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La Guerra Civil Española puede considerarse el punto álgido del período de entreguerras y el

preparativo más grande de la conflagración mundial que sobrevendría tan solo unos meses después
de su finalización. Es imposible comprender esta contienda como un suceso localizado y aislado del
continente europeo, desdeñando las raíces ideológicas y sociales que lo permearon o ligándolo a
una mera lucha de facciones bien definidas en un principio, cuando fueron cambiantes. Como
asegura Moradiellos,

“Conflictos, tensiones y fracturas de larga gestación previa que convirtieron la contienda (…) en
una verdadera lucha de clases por las armas, pero también en una lucha de ideologías políticas
enfrentadas, de mentalidades socioculturales contrapuestas, de sentimientos nacionales mutuamente
irreductibles y de creencias religiosas incompatibles”1.

Siguiendo su línea, encontramos contrastes entre campo y ciudad, conservadurismo y liberalismo,


centralismo y autonomismo, alimentados por la larga tradición nacional española y sobre todo, por
la “crisis colonial de 1898”2, cuyos bandos vieron en el estallido del conflicto una oportunidad para
batirse por el poder estatal.
El académico Julían Casanova nos trae el concepto de una “España partida en dos”3 para el año
1936, cuando la sublevación militar obtuvo éxito localizado en distintas ciudades periféricas y había
generado caos e incertidumbre popular en donde había fracasado, de momento. Sin embargo, cabe
destacar que los militares no controlaban las mayores ciudades españolas, desde “donde se podían
controlar vastas extensiones de territorio”4, siendo su triunfo más significativo la toma de
Zaragoza, cuyo control de la ribera del Ebro les podía permitir, a futuro, “marchar sobre Madrid y
detener a los grupos armados que pudieran llegar desde Barcelona”5, a decir del historiador,
mientras que los republicanos mantenían los centros de producción y financieros -en Cataluña, País
Vasco y Asturias- según Moradiellos, que les otorgaba una gran “ventaja financiera”6. Asimismo,
debemos desmitificar el hecho de que el Ejército español actuó como una sola fuerza, ya que según
datos de Casanova menos de una cuarta parte de los generales se habían rebelado 7, lo que provocaba
que contaran con un reducido número de efectivos, cuyo grueso se hallaba estancado en el
Marruecos español.

1 Enrique Moradiellos, Historia Mínima de la Guerra Civil Española (Madrid: Turner, 2016), 10.
2 Ibídem, 10.
3 Julián Casanova, España partida en dos. Breve historia de la Guerra Civil Española. (Madrid: Titivillus, 2013), 31.
4 Ibídem, 34.
5 Ibídem.
6 Enrique Moradiellos, Historia Mínima de la Guerra Civil Española (Madrid: Turner, 2016), 37.
7 Julián Casanova, España partida en dos. Breve historia de la Guerra Civil Española. (Madrid: Titivillus, 2013), 34.
Sus proclamaciones de sublevación se basaban en “la ausencia total de Poder Público y la
necesidad de mantener el orden y la unidad de la Patria”8, aunque claramente tras dicho se discurso
se escondían pugnas ideológicas, en donde se vinculaba estrechamente a los políticos republicanos
con el comunismo -y a los militares con el fascismo, en viceversa- con el cual se debería combatir,
proyectándose un escenario propicio para la internacionalización del conflicto, ya desde sus inicios,
como veremos más adelante. Como bien afirma Juan Andrés Blanco citando a Pierre Vilar, la
contienda entre estas dos Españas acabó por convertirse en un “símbolo de uno de los campos
mundiales cuyo enfrentamiento se estaba preparando”9. Esto explica, entre otros ítems que veremos
más tarde, como el general Francisco Franco logró cruzar el grueso de las tropas sublevadas a la
península a través de una prematura ayuda alemana, en donde Hitler quizá fue “influenciado por el
argumento [de cruzada] anticomunista”10 expuestos por el militar en la correspondencia, a decir de
Payne, en consenso con Casanova. El puente aéreo establecido por la Lutwaffe y la aviación
italiana, que tomó partido días después, permitió el transporte de las tropas y selló la división
española en zonas demarcadas luego de la llegada del generalísimo.
Sin embargo, para llevarnos al siguiente punto, la situación en cada ciudad tomada por militares o
republicanos no era tan distinta como parecía. Según datos de Casanova, ambos bandos cometieron
matanzas indiscriminadas; los primeros, “en los lugares donde más resistencia hubo”11, haciendo
caso omiso de los registros, a través del uso de grandes fosas comunes; los segundos, hacia clérigos
colaboradores y militares tildados de fascistas, a los cuales “había que asesinarlos”12. No obstante,
lo que más llama la atención es el estado de anarquía y derrumbe estatal en el cual se sumieron las
ciudades aún bajo control republicano, aspecto que nos lleva al importante alegato de Casanova en
cuanto “El Estado dejó de existir más allá de Madrid, si es que allí existía”13 y a los ilustrativos
dichos de George Orwell referidos a que “Era la primera vez que estaba en una ciudad en que la
clase obrera ocupaba el poder”14. El poderío de la UGT, asociación que albergaba socialistas y
sindicalistas, crearon una nueva “ley del pueblo”, un territorio eximido de reglas o autoridad, en pos
de alcanzar una “absoluta liberación de los yugos del pasado [en donde] la venganza y los odios de
clases se extendieron con una fuerza devastadora para aniquilar el viejo orden”15, en palabras de
Casanova.
He aquí que la violencia se materializó en los llamados “paseos”, que ejercieron ambas facciones en
las regiones conquistadas, situación que solo pudo mermar en el bando republicano con el gobierno

8 Ibídem, 35.
9 Juan Andrés Blanco, A los 70 años de la Guerra Civil Española. (España: Gráficas Varona, 2010), 25.
10 Stanley Payne, 40 Preguntas Fundamentales sobre la Guerra Civil. (México: La Esfera de los Libros, 2006), 90.
11 Julián Casanova, España partida en dos. Breve historia de la Guerra Civil Española. (Madrid: Titivillus, 2013), 40.
12 Ibídem, 42.
13 Ibídem.
14 Ibídem, 43.
15 Ibídem, 45.
de Largo Caballero y la conformación de un tribunales legales y la profesionalización del ejército,
con la participación gubernamental del sector anarquista concentrada en la CNT, algo que según
Casanova “por primera vez ocurría en la historia mundial. Anarquistas en el gobierno de una
nación: un hecho extraordinario e irrepetible”16. Por otro lado, los sublevados no precisaban de la
legalidad para “regenerar la patria”, aunque moderaron un tanto su accionar para reorganizarse.
Toda esta situación que la rebelión había suscitado llevó a una verdadera revolución en territorio
español, que por ende también lleva a un proceso de contrarrevolución.
Entonces, ¿Revolución o Guerra Civil? Entendiendo que luego de la victoria franquista se impuso
por inercia la versión de los vencedores, la historiografía española de los 60’ presentó, según Juan
Andrés Blanco, a la contienda como “...Cruzada de Liberación Nacional [o Cruzada de Liberación]
encaminada a detener el comunismo, el separatismo...”17.
Esta interpretación de la conflagración como “gesta heroica” durante la dictadura franquista como
asegura Moradiellos, estableció una mirada excesivamente maníquea de los acontecimientos, un
crudo enfrentamiento entre bandos malos y buenos que “representaban a las “dos Españas” (…)
encarnadas entonces en la “España republicana” y la “España franquista” 18, que no admitían el
uso del término “Guerra Civil” por su lógica falta de reconocimiento a la igualdad entre facciones.
No obstante, el revisionismo post-franquista nos lleva a la concepción del conflicto como una
“locura trágica”, en obras llenas de vergüenza y remordimiento, otorgando grados de
“responsabilidad colectiva”19, siguiendo los postulados del mismo historiador.
Dentro de este último punto, no cabe dudas de que la guerra se trató de una revolución interna
despertada por las acciones militares. Como asegura Casanova, los militantes del bando republicano
no estaban allí “exactamente para defender a la República (…) sino para hacer la revolución”20,
algo que solo podía realizarse a través de las armas ante la inoperancia de las reformas propuestas.
Esto puede conducir a la interpretación de que la revolución popular, con su correspondiente
contrarrevolución militar en aras de devolver el orden público y combatir al ideario bolchevique
inmerso en el gobierno y sus militantes, “ocurría en el marco de una guerra civil”21 en palabras del
historiador, concepción que puede ampliarse dentro de marcos ideológicos que empezaban a
escurrirse por el continente europeo; según Payne, se trataba de “una revolución en esencia
anarquista y socialista inserta en una guerra civil que, por lo tanto, corría el riesgo de derrotarse
por sí misma”22. La revolución integra una Guerra Civil o viceversa; la terminología aquí no puede
ser separada. De este modo, las ideologías de fondo sellaron las condiciones del conflicto, el cual

16 Julián Casanova, España partida en dos. Breve historia de la Guerra Civil Española. (Madrid: Titivillus, 2013), 106.
17 Juan Andrés Blanco, A los 70 años de la Guerra Civil Española. (España: Gráficas Varona, 2010), 28.
18 Ibídem, 11.
19 Ibídem, 14.
20 Julián Casanova, España partida en dos. Breve historia de la Guerra Civil Española. (Madrid: Titivillus, 2013), 98.
21 Ibídem, 102.
22 Stanley Payne, 40 Preguntas Fundamentales sobre la Guerra Civil. (México: La Esfera de los Libros, 2006), 92.
dentro de la coyuntura de la década de los 30’ en Europa, era imposible aislar de la influencia
exógena, por más que los dirigentes occidentales y centrales no hubieran imaginado a España
“como el reñidero de Europa”23 a decir de Moradiellos, pero que ahora no tenía más opción que
padecerlo.
La internacionalización del conflicto, como hemos dicho, fue temprana por la intervención ítalo-
alemana en el transporte de tropas franquistas (y luego hubo considerables aportes logísticos del
gobierno dictatorial salazarista de Portugal, país olvidado en este asunto). Sin embargo, la
influencia extranjera estuvo condicionada en un principio por dos ítems fundamentales: primero,
“la sincronía temporal [del conflicto] entre la crisis bélica española y la crisis europea de la
segunda mitad de los años treinta”24 a decir de Moradiellos; segundo, la creencia acérrima, que
trascendió desde el interior al exterior de las fronteras, de que se trataba de una “batalla decisiva
entre el fascismo internacional, por un lado, y el comunismo y la democracia, por otro” (108)
según Casanova. Esta tensión característica del período de entreguerras, colocaron a España como
el reñidero de Europa a causa de la rebelión militar, convirtiéndola en un escenario de
experimentación para la política exterior de las potencias europeas que analizaban y revisaban el
“status quo” (118), a decir de Moradiellos; más beligerante la ejecutada por la Alemania nazi, Italia
y la Unión Soviética en la medida que transcurrían los acontecimientos, y más diplomática y
pseudoneutral la de Gran Bretaña y Francia. Cada uno representaban formas de gobierno y sistemas
económicos en constante transformación e intentos de legitimación. En palabras del mismo
historiador,

“Serían las “Tres Erres” que iban a dominar el período de entreguerras y a protagonizar una
espasmódica “guerra civil europea”: Reforma [de las democracias occidentales], Reacción [del
fascismo] o Revolución [del comunismo]. La Europa de entreguerras se convirtió así en el violento
laboratorio de experimentación política...” (116)

...y España parecía ser el lugar propicio.


De igual forma, la sincronía temporal de la que hablábamos en cuanto al conflicto -comprendido
entre 1936 y 1939, año de inicio de la Segunda Guerra Mundial- sucede durante el auge de la
“política de apaciguamiento” de las potencias occidentales (119) que menciona Moradiellos, en
consenso historiográfico. La situación de Austria y Checoslovaquia y la consumación del Pacto de
Acero, sumado a gobiernos y poblaciones reacias a entrar en un nuevo conflicto global, condiciones
que dictaban esta política, abrían el espectro intervencionista en la contienda española; se pondrían
a prueba, por tanto, los grados de intervención tanto en la realidad práctica como en la escena
23 Enrique Moradiellos, Historia Mínima de la Guerra Civil Española (Madrid: Turner, 2016), 115.
24 Ibídem.
diplomática, bajo la tutela de una Sociedad de Naciones que prácticamente no tuvo efecto en el
período de entreguerras.
La intervención del fascismo, representado por Alemania e Italia y del comunismo, encarnado en la
Unión Soviética, se materializó conforme transcurría la guerra civil y los bandos se decantaban
ideológicamente dentro de sus regiones. Como hemos dicho, la postura de los primeros fue
beligerante y con motivos “de orden político estratégico”25 a decir de Moradiellos, en cuanto al
equilibrio de poderes que implicaba el triunfo de los militares, que establecería un aliado ideológico
de Alemania e Italia en la entrada del Mediterráneo (la cuestión era también, geopolítica). La
segunda, siguiendo a Payne, “había predicado el inmediato estallido de la revolución colectivista
violenta”26 y por tanto, el mundo la veía como la única protectora de los intereses republicanos. A
decir de Moradiellos, la Unión Soviética también decidió intervenir para “poner a prueba la
viabilidad de su estrategia de colaboración con las democracias europeas” 27 respetando sus
ideales, mucho más después de que se les permitiera a los comunistas formar parte del gobierno de
Largo Caballero y la República se colocara definitivamente en el espectro izquierdo de la política,
dando posibilidad a una “República de <<nuevo tipo>> (…) e incluso la de abrir las puertas a la
revolución colectivista de una manera (…) legal y constitucional”28 en palabras del académico.
Pero el temor a un nuevo estallido mundial mermaba la intervención de todas las partes, sobre todo
la occidental-tradicional. Entendiendo la clásica influencia de los acontecimientos españoles en su
país vecino, Francia, el mismo presidente Albert Lebrun, citado por Moradiellos, se refería a una
posible asistencia militar a la República de esta manera: “Eso que piensa hacer (…) puede ser la
guerra europea o la revolución en Francia”29. La reticiencia continuó, sobre todo cuando Gran
Bretaña consideraba de que en España lo que ocurría era un bárbaro combate entre “un ejército
contrarrevolucionario y unas exacrables milicias revolucionarias dominadas por anarquistas y
comunistas”30 siguiendo al historiador, por las cuales no ameritaba poner en juego la paz
continental. Si bien Francia permitió el paso de material soviético por sus fronteras, sus acciones se
limitaron a eso dentro de un contexto de formación y búsqueda de alianzas continentales, donde
ninguna nación quería ofender o decepcionar a otra amiga y otras deseaban tantear la situación de
manera más audaz.
Ante este escenario, el gobierno francés propone en 1936 la firma de un Acuerdo de No
Intervención en España por parte de las potencias europeas, según datos de Moradiellos 31. No
obstante, esto solo demuestra una vez más la ineficacia de la política de apaciguamiento. Tanto las

25 Enrique Moradiellos, Historia Mínima de la Guerra Civil Española (Madrid: Turner, 2016), 122.
26 Stanley Payne, 40 Preguntas Fundamentales sobre la Guerra Civil. (México: La Esfera de los Libros, 2006), 92.
27 Enrique Moradiellos, Historia Mínima de la Guerra Civil Española (Madrid: Turner, 2016), 130.
28 Stanley Payne, 40 Preguntas Fundamentales sobre la Guerra Civil. (México: La Esfera de los Libros, 2006), 92.
29 Enrique Moradiellos, Historia Mínima de la Guerra Civil Española (Madrid: Turner, 2016), 121.
30 Ibídem.
31 Ibídem, 123.
potencias del eje como la Unión Soviética continuaron interviniendo de manera cada vez más
directa, algo que Moradiellos llama “continuo sabotaje ítalo-germano (con la colaboración
portuguesa)”32 frente a una voluntad no-intervencionista de Gran Bretaña y Francia en los asuntos
españoles. Si bien virtualmente se habían conformado bandos -los futuros Aliados del lado
republicano y el Eje del lado franquista-, la escasa voluntad de las potencias occidentales para
intervenir aún cuando se violaba el acuerdo ante sus narices terminó por generar una “estructura de
apoyos e inhibiciones favorable (…) a los militares insurgentes”33 según Moradiellos, que
perjudicaba a una República que sufría una suerte de abandono ante la progresiva retirada de la
Unión Soviética y la indiferencia ante la situación checoslovaca en 1938. La suerte estaba echada.

32 Enrique Moradiellos, Historia Mínima de la Guerra Civil Española (Madrid: Turner, 2016), 127.
33 Ibídem.

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