Me gustaba que me ahorcaran. Que me retorcieran el
cuello despacito hasta terminar tendida en la alfombra, un
brazo tapandome los ojos, otro apoyado en el estémago,
los pies tensos dentro de fos zapatos de taco, el Junar de la
cara despintado por el revoicon.
Entonces mi amiga decia:
-Ya estas muerta.
Pausa.
-Ya estas muerta, nena, levantate.
Yo alargaba el placer todavia un minuto. Apretaba los ojos
y me veia: languida, un hilo de sangre en la comisura, los
rulos pegados a la frente por el esfuerzo, los labios
entreabiertos, rebosantes de brillo con gusto a melon.
Yo tenia 8 afios y me gustaba que me ahorcaran. Me
gustaba, también, que me ametrallaran. Morirme, en
general, me encantaba, pero también me gustaba matar.
Me gustaba pelearme, tener hijas e hijos, bafiaries,
peinarios, acostarlos, llevarios de paseo, me gustaba ser
mujer de un cowboy y rehén de un indio, estar en la
guerra, vivir en una trinchera o en una choza helada con
piso de tierra, quemar hormigas, cazar palomas, anmar
guerras de langostas para que se arrancaran la cabeza y —
si, tammbién- me gustaba que me ataran a los arboles para
hacerme prisionera y quemarme viva.
Era un monstruo,
Como todos los chicos de la cuadra, de! barrio, de la ciudad
y quiza del mundo.
Porque mientras sea de jugando, dicen, podemos jugar a
cualquier cosa. A la muerte, al dolor, a la pena, al
nacimiento, al horror. El juego queda fuera del mundo y en
ese lugar no hay riesgo, ni dolor, ni angustia. En la burbuja
del juego podemos ser esquizoides buenos y malos,
perversos y angelicales, egoistas y generosos, ser obsesos
enfermizos o ensimismados autistas, matar a nuestros
mejores amigas con regocijo, nadar donde no hay agua y
ver un desierto donde no hay arena. En el juego estamos a
salvo. Podemos ser locos peligrasos, superhéroes y
asesinos con la misma sonrisa. Nadie nos arrastrara al
hospicio mas cercano.
Porque jugar es, de jugando, una capsula de morbido
placer.Sobre mi escritorio se amontonan once libros, que hablan
sobre la infancia y los juegos desde el punto de vista
historico, antropolégico, sociolégico, psicoldgico y
anecdotico. Libros en los que busco respuestas. Qué es el
juego. Por qué no jugamos a las mismas Cosas a los seis
fafios que a los doce. Por qué, un dia, dejamos de jugar.
Los once libros de mi escritorio dicen mas 0 menos esto:
ue el juego es la actividad por excelencia de la nifez. Que
|jugamos porque el jugar no es costumbre sino necesidad.
Que jugamos a ser Jo que todavia no somos: grandes. Que
jugamos para no quedar a la deriva, para escapar del
panico, para no volvernos locos. Para encontrar sentido a
‘ese mundo desproporcionado en el que estamos
labandonados a las mejores o peores intenciones. Del
\mundo, de la vida, de los padres.
‘Sabemos que jugabamos y que lo haciamos con
ientusiasmo. Que el juego tenia el tamajio del mundo y
‘todas las casas importantes del universo cabian en la caja
de Mis ladrillos. Pero un dia, sin previo aviso, dejamos de
jugar. La chispa se apaga, los mufiecos se van a dormir y
‘nos descubrimos mirando fa vidriera de una jugueteria sin
entender qué habia de tan emocionante en esa coleccion
fosil de osos, mufiecas, autos, pistas eléctricas, cajas
\brillantes. Se puede bucear hacia atras hasta llegar a los
\primeros juguetes y los juegos preferidos, pero nadie
\recuerda la ultima vez. El dia en que encerré a las mufecas
‘en un caj6n, confiné la pista de autitos en la oscuridad del
placard y se dio cuenta de que hacia mucho tiempo —
demasiado- que le habia perdido el rastro a las payanas.
El juego, entonces, tiene principio. Pero no tiene final.