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zs hy s ugpauixong 9p'"W ueng 8 3 "| tere recens Narradores de Hoy BRUGUERA ar Hermes Villordo publicé Poemas de la O calle (1953), Teniamos la luz (1962), Memo- ria_del olvido (1974) y Con sombras de palabras (1978), poemas; Gertio » figura de Eduardo Mallea (1973) y Genio y figura de Adolfo Bioy Casares (1983), biografias y estudios, y El! Bazar (1966) y Consultorio sentimental (1971), novelas. Prologd y anot6 ediciones de obras de Miguel de Unamuno, José Maria de Pereda, Florencio Sanchez, Arturo Marasso y Marcos Sastre. Algunos de sus cuentos aparecieron reunidos en el libro que lleva su nombre y que tiene prologo de Manuel Mujica Lainez. Ejer- ce el periodismo y es critico literario. Sus colabora- ciones aparecen en La Nacion, de Buenos Aires, y en La Gaceta, de Tucuman. Obtuvo varias distin- ciones, entre ellas la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores y la Pluma de Plata del PEN Club Internacional, Centro Argentino, y premios municipales de Poesia y Novela, y la beca Full- bright. En varias oportunidades viajé por América, Europa y Asia en misién periodistica. Al referirse a E/ Bazar, Juan Carlos Ghiano dijo: “Escrito con un movimiento que debe sus pautas a las posibilidades orales de la mas sabrosa mezcla portefia, el relato se integra en una complejidad esti- listica ajustada sin sobresaltos a las intenciones dela historia. “‘Y Pedro Orgambide sefialé que logra componer ‘‘un cuadro de costumbres atractivo, enriquecido por la observacién sagaz, el humor y la ironia’’. De Consultorio sentimental expres6 Mujica Lainez: ‘Es un libro simple y complicado a la vez. Complicado, por caracteristico de nuestro tiempo; simple, por ser de siempre. No les planteara a sus lectores ni problemas graves ni enigmas curiosos; eso si, los hard pensar. Los hara pensar sonriendo, tiendo, y atin vacilando detras del anacrénico y her- moso velo de las lagrimas.” Escaneado con CamScanner La brasa en la mano Escaneado con CamScanner Oscar Hermes Villordo La brasa en la mano LOoncHi 100 Dénovan LisRos 20861 + fein. Narradores Argentinos de Hoy BRUGUERA UNIO, 1983 3" EDIC : OCTUBRE, 1983 LA PRESENTE EDICION ES PROPIEDAD DE HDITORIAL BRUGUERA ARGENTINA S.A.F.LC. AVALOS 365 . BUENOS AIRES (ARGENTINA) ~& PRINTED IN ARGENTINE ISBN 950-561-014-9 QUEDA HECHO EL DEPOSITO. QUE PREVIENE LA LEY N° 11.723 IMPRESO EN LOS TALLERES GRAFICOS INDUGRAF MENDOZA 1523, LANUS OESTE PROV. DE BUENOS AIRES - 1983 Escaneado con CamScanner Oscar Hermes Villordo La brasa en la mano Escaneado con CamScanner A thing of beauty is 4 joy for ever, JOHN Keats Escaneado con CamScanner Trato de recordar. Los dos estabamos en un coche y él me dijo: “‘No tengo derecho a pedirtelo, pero si sé que te acostas con otros...’’ Era su declaracién de amor. Lo ha- bia perseguido durante meses y, al fin, se decidia. A su manera... ‘‘Tenés que comprender. Es dificil para mi. Si te dijera que estoy enamorado de vos, mentiria. No es eso.’’ No; no era eso. Y sin embargo insistia, decia (aun- que era la primera vez) que sufriria si yo me acostaba con otros, que no estaba enamorado de mi, que: ‘‘Soy un egoista; perdoname.”’ Lo miré; miré sus rodillas desola- das. Era un nifio pidiéndome perdén. El coche doblé la esquina donde bajo y nos separamos, atin tuve tiempo de decirle el ‘Hasta mafiana’’ acostumbrado y de mirarlo alejarse con el portafolios bajo el brazo. Desaparecié en Ja calle, tal vez en la otra esquina, mientras me hundia en el asiento. Yo soy pequeiio, esmirriado, un poco triste, con la ca- raapretada por esa tristeza. El espejo me devolvié laima- gen, cruelmente, en el momento de achicarme en el asien- to (con la fugacidad que tienen los espejos que reflejan el sol) y en el momento en que el chofer me miraba para que le dijera adénde me llevaria. Lo dejé esperando, porquea la fotografia revelada por mi propia imagen se superpo- nia su fotografia alejandose, su imagen de hombre segu- ro caminando, el vaivén de su portafolios. Escaneado con CamScanner = risteza que puedan tener estas palabra hora; entonces, yo era feliz. Piensen en que é1 mie hee queria, en que yo no lo sabia. Esta a (o lo que es lo mismo: una historia debo decirlo desde el comienzo: e} que no haya amado no podra entenderla. Piensen en e| amor y diganme st habia o no motivos para estar alegres, El coche se alejo velozmente hacia cualquier calle. Los Arboles eran otras tantas pantallas pasando en la luz. Las caras que veia al sesgo cuando se detenia, me parecian opacas, preocupadas. Todas eran iguales. Mejor ni mi- rarlas. “Miguel, qué feliz soy.” Sin embargo, ellas mira- ban, se arremolinaban junto a la ventanilla. ‘Miguel, sos jNo sabés cuanto te yos el que tiene que perdonarme. t : o me pareciO, porque si- quiero!” Una cara se detuvo, ¢ ue guid de largo. ‘No importa que no me quieras. Lo unico que te pido es que estemos juntos.”’ Otra me amenaz6... {Pero qué habia hecho yo? Si, me habia sonreido. Es di- ficil esconder la felicidad, pero atin es mas dificil mostrarla. Y en eso el coche frend. Alcancé a ver a la madre tirando del brazo de lahija. Alcancé a verlas apre- tadas en la desesperacion de haberse salvado (el temblor ncéa ver la furia del animal del abrazo dela mujer), y alcai chofer gritandoles. Vaya a saber en qué felicidad irian pensando. Esa fue la primera vez que me dijo que si. Laotraes de- masiado vergonzosa y triste para recordarla. Me aver-. giienza porque es el final del romance vulgar (que tam- bién tiene su explicacion, tratandose de él) y me entristece porque tal vez quiso darme lo mejor de si y yo nolo enten- di. Era un consuelo, de todas maneras; y ala vergiienza y la tristeza se mezcla en el recuerdo el rencor. El me con- fundia con una mujer; nuestras relaciones tenian no sé qué de parecido con las del hombre y la mujer. Hasta creo que se divertia cambiandome el sexo en el diminutivo de minombre. Hoy pienso que toda la ternura de que era ca- ao enesa despedida. Me dijo: ‘‘Pase lo que pase, no e olvidaré. Hemos sido muy felices.”’ ;El final dela pare- El tono det deal pia dicho que me una historia de amor de contradicciones) Escaneado con CamScanner ja de novios, en que él la abandona después de haber con- seguido lo que queria! (Pero no. No fue asi. Si debo recordar, debo decirlo. Es facil repetir: ‘‘Hemos sido muy felices’’, sin mirar la cara del que escucha. El esta junto a la ventanilla de otro coche y habla distraido. Y como quien encuentra la frase exacta se vuelve y me dice las palabras con alegria. La ca- ra seleilumina y siento la presién de su mano en el brazo. iY es el final! Solo detras del resplandor esta la tristeza, esa desesperacion que me aprieta el brazo. Pero en mi las palabras hablan de otra manera. Me dicen: ‘Todo termi- né. Hay que ser fuerte.” Esta mas joven que nunca. La cara bien afeitada, blanca; el cuerpo laxo en el descanso, en ese abandono tragico que le dibuja el rictus que amo tanto. “‘No seas zonzo. Tenés que vivir tu vida. Olvidate de mi. Al fin de cuentas, zqué pasé entre nosotros?” Por un instante siento que.es asi, que tiene razon, y le agra- dezco que reconozca que hemos sido felices. Pero inme- diatamente lo aborrezco y pienso cémo pude enamorar- me de un hombre como él, y lo compadezco y me compa- dezco. Entonces sus ojos insisten en el hallazgo, brillan , ena afirmacién del ‘‘Hemos sido muy felices”’, y acepto, copio el gesto amargo de su boca, sonrio y digo si.) El coche se detuvo en la puerta del departamento. Ape- nas bajé, vi a Beto en el balcon, con la regadera en una mano y la jaula en la otra. Agité las mangas de su baton floreado y me saludé como si hablara con el canario: “ Y como no podia adivinar, Era una jaula ja descriptible. Bailo, su sombrilla, Y descorchd una potella (ques ym. tenia escondida entre las ro ésta entre los pares que guardaba en elcajon)- 50, porque fue imposible encontrar otros, brin turno por la felicidad del duefio de casa. le ocurrié cambiar de jaula al canario. Pero an cionado, adorné el nuevo domicilio con las cint colores, secundado en la tarea por nuestras manos, que SE aa y mofios contagiadas por 18 alegria- ;Ahora!””, dijo una vez que dispuso las jaulas enfrenta- 20 Escaneado con CamScanner das, con sus puertas abiertas. Pero Aglae no queria mo- verse, comodo en el palito desde donde nos observaba. le el alpiste"’, dijo Adolfo. {Mejor no lo hu- biera dicho! ;Mejor no lo hubiera hecho! El pajarito, al separar las jaulas para meter la mano, se vold. El estupor impidid que nos diéramos cuenta como. Lo vimos aso- mado en la caja de sombreros, sobre el ropero. ‘‘Pi, pi” hacia. Después, en nuestras locas evoluciones, se posd sobre el biombo, sobre un retrato ovalado, sobre la lam- para, sobre la colgadura del espejo. ‘jHay que echarle agua!’’, decia Adolfo. ‘‘;No! jNo!’’, gritaba Beto, y ex- tendiendo la mano hacia el pajaro, clamaba: ‘‘jAglae, queridito! ;Veni!”’ Pero Aglae prefirié la libertad y se es- cap6 por el balcon. Nos asomamos consternados. Toda- via quedaban en el aire los aletazos del pajaro, torpe para el vuelo. Un cuerpecito que evolucionaba en el asfalto, un montén de plumas que saltaba, que ensayaba un ejer- cicio desusado, eso era Aglae en la calle. El infeliz no acertaba con sus movimientos, vol6 hacia una cornisa y se trepé a un Omnibus en marcha. ‘‘jSe lo lleva!”’, gemia Beto. ‘‘jUstedes tienen la culpa! ;Para eso me regalaron la jaula! ;Dios los va a castigar!”’ Y diciendo esto se lanz6 escaleras abajo. Entonces estallé la verdadera tragedia. “Esta loco!”’, aullaba Adolfo. “‘jMira como sale! jLo van a llevar preso!’’ Corri detras de él, seguido por los - otros, pero su batén floreado iba dos pisos adelante, co- mo una enloquecida mariposa que aparecia y desapare- cia, espantada por nuestros gritos. Cuando ganamos la calle, él estaba entre un remolino de curiosos, el 6mnibus se habia detenido y el chico que le vendia los diarios (que tenia su puesto en la esquina) capturaba a Aglae, trepado auna ventanilla. Los tres mirabamos la escena sin atinar anada, inmoviles ante lo que ocurria. El chico le entrega- ba el pajarito y respondia a su beso de agradecimiento con un ‘*;No es nada, sefiorita!””, y le decia a un vecino, para mayor aclaraciOn: “Es la sefiorita del quinto piso.” Lo trajimos escoltado, recelosos, pero no pudimos ocul- tar su aire de gran dama, triunfalmente con su trofeo en 21 Escaneado con CamScanner i mano, “yMamarr achol"’, comenté, | ugitivo, “yMe hiciste arruinar ef m + hablandg co mal que ya habia bailado la danza de Tetliajet a el ‘Tardamos mucho en salir del asombro. lat” "s carcajadas, comentaric : pert ¥ todo era, mantenta serio, como quien recibe los elon! al, Beto, fe resta importancia. Parecia decirnos: “4 Vieron Y atin les soy capaz?"’ Y pasadas las primeras exclanaaela 10 due apresuré a contarnos cl episodio, como si él, el ee Se ba, no fuera el protagonista, y como si nosatren habla. olamos, no hubiésemos sido los espectadores, no sea ee Adolfo, Myriam 0 yo lo contaramos de otra inane aT quitaramos gloria. Y en vérdad el que contaba no eral cl que habia actuado, sino ese otro, casi maravilloso, que habfamos visto, y que se empefiaba en destruir, y pan oficial de lo ocurrido, porque horas después el episodio s contaba de otra manera, y al otro dia yo lo ofa como un hecho legendario, como si yo mis- mo no lo hubiese presenciado. Adolfo repetia los gestos, era escaleras abajo, nuestro estupor ante el 6mni- ido, y él le corregia los defectos, perfeccionaba la representacion, caminaba como habia caminado ante los curiosos, metia a Myriam en la escena asignandole el papel de diaricro, yme pedia a mi que chistara al conduc- tor, como el comedido que habia llamado ante su deses- peracién. De Aglae, ni una palabra. Lo habia olvidado. Esta4bamos tan contentos, que él accedié a que Myriam pusicra un disco y la musica sonara, como olvidada, en un rincén. “Un poco de tristeza’, dijo, porque el tango que elegiria el otro tenia su historia que, por supuesto, él conocia, y que Myriam venia a oir cuando estaba triste. “Ni en mi cumpleafios me perdonan’”’, me dijo al oido. “Todos deberian ser como vos, que estan contentos cuando los demas estén contentos.”” Y me Ilev6 aparte, para hablarme de Adolfo, que detestaba la musica popu- Pee een ese tango. ‘‘Vos sabés, ama Ja musica hombre. pu a que se pled con Myriam por el mismo , que ofa ese tango.”’ Vi que Adolfo nos observa bien en dar la version 22 Escaneado con CamScanner ba nervioso y que, no sabiendo qué hacer, queria levantar las alas de mariposa del cuadro, a través del vidrio, como quien hace un acto distraido y no Ie da importancia a lo que pasa a su alrededor, Se habia parado ante el adefesio cuando Beto me aparté y la melodia comenzo a arrastrar- se, lenta ¢ insistente, Fue como si dentro dela habitacion se hubiera hecho la sombra, como si la musica nos apri- sionara en sus notas profundamente melancOlicas, aun- que apenas audibles. ‘Son unos chusmas, che. {Vos cre- és que lo de la jaula no lo hicieron a propésito? Pero asi les salié. No se esperaban que yo saliera a la calle; creian que la cosa iba a quedar asi. Pero estuve bien, ino? jCorriendo detras de un pajarito, admirado por mi cora- je! Sila gente no fuera tan apatica, me hubiera vitoreado. Pero qué querés, uno esta condenado a pasar inadverti- do. Vos, que fuiste testigo, decime, ,no estuve estupen- do? Porque éstos, que son unos desagradecidos, no van a dejar de echarme tierra. Ya los quisiera ver yo en un tran- ce semejante. Las payasadas que harian.’’ No pude evitar la sonrisa, y aun la risa, admirado por sus arbitrariedades y sobre todo por el uso que daba a ciertas palabras, empleadas por aproximacién, pero mi actitud debio pa- recerle a Adolfo una complicidad (y algo de eso habia en el cuchicheo), porque me grit6: ‘Te he visto en el cine con un muchacho que no es Esteban.” Temblé. ‘Te habra parecido”’, le dije. “‘No, como sufrias tanto por él.” Y acentué la palabra “sufrias’’. “jPero si Esteban acaba de decirle que lo quiere!””, intervino Beto. “‘,No ves la cara de felicidad que tiene? Estan en plena luna de miel.”’ Volvi a temblar, pero esta vez con verdadero miedo. ‘Puede ser que esté equivocado”’, insistio Adol- fo. Y siguid: ‘Vos sabés, uno mira rapidamente. Tenia un traje blanco, largas patillas, un perfil clasico sobre to- do la nariz. Pero caminaba mal. Era demasiado buen mozo para vos.”” “Bstas confundido.”’ “‘;Pero si es Este- ban!’’, volvié Beto. «Esteban que ahora se deja las pa- tillas! ,Verdad?”” “Esteban es rubio.”’ ‘jSe ve que no lo has visto después del veraneo! Volvié morocho.”’ Escaneado con CamScanner -Verlo? Yo no acostumbro a ver ah amigos.’ “Yo lo vien el bar de la ean Amigos de yj eis, de pantalon blanco. Hacete ver por cl Es ése que a suerte, en ese momento, cesé el tango y Sie Por de Myriam, Y el ruido del brazo del pick-up, 108 el SUSDirg ponerlo de nuevo. ‘iA, nol, protests rdueibaa “Dejalo”> dijo dulcemente Beto. ‘‘Los gust Adolfo, darselos en vida.” “7Ah, nol”, pataled el tro. hay que Jo nosotros venimos, no nos dejas oir musica, ele cis que es para ponerte en clima cuando te sacas el han de. Y hoy, para mortificarme, le permitis a ése que pon; a veces e] mismo tango.” ‘Hoy es mi cumpleafios. fo i querés agasajarme, después del regalo que me hiciste, que casi me cuesta la vida?” “La idea fue de é 5B “Myriam querido, no pudiste tener una idea fads brillante! Ponéel disco, que me trae souvenirs.”’ No ibaa parar hasta hacerlos pelear, asi que mi tranquilidad (por- que habia pasado el peligro para mi, en la confusion de Miguel y Esteban) sdlo fue momentanea y traté de des- Jiéramos a dar viar la conversacion, diciéndoles que sa’ una vuelta, tentan' Fue peor. Adolfo dolos con Ia plaza. dijo que era temprano; él dijo que era tarde. El otro que hora de las maricas; Beto que era la hora de los ma- rineros. Uno insistid que era pasearse entre parejas que se tid que la plaza hacian el amor en los bancos; el otro insist estaba vacia. ““jLas palomas te cagan de arriba abajo!” “7Qué mas querés? Tenés el destino de los héroes na- cionales.”” Myriam tuvo tiempo de oir dos veces mas el disco, hasta que se pusieron de acuerdo, es decir, hasta que Adolfo se fue furioso y él decidid que saliéramos SO- los. ‘“‘Dejalo. Yavaa venir. Es seguro que lo encontrare- mosen la plaza.” “*,Qué te hizo?”’, le pregunté. “Quiso nee con un amigo mio:”” ‘Te habra parecido.” Sneae pee conte Conmigo, cuidadito.” Dennen a lengualarga! ;Decir que me En el camino pe a amiga, El vient me conté la ultima aventura de nuestra 10 que se desprendia de los Arboles comen- erala 24 Escaneado con CamScanner saa a orear el gran parque, traia su frescura desde lejos La hora apacible parecia mas encantadora en el da guerrotipo viejo que componian los perfiles balancedn dose. Ayudado por la calma del paseo y por la gran indi- ferencia ala que tbamos entrando a medida que avanza- bamos (y por la felicidad que sentia, que me hacia ligero cualquier esfuerzo), los ‘‘no"’ y los ‘si’ que le contesta- ba a Beto eran seguramente verdaderos "no" y “ Porque resultaba imposible no oirlo, distraerse con cl paisaje, y atin simular atencidn. Vigilaba nuestros gestos ys rprend la menor distraccién, dejandonos en descu- bierto. ‘ZY vos sabés lo que dice Adolfo (y esto es cierto, che, aunque lo diga él), que se pasd encerrada todo el mes, sin ver a nadie, con ese militar?”’ ‘Si, lo sé”’, le dije, porque sabia la ultima aventura de nuestra amiga. ‘‘;Es- tas seguro que lo sabés?”’, siguid él, desconfiado. ‘;Sa- bés que el militar con el que se pasaba las noches en las boites y los dias en la cama, ocultandolo de sus amigos, era puto?”’ Me sonrei, aunque ya nada podia asombrar- me. ‘‘No, no es cierto’’, concedi. Pero habia pronun- ciado un ‘‘no”’ que enfurecia a mi amigo. ‘‘Cémo que no? Todos los militares son putos. jY se creen providen- ciales! ;Provindenciales del culo!” Yo queria mucho a Andrea. Era para mi el amigo varén que no habia en- contrado, més la mujer con la cual la intimidad tiene un recato que no permite pasar ciertas barreras y que, por eso, no nos deja solos ante nosotros mismos cuando el misterio ha sido develado. La habia conocido por el pro- pio Beto, pero mi relacion con ella era diferente. Andrea era para mi una calidad de alma, un temple desconocido. Y era turbadoramente hermosa en su edad de mujer.ma- dura en el limite de la juventud, todavia no entregada a los afios que ajan la belleza. Se mantenia fresca a fuerza de vida; ése era cl secreto. (Sabia que esa vida la consumi- ria mas pronto que la otra, para la que estan hechos los cosméticos y las modas que ocultan la vejez.) Sus ojos verdeoscuros brillaban con una intensidad que parecia la Ultima; su risa estallaba como si fuera la ultima. (Dobla- 25 Escaneado con CamScanner bala cabeza y desparramaba el pelo rubio, aambos |. de la nuca, para mostrar el cuello desnudo, y en aa nudez, la espléndida delicadeza de la piel.) Andrea era les. ser admirable, una mujer hecha para el amor. Andrea ss como ese parque al que ibamos entran do, una ancha fae piracion de la vida. Debajo de los rboles las ramas se torcian en caminos que se perdian hacia arriba, que se confundian con las ul- timas formas sobre las cuales se agitabael abanico calado de la fronda, las hojas que en su movimiento dejaban ver al cielo, la luz filtrandose. Esa torcedura, esa guia ceni- cienta de las tipas, con el hincharse, con el subir y bajar de los gajos a compas, como el jadeo de un animal que respirara sin ruido, era lo que hacia la calma del parque, mas que sus terraplenes inclinados, sus suaves ondula- ciones cubiertas de césped, sus canteros de amarantos ro- jos, sus macizos de flores amarillas. Las hojitas ovaladas y los pétalos ajados se demoraban en las baldosas, arrastrados por el viento, y entre las hojas y los pétalos, rapidas, iban y venian las pisadas de las palomas. En la gran magnolia de la rotonda, cercada por un muro bajo que servia de asiento, sé balanceaban las flores blancas, como salpicaduras en el follaje. Y mas alla, donde co- menzaban los terraplenes, se abria el cielo, ancho corre- dor que daba al rio, abierto aun mas alla, en otra lejania tan infinita como la primera. Ahi comenzaba y termina- bala plaza. En los bancos que parecian islas (en hileras en las avenidas, solos en las esquinas) entretenian su ocio los 5 marineros, se sentaban las ni- muchachos, esperaban lo: eras sin soltar el cochecito, una sefiora cortaba carne pa- fior respetable se ajusta- ra los gatos con una tijera, un se ba los lentes con montura de oro. Y sobre las baldosas* (pisot vando las hojas y las flores) pasaban las botas de los con.etiptos, los zapatones de otros marineros, los tacos apurados de una sirvienta, los tacos finos de la sefiora que pasea el perro. Solo los nifios tenian el espacio abier- ee los juegos, la libertad de las hamacas, el golpe del subibaja. Y en ese rincn, rodeado por una valla de tron- ‘ 26 Escaneado con CamScanner joos, la tur y las patomas se empeNaban en abrir atin mas el cielo Votrelos nifios, y las carreras de las nifleras que los per- seguian para que no se les escaparan, para que las vieran Jos muchachos que venian a verlas, conoci a Esteban. Sentado a horcajadas sobre un tronco, clavaba su cor- taplumas, eligiendo el centro de la madera. La pelota que hacia rodar sobre la arena un chico vino a dar en su bota- manga. Levanté la pierna, la hizo pasar sobre el asiento, y quedo de espaldas, frente al jugador que extendia la mano. Asi estuvieron un momento, hasta que él se paré (sacudiéndose el pantaldn), y hablando con el nifio cami- naron hacia el grupo. La nifiera vino corriendo, alz6 al Pequeiio, tomé la pelota y escapo. El se quedd solo bajo el sol, gité sobre sus talones y volvié a su ocupacién, al brillo que habia dejado clavado en medio del tronco. Me acerqué (ya habia iniciado el juego entre las piernas abiertas) y lo miré atentamente, como si mirara el ir y ve- nir de la hoja. Levants la cabeza, levanté los ojos, y nos miramos. Tenia los ojos azules, ahondados en el brillo que los hacia transparentes, casi inocentes, sin expresion, como el fantasma de algo que no se sabia si estaba 0 no. Le sonrei, se sonrid, me senté frente a él. Debo decirles que yo venia de un dolor parecido a éste que estoy contandoles. Venia de un amor que no termina- ba de pasar, como ocurre siempre, y comencé no aman- dolo. Pienso que no hay varios amores; no es eso lo que quiero contarles; sino uno solo, que se continta a través de los otros. O sino, ,c6mo pude quererlo, viniendo de donde venia? Solo el ejercicio de una misma pasién puede explicar esta capacidad de amar, Unica e inago- table. Porque yo, en este momento (si debo contar la ver- dad), no me acuerdo de quién estaba enamorado enton- ces, cuando lo tenia delante de mi, el cortaplumas'yendo y viniendo. Y sin embargo, en aquella época, deberia te- ner vivo el recuerdo del amor que me obligaba a hacer lo contrario de lo que decia. También el amor esta condena- do a morir. 27 Escaneado con CamScanner Hablamos de cualquier cosa; yo fingi entend na de la niflera, para que pasara de una vez, vélfi la esce. darle importancia; en un momento estabamos hats No de nosotros. ‘‘Tiene que ser esta noche’’, le ij Yando puedo’, me contesto. ‘‘Si quiere verme ame mafiana.”’ ‘Esta noche’’, insiti. ‘‘Mafiana. i venga tengo que hacer.’’ “gHacer qué?” ‘‘Son cosas aie “Entonces, no hemos hablado.”’ ‘‘Adiés.”’ En nin i momento habia dejado de hacer punteria, y cuando dio “adios”? perseguia ala hormiguita que habia tomado aa blanco. Su obstinacion era la de un chico en el juego. an ro también la de esos muchachos que perdian el tiempo en los bancos, con el diario doblado debajo del brazo, re- cién peinados en el mingitorio de la rotonda. ‘‘jOiga!”’, me obligaa hacerlo que me llamé cuando meiba. “Usted no quiero. Con una condicién: no me espere sino llegoa r?”? ‘“Hacer las nueve.”’ “ZY qué es lo queno querés hace! esperar.” “z¥ te creés que te voy a esperar?” “‘No sé. A usted le pasa algo y se las toma conmigo.” Se sonrié, alz6 los ojos y dejé de golpear. “;Que tenés que hacer ahora?” ‘‘Hablar por teléfono.”’ “‘Te acompaiio.”” “Bueno. Pero acuérdese que usted lo quiso.”’ ‘‘Que vos isiste’’, dijo, pro- lo quisiste’’, lo corregi. ‘‘Que vos lo qu nunciando lentamente las palabras y alzdndose y juntan- do las piernas, en el mismo momento en que doblaba la hoja del cortaplumas. Y comenz6 la historia. Fuimos al parque de diver- siones, al café que eligid, alos juegos mecanicos. Lo invi- téacomer. Lollevéacasa. Su desconcierto debié llegar al asombro (aunque nada dijo, y yo no podia vigilar sus ojos, por la oscuridad del cuarto), porque aunque insisti en que me acompaniara y se quedara a dormir, permane- cimos uno al lado del otro, las manos juntas, como dos muertos en la cama. Ni él ni yo hablabamos, y amanecl- mos abrazados, como sien el suefio hubiésemos buscado proteccion, yo me hubiese traicionado entregandome a d y él hubiese aceptado la entrega reposando y dandome a a vez el descanso. Ese instante, creo, fue el decisivo, por- Escaneado con CamScanner que me mostré la pasividad que me haria feliz, la pacien- cia que él tuvo conmigo (la misma que se tiene con un en- fermo), que yo atribui a su falta de imaginacién y acepté como una forma del dominio que ejerceria sobre él. Ves- tido en la cama, parecia un cuerpo yacente, la cabeza hundida en la almohada y las manos abandonadas a los costados. Pude desprenderme de él y dejarlo inmévil (después que él se hubo zafado del abrazo y tomé la posi- cién del muerto al que sus amigos han vestido y acomo- dado en la cama) y observarlo con los ojos habituados a la penumbra, que adivinan mas que ven los perfiles, y que en mi cuarto, desde que él vino, sdlo verian cosas hermo- sas. Las pestafias eran un suave temblor, por el pelo lacio pasaba un aire imperceptible; apenas respiraba. La boca, apretada en el perfil, era mas ancha, mas gruesa. Y la piel, descolorida por el suefio, por el ritmo lento de la sangre, era mas inocente, parecia mas indefensa. Yo mis- mo no respiraba para que no despertara, para que me de-. jara mirandolo mientras dormia, fijando su imagen, y me incliné para besarlo con el contacto de la boca, de la cara sin aliento que se tumba sobre la otra en busca de la mejilla, y él abrié los ojos antes de que se hiciera la sombra, antes de que las caras se juntaran. Abrié los ojos y sin transicién me reconoci6, reconocié el cuarto, me to- m6 la cabeza y me apreté contra él, me obligé a bajar has- ta su pecho caliente, empujandome mas abajo, mientras acomodaba el cuerpo y yo me deslizaba ya sin esfuerzo. Aun me demoré, me resisti, apretandolo con una ternura que crei que nada tenia que ver con el acto pero que en su animalidad era el acto mismo, y dejé que se abandonara, suavizando las caricias (cl ciego movimiento de la cara entre las piernas) a medida que se endurecia su cuerpo. Y allime quedé, sin hacer mas, obstinado todavia, mientras él buscaba en la mesa de luz y encendia un cigarrillo. (Después cuando nos entendimos, supe que esa forma del placer no era la que le gustaba.) Y cuando termin6 el ci- garrillo, lentamente, me apartd; se sent6 en lacama, y de- mostré la primera sorpresa, la primera contrariedad: la 29 Escaneado con CamScanner raya del pantalén. No hub quedé entero con su aaa a El mund, (mientras le arreglaba la corbata, ee en la cama spaldas y él me hacia Sec ailise niches abrazaba Sus seo. tarde”’, pero volviamos a caer, ineniees deciamos él devolvia con torpeza y vergiienza). En wcala dee _ to estuvimos abrazados un rato, y fue entonces sao me dijo que era su cumpleaiios y para que le cre sae mostro la libreta de enrolamiento. Si; era su Seer n él debié encontrarse con “una peas Por esa raz durante la noche, pero renuncio a verla para quedarse conmigo. Le pregunté qué queria que le regalara. Me contest6 que un juego de corbata y pafiuelo que ha- biamos visto en una vidriera. Le dije que si, que qué me dariaa cambio. “Un beso”’, me susurré al ofdo, sin apar- tar la cara. (El no besaba, se dejaba besar.) Nos citamos enla plaza, ala siesta. Bajo estos mismos Arboles, y junto i { me bes6 por primera vez y sella- or el cual yo (que me desesperaba por maba ya) debia pagar cada caricia que me diera. Los chicos jugaban a lo lejos ¥ él vino por la arena con la bicicleta, me asustO haciendo girar larueda, apretados los frenos ¥ detenida la marcha, ¥ parandose nte el reclamo, me roz0 fu- juntoa mi. Le diel regalo, y a y se fue. gazmente Ja mejilla Beto insistia en SU furia contra los militares, pero ape- nas vio unas botas me arrastro tras ellas. “Los conscrip- tos son otra cosa’, me explicd. “Bllos no tienen la culpa.” Myriam se habia quedado atras, hablando con el heladero. Miré hacia la gran estatua ecuestre rodeada de alegorias y all via Adolfo, inmévil de perfil, como si formara parte del grupo escultorico. Eso éramos los cuatro, aunque quisiéramos negarlo (como yo), ¥ tal vez ninguno tenia salvacion, como ninguno tenia culpa. Qué SE oe iba a pedirnos cuentas: ésas eran cues Beto, para Adolf , que vigilaba la moral a sueldo. Para ‘0, para Myriam y para mi (que venia de mo! amarlo, qui 30 Escaneado con CamScanner oir que me querian) sdlo contaban en ese momento los conscriptos, el heladero y la pose de estatua. En la inmensa espiral del vuelo de una paloma gird la plaza, los arboles, la tarde. El cielo tenia unas nubecitas demasiado delgadas, visibles solo en la inmovilidad (cuando los circulos de aire describieron la huella lumi- nosa), y todo desapareceria: el resplandor, el movimien- to, el color. Sélo en el impetu hacia arriba (en ese mo- mento), la altura ya casi desvanecida, las formas ligeras, el propio vuelo tardarian en hundirse en esa zona inalcan- zable a la que parece que se fuga todo. La noche se anun- cid en el millén de hojas de los platanos, en el ejército de hojas que caminan en el aire, en el mismo lugar; en el ejército de hojas uniformes, iguales, de la ciudad. Eso eran las calles sombreadas, las que se hundian hacia el rio. El parque quedaria todavia para recibir en lo alto la Ultima luz, la imposible, la mas pura, la que tiembla en la hoja que descubrimos sola. Como un vaho misterioso, como una atmésfera, vendrian también las otras sensa- ciones. Unos pasos insistentes, duplicados por el eco; el toc toc del baston del ciego; el replegarse del vuelo de los gorriones, esa musica hecha de ruidos; un silbido, un lla- mado, el rodar invisible de los coches; todo eso que hace la sombra, con el momento definitivo en que alguien, no se sabe, con un soplo, prende la luz. Yo queria sorpren- der el instante en que ocurren los cambios, en que la tarde deja de ser la tarde, y la hora, suspendida, deja de ser la hora para ser el tiempo. Y oia los llamados misteriosos tratando de no ser visto por los otros, dolorosamente sa- cudido porque no podia comunicar lo que sentia y, asi, no saber si eso, lo que sentia, era cierto. Acostumbrado al rechazo, permanecia en mi mismo, arrancado de las sen- saciones que hacian mi propio ser. Miguel habia escucha- do conmigo el rugido de las hojas, en el amanecer de una avenida, y yo le agradeci la participacion, el haber estado junto a mi, fatigados los dos de la noche, y ain me 31 Escaneado con CamScanner asombré cuando, poco después, casi en segui mis palabras, olvidando de que yo se las fabaan Tepiti¢, sentidos respondian al llamado en la medida cho. Sus ponden los sentidos de los otros, pero coincidliay que res. mios en muchos momentos y poco a poco fue feck Con log el desprecio de la gente hacia las sutilezas, para ae ‘0 y después parecerse a mi. Y esto fue lo ac e primer sorprendié en la ancha avenida agitada de ramas, paso de laluz, con el mismo rosado que en el asfalto tants lanoche: no que él repitiera mis i hace la mafiana como labras sino que se pareciera a mi, que fuera yo mismo Miguel comenzaba a descubrir el mundo, su propio mun- do, y como en esto no hay edad, aunque él asi habia pasa- do los afios formado en Ja negacién por las gentes entre las que se habia criado, lo que quedaba de él como un res- to (que tal vez salvaria toda la otra parte si se desarrolla- ba) se aferraba a los primeros estimulos que recibia. Sin embargo, no era él; quiero decir que yo tenia conciencia del cambio y lo Jamentaba desde un comienzo, temiendo que sucediera lo que sucedid. ron en un banco. Beto dudo, mi- arme el brazo, y siguid hablando secreto que nece- Los soldados se senta! ro unay otra vez, sin solt como sime dijera algo importante, algo sitara del lugar y de la hora y exigiera muchas explica- ciones, circunloquios jnterminables; pero en verdad no me decia nada, su conversaci6n era una alocada sucesion de gestos, una disparatada exhibicion destinada a los dos espectadores, cuyas reacciones vigilaba sobre mi hombro, con miradas que tenian una sola direccién y que acabaron por poner sobreaviso alos muchachos. ‘‘Ya es- t4”’, me dijo obligandomea mirar al primero que se habia espatarrado y tenia la mano sobre la tela gruesa del pan- talon. “Nunca falla’”. Y siguid con sus saltitos, sus evo- ee eee hasta que los dos uniformados ee ee el mismo sitio. Entonces sus mov!- n por la linea recta, abandonaron las 32 Escaneado con CamScanner Canrvas (pero no los saltos), y eamind hasta el banco, co- imo el juguete al que te dan cuer da y escapa derechamen- te, sin equivocar el lugar, en medio de los dos muchachos. Me acerqué con movimientos mas medidos y me senté a un costado, Sacd un cigarrillo y me pidid fuego. Y cuando ibaa prenderlo, dijo dirigiéndose a uno de ellos: ";Ah, ah! Perdone. ,Usted no fuma?”’ E inme- diatamente, hablando con el otro: ‘*, Vos si, verdad?”’ El trato diferente obedecia a que ya habia hecho la eleccién yel primero no le interesaba y el segundo si. El elegido era el mas feo, porque decia que, cumplidas las condiciones cuyo secreto se reservaba pero que revelaban sus miradas insistentes, entre uno feo y un buen mozo preferia al feo, porque tenia menos pretensiones. “Al fin de cuentas, rin- den lo mismo”, se justificaba. ““Y si te descuidds, mas.”” Ante los tmicos que no tenia dudas y lo veiamos escapar como una flecha, sea lindo 0 feo, era ante los pelirrojos, “porque ésos’’, explicaba, ‘‘retinen todas las condi- ciones’’. Los dos conscriptos fumaron, y en los movi- mientos para prender los cigarrillos aproveché para po: sarles las manos en los muslos y atin para darles golpeci- tos de satisfaccidn en las espaldas, llevando la mano has- ta la nuca del preferido. ‘‘jNo sabés lo cansado que es- toy!”, me dijo en un suspiro. ‘‘jLo que me fatigan esos ensayos!’’ Y como lo miré serio, porque sabia que se ha- ria pasar por Adolfo, me explicé rapidamente, apro- vechando una distraccién de los muchachos, que disimu- laban su desconcierto: ‘‘jEs para desprestigiar la profe- sion!’ Siguid enumerando los esfuerzos que le demanda- ba la danza, con términos tan estrafalarios que corria el peligro de espantar a sus oyentes, que terminarian por no entenderlo y se irian, pero con movimientos tan sorpresi- vos que era imposible no mirarlo, no seguirlo en los pasos de baile que pretendia describir. La invencién, claro esta, tenia por objeto golpear una rodilla, apoyarse en un hombro, exaltar una curva. Y todo sentado en el banco, desde donde flexionaba las piernas, torcia la cintura, y atin hacia ejercicios de barra, dado vuelta, con peligro de 33 Escaneado con CamScanner cayeran los anteojos. La sorpresa (que no solo lo observaban cada vex ae log mirados sino con el asombro que esta a un ae ad. iba en aumento y temi que se alejaran oe : ir incredulidad) el efecto contrario (con lo que tanto ejercicio hubiera sj do en vano), pero él cambi6 de tactica, se sentd iiss mente en el borde del banco y esperd. No pude dejar q admirarme de su sabiduria, de la infinita gama de ae sos de que disponia, pero sobre todo de su conocimiento del momento preciso en que debia detenerse, con una pj- rueta mas, tan inexplicable como todos sus gestos. Pero no. Lo que habia pasado era que venia la ronda, y con una rapidez que no admitia réplica y daba por definitivo teojos y se los puso al feo, de modo elacto, se quité los ant que cuando los cuatro uniformados pasaron con sus cin- pistolas, y los conscriptos se cuadra- tos con bastones y las narices de uno temblaron los ante- ron ante ellos, en ojos ahumados. “Te quedan lindos’’, dijo quitandose- los. ‘Aunque un poco grandes.”’ Y redoblo sus esfuer- zos, como si no se hubiera interrumpido, como sino tu- vieran importancia los cuatro pares de botas alejandose, al contrario, alarg6 sus miradas hacia los muslos forni- dos, marcados en el paso militar. La imagen de sus evolu- ciones de seducci6n se parecia ala de ese enjambre de ma- inevitablemente contra la luz, riposas que se estrellaban siendo él el foco y las mariposas los otros. Del ballet pasa- ron al futbol, del fatbol al boxeo, del boxeo al judo, del judo al patin sobre hielo. Cada excusa le servia para la misma pantomima, pero también para demostrar que era fuerte, no vaya a ser que se confundieran. Y cuando ha- bia conseguido lo que queria, provocaba un nuevo des- concierto. ‘“gQué quieren?”’, decia desenfadadamente cuando le reprochabamos los cambios. ‘‘;Que lleve el librito de fotografias pornograficas? Eso esta bien para los viejos. Las poses, las hago yo.”’ Pero lo mas dificil de la conquista se presentaba ahora, él y yo lo sabiamos. (“Si son dos”, rezaba el axioma, “lo primero que hay que hacer es separarlos.””) Para separar a la pareja, me que se le muchachos 34 Escaneado con CamScanner eveluyd inmediatamente del juego, habld con el conserip: toque le interesaba y me dejd a micon el bostezo del otro, Solo participe de sus ruidos, de sus susurros, de sus insi- nuaciones, que habia que adivinar mas que entender, ¢ da vez mas ausente del escenario que componiamos los cuatro. El buen mozo, olvidado, se entretuvo en descas- el banco, y al fin, vigndome también olvidado, co- menz6 a hablar. Me conto que le daban de comer mal, que estaba esperando la licencia para irse, que no tenia plata. Bastaba verlo para darse cuenta de lo que queria, obligado a pasar un aiio fuera de su casa, a ser uno mas en los desfiles, el tinico orgullo. La nuca alzada por el pelo corto, las espaldas apretadas por la casaca, el cuerpo fuerte y delicado (firme en su delicadeza), su juventud, en fin, decian mucho mas que sus palabras. Hablaba del aburrimiento del encierro que lo hacia esperar el dia de salida como la libertad que le daria la felicidad (el placer), pero también terminaria en el aburrimiento. Cada vez que levantaba la cara era para mostrar los dientes, para sonreir agrandando el dibujo de la boca ancha y para ilu- minar la mirada con una tristeza que tenia mucho de timi- dez, mucho de ternura, en sus ojos claros y un poco pe- quejios. Hacia saltar la pintura y hablaba. Poco a poco fuimos entrando en esa zona dela camaraderia que inclu- ye la confidencia porque todo lo que se cuenta es secreto, como que pertenece a uno mismo y se dice a un descono- cido. Quiero decir que el muchacho tenia ganas de hablar, de contar lo que le pasaba, y bastaba escucharlo para participar de su vida. Sobre la rodilla ponia unos tras otros los trocitos, las cascaritas de pintura, y con la punta del birrete doblado, golpeandolas, las hacia saltar hacia afuera. Era como si precipitara al abismo, por tur- no, a un ejército en formacién. Pero no solo tenia ganas de hablar; otra fuerza combatia sorda en su interior, ylas siestas calientes en que emparvaba mijo (como recorda- ba), las siestas en que un carro pasa a la distancia y se mi- rael campo y no hay nadie, las siestas del sexo, volvianen Ja noche fresca y silenciosa y eran esa apretura que puja- 35 Escaneado con CamScanner ba en su pierna y que solicitaba (porque ya hy bi ’ tb de la mano que excita al que ming ete que mira lj. do) la caric de los caballos que cuidaba con su companerg ¢ Hablaby tel y que no fo dejaban dormir, rijosos uondo tne ~ ‘lean el olor de una yegua. (‘‘Porque, sabe, son como Jeben recordar de noche.”’) Y pate : Nosotros Ae e pateaba como un joye. potro, golpeando con los tacos como si fueran hy ose ras, haciendo temblar la pierna donde la incomodides ajustaba. Desentendido de Beto, casi no me di a it que mi compafiero cambiaba de tactica y nos invitab (e tomar un helado. ‘‘A uno se le seca la boca habla dicho. Pero una invitacion de Beto significaba que noe haria pagar el gasto. Con un guiiio quiso.darme a eee der, sin embargo, que era para separar a los muchachos, * fuimos hasta el carrito parado en mitad de la plaza, donde Myriam seguia esperando, comiendo paciente. elado derretido, absorto en la contemplacién de su dios, el heladero. ‘Uno de crema, por favor’’, le pi- dié impertinentemente Beto, simulando que lo confun- dia con el vendedor. “«:Oh, perdone!”’, se disculp6 en se- guida. ‘‘Como lo veo parado desde hace rato junto al carro.’” Myriam ibaa protestar, pero miré a los soldados y dijo: ‘No es nada.’ El helado de crema fue a parar alas manos del feo, mientras él, para no comprar otro, habla- ba dela silueta y de los sacrificios del baile. El buen mozo eligid el suyo y nos fuimos comiendo detras de la pareja, cada vez mas distanciados, hacia la estatua rodeada de alegorias. Alli seguia parado Adolfo, desdefioso en su lo que debia haber hecho, por pose. Y contrariamente a lo que era de esperar, Beto no siguid de largo, para apro- vechar la oportunidad y alejar a su compafiero, sino que se detuvo junto ala estatua, como si nos aguardara, pero en verdad para hacerse ver por el otro. Lo que no habia notado era que Adolfo no estaba solo sino rodeado de otros como él, que se confundian con las alegorias y sa- lian a esa hora para ganar sus puestos en las graderias y tentar desde alli a los que pasaban, especialmente solda- dos que abandonaban sus guardias, cuyos horarios cono- mente un h 36 Escaneado con CamScanner cian, Sélo las ascuas de sus cigarrillos, unas impercep- tibles luci¢rnagas, animadas de tanto en tanto y nerviosas en sus ritmos, los delataban en la oscuridad, y unos fuer- tes suspiros, cuando lo confundian a uno con los que pa- saban. Todo ocurrié rapidamente. ‘‘j;No se mueve una hoja!’’, grit6 Beto para que el otro !o oyera. ‘‘jLa inmo- vilidad de la estatua parece haberse contagiado a la pla- zal’. Pero inmediatamente, como azuzadas por una mt- sica magica, un llamado misterioso al que no pudieran re- sistirse, las luciérnagas saltaron de sus gradas, se precipi- taron sobre él y lo rodearon. ‘‘;Oh! jOh! j;Oh!”’, lo pal- meaban y retrocedian con las formas de muchachos en- fundados en pantalones vaqueros y blusas sueltas, pero con los ademanes de colegialas que alborotan la calle ala salida de la escuela. ‘‘jOh! ;Oh! jOh! ; Asi que has salva- do a Aglae! jHéroe! ;Héroe! jHéroe!”’ La rapidez y con- fusion de la escena desconcertaron a Beto, que de pronto se vio en medio de un coro de alabanzas sin saber qué ha- cer, separado de su compajiero. ‘“,Verdad que saltaste sobre el Omnibus con el batén abierto como un para- caidas? ,Y que sobre el omnibus la gente te aplaudia? jConmovedor, como dice Adolfo!” Adolfo era una sombra que se habia eclipsado, y cuando él lo buscd, no estaba, ni el conscripto, con el que se habia ido. Entonces Beto, comprendiendo, acepté las exclamaciones, cambid de actitud, y pidiendo silencio con los brazos extendidos, conto una historia atin mas fabulosa. Yo, fuera del gru- po, seguia escuchando al buen mozo, para quien la esce- na habia pasado inadvertida, e ibamos a volver al banco cuando oimos la desbandada de los que escuchaban, los “Gah!” y “joh!’’ ahogados con que cada uno veia in- terrumpida la fiesta recién comenzada, porque pasaba la ronda y el silbato de los vigilantes anunciaba que habia empezado verdaderamente la noche. Las luciérnagas se apagaron en un instante, y solo quedé la majestad del ca- ballo y el caballero, galopando sobre las frondas que cre- aban una inmensidad alada, esfumada en la claridad arti- ficial. El haz de un reflector iluminé las alas de bronce, 37 Escaneado con CamScanner las vietorias coronando soldados, fos peck bijando moribundos, los. pequedos Iechos robustoseg tambor que convoca it los dispersos, los iriendo sonar ma, pero no ilumind a los escapados. Sara de tna dificil distinguirlos de esas alegorias Hue en verdag Jas mujeres al das cuyas manos eles hae, clos A aprietan las cabezas dslosesinbaiec: tes caidos, los infantes tambores y atin los: clam ane nes. Lo cierto es que pasado el peligro, ana rien s, las lucecilas fueron encendiéndose, reuni ae en enjambre, ¥ todo volvié a ser como era. Y ciao compafiero y YO. que habiamo: resuelto ir a la pizzer ee » oyeron los suspiros de alen. pasamos delante de ellas, cién, casi un ronquido por el coro, porque nos habian confundido. jas parejas y los solitarios’’, me de- “La noche es para | baal lado del conscripto y bajaba- diente que lleva al pucrto. Esa era la imagen que podia dar la plaza, donde cada banco y cada oscuridad estaba habitada por caricias, por abrazos, por cuerpos que se buscaban, y donde casi sin ser notados, pero existentes, (an reales como las luciérnagas, los soli- tarios se paseaban, aparecian y desaparecian con el mis- mo misterio de los transfugas- El descenso nos obligabaa apurar el paso, 4 dejar aun costado los manchones de ar- boles, y el apuro favorecia a mi compafiero, cuyas pier- nas se movian ligeras impulsadas por la urgencia del hambre, mas el plano inclinado. Alentrara la pizzeria e: did que él me empu- tdbamos sin aliento, pero eso NO impi' jara hacia la caja, me abriera paso entre la gente, para sa- car los vales. Y yacon las pizzas en las manos, cuyo queso eligrosamente, mientras yO humeaba y se extendia p soplaba y lo miraba, él me sonreia agradecido, lagrime- ando, quemandose, porque para él (para el hambre) no hay espera, cualquiera sea el manjar. Me obligé a formar fila de nuevo y a sacar mas vales. Después, mirando alos conscriptos que estaban apoyados en la victrola, quiso oir un disco, acercarse a ellos, que evidentemente habian eran | nas, cuyos braz cla mientras camina mos la empinada pen 38 Escaneado con CamScanner tenido menos suerte que él. Lo acompaié para que se mostrara, para que tuviera ese momento de alegria infan- Ail, que es el creerse superior alos otros, y porque una vez en el juego las leyes de la pareja son iguales a las del hombre y la mujer. Siguié pateando como un joven potro, y no por la musica. Hubiera sido dificil escapar al momento, decirle que no, porque como el animal en celo se mantuvo vigilante, y porque sabia que por sobre to- dos, los que nos miraban y revoloteaban, también ellos como esperando, yo lo habia elegido a él. Y este entendi- miento, mas que en lo que pudiera prometer el estar jun- tos, nos unia, y a mi me impedia defraudarlo. Para sa- carlo del lugar, lo invité a la cerveceria donde solia ir con Miguel, y acepté confundido, agradecido otra vez, e hizo al salir lo mismo que el muchacho que muestra su domi- nio, y para que lo vean, demorala salida, se arregla el cin- to, pasea el palillo por la boca y extrema las delicadezas hacia su pareja, apartandole la silla y dandole paso. La cerveceria era un rinc6n alejado, amparado por el toldo de una acera y por la oscuridad. La divisamos desde le- jos, pero no apuramos el paso porque teniamos toda la noche por delante. Lo que ocurrié después debid pare- cerle la cosa ms extraiia, si ya no se habia acostumbrado alo que sucedia. Sentados a la mesa fui yo quien hablo, como si hubiera Ilegado mi turno en la conversacién, y animado por los bocks le contagié la alegria. El fue el tes- tigo, el amigo buscado, y le conté, sin contarle, que esta- ba enamorado. Y tal vez hubiera creido que todo lo que decia y hacia estaba dirigido a él, por la ambigiiedad de las expresiones y lo confuso de la situacién, pero no habia peligro, porque el sabia lo que buscaba, estaba seguro que la urgencia que lo poseia era lo tnico que importaba, aun por sobre la forma de satisfacerla. Uno frente a otro, riéndonos, oyéndonos, prologdbamos el momento en que parece que dos seres se entienden pero lo que ocurre es que uno ha cedido ante el otro, atin en este caso en que el otro espera una satisfaccién y un beneficio. Si le decia: “Hace tiempo que no estaba tan contento””’, y él me pre- 39 Escaneado con CamScanner guntaba: ‘*;Por qué?”’ u é?”’, en el ‘No sé” si se hallaba la respuesta de: “Por e's que le contest; Si, por el contrario, le decia: rque Miguel me qui aba, feria dl Arlo, lecia: “ZY vos, juiere,”? 2’, devolviéndole la pre '» NO estas coy del: ‘jClaro, c6 . gunta, en la on: I: *7Claro, como no!’’, con que me contes exaltacién mi propia exaltacion. Y si le decia: ‘‘No estaba, yo veia aqui’’, queriendo significarle que a ese ae Moveria de guel, y podia recordarlo, en el “Yo tam venia con Mi- que susurraba (suavizando la caricia de lama sUOs panialon. como si le doliera), yo veia la confirmaci a co que me habia ocurrido, porque la felicidad qui ined volvamos al mismo lugar, y también es un eanaahe te if 4 t Incl ro no podia llevar mas alld las formas del didlogo ae la locura que nos posee cuando nos dejamos arrastrar : cedemos, porque el motivo es muy grande, solo esa ieee ra justificaba la escena, inocente sin embargo, y compar- n se arrastro todavia un rato. tida al fin. La conversacié facet cng ara para ir alo de Andrea. El buen mozo se convirtid en el potro piafante que era. La despedida tuvo sus complicaciones. Cuando le dije, ante la primera pregunta, que ‘el amigo era Beto, el que acababa de conocer, SUS sospechas quedaron confir- madas. Y cuando sin hacerle caso comenté que ‘era tar- de’, insistid que si, que “era tarde para visitar amigas’’. Bjercia el derecho que creia tener, la oportunidad que no endo tan facil para élel con- queria dejar escapar, ¥ aun si seguir lo que buscaba y satisfacer SU deseo, en la misma resistencia encontraba las fuerzas para oponerse, como si fuera una cuestion de honor. Sélo cuando me vio decidi- do cedid (después de pasar por el reproche y la suplica), obligandome a prometerle que volveria, que pasariamos la noche juntos, porque élnotenia donde dormir, que YO era bueno, que él... Yme despidid apretandome la mano con fuerzas, con I ez) con que se a misma fuerza (tal v apretaba él mismo, como recurriendo a la ultim: cién, la que no tiene argu! mentos de amigos ue esperan nicitas con amigas. Al verlo alejarse, silbando provocatl- 40 Escaneado con CamScanner vamente por la calle, pensé con alivio que alguien daria cuenta de su deseo y todo habria acabado, Caminé hacia la plaza, desandando el camino. A esa hora, desde lejos, la estatua parecla humeante, trepada del incendio de luciérnagas que saltaban Agiles, que describlan los dibujos mas caprichosos, animada por un coro de susurros que el viento se apuraba en acercar por el tobogan de la ramp: la hora de reunion, porque habia cesado la vigilancia y porque la plaza estaba vacia. EI mingitorio de la rotonda seguia abierto y alli vigilaban las luci¢rnagas mas audaces, cuyas luces eclipsaban los foquitos de las puertas y aparecian y desaparecian ilumi- nando al que Ilegaba, guidndolo en la oscuridad como parte del servicio ptiblico. En el rovoloteo agitado entre los bronces reinaba Beto, consagrado la luciérnaga madre. Desde alli, en un momento que no se sabia cudn- do, como si la estatua y la plaza fuesen su cuartel general, se desbandarian invadiendo las calles, abandonando las graciosas lamparitas y convirtiéndose en muchachos apurados que espiaban al pasar desde las puertas de los bares, que se paraban en una esquina, que parecian hacer tiempo en los andenes, que trepaban stibitamente a un colectivo, que se obstinaban en los mingitorios y que, co- mo si recordasen de pronto su pasado luminoso, pedian fuego al que pasaba. Por suerte, esa noche la hora habia sonado y al llegar ala estatua pude recuperar a Beto para recordarle que me habia prometido ir a lo de Andrea y arrastrarlo sin esperar a que me dijera que no. Andrea estaba en la bafiadera, una pierna asomada en el costado, el cuerpo hundido en la espuma. Habia corri- do aabrirnos la puerta y las huellas mojadas de sus pies se veian en el piso. Era la hora en que tomaba el baiio, de vuelta del trabajo, y la vida comenzaba para ella. Nos hablaba detras de la cortina, que s6lo dejaba ver la pier- na. ‘No me miren’’, decia, “en cinco minutos salgo.”” Sus cinco minutos eran algo mas de cinco, pero nunca im- 41 Escaneado con CamScanner portaba. “En la heladera hay pollo”, nos invitg Beto ya se habia adelantado y venia con un ae Pery para él y un ala arrugada para mi. La ce Muslo dado hambre y devoré la presa. ‘Se ve que fee habia que marcaba el paso’’, comentd Beto, aludiendo a] Pollo tendida dureza del pollo pero en verdad hablande dy re. litar. ‘“jPero no! ;Si ya me saqué las botas!””, se el mi. ‘Andrea, que desde la bafiadera levant6 la pierna oe a prueba. Beto, quitandome el hueso y mordiendo la ae ta, insistio: “Se ve que no estaba acostumbrady 4 arrastrar el ala."” Y como ella no entendiera, él le pregin. t6: “Decime, gvalia la pena? Porque a ésos, les sacds a uniforme y no queda nada.”’ ;Quién?’’, asom6 la cabe- za Andrea, yenel “quién’’ estaba el olvido dela historia la mirada del que no recuerda. La broma de Beto quedé sin respuesta, pero él no se dio por vencido. ‘‘jVer para creer!’’, exclamé misteriosamente, y se fue de nuevoa la heladera, para traer dos presas, porque tratandose de “No, no, no”, volvid a hablar. “Este otros era generoso. pollo era castrense. » «« Castrado!”’, grito Andrea. “Ah, era! jEra!”’, salto él. “iShisht!””, dijo ella, sacan- do la mano y moviéndose en el agua, porque iba a salir. “© Alcdncenme la toalla y vayanse a comer afuera! ;Y no me miren!’”” Cuando salid, y envuelta en la toalla aparecié en la co- cina para quele prendiéramos el cigarrillo, nosotros esta- bamos preparand alta y la boquilla alargaba sus gestos. La Ilevamos hasta el sofa, y alli la rodeamos, iniciando los brindis. Tarare- aba una cancion y llevaba el compas con la boquilla. No nos ofa, y en sus Ojos se veia la nueva alegria, el pensa- miento que la mantenia ausente. En la semioscuridad de la salita alzaban sus varas unos gladiolos, y entre los gla- diolos, porque no la habia quitado, se veiala tarjeta dela dedicatoria. “Encontré el ramo””’, explicd como al des- ee “en la puerta, y debajo del ramo, al estudiante de othe jane lo trajo. Lo conoci anoche, pasamos la , ¥ esta mafiana me acompafié a tomar el 2 Escaneado con CamScanner io los cécteles. El turbante la hacia mas’ Omnibus como si fudramos una pareja, y volvidé con el ra- mo."* {Qué cursi! Pudo haberte traido rosas’’, dijo Be- to. “YEs estudiante!"’, insistié ella, y volvid a hacer brillar la mirada que la apartaba de nosotros. Todo esta- ba explicado. Pero Beto exigié detalles. ‘Besa como sino hubiese necesitado aprender”, recordé ella. ‘‘No es cier- to”" la interrumpi. ‘*; Qué es lo que no es cierto?”’, se vol- vid. “Que el estudiante exista."’ Estallé en una carcaja- da, echdndose hacia atras, Pero yo no cedi. ‘Si fuera cierto, él y no nosotros estaria aqui.” Dejé de reir, se in- corpord Y, Seflalandolo con la boquilla, dijo: ‘‘EI teléfo- ” Y como si la palabra tuviera poder, en el momento en rane nos volviamos buscando la explicacién, el teléfo- no sond. Lo que ocurria era muy simple: el estudiante te- nia guardia, solo la tendriamos con nosotros hasta que viniera a buscarla, o se encontraran vaya a saber donde. Andrea habia sido raptada de nuevo. Con una agilidad y una ligereza que le hubieran hecho perder la toalla de no ir juntas, de no ser ella la que corria al teléfono, paso sobre mis piernas, salt6 sobre el respaldo, y atendid. Las primeras palabras indicaban que tanto el que hablaba co- mo la que atendia sabian de quién se trataba, que en ese momento sdlo ella y él podian comunicarse, aunque pu- diera haber miles de llamadas, tantas como lineas hu- biera. (Mas que las palabras, era un “‘tono”’ el que indi- caba todo eso.) Ella se dejé deslizar por la pared donde se habia recostado, y se senté en el piso, como si estuviera sola. No solamente Beto y yo habiamos desaparecido, si- no la casa; solo quedaban ese pedazo de muro que le sos- tenia la espalda, y el teléfono, la voz del otro. Muchas ve- ces me habia preguntado cémo era el amor de Andrea, de qué manera amaba (como si el amor pudiera ser diferen- te), y no habia obtenido sino vagas respuestas, vagas se- fiales que me indicaban que no habia nada nuevo. La fas- cinacién de Andrea borraba toda prueba, porque siempre quedaba ella como lo unico importante de su vi- da. El pudor, por otra parte, me impedia preguntarle, ya ella, por consiguiente, contestarme, con esa falsa suposi- B Escaneado con CamScanner cién que cree que uno sabe las cosas del oj sobreentendidos los hechos mas profund 110 Y da po, verdades que existen tanto en el uno como ae nic, nos contaba lo que le ocurria en la casa estan Ell nos pasdbamos semanas comentando el calls Sola, empleado del gas que habia colocado mal la ria del volver después, porque la habia visto a través daa Para billé transparente, Y ella, al darse cuenta, lo habia r esha. do con el mismo deshabillé, pero con el tapado de vide cima; 0 aquel otro del cadete de la zapateria, un chico ds trece afios, al que hizo pasar a su cuarto, convertido 75 probador, y que después deirse volvié también, pero a una manzana de regalo. Esos y muchos otros episodios se intimidad de Andrea, en Andrea misma. convertian en la i Si yo Ilegaba de mahana y la despertaba, porque asi lo ha- biamos convenido, en el ‘vestido de noche, en los zapatos tirados sobre la alfombra, estaba el cansancio del baile, io atumbarla en la cama, ape- Ja felicidad que habia llegad ir, y que le hacia levantar nas vestida con la ropa de dormi lacabeza dela almohadaen el desorden del pelo y los ojos ausentes, pero nunca estaban las huellas del otro, el ci- garrillo diferente 0 Jos vasos de whisky, porque en ese ca- so yo no entraria, no vendria a despertarla, simplemente no existiria para ella. Por los nuevos chistes que contaba (otra de las cosas que la divertia: contar chistes) yo podia al abogado que la visitaban, como reconocer al médico 0 restos del amor que habia tenido con ellos, pero no de parte de ella, que jamas los recordaria, sino como la pro- longacién de una costumbre que mostraba otra parte de su ser. Pero estos fantasmas nada podian decirnos, por- que por sobre ellos Andrea era una presencia real, una criatura de carne y hueso. Sin embargo, esa noche, desde dl teléfono, pude vislumbrar la pasion exclusiva para la que vivia. Y no una vez, sino varias, porque con esa suer- te de légica que tienen los enamorados, élo ella cortaban, fa inlerriannle para después volver a llamar, volver a Hoe re con la misma desesperacién del comienzo, en ‘ontinuar la charla y hacer de la conversacion una 44 Escaneado con CamScanner sola. Suspiraba hondamente, apretaba el teléfono en et movimiento del pecho que se alzaba y la obligaba a suje- tar la toalla para que no se desprendiera; se reja para Ja otra voz, ahogando la risa; entrecortaba las palabras, alargandolas, suspirandolas, y se quedaba silenciosa, tal vez un latido, una respiracién del otro lado. Y en el juego que hizo para sacarse el turbante, la toalla torcida que le coronaba la cabeza, habia mds una coqueteria que una forma del lenguaje de su amor, porque ella, atin en la exaltacion, era una mujer, una mujer ante la que cuenta s6lo su condicién. Pero todavia esta pose le sirvid, por- que dijo no sé qué cosa y se quedé con la mano en el pelo, como si esa mano fuese la ofra, y no la suya, y le apretara lacabeza, y bajara hasta el cuello, buscando obstinada la oreja. Por momentos los silencios eran tan largos que uno podia pensar que dormia. Dejaba de mover los dedos del pie (el juego inocente) y apoyaba el teléfono en el se- no, haciendo presién con la cabeza inclinada. Y los ojos cerrados y la respiraci6n indicaban que eso era cierto. S6- lo la sonrisa parecia extrafia en un durmiente, pero los ni- fios se sonrien cuando duermen, y tal vez ella copiaba la cara del infante que tenia abrazado, el estudiante conver- tido en teléfono. Instintivamente Beto hojeaba la revista que habia elegido, sin hacer ruido, y yo no movia los cu- bitos de hielo con los que me entretenia mientras la obser- vaba. Pero en otros momentos su mondlogo era tan lar- go, tan ininterrumpido, que deseabamos que cesara, y pensdbamos que entonces el dormido era el estudiante. Y tal vez esas actitudes no se Hiabian repetido nunca ante otros, porque Andrea era incapaz de copiarse, y las cari- cias que prodigaba al teléfono (ahora convertido en gato, con el que jugaba) eran verdaderas caricias, y su salida del suefio una salida verdadera, con bostezos y el despere- zarse del que se despierta pero quiere seguir durmiendo. Le acerqué el vaso y atin se lo Ilené dos 0 tres veces sin que se diera cuenta, porque después, cuando volvid, lo bus- c6, y como nolo encontré, trajo otro dela cocina. ‘Aqui esta’’, le avisé sefialandoselo. Pero su sonrisa de agrade- 45 Escaneado con CamScanner cimiento indicaba que abia tud estaba demas. route ecient, ae my dara cuenta", habl6 Beto, y agrego. pater aus cl habia fastidiado: “Aprovecha. Pensé en tent estene no vaa oirte ** Y tomando la revista ol fi vos alta, Toi elegido y agito en la mano, siguié: Genera Que habia cuenta que nunca se rodea de mujeres, 9 te has dad tografias? Sdlo nosotros podemos toleraria,” vat fo. to, invirtiendo los términos: ‘Andrea no se Y era cer. mujeres no porque ellas no Ia tolerasen, sino Todeaba de no las toleraba, yen cuanto a nosotros, la rele ella ferente, yno necesitabamos tolerarla para querer a harian sombra”’, dijo todavia, creyendo que ell a ria oir, para que oyera. «Ahora desaparecera cone olor a formol en las guardias oa que! estudiante, se Ilenard de hartara. Es decir: hartara al pobre muchacho y nos hara no oy6. Sélo un mi- creer lo contrario. »* Perono: Andrea sacarla de su estupoT (desu “estupidez”’, co- estaba en el teléfono, el lagro podia mo insistiO Beto), y ese milagro no que habia provocado el estado de “‘tran- ). Algo le dijo la voz del mismo teléfo ce’’ (otra de las palabras de Beto, Ivio en si, en Andrea, en la Andrea otro lado, porque vol que conociamos, y es¢ algo era que elestudiante vendriaa inco de la mafiana, y ella disponia de tres cosas le salen como buscarla a las ci “No todas las explicacion, cuando horas para su vida. uiere’’, coment6 Beto después de a >, Porque para él, ella ella decidio ir a “«sacarse la toalla’ era la mujer, nada mas que la mujer, Y siendo lo que era, no podia dejar de odiarla, a pesar del carifio que le tenia. “

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