You are on page 1of 57
Ricardo Marine hora que sf me decidf a escribir es- ta historia quiero comenzar por la noche en que el chico se despertd con la sensacién de que unos extrafios ojos lo mira- ban mientras él dormia... Luchando contra su propio miedo alargé la mano y buscé a tientas el interruptor del velador. La luz lo obligé a mantener los ojos semicerrados hasta acostumbrarse a la claridad. De pronto le parecié que algo se desplazaba en la ventana. Esa impresién learrancé un grito y lo hizo sentarse en la cama. En situaciones asf no le salfan gritos potentes, el miedo parecia obturarle la garganta y sélo emitfa una espe- cie de aullido angustioso. Por lo demés, su madre es- taba en una habitacién suficientemente apartada co- mo para no escucharlo. Se quedé parado sin saber qué hacer. Las dos opciones lo atemorizaban por igual: quedarse 8 ar hasta ef cuarto de su madre, atraye. fo cain allio cam! 4 ea asillo que unfa las dos habitaciones gando el largo Pa cin desagradable porque todavia no Era una sens Jetamente del suefio. Entre ese habia salido comp estado de confusién, dian del todo y el terror que sentia, no podia pen. sar, En su mente sadilla con lo que ¢ Era bastante comtin que tuviera miedo de noche, Y cuando estaba tan asustado sdlo lograba calmarse yendo al lado de su madre (su padre esta- ba de viaje desde hacfa diez dias). Hacer el trayecto Ia habitacién de sus padres le daba miedo, pe- hacerlo era peor: no lograba dormir en toda las piernas que no le respon. se mezclaba la sensacién de la pe. reia haber visto en la ventana... hasta ro no la noche y pasaba esas interminables horas miran- do de reojo hacia la puerta, la ventana o el ropero y ni siquiera se animaba a mirar debajo de la cama, que era otro sitio que le resultaba amenazante. Como en otras oportunidades, salid de su habitacién caminando lentamente, esta vez casi retrocediendo, sin quitar los ojos de la ventana, porque la pesadilla de esta noche se relacionaba on una mirada. Una mirada de ojos extrafios. Sa- oot la sensacién de que lo estaban . Caminé en puntas de pie por el pasillo. Se 10 de la llave de luz que estaba en el ou TO ex- en busca remo. Para empeorar las cosas, la pu ae | i ; ° un debi chirrido y se sd dj ae , dejando el pa. to emit gillo co oscuro. El chico oa aa rst i deb ro luego de contar hi : abiacien de su madr os asta diez. Para contar ae te 6 los oe bee eae Ep bros. Los Fe din fie sormado os ie fae , ahora sf, parecieron ae = r la casa. “> entados en la cocina, medio abraza- S dos y temblando de frfo o de miedo, la madre y el chico parecian dos cria- turas desamparadas. —Iba para tu habitacién a ver si estabas bien. Tuve una pesadilla horrible le dijo la madre. —;Qué pesadilla? —quiso saber el chico. —No, no quiero ni acordarme. :Y vos qué hacfas ahi, Joaquin? —Es que... iba al bafio. —;Con la luz apagada? —Se me cerré la puerta. A Joaquin le costaba reconocer que du- rante las noches tenfa miedo y no estaba dispues- to a admitir ante su madre las frecuentes pesadi- llas que convertfan sus noches en una tortura. Muchas veces resolvfa la situacién fingiendo que estaba enfermo. Llamaba a la madre y le decfa que 12 folia la gargant ° la cabeza y ast lograba nea le de nella. Durante ese tiempo, mientra, . ba un té y luego se quedaba - el chico era feliz y se sent, un rato col madre le prepara a sentada en su cama, seguro. Bse era uno de sus recursos contra e] Miedo, y el otro consistfa en mantener el televisor encen. dido. Unas cuantas veces Pablo, su papa, lo habia retado al advertir que tenfa el televisor encendidg hasta la madrugada y por eso Joaquin se cuidaba: 5. dormfa con el televisor funcionando pero ponia up despertador para apagarlo a la madrugada, cuando ya habfa sol y su padre todavfa no se habia levantado, —Vamos, te acompaifio hasta la cama —le dijo la madre. —Pero quedate conmigo hasta que me duerma. —No, estoy cansada. —Es que... tuve una pesadilla. Sofié con unos ojos que me miraban... uando Joaquin entré en la panade- . rfa, la chica que atendfa y una clienta —Ia esposa del odontdlogo— se miraron con una extrafia expresién. No respon- djeron el saludo y permanecieron quietas y calladas el tiempo suficiente como para llamar la atencién del chico. Después, como si lo hubieran ensayado, las dos se volvieron hacia él y preguntaron: —;Qué sofiaste anoche? Era una pregunta inesperada. Y mds todavia sila hacfan dos personas simult4neamente. Joaquin se sonrojé y dijo: —Nada. —Menos mal —dijo la chica. — Por qué? —se atrevidé a preguntar Joa- quin. —Es que la sefiora Carola y yo sofiamos lo mismo. Y, bueno, nos asustamos —rid, mientras le it 4 adfa el vuelto a la mujer—. {Qué vas a lleva extene Var Joaquin? ib Saute. 6 _Medio kilo de flautas. Sf que song iy spuds *Me said olvidado —agregd después de un breve in ha alo, La esposa del odontélogo, que tenfa te rervalo. F a i r su cuerpo voluminos 0 figura graciosa po! ie te OY su pe uefia cara anifiada, ya habfa abierto la Puerta pa. ; irse, pero se detuvo y reingresd, , : —jQué sofiaste, querido? —Pregunts |g mujer acercando su cara a la del chico, —No sé, no me acuerdo bien. —jCémo que no te acordas? —Me acuerdo que sofié, pero no me acuerdo qué. —Ah —suspiré la mujer, como desinflén- dose. La panadera le alcanzé la bolsita y el vuel- to a Joaquin y el chico salié apurado. —Pobrecito —dijo la mujer. — Bueno, no exageremos! —dijo la panadera. —Es que... es raro todo esto. En la puerta de la panaderia un hombre ~un empleado municipal que limpiaba las calles y todos los dfas recibfa una factura como regalo- se aparté para dejar salir a Joaquin. En lugar de entrar 6 i hombre se quedé detenidg, ,. od ie chico otlesicee se slalahe . puerta Buen dia —dijo después, al entrar, Mien ani panadera automaticamnente metfa una : en In bandeja y extrafa una medialuna, Fs inerefble —agregé cl hombre, — Qué es increible? —le pregunts nadera. —Que anoche sofié con este chico, —jNo! —exclamé la mujer del odonté —Sofié algo... feo. —Con un jgato? —pregunté la Panade. ra—. Un gato y este chico? —S{—se extrafié el hombre— éCémo sabe? —No, no, esto me da miedo —dijo la mujer del odontélogo frotandose los brazos como si tuviera frio—. Parece una pelicula... Ping, la Pa- logo, ola, Carla, Soy Fernanda ——_ —jFernandal Mandé a Joa- quin a la panaderfa y en cin- co minutos salgo. Qué raro que llames a esta hora. —Es que tengo que comentarte algo. Y no quiero hacerlo delante de los demas. —Qué pasd? —Nada especial... 0 sf. No sé cémo decirlo, —HMe asustés. —Es una tonterfa en realidad. —Contame, dale. —Es que... tuve un suefio anoche y, bueno, mi marido tuvo el mismo suefio. Eso es lo incref- ble. Los dos tuvimos el mismo suefio. Pero ahora me acaba de llamar desde su oficina. Ay, no deberia contarte esto pero no sé, bueno, el socio de mi ma- tido tuvo el mismo suefio... —2Y? No entiendo, ;Qué te preocupa? bo 1" por favor no quiero alarr armar Atte His ques Joaquin. Jost Comor _S{, los tres: mi marido, su socio Sofiamos que a Joaquin 1 ait ie pa, famos Jo mismo. ba algo: —jMe asustas! __si, me doy cuenta, soy una idi - 10 ota, no debi contartelo. e... yo también sohé que a Joa. —Es qui quin le pasaba algo malo! Lo ! Lo que sofiaron u istedes es. gcon Un gato? —Si. —Dios! Bueno, después hablamos en el trabajo. foaquin esta . entrando... —dijo o jo Carla en un hilo de voz. acia el mediodfa los habitantes de Moquehué no hablaban de otra co- sa: todos habfan sofiado lo mismo. La coincidencia era siniestra porque, ademas, en el suefio sucedfan cosas horribles. La gente buscaba explicaciones a ese ex- trafio fendmeno y habfa quienes, con cierto aire de seguridad, aventuraban respuestas de lo més diversas. El tinico cura del pueblo tardé dos horas en hacer tres cuadras hasta la farmacia porque en el camino fue detenido por muchas personas que querian ofr qué opinaba la Iglesia sobre algo asi. Pero el cura tenfa muy poco para decir, y menos en nombre de la Iglesia. Los vecinos, que habfan armado un circulo a su alrededor, se sintieron de- fraudados cuando el padre se limité a pedir calma Y a repetir que consultarfa por teléfono con el 20 marlos mas, el Sacerdote obispo. Para no al tié decir que él también habfa sofiado con @ to negro y que se habfa despertado sudando, Omi. IS. tado, en medio de la noche. s no recordaban si dj Alguno directamentg el gato aparecfa caminando por el interior de una A sa o si antes iba por una vereda, La mayoria habs, “visto”, en el suefio, claro, al gato de Profun ne ojos amarillos caminar por una sala 9 un living « oscuras, Para la mayoria el gato primero Pasaba Por entre las piernas de un hombre, se metfa en una casa a oscuras y después caminaba Por un pasili, como buscando una habitacién en especial. Pese zi que la casa estaba completamente a Oscuras, en | suefio se podia ver al gato asomarse sigilosamente a una habitacién, luego a la cocina y finalmente g otra habitacién en la que sf entraba, Una vez adentro saltaba a una cama donde habia un chico durmiendo: Joaquin. Los grupos de vecinos repasaron decenas de veces el suefio, tratando de encontrar coincidencias una y otra vez, pero cuando Ilegaban a la parte en que el ga- to saltaba sobre el chico ninguno se atrevia a dew- Ilar cémo el gato lo mataba, En realidad “sabian’, a2 ” J sucio S° sabfa” que el gato 1 a Naty areca querer ahond ay are 4 porque en al chico, pero ninguno P yara obtenet detalles de cé Mo ¢] ¥a esas visiones> to lograba ¢80- Sobre esa parte del sucfio sdlo dec al chico, y continuaban ork ue l relate evamente en cada detalle e en que el gato mirsba Abb 4 do calls peliculas un pe acia ¢| (recién entonces se ve ar{- el gato mataba deteniéndose nu partir del instant frente, como cuan mira al espectador ae ol ae amarillos), y luego pasos livianos y lentos, iba ie oad a la co. cina y salfa por una ventana. a obsesién de la sefiora Carola era adelgazar. Su esposo, el odontélo- go, solia burlarse de sus esfuerzos, de modo que ella llevaba una férrea disciplina de ejercicios Y caminatas fuera del alcance de su mi- raday de la mirada de los vecinos. El pueblo don- de vivian era muy chico, perfecto para el deseo de ranquilidad de la sefiora Carola, pero no contaba con un gimnasio. Para salvar ese déficit y no expo- nerse a la burla de la gente, la sefiora Carola salfa a media mafiana y caminaba bordeando los galpones del ferrocarril -hacfa afios que no haba servicios de trenes— hasta llegar a un monte de eucaliptos. Alli se detenfa unos segundos para mirar di- simuladamente hacia todos lados y, si comprobaba que nadie la observaba, entraba al monte internan- dose unos cien metros. En una parte del monte, siempre la misma, comenzaba sus ejercicios copiados 24 pgrama de cable que fansmity,,, roRp i de un P “dl, Miaml andole transpirar hasta empapar a dicho que para clla os, ; Vt ora Uy adie hubier? . nad ‘También le resultaba 1, WN Bra meray fa. placer, pero loves a minutos RF és de los cuarenta 08 de Serg; . pues 5 . 1 to, desp con dos relojes, tirarse al pic : Cio, Ce a oe como la ee has 8 pocy, iba haciendo calma, y sofiar. oa aba que erg ay gada, que su cabeza tan pequefia guardaba Petes “a proporcién con su cuerpo, y due Volaba, 5 imaginaba volando no como un Pajaro sino con, una hoja. Era ella misma, linda, delgada y Perfo, ta, que pasaba por encima de las copas de los 4. boles y de todo el pueblo, mecida suavemente Por el viento, subiendo y bajando con Movimiento, eves y caprichosos. Cuando la sefiora Carola terminé la tand, de ejercicios que tenia programados hizo una repe. ticién més de todos: un pequefio exceso que subra- yaba el triunfo de su voluntad, y que la compen- saba de las dos medialunas que se habfa permitido un rato antes. Enseguida se acosté sobre las hojas y asf se queds, atenta a su respiracién agitada que se fue calmando lentamente. 25 Poco a poco la mujer se fue adormeciendo, , medio dormida tuvo la clara Percepcién de ue un peligro la acechaba. Se desperté de repente, yarmada, cOn la sensacién de una presencia, Estaba a ra de que habfa “algo” muy cerca, observan- ES senté de golpe y miré atemorizada hacia ode Jados. De pronto grité espantada.., I tinico que no estaba al tanto sobre ‘ la coincidencia de que todos en el . , pueblo hubieran sofiado lo mismo era el propio Joaquin. Su madre, antes de irse al trabajo -era ar- quivecta Y trabajaba en la Municipalidad— le pi- did que se quedara en la casa, y ella misma llamé 2 Catalina. “Catalina” —los compazfieros de cole- io le habfan puesto ese sobrenombre porque se apellidaba Catalini— era el mejor, el unico en rea- lidad, amigo de Joaquin. En los dos meses que Joaquin habfa concurrido a la escuela del pueblo -después vinieron las vacaciones-, sdlo se habia sentido en confianza con ese chico que casi no hablaba. a primera reaccién de la sefiora Ca- rola fue de espanto. Con los ojos de- sorbitados se incorporé y, sin perder de vista al gato, observé de reojo hacia dénde podfa escapar. Por suerte se sentia suficientemente gil co- mo para hacerlo. Al mismo tiempo se decfa que ese gato sin ninguna duda era el del suefio. Aun- que fuera algo inexplicable, ahi estaba ese animal, yse trataba del mismo porque esos extrafios ojos amarillos eran inconfundibles. Cuando tuvo claro que en el peor de los ca- sos podia salir corriendo, la sefiora Carola respiré hondo y se dijo: “Después de todo es s6lo un gato”, y comenzé a caminar en direccién al animal, con sus brazos extendidos dispuesta a tomarlo por el cuerpo manteniendo lejos sus ufias. —Vamos, gatito... —dijo la sefiora Caro- la—, Todos van a querer verte de cerca... Carola te 30 ulita y asf se sf Se podra ‘A saby ec va a colocar en una ja SUNT... es todo este extrafio a El gato hizo un intent © por ale} Por alejarse sefiora Carola sc arrojé sobre él con sus manos. "que +,” Derg ’ aprisionsng, la lg unquc sdlo vivia a seis cuadras de la casa de Joaquin, Catalina tomaba ~ \eantas precauciones y hacfa tantos radeos, que e585 cuadras se convertfan en muchas mis. No pasaba delante de casas donde hubiera pe- ras, evitaba la vereda de los dos galpones por don- a podfan salir camiones, lo mismo que las esqui- nas donde podfa haber barras de chicos agresivos y jas veredas donde vivian conocidos que pod{an sa- Judarlo y obligarlo a hablar. Catalina era muy callado y timido y siem- pre, a principios de cada afio, la madre tenfa una entrevista con la nueva maestra para pedirle que no obligara al chico a dar lecciones en el frente o aque hablara, porque sencillamente no podia. Por escrito, en cambio, era impensable que Catalina no se sacara la mejor nota. Como fuera, ningtin chico se relacionaba con él. Salvo Joaquin. ae Catalina solfa mirar Continuamen, Jos lados, de reojo, con Movimiente, . toc iencia de Did, vierta apariencia de roe, I, que le daban cierta ay lor 6 ( peligro, Acaso aT malito que se sabe en pelig Por es, ¢ : - “ata stica fue que, de camino a la rs . eenieot se i en el interior de | {uf virti o raro 7 on a Nadie que pasara caminandg In abandonado. Dor k vereda hubiera podido verlo, pero ¢| sf.., e todas las versiones con que la gente intentaba explicar el extrafio fendémeno de los suefios coincidentes, una de las més curiosas era la de un hombre que estudiaba fe- némenos paranormales. El hombre era llamado “Angelito” y de él se sabfa que era un experto en le- vitacién, transmigracién de las almas, videncia y de- monologia. En todo caso, “alguien capaz de inter- ceptar y entender las corrientes de energia invisible que impregnan el mundo”, como solia aclarar él. Angelito era un hombre delgado y som- brio, que vivia de una pensién por invalidez y pe- riédicamente publicaba sus trabajos en revistas es- pecializadas de Buenos Aires y de México. La primera persona que lo interrogé sobre el tema de los suefios fue la chica de la panaderia. Dejé el negocio cerrado por unos minutos y corrié una cuadra hasta lo de Angelito, porque pensaba 36 que sélo él podfa aportar alguna Clatidag Angelito ya estaba enterado del asunto, se Ke, que la chica contara, hablando a borbotones ej de todas las personas que en la Panaderia lets corroborado que se trataba del mismo Suef Aba, Cuando la chica al fin dejé de hably cuarta o quinta vez pidid alguna explicacign” P gelito dio media vuelta en su silla de Tuedas, ne un cuaderno de un cajén, hizo varias anotac; te con una birome, y al fin la enfrenté Para a con voz monétona, como si estuviera habland, : algo perfectamente natural: . —El diablo est entre nosotros... —iAngelito, no diga eso! —exclamé la chi. ca, abraz4ndose a s{ misma y frotandose los brazos, —Vamos por partes... —dijo Angelito, Hay dos... fendmenos. Uno, el funcionamients coincidente de las mentes de todos los individuos de este pueblo en una misma noche, —Si... —Para eso tengo una explicacién posible quizds se deba al asentamiento en esta zona de um nube energética. Tal vez pueda desentrafiar las ca- tacteristicas magnéticas de esa nube poniendo ser Sores en varios lugares. ;Se entiende? a7 Mas 0 menos. 2Y el otro? FI] otro fendmeno es lo importante, La ade la nube no, porque casos de “con- jacurale? . 1 1 ¥ mental” suclen darse a menudo entre juotivid . personas, pe ordinario y nunea he sabido que le ocurra a trae plo entero, Pero... Sh. _..Jo importante, lo alarmante en ver- generalmente sdlo entre dos. Es ¢ yn pc que tiene que haber “algo” que emita las dad, . foe 4 le ese suefio anticipatorio. imagenes 4 _;Anticipatorio? _-S{, no tengo la menor duda de que esto que “yimos” en el suefio va a ocurrir en la realidad. — Dios! —Ese gato no puede ser sino un avatar. Un avatar es un descendiente o enviado del De- monio o del Mal o como prefieras Mamarlo. Es la forma animal que toma uno de sus servidores, puesto que el Rey de las Tinieblas no acta sino a través de sus esclavos. —;Me esta diciendo en serio todo esto? —Por supuesto. Yo digo que “algo”, una mente maligna y superior, con un campo magné- co tan poderoso como para que nuestras mentes Dee 38 funcionen en sincronfa con ella, Pensg> sofiamos. Jugé con todos nosotros, Quis supiéramos de antemano. iso Hue —Es algo espantoso. No puede , ly _—Es una teorfa provisoria, S, Slo razonar para entender esto tan extrafio dine td pasando... —dijo Angelito. @ bistd alt, ext abt! — La chica de la panaderfa se asomd por la ventana y vio que el hijo de bos Catalini, ese chico flaquito y medio enfermizo, selab hacia un galpdn que habfa servido como depdsito de materiales de construccién y con expre- sign de desesperado emitfa grititos agudos, Para cuando la chica salié a la vereda em- pujando la silla de Angelito, varias personas rodea- ban al chico. —Dice que vio al gato del suefio —expli- c6 alguien. Los mas jovenes se pusicron a buscar de in- mediato, con cierta alegrfa infantil. Un vecino entrd en su casa y regresé con un palo. Asf se formé un grupo que encabezaban los vecinos de la cuadra —el dentista, un jubilado, y dos jévenes— seguidos a unos metros por la chica, Angelito y Catalina. El grupo —_ 40 amind por el interior del depésite mig, \ ca deg un lado y a otro. Del galpén pasaron a un ferreng & fue fonde uno de «We f, bfa detrds y fue allf n de los jvene, té sefialando al gato. El gato caming Unog por arriba de un tapial y luego se lanzé, h "80, F ACig d otro lado, donde habfa un baldio, EI depésito de materiales estaba co cado con el baldfo aledafio por una puertitg a pa con un candado. Exaltado, el dentist ton cha. fierro muy grande que encontré en el piso ye, us pegs varias veces sobre el candado. La chica de _ 4 naderfa miré asustada, ya no Por el gato sino por violencia con que el hombre descargaba toda sy fut za sobre la puerta, que finalmente se abrié, J Pasaron todos a la carrera Y del otro lado en. contraron al gato sobre un tronco, Antes de que q animal se diera vuelta, uno de los jovenes le lanzg un golpe con un palo. No alcanzé a impactarlo de lleno pero igualmente lo hizo rodar. El dentista levanté barra de hierro y la dejé caer sobre el felino, Milagro- samente el golpe se produjo sobre una piedra que estaba a milimetros del animal. El segundo impacto tuvo peor destino: lac beza de uno de los jOvenes, quien se habfa arrojado d 4l omar con sus manos al gato. La furia del dol fa ee golpear una y otra vez, con la barra de gees lo an acertar en su objetivo. La gente se ol- ye? ane al, y viendo al hombre completamente é dd i Janzd sobre él para detenerlo. Podrfa ha- uct des escena grotesca si no hubieran reparado, ies on reducir al enloquecido odontdlogo, ae cafdo del joven que habia recibido el en golpe Silenciosamente, espantados, tapéndose la ara reprimir los gritos, el grupo rodeé al he- a Nate dos hombres lo recogieron y lo trasla- ai hasta la vereda. El dentista no salia de su jsombro, pero algo los sacé de su mutismo. Una mujer lleg6 corriendo y avisé: —jEncontraron muerta a la sefiora Carola! El dentista se volvié hacia la mujer que ha- bia dicho eso y la miré como si hablara en otro idio- ma, Habfa entendido perfectamente sus palabras pe- ro no podfa asimilar algo asi. Quien habia gtitado era su propia secretaria. La mujer se arrojé en brazos del dentista y lord a gritos sin poder responder a los que le preguntaban qué habia ocutrido. Sélo pudo hacerlo unos minutos después. Mas que explicar, se lint a sefialar hacia el monte. s un accidente. Esta clarisimo —_ E —tepitié una vez més el comisa- rio ante el empleado del ferroca- sil Esta mujer venfa a hacer gimnasia a este lugar... __-Sj, venfa todos los dias —dijo el ferro- viarlo—. Yo no me acercaba porque me parecia gue ella no queria que la viesen. —El empleado era un hombre mayor, el tinico encargado de cuidar la estacign desde hacfa unos afios, cuando se habia levantado el servicio de trenes. —Si, yo también la he visto algunas veces —dijo el comisario—. Tuvo la mala suerte de que justo le cayera encima esta enorme rama —agregé, mirando a lo alto del arbol para constatar que habia mds ramas secas en ese gigantesco eucalipto—. Tie- ne la cara arafiada por las ramas y un golpe muy fuerte en la cabeza. —Estén pasando cosas raras... —dijo el ferro- Viatio, Pees za 44 —Bah... ese asunto del Stehio 10 tien Lf J, da que ver —Io corté el comisario__, R mo: le cayé una rama en Ia cabeza, Cag! at cae una rama pero jamds hay alguien dae tangy nos haciendo gimnasia gno? Esta mujer? ¥ me desgracia, eso es todo. Ahora tenemos ai & ad cfrselo al pobre marido. in —No hace falta, ahf viene, ql ola, Joaquin, soy yo, mama. — —Hola. — Qué estabas haciendo? _—Nada. —jNada? {Cémo nada? Tardaste mucho en atendet en __Fstaba... leyendo una historieta. —;Catalina no llegé todavia? —No. —Qué raro, ¢no dijo que iba a estar a las tres? —Si. —Son casi las cuatro. ;Qué fue ese grito? —;Grito? ;Qué grito? —Como un... no, un maullido. ;Hay un gato ahi? —;Cémo va a haber un gato? Si me dijiste que no puedo tener animales. —No importa, jhay un gato? Fijate si no anda un gato por el patio. 48 —No. —Pero no te fijaste. —Y qué tiene si hay un Bato? —Qué se yo, dale, andé a fijarte —Ya me fijé. No hay. ;Por qué : G n gato o un perro? : — no. Ya te dije: no guj Pont 46 RO Alero ani, tener ur Pueg, en casa. ly —Pero yo si. —Y yo no. Y papd tampoco. Sé]o Do os tener un animal si los tres estuvigramo, © acuerdo, ;es justo no? de —No, porque los grandes nunca Wier tener animales. ;Cudndo voy a tener un anim, {Cuando sea grande? Cuando sea grande no Voy querer tener un gato. —jNo me hables de gatos! — Por qué? —Ay, no sé, estoy nerviosa. Después vuel- vo a Ilamarte. —¢Por qué Ilamés tantas veces hoy? Esta es la cuarta. —Y qué tiene de malo? Hoy te voy a he- cer milanesas, — Qué tiene que ver? 50 sélo te digo que ho _-Nada. . e i 1 VOY ag «tog alas scis y lego a casa a fa, milancsas. Salgo las _—Buenos chau. Un besito... jEscucho como un may —Bastal Debe ser en la calle, qué se Vo, —Chau. Joaquin colgé el receptor y contig aie, : gato parecta reponerse: Se estaba lamiendo |, ah del lomo donde él le habia puesto desinfectany, maullaba, seguramente de dolor. Era un gato a nunca habfa visto uno as{, aunque mucho no = sobre gatos. Pero era una incretble casualidaq i areciera en el tapial un gato herido y que él pug ra curarlo. Ojal4 Catalina llegara pronto para moe. trérselo. Después iba a tener que pensar alone: convencer a su mamé. Por ahora podia mantenetl escondido en algun lugar de la casa. En su habit. cién, por ejemplo. cin, ete lik, ' »chay a hubo una muerte y tam- —_ bién tenemos un moribundo —decta Angelito a los cuatro 5 que Jo rodeaban—. No me siento capaz de in0 yeoin rerar los alcances del suefio que tuvimos todos "I go oscuro Y terrible ha comenzado. Sé que es- pe flo el principio. es oo qué podem hacer? —pregunté la chica de la panaderfa. Alenterarse de la suerte corri- da por la sefiora Carola, su opinién respecto de Angelito habfa cambiado rotundamente. Para ella, shora Angelito era la unica persona del pueblo que entendia lo que estaba ocurriendo. Los otros vecinos -una cufiada de la sefiora Carola, un poli- cajubilado y un hombre llamado Justo— eran se- guidores y admiradores de Angelito, y a él hab{an acudido espont4neamente en busca de explicacio- nes, 52 Esto empezd con este Suefig SINie + 2 pre : t todos tuvimos. Me pregunto sj ef chicy "Oy i > tap le lo habré tenido. hie —No —dijo la chica de la py ANA ly Una amiga mfa, que es amiga de un Con . n de trabajo de la madre del chico, hably c por teléfono y ella le dijo... —Quién hablé con quién? aes Angelito fastidiado. PreBtny —Mi amiga con la compagiery deg de la madre del chico. Y parece que el chicg i ain fi6 lo mismo que todos nosotros, Por eso |g 0 so, lo tiene encerrado en la casa Y NO quiere ae i: con nadie. No quiere que el chico Sepa to de, que pasa. —Asf que todos sofiamos eso Peto lng Tendrfamos que hacer algo... —teflexiong Angi to—. Pai, 7 ‘On 4 — (Qué cosa? —pregunté Justo, —Son las seis de la tarde, Empieza a ano. checer —dijo Angelito demorando la respuesta, éVen aquellas cajas alld arriba?.., Saquen de alli toda las velas negras que encuentren. Tienen que ser ve las negras. Vos, Justo, seguime... —agreg6 Angelo misteriosamente, ditigiéndose a la habitacién 53 jonde gua rdal ba unas ex! traf as fi igui ras que fond tallaba co; pid ndolas de un ani ti iguo lib ro am mis con fe ; oe ticas y Braba ados. | gato parecfa totalmente recuperado. Ya caminaba por el patio y segufa a Joaquin a todos lados. Era un gato decididamente raro pero Joaquin nunca habjfa te- nido una mascota. Le daba un poco de temor to- carlo pero pensaba que se debfa a su falta de fami- liaridad con los animales. El gato tenfa una mirada increfblemente profunda. Cada tanto el chico se sentfa mirado por el animal y al darse vuelta veia esos extrafios ojos amarillos que delataban, si no fuera absurdo concebirlo asi, un “pensamiento”. Joaquin no queria dejarse arrastrar por las fantasfas de las peliculas y libros de terror y suspen- so que a veces lefa, pero tenia la sensacién de que el gato “pensaba”. Igual se sentfa muy satisfecho de ha- berlo curado y estaba totalmente decidido a ser su duefio, sin importar lo que dijera su madre. Por esa noche esconderfa al gato en su habitacién y al dia ee nb siguiente se plantarfa frente a su mamg {a todo lo que fuera nece gritar vencerla. a empezaba a sepui EL gato ya emt BuitlO a tod, y eso ablandarfa un poco a su madre, Porque Pang entendimiento entre uno y otto. Le iba g deat q mamé, por ejemplo, que cl gato era |g com : ideal para no tener miedo durante las node esos pensamientos estaba, cuando escuché on 4 —jEstdn juntos! Brito, Sobresaltado, Joaquin miré hacia ¢ - que daba al frente y alcanzé a ver la cabeza rie hombre que al instante desaparecié. uy —jEl chico y el gato estan juntos! volvié a escuchar. — Joaquin tomé al gato y se metié en la ce. La ola, Joaquin, esta vez te llamo... —_ —jMami...! —; Qué pasa? _-Veni pronto... estoy asustado. —;Qué pasd? No sé..5 afuera hay gente... Primero se somd un tipo Por el tapial del frente y ahora hay un grupo en la vereda. Tienen velas encendidas y gritan cosas raras. —jCémo? ¢Quiénes son? —Repiten mi nombre y hablan, como si re- raran, pero no es un feZ0. Dicen cosas raras, incom- prensibles. No sé por qué hacen eso. Me da miedo... —No puede ser! ;Cémo que dicen tu nom- bre? ;Quiénes son? —No sé. Hay uno en una silla de ruedas. Yestd la de la panaderia. —jSalgo para alla! E I chico debe estar posefdo —di- _ jo Angelito, nervioso—. Son ca- sos extraordinarios, pero sucede. para poseet una victima Satén se vale de un interme- gario, como una bruja o un hechicero, o bien pue- deser dl mismo bajo la apariencia de un animal. Las wfctirmas elegidas suelen ser personas débiles y extra- fas, y ese chico sin duda lo es. Cuando la posesién ya fue hecha, la victima comienza a cambiar la voz 0 su apariencia. Puede suftir convulsiones, y lef de ca- sos en que; en medio de la crisis, el poseido expulsa por su boca objetos y hasta culebras, lagartijas y todo tipo de criaturas repulsivas. Empecemos ya. Formen uncirculo, tomense de las manos, cierren los ojos, re- sstanse al terror y no dejen de repetir mis palabras, aun si se oyen horribles voces que jams escucharon, osiese mismo chico se nos aparece acd en la vereda... arla tom6 la cartera y salié a la carre- ra de su despacho sin siquiera avi- sar a su jefe ni a Fernanda. Habia estado todo el dia pensando en el suefio del gato yd llamado de su hijo terminéd de alterarla. Esta- be tan nerviosa que demoré una eternidad en poder colocar la llave en el auto y salir del estacionamien- to de la Municipalidad. Tenia sesenta kilémetros hasta su casa, y habitualmente recorrfa ese trayecto en cuarenta minutos. Ese maldito pueblo. Hacfa cuatro meses que vivia alli y conocia a muy pocas personas, pe- ro desde el principio casi todas le habfan caido mal. Su marido se habfa empecinado en vivir alli slo porque las casas eran més baratas y podian disponer de un gran patio. Para él, que viajaba muy seguido, el lugar era un paraiso y un descan- so, pero para ella y su hijo era horrible. Joaquin as 62 no habla hecho mds que un amie, Dt tiempo Y ella no tenfa trato a nadie, la via miraba al pasar con demasiada Utiosi rh q nadie le mostraba Ja menot simpatia, Eran Y ella dejaba a su hijo allf, solo. éQueé estas os. ciendo esos desequilibrados? Joaquin ce a ha - Heclan cosas raras e incomprensibles hy El coche iba a més de ciento treinta i tros Y empezaba a caer la tarde. El so] se ex tiendo a ras de la ruta, dificultando mucho [a wae De pronto tuvo miedo de chocar, de que le ie algo alla y que su hijo quedara solo a Merced do} locos esos reunidos alrededor de su casa, . ‘yqeanou oS ased onb ap sare ord aso v reyeur onb Avy anb OUNdID $9 O1Ng "UOTORATASgO Ua OdtaN UN OpFouA) BHP -UDAUIOD BIUDTTEINBas OOTYD ]Y “SOWIAIA EA— “zoa eno gins -aid— jooryo ya wos sowssey gnb x?— jor ye rexeur & rerIU anb kepi— :OfIp soya op oun ‘opeurursas PIqeY erway? zy anb eyared opueno ‘oqauroUr 0142/9 ug -oorup fe seaHONE fe vun eq?p ed ens opt? Pp o3fe sie? sod gurunay aonb yeuseiuey prouared' oso A sepaa ueUaIsos Spo) IseD “SPIE -idor “ueqeiumt Oo] spUDP SO] & odaano || -ueiTe dp OUIOD so3s9B Bey odn yq “BF ep sZip epored onb ‘sepans ap PII!S Pl ap oP -o4 seuosiad ayuiaa seun op odnid 64 Joaquin no entendia nada de pero st escuché perfectamente |o due > proponfan hacer con SU gato, Se leo escapar por la terraza. ‘Tomé al BAO en : hen | caminé por el patio pegaclo a una Pared, Pa "ag, ‘) Jo vieran si alguien se asomaba, co | Subié la escalera de cemento tin 7 Cuando llegé a la terraza, vio que un hom: Dig | al patio de su casa. Enseguida se le Sumaron 7 Salah, EI chico fue hasta el extrem a ny terraza y allf se subié a una pequefia led , k de la pared empezaba el techo de la casa Vetng a s6 una pierna y estaba por pasar la otra ay b ocurrié mirar hacia la calle. Vio entonces gue a ke lo estaba mirando: Catalina. en Durante un largufsimo momento bs rin das de Joaquin y de Catalina se cruzaron, En lca, de Catalina se dibujé una expresién de incompren. sién y en la de Joaquin un desesperado pedido de no ser delatado. Joaquin pasé al techo de la casa vecina y de ésta a la siguiente, hasta que un perro comens aaullar y a ladrar frenéticamente. —jAlllé esté! —grité un hombre desde un Me gy tye so, 8, Pers tp clrig May patio. 66 Joaquin se quedé paralizady dos; varias |internas lo alumbraton,, © 4 ue habla gritado trepd al techo ‘eile, al hag rela pared medianera y mostrg Cte, sh jga. Sacd UN pequefio rey Sly dey del pantalén y sefialé al ae de ee Soltalo, nene —ordend, ato, Ki. El chico hizo el ademén de de; el suelo, pero cuando estaba por anor, al me animal hacia el costado, donde habia i ay Le resultaba inaccesible para ¢| Coa 0 16 sob! dable sont lo trasero bajo que istola, en la osicién en la que re P b P que se encontraha to cay sobre ese techo y en segundos He a —Estipido! —grité el hombr Patecig, , tom, a Joaquin por el hombro y empujéndo| and, centro de la terraza. © hacia uando Carla frend y bajé del coche se encontré con un espectaculo ab- surdo y penoso: su pobre hijo estaba sentado en el suelo, en medio de la calle, y a su al- rededor un grupo de personas repetia oraciones incomprensibles cuya letra aportaba el hombre de Ia silla de ruedas. La mujer se abrié paso a empujones y se abrazé a su hijo. Luego lo ayuds a ponerse de pie y juntos entraron en la casa. Como hipnotizada, Ilend un bolso con ropas y regresé con Joaquin al auto. Afuera todavia estaban los vecinos reunidos. Uno de ellos intenté detenerla. La chica de la pa- naderfa traté de decirle algo, pero Carla no estaba como para escucharla. Puso en marcha el coche, Joaquin se senté a su lado y avanzé a toda veloci- dad en direccién a la salida del pueblo. —Tengo que tranquilizarme —dijo Carla 68 habléndole a nadie, 0 en Tengo que tranquilizarm, ‘dg J. ic, ura. Si voy tranquila y, No Pie Alberti. AMos 4 \ k en Voz alta, i Ase, os Y salvos @ gar san A Joaquin le dio miedo que sy Madie h blara asf. __Vamos a Alberti, a casa de che ahi, lejos de todos ar . _—. Mafiana llega tu pay cia 7 mos. Le dejé una sia te asar 1a no uel; explicé a su hijo: remos qué hace: mesa. —La yi. 6 os fuimos a pasar la noche a lo de tus padres. Si por casualidad Ile- gas antes, anda a vernos all4. Un peso, Carla Y Joaquin”, decia el papel que estaba sobre la mesa. Pablo se habfa apurado para regresar un dia antes Y sorprender a su esposa y a su hijo, pero ha- bia encontrado la casa vacfa y esa nota. Como tenia muchas ganas de verlos no lo pensé demasiado. En menos de una hora podia llegar hasta la casa de sus padres. Antes de salir abrié las puertas y el bail del coche, ¢ hizo varios viajes hasta la casa descar- gando bolsos y cajas. Era ya la medianoche cuan- do salié hacia Alberti. a abuela de Joaquin estaba a punto de irse a dormir cuando Carla gol- peé la puerta. La mujer se sorpren- gig al ver asa hora a su nieto y a su nuera. —Tuve un problema en casa con una pér- dida de gas y no quise que pasdramos la noche alld _-fue lo que se le ocurrid decir a Carla. —Hicieron muy bien en venir, querida. Las dos mujeres charlaron unos minutos en la cocina el abuelo dormfa— mientras Joaquin miraba televisién. A la una, todos se fueron a dor- mir; Carla en un sofa del living y Joaquin en el cuarto que usaba su papa cuando era soltero. la una y media Pablo lleg, A de sus padres. “Espero an la casa ~ me ol- gan entrar porque si no se van a asus- at’, pensd. Pero bueno, ya estaba ahi, y lo mejor eta usar la llave que tenfa y entrar sin hacer ruido, Sin embargo, el primer susto fue para él: cuando abrié la puerta del coche una cosa oscura salié del interior y salté a la vereda. El hombre casi se desmaya del sus- to. Pero sdlo era un gato. ;Cémo se habia metido ese gato en el auto? Cuando se lo contara a Carla se iba areft. Seguro que el animal habfa subido mientras él descargaba los bolsos. “Un gato de Moquehud que decidié mudarse a Alberti”, se dijo. En el umbral de la puerta Pablo se quité los zapatos. Colocé la llave en la cerradura con la mayor suavidad y pasé al interior como caminando sobre el aire... [El maldito gato! En ese momento el gato se es- currié entre sus piernas y pasé junto con él al interior a casa. Pero Pablo no podfa gritar ni ponerse a ro, Sélo tenfa que confiar en la habilidad ara no chocar contra ningtin mueble hacer U9 ruido. y ha rf escobazos. Ahora, lo mejor era Ala mafiana buscarfa a ese gato confian- pido y Jo saca : ; Aejatlo Antes de cerrar la puerta vio, gracias a una aca fant de luz proyectada por el alumbrado de la calle, @ Carla durmiendo sobre el sofa. Dejé los atos a un lado y se acosté junto a ella. Sin des- rearse, la mujer gird hacia él y lo abrazé. Pablo sonrid, jc6mo habfa extrafiado a su mujer y a su hijo! Ahora que volvia a estar con ellos lamentaba ye fuera tan tarde. Al dia siguiente Carla le re- procharfa no haberla despertado, pero dormia tan profundamente que era una pena interrumpirla. A los diez minutos de estar en esa posicién tan incémoda, Pablo pensé que lo mejor serfa dor- mir en la habitacién que habfa sido suya, donde de- bfa de estar durmiendo Joaquin. Ahi habfa una sola cama pero el piso estaba alfombrado y podia poner una manta en el suelo. Con movimientos lentos sa- lié del abrazo de Carla y se aparté del sofa, cayendo suavemente al suelo. “Hoy es mi noche ridfcula”, pensé mientras trataba de incorporarse. 76 De pronto algo lo hizo estremecety i 2 ‘Se; horrible aullido, una queja honde al, dio de la oscuridad resulta, tery, “Seal. emitié un ble que en me . in segundo después se escuch; friante. = parecidos provenientes de la habitacion de Bt S Pa. dres. Eran aullidos terribles pero atin — : . . 5 incidencia: jlos tres al mismo ¢ Pan. tempo 3 Resa. tosa era la co ;Como si estuvieran envueltos en la mism, dilla en el mismo momento! El hombre no soporté una nueva repet cién de los gritos y encendié las luces. Vio a ¢, < con una expresién desfigurada por una mu aoe angustia y espanto. Pese a la luz, la mujer no fe minaba de salir de la pesadilla. Tuvo que desper- tarla con sacudones bastante fuertes. Al fin Catle entreabrié los ojos, miré la habitacién y a a, ¢g mo si no entendiera dénde se encontraba, —;Qué hacés acd? De repente se froté la frente y se incorp. r6 de un salto: —jEl gato! —dijo con voz ahogada—. ; gato est4 con Joaquin! : arla y Pablo Ilegaron corriendo a la - habitacién donde dormia Joaquin. Lo que el hombre vio, porque fue dquien entré primero, no iba a poder explicarlo on claridad jamés en su vida, y tampoco me lo explicé bien a mi, afios después, pese a que estaba tan interesado en que yo escribiera esta historia respetando cada detalle de lo ocurrido. A Pablo, el padre de Joaquin, lo conocf por casualidad en una plaza de Alemania, donde actualmente vive, y al rato de charlar ya me esta- ba narrando su extrafia historia y pidiéndome que la escribiera. Le dije que no, un poco porque siempre digo que no a este tipo de cosas, y otro poco porque el final de esta historia me provoca un profundo rechazo. Sin embargo, acd estoy, ter- mindndola, no sé si para cumplir con su pedido o para buscarle un final mas tolerable. uando Pablo entré en la habitaci6n C del chico, encendis la luz: su hijo dor- mia en el suelo, hecho un ovillo, en una extrafia posicién. Por un instante el hombre creyd yer que el gato estaba alli, junto a su hijo. Pero de in- mediato la figura del animal desaparecié, como si se fundiera en la del chico. Su esposa no vio nada de eso. Bll entré detrés y, después de comprobar que Joaquin estaba bien, y de hacerlo regresar a la cama, se puso a buscar al gato por toda la casa. Descontrolada, sobre todo al saber por su marido que efectivamente habfa entrado un gato en la casa, revis6 todo, centimetro por centimetro, Pero no encontré al animal. Todos pasaron aquella noche sin dormir y por mds que trataron de interpretar lo ocurrido barajando las ideas més inverosimiles, no lograron aclarar nada. Claro que todavia no habian asistido a lo peor. A Ja mafiana, cuando el chico se desper- t6 ya no era el mismo. No hablé en ~ \ ese momento ni nunca mds lo hizo, mas que sus padres probaron todas las formas po- sibles de terapias y consultaron a los médicos més prestigiosos. En poco tiempo el chico cambié su fisi- co, sus gestos, Sus hdbitos, su mirada —sobre todo su mirada y ya nunca més fue... normal. Los intentos por ingresarlo en escuelas, aun las més especializadas, terminaron en duras polémicas, porque los padres ja- mis aceptaron los alarmantes informes de los maes- tros y psicopedagogos. Aquella tarde, en la plaza de Hamburgo, Pablo (en la vida real, por supuesto, tiene otro nom- bre) me refirié la historia de su hijo y yo la escuché con un interés limitado, propio de quien supone que no verd pruebas del hecho extraordinario que le estén contando. Me equivocaba. 82 —Allé est4 mi hijo —me indliog cierto momento. ; 4 a Habfa otros chicos trepados al feo Petg no necesité que me sefialara bien cual de tod Joaquin. Vi a un chico delgadisimo, Vestido en Ta mente de negro (“se enfurece si tratamos de a ta otro color de ropa’, explicé Pablo), que Pasabe una rama a otra como desliz4ndose, con tuna so} de ra por lo menos lamativa. En cierto momento 4 chico volvié su cara hacia nosotros y fue entonce cuando vi esos ojos amarillos que me causaron ung irreprimible repulsion y, debo confesarlo, temor, —No lo odie —me dijo Pablo, como FA adivinara mi pensamiento. —No... 3c6mo me dice eso? —contesté_, Si es... un chico. —Es mi hijo. Supongo que es una especie de prisionero... — Prisionero de qué? —De un gato, del alma de un gato, quésé yo Permanecimos en silencio largos minutos — iY? 3Se anima a escribir esta historia —me pregunté finalmente. —No, no creo que me interese escribir et te tipo de historias. bau

You might also like