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Norma {vw edicionesnarma.com Aire Viviente Julia Mercedes Castilla Castila, Julia Mercedes Ale viviente/ Julia Mercedes Catilla;strciones Roger Yeaza.~- Bogoti: Educactiva S.A. S, 2011. 128 ps iL; 20m. (Cole ISBN 978-958-45.3368-5, 1 Novela infantil colombiana 2. Historia de aventuras 1. Yeaza Roges, il. I. Tit Il. Sete 1863.6 ed 71 ed 1286896 torre de papel. Tore azul) CEP-Banco de la Repablica-Biblioteca Luis Angel Arango © 2011, Julia Mercedes Castilla © 2011, Educactiva S.A. S ‘Avenida El Dorado # 90-10, Bogoté, Colombia Reservas todos los derechos Prohbia la reproduccim total o parcial de esta obra sin permis escrito de la editorial Marcas sgnos divs que comienen I denomincin N fNonnal jl ® ao ceca de Oy Carvajal (Colombia). " i Impreso por Edioral Buena Semilla Impreso en Colombia Printed in Colombia Diseto de cubierta: Paula Andrea Guerre: Diagramacién: Nohora E Betancourt Varzas 61078763 ISBN: 987.958-45.3368.5 Contenido Los quehaceres En las alturas Abajo en la tierra Vamos a casa La huida La aventura contintia Perdidos entre animales salvajes ‘Ahora qué? Trabajo duro Ajako Tiempo de aprender Abuela cruel Hombres blancos a caballo 65 77 85 93 103 113. 119 Los quehaceres Rann se despert6 asustado, se re- fregé los ojos, se paré y puso los pies en el cemento frio. Un vago presentimiento sobre el misterioso viento y las historias que habia ofdo en el pueblo lo embargaba. Hizo un gran esfuerzo para mantener los ojos abiertos. To- davia estaba oscuro y hacia més frfo que de costumbre. Ram6n queria volver a acostatse. Le habia tomado la mitad de la noche calen- tarse bajo la vieja cobija y ya era hora de en- frentarse al dia. —Ojalé no tuviera que salir de casa tan temprano. No me gusta —murmuré, mien- tras doblaba la cobija. Ramén se qued6 mirando la figura inmévil de su hermana, que dormia sobre un colchén. delgado como el suyo, en Ia otra esquina del aposento. —Diosito, itienen todos los nifios del mundo que levantarse tan temprano a los quehaceres? Sefior, ipodrias darnos unas va- cacioncitas, por favor? —se persigné y camin6 al otro extremo del cuarto. —Elvia, Elvia, levantese —Ramén sacu- dié a la nifia como si fuera una mufieca de trapo. Era su responsabilidad despertarla cada majiana. La pequefia se quejaba mientras Ramon trataba de callarla y batallaba para que se le- vantara. Todos los dfas era lo mismo. A la nifia no le gustaba salirse de su esquina tan temprano. —iPor qué me da tanta guerra? Pérese que yaes tarde —Ramén le quit la cobija. —Quiero dormir —Elvia dio media vuelta yse arrunch6. Ramén al fin se las arreglé para ponerla de pie. Poco tiempo les tomé vestirse. Todo lo que tenfan que hacer era ponerse las alparga- tas que se amarraron a los tobillos con unos cordones negros. Con la misma ropa que lle- vaban puesta durante los tiltimos dfas y con la que habfan dormido, se dispusieron a salir del rancho a sus quehaceres diarios. Ramon vestfa unos pantalones de algodén, grises de barro y mugre, una camisa grasosa de color indefinido y una chaqueta de paiio que Hlevaba afios en su vivienda. Esta habfa protegido a sus familiares del frfo de la region andina donde vivian. Antes de abrir la puer- ta, agarré el sombrero de felpa que colgaba de un clavo en la pared y se lo puso, cubriendo su cabello negro y liso. Elvia no tuvo la misma suerte. No posefa una vieja chaqueta de patio ni pantalones que Ie calentaran las piernas. Sin embargo, no pa- recia importarle el vestido de tela que cubria su pequefio cuerpo. Con mirada de importancia, se envolvié en el viejo pafiolén que habia sido de su madre desde que se acordaba. Su mamé habia conseguido uno mejor en alguna parte. Elvia heredé el destefiido trapo negro, que al- guna vez lucié un brillante y hermoso fleco. —No podremos desayunar hasta que terminemos los quehaceres, asf que andele. Quiero volver pronto pa’ comerme mi arepa con frijoles y chocolate. —Ya voy —Elvia mascullé y siguié a su hermano mayor. Cada mafiana tenfan que darle de comer ala mula, al marrano y a la vaca, recoger los huevos, ordefiar la vaca y datles a las tres ga- linas, al gallo y a los pollitos unos pufiados de maiz, ademés de llevar lefia para la estufa. El sol empezaba a hacer coquitos detras de las montafias, apenas iluminando el camino. Los hermanos dejaron atras la choza de adobe y bajaron por la colina hacia el establo don- de los animales, ruidosamente, esperaban su comida. Una rafaga helada les lego por la espalda y les pasé como un rayo, haciéndolos tem- blar. —Otra vez el mismo viento helado. Ahora sfestoy seguro de que no es cualquier viento. ZElyia, no se ha dado cuenta de que durante las dltimas dos semanas la misma réfaga nos pasa por el lado? Ramén miré por entre la penumbra como si pudiera seguir la réfaga colina abajo. —Pa’ estas horas siempre hace viento y mucho frfo. No me gusta levantarme y salir cuando todavia esta oscuro. Hacia ya dos meses que Elvia habia cum- plido ocho afios, edad que la habilitaba para ayudarle a su hermano en los quehaceres ma- tutinos. —Uno nunca se acostumbra. Yo me he estado levantando al amanecer desde hace casi cuatro afios —cuando cumpli su edad— y tampoco me gusta pa’ nada. Creo que ese viento es la mujer que aparece cada veinte afios como aire viviente, como la Ilaman en el pueblo. Ramén puso en palabras lo que tenfa en la mente desde hacfa varios dias. Elvia le envié una mirada inquisitiva. —iEsté despierto? —Claro que lo estoy. En el pueblo of so- bre esa mujer. Todos hablan de ella. El otro dia la sefiora Saturia, la duefia de la tienda, dijo que una mafiana una réfaga de aire casi la tumba. Ramén hizo una pausa mientras desenma- rafiaba en su mente las historias que habfa ofdo sobre la misteriosa mujer. —No entiendo lo que est diciendo. Segu- ro que todavia est sofiando. Mejor andémole ono vamos a terminar los quehaceres en todo el dia. Pa’ que vea que yo también quiero mi desayuno pronto. Me muero de hambre. La nifia no parecfa interesada en los cuen- tos de su hermano. Ramén no se dio por aludido. —Las cosas son asf. Hace mucho tiem- po, una princesa indigena muy bella se cas6 can un duque espafiol. Ramén hizo otra pausa. No se acordaba bien del resto. {Habria inventado lo de la princesa? —Y qué —Elvia se detuvo. —Me contaron dos historias. Una en la que el duque se la habia llevado a Espafia, donde habfa sido muy infeliz, Horando todito el tiempo hasta el dia que murié. Le hacfan falta las montafias, su familia y su aldea. Su papd era el cacique de la tribu, como Ilama- ban a los jefes de los indios. Cada veinte afios viene a visitar su tierra y sus descendientes; no sé qué quiere decir esta palabra, pero creo que son los hijos de los hijos o algo asi. —iAlguien la ha visto? Elvia, asustada, miré a su alrededor. —La sefiora Saturia dice que una vez, hace muchos afios, un nifio la vio una majiana cuando ordefiaba una vaca. Sintié que una réfaga de viento lo levantaba. Cuando llegé a la cima de la colina, vio a una mujer de pelo negro, muy brillante, que le legaba a los to- billos. Ramén se qued6 mirando el cielo que em- pezaba a recibir los tenues rayos del sol. —Si, asf fue como lo conté. —iAyyy! ¢Era un monstruo? —No, solo una mujer con cabellos muy largos. El nifio que la vio entonces es ahora un viejo que vive en las afueras del pueblo. —iQuién le dijo eso? —la nifia se acercé a su hermano. Ramén se calé el sombrero. —La sefiora Saturia le cuenta esta histo- ria a toito el que quiera ofrla. La otra versién se la of al seftor Elfas, el viejo ese que vive pal'lao de la iglesia. El dice que el duque ase- siné a Flor —nombre que le dio cuando se casaron—. El se fue para Espafia y nadie vol- vi6 a saber de él. No se sabe dénde la enterré. —iPor qué la maté? —Elvia se acercé atin més a su hermano. —La maté porque ella no querfa irse con 61a Espafia, aunque otro vecino dijo que Flor se haba escapado, pero el duque la encontr6 y le dijo que si no se iba con él, no la dejarfa que ¢e quedara, Tomé un cuchillo que tenfa escondido y... —iAyyyyy! —erité Elvia otra vez y agarré a Ramén del brazo en el momento que sintie- ron que un vendaval los empujaba montafia abajo. En las alturas BR aus yrodaron durante lo que les parecié una eternidad. Al fin, se detuvieron sobre un césped sua- ve y tierno, ftente al arbol mas grande y her- moso que jams habfan visto. Se quedaron alli parados, ilesos pero confundidos. (Quién los habfa llevado a ese lugar? Rayos plateados iluminaban el arbol don- de con ojos asombrados los nifios vieron la figura de una mujer. Su cabello se derrama- ba por la espalda hasta llegar a los pies. No podian ver su rostro. Estrellas brillantes pa- recfan resbalarse sobre el cabello oscuro de la extrafia figura. Los nifios no se movieron; parecfa como si estuvieran clavados al piso. El terror se habfa 16 apoderado de ellos. Otra réfaga de viento los empujé hacia adelante, encontrindose de pronto sobre el cabello de la mujer, que se habfa convertido en una cola, como la de un vestido de novia. —iRamén! —Elvia agarr6 a su hermano del brazo con toda su fuerza. ‘Antes de que Ram6n pudiera abrir la boca, yavvolaban por los aires, el cabello sedoso y fir- me bajo sus pies. Volaban sobre los picos més altos de las montafias cuando el sol empezé a enviar sus rayos sobre la tierra. La cima de los nevados era tan blanca como la crema batida que tanto les gustaba; bajo estas, diferentes tonos de colores oscuros y verdes cubrfan ca- prichosamente la cadena de montafias ‘A pesat de sus esfuerzos, no podian ver la cara de la mujer, escondida bajo el cabello. El viento acariciaba los cuerpos de los nifios Un sentimiento bondadoso hizo que Ramén quisiera abrazar a la extrafia persona que los transportaba sobre el universo. Pas6 la mano por el cabello y lo acarici6. Este debfa ser un suefio, un hermoso sue- fio del que Ramén no querfa despertar. Via- jaban por entre las nubes y apenas vefa a su hermana, quien parecia estar en un trance, la boca abierta y los ojos tan grandes que po- drfan salirse de sus érbitas. —iElvia, esté aqui conmigo? Algunas ve- ces esté en mis suefios. Ramén le tocé el brazo. Parecfa real. —Elvia, hébleme. La gente habla en los suefios. iCierto? —iDé6nde estamos? —la nifia puso lamano sobre el hombro de Ramén—. Tengo mie- do. Quiero ir a casa. Sosténgame. No quiero caerme. {Por qué me conté esas historias mie- dosas? {Estamos dentro de la historia? —Creo que estamos sofiando sobre la his- toria. iNo le parece maravilloso? iNo esta contenta? —No sé. Todo es bonito pero extrafio. Quie- ro ir a casa, Me asusta este suefio. Ramén miré hacia el horizonte. —Cuando despertemos, estaremos en casa. Ahora debemos ir camino a alguna parte. ENo quiere saber pa’ donde vamos? —No, solo quiero ir a casa. Un ruido que nunca habjan ofdo y unas enormes alas les pasaron por encima, oscu- reciéndolo todo, como si el sol se estuviera ocultando aunque era temprano en la ma- fiana. —iQué fue eso? iHay, Dios mio! —grité Elvia—. Me voy a caer. El cimbronazo los tiré hacia atrés. Ramén alcanz6 a ver las alas extendidas que se per- dian en las alturas. Se sent6 y grit —Ay, Diosito, casi nos quita la cabeza. Debfa ser un pajarote inmenso, tal vez un guila, aunque nunca he visto una, o un avin ‘como los que a veces vemos volando sobre las montafias. Ramén vio que su hermana se deslizaba hacia un lado. La nifia grité y agarré un pu- fiado de pelo del extraiio vehiculo. —No se suelte —Ramén, aterrado, le ex- tendié la mano—. Agérrese fuerte que la voy a ayudar a subirse. El cuerpo de la pequefia colgaba en el aire. El viejo pafiolén flotaba hacia el horizonte. Ramén alcanz6 a cogerla de la mano, pero la gravedad fue més poderosa y lo empujé hacia abajo. Se agarré con las dos manos a un ca- dejo de cabello. Elvia se las arregl6 para hacer lo mismo. Ahora ambos gritaban con deses- pero. La mujer no parecfa darse cuenta de lo que pasaba y continuaba su camino con gran tranquilidad. Ramén miré hacia abajo. La cabeza le daba vueltas, aturdiéndolo. Debajo de las nu- bes estaban los picos de las montafias. iTer- minarian sobre uno de ellos? No, no podia ser. Primero se despertaria. —Elvia, agarrese bien. —No aguanto mAs. Me duelen las manos. Ramén me voy a morir. Nos vamos a morir! —Nadie se muere en un suefio. A Ramén también le dolian las manos. —Este ha sido un maravilloso viaje, pero ya es hora de abrir los ojos. Este suefio se est volviendo peligroso. Suspendidos en el aire, continuaban lu- chando para sostenerse. —Quiero salir de esta pesadilla —Ramén dijo en tono de plegaria Pasaron unos segundos en silencio mien- tras los hermanos bregaban con manos y pier- nas para volver a subirse. Ramén lo logré. Noy a tratar de jalarla. Con una mano, se agarré del cabello de la mujer con toda la fuerza que pose‘a y con la otra, sostenfa a su hermana, pero se le zafé. Ramén le extendié el brazo. Se tocaron con Ios dedos, pero no pudieron agarrarse. —iNo puedo més! iNo puedo! —grité El- via tan recio que resoné por toda la creacién. —Si puede. Ramén traté de separar parte del cabello para bajarlo y que Elvia se cogiera de este, pero aunque era suave, no pudo moverlo; lo que no hacia sentido. El pelo debfa caer, no mantenerse horizontal. Con horror, vio que la mano de Elvia se aflojaba y apenas se sostenia. —No se suelte —se quité la vieja chaque- taysse la acercé—. iAgarrese! —No puedo mover la mano. Estoy muy cansada. —Tiene que tratar. Ramén mir6 hacia la cabeza de la mujer. La extrafia criatura continuaba su recorrido. El buen sues se habfa convertido en una es- pantosa pesadilla. —iDeténgase, por favor, mi hermana se vaacaer! iAytidenos! —grité a todo pulmén. Elvia agarr6 el borde de la manga de la chaqueta y cerré los ojos. Ramén re26, espe- rando que se despertaran en su rancho. En ese momento, los quehaceres eran mucho mis llamativos que la situacién por la que es- taban pasando. Un agudo chillido lo hizo saltar. Elvia ha- bia soltado la manga y caia en picada hacia las nubes. —iNo! iNo! —grité Ramén tan recio que todo su cuerpo se estremeci6, perdié el balan- ce y se deslizé detras de su hermana. Trat6 de agarrarse del cabello que continuaba movién- dose, pero ya no estaba a su alcance, —iElvia! —grit6 tan fuerte como pudo. Su cuerpo flotaba en el espacio. Era una sensacién increfble que duré un largo rato. iSegundos, minutos o toda una eternidad? Continué flotando y tratando de divisar a su. hermana. De pronto, la vio tendida sobre una nube muy blanca. La nifia dormia tranquila. Ramén dejé de flotar al llegar a la nube. —Elvia, despierte. (Como vamos a volver acasa? Lo dijo més para sf, mientras sacudia a la pequefia. —No entiendo nada. {Cémo es que nos sostiene una nube? Elvia se refreg6 los ojos y se sent6. —iénde estamos? Sofiaba que estabia- mos sobre una nube, volando por encima del mundo. —No es un suefio. Ambos estamos senta- dos en una nube sobre las montafias. No sien- to nada por debajo. ‘Sera que nos morimos y vamos camino al cielo? La nifia miré a su alrededor y dijo: —No, todavia seguimos juntos y no veo a Dios. Se acost6 y se volvié a quedar dormida. —Yo también voy a dormir para que am- bos nos despertemos en nuestra casa. Ramén se acost6 mirando hacia arriba. Ya no vio a la mujer. —iAdénde se habré ido? —murmur6. Una réfaga de viento lo asusté. —Yo conozco esa réfaga —dijo en el mo- mento en que la nube le daba paso a la lustro- sa cabellera, donde se encontraron de nuevo. Continuaron viajando sobre las montafias entrelazadas con las nubes. Ya no sabfa qué otro cuento contarle a su hermana para man- tenerla despierta y tranquila. Tenfa la boca seca de tanto hablar. —TRengo que dejar de ponerle atencién a las historias de la gente del pueblo. No quiero continuar en esta —dijo y cerr6 los ojos, es- perando abrirlos en tierra firme. 23 Abajo en la tierra E, sol brillaba sobre sus cabezas cuando Ja mujer los deposit6 suavemente a la entrada de una extrafia aldea. En ese momento, Ra- mén alcanz6, en una mirada fugaz, a ver el rostro de la dama. Lo sorprendié el parecido que tenfa con su hermanita. Una joven indigena de cabello muy negro y largo, luciendo collares de varios colores, salié a su encuentro, hablando en una lengua desconocida. Los llevé a un lugar abierto con techo de paja y les dio de comer un potaje indescriptible que Ramén y Elvia devoraron como si se lo bebieran. La joven solté una carcajada. Se sorprendieron al mirarse entre si, vestidos con la ropa de los indios, como todos los de la aldea. Lo tnico familiar eran Jas alpargatas que todavia llevaban puestas, mientras los indios que los observaban iban descalzos. De alli caminaron por un sendero hacia una choza grande donde varios nifios los mi- raban asustados. —iEs esto una escuela? —le pregunt6 Ra- mén a la joven. Ella le sonrié y no dijo una palabra. Chi- quillos de diferentes edades los rodearon y dijeron algo que Ramén y Elvia no entendie- ron. Algunas mujeres los acompafiaban. Pa- saron un largo rato con los pequefios, quienes los tocaban, los miraban como si nunca hu- bieran visto nifios como ellos y les mostraban extrafias figuras de barro. Esa noche, mientras descansaban en una especie de esteras colotidas, en un pequefio aposento de paredes de bareque, palos y beju- cos, Ramén pregunté: —iDénde estamos? —Yo qué sé —Elvia se vefa tan confusa que parecia estar paralizada. Ramén hablaba en voz baja para que no los oyeran. —Estas personas son indios. Yo los he vis- to en las fotos de un libro que tiene la sefiora Saturia allé en su tienda. Esta era la gente que viva en nuestra tierra hace mucho, mucho tiempo. La sefiora Saturia dice que nosotros somos sus desce... ya se me olvid6 la pala- brita esa, pero me dijo que queria decir que venimos de ellos. ‘Sabe una cosa? La mujer del cabello largo que nos trajo pa'ca se parece ‘a usté —Ramén fij6 los ojos en su hermana para asegurarse. —iVerdé? No le vi la cara —Elvia no se interes en su supuesto parecido con la mis- teriosa mujer—. {Ahora qué? No podemos quedarnos aquf. Tenemos que volver a casa. La mirada ansiosa de la nifia se concentr6 en su hermano. —No quiero oft més sus historias, pos ni las entiendo. Tal vez nos despertemos en nuestro cuarto 0 sino ya pensaré en algo. Ahora nadi- tase me ocurre —Ramé6n miré a su alrededor, buscando respuesta. En el momento se encontraban demasiado confundidos y cansados para resolver lo que no lograban comprender, por lo que se arru- maron y se quedaron dormidos. Por entre una pequefia rendija, penetré la luz de la mafiana. Ramén se senté y se refteg6 Jos ojos. —iDénde estoy? —se pregunt6 en voz alta, Mir de un lado al otro, tratando de identificar el sitio donde se encontraba—. iElvia? Su hermana dormfa a pocos pasos en una estera como la suya. ‘Abrio bien los ojos y se pinch el brazo para asegurarse de que estaba despierto. —Esta no es mi casa. oo De pronto se acordé de la mujer del cabe- Ilo largo, el viento, la caida sobre la nube y.. —iNo era un suefio? iPor qué estamos aqui todavfa? —murmuré—. Elvia, despiér- tese. —iAuch! —exclamé la nifia, dando una voltereta hasta quedar sobre el piso de ba- rro—. ‘Estoy tarde? Tengo mucho suefio. Haga mis quehaceres, por favor. Puso un brazo bajo la cabeza y continué con los ojos cerrados. —No estamos en casa y no vamos a los quehaceres. Tenemos que encontrar cémo romper el hechizo que nos tiene encantados Voy a averiguar por qué nos trajeron pa’ este sitio. Ya vuelvo. Ramén se dio cuenta de que su hermanita no lo habia ofdo. Se habfa vuelto a quedar dormida. Empujé el pedazo de madera que servia de puerta y salié. Pequefias viviendas con te- chos de paja cénicos como en la que habfan pasado la noche Ilenaban el lugar. No vio a nadie, Dio unos pocos pasos pero no supo hacia dénde caminar. Se sent6 debajo de un frondoso drbol a esperar que alguien apare- ciera y le respondiera sus preguntas. El tiempo pasaba sin que el aire viviente se hiciera presente. El suefio vencié a Ramén; se recosté contra el tronco del Arbol y.. Una voz estridente en el ofdo lo paré de un salto. Una mujer mayor, algo encorvada, envuelta en una manta, le hablaba y movia las manos en todas las direcciones. —Lo siento, pero no entiendo lo que dice. Usté no habla como yo. iEstoy en otto pats? Ramén continué haciendo preguntas y la mujer barboteando. La abuela lo agarré de un brazo y lo llevs de vuelta a la choza donde su hermana con- tinuaba durmiendo. Lo senté sobre la estera yle dio a entender que se quedara allf y desa- parecis. —IQuién era esa persona? —Elvia se sen- 16 y entreabri6 los ojos—. Esa mujer no era mamé. Era una extrafia. —No, no era mama y ya le dije que no es- tamos en casa. No se acuerda de la mujer que nos trajo aqui? Todavia estamos sofiando o viviendo la historia que me contaron. Elvia, perpleja, abrié la boca y dijo: —iPor qué vestimos todavia asf? Usté se ve muy raro. Hasta tiene la cara pintada —No sé. No sé nada. Tenemos que esperar aqui. Alguien nos dir qué hacer. —Quiero ir a casa. Mama se va a enojar si no hacemos los quehaceres y papé nos va a castigar. —No hay nada que podamos hacer. Ramén se sent6 y escondié la cabeza entre las rodillas. Minutos mas tarde, entré la india trayendo consigo unas totumas con otro potaje como el del dia anterior. Les sonrié y les entreg6 la comida. Elvia puso su totuma en el piso. —Esta comida no me gusta. Se parece a la mazamorra, pero no sabe igual. Quiero mi caldo con arepa y frijoles pal desayuno. Esto no sabe a nada. Sera mejor que se lo coma pos parece que es Io Ginico que nos van a dar en este ugar. Se dirigié a la joven india. “No tenemos cuchara pa’ comernos esto. Ella pareci6 haberle entendido, pues tomé la vasija de Ramén y le mostr6 la manera de comérsela. Ramén hizo una mueca al Ilevarse el alimento a la boca. Le cost6 trabajo apren- der a hacerlo sin derramar el contenido. Elvia traté de imitar a su hermano y se le reg6 encima; levant6 la totuma y dej6 que la comida se deslizara en la boca, como lo habia hecho antes. —Ojalé me entendiera. Por favor, aytde- nos a encontrar la mujer que nos trajo aqui pa’ que nos devuelva. —Ramén hizo toda Clase de gestos para hacerse entender. La joven continus sonriendo, recogié las va- sijas y les indicé con la mano que la siguieran. Ramén jal6 a Elvia. —Vamos con ella que a lo mejor nos lleva donde la mujer de cabellos largos. Pero no fue asi. La joven los llev6 a la cho- za grande, donde un viejo en cuclillas les daba algo a un pufiado de hombres parados en fila frente a él. La mujer les indicé que se sen- taran en una esquina y se fue. Otros indios, también en cuclillas sobre esteras, llenaban el lugar. —iAhora qué? —pregunté Elvia—. Tene- mos que salir dé este horrible encantamiento, suefio o lo que sea. —4Y si no estamos sofiando? —Ramén se pinché otra vez—. Auch, creo que estoy des- pierto. Enseguida, tom6 el brazo de su hermana y la pellizes. La nifia grits, —iPor qué hizo eso? ‘Todos en el recinto voltearon a mirarlos. El viejo se puso de pie y dijo algo en voz alta; a ellos les parecié un regafio. Ramén se encogié dentro de si, queriendo desaparecer. Su hermanita se escondi6 detras de él. El silencio en el lugar era espectral. Ra- m6n tuvo ganas de llorar. Quiso detener el Ianto y no lo logré. Las lagrimas baftaron su rostro, pero se las arregl6 para no hacer ruido. —No llore o yo también loro. Esto no nos puede estar pasando —la vor de Elvia le llegé como un murmullo. Esperaron en silencio por un largo rato. Cuando el viejo terminé lo que estaba ha- ciendo y el diltimo indio se fue, les hizo una sefia para que se acercaran. Ramén y Elvia, petrificados, caminaron hacia donde estaba el viejo, él los miré de pies a cabeza con ojos penetrantes, hecho que los puso més nerviosos de lo que estaban. Una cascada de palabras se derramé de sus labios. Luego salié y llamé a alguien. Ramén bajé la mirada y esper6. La indfgena que los habia trafdo entré, seguida de un hombre joven, de pelo largo —tan negro como el de la mujer— y de mira da severa. El viejo tomé a los hermanos de la mano, se las dio a la pareja y ejecut6 un ritual extrafio. El indio joven se puso la mano en el pecho ij. echel —luego sefial6 a la india—. Fala. Ramén entendi6 que esos eran los nom- bres de esas dos personas. . Después de la inesperada ceremonia, cami- naron hacia la choza, donde pasaron la noche, Ramén temfa que habjan sido entregados a la pareja y nunca més volverfan a su hogar ni a ver a su familia ‘Vamos a casa =H nina cate seems nemos que tratar de salir de esta aldea. Hace como una semana o tal vez més que estamos aqui —Ramén dijo una noche al acostarse. —iPor qué murmura si no hay nadie aqui?—. Elvia pasé la vista por el recinto. —Shshsh —Ramén se Ilev6 el dedo a la boca, pidiéndole silencio—. Nunca se sabe quién puede estar por ahi escuchando. A lo mejor entienden nuestro idioma y no nos quie- ren decir. Esta gente parece buena y nos trata bien, pero no son nuestros padres. Tenemos que volver a casa. —iCree que nos van a dejar aqui pa’ siem- pre? La india y el marido nos tratan como si fuéramos sus hijos. Todo esto es muy extraiio. Yo quiero a mi pap y a mi mamé. De los ojos de la nifia brotaron gruesas l4- grimas. —Ellos no deben tener hijos; por eso, el viejo, quien debe ser el jefe, nos entreg6. Pero nosotros tenemos padres y ellos deben estar muy preocupados; por eso, no podemos que- darnos aqui. Esta decidido; nos vamos. Guardaron silencio por un momento, su- midos en sus pensamientos. Ramén trataba de encontrar la forma de hui. (Estarfan muy Iejos de su pueblo? La mujer de los cabellos largos los llevé volando sobre las montafias. Qué tan lejos irfan? (Estarian viviendo en el pasado? Demasiadas preguntas sin respuesta que le ayudaran a decidir. —Pa' maiiana por la tarde tendré un plan —le dijo Ramén a su hermanita—. Saldre- ‘mos pasado mafiana, antes de que salga el sol, cuando todos en Ia aldea estén durmiendo. -—lY adénde vamos? No sabemos dénde estamos. Vamos a perdernos y nos moriremos por ahi, Elvia empezé a sollozar. —Le dije que no hiciera ruido. Si no en- cuentro cémo salir de este lugar, pos nos de- volvemos. Elvia, entre sollozo y sollozo, dijo: —Usté me conté que los indios habfan vi- vido en nuestro pais hace muchos, muchos afios. {Por qué estén aqui todavia? Ramén se rascé la cabeza. —Eso es un misterio. Tal vez nos devol- vimos al pasado. Todo esto es muy extraifo. Cuando salgamos de esta aldea, saldremos del suefio o hechizo en que estamos. Seguro en- contramos a alguna persona en el camino que nos diga cémo llegar a nuestro pueblo. —Fso serfa tan bueno —Elvia dejé de so- Hozar—. Esta bien —dijo y desliz6 su peque- fio cuerpo bajo la manta de hermosos colores. Pronto se quedé dormida. Ramén no podia dormir; su mente, llena de preguntas, planes y mucho miedo, lo man- tenfa despierto. —No hay alternativa; tenemos que tratar, —dijo en un murmullo. El sol salié demasiado pronto para Ram6n. Al fin habfa conciliado el suefio al amanecet. Dio media vuelta para no encontrarse con el dia que entraba por la abertura y cerré los. ojos. Una mano que lo sacudfa lo sacé de un profundo suefto. —iMama? Se senté, abrié los ojos y se dio cuenta de que la mujer arrodillada junto a él no era stt mami. —Lo siento. No supo qué més decir. De todas maneras, ella no le habria entendido. ‘Se puso de pie, listo a enfrentar lo que fue- ra. Ramén ya sabfa cudl era la rutina diaria. ZZ Fala les darfa el consabido potaje con una es- pecie de arepa de desayuno; luego los llevarfa al aposento donde se reunian todos los nifios. El cacique decia algo antes de que los nifios més grandes —entre ellos Ramén— salieran con sus padres 0 parientes a trabajar en el campo, mientras las nifias les ayudaban a las mujeres en sus quehaceres diarios. —Elvia, levantese. ‘A Ramén no le gustaba que la indfgena asustara a su hermana cada mafana. —IPor qué siempre tengo que levantarme temprano, aunque esté sofiando? Sin esperar respuesta, Elvia se levant6 y siguié a su hermano y a la mujer. Ramén hizo lo que le pedfan, Ilevando y trayendo vasijas que llenaban de maiz y otras ramas largas durante la jornada diaria. Al me- diodia, se aliment6 con unas frutas extrafias y la consabida arepa que una mujer mayor les Tlevaba a los trabajadores. No volvié a ver a su hermana hasta que regres6 del campo y se reunié con los demés a la hora de la cena. Esta consistia en un revuelto de algo indes- criptible, parecido al desayuno, més papas con pellejo, lo tinico que le gustaba. —Acuérdese: mafiana, antes de que salga el sol, nos largamos —Ramén le susurré a El- via al ofdo. La nifia lo miré como si nada fuera teal para ella. —Esté bien —levant6 los hombros y con- tinué comiendo—. Estoy cansada de esta co- mida. Quiero morder un banano, un mango © algo conocido; tampoco me gusta sentarme en cuclillas. Un muchacho mayor que Ramén, de cara muy ancha y cabello enmarafiado, no les qui- taba el ojo de encima. El chico los observaba, lanzdndoles una mirada que dolfa. Ramon sinti6 que el corazén le daba un vuelco. Trat6 de ignorarlo, pero los ojos del chico le quema- ban la piel. —Elvia, termine répido de comer. Tene- mos que acostarnos temprano. La pequefia puso la vasija sobre una tapa de madera que servia de mesa. —Tenemos que esperar a la india. Siempre nos lleva a la choza después de cenar. —Ya sabemos dénde queda y podemos ir- nos solos. No quiero que empiece a llorar ma- fana cuando la levante porque tiene suefio. ‘Vamos a volver a nuestra casa, como sea. Ramén tomé a la nifia de la mano y salie- ron con disimulo. Sus padres adoptivos ha- blaban con el jefe y no voltearon a mirar. Al entrar a la vivienda, Ramén sintié un desagradable desasosiego que le corria por el cuerpo. Miré hacia atrés y vio al muchacho de mirada cruel que corrfa apresurado a es- conderse detrés de un Arbol. iLos estaria si- guiendo? Ramén empujé a su hermana y entraron en la choza. No entendfa por qué el chico pa- recia odiarlo. No importaba, pues para mafia- na ya se habrfan ido. La oscuridad habia descendido sobre el lu- gar cuando se tendieron sobre las esteras. —Estoy muy asustada —dijo Elvia, mien- se sentaba—. {C6mo vamos a encontrar nuestro pueblo? Es mejor que no nos vayamos de aut. Sé que nos podemos morir por ab y no quiero morirme. —Yo sé lo que estoy haciendo. No se pon- ga asf. Cuando salgamos de este lugar, estare- mos fuera de esta pesadilla. En realidad, Ramén no tenfa idea de lo que hacfa, pero oraba y esperaba que todo sa- liera bien. —iCree que pap4 nos est buscando? Si no estamos muy lejos, puede que nos encuen- tre. Seguro que mucha gente ya sabe que es- tamos perdidos. —Elvia parecfa revivir con esta posibilidad, Ramén no quiso decirle que estaban vi- viendo en un pasado muy lejano y que sus padres no habrian nacido. Catori y Fala irrumpieron en el momento que Ramén se quitaba las alpargatas. No se vefan contentos y un rio de sonido airado sa- Ifa de sus bocas. Elvia brincé a la estera de su hermano y se escondié detrs de él. —iNos van a pegar? le murmuré al ofdo. 41 El chico no contest6. Miraba a la pareja sin poder pronunciar palabra. De pronto, los agarraron del brazo y los lle- varon afuera. Catori llev6 a Ramén detrés de la choza y le dio varias palmadas en el-senta~ dero. Vio que la india se llevaba a su herma- na, quien daba alaridos. Ramén volvié a su pequefio aposento, arrastrando los pies y mordiéndose la lengua delaira. {Cémo se atrevia ese indio a pegarle? iEran ellos esclavos de esa gente? ZEstarfan disgustados porque se habfan ido a acostar sin ellos? No estaban haciendo nada malo. iCa- minar solos unos pasos era un pecado? (Qué les dirfa el chico que los sigui6? Elvia entré corriendo y llorando tan recio que Ramén pens6 que la habfan herido. —iQué pasé? Esta bien? La pequefia no contest6; los sollozos le im- pedian hablar. Ramén se enfurecia de momento en mo- mento. —iNo es ya suficiente que nos hayan traf- do pa'ca, lejos de nuestro hogar y de nuestra familia pa’ que también nos peguen? Esto no puede seguir asf. De ninguna manera —dijo, déndole una patada al piso. —Quiero a mi mama —Elvia repitié la frase por enésima vez, se sent en el piso y continué Morando—. Esa, esa... mujer me dijo cosas terribles. Sé que eran malas porque gritaba. También me peg6. —No podemos aguantar que nos traten asf. Mafiana antes de que amanezea nos vamos, como habfamos decidido. Le voy a decir a mi mente que nos despierte como a las cuatro de la madrugada. No me vaya a dar guerra, nia Horiquear, ni nada. Tenemos que salir de aqui muy callados. Ahora, trate de dormir pa’ que no esté cansada en la mafiana. —LY si nos perdemos y nadie nos en- cuentra? Ram6n alzé a la nifia y la deposité sobre la estera. —No nos vamos a perder, de manera que no lo diga. Ni una palabra més. Minutos més tarde, entré otra vez la mu- jer. Ramén cerré los ojos. Fala le tocé la ca- beza y lo cubrié con la manta. Ram6n rezaba para que Elvia se hubiera dormido. Pot entre las pestafias, vio que la mujer le daba un beso en la frente a Elvia y que luego se retiraba. iPor qué harfa eso después de que los habfan castigado? Qué extrafio era todo. Ramén se despert6 varias veces. No habia manera de saber si habfa llegado la madruga- da. Después de la cuarta despertada, decidis que lo mejor era irse sin importar la hora. —Elvia, levAntese y no hable. Por favor. La nifia no se movié. Ram6n no querfa hacer nada drastico que la hiciera lorar. Des- pués de varias sacudidas, decidié sentarla y cubrirle la boca. La chiquilla se quejé y le dio una patada en el estémago. —Quieta. Prometié no hacer ruido. Elvia le quit6 la mano. —iPor qué me tapa la boca? —Shshsh —Ramén volvié a sellarle la boca—. No diga una palabra. Nos vamos ya. La pequefia abrié los ojos y asinti6. Mira- ron hacia el aposento donde dormfa la pareja, quitaron la madera que servia de puerta y se metieron en la oscuridad que precede al ama- necer. La huida =e: veo nada —dijo Elvia, aga- rrandose de la mano de su hermano. —Cillese. En un momento se le acostum- brarén los ojos a la oscuridé y podré ver mejor —Ramén le habl6 en voz tan baja que ni él mismo se oyé. Caminaron unos pasos fuera de aquel lu- gat, donde los dfas eran interminables. La aldea estaba desierta. Ramén intuyé que de- bfan dirigirse hacia las afueras del poblado. Cogidos de la mano, caminaron en punta de pies hasta que Ramén considers que ya no se oirfan las pisadas. —iAhora por dénde vamos? Elvia se tropez6, se cayé y se raspé las rodi- llas. Ramén la levant6 répido. —No.me suelte. No me gu Ja oscurida. Por favor, Iléveme a casa ya. Con Elvia cojeando, continuaron el cami- no hacia lo desconocido. Ramén hizo una pausa y dijo: —Elvia, tiene que ayudarme pa’ que en- contremos pronto un pueblo o a alguiia perso- na. No llore ni se queje. Esta es una aventura y sé que todo saldré bien. Elvia no dijo nada, suspiré y se agarr6 de él aminar en con més fuerza. El sol despunt6 detrés de derramando una luz tenue sobre la tierra Ramén inspeccion6 los alrededore cando un camino que seguir. montafias, bus- —Sentémonos en esta roca por unos mi- nutos. Tengo que pensar. Creo que estamos ya lejos de la aldea pal sentirnos seguros. Cree que nos estén buscando? “Todavia no, pero pronto lo b: Ramén se puso de pie y conti cionando. —Veo un claro en esa direcci6n. Tal tun camino que nos Ileve a encontrarnos con gente como nosot Elvia se arrimé junt 16 inspec- a él —Si estamos en el pasado, no vamos a en- contrar més que indios Eso no lo sabemos. Ramén no estaba seguro, pero no podia decfrselo a su hermana. —Yo creo que el poblado donde estébamos no es real. Es como un cuento de hadas. Si nos alejamos lo suficiente, saldremos a la realidad. En la lejanfa, divisaron una hermosa lagu- na, donde varios indios emitfan una especie de cancién, mientras hacian venfas, como si le rezaran a la laguna. Luego, levantaban la cabeza y le rezaban al sol que se levantaba detrds de la montafia. Tendrian que caminar lejos de la aldea y de la hermosa laguna. ‘Caminaron por un rato en direccién opues- ta, hasta que se encontraron con un sendero tan estrecho, que no cabian los dos; tuvieron entonces que caminar uno detras del otro. Después de un largo rato, Elvia se detuvo. —Estoy cansada. Hemos andado mucho y no hemos visto a nadie, ni siquiera un.ranchito. Ramén también se detuvo y miré de un ado para el otro. —Espero que no estemos caminando en cfrculos. Creo haber visto ya ese érbol —se- fialé hacia un 4rbol con hojas oscuras y raras a la derecha del camino. —Nunca saldremos de aqut. La nifia se tiré al suelo y loré amarga- mente. —Le dije que me ayudara no Ilorando ni porténdose como una bebé. Seguro que fue mi imaginacién. Hay muchos atboles pareci- dos —Ramén no estaba tan seguro. Levanté a Elvia de un brazo y siguieron caminando muy despacio, mientras le pedfa a Dios que les ayudara a salir de la situacién tan increfble en la que se encontraban. A pesar de todo, sentfa una inexplicable emocién, es- perando el préximo acontecimiento. De pronto, vieron una flecha que volaba sobre sus cabezas. Se tiraron al suelo y gatea- ron por entre los matorrales. tHabria atraido las flechas con sus deseos de tener momentos emocionantes? —iNos encontraron! —grit6 Elvia—. (Qué vamos a hacer? Alguien nos quiere matar. —iPor qué van a querer matarnos? Quie- ren que volvamos con ellos, pero no... Tuvo miedo de poner en palabras lo que estaba pensando. Tal vez el muchacho que nos persiguié el otto dia no quiere que volvamos. Otra flecha pasé cerca de donde se escon- dian. No se movieron. Tal vez un indio estaba cazando y no buscéndolos. Este pensamiento lo tranquilizé un poco. Esperaron sin atravesar palabra, demasia- do asustados para tratar de averiguar quién los regaba con flechas. El silencio los acom- paiié por un largo rato. —Me duelen las piernas —Elvia cambié de posici6n. —No haga-ruido —mascull6 Ramén y le puso la mano sobre la cabeza para mantenerla agachada. El sonido de pasos les Heg6 con toda su in- tensidad. Ramén levanté la cabeza lo suficiente 50 para divisar al muchacho que los habia seguido lanoche anterior. —Elvia, corramos —agarré a la nifia de la mano y emprendieron carrera—. Aptitele; si nos alcanza, estamos perdidos. Cortieron tan répido como les permitian sus piernas cortas. Las flechas continuaban rodedndolos, mientras caminaban en zigzag, tratando de evadirlas. El chico no parecia ser buen tirador o ya las flechas los hubieran al- canzado. —iAuch! —exclamé Ramén al sentir que una le raspaba un brazo. Tocé el liquido pe- gajoso que salfa de la herida. Al ver la sangre, entré en pnico. Arrancé una hoja de un ar- busto cercano y se la puso encima del brazo, esperando detener la sangre. Elvia lo miraba con horror. —Le dije que esos indios nos iban a matar. Escondémonos en alguna parte. iDénde podrfan meterse? Ramén no veia sino Arboles y matorrales. Las montajias es- taban fuera de su alcance. Un maizal cerca- no le Ilamé la atencién. Las plantas estaban . altas. —Acurrtiquese y gatee hasta ese maizal. Allld no pueden vernos. Lo hicieron tan répido, que se les lastima- ton las manos y las rodillas y se les enterraron varias astillas. Cuando Ilegaron al maizal, ya no podfan moverse. El brazo de Ramén ardia, pero ya no sangraba. Se sentaron debajo de las plan- tas y esperaron; estaban demasiado cansados para llorar o hablar. El silbido de las flechas ya no se ofa y el silencio que los rodeaba era espectral. De pronto, oyeron pasos cerca. —iAgéchese! —Ramén empujé a Elvia contra el pisoy él hizo lo mismo—. No mueva. ni un mésculo. Las pisadas se ofan casi encima de ellos. —Dios, por favor, no deje que nos encuen- tre —murmuré en silencio. iC6mo era posible que estuvieran en un lugar como ese? (Encontrarfan su casa algin dia o pasarfan el resto de su vida en el pa- sado, con los indios? No era el momento de pensar en el futuro. A no ser por un milagro, el chico malo los estarfa pisando en cualquier momento. Ramén esperaba sentir el peso del mucha- cho sobre su espalda en ese instante. Abri6 los ojos y vio los pies descalzos a unos cen- timetros de distancia. No se atrevi6 ni a res- pirar. Para su asombro, vio que los pies daban una vuelta y se alejaban. No se movié por unos minutos, que le parecieron etemnos. Sa- bia que su perseguidor no se rendiria asi de facil. Continus oyendo los pasos hasta que desaparecieron. —Tengo hambre y me duele el estémago —wimotes Elvia Ramé6n susurré: —No podemos movernos hasta que no es- temos seguros de que el bruto ese se haya ido. Quédese quieta. No era facil vivir en el pasado, teniendo que vérselas con personas peligrosas y enci- ma de todo aguantarse a una hermanita que se quejaba todo el tiempo. Si Ramén estu- viera solo, podria cuidar de sf mismo y hacer lo que le pareciera mejor. Sin embargo, era bueno estar con alguien querido. Ya no sabia nada. Todo su ser estaba en estado de con- moci6n. Ramén luchaba con el suefio que amena- zaba vencerlo. Se pregunt6 por qué Elvia no habfa vuelto a decir nada. La nifia se habia quedado profundamente dormida. Ramén cerr6 los ojos y se olvidé de todo. El frio lo despert6. Le dolia la espalda Estaba acostado sobre unos chamizos. Elvia continuaba dormida. ‘Habria llegado la ta de? Agudiz6 el ofdo al ruido de pasos, pero solo oyé el suave silbido de la brisa que mo: via las hojas del maizal. Levanté los ojos y vio unas apetitosas mazorcas a alguna distancia de su cabeza. El hambre le mordfa las entra fias. No iba a ser fécil alcanzarlas. Las plantas eran més altas que él. Se puso de pie y atisbé por entre las hojas. No habia sefial del mu- chacho. —iQué esta haciendo? —Elvia pregunté, reftegindose los ojos—. iAyy!, me duele todo. —Estoy tratando de coger esas mazorcas pal que.comamos. —iCrudas? La pequefia hizo cara de asco. —Son crudas o nada. Ramén agarré el tallo de una planta con “y_ varias mazorcas y lo baj6 hacia él. Pelé dos de 54 inmediato. Estaban tiernas y la suya le supo a gloria. Elvia no se lament6. Devor6 con gran placer la que le correspondi6. El Kiquido le- choso le corria por la quijada. Ramén cogi6 varias mazorcas, se comis otra y guard6 el resto dentro de la ropa. —iAhora qué vamos a hacer? —Elvia mir6 a su hermano como si estuviera segura de que él tenia la respuesta. —En este momento, todo lo que podemos hacer es mantenernos vivos. Ene termin6 de comer y tié la tusa. —iLa gente se muere en suefios o hechi- zos? {Por qué no podemos salirnos de este? Quedémonos aqui, cerremos los ojos, espe- remos hasta que los volvamos a abrir y nos encontremos en nuestra casita. Si nos que- damos muy quietos, seguro que pasara. Yo de aqui no me muevo. Ramén se puso las manos a cada lado de la cabeza. —Ya no sé qué hacer. Hemos caminado por horas y no hemos visto més que campos, Arboles y las montafias en el horizonte. Da- mos y damos vueltas y no llegamos a ninguna parte. Se miraron el uno al otro como si la solu- cién a sus dificultades estuviera escrita en la frente de cada uno. —Piense con todas sus fuerzas en volver acasa. Elvia apret6 los ojos. Ramén cerr6 los suyos. —Puede ser una buena idea. No perdemos nada con hacerlo. Estuvieron sentados por un rato, pensan- do y trayendo a la mente lo que tanto desea- ban: volver a casa de sus padres. El rugido aterrador de un animal los hizo temblar has- ta quedar de rodillas. Un inmenso gato pas6 frente a ellos, paralizandolos del susto. —Vémonos de aqui —Ramén agart6 a su hermana, sacando fuerza del mismo miedo que lo embargaba. Con las alpargatas hechas pedazos y una pasta de sangre seca cubriéndoles los pies, Ramén y Elvia sacaron fuerzas de alguna par- te para huir de las garras del horrible gato sal- vaje. El animal gruffa pero no se movia. Corrieron un buen trecho y, de pronto, Ramén se detuvo. —Mire, Elvia, allé pa'lante, en ese colina, se ve una cueva. La puedo divisar por entre Ios arbustos. —Yo no veo nada. —Yo si. Ya est oscureciendo, apurémosle. Podemos dormir allé esta noche, y mafiana, ya veremos. Elvia no parecfa muy convencida. —1Y si el gato nos sigue? Ramén deseché sus temores. —Ya se debe haber ido pos no se ve. De todas maneras, no podemos quedarnos aqut, esperando a que un animal o un indio nos ataque. Tendremos cuidado hasta llegar a la cueva. Elvia no se movi. —Me duelen mucho los pies y no puedo caminar més. Me voy a quedar aquf rezando pa’ que la mujer de cabellos largos nos de- wuelva. Sé que vendré si mi mente la llama. —No sea terca y deje descansar la men- te. Estaremos més a salvo en la cueva. Parece que va a lover con truenos y todo. El gato 0 tigte puede volver y... no quiero ni pensarlo. Ramén vefa pdnico en los ojos de la nifia. —Esté bien, pero tendré que cargarme —Blvia dio un par de pasos con dificultad. —Mis pies no estdn mejor que los suyos y cargarla es més de lo que puedo. También me duele el brazo herido, aunque ya no sangra. Trate de caminat. iSe lo pido! ‘Arrastraron sus cuerpos cansados y débi- les, mirando de un lado al otro, esperando no encontrarse con ningtin animal feroz o alguien. més. Seguro que el chico malo los estaria bus- cando todavia. Cualquier ruido los ponfa tan nerviosos que no podian moverse. —iFalta mucho pa’ llegar? Mire c6mo san- gran mis pies. Duelen mucho. La nifia apenas si podia poner un pie fren- teal otro. —Ya estamos llegando. Vamos a caminar muy despacio. Ramén confiaba mantener a la pequefia moviéndose. El no estaba en mejores condi- ciones; cada paso era un tormento. Se sentia mal por su hermanita. ‘Cémo podian estar sufriendo tanto si estaban en un suefio mé- gico? Subir por la colina fue una hazafia. Se re- costaron el uno contra el otro sin decir nada. —Aillé esté —Ramén sefialé el lugar unos pocos pasos més arriba. Se adelant6 un poco hasta llegar a la entrada de una especie de gruta, bastante pequefia—. Tendré que alo- jammos esta noche. Elvia lo alcanz6. —Fste lugar es miedoso —dijo y pasé su cuerpo por la abertura. —Es mejor que estar alld afuera. Voy a conseguir unas hojas pa’ hacer una cama. Pero primero, tengo que descansar un poco. Elvia sollozaba. —iY siesta es la casa del gato feroz? Segu- To que nos mata. —Usté no es ninguna ayuda. Nos esté asustando mas de lo que estamos. Vamos a quedarnos aqu{ mismito y dormiremos pa’ que mafiana podamos encontrar una salida al mundo real. Una réfaga de luz iluminé la entrada y un aterrador trueno los call6. Los relémpagos iluminaron la tierra. La tormenta estaba to- davia lejos, pero Ramén sabia que pronto los alcanzaria. Elvia lo empujé. —Usté trajo la tormenta, Por qué tenia que mencionar las palabras lluvia y truenos? Seguro que también trae al horrible gato y a toda clase de animales. Mamé siempre deja que me quede con ella y con papé cuando el cielo truena. ; Ramén no comenté. El tenfa sus propias preocupaciones. ‘Habrfa alguna salida de la encrucijada en la que se encontraban? iSe estarfa engafiando? Tal vez, pero tenfa que hacer algo. —Mejor voy a conseguir las hojas antes de que empiece a lover —recogié las que pudo y las desparrams sobre el piso. Los rayos estallaron con furia, seguidos de truenos y de un torrentoso aguacero que nunca habfan presenciado. Se abrazaron y es- peraron Ilenos de pénico. Ramén crefa morit. —Ojalé tuviera mi pafiolén. Tengo mu- cho frio. El pequerio cuerpo de la nifia temblaba sin parar. —Mire ese arbol allé, (Sf ve las llamas? Elvia se agarr6 del cuello de Ramén con todas sus fuerzas. —Me esté ahorcando. {Quiere estrangu- larme? Suélteme. Ramén se las arregl6 para zafarse de los dedos que se aferraban a su cuello como si fueran de hierro. —Pronto pasard la tormenta. Seguro que un rayo le cayé al drbol. No hay por qué preo- cuparse; la Hluvia apagaré el fuego. Elvia se recosté contra la espalda de Ra- mén. —Siquiera estamos aqui. Nos hubiéramos ahogado allé afuera o los rayos nos... Mejor no digo nada. No quiero atraer més tormen- tas. —Le dije que este era un buen lugar para pasar la noche. Tan pronto pase el estruen- do y Ia Iluvia, podremos dormir, Lo necesi- tamos. Se sentaron sobre las hojas, mirando hacia fuera, esperando la calma después de la tor- menta. Pero esta no parecfa llegar. Se arruma- on, los ojos fijos en el diluvio que vefan caer afuera, sin decir una palabra. Después de un largo rato, Ram6n dijo: —Parece que est pasando. Elvia, lavémo- nos los pies. Eso nos aliviaré y nos hard sentir bien. —IY los rayos? —Pos ya no se oyen. Venga conmigo. Se quitaron las alpargatas y dieron unos pasos hacia fuera. El agua los alivié. Ramén. metié los pies en un pozo de agua llovida que se haba formado cerca de la entrada a la cueva. —Tengo ampollas por todas partes. Elvia tomé agua entre las manos y la de- rram6 sobre los pies y las piernas. —Se siente de lo més bien. Ojala pudiéra- mos dormir con los pies entre el agua. —Mejor entremos. Esté haciendo frio y no queremos que... Un rugido superlativo hizo que Ramén se quedara mudo. Casi no podia respirar. De pronto reaccion6, empujé a su hermana hacia adentro y la siguio. —iQué fue eso? —murmuré Elvia—. (Fue- ron truenos? —No sé. Ramén sabia que no eran truenos. Era el sonido de un animal feroz, pero no tenfa ob- jeto asustar mas a su hermanita. Otro rugido hizo que todo temblara. Elvia se movié hacia atrés. —Ese ruido no me gusta. iNo dijo que ya habfa pasado la tormenta? JQué es ese es- truendo? —Ya le dije que no sé. Hay toda clase de sonidos en el campo abierto y en las monta- fias. Quédese quieta. Pronto pasard. Ramén rezaba para que la bestia que los habfa asustado se fuera. (Seria el inmenso gato? iO tal vez un animal prehistérico de los que recorrian la tierra en tiempos leja- nos? Los mayores del pueblo alguna vez le comentaron sobre estas bestias. Después de todo, ély Elvia estaban viviendo en el pasado. Se sentaron muy juntos, como lo habfan estado haciendo desde que empez6 la increi- ble aventura que vivian. La oscuridad lo cu- bria todo. Ramén nunca habia presenciado negrura igual. —Es bueno que la entrada a la cueva sea tan pequefia. Ramén agudiz6 el ofdo. No oyé nada. Rei- naba el silencio, —iPor qué es bueno? —Solo nifios como nosotros cabemos por abi Eso esperaba —Me est asustando. iCree que alguien trate de entrar? El muchacho que casi nos mata a flecha- 208 nos busca. Debemos tener cuidado. Creo que aqui estamos fuera de p dormir en paz. Seguro que m: ‘mos una salida a nuestro propio mundo. Unos ojos que brillaban, como si de ellos salieran llamas, los miraban desde la entrada a la cueva. Esta vez, Ram6n estaba seguro de que morirfan, si no por el posible ataque del animal, de puro terror. —Elvia, muévase hacia atras. No hubo respuesta, Sinti6 que la mano de su hermana lo soltaba y el cuerpo se deslizaba junto a él ‘0 y podemos fiana encontra- —iElvia, Elvia, se desmay6? Hable, por favor. Un ruido ain més espantoso que los an- teriores llené el pequefio recinto. Ramén se cubri6 los ofdos con las manos, incapaz de resistir més el estrepitoso y aterrador sonido. Un tayo iluminé la cara del animal que mostraba impresionantes dientes afilados y tuna boca inmensa, abierta, lista a devorarlos. Ramén sintié que se iba para atrés en el mo- mento que otro rugido le entraba al cerebro. Perdidos entre animales salvajes = Ree Ramén, despiértese. —iQue? Ramén se quedé mirando a su hermana y se acord6. —iDénde esté el animal? Yo lo vi y era fe- roz. Me debi desmayar. Era inmenso y tenfa unos dientes grandotes. —Yo no lo vi. iEstaba dormida? iVolvié el gato horrible? Ramon se sent6. —No sé si fue el mismo. Yo creo que era un le6n o un tigre. Solo le vi la cabeza y los ojos que echaban fuego y nos miraba como si nos fuera a devorar. Cref que era el final de nuestra vida, Cuando usté lo vio, se desmayé. 66 —No me acuerdo —Elvia miré hacia afuera con aprehensién—. Es de dfa. Mire, ya sali6 el sol. —Dormimos un pocotén de tiempo. Voy a ver c6mo esti todo afuera. Ramén caminé despacio hacia la entrada y se asomé con cautela. No veo ningiin animal. Ya no Ilueve y parece que esté haciendo un dia muy lindo. Elvia lo siguié y le echo una mirada répida al nuevo amanecet —iVamos a caminar todo el dia? Mis pies estan llenitos de cortadas y ampollas, aunque ya casi no me duelen. Tengo hambre y estoy cansada, Mejor volvamos al pueblo de los in- dio: —Todavia no. Hemos tenido que pasar por tantos sustos, dolores y problemas pa’ huir de ese lugar que Raman no terminé de poner en palabras sus temores, se sent6, puso la cabeza entre las nianos y medité sobre la situacién, —Hemos debido encontrar una aldea 0 tuna persona que nos ayude a salir de este ho- rrible lugar. Creo que alguien nos tiene bajo su dominio y no nos quiere soltar. Elvia se qued6 mirando, como si esperara que le dijera quién no los queria soltar. {Qué vamos a hacer si no encontramos a nadie y no podemos regresar al pueblo de los indios? ce | —Debemos tratar una vez mas de regresar a casa. Si hoy no encontramos quien nos ayu- de, pos volvemos a la aldea indigena. Creo que puedo encontrar el camino. Ramén no sabia cmo devolver sus pasos, pero no queria producirle més ansiedad a su hermana. —Aquf esté el desayuno. Ramén sacé de entre su ropa un par de mazorcas. —Puede que por ahf encontremos mis de comer, pero esto es todo por ahora. Elvia acept6 la mazorca con gusto, la pelé y enterré los dientes en los granos tiernos y jugosos. —Me estoy acostumbrando a comer toda clase de alimentos: mazacotudos, crudos y ex- trafios. Apenas terminaron de comer, Ramén se acercé a la entrada y se asomé. —Todo estd en calma, el sol brilla sobre la naturaleza y seguro que todo nos saldré bien. Ya vera. Vamos. —Ramién, tengo miedo, Parece que cada vez que planeamos ir a alguna parte, algo malo nos pasa. (Por qué no podremos salir de este suefio y despertar en nuestra casa? —No lo sé, pero no podemos quedarnos aqui pa’ siempre. No creo que uno se muera en una pesadilla, pero en la realidad uno ne. cesita comida, agua y muchas otras cosas. 67 —Y un papa y una mama —afiadié El- via—. Necesito que me cuiden, que me den de comer, que me den medicinas cuando es- toy enferma y que me abracen cuando tengo miedo. Un torrente de légrimas corrfa por las me- jillas de la pequefia. Ram6n no pudo més que hacer lo mismo. Se limpié la cara y recogié las alpargatas, ya en pedazos, y agaché la cabeza para salir por la estrecha apertura. —Apurémosle que el camino puede ser largo. Elvia no dijo nada y siguié a su hermano hacia lo desconocido. Bajaron la colina despacio, hacia el sende- ro que habjan recorrido el dia anterior, pero en direcci6n contraria. —Tiene que haber algo o alguien al final de este camino. Ramén rez6 con todo fervor para que en- contraran quién los ayudara. * Elvia se detuvo. —Tengo mucha sed. Quiero un sorbo de agua. —Llovié mucho anoche. Seguro que en- contramos por ahfalgéin pozo de agua limpia. Buscaron, pero no encontraron nada. Con- tinuaron caminando, con la atencién fija en encontrar el Ifquido que anhelaban. —Mire, esta roca tiene una hendedura en la mitad y esté lena de agua. Elvia, beba. La nifia se acerc6 y bebi6 hasta quedar sin resuello —Déjeme un poco que yo también me muero de sed. Bebieron hasta que se sintieron satisfe- chos. De alguna manera, el agua no parecfa disminuit. Se miraron y, sin pronunciar una palabra, dijeron con los ojos: ; —Mejor no preguntar pues no hay res- puesta. El sol calent6 sus cuerpos helados. Las ma- zorcas y el agua que bebieron les dio la forta- leza suficiente para continuar la jornada. Los pies parecian haberse acostumbrado al abuso que se les daba o el agua llovida habia curado las cortadas y ampollas, pues ya no les dolfan. Ramén no comenté nada al respecto y Elvia no parecia haberse dado cuenta. De pronto, Ramén separé unas ramas al lado del camino, y se encontré con el més in- cretble espectéculo. —Elvia, mire esa cantidad de animales. INo le parecen hermosos? —IQué clase de animales? —Elvia atisbé por encima del hombro de su hermano—. ‘Se ven feroces? {Nos pueden ver? —No desde donde estamos. Ramén, cautivado por la escena, no se movi6. El sendero terminé en una gran prade- ra donde retozaban toda clase de animales salvajes. Habfa leones, tigres, pumas, grandes péjaros y criaturas de todos los tamafios que ellos nunca habfan visto. Por un largo rato, se quedaron quietos, como hipnotizados. Era como estar: viendo tuna de las peliculas que de vez en cuando lle- gaban al pueblo vecino. Ramén habfa ido dos veces con su pap y en una de las pelfculas vio algunos animales salvajes. —iQué vamos a hacer ahora? —pregunt Elvia, sacudiendo la cabeza como si quisiera asegurarse de que lo que estaban viendo no era un espejismo. Ramén se pasé la mano por el cabello. —Me sigue haciendo preguntas como si su- piera. Sé lo mismo que usté. Podemos caminar detras de los arbustos hasta que encontremos otro camino que nos saque a alguna parte. —Le pregunté qué vamos a hacer porque usté es mayor y puede pensar més mejor. Ramén no coment6. —iFstarén realmente esos animales ahf 0 estamos sofiando? {Cémo caben tantos en esa pradera? —Se dio un golpe en la frente, tra- tando de asegurarse de que estaba despierto, —iNo tiene miedo? Yo sf tengo mucho, mucho miedo, —Elvia se devolvi6 un par de pasos—. Seguro que el gato feroz que vimos ayer y el horrible animal que se asomé a la cueva estén all. —Es posible que estén. No sé por qué no estoy muy asustado. Es que no parecen reales, nada parece real. Sigamos caminando detrés de los arbustos pa’ que no nos vean, asf{noso- tros los veamos. Se movieron con dificultad por entre la maleza en espera de encontrar pronto una sa- lida. No tenfan otra alternativa, puesto que no podian atravesar por entre el campo don- de se encontraban las bestias. —Eso parece ser un rio. Ramén sefial6 hacia un hermoso caudal de agua, tan clara que los pescados se vefan menearse de un lado al otro. —Todo esto es una locura. —Claro que lo es —dijo Elvia—. iLuego ‘no estamos en un encantamiento 0 algo asi? Continuaron moviéndose muy despacio, pues tenfan que abrirse camino con las ma- nos. La maleza y los arbustos se espesaban en- tre mds caminaban. Elvia se detuvo y se dejé caer. —No vamos a llegar a ningtin lado. Mejor serd que nos sentemos aqui y. —iQué voy a hacer con usté? —inte- rrumpié Ramén—. Ya es suficiente el que nos encontremos en un mundo encantado para también vérmelas con una hermana Ilorona y dificil. —iRamén, mire! iNo se mueva! Hay una ulebra grandisima detras de usté. Elvia se puso de pie, se encaramé sobre un arbusto y salt6 al otto lado. Ramén, horrorizado, vio c6mo la serpiente 2B

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