroissien era portador de cartas que contenian “principios cionatios y subversivos del presente orden mondrquico” tendie establecer una “repuiblica”. Carlota le asegueaba al vierey tiempo estaba proyectado dicho plan y aclaraba que “por que sea la tal maquinacién, siempre es diametralmente opuc: leyes, a os derechos de mi real familia, contra el legitimo so de esos dominios, y por consiguiente contra mi misma”. *% Carta de Carlota Joaquina a Santiago de Liniers, Rio de Janeiro, 1. bee e 1808. Coe de bras y document. op ct. XI, pp 1009521 DELACRISIS DEL PODER VIRREINAL 279 Con esta denuncia, la hija de Carlos IV creia poder ganarse la confianza de las autoridades de Buenos Aires. Pero, lejos de ello, era ‘nuevamente el fiscal del erimen, Antonio Caspe y Rodriguez, el que se convertia en vocero de sus pares al plantearse, en una causa reser- vada, dos hipétesis respecto a la acusacién de la “trama de la conspi- racién”: 0 Carlota Joaquina engafiaba a los asi llamados “revolucio- hnatios” para luego descubrir el plan, o “se vio obligada a aparentar prestarse a semejante designio” y luego retrocedié al enterarse del tumbo “favorable” que tomaba en Espafia la guerra contra Napo- Jeon, En esta segunda hipétesis, el fiscal le imputaba a Ia infanta —sin duda en un tono elegante— promover, bajo la tutcla inglesa, tun plan independentista con su Regencia, considerando que Ia pe- ‘ninsula estaba perdida en manos francesas.” ‘A fines de 1808, la alternativa de que la metr6poli podia perderse bajo el yugo de Napoleén parecia convencer a propios y ajenos. ‘Aunque las autoridades virreinales eran muy cautas en sus expresio- nes, dicho temor se dejaba ver no s6lo en lo que manifestaban en los documentos reservados, sino también en el intento de frenar a cual~ {quiet precio la difusién de noticias sobre lo que acontecfa por aque- Hlos dias en la peninsula, 2A QUIEN onEDECER? ‘A comienzos de 1809, a capital del virreinato del Rio de la Plata se ppresentaba como un escenario surcado por disputas y conifictos entre futotidades, estamentos y grupos de diversa naturaleza. El virrey Li- fiers, cuya principal base de apoyo eran las milicias, habia procurado gobernar consultando de manera permanente al cabildo de la capital ‘vila Audicncia, Consciente de la excepcionalidad en que habia alcan- Jado la maxima autoridad y de la también excepcional situacién que Je tocaba timonear, fue muy cuidadoso respecto de los dos cuerpos "nis importantes del orden colonial con los cuales debfa cogobernat, ro su prudencia no aleanz6 para frenar las competencias jurisdic- |» Escrito det sel del efimen Antonio Caspe y Rodigues, Buenos Aires, 15 de leembre de 1808, Colin de obra y dacnnts. op ct, XI, pp. 10099-10102, 280 MARCELA TERNAVASIO. DELACRISISDELPODER VIRREINAL 281 cionales ni las ambiciones personales de algunos personajes que ‘en septiembre de 1808, en el mismo momento en que quedaba abor- ppaban cargos relevantes en aquel momento. Entre los personajes m tada la frustrada Junta de la Ciudad de México eneabezada por el ‘conflictivos se hallaban el gobernador de Montevideo y ela cabildo y que termind con la destitucién del virrey Ieurrigaray.* De primer voto del cabildo de Buenos Aires, Martin de Alzaga. cesta manera, el gobierno de la Banda Oriental ponia bajo sospecha a Montevideo, en el marco de las reformas borbénicas, habia Liniers al acusarlo de tramar en secreto la subordinacién de estos manecido como una gobernaci6n militar —por constituir un dominios al emperador Napoleén —en un momento en que su con- cio de frontera— integrada al virreinato, Lucgo de la evac diciGn de francés de nacimiento servia de pretexto para difamaslo— los ingleses de la Banda Oriental, el virrey nombré gobernador in y lograba lo que en el marco de la legalidad colonial no habria sido rino de aquella plaza a Francisco Javier de Elio, un personaje de posible: la autonomia absoluta respecto de Buenos Aires. Una auto~ nio fogoso y precipitado” —segsin el retrato que de él hacia la jnomia que al recuperar el ejemplo juntista espaiol y la declaracién de diencia— y proclive a la “arbitratiedad, despético. manejo’ fidelidad al rey Fernando VII procuraba dotarse de una nueva legit- “ambicién de gloria”.** Aunque desde su nombramiento Liniers midad. En este punto es importante subrayar que no existia en dicha tenté frenar algunos excesos de autoridad exhibidos por Elio, Jonta un reclamo de derechos al autogobierno frente a las autorida- manifest6 siempre cierta insubordinacién respecto de Ja autorid des sustitutas del rey en la metr6poli —por el contrario, buseaba re- ‘virreinal, reavivando viejas sivalidades entre Montevideo y Buet forzar ese lazo, que en ese momento eta con la Junta de Sevilla— Aires. El conflicto abiesto entre ambos, sin embargo, se produjo sino un reclamo de autonomia frente a —o en contra— su antigua cl marco de la sucatio regis y de la visita del marqués de Sassen tival, Buenos Aires. Buenos Aires. En septiembre de 1808, Elio acus6 a Liniers de. Pero como ocurrié en casi todas las regiones del imperio, la for- ducta ‘“sospechosa” ¢ “infidencia” mediante un pliego que, macién de juntas provocé el inmediato rechazo por parte de las au- por el propio gobernador y cuatro miembros del cabildo de toridades coloniales residentes en la capital, y muy especialmente de video, estaba dirigido a la Audiencia y al cabildo de Buenos Ail a Audiencia. Los oidores, frente a la ineGmoda situacién de tener En ese pliego, los firmantes solicitaban se separase a Liniers ‘que acatar el movimiento juntista espaiiol y condenar cualquier répli- mando. El virrey reaccioné enviando al capitan de navio, Juan a del mismo en. América, argumentaban que Michelena, para relevar del cargo a Elio, pero una vez arril Montevideo no pudo cumplir su cometido, puesto que este tlt su establecimiento [el de a Junta de Montevideo} era opuesto a las leyes resistié a acatat la orden en medio de una “conmocién popular” Yel sistema gubemav de sos dominios de since pede Reps En ese clima, Montevideo repetia la escena que poco tiempo} fi tenia conexién con las formadas en Espaf, stiles y necesarias en ra- tes habia experimentado Se dies aa |. #5n de que habiendo faltado el monarca, y oeupad el teino las tropes : sieve i Rabie pee del tirano usurpador, habia quedado el gobierno acéfalo y en el caos de que, en este caso, resolvid “estal junta s . Ree A aa laiai st eae Ja anarquia, desgracias que fo aleanzaban a estas colonias, donde exis- fey et tian en libertad los representantes de vuestra majestad y en el completo presién juntista en Sudamérica.” La Junta de Montevideo se eiefciio de vis Rineiom iiss eal aot A Pee a | Se trataba de un argumento muy difundido en toda América, que am ponia el énfass en la presencia del cjécito invasor en la peninsula Pron sels deldoy recente de los aconecimientos ocuids ea late Ana Fry "La Junta de Montevideo de 108" en Mansel Cus 2 Sobre cao de la Cuda de Mic was en est iso volumen I cont ila perce mandir, exo r/E Cale de Mesa, Jwcon de Aledo Avia 282 MARCELA TERNAVASIO para justificar el vehiculo que habia adoptado el pueblo esp resistica las tropas francesas y que, por cietto, veian como m {groso en las colonias, El alto tribunal catalogé el proce Elio como revolucionario, escandaloso y ejemplo de insubo ci6n a la autoridad y no dudaba que por su conducto se pro cen América “la subversin general de las provincias..., el des de las autoridades y casi un seguro anuncio de la desunién d colonias con su metrépoli”.” El virrey y la Audiencia exigi disolver la Junta, pero éste argument6 nuevamente que I imposible hacerio por la resistencia del “pueblo”. En este p conflicto, mientras Liniers se mostraba vacilante respecto a tegia que debia aplicar, la Audiencia tomé el relevo y pas6 0 virrey con el objeto de enviar una tropa de mil hombres a la (Oriental, “no para hostilizar la plaza de Montevideo y a sus sino para “defenderlos” de la campatia iniciada por su gobern de una posible invasin portuguesa. El pedido de disoluci6n Junta se refor76 con la llegada en esos dias de un comisie la Junta de Sevilla, quien le aclaré a Elio que “nunca podia ¢§ fuesen bien vistos de vuestra majestad sus insubordinados p mientos contra el vitrey”. Pero no sélo eso, el comisionado peninsula realzaba el papel de la Audiencia de Buenos Aires rarle al gobernador que si tenia motivos de recelar de la fideli virrey, debié haber acudido al més alto tribunal “compuesto d oles”, sin separarse nunca de la jurisdiccién a la que perteneci credibilidad y el prestigio de la Audiencia habfan quedado, argo, en entredicho luego de haber participado de los ¢ culminaron con la destitucién de Sobremonte. Asi, al menos ba Elio cuando, sin admitir que la Audiencia fac la tnica ‘que se interpuso para defender la delegacién del mand tribunal, sostuvo que habia avalado el desprestigio de la aut virrey concediéndole el mando a Liniers con el pretexto de. preferible deponer al virrey que perder las Américas. Se inte solver la situacién sin el uso de la fuerza para evitar “un d rompimicnto entre vasallos”, a la espera del nuevo gobs Carta dela Real Audiencia, 21 de enero de 1809. * Lam DELACRISIS DEL PODER VIRREINAL 283 pietario designado en la peninsula: Pascual Ruiz Huidobro, Esta re- accién contrasta con la represién llevada a cabo en otros casos, como lo fue poco después el de La Paz, cuando Goyeneche, apoyado por el virrey del Pert, José Abascal, austicié a los lideres del movimiento juntista pacefio. ‘Asi pues, mientras la Audiencia procuraba ser la defensora a ul- tranza de la legalidad colonial desde los episodios que conmovieron al Rio de la Plata con las invasiones inglesas, se erigfa al mismo tiem- po en la corporacién destinada a mediar en los conflictos que ya se manifestaban entre el virrey y el cabildo capitalino desde mediados de 1808, BI héroe de la reconquista de 1806 —el virrey Liniers— y el de la defensa de 1807 —el alcalde de primer voto, Alzaga— se enredaban en disputas de competencia jurisdiccional que dejaban traslucir, ademas, ambiciones personales. El cuerpo municipal de la capital habia adquirido gran poderio en aquella coyuntura, capitali- zando tanto el sentimiento triunfalista de los portefios luego de de- rrotar a las fuerzas britanicas como la situacién de acefalia virreinal que habia colaborado a crear. Cuando llegaron las noticias de la naca- {io res, sus movimientos exhibian cada vez més autonomia respecto del virrey interino; una autonomia que ripidamente se tradujo en hostilidad. Liniers, puesto en jaque por el gobernador de Montevi- deo, lejos de recibir el apoyo de los miembros del ayuntamiento de la capital, fue objeto de severas acusaciones. En un memorial elevado por el cabildo de Buenos Aires a la Junta de Sevilla el 13 de septiem- bre de 1808 —y ratificado en un oficio posterior del 15 de octubre— se describia la situacién del virreinato como antquica y corrupta ¥ se solicitaba el reemplazo de Liniers por un personaje idéneo:* I hostilidad del cabildo hacia el virrey pronto se hizo extensiva a la ‘Audiencia. De hecho, tos oidores tenfan la sospecha de que el ayun- tamiento de Buenos Aires “estaba de acuerdo con el de Montevideo [para realizar igual trastorno”.*® Las sospechas se confirmaron el 1o. dle enero de 1809. "Los episodios que conmocionaron a Buenos Aires en aquella fe- ‘hia se produjeron en ocasién de las elecciones capitulares. Las ver~ % Citados en Ricardo Levene, “Asonadha del to. de enero de 1809”, en Ricardo Hevene (ix), Historia deka matin argentina... oi, pp. 22423. ® Carta dela Audiencia, 21 de enero de 1808. 284 MARCELA TERNAVASIO, siones exhibidas en los documentos y en la historiografia que trat6 ‘ema reflejan la intrincada trama tejida entre las autoridades coloni les y los cuerpos milicianos surgidos poco tiempo antes. Las m urbanas se habjan constituido a esa altura en un factor de poder d que nadie podia prescindir a la hora de volcar la suerte de los gi en dispura, Esas fuerzas, ademas de estar compuestas por una tia de eriollos, eran locales tanto por su reclutamiento como por financiacién. En este tiltimo sentido, cabe destacar que el cabild solventaba gran parte de los gastos y subsistencia de las tropas co sus rentas de propias y arbitrios por hallarse exhausto el eratio de Real Hacienda. De este modo, el cabildo asumia —segsin recor a Audiencia— “un ascendiente que supeditaba al gobierno y ac tumbrado a mezclarse en las materias de él, contribuia mucho autorizarlo”.®* : Lo cierto es que las elecciones capitulares de 1809 constituyero la ocasién propicia para desencadenar el conflicto abierto entre virrey y el ayuntamiento capitalino a partir de algunos hechos p tuales que no viene al caso detallar. Durante esa jornada, la Pla Mayor se convirtié en una especie de inminente campo de bat Las fuerzas milicianas con que contaba el cabildo no alcanz segiin los informes, a mis de 300 0 400 hombres, mientras q virrey contaba con el apoyo de la mayor parte de las tropas. Una: ‘mis Ia autoridad viereinal estaba en jaque, como podia recono ‘Audiencia en su informe al afirmar que “no debia pretender qued ajada y vilipendiada por tercera vez la autoridad real atropellando persona del virrey”. El ayuntamiento cité en ese contexto a un eab do abierto, “que fue el recurso del que se valieron para la deposici del marqués de Sobremonte”, segxin recordaban los oidores.* experiencia del pasado reciente era, para algunos, una prueba de lo riesgos que implicaba apelar a tales procedimientos, mientras ppara otros demostraba su eficacia a la hora de ganar poder. Ein ese clima de agitacién, y pese a que Liniers confirmé las ‘ones rcalizadas en el ayuntamiento, el cabildo abierto cor \6 constituir una Junta, bajo el lema “jViva el Rey Vi, a Patria y a Junta Supremal”, siguiendo el ejemplo de las d DE LACRISIS DEL PODER VIRREINAL 285, Espafia y Montevideo. Al igual que esta diltima, la intencién de los capitulares de formar una junta no parecia ser tanto un reclamo de autotutcla del depésito de la soberania frente a la autoridad de la ‘metr6poli, sino mas bien un golpe contra el vitrey. Liniers se reuni6 con los oidores y mientras el primero propuso dimitir de su cargo, los segundos advirtieron que si quedaba “derribado el jefe de la au- toridad, era fieil el sucesivo golpe a las demés”.** La Audiencia vela- ba nuevamente por la legalidad y el resto de las tropas —que no apoyaban el movimiento del cabildo— fueron las garantes de que tal legalidad permaneciera en pie. La presencia de varios batallones que ‘ocuparon la Plaza Mayor —entre ellos el de Patricios, cuyo coman- dante era Comelio Saavedra — fue suficiente demostracién de fuerza para revelar que el movimiento dirigido por Alzaga habia fracasade. El conflicto culminé con Ia inmediata detencién, destierro y proce- samiento de los responsables del motin y con un acto cargado de simbolismo: Liniers ordené bajar el badajo de la campana del cabildo y llevarlo al Fuerte. Con este gesto se le sustraia al ayuntamiento el instrumento utilizado para convocar al pueblo y, en gran parte, cl emblema de su poder en los tiltimos aos. Pero el movimiento del 10. de enero dejaba también otras leccio- nes. En primer lugar, si bien la Audiencia se constituyé en tun apoyo firme del virrey en todos los hechos ocurridos, no por ello estaba dispuesta a exponer al virreinato a una experiencia similar, donde las, tropas milicianas —a las que consideraba sediciosas y focos de insu- bordinacién— parecian regular las relaciones de fuerza. Por esta ra- z6n, y aun admitiendo las muestras de fidelidad de Liniers a la me- tr6poli, sugeria a la Junta Central no se le premiase con el cargo de ‘virtey propietario. A esa altura quedaba claro lo tiesgoso que era continuar cn una situacién de internato lo necesario que resultaba designar un nuevo virrey “que venga a gobernatlas auxiliado de ofi- ciales y tropa veterana como tiene suplicado este tribunal”. La Au- .cia_aprovechaba la ocasién para quejarse elegantemente del abandono en que la metr6poli habia dejado al Rio de la Plata, caren- te de tropas veteranas pese a que las reformas aplicadas desde el si- glo xvi tendian, supuestamente, a reforzar la defensa militar del * Idem % Idem a sob 286 MARCELA TERNAVASIO, imperio; una defensa que no habia alcanzado a su tincén més a y que habia sido reclamada por las autoridades locales en suet informes desde 1806 hasta esa fecha. 1La segunda leccién que dejaba por herencia el motin era que convulsiones sucedidas en la capital virreinal desde 1806 podian ct peligrar la obediencia del resto de las jutisdicciones. De la manera que la ausencia del monarca en Espafia habia desatado ‘movimiento juntista en las provincias de la penfnsula, el despres de la autoridad virreinal en el Rio de la Plata podia convertirse en nuevo elemento de fragmentacién. Ya se habia demostrado con caso de Montevideo y pronto aparecetian nuevas contestaciones ef jurisdicciones més lejanas, como fueron los movimientos de Chuquis_ saca y La Paz de 1809.” Garantizar la obediencia politica no implic ba s6lo pacificar las disputas de Buenos Aires, sino atender a lo q ‘ocurria en cl resto de las intendencias. Si bien las autoridades de est gobernaciones se expidieron en cartas de apoyo a Liniers, tando que sus jurisdicciones no se habian visto afectadas por el mo ‘vimiento del 1o. de enero, algunos hechos —como la circulacién cartas anénimas enviadas en esos dias a algunos gobernadores inten dentes— inquietaban a las autoridades. ‘Ahora bien, el planteamiento de que era necesari obediencia de todas las jurisdicciones y evita asi la fragmentacién: la que podia conducir en América la crisis de la monarquia se lo hi rapidamente la Junta Central gubernativa, La real orden dictada el 22 de enero de 1809 apuntaba, justamente, a preservar la unidad i rial otorgando a los territorios americanos un nuevo estatus al a ser “parte esencal e infegrante de la monarquia espafiola”. En tal dad, los americanos debian elegir representantes 2 la Junta Ce por medio de un sistema que, como sabemos, otorgaba a los rein de Indias una representacién muy minoritaria respecto de los ‘nos peninsulares y habilitaba a elegir ternas de candidatos sélo a ‘apitales de intendencia. Cuando el vitrey Liniers recibié de la J Wl respecto puede consultase en este mismo volumen la contribu rong Heal orden de enero estipulaba la eleccién de un diputado por cada i peneral o provincia, mientras que en Espaia se otorgaban dos di ovincia excepto Canarias que contaba slo con uno. Los ayant DELACRISISDELPODERVIRREINAL 2877 ta Central la nueva reglamentacién, la envié para su cumplimiento a los cabildos capitales de intendencia que por entonces formaban el viereinato del Rio de la Plata, mediante una circular fechada el 27 de mayo de 1809, El oficio del virrey fue girado directamente a los ca- bildos cabecera, prescindiendo de la via jerirquica establecida con las. reformas borbénicas que imponia en la cabeza de cada jurisdiccion alos gobernadores intendentes, segtin estipulaba la real orden. Los cabildos, por otro lado, hicieron luego lo propio al tramitar toda duda o resolucién del proceso electoral directamente con el virtey. Una vez en marcha el cumplimiento de la real orden de enero, en. algunos cabildos surgieron dudas o dificultades vinculadas basica- mente a los requisitos de los candidatos y a cuales ciudades gozaban del privilegio de clegit. Elevados los casos a la Junta Central, ésta respondié con una orden complementaria del 6 de octubre de 1809 que modificaba en parte la anterior al disponer que debian intervenir en hacleccidn todos los cabildos, pertenecieran 0 no a ciudades cabe- cera, La tramitacién de esta orden no llegé a cumplirla Liniers sino su sucesor, Cisneros, quien Ia comunied a todos los cabildos sin ex- cepcién en una circular fechada el 9 de eneto de 1810. De manera «que para el momento en que se disolvia la Junta Central y se producfa la formaci6n de la Junta Gubetnativa en Buenos Aires, en mayo de 1810, habjan sido ya elegidos representantes por Cérdoba, La Rioja, Salta, San Juan, San Luis, Mendoza, Potosi, Santa Cruz, Mizque, Co- rrientes, Asuncién, Montevideo, Santa Fe y La Plata. Paradéjicamen- te, entre las ciudades en las que no se verificé la eleccién figuraba Buenos Aires. No viene al caso detallar los pormenores de las elecciones realiza- ‘das —muy bien estudiadas por Julio V. Gonzalez en un libro publi- cado en 1937—,” sino subrayar que en algunas jurisdicciones, como fue el caso de Cordoba, la aplicacién de la real orden desaté nume- 10508 conflictos entre algunos grupos de la élite previamente enfren- de cada capital clegian una terna de a que sala sortado un eandlidato. Luego el vie trey y la Audiencia clegian una tema entre los candidatos de las distintas cindades para luego sortea en real acuerdo, presidido por el vrey, al diputado del vieeinato Uestinado a representar su jursdiceién en la Junta Cental. » Julio V. Gonziles, Fifa biti del gobierno repreentatio argentine, Buenos Aires, La Vanguardia, 1937, 288 MARCELA TERNAVASIO. tados, y disputas jurisdiccionales con el gobernador intendente, quien el cabildo le recordaba —entre otras cosas— que no ter permitido asistir a los actos de elecciones. ‘Tales disputas retra notablemente el trimite de la elecciGn de la terna y el sorteo, p ‘cual se anulé lo actuado en varias oportunidades y se elevaron sultas al vierey y a la Junta Central. En Buenos Aires, en cambi cleccidn no se verificd, en gran parte por el contexto contfietivo que se encontraba la ciudad al momento de recibir Ia orden d Junta Central. Aunque el movimiento del 1o. de enero habia sofocado, las relaciones entre el virtey y el cabildo capitalino n0 bian mejorado desde entonces. La pugna entre ambas autoridad expresé en esta ocasidn en la protesta que clevé el ayuntamiento el acta capitular celebrada el 25 de mayo de 1809: C Y los SS. conociendo que el método acordado fen la real orden del enero de 1809} del sorteo en el Real Acuerdo con el scfior vierey,g al atbitrio de éste a eleccién de diputados, privando a los Pueblos accién que en ello deben tener, y que sc a dignado declararies ea sinuada resolucin la misma Junta Central de lo que debe precs resultar que no se arribe a a reforma 0 regeneracin que tanto se sita para la felicidad de estas provincia, abatidas y casi arruinadas continuada prosttucién de los gobiernos; acordaron que represe SM. en a Suprema Junta manifestindole este gravisimo repato, sis que se tocan en el método adoptado, y suplicindole se digne #6 ‘marlo en términos que quedan expeditas las acciones y derechos Pueblos en asinto que tanto les interest y haciendo entender que se vea la ciega obediencia de este Cabildo y que no es suo ponerse a las soberanas resoluciones de la Junta, si solo manifest inconvenientes que prepara la que se ha visto, procedera oportun: al sorteo de diputados en los téeminos que ella previene Si bien el cabildo, pese a sus objeciones, se comprometia a ir la orden de Ia Junta Central, lo cierto es que no lo hizo. ‘a formarse la terna que cotrespondia clegit en Buenos luego procederse a formar la terna definitiva con los te “obtenidos en el conjunto de las ciudades y verificar el 6 (que, como decia el acta, quedaba al “arbitrio” del vi xpitalar del 25 de mayo de 1809, reproducida en ibid, pp. 194-1 DELACRISIS DELPODER VIRREINAL 289 niers.t! Pero es oportuno detenerse en la invocacién al “derecho de los Pueblos” que hacfa el ayuntamiento de la capital. Tal vez se traté de un recurso ret6rico que buscaba atenuar el argumento mas caro al cabildo, referido al papel del virrey en el trimite electoral. ‘Sin embargo, si se considera que lo que estaba en juego para la Junta Central era garantizar la obediencia de esos “pueblos” por ‘medio de una representacién que le permitiera consolidar su fragil situacién, la expresién no dejaba de ser inquietante. Er. ULTIMO ViRREY BI 11 de febrero de 1809, la Junta Central designé virrey propietario del Rio de la Plata a Baltasar Hidalgo de Cisneros. Se trataba del primer virrey cuyo nombramiento no emanaba directamente de Ia autoridad real, un dato no menor en el contexto en el que le tocé asumir su cargo. Sus instrucciones eran, por un lado, pacificar las discordias que habian asolado a la capital del virreinato y, a la vez, vigilar y castigar cualquier tipo de sedicién o plan revolucionario. Su misién de reinstalar el prestigio de la autoridad virreinal —que rapi ‘damente revelé ser imposible— en una ciudad expuésta a “una revo- lucién de virrey”,® se vio en principio dificultada por los condicio- namientos que intentaron imponerle los cuerpos de milicias. La recomendacién sugerida por la Audienciaa la Junta Central de que el nuevo vierey propietario llegara auxiliado de oficiales y tropa vetera- zna no fue atendida. Aun cuando se habia proyectado el embarque de 500 hombres de marina para asegurar la autotidad de Cisneros, a “ltimo momento el embarque fue suspendido. Un hecho que luego Cisneros lamentaré: “No debi haber venido sin ellas, estuvieron “Ni siquiera leg a concretarse cuando la real orden del 6 de ocnubre de 1809 —difundida en Buenos Aires en enero de 1810— climinaba al virey de la junta ‘dleetorl de la capital, ln que pasaba a estar formada por los miembros dela Audien- ‘Gia, dos candnigos designadas pot el cabildo eclesistco, dos egidores del cabildo secular y dos vecinos nombeados por éte ‘La expresion es la que utiliza el memorialsta Beruti al relatar el arribo del nuevo vireey Cisneros al Rio de la Plata. Memoria cross, Buenos Aires, 2001, p. 127. 290 MARCELA TERNAVASIO nombradas, las he pedido con esfuerzo pero no me mandan ni pocas: ‘ni muchas”. 4 El nuevo virrey artibé al Rio de la Plata en julio de 1809, pero.n0 desembareé en Buenos Aires sino en la Banda Oriental. La noticia: de la legada de Cisneros agité a muchos en la ciudad capital, espe= cialmente a las milicias. El acta del cabildo de Buenos Aires del 13 de julio daba cuenta de pasquines que circulaban, de reuniones celebra- das por los jefes militares, de juntas realizadas en la casa del com dante Saavedra, y de los condicionamientos que dichos jefes quer imponer al virrey. Entre ellos figuraba “que no debe en modo alg permitirse la posesién del sefior Cisneros con agravio del sefio Liniers”, que el virrey “jurase dejar los cuerpos y sus res} ‘comandantes y oficiales en el mismo pie en que se hallan”, que no “jnnovaria nada en el orden y método de gobierno adoptado por sefior Liniers, ni que éste suftiria residencia ni cargos por el de su mando”. Advertian, ademés, que no consentirfan “vinie sefior Elio a encargarse de Ia inspecci6n [de armas}” —puesto segiin las noticias que tenian los comandantes, ésa era una de instrucciones que traia Cisneros de la Junta Central—, y que rian dejar su vida antes de aceptar Ia presencia del goberna Montevideo en Buenos Aires. La interpretaciin que el cabildo h de estas peticiones y de la agitacién verificada en la ciudad capita que todo estaba motivado por el plan de “evadirse de la dor espaiiola y aspirar a la independencia total de estos do La institucién capitular se erigia en la encargada de “sacrificar to por sostener los derechos de la soberania y la indisoluble unis estos dominios con la metrépoli”.* Cisneros se encontraba entonces en la ciudad de Colonia de cramento, y no se animé a cruzar el Rio de la Plata para tomar sesidn del mando, pues desconfiaba de que Liniers —de quien mandaba su presencia en la Banda Oriental— y las tropas de Buet *® Ciado en Juan Canter, “Las sociedades secrets y iterarias”, en ne (i), Hira dela main argentina... oct, p 214. ™ Acuerdo del Cabildo ce Buenos Aires en el. que se dio cuenta de las re porlosjefes militares con respecto a la legada del virrey Baltasar Hid 8, Buenos Aires, 13 de julio de 1809. Clin de obras y document XI, pp. 10395-10397. DELACRISSDELPODER VRREINAL, 201, Aires estuvieran dispuestos a permitirselo. El clima efervescente de Buenos Aires alarmaba no sélo a Cisneros sino también a las auto= ridades constituidas. El Cabildo ya habia expresado su inquietud y, sin duda, buscaba en el vierey un nuevo aliado. Pero también la Au- diencia pretendia una transicién tranquila del cargo de mayor jerar- ‘quia en el régimen colonial, En medio de las agitaciones que a esa altura lideraban los jefes de milicias, tanto la Audiencia como el ca bildo y demés tribunales nombraron a sus diputados para que pasa~ ran a Colonia de Sacramento “a cumplimentar al nuevo vierey”. Una vex alli, los diputados de la Real Audiencia —el oidor Velasco y el fiscal det crimen Caspe— le tomaron juramento como vierey, gobernadot y capitén general a Cisneros, quien desde ese momento quedé en posesiGn del mando. El memorialista Beruti se sorprendia de que este acto se realizara en Colonia, puesto que “debia tomarlo cn esta capital y soltarlo del bast6n del virrey saliente, y el juramen- to en Ia Real Audiencia en sala de acuerdo”. Y Liniers, por su parte, se lamentaba en un oficio dirigido a Cisneros de haber visto comprometido su honor al observar que “‘vuestra excelencia no tuvo a bien pasar a esta capital y resolvi6 recibirse del mando en la Colonia del Sactamento”.® Finalmente, Cisneros arribé a la capital del virreinato el.29 de julio y fue recibido por todos los cuerpos civiles, eclesidsticos y militares. Su misin de pacificar las disputas lo obligé a negociar con los pode- tes locales cada una de las medidas a tomar, algunas de las cuales contradecian las instrucciones que traia de Ja Junta Central. Una prictica que no resultaba novedosa en el orden colonial, como bien le recordaba Liniers a Cisneros: “Vuestra excelencia y todo jefe esta autotizado por las mismas leyes para suspender las disposiciones so- beranas cuando de su ejecucién pueda seguirse perjuicio grave al servicio del estado”.*” La primera medida que contradijo a la Junta Central fue no cumplir con la orden de embarcar a Liniers a Espafia por expreso pedido del ex vierey y de las tropas que temian sufriera castigos por el hecho de ser francés y por la mala imagen que de él * Memriscrisas.., os p.128. a Ofcio de Santiago de Liniers 1 Balasar Hidalgo de Cisneros, Buenos Aites, 19 de julio de 1809. Cole de bray documenta. ct & XI, p. 10685, © Idem. 1 292 MARCELA‘TERNAVASIO. habia dado el gobernador Bifo, Cisneros le permitié entonces retiram se a Mendoza. i ‘La segunda medida que tomé fue desconocer el nombramiento de Elio como inspector de armas y en atas de dar tranquilidad a los 0 mandantes de la capital, el mismo virrey reasumié en su persona cargo para luego delegarlo en Vicente Nieto. El caso de Elio era, duda, el que mis irritaba a los comandantes de tropa, a Liniers y a propia Audiencia. El hecho de que la Junta Central lo “‘premiara” €on Ja designacién de inspector de armas implicaba aptobar la condue de la Junta que él presidiera en Montevideo y que a los ojos de la m yoria de los portefios era un claro ejemplo de sedicién. Asi se lo nnicaba la Audiencia a Cisneros al afirmarle que fue l pueblo de 1nos Aires el que sostuvo el “verdadero respeto del nombre del Rey”. ‘Montevideo recibja nuevamente un trato especial que contrastaba el conferido por la peninsula a otras regiones del imperio —es mente México y los Andes— donde aquélla apoyé explicitamente ctuaciones contra ls juntas. Un dato que revela algo ya dicho: Central quedaba claro que la Junta de Elio no pretendia reclamar les derechos de autotutela que las juntas de Espafa, sino el de s se de la dependencia de Buenos Aires. Se trataba del prélogo de un demanda de autonomfa respecto de la jurisdiccién de mayor je que se generalizari a partir de 1810 en casi toda Hispanoamérica. Pero el gesto mas elocuente exhibido por Cisneros para al la pacificacion fue dar por terminado el proceso iniciado a los ponsables del motin del to. de eneto de 1809. Los imputados habi logrado escapar de su destierro en Patagones, gracias a la col cin enviada por el gobernador de Montevideo, y se hallaban en Banda Oriental recusando el juicio que llevaba adelante la Audiei ‘yreclamando su regreso a Buenos Aires. El virrey, en su decla invocando la necesidad de hacer “renacer la serenidad” y en miras: Is “escandalosas divisiones y rivalidades que se habjan producido! ‘conformar a todos. En tal diteccién, comenzaba destaca {gestidn honorable de los fiscales que habfan levado adelante pero que dadas las reiteradas recusaciones interpuestas ea Audiencia de Buenos Aires a Baltasar Hidalgo de Cisneros, lolo de 1809. Coie de brary dcumenter... ost, t. XI p. 10687, EE LACRISISDELPODER VIRREINAL — 293 Jos imputados y el “riesgo inminente” que se corria, por lo compli- cado y lento que podia resultar el juicio, decidia darlo por concluido, Si bien subrayaba, refiriéndose al motin de enero, que “una conmo- cién popular nunca puede ser excusable, y las mejores intenciones no sinceran el insulto cometido contra un jefe superior, en quien habia depositado su representacién el soberano” —un argumento aque bien podia ser valido para aplcarse alos hechos que terminaron on la destitucién de Sobremonte—, apuntaba luego @ la “distin- ‘Gién” de los involucrados en el proceso, En conclusisn, el virrey afirmaba que los comandantes militares que sostuvieron la autoridad del virrey aban obrado bien; “que la reunién de los conmovidos al frente de las casas consistoriales, el toque de su campana y demas actos con que abusaron de su nombre y representacion, en nada han disminuido el alto concepto que tengo formado de la conducta con aque el excelentisimo Cabildo del aio anterior de 1808 se ha distin- {guido en el servicio del Rey y de la patria”; que todos eran absueltos y perdonados; y que a los cuerpos de vizcainos, catalanes y gallegos {que habian apoyado el motin y por tal motivo habian sido disueltos, les serian restituidas sus armas y banderas.” Mientras la misién pacificadora del nuevo virrey parecia encauzar- se, la de vigilar y castigar cualquier plan sedicioso se llev6 a cabo mediante la creacin de un Comité de Vigilancia en noviembre de 1809, Dicho Comité —o Juzgado, como se le denominé en la circu- lar que comunicaba su efeaciGn— debia perseguit a cualquiera que promoviese un sistema contrario a la conservacion de los dominios Pmericanos en dependencia de la metr6poli. En su acciona, el Juz- gado no haria excepcién de fuero alguno, pot privilegiado que fuera, {quedando encomendado para su ejecuci6n el fiscal del eximen de la ‘Audiencia, Antonio Caspe y Rodriguez.” La inquietud del virrey se cextendia, por otto lado, al zesto de las jursdicciones. La circulacin ‘© Declaracin del vierey Cisneros dando por terminado el proceso iniiado con motive de ls sucesos del Lo. de enero de 1809, Bucnos Aires, 22 de sepriembre de 1809, Coe de bres decmeno. os cit, t. XI, pp. 10571-10875. ® Jarpado de Vigilancia irelar comunicando la ereacion de Jagado de Vii- lancia, Buenos Aires, 25 de noviembre de 1809. Calin de bray daccmenios par ‘ise ereting, Bitte de Maye, Buenos Mies Senado dela Nac, 1966. XVII p. 15965. wiv i 294 MARCELA TERNAVASIO de pasquines anénimos desde la capital hacia las ciudades del v rato alertaba sobremanera a Cisnetos, en momentos en que se est ban cclebrando las elecciones para cumplir con la real orden de: Junta Central del 22 de enero de 1809. A tal efecto, Cisneros ‘una circular a todos los gobernadores intendentes “pata el establee ‘miento en todas las provincias de este virreinato de un tribunal ‘vigilancia al modo del de esta capital”.** Pero el intento del Juzgado de Vigilancia de detectar planes lucionarios no pudo frenar la nueva catistrofe que llego desde ‘otto lado del Atlantico. $i hasta ese momento, y pese a todos Io disturbios experimentados desde 1806, la legitimidad monarg y metropolitana conservaba un amplio prestigio garantizando lealtad de estos dominios, la noticia del avance francés en And y la disolucién de la Junta Central desataron una nueva —y sin ‘das diferente— reacci6n en Buenos Aires. Una reaccién més gen ralizada a escala de imperio —al conformarse entse abril y septic bre de 1810 juntas en Venezuela, Nucva Granada, el Rio de la P y Santiago de Chile—, y que se fundaba no sélo en el descont ‘miento del frigil Consejo de Regencia sino en la mas con palpable hipétesis de que la Espaiia parecia estar definitivan perdida, La reaccién era diferente, entonces, no porque pusiera juego la legitimidad monargquica sino la de las autoridades met litanas sustitutas del rey. En ese context, se convocd en Buenos Aires a un cabildo abi ppara el 22 de mayo. En él, los asistentes decidieron deponer al v Cisneros —por haber caducado la autoridad que lo habia desi do—, que el cabildo asumiera el mando como gobernador y que! tal calidad se encargara inmediatamente de formar una Junta pi tutelar los derechos del rey Fernando VII. El cabildo hizo un alt intento al dia siguiente de integrar a Cisneros en esa Junta. Pero trataba de una inclusin sui generis: se le hizo abdicar previament ‘su cargo para designarlo presidente de la Junta, pero sin la de virrey. Razones de “conveniencia pablica” guiaron a los capita 9 Circular los gobernadores intendentes del virenato,remiiéndoles “ncomision dat al scl de rimen Antonio Caspe y Rodsiguer, y que estab “Paid jozgudo de viglancia, Buenos Airs, 23 de diciembre de 1809. Webbe devon. ye XVII, pp. 15970-15971. ELA CRISIS DEL PODER. ‘es, segiin reza el acta. Pero todo fue iniitil. B1 25 de mayo, un mo- vimiento “popular” apoyado por las milicias al mando de Saavedra clevé un petitorio con la lista de los miembros que debian estar en sa Junta Gubernativa. Terminaba asi la carrera de Cisneros en el Rio de ia Plata, Luego de tres movimientos destinados a deponer virre- yes en menos de cuatro afios —l primero exitoso y el segundo fra- ‘casado—, éste se constituia en el tercero y definitivo, Los acontecimientos ocurridos luego de mayo de 1810 son muy cono- ‘dos. Hechos que constituyeron por mucho tiempo el punto de parti dda para mirar el periodo precedente. Desde el momento fundacional de la historiografia nacional, Bartolomé Mitre establecia los parime- {tos interpretativos que impregnaron los estudios histéricos sobre las primeras décadas del xrx. Al cerrar los capitulos dedicados al periodo ‘1806-1810 en su Historia de Belgruna, Mitre afirmaba: “Los sucesos que hemos narrado los trabajos perseverantes de los patriotas en el sen- tido de la independencia y de Ia libertad, prucban que era un hecho «que venta preparindose fatalmente, como la marea que sube impulsa- dda por una fuerza invisible y misteriosa, obedeciendo a las eternas le- ‘yes de laatraccién”.® Aun cuando historiadores como Ricardo Levene juvieron el mérito de reconocer en la coyuntura de 1806-1810 “una serie histérica de hechos que constituye una unidad continua’, en 1a {que no era posible verificar el origen de un “partido espaol renas ‘uno “criollo” —como Mitre afirmaba—, dicha serie era interpretada a Ia luz del desenlace producido con la Revolucién de Mayo. 1810 es~ taba, pues, inscripto en 1806, y 1808 consttuia en esaserieun momen- to més del despliegue del espirita independentista rioplatense.* s peuendo del cabo, Buenos Aes, 24 de mayo de 1810. Cali debra de metro tn XVI, p 16099. Sr lome Mie, His de Ben yl deeded etn, Buenos Altes, Eawadn, 947 (a 1c es de 18ST a ay defi de 187, € 1.349. Levene (lis), Hiei dee main ating. fc AB2x © Soba cursdomamiato de estos supuesonhistanogdfcos vas Jose Carlos Chinon, Cada pron ead oon del ncn ering (1800-1846), Face at, Anel1997 Para un ails hstorogefico a eseala ispancamercama ‘véase Alfredo Avila, “De las independencias a la modernidad: notas sobre wn cam= eo hinonoprca™ en Eka Panty Alia Saimerén (coords), Conroe se He ater Gur Bird Hannay, Mec, sito Mor, 2004. Ail 296 -MARCELA TERNAVASIO| En el epigrafe citado al comienz0, Tulio Halperin Donghi sint zaba graficamente la inversién de perspectiva que proponia param rar la crisis imperial. Una perspectiva que, al plantear la emancip cidn no como causa de aquella crisis sino como efecto de los suceso desatados en la peninsula en 1808, renové notablemente los est dios sobre el petiodo.* Visto desde ese Angulo, podemos conch que 1806 no constituy6 el prologo de la revolucidn y la indepé cia, sino una “grieta” del orden colonial antes de su muerte 0 ato”. Dicha grieta ayuda a comprender no s6lo el itinerario que guid la crisis monarquica y la posterior revolucién en el Rio dé Plata, sino también el papel que la regi6n comenz6 a tener a del siglo xvmt, cuando fue erigida en virreinato en el marco de reformas borbénicas. El bienio 1808-1809 cobra entonces una nueva entidad. Bin ¢§ sentido, el desaffo para abordar el caso rioplatense es reubicar el bie en un contexto en el que no quede totalmente absorbido ni por invasiones inglesas ni por la Revolucién de Mayo, Un desafio complejo por las caracteristicas mismas del proceso hist6rico y por! percepciones heredadas de los propios actores contemporineos ald hechos. Para citar s6lo un ejemplo de estas percepciones que ligarof directamente los acontecimientos de 1806 con los de 1810, transcribir un fragmento del informe que elaboraron los integrantes Ja Audiencia cuando, un mes después cle conformarse la Junta Gubet nativa en Buenos Aires, fueron expulsados de la capital junto con rnetos y embarcados en una balandra que los traslad6 directamemt Gran Canaria, sin tener permitido ningiin tipo de escala. En alt escribian: “en Buenos Aires ha tomado asiento fijo la evolucién, el afio 1806; y nada expone mas aquellos dominios a su ruina, que trastorno del orden puiblico, de que se valen hombres perversos ‘extender y radicar sus ideas seduciendo a los incantos”.” No es ésta la ocasién para discutir las diversas declinaciones 4) fomenzaba a adoptar el concepto de revolucién, pero si es opoF Gabe destacar, entre muchos otros que han colaborado en esta tarea de Welln elimpactohistoriogrifico de la obra de Prangois-Xavier Guerra, Ma pls: so sie sri pans, Mec, 199. Torin de los Oidores de la Real Audiencia de Buerios Aires. Cohen de Hos ht, XVI, p 16675. DELACRISISDELPODERVIRREINAL — 207 no apuntar que, en la percepcién de quienes protagonizaron los ‘cursos de accién en aquellos afios, la primera acefalfa de la autoridad ‘virreinal habia creado un escenario que trastorné la vida politica de la colonia. El punto, entonces, para nosotros los historiadores, es recuperar las conexiones entre cada uno de tales acontecimientos yy las que los vinculan con el mediano plazo. En esta segunda pers pectiva se podria afirmar que las invasiones inglesas fueron el epilo- {go del plan reformista en el Rio de la Plata, cuyo primer objetivo habia sido prover a América de una fuerza militar adecuada como salvaguarda contra ataques extranjeros. Los orjgenes marciales del virreinato quedaron en entredicho al fallar el complejo administra tivo y militar en ocasién de la primera expedicién britinica. La exhi- bicidn de tal vulnerabilidad y abandono, sumada al dato obvi —pero no por ello menos relevante— de tratarse de un virreinato ‘muy joven, ubicado en una zona hasta poco tiempo antes marginal dentro del imperio, ayudan 2 comprender el inmediato desprestigio de la maxima autoridad viereinal y la también répida crisis institucio- nal, que no cuestioné la lealtad monarquica —por el contrario, di- cha lealtad parceié salir reforzada luego de los triunfos sobre Ingla- terra— sino el tipo de vineulo que las reformas habjan querido creat. Si el objetivo de éstas fue ligar mAs estrechamente sus domi nios a la Corona, lo que en 1806 se revelaba eta que ese tipo de liga- z6n quedaba herido de muerte. La autonomfa experimentada por los cuerpos y autoridades coloniales, sin que ésta implicara una rup= ‘ura legal con la metr6poli ni planteamientos deliberados en torno a redefinir los lazos imperiales, parecia mostrar los limites dela “revo- lucién en el gobierno” pretendida en el siglo xvii ‘Ahora bien, los efectos desatados por los sucesos peninsulares de 1808 en el Rio de la Plata no derivaron linealmente de 1806 sino que dotaron a ese escenario de un nuevo y diferente desafio que se juga- ba a escala imperial. Aun cuando la situacién de provisionalidad en la que se encontraba el virreinato no colaboré para que las autorida- des de la capital pudieran gestionar Ia crisis en un marco de cierta ‘tranquilidad, dicha situacién no alcanza para explicar todas las deri- vaciones que provocé la sucatio res. La crisis monarquica abrfa una ‘nueva etapa, en Ja que al problema de la obediencia politica que habla puesto en juego la deposicién del virrey se sumaba ahora un proble= 298 MARCELATERNAVASIO ‘ma de mayor magnitud: el de la soberania. Las modulaciones I que adopt6 el dilema de la soberania es, sin duda, tema para ‘ensayo, Pero tal vez sea pertinente subrayar que si entre 1808 y 1 1 Rio de la Plata albergé —al menos en potencia— casi alternativas que dejaba abierta la crisis de la monarquia fue, en parte, por los hechos de “‘naturaleza extraordinaria” que habian tado a esta jurisdiccién desde mediados de 1806, como ‘Audiencia en el informe citado al comienzo de este texto. CHILE, 1808-1809: LA DESCOMPOSICION DE LA MAQUINA INSTITUCIONAL Alfredo Jocelyn-Hlolt Later Universidad de Chile ‘Amigo: ahora es tempo de que ‘pensemos establecer repiblica en Chile. Juan Martinez de Rozas, 1808 i Los afios 1808-1809 son especialmente atractivos para nosotros los hhistoriadores porque nos permiten temontarnos a etapas embriona- rias del proceso emancipador, cuando todavia las posibilidades eran muchas y variadas. En eambio, cuando el analisis y la opinion gene- ral se centran preferentemente en el afio 1810, pareciera que todas las cartas estuviesen ya jugadas, al punto que uno se queda con la jimpresién de que el desenlace no pudo ser sino fatal. Pero gpor qué tendria que set fatal? La situaci6n, después de todo, era sumamente ‘compleja. Se podria sostener que, a esas alturas, una autonomia de- rivando en quiebre era tan favorable como podria haber sido una autonomia en compas de espera hasta que se aclarara algo més el enredoso asunto entre manos. Recordemos que no todas las colo- rnias en Hispanoamérica se independizaron. No todas, tampoco, se volvieron tepablicas de inmediato. No tuvo que pasar mucho tiem- po, incluso, para que se supiera que el derrocamiento del dominio espafiol podia llegar a revocarse. Por siimo, la experiencia luso- brasilefia, en paralclo a la hispanoamericana, proporciona a su vez are te psa ceetomatc veh what if ha 299

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