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Españoles Peninsulares y Criollos

La vida política de la colonia novohispana estaba en manos de una minoría de origen europeo,
constituída en su mayoría, pero no exclusivamente, por españoles y sus descendientes.

En la Nueva España había dos tipos de españoles: los que habían nacido en España, a los que se
llamaba "peninsulares", y los que habían nacido en América, es decir, los "criollos". Peninsulares o
criollos, a todos los españoles se les llamaba coloquialmente "gachupines".

Aunque ante la ley los criollos eran considerados españoles, en la práctica no se les consideraba
iguales. Desde el inicio de la colonia hubo tensiones entre criollos y peninsulares. Los segundos
decían que las condiciones climáticas de América degeneraban el cerebro y mente de los europeos
y por eso los criollos no eran tan capaces como ellos. Los criollos, sin embargo, insistían en que
eran iguales y tan leales a la Corona como cualquier español. Obviamente, tanto criollos como
peninsulares querían el control sobre las poblaciones indígenas y el acceso al poder político.

Aunque la mayoría de la nobleza novohispana era criolla y muchos de ellos se educaban en la


Universidades y en los colegios religiosos, había límites al ascenso social de este grupo. El virrey
siempre era español y los altos cargos del Ejército los tenían los españoles. Para colmo, las
mujeres blancas preferían a los peninsulares antes que a los criollos. La marginación que sufrieron
los criollos por los españoles y su reclamo de participar de la vida oficial del lugar donde habían
nacido desembocó en un sentimiento que se ha visto como el despertar del espíritu nacional.

Finalmente, aunque la mayoría de los blancos tenían más oportunidades sociales que el resto de la
población, también hubo blancos pobres que llegaron a la Nueva España con la ilusión de hacerse
ricos. Como muchos de ellos no lo conseguían, se dedicaban a vagabundear. A éstos, se les
agrupaba con los negros, mulatos y mestizos.

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contenidos/h_mexicanas/colonia/peninsulares.htm#:~:text=En%20la%20Nueva%20Espa%C3%B1a
%20hab%C3%ADa,decir%2C%20los%20%22criollos%22.

Los criollos y la burocracia

Llama la atención que Don Antonio de Fuentes y Guzmán, habiendo sido, como fue, un rico
hacendado con casa de mucho porte en la ciudad de Santiago de Guatemala, se nos presente en la
crónica como heraldo y vocero de los descendientes de conquistadores que habían caído en la
pobreza. Sorprende encontrar pasajes de la obra en los cuales, refiriéndose al grupo de criollos
empobrecidos, habla de ellos en términos de la primera persona plural, incluyéndose en ese grupo
de desplazados; él, que en otros lugares nos ha hablado de sus tierras de labor, de su “maravilloso”
ingenio de azúcar, de su casa pudiente, de su encomienda, de su cargo de Regidor Perpetuo en el
Ayuntamiento y de su lucrativa gestión de Corregidor… Esa aparente incongruencia tiene por causa
un fenómeno universal: en la voz del individuo se deja oír siempre la voz de la clase social. Nada
tiene de extraño que el criollo rico hable en nombre de todos los criollos, incluidos los pobretones.
Esa eventual diferencia de fortuna no borraba la comunidad de intereses económicos — que era el
factor aglutinante de la clase— sino al contrario: obligaba a tener muy presente la solidaridad,
porque el empobrecimiento de unos era una inquietante advertencia para todos. Cuando se lee la
Recordación Florida penetrando su enorme superficie noticiosa, prestando oído al clamoreo
emocional que le dio origen, no se percibe en definitiva el mensaje de un individuo, de un hombre
aislado, sino el testimonio de todo un grupo social. En eso radica la fuerza extraordinaria de este
documento histórico: en que, más allá del caudal de noticias concretas —cuyo valor informativo es
grandísimo— corre un torrente de actitudes de grupo, de nostalgias y certidumbres, de adhesiones
y aborrecimientos, de temores y fanfarronadas; un torrente de subjetividad y pasión que no nace en
el autor como individuo, sino en un nivel más hondo, en que el individuo habla en nombre de su
grupo social. Dos capítulos de la crónica están dedicados a demostrar que en el reino vivían, por
aquel entonces, ciento once familias que procedían directamente de conquistadores y primeros
pobladores. La finalidad de ese trozo de la obra es demostrar que muchas de esas familias se
encontraban, pese a su “… ilustre sangre…”, en situaciones que al cronista le parecían
mortificantes y no dignas del linaje de los “beneméritos” Los dos capítulos están escritos en tono de
alegato, y es evidente que el criollo pensaba en el Consejo de Indias mientras escribía. No se
abstiene de razonar, por ejemplo, que los descendientes de servidores de la corona radicados en
España gozaban de ““… muchos millares de renta…”, tratándose, dice, de servicios menos
importantes que los prestados por los conquistadores de América.

Surge entonces la pregunta: ¿Estaban siendo desplazados los criollos? ¿Decía verdad el cronista al
afirmar que muchos de ellos se hallaban arrinconados y padecían pobreza? La respuesta es
afirmativa —sí, se daba el fenómeno de desplazamiento de algunos criollos—, pero, si ha de ser
una respuesta histórica completa, hay que desdoblarla en tres explicaciones que pasamos a dar
inmediatamente:

Primera. Los criollos empobrecidos de que habla Fuentes y Guzmán no se hallaban en la miseria;
no vivían en condiciones ni remotamente parecidas a las de los indios pobres. Algunos de ellos
vivían en el interior del país, reducidos a los provechos de alguna pequeña estancia o hacienda;
otros vivían en la ciudad, arrimados a parientes ricos, también criollos, que los iban ayudando.
Otros más hallaron cabida en la Iglesia, a donde no suele entrar el hambre, como es sabido. No
olvidemos que uno es el concepto de pobreza en la mentalidad de los explotadores cuando piensan
en los de su propia clase, y otro muy distintos cuando aluden a las penalidades de los oprimidos. Lo
que Fuentes y Guzmán consideraba como una situación de encogimiento y modestia…”
refiriéndose a los de su mismo estrato social, habría sido una dicha imposible para la inmensa
mayoría de los indígenas. Debe insistirse, finalmente, en que los criollos empobrecidos constituían
un reducido grupo, según se desprende del propio texto que estamos estudiando.

El segundo aspecto de la respuesta es el siguiente. Desde mediados del siglo XVI, la política
imperial adoptó la línea del ir retirando de los puestos de mando a los conquistadores y a sus
descendientes, substituyéndolos con personas que no tenían intereses radicados en América.
Fueron creados nuevos órganos de gobierno estrictamente representativos del poder central —las
Audiencias fueron los más importantes— en los cuales no tenían entrada los criollos. Los herederos
de la conquista conservaron posiciones, no obstante, en los órganos de gobierno de nivel medio:
los Ayuntamientos fueron bastiones de esa aristocracia durante toda la época colonial. Los
Corregimientos y las Alcaldías Mayores —jefaturas políticas de los distritos interiores de las
provincias— también estuvieron en su mayoría en manos de criollos. Pero esto no modificó la
tendencia, general y constante, de robustecer el poder central a expensas de los privilegios de la
aristocracia indiana. Se fue haciendo más fuerte y más exigente la burocracia española instalada en
las colonias, y a finales del siglo XVII —época de la Recordación Florida— el proceso había puesto
a los criollos en marcada desventaja y los obligaba a tolerar, de muy mala gana, una serie de
órdenes y medidas de gobierno que menguaban su autoridad y resultaban a veces humillantes. La
crónica de Fuentes y Guzmán es rica en noticias ilustrativas de la pugna de los criollos con la
burocracia, y particularmente de la que se libraba entre el Ayuntamiento y la Audiencia de
Guatemala. Ello se explica fácilmente: primero, porque dichas instituciones fueron, como ya se dijo,
los centros representativos de las dos fuerzas contrapuestas; y segundo: porque don Antonio, como
miembro que fue de una de ellas, desarrolla largos trozos de su obra asumiendo las posiciones del
Cabildo y contemplando las cosas, por así decirlo, desde las ventanas del Ayuntamiento. Ya su
padre había ocupado un lugar en dicha institución, y su propio ingreso a ella a la temprana edad de
dieciocho años, lo identificaba plenamente con aquel baluarte de la oligarquía criolla. Son por eso
numerosas sus diatribas contra la Audiencia, cuyos errores se empeña en abultar, y apasionados
los pasajes en que relata los disgustos habidos entre las dos instituciones. Los más importantes de
aquellos alterca-dos se originaban, claro está, en la lucha por el control de la riqueza; pero del plano
económico trascendían, como ocurre siempre en estos casos, al plano político y aun al nivel de las
puras formalidades: Ayuntamiento y Audiencia disputan el derecho de repartir indios para las
haciendas en el valle que circundaba a la ciudad de Guatemala; notifícase al Ayuntamiento que
cesa en la administración del impuesto llamado alcabala de barlovento, quedando ellos a cargo de
uno de los oidores de la Audiencia; la Audiencia quiere privar al Ayuntamiento del derecho de
informar al rey “… en cosas convenientes a la repúbli…”; el Ayuntamiento hace saber al Presidente
de la Audiencia que no está obligado a ir por él a palacio para acompañarlo a catedral; la udiencia
decreta que en todos los actos públicos y solemnes, cuando se hallen presentes los oidores, las
“mazas”, insignias del Ayuntamiento, deben colocarse a los pies de los oidores; y así podríamos
seguir mencionando episodios que ponían frenético a nuestro Regidor Perpetuo, en los que se
observa la sorda riña que mantenían las dos instituciones. Las quejas de don Antonio dejan ver
cómo iba perdiendo autoridad y prestigio la vieja nobleza, y hay en su obra pasajes tan llenos de
resentimiento y escritos con tanta viveza, que parece estarse viendo con los ojos lo que pasaba.
Cuenta, por ejemplo, que a principios de siglo todavía se acostumbraba, con motivo de la llegada
de un nuevo Presidente de la Audiencia, citar a la nobleza de todo el reino para conocerla en sus
más conspicuos representantes. Era aquella una ceremoniosa convocatoria a los criollos, en la que
sentían su valimiento y hallaban motivo de honda satisfacción. Pero en los tiempos actuales, dice el
cronista refiriéndose a los suyos, los Presidentes toman el camino de regreso a España tras haber
gobernado varios años “… sin haber conocido la décima parte de estos beneméritos de
Guatemala…”En síntesis: la burocracia española venía restándole atribuciones y poder a la nobleza
criolla, y esta tendencia se sostuvo hasta el colapso del régimen colonial. Pero es necesario
comprender que, a pesar de ese proceso de desplazamiento, la clase social de los criollos se
renovó continuamente, conservó y aun fortaleció su posición en lo económico, y fue, en fin, la clase
social que se halló capacitada para tomar el poder a la hora de la Independencia. Explicar cómo y
por qué ocurrió eso, es el tercer aspecto de la respuesta a la cuestión del desplazamiento de los
criollos. Hemos dejado para último este aspecto por ser el más importante; el que aclara la
supervivencia de aquel grupo social, a despecho de la política centralizadora que tendió siempre a
debilitarlo.

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