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Tema 1.: VisióN General de La EvolucióN Del Concepto de IdeologíA Y Su RelacióN Con La UtopíA IntroduccióN
Tema 1.: VisióN General de La EvolucióN Del Concepto de IdeologíA Y Su RelacióN Con La UtopíA IntroduccióN
INTRODUCCIÓN
En general Ricoeur discute la ideología y la utopía no como fenómenos sino como
conceptos. Por ejemplo, Ricoeur manifiesta que no le interesa saber si Marx fue
históricamente exacto acerca del papel de la industria a comienzos del capitalismo,
su centro de interés es la estructura epistemológica de la obra de Marx. En Weber lo
examina no tanto atendiendo a su contenido sociológico sino atendiendo a su marco
conceptual.
LAS CONFERENCIAS
Ricoeur comienza su análisis de la ideología con una discusión sobre Marx. No
comienza tratando inmediatamente el concetpo de ideología de Marx sino que
dedica 3 de las 5 conferencias a examinar la evolución que en Marx llevó el
concepto. Cuando queda bien definida la base conceptual, trata el concepto mismo
de ideología en Marx. Para Ricouer esta construcción del marco conceptual de Marx,
es la mejor base para analizar luego el concepto de ideología en Marx.
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Ricoeur cita a Marx para mostrar cómo la ideología es lo imaginario, cómo son los
“reflejos” y “ecos” del proceso real de la vida. Para Marx la ideología es
deformación. A partir de esta idea se desarrolla el resto de conferencias. El
concepto de ideología de Marx entendida como deformación define la ideología en
un plan superficial; las restantes conferencias ponen de manifiesto la significación
del concepto en planos progresivamente profundos. Para Ricoeur el problema de la
ideología es, no una decisión entre lo falso y lo verdadero, sino una deliberación
sobre la relación entre representación y praxis. La deformación es la caracterización
propia de la ideología cuando las representaciones pretenden autonomía, pero el
concepto de ideología está predicado más básicamente en cuanto a ser simplemente
representación. De manera que la deformación es uno de los niveles dentro de este
modelo y no, como en Marx, el modelo de la ideología misma. Ricoeur se pronuncia
frente a Marx y en favor de que la relación entre representación y práctica es una
relación de conjunción (no de oposición), al afirmar que la representación es tan
básica que constituye una dimensión constitutiva de la esfera de la praxis. La
conjunción de ideología y praxis redefinirá nuestra concepción de ambos conceptos.
La base del análisis está en la interpretación de la ideología que hace Marx, es decir
como deformación, a saber, el contraste entre las cosas tales como aparecen en las
ideas y como realmente son, entre representación y praxis. Antes Ricoeur debe
examinar una interpretación más reciente que todavía considera la ideología como
deformación, pero esta vez opuesta, no a la realidad, sino a la ciencia. Ricoeur esta
perspectiva en el marxismo tardía, especialmente en el marxismo estructuralista de
Louis Althusser.
Para Ricoeur la obra de Althusser contiene las consecuencias más radicales de los
cambios producidos en la concepción de la ideología desde Marx hasta el marxismo
ortodoxo. Resume estos cambios en tres puntos:
2) Esta ciencia sostiene que la realidad funciona sobre la base de fuerzas anónimas,
impersonales; avalar el papel de los seres humanos es en sí mismo ideológico.
3) La ciencia marxista afirma que existe una relación causal entre la base o
infraestructura (fuerzas anónimas) y la superestructura (cultura, arte, religión). Esta
superestructura es ideológica. Althusser mejora el modelo de sus predecesores al
declarar que la infraestructura tiene una “efectividad” causal sobre la
superestructura, pero que la superestructura tiene a la vez la capacidad de reaccionar
contra la infraestructura. Un acontecimiento no es el producto solamente de la base,
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sino que está afectado también por elementos superestructurales y por lo tanto está
“sobredeterminado”.
El valor que tiene Mannheim para el proyecto de Ricoeur reside tanto en sus
fracasos como en sus éxitos. Una de las verdaderas realizaciones de Mannheim es
el hecho de ampliar el concepto de ideología hata el punto de abarcar hasta la
ideología que la afirma. Ricoeur: “Llamar a algo ideológico nunca es formular
meramente un juicio teórico, sino que antes bien implica cierta práctica y una
concepción de la realidad que esta práctica nos da”. Toda perspectiva expresada es
en cierto sentido ideológica. Esta circularidad de la ideología constituye la paradoja
de Mannheim, algo de lo que procuró escapar pretendiendo que un punto de vista
evaluativo podía alcanzarse mediante la comprensión de las correlaciones que obran
en la historia.
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contraponerla a la oposición entre ideología y ciencia y también para indicar el
camino que, según él piensa, debe tomar la teoría social.
“Lo que debemos pensar es que el juicio seobre la ideología es siempre un juicio
procedente de la utopía. Esta es mi convicción: la única manera de salir de la
circularidad en que nos sumen las ideologías consiste en asumir una utopía,
declararla y juzgar una ideología sobre esta base. Como el espectador absoluto es
imposible, luego el que toma la responsabilidad del juicio es alguien que se encuentra
dentro del proceso mismo… En definitiva, en la medida en que la correlación
ideología-utopía reemplaza la imposible correlación ideología-ciencia se podrá
encontrar cierta solución al problema del juicio, una solución… ella misma congruente
con la afirmación de que no existe ningún punto de vista del juego. Si no puede existe
ningún espectador trascendente, luego lo que debe asumirse es un concepto
práctico.”
El marxismo hace hincapié en que las ideas rectoras de una época son las de la
clase gobernante. Ricoeur sostiene que ese dominio no puede entenderse como una
relación causal de fuerzas económicas y de ideas sino que sólo se puede entender
como una relación de motivación. Aquí la ideología alcanza lo que para Ricoeur es su
segundo nivel; la ideología pasa de funcionar como deformación a funcionar como
legitimación. En algún sentido todo orden social procura el asentimiento de
aquellos a quienes gobierna y ese asentimiento el lo que legitima el gobierno de
éste. Intervienen dos factores:
Habermas también rescata la posibilidad de una ciencia que evite la falsa oposición
con la ideología. Habermas habla de tres ciencias: ciencia instrumental, ciencia
histórica hermenéutica y ciencia social crítica. Pone el acento en la tercera y declara
que el psicoanálisis es su modelo. Weber señaló que la brecha entre pretensión y
creencia en materia de legitimidad política, pero la fuerza de análisis de Habermas
está en reconocer que esa brecha es el producto de relaciones deformadas y que
salvar la brecha es un resultado posible únicamente al término de un proceso de
crítica.
1) El teórico crítico no puede estar fuera o por encima del proceso social.
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2) La única posibilidad de juicio es la que contrasta ideología y utopía, pues
únicamente sobre la base de una utopía (el punto de vista ideal) podemos formular la
crítica.
Ricoeur cita una segunda idea que tiene conexión con el análisis de Geertz: la
ideología puede compararse ventajosamente con los recursos retóricos de discurso.
Como vimos Ricoeur se vale del modelo de motivación de Weber para considerar
cómo los intereses de la clase gobernante pueden transformarse en ideas rectoras de
la sociedad. La relación entre intereses e ideas es de motivación, no es una relación
causal. En Geertz el acento no se pone sobre los motivos mismos sino en cómo los
motivos llegan a ser expresados en signos. Hay necesidad de analizar “cómo los
símbolos simbolizan, cómo funcionan para ser mediadores de significaciones”.
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Para Mannheim la ideología y la utopía son incongruentes con la realidad, sólo que
la ideología legitima el orden existente en tanto que la utopía lo demuele. Ricouer
critica a Mannheim porque considera la utopía ante todo incongruente en lugar de
considerarla demoledora. Mannheim ve en el período moderno la disolución de la
utopía, el fin de la incongruencia, ve un mundo que ya no está en gestación.
Mannheim parece obligado a seguir un camino en el que define la realidad en una
perspectiva científica, aun cuando ésta no sea positivista. En lugar de desarrollar un
modelo fundado en la tensión entre ideología y utopía, su modelo opone primero la
ideología y luego la utopía a una realidad determinada por criterios racionalistas y
cientíicos: la ideología y la utopía son incongruente con la realidad, se apartan de
ella. Por no incluir ensu análisis la estructura simbólica de la vida, no puede
incorporar en su modelo los rasgos permanentes y positivos de la ideiología o de la
utopía.
Ricoeur está particularmente interesado en la manera en que las utopías, aun las más
racionalestas, procuran vovler a introducir el impulso emocional que se encuentra
típicamente en el movimiento “milenario” (o mesiánico), forma de utopía descrita
por Mannheim. El problema consiste en saber cómo “apasionar a la sociedad”, en
conmoverla y en motivarla. A veces, la solución está, como en el caso de Saint-Simon,
en asignar preminencia al papel de la imaginación artística. Otra respuesta es apelar
“al educador artístico”. Este papel consiste en un papel del espíritu creador que
inicia en la sociedad “una reacción en cadena”. Saint-Simon, por ejemplo, pensaba
que él mismo desempeñaba esa parte. Sobre la base de las discusiones acerca de
Saint-Simon y Fourier, Ricoeur se plantea la cuestión de saber si “todas las utopías
no son en cierto sentido religiones secularizadas que se apoyan también siempre en
la pretensión de que fundaron una nueva religión”.
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completamente irrealizable. Aquí la utopía elimina todas las cuestiones sobre el paso
del presente a un futuro utópico. Además, la utopía es evasiva no solo en cuanto a
los medios de su realización, sino también en cuanto a los fines que deban
alcanzarse. En una utopía no hay conflicto de metas. Todos los fines son compatibles.
Ricoeur llama a este aspecto patológico de la utopía “la magia del pensamiento”.
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Afirmar que la acción está dada por mediación simbólica parece dejar a los seres
humanos cogidos en un círculo inexorable fatalmente determinado por nuestra
cultura, nuestral clase, étnica, etc. Sin embargo, Ricoeur cree que aún es posible un
momento crítico. Comenzamos en una cultura, clase, pero no estamos
completamente, determinados por esos factores, sino que estamos envueltos en
una dialéctica de comprensión y explicación.
Ricoeur identifica la tensión que hay como la más importante dialéctica, la más
oculta, la dialéctica que impera entre la experiencia de pertenencia en general y el
poder de distanciamiento que nos abre el espacio al pensamiento especulativo.
Esta dialéctica está en el corazón del proceso interpretativo. “La interpretación es un
modo de discurso que opera en la intersección de dos dominios, el metafórico y el
especulativo”.
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Ricoeur declara que la hemenéutica no está simplemente del lado de la razón
práctica porque procura ir más allá de la oposición misma entre lo “teórico” y lo
“práctico”. “La hermenéutica aspira en cambio a genera una crisis en el concepto
mismo de lo teórico como está expresado por el principio de conexión y unidad de la
experiencia”. El esfuerzo de la razón práctica consiste en distinguir objetivación y
alienación. Por eso la tarea de la razón práctica es reestablecer un equilibrio entre el
momento metafórico y el momento especulativo, entre el impulso originario cargado
de valor y la respuesta ordenadora que obre en la vida social. Porque la acción está
dada por mediación simbólica, la ideología no puede evitarse, pero aquel esfuerzo
consiste en promover la ideología en su nivel de integración, no de deformación.
“Por un lado, la imaginación puede funcionar para preservar un orden. En ese caso
la función de la imaginación consiste en producir un proceso de identificación que
refleja el orden. Aquí la imaginación tiene la apariencia de un cuadro. Por otro lado,
la imaginación puede tener una función destructora; puede obrar como agente
demoledor. En este caso su imagen es productiva. La ideología representa la primera
clase de imaginación que tiene la función de preservar, de conservar. La utopía, en
cambio, representa la segunda clase de imaginación que es siempre una mirada
procedente de ninguna parte”.
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Nos ocuparemos del aspecto productivo o utópico de la imaginación. La condición
utópica de la imaginación nos lleva de los constituido a lo constituyente. La nueva
perspectiva que abre este aspecto utópico tiene dos efectos que no pueden
separarse; esta nueva perspectiva ofrece un ventajoso punto de vista para percibir lo
ya dado, lo ya constituido y ofrece nuevas posibilidades más allá de lo dado. La
utopía es la visión de “ninguna parte”, de un lugar que no existe (que es la
significación literal de la palabra) y asegura que ya no damos por descontada nuestra
realiad presente. La utopía tiene un papel constitutivo al ayudarnos a repensar la
naturaleza de nuestra vida social. La utopía es “la manera en que tornamos a
pensar radicalmente” la naturaleza de la familia, del consumo, de la autoridad, de
la religión, etc. Es “la fantasía de una sociedad alternativa y su exteriorización “en
ningún lugar”. La utopía obra no sólo para desreificar nuestras relaciones presentes,
sino también para señalar aquellas posibilidades que podrían ser las nuestras.
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modificar la realidad confiere mayor fuerza a la argumentación de las conferencias.
La utopía no es sencillamente un sueño, sino que es un sueño que aspira a
realizarse. No podemos decir que es sólo una manera de interpretar el mundo y no
de cambiarlo (Marx sobre Feuerbach). El modelo que coloca la ideología en oposición
a la realidad es inadecuado porque desde el comienzo la realidad está
simbólicamente determinada. Análogamente, un modelo que coloca la utopía en
oposición a la realidad es inadecuado porque la realidad no es algo dado, sino que es
un proceso.
La realidad está siempre cogida en el flujo del tiempo, en el proceso de cambio que
la utopía intenta promover. La yuxtaposición de comprensión y explicación cobra
una dimensión temporal. La naturaleza poética de la realidad recibe su
caracterización más enfática The Rule of Metaphor. La capacidad poética, la
capacidad de crear y modificar, es una característica fundamental de la realidad en
general y de la condición humana en particular.
Ricoeur pone énfasis en lo real como acto, y menciona que la naturaleza misma de la
verdad ya no puede darse por descontada. La naturaleza de la verdad es puesta en
tela de juicio tanto por la dimensión temporal como por la dimensión simbólica de
la existencia humana. A causa de que la vida humana está simbólicamente
determinada, todo concepto de lo real es interpretativo. No podemos separar lo
real de nuestra interpretación; la naturaleza misma de lo real conserva una
condición metafórica. La metáfora también opera en la dimensión temporal porque
“la referencia de la enunciación metafórica hace entrar en juego el ser como
actualidad y como potencialidad” En el plano social, la utopía asume el papel de la
potencialidad.
Ricoeur dice que la tarea consiste en “llegar al punto de metaforizar el mismo verbo
ser y en reconocer en ser como el elemento correlativo de ver como en lo cual se
resume el trabajo de la metáfora”. Lo que entendemos como lo real es algo que está
simbólicamente dado desde el comienzo, de modo que lo real está también
siempre en proceso. Por eso Ricoeur dice “lo real es todo aquello ya prefigurado que
está también transfigurado”. La línea divisoria entre invención y descubrimiento ya
no puede mantenerse. Es vano… preguntase si lo universal que, según Aristóteles,
“enseña” la poesía existía ya antes de que fuera inventado. Se lo encuentra como
inventado”.
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“La interpretación es.. un modo de discurso que funciona en las intersecciones de los
dominios, el metafórico y el especulativo. Se trata, por lo tanto, de un discurso
compuesto que como tal no puede dejar de sentir la opuesta atracción de dos
demandas rivales. Por un lado, la interpretación busca la claridad del concepto; por
otro, espera preservar el dinamismo de significación que el concepto sujeta y
restringe.”
CONFERENCIA INTRODUCTORIA
En estas conferencias examino los conceptos de ideología y utopía, dentro del mismo
marco conceptual. El análisis de su polaridad se inició con Karl Mannheim (Ideology
and Utopy, 1929), quien trató de situarlos en un mismo marco común, considerando
ambos fenómenos como actitudes de desvío respecto de la realidad. Desde
Mannheim, la atención a estos fenómenos se concentró principalmente en la ideología
o en la utopía, pero no en ambos juntos. Por un lado, existe una crítica de la ideología
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entre los sociólogos marxistas y posmarxistas, y frente a ella existe una historia y una
sociología de la utopía.
(I) ambos son ambiguos, pues cada uno de ellos tiene un aspecto positivo y otro
negativo, un papel constructivo y otro destructivo, una dimensión constitutiva y otra
patológica;
1. LA IDEOLOGÍA
Centrándonos en la IDEOLOGÍA, inicialmente el término derivó de una escuela de
pensamiento francesa del s. XVIIl, los ideologues, defensora de una teoría de las ideas,
según la cual la filosofía tiene que ver no con las cosas ni con la realidad, sino con las
ideas; esta escuela es la que atribuyó el sentido despectivo a la palabra ideo-logia,
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pues como opositores del imperio francés napoleónico sus miembros fueron tratados
de idiologues.
En una primera fase del concepto marxista de ideología, para Marx la ideología se
opone a la realidad, a la realidad como praxis. La gente hace cosas y luego imagina que
las hace, en una especie de esfera nebulosa; por tanto, primero existe una realidad
social en la que la gente lucha por ganarse su sustento, que es la realidad real, la
praxis, y sólo luego dicha realidad es representada en el cielo de las ideas, donde se la
representa falsamente como poseedora de una significación autónoma, como si
tuviera sentido sobre la base de cosas que pueden ser pensadas y no sólo sobre las
cosas hechas o vividas. Por ello, Marx postula un modelo materialista, porque insiste
en que la materialidad de la praxis es anterior a la idealidad de las ideas. Su crítica de
la ideología se basa en la idea de que la filosofía invirtió la sucesión verdadera de las
cosas, y lo que se debe hacer es poner de nuevo las cosas en su orden real; para ello, la
tarea es invertir la inversión.
La segunda fase del concepto marxista de ideología aparece junto con el desarrollo
teórico del marxismo ortodoxo, y se presenta en El capital y en la obra de Engels.
Ahora la ideología se opone a la ciencia, en tanto cuerpo de conocimientos, y, por
tanto, comprende tanto la religión como la filosofía del idealismo alemán, así como
todo enfoque precientífico de la vida social. En este punto, el concepto de ideología
abarca el de utopía; todas las utopías, y especialmente las utopías socialistas del s. XIX,
son tratadas por el marxismo como ideologías (Engels opone radicalmente el
socialismo científico al socialismo utópico); para un marxista, una utopía es ideológica
por su oposición a la ciencia, es decir, en que no es científica, en que es precientífica y
hasta anticientífica.
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que su crítica sociológica ofrece en la sociedad tiene paralelos con lo que
realiza el psicoanálisis en el individuo.
Un modo de abordar esta paradoja es poniendo en tela de juicio sus premisas, como es
el contraste entre ideología y ciencia; por ello, me pregunto si no debemos dejar a un
lado el concepto de ideología opuesto a la ciencia y volver al concepto originario de
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ideología como opuesta a la praxis. Esta será mi línea de análisis para establecer que
la oposición ideología-ciencia es secundaria frente a la oposición ideología-praxis,
entre ideología y vida social real. Además, esta relación ideología-praxis también debe
ser reformulada, pues en ella lo más importante no es la oposición, ni la deformación
de la praxis por la ideología, sino la conexión interna entre los dos términos. Si la
realidad social no tuviera ya una dimensión simbólica y, por tanto, si la ideología fuera
meramente deformadora y disimuladora, el proceso de deformación no podría
iniciarse. Sólo porque la estructura de la vida social humana es ya simbólica, puede
deformarse; si no fuera simbólica desde el comienzo, no podría ser deformada.
¿Qué clase de función puede preceder a la deformación? Sobre ello, destaca el ensayo
de Geertz La ideología como sistema cultural (en La interpretación de las culturas,
1973). Geertz sostiene que los sociólogos marxistas y no marxistas tienen en común el
hecho de prestar atención sólo a los factores determinantes de la ideología, es decir, a
lo que la causa y promueve, pero no se preguntan cómo opera una ideología, ni cómo
un interés social pueda ser expresado en un pensamiento o en una concepción de la
vida. Para Geertz, el problema que obviaron marxistas y no marxistas fue descifrar la
alquimia que transforma un interés en una idea. Geertz intenta abordar este
problema introduciendo el marco conceptual de retórica en la sociología de la cultura
(o del conocimiento), que en su opinión carece de una apreciación significativa de la
retórica, de las figuras, es decir, de los elementos de estilo (metáforas, analogías,
ironías, ambigüedades, paradojas, hipérboles), que obran en la sociedad tanto como
en los escritos literarios. Geertz pretende transferir algunos puntos de vista de la crítica
literaria a la sociología de la cultura; sólo prestando atención al proceso cultural de la
formulación simbólica podemos evitar la caracterización despectiva de la ideología
considerada como “parcialidad, ultrasimplificación, lenguaje emotivo y adaptación a
los prejuicios públicos”. La ceguera de marxistas y no marxistas es una ceguera que
Geertz llama acción simbólica, concepto que enfatiza la descripción de los procesos
sociales más mediante tropos (figuras estilísticas) que mediante rótulos. Geertz
advierte con acierto que si no dominamos la retórica del discurso público, no podemos
articular el poder expresivo y la fuerza retórica de los símbolos sociales.
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El análisis de Weber del problema de la autoridad parte del concepto de Herrschaf,
(autoridad, dominación). En un grupo, el cuerpo gobernante tiene el poder de imponer
el orden mediante la fuerza, algo que Weber considera como el atributo esencial del
Estado. La ideología entra en juego porque ningún sistema de liderazgo gobierna sólo
mediante la fuerza, sino también mediante nuestro consentimiento y cooperación;
todo sistema de liderazgo desea que su gobierno descanse no sólo en la dominación,
sino también que su poder esté garantizado una autoridad legítima. Por tanto, el papel
de la ideología es legitimar la autoridad; si bien la ideología sirve para asegurar la
integración, lo hace justificando el sistema de autoridad. Según Weber, el papel de la
ideología como fuerza legitimante persiste porque no existe ningún sistema de
legitimidad absolutamente racional, ni aún los que afirman haber roto tanto con la
autoridad de la tradición como con la de todo líder carismático. Por tanto, el análisis de
Weber sobre la legitimidad de la autoridad revela un tercer papel mediador de la
ideología: la función legitimante, que es el eslabón que conecta el concepto marxista
de ideología como deformación y el concepto integrador de ideología de Geertz.
2. LA UTOPÍA
Centrándonos en la UTOPÍA, parece que no hay transición alguna desde la ideología a
la utopía, pues los marxistas caracterizan la utopía como ideológica. Sin embargo,
esta reducción es atípica, pues cuando se consideran fenomenológicamente, es decir,
cuando se tiene en cuenta la significación de lo que se presenta, la ideología y la
utopía pertenecen a dos géneros semánticos distintos. Así, mientras que ningún autor
pretende que su obra sea una ideología, la utopía es un género declarado, y existen
obras que se llaman utopías. Tomás Moro (Utopía, 1516) acuñó la palabra utopía con
el significado de lugar que no existe, ninguna parte, ningún lugar. La utopía se sabe
utopía y pretende ser una utopía; es una obra personal e idiosincrásica; es la creación
distintiva de su autor.
Las utopías hablan de tantos temas divergentes, que resulta difícil encajarlos en un
marco común. Sobre la familia, algunas utopías legitiman el comercio sexual y otras la
vida monástica; sobre el consumo, unas propugnan el ascetismo y otras un estilo de
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vida suntuoso. No podemos definir las utopías por sus contenidos; por tanto, debemos
buscar la unidad temática de las utopías en su función. Para ello, sugiero que
partamos de la idea central de ningún lugar de la palabra utopía. Desde ese ningún
lugar extraterritorial, puede echarse una mirada al exterior, a nuestra realidad, que
súbitamente parece extraña y que ya no puede darse por descontada. Así, el campo de
lo posible queda abierto más allá de lo actual; es el campo de otras maneras posibles
de vivir. Gracias a ello, podemos decir que la imaginación, por su función utópica, tiene
un papel constitutivo al ayudarnos a repensar la naturaleza de nuestra vida social: a
través de la utopía repensamos lo que sea la familia, el consumo, la autoridad, la
religión…; la utopía introduce variaciones imaginativas a todas las instituciones
sociales. En base a ello, la utopía, como la función del ningún lugar en la constitución
de la acción social o simbólica, es la contrapartida del concepto de ideología como
integración: podemos decir que no hay integración social sin subversión social.
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PARTE I
IDEOLOGÍA
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TEMA 2.
EVOLUCIÓN DEL CONCEPTO DE IDEOLOGÍA EN
MARX
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consecuencia su propio contenido apropiado. Los primeros escritos de Marx pueden
considerarse como una progresiva reducción del Espíritu (geist) hegeliano mediante
el concepto feuerbachiano de ser de la especie al concepto de praxis propiamente
marxista. La ideología aparecerá como el mundo de sombras que la praxis expulsa de
su esfera y que al mismo tiempo genera desde su seno. Ésta es la dificultad del
concepto marxista de ideología: por un lado, la ideología queda excluida de la base
concreta de existencia, pero, por otro lado, la ideología es generada
ineluctablemente desde el seno de esa base.
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Debemos insistir en el vocabulario de este texto: “El hombre hace la religión”. Marx
ya tiene el modelo de una praxis que ha sido invertida. Sin embargo, si bien Marx
transfiere el problema desde la esfera de la representación a la esfera de la
producción, todavía la producción es una cuestión de “autoconciencia”, de
“conciencia del mundo”, de “autoestima”, nociones todas que implican un concepto
idealista de conciencia, un resto del Espíritu hegeliano. No obstante, en esta fase de
la obra de Marx la conciencia es el lugar apropiado porque es allí, dice Marx, donde
tiene lugar la producción, “la fantástica realización del ser humano”.
Marx dice: “La crítica de la religión desilusiona al hombre de modo que éste
pensará, obrará y modelará su realidad como hombre que ha perdido sus ilusiones
y ha reconquistado su razón, de suerte girará alrededor de sí mismo como su propio
sol verdadero”. La razón es todavía importante e invocarla es apelar al racionalismo,
por su lenguae es típicamente kantiano. La cita concluye así: “La religión es sólo el
sol ilusorio alrededor del cual gira el hombre mientras no llega a girar alrededor de
sí mismo”. La autoconsciencia humana es el centro de esta afirmación del ser
humano. A quí se expresa una antropología humanista. El concepto de ser humano
presentado aquí continúa siendo abstracto de una manera que será llamado
ideológico en La ideología alemana.
Este es pues el punto de partida de Marx que le ofrece Feuerbach. Marx recoge un
problema que no fue él el primero en identificar, pero entiende que su tarea
particular es la de extender esta crítica desde la religión al derecho y a la política.
Marx aplica esta idea de la “prolongación ideal” a las relaciones de los alemanes con
su historia. Es la misma estructura que Feuerbach aplicó al cristianismo en su relación
con el mundo occidental. El núcleo de la filosofía anacrónica de Alemania, dice Marx,
es la filosofía del Estado, la filosofía política, en particular la filosofía política de Hegel.
Esta filosofía política es la fuente que alimenta la “historia de sueños” de Alemania. Si
bien el vocabulario filosófico de Marx no es muy riguroso cuando equipara
expresiones tales como “mitología”, “historia de sueños”, “imaginación” y
“prolongación ideal”, estas expresiones se refuerzan recíprocamente. Se las emplea
no por sus diferencias sino por su poder acumulativo.
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será el modelo del pensamiento ideológico, un movimiento que va desde la idea a la
realidad y no desde la realidad hacia la idea.
Marx llega a la conclusión de que la única crítica que puede modificar la realidad es
una crítica ejercitada, no mediante palabras e ideas, tal como la crítica realizada
por los hegelianos de izquierda que son pensadores especulativos, sino una crítica
que incluya la praxis concreta. Más particularmente, Marx afirma que esta crítica
práctica concreta, sólo se actualiza cuando está apoyada por una clase de la sociedad
que representa la universalidad. Aquí la dimensión de la universalidad es transferida
desde la esfera del pensamiento a una clase real, esa clase que es universal porque
no tiene nada y porque no tiene nada lo es todo. El primer concepto marxista del
proletariado se construye de esta manera.
Este concepto del proletariado es abstracto de una manera que para el Marx
maduro será ideológica. En este estadio, el proletariado es una construcción
abstracta; Marx reclama un lugar para las necesidades de la clase universal, lugar que
debe suceder al ocupado por el pensamiento universal. Marx dice: “Una revolución
radical sólo puede ser una revolución de las necesidades radicales cuyas
condiciones previas y cuyos lugares de nacimiento faltan”. Este concepto de
necesidad reemplaza al de pensamiento universal. La necesidad radical reemplaza al
pensamiento radical. Este énfasis nos lleva a l famoso desarrollo de una “clase con
cadenas radicales, una clase que está en la sociedad civil y que no es de la sociedad
civil, un patrimonio que es la disolución de todos los patrimonios, una esfera de la
sociedad que tiene un carácter universal.” Como podemos ver, el concepto es
fundamentalmente una construcción abstracta; no es en modo alguno una
descripción sociológica. A pesar de la afirmación de que el proletariado reemplaza al
pensamiento universal, el proletariado continúa siendo un concepto filosófico. Marx
termina esta introducción, vinculando la emancipación real de toda la sociedad, su
“posibilidad positiva” con una clase que sería una clase con cadenas radicales, una
clase “que no puede pretender a ningún título tradicional sino tan sólo pretende un
título humano...”. La idea abstracta de humanidad, tomada de Feuerbach, es el
continuo soporte antropológico de todo el análisis.
El método de Marx está muy cerca del que aplicó Feuerbach a la religión: es un
método reductivo, una reducción del mundo abstracto de la representación, del
pensamiento, a su base concreta, empírica; representa un vuelco de la
representación mística. La reducción es la inversión de una inversión, puesto que
procede tomando todas esas entidades que fueron falsamente proyectadas hacia
arriba (lo eterno, lo lógico, lo trascendente, lo divino) y reduciendo estas
proyecciones a su base inicial. El modelo es feuerbachiano, expresado en la lógica de
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Hegel. Mientras en la realidad la humanidad es el sujeto y lo divino es un predicado,
es decir, una proyección del pensamiento humano, la religión transforma este
predicado divino en un sujeto, en un Dios, y lo humano se convierte en un predicado
de este sujeto absoluto. El proceso reductivo transforma este falso sujeto en el
predicado del sujeto real. Y precisamente el problema que afronta el joven Marx es
saber quién es el sujeto real. Toda la obra del joven Marx es una pugna por el sujeto
real cuyo predicado se ha proyectado hacia arriba. La inversión llega a ser el método
general para disolver ilusiones. La tara de Marx consiste en: restablecer la primacía
de lo finito, de lo concreto, de lo real.
Marx no reconoció este carácter tan complejo de la idea en Hegel. Para Marx la
wirkliche Idee, la idea real, la idea verdadera, es proyectar algo a algún lugar que está
por encima de nosotros. En consecuencia dice Marx, las instituciones reales de la vida
humana real (la familia y la sociedad civil) se convierten en meros receptáculos o
apariencias de la idea, en encarnaciones de una realidad ajena que flota por encima
de ellas.
Marx toma el comentario de Hegel como una especie de texto poético, como algo
que debe ser traducido. Marx intenta hacer una reducción de la especulación. Pero
en esa época, no una reducción a la economía política, sino que lo es a la experiencia
ordinaria. La experiencia ordinaria nos dice que el Estado no es (como lo era para
Hegel) una encarnación de la “idea real”, sino que en realidad los ciudadanos viven
en Estados que tienen censura, tortura, etc. Por eso la objeción que hace Marx es
ésta:
“La realidad no está expresada como ella misma son que lo está como otra
realidad. La existencia empírica ordinaria no tiene su propio espíritu sino
que tiene un espíritu ajeno como su ley, en tanto que, por otro lado la Idea
real no tiene una realidad que desarrolle partiendo de sí misma sino que
tiene antes bien como existencia la existencia empírica ordinaria.”
En contraste con lo que solamente está pensado, Marx subraya lo que está
realmente allí.
25
supuestos del Estado; son los entes realmente activos; pero en la filosofía
especulativa esto está invertido”.
Empecemos con los manuscritos. Los mismos tampoco (como la Crítica) tratan
directamente el concepto de ideología. Tienen interés no porque describan el
concepto de ideología, sino por la elaboración del concepto opuesto, la elaboración
de lo que constituye la base concreta de la vida humana opuesta a la construcción
ideológica.
La afirmación de que el ser humano es la medida de todas las cosas (una afirmación
en favor de la autonomía y contra la heteronomía) es en definitiva la afirmación
central. Parece aquí que el concepto de conciencia es por su construcción abstracta
un concepto ateo. Cuando se coloca en contrate con la afirmación de autonomía
radical, la dependencia quizá sea la única verdad posible de la religión. Tan pronto
como sitúo la autonomía en la cumbre del sistema filosófico, la autonomía
seguramente se hace a sí misma divina. A causa de esta promoción de la autonomía
que hace Feuerbach, la heteronomía se convierte en el mal por excelencia. Por
consiguiente, todo lo que no sea autonomía es alienación. Para hablar como Marx.
Cómo una conciencia que se afirma a sí misma pueda perder su propio control,
pueda tener enajenado su control y segundo, cómo ese poder, una vez enajenado,
pueda vovler a recuperarse. Podría decir que aquí se da una historia mágica.
En los Manuscritos, Marx guarda una relación ambigua con Feuerbach. Esa
ambigüedad resulta especialmente aguda en el empleo que hace Marx del
concepto de ser humano. Hacer hincapié en este empleo nos dará la clave para
interpretar el texto de Marx. A veces Marx describe al ser humano como el individuo
viviente, pero al mismo tiempo conserva las propiedades que Feuerbach asigna al ser
26
humano, es decir, como portador universal de todas las cualidades concebibles y de
la representación ideal de éstas. Para Feuerbach, el ser humano como ser de la
especie es infinito, en tanto que los individuos son sólo sus expresiones finitas.
Feuerbach vacila entre un superidealismo concentrado en el ser humano y una forma
de materialismo filosófico. Por ejemplo, cuando Feuervach dice”el hombre es lo que
come”. El hombre como se de la especie es también lo real infinito. De manera que
en Feuerbach el ser humano es a veces un dios y a veces un ser vivo que come.
Al rechazar esta mezcla, los críticos que niegan la significación marxista última de los
Manuscritos tienen razón en este sentido; algo fundamentalmente hegeliano
gobierna todo el proceso de su pensamiento, es decir, el papel de la conciencia al
objetivarse y al negarse en su producto. Los seres humanos se producen como
objetos. Aquí reconocemos la operación de lo negativo en virtud de lo cual el Espíritu
hegeliano se diferencia, se objetiva a sí mismo y se produce como sí mismo. Este
proceso de objetivación y de negatividad eficiente habrá de convertirse cada vez
más en un proceso idéntico al proceso del trabajo. Podríamos decir que en la obra
del joven Marx se da cierta reciprocidad: así como Marx sostiene que la economía
funda las orientaciones de la filosofía, del mismo modo la metafísica alemana invade
la propia pintura que Marx hace del proceso económico.
27
Marx: El “Primer manuscrito”
¿Cómo podemos relacionar los Manuscritos con una investigación sobre la
ideología? El término ideología todavía no aparece en el texto. Igual los
Manuscristos son importantes en nuestra indagación por dos razones. Primero, el
tipo de realidad que ha de oponerse a la ideología se hace cada vez más específico.
La evocación ideológica de entidades abstractas trascendentes se diferencia ahora de
la condición de los individuos entendidos como seres que viven y obran en
situaciones sociales. Segundo, los Manuscritos ofrecen un marco que explica la
génesis de las entidades ideológicas que han de repudiarse.
28
El modelo que suministran es la inversión del trabajo humano en una entidad
ajena, extraña a él, aparentemente trascendente: la propiedad privada o, más
específicamente, el capital. Por eso, la transformación en virtud de la cual la esencia
subjetiva del trabajo queda abolida y perdida frente a un poder que parece gobernar
la existencia humana se convierte en el paradigma de todos los procesos similares.
Algo humano se ha invertido en algo que parece exterior, superior, más poderoso y
a veces sobrenatural.
En este concepto de inversión, que tomará una significación muy técncia en los
Manuscritos, podemos observar toda clase de intercambios entre el concepto
feuerbachiano de vaciamiento del individuo en el trabajo divino y humano que se
invierte a su vez en el poder ajeno del dinero. Es como si cada tipo de alienación
estuviera reflejado y reforzado por otro tipo. Es más una analogía que una derivación.
Podemos decir que los Manuscritos no hablan en ninguna parte de ideología, pero
que en todas partes se refieren indirectamente a ella.
Esto significa que Marx tiene en cuenta un análisis anterior, el análisis de los
economistas británicos. Reconoce a esos economistas un descubrimiento capital: la
riqueza se crea, no por la fertilidad del suelo, sino por el trabajo humano. Para Marx,
este Factum de la economía política implica varias consecuencias identificadas por
Adam Smith. Primero, la agricultura es ahora una parte de la industria; se ha
producido un desplazamiento desde la productividad y fertilidad del suelo a la
productividad del trabajo humano. El suelo es productivo sólo porque se le aplica el
trabajo humano. Una segunda consecuencia es la de que con el alza del lucro del
capital, las utilidades de la tierra como tierra desaparecen. Tercero, la tierra se
convierte en una forma de capital, puesto que tiene la misma relación que el capital
móvil con los beneficios de su poseedor; podemos decir que o bien el valor de la
tierra como tierra desaparece o bien ese valor queda absorbido como un caso
particular de capital.
El punto de partida sobre “El trabajo enajenado” consiste en que “ese dominio de la
materia muerta es considerado por la economía política británica como un hecho que
sin embargo no se ha comprendido”. Más aún, tal descubrimiento resulta
contradictorio. La economía política sostiene que el trabajo humano es lo único que
genera la riqueza, todo el capital, pero el capital contrata mano de obra humana y la
despide. Para Marx, está aquí la gran contradicción de la economía política: la
economía política descubrió que no hay nada sagrado en la propiedad, que la
propiedad es mero trabajo acumulado, y, sin embargo, la propiedad (el capital) tiene
el poder de contratar trabajo humano y despedirlo.
Cuando estos dos descubrimientos se los considera juntos, dichos efectos engendran
una contradicción que nos obliga a ir más lejos. Marx comienza intentando descifrar
la significación de algo que se ha tomado meramente como un hecho. “La economía
política comienza con el hecho de la propiedad privada, pero no nos lo explica. No
comprende estas leyes, no demuestra cómo ellas surgen de la naturaleza misma de la
propiedad privada”.
Marx procede aquí no por distinción de términos sino por acumulación de términos.
Este procedimiento de acumulación genera una rica gama de términos opuestos
(eficiente-deficiente, ajeno-apropiación, etc.)
Marx compara lo que ocurre en la alienación del trabajo con lo que ocurre en la
religión. Emplea la religión como una metáfora. No dice que lo que ocurre en la
religión proceda de lo que ocurre en el trabajo, dice que los dos procesos son
paralelos. Cuanto más pone el hombre en Dios, menos le queda a sí mismo. El
trabajador pone su vida en el objeto, pero ahora su vida ya no le pertenece a él, sino
que pertenece al objeto. En la religión y en el trabajo los procesos de alienación son
30
paralelos; comparten la imagen del extrañamiento, ya sea el extrañamiento en lo
divino, ya se trate del extrañamiento en el capital.
Más importante que las dos primeras figuras es la tercera forma de extrañamiento.
Esta tercera forma va más allá del extrañamiento en el producto y en la actividad, y
llega al extrañamiento de la humanidad misma del trabajador. El trabajador queda
afectado y deteriorado en su ser de la especie. Marx tipifica así este tercer aspecto
del trabajo enajenado: “El hombre es un ser de la especie no sólo porque en la
práctica y en la teoría adopta la especie como su objeto... sino también porque se
trata a sí mismo como la especie viva real, porque se trata a sí mismo como un
universal y, por lo tanto, como a un ser libre”.
Varias consecuencias importantes derivan del hecho de que los seres humanos sean
esencias genéricas. La primera consecuencias es la línea divisoria entre animales y
seres humanos. Marx afirma siempre con vigor esta diferencia. En El Capital Marx
dirá que porque las abejas construyen colmenas, la actividad de las abejas no es
trabajo. Solo los seres humanos trabajan. La distinción procede de que los seres
humano no sólo conciben lo universal sino que tienen vocación para ser universales y
esto les da cierta distancia respecto de sus necesidades. La conciencia humana es
superior al mero darse cuenta de algo; en su capacidad para reflexionar, la conciencia
es identificada por Marx con el ser de la especie.
31
La capacidad de los seres humanos de someter la naturaleza a sus propias
necesidades se debe a la superioridad “espiritual” que los seres humanos tiene sobre
la naturaleza.
De manera que ahora todo queda contenido en la relación de una persona con otra.
Marx termina su discusión equiparando a lo práctico todo el proceso que se
manifiesta como la obra de los seres humanos, incluso el extrañamiento de éstos.
Hasta el extrañamiento humano ha de manifestarse como una actividad humana.
Marx insiste, que si la alienación es obra nuestra, empero, también es obra nuestra la
abolición de la alienación, lo cual representa el tema del “Tercer manuscrito”.
“De modo que en virtud del trabajo enajenado el hombre no sólo crea su relación con
el objeto y con el acto de la producción, así como con hombres que le son ajenos y
hostiles (las tres formas de extrañamiento); también crea la relación en que otros
hombres están respecto de la producción de él y de su producto, y la relación en que
ese hombre está respecto de esos otros hombres. Así como crea su propia producción
como la pérdida de su realidad, como su castigo, su propi producto como una
pérdida, como un producto que no le pertenece, así también crea la dominación de la
persona que no produce.”
33
Esta conclusión establece que la propiedad privada, la dominación de la materia
muerta (el capital) sobre los seres humanos es en realidad un producto del
extrañamiento de la esencia humana, del ser de la especie de la humanidad. En el
fondo, el extrañamiento es un resultado de la actividad humana misma.
En la segunda perspectiva, las clases y todas las otras entidades colectivas (modos de
producción, formas de producción, relaciones, etc.) no se consideran como la base
última, sino que son más bien sólo la base de una ciencia objetiva. En este enfoque
más radical, las entidades objetivas tienen el soporte de la vida real de los individuos
vivos reales. El concepto de vida real tal como la llevan los individuos reales adquiere
aquí una posición central. En este caso, la ruptura epistemológica en Marx se da, no
entre el mundo de la conciencia como algo ideológico y ciertas entidades anónimas y
colectivas, sino en el seno de la idea de humanidad misma. Se dice que la distinción
es entre el énfasis que ponen los jóvenes hegelianos en la humanidad como
conciencia y el énfasis de Marx que pone en La ideología alemana en la humanidd
como individuos vivos reales. Si la línea divisiora si sitúa aquí, la interpretación de
toda la significación del marxismo es diferente. La base última ya no es la estructura
de El capital. El concepto de ideología que Marx utiliza en este texto se opone, no a la
ciencia sino a lo real. En La ideología alemana, lo ideológico es lo imaginario como
opuesto a lo real. Así la definición del concepto de ideología depende de lo que sea la
realidad (clase o individuo) a la que se la opone.
35
En la parte primera del texto de Marx, Feuerbach es la piedra de toque de la
ideología alemana en la medida en que Feuerbach reduce las representaciones
religiosas a las ideas de seres humanos. Marx sostiene que la reducción de Feuerbach
continúa siendo en cierto sentido una idea religiosa, puesto que se asigna a la
conciencia todos los atributos extraídos del marco de ideas religioso. Lo que Marx
llama la exigencia de interpretar la realidad formulada por los jóvenes hegelianos
supone por parte de ellos el empleo de la crítica en la cual se mueven siempre dentro
de la esfera del pensamiento. “Esta exigencia de modificar la conciencia equivale a
pedir que se interprete la realidad de otra manera, es decir, reconocerla por medio
de otra interpretación”. De manera que la interprestación siempre se mueve entre
interpretaciones. La perspectiva de Marx nos ayuda aquí a explicar algo más su tesis
según la cual los filósofos sólo interpretaron el mundo, en tanto que la cuestión es
cambiarlo.
Para Marx, el problema está en que antes de modificar las respuestas lo que debe
modificarse es el modo de formular las preguntas, es decir, las preguntas deben ser
desplazadas. “A ninguno de estos filósofos se le ocurrió investigar la conexión que
tiene la filosofía alemana con la realidad alemana, la relación que hay entre su crítica
y sus propias circunstancias materiales”.
“Las premisas de las que partimos no son arbitrarias, no son dogmas, sino que son
premisas reales de las cuales la abstracción sólo puede hacerse en la imaginación.
Son los individuos reales, su actividad y las condiciones materiales en que viven...
Estas premisas pueden verificarse pues de una manera puramente empírica”.
Por eso, desde el comienzo existe una reciprocidad entre actividad humana y
dependencia humana. Por un lado, los seres humanos obran para producir sus
condiciones materiales, y, por otro, dependen también de esas condiciones. No se
habla aquí de independencia de la conciencia (lo cual sería idealismo) ni de
autonomía de las condiciones. Cuando Marx dice: “La naturaleza de los individuos
depende pues de las condiciones materiales que determinan su producción”, es la
naturaleza de los individuos lo que prevalece, aun en esta relación de dependencia.
Este concepto de la vida humana individual es muy diferente del concepto más bien
metafísico y abstracto de una objetivación que luego queda alienada. El concepto de
objetivación es reemplazado por la noción de una vida individual que produce en
condiciones que están ellas mismas dadas para esa actividad. Hay una relación entre
el aspecto voluntario de la actividad y el aspecto involuntario de la condición.
En conexión con este concepto de las fuerzas productivas está el concepto de los
modos de producción. La relación entre ambos es significativa porque la
interpretación estructuralista y anti-humanista de Marx se basa principalmente en
esta interacción entre fuerzas y formas, entre fuerzas de producción y relaciones de
producción. Las relaciones de producción son principalmente el marco jurídico, el
sistema de propiedad, el sistema de salarios, etc. Son, por lo tanto, las reglas sociales
de conformidad con las cuales se desarrolla el proceso tecnológico. Marx sostiene
que la tecnología, que comprende sólo las fuerzas productivas, no puede
caracterizarse como algo que exista por sí mismo ni en sí mismo; las fuerzas
productivas no existen como tales en ninguna parte. Siempre están atrapadas dentro
de un marco jurídico, de un Estado, etc. Por consiguiente, las fuerzas productivas y
las formas están siempre interrelacionadas. Marx describe todo el proceso de la
historia como una evolución de las fuerzas productivas junto con una evolución de las
formas correspondientes. Al caracterizar las división del trabajo y las formas de
propiedad (tribal, comunal, feudal y capitalista) la índole del régimen de la propiedad
constituye la forma en que se desarrollan las fuerzas.
Sobre la base de esta declaración que acabamos de citar, el concepto clave que está
en juego aquí es el individuo en ciertas condiciones, situación empero en la que las
condiciones corresponden a la estructura del individuo. La estructura de clase
corresponde a lo que la gente es y no a lo que se “imagina” o piensa que ella es.
37
Marx resume la naturaleza del desarrollo histórico articulado por el materialismo
histórico en tres puntos. El materialismo histórico incorpora primero la producción de
los medios para satisfacer necesidades materiales humanas. Cuando los economistas
hablan de necesidad, dice Marx, hablan de una entidad que es una abstracción.
Pasan por alto el hecho de que las necesidades reciben su dimensión histórica sólo de
la producción de los medios para satisfacerlas. Más precisamente, la producción de la
vida material misma es histórica, pero las necesidades como tales no lo son. Esto es
cierto hasta el punto de que el segundo estadio de esta historia es la producción de
nuevas necesidades. Cuando producimos solamente los medios para satisfacer
necesidades existentes, la producción se limita al horizonte de esas necesidades
dadas. El segundo elemento básico de importancia histórica surge sólo en la
producción de nuevas necesidades. Como en la era actual, la permanente creación de
necesidades para vender más.
38
Se plantea la hipótesis de que hay un leguaje de la vida real, que existe antes de toda
deformación, una estructura simbólica de la acción que es absolutamente primitiva e
ineluctable. Marx dice:
Sigue: “La conciencia no puede ser otra cosa que existencia consciente y la existencia
de los hombres es su proceso vital real” Una vez más la conciencia no es autónoma
sino que está relacionada con el “proceso vital” de los seres humanos.
Althusser sostiene que cuando una imagen está invertida continúa siendo aún la
misma imagen, así llega a decir que la imagen invertida pertenece al mismo mundo
ideológico que su original. En consecuencia declara Althusser, debemos introducir
una idea diferente de la inversión, la idea de un corte o ruptura epistemológica
(Spinoza). Según Althusser debemos romper con la percepción ordinaria del sol
naciente y proceder a la observación astronómicamente exacta de que no hay salida
del sol salvo en el estrecho sentido perceptivo. El cambio no es una inversión sino
una ruptura.
La afirmación de Marx fluctúa entre una perogrullada según la cual la gente primero
vive y luego habla, piensa, etc, y una falacia según la cual no hay, por ejemplo,
historia del arte, para no hablar de una historia de la religión. La perogrullada es la
famosa afirmación: “La vida no está determinada por la conciencia, sino que la
conciencia está determinada por la vida”. Si llamamos conciencia a la capacidad de
proyectar objetos, de organizar un mundo subjetivo en la representación; se trata
pues de todo el mundo fenoménico tal como es mentalmente estructurado. Por
ejemplo, cuando Freud habla de conciencia se trata de la prueba de realidad. Marx
sostiene que la prueba de realidad no es algo autónomo sino que antes bien es parte
de todo el proceso del individuo viviente. Al analizar el contraste de la vida
determinada por la conciencia y la conciencia determinada por la vida, Marx dice: “En
el primer método del enfoque, el punto de partida es la conciencia tomada como el
individuo vivo; en el segundo método, que se atiene a la vida real, son los individuos
vivos reales mismos y la conciencia se considera solamente como conciencia de ellos”
Que la ideología abarca mucho más terreno que la religión (en el sentido de
Feuerbach) está probado por el hecho de que también la ciencia es una parte de la
esfera ideológica. En el caso de la ciencia, existe la posibilidad de una ciencia real
cuando ésta tiene que ver con la vida real. La ciencia es real cuando es ciencia de la
vida real; en ese caso, la ciencia no es una representación, sino que es la
presentación de la actividad práctica, del proceso práctico de los seres humanos.
Marx dice: “cuando termina la especulación en la vida real comienza la ciencia real,
positiva: la representación de la actividad práctica, del proceso práctico del proceso
de los hombres”. Podemos pues referir esta ciencia real, positiva, a lo que Marx llamó
“el lenguaje de la vida real”.
Existe un lugar para una ciencia de la vida real que por lo tanto debe asumir la
condición de lenguaje de la vida real, la condición del discurso de la praxis.
40
interpretarlos. Marx: “Consideradas independientemente de la historia real, estas
abstracciones no tienen ningún valor en sí mismas”.
Esto no está muy lejos de lo que Weber llamó tipos ideales. Debemos poseer ciertas
nociones como fuerzas y formas, y éstas no están dadas en la realidad, sino que son
construcciones abstractas. Por eso Marx, como ideólogo de la vida real, debe
apoyarse primero en un lenguaje de la vida real; segundo en una ciencia real de la
praxis, y tercero en algunas abstracciones que le permitan construir esa ciencia. Y
Marx insiste en que todos los factores deben ser referidos a su origen que está en los
seres humanos. La premisa del método de Marx son los hombres.
Esto es lenguaje como discurso. Toda la descripción que hace aquí Marx del lenguaje
no corresponde a una teoría de clases sino que pertenece a una antropología
fundamental porque todos los seres humanos hablan y todos ellos tienen lenguaje.
La brecha que hay entre los animales y los seres humanos (típica de los Manuscritos)
puede establecerse también aquí, sobre la base del lenguaje.
En los Manuscritos, la división del trabajo se considera más un efecto que una causa.
Es principalmente el efecto del proceso que hace abstracta la propiedad. El trabajo
olvidó su poder de crear propiedad privada, y la propiedad privada aplasta al obrero
bajo su peso. El trabajo se fragmenta cuando es contratado por el capital y es
contratado para esta o aquella tarea; semejante fragmentación de las tareas del
trabajo es un efecto de la abstracción de la propiedad. La división del trabajo se
convierte en el concepto central porque es la fragmentación de la actividad del
trabajo mismo. Podemos seguir la evolución desde los Manuscritos hasta La ideología
alemana, si consideramos el concepto de alienación en lo que los Manuscritos llaman
su segundo estadio: la alienación de la actividad. La división del trabajo es el
sinónimo de este segundo estadio. En verdad, el problema de la división del trabajo
no tendría interés si no fuera una fragmentación del ser humano. De no ser así, la
división del trabajo sería un fenómeno meramente tecnológico: los hombres trabajan
de maneras especiales, que forman parte del sistema de producción. Sin embargo,
porque el trabajo es lo que la gente hace, su actividad es lo que se divide, lo que se
descompone y fragmenta. La división del trabajo es la fragmentación de la
41
humanidad misma como un todo. Por lo tanto, el concepto de la división del trabajo
debe entenderse desde el punto de vista de la humanidad como un todo y sobre la
base de la categoría de la totalidad.
“por fin, la división del trabajo nos ofrece el primer ejemplo de cómo la propia acción
del hombre se convierte en un poder ajeno y opuesto a él, que lo esclaviza en lugar
de ser él quien lo controle. Pues tan pronto como nace la distribución del trabajo,
cada hombre tiene una esfera de actividad particular, exclusiva, que le es impuesta y
de la que no puede escapar (cazador, pescador, crítico, etc.); en tanto que en una
sociedad comunista, en la que nadie tiene una esfera exclusiva de actividad sino que
cada cual se dedica a la rama que desea, la sociedad regula la producción general y
así me hace posible realizar una cosa hoy y otra mañana, cazar al alba, pescar al
mediodía, criticar después, sin llegar nunca a ser un cazador, pescador o crítico.”
Lo que sugiere que el concepto de alienación desapareció en este texto, es que Marx
dice: Esta “alienación” puede, desde luego abolirse sólo si se dan dos premisas
prácticas. La palabra “alienación” desaparece del vocabulario de La ideología
alemana porque es un vocablo filosófico que pertenece al mundo intelectual de
Feuerbach. Un término substituye al otro, no como una exclusión de concepto, sino
como un enfoque más concreto. Todos los rasgos de extrañamiento están presentes
en el modo en que nosotros estamos divididos en nuestra actividad. Así, la alienación
que se produce en la división del trabajo es algo que nos afecta como individuos. La
Ideología alemana puede prescindir de la palabra “alienación” porque es una voz
idealista, pero no niega la significación del concepto.
Las dos premisas que nombramos para que se pueda abolir la “alienación” son el
desarrollo de un mercado mundial y la constitución de una clase universal en todo el
mundo. Esto basta para que Marx diga que el concepto de una sociedad comunista
no es una utopía, porque lo que caracteriza una utopía es el hecho de que ésta no da
ningún indicio de su introducción en la historia. Aquí la superación de la división del
trabajo es la condición histórica requerida.
42
Marx: La ideología alemana (2)
Reconocer la doble relación entre realidad e ideología (el hecho de que la ideología
está apartada de la realidad y sin embargo es engendrada por ésta) nos lleva a una
cuestión fundamental: ¿a qué base real se reduce el proceso ideológico? El texto
parece permitir dos interpretaciones posibles. Por un lado, podemos tomar como
base real las entidades anónimas (clases, fuerzas de producción, modos de
producción). Por otro lado, podemos preguntarnos si estas entidades pueden
reducirse a algo más primitivo. Tal vez sólo en el estado actual de nuestra sociedad
estas entidades tengan autonomía. En otras palabras, quizá la autonomía de la
llamada condición económica general sea un producto del estado de alienación, aun
cuando no empleemos esta palabra.
Veamos en este texto la conexión que hay entre clase gobetnante e ideas rectoras:
“Las ideas de la clase gobernante son en cada época las ideas rectoras... La clase que
tiene a su disposición los medios de la producción material tiene al mismo tiempo el
43
control de los medios de producción mental, de suerte que, en términos generales,
las ideas de aquellos a quienes les faltan los medios de producción mental están
sometidas a ese control. Las ideas rectoras no son más que la expresión ideal de las
relaciones materiales dominantes, de las relaciones materiales dominantes
concebidas como ideas...”.
No hay duda de que en este pasaje las relaciones materiales constituyen la base de la
producción mental. Adelantemos la idea que un interés dominante llega a
convertirse en una idea dominante. Para Weber, todo sistema de poder o de
autoridad siempre aspira a legitimarse, así Weber die que el lugar en el que la
ideología surge es en el sistema de legitimación de un orden de poder. Así cabe
preguntar si podemos entender la legitimación desde el punto de vista de la
causalidad (causalidad de la infraestructura sobre la superestructura) o si debemos
expresar esa cuestión mediante otro marco conceptual, el de la motivación. Un
problema al que retornaremos luego. En el texto citado, las ideologías son tan
anónimas como su base, puesto que “Las ideas rectoras no son más que la expresión
ideal de las relaciones materiales dominantes… concebidas como ideas”. Esta
conexión se las interpreta cada vez más con el punto de vista mecanicista y no desde
el punto de vista de un proceso de legitimación. De manera que un primer
argumento en favor de interpretar el texto sobre la base de entidades anónimas
deriva del papel desempeñado por el concepto de la clase gobernante considerada
como el sostén de las ideas rectoras.
Observemos que los grandes actores de esta historia son entidades colectivas. Quizás
el principal agente estructural (junto con el proletariado como clase) es lo que Marx
llama manufcatura o industria. Marx hace afirmaciones con éstas: “Con la
manufactura, las relaciones de propiedad también cambiaron rápidamente”. “La
expansión del comercio y de la manufactura aceleró la acumulación del capital
móvil”. Está presente una dramaturgia de las estructuras económicas: una estructura
se derrumba y es reemplazada por otra, como el fenómeno anónimo de la
acumulación de capital móvil (concepto clave en El Capital).
44
Cuando Marx escribe sobre las entidades colectivas y afirma que son los actores de la
historia, siempre considera que las entidades que tienen una historia, son, no ideas,
sino el tráfico, el comercio, la propiedad, el trabajo, etc. Hay una dramatización
asociada con la actividad de la manufactura o la industria.
La gran industria, una estructura sin rostro, es el actor histórico. Hasta la división del
trabajo, presentada antes como una fragmentación del ser humano, se manifiesta
ahora como un aspecto de la estructura industrial de clases.
Podemos finalizar esta interpretación estructural del texto con una quinta y última
característica: la decisión metodológica de interpretar la historia, no de conformidad
con la propia conciencia de la historia, sino de acuerdo con la base real. La afirmación
de que los historiadores no deben compartir las ilusiones de la época estudiada está
expuesta en varios pasajes. El texto siguiente es un ejemplo de la crítica de Marx:
Al escribir sobre las acciones políticas de príncipes y Estados y sobre las varias luchas
religiosas y teóricas, el enfoque clásico trata sólo la superficie de la historia. Los
historiadores fracasan cuando albergan las ilusiones de la época examinada. No
compartir la ilusión de una época es precisamente mirar detrás de esa ilusión, como
dicen los alemanes, preguntar sobre lo que está detrás de lo ostensible.
45
Reservé para el final la afirmación más significativa en apoyo de la interpretación
estructural de este texto: “De manera que todas las colisiones producidas en la
historia tiene su origen, a nuestro juicio, en la contradicción entre las fuerzas
productivas y la forma de intercambio”. Esta aseveración define lo que habrá de
llegar a ser la posición clásica del marxismo ortodoxo. La fuerzas productivas cambian
con el desarrollo técnico, pero las formas de intercambio se resisten y se mantienen.
Esta resistencia también se da en el sistema de ideas injertado en esas estructuras. Se
crea una situación revolucionaria cuando este conflicto, esta contradicción, entre
fuerzas productivas y formas de intercambio llega a una tención próxima al punto de
ruptura.
Tras la interpretación objetivista de algunas partes del texto, nos referimos ahora a
aquellas partes en que se considera a los individuos reales situados en sus
condiciones como la base última. El propio Marx suministra los instrumentos para
llevar a cabo una crítica interna de todo enfoque que considere factores explicativos
últimos categorías tales como la clase gobernante. Recordemos las palabras con que
Marx inicia su discusión: “Las ideas de la clase gobernante son en cada época las
ideas rectoras...”. Pero para Marx, este vínculo entre clase gobernante e idea rectora
no es mecánico; no es una imagen especular, como un eco o un reflejo. Esa relación
exige un proceso intelectual propio.
“Cada nueva clase que se coloca en el lugar de una clase gobernante anterior, se ve
obligada para alcanzar su fin a representar sus propios intereses como los intereses
comunes de todos los miembros de la sociedad, es decir, expresados en una forma
ideal: esa clase tiene que dar a sus ideas la forma de la universalidad y representarlas
como las únicas ideas racionales, universalmente válidas”.
Esta transposición no sólo exige un verdadero esfuerzo mental, sino que puede
desarrollarse en una serie de diferentes maneras. De suerte que el modo en que un
interés está representado en un sentido ideal es en realidad el compendio de un
complejo proceso mental.
Consideremos ahora el papel de la clase, ¿qué entiende Marx por clase?, ¿hasta qué
punto la clase es una categoría última? Marx sugiere que la clase tiene una historia
propia, y que su autonomía respecto de los individuos es un proceso similar al que
aísla las ideas de su base. Podemos decir que una teoría de la historia que emplea el
concepto de clase como causa última es en realidad víctima de la ilusión de la
autonomía, exactamente como el ideólogo cae víctima de la ilusión de la
46
independencia de las ideas. Marx dice: “Los individuos separados forman una clase
solamente cuando deben entablar una lucha común contra otra clase”. Aquí se
presenta una genealogía por lo que en otro tipo de discurso es un factor último. Dos
discursos están entretejidos, uno para el que la clase es el agente histórico, y el otro
para el que se produce una reducción antropológica o una genealogía de la entidad
sociológica. El mismo proceso que separa las ideas de la vida real separa la clase del
individuo.
“Por otro lado la clase alcanza una existencia independiente frente a los individuos,
de suerte que estos encuentran ya determinadas sus condiciones de existencia y su
clase les asigna su posición en la vida y su desarrollo personal; los individuos quedan
absorbidos en la clase. Este es el mismo fenómeno que el sometimiento de los
individuos separados a la división del trabajo y sólo pueden ser liberados por la
abolición de la propiedad privada y del trabajo mismo.. Esta absorción de los
individuos en la clase conlleva el sometimiento de los individuos a todas las clases de
ideas, etc.”
Por lo tanto, la clase tiene una historia. Marx habla de la clase como una
circunstancia o condición. Las condiciones y circunstancias siempre se refieren a los
individuos que se encuentran en tales situaciones. Así, debemos aplicar la misma
reducción de clase a individuo que la reducción de ideología a clase; una reducción
antropológica presta sostén a la reducción económica. Está implícita una reducción
antropológica en la continua aseveración de Marx de que los individuos reales son
queines entran en relaciones.
Marx amplifica este argumento diciendo: “Los individuos siempre contaron con sí
mismos, pero naturalmente con sí mismos dentro de sus condiciones históricas y
relaciones históricas dadas, no con el individuo puro en el sentido de los ideólogos”
Podemos ver que la brecha entre el joven Marx y el Marx clásico está, no en la
abolición del individuo, sino por el contrario en el surgimiento del individuo
partiendo del concepto idealista de conciencia. La ruptura es la brecha entre la
conciencia y el individuo real, no entre el ser humano y las estructuras.
Si situamos la brecha de esta manera, apreciamos mejor que la división del trabajo es
perturbadora porque se trata de una división dentro del individuo.
47
La división del trabajo es problemática sólo porque nos divide a cada uno de nosotros
en dos partes: una parte es nuestra vida interior, y la otra lo que damos a la sociedad,
a la clase, etc. “La división entre el individuo personal y el individuo de la clase (la
naturaleza accidental de las condiciones de vida del individuo) aparece sólo con el
surgimiento de la clase, que es ella misma un producto de la burguesía”. Esta
aseveración puede leerse como estando de acuerdo con los dos enfoques
interpretativos del texto. La división dentro del individuo está engendrada por la
clase, pero la clase misma está engendrada por la fisura producida en el interior del
individuo, una división entre las partes personales y las partes de la clase de la
existencia individual. De manera que la línea divisoria pasa a través de cada
individuo.
“De manera que, mientras los siervos refugiados sólo deseaban ser libres para
desarrollar y afirmar aquellas condiciones de existencias que ya estaban presentes y,
por lo tanto, sólo deseaban llegar al trabajo libre, los proletarios, si han de afirmarse
a sí mismos como individuos, tendrán que abolir las condiciones de su existencia
hasta aquí..., es decir, el trabajo [remunerado con salarios]. Así se encuentran
directamente en oposición a la forma, en que hasta aquí los individuos, de los cuales
consiste la sociedad, se dieron a sí mismos expresión colectiva, esto es, el Estado. Por
lo tanto, para afirmarse a sí mismos como individuos deben derrocar el Estado”.
Lo que está en tela de juicio es, no sólo la motivación de los proletarios, sino también
la forma de su asociación. Marx considera la posibilidad de un partido que sea no una
máquina, una burocracia sino una unión libre. La idea de individuos unidos es una
constante en el texto. Marx dice que si en el proceso del trabajo los obreros son sólo
dientes de engranajes y obran como individuos de una clase, cuando se reúnen con
sus camaradas lo hacen como individuos reales. Cuando entran en esta otra relación
se sustraen a la relación de clase.
“… la relación comunal en que entraban los individuos de una clase, relación que
estaba determinada por sus intereses comunes frente a una tercera parte, era
siempre una comunidad a la que esos individuos pertenecían sólo como individuos de
término medio, sólo en la medida en que vivían dentro de las condiciones de
existencia de su clase, una relación en que ellos participaban no como individuos sino
como miembros de una clase. Con la comunidad de los proletarios revolucionarios,
por otro lado, que toman bajo su control sus condiciones de existencia y las de todos
los miembros de la sociedad, ocurre exactamente lo inverso; los individuos participan
de la sociedad como individuos”
“El comunismo difiere de todos los movimientos anteriores por el hecho de echar
abajo la base de todas las anteriores relaciones de producción e intercambio y porque
por primera vez trata conscientemente todas las premisas naturales como productos
de los hombres existentes hasta ahora, las despoja de su carácter natural y las
somete al poder de los individuos unidos.”
48
Se presta atención al poder de los individuos unidos; no se trata de entidades
colectivas.
Cuando Marx dice que las fuerzas productivas son fuerzas reales sólo para los
individuos, afirma la primacía de los individuos. Ni siquiera en su condición más
abstracta los individuos desaparecen, sino que por el contario se convierten en
individuos abstractos; y “sólo por este hecho están en condiciones de entrar en
relación los unos con los otros como individuos”. En virtud de esta fragmentación de
todos los vínculos, cada individuo es remitido a sí mismo y entonces es capaz de
juntarse con los demás en una unión de individuos.
49
en favor del lenguaje económico es suponer que el estado actual de cosas es
insuperable.
Veamos el único punto del texto (La ideología alemana) donde se emplea la palabra
“superestructura”: “La sociedad civil como tal, sólo se desarrolla con la burguesía; la
organización social evoluciona directamente partiendo de la producción y el
comercio, que en todas las épocas forma la base del Estado y del resto de la
superestructura idealista…”. La superestructura idealista corresponde a lo que he
llamado el juego de lenguaje de las fuerzas productivas a diferencia del juego del
lenguaje de los individuos vivos, reales, que viven en ciertas condiciones. Aquí el gran
descubrimiento de Marx es la compleja noción del individuo que vive en condiciones
definidas porque la posibilidad de la segunda interpretación está implícita en la
primera.
Henry dice que sobre la base de la relación entre “esfuerzo y resistencia” (un
esfuerzo se relaciona siempre con una resistencia) podemos pasar sin contradicción a
emplear el lenguaje objetivo de la historia de las condiciones que ahora obran
independientemente como agentes y fuerzas históricas reales. Si logramos relacionar
correctamente estos dos planos, ya no tenemos dos lecturas, sino que tenemos más
bien una lectura dialéctica de los conceptos de fuerzas históricas y de individuos
reales. Sin embargo no estoy tan seguro de que puedan alcanzarse tan fácilmente las
conexiones a que apunta Henry. Hay cabida para muchas interpretaciones de Marx.
Si la línea divisoria, por lo menos en el joven Marx, corre entre praxis e ideología, la
línea divisoria posterior corre entre ciencia e ideología. La ideología se convierte en lo
contrario de la ciencia y no en la contrapartida de la vida real. La importancia de esta
posición puede tener que ver con la constitución del cuerpo marxista de doctrina
entendido como cuerpo científico o por lo menos con la pretensión de serlo. Ese
cuerpo es contrario a la ideología. Cuando el marxismo se convierte en cuerpo
científico, éste constituye lo contrario a la ideología.
50
Tema 3
Ideología y Sociología del
Conocimiento: Mannheim
Mannheim
Nuestra discusión sobre Ideología y utopía de Karl Mannheim se concentra en los
capítulos titulados “Ideología y utopía” y “La mentalidad utópica”. Mannheim tiene
interés por dos razones. En primer lugar, fue quien por primera vez reunió la
ideología y la utopía dentro de la problemática general de la incongruencia. Observó
que hay dos maneras en que un sistema de pensamiento puede ser incongruente
respeto de la tendencia general de un grupo o sociedad: o bien aferrándose al
pasado, lo cual representa cierta resistencia al cambio, o bien dando un salto hacia
delante, lo cual constituye una clase de estímulo del cambio.
Mannheim dedica varios pasajes al mérito que tuvo el marxismo en cuanto a acelerar
el proceso, aunque no para generarlo o detenerlo: “Fue la teoría marxista la que
primero logró una fusión de la concepción particular y de la concepción total de la
ideología”. Recordemos que una concepción particular es un hecho local, en tanto
que una concepción total se da cuando se concibe la ideología, no como una doctrina
entre otras, sino como toda la estructura conceptual misma. Mannheim continúa
diciendo:
“Fue esta teoría la que primero dio debido énfasis al papel de la posición de la clase y
de los intereses de la clase en el pensamiento. Debido en gran medida al hecho de
que se originó en el hegelianismo, el marxismo logró ir más allá del mero nivel
psicológico del análisis y plantear el problema en un marco filosófico más
comprensivo. El concepto de ˋuna falsa concienciaˊ adquirió así una nueva
significación”.
“El pensamiento marxista asignó tan decisiva importancia a la práctica política, así
como a la interpretación económica de los acontecimientos, que estos dos fenómenos
se convirtieron en los criterios últimos para aislar lo que es mera ideología de
aquellos elementos mentales que corresponden más inmediatamente a la realidad.
En consecuencia, no debe asombrar el hecho de que la concepción de la ideología sea
generalmente considerada como una parte integrantes del movimiento porletario
marxista y hasta sea identificada con éste”.
Según Mannheim debemos ir más allá del marxismo para envolvernos en este
proceso ideológico que lo penetra todo. El mérito del marxismo es único, pero su
concepto de ideología ha sido reemplazado por el proceso mismo de expansión y
difusión de la ideología que el marxismo apresuró.
Mannheim trata esta paradoja en el marco de una sociología del conocimiento. Creía
que una sociología del conocimiento podría superar las paradojas de la acción y
desempeñar el papel de un sistema hegeliano, si bien de una manera más empírica.
La idea es esta: si podemos dar una descripción exacta de todas las fuerzas de la
sociedad, estaremos en condiciones de situar cada ideología en lugar correcto.
Comprender el todo nos salva de las implicaciones del concepto. Esta sociología del
conocimiento nunca logró convertirse realmente en una ciencia ni alcanzó pleno
desarrollo. Sin embargo, sus implicaciones pueden ser aun más importantes. Dicha
sociología exige que la posición del sociólogo sea una especie de punto cero: el
sociólogo no interviene en el juego sino que es un observador y por lo tanto no tiene
ningún lugar en la partida. Pero esta posición es paradógica porque ¿cómo puede ser
posible mirar la totalidad del proceso si todo está en una situación de mutua
acusación? El intento de Mannheim de supera esta paradoja quizás fue el fracaso
más honesto de la teoría. Mannheim se propone hacer que la sociología del
conocimiento supere la teoría de la ideología hasta el punto de que esta teoría quede
atrapada en la circularidad de su argumento.
54
El intento de Mannheim de desarrollar un concepto no valorativo de la ideología
establece su bien conocida distinción entre relacionismo y relativismo. Fue su
desesperado intento de demostrar que él no era un relativista.
Mannheim procura decir que si podemos ver cómo los sistemas de pensamiento
están relacionados con estratos sociales y si también podemos correlacionar las
relaciones entre diferentes grupos que están en competencia, luego el cuadro es, no
ya relativista, sino relacionista. Dice Mannheim que ser relativista es conservar un
modelo de verdad antiguo, atemporal. Pero si hemos abandonado este modelo de
verdad, nos dirigimos hacia un nuevo concepto de verdad que es el sentido de la
correlación de cambios que están en relación recíproca.
¿Cuál es, según Mannheim, el nuevo tipo de verdad que puede surgir? Damos los
primero pasos de esta senda cuando reconocemos que que si el relacionismo implica
que “todos los elementos de significación de una situación dada se refieren los unos
a los otros”, la situación es, no simplemente de correlación, sino de congruencia. En
todo momento de la historia ciertas posiciones son congruentes, compatibles,
apropiadas. Discernir la diferencia entre correlación y congruencia nos procura el
paso de transición que va del concepto no valorativo de la ideología a un concepto
valorativo, y por lo tanto también nos procura la base de un nuevo concepto de
verdad. La fase no valorativa del análisis es sólo provisional.
Vuelve a plantearse la cuestión: ¿qué clase de nuevo criterio para un punto de vista
valorativo puede emerger después del derrumbe de todos los criterios objetivos,
trascendentes, empíricos? Esta cuestión pude tener solución sólo para quien ya no
oponga a la historia verdades últimas sino que trate de hallar significación en el
mismo proceso histórico. Este es el desesperado intento de Mannheim para que la
historia suministre los criterios que ya no puede suministrar el método trascendental
o el método empírico. “La circunstancia de que no encontremos situaciones
absolutas en la historia indica que la hisotria es muda y carente de sentido sólo para
quien no espera aprender nada de ella…”. Debemos abandonar la posición del
observador absoluto y lanzarnos a los movimientos de la historia misma. Así será
posible un nuevo diagnóstico: el pundo de vista de la congruencia, el sentido de lo
que es congruente en cierta situación.
“El paso a un punto de vista valorativo se necesita desde el comienzo mismo por la
circunstancia de que la historia como historia es ininteligible a menos que se hagan
resaltar algunos aspectos en contraste con otros. Esta selección y acentuación de
ciertos aspectos de la totalidad histórica puede considerarse el primer paso en la
55
dirección que en última instancia conduce a un proceso valorativo y a juicios
ontológiocos”
¿Por qué llama Mannheim ontológicos a estos juicios? Parece extraño porque
Mannheim abandonó una posición trascendente. Pero hay que tomar decisiones
acerca de lo que es real; debemos distinguir lo verdadero de lo que no lo es, dice
Mannheim, a fin de combatir la falsa conciencia.
Mannheim dice que este es un intento “de resolver conflictos y mitigar ansiedades
recurriendo a principios absolutos”. El tercer ejemplo de incongruencia es el más
llamativo, es el caso de un propietario rural “cuya propiedad ya se ha convertido en
una empresa capitalista” y que sin embarga trata de conservar una relación
paternalista con sus empleados. El sistema de pensamiento de este propietario rural
es inadecuado a la situación en la cual el hombre es en realidad un capitalista.
En las primeras páginas Mannheim da criterios formales para definir la utopía. Para
Mannheim hay dos criterios formales de la utopía, y estos criterios suministran por
contraste las leyes de la ideología. El primer criterio, que la utopía tiene en común
con la ideología, es cierta incongruencia, cierta no coincidencia con el estado de la
realidad en cuestión. Para medir la incongruencia debemos poseer un concepto de
realidad, pero este concepto es él mismo parte del marco valorativo; de manera que
una vez más retornamos a la circularidad.
57
la utopía. La ideología es lo que preserva cierto orden. Este criterio de la ideología es
mejor que el primero; es más limitado y, por otra parte, no tiene necesariamente una
condición despectiva. Y no tiene necesariamente esa connotación porque tenemos
necesidad de cierto concepto de la autoidentidad de un grupo.
“Como quiera que el hombre es una criatura que vive primariamente en la historia y
en la sociedad, la “existencia” que lo rodea nunca es “existencia como tal”, sino que
es siempre una forma histórica concreta de existencia social. Para el sociólogo,
“existencia” es lo “concretamente efectivo”, es decir, un orden social en
funcionamiento, que no existe sólo en la imaginación de ciertos individuos sino que es
un orden de conformidad con el cual las personas realmente obran”
“Las ideologías son ideas que trascienden las situaciones y que nunca logran realizar
de facto sus proyectados contenidos. Aunque a menudo las ideologías constituyen
motivos bienintencionados de la conducta subjetiva de un individuo, cuando cobran
58
realmente cuerpo en la práctica sus significaciones quedan muy frecuentemente
deformadas. La idea del amor fraterno cristiano, por ejemplo, en una sociedad
fundada en la servidumbre es una idea irrealizable y, en este sentido, una idea
ideológica”
Cuando son los representantes de la clase gobernante quienes juzgan, una utopía es
precisamente lo irrealizable. La aplicación del criterio formal plantea un problema
porque “lo que en un caso dado se manifiesta como útopico” depende de quién está
hablando en la sociedad. Se trata de una cuestión en la que algo es rotulado como
ideológico o como utópico y de la cuestión de que alguien aplica el rótulo. Para los
representantes de un orden dado, lo utópico signifca lo irrealizable. Sin embargo,
esto contradice el criterio formal sustentado por el sociólogo. Además, significa un
engaño de los representantes del orden llamar irrealizable a lo que no es realizable
de conformidad con el orden que ellos representan. Como dichos representantes
toman el orden dado como la medida de todas las cosas, una utopía se manifiesta
como lo irrealizable, en tanto que Mannheim la define formalmente por su capacidad
de promover cambios. La definición formal queda anulada por aquellos que usan el
rótulo, y ésta es una paradoja más de la discusión. Nos vemos envueltos en muchas
paradojas, y Mannheim puede considerarse exactamente como el representante de
este proceso de pensamiento que se frustra a sí mismo cuando trata la utopía y la
ideología.
Quienes defienden el statu quo llaman utópico a lo que va más allá del orden
existente, sin importar si se trata de una utopía absoluta, irrealizable en toda
circunstancia, o de una utopía irrealizable sólo dentro de un determinado orden. Al
oscurecer esta distinción, el orden establecido puede “suprimir la validez de las
pretensiones de la utopía relativa”. Lo realizable en otro orden es el criterio de utopía
que propone el sociólogo del conocimiento y que invalidan quienes emplean el
criterio de lo realizable para sus propios fines.
Podemos intentar defender la concepción formal de la utopía alegando que ésta está
deformada por la ideología. La ideología tipifica a la utopía como aquello que no
puede ser realizado, en tanto que formalmente es lo que puede ser realizado. Sin
embargo, esto no quita la mancha de la concepción formal, porque, como lo sugiere
el propio Mannheim, los criterios para determinar lo que es realizable están siempre
suministrados por los representantes de grupos dominantes y no por el sociólogo del
conocimiento. Encontramos aquí el aspecto positivo del análisis de Mannheim que es
un esfuerzo por relacionar las designaciones empleadas con las posiciones sociales de
queines aplican los rótulos. En este punto, Mannheim es tal vez más marxista que en
ninguna otra parte de su libro.
60
No existe espíritu alguno capaz de liberarse repentinamente sin el apoyo de algo
distinto. ¿No siempre las posibilidades utópicas de los individuos o grupos las que
nutren nuestra capacidad para distanciarnos de las ideologías? No podemos salirnos
de la polaridad de utopía e ideología. Siempre es una utopía lo que define lo que es
ideológico, de manera que la caracterización se refiere siempre a los supuestos de los
grupos que están en conflicto. Saber esto significa saber que la utopía y la ideología
no son conceptos teóricos. En consecuencia toda pretensión a una concepción
científica de la ideología es meramente y sólo una pretensión. (Aristóteles: en las
cuestiones humanas no podemos esperar el mismo tipo de exactitud que en las
cuestiones científicas). La política no es una ciencia, es un parte para orientarse uno
entre grupos que están en conflicto. La política no es un concepto descriptivo sino un
concepto polémico dado por la dialéctica entre utopía e ideología.
Una tercera consecuencia es la de que, una vez que hemos situado el conflicto de
ideología y utopía atendiendo a la legitimación o a la cuestión del sistema de poder,
la oposición en que hizo hincapié Mannheim entre ideología concebida como inocua
y utopía concebida como históricamente realizable parece menos decisiva. En
cambio, ahora hacemos resaltar que la utopía es lo que destruye el orden y la
ideología lo que preserva el orden (a veces mediante deformaciones y a veces
mediante un proceso de legitimación), luego el criterio de la posibilidad de
realización no es un buen medio para distinguir ideología y utopía. En primer lugar,
este criterio sólo puede aplicarse al pasado. Segundo, el criterio también sacraliza el
éxito, y esto no es tan simple, porque el hecho de que una idea tenga éxito no
significa que sea buena o que promueva el bien.
Además, las mismas utopías nunca se realizan hasta el punto de crear la distancia
entre lo que es y lo que deberías ser. La tipología de las utopías de Mannhein así lo
confirma y también indican que Mannheim no aplicó el criterio de posibilidad de
realización hasta el final.
61
hechos se desvanece, de manera que nos quedamos con una serie de
acontecimientos todos iguales en los que se refiere a su significación interna”. Si
pudiéramos imaginar una sociedad en la cual todo estuviera realizado, allí habría
congruencia. Pero esa sociedad estaría también muerta porque no habría ninguna
distancia, no habría ideales ni proyectos en modo alguno. Mannheim pugna contra
quienes pretenden que estamos viviendo ahora el momento de la muerte de la
ideología y la utopía. La supresión de la incongruencia, la supresión de la desconexión
entre ideales y realidad significaría la muerte de la sociedad. El rasgo típico de la
utopía es, pues, no su posibilidad de realización, sino el hecho de preservar la
distancia entre sí misma y la realidad.
Hemos dado el primer paso en el camino para demostrar que ese círculo es en
realidad un círculo práctico y no un círculo vicioso que se anula a sí mismo.
62
Tema 4
Aportación de Weber al
concepto de ideología
Max Weber (1)
Al examinar a Marx hemos visto el concepto marxista de ideología concebida como
deformación. No vamos a refutar al marxismo sino a volver a situar y fortalecer
algunas des sus declaraciones sobre la función deformadora.
Este cuadro de la ideología nos permitirá al final establecer por contraste el carácter
de la utopía. Ya sea deformadora, legitimante o constitutiva, la ideología tiene
siempre la función de preservar una identidad, o bien de un grupo o bien de un
individuo. Como veremos la utopía tiene la función opuesta. La ideología actúa para
hacernos repetir nuestra identidad. Aquí la imaginación tiene una función de puesta
en escena o de espejo. La utopía es siempre el exterior, el “ningún lugar”, lo posible.
El contraste de ideología y utopí nos permite ver los dos lados de la función
imaginativa en la vida social.
Sin embargo, la acción depende no sólo de que tenga sentido para el sujeto, porque
también debe tenerlo en relación con otros sujetos. La acción es subjetiva y a la vez
intersubjetiva. “La acción es ˊsocialˋ por cuanto su significación subjetiva tiene en
cuenta la conducta de los demás y, por lo tanto, está orientada en su curso”. El
elemento intersubjetivo está incorporado en la acción desde el comienzo. La
sociología es interpretativa en la medida en que su objeto implica, por un lado, una
dimensión de significación subjetiva, y, por otro, una atención prestada a los motivos
de los demás. Desde el principio tenemos una urdimbre conceptual que entraña las
ideas de acción, significación, orientación respecto de los demás y comprensión. Esta
64
red constituye el modelo de motivación. La orientación hacia los demás es un
componente de significación subjetiva.
El primer punto que hay que tener en cuenta en lo que se refiere al modelo de
motivación es que se trata de una comprensión interpretativa orientada hacia la
acción de los demás. Un segundo punto que es menester considerar es el hecho de
que Weber desarrolla este modelo recurriendo a tipos ideales, de modo que
debemos entender el papel que desempeñan estos tipos ideales. Para Weber, el
concepto de significación se convierte en una peligrosa trampa para la ciencia, si ésta
sólo puede referirse a lo que es significativo para el sujeto mediante una forma de
intuición. Esto nos deja perdidos en la inmensa variedad de motivaciones
individuales. La alternativa de Weber es encarar los casos individuales según tipos
ideales que son sólo construcciones metodológicas. Lo real es siempre el individuo
que se orienta hacia otros individuos, pero necesitamos algunos modos de
orientación, algunos modos de motivación, para clasificar los tipos fundamentales de
esta orientación. La sociología, entendida como la comprensión de la acción
significativa, es posible sólo si la acción significativa puede clasificarse de
conformidad con ciertos tipos fundamentales.
65
que hay entre pretensiones a la legitimidad y creencias en la legitimidad. Podemos
tomar como ejemplo la segunda clasificación, la orientación a un valor absoluto:
Los mandatos y las demandas hacen entrar en juego la relación entre creencias y
pretensiones. La función de una ideología política, por ejemplo, puede ser
aprovechar la capacidad de lealtad que tiene el individuo a favor de un sistema real
de poder que cobra cuerpo en instituciones con autoridad.
Weber avanza paso a paso, parte de las ideas fundamentales para dirigirse a las ideas
derivadas. En el desarrollo de las ideas de Weber es sumamente importante observar
que el concepto de poder es presentado al final y no al comienzo. Weber parte de
aquello que hace humana una acción y luego considera lo que hace significativo el
vínculo social; antes de presentar la idea de poder, dice Weber, debemos presentar
otra noción intermedia, la de orden.
66
sustentadas por quienes están sometidos a ese orden. El punto de vista es el del
agente o actor.
Weber no deja ninguna duda de que la legitimidad del orden es la clave central del
problema de la autoridad. Weber comenta: “Todos los demás detalles, salvo otros
pocos conceptos que definiremos despúes, pertenecen a la sociología del derecho y a
la sociología de la dominación”. Recordemos que el concepto en cuestión es
Herrschaft; este es el concepto básico hacia el cual orientamos nuestra discusión.
Weber presenta el concepto de autoridad o dominación en el punto en que
considera juntos el concepto de orden y de legitimidad. Tenemos así los primeros
indicios de lo que desarrolla Weber en el tercer capítulo de Economía y sociedad.
En la sociedad actual, a menudo nos fastidia el sistema burocrático y con más razón
de la que tenía Weber. Pero lo que Weber puede todavía enseñarnos es que
cualquier sueño de retorno a la vida comunal puede ser muy ambiguo. Todo esfuerzo
para reconstruir la sociedad como una gran comuna puede tener consecuencias
ultraizquierdistas o bien ultraderechistas: anarquía o fascismo. La fluctuación del
concepto de Gemeinschaft entre estos dos polos puede ser típica de su índole y exige
por lo menos cierta vigilancia. Esto no significa que no se necesite nada ni que se
67
pierda nada en el vínculo meramente asociativo. Por ejemplo, el sentido de participar
uno en una obra común. El carácter constitutivo de la ideología puede desempeñar
una parte importante porque, como lo reconoce Weber, la “existencia de cualidades
comunes” (raza, lengua) no basta por sí sola para generar una “relación social
comunal”.
Con este concepto del cuerpo gobernante tenemos la noción de un orden que es
ahora impuesto. No es el grupo como todo el que determina su organización; ésta
está dada por aquellos que se encuentran en condiciones de imponer el orden y por
aquellos que están sometidos a ese orden. Los problemas concretos de la legitimidad
proceden de esta división del trabajo entre gobernantes y gobernados; la necesidad
de legitimar la imposición de las reglamentaciones del cuerpo gobernante prepara un
posible concepto de ideología. Weber insiste en el concepto de imposición,
contemporáneo de esta polarización de gobernantes y gobernados. “Este criterio es
decisivo porque ya no se trata meramente de la acción orientada hacia un orden,
sino que la acción está específicamente dirigida hacia la imposición de ese orden”.
Existe pues un género especial de acción, no orientada hacia los demás, sino
orientada hacia el sistema de imposición: obedecer, seguir las reglas aun cuando las
exigencias del sistema puedan ser a veces suaves, como por ejemplo, detener
nuestro automóvil ante la luz roja del semáforo. No somos nosotros quienes
debemos establecer la relga, pero estamos orientados hacia el sistema que la
impone.
68
No toda forma de relación comunal cerrada o asociativa es una organización. Como
señala Weber, no llamamos organización a una relación erótica o a un grupo de
parientes sin un líder. El concepto clave es el del sistema de autoridad formalizado.
Este hecho refuerza la idea de que en realidad el conflicto entre ideología y utopía se
desenvuelve en este nivel. Lo que en definitiva está en juego en toda ideología es la
legitimación de un determinado sistema de autoridad; lo que está en juego en toda
utopía es imaginar una manera diferente de usar el poder. Por ejemplo, una utopía
puede desear que el grupo gobernado lo sea sin jerarquía o que se dé el poder al más
sabio. Cualquiera que sea la definición de autoridad que dé la utopía, ésta intenta dar
soluciones alternativas al sistema de poder existente. En cambio la función de la
ideología consiste siempre en legitimar el sistema de gobierno dado o la autoridad
dada.
Hay una clase de violencia sutil, especialmente porque no hay reglas para establecer
el gobierno de la mayoría. Aun en el acuerdo “voluntario” en el gobierno de la
mayoría, implica cierta dosis de imposición. Así lo vemos en todos los sistemas
electorales, pues siempre se recurre a algún ardid para obtener la deseada respuesta
del electorado, ya dividiéndolo, ya estableciendo algún procedimientos que permita
al sistema resistir a sus críticos. Weber no desarrolla la cuestión de imposición del
orden.
En su discusión sobre la índole del orden, los principales conceptos que introduce
Weber son el lazo asociativo o integrador, el grado en que un grupo está cerrado y la
jerarquía del grupo. A su vez, el concepto de jerarquía incluye una relación de
estructura imperativa. Sólo en este punto Weber presenta el concepto de Herrschaft
como concepto acabado; trátase de la relación entre mandato y obediencia. “La
ˋdominaciónˊ (Herrschaft) es la probabilidad de que un mandato sea obedecido por
un grupo dado de personas”. La Herrschaft se define por la esperada obediencia de
los demás. El sistema de poder tiene cierta credibilidad y esto le permite contar con
la conducta de sus miembros. Cuando los agentes de policía van por las calles
esperan que todo el mundo someta su conducta a ellos. La obediencia a los policías
no es un resultado sólo del poder de los policías (capacidad de imponer su voluntad),
es también el resultado de la creencia de la gente en la función de los policías. El
problema que se plantea Weber es el de saber cómo algunas personas están en
condiciones de dar órdenes con éxito a otras. La probabilidad de que sigamos las
reglas constituye ella misma la dominación. Esta situación no está muy lejos de la
relación amo/esclavo de Hegel.
La última fase del desarrollo del concepto de orden en Weber se alcanza cuando éste
presenta la posibilidad del empleo de la fuerza física. Según Weber, al agregar a los
conceptos anteriores la amenaza del legítimo empleo de la fuerza llegamos a la
69
definición del Estado. La estructura de poder del Estado depende de que pueda
sostener “la pretensión al monopolio del uso legítimo de la fuerza física en la
imposición de su orden”. Este es un concepto pesimista del Estado, pero Weber no
era un romántico. En Estado y revolución, Lenin dijo que el Estado se define, no por
sus metas, sino por su medio, y su medio es la coacción. Weber dice algo parecido:
“No es posible definir una organización política, incluso el Estado, atendiendo al fin a
que se dedica su acción... De manera que es posible definir el carácter ˋpolíticoˊ de
una organización sólo atendiendo al medio que es peculiar a ella, el empleo de la
fuerza. Este medio es empero inseparable del carácter de dicha organización. Y en
ciertas circunstancias es elevado a la condición de un fin en sí mismo”.
La diferencia es que para Weber la coacción del Estado está en última instancias
sostenida, no por un poder físico, sino por la respuesta que demos en punto a
creencia a su pretensión a la legitimidad. Es decir, lo que permite la dominación del
Estado es más su estructura retórica que su fuerza cruda. No obstante Weber define
el Estado apelando a la fuerza. El Estado tiene la última palabra en lo que refiere a la
fuerza. Puede encarcelarnos mientras que ningún otro grupo puede hacerlo
legalmente. Sólo con la introducción del papel de la fuerza queda completado el
concepto de dominación. Sólo entonces el concepto de pretensión a la legitimidad
queda también conpletado.
Dos posible ataques contra Weber por parte de quienes sostienen que sus tipos
ideales son demasiado ahistóricos. El primero consistiría en decir que la variedad de
situaciones históricas es tan grande que deberíamos proceder en un nivel más
concreto. Por ejemplo, los sociólogos norteamericanos actúan de manera más
localizada y más descriptiva. Se resisten a considerar el concepto de orden como una
entidad global y dirían que los conceptos de Weber son demasiado platónicos. Un
tipo diferente de crítica procedería de quienes ven el análisis sociológico como un
instrumento crítico. Los posmarxistas (Habermas) sostienen que la tarea no es tanto
describir como desenmascarar. Sin embargo, en defensa de Weber, me pregunto si
es posible describir concretamente o criticar sin cierta red conceptual para tratar los
fenómenos que estamos estudiando. Nuestras definiciones podrán ser en parte
70
convencionales (llamo organización a esto y a aquello), pero también nos permiten
identificar situaciones de manera tal que podemos discutir sobre conceptos, como el
poder, que tienen sentido en diferentes circunstancias históricas y culturales.
Primero debemos comprender las estructuras en que vivimos.
Por último, decir que se ha hecho demasiado hincapié en la historicidad, pues bien
puede haber estructuras sociales así como hay estructuras lingüísticas. Puede haber
cierta permanencia en las estructuras sociales. La problemática política puede poseer
mayor permanencia que algo como las estructuras económicas, que están más
ligadas a lo histórico. Cierta universalidad de la problemática del poder nos permite
identificar un problema cuando leemos a autores políticos del pasado. La biología de
Aristóteles podrá ser obsoleta, pero cuando Aristóteles habla de democracia y de
oligarquía somos todavía capaces de identificar las mismas configuraciones. En
política cometemos siempre los mismos errores, y esto puede deberse a que se trata
de cuestiones que siempre se repiten: el empleo del poder, el uso de mentiras, etc.
Los marxistas tienen razón cuando sostienen que excluimos la historia cuando
excluimos las clases. La respuesta de Weber es la de que la estructura de clases, por
histórica que sea, no cambia fundamentalmente el problema de cómo deberían ser
gobernados los grupos humanos.
Lo que se expresa a través de los tipos ideales de Weber, es el ideal intelectual liberal
alemán antes del nazismo. Los tipos están culturalmente situados; expresan una gran
confianza en el Estado burocrático legal. Hay que distinguir entre un fracaso que se
debe a una deficiencia de la estructura, y un fracaso debido a que la gente dejó de
creer en la estructura. La pretensión a la legitimidad, propia de la estructura, requiere
una creencia correspondiente por parte de la ciudadanía. Cuando falta esta respuesta
que ha de darse al Estado, cuando el pueblo desea en cambio un líder, un Führer,
luego la democracia está muerta. Los tipos ideales de Weber se caracterizan por
cierta jerarquía, por cierta gradación. Parte de lo que él llama lo más racional, va
desde la forma legal de la legitimidad a la forma tradicional y luego a la carismática.
Lo carismático se define por su falta de racionalidad. En Weber hay un prejuicio
respecto a la racionalidad.
71
Max Weber (2)
Recurrimos a Max Weber a fin de afrontar dos dificultades principales que presenta
la teoría marxista de ideología. La primera dificultad se refiere al marco conceptual
general del enfoque marxista, que está estructurado en términos más o menos
causales por las nociones de infraestructura y superestructura. De la obra de Weber
puede derivarse otro modelo, un modelo de motivación.
73
Podría aducirse que ese “además” es por azar. Pero lo vuelve a utilizar en el párrafo
siguiente: “La experiencia muestra que en ningún caso la dominación se limita
voluntariamente a apelar a motivos materiales o afectivos o ideales como base de su
continuación. Además todo sistema semejante intenta establecer y cultivar la
creencia en su legitimidad”. Este es el lugar vacío de una teoría de la ideología en
Max Weber.
Trataremos de ver lo que falta en la tipología weberiana de las pretensiones que nos
impide su transposición en una tipología de las creencias. El concepto de ideología
falta en el texto mismo. Estamos buscando algo que no figura en el texto y que debe
leerse entre líneas. Comprobaremos que el problemas de la creencia no deja de
retornar una y otra vez en un sistema que comienza como una clasificación de las
pretensiones y no como una clasificación de las creencias. La cuestión de la creencia
persiste porque no podemos hablar de legitimidad sin hablar de móviles, y los
móviles tienen relación con creencias.
El lugar más favorable para buscar el papel que desempeña la creencia según Weber
es su tipología de las tres clases de pretensiones a la legitimidad. Si bien Weber dice
que clasifica los tipos de dominación según las pretensiones de éstos, en realidad la
clasificación se realiza sobre la base de creencias. Obsérvese que Weber presenta su
tipología, no atendiendo a las pretensiones mismas, sino a la validez de esas
pretensiones.
74
2) Motivos tradicionales, que descansan en una creencia establecida en la santidad de
tradiciones inmemoriales y en la legitimidad de quienes ejercen la autoridad
(autoridad tradicional). O, por último,
3) Motivos carismáticos, que descansan en la devoción a la santidad excepcional, al
heroísmo o al carácter ejemplar de una persona o de las normas u órdenes reveladas
u ordenadas por ella (autoridad carismática)”.
En esta tipología la idea de motivo aparece tres veces, y las tres veces junto con la
idea de creencia. Esta palabra no está empleada en el tercer caso, pero cuando
hablamos de devoción, se trata típicamente de creencia.
Weber presenta una serie de cinco criterios de los que depende la autoridad legal. El
primero es “que toda norma legal dada puede establecerse por acuerdo o por
imposición o por ambas cosas con una pretensión a la obediencia por lo menos de los
miembros de una organización”. El concepto de pretensión debe introducirse en
relación con la autoridad legal porque no podemos asignar legalidad a un sistema
simplemente por su estructura formal. No puede suponerse la legalidad de una
estructura, pues su legalidad es precisamente lo que está en cuestión. Una norma
legal debe apelar a intereses personales o compromisos personales, y un
compromiso respecto del sistema tiene la naturaleza de una creencia que
corresponde a una pretensión. Los otros criterios de la autoridad legal de Weber
tienen que ver con el hecho de que las reglas deben ser coherentes, establecidas
generalmente con una intención y ser el producto de un orden impersonal. Las
personas que ejercen autoridad están ellas mismas sujetas al orden impersonal y
gobiernan según las reglas de éste, no según sus propias inclinaciones; el pueblo no
debe obediencia a las autoridades como individuos, sino como representantes del
orden impersonal. Debemos reconocer que el sistema está formalizado, pero que el
sistema también requiere de nuestra creencia en esa formalización.
En relación con lo que es ideológico en este sistema de reglas, se señalan tres puntos.
Primero, el hecho de que hasta la autoridad legal requiera la creencia de sus súbditos
confirma que la autoridad se comprende mejor dentro de un modelo de motivación.
Esto nos indica que puede haber una significación positiva de la ideología,
significación que debemos rescatar si pretendemos comprender adecuadamente la
naturaleza de la legitimidad.
75
Un segundo aspecto ideológico más negativo de un sistema de reglas es el de que
cualquier sistema de formalización puede ser fingido, y esto puede servir para
encubrir las prácticas reales de una organización. Deberíamos medir las prácticas
reales de una autoridad cotejándolas con el sistema de reglas declarado, pero Weber
nada dice sobre este problema. El problema está en la discrepancia entre las
prácticas del sistema y las reglas declaradas. Una forma dada de autoridad puede
satisfacer en apariencia los criterios de Weber precisamente para emplear en una
forma más eficiente otra clase de poder. Un ejemplo es el uso de la relación
contractual para encubrir la verdadera relación salarial del capital y trabajo. El
modelo del contrato sostiene que la relación entre el trabajador y el empleador ya no
es una relación de esclavo y amo porque ambas partes son jurídicamente iguales.
Porque se afirma que la participación de cada parte en la relación laboral es libre e
igual, se dice que esa relación es un contrato. Debemos tomar seriamente la
acusación que hacen los marxistas de lo que ellos llaman con desprecio libertad
formal. Los marxistas alegan que están interesados en la libertad real y no en la
libertad formal de los sistemas capitalistas. Este desprecio de lo formal empero
puede ser en sí mismo una justificación de la violencia de manera que ambas parte
pueden ser en cierto modo hipócritas. Sin embargo, el punto importante es la
posibilidad del uso ideológico de un sistema formal al servicio de un curso legal que
en realidad encubre una clase diferente de curso.
76
son especialistas técnicos. En general, el funcionario de carrera de alto rango suele
desempeñarse a la larga mejor que su superioridad nominal, el ministro del gabinete,
que no es un especialista”
No sólo la burocratización tiene aspectos represivos, sino que hasta el sistema más
racional posee una racionalidad propia. Todo intento de perpetuar la pretensión de
racionalidad en medio de las cualidades represivas e irracionales de la burocracia
exige la existencia de la creencia. Weber interpreta aquí la irracionalidad como el
conflicto entre racionalidad formal y racionalidad sustantiva. Un sistema formalizado
es independiente de los individuos, en tanto que la racionalidad sustantiva tiene
cierto tono hegeliano; se trata del Geist, la sustancia del grupo o de la comunidad
que desea comprenderse a sí misma. Por otro lado, los sistemas formalizados son
poco claros, opacos, tocante a los papeles que asignan y a las significaciones que
ofrecen al individuo y a la vida colectiva. Este es el punto en que la creencia no
corresponde a la pretensión porque la pretensión a la racionalidad está eclipsada por
una nube de irracionalidad que la creencia arrastra consigo.
77
Estado burocrático y se apoya en cambio en otra forma de racionalidad, la de los
beneficios en el sentido de ganancias. En la medida en que el empresario capitalista
no está libremente seleccionado y tiene además el poder de cabildear e influir en las
decisiones políticas, esta cumbre del personal administrativo no es tanto
administrativa como política. Puesto que los poseedores de capital influyen en los
líderes políticos, la jerarquía capitalista también se enmaraña con la jerarquía
política.
Me pregunto si el punto débil del análisis de Weber sobre el tipo legal consiste en
que el problema de la dominación queda reducido al problema del empleo de un
cuerpo administrativo burocrático. Weber no aprecia el hecho de que la naturaleza
de la dominación no queda agotada por los medios privilegiados de la burocracia.
Weber desdeña incorporar a su análisis la dimensión política, la cual tiende a quedar
absorbida en una cuestión administrativa. Los marxistas dirían que Weber pasó por
alto sistemáticamente los aspectos capitalistas de la democracia política y los redujo
a cuestiones relativas a las técnicas de poder. El tipo legal es ideológico por cuanto
emplea eficiencia burocrática formal para enmascarar la verdadera naturaleza del
poder en acción.
Ricoeur propone la hipótesis de que el tipo legal continúa siendo una forma de
dominación en la medida en que conserva algo de las otras dos estructuras de
pretensiones y en que la arbitrariedad sirve para ocultar este residuo de lo tradicional
y de lo carismático. Bien pudiera ser que los tres tipos no puedan yuxtaponerse de
manera independiente porque siempre están más o menos entretejidos entre sí. Esto
no se opone a lo que dice Weber sobre los tipos ideales. Si bien él propone tres tipos,
se supone que las distinciones son sólo una manera de desenredar conexiones
significativas. Nada funciona sobre la base de un tipo solamente; todos los sistemas
de poder implican, aunque en diferentes proporciones, elementos de legalidad, de
tradición y de carisma. Esta es una forma de interpretar a Weber. Pero esta hipótesis
merece ser discutida, entonces podría uno preguntarse si el poder legal no se apoya
en algunos rasgos de lo tradicional y lo carismático a fin de ser un poder y no sólo
legal. Hemos descrito lo que lo hace legal, pero lo que lo hace un poder puede en
definitiva ser tomado siempre de las otras dos clases de poder. Por eso tenemos que
observar cuidadosamente la definición de los otros dos tipos.
Volvamos a Weber en cuanto a las definiciones del tipo tradicional y carismático para
determinar sus fuentes de poder.
“Los jefes son designados de conformidad con reglas tradicionales y son obedecidos a
causa de su condición tradicional. Este tipo de gobierno organizado, en el caso más
simple, se basa primariamente en la lealtad personal que resula de una educación
común. La persona que ejerce la autoridad no es un ‘superior’ sino que es un maestro
personal”
Existe una red de relaciones basada en la creencia que lo que procede del pasado
tiene más dignidad. Lo que sugiere mi hipótesis (la de que toda clase de autoridad
implica por lo menos un elemento tradicional) es que un cuerpo político está
78
gobernado no sólo por las reglas técnicas de la eficiencia sino también por la manera
en que se identifica entre otros grupos. Ésta puede ser la primera función de un
sistema ideológico: conservar la identidad del grupo a través del tiempo. En una
comunidad política existen al mismo tiempo varias generaciones; la decisión política
es siempre un arbitraje entre las aspiraciones de estas diferentes generaciones,
mientras que una generación técnica se da solamente en el presente y sólo según el
sistema presente de instrumentos. El cuerpo político tiene más memoria y
esperanzas que un sistema tecnológico. La tecnología y la economía tienen que ser
“racionales”, aquí tiene que haber una conexión técnica entre medios y fines,
mientras que en política la racionalidad es lo “razonable”, es la capacidad de integrar
un todo.
A causa del énfasis que pone en el instrumento burocrático del tipo legal, Weber
analiza el tipo tradicional atendiendo a su técnica para imponer el orden en lugar de
atender a la motivación de la creencia en su racionalidad. Weber no hace lo que
pretende hacer (tratar cada tipo sobre su propia base) porque considera lo
tradicional y lo carismático sólo por comparación con lo legal y lo burocrático. La
parcialidad de Weber es evidente porque comienza considerando el sistema legal,
luego pasa al tradicional y por último el carismático.
Weber analiza primero lo racional, y luego trata los otros tipos para descubrir lo que
a éstos les falta por comparación. Va desde lo más racional a lo menos racional. Este
modo no es en modo alguno histórico; por el contrario, no cabe duda de que lo
carismático precede siempre a lo tradicional y que lo tradicional precede a lo
racional. El análisis se desarrolla en un orden histórico inverso, que es el orden de la
decreciente racionalidad.
Parece que la autoridad carismática fue reemplazada en el mundo de hoy por los
otros dos tipos de autoridad. Pero como discurre Hegel, siempre hay un elemento
que toma decisiones en un sistema de poder y este elemento es hasta cierto punto
siempre personal; el hecho del problema del líder nunca puede quedar
completamente excluido. Hasta en un sistema democrático como la formad el
gobierno británico, el pueblo vota por tres cosas al mismo tiempo: un programa, un
partido y un líder.
79
Si no podemos prescindir de la autoridad carismática, debemos pues considerar los
méritos y títulos del líder. “Es el reconocimiento de quienes están sujetos a la
autoridad lo que resulta decisivo para la validez del carisma”. La creencia es necesaria
y sin embargo, continúa diciendo Weber, el líder no se apoya en la creencia. Por el
contrario porque el líder formula una pretensión, los demás deben creer.
80
relaciones congeladas, que hemos reconstruido el sistema de motivación como un
sistema transparente. Weber no indica que esta transparencia se da sólo al final de
un proceso crítico. Sólo al terminar un proceso de crítica recuperamos como nuestro
propio trabajo lo que se manifiesta como la productividad del capital, recuperamos
como creencias motivadoras propias de nosotros lo que se manifiesta como el poder
del Estado. El marco conceptual de Weber nos permite ver la brecha entre
pretensión y creencia, pero las razones de ello y la importancia de esta discrepancia
no son factores que el propio Weber considere.
Marx dice que la clase no es un hecho dado sino que es un resultado de la acción, de
la interacción, un resultado que no reconocemos como consecuencia de nuestra
acción. En realidad hice más violencia a Weber que a Marx ya que le forcé a decir lo
que él no deseaba decir: que es en virtud de algún proceso ideológico como tenemos
nuestras motivaciones en relación con el poder. En Weber, en ningún momento
tenemos la idea de que algo es reprimido en esta experiencia de motivación, de que
está perdida nuestra competencia comunicativa. Weber no ve que precisamente
porque estas competencia comunicativa se ha perdido sólo podemos describir tipos o
estructuras.
Tema 5
La dimensión simbólica y
retórica de la ideología
81
Geertz
Para elaborar un concepto de ideología concebida como integración o conservación
de la identidad recurrimos a Geertz. En este análisis llegamos al nivel de la
simbolización, algo que puede ser deformado y donde se verifica el proceso de
legitimación. Aquí la actitud principal no es de sospecha, ni siquiera una actitud no
valorativa, sino la conversación. El propio Geertz adopta esta actitud como
antropólogo. En La interpretación de las culturas, Geertz dice: “Lo que procuramos es
conversar con ellos (con los miembros de otras culturas), una cuestión bastante más
difícil y no sólo con extranjeros, de lo que generalmente se reconoce”.
Esta actitud está relacionada con un marco conceptual que no es causal ni estructural
y ni siquiera de motivación; es semiótico. Geertz trata de abordar el concepto de
ideología mediante los instrumentos de la moderna semiótica. Lo que quiere decir
Geertz es que el análisis de la cultura no es “una ciencia experimental en busca de
leyes sino una ciencia interpretativa en busca de significaciones”. De manera que
Geertz no dista mucho de Max Weber puesto que cree con Weber que “el hombre es
un animal inserto en tramas de significación que él mismo ha tejido”. Nos referimos a
motivos, pero a motivos expresados en signos. Los sistemas significativos de los
motivos constituyen el nivel de referencia.
Puesto que la cultura se entiende aquí como un proceso semiótico, para Geertz es
fundamental el concepto de acción simbólica. Este tema está principalmente
desarrollado en su artículo “La ideología como sistema cultural”, que se encuentra en
el libro La interpretación de las culturas. Geertz toma la expresión “acción simbólica”
de Kenneth Burke, aunque con una significación diferente. Burgke dice que el
elnguaje es en realidad acción simbólica, pero para Geertz, la acción es simbólica, lo
mismo que el lenguaje.
82
trabajo, etc. Por eso necesitamos un sistema secundario de símbolos que son, no
naturales, sino modelos culturales.
La parte más importante del artículo es el análisis que hace Geertz sobre la
posibilidad de comparar una ideología con los recursos retóricos del discurso. En la
primera parte de su artículo, Geertz critica las teorías más corrientes de la ideología,
pues suponen algo que ellas mismas no comprenden: cómo el relajamiento de una
tensión se convierte en un símbolo, o cómo un interés está expresado en una idea.
Geertz sostiene que la mayor parte de los sociólogos dan por descontado lo que
significa decir que un interés está “expresado” por algo diferente. Pero, ¿cómo llegan
a expresarse los intereses? Geertz declara que podemos responder a esto sólo
analizando “cómo los símbolos simbolizan, cómo funcionan para expresar
significaciones”. “No teniendo idea de cómo funcionan la metáfora, la analogía, la
ironía, la ambigüedad, los retruécanos, las paradojas, la hipérbole, el ritmo y todos
los elementos de lo que solemos llamar ˊestiloˋ, a los sociólogos les faltan los
recursos simbólicos con los cuales pudieran construir una formulación más aguda”.
83
parte intrínseca del lenguaje corriente. En su función integradora, la ideología es
análogamente básica e ineluctable.
Podemos observar que el proceso de derivar las tres formas de ideología puede
desarrollarse en la dirección inversa. Como la observa Geertz, la ideología se refiere
siempre en última instancia al poder. La noción de la autoridad es un concepto
medular porque cuando el problema de la integración nos lleva al problema de un
sistema de autoridad, el tercer concepto de ideología nos remite de nuevo al
segundo. No es azar que el lugar específico de la ideología exista en la política, pues
la política es el terreno en que las imágenes básicas de un grupo suministran reglas
para ejercer el poder. Las cuestiones de integración conducen a las cuestiones de
legitimación y éstas a su vez conducen a las cuestiones de deformación. Marchamos
hacia atrás y hacia arriba en esta jerarquía de conceptos.
84
una fundamental estabilidad en el nivel de nuestros sentimientos más profundos. La
religión es una teoría de los sentimientos, y como tal se refiere tanto a lo ético como
a lo cósmico. El tercer punto sobre la religión es el hecho que ella pone en escena
esos sentimientos por obra de ritos, y en la sociedad moderna tenemos residuos y
hasta tradiciones permanentes de esta acción religiosa. La ideología surge, no por el
derrumbe de la dimensión ritual, sino por la situación conflictiva de la modernidad.
Los sistemas se enfrentan con otros sistemas que formulan análogas pretensiones de
autenticidad y legitimidad.
Podemos decir que Geertz no se propone tanto eliminar las teorías corrientes sobre
ideología (la ideología como expresión de intereses o tensiones) como fundarlas en
un plano más profundo. Pero, en última instancia, Geertz se inclina más por una
teoría de la tensión en cuanto a la ideología. El concepto de integración precisamente
tiene que ver con la amenaza de la falta de identidad. Lo que más teme un grupo es
no ser ya capaz de identificarse a causa de las crisis y confusiones que provocan la
tensión; la tarea consiste en superar esa tensión. Una vez más la comparación con la
religión es pertinente porque los sufrimientos y la muerte desempeñan el mismo
papel en la vida personal que el papel que desempeñan la crisis y la confusión en la
esfera social.
Es posible que el punto de vista de Geertz como antropólogo sea la razón decisiva de
que ponga énfasis en la integración y, por lo tanto, en la teoría del esfuerzo o
tensión. Como antropólogo, Geertz tiene una perspectiva diferente de la de alguien
como Habermas, que es un sociólogo de la sociedad industrial moderna. En el género
de sociedades que trata Geertz, la problemática no es la de la sociedad industrial o
posindustrial, sino que es la de sociedades que están en desarrollo. En esas
sociedades, la crítica de la ideología es prematura; están más concentradas en la
naturaleza constitutiva de la ideología. Cuando los intelectuales u otros disidentes de
esas sociedades utilizan los Instrumentos de la crítica de la ideología, seguramente se
les encarcela o se les mata. Los disidentes se hacen elementos marginales cuando
aplican los instrumentos críticos de una sociedad avanzada a una sociedad naciente.
Aquí la cuestión metodológica es considerar hasta qué punto la posición de Geertz
como antropólogo lo compromete a realizar un análisis que no puede ser el de un
Habermas.
Pero sería demasiado sencillo afirmar que los países en desarrollo sólo tienen que
considerar el carácter constitutivo de la ideología, porque su tarea consiste en hallar
su propia identidad en un mundo ya marcado por la crisis de las sociedades
industriales. Las sociedades industriales no sólo acumularon y acapararon la mayor
parte de los medios e instrumentos de desarrollo, sino que en su propio seno
engendraron una crisis que ahora es un fenómeno público y mundial. Hay sociedades
que están entrando en el proceso de industrialización y al mismo tiempo hay
naciones que, en la cumbre de su desarrollo, se están planteando cuestiones sobre
ese proceso. Ciertos países tienen que incorporar la tecnología en el mismo
85
momento en que comenzó la crítica de la tecnología sometida a juicio. Para los
intelectuales de aquellos países, la tarea es especialmente difícil porque viven en dos
eras al mismo tiempo. Viven a comienzos del periodo industrial, pero también
forman parte del siglo XX porque se han formado en una cultura que ya entró en la
crisis de la relación entre sus metas y la crítica de la técnica. Por eso el concepto de
ideología se ha hecho ahora universal; la crisis de las sociedades industriales es una
crisis universal; y esto forma parte de la educación de todo intelectual de cualquier
lugar del mundo. Las personas de los países que están en desarrollo se educan al
mismo tiempo con los elementos intelectuales de su propia cultura y los de la crisis
de los países desarrollados.
86
que Europa ha sufrido un colapso por ogra de sus guerras internas, el conflicto es
más global. Por ejemplo, la relación entre el tercer mundo y el mundo industrial es
actualmente una batalla fundamental. De manera que la ideología de los Estados
Unidos está definida en parte por sus relaciones exteriores.
Con todo eso, es cierto que los Estados Unidos tienen una ideología común.
Consideremos la cuestión de la desocupación. Ésta es una diferencia típica entre
Europa y los Estados Unidos. En Europa quedarse sin empleo es una injusticia, pues
uno tiene derecho a trabajar. En Estados Unidos se ve como un fracaso individual, es
un problema personal. Este individualismo que lo penetra todo tiene algunas
implicaciones saludables, pero también implica que si bien todo lo que es manejado
por la empresa privada se encuentra en buenas condiciones, las empresas públicas,
como el ferrocarril sufren quebrantos. No hay sentido de la propiedad común.
Tema 6
87
Utopía e ideología en Mannheim
Mannheim
Existe una enorme bibliografía sobre la ideología, y mucho menos sobre la utopía. La
primera dificultad consiste en que ambos fenómenos difieren en su apariencia.
Propio de la utopía es que desde el principio ella constituye un género literario, (hay
obras que se llaman utopías) y nada semejante existe en lo referente a la ideología, ni
nadie dijo escribir una ideología. La ideología suele negarse más naturalmente
mientras la utopía se acepta más fácilmente.
La segunda falta de paralelismo se manifiesta en las actitudes con que abordamos los
dos fenómenos. Como vimos en el caso de Geertz, quizá sólo al término de un
proceso muy difícil y arduo podemos enfocar la ideología con una actitud más
amistosa. Nuestra actitud general respecto de las utopías es bastante diferente. En
algunos casos la utopía tiene una connotación negativa, especialmente cuando la
nombran los representantes de grupos gobernantes que se sienten amenazados.
Para ellos, la utopía es algo imposible e irrealizable, por lo menos dentro del orden
que ellos representan. El lector se inclina a aceptar la utopía como una hipótesis
plausible. En la obra utópica no nos hallamos frente a una actitud polémica que el
lector tenga que desarmar mediante su penetración y habilidad.
Una tercera falta de paralelismo que constituye un obstáculo aún mayor para
comparar ideología y utopía es el hecho de que las utopías (en plural) no expresan
fácilmente una significación central de la utopía (en singular). Este es resultado es
consecuencia de la autoría de las utopías, pues determinadas utopías fueron escritas
por determinados autores. Si resulta difícil aislar el núcleo de la ideología como
problema único, más difícil es tratar de aislar un núcleo de la utopía. El contenido de
las utopías (cuando se analiza) se dispersa por completo. Por supuesto hay algunos
límites de esta dispersión. Existe cierta permanencia de los intereses, cierta
repetición de temas sobre la familia, la propiedad, el consumo, la organización social
y política, etc. Pero si desde un punto de vista más general, consideramos cada tema
utópico, cada uno de ellos estalla en direcciones contradictorias. Lewis Mumford,
intenta mostrar que hay por lo menos dos familias de utopías que resultan muy
difíciles de relacionar entre sí, las que él llama utopías de evasión y utopías de
construcción. Desde el punto de vista de la semántica nos encontramos frente a una
pluralidad de utopías individuales que resultan muy difíciles de reunir con el nombre
de utopía.
88
este caso, lo no científico comprende tanto la ideología como la utopía. Engels:
“Socialismo: utópico y científico”. Allí se considera que el socialismo utópico
pertenece a la esfera de las ideologías. El marxismo tiende a reducir las utopías a una
subclase ideologías. Se afirma que las utopías son emanaciones de cierto estrato
social. La explicación de las ideologías y las utopías es la misma.
89
la realidad que trascienden una realidad dada…”. Esta es la manera en que
Mannheim construye el concepto de utopía. Nosotros no somos pasivos en relación
con la experiencia, sino que tratamos de reconstruirla estructuralmente. Así la
primera regla metodológica es estructura un concepto general. La segunda regla es
diferenciar las utopías según los estratos sociales. El problema consiste en relacionar
cada forma de utopía con un estrato social, cosa no siempre fácil de hacer. Esta regla
implica que desaparece significativamente la individualidad de los autotres, o al
menos queda minimizada. La tercera regla metodológica es la de que una utopía no
sólo constituye una serie de ideas sino también una mentalidad, un Geist, una
configuración de factores que penetra toda la gama de ideas y sentimientos. El
elemento utópico se infunde en todos los sectores de la vida, es más bien un sistema
simbólico general. Mannheim habla aquí de “deseo dominante”. La mentalidad
utópica da a la experiencia “un cuadro inmediatamente perceptible” o por lo menos
“una serie directamente inteligible de significaciones”. Este concepto es importante
cuando consideremos lo que Mannheim llama la muerte de la utopía. La muerte de la
utopía puede ser también la muerte de un cuadro global de la realidad y esto deja en
pie nada más que un enfoque fragmentario de hechos y situaciones.
La segunda razón por la cual Mannheim elige la utopía quiliástica es la de que ésta
reúne el ideal con las demandas de un estrato social oprimido. Se trata de la
conjunción del predicador y de la rebelión de los campesinos, y esto es lo decisivo.
“Anhelos que hasta ese momento no estaban ligados a una meta específica o estaban
concentrados en objetivos del otro mundo, repentinamente toman una configuración
mundana. Ahora se los sintió como realizables -aquí y ahora- e infundieron en la
conducta social un celo singular”. Obsérvese el criterio de la posibilidad de
realización. Para Mannheim, aquel movimiento representaba la primera brecha en la
90
aceptación fatalista del poder, tal como estaba constituido. Para Mannheim, este es
el nacimiento por lo menos de la utopía moderna; y excluye a Thomas More del
primer plano. La utopía quiliástica suscita contrautopías, que están más o menos
enderezadas contra la amenaza del resurgimiento de esta utopía fundamental.
En cuanto al sentido del tiempo de una utopía, lo específico del sentido del tiempo tal
vez en todas las utopías es el súbito enlace entre los absoluto y lo inmediato del aquí
y el ahora. No hay dilación, no hay postergación alguna entre lo inmediato y lo
absoluto. “Para el verdadero quialista, el presente se convierte en la brecha a través
de la cual lo anteriormente dirigido hacia adentro estalla repentinamente, se apodera
del mundo exterior y lo transforma” La experiencia del quialista es la opuesta de la
del místico que representa un apartarse del tiempo y del espacio. El quialismo
reconoce el carácter instantáneo de la promesa frente a la lenta preparación que
desarrolla un concepto didáctico de cultura o frente al sentido de lo oportuno que
tiene que ver con las condiciones reales expuestas por el pensamiento marxista. Para
Mannheim, el desconocimiento de dicha preparación y de la oportunidad es
característico de la utopía quilástica.
La cuarta forma utópica que trata Mannheim es la utopía socialista comunista. Aquí
también podríamos hacer muchas reservas sobre la clasificación de Mannheim.
¿Cómo podemos llamar utópico al movimiento socialista comunista cuando éste
91
pretende precisamente ser antiutópico? Mannheim da dos respuestas. Este
movimiento es utópico, primero, a causa de su relación con las otras tres utopías,
una relación que no es sólo competitiva, sino sintética. Mannheim sostiene que este
cuarto modo “se basa en una síntesis interna de las varias formas de utopía que han
nacido hasta ahora”. Esta forma conserva de la utopía quiliástica el sentido de una
ruptura producida en la historia, ese salto que va desde la era de la necesidad a la era
de la libertad. También conserva lo mejor de la tradición del progreso, es decir, las
preparaciones temporales, las fases históricas. Por ejemplo el paso de la propiedad
basada en la tierra a la propiedad basada en el capital corresponde a un desarrollo
nacional que hace posible una rotura en la estructura social principal. Hasta la utopía
conservadora aporta un elemento: el sentido de la necesidad, el sentido de que no
podemos hacer cualquier cosa en cualquier momento, el elemento determinista que
está tan extrañamente vinculado con la idea de un salto.
El entrelazamiento de las tres utopías anterior con este cuarto modo puede
reconocerse especialmente en el sentido del tiempo de la utopía socialista
comunista. Mannheim cree que la contribución decisiva de esta utopía es la manera
en que ella articula la relación entre lo cercano y lo remoto. La realización del
comunismo es lo remoto y representará el fin de la lucha de clases, el fin de la
opresión, etc. Lo cercano implica los pasos que hay que dar para llegar a esa meta,
pasos que deben ser muy racionales. Por ejemplo, el socialismo debe realizarme
primero, antes de que la fase esté preparada para el advenimiento del comunismo. El
futuro está preparado en el presente, pero al mismo tiempo en el futuro habrá más
que en el presente. La “idea” socialista en su interacción con los hechos “reales”
opera más bien como un tendencia. Esta utopía refina la idea de progreso al
introducir el concepto de crisis, que estaba más o menos ausente en la utopía liberal.
En la utopía socialista comunista, “la experiencia histórica llega a ser… un plan
realmente estratégico”.
Las cuatro formas de utopía son no solamente antagónicas puesto que su conjunto
está orientado: la naturaleza de su antagonismo afecta la tendencia general de los
cambios. Las cuatro formas constituyen una secuencia temporal. Aquí la idea
fundamental de Mannheim es la de que la historia de la utopía constituye una
gradual “aproximación a la vida real” y, por lo tanto, una declinación de la utopía.
Mannheim dice: “El proceso histórico mismo nos muestra un gradual descenso y una
creciente aproximación a la vida real de una utopía que en un tiempo trascendía
completamente la historia”. Es como si la distancia utópica se viera progresivamente
reducida. Después de esta caracterización supuestamente descriptiva, Mannheim
procede exactamente como hizo en el caso de la ideología, es decir, pasa de una
posición no valorativa a una posición valorativa sobre los méritos de este cambio.
Porque Mannheim definió la ideología y la utopía como incongruentes con la
realidad, su conclusión sobre este punto puede estar predeterminada. Tiene que
tomar la eliminación de la incongruencia como algo positivo. Se supone que esta
“aproximación a la vida real” es salutífera puesto que expresa un intento de abordar
más estrechamente la realidad social; se trata de un progresivo “dominio de las
condiciones concretas de existencia”.
Mannheim cree que el anarquismo radical desapareció del escenario político (dudo
que hoy podríamos decir tal cosa). Mannheim ve muy claramente la tendencia
conservadora del socialismo, la burocratización de la utopía liberal, la tolerancia y el
escepticismo crecientes y sobre todo la reducción de todas las utopías a idelogías.
92
esterilidad: la general desintegración de las visiones del mundo, la reducción de la
filosofía a la sociología. La filosofía es cada vez menos la matriz de perspectivas
globales y la sociología sin una perspectiva filosófica que la funde, queda reducida a
una interminable indagación fragmentaria.
El sentido del tiempo histórico está profundamente afectado por esta decadencia de
la utopía. “Cuando la utopía desaparece, la historia deja de ser un proceso que
conduce a un fin último”. Mannheim cree que ha desaparecido la categoría de la
totalidad y que éste es el carácter principal de nuestra época. Así también
desaparece en Mannheim la idea idea de una meta. Mannheim cree que el resultado
de esta desaparición es el reducir todos los hechos, todas las acciones humanas a
funciones de los impulsos humanos. Mannheim ve la victoria de cierta actitud
práctica y positiva. Trátase de la vacua victoria de la congruencia: la gente se ha
adaptado a la realidad y por haberse adaptado a ella no tiene ilusiones; pero con la
pérdida de las ilusiones los hombres también pierden todo sentido de la dirección.
Mannheim ve aquí todas las enfermedades de la sociedad moderna; ya no existe el
impulso por trazar cuadros generales.
¿Pero es verdadera esta visión del mundo sin utopías? Reconocer que la ciencia y la
técnica pueden ser ellas mismas ideológicas vuelve a abrir la puerta a la utopía.
Mannheim hace dos reservas a la aparente falta de tensión del mundo actual. Por un
lado dice que existen aún estratos “cuyas aspiraciones todavía no se han satisfecho”.
Hoy los problemas del tercer mundo destruirían por completo la imagen de
Mannheim. Nada es menos verdadero que la afirmación de Mannheim de que nos
hallamos en un mundo que ya no está en el proceso de hacerse. También es raro que
alguien escribiera eso e 1929, pocos años antes del triunfo de Hitler. Tal vez haya sido
el triunfo de la utopía liberal lo que inspiró la sociología de Mannheim, si nos es lícito
decir que hay una utopía detrás de esta ciencia. La segunda reserva que hace
Mannheim a su tesis es la de ver otro grupo que está insatisfecho, el grupo de los
intelectuales.
En el último párrafo del capítulo sobre la utopía, Mannheims señala el punto en que
cesa el paralelismo entre ideología y utopía.
94
Tema 7
Los utopismos de Saint-Simon y
de Fourier
Saint-Simon
Examinaremos dos ejemplos del socialismo utópico del siglo XIX.
Engels hablaba contra los socialistas utópicos pero no con la brutalidad y acritud que
reservó al pensamiento burgués. Engels supone que la razón es tan sólo, de una
manera muy simplista, la idealización de los intereses de la burguesía. De manera
que para el pensamiento marxista en una fase muy temprana ya había una
vinculación entre razón e intereses. Engels cree que la razón es la forma idealizada de
la dominación de la burguesía. Pero en este proceso de idealización no se da
solamente el desarrollo de una ideología (es decir, la justificación de la posición de la
clase dominante) sino también un subproducto, que es la utopía.
Para Engels la ilusión utópica consiste en esperar que la verdad habrá de ser
reconocida simplemente porque es la verdad e independientemente de todas la
combinaciones del poder y de las fuerzas históricas. Cualquier momento es bueno
para emprender una revolución. No son necesarias preparaciones históricas ni
condiciones determinadas para alcanzar el éxito. Engels sugiere que en la época de
los socialistas utópicos, la falta de madurez de la producción capitalista y la situación
de las clases corrían parejas con una falta de madurez en la teoría. La teoría no
estaba madura porque las clases que podían sustentar un programa revolucionario
no estaban aún maduras. Esta inmadurez teórica estaba ejemplarizada por la
creencia utópica de que la sociedad podía modificarse sobre la base de la razón sola.
Los marxistas siempre dijeron que el capitalismo debía alcanzar cierto nivel para que
pudiera desarrollarse una situación revolucionaria; propugnar utopías corresponde a
una fase de inmadurez. Aún así la utopía para los marxistas no puede descartarse ni
negarse como ideológico. Engels llama por lo menos a una forma de este
95
pensamiento utópico poesía social. (1) La caracterización de Engels era negativa, (2)
En verdad, plantearé si no estamos ahora listos para leer esas utopías de una manera
más favorable porque sabemos lo que Marx y Engels produjeron históricamente por
lo menos en lo que se refiere al socialismo de Estado. Después de semejante fracaso,
bien podría ser ahora de nuevo el momento de la utopías.
Eurich señala que la idea de reemplazar el poder político por el poder de los hombres
de ciencia tiene una larga tradición. Se remonta a Bacon y su Nueva Atlántida. En la
utopía de Bacon se reunían los recursos de una nación ilustrada y el poder de los
científicos, una alianza entre una nación instruida y genios individuales. La idea era
reemplazar una democracia política por una democracia científica; el elemento
carismático correspondería a los científicos en tanto que el Estado sería la burocracia
que sustentaba a este cuerpo de científicos.
96
Sin embargo, los científicos no poseen poder por sí mismos. Tienen poder en la
medida en que liberan la creatividad por obra de una especie de reacción en cadena.
Este énfasis, que persiste desde Bacon a Saint-Simon, corrobora la afirmación de
Mannheim de que una utopía es no sólo un sueño, sino un sueño que aspira a
realizarse. La utopía se dirige a la realidad; trata de alterar la realidad. La intención de
la utopía es seguramente modificar las cosas establecidas, y por eso no podemos
decir con el Marx de la undécima tesis sobre Feuerbach que se trata sólo de una
manera de interpretar el mundo y no de cambiarlo. Por el contrario, el impulso de la
utopía tiende a modificar la realidad. La pretensión de la utopía racionalista consiste
en que la llamada “reacción en cadena” del cambio comienza con el conocimiento.
Además, esta utopía es antielitista a pesar de que asigna el poder a los que saben.
Pero los hombres de ciencia no ejercen el poder en beneficio de sí mismos.
La diferencia entre Bacon y Saint-Simon está en que mientras Bacon ponía el acento
en las ciencias físicas, Saint-Simon ponía el acento en las ciencias sociales. Saint-
Simon sostenía que la ley newtoniana de la gravitación universal era el principio que
gobernaba todos los fenómenos, tanto físicos como morales. La naturaleza tenía un
orden y todas las ciencias debían tener el mismo principio subyacente.
97
es una especie de plusvalía. La religión correpondía para Saint-Simon al terreno de la
ociosidad y la haraganería.
Otro aspecto interesante de esta utopía que reúne la administración practicada por
los hombres de ciencia con la actividad de los hombres industriosos consiste en que
dicho aspecto hace que el estado actual de la sociedad aparezca al revés, lo de abajo
arriba. Saint-Simon lo mismo que Marx tienen la idea de una contrasociedad que
sería la sociedad puesta de nuevo al derecho. Engels observa que este concepto de
inversión ya fue empleado por Hegel. Se supone que la humanidad está parada sobre
su cabeza de conformidad con la idea. El reinado de la idea es el de la humanidad
parada sobre su cabeza en lugar de estarlo sobre sus pies. La posición de Hegel es
inteligible en el sentido de que porque se dice la idea gobierna la realidad los
hombres marchan con su cabeza en lugar de hacerlo con los pies. Sin embargo,
perderíamos de vista el esfuerzo de Saint Simon si afirmamos que sencillamente
Saint-Simon invierte esta inversión.
Saint-Simon cree que la revolución estalla a causa de los malos gobiernos. Como la
revolución es el castigo de la estupidez del gobierno, aquélla sería innecesaria si los
líderes del progreso industrial y científico tuvieran poder. Saint-Simon siente un
profundo disgusto por la revolución. Había una cierta aversión por la destrucción o
en palabras de Hegel del terror.
La tercera fase del proyecto utópico de Saint-Simon está representada por un nuevo
cristianismo (Nuevo cristianismo es precisamente el título del libro). Aquí Saint-Simon
recoge no sólo las resonancias religiosas ya presentes en las dos primeras fases, sino
que agrega algo nuevo. Cuando hablo de resonancias religiosas hablo de la necesidad
98
de salvación. Los hombres necesitan que se les administre la salvación, y este es el
trabajo de los industriosos y los hombres de ciencia. Otra resonancia religiosa
presente en Saint-Simon es la idea de la emancipación de la humanidad, que asigna a
la ciencia y a la industria una meta escatológica.
Tanto Saint-Simon como Fourier resaltan el papel de las pasiones. Saint-Simon: “Los
artistas, hombres de imaginación abrirán la marcha. Proclamarán el futuro de la
especie humana… desarrollarán la parte poética del nuevo sistema… Que los artistas
realicen en el futuro el paraíso general… y entonces este sistema se constituirá
rápidamente”. Vemos la idea de un atajo temporal; si repentinamente se produce
esta explosión de emociones creadas por los artistas, luego se producirá lo que yo he
llamado la reacción en cadena.
99
una pintura fija, petrificada, de su última fase. Saint-Simon porponía por ejemplo que
hubiera tres cámaras en el Parlamento. Una cámara sería de la invención, otra de la
reflexión o revisión y la tercera la de la realización o ejecución. Cada cámara con su
número de integrantes y grupos específicos. Gran precisión, rasgo común en las
utopías escritas. La utopía se convierte en un cuadro pintado. La utopía no ha
comenzado cuando ya queda detenida. Todas las cosas deben responder al modelo;
después de la institución del modelo ya no hay historia.
Sobre la base de esta presentación de Saint-Simon, hay que señalar varios puntos. En
primer lugar, deberíamos considerar las implicaciones de promover una utopía del
conocimiento, de la ciencia. Parece que hay dos maneras diferentes de interpretar
esta utopía. Por un lado, se la puede interpretar como una religión de la
productividad y la tecnocracia y, por lo tanto, como el fundamento de una sociedad
burocrática y hasta de un socialismo burocrático. Por otro lado, esta utopía puede
considerarse como confirmación de una ideología más cooperadora. Esta utopía
comprende pues el mito del industrialismo, el mito del trabajo y la productividad, y
comprende también la idea de la convergencia de fuerzas más allá de su actual
antagonismo, la idea de que el antagonismo no es fundamental y de que en cambio
es posible cierta unanimidad de todos aquellos que trabajan.
En segundo lugar, la orientación de Saint-Simon suscita la idea del fin del Estado. Esta
idea puede ser más popular, pero todavía es una utopía para algún día futuro. Saint-
Simon la expresa pronosticando que el gobierno ejercido sobre el pueblo habrá de
ser reemplazado por una mera administración de las cosas. La relación de
sometimiento entre gobernados y gobernantes será reemplazada por una
administración racional. Engels hace notar este componente antigubernamental y
habla de él con cierta ironía, diciendo que se trata de algo que recientemente “ha
hecho mucho ruido”. Lenin trata de colocar en cierto orden de sucesión el momento
en que es necesario reforzar el Estado para destruir a los enemigos del socialismo
(ese es el período de la dictadura del proletariado) y el momento en que el Estado
habrá de desvanecerse. Esta idea de la desaparición del Estado debe mucho al
pensamiento de Saint-Simon, la idea forma parte del horizonte utópico del marxismo
ortodoxo. El énfasis racionalista de la utopía de Saint-Simon conduce a una apología
de la industria, pero también conduce al sueño del fin del Estado. El cuerpo político
como cuerpo que toma decisiones ha de quedar reemplazado por el reinado de la
inteligencia y, por último, de la razón.
Otro punto a señalar se refiere al papel del genio en la situación utópica que describe
Saint-Simon. Se trata de la cuestión del papel del maestro político o del educador
político. La idea es la de que la política es, no sólo la tarea práctica de políticos
profesionales, sino que también supone una especie de obstetricia intelectual. Ese
100
hombre no es ni el profeta religioso, ni el salvador, sino que es el educador político.
Saint-Simon se consideraba uno de esos espíritus creadores, alguien que inicia lo que
Ricoeur llama la reacción en cadena. Relacionado con esta cuestión está el intento de
inventar la religión. ¿Se puede? ¿Es la religión el resultado de largas tradiciones?
¿Puede alguien decir que funda una religión?.
Por último, la utopía de Saint-Simon debe afrontar la decisiva acusación hecha por
Engels: su subestimación de las fuerzas reales de la historia y, en consecuencia, la
sobreestimación del poder de persuasión mediante la discusión. Trátase de la misma
dificultad que encontramos en Habermas, es decir, la afirmación de que en última
instancia la discusión será suficiente para cambiar las cosas. Saint-Simon cree que el
Estado violento puede ser suprimido por los poetas, que la poesía puede disolver la
política. La conjunción de tecnócratas y poetas puede constituir el aspecto más
llamativo del proyecto de Saint-Simon. La utopía obra sin revolucionarios, pero reúne
a tecnócratas y espíritus apasionados.
101
coherencia o su neurótica pretensión a la contradicción. El resultado de leer una
utopía es que ella pone en tela de juicio lo que existe actualmente. Introduce ciertas
dudas que destruyen lo evidente.
Fourier
Vimos que la utopía de Saint-Simon anticipa la vida que hoy conocemos, para
nosotros su mundo industrializado ya no es una utopía. La diferencia es que Saint-
Simon creía que el mundo industrializados satisfaría principalmente los intereses de
los más necesitados, lo cual no ocurre hoy. En cambio la utopía de Fourier es mucho
más radical. Contemporáneo de Saint-Simon. Fourier desarrolla su utopía por debajo,
no sólo del nivel de la política, sino hasta por debajo del plano de la economía para
encontrar las raíces de las pasiones. La utopía de Fourier opera en el nivel del sistema
de pasiones que rigen todo tipo de sistemas sociales. Deberíamos vincular esta
utopía con Hobbes, puesto que Hobbes fue el primero en elaborar lo que él llamó
una mecánica de las pasiones y derivó su sistema político partiendo de esa posición.
De manera que la cuestión que plantea Fourier tiene una larga historia; se trata del
problema de saber cómo las instituciones políticas se relacionan con el sistema de
pasiones que están en la base de la vida social.
102
desarrollada en la civilización, que es mala, y la vida desarrollada en armonía en el
mundo utópico de Fourier. Fourier pone mucho énfasis en el concepto de inversión.
Lo que Fourier expone es una teoría de las pasiones deducida de una cosmología que,
según Fourier, es newtoniana. Tanto Saint-Simon como Fourier pretenden ser
newtonianos. Para Saint-Simon, la ley de Newton es la base de la física social y para
Fourier la idea clave es la de la atracción. Fourier se precipitó sobre el término
“atracción” de Newton.
103
se llama pasión de “alternar”. Esta pasión representa la necesidad de la variedad, ya
en las ocupaciones de uno, ya en sus relaciones con los demás. Fourier ha sido
interpretado aquí como un profeta del amor libre y en realidad aspiraba a ello. La
segunda pasión es la llamada pasión compuesta que relaciona los placeres sensuales
y espirituales de una persona. La tercera es la pasión cabalística, el gusto por las
intrigas y la conspiración; ella es la raíz de toda discusión.
104
celectial) pero nada para comer, ni tampoco amor sexual. Tal como lo describen los
predicadores el paraíso es una sombra del infierno.
La mayor parte de las páginas críticas de Fourier están enderezadas contra una
posición que él llama a medias atea y a medias creyente. El ataque está dirigido
contra “los filósofos”, no contra Kanto o Platón, sino contra los filósofos franceses
como Diderot, Voltaire, etc. Para Fourier “los filósofos” eran sólo ateos a medias
porque eran deístas.
Fourier es el profeta de la idea de que el placer puede ser religioso. El libro “El nuevo
mundo amoroso”, es una exploración, una especulación sobre las combinadas
posibilidades del amor sexual regido por la ley de la atracción apasionada, y esta ley,
recordémoslo, es un código divino. La identificación con Dios está en el entusiamo,
en el entusiasmo amoroso, lo que Fourier llama la “pasión de la no razón”. Esta
imagen de Dios es la opuesta a la del Dios relojero del deísmo.
Cuando ahondamos aún más llegamos a nuestro interés final, que está más allá del
poder, en el nivel en que la imaginación es constitutiva. Cuanto más porfundizamos
por debajo de las apariencias, más cerca llegamos a una especie de
complementariedad de las funciones constitutivas. Los símbolos principales de
nuestra identidad derivan no sólo de nuestro presente y de nuestro pasado sino
también de lo que esperamos en el futuro. La identidad es algo que está en suspenso,
de manera que el elemento utópico es en última instancia un componente de la
identidad. Somos lo que esperamos ser y todavía no somos.
106
con ellos; por eso la verificación es una cuestión de toda nuestra vida. Quien
pretenda proceder sin emitir ningún juicio de valor no encontrará nada. Quien no
tiene un proyecto o meta no tiene nada que describir y por lo tanto una ciencia a la
que pueda apelar. No veo como podamos decir que nuestros valores son mejores
que todos los otros salvo si arriesgando por ellos nuestra vida esperamos alcanzar
una vida mejor, ver y comprender las cosas mejor que los demás.
Con esta respuesta, todavía podría parecer que corremos el peligro de quedar
atrapados por cualquiera que sea la ideología que nos orienta. Mannheim respondió
a este problema distinguiendo entre relativismo y relacionismo. Él era no un
relativista sino un relacionista, esto suponía que si tenemos un punto de vista amplio,
podemos ver cómo las varias ideologías reflejan posiciones limitadas. Sólo la
amplitud de nuestra visión nos libera de la estrechez de una ideología. Podemos
situar cierta ideología como parte del cuadro global. Pero esta posición se vincula una
vez más con el problema del espectador impávido y distanciado, que es en realidad el
Geist absoluto. El conocimiento absoluto de Hegel supone ese espectador que no
emite juicios de valor. Mannheim expone la idea del intelectual que no interviene en
la lucha por el poder pero que lo comprende todo. Yo diría que no podemos salir del
círculo ideológico peor que no estamos del todo condicionados por el lugar que
ocupamos en el círculo.
107
TEMA 8.
EL PROGRAMA FUERTE EN
SOCIOLOGÍA DEL CONOCIMIENTO
Y SUS OBJECIONES.
EL PROGRAMA FUERTE
El sociólogo se ocupa del conocimiento, incluso del conocimiento científico, como de
un fenómeno natural, por lo que su definición del conocimiento será bastante
diferente, tanto de la del hombre común como de la del filósofo. En lugar de definirlo
como una creencia verdadera, para el sociólogo el conocimiento es cualquier cosa
que la gente tome como conocimiento. Son aquellas creencias que la gente sostiene
108
confiadamente y mediante las cuales viven. En particular, el sociólogo se ocupará de
las creencias que se dan por sentadas o están institucionalizadas, o de aquellas a las
que ciertos grupos humanos han dotado de autoridad. Se debe distinguir entre
conocimiento y mera creencia, lo que se puede hacer reservando la palabra
“conocimiento” para lo que tiene una aprobación colectiva, considerando lo
individual e idiosincrásico como mera creencia.
Nuestras ideas sobre el funcionamiento del mundo han variado muchísimo, tanto en
la ciencia como en otros ámbitos de la cultura. Tales variaciones constituyen el punto
de partida de la sociología del conocimiento y representan su problema principal.
¿Cuáles son las causas de esta variación, y cómo y por qué se produce? La sociología
del conocimiento apunta hacia la distribución de las creencias y los diversos factores
que influyen en ellas. Por ejemplo: ¿cómo se transmite el conocimiento; qué
estabilidad tiene; qué procesos contribuyen a su creación, cómo se organiza y
categoriza en diferentes disciplinas y esferas?
1) Se han hecho estudios sobre las conexiones entre la estructura social general de
los grupos y la forma general de las cosmologías que sostienen.
2) Se han hecho estudios que han trazado las conexiones entre el desarrollo
económico, técnico e industrial y el contenido de las teorías científicas.
Los enfoques que se han perfilado sugieren que la sociología del conocimiento
científico debe observar los cuatro principios siguientes. De este modo, se asumirá
los mismos valores que se dan por supuestos en otras disciplinas científicas. Éstos
son:
1. Debe ser causal, es decir, ocuparse de las condiciones que dan lugar a las
creencias o a los estados de conocimiento. Naturalmente habrá otros tipos
de causas además de las sociales que contribuyan a dar lugar a una
creencia.
109
2. Debe ser imparcial con respecto a la verdad y falsedad, la racionalidad y la
irracionalidad, el éxito o el fracaso. Ambos lados de estas dicotomías exigen
explicación.
3. Debe ser simétrica en su estilo de explicación. Los mismos tipos de causas
deben explicar las creencias falsas y las verdaderas.
4. Debe ser reflexiva. En principio, sus patrones de explicación deberían ser
aplicables a la sociología misma. Como el requisito de simetría, éste es una
respuesta a la necesidad de buscar explicaciones generales.
Cuando nos comportamos de una manera racional o lógica resulta tentador afirmar
que nuestras acciones se rigen por exigencias de razonabilidad o de lógica. Podría
parecer que la explicación de por qué, a partir de un conjunto de premisas, llegamos
a cierta conclusión a la que llegamos reside en los principios de la inferencia lógica.
Parece que la lógica constituye un conjunto de conexiones entre premisas y
conclusiones, y que nuestras mentes pueden trazar estas conexiones. Mientras
seamos razonables, parecería que las conexiones ofrecen la mejor explicación de las
creencias de quien razona. Son loas raíles los que dictan donde irá la locomotora. Es
como si pudiéramos trascender el ir y venir sin dirección de la causalidad física y
embridarla o subordinarla a otros principios, y dejar que éstos determinen nuestros
pensamientos. Si esto es así, no es el sociólogo ni el psicólogo sino el lógico quien
proporcionará la parte más importante de la explicación de las creencias.
110
Aplicados al campo de la actividad intelectual, estos puntos de vista tienen el efecto
de constituir un cuerpo de conocimientos en un reino autónomo. El comportamiento
resulta explicado recurriendo a los procedimientos, resultados, métodos y máximas
de la actividad misma. Esto hace que la actividad intelectual convencional y acertada
aparezca como auto- explicativa y auto-impulsada; ella se convierte en su propia
explicación.
Nunca será posible, sin embargo, capturar por estos medios toda la diversidad de la
práctica científica real, y por eso Lakatos insiste en que la historia interna necesita
complementarse siempre con una “historia externa”. Ésta se ocupa del residuo
irracional. Se trata de una cuestión que el historiador filosófico pondrá en manos del
“historiador externo” o del sociólogo.
Los puntos a destacar en este enfoque son, primero, que la historia interna es
autosuficiente y autónoma: mostrar el carácter racional de un desarrollo científico es
suficiente explicación de por qué los hechos tuvieron lugar. Segundo, las
reconstrucciones racionales no sólo son autónomas, sino que también tienen una
prioridad importante sobre la historia externa o la sociología. Éstas meramente
cierran la brecha entre la racionalidad y la realidad, tarea que no queda definida
hasta que la historia interna haya cumplido la suya. Así:
“La historia interna es primaria, la historia externa sólo secundaria, dado que los
problemas más importante de la historia externa vienen definidos por la historia
interna. La historia externa, o bien proporciona una explicación no racional de la
velocidad, localización, selectividad, etc, de los acontecimiento históricos tal y como
se los interpreta en términos de la historia interna, o bien, cuando la historia difiere
de su reconstrucción racional ofrece una explicación empírica de por qué difiere. Pero
el aspecto racional del crecimiento científico queda plenamente explicado por la
propia lógica del descubrimiento científico”.
Lakatos responde luego a la pregunta de cómo decidir qué filosofía debe dictar los
problemas de la historia externa o de la sociología. Para desgracia del externalista, la
respuesta representa una humillación más. No sólo su función es derivada, sino que
además resulta que, para Lakatos, la mejor filosofía de la ciencia es la que minimiza
su papel. El progreso en la filosofía de la ciencia se deberá medir por la cantidad de
historia real que pueda mostrarse como racional. En la medida en que la metodología
directriz sea mejor, una mayor parte de la ciencia real se salvará de la indignidad de
la explicación empírica.
¿Qué puede querer decir que no haya nada que provoque que la gente haga o crea
cosas que son racionales o correctas? ¿Por qué, en ese caso, ocurre dicho
comportamiento? ¿Qué promueve el funcionamiento interno y correcto de una
actividad intelectual si la búsqueda de causas psicológicas y sociológicas sólo se
111
considera apropiada para casos de irracionalidad o de error? La teoría que subyace
tácitamente a estas ideas es una visión teleológica, o encaminada a metas, del
conocimiento y de la racionalidad.
Una teoría así comparte mucho del sentido de lo que se ha escrito en este campo,
aunque parece improbable a primera vista que pueda ser mantenida por pensadores
contemporáneos. Parece haberse introducido en el pensamiento de Mannheim; pese
a su determinación en establecer cánones causales y simétrico de explicación, le faltó
el valor cuando se acercó a temas tan aparentemente autónomos como las
matemáticas y la ciencia natural.
¿Cómo se relaciona este modelo de conocimiento con los principios del programa
fuerte? Está claro que los viola de diferentes e importantes maneras. Prescinde de
una orientación causal profunda; sólo se pueden localizar las causas del error. Así,
la sociología del conocimiento queda reducida a una sociología del error. Además,
viola los requisitos de simetría e imparcialidad. Se apela a una evaluación previa de
la verdad o la racionalidad de una creencia antes de decidir si puede considerarse
como auto-explicativa o si requiere una teoría causal. Si el modelo teleológico es
verdadero, entonces el programa fuerte es falso.
112
conocimiento no está obligada a eliminar una posición rival; sólo tiene que tomar
distancias, rechazarla y asegurarse de que su propia “casa” está en orden (lógico).
Si se deja que la explicación gravite sobre las evaluaciones previas, entonces los
procesos causales que se cree que operan en el mundo vendrán a reflejar el modelo
de dichas evaluaciones. Los procesos causales se presentarán de modo que los
errores percibidos queden en un segundo plano y en cambio, resalten la forma de la
verdad y de la racionalidad. La naturaleza adoptará entonces una significación moral,
apoyando y encarnando lo verdadero y lo correcto. Aquellos que tienden a ofrecer
explicaciones asimétricas tendrán así todas las oportunidades de presentar como
natural lo que dan por supuesto. Se trata de una receta ideal para apartar la vista de
nuestra propia sociedad, de nuestros valores y creencias y atender sólo a las
desviaciones.
Debemos ser cuidadosos en no exagerar este punto, porque el programa fuerte hace
exacteamente lo mismo en ciertos aspectos. Por ejemplo: el deseo de cierto tipo de
generalidad y una concepción del mundo natural como algo moralmente vacío y
neutro. También presenta como natural lo que da por supuesto. Se puede decir sin
embargo, que el programa fuerte posee cierto tipo de neutralidad moral, a saber, el
mismo tipo que hemos aprendido a asociar con las demás ciencias, así se impone a sí
mismo la necesidad del mismo tipo de generalidad de las demás ciencias. Sería una
traición a estos valores, al enfoque de la ciencia empírica, elegir adoptar la posición
teleológica.
LA OBJECIÓN EMPIRISTA
La premisa que subyace en el modelo teleológico era que sólo deben buscarse causas
para el error o la limitación, lo cual representa una forma extrema de asimetría y, por
tanto, ofrece la alternativa más radical al programa fuerte y a sus estilos simétricos
de explicación. Puede suceder, sin embargo, que se critique el programa fuerte desde
un punto de vista menos extremo. En vez de asociar toda causalidad con el error, ¿no
es más verosímil decir que algunas causas dan lugar a creencias erróneas en tanto
que otras diferentes dan lugar a creencias verdaderas? Si además ocurriera que
ciertos tipos de causa están correlacionados con creencias falsas o con verdaderas,
respectivamente, entonces tendríamos otra razón para rechazar la postura simétrica
del programa fuerte.
113
que este elogio de la experiencia como fuente de conocimiento alienta al individuo a
confiar en sus propios recursos físicos y psicológicos para llegar a conocer el mundo;
se trata de una afirmación de fe en el poder de nuestras capacidades animales para
el conocimiento. Dése libre curso a éstas y su actividad natural, aunque también
causal, proporcionará un conocimiento contrastado y comprobado en interacción
práctica con el mundo. Apártese uno de este camino y confíe en sus semejantes, y
entonces será uno presa de historias supersticiosas, mitos y especulaciones. En el
mejor de los casos, estas historias serán creencias de segunda mano más que
conocimiento directo; en el peor de los casos, los motivos que se oculten tras ellas
serán corruptos, producto de mentirosos y tiranos.
Gran parte del empirismo típico presenta una versión refinada de este enfoque del
conocimiento. Pese a que actualmente los filósofos empiristas evitan la versión
psicológica de su teoría, su visión básica no es muy diferente de la que acabamos de
bosquejar, por lo que me referiré a la teoría enunciada antes como empirismo sin
mayores matices. Si el empirismo es correcto, entonces la sociología es una
sociología del error, la creencia o la opinión, pero no del conocimiento en cuanto
tal. Conlleva una división del trabajo entre el psicólogo y el sociólogo, donde el
primero se ocuparía del conocimiento real y el segundo del error o de algo que no
sería porpiamente conocimiento. La empresa en su conjunto sería, no obstante
naturalista y causal. No se trata entonces, como sucedía con el modelo teleológico,
de verse enfrentados a una elección entre una perspectiva científica y una posición
que encarna valores bien diferentes; aquí la batalla se libra completamente dentro
del terreno de la ciencia. ¿Esta concepción empirista del conocimiento ha establecido
correctamente la frontera entre la verdad y el error? Hay dos limitaciones en el
empirismo que sugieren que no.
Esta limitación puede corregirse. Tal vez los mecanismos psicológicos de aprendizaje
tienen una disposición óptima de funcionamiento y producen errores cuando se
salen de foco. Se puede insistir en que cuando nuestro aparato perceptivo actúa bajo
condiciones normales y lleva a cabo sus funciones como es debido, aporta creencias
verdaderas.
114
De hecho, ¿no sucede que la experiencia individual tiene lugar dentro de un marco
de suposiciones, modelos, propósitos y significados compartidos? La sociedad
proporciona estas cosas a la mente del individuo y aporta asimismo las condiciones
mediante las cuales pueden sostenerse y reforzarse. Si su comprensión por el
individuo vacila, siempre hay instancias dispuestas a recordárselo; si su visión del
mundo empieza a desviarse, existen mecanismos que alentarán su realineación. Las
necesidades de comunicación ayudan a que los patrones colectivos de pensamiento
se mantengan en la psique individual. Tanto como existe la experiencia sensorial
individual del mundo natural, también hay algo que apunta más allá de dicha
experiencia, que le da un marco de referencia y una significación más amplia,
completando el sentido individual de lo que es la realidad general, aquello de lo cual
su experiencia es experiencia.
Es una visión muy teórica del mundo la que, en cada momento dado, puede decirse
que conocen los científicos; y es a sus teorías adonde deben acudir cuando se les
pregunta qué nos pueden decir acerca del mundo. Pero las teorías y el conocimiento
teórico no son cosas que se den en nuestra experiencia, sino que son lo que da
sentido a la experiencia al ofrecer un relato de lo que la subyace, la cohesiona y da
cuenta de ella. Esto no quiere decir que la teoría no responda a la experiencia; sí
responde, pero no se da junto con la experiencia que ella explica, ni tampoco se
apoya únicamente en ella. Se requiere otro agente, aparte del mundo físico, que
oriente y apoye este componente del conocimiento. El componente teórico del
conocimiento es un componente social, y es una parte necesaria de la verdad, no
un signo de un mero error.
Hasta aquí hemos discutido dos importantes fuentes de oposición a la sociología del
conocimiento, y ambas han sido rechazadas.
115
El siguiente paso será relacionar estas dos posiciones con la que tal vez sea la
más típica de las objeciones a la sociología del conocimiento: la que afirma
que se trata de una forma de relativismo que se refuta a sí mismo.
LA OBJECIÓN DE LA AUTORREFUTACIÓN
Si las creencias de alguien obedecen siempre a ciertas causas o determinaciones, y
hay en ellas necesariamente un componente proporcionado por la sociedad, a
numerosos críticos les ha parecido que estas creencias están, en consecuencia,
condenadas a ser falsas o injustificadas. Cualquier teoría sociológica amplia sobre las
creencias parece quedar así atrapada. Porque, ¿no tiene que admitir el sociólogo
que sus propios pensamientos están determinados y, en parte, incluso socialmente
determinados? ¿No debe admitir, por tanto, que sus propios supuestos son falsos
en proporción a la fuerza de tales determinaciones? De lo que resulta que, al
parecer, ninguna teoría sociológica puede ser de alcance general si no quiere
sumergirse reflexivamente en el error y destruir su propia credibilidad. La sociología
del conocimiento no es, así, digna de crédito o debe exceptuar de su alcance las
investigaciones científicas u objetivas; por tanto, debe confinarse a ser una sociología
del error. No puede haber una sociología del conocimiento auto-consistente, causal
y general, especialmente cuando se trata del conocimiento científico.
Es fácil ver que este argumento depende de una de las dos concepciones del
conocimiento antes discutidas del modelo teleológico o de una forma individualista
de empirismo. La conclusión se deduce si primero se aceptan dichas teorías, pues la
objeción tiene como premisa la idea central de que la causalidad implica error,
desviación o limitación. Esta premisa puede formularse en la forma extrema de que
cualquier causalidad implica error o de que sólo la causalidad social implica error; una
u otra son cruciales para la objeción.
Estas premisas han sido responsables de ataques débiles y mal argumentados contra
la sociología del conocimiento, la mayoría de los cuales omiten hacer explícitas las
premisas sobre las que descansan. Si lo hubieran hecho, sus debilidades hubieran
quedado a la vista. Su fuerza aparente deriva de que su base real estaba oculta o
simplemente no se conocía. El siguiente es un ejemplo de una de las mejores
formulaciones de esta objeción que deja bastante claro el punto de partida del que
deriva.
116
Esta objeción adopta toda una variedad de formas diferentes. Una versión típica
consiste en observar que la investigación sobre las causas de las creencias se ofrece
al mundo como correcta y objetiva. Por tanto, aduce la objeción, el sociólogo supone
que el conocimiento objetivo es posible, de modo que no todas las creencias deben
estar determinadas socialmente. Según Lovejoy, “incluso ellos, por tanto,
presuponen limitaciones o excepciones posibles a sus generalizaciones en el acto
mismo de defenderlas”. Estas limitaciones, que los “relativistas sociológicos”
necesariamente presuponen, estarían diseñadas para poder abarcar criterios de
verdad factual e inferencia válida. De modo que también esta objeción descansa en la
premisa de que la verdad factual y la inferencia válida serían violadas por creencias
sometidas a determinación, o al menos a determinación social.
La razón por la que se mantiene que la búsqueda de leyes es una búsqueda errónea
es que, si pudieran encontrarse, ello implicaría la posibilidad de predicción; una
sociología que suministrara leyes permitiría la predicción de futuras creencias. La
objeción de Popper a esta ambición es en parte informal y en parte formal. De
manera informal, observa que el comportamiento y la sociedad humanos no ofrecen
el mismo espectáculo de ciclos repetidos de acontecimientos que ciertas partes
limitadas del mundo natural. Así que las predicciones a largo plazo son muy poco
realistas; y hasta aquí no podemos dejar de estar de acuerdo con él.
117
se atrevan a afectar a los humanos en tanto que poseedores de conocimiento.
Sugiere que las aspiraciones del programa fuerte, con su búsqueda de causas y leyes,
están mal encaminadas y que debería proponerse algo más modestamente empírico.
Quizá la sociología debería, de nuevo, limitarse a ser una crónica de errores o un
catálogo de las circunstancias externas que ayudan u obstaculizan a la ciencia.
Nada hay que deba desanimar al sociólogo del conocimiento de cara a elaborar
conjeturas a partir de estudios de casos empíricos e históricos y contrastarlos con
posteriores estudios. El hecho de que la vida social dependa de la regularidad y el
orden nos permite esperar la posibilidad de un progreso. El propio Popper considera
la ciencia como una perspectiva incesante de conjeturas refutadas.
Pero aún debemos enfrentarnos a esta objeción: ¿el mundo social, no se nos
presenta en forma de simples orientaciones y tendencias en vez de hacerlo con esa
apariencia de regularidad conforme a las leyes propia del mundo natural?
Tomemos el ejemplo de las órbitas de los planetas, que suele ser el ejemplo
paradigmático de obediencia a leyes y no a tendencias. El sistema solar no es sino
una mera tendencia física: permanece porque nada le perturba. Las leyes
fundamentales de la naturaleza no imponen a los planteas que se desplacen según
trayectorias elípticas, sino que giran alrededor del sol debido a sus condiciones de
origen y formación; bien podrían tener trayectorias diferentes sin dejar de obedecer
a las mismas leyes de atracción. No: la superficie empírica del mundo natural está
dominada por tendencias, las cuales se refuerzan o debilitan en función de una
lucha subyacente entre leyes, condiciones y contingencias. Al oponer los mundos
natural y social, la objeción omite compararlos al mismo nivel, pues compara las
leyes subyacentes a las tendencias físicas con la superficie puramente empírica de las
tendencias sociales.
118
La búsqueda de leyes y de teorías en la sociología de la ciencia es, en sus
procedimientos, absolutamente idéntica a la de cualquier otra ciencia, lo que
significa que deben seguirse los pasos siguientes:
La cuestión que entonces se plantea es la de por qué no está claro quién es el que
ha hecho una contribución concreta y cómo es posible que llegue a plantearse una
disputa. A esta cuestión puede responderse, en parte, diciendo que la ciencia
depende en buena medida de la publicación y comunicación de los conocimientos,
por lo que cierto número de científicos a menudo se encuentran en situación de
realizar avances similares. Pero, en segundo lugar, está el hecho de que los
descubrimientos implican algo más que hallazgos empíricos: implican cuestiones de
interpretación y reinterpretación teóricas.
Es ahora cuando se debería poder ofrecer una explicación sobre por qué ciertos
descubrimientos están menos sujetos que otros a desencadenar disputas sobre la
119
prioridad. La generalización empírica original puede refinarse, sin limitarse a una
simple o arbitraria limitación del alcance de la generalización, sino más bien
discriminando entre diferentes tipos de descubrimiento a partir de las
consideraciones precedentes sobre la teoría del intercambio. Esto nos permitirá
mejorar la formulación de nuestra ley empírica diciendo: los descubrimientos que
tienen lugar en momentos de cambio teórico desencadenan disputas; aquellos que
se hacen en momentos de estabilidad teórica no lo hacen. Evidentemente, la cosa no
se queda aquí. Primero, habrá que contrastar la versión refinada de la ley para ver si
es plausible empíricamente; lo cual significa, por supuesto, contrastar una predicción
sobre las creencias y comportamientos de los científicos. Segundo, habrá que
desarrollar otra teoría que dé sentido a la nueva ley. Una teoría que lleva a cabo esa
tarea es la formulada por T.S. Kuhn en su libro The structure of scientific discovery.
No se trata ahora de saber si el modelo de intercambio o la interpretación de Kuhn
son correctos. De lo que se trata es del modo general en que los hallazgos empíricos
y los modelos teóricos se relacionan entre sí, de cómo interactúan y se desarrollan.
Lo importante es que en las ciencias sociales lo hacen exactamente del mismo
modo que en cualquier otra ciencia.
TEMA 9
COMPONENTES EMPÍRICAS Y SOCIALES DEL
CONOCIMIENTO.
EXPERIENCIA SENSORIAL, MATERIALISMO Y
VERDAD
Empezaré por destacar las vitales aportaciones que el empirismo ha hecho a la
sociología del conocimiento, pues se corre el peligro de considerar sólo sus
insuficiencias sin percatarse de sus virtudes. Para el sociólogo de la ciencia este
peligro se centra en torno a la cuestión de la fiabilidad de las percepciones
sensoriales y a la manera de analizar correctamente los casos de percepción errónea
en la ciencia. Si los sociólogos hacen de las percepciones erróneas el centro de sus
análisis se arriesgan a no dar cuenta del carácter fiable y reproducible de los
fundamentos empíricos de la ciencia, y dejarán de lado el papel que los
procedimientos empíricos, los controles y las prácticas tiene en la ciencia.
Ciertamente cumplen un papel de protección contra las percepciones erróneas, las
identifican, las exponen, y las corrigen; pero si centran excesivamente en su
desmitificación y desenmascaramiento pronto verán que su investigación se verá
confinada en una sociología del error y no atenderá al conocimiento en general.
120
La fiabilidad de la experiencia sensorial.
Los psicólogos, los historiadores y los sociólogos han suministrado ejemplos de
interacción entre procesos sociales y percepciones, o entre percepciones y
recuerdos. A los científicos se les educa de una cierta manera, que estructura sus
intereses y expectativas, de modo que no ven ciertos acontecimientos inesperados
que ocurren ante sus ojos. Estas experiencias carecen para ellos de sentido y no
suscitan ninguna respuesta. E inversamente, donde algunos observadores no ven
nada, o no detectan el menor orden ni concierto, otros perciben algo que se ajustaba
a lo que esperaban.
Barber aduce que las violaciones de la norma de apertura mental son muy frecuentes
en la ciencia y que se deben a causas precisas, como los requisitos teóricos y
metodológicos, la alta posición profesional, la especialización, etc. Hay aspectos de la
ciencia que son valiosos y eficaces para ciertas cosas, pero que se muestran muy
perjudiciales para otras. Aplicado a la percepción, esto sugiere que son los propios
procesos que favorecen la investigación los que provocan, como consecuencia
directa, cierta cantidad de percepciones erróneas.
Pero el análisis de Barber contiene una nota discordante. Dice que las percepciones
erróneas son un fenómeno patológico y que hay que entenderlo así para tratarlo y
suprimirlo; que acaso serán inevitables ciertas resistencias, pero que su nivel irá
disminuyendo progresivamente. Sin embargo, ¿es posible que la percepción errónea
sea una consecuencia natural de un rasgo saludable de la ciencia y, a la vez, se quiera
erradicar? Seguramente no.
Barber razona con la misma lógica que empleó Durkheim en su libro “Las reglas del
método sociológico” para analizar el crimen. Intentar suprimir el crimen supondría
sofocar las valiosas fuerzas que dan origen a la diversidad y a la individualidad en la
sociedad. Si se presiona lo suficiente para eliminar lo que se entiende por crimen,
serán otros comportamientos los que se pondrán en cabeza de las amenazas al orden
social. La cuestión no es si debe haber crímenes o no, sino cuáles. Los crímenes son
inevitables, casi constantes y necesarios. Podrá ser deplorable, pero aspirar a
reducirlos sin límite es no entender cómo funciona la sociedad. Otro tanto puede
decirse de las percepciones erróneas.
Esta concepción del todo consistente con la literatura psicológica sobre las que se
llaman “tareas de detección de señales” consistente en detectar una señal sobre un
fondo de ruido, por ejemplo, un leve punto sobre una pantalla de radar borrosa. La
tendencia decidir que se ha visto una señal está íntimamente relacionada con las
consecuencias que uno sabe que conlleva esa decisión. Esto produce distintos
parámetros de percepción, y de percepción errónea. Los intentos de hacer disminuir
las falsas alarmas conducen inevitablemente a que se ignoren señales, y que los
121
intentos de que no se omita ninguna señal dan lugar a falsas alarmas. Está
relacionado con la matriz social de consecuencias y significados en cuyo contexto
tiene lugar la percepción.
Las percepciones erróneas son, pues, inevitables, casi constantes y no pueden ser
reducidas ilimitadamente. Están en profunda conexión con la organización socio-
psicológica de la actividad científica y proporcionan un precioso indicador sobre ella,
así como una herramienta de investigación muy útil, pues pueden usarse para
detectar la influencia de factores como los compromisos, el interés o las diferencias
en los enfoques teóricos.
Es imposible evitar que se dé toda una corriente de percepciones erróneas en los
márgenes de la actividad científica. Al estar limitada en sus dominios de interés, la
ciencia tiene unas fronteras, y a lo largo de ellas siempre habrá acontecimientos y
procesos que reciban una atención parcial y fluctuante. Aquí puede aplicarse la
analogía con la detección de señales: bien puede ocurrir que, acontecimientos que
más tarde lleguen a verse como significativos, hayan pasado antes desapercibidos o
se hayan descartado.
Pero la situación no es la misma en el centro de atención. Aquí sólo hay unos cuantos
procesos empíricos que sean objeto de interés y debate, por lo que se respetarán
estrictamente los requisitos de replicabilidad, de fiabilidad, de corrección en el
diseño experimental y de eliminación de efectos subyacentes. Aquí los errores son
evitables y evitados. Y cuando no ocurre así, se aplican sanciones, ya las ejecuten
otros, ya lo haga la propia conciencia, esa imagen internalizada del reproche.
Experiencia y creencia
La aportación más relevante del empirismo está en decir que nuestra psicología
garantiza que hay algunas respuestas a nuestro entorno material que son comunes y
constantes; estas respuestas son nuestras percepciones. Se considera, sin duda con
razón, que las variaciones culturales se imponen sobre un estrato de capacidades
sensoriales biológicamente estables. Apoyarse en la hipótesis de que la facultad
perceptiva es relativamente estable no impide decir que sus aportaciones no
constituyen (ni pueden constituir) conocimiento, lo cual se debe a que la experiencia
122
siempre tiene lugar sobre un estado anterior de creencias. Ella es una de las causas
que pueden provocar alteraciones en ese estado de creencias, de modo que el nuevo
estado resultante siempre será el resultado de una componenda entre la reciente
influencia y el estado precedente. Esto significa que la experiencia puede provocar
cambios, pero que por sí sola no determina el estado de creencia.
Una manera de representarse este proceso es establecer una analogía con el efecto
de una fuerza que incide sobre un sistema de fuerzas. Esta fuerza influirá en la fuerza
resultante, pero no será la única en hacerlo.
La componente social que hay en todo esto es evidente e irreductible. Debe acudirse
a procesos como la educación y el entrenamiento para explicar la implantación y
distribución de estados de creencias previas: son absolutamente necesarios si la
experiencia ha de tener determinados efectos. Y son también necesarios para
entender cómo se mantienen las creencias resultantes y para dar cuenta de las
pautas que ligan especialmente una experiencia con cierta creencia y no con otras.
Aunque esta concepción toma algunas aportaciones del empirismo, conlleva que
ninguna creencia cae fuera de la perspectiva puramente sociológica. En todo
conocimiento hay una componente social.
123
Materialismo y explicación sociológica
Ninguna sociología consistente podría presentar el conocimiento como una fantasía
desconectada de nuestras experiencias sobre el mundo material que nos rodea. Los
cuerpos y las voces humanas forman parte del mundo material, y el aprendizaje
social forma parte del aprendizaje general sobre cómo funciona el mundo. Si
tenemos la aptitud y la inclinación a aprender los unos de los otros, tendremos
también en principio la habilidad de aprender a partir de las regularidades del mundo
no social. Si el aprendizaje social puede descansar en los órganos perceptivos,
también podrá hacerlo el conocimiento natural o científico. Ningún análisis
sociológico de la ciencia podrá considerar la percepción sensorial menos fiable
cuando se utiliza en el laboratorio o en los estudios de campo que cuando se usa en
la interacción social o en la acción colectiva. Todo el edificio de la sociología
presupone que podemos reaccionar de modo sistemático ante el mundo por medio
de nuestra experiencia, esto es, por medio de nuestra interacción causal con él. El
materialismo y la fiabilidad de nuestros sentidos se dan, pues, por supuestos por la
sociología del conocimiento y no se puede permitir ninguna dejación de ellos.
Para ilustrar el papel de tales factores, consideremos la comparación que hizo J.B.
Morrell entre dos escuelas de investigación de comienzos del siglo XIX. Morrell
comparó el laboratorio de Thomas Thomson en Glasgow con el de Justus Liebig en
Giessen. La de Liebig floreció y adquirió renombre universal, mientras que la de
Thomson terminó por desaparecer sin dejar apenas huella. El problema que Morrell
se plantea es el de comparar y contrastar los factores que llevaron a ambas escuelas
a destinos tan diferentes pese a sus similitudes.
Thomson era un hombre posesivo y sarcástico, con tendencia a tratar los trabajos de
sus estudiantes como si le pertenecieran (los publicaba bajo su solo nombre). Liebig
debía ser también un hombre difícil y agresivo pero sus estudiantes le veneraban, les
animaba a publicar con sus propias firmas. También les ofrecía la posibilidad de hacer
un doctorado y les ayudaba de diferentes formas en su carrera. En el laboratorio de
Thomson no se facilitaba ese proceso educativo tan útil y completo.
124
atómicos y la composición química de sales y minerales. Eso le llevó a la química
inorgánica. Este era un campo muy estudiado por algunos de los mejores
especialistas de la época. Además, las técnicas implicadas exigían un alto nivel de
especialización y el análisis inorgánico planteaba numerosos problemas prácticos, por
lo que era difícil conseguir resultados estables, reproducibles y útiles. Liebig eligió el
campo de la reciente química orgánica. Desarrolló unos aparatos y una técnica de
análisis capaz de producir resultados fiables y reproducibles; más aún, los aparatos
podían ser manejados por cualquier estudiante si era competente. En resumen, fue
capaz de crear una especie de fábrica que producía lo que nadie había producido
antes en ese campo.
Ahora, el problema metodológico crucial está en decidir qué es lo que ejemplos como
este nos dicen sobre el papel que juega, en las explicaciones sociológicas de la
ciencia, la experiencia que tenemos del mundo material. Pretende mostrar que el
hecho de tomar en consideración las reacciones del mundo material no interfiere ni
con la simetría ni con el carácter causal de las explicaciones sociológicas.
Una de las razones que explican el éxito de Liebig está en que el mundo material
reacciona de manera regular al tratamiento al que se le somete en sus aparatos,
mientras que quien se enfrente al mundo material como lo hizo Thomson no
encontrará la menor regularidad. Los procedimientos de éste presumiblemente
entremezclaban procesos químicos y físicos de las sustancias que examinaba. Las
pautas de comportamiento, tanto de los hombres como de las respuestas que les
devolvía la experiencia, son diferentes en cada caso.
La diferencia en los resultados es sólo una parte de todo el proceso causal que
culmina en los diferentes destinos de cada escuela; no basta por sí misma para
explicar los hechos. No sería adecuado decir que son meros hechos químicos los que
explican por qué fracasó un programa y triunfó el otro. La suerte de cada escuela
podía haber sido la contraria aunque hubieran llevado a cabo las mismas actividades
y obtenido los mismos resultados. Por ejemplo, supongamos que no hubiera nadie
interesado realmente en la química orgánica; entonces todo el esfuerzo de Liebig se
habría frustrado, como se frustró el del biólogo Mendel: le habrían ignorado. O
inversamente, que la química inorgánica no se estuviera estudiando tan
intensamente cuando Thomson creó su escuela; su contribución habría tenido una
resonancia mucho mayor.
Sólo habría una situación en la que hubiera podido decirse que la química fue la única
causa de la diferencia (en la suerte de ambas escuelas). Sería aquella en la que todos
125
los factores psicológicos, económicos y políticos fueran idénticos o se diferenciaran
tan sólo en aspectos menores e irrelevantes. Pero ni siquiera una situación así
contradiría el programa fuerte, pues no suprimiría de la explicación general los
factores sociológicos. Éstos seguirían jugando un papel activo fundamental, aunque
ocasionalmente llamarían menos la atención en la medida en que estarían
equilibrados entre las dos situaciones. Incluso en este caso, la estructura global de la
explicación seguiría siendo causal y simétrica.
Joseph Priestley llegó a dar una convincente demostración de esta teoría. Cogió una
vasija de flogisto y la volcó sobre un recipiente con agua, sobre la que flotaba un
crisol con algo de minium. Lo calentó mediante rayos solares concentrados por una
lente, y como esperaba, el minium se transformó en plomo. Y, como señal de que
había absorbido el flogisto, el nivel del agua de la vasija de gas ascendió
sensiblemente. Demostraba así que la teoría se correspondía con la realidad.
Un empirista podría argüir con razón que podemos ver subir el nivel del agua, pero
que en realidad no vemos el flogisto siendo absorbido por el minium: no hay ninguna
experiencia de la visión del gas penetrando por los poros del minium. Efectivamente,
la realidad postulada por la teoría no está visiblemente de acuerdo con la teoría;
como no podemos acceder a ese ámbito del mundo físico, no podemos ver la
correspondencia con la teoría.
126
la teoría consigo misma. La experiencia es interpretada a la luz de la teoría de modo
que no ponga en peligro su coherencia interna. El proceso de evaluación de una
teoría es un proceso interno, no en el sentido de que esté desconectado de la
realidad, sino en el sentido de que (una vez establecidas las conexiones) todo el
sistema ha de mantener un cierto grado de coherencia, conformándose cada parte a
las demás.
El experimento descrito plantea tantos problemas como apoyos ofrece a la teoría del
flogisto. Priestley acabó observando que, durante el experimento, se habían formado
gotas de agua en la vasija del gas, pero no le dio importancia en principio porque el
experimento lo había realizado con agua. Esas gotas no se esperaban, y su presencia
anunciaba problemas para la teoría; en ella no se decía nada de que pudiera
formarse agua, pero quedó aún más claro al repetir el experimento con mercurio.
Ahora sí había surgido una falta de correspondencia.
No es que la realidad revelara falsa la teoría por una falta de correspondencia con su
funcionamiento interno, sino que había surgido una situación anómala en el interior
de una concepción del experimento aportada por la propia teoría. Priestley suprimió
la anomalía reelaborando su teoría. No fue la realidad la que aquí sirvió de guía, sino
la propia teoría: se trataba de un proceso interno. Él argumentó que el minium debía
contener algo de agua que nadie había apreciado y que, al calentarlo, ese agua se
manifestó depositándose en las paredes de la vasija. La correspondencia con la
realidad quedaba así restablecida.
Todos los procesos del pensamiento científico pueden (y deben) llevarse a cabo sobre
la base de principios internos de evaluación; se mueven por los errores que
percibimos en el marco de nuestras teorías, nuestros objetivos, nuestros intereses,
problemas y normas. Si Priestley no hubiera estado preocupado por desarrollar una
descripción detallada de todos los acontecimientos que podía detectar en una
reacción química, no habría reparado en unas cuantas gotas de agua. Y si nosotros no
estuviéramos interesados en obtener teorías cada vez más generales, podíamos
habernos quedado tan satisfechos con la versión de Priestley, pues se corresponde lo
suficiente con la realidad como para conseguir ciertos objetivos. Esta
correspondencia sólo se ve perturbada si lo que nos proponemos es otra cosa.
Esto planea un problema con la noción de verdad: ¿por qué no abandonarla por
completo? ¿qué función tiene la verdad, o el hablar de la verdad, en todo esto?
Parece que no se perdería gran cosa abandonándola. Sin embargo, no hay duda de
127
que es una manera de hablar que aparece de modo natural y percibimos como
peculiarmente apta.
Nuestra idea de verdad cumple un cierto número de funciones que vale la pena
destacar sólo para mostrar que son compatibles con el programa fuerte y con esa
idea pragmática e instrumental de correspondencia de la que hemos venido
hablando. En primer lugar, está la que podemos llamar función discriminatoria.
Necesitamos ordenar y clasificar nuestras creencias, debemos distinguir las que van
bien y las que no. “Verdadero” y “falso” son las etiquetas que se usan habitualmente
para ello.
Esta función retórica es muy similar a la de discriminación salvo que ahora esas
etiquetas hacen alusión a la trascendencia y la autoridad. La naturaleza de la
autoridad puede apreciarse inmediatamente. El que una visión teórica particular
tenga autoridad sólo puede deberse a las acciones y opiniones de la gente. Es
precisamente aquí donde Durkheim situaba el carácter obligatorio de la verdad
cuando criticaba el pragmatismo de los filósofos. La autoridad es una categoría social
y sólo nosotros, los humanos, podemos ejercerla. La naturaleza tiene poder sobre
nosotros, pero sólo nosotros tenemos autoridad.
128
Puede aceptarse que los humanos clasificamos y seleccionamos ideas, que las
sostenemos y engalanamos con un aura de autoridad, así como que relacionamos
nuestras creencias con aquellos elementos del mundo exterior que consideramos son
sus causas. Y todo ello está de acuerdo con el programa fuerte. En particular, suponer
que hay un mundo material al que nos adaptamos de distintos modos es
precisamente el cuadro que se presuponía en aquella noción de correspondencia tan
pragmática e instrumental. Esta cuestión puede ponerse ahora en relación con el
problema planteado por Liebig y Thomson.
Ahora debemos examinar esos argumentos que suelen oponerse a la idea de que las
teorías, los métodos y los resultados científicos son convenciones sociales. Suele
asumirse que si algo es convencional es porque es arbitrario, que considerar las
teorías y los resultados científicos como convenciones significa que es una decisión la
que los hace verdaderos y que lo mismo se podía haber tomado otra decisión.
Nuestra respuesta es que las convenciones no son arbitrarias. Ni cualquier cosa está
en condiciones de convertirse en una convención, ni las decisiones arbitrarias juegan
un gran papel en la vida social. Se exige tanto credibilidad social como utilidad
práctica para que algo llegue a ser una convención, una norma o una institución. Las
teorías, por tanto, deben tener el grado de exactitud y el alcance que se espera
convencionalmente de ellas. Esas convenciones no son ni auto-evidentes, ni
universales, ni estáticas. Más aún, las teorías y las prácticas científicas deben estar en
consonancia con otras convenciones y propósitos predominantes en un determinado
grupo social, enfrentándose a un problema “político” de aceptación tanto como
cualquier otra oferta política.
¿Basta que un grupo social acepte una teoría para hacerla verdadera? No, nada hay
en el concepto de verdad que permita que la creencia convierta una idea en
verdadera: lo impide su relación con aquel cuadro materialista elemental que
consideraba la independencia del mundo exterior.
Otra objeción a esta visión del conocimiento, como algo que descansa en cierta
forma de consenso social, viene del miedo a ver peligrar el pensamiento crítico. Así,
se ha dicho que desde una perspectiva como esta es imposible llevar a cabo una
crítica radical, pero lo que la teoría prevé es que un grupo social sólo podrá
emprender una crítica radical del conocimiento en ciertas situaciones. En primer
lugar, hace falta que se dé más de un conjunto de normas y convenciones, y que sea
concebible más de una única concepción de la realidad; en segundo lugar, es
necesario que haya motivos para explotar estas alternativas. La primera condición
siempre se cumplirá en una sociedad con un grado elevado de diferenciación, pero la
segunda no se cumplirá siempre en el ámbito de la ciencia. A menudo, los científicos
calculan que saldrán ganando más si se amoldan a los procedimientos y teorías
129
habituales que si se apartan de ellos. Los factores que intervienen en esos cálculos
son un problema sociológico y psicológico.
Ejemplo: Bacon fue uno de los mayores propagandistas de la ciencia; junto con otros,
criticó con acidez lo que consideraba como la escolástica degenerada de las
universidades, y le habría gustado ver en su lugar esa forma de conocimiento propia
de los artesanos, un saber útil, práctico y dinámico. De modo que las normas, usos,
intereses y convenciones de una parte de la sociedad como patrón con el que medir
otros tipos de conocimiento. No buscó ninguna forma supra-social y no la habría
encontrado pues no existe tal punto arquimediano.
No hay ninguna razón para que un sociólogo o cualquier otro científico deba
avergonzarse porque sus teoría y métodos se muestren como algo que surge de la
sociedad, esto es, como productos de influencias y facultades colectivas que son
peculiares de la cultura de su época. Si los sociólogos cerraran los ojos a esto,
estarían denigrando el propio objeto de su ciencia. Al admitirlo, nada hay que
implique que la ciencia deba desentenderse de la experiencia o descuidar los hechos.
Después de todo, ¿cuáles son las convenciones que el medio social impone hoy a la
ciencia? Sencillamente son las que sobreentenderemos como método científico tal y
como se practica en las distintas disciplinas.
Decir que los métodos y resultados de la ciencia son convenciones no hace de ellos
“meras” convenciones, pues eso sería cometer el error de creer que cualquier cosa
puede convenirse fácilmente. Y nada hay más equivocado. Las exigencias
convencionales nos presionan hasta los límites de nuestras capacidades físicas y
mentales. Como ejemplo extremo, pensemos en las pruebas de resistencia que los
indios norteamericanos debían superar para ser admitidos como guerreros de su
tribu. Una de las condiciones que se imponen a las teorías e ideas científicas para
adaptarse a lo que convencionalmente se espera de ellas es que sean capaces de
hacer predicciones y acierten. Eso impone una severa disciplina a nuestra
constitución mental, pero no deja de ser una convención.
Con todo, se seguirá diciendo que la verdad ha quedad reducida a mera convención.
Éste es el sentimiento que anima todos los argumentos contra la sociología del
conocimiento que hemos examinado antes. Tomémoslo como un fenómeno y
tratemos de explicarlo.
130
Tema 10
Una aproximación durkheimiana a la
ciencia
Fuentes de resistencia al programa fuerte
Si la sociología no pudiera aplicarse minuciosamente al conocimiento científico
supondría que la ciencia no podría conocerse científicamente a sí misma. Mientras
que tanto el conocimiento de otras culturas como los elementos no científicos de
nuestra propia cultura pueden conocerse a través de la ciencia, ésta, de entre todas
las cosas, sería la única en no permitir el mismo tratamiento. Esto la convertiría en un
caso especial, una excepción permanente a la generalidad de sus propios
procedimientos.
131
Una aproximación durkheimiana a la ciencia
La razón para resistirse a la investigación científica de la ciencia puede alumbrarse
recurriendo a la distinción entre lo sagrado y lo profano. Para Durkheim, esa
distinción está en el corazón mismo del fenómeno religioso, y dice:
“... la característica real del fenómeno religioso es que siempre supone una división
bipartita del universo entero, conocido y conocible, en dos clases que abarcan todo lo
que existe, pero que se excluyen radicalmente entre sí. Las cosas sagradas son
aquellas a las que protegen y aíslan las prohibiciones; las cosas profanas, aquellas a
las que se aplican estas prohibiciones y deben permanecer a cierta distancia de las
primeras. Las creencias religiosas son las representaciones que expresan la
naturaleza de las cosas sagradas y las relaciones que sustentan bien entre sí o con las
cosas profanas”.
La extraña actitud hacia la ciencia sería explicable si se la tratara como algo sagrado,
y, por tanto, como algo que se mantiene a una distancia respetuosa. Esto es así quizá
porque se considera que sus atributos desafían todo lo que no es ciencia sino
simplemente creencia, prejuicio, hábito, error o confusión. Se asume, pues, que el
trabajo de la ciencia procede de principios que no se fundamentan en (ni son
comparables con) aquellos que operan en el mundo profano de la política y el poder.
¿No es extraño utilizar una metáfora religiosa para aclarar lo que es la ciencia? ¿No
son principios antagónicos? La metáfora puede ser tan inapropiada como ofensiva.
Esta reacción olvidaría tanto que lo que se está comparando son dos esferas de la
vida social como la sugerencia de que funcionan principios similares en ambas
esferas. La conducta religiosa se construye en torno a la distinción entre lo sagrado y
lo profano, y las manifestaciones de esta distinción son parecidas a la postura que
con frecuencia se toma hacia la ciencia. Y el que exista este punto de contacto
permite que puedan aplicarse a la ciencia otros análisis existentes sobre la religión.
En efecto, si la ciencia se trata como si fuera sagrada, ¿se explica con ello por qué no
debe aplicarse a sí misma? ¿No puede lo sagrado ponerse en contacto consigo
mismo? ¿Dónde está la profanación que impide a los sociólogos volverse sobre la
ciencia? Puede responderse así a esta cuestión: Muchos filósofos y científicos no
consideran que la sociología del conocimiento forme parte de la ciencia; así pues, la
sociología del conocimiento pertenece a la esfera de lo profano, y concederle el
derecho de referirse a la ciencia propiamente dicha sería poner en contacto lo
profano con lo sagrado. Pero esta respuesta plantea otra cuestión: ¿por qué se
considera que la sociología del conocimiento es algo exterior a la ciencia? Nada hay
en los métodos de la sociología que deba excluirla de la ciencia, lo cual sugiere que es
su temática la responsable de su exclusión. Quizá entonces la tendencia a negarle la
condición de ser una ciencia no sea algo fortuito. No es que la sociología del
conocimiento esté simplemente al margen de la ciencia y, por tanto, suponga una
amenaza para ésta, sino más bien que debe mantenerse fuera de la ciencia porque el
objeto de estudio elegido la convierte en una amenaza. De igual manera, puede
decirse que la sociología del conocimiento no es considerada como una ciencia
porque es muy joven y está aún poco desarrollada.
Pero esto de nuevo trae a colación otra cuestión crucial: ¿Por qué está tan poco
desarrollada? La sociología del conocimiento plantea una amenaza porque se
encuentre poco desarrollada, sino que está poco desarrollada porque plantea una
amenza.
132
Estas consideraciones nos remontan al problema original: ¿por qué el carácter
sagrado del conocimiento científico habría de sentirse amenazado por la
investigación sociológica? La respuesta se encuentra en una nueva articulación de la
idea de lo sagrado.
De igual modo que la fuerza derivada del contacto con lo sagrado se traslada al
mundo, puede plantearse también que los aspectos sagrados de la ciencia informan u
orientan sus aspectos más mundanos, los menos inspirados y vitales: sus rutinas, sus
meras aplicaciones, sus formas consolidadas y externas que afectan a las técnicas y
los métodos. Pero, por supuesto, la fuente de la fuerza religiosa que opera en el
mundo profano nunca debe dar a los creyentes tal grado de confianza que les haga
olvidar la distinción crucial entre ambos; nunca deben olvidar su dependencia última
de lo sagrado; nunca deben creer que son autosuficientes y que su poder no necesita
regenerarse. Por analogía, nunca debe ponerse tanta confianza en las rutinas de la
ciencia como para dotarlas de una autosuficiencia que pase por alto la necesidad de
derivar su fuerza de una fuente de naturaleza diferente y más poderosa. Desde esta
perspectiva, nunca debe llegar a apreciarse tanto la práctica de la ciencia que reduzca
todo al mismo nivel. Siempre debe haber una fuente de poder de la que fluya la
energía hacia afuera y con la que se pueda y deba renovar el contacto.
133
Ésta es la respuesta a aquella paradoja de que quienes defienden la ciencia con
mayor entusiasmo sean precisamente los que ven con más desagrado que la ciencia
se aplique a estudiarse a sí misma. La ciencia es sagrada y por ello debe ser
mantenida aparte, queda “reificada” o “mistificada”. Esto la protege de la
contaminación que destruiría su eficacia, su autoridad y su poder como fuente de
conocimiento.
Sociedad y conocimiento
Hemos avanzado la hipótesis de que a la ciencia y al conocimiento puede dárseles el
mismo tratamiento que los creyentes dan a lo sagrado. ¿Por qué dar al conocimiento
un rango tan notable? Para responder, es preciso desarrollar una imagen más
completa del papel del conocimiento en la sociedad y de los recursos de que
disponemos. Empleamos la tesis general de Durkheim sobre el origen y la naturaleza
de la experiencia religiosa, a saber, que la religión es esencialmente una manera de
percibir y de hacer inteligible la experiencia que tenemos de la sociedad en que
vivimos. Durkheim sugiere que la religión es, “antes que nada, un sistema de ideas
con el cual los individuos se representan a sí mismos la sociedad de la cual son
miembros, y las oscuras aunque íntimas relaciones que mantienen con ella”. La
distinción entre lo sagrado y lo profano separa aquellos objetos y prácticas que
simbolizan los principios sobre los cuales se organiza la sociedad. Éstos encarnan el
poder de su fuerza colectiva, una fuerza que puede dar vigor y sustentar a sus
miembros, pero que también puede imponerse sobre ellos con un constreñimiento
de eficacia singular e impresionante.
Podemos poner en marcha esta visión de Durkheim y suponer que, cuando pensamos
en la naturaleza del conocimiento, estamos reflexionando sobre los principios que
organizan la sociedad. Y, efectivamente, estamos manipulando tácitamente
representaciones sociales. Lo que estructura y guía nuestros pensamientos, son
concepciones cuyo carácter efectivo es el de un modelo social. Al igual que la
experiencia religiosa transfigura nuestra experiencia de la sociedad, así lo hacen
también (según mi hipótesis) la filosofía, la epistemología y cualquier concepción
general del conocimiento. Por tanto, la respuesta a la cuestión de por qué el
conocimiento debe ser visto como sagrado es que, al pensar en el conocimiento,
pensamos en la sociedad, y, si Durkheim está en lo cierto, la sociedad tiende a ser
percibida como sagrada.
134
Debemos discutir algunas cuestiones preliminares. Primero, decir que cuando
pensamos en el conocimiento en términos de manipulación de representaciones
sociales no significa que hablemos de un proceso consciente. La dirección de una
línea no puede adivinarse a partir de un pequeño segmento; y tampoco los modelos
sociales básicos se dejan ver a partir de argumentaciones de detalle o aisladas, sino
en trabajos de amplio alcance.
Incluso admitiendo que es necesario un modelo de algún tipo, ¿por qué una
representación social debe ser el modelo apropiado para una descripción del
conocimiento? ¿Por qué debería apoyare la reflexión en lo que sabemos de la
sociedad cuando lo que nos tiene perplejos es la naturaleza del conocimiento?. En
primer lugar, parte de la respuesta se encuentra en las circunstancias de las que
surge esa perplejidad. Éstas se dan de manera característica cuando quienes ofrecen
pretensiones de conocimientos antagónicas son grupos sociales diferentes, como
clérigos, los laicos, los eruditas, los profanos, los especialistas y los generalistas, etc.
El conocimiento tiene que integrarse, organizarse, sustentarse, transmitirse y
distribuirse y todos estos procesos están conectados con instituciones establecidas:
el laboratorio, lugar de trabajo, la universidad, la iglesia, etc. Así la mente ha
registrado en algún lugar que existe cierta conexión entre el conocimiento y la
autoridad o el poder. Cuando la sociedad es rígida y autoritaria parece más probable
que también el conocimiento sea más rígido y autoritario que cuando se trata de una
sociedad más liberal o más fluida.
135
Tema 11
Sociología de la epistemología
Conocimiento e imaginario social: un estudio de
caso
El debate Popper-Kuhn
136
La manera de concebir la ciencia de Karl Popper es clara y convincente: el propósito
de la ciencia es captar verdades significativas sobre el mundo, y para hacerlo debe
formular teorías potentes. Estas teorías son conjeturas sobre la naturaleza de la
realidad que permiten resolver los problemas que crea el que nuestras expectativas
no se realicen. Algunas de estas expectativas son innatas, pero la mayoría de ellas
surge de teorías anteriores. Forma parte del proceso consciente de construcción de
teorías el que para ello utilicemos con toda libertad cualquier material: mitos,
costumbres, prejuicios o suposiciones; pero lo importante es lo que hacemos con
esas teorías, no su procedencia.
Una vez formulada una teoría, debe ser criticada severamente tanto mediante su
análisis lógico como por su contrastación empírica. El análisis lógico reduce los
puntos oscuros y saca a la luz las afirmaciones implícitas en la teoría, mientras que la
contrastación empírica impone que los enunciados generales de la teoría se articulen
con enunciados que describen la situación concreta en que debe contrastarse. Si la
teoría es lo bastante precisa, ahora ya debe poderse buscar sus puntos débiles
intentando falsar sus previsiones. En caso de que pase la prueba, queda corroborada
y puede mantenerse provisionalmente.
La importancia de contrastar las teorías está en que el conocimiento no nos llega sin
más, sino que hemos de luchar por obtenerlo, pues sin esfuerzo no tendremos más
que especulaciones superficiales y erróneas. Pero los esfuerzos que consagremos a
nuestras teorías deben ser críticos, dado que protegerlas del mundo sería un
dogmatismo que nos llevaría a una sensación ilusoria de saber. Para la ciencia, los
objetos y procesos del mundo no tienen una esencia fija que pueda captarse de una
vez por todas. Esa lucha en que consiste la ciencia no es, por tanto, sólo una lucha
crítica, sino también una lucha sin fin. La ciencia pierde su carácter empírico y se
convierte en metafísica en cuanto deja de sufrir cambios; la verdad es ciertamente su
objetivo, pero está a una distancia infinita.
137
Las otras fronteras o demarcaciones que establece, como las que hay entre las
distintas especialidades, se ven tratadas de modo diferente. La plaga que es la
especialización representa una barrera artificial para el libre tráfico de las ideas, por
lo que debe permitirse que las teorías audaces las atraviesen. Popper también
desprecia las barreras impuestas por los distintos lenguajes y jergas teóricas.
Esta confianza y compromiso mutuos, nacidos de los éxitos anteriores, no tienen por
qué quebrarse cuando falla el intento de explicar una anomalía desde los términos
del que, por el momento, es un paradigma muy elaborado. El fracaso en resolver un
rompecabezas se atribuye, en principio, a la posible incompetencia de un
investigador concreto; también cabe que una anomalía sin resolver llegue a verse
como un caso complicado que puede dejarse legítimamente a un lado durante un
tiempo. Pero si, pese a todo, la perspectiva propia del paradigma no consigue dar
cuenta de por qué causa tantos problemas esa anomalía, si el problema parece
pronto a resolverse y, sin embargo, se sigue resistiendo a los investigadores más
reputados, puede sobrevenir una crisis de confianza. La anomalía se convierte
entonces en un foco especial de atención, se redoblarán los esfuerzos por estudiar
empíricamente el fenómeno rebelde y se tendrán que ir elaborando teorizaciones
cada vez más periféricas para poder entender su significado. El modelo de
138
crecimiento de la ciencia normal queda así truncado y se crea un ambiente distinto,
al que Kuhn llama ciencia extraordinaria.
Entonces es cuando, para resolver la crisis, puede surgir un nuevo modelo de hacer
ciencia en el campo que se ha visto así perturbado. La comunidad de especialistas
puede llegar a aceptar un nuevo paradigma de investigación si éste consigue resolver
la anomalía crucial. Cuando esto ocurre, Kuhn habla de una revolución. Tiene lugar
una revolución en la ciencia cuando una comunidad de especialistas decide que el
nuevo paradigma ofrece un futuro más prometedor para la investigación que el
antiguo.
Tenemos así dos interpretaciones muy diferentes de la ciencia, pero que comparten
un amplio trasfondo. Por ejemplo, apenas divergen sobre lo que pasa realmente en la
ciencia. Popper dirige su atención hacia las conjeturas decisivas y las comprobaciones
cruciales, como la predicción por Einstein de que la luz debe curvarse en las
proximidades de cuerpos pesados. Kuhn no niega la existencia ni la importancia de
estos acontecimientos, pero se centra en el contexto que los hace posibles y les da
significado. Popper, por su parte, no niega la existencia de la ciencia normal, si bien
destaca que funciona a saltos. Como las disputas teóricas que afectan a la
composición de la materia; para Popper se sitúan en el centro mismo de la física y de
la química, mientras que para Kuhn representan estados de ciencia extraordinaria y
por tanto son situaciones ocasionales, que afectan más a cuestiones metafísicas que
a asuntos propios de la ciencia misma, por lo que influyen poco en la práctica real de
la ciencia. Kuhn tiende a ver la ciencia como un conjunto de prácticas concretas y
localizadas, mientras que la interpretación de Popper subraya su carácter crítico.
Dos interpretaciones en las que ambos coinciden son las referentes a la verdad y a la
naturaleza de los hechos. En primer lugar, se dice que Kuhn socava la objetividad de
la ciencia al no creer en la existencia de hechos puros. Para él no hay un tribunal
independiente y estable que pueda juzgar sobre diferentes teorías. Lo que se tiene
por un hecho es algo que depende del paradigma desde el que se considere; el
sentido y la significación de las experiencias y de los resultados experimentales son
consecuencia de nuestra manera de afrontar las cosas, y ésta viene marcada por el
paradigma que suscribimos. Pero, epistemológicamente también Popper admite que
los hechos no son simples cosas que se dan sin mayor problema a través de una
experiencia directa del mundo. Cualquier informe sobre una observación o un
resultado experimental tienen, para él, el mismo rango lógico que la hipótesis que
intenta contrastar. Las teorías se contrastan mediante lo que llama hipótesis
observacionales. Los enunciados que constituyen la base observacional de la ciencia
vienen sugeridos efectivamente por la experiencia, pero para Popper son sólo uno de
los motivos por los que aceptamos una hipótesis (observacional). La experiencia no
aporta una razón, y menos una razón decisiva, que determine la adopción de un
139
informe observacional, pues todo informe desborda la experiencia que lo motiva y
actúa como una generalización de carácter conjetural. La experiencia es una causa
racional para las hipótesis de menor rango, del mismo modo, por ejemplo, la
experiencia religiosa puede ser una causa irracional para una hipótesis cosmológica.
En lo que a los hechos se refiere, tanto Popper como Kuhn son, pues, bastante más
escépticos que el sentido común; ambos piensan que los hechos son de naturaleza
teórica.
En segundo lugar, parece que Kuhn rechaza que la ciencia sea una fuente de
verdades, pues ¿no es una progresión indefinida de paradigmas sin ninguna garantía
de que uno sea más verdadero que otro? Fuera de la ciencia no tenemos ningún
modo de acceso al mundo que pudiera permitirnos medir el progreso de los
paradigmas. Pero esa es precisamente la posición de Popper. La verdad es un ideal o
un objetivo que está a una distancia infinita. Ninguno de los dos análisis da garantías
que aseguren un progreso hacia esa verdad. Ambos dan cuenta de los medios que
permiten suprimir los errores que se detecten; ambos son escépticos sobre el hecho
de que la ciencia pueda aprehender algo que sea estable y definitivo. El tratamiento
que dan a los hechos y a la verdad no separa, por tanto, a ambos análisis de una
manera profunda.
En segundo lugar, Popper destaca los debates, los desacuerdos y las críticas, mientras
que Kuhn subraya más las zonas de acuerdo que no se ponen en cuestión. O sea,
ambos se ocupan de la naturaleza social de la ciencia, pero los procesos sociales a los
que atienden son diferentes: el debate público, para uno, y los modos de vida
compartidos, para el otro.
140
El enfrentamiento entre Kuhn y Popper representa un caso casi puro de la oposición
entre las que pudieran llamarse ideologías ilustrada y romántica. El pensamiento
social ilustrado hace especial referencia a la noción de contrato social, bien como
supuesta génesis histórica de la sociedad o bien como modo de caracterizar las
obligaciones y derechos de los miembros de la sociedad. El mito del contrato social se
corresponde con el mito de un estado de naturaleza anterior a lo social. Asociado con
el estado de naturaleza o con el contrato social, se da un cuerpo de derechos
naturales e inalienables, como el derecho a la vida, a la libertad o a la propiedad.
141
concreta: el caso particular se considera más real que los principios abstractos. 4) Se
produce la contrapartida de la tendencia normativa y moralizante del pensamiento
ilustrado. La claridad analítica y disolvente de éste se contrapone con la afirmación
de la realidad de los rasgos sociales que suelen ignorar las perspectivas más
abstractas: se subrayan la globalidad, complejidad e interconexión de las prácticas
sociales. La postura defensiva y reactiva de los pensadores románticos les sirve para
unir estrechamente los aspectos descriptivo y prescriptivo de sus planteamiento:
tienden a considerar que los valores están íntimamente ligados y mezclados con
loshechos, que son inmanente a éstos.
Los aspectos románticos del análisis de Kuhn también son evidentes. Las ideas
científicas individuales forman parte de una tradición de investigación que las abarca
como una totalidad. En su visión de la ciencia predominan los elementos
comunitarios y el carácter autoritario del proceso educativo que esos elementos
implican. No hay una separación neta entre los procesos lógicos y metodológicos de
falsación: cuando hay que responder a una anomalía y decidir si constituye o no una
amenaza para los enfoques establecidos, siempre se recurre a juicios intuitivos.
Tampoco hay principios abstractos de procedimiento que puedan deducirse del
desarrollo teórico, pues los paradigmas no son teorías estables. Las tradiciones de
investigación no tienen constituciones escritas; las variaciones culturales e históricas
que hay de unas especialidades a otras es algo que se da por sabido. Por último, el
tono descriptivo del análisis kuhniano, en el que los contenidos prescriptivos son más
implícitos que explícitos, también se ajusta al estilo romántico.
142
La ubicación histórica de las ideologías
Es fácil situar los estereotipos ilustrado y romántico en las declaraciones y tomas de
posición de ciertos actores históricos, individuales y colectivos. Ello se debe a que los
estereotipos responden a dos reacciones básicas (aceptación y rechazo) que se
manifiestan ante los grandes acontecimientos sociales que tuvieron lugar entre el
final del siglo XVIII y los comienzos del siglo XX. Esos estereotipos se construyeron a
menudo como reacciones a guerras y revoluciones, al proceso de industrialización y a
los conflictos nacionalistas europeos de esa época. Tales acontecimientos crean
evidentes divisiones y producen una polarización de las opiniones. Cuando están en
juego nuestros destinos e intereses nos vemos abocados a reflexionar y tomar
partido de manera clara. Se invocan ideas como las de Dios, el Hombre o la
Naturaleza para explicar las iniciativas que tomamos y para justificar las situaciones
en las que nos vemos envueltos o las acciones que nos sentimos inclinados a
emprender.
“para ellos es motivo suficiente por el que destruir un viejo estado de cosas el mero
hecho de que sea viejo. En cuanto a lo nuevo, no les preocupa en absoluto la duración
que pueda tener un edificion construido apresuradamente, pues la duración no tiene
sentido para quienes creen que antes que ellos apenas se ha hecho nada, si es que se
ha hecho algo, y ponen todas sus esperanzas en los descubrimientos”.
143
claramente muchos de los aspectos del estilo romántico de pensamiento. Quienes
busquen cómo poder criticar la concepción popperiana de la ciencia pueden sacar
muchas ideas de él, de su desprecio reaccionario hacia los descubrimientos, de su
aprecio por la complejidad y su rechazo de la simplificación, del papel que atribuye a
la costumbre y a las ideas recibidas (tan similares al concepto kuhniano de dogma),
de su interés por las acciones concretas frente al pensamiento abstracto y de su
reflexión sobre la cohesión social frente al individualismo crítico, origen de tantas
divisiones.
“El Estado es la totalidad de los asuntos humanos, su reunión en una totalidad viva. Si
excluimos definitivamente de esta asociación aunque sea a la parte más
insignificante del ser humano, si separamos la vida privada de la públcia aunque sea
en un solo punto, ya no podremos percibir al Estado como un fenómeno vivo o como
una idea”
Esta cita ilustra esa idea central del romanticismo de que una parte o elemento de un
sistema está en íntima unión con el todo. Del mismo modo, las hipótesis científicas
no son unidades de pensamiento aisladas sino una especie de microcosmos del
paradigma del que forman parte. O bien, orientando el paralelismo en otra
dirección, la intuición de la que surge una hipótesis no forma parte de la vida privada
del científico ni, por tanto, debe tenerse como una cuestión psicológica más que
científica, ni confinarse en un artificioso contexto de descubrimiento más que en el
contexto de justificación. El proceso de creación es más bien parte integral de la
empresa científica como un todo, y no debe separarse de ella mediante un principio
abstracto de demarcación. Müller continúa aplicando su enfoque unificador a la
relación del conocimiento con la sociedad o de la ciencia con el Estado. Ambos no
deben ser sino uno, como el cuerpo y el alma.
144
Por ejemplo, en su Wealth of nations, Smith matiza su defensa general de la libertad
de contratación individual en cuestiones de mercado aceptando que debe haber
ciertas restricciones legales referentes a una tasa máxima de interés en el préstamo
de dinero. Smith cree que sin esa limitación la mayor parte del dinero que se prestara
iría a parar a manos de “despilfarradores y promotores”. A lo que Bentham replicó:
¿y qué? Sin promotores no habría progreso; y el riesgo que se corre forma parte de la
esencia misma de la actividad económica y de la creación de riqueza. Esa es la misma
opinión que la de Popper cuando afirma que el riesgo intelectual que se corre
pertenece a la esencia misma de la actividad científica y de la creación de
conocimiento. Bentham plantea que la gente debe calcular por sí misma las pérdidas,
ganancias y riesgos asociados a las acciones que emprendan, y afirma que “salvo
escasas excepciones… el medio más seguro para alcanzar la máxima satisfacción es
dejar que cada individuo busque su máxima satisfacción”. Este individualismo corre
parejo con la tendencia a considerar la totalidad social como una mera suma de sus
partes atómicas.
“Toda la diferencia que hay entre la política y la moral es ésta: una dirige las acciones
los gobiernos, la otra dirige las conductas individuales; su común propósito es la
felicidad. Lo que es políticamente bueno no puede ser moralmente malo, a menos
que las reglas de la aritmética, que son verdaderas para los grandes números, sean
falsas para los pequeños.”
145
sociología, que situara la actividad económica en su contexto social y no la tratara de
un modo abstracto y universal. También hubo alemanes que eran partidarios de
Smith, aunque eran una minoría.
Para completar el resumen de las similitudes estructurales entre Popper y Kuhn, por
un lado, y las ideologías ilustrada y romántica, por otro, establecemos ciertas
semejanzas de contenido que revelan sus metáforas sociales subyacentes:
146
b) La antítesis entre cosmopolitismo y nacionalismo también es fácil de identificar. La
teoría de Popper sobre la unidad racional de la humanidad y el libre intercambio de
ideas contrasta con la condición de cierre intelectual propia de un paradigma y con la
riqueza especial de su lenguaje propio.
c) La antítesis entre el ansia de codificación y de claridad de Bentham y el papel que
Burke atribuye a la tradición se corresponden con la legislación metodológica y la
delimitación de fronteras en Popper y el énfasis kuhniano en el dogma, la tradición y
el juicio.
Ahora el problema es saber por qué este patrón de conflicto ideológico aflora en un
campo tan especializado como es el de la filosofía de la ciencia, por qué la filosofía de
la ciencia reprodue estos temas.
Para integrarlos en nosotros acaso baste con que nos sumerjamos de lleno en el
lenguaje. Los significados de las palabras están indisociablemente cargados de
asociaciones y connotaciones, que siguen ciertas pautas o ligan entre sí ciertas ideas
y experiencias mientras que rechazan o disocian otras. Raymond Williams, al
investigar los cambios de significado de la palabra “cultura”, observa que
inicialmente solía usarse sólo para el cultivo de la tierra, connotación que aún
mantiene. La metáfora del crecimiento orgánico, con sus resonancias agrícolas, hace
de él un término apropiado para ser usado por la tradición de pensamiento que
lamenta el auge de la industrialización y el individualismo. Si nos preguntamos qué
significa ahora la palabra “cultura” para nosotros, veremos inmediatamente que
tiene connotaciones de tradición, unidad y espiritualidad o de algo noble y elevado.
La auténtica noción de cultura ya contiene en embrión las ideas que se desarrollarán
en la visión romántica de la sociedad, pero no porque esa ideología se haya
construido a partir de un estudio de las derivaciones de ese concepto, sino que más
bien ese concepto tiene ahora esas implicaciones como consecuencia de su
vinculación a la ideología romántica. Es la lógica del concepto lo que funciona como
un residuo de su papel social, y no a la inversa. Análogamente, no se puede pensar en
la palabra “cultura” sin relacionarla tácitamente con su antítesis, esto es, con algo
que subvierte la tradición y promueve el cambio y el dinamismo, algo que socava la
unidad y lleva a la división, al conflicto, a la lucha y a la atomización. Esa antítesis ha
de ser opuesta a lo espiritual y más elevado, por lo que evocará algo utilitario y
mundano, ligado al dinero y al espíritu práctico, y ¿qué puede representar mejor que
147
la imagen de la industrialización, la ética del capitalismo y la libre competencia? En
resumen, esos arquetipos sociales que parecen influir en las teorías del conocimiento
que estamos considerando, ¿no los tenemos ya interiorizados a través de nuestra
propia experiencia social y lingüística en la vida cotidiana?.
El vínculo entre las ideologías sociales y las teorías del conocimiento no es, pues,
ningún misterio, sino una consecuencia completamente típica y natural del modo en
que vivimos y pensamos. Las ideologías sociales son tan penetrantes que estructuran
nuestros conceptos, y es casi imposible evitar que las empleemos continuamente
como metáforas implícitas. Sus temas y sus maneras nos son tan familiares que las
ideas que tomamos de ellas nos parecen meras evidencias, pues forman parte, sin
que nos demos cuenta, de las propias ideas de las que hemos de servirnos para
poder pensar.
Antes de considerar la acción de esta variable, hay que señalar por qué es muy
plausible esperar que ambos enfoques del conocimiento (popperiano y kuhniano) se
opongan por igual a un estudio científico de la ciencia. Ambas maneras de pensar el
conocimiento son simétricas en cuanto a su capacidad para hacer de éste algo
misterioso que se sustrae a la investigación científica, aunque sean bastante distintas
tanto las estrategias que cada uno sigue para conseguirlo como las respectivas líneas
de ataque y defensa. Los recursos que emplea Kuhn para esa sustracción o
mistificación son manifiestos por su semejanza con la posición de Burke: el medio
típicamente romántico de impedir molestas investigaciones de lo social consiste en
subrayar su complejidad, sus rasgos irracionales y no susceptibles de cálculo, sus
dimensiones tácitas, ocultas e inexpresables. El estilo popperiano de escamotear el
análisis social de la ciencia consiste en atribuir a la lógica y a la racionalidad una
objetividad a-social y a la postre trascendente; hasta el punto de que en sus últimos
trabajos lo objetivo forma un mundo propio, distinto del mundo físico y del mundo
de los procesos mentales.
Por otra parte, ambos estilos de pensamiento se pueden poner en sintonía con un
enfoque perfectamente naturalista. El carácter sociológico y atenido a los hechos que
conlleva el análisis kuhniano es algo que se destaca frecuentemente. Acaso no sea
tan fácil de ver el potencial naturalista de la familia de teorías a que pertenece la de
Popper. El carácter individualista del pensamiento de las Luces sugiere que su
desarrollo natural le lleve a la psicología, sugerencia que se ve reforzada por la
semejanza entre la teoría de Popper y la economía clásica. Si recordamos a los
148
primeros utilitaristas, queda claro que su modelo de hombre económico, racional y
calculador estaba en relación muy estrecha con su representación psicológica de lo
que pudiera llamarse el hombre hedonista, cuyos cálculos sobre placeres y
sufrimientos se basaban en las reglas definidas por la psicología asociacionista.
Además, se ha destacado lo próximos que están el hombre asociacionista y el
hombre conductista, pues el mecanismo de la asociación de ideas es muy parecido al
de los reflejos condicionados y las conexiones estímulo-respuesta que plantea el
conductismo. El resultado extremo de esta serie de vinculaciones históricas es quizá
el psicólog Skinner. La sociedad, como deja claro Skinner, es la fuente de los
programas de refuerzo que cumplen un papel crucial para modelar la conducta, por
lo que, desde algunos puntos de vista, tiene prioridad sobre el individuo. El psicólogo
ha de llegar a las normas sociales partiendo de los individuos, peor también aquellas
que parten de las entidades sociales han de garantizar que sus teorías desciendan al
nivel individual.
Podemos concluir que ni las ideas ilustradas ni las románticas determinan por sí
mismas el que hayan de emplearse a favor o en contra de la sociología del
conocimiento, pues de ellas no se deduce necesariamente una lectura naturalista ni
una de tipo mistificador. El factor que determina la dirección en que se concreten
esos estereotipos depende del modelo social subyacente en quien los emplee, está
en función de si la representación social que presupone es la de una sociedad
amenazada o bien la de una sociedad estable y con confianza en sí misma, una
sociedad que parece en decadencia o bien una que se percibe en ascenso.
Aquí parece funcionar una ley que se formularía así: quienes defienden la sociedad (o
una parte suya) de algo que perciben como amenaza tienden a mistificar sus valores
y sus normas, en particular su forma de conocimiento; quienes se sienten satisfechos
y seguros, o quienes están ascendiendo y se enfrentan a las instituciones
establecidas, se complacerán, por unas razones u otras, en tratar los valores y las
normas como algo accesible, como algo de este mundo y no como algo que lo
trasciende.
Algunos ejemplos para aclarar esto. Burke escribía como reacción a la Revolución
francesa. Popper escribió su Logic of scientific discovery en la época de entreguerras,
tras el derrumbamiento del Imperio de los Habsburho y bajo la amenaza de
ideologías totalitarias de derechas y de izquierdas. Kuhn no siente el menor temor
respecto del status o el poder de la ciencia. Los primeros utilitaristas, que criticaron
con dureza los “derechos adquiridos” de las instituciones establecidas, tendían a ser
bastante naturalistas, y hasta us racionalismo tenía un carácter psicológico de este
tipo.
149
La lección a aprender
Si no enfocamos de un modo científico el estudio de la naturaleza del conocimiento,
todo lo que digamos sobre él no pasará de ser una proyección de nuestros supuestos
ideológicos. Nuestras teorías del conocimiento experimentarán los mismos éxitos y
fracasos que sus correspondientes ideologías, al faltarles cualquier autonomía y
fundamento para mantenerse por sí mismas. La epistemología no será sino mera
propaganda.
Bien distinto es el caso de las concepciones del conocimiento que intentan desgajarlo
del mundo y rechazan un acercamiento naturalista. Una vez que el conocimiento ha
sufrido ese trato especial, se pierde cualquier posible control de las teorías que se
elaboren sobre su naturaleza, que quedarán totalmente a merced de las metáforas
sociales básicas en las que se fundan. A diferencia del análisis histórico y naturalista
de Kuhn, que también arrancan bajo la influencia de ciertas metáforas sociales, los
análisis mistificadores están condenados a terminar su existencia bajo las mismas
cadenas con que la comenzaron.
De esto puede sacarse una moraleja para todos los análisis del conocimiento que se
dicen filosóficos. La filosofía, tal y como se la concibe habitualmente, no sigue la
misma dinámica que los estudios empíricos e históricos, pues para ella no hay
incorporación controlada de nuevos datos. Así que nada modificará la influencia
ejercida por las metáforas sociales que están en su origen.
150
unilateralidad se recibirá como un reproche, aunque a lo que esté apuntado sea a un
error al que no dejará de darse vueltas sin eliminarlo nunca.
Esta es, sin duda, la actitud con la que debe abordarse la sociología del conocimiento,
una actitud que podríamos caracterizar como una forma natural e inconsciente de
autoconciencia. Esa actitud puede conseguirse mediante la aplicación de
procedimientos contrastados y acertados y de técnicas de investigación consolidadas.
No es sino el equivalente en el plano intelectual a representarse la sociedad como
algo tan seguro y estable que nada puede subvertirla o destruirla, por más lejos que
se vaya en la exploración de sus misterios.
¿Y que hay del miedo a que nuestra fuente de energía e inspiración, así como la
convicción y la fe que ponemos en nuestro conocimiento puedan desvanecerse si se
aclaran sus misterios fundamentales? Hay algo de verdad en la convicción de que el
conocimiento y la ciencia dependen de algo exterior a la mera creencia, pero esa
fuerza exterior que lo sostiene no es trascendente. Hay algo de lo que el
conocimiento participa, ese algo es exterior al conocimiento, que es mayor que él y
que lo sustenta, es la propia sociedad. Si uno teme por ella, temerá con razón por el
conocimiento, pero en la medida que uno crea en su permanencia y desarrollo, éste
siempre estará ahí para seguir sosteniendo las creencias que se investiguen, los
métodos que se usen y las conclusiones a que pueda llegar la propia investigación. Y
ésta es una buena razón para tener confianza.
151
sobre sí mismo. Si el conocimiento fuera una ley para sí mismo, esa actitud nos
llevaría a la confusión; pero la actividad reflexiva de la ciencia aplicada sobre sí misma
no puede secar la fuente real de energía que sostiene el conocimiento.
152
Tema 12
Sociología de las matemáticas.
Un enfoque naturalista de las matemáticas
En verdad, debe haber alguna Realidad que sea responsable de esta curiosa
situación, en la que un cuerpo de verdad auto-consistente parece ir siendo
aprehendido cada vez con mayor detalle y con mayor amplitud. Esa Realidad debe
ser la que describen los enunciados matemáticos y a la que tienen como referencia
sus verdades. Puede incluso suponerse que es la naturaleza de esa Realidad la que
explica ese carácter irrefrenable de las demostraciones matemáticas y esa forma
única e inmutable de la verdad matemática. Sin duda, debe admitirse que la
naturaleza precisa de esa Realidad en nuestro pensamiento ordinario es algo oscura,
pero seguramente los filósofos podrán definirla con mayor precisión. Esto arrojaría
mucha luz sobre el verdadero carácter de toda una serie de nociones enigmáticas. El
153
número, por ejemplo, es una idea con la que es fácil trabajar en los cálculos prácticos
pero es algo cuya naturaleza real es difícil de describir.
Entre los enfoques naturalistas más prometedores está el del psicólogo que estudia
cómo se aprenden las matemáticas. Éstas pueden ser consideradas como un
conjunto de técnicas, creencias y procesos de pensamiento en el que deben iniciarse
los individuos. Hay ocasiones en que alguno de ellos puede conseguir tal grado de
autonomía y habilidad que se encuentre en condiciones de hacer una contribución
creativa al conjunto de resultados acumulados. Un enfoque así puede calificarse de
psicologismo. Una de las primeras formulaciones de este psicologismo puede
encontrarse en J.S. Mill.
Es esta categoría de hechos lo que Mill piensa que subyace a las matemáticas. El
agrupamiento y la organización de objetos físicos suministran modelos para nuestros
procesos mentales, así que cuando pensamos matemáticamente apelamos
tácitamente a ese saber. Los procesos de razonamiento matemático no son sino
pálidas sombras de las operaciones físicas con objetos, y ese carácter forzoso que
tienen los pasos de una demostración y sus conclusiones reside en la necesidad
propia de las operaciones físicas que subyacen como modelos. Si el campo de
154
aplicación de los razonamientos aritméticos es tan vasto se debe a que podemos
asimilar a esos modelos una gran variedad de situaciones diferentes.
Mill critica a quienes tratan los números y los símbolos como meras marcas sobre el
papel que están sometidas a operaciones abstractas. Admite que pudiera parecernos
que estamos operando con meros signos, pero es que, argumenta, habitualmente no
nos damos cuenta de que actuamos por referencia a la experiencia física sobre la que
descansa todo el proceso. “Cuando miramos hacia atrás para ver de dónde viene la
fuerza probatoria de todo el proceso, encontramos que cada paso concreto no
resulta en absoluto evidente si no suponemos que estamos pensando y hablando
sobre cosas y no sobre meros símbolos”.
“resultan probadas mostrando a nuestros ojos y dedos que cualquier número dado de
objetos, diez bolas, por ejemplo, puede por separación y reagrupamiento, ofrecer a
nuestros sentidas todos los conjuntos diferentes de números cuya suma es diez.
Todos los métodos perfeccionados para enseñar airtmética a los niños parten del
conocimiento de este hecho, todo el que quiera enseñar números (y no meras cifras)
los enseña mediante la evidencia de los sentidos, del modo que hemos descrito”
Para ver cómo las operaciones matemáticas pueden surgir de situaciones físicas,
consideremos el “juego” que describe Dienes (1964). Se empieza por disponer en el
suelo diez grupos de ocho guijarros, dejando un guijarro aparte. Imaginemos ahora
que ocho de esos grupos los acercamos entre sí y apartamos dos de ellos que
formarán una pareja. Utilicemos uno de estos grupos que hemos apartado para
añadir un guijarro más a cada uno de los ocho grupos que hemos mantenido
agrupados, de manera que cada uno de ellos tendrá ahora un guijarro más. Al grupo
que queda de los dos que habíamos aparado podemos añadirle aquel guijarro suelto
que mencionamos al principio. Esta mecánica tiene la característica, clara y
reproducible, de finalizar con un número de grupos que es igual al número de
guijarros que tiene cada uno.
155
Ésta es una secuencia física de agrupamientos, ordenamientos y distribuciones que
tiene el interés de no ser sino un ejemplo entre muchos similares que pueden ofrecer
exactamente el mismo modelo de comportamiento. La gracia está en que puede
jugarse con un número diferente de objetos en los grupos y con diferente número de
grupos.
Dienes ofrece otros muchos ejemplos ingeniosos de este tipo. Gracias a sencillas
manipulaciones con piezas de construcción, indica cómo trabajar con sistemas de
numeración de bases diferentes, cómo factorizar formas cuadráticas y resolver
ecuaciones, etc. Poco importa que las manipulaciones físicas sean engorrosas si se
comparan con las operaciones simbólicas que hace alguien bien entrenado, pues su
importancia para lo que ahora nos ocupa está en que ponen de manifiesto el
conocimiento oculto tras los procedimientos simbólicos que damos por evidentes.
Sin duda, la perspectiva de Mill es prometedora. Los objetos físicos, las situaciones y
las manipulaciones pueden funcionar claramente como modelos de las diversas
operaciones matemáticas básicas. Las experiencias de tales operaciones físicas
pueden plausiblemente presentarse como la base empírica del pensamiento
matemático. Por esto, sería absurdo ignorar o menospreciar el potencial de la
perspectiva empirista y psicológica de Mill en la consecución de una comprensión
naturalista del conocimiento matemático. No obstante, este punto de partida no es
suficiente. Para que pueda hacer justicia al conocimiento matemático será necesario
su sustancial desarrollo y enriquecimiento. Ahora bien, esa mejora pasa por analizar
sus limitaciones, puestas de manifiesto por la aguda crítica de Frege.
Cuando Mill escribe sobre matemáticas, lo hace con un estilo elegante, concreto y no
técnico. Para él los fundamentos de las matemáticas están en su anclaje psicológico,
en los procesos fundamentales mediante los que se genera y se transmite el
conocimiento. Los términos en los que piensa se amoldan más al profesor de
matemática elemental que a los especialistas de alto nivel. Frege procede de un
modo completamente diferente. Cuando Frege se enfrenta a una definición de las
matemáticas como “pensamiento mecánico acumulativo”, le parece una “tosquedad
típica”, y añade: “creo que, por su propio interés, los matemáticos deberían combatir
cualquier enfoque de esta clase, pues está pensado para denigrar uno de sus
principales objetos de estudio, y, con él, su propia ciencia”.
156
Frege se esfuerza especialmente en mantener una frontera entre las matemáticas,
por un lado, y las ciencias psíquicas y naturales, por el otro. Deplora que los métodos
de argumentación psicológica hayan “penetrado incluso en el campo de la lógica”. La
consecuencia de esta penetración es que todo se hace brumoso e indefinido,
precisamente donde deberían reinar el orden y la regularidad. Los conceptos
matemáticos, afirma, tienen un refinamiento en su estructura y una pureza mayores
quizá que los de ninguna otra ciencia.
Al tratar los números como ideas que están en la cabeza de la gente, se desprenden
consecuencias curiosas. Desde un punto de vista psicológico, la gente no comparte
ideas; éstas son estados propios de las mentes individuales, de manera que una idea
debe considerarse siempre como propia de alguien. En lugar de decir que el número
dos es una idea en sí, el psicólogo hablará más bien de tu idea de dos o mi idea de
dos. E incluso esto mismo sugiere la existencia de un algo independiente que es el
foco común de ambos estados psicológicos, como si el número dos no fuera del todo
mental sino el contenido extramental de esos estados mentales. Un enfoque
psicológico coherente debe insistir en que, aunque habitualmente se hable del
número dos, todo lo que realmente existe es una multitud de ideas individuales cada
una de las cuales puede reclamar ser el número dos. En resumen, habrá tantos doses
como ideas haya sobre él, lo que se aparta considerablemente del modo habitual de
ver las cosas.
Con ironía, Fregue nos recuerda que esa proliferación de doses no se para ahí, ¿no
nos falta aún considerar todos los doses inconscientes, y los doses que habrán de
venir a la existencia cuando nazcan las próximas generaciones?. No podemos sino
conceder a Fregue que los números no son entidades psicológicas construidas por la
gente sino, de alguna manera, objetos independientes de conocimiento.
Hasta aquí, la posición de Mill no está bajo una presión demasiado fuerte. Su teoría
tiene un componente objetivo en el hecho de que la aritmética trata sobre las
propiedades generales de los objetos. Mill se ve en más apuros cuando Frege aborda
la cuestión de si el número es una propiedad de las cosas exteriores. Aquí, el
argumento central es que el número no puede ser una propiedad de las cosas porque
157
el modo en que las cosas se numeran depende de nuestra manera de verlas. No hay
nada semejante a el número de, digamos, un mazo de cartas; sí, hay un mazo, pero
también cuatro palos, etc. Dice Frege: “de un objeto al que adscribir legítimamente
diferentes números no puede decirse que posea un cierto número”. Lo cual hace del
número algo distinto de lo que consideramos habitualmente como propiedades de
las cosas. La importancia de nuestra manera de ver muestra que ahí interviene un
proceso cognitivo que enlaza el objeto exterior con el acto de atribuirle un número.
Para Frege, esto interpone una cuña entre los objetos y el auténtico lugar del
número, lo que significa que “no podemos asignar simplemente el Número al objeto
como haríamos con un predicado”. Cuando miramos el dibujo de un triángulo y
distinguimos en él tres vértices, ese tres no es inherente al dibujo. Así, “no vemos el
tres de modo inmediato, sino que vemos algo sobre lo cual puede recaer nuestra
actividad intelectual y llevarnos a formular que el 3 ocurre”.
Como podemos variar el punto de vista y, por tanto, alterar el número que se asocia
con un objeto, parece que habrías una diferencia entre, por ejemplo, la propiedad
“ser azul” y la de “tener el número tres”. El número no es algo que encontremos ahí
en el mundo sin más problemas. Hay algo en la naturaleza de los conceptos de
número que los hace diferentes de los objetos y de sus propiedades tal y como los
solemos pensar. Por el momento aceptaremos esta conclusión. El número no es algo
psicológico, ni es algo que se dé simplemente en los guijjaros de Mill.
Frege ha expulsado al número del mundo psíquico y del mundo material. Si estos dos
ámbitos agotan la gama de posibilidades, el razonamiento de Frege hace del número
un perfecto no-ser. Evidentemente no es así como él ve las cosas. Existe una tercera
posibilidad. Aparte de los objetos psíquicos y físicos, están los que Frege llama
objetos de Razón o Conceptos, los cuales poseen la más importante de todas las
propiedades: la llamada objetividad. Frege entiende por objetivo aquello que es
independiente de nuestras sensaciones y de las representaciones mentales que
descansan en ellas, pero aquello que es independiente de nuestra razón. El resto de
esta definición negativa:
Este ejemplo sugiere que todo aquello que tiene el rango propio de las instituciones
sociales acaso esté íntimamente ligado a la objetividad. Incluso podemos conjeturar
la hipótesis de que quizá ese tercer rango tan especial que se sitúa entre lo físico y lo
psíquico es de orden social, y solamente social.
Esta hipótesis puede contrastarse con los otros ejemplos aportados por Frege: el
centro de gravedad del sistema solar y el eje de la Tierra. ¿Podemos decir que estos
objetos son de naturaleza social? A primera vista parece bastante inverosímil, pero
ello puede deberse a cierta tendencia a hacer precisamente lo que Frege denuncia,
esto es, confundir los entes objetivos con objetos físicos o reales. Y Frege tiene toda
la razón. El eje de la Tierra no es de esas realidades de las que tenemos manifiesta
experiencia como la propia Tierra sobre la que caminamos. Pero, por otro lado,
debemos afirmar que cosas como estas son reales, pues si creemos que la Tierra gira
debe hacerlo en torno a un eje, como también que todo cuerpo con masa debe tener
un centro de gravedad. Tanta insistencia indica que estas nociones juegan un papel
central en nuestra concepción de la realidad y, en particular, en las teorías mecánicas
que ocupan un lugar privilegiado en esa concepción. Es clave recordar, sin embargo,
que esta realidad no es una realidad física sino una representación del mundo
sistemática y altamente elaborada. Sus lazos con la experiencia individual son bien
tenues. Dos de los conceptos que elige Frege como ejemplos de objetividad son
nociones teóricas; pero la componente teórica del conocimiento es precisamente la
componente social.
159
de las matemáticas. Los argumentos de Frege estaban concebidos para mantener
inmaculadas las matemáticas, y aun así concibió una definición de objetividad que se
presta a interpretación sociológica. El que esta interpretación pueda atravesar las
defensas de Frege no puede sino constituir el más sólido argumento a su favor.
Podemos así adoptar la definición que da Frege de objetividad, sin dejar por ello de
postular que las matemáticas son de naturaleza social más que psicológica o meras
propiedades de los objetos físicos. Esta conclusión puede parecer extravagante, de
modo que puede ser útil contrastarla con el resto de los argumentos que Frege
opone a Mill. Esto nos llevará al problema de cómo puede modificarse la teoría de
Mill de modo que pueda venir a alojar los procesos sociales que entran en juego
junto con los procesos psíquicos.
Frege tiene razón. Mill ha deslizado un artículo definido para el cual su teoría no
aporta justificación alguna. En esto, Mill debe estar reaccionando inconscientemente
a las mismas presiones que llevaron a Frege a insistir en que los números no son
inherentes a los objetos, sin más, sino que dependen del modo en que se mire a esos
objetos. La lectura social que hemos hecho de la definición de objetividad de Frege
nos da una clave para entender cómo se ha podido deslizar esa visión en el enfoque
de Mill sin que él mismo se diera cuenta de ello.
Algunas personas pueden identificar el lugar donde se ha hecho una alfombra a partir
del modelo característico que está tejido en ella, algo más social que personal. La
idea que Mill presupone involuntariamente es que no todas las distribuciones,
ordenaciones o clasificaciones de objetos son relevantes como experiencias
paradigmáticas en matemáticas. Entre los innumerables juegos a los que puede
jugarse con guijarros, sólo los que siguen ciertos modelos a pautas alcanzarán esa
categoría especial que son los modos característicos de disponer y organizar los
guijarros. Así no todos los innumerables modelos o pautas posibles con los que
puede tejerse una alfombra serán igual de significativos para un grupo dado de
tejedores tradicionales.
El punto al que Frege dirige su ataque es ese en el que la teoría de Mill deja atisbar
que está necesitada de un componente sociológico para poner orden en la multitud
de maneras de experimentar las propiedades de los objetos. El lenguaje de Mill pone
de manifiesto que, de hecho, está reaccionando ante esa componente social, pero la
deja escapar; y es esa laguna la que deja su teoría expuesta a las objeciones de Frege.
La idea fundamental de Frege es que la teoría de Mill sólo se refiere a los aspectos
meramente físicos de las situaciones que considera, que no acierta a captar lo que en
160
cada situación hay de específicamente matemático. Esa componente ausente
podemos ahora detectarla en el ámbito de lo típico, de lo convencional, en todo
aquello que hace que se les conceda a ciertos modelos el rango de característicos.
Bertrand Russel: “Cuando leí por primera vez la Lógica de Mill me sentí fuertemente
atraído por ella; pero incluso entonces no podía creer que nuestra aceptación de que
dos y dos son cuatro fuera una generalización a partir de la experiencia. No hbuiera
sabido decir cómo llegamos a saberlo, pero sentía que no era así”
Pero aún quedan objeciones que superar. Frege se pregunta qué experiencia o hecho
físico es el que puede corresponder a los números muy grandes o incluso a los
números 0 y 1. ¿Quién ha tenido alguna vez la experiencia de que 1.000.000 =
999.999 + 1? Y si los números son propiedades de objetos externos, ¿cómo podemos
hablar razonablemente de tres ideas o de tres emociones, que no son evidentemente
objetos externos?
Lo que Frege dice del número 1 es que tener la simple experiencia de una cosa no es
lo mismo que encontrar el número uno, y de ahí que en un caso se use el artículo
indefinido mientras que en el otro se usa el artículo definido. En esto Frege tiene
razón. No se trata de una cosa cualquiera, sino de algo a lo que se mira de un modo
especial y con un propósito especial, el propósito ritualizado de contar. El número 1
no corresponde a una cosa sino a todo lo que se contemple como elemento de un
patrón o modelo característico. El número es el papel o la función, y no debe
confundirse con uno u otro objeto que venga indiferentemente a jugar ese papel o
cumplir esa función. La experiencia que asociamos con los números es la experiencia
de unos objetos a los que se les adjudica papeles en ciertos modelos y
ordenamientos característicos.
Ahora viene la cuestión de los números muy grandes. Está claro que no podemos
tener experiencia de cómo repartir un millón de objetos del mismo modo que
podemos hacerlo con cinco o con diez. Como la aritmética se aplica tanto a los
números grandes como a los pequeños, ¿no implica esto que ha de ser
independiente de lo que pueda decirnos la experiencia y que su auténtica naturaleza
no tiene nada que ver con ella?
161
Para hacer frente a las críticas de Frege, la teoría de Mill debe mostrar cómo pueden
brotar de la experiencia las ideas de la aritmética y debe proporcionar a éstas los
medios para que puedan funcionar independientemente de la situación concreta que
las originó. El caso de la aritmética de los grandes números habrá de poder derivarse
de aquellos otros que sí estén directamente relacionados con situaciones empíricas.
Y, para eso, tenemos todos los elementos a mano, pues están implícitos en la propia
idea de que las configuraciones de objetos que sí están al alcance de nuestra
experiencia pueden funcionar como modelos. Consideremos, pues, cómo funcionan
los modelos y qué ocurre cuando un cierto comportamiento se modela conforme a
otro. Recordemos a los tejedores de alfombras. Cada uno capata cómo se va
desplegando una determinada configuración mirando a otros y trabajando con ellos;
entonces está en condiciones de actuar de modo autónomo y aplicar una y otra vez la
técnica a casos nuevos. Incluso puede tejer una alfombra mayor que no haya visto
nunca antes. Podemos dar cuenta de la aritmética basándonos en experiencias a
pequeña escala, puesto que ésta aporta modelos, procedimientos, técnicas. No hay
ninguna incompatibilidad entre la teoría de Mill y una aritmética que funcione en
ámbitos que no puedan ejemplificarse directamente en nuestra experiencia.
La cuestión es: ¿utilizamos realmente los objetos como modelos o metáforas cuando
pensamos en fenómenos psíquicos?, ¿y son esos objetos los que en realidad nos
proporcionan la cadena a través de la cual las operaciones aritméticas y los números
encuentran su aplicación a esos fenómenos? Si tal tendencia existe y funciona, será
evidencia suficiente en favor de un fuerte impulso natural a emplear la metáfora del
objeto. Como los fenómenos mentales son tan diferentes a los objetos físicos, sólo
una fuerte determinación y una acusada tendencia a pensar en términos metafóricos
puede aproximarlos. Un ejemplo para mostrar que esa tendencia a asimilar procesos
mentales a objetos es algo que existe y que funciona como requiere nuestra teoría.
¿cómo pueden aplicarse los números a los estados mentales?
El gran logro de la psicofísica del siglo XIX fue encontrar modos de comprender
matemáticamente ciertos procesos mentales y, en particular, formular la ley de
Weber-Fechner. Según esta ley, la intensidad de una sensación es proporcional al
logaritmo del estímulo. El paso crucial que permitió esa formulación fue encontrar un
modo de segmentar los procesos mentales tal que los segmentos obtenidos pudieran
contarse, pues entonces podía ya recurrirse al formidable aparato de la aritmética y
el cálculo para obtener la formulación matemática de la ley. La estratagema utilizada
para obtener unidades segmentadas y numerables fue introducir la noción de
“diferencia precisa perceptible”: se incrementaba gradualmente cierto tomo o peso
hasta que el sujeto podía percibir el cambio. Se encontró que la medida de esta
diferencia precisa perceptible era proporcional a la medida del estímulo. Según la
teoría aritmética de Mill, este proceso de segmentación no es sino el medio de
establecer la analogía entre la sensación subjetiva y el objeto, de manera que se
puedan aplicar los procedimientos matemáticos habituales; es un modo de proyectar
162
los estados psíquicos sobre objetos numerables y extender así la metáfora del objeto
discreto.
Resumen y conclusión
El interés de una teoría psicológica de las matemáticas reside en que suministra un
acercamiento empírico a la naturaleza del conocimiento matemático. La Lógica de
Mill aporta la idea de que las situaciones físicas sirven de modelos para los pasos
dados en el razonamiento matemático. Pero como intuyó Bertrand Russel, este
análisis no da la sensación de ser correcto, algo le falta. Frege hace ver cuál es ese
ingrediente ausente: la teoría de Mill no hace justicia a la objetividad del
conocimiento matemático, no da cuenta de la naturaleza ineluctable de sus
deducciones, no explica por qué las conclusiones matemáticas dan esa sensación de
no poder ser distintas de las que son. Es cierto que las situaciones que presenta Mill
poseen esa forma de coerción física: no podemos ordenar y clasificar objetos a
nuestro gusto; los objetos se nos imponen efectivamente. Sin embargo, esto no les
otorga ninguna autoridad. Podemos imaginar que los objetos podrían comportarse
de modo distinto al que lo hacen, lo cual no nos es posible respecto de las
matemáticas. Hay, pues, cierta similitud entre la autoridad lógica y la autoridad
moral. Pero la autoridad es una categoría social y sería muy significativo por tanto
encontrar que la definición que da Frege de objetividad queda completamente
satisfecha por las instituciones sociales. Así que hemos desarrollado la teoría
psicológica de Mill en una dimensión sociológica. El componente psicológico aporta
el contenido de las ideas matemáticas, y el componente sociológico explica cómo se
hace la selección entre distintos modelos físicos y cómo se dota de un aura de
autoridad al modelo seleccionado.
163
presiente de un modo confuso que las matemáticas tratan de lo social? Si las
matemáticas versan sobre el número y sus relaciones, y si éstos son creaciones y
convenciones sociales, las matemáticas tratan sobre algo social. Puede decirse que
tratan de la sociedad en el mismo sentido en que Durkheim dice que la religión trata
de la sociedad. La realidad sobre la que tratan religión y matemáticas es una
comprensión transfigurada del trabajo social que se ha invertido en ellas.
Pero también habría otras maneras de hacer una matemática diferente de la nuestra:
en lugar de ser algo coherente y compartido, podría ocurrir que fuera precisamente
164
esa falta de acuerdo lo que distinguiera esa matemática de la nuestra. Para nosotros,
el consenso o acuerdo es la esencia de las matemáticas, pero acaso las discusiones y
desacuerdos fueran precisamente lo característico de otras matemáticas. Esa
ausencia de acuerdos sería para quienes la practicaran la auténticas naturaleza de su
actividad.
Esta lista de condiciones posibles basta para hacernos una idea. Si algo las satisficiera
tendríamos buenas razones para considerarlo como otra matemática. Pero podría
objetarse que todo lo que puede llegar a mostrarse con el cumplimiento de esas
condiciones es que el error puede llegar a ser sistemático, básico y mantenido, pues
no cabe duda de que los errores lógicos que han llegado a institucionalizarse no son
menos erróneos que los errores individuales. Para intentar responder a esto,
consideremos la pregunta: ¿puede haber morales alternativas? En una época de
confianza moral absoluta, con un código moral proporcionado por el mismo Dios,
¿cómo podría hablarse de una moral alternativa?; cualquier ambigüedad o laxitud
moral, ¿no atentará contra la propia naturaleza divina?.
Es evidente que, para una investigación científica, esa fundamentación moral debe
quedar sobrepasada por otro imperativo moral distinto: que haya una perspectiva
general.
Pero hay otro factor más complejo que conviene resaltar. En su mayor parte, el
mundo no consiste en culturas aisladas que desarrollan una moral autónoma y un
estilo cognitivo independiente. Existen contactos y transferencias culturales, de
modo que el mestizaje social conlleva también mestizajes cognitivos y morales.
Además, las matemáticas, como la moral, se orientan a satisfacer exigencias de
gentes con una fisiología y un entorno físico bastante semejantes, lo que es un factor
añadido de uniformidad. Las alternativas en matemáticas habrán, pues, de buscarse
teniendo en cuenta estas restricciones naturales. Pero esa uniformidad y ese
acuerdo, si existe, deben obedecer a ciertas causas, sin necesidad alguna de postular
una Realidad Matemática más o menos vaga. Las únicas realidades a las que
necesitamos recurrir son las que asume la teoría modificada de Mill, esto es, los
mundos natural y social. Para una ciencia social empírica, lo importante es cómo
explicar mediante causas naturales esas pautas de uniformidad y variación o
discordancia en las creencias.
165
El “Uno”, ¿es un número?
En las matemáticas griegas se decía que el uno no es un número, que no es ni par ni
impar, sino par-impar, o que dos no es un número par. Hoy estas afirmaciones son
falsas. Para nosotros, el uno es un número como cualquier otro. Además, es impar,
así como el dos es par. No hay una categoría “par-impar”.
¿En qué pensaban los griegos? Decían que el uno no es un número porque en él
veían el punto de arranque de todos los números. Tenía ese sentido que empleamos
nosotros cuando decimos que a una conferencia asisitó un cierto número de
personas, con lo que solemos excluir que sólo asistiera una. Aristóteles: uno es lo que
mide una multiplicidad, y el número es una multiplicidad medida o una multiplicidad
de medidas. Por lo tanto es evidente que el uno no es un número; pues la unidad
medida no es una multiplicidad de medidas, sino que ambas (unidad de medida y
uno) son principios.
Estas diferencias en los modos de clasificar puede ser síntomas de algo más
profundo: una divergencia entre los estilos cognitivos propios de las matemáticas
griegas y de las nuestras. Klein opina que es un error situar la noción de número en
una única tradición ininterrumpida de significaciones. Los cambios habidos desde
Pitágoras y Platón hasta nuestros días, pasando por los grandes matemáticos del siglo
XVI, muestran que no se trata de un simple crecimiento. Para él, la noción de número
no es algo que se va ampliando, sin más, para incluir primero los números
irracionales, después los números reales y finalmente los números complejos. Se
trata más bien de un cambio en lo que Klein llama la intención del número, de
manera que cuando, por ejemplo, los algebristas del renacimiento asimilan los
trabajos de Diofanto, lo que están haciendo es reinterpretándole. La continuidad que
creemos percibir en la tradición matemática es un artefacto, construido proyectando
hacia atrás nuestro propio estilo de pensamiento para encontrarlo así en trabajos
anteriores.
Pese a que la obra maestra de Diofanto se llama Aritmética, no es difícil ver por qué
suele tomarse como un tratado de álgebra. El tipo de cálculo de Diofanto lo
consideramos hoy como un cálculo algebraico: se tiene una cantidad desconocida, se
plantea una ecuación y se manipula hasta que aparece el valor de la incógnita. Pero
basta un vistazo a la obra de Diofanto para darse cuenta de que su pensamiento es
diferente de aquel en que descansa el álgebra actual. Por ejemplo, todo el álgebra de
Diofanto consiste en buscar número muy concretos; no da a sus procedimientos
166
algebraicos el mismo alcance general que nosotros sino que los subordina siempre a
problemas numéricos. Asimismo cada vez que sus cálculos le llevan a lo que nosotros
llamaríamos número negativos, Diofanto rechaza el problema inicial aduciendo que
es imposible de resolver o que está mal planteado. O cuando trabaja en un problema
que pudiera asociarse con una ecuación de segundo grado, sóo da uno de los valores
que satisfacen la ecuación, y ello incluso en los casos en que ambos valores son
positivos.
Esta observación ayuda a entender lo que Klein denunciaba al decir que Diofanto
estaba siendo sistemáticamente reinterpretado por los pensadores modernos.
Resaltemos que Heath se refiere al símbolo S como una variable, como dando a
entender que su única modificación del procedimiento de Diofanto ha consistido en
abreviarlo y simplificarlo al trabajar con dos variables en lugar de una. Pero Klein
subraya que ese símbolo S no es una variable en absoluto, y que tomarlo como si lo
fuera es hacerse una representación falsa de los presupuestos que subyacen a la
matemática griega, pues para la visión griega ese símbolo sólo puede referirse a un
número en particular que no es desconocido. Las variables, por el contrario, no
representan a ciertos números específicos que aún desconocemos, sino a toda una
serie de valores que obedecen a una regla o ley determinada.
Diofanto se interesa a menudo por problemas bajo los que subyacen ecuaciones de
segundo grado, pero usando el símbolo S en lugar de nuestra x. Para nosotros habría
dos valores de S, pero él rechazaría el segundo como imposible y se limitaría a lo que,
de hecho, es un solo punto de la gráfica: el determinado por intersección de la curva
y la parte positiva del eje de las x. Para Diofanto no hay un contexto de valores
posibles que se sitúan a lo largo de la curva, no hay un espacio bi-dimensional en el
que la ecuación se despliega como un curva. Ese punto desconocido que se
representa en el símbolo S es completo y único, y para Difanto no existe toda esa red
de relaciones que nuestras matema´ticas construyen en torno suyo.
En todo esto la dificultad es la de aprender a dejar de ver lo que nos han enseñado a
ver. El problema es conseguir llegar a imaginar cómo serían las cosas desde otra
perspectiva, tan capaz de dar sentido a todo un mundo como capaces lo somos
nosotros. Una manera de percibir estas diferentes aproximaciones a lo numérico es
observar lo diferentes que pueden llegar a ser las expectativas e intuiciones que
guían a los matemáticos actuales en comparación con Diofanto. El trabajo de
Diofanto se inscribe en un pensamiento matemático diferente del nuestro, tan
diferente como pueden serlo la moral o la religión de otra cultura.
La idea de que el número era número de unidades, y que la propia unidad tenía una
naturaleza distinta, se mantuvo hasta el siglo XVI. Un matemático que contribuyó a
cambiar este punto de vista fue Simon Stevin. Stevin siente como una necesidad de
167
justificar la reintegración de la unidad en el seno de los números, no parece haber
adoptado esta idea por los argumentos que aduce para ello, los cuales no eran sino la
defensa a posteriori de una posición que le parece evidente por sí misma. Klein cita
un párrafo donde Stevin afirma su convicción de que el uno es un número: “no,
definitivamente no, pues estoy tan seguro de ello como si la misma naturaleza me lo
hubiera contado por su boca”. Vemos que esa idea se le había hecho evidente o
natural. Stevin razonaba diciendo que, si el número está compuesto de unidades, la
unidad también forma parte del número; como la parte debe ser de la misma
naturaleza que el todo, la unidad es un número. Y negar esto, dice Stevin, es negar
que un pedazo de pan sea también pan.
Este razonamiento llega a una conclusión que hoy admitimos, pero no es probatorio.
Para aceptar la premisa de que la parte es idéntica al todo, antes hay que estar de
acuerdo en que los números sean homogéneos y continuos. Stevin dice que trabaja a
partir de esta idea; su idea es que el número es análogo a la longitud, tamaño o
magnitud: “La comunidad y similitud entre la magnitud y el número es tan universal
que se aproxima a la identidad”.
Así, la nueva manera de clasificar los números depende de ver cómo puede asociarse
el número a una línea, y esta es precisamente la analogía que quedaba excluida con
el anterior énfasis en la discontinuidad inherente al acto de contar. Es poco probable
que la divergencia entre los modos antiguo y nuevo de ver la cuestión se hubiera
zanjado con un razonamiento explícito, pues éste hubiera dependido de juicios
subyacentes en torno a la verosimilitud de la analogía básica entre número y línea. Lo
cual, de rechazo, tiene derivaciones hacia el problema de la conexión entre
aritmética y geometría y la prioridad relativa de la una respecto a la otra.
¿Por qué una analogía como la de Stevin parece natural a unos pero no a otros? La
respuesta está en las expereincias anteriores y en los actuales propósitos, elementos
ambos que deben verse a su vez sumergidos en su contexto social y perfilados contra
el telón de fondo de nuestras tendencias naturales y psicológicas. Stevin era un
ingeniero (como la mayoría de los matemáticos de la época) lo que le llevaba a usar
los números no sólo para contar sino también para medir. El número y la medida se
hicieron imprescindibles para la balística, la navegación y la utilización de máquinas.
168
logística y aritmética, o entre una aritmética práctica y otra teórica. Esta
discriminación se corresponde a su vez con una discriminación social. Así, en el
Filebo, Platón le hace decir a Sócrates: “¿No debemos decir ante todo que una cosa
es la aritmética popular y otra muy distinta la de quienes aman la sabiduría?” Para
Platón, son los amantes de la sabiduría, los filósofos, quienes deben gobernar en una
sociedad bien ordenada.
Una vez que los números se han clasificado así en categorías, pueden estudiarse las
propiedades en términos de formas o eidos. Por ejemplo, la adición de varios
números triangulares sucesivos da un cuadrado. Los griegos usaban un artificio
llamado gnomon, que era un número figurado que, al añadirse a alguna de las figuras
anteriores, no alteraba su configuración general. Así, el gnomon de un número
cuadrado generaba otro cuadrado, ver figura 7.
Cuando contamos los puntos del gnomon, se observa que las configuarciones que se
obtienen cumplen ciertas propiedades generales. Por ejemplo, el gnomon de un
número cuadrado es siempre algún número de la secuencia de números impares 3, 5,
7,… de donde se deduce que el numero de puntos de un cuadrado siempre podrá
169
obtenerse como suma de una serie de números impares. Y así pueden obtenerse
multitud de resultados.
¿Qué interés puede tener esta aritmética teórica? La respuesta está en que los
pensadores de la época fundaban sobre ella todo un sistema de clasificación en el
que se representaban simbólicamente la sociedad, la vida y la naturaleza. Los
distintos tipos de números significan instancias como la Justicia, la Armonía o lo
Divino. La clasificación del número entra en resonancia con las clasificaciones de la
vida y el pensamiento cotidianos, de forma que la contemplación de aquél era un
medio de conocer el verdadero sentido de éstos. Se trataba de entrar en contacto
intelectual con las esencias y potencias que subyacen al orden de las cosas; e incluso
puede verse como una forma particular de matemáticas aplicadas, dada la íntima
relación que mantenían con asuntos prácticos.
Ahora es posible entender a qué debían enfrentarse las ideas de Stevin. Tratar al uno
como a cualquier otro número no era un asunto baladí, pues suponía ignorar y
170
transgredir todos los significados y clasificaciones establecidos, enmarañar y
confundir todo el intrincado juego de correspondencias y analogías que los números
ponían en conexión. Stevin estaba nivelando y secularizando el número, amenazando
así su compleja estructura jerárquica y su poder como símbolo teológico. Parece no
haber duda de que Stevin era un representante de las auténticas matemáticas,
mientras que sus adversarios eran más bien anti-matemáticos; el suyo no era otro
modo de hacer matemáticas, sino un modo de no hacerlas en absoluto. Como dice
Stark, sus matemáticas eran como las nuestras, pero estaban impregnadas de magia.
Lo que se opone a una sociología de las matemáticas es esa idea de que las
matemáticas gozan de vida y significado propios, esto es, suponer que sus símbolos
encierran en sí mismos unas significaciones intrínsecas que están ahí aguardando
simplemente a ser percibidas o comprendidas. Si no se hace es suposición, la historia
no proporciona la menor justificación para distinguir lo que debe tenerse como
matemáticas propiamente dichas, no habría ninguna basa para aislar y discriminar
retrospectivamente las verdades matemáticas.
Hoy se da por supuesto que la raíz de dos es un número, a saber, el número que, al
multiplicarse por sí mismo, da como producto el número 2. Habitualmente se dice
que es un número irracional, denominación heredada de una época en que había un
notable interés sobre cuál era su condición. El problema está (como bien lo vio
Aristóteles) en que no hay ninguna fracción p/q que sea igual a la raíz de dos.
entonces p2=2q2
lo que significa que p2 es un número par, pues es igual a un número que tiene al 2
como factor. Pero si p2 es par, entonces p también ha de ser par. Y si p es par,
entonces q ha de ser impar, pues habíamos supuesto que p/q había sido simplificada,
y, por tanto, no queda ningún factor común (como sería el 2) a p y a q. Si p es par,
puede representarse de la forma:
p=2n
de donde p2=4n2
y como teníamos p2=2q2
171
habrá de ser 2q2=4n2
es decir, q2=2n2.
¿Qué significa esta serie de cálculos y cómo obtiene ese significado que se le asigna?
¿Es la anterior una prueba de que la raíz de dos es irracional? En rigor, sólo se ha
probado que no es racional, es decir, que no puede escribirse como una razón del
tipo p/q. Para nosotros, si no es racional es que es irracional, pero para los griegos no
era así. Para ellos, lo que se ha demostrado es que la raíz de dos no es un número en
absoluto. La anterior serie de cálculos era una de las razones por las que toda
consideración sobre los números debía mantenerse alejada de las consideraciones
que se hicieran sobre las magnitudes. Así, por más que la raíz de dos no fuera un
número, sí correspondía sin embargo a una longitud geométrica bien definida, por
ejemplo la de la hipotenusa de un triángulo rectángulo cuyos lados tuvieran de
longitud la unidad. Esto nos da una idea del abismo que separaba la geometría de la
aritmética.
¿Qué es, entonces, lo que demuestra realmente la prueba? ¿Demuestra que la raíz
de dos no es un número o que es un número irracional? Es evidente que lo que
demuestra depende del marco de presupuestos sobre el número en cuyo interior se
consideran los cálculos. Si por número se entiende básicamente el número destinado
a contar, una colección de puntos, entonces el cálculo significa algo muy distinto que
si el número se asocia intuitivamente con la imagen de un segmento de una línea
continua.
Deben reunirse ciertas condiciones para que un determinado cálculo tenga sentido.
Estas condiciones son de orden social, en el sentido de que residen en el sistema de
clasificaciones y significaciones que una cultura sustenta de forma colectiva. Por
tanto, son condiciones que pueden variar y en la medida en que lo hagan, variará
también el significado de los objetos matemáticos.
172
descubrimiento evocaba en los griegos se oponía a su anterior hábito de imaginar las
líneas y las formas compuestas por puntos.
Los infinitésimos
A veces se dice que una curva se compone “en realidad” de muchos pequeños
segmentos de recta; y, evidentemente, esa analogía entre una curva regular y una
colección de segmentos enlazados entre sí aumenta cuanto más pequeños y
numerosos son esos segmentos. Este tipo de intuiciones fue lo que dio origen a la
idea de magnitudes infinitamente pequeñas o infinitésimas, así como a la noción de
límite: seguramente, “en el límite”, esos minúsculos segmentos son en realidad
idénticos a la curva (ver figura 8).
En los siglos XVI y XVII, el uso de los infinitésimos llegó a hacerse habitual en el
pensamiento matemático; uno de sus principales exponentes fue Cavalieri, que
recurrió explícitamente a establecer analogías entre la manera en que puede
construirse un sólido a partir de segmentos infinitesimales y la manera en que un
libro se compone de sus páginas. Asimismo, sugirió que una superficie estaba hecha
de líneas infinitesimales del mismo modo que un tejido se hace con hilos finísimos.
Un uso particularmente atrevido de los infinitésimos fue el que hizo Wallis para
encontrar la fórmula del área del triángulo. Imaginemos un triángulo compuesto de
minúsculos paralelogramos cuyo grosor es, “apenas el de una línea”. El área de cada
paralelogramo es prácticamente igual a su base por su altura; si suponemos que
realmente hay una infinidad (∞) de esos segmentos, entonces la altura de cada uno
será h/∞, donde h es la altura total del triángulo. El área total es evidentemente la
suma de las áreas de todos los paralelogramos; la del primero, el del vértice, es cero,
pues es un mero punto; la del último, el de la base, será b x h/∞, donde b es la
longitud de la base del triángulo y h/∞ su altura.
A partir del vértice, cada segmento será un poco más largo que el anterior, del cual se
puede obtener con sólo sumarle una pequeña cantidad constante cada vez; las
longitudes de todos los paralelogramos desde el vértice hasta la base forman así una
progresión aritmética. Wallis sabía que la suma de los términos de una progresión
aritmética es el producto del número de términos por su valor medio, y no vio razón
alguna por la que dejar de aplicar este modelo de inferencia a esa sucesión infinita de
segmentos infinitesimales. Así obtuvo el área del triángulo, multiplicando la longitud
173
media de los segmentos (b/2) por el número de segmentos (∞) y por la altura de
cada segmento (h/∞), es decir:
Los historiadores que estudian este fértil periodo destacan a veces la falta de rigor
que acompañaba al uso de los infinitésimos. Ciertamente, para los matemáticos
modernos los términos en los que Wallis hace sus cálculos no tienen ningún
significado preciso, y símbolos como ∞/∞, u operaciones como la de simplificar
infinitos no tienen hoy el menor sentido. Pero, por otra parte, los historiadores han
reconocido lo valioso que fue ese relajamiento del rigor, pues permitió por primera
vez que ese tipo de expresiones figurara en los cálculos.
Mucho antes de Wallis, Arquímedes también vio la utilidad de imaginar que las
figuras planas se cortaran en rodajas, y usó esta idea para facilitar la intuición
matemática de algunas formas y figuras difíciles de tratar. Por ejemplo, imaginó
cómo podían equilibrarse entre sí segmentos de figuras planas de diferentes formas,
y así llegó a formular ecuaciones que daban el volumen de la esfera al ponerlo en
relación con figuras más simples como el disco o el cono. Arquímedes afirma que él
no prueba ni demuestra realmente los teoremas que propone.
El gran énfasis en el rigor que marcó las matemáticas del siglo XIX reinstauró la
prohibición sobre los infinitos actuales y los infinitésimos que ya había dominado en
Grecia pero que se había desvanecido en el siglo XVI. El nuevo rigor reconstruyó los
resultados de hombres como Cavalieri y Wallis, que habían culminado en el cálculo
infinitesimal, pero esa reconstrucción eliminó muchos de los métodos que les habían
llevado a aquellos resultados: por ejemplo ya no volvieron a verse la multiplicación
por 1/∞, ni su simplificación de infinitos en las fracciones.
Estas oscilaciones hacen pensar que en las matemáticas podría haber dos factores o
procesos diferentes que se encuentran en tensión entre sí o que, al menos, se
mezclan en distintas proporciones. Bajo las matemáticas que hoy asociamos con el
cálculo infinitesimal ha habido una constante intuición de que las curvas regulares,
las figuras planas o los sólidos pueden verse como si estuvieran realmente
constituidos por cortes. Por supuesto, las matemáticas no son lo mismo que el
pensamiento intuitivo, sino algo sometido a una disciplina y control estrictos;
siempre se han impuesto normas de demostración y de lógica. Para Arquímedes, las
intuiciones mecánicas que estaban en la base de sus razonamientos debían pasar por
el filtro de la geometría, pues ésta constituía el único modo de expresión capaz de
174
proporcionar un control lógico válido. El filtro se ensanchó durante el siglo XVI y la
intuición pudo entonces expresarse con un vigor metafórico más denso. Por
supuesto, el inconveniente fue la confusión y la divergencia de opiniones; hubo más
espacio para las creencias personales y las desviaciones creativas, pero la certeza
quedó amenazada ante la proliferación incontrolada de desacuerdos, anomalías y
singularidades.
Conclusión
Hemos presentado una serie de casos que pueden entenderse como modos
diferentes de pensamiento matemático. Hemos mostrado que esas matemáticas
diferían de las nuestras en su estilo, sus significaciones, sus analogías y sus criterios
de fundamentación. Estas discordancias son significativas y reclaman por tanto una
explicación, que bien pudiera encontrarse en causas de tipo social.
Pero sería injusto y demasiado simple decir que tales planteamientos falsifican la
historia, pues no violan ninguna norma de integridad o rigor académicos, incluso esas
virtudes se dan con abundancia. Más propio sería decir que esas virtudes se ponen al
servicio de una visión general progresista, y esa visión es la que debe ponerse en
entredicho. Hay discontinuidades y variaciones tanto en el interior de las
matemáticas como entre lo que es matemática y lo que no lo es. Si queremos poner
esto de relieve y tratarlo como un problema que requiere una explicación, debemos
175
recurrir a otras estimaciones como, por ejemplo, los mecanismos del pensamiento
lógico y matemático.
Tema 13
Sociología de la lógica
La negociación en el pensamiento
lógico y matemático
La gente igual que regatea sbore cuestiones de deberes o de leyes, también regatea
sobre cuestiones de compulsión lógica; y de igual manera que nuestros papeles y
obligaciones sociales pueden entrar en conflicto, puede ocurrir lo mismo con los
resultados de nuestras intuiciones lógicas. Un acercamiento posibles a estas
cuestiones está en retornar a la Lógica de Mill. En una controversia con el obispo
Whately, Mill dejó caer algunas indicaciones (quilizadoras pero apasionantes) sobre
la naturaleza del razonamiento formal. Argumento silogístico: Todos los hombres son
mortales. El duque de Wellington es un hombre. Luego el Duque de Wellignton es
mortal. Si estamos en condiciones de afirmar la primera premisa, que todos los
hombres son mortales, es porque debemos saber de antemano que el Duque es
mortal. Mill cree que aquí se da una circularidad.
176
El consejo de Lord Mansfield
La parte más familiar de la teoría de Mill es que el razonamiento procede de lo
particular a lo particular. Mill dice que el verdadero proceso de inferencia consiste en
el tránsito de los casos particulares pasados a los casos particulares del presente, por
lo que el proceso de pensamiento invllucrado no depende de la generalización de
que todos los hombres seamos mortales. Tal como lo expresa Mill, “no sólo podemos
razonar de lo particular a lo particular, sin pasar por lo general, sino que así es como
lo hacemos siempre”.
Las proposiciones generales son para Mill simplemente “registros” de las inferencias
que ya hemos realizado. El razonamiento, añade, consiste en el acto específico de
asimilar los nuevos casos a los viejos, “no en interpretar el registro de ese acto”. En la
misma discusión Mill se refiere a la generalización de que todos los hombres son
mortales como a un “recordatorio”. La inferencia sobre la mortalidad de cualquier
persona específica, dice Mill, no resulta del propio recordatorio sino más bien de
aquellos casos pasados que sirvieron para establecer dicho recordatorio.
¿Por qué llamar registro o recordatorio a la premisa mayor de un silogismo? Para Mill
hablar en esos términos de las premisas y los principios conlleva dos ideas: 1) sugiere
que son derivados o simples epifenómenos; 2) mientras indica que no son centrales
para el acto del razonamiento, sugiere que podrían desempeñar otra función
positiva, aunque diferente de la que se le suele atribuir. El modo en que Mill habla de
esta otra función evoca un libro de contabilidad o un impreso burocrático, o sea, un
medio de documentar y archivar lo ocurrido.
Mill resume esta explicación en su historia del consejo que Lord Mansfield dio a un
juez: tomar decisiones rotundas porque posiblemente serían correctas, pero no
argumentarlas con razones, pues éstas serían casi indefectiblemente erróneas. Lord
Mansfield sabía que la atribución de razones sería algo a posteriori, que el juez se
basaría en su experiencia anterior, y era absurdo suponer que una mala razón
pudiera estar en el origen de una buena decisión.
Si las razones no llevan a conclusiones, sino que simplemente son ideas a posteriori,
¿qué relación mantienen entonces con esas conclusiones? Mill considera que la
conexión entre los principios generales y los casos que caen bajo su ámbito es algo
que debe crearse: se tiene que construir un puente interpretativo. Así, “se trata de
una cuestión de hermenéutica... La operación no es un proceso de inferencia, sino un
proceso de interpretación”.
Mill trata el silogismo de una forma parecida: sus estructuras formales se conectan
con las inferencias reales a través de un proceso interpretativo. Es “un modo en el
que siempre podemos presentar nuestros razonamientos”. Es decir, la lógica formal
es un modo de exponer las cosas, una disciplina impuesta, una estructura superficial
construida y más o menos artificial. Esta exposición debe ser el producto de un
esfuerzo intelectual especial y debe involucrar alguna forma de razonamiento. Lo
notable es el orden de causalidad y de prioridad que revela este análisis. La idea
central es que los principios formales de la razón son herramientas de los principios
informales de razonamiento. La lógica deductiva es una criatura de nuestras
tendencias inductivas, es el producto de una reflexión interpretativa a posteriori.
177
en un molde deductivo. En segundo lugar, el pensamiento informal puede tratar de
criticar, evadir, burlar o rodear los principios formales. En otras palabras, la aplicación
de los principios formales es siempre un asunto potencial de negociación informal.
Mill se refiere a esta negociación como proceso interpretativo o hermenéutico, que
atañe al vínculo que debe forjarse siempre entre una regla y cualquier caso que
supuestamente caiga bajo esa regla.
La autoridad, en tanto que algo que se da por supuesto, está en un equilibrio estático
que contrasta con la otra imagen de equilibrio dinámico. Esa aceptación est´tatica
puede ser una forma más estable y compulsiva de autoridad, pero dicha estabilidad
también puede verse perturbada.
No existe razón para que una teoría sociológica no considere ambos fenómenos. De
hecho, la coexistencia de ambos estilos alternativos de constreñimiento es una
característica central de todos los aspectos de la conducta social. Para algunas
personas, los preceptos morales o legales se pueden internalizar como valores
cargados emocionalmente que controlan la conducta. En otros casos, estos preceptos
pueden aprehenderse simplemente como elementos de información, como cosas a
tener en cuenta cuando se va a actuar y se quieren prever las reacciones de los otros.
178
La concurrencia de estos dos modos de influencia social en las matemáticas no puede
sino fortalecer su similitud con otros aspectos de la conducta.
El que la aplicación de los principios formales de inferencia sea algo que se negocia
explica ciertas variaciones importantes en la conducta lógica o matemática. Cuanto
más formalizados estén los principios lógicos en cuestión, más explicito y consciente
es el proceso de negociación; y viceversa, cuanto menos explícitios son los principios,
más tácita es la negociación.
Uno puede sentirse tentado a suponer que, como las experiencia de clausura son
iguales para todos, grabarán este principio en todas las mentes de modo uniforme y
sin excepción. No es sorprendente que quienes creen en la universalidad de la lógica
lo citen como prueba.
Así, Stark dice: “En lo que atañe a las proposiciones puramente formales, no hay
ningún problema de relatividad. Un ejemplo de tales proposiciones es la afirmación
de que el todo es mayor que la parte. ... no puede existir sociedad alguna en la que
este enunciado no se dé por bueno, puesto que su verdad emana inmediatamente de
la definición de sus términos y por tanto, es absolutamente independiente de
cualquier condicionamiento extra-mental”.
Stark no dice que esa verdad sea innata. Permite que proceda de la experiencia, pero
es tan directa su conexión con ella que no puede insinuarse que nada se interponga
entre la mente y la aprehensión directa de esta necesidad. Estas experiencias son
universales y dan lugar a los mismos juicios. Siempre y en todo lugar, el todo es
mayor que la parte.
Es correcto decir que esta idea se encuentra en todas las culturas; se trata de un
aspecto de nuestra experiencia al que siempre podemos apelar y que siempre tiene
aplicación. Pero esto no significa que cualquier aplicación particular del principio sea
convincente o que su verdad sea inmediata o que no exista ningún problema de
relatividad. De hecho, este caso es particularmente interesante porque muestra lo
opuesto de lo que Stark piensa. En matemáticas hay un campo llamado “aritmética
transfinita” que debe sus logros precisamente al rechazo explícito del principio de
que el todo es mayor que la parte. Si se entiende de modo conveniente, este ejemplo
179
muestra que hay verdades aparentemente evidentes, respaldadas por modelos
físicos convincentes, que, sin embargo, pueden subvertirse y renegociarse.
1234 5 6 7…
2 4 6 8 10 12 14 …
De modo más técnico, se dice que los números pares se ponen en correspondencia
uno-a-uno con los números enteros. Esta correspondencia uno-a-uno nunca se
interrumpe: a cada número entero siempre le corresponderá un único número par, y
viceversa. Supongamos que ahora decimos que los conjuntos de objetos que tienen
una correspondencia uno-a-uno entre sus miembros tienen el mismo número de
miembros. Intuitivamente esto parece razonable, pero en nuestro caso significa que
existe la misma cantidad de números pares que de números enteros. Los números
pares, sin embargo, son una selección, una parte de todos los números enteros. Por
lo tanto, la parte es tan grande como el todo, y el todo no es mayor que la parte.
Los conjuntos infinitos tienen la propiedad de que una parte suya se puede poner en
correlación de uno-a-uno con el todo. Esta propiedad de los conjuntos infinitos ya era
conocida muchos años antes del desarrollo de la aritmética transfinita y se
consideraba una prueba de que la idea misma de conjuntos de tamaño infinito era
lógicamente paradójica, auto-contradictoria y defectuosa. Cauchy negaba la
existencia de tales conjuntos aduciendo precisamente este argumento. Pero más
tarde lo que sirvió para descartar conjuntos infinitos se acpetó para su propa
definición. Así Dedekind dice: “se dice que un sistema S es infinito cuando es
semejante a una parte de sí mismo” donde “semejante” es lo que hemos llamado
correspondencia uno-a-uno.
¿Cómo puede una contradicción convertirse en una definición? ¿Cómo es posible esa
renegociación? Lo que ha ocurrido es que el modelo de clausura física que subyace a
la convicción de que el todo es mayor que sus partes ha cedido paso a otra imagen o
modelo dominante: el de los objetos puestos en correspondencia uno-a-uno. Una vez
que este modelo alternativo se ha convertido en centro de atención, entonces la
simple rutina de alinear los números pares con los números enteros se convierte en
la base natural para concluir que la parte (los números pares) es tan grande como el
todo (todos los números enteros). El pensamiento informal ha subvertido un
principio aparentemente ineluctable al imponer las exigencias de un modelo nuevo e
informal. Si los principios lógicos ineluctables resultan de una selección (socialmente
sancionada) de elementos de nuestra experiencia, siempre podrán desafiarse
apelando a otros aspectos de esa experiencia. Los principios formales sólo se sienten
como algo especial y privilegiado porque se les ha prestado una atención selectiva,
pero cuando se plantean nuevos intereses e intenciones, o nuevas preocupaciones y
ambiciones, entonces se dan las condiciones necesarias para que sufran reajustes.
La conclusión de todo esto es que no hay ningún sentido absoluto que obligue a
nadie a aceptar el principio de que el todo es mayor que la parte. No es la estricta
significación de las palabras la que impone ninguna conclusión, puesto que esas
significaciones no son las que deciden si cualquier nuevo caso debe asimilarse o no a
los casos anteriores para los que sí se aplicaba la regla general. A lo sumo, las
aplicaciones precedentes del modelo crean la presunción de que los casos nuevos
que sean similares se someterán también a la misma regla, pero la presunción no es
180
compulsión, y decidir sobre una similitud es un proceso inductivo y no deductivo. Si
hay algo de compulsivo en una regla, reside simplemente en el hábito o la tradición
de usar unos modelos en vez de otros. Estamos constreñidos en asuntos de lógica en
el mismo sentido en que lo estamos para aceptar unas conductas como correctas y
otras como erróneas, es decir, porque damos por supuesta cierta forma de vida.
Ser brujo no es una simple cuestión de carácter, sino un atributo físico hereditario
que se manifiesta en cierta sustancia, denominada sustancia brujesca, que se
encuentra en el vientre de los nativos. Un brujo transmitirá la sustancia brujesca a
todos sus hijos y una bruja a todas sus hijas. Esta sustancia se puede detectar en los
exámenes post-mortem que de vez en cuando se emprenden para establecer o
refutar las acusaciones de brujería.
Parece así una inferencia lógica clara que basta con tener un único caso de brujería
para establecer que toda una rama de parientes ha estado, o estará, integrada por
brujos. De igual manera, la decisión de que un hombre no es brujo debería bastar
para exonerar a todos sus parientes. Pues bien, los azande no actúan de acuerdo con
estas inferencias. Como dice Evans-Pritchard,
“para nuestra mentalidad parece evidente que si se prueba que un hombre es brujo,
la totalidad de su clan es también brujo ipsofacto, dado que el clan azande es un
grupo de personas relacionadas biológicamente entre sí por línea masculina. Los
azande perciben el sentido de este argumento, pero no aceptan sus conclusiones, que
llevarían a contradicción toda la noción de brujería”.
En teoría, todo el clan al que pertenece un brujo debería estar compuesto por brujos.
En la práctica, sólo se considerarán brujos a los parientes paternos próximos de un
brujo conocido. ¿A qué se debe esto?
181
Este análisis conlleva claramente dos ideas centrales. Primero, existe realmente una
contradicción en la manera azande de ver las cosas; han institucionalizado un error
lógico. Segundo, en caso de que los azande percibieran el error, una de sus
principales instituciones sociales se volvería insostenible, pues quedaría amenazada
de ser contradictoria o lógicamente defectuosa, y por tanto su supervivencia estaría
en peligro. En otras palabras, es vital para los azande mantenerse en su error lógico
so pena de convulsiones sociales y de implicar un cambio radical en sus modos de
vida. La primera idea manifiesta la creencia en la unicidad de la lógica; la segunda, la
creencia en su poder. La lógica es poderosa porque la confusión lógica provocaría
confusión social.
Winch razona a partir de una cita de las observaciones de Wittgenstein: se nos pide
que consideremos un juego “hecho de manera que quien comienza siempre puede
ganar gracias a un truco muy simple; pero eso no se sabe. Ahora alguien nos hace
caer en ello, y se acabó el juego”. Observemos que deja de ser un juego, no que
nunca hubiera sido un juego. Se nos invita a considerar el juego, el estado de
conocimiento de los jugadores y sus consiguientes actitudes como si fueran un todo.
El juego, junto con el conocimiento adicional del truco, ya es otro todo diferente e
implica una actividad diferente. Podemos ver del mismo modo las creencias de los
azande, como si fuera un todo único y autosuficiente. Pero si vemos ese juego como
un mero fragmento de un juego más amplio o diferente, entonces nuestra
percepción de aquella totalidad queda deformada.
Si Mill tiene razón, la lógica está en el extremo opuesto al poder. La aplicación de los
esquemas lógicos es sólo una manera de reordenar a posteriori nuestras reflexiones y
siempre está sujeta a negociación. Veamos como puede analizarse el caso azande
una ves descartada la hipótesis del poder de la lógica.
Lord Mansfield se hubiera sentido orgulloso de los azande, pues siguen fielmente su
consejo: expresan sus decisiones rotundamente sin preocuparse por aportar una
elaborada estructura que las justifique. Siguen los pronunciamientos de su oráculo
cuando éste decide quién es o no un brujo, y saben, con la misma confianza, que no
todos los miembros del clan afectado son brujos. Ambas creencias son estables y
centrales en sus vidas. ¿Qué hay entonces de esa inferencia lógica que amenaza a
todo el clan? La respuesta es que no hay tal amenaza en absoluto, que no hay ningún
peligro de que sus creencias estables se vean puestas en cuestión. Si alguna vez
llegara a plantearse el problema de la inferencia, negociarían la amenaza con
habilidad para rechazarla sin mayor dificultad. Todo lo que necesitarían sería algunas
182
distinciones sutiles, por ejemplo, podrían admitir que todos los miembros del clan
han heredado la sustancia brujesca pero podrían también precisar que eso no
significa que sean brujos. Podrían aducir que todos los miembros de todos los clanes
son brujos en potencia, pero ese potencial solo se actualiza en algunos de ellos, y a
solo a éstos cabe llamarles brujos. La lógica no amenaza la institución de la brujería
porque un razonamiento lógico siempre se puede sustituir por otro.
En esta situación, los factores importantes son los dos elementos que se dan
socialmente por supuestos: el uso del oráculo y la inocencia general del clan. Ambos
están sancionados por la tradición y son centrales en la forma de vida azande, por lo
que ninguna extrapolación meramente lógica que pueda seguirse de uno de ellos va
a perturbar al otro. Y si se necesita alguna justificación de la coexistencia de estos dos
rasgos sociales, siempre se podrá generar una estructura apropiada de razones a
posteriori. Si una estructura de justificación no cumple su función, siempre se puede
inventar otra.
Las principales variables sociales de una situación así son de dos tipos: las
instituciones, que se dan por supuestas, y el grado de elaboración y desarrollo de las
ideas que mantienen unidas a estas instituciones entre sí. En el caso de los azande
esa elaboración es mínima, aunque en otras culturas puede estar muy desarrollada.
Podemos suponer que la amplitud y el sentido de dicha elaboración están en función
de los objetivos sociales de la gente y del modo e intensidad de sus interacciones.
Todo esto sugiere que los azande piensan de un modo muy parecido al nuestro. Su
reticencia a sacar las conclusiones “lógicas” implícitas en sus creencias es muy
183
parecida a nuestra resistencia a abandonar nuestras creencias de sentido común o
nuestras fructíferas teorías científicas. De hecho, su aparente rechazo a comportarse
lógicamente tiene la misma base que a nosotros nos permite desarrollar estructuras
teóricas altamente refinadas. Sus creencias en torno a la brujería reaccionan ante los
mismos imperativos que las nuestras, si bien, por supuesto, esos imperativos actúan
en diferentes grados y direcciones: nuestras inferencias se rodean más
frecuentemente de distinciones justificatorias, guardamos registros más minuciosos
de nuestras también más elaboradas negociaciones, y nuestros archivos almacenan
cosas distintas. Pero, con todo, su comportamiento y el nuestro se parecen lo
suficiente como para esforzarnos en trazar una teoría explicativa sobre las
reelaboraciones intelectuales que dé razón tanto de los azande como de los
científicos atómicos.
El panorama ofrecido muestra que los azande tienen la misma psicología que
nosotros, pero instituciones muy diferentes. Si asociamos la lógica con la psicología
del razonamiento, tenderemos a decir que tienen la misma lógica; si por el contrario,
lo asociamos con el marco institucional de pensamiento, nos decantaremos por ver
que las dos culturas tienen lógicas diferentes. La segunda opción sería el
reconocimiento de que tanto los factores psicológicos como los institucionales se ven
implicados en el razonamiento. Nuestras tendencias naturales a la inferencia no
constituyen por sí mismas un sistema ordenado y estable, sino que se necesita algún
tipo de estructura impersonal que trace límites y sitúe cada tendencia en un ámbito
propio que la delimite. Dar libre curso (o expresión natural) a una tendencia es
restringir otro tanto las otras; lo que nos obliga a plantearnos el problema de la
delimitación y, por tanto, el de la negación.
En 1813, Cauchy propuso una idea que parecía demostrar el teorema de Euler; se
centraba en un “experimento mental” con los poliedros. Imaginemos que éstos están
hechos con láminas de goma y que quitamos una de sus caras. Tendremos una cara
menos, por lo que ahora será: V – A + C = 1, suponiendo que aplicamos la fórmula
original. Como se le ha quitado una cara a la figura, podemos imaginar que la abrimos
y la extendemos sobre un plano; el cubo y el prisma pentagonal, por ejemplo,
tendrían el aspecto de esta figura (figura de la izquierda).
El paso final de la demostración consiste en ir quitando los triángulos uno por uno.
Cuando quitamos un triángulo, como el llamado A en la figura anterior, hacemos
desaparecer una arista y una cara, de modo que el valor de la fórmula sigue siendo 1.
Ocurre lo mismo cuando quitamos un triángulo como el B: como ya hemos quitado el
triángulo A, al desaparecer B desaparecen dos aristas, un vértice y una cara, por lo
que el valor de la fórmula sigue siendo el mismo. Así, como cada operación de éstas
mantiene la fórmula, puede decirse: si la fórmula de Euler es válida para el poliedro
original, la fórmula V – A + C = 1 debe serlo también para el triángulo que queda
cuando se han suprimido todos los demás. Y como esto es verdad, la fórmula original
es cierta.
185
es habitual. Así el complejo problema original queda expuesto bajo la forma de un
esquema sencillo.
Una inspección directa del número de caras, aristas y vértices muestra que no
satisface el teorema; y tampoco se presta al experimento mental de Cauchy, pues al
suprimir una cara de cualquiera de ambos cubos no se puede extender sobre el plano
la figura resultante. Cuando una demostración se enfrenta a un contraejemplo, el
problema es el de decidir si la demostración no es realmente una demostración o si
el contraejemplo no lo es realmente. Si se supone que las demostraciones establecen
la verdad de una proposición, entonces algo debe andar mal con el contraejemplo. Es
verdad que el contraejemplo de los cubos encajados es más complicado que los casos
originales que sugería el teorema, pero también lo es que satisface la definición de
poliedro de Legendre: se trata de un sólido cuyas caras son polígonos. Quizá esta
definición esté mal hecha y lo que hubiera debido entenderse por poliedro fuera una
superficie, y no un sólido, con caras poligonales. Ésta fue la definición que propuso
Jonquières, y hubiera descartado el contraejemplo de los cubos encajados, pues
forman un sólido y, por tanto, no son un poliedro. El teorema queda así a salvo,
porque trata de poliedros.
También Hessel tuvo una respuesta para esto. Consideremos dos pirámides unidas
por el vértice, como en la figura de abajo.
186
Se trata de una figura hecha con caras poligonales, pero V – A + C = 3, y tampoco
puede aplicársele el experimento mental de Cauchy, pues no puede extenderse sobre
un plano después de haberle quitado una cara. Puede plantearse la misma pregunta
de antes: esta figura, ¿es un poliedro? Möebius en1865, ya había dado una definición
de poliedro que hubiera eliminado este contraejemplo: un poliedro es un sistema de
polígonos tal que dos polígonos comparten una arista y en él siempre se puede pasar
de una cara a otra sin pasar por un vértice. Esta última cláusula descarta a las dos
pirámides unidas por el vértice. Ésta última cláusula descarta evidentemente a las
dos pirámides unidas por el vértice. Pero aunque la reelaboración que hace Möebius
del significado de poliedro excluye los ejemplos de Hessel, aún quedan otros que
burlan sus defensas, como en la figura 17, que satisface la definición de Moebius
pero no se somete a la demostración de Cauchy pues no puede aplanarse.
Para responder a esta objeción se estableció que: para los poliedros simples se
verifica que V-A+C=2, donde “simple” significa que puede aplanarse. Pero así no se
resuelven todos los problemas: un cubo al que se le coloca otro encima plantea
dificultades. Esta vez el problema no está en aplanarlo sino en el proceso de
triangulación (Figura 18). Al aplanarlos el área sombreada se convierte en un anillo y,
al unir los puntos A y B en la triangulación, crece el número de aristas pero no el de
caras, con lo que falla uno de los pasos principales de la demostración. Podría añadir
entonces la cláusula suplementaria para descartar del teorema las figuras que dan
origen a este tipo de anillos, con lo que quedaría: para los poliedros simples cuyas
caras también están en conexión simple se verifica V-A+C=2. Y la historia continuaría.
Todo este proceso se debe a que el teorema empezó siendo una generalización
inductiva. Se propone una demostración y es el mismo hecho de intentar probar que
es correcta el que expone la generalización a las críticas. Los contraejemplos revelan
que no estaba claro lo que era un poliedro y se tiene que decidir cuál es el significado
del término “poliedro”, que había quedado indeterminado en la zona de sombra
proyectada por los contraejemplos. Entonces, la demostración y el propio alcance del
teorema ya pueden consolidarse gracias a la creación de una elaborada estructura de
187
definiciones, que tienen su origen en el conflicto surgido entre la demostración y los
contraejemplos. La demostración no se ha llevado a cabo por medio de definiciones,
sino que, más bien, su estructura formal definitiva ha resultado estar en función de
los casos particulares que se habían ido considerando de manera informal. Las
definiciones de Lakatos aparecen al final de un proceso matemático, no al principio.
No cabe duda de que ahora sí puede presentarse el teorema como si procediera
inexorablemente de las definiciones, pero esas definiciones no dejan de reflejar las
intenciones de quienes las tejieron.
Lakatos pretende mostrar que las matemáticas, como las demás ciencias, proceden
por conjeturas y refutaciones. Su esfuerzo por incluir las matemáticas en la
epistemología popperiana manifiesta que quiere disipar ese aura de perfección
estática e inexorable unidad que las rodea. Si hay un enfoque popperiano de las
matemáticas, incorporará las críticas, los desacuerdos y el cambio, y cuanto más
radicales mejor. Como en el análisis popperiano de la física y de la química, no puede
haber ninguna certeza absoluta ni considerarse que se ha alcanzado ningún punto
final en el que se habría revelado la esencia de las cosas. Los poliedros carecen de
esencia. Desde esta perspectiva, en las matemáticas no hay esencias lógicas últimas
como tampoco hay últimas esencias materiales.
El carácter evidente por sí mismo que a veces se le quiere atribuir a los aximoas de
los sistemas formales so para Lakatos meras ilusiones. Si algo es obvio sólo se debe a
que no se lo ha sometido a una crítica en profundidad. La crítica des-trivializa lo trivial
y pone de manifiesto lo cuánto damos por supuesto en lo que nos parece evidente
por sí mismo. Ninguna verdad lógica de apariencia sencilla y trivial puede aportar, por
tanto, fundamento último alguno al conocimiento matemático.
188
formalización y axiomatización ha chocado con problemas técnicos graves y quizá
insuperables.
Ofrecer una demostración de una proposición matemática es más bien, para Lakatos,
como ofrecer una explicación teórica de un resultado empírico en las ciencias de la
naturaleza; las demostraciones explican por qué una proposición, o un resultado
conjetural, es cierta. Como muestra la discusión del teorema de Euler, una
demostración puede refutarse con contraejemplos y recuperarse después
reajustando el alcance y los contenidos de las definiciones y categorizaciones.
Algunos casos que parecen quedar explicados con una demostración pueden
explicarse más rotundamente de otra manera e incluso acabar convirtiéndose en
contraejemplos. Asimismo, la idea que rige una demostración y es eficaz en cierto
ámbito puede utilizarse otra vez de manera diferente en otro ámbito. Al igual que las
teorías, las demostraciones dotan de ciertos significados a lo que explican. La
invención de nuevas ideas para demostrar algo puede alterar radicalmente el
significado de un resultado informal en matemática o en lógica. Eso es lo que pasaba
cuando veíamos que una nueva interpretación del hecho de que dos conjuntos
tengan el mismo número de elementos daban sentido a la idea de que la parte puede
ser tan grande como el todo. Pone de manifiesto que cualquier regla puede
reinterpretarse y toda idea puede desarrollarse de maneras nuevas. En principio, el
pensamiento informal puede burlar al pensamiento formal.
Está claro que, según el análisis de Lakatos de las matemáticas, debería poder
hacerse algo muy parecido a una historia “kuhniana” de las matemáticas, en la que se
identificarían los paradigmas establecidos para dar cuenta de los periodos de
estabilidad o estancamiento. De hecho, los actuales historiadores es más o menos así
como escriben la historia de las matemáticas, quizá también ellos influidos por el
mismo cambio de estilo historiográfico que influyó en La estructura de las
revoluciones científicas.
Esta nueva historia de las matemáticas despliega exactamente las mismas técnicas de
estudio que la anterior, aunque tenga diferentes objetivos: tienen que sintetizar
fragmentos incompletos de documentos para reconstruir una historia coherente de
los resultados alcanzados, de los teoremas que se creyeron demostrados o de las
discusiones que nunca acabaron de articularse o zanjarse por completo. Asimismo,
también tiene que interpretar, interpolar, comentar y exponer. Pero los historiadores
son ahora más proclives que antes a investigar la integridad de diferentes estilos de
trabajo. No deja de construirse, igual que antes, una unidad adyacente; y se siguen
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haciendo conjeturas sobres los pensamientos que se ocultan bajo los documentos
que los matemáticos dejan tras de sí.
Lakatos sobre el teorema de Euler, ¿qué proceso subyacente es el que aflora? Pone
de relieve un hecho muy importante sobre los procesos mentales y sociales a saber,
que la gente no está gobernada por sus ideas y conceptos, que son los hombres
quienes gobierna a las idead y no al revés. La razón es sencilla: las ideas se
desarrollan gracias a contribuciones activas, se han construido y fabricado de manera
que puedan extenderse. Esas extensiones de sus usos y significados no les son
preexistentes, no están previamente contenidas en los conceptos como en un
embrión. La reflexión o el análisis de un concepto nunca revelarán los usos correctos
o incorrectos que de él puedan hacerse en una nueva situación. En el teorema de
Euler los contraejemplos y la idea central de la demostración tuvieron que confrontar
con el concepto de poliedro. A la hora de enfrentarse con los contraejemplos, el
significado del concepto es algo que sencillamente no existía; no había nada
escondido dentro del concepto que nos obligara a entenderlo, nada que pudiera
impulsarnos a decidir qué debía quedar incluido bajo su ámbito y que debía excluirse.
Esto no quiere decir que no haya ninguna constricción en esos casos. La extensión y
reelaboración de conceptos seguramente están estructuradas por las fuerzas en
presencia en el momento de la elección, fuerzas que son diferentes según el
individuo. Consideremos un ejemplo sencillo. A un niño se le enseña una palabra
“sombrero” y aprende a reconocer algunos sombreros. Un día ve una tapa de tetera
y la llama sombrero. La extensión que ha hecho del concepto se basa en el lazo que
establece entre el nuevo caso particular y los anteriores sin mediar ninguna
abstracción a la que pudiera llamarse “el significado del concepto sombrero”. El
vínculo se establece por semejanzas y diferencias percibidas. La autoridad paterna
censurará rápidamente esa extensión natural del concepto que había hecho el niño,
subrayando que eso no es un auténtico sombrero sino una tapa. La tendencia
psicológica del niño se ve así coartada por un límite de orden social. Más adelante, el
niño ve un cubretetera: ¿es una tapa o un sombrero? La elección (bastante evidente)
resultará del conjunto de reacciones suscitadas por la nueva situación. El primitivo
hábito entrará en conflicto con las recientes restricciones: si la cubretetera tiene
algún extraño parecido con un sombrero de su madre, no cabe duda de que eso
cerrará el caso, hasta que la voz de la autoridad trace otra severa distinción.
En este ejemplo no es difícil ver como la extensión de los conceptos surge de los
distintos factores que actúan sobre el niño, y que las experiencias anteriores
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presionan en un sentido u otro. Se puede apreciar que las extensiones que sufren los
usos de un concepto no se orientan según un pretendido significado real de los
mismos, sino más bien por causa de diversos factores que dependen de la
experiencia pasada. Esta perspectiva podría aplicarse a los datos del ejemplo de
Lakatos. El hecho de apreciar el papel creativo de la negociación aumenta la
necesidad de una perspectiva sociológica. Este enfoque destruye el mito de que las
ideas trazan el camino que han de seguir los pensadores, descarta la creencia en que
el papel que juegan las ideas en la conducta de la gente excluye las causas de tipo
social, como si esos dos elementos se opusieran.
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