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CONGRESSO TOMISTA INTERNAZIONALE

L’UMANESIMO CRISTIANO NEL III MILLENNIO:


PROSPETTIVA DI TOMMASO D’AQUINO
ROMA, 21-25 settembre 2003
Pontificia Accademia di San Tommaso – Società Internazionale Tommaso d’Aquino

La antropología y sus retos


ante la globalización

Prof. Francisca Tomar Romero


Universidad Francisco de Vitoria, Madrid (España)

Globalization is one of the most important phenomena of our present time, that is apparently an irreversible process,
that not only affects Humanity in very different orders, but that takes place on the base of a deep crisis of the western
culture. Perhaps in this sense, the central problems of the present culture are not very different from those of man of all
times. Nevertheless, the vital, intellectual and moral attitude, center of postmodernity in which we were immersed
causes that it has varied substantially the way to confront these problems and, consequently, the possibilities of offering
real solutions. Essentially, the present crisis is a crisis of Man, as soon as we discover and see who has generated this
crisis is also who has forgotten his authentic nature. Our world demands real ethics, neither emotional nor utilitarian,
but based on the own human nature. That ethical demand, that inspires and demands a change of attitude, can only be
made from the recovery of an authentic anthropology that shows the man his own and complete reality. For fulfillment
of this anthropological challenge, it does depend that globalization, conscious of the intrinsic unit of the human species,
is an integrating and positive instrument for all Humanity, or on the contrary, it will contribute to a greater and
irreversible world-wide injustice.

La globalización es uno de los fenómenos más importantes de nuestro


presente cuyo, aparentemente irreversible, proceso no sólo afecta a la
humanidad en muy diferentes órdenes, sino que se produce sobre la base de
una profunda crisis de la cultura occidental. En este sentido, los problemas
centrales de la cultura presente quizás no sean muy distintos a los del hombre
de todos los tiempos. Sin embargo, la actitud vital, intelectual y moral propia de
la postmodernidad en la que nos hallamos inmersos provoca que sí haya
variado substancialmente el modo de afrontar los problemas y,
consiguientemente, las posibilidades de ofrecer soluciones reales.
Esencialmente, la crisis actual es una crisis de lo humano en cuanto que se ha
generado precisamente porque el hombre ha olvidado su auténtica naturaleza.
Nuestro mundo reclama una ética real, ni emotivista ni utilitarista, sino
fundamentada en la propia naturaleza humana. Esa exigencia ética, que inspira
y reclama un cambio de actitud, sólo puede realizarse a partir de la
recuperación de una auténtica antropología que muestre al hombre su propia e
íntegra realidad. Esa "nueva antropología", cuya novedad no radica precisamente

© Copyright 2003 INSTITUTO UNIVERSITARIO VIRTUAL SANTO TOMÁS


Fundación Balmesiana – Universitat Abat Oliba CEU
F. TOMAR ROMERO, La antropología y sus retos ante la globalización

en su originalidad, es la semilla de la que brotará una auténtica ética, que es la


necesidad más urgente que reclama el estruendoso silencio de nuestra falta de
humanidad. Del cumplimiento de este reto antropológico depende que la
globalización, consciente de la unidad intrínseca de la especie humana, sea un
instrumento integrador y positivo para toda la humanidad o que, por el
contrario, contribuya a una mayor e irreversible injusticia mundial.

1. Fundamentos antropológicos de la crisis actual

Las razones y conclusiones son muchas y no sería posible ni adecuado


expresarlas completamente en este breve escrito, pero todas ellas confluyen en
una idea básica: A las puertas del tercer milenio, el problema esencial del hombre
es que se ha convertido para sí mismo en un problema.

El hombre actual vive inmerso en una situación cultural que, en gran


medida, viene determinada a nivel mundial por la marcha de la cultura de
Occidente1 . Esta cultura occidental vive hoy un tiempo de profunda e inevitable
crisis. En principio ello no debería alarmarnos, ya que la historia está jalonada de
períodos de crisis que simplemente señalan que ciertas convicciones han perdido
su firmeza o valor y necesitan ser renovadas. Ciertamente la situación actual es
compleja, ya que la crisis se manifiesta en muy diferentes órdenes y tiene su causa
en diversos factores interrelacionados entre sí y que exigen una solución conjunta.
En este sentido, los problemas centrales de la cultura presente no son muy
diferentes a los del hombre de todos los tiempos, pero ha variado
substancialmente el modo de afrontarlos y las posibilidades de darle una solución.
Así pues, la verdadera dificultad no está simplemente en los problemas, sino en el
desfase o falta de adecuación entre los problemas y la actitud que el hombre
actual adopta ante los mismos: en muchas ocasiones el hombre no afronta en
sentido propio la situación y ello hace que se sienta arrastrado por el acontecer, y
que se suscite en él la decepción, el derrotismo, la apatía.

En este tercer milenio recientemente inaugurado, el tema del hombre


parece ser fundamental en nuestra sociedad. Se habla y se reivindica la dignidad
de la persona, de los derechos humanos, etc. Pero, lamentablemente, la mayoría
de las veces todo esto se queda en pura teoría, en hueca palabrería que oculta una
realidad muy diferente. Teóricamente se afirma el hombre, la persona, como un
valor; en cambio, en la práctica es considerado como un medio, no como un fin. Se
le reduce a un número, se le trata como a una cosa, a un objeto, como a una simple
pieza del engranaje social, como a un simple individuo de la masa; una masa

1No obstante debemos precisar que, evidentemente, no podemos hacer extensiva a


toda la humanidad la trayectoria y situación actual de Occidente.

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homogénea y despersonalizadora. De hecho, una de las características más


destacables de nuestra sociedad es su profunda despersonalización. Nuestra
sociedad es también muy individualista: no sólo distingue sino que separa
completamente las esferas pública y privada. El hombre actual se siente solo,
desamparado, pero su soledad no es fruto del conflicto con los demás hombres,
sino que es producto de la mutua indiferencia. La indiferencia es lo que
caracteriza principalmente a esta sociedad materialista, carente de convicciones,
utilitaria y pragmática, en la que casi todo se juzga en función de su valor material
y utilidad práctica. Elevar la indiferencia a tónica social es la destrucción de la
sociedad, porque es la negación del hombre en el que la relación interpersonal es
una exigencia de su propia naturaleza.

El pluralismo de valores que constantemente se reivindica desde diferentes


ámbitos, la mayoría de las veces significa una ausencia real de valores e ideales,
que son substituidos por el consumo y los bienes puramente materiales. En estas
circunstancias la vertiente intelectiva y volitiva del hombre han sido eclipsadas
por la afectiva. Lo sentimental ha asumido funciones que ya no cumplen las otras
dimensiones humanas: ante un pensamiento debilitado y una voluntad inhibida,
profundamente egoísta o pragmática, la "ley del gusto" ha substituido a la verdad
y al bien. En la sociedad actual los sentimientos son frecuentemente la norma de
un comportamiento que refleja la ausencia de criterios objetivos de actuación: "me
apetece", "me gusta", "lo siento así". En definitiva, el subjetivismo y el relativismo,
tanto en el plano gnoseológico como moral, han establecido la hegemonía de una
voluble emotividad que es empujada por la sensibilidad, el capricho o el interés,
cuando no manipulada.

Quizás lo más grave de toda esta situación es que difícilmente podrá el


hombre solucionar estos problemas porque en la mayoría de los casos no es
consciente de los mismos. La absolutización del poder económico y del poder
político conlleva la utilización de la manipulación en sus fines, presentando lo
falso como verdadero, lo negativo como positivo, lo degradante como beneficioso,
o viceversa. A pesar de todo, el hombre de hoy, en algún momento de su vida,
sigue haciéndose las mismas grandes preguntas acerca de la existencia humana y
del mundo que se ha formulado el hombre en todos los tiempos. Sin embargo, los
tiempos que corren son, al menos aparentemente, poco propicios para una
reflexión serena y profunda de la auténtica realidad humana. Y, sin embargo, sólo
esa reflexión puede "salvarnos". Persuadido de la incuestionable verdad y bondad
del sistema, fatigado y agobiado por las prisas, limitado por la ciencia empírica,
receloso de la capacidad del pensamiento humano o escéptico ante la utilidad y
posible respuesta a tales planteamientos, la mayoría de las veces el hombre actual
ahoga en sí mismo sus más personales y profundas inquietudes. De este modo,
cuando los avances técnicos permiten un mejor conocimiento del hombre en sus

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F. TOMAR ROMERO, La antropología y sus retos ante la globalización

distintos niveles, resulta la paradoja del desconocimiento del orden personal del
ser humano2 .

Llegados a este punto cabe preguntarse dónde está el origen, las causas de
esta situación que hemos descrito en su orden práctico. Aun a riesgo de
simplificar la cuestión, podríamos decir que, en el plano teórico, las responsables
de esta situación son la ciencia y la filosofía modernas: ambas han contribuido a
ofrecer una visión limitada y deformada del hombre.

La pretensión cuantificadora de la ciencia moderna constituyó su éxito,


pero también su limitación, ya que existen realidades no susceptibles de ser
cuantificadas. Por otra parte, se ha olvidado el sentido auténtico de la ciencia que
no es otro que el de ser conocimiento por causas, y se ha pasado a considerar
como único objeto de conocimiento lo medible, contable, verificable; en definitiva,
aquello que puede ser conocido a través de los sentidos y expresado
numéricamente. La ciencia se ha reducido a la ciencia empírico-matemática, y la
imposición de su método es quien ha determinado la realidad, reduciéndola a la
realidad material. De esta manera la persona ha sido seccionada y diluida en el
análisis, ya que el hombre es una realidad compleja que no se reduce a la
materialidad.

En lo que se refiere al panorama filosófico actual, éste se caracteriza por un


retraimiento en cuya crisis se debate la pluralidad de las antropologías actuales
que, incapaces de abordar el horizonte de la trascendencia y refugiadas en la
subjetividad, abordan los problemas del hombre desde su superficialidad,
planteando más preguntas que respuestas. Esta situación de desorientación y
fracaso es el lógico desenlace de la quiebra moderna que ha supuesto el
denominado "giro antropológico" de Feuerbach, cuyos precedentes se remontan a
Kant3 .

2 Cf. SCHELER, M., Philosophische Weltanschauung, Bonn, 1929, p. 62; Die Stellung des
Menschen im Kosmos, Bonn, 1928, p. 13; HEIDEGGER, M., Kant und das Problem der
Metaphysik, Frankfurt, 1951, p. 189.
3 La crítica kantiana concluyó la imposibilidad de la metafísica como ciencia, y se

impuso realizar el cometido de la antropología como tarea ineludible. El proyecto


kantiano consideraba la antropología como el nuevo camino de la filosofía, pues de ella
dependía el saber, el hacer y el esperar humanos; pero su pretensión no pasó de ser un
deseo natural, un sueño no alcanzado. Sin embargo, en su intento colocó al hombre como
punto de partida y piedra clave de todos los problemas; su inversión llevaba implícita la
exigencia de comprender la realidad del mundo y de Dios a partir del hombre y no al
revés como había ocurrido hasta entonces. Años más tarde, ese intento fue explicitado por
Feuerbach en su giro antropológico, a partir del cual el hombre ha quedado prisionero de su
propia inmanencia: El hombre no sólo trata de la propia comprensión sino que alcanza la

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Hasta ahora no era estrictamente imprescindible una concepción del


hombre para la tarea educativa, ya que en cada sistema o configuración
sociocultural está vigente una concepción del mundo que, implícitamente,
engloba al hombre y sus diferentes relaciones. Sin embargo, la situación actual se
caracteriza precisamente por una concepción del mundo inconsistente y
fragmentaria, y ello conlleva en el hombre una crisis de identidad en el plano
existencial autoconsciente. El hombre actual tiene la conciencia de estar perdido y,
en el peor de los casos, está perdido sin tener conciencia de ello. Por otra parte, la
mentalidad materialista y cientificista está tan profundamente arraigada en
nuestra sociedad que ha creado hábitos operativos e intelectuales que exigen una
difícil, pero necesaria, reeducación de las generaciones actuales y una profunda
renovación del sistema educativo dirigido a las futuras. Ante esta situación, ya no
resulta simplemente conveniente, sino máximamente necesaria una concepción
filosófica del hombre, y no sólo para la tarea educativa, sino también para la tarea
de ser hombre. Ante esta situación, la necesidad de una nueva antropología
resulta evidente.

Esta "nueva"4 antropología no fragmentará al hombre sino que reconocerá


y relacionará equilibradamente las vertientes cognoscitiva, tendencial y afectiva
en las que se expresa su materialidad y espiritualidad. Presentará al hombre
como una realidad compleja, pues no es un simple cuerpo entre los cuerpos, sino
un viviente singular, un microcosmos que reúne en sí todos los grados del ser y
no es sólo un individuo de una especie, sino una persona abierta al infinito, única
e irrepetible. Aunque el hombre forma parte de la naturaleza, la supera: no sólo se
manifiesta como un microcosmos con todas las cualidades de la materia y de los
seres vivos sino también con la extraña capacidad de conocer el mundo que le
rodea y conocerse a sí mismo. El hombre es una unidad que no se reconstituye
partiendo de su análisis, por lo que el método analítico no resulta adecuado en su
aplicación a lo humano. Evidentemente, cabe estudiar analíticamente al hombre
(tal y como hacen las ciencias particulares), pero lo característico de la verdad del
hombre es su compleja integridad dinámica. La antropología no puede
plantearse analíticamente, ya que el hombre no es una suma de partes, sino un

realidad desde sí mismo; parte del sujeto y en definitiva vuelve al propio sujeto. En
definitiva, se trata de la versión moderna de la hybris griega y el "ser como dioses" del
Génesis.
4 Las pautas ofrecidas para esta nueva antropología, que pretende subsanar los errores

de la filosofía moderna, suponen una actualización de los clásicos. Ello no implica un


"retorno al pasado", sino simplemente desarrollar y completar la filosofía de inspiración
clásica: recuperar la secular certeza del hombre, pensarla de nuevo hasta el fondo y
enriquecerla con todas las nuevas interpretaciones.

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F. TOMAR ROMERO, La antropología y sus retos ante la globalización

todo. Las antropologías que reducen al hombre a uno de sus aspectos


particulares son, propiamente, antropologismos que toman la parte por el todo y
pierden de vista al propio hombre.

El siglo XIX se cerró con el lema "Dios ha muerto". Ese mismo hombre, ese
Prometeo, autónomo e independiente, que con su razón y sus manos pretendía
construir el paraíso en la tierra, ha olvidado por el camino quién es, su propia
naturaleza y, consiguientemente, sus auténticos fines, convirtiéndose en un Sísifo
o Narciso5 . No puede existir una ética sin una antropología de fondo, es decir, sin
una idea del hombre y aquí nos encontramos con un agravante: el s. XX concluye
con la muerte del hombre. El mundo actual no sabe qué es el hombre. La muerte
de la razón arrastra consigo la muerte del hombre, no sabemos quiénes somos ni
por qué importamos.

El obrar moral es el que corresponde al hombre en cuanto tal, pero la crisis


de nuestra civilización se ha generado precisamente porque el hombre ha
olvidado su auténtica naturaleza: no se puede "ser" sin en cierta medida "saberse".
Muy probablemente, ese es el problema fundamental que está en la base y origen
de la compleja crisis actual que se manifiesta en muy diferentes órdenes; pero al
mismo tiempo es la vía para una solución conjunta.

2. Un solo mundo: los problemas de la humanidad

"Primer mundo" y "Tercer mundo" son sólo palabras, expresión lingüística


de unos conceptos que, a fuerza de repetir y repetirnos, hemos llegado a convertir
en realidad. Pero la auténtica realidad es que existe un solo mundo, integrado por
personas, por seis mil millones de personas que en su conjunto forman la
humanidad.

Los problemas que asolan al mundo, a nuestro mundo, son muchos y muy
graves: Millones de niños en África, Asia y América Latina mueren cada año
víctimas del hambre, las enfermedades curables o la violencia fratricida; entre los
ochocientos millones de analfabetos, existen ciento diez millones de niños no
escolarizados y otros cien millones abandonan prematuramente la escuela. El
crecimiento demográfico, junto con los desequilibrios y conflictos que padece la
humanidad, genera flujos migratorios cada vez más nutridos, que en muchos
casos contribuyen al empobrecimiento de las sociedades de origen, al tiempo que
alimentan la exclusión y la xenofobia en las comunidades receptoras. El
nacionalismo xenófobo y agresivo, el extremismo violento; el deterioro acelerado

5Cf. LOBATO, A., El pensamiento de Tomás de Aquino para el hombre de hoy, vol. I,
Valencia, Edicep, 1994, p. 26.

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del medio ambiente; la escasez de agua potable; el incremento del narcotráfico y la


drogadicción; la inseguridad ciudadana; la miseria extrema de los perímetros
urbanos; la desarticulación de la ciudad; el abandono rural, la crisis de la familia,
etc.6 La experiencia y la razón, muestran y demuestran que de nada sirve abordar
exclusivamente a escala nacional cuestiones como éstas, ya que afectan a la aldea
planetaria en su conjunto.

A las puertas del tercer milenio, la razón, el conocimiento humano, ha


llevado a la humanidad a un progreso insospechado que parece no tener límites;
prueba de ello son los avances y descubrimientos científico-tecnológicos que se
suceden progresiva y vertiginosamente. Ciertamente conocemos muchas,
muchísimas más cosas que nuestros antepasados, pero aunque dicho
conocimiento progresara geométricamente durante otros mil años jamás
podríamos afirmar que somos sabios, puesto que no somos mejores. Podríamos
aducir mil y un ejemplos, o citar un sinfín de cifras y estadísticas, pero prefiero
expresar una simple analogía:

La nave de la humanidad avanza rauda y veloz; no sé sabe muy bien hacia


dónde, pero lo cierto es que para muchos eso es lo de menos, pues el propio
avance se ha convertido en la meta u objetivo. Cuando muchos ya no recuerdan
cuál es el destino y otros ni tan siquiera se plantean su necesidad, ya no hay
rumbo a seguir, por lo que está claro que, además de no llegar a buen puerto,
nada garantiza que nuestra nave no embarranque en cualquier momento. Pero, lo
más grave de todo, es que en nuestra vertiginosa travesía hemos arrojado por la
borda o dejado caer (no vamos a entrar ahora en esa polémica) a casi el ochenta
por ciento de la humanidad. Aligerados de carga hemos proseguido nuestra
huida hacia adelante, cerrando nuestros ojos y oídos para no ver el sufrimiento ni
escuchar el clamor de quienes se ahogan. Ahora, cuando esa masa ingente de
"náufragos" impide el avance de la nave y amenaza con hacerla zozobrar, algunos
políticos, gobernantes y economistas se plantean la conveniencia de lanzar al mar
"unos cuantos salvavidas", los imprescindibles para despejar una brecha entre las
aguas. ¿Razones éticas o humanitarias?. A la vista está que, lamentablemente, los
motivos son estrictamente utilitaristas, aunque en la mayoría de las ocasiones se
presenten bajo un ropaje ético ya que la estética ética "está de moda", es
"económicamente rentable" y "políticamente correcta".

Por poco que reflexionásemos sobre ello, la mente y el corazón nos harían
concluir en la imperiosa necesidad de retomar el dominio de la nave y aunar
nuestros esfuerzos para recuperar a todos sus "náufragos". Se trata de enarbolar

6Cf. MAYOR ZARAGOZA, F., Los nudos gordianos, Barcelona, Galaxia Gutemberg,
1999, pp. 16-45 passim.

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F. TOMAR ROMERO, La antropología y sus retos ante la globalización

nuevamente en el mástil de nuestra nave su legítima y auténtica bandera, esa que


nunca debería haber sido arriada: la de la humanidad. Se trata, en definitiva, de
substituir la brújula del interés material y egoísta por el astrolabio de la justicia,
solidaridad, igualdad y libertad. No sin enormes esfuerzos, pero sólo bajo la
legitimidad esencial y validez universal de lo humano, lograremos convenir entre
todos nuestro destino y acordar el trazado de ese itinerario a seguir que nos lleve
a culminar con éxito nuestra travesía, sin perdernos ni abandonar a nadie por el
camino. Ese sería un progreso humano auténtico, pues sería el verdadero triunfo
de la humanidad.

La pobreza no es una circunstancia o situación ineludible, sino el resultado


de cómo se organiza la distribución de bienes y oportunidades entre grupos
sociales y entre naciones. Por consiguiente, la injusticia que implica la extrema
pobreza no sólo es una lacra social sino también moral, que afecta por igual a los
gobiernos y naciones, a los gestores económicos y a la humanidad, en general
(pues la responsabilidad se cierne no sólo sobre los actos realizados, sino también
sobre los omitidos y sobre quienes los inspiran, ejecutan o consienten).

En el contexto de la crisis actual, comprobamos que, en la mayoría de las


ocasiones, ni la política, ni la economía, ni la técnica, ni la información cumplen
sus respectivas funciones, ya que siendo originariamente medios o instrumentos
al servicio del hombre, se han absolutizado como fines en sí mismos, no regulados
ni por la ética ni por los valores de la persona.

En el origen de esta situación no hay una única causa; legítimamente, no


podemos afirmar que la responsabilidad sea únicamente política o estrictamente
económica. Muy probablemente la causa esté en una compleja combinación de la
política de los Estados y las directrices económicas del mercado, sustentadas y
amparadas por una determinada mentalidad, la de nuestra civilización occidental,
de la que todos participamos en mayor o menor medida. Ya hemos comentado
que el mundo civilizado está siendo, cada vez más, un mundo despersonalizado
y, por consiguiente, menos civilizado o humano. Quizás abrir los ojos y el corazón
a la realidad humana de la pobreza esté ya provocando ese necesario despertar de
la conciencia, individual y colectiva.

3. Un reto global

Todo lo ya expuesto nos lleva a considerar que el gran reto, no sólo de


nuestra civilización sino de la humanidad, consiste en recuperar para la persona
su valor y dignidad o, si se prefiere, la globalización de la solidaridad. Nos
encontramos ante la urgente necesidad de superar todo tipo de individualismos.
Esa tarea no depende simplemente de la buena voluntad política de los Estados,
ni de novedosas teorías y prácticas económicas, sino que depende también y

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fundamentalmente de la participación de la sociedad civil, es decir, de la acción


directa e indirecta de los ciudadanos, en su calidad de personas y no de simples
individuos.

Nuestro mundo reclama una ética real, ni "emotivista" ni "utilitarista", sino


fundamentada en la propia naturaleza humana. Sólo reconociendo y aceptando
nuestro propio carácter personal podremos obrar como personas y reconocer en
los demás ese mismo valor esencial. Esa exigencia ética inspira y reclama un
cambio de actitud, una apertura de conciencia o conciencia universal que tiene su
respuesta en la solidaridad (o, si se prefiere, en la caridad o fraternidad).

Debemos señalar que ni la política ni la economía son entes abstractos. Es el


hombre el que genera y aplica leyes económicas y el que dirige la política de los
estados. También somos los hombres quienes, en conjunto, formamos la sociedad.
Una sociedad cambia cuando se transforma la mentalidad de los hombres que la
integran, y dirigen sus pasos hacia la consecución de los valores e ideales que se
otorgan a sí mismos. En este sentido, una sociedad verdaderamente libre es
aquella que se propone como meta u horizonte los principios y valores de la
persona y el ideal de la justicia. Si la sociedad humana, la humanidad, se propone
de veras ese legítimo y universal objetivo, ello determinará, ineludiblemente, el
rumbo que tarde o temprano adoptarán su política y economía. Ciertamente, el
"pan y circo de los romanos" ha evolucionado hacia formas más sutiles y exitosas
de manipulación e irreflexión. Pero esa situación cambiará cuando la sociedad y
su opinión pública despierten de su letargo intelectual y moral para reclamar
"menos circo" y "pan para todos".

Igualdad y libertad son realidades distintas que, juntas, conforman el ideal


hacia el cual debe tender la sociedad democrática. Tocqueville consideraba que la
democracia era inevitable una vez aceptada la idea de que los hombres son
iguales, sin embargo vio con clarividencia que los hombres se sentirían tan
obsesionados por la igualdad que abandonarían la libertad. Y al igual que la
pasión natural de la libertad excluía, en los siglos aristocráticos, toda igualdad; así,
en los siglos democráticos, la pasión igualitaria puede excluir la libertad7 . Se
percató de que la igualdad no era necesariamente libertad, y vio que era necesario,
aunque difícil, unir la igualdad y la libertad; pues la igualdad, ambigua en el
campo moral, puede producir también en el campo político consecuencias
contradictorias. Así, políticamente, la igualdad puede realizarse en la libertad o
bien destruirla, ya que puede conducir -en la democracia- hacia el despotismo. La
igualdad es un arma de doble filo: puede igualmente servir a la libertad o

7 Cf. TOCQUEVILLE, A. de, La democracia en América, Madrid, Alianza Editorial, 1985,


vol. II, p. 88.

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F. TOMAR ROMERO, La antropología y sus retos ante la globalización

eliminarla. Tocqueville no sólo mostró cómo el despotismo puede surgir del


individualismo igualitario, sino que supo expresar también que la igualdad
implica unos problemas que sobrepasan con mucho la esfera política. Cuando la
igualdad no lleva a una nivelación de los opuestos, conduce a una degradación
del ser humano, ya que en un mundo en el que la igualdad ha destruido los
vínculos de la dependencia y de la solidaridad se plantean diversos problemas
morales. Así, por ejemplo, la igualdad favorece necesariamente el gusto por el
bienestar, y aunque ello no es malo en sí mismo, corre el riesgo de adquirir unas
proporciones excesivas que hagan olvidar a los hombres su naturaleza social y
espiritual8 . Políticamente, los posibles efectos de la igualdad no son menos
devastadores9 .

Tocqueville apenas teme a la anarquía; con una extraordinaria clarividencia,


se percata de que el riesgo está en otro lugar, por lo que va a demostrar cómo las
ideas de los hombres, tanto como sus sentimientos, amenazan con conducirles por
el "camino secreto de la servidumbre" hacia el despotismo. Observó que la libertad
y la igualdad, proclamadas por la Revolución Francesa como derechos
fundamentales del hombre, no son forzosamente coexistentes. Para Tocqueville, el
problema fundamental de los tiempos democráticos está en la grave tensión entre
la búsqueda de la igualdad más absoluta y el respeto a la libertad tanto pública
como privada. La libertad sin igualdad es una forma histórica ya vivida. La
igualdad sin libertad es, en cambio, el lado oscuro del porvenir porque el mundo
moderno impone a las sociedades el "círculo fatal" de dicha igualdad, dentro de
cuyos "vastos límites" el hombre, "poderoso y libre", apenas puede optar o decidir.
El gran peligro de la democracia en expansión reside en el hecho de que favorece
la igualdad, pero suprime la libertad. En definitiva, estas dos ideas, libertad e
igualdad, constantemente presentes en la reflexión de Tocqueville, aparecen
particularmente ambiguas, pues cada una de ellas puede tanto desplegar las
pasiones del hombre como orientarlo a la virtud.

En nuestro presente ya hemos experimentado el cumplimiento real de los


peligros augurados por Tocqueville: tiranía de la mayoría, autoridad de la opinión
pública, individualismo, afán desmedido de bienestar, despotismo,... Es el
momento de compatibilizar y equilibrar, en el contexto democrático, libertad e
igualdad; pues de ello depende la consecución de esa solidaridad que, como
hemos expuesto, constituye la respuesta ética fundamental.

8 Cf. Ibid., vol. II, p. 116.


9 "La igualdad suscita, en efecto, dos tendencias: una impulsa directamente a los
hombres a la independencia y puede llevarlos súbitamente hasta la anarquía; y otra los
conduce por un camino más largo y más oculto, pero más seguro, hacia la servidumbre".
(Ibid., vol. II, p. 244).

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Congresso Tomista Internazionale

Todas las personas, en nuestra vida o biografía personal, constantemente


nos vemos obligadas a tomar decisiones, a elegir un determinado camino ante una
encrucijada de senderos; y normalmente esos caminos no son de ida y vuelta, sino
que van marcando el rumbo de nuestra existencia, de nuestro vivir. Algo parecido
sucede con la historia: la humanidad ha escrito y escribe su historia al elegir sus
propios senderos y avanzar por ellos. Ciertamente, ese camino no ha sido
uniforme, y la travesía nos ha llevado por abruptos senderos y apacibles valles,
por áridos desiertos y frondosas montañas. También es verdad que no todo
caminar implica un verdadero progreso, y así un avance rápido no garantiza que,
habiendo perdido el rumbo, no estemos simplemente andando en círculos. Sea
como fuere, lo cierto es que, en el ocaso del segundo milenio, cuando la
humanidad se ve acuciada por los más graves problemas de su historia, al mismo
tiempo se ha visto abocada a un proceso de globalización que, en sí mismo, parece
irreversible.

Sin ningún ánimo alarmista ni pesimista, sino con una intención realista, se
puede afirmar que el modo cómo se lleve a cabo esa globalización será el factor
determinante que permita a la humanidad superar su crisis y llevarla a la aurora
de una nueva era o, por el contrario, el elemento decisivo y conclusivo del ocaso
de nuestra civilización. Es un arma de doble filo, sí; pero también es la
oportunidad, quizás la única, para encauzar el camino. Aquí y ahora el factor
tiempo es máximamente importante. No nos hallamos precisamente frente a la
encrucijada de la globalización; para bien o para mal, consciente o
inconscientemente, lo cierto es que ya hemos avanzado muchos pasos, muy
probablemente sin retorno, en el sendero de la misma. No tiene sentido perder
tiempo ni energía debatiendo acerca de las bondades o maldades de una
globalización que ya es y avanza, sino aunar urgentemente todos los esfuerzos
para convertirla en un instrumento integrador y positivo para la toda la
humanidad.

En lo referente a esta cuestión, quizás lo más preocupante no son sólo las


importantes y numerosas reformas necesarias en todos los órdenes, junto con la
apremiante escasez de tiempo, sino la actitud política, económica, intelectual y
moral que tenemos como base o punto de partida frente al reto que plantea la
esquizofrenia entre homogeneización y fragmentación cultural de este nuevo
milenio. Objetivamente consideradas, unidad y diversidad no se oponen
contradictoriamente, sino que se complementan: unidad en la diversidad y
diversidad en la unidad. Si no entendemos y aceptamos esta verdad esencial, el
proceso de globalización únicamente contribuirá a una mayor e irreversible
injusticia mundial.

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F. TOMAR ROMERO, La antropología y sus retos ante la globalización

La globalización debe suscitar la conciencia de la unidad intrínseca de la


especie humana, en el espacio y en el tiempo. Pero dicha unidad no implica ni
debe generar la uniformización. Por otra parte, llevados por el individualismo y la
soberbia, podemos seguir dividiendo y separando, erigir las diferencias o notas
distintivas como barreras infranqueables que imposibiliten cualquier
reconciliación o, por el contrario, podemos centrarnos en aquello que nos une en
un común origen y destino. No se trata de postular un cómodo y fácil
eclecticismo, ni tampoco de imponer un pensamiento único. Se trata,
simplemente, de buscar, reconocer y aceptar todo aquello que es esencial y común
y, por consiguiente, verdadero10 . Evidenciar la complementariedad de las
diferentes culturas en las que vive el hombre no es, ciertamente, una tarea fácil.
Pero nos asiste la unidad de una naturaleza humana o esencia común compartida
que debemos redescubrir en el plano intelectual para que pueda ser la guía de
nuestro obrar vital. "Enseñar y aprender a ser persona": esa es nuestra asignatura
pendiente y el cauce para alcanzar una humanidad realmente humana. No es una
razón para el optimismo, pero sí para la esperanza. Y la clave de esa esperanza no
es otra que la educación. Una auténtica educación sólo se puede lograr dentro de
las coordenadas de los valores universales del amor, de la justicia, de la libertad y
de la igualdad; es decir, desde la base de la verdad esencial de la persona como
fundamento del aprender a ser, conocer, hacer y convivir.

10En relación con esta cuestión no puedo menos que hacer referencia a la Encíclica Fides
et Ratio: Desde la conciencia de la universalidad del espíritu humano, "cuyas exigencias
fundamentales son idénticas en las culturas más diversas" (n.72), y lleva a todos los
hombres de todas las épocas y lugares no sólo a plantearse las mismas preguntas, sino
también a encontrar una respuesta, y desde el convencimiento de que "toda verdad
alcanzada es sólo una etapa hacia aquella verdad total que se manifestará en la revelación
última de Dios" (n.2), Juan Pablo II señala que "tanto en Oriente como en Occidente es
posible distinguir un camino que, a lo largo de los siglos, ha llevado a la humanidad a
encontrarse progresivamente con la verdad y a confrontarse con ella" (n.1). En este mismo
sentido afirma que: "prescindiendo de las corrientes de pensamiento, existe un conjunto
de conocimientos en los cuales es posible reconocer una especie de patrimonio espiritual
de la humanidad" (n.4). Y esa debería ser nuestra común misión: "evidenciar la
complementariedad de las diferentes culturas en las que vive el hombre" (n.3).

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