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COMPLEJO ARQUEOLÓGICO DE TIPÓN, CUSCO

The Archaeological Complex of Tipón is a majestic Inca citadel. Surrounded by the impressive wall, it's
composed by thirteen terraces, platforms around the complex, the main source with 4 slopes and water
pipes, warehouses or collcas, Inca sovereign' residence of stone rooms with niches and trapezoidal
windows, military citadel, altar to the sun or Intihuatana, the Cruzmoqo strategic observatory with
petroglyphs, and the Pukará field crop and urban sector.

Located in the Sacred Valley of the Incas, precisely in the Community of Choquepata, district of
Oropesa, Quispicanchi province, just 27 kilometers southeast of the Imperial City, the Archaeological
Park of Tipón extends up to an elevation of 3,960 meters above sea level. It is part of the Qhapac Ñan
route, and according to the chronicler Garcilaso de la Vega, it was built by the Inca Huiracocha as the
residence of his father Yahuar Huacac, after he was overthrown for escaping from a Chanca rebellion.

This model of hydraulic engineering - recognized since 2008 by the American Society of Civil Engineers
(ASCE) as an International Monument, marvel of Civil Engineering, - show the perfect Incas technology
in hydraulic works, and the various ecological floors of the platforms would have served as a center for
agricultural experimentation. Dedicated to practice water cults, it's a testimony of the sacredness of the
place and of the veneration that Incas rendered to its powerful natural environment.

Las terrazas de Tipón con su regata

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El complejo arqueológico de Tipón, - antigua capital del reino Pinagua, declarado Parque

Arqueológico Nacional en 1984, con una extensión de 239 hectáreas donde los

habitantes locales cultivan mayormente plantas alimenticias como papa, olluco, maíz y

quinua, - es conocido principalmente por su singular ingeniería hidráulica. Hay fuentes

ceremoniales donde se rendía culto al agua, la sucesión de una docena de terrazas de

cultivo con imponentes muros de contención, ambos de típica factura pinagua-inca, y

una impresionante muralla protectora que circunda el complejo. Según referencias del

Dr. Luís A. Pardo, el nombre de Tipón pudo derivar de la palabra quechua Timpuj, que

significa estar hirviendo, posiblemente relacionado al brote del agua en las fuentes

(Pardo, 1957).

Tipón se encuentra entre dos quebradas - limitado por los riachuelos Huaycconan y

Jucuchahuaycco, que confluyen al pie del complejo arqueológico, formando un drenaje

ramificado de tipo dendrítico, conformado por los arroyos Parqo Mayo, Batan Waqo,

Qoyawarkuna, los mismos que confluyen en la quebrada del río Tipón que a su vez

desemboca en la margen izquierda del río Huatanay - está situado a 27 kilómetros al

este de Cusco. Se extiende en el flanco sur del cerro Yanaorqo, comprende parte del

macizo del Pachatusan en terrenos de la comunidad de Choquepata, distrito de

Oropesa, provincia de Quispicanchi. El área del Parque abarca una franja altitudinal que

va de 3250 msnm. hasta los 3960 msnm., y sabemos que limita al Norte con la

Comunidad de Patabamba y la cordillera de Pachatusan; al Este con los terrenos de la

comunidad de Choquepata y la quebrada que tiene varias denominaciones en forma

descendente (Achupallapampa, Q’pyawakuna, Tukochana, y Juk’uchacunylla); al Oeste

con las quebradas de Paraqaymayo, Paroqmayo y con la comunidad de Huasao;

mientras al Sur con la quebrada de Pitipugio y el valle de Pinagua.

El material utilizado por los Incas para la construccion de las andenes y recintos fueron

rocas volcánicas. Estas a su vez fueron labradas o sin labrar de acuerdo a su necesidad;

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las rocas volcánicas y andesitas, indican que la zona está compuesta por finos cristales

de andesita labradorita.

Los historiadores nos refieren que la etnia Pinagua se estableció en el área que

comprende desde Angostura hasta el actual poblado de Huambutio; así mismo hacen

referencia a la existencia de aposentos en la margen izquierda del río Huatanay, que

podría referirse a Tipón. Por otra parte Cieza de León menciona el camino principal que

articulaba el Cusco y la región del Qollasuyo, este camino que estuvo construido sobre

bofedales probablemente no es más que lo que serpenteaba por los pantanos de los

Valles de Pinagua y Lucre.

Juan de Santa Cruz Pachacutec Yanqui nos da a conocer que fue Manco Cápac, primer

curaca del reyno de Cusco, el que venció y destruyó el poderío de los Pinagua Capac. El

príncipe Viracocha, o luego Pachakuteq, se enfrentó a los chancas y después de una

ardua batalla se alzó victorioso, para después entrar triunfante a la ciudad del Cusco,

donde fue recibido con gran apoteosis por la multitud de los habitantes. Visitó el templo

sagrado del Qorikancha y posteriormente se encaminó hacia la angostura de Muyna

donde aún se hallaba el Inka Yawar Huakaq para dialogar sobre los sucedido, y después

de este diálogo se estableció que el Inka Yawar Huakaq no estuviese más en la ciudad

del Cusco por haberla desamparado en momentos difíciles, por eso se le trazó una casa

real para su morada. La casa real que menciona Garcilaso de la Vega, al parecer fue lo

que hoy está en el conjunto arqueológico de Tipón.

Originariamente y durante el Incanato, Tipón se llamaba Muyna o Moyna que fue, si no

el más importante, el segundo asentamiento de la saya pre-inca de los Pinagua, cuya

capital era la cercana Chuquimatero. Es posible que haya también habido ocupación

Wari, para finalmente convertirse en una llaqta inca. Según Rostworowski y Espinoza

Soriano es muy probable que los Pinagua hayan sido parte del reino Ayarmaka. Se

conoce de sublevaciones suyas contra el dominio inca durante los reinados del Inca

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Roca y Huiraqocha, habiendo sido sometidos de manera definitiva por Pachakuteq, a

mediados del siglo XV (Espinoza Soriano, 1974).

En este complejo arqueológico se pueden ver grupos diversos de cuartos reales que

según Víctor Anglés fueron construidos por el Inca Wiracocha como una morada y

refugio para su padre Yawar Huakaq que regresó después de la guerra contra los

Chancas. En esta Casa Real se retiró Yawar Huakaq luego que desamparó al Cusco

durante el ataque de los aguerridos Chancas.

Huiracocha, su hijo, se enfrentó a los invasores y los venció entrando triunfante al

Cusco, siendo coronado Inca en lugar de su padre. Según el historiador Víctor Angles

Vargas, interpretando un pasaje de la crónica de Garcilaso de la Vega, fue construido

por el Inca Huiracocha como residencia y refugio para su padre Yawar Huakaq,

derrocado por fugar durante una rebelión de los Chancas. Garcilaso menciona que, de

común acuerdo, para evitar una guerra civil, padre e hijo “… trazaron luego una casa

real, entre el angostura de Muyna y Quespicancha, en un sitio ameno […] con todo el

regalo y delicias que se pudieron imaginar…”. Los estudios posteriores han puesto en

claro que fue el anciano Huiracocha quien fugó ante la llegada de los Chancas, pero no

hacia este lugar sino hacia otro lugar en el Valle Sagrado, siendo el príncipe Inca

Yupanki, luego Pachakuteq, quien venció y salvó al Cusco, condenando a su padre al

ostracismo en K’ajyaqhahuana, actualmente conocido como Juch’uyqosqo, y no en

Tipón o Muyna.

Las referencias a Yahuar Huakaq son controvertidas, aunque siempre lo relacionan con

la zona de Tipón. En su recuento de incas, Víctor Angles menciona a cronistas que le

atribuyen una vida más que centenaria y un reinado cercano al siglo, mientras que

Vásquez de Espinoza y Esquivel y Navia calculan su período en 30 y 21 años

respectivamente. Las nuevas interpretaciones plantean que Yahuar Huakaq habría sido

asesinado, tras pocos años de reinado, por una conspiración de condesuyos, supone

Rostworowski. Pero, de todos modos, también en esta versión queda bien establecida la

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relación de Yahuar Huakaq con el sitio, pues la misma autora señala que, al inicio de su

gobierno, venció una rebelión de los señores de Muyna y Pinahua, es decir de los

anteriores ocupantes de Tipón. De uno u otro modo, parece que Muyna o Tipón llegó a

ser residencia de este monarca.

Según algunos autores, es posible que Tipón sea el lugar de la quinta huaca del cuarto

ceque del Collasuyo llamada Ayavillay por los cronistas Sarmiento de Gamboa y

Bernabé Cobo. Aun cuando uno de los grupos arqueológicos situado al oeste de la

fuente de Tipón lleva este nombre de Ayahuillay, los más recientes estudios no lo

consideran así, pues sitúan todos los ceques del Collasuyo sobre la margen derecha del

Huatanay. Brian S. Bauer, siguiendo un análisis relativamente más preciso, ubica esta

huaca en la actual cuenca de K’ayra, donde existen cerros y lugares con el nombre de

Ayavillay, bastante lejos de Tipón. Este mismo autor, admitiendo que es algo tentativo,

propone dos probables alternativas para la quinta huaca del noveno ceque del Antisuyo,

llamada Ataguanacauri, considerándola como el santuario final del Antisuyo: la cima del

Pachatusan y el cerro Cruzmoqo; esta última es propuesta justamente porque el autor

Bauer afirma que “contiene más de una docena de petroglifos.”

Pocos años después de la invasión española, las tierras de Pinagua, que comprenden

Tipón, son integradas a la Hacienda Quispicanchi, conocida también como “La Glorieta”,

que por nueve generaciones, desde 1650 hasta 1802, sería propiedad de los

mayorazgos de Esquivel, Jarava, Apopaya y Zavala, pertenecientes a los marqueses de

San Lorenzo de Valleumbroso, siendo, en su momento, uno de los más importantes

obrajes del período colonial. La restaurada casa señorial de campo de los Valleumbroso

puede apreciarse en las cercanías del pueblo de Choquepata, si bien no queda claro si

la comunidad de Choquepata existía ya en ese entonces.

El nombre de Tipón aparece por primera vez en el testamento de doña Tomasina de la

Vega, viuda de Griego, una de las primeras poseedoras de la hacienda de Quispicanchi

en el siglo XVI, haciéndose mención de las “tierras de Tipón y Guaypar” y de “unas

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tierras dentro de unos cercos antiguos” (Condori y Santisteban, 1997). Luego aparece

nuevamente en un documento del año 1654, cuando el Juez Visitador Fray Domingo de

Cabrera Lartaún, de la Orden de los Predicadores, dispuso la devolución de las tierras a

los once ayllus que entonces conformaban Quispicanchi (Cumpa, 1999).

De acuerdo a los estudios realizados por Kenneth R. Wright, el sitio arqueológico de

Tipón es un predio amurallado que sirvió como residencia de la nobleza inca, el núcleo

central constituido por 13 terrazas centrales que descienden escalonadamente por una

quebrada. Con vista a estas terrazas centrales hay un conjunto de hermosas

construcciones para los nobles, un depósito de granos de dos pisos y un complejo

militar; mientras a 180 metros hacia el noroeste de las terrazas centrales está la plaza

ceremonial, un largo acueducto y un complejo religioso denominado Intihuatana, de allí a

900 metros hacia el noroete está el área urbana de Pukará que alojaba a los nobles y

sus comitivas, lo mismo que a los administradores. Tipón fue un lugar muy conveniente

para construir la residencia del Inca por tener un clima adecuado, agua todo el tiempo y

una muralla que lo hacía inexpugnable. Los investigadores piensan que Tipón estuvo

ocupado por personal de la nobleza y personal administrativo, pero no personal de

servicio que posiblemente tuvo su residencia en áreas aledañas, de tal manera que las

edificaciones existentes son escasas, y las que pertenecieron a todo el personal de

apoyo o servicio, por la precariedad de su construcción, han desaparecido.

En serio Tipón es una obra maestra de la ingeniería hidráulica del imperio de los inkas,

maestros en la tecnología de irrigación e hidráulica; un asentamiento amurallado

autosuficiente que sirvió de residencia a la nobleza inka, una enclave agrícola que ha

sido parcialmente cultivado e irrigado por más de 450 años (Kenneth R. Wright, 2008).

El área de los canales alineados con perfectos tramos verticales entre una terraza o

anden de basalto y andesita y la siguiente - hay 13 terrazas monumentales de 3,380

msnm hasta los 3,460 msnm., - y puntos de colección del agua que brota del subsuelo,

rodeadas por la muralla defensiva que acaba en forma de U en la parte alta donde hay el

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manantial mayor que encauza y encanala las aguas por el riego a los pagos

residenciales de Sinkunakancha y Patallaqta, es el atractivo mayor pero cierto no el

único de Tipón.

Las terrazas superiores de Tipón y la Cancha Inca

Estas terrazas están rodeadas por andenes laterales que le confieren un microclima muy

agradable, cuya distribución espacial está de acuerdo a la topografía y sistemas de

riego. La mampostería presenta tipos de aparejo poligonal, cuadrangular y rectangular

almohadillado, sin embargo en algunos casos los muros son de mampostería simple. La

distribución espacial en la parte Nor-Oeste, donde se sitúa un pequeño grupo de

terrazas, muestra un diseño en planta que tiene forma escalonada y aparenta la

representación del rayo o Dios Illapa.

Principalmente en el lado Norte de este conjunto de terrazas, conformado por una

arquitectura fina, se ubica una sucesión de fuentes y la captación de agua de manante

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por un canal matriz con orientación hacia las áreas agrícolas. Y al Noreste de la terraza

doce hay la Cancha Inca, un grupo de edificaciones cerca de la fuente monumental,

caracterizado por la presencia de recintos que forman una "U" con un patio central, una

pequeña residencia de la corte Inca con nichos y ventanas, algunas ligeramente

trapezoidales.

La Iglesia Raqui se halla en la parte central del sector andenes, al este de la sexta

terraza por la precisión. Se caracteriza por la presencia de un recinto rectangular de

grandes dimensiones que, por su ubicación en la parte alta y sus características

arquitectónicas con vanos de puertas, ventanas y huecos de nichos para facilitar la

circulación del aire, corresponde a una qolqa o qullqa, el centro de almacenamiento; y

hacia la parte Norte de éste se tiene la presencia de recintos de planta rectangular de

menores dimensiones.

La Iglesia Raqui, instalación de almacenamiento para los productos agrícolas

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A lo largo de la muralla defensiva del complejo arqueológico de Tipón cerca de la

Comunidad de Choquepata, al otro lado y más o menos a la altura del área residencial

de la élite Inca construida al tiempo del soberano Pachacuti o de su hijo Topa Inca

Yupanqui, hay la así llamada Sinkuna Cancha. Se piensa que esta construcción ovoide a

manera de torreón que se ubica al sur de los andenes, desde donde se puede apreciar

toda la quebrada con una vista, fuera una otra área residencial con anexo una pequeña

guarnición a presidiar este lado del valle, ya que se halla propio al costado de la primera

terraza monumental. Estas habitaciones arriba de una loma montañosa, si bien de

menor importancia que los recintos reales, son habitaciones de piedra con adobe de

arcilla y arena, quizás por sacerdotes y jefes de la guarnición o guardia de honor del

soberano inca que presidiaba la muralla construida con la finalidad de proteger el

conjunto de los combates que libraban los incas.

La Sinkuna Cancha, donde residía la guardia imperial

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La estructura de la Sinkuna Cancha medirá unos 100 metros de largo y su sección semi-

circular permitía la adoración al sol y controlar prácticamente todas las terrazas. Tiene

una vista fantástica no sólo sobre las andenes, sino también una asomada nítida a la

mansión real al Noreste si cruzamos las andenes en diagonal. Cercos y tapias en la

parte central parecen separar esta estructura ovoide reforzada con robusta pirca de

contención, una particularidad de la Sinkuna Cancha, que difiere decididamente de la

más señorial Cancha Inka, es que los cuartos agrupados detrás del terraplén están

dispuestos de una manera u otra, casi esparcidos al otro lado de la explanada donde la

guardia de honor imperial vigilaba el valle con la mansión del soberano Inca,

posiblemente se ejercitaban y vivían ahí, lo que requeriría más excavaciones con un

levantamiento geológico-topográfico para aclarar su verdadera función, si bien es

plausible fuera sede de un cuerpo de guardia imperial.

Esta una estructura alargada semicircular conformada por un grupo de recintos, cuya

característica principal es su integración a la naturaleza, así que se han creado terrazas

que siguen la topografía del terreno, en unos casos cortándolo y en otros en base a

rellenos confinados por muros de contención. La disposición de los ambientes de la

Sinkuna Cancha no sigue la clásica estructura de las canchas, donde se agrupan tres o

mas volúmenes en torno a un patio central, sino es una disposición libre, en el que los

cuartos se ubican sin conservar un alineamiento o patrón determinado.

Tipón cubre una área de casi 600 acres entre dos despeñaderos o precipicios con

arroyos que convergen a los pies del complejo declarado en 1984 Parque Arqueológico

Nacional del Perú. Está delimitado por el río Huatanay que corre y riega la base de este

laboratorio de tierra fértil, con diferentes micro-climas repartidos en las diferentes

terrazas. Subiendo a la parte alta de Tipón hay también el Intiwatana o altar del sol, un

lugar sagrado siendo forma de ver los cambios estacionales y poder prever las

estaciones de lluvia, períodos de sequía, catástrofes climáticas, etc. Excelente obra de

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los ingenieros conocedores de la astronomía andina, este adoratorio se puede alcanzar

a través de una escalinada cuyos peldaños parecen labrados en la piedra del vertiente.

Este sector no sólo es una estructura sagrada, sino que es parte de un gran complejo de

cultivo, en cuyo entorno están ubicados conjuntos de andenes de factura inka, muchos

de los cuales actualmente vienen siendo utilizados con fines agrícolas. Una arquitectura

de mampostería fina, acotada por un muro rectangular ligeramente almohadillado, con

17 hornacinas o nichos, que seguramente fue muy importante en la época inka, tal vez

fue lugar donde albergaba a los mallquis o momias de los inkas importantes caídos en

diferentes circunstancias. Si consideramos que en aquellos años se realizaban

ceremonias y ofrendas, el Intihuatana corresponde a un lugar netamente consagrado a

rituales de culto al agua, por la existencia de dos fuentes, a su vez asociadas a

pequeños patios para los ritos ceremoniales correspondientes.

El Intihuatana, o “lugar donde se amarra el Sol”

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El sector de Intiwatana, que cuenta con una Plaza Ceremonial al comienzo del

acueducto, se sitúa sobre el promontorio rocoso del mismo nombre, aprox. entre los

3,515 y los 3,530 msnm., en el específico en un pequeño basamento natural que mira a

la escarpadura. Aquí hay una estructura semi-piramidal que se levanta sobre terrazas

escuadradas al término de la estrecha y empinada escalinada que subiendo de las 13

andenes se ensancha. Las gradas finales están flanqueadas por la mampostería, arriba

de la cual hay un patio con nichos dotado de jambas. Partidos del Intihuatana por la

acequia y las gradas del camino que pronto empieza a subir, hay dos espacios

rectangulares con vano de acceso frente a la estructura piramidal del observatorio

astronómico. Cabe destacar la óptima estructura arquitectónica de la pirca y de los

muros. Los arqueólogos descubrieron que aquí el canal principal pasa bajo tierra como

si fuera incorporado en los cimientos del edificio ceremonial, para luego brotar de nuevo

irrigando las terrazas Inca, por lo tanto esta agua se utilizada tanto para rituales

sagrados como para implementar la producción agrícola.

Ubicado entre los valles paralelos del Centro Arqueológico de Tipón y aquello de Pukará

Alto, el canal de irrigación que data de la época inca sigue la ladera que sube con

repetidas ondulaciones, un pendiente inicialmente suave se vuelve siempre más

empinado a medida que nos acercamos a donde vino encauzada el agua del río Pukará,

aprox. a una altura de casi 3,800 msnm. en la cima del complejo arqueológico, y la

encanala hacia allanamientos y explanadas, andenes y pagos más abajo. Hay puntos de

desviaciones al exterior de la poderosa muralla, que los canales atraviesan en lugares

donde la topografía abrupta del vertiente no pone en peligro la resistencia de la tapia.

El acueducto es una gran estructura que serpea bajando del lado Norte. Se diseñó sobre

el afloramiento de un promontorio rocoso para la proyección del canal, hasta lograr el

nivel que permite fluir el agua entre los sectores de Charqochapampa y precisamente el

Intiwatana. Este canal principal restaurado y abierto a los visitantes serpentea siguiendo

el perfil del cerro. Fue estudiado por los ingenieros inca para superar las inclinaciones

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del declive sin desparramar una gota de agua gracias a un cauce de contención

perfectamente adaptado y encauzado en la roca, inclusive en los tramos donde el radio

de curvatura del pendiente se hace más abrupto. Este canal irriga andenes y campos un

poco más arriba del Intiwatana hasta el Centro ceremonial y las enormes terrazas de

Tipón más abajo. Esta reguera cruza el Intiwatana a través de una acueducto que vuelve

a ser un túnel, para luego desviar al norte de las terrazas monumentales y alcanzar

también el pueblo de Patallaqta. Ya próximo al reloj solar, el canal abastece el acueducto

construido en el afloramiento rocoso, para luego fluir del pequeño promontorio y permitir

al agua de llegar al Intiwatana.

Una sección del Intihuatana, residencia de los Sacerdotes

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El antiguo acueducto, un hito arquitectónico de Tipón

Al este de la parte baja del acueducto, pocos metros al norte del Intiwatana en línea

recta, se ubica la Plaza Ceremonial. Tiene una forma planimétricas como “U” y la parte

abierta se orienta hacia el Sur, mientras en la parte norte presenta grandes nichos de

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forma trapezoidal, cuya mampostería es concertada, cuadrangular y rectangular

almohadillado, con acabado fino. Este espacio ceremonial está asociado a dos canales

de distribución de aguas que vienen del acueducto, el canal de la parte Noreste vertía

sus aguas a la parte interna de un pequeño recinto, posiblemente sea una fuente

ceremonial o paqcha.

Echándole una primera ojeada, parece la piscina olímpica del soberano y de la nobleza

inca hecha con piedras perfectamente labradas y encajadas, como si sentados sobre

sus lujosas cátedras imperiales pudieran hacer abluciones refrescantes con el agua del

río Pukará que fluía desde la montaña a lo largo de los canales y acueductos aún hoy

prácticamente intactos y utilizados por las familias campesinas. Una mirada más atenta

te hace ver que es más razonable la suposición hecha por los arqueólogos y

antropólogos. Esta amplia plaza ceremonial de Tipón tiene su abertura hacia el sur,

hecha con rocas de andesitas talladas y con una estupefaciente juntura, sobre todo

donde hay los grandes nichos con asientos en las paredes excavadas en un rectángulo

allanado a lado de la pendiente escalonada. En esta óptica es realmente una plaza

alimentada con el agua de los canales procedentes de los acueductos si consideramos

que aquello que se encuentra al noreste vierte sus aguas largo una canaladura al interior

de un pequeño cerco, posiblemente la fuente ceremonial detrás del centro sagrado que

subiendo la ladera precede al Intihuatana.

Propio aquí hay el Centro Ceremonial donde sacerdotes-astrónomos profundos

conocedores de la cosmología/cosmogonía andina hicieron erigir el Intiwatana, una “palo

de piedra donde el sol se ata o amarra”, un observatorio astronómico-meteorológico-

orbital donde se observaban solsticios y equinoccios indispensables para el control de

los cultivos. Este asombroso lugar de observación abstronómica, además de ser el reloj

solar apto a hacer mediciones de cambios estacionales durante el año, fue un lugar de

ceremonia y culto hacia el dios Sol. Los arqueólogos comparten la convicción que los

antiguos habitantes lo consideraban el lugar que irradia energía y en efecto está ubicado

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en un punto estratégico, en donde su sombra se alarga más allá que la de la misma roca

cúbico-piramidal. Así que gracias a la proyección de su sombra se determinaban las

horas de luz que quedan durante el día, asimismo se marcaban las estaciones de

siembra y cosecha el relación al movimiento del sol durante las diferentes estaciones del

año.

La Plaza Ceremonial con los escaños reservados a los nobles de alto rango

Otro interesante sector del sitio arqueológico de Tipón, es Pukará Alto, acerca del cual

en el año 1995 el arqueólogo Carlos Delgado manifiesta que “tuvo una ocupación

continuada desde el Período Intermedio Tardío ─ por las evidencias de cerámica Killke y

Lucre ─ continuando en el período Inca hasta del colonial tardío. La ocupación en el

Período Intermedio Tardío se debió dar principalmente en las partes altas, como Cruz

moq’o y Pukará, asociados a los sitios arqueológicos del cerro Pachatusan...” (Delgado,

1995).

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Una habitación de la morada imperial con la Cancha Inca

En la última decada abundante se han ejecutado trabajos de consolidación,

recomposición y restitución de andenes y canales; asimismo la rehabilitación del camino

entre el Sector de Pucara e el Intiwatana, registrándose un 95% de cerámica inka

decorada, lo que indica una ocupación inca en la zona, relacionado con el uso

ceremonial. En este sentido, es importante mencionar que en 1999, por encargo de la

Dirección de Investigación y Catastro, la arqueóloga Maritza Rosa Candía realiza

trabajos de investigación arqueológica en la zona de las Fuentes, encontrando un ídolo

en metal cerca de la fuente ceremonial, descubrimiento que posibilita confirmar el

carácter ceremonial de las fuentes.

Las excavaciones arqueológicas y la restauración de los andenes de Tipón fueron

iniciadas en 1970 con fondos de la CRYF (Corporación de Reconstrucción y Fomento

del Cusco), bajo la dirección de Rodolfo Caller, continuadas el mismo año por el

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Patronato Departamental de Arqueología del Cuzco. A partir del 1975 los trabajos fueron

realizados por el Instituto Nacional de Cultura del Cusco, bajo la responsabilidad de

diferentes arqueólogos y hoy Tipón forma parte del circuito turístico de Cusco.

El complejo fue dividido por los arqueólogos en sectores agrícolas y urbanos (Pukará,

Rayanhuayqo, Pukutuyopampa, Qoyayoqpampa, Pinchamoqo, Condorqaqa,

Charqochapampa, Qoyayoqhuayqo, Hornopata y Patallaqta, Ajahuasi, Sinkuna kancha),

centros ceremoniales (Cruzmoqo o Qosqoqhahuarina, Intihuatana, Fuentes), sector de

qolqas o depósitos (Iglesia raqui) y cementerios (Pitipujio, quebrada Municipalhuayqo,

Paroqmayo y Ñustahuarkuna). La gran muralla de defensa que rodea el complejo tiene

un largo aproximado de 5 km., con un promedio de 2 metros de ancho y de 5 a 10 m. de

altura.

Los informes de los trabajos de prospección concluyen en que el sitio fue ocupado

continuamente desde el Formativo, por la cultura Marcavalle, alrededor de 1000 a.C.,

pasando por los Chanapata, Qotakalli, Huari y Killke / Lucre, hasta la época inca.

Los vestigios materiales señalan que Tipón fue durante la época inca un importante

centro ceremonial, administrativo y religioso. Según Víctor Angles (1988), Tipón, con su

cerro Cruzmoqo, “[…] debió ser el más importante punto para las señales, estación de

comunicaciones y observación y hasta sitio de solaz de los gobernantes dada su

formidable ubicación, asociado a un camino que conduce hasta el otro valle, el de

Vilcanota.”

Mucho antes que los trabajos de excavación realizados en los últimos cuarenta años, y

probablemente durante siglos, Tipón recibió la visita de huaqueros que vaciaron las

tumbas de los cementerios precolombinos y excavaron pozos en busca de tesoros. No

debe descartarse la posibilidad de que entre estos profanadores haya estado el segundo

Marqués de Valleumbroso, Don Diego de Esquivel Jarava y Navia, apodado “el mozo”,

quien, ansioso por saldar deudas heredadas, “durante un tiempo se involucró en

esperanzadores proyectos de explotación de minas y búsqueda de tesoros que

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resultaron ser un absoluto fracaso” (Escandell-Tur, 1997). No debemos olvidar que

Tipón, y todo el macizo del Pachatusan, ofrecían buenas perspectivas para ambas

actividades: sus yacimientos de plata, cuyas bocaminas son aún visibles en varios

puntos, fueron explotados durante largo tiempo, y los numerosos restos arqueológicos

podían prometer muchos tesoros.

Los pozos de excavación clandestina al costado de varias rocas grabadas en la cumbre

del cerro Cruzmoqo fueron ya observados por Christian Bües en 1929. Corresponden a

la creencia, bastante difundida en el ámbito andino, de que tanto los petroglifos como las

pinturas rupestres son indicadores de tumbas y tesoros escondidos debajo de las rocas.

Ya en 1912 Alberto Giesecke denunciaba la existencia de excavaciones clandestinas

aún frescas en la parte sur del complejo. Al parecer, Cruzmoqo sigue recibiendo la visita

de saqueadores, pues hay evidencias de recientes huaqueos en los peñascos de la

cumbre; es probable que los últimos incendios hayan sido obra de estos buscadores de

tesoros, para despejar el área de la densa vegetación arbustiva y espinosa que la cubre

y que, obviamente, dificulta su 'trabajo'.

Sobre la historia y función de Tipón, el Dr. Alfredo Valencia Z. indica lo siguiente: “Tipón

pertenece al Imperio Inkaico y es probable que fue construido en los tiempos de

Pachacuti, o de su hijo Amaru Inka Yupanqui. Es posible que el tipo de propiedad sea

una forma feudal incipiente o sea patrimonio de la realeza inkaica. Además aquí se

realizaban actividades económicas y ceremoniales... Cruzmoqo, Intiwatana, la Plaza

ceremonial y la Fuente parcialmente son lugares ceremoniales... Las terrazas centrales

de Tipón, hipotéticamente fueron utilizadas con propósitos de estudios agrícolas debido

a su construcción especial” (Valencia: 2000). Por las evidencias de cerámica Killke y

Lucre, el arqueólogo Carlos Delgado afirma que Tipón tuvo una ocupación continuada

desde el Período Intermedio Tardío. Este asentamiento interesó principalmente las

partes altas, como Cruzmoqo y Pukará, asociados a los sitios arqueológicos del cerro

Pachatusan.

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Los hallazgos en el lugar develan que Tipón ha sido un importante asentamiento político-

administrativo y centro ceremonial-religioso durante el imperio Inca. Antes, alrededor del

cerro Cruzmoqo, - una estación estratégica arriba del complejo arqueológico de Tipón a

lo largo del camino Vilcanota/Urubamba en el Valle Sagrado, - vivían las tribus pre-Inca

de los Pinaguas cuya insurrección contra el imperio en gestación aconteció durante los

reinos del Inca Roca y Viracocha Inca, para luego ser derrotados para siempre por

Pachacuti a la mitad del siglo XV. Sabemos que el reconocido historiador peruano Dr.

Luis Antonio Pardo, opina que el actual nombre de Tipón - originariamente el conjunto se

llamaba Muyna o Moyna - puede derivar de la palabra quechua Tímpuj, que significa

“lugar de ebullición, estar hirviendo” y que hace alusión al hecho de brotar las aguas de

las fuentes como si el líquido estuviera hirviendo. Otros investigadores aseveran que

pudo hacer referencia a un gran número de pobladores o a un lugar donde se

concentraron muchas actividades a la época de los Incas, entre las cuales merece la

pena citar algunas andenes de los así llamados recintos reales, construidas con bloques

de piedra megalíticos en los cuales se han labrados fuentes de agua y canaletas.

El cronista mestizo, Garcilaso de la Vega, relata que “trazaron luego una casa real, entre

el angostura de Muyna y Quepicancha, en un sitio ameno, con todo el regalo y delicias

que se pudieron imaginar de huertas y jardines y otros entretenimientos reales de caza y

pesquería; que al levante de la casa pasa cerca de ella el río Yucay y muchos arroyos

que entran en él”. Algunos investigadores asumieron que el lugar identificado por

Garcilaso corresponde a Tipón. El río Watanay pasa cerca de Tipón y de él se

desprenden dos riachuelos que rodean todo el complejo, estos podrían ser los

riachuelos de los que habla el cronista inca. Otra similitud con este complejo, son los

andenes que corresponderían a los trece terraplenes existentes actualmente en el lugar.

Las sólidas murallas exteriores de Tipón que ciñen el complejo lo vuelven una especie

de fortaleza ya que los investigadores han comprobado que las murallas son largas

kilómetros y en unos puntos rozan los 10 metros de altura. Su construcción denota una

influencia Wari, ya que la mampostería es simple y no muestra un alineamiento

20
esmerado. En unos puntos estratégicos la pared tiene peldaños, y su angulosidad y

convergencia de líneas sigue la topografía de la loma.

Las terrazas con la muralla que rodea el lado norte de Tipón

Se supone que Tipón, un modelo de ingeniería hidráulica en perfecto funcionamiento,

pudo ser un centro de experimentación agraria debido a lo elaborado de sus andenes y

sistema de regadío con canales subterráneos que encauzan el agua que proviene de la

cima del Pachatusan, montaña del lugar que fue la sede del adoratorio mayor donde se

rendía culto al agua.

Ahora retrocedamos en el tiempo para mejor entender la función de este complejo

arqueológico, y luego del sector Pukará Alto. Con el Estado del Tahuantinsuyo, la

nobleza quechua sistematizó una cultura oficial para justificar su control y consolidar su

dominación, encanalando la cosmovisión andina y sus elementos ideológicos. Los incas

constituían el vértice gobernante de un Estado imperial, respaldado por su nobleza

21
central y que, gracias a la política de integración, dominación iniciada por Pachacuti Inca

Yupanqui, lograron consolidar sobre un inmenso territorio y creciente población.

Tomando en cuenta los patrones de asentamiento y aquellos ecológicos que tenían el

doble propósito de agrandar y vigilar el Tahuantinsuyo, la élite inca adoptó estrategias

que cambiaron con el tiempo según los diferentes hábitats y poblaciones que debían

someterse a su dominio. Si el Valle Sagrado era el “corazón del Imperio” (Bauer 2008;

Covey 2006), los gobernantes incas trataron de sujetar los distintos paisajes de las

provincias con sus habitantes bajo su control dinástico. Asimismo, los rituales que

circulaban dentro y fuera de la capital, impuestos por los nobles de elevado linaje

dinástico, definieron el corazón imperial y su posición dominante sobre miles de aldeas

provinciales.

El poblador andino tenía una concepción del mundo, del orden y la naturaleza de las

cosas con la cual explicaba el origen a través del tiempo y el espacio que constituyeron

una unidad expresada en el vocablo pacha: Kaypacha significa tanto “esta tierra” o “este

tiempo”, ya que Kaypi quiere decir “aquí”. A partir de dicho punto de observación se

dividía el tiempo en Kipa (futuro) y Ñaupa (pasado); el espacio se partía en Hananpacha

(cielo), Kaypacha (mundo de aquí) y Ucupacha (subsuelo); mientras el mundo actual se

dividía en Hanan y Urín (alto y bajo). Concibieron también la existencia de Ceques o

líneas imaginarias que partían de los sukancos o torres en el Cusco y que servían

también para dividir en sectores a las tierras según la concepción imperial: sector

Collana de los conquistadores, sector Payan de los vencidos y sector Cayao de los

servidores.

Según la cosmovisión andina, cíclica y milenarista, el hilo conductor del desarrollo fueron

grandes períodos iniciados por un cataclismo. Estos eran llamados Pachakuti y la labor

del Inca Pachakuti marcó el inicio del cuarto período que terminó en caos, con la

invasión española, en este punto comienza una larga espera del quinto Pachakuti o

cataclismo transformador. La concepción dualista sirvió a la nobleza central, tanto para

justificar su dominio sobre la población, como para mantener el equilibrio de poder al

22
interior de la misma nobleza, en base a los criterios de Hanan y Urín. Entre los

cusqueños, lo masculino o Cari estuvo asociado al sol o Inti, a la parte de arriba o

Hanan, al día y al verano o Punchau. Lo femenino o Warmi estuvo relacionado con la

tierra o Pacha, la parte baja o Hurin, la luna o Quilla, la noche o Tuto, el invierno o

Chirao.

Todo esto ha sido comprobado también por el análisis de los bellos himnos que nos

transmitió el cronista indio Santa Cruz Pachacuti. El progreso de las ideas abstractas los

llevó a la conclusión de que existían fuerzas invisibles que gobernaban los movimientos

cósmicos, En la ideología se estaba reflejando lo que acontecía en los pueblos durante

la esclavitud del imperio inca, los que eran transladados (mitimaes) de acuerdo con el

ordenamiento que estableció el Inca. El sol fue comparado con un animal que tenía que

obedecer las ordenes de su amo. El mitimae tenía que obedecer lo que ordenaba el

Estado. El inca mandaba sin ser visto por sus millones de súbditos; lo invisible ordenaba

lo concreto, la realidad; si en la sociedad existía un poder para organizar las funciones

de sus numerosos miembros, en el mundo existía una fuerza soberana invisible (Emilio

Choy, 1987).

El desarrollo expansivo del clasismo en la nobleza cusqueña permitió la

homogeneización cultural del Horizonte Tardío, así como la concentración del excedente

productivo y el control de tierras y fuerzas laborales sobre un territorio que cubría una

porción inmensa de la comarca andina, de Colombia a Chile, lo cual hizo posible que se

convertiera en una potencia agrícola de primer orden, hasta que no fue invadida

violentemente por los españoles en la primera mitad del siglo XVI. Con esto quiero decir

que el estudio de la cultura andina incluye el conocimiento de la forma de organización

social y de las estrategias de diferentes grupos étnicos, el estudio de su manejo

agropecuario, de las técnicas de construcción, del conocimiento de la hidráulica, de su

interrelación con la naturaleza, etc.

23
La religión sirvió, desde sus orígenes en los Andes, como un instrumento de dominación

ideológica de las clases dominantes. Una divinidad importante de los Incas era

Apucontiqui Huiracocha, el Dios astrónomo ordenador del mundo. Aparecía como un

civilizador y no como un creador, era el señor que ponía el orden (Cosmos) sobre el

desorden (Caos). Del mismo modo, el Sapa Inca y su nobleza se consideraban como los

ordenadores del Caos andino, representado, este último, por la regionalización, las

guerras interétnicas constantes, el conflicto entre las confederaciones andinas, la rapiña

contra los pueblos costeños o el desarrollo comercial de los Chinchas, etc. A partir de su

religión mantenían una concepción cíclica de los acontecimientos, en correspondencia

con su cosmovisión. Se profetizaba que tras el orden que los incas implantaron con su

divinidad vendrá un período de caos, y que luego retornará el Apucontiqui Huiracocha

para reimplantar el orden.

Sabemos que a mediados del siglo XV, en el valle formado por los ríos Vilcanota,

Tulumayo y Huatanay se impuso una estructura estatal cuyo núcleo central de poder era

la actual ciudad del Cusco. Bajo el control de una poderosa nobleza encabezada por

Pachakuti Inca Yupanqui, se organizó una política expansionista que logró sujetar y

controlar la fuerza de trabajo de las naciones o etnias conquistadas. Así sometieron a

sus curacas - jefes de etnias huancas, chancas, collas, chachapoyas, etc. - al poder

cusqueño hasta crear el Imperio Inca. Los Incas supieron organizar una poderosa

maquinaria militar y estatal que fue creciendo a partir de un pequeño curacazgo en el

valle de Acamama en la región cuzqueña, hasta convertirse en el Estado Imperial o

Tahuantinsuyo, el cual se extendía desde el antiguo territorio de los pastos en Colombia,

hasta el río Maule en Chile, abarcando gran parte de la Bolivia y parte del territorio de la

actual Argentina.

Este territorio extenso que conformaba el Tahuantinsuyo estaba dividido en cuatro suyos

o regiones (Chinchaysuyo, Collasuyo, Antisuyo, Contisuyo), subdividos en wamanis o

provincias, los cuales estaban constituidos por los sayas o sectores que comprendían

24
las parcialidades que se agrupaban en los ayllus regionales. A este imperio fueron

incorporadas numerosas poblaciones andinas con diversas lenguas, divinidades y

tradiciones; a las cuales lograron imponerse mediante la fuerza militar, la lengua oficial,

el culto organizado a través de un sistema articulado de separaciones rituales y la

subordinación al inca gobernante o Sapa Inca, integrante de una panaca que

representaba la nobleza de sangre y la aristocracia teocrático-militar del ayllu inca

dominante. Dicha panaca – en la cual se congregaban, junto al Inca, la Coya o esposa

principal, sus hijos pihuichurin, es decir los más capaces y competentes, y sus princesas

o ñustas – podía aprovechar los bienes del soberano aun después de su muerte, a

cambio de conservar viva su memoria y cuidar, en reciprocidad, la momia del inca para

su anual presentación en el Inti Raymi o fiesta del Sol. La nobleza de sangre cusqueña

estaba integrada por las panacas de otros ancestros y gobernantes cuyos orígenes se

remontaban a la pacarina, el origen común de los quechuas, a la cual pertenecían los

funcionarios principales del Tahuantinsuyo, previa ceremonia de iniciación o

huarachikuy, en la cual los jóvenes de la nobleza demostraban su preparación física e

ideológica para ser parte de la clase dirigente.

El Sapa Inca era considerado el Supremo Señor del mundo andino, máxima autoridad

política, hijo del Inti e intermediario entre él y los hombres, lo que lo convertía en un

personaje divino que heredaba el poder despótico a su hijo más capaz, llamado Auqui.

El Tahuantinsuyo Camachic o Consejo Imperial del Cusco era el órgano de asesoría

política del Sapa Inca, formado por los Apocunas o jefes representantes de los cuatro

suyos; doce Consejeros de los grupos Hanan y Urín: cuatro para los grandes suyos

(Collasuyo y Chinchaysuyo) y dos para los pequeños (Contisuyo y Antisuyo). También

podían ser convocados como asesores los Apuquispay o jefes militares y los

Quipucamayoq, encargados de llevar la contabilidad.

Los Apunchik fueron autoridad político, militar, judicial designados por el Sapa Inca para

administrar una provincia o wamani. Controlaban la producción y el régimen tributario en

25
defensa de los intereses estatales, persiguiendo los delitos mayores y organizando los

empadronamientos de personas y tierras.

Los Tucuy Ricoq eran inspectores de la nobleza cusqueña en los huamanis y ayllus,

encargados de controlar las fuerzas productivas y a las autoridades locales. Era una

autoridad de confianza del Sapa Inca cuya jerarquía autónoma y plenipotenciaria lo

facultaba para aplicar sanciones penales e incluso, para mandar concubinados y

matrimonios.

Un detalle de la Sinkuna Cancha, zona residencial y centro de entrenamiento

El emperador cusqueño no pretendió destruir las creencias étnicas locales, sus huacas o

santuarios regionales, ni reemplazar a sus apus y wamanis, los cerros protectores, sino

los gobernantes de la nobleza cusqueña impusieron un tributo y tareas periódicas a los

pueblos conquistados para mantener a la burocracia estatal y a las panacas o ayllus

incas.

26
El papel principal del Consejo reinante era nombrar el Aunqui o sucesor del Sapa Inca,

como el de designar a un correinante antes de asumir sus tareas de futuro Jefe de

Estado.

A un nivel ligeramente más bajo estaba la nobleza de privilegio o de recompensa, que

consolidaba el dominio inca desempeñando roles militares o administrativos; mientras a

la nobleza provincial o periférica, es decir a los señores o grandes curacas de las

naciones sometidas, el Estado asignaba la tarea de facilitar la explotación de las mismas

en el cumplimiento de la mita, un sistema masificado de producción esclavista, so pena

de perder privilegios y su cargo de curaca o hatuncuraca, el gran Señor que capitaneaba

la clase intermedia entre el Estado inca y sus ayllus.

El inspector estatal de los wamanis o provincias, en coordinación con los curacas,

asignaba los topos o chacras de extensión variable a las familias campesinas según el

número de sus miembros, mientras las tierras comunales eran trabajadas por

temporadas, colectivamente por el ayllu. Los curacas eran los jefes del ayllu.

Subordinados al Estado servían de intermediarios para asegurar la producción y la

disposición de la mano de obra de los hatunrunas, el gran hombre empleado en la mita,

que consistía en la entrega forzosa de mano de obra de los ayllus. Los collanas eran los

asistentes del curaca en las faenas agrícolas. Los sinchis eran guerreros jóvenes que

asumían la administración de su comunidad en momentos de guerra. Los pureq o puriq

eran los jefes de cada familia, de la cual aseguraban el trabajo comunal.

Los pobladores andinos disfrutaban solamente de los bienes económicos estrictamente

necesario, si bien el Tahuantinsuyo les proporcionaba los recursos de subsistencia en

los casos de urgencia, lo hacía para evitar la merma de la producción y las

contradicciones sociales. Las tierras propriedad directa del Estado eran escogidas por su

alta productividad y satisfacían el consumo de todo el aparato estatal, desde la nobleza

imperial hasta los funcionarios de menor jerarquía y los ejércitos. No faltaba una porción

di tierras por el personal de culto solar a cargo del sacerdocio estatal, que beneficiaban

27
mediante la minca, el trabajo comunal y solidario en favor del propio ayllu, o de ayuda a

otro ayllu que lo solicitase. La minca fue principalmente un laboreo gratuito en las tierras

del Inca y del Sol, en un contesto festivo que benefició personas importantes de la

autoridad gubernativa o de la colectivad.

Para mejor entender la función de la kallanka, de la que hablaremos más detalladamente

en la segunda parte de este escrito, es importante conocer las formas de trabajo

difundidas en el Estado inca. El ayni era un sistema de trabajo colectivo y de ayuda

mutua para labores agrícolas, de pastoreo o construcción de viviendas, en beneficio de

la comunidad del proprio ayllu. Una forma de reciprocidad que aún subsiste en las

comunidades andinas del Cusco, si bien en aquel tiempo era también un sistema de

explotación del trabajo impuesto por el Estado.

Los hatunrunas entre los 18 y 50 años, a las órdenes de los curacas, cumplían la mita

como tributo colectivo para fortalecer y engrandecer al Estado inca, cultivando a las

tierras estatales, construyendo obras públicas (caminos, puentes colgantes, tambos,

chucllas o posadas para los chasquis, templos, fortalezas, etc.), produciendo bienes

para la nobleza (orfebreríá, cerámica, chicha, tejidos, vestidos, etc.), haciendo otras

faenas como actividades mineras y servicios militares. La explotación en el Incanato

incluya la chunca, un sistema de defensa civil en caso de emergencias debidas a

huaycos, desbordes, terremotos, etc. En ocasión de estas calamidades las mujeres

organizaban brigadas para los trabajos más urgentes en las obras estatales afectadas.

El hombre tahuantinsuyano disfrutó de la extraordinaria diversidad biológica del

geosistema andino, y el sector agropecuario que comprendía la agricultura, la ganadería,

conservación y almacenaje de alimentos, domesticación de plantas y animales, fue la

actividad principal en el Tahuantinsuyo. Hoy sabemos que empleaban el guano de las

aves marinas y el estiércol de camélidos para aumentar la productividad de la tierra.

Edificaron centros de experimentación agrobiológicos como Moray, en cuya terrazas

28
circulares sembraron centenares de productos alimenticios según la temperatura debida

a la profundidad de las diferentes andenes.

Las provisiones concentradas por el Estado a través de la mita servían para

redistribuirlas y así reforzar la dominación de la nobleza central del Tahuantinsuyo que a

través de sus curacas administraba los ayllus sumidos al interior de un sistema de gran

diferenciación económica y política, social y cultural. Ingentes recursos fueron

amontonados como reservas estratégicas y militares, tanto para ser distribuidos entre las

panacas reales y la élite dominante de cada suyo, provincia, ayllu, etc., como para

devolverlas al pueblo productor en caso de calamidades.

El poblador andino domesticó camélidos como la llama y la alpaca para disponer de su

lana, de su capacidad de carga, de su estiércol y de su carne que deshidrataban para

tener carne seca o charqui; para utilizar su lana en las hilanderías y centro textiles; y

para proveerse de materia prima como cuero, pieles, plumas, huesos, etc. El

Tahuantinsuyo desarrolló también una compleja red de almacenes para los excedentes,

con sistemas de pisos escalonados y canales de ventilación y drenaje para el

almacenaje de los alimentos deshidratados, disminuyendo así su peso y volumen para

facilitar su transporte a grandes distancias. Los tahuantinsuyanos construyeron

depósitos o collcas para almacenar la producción de los ayllus en previsión de

catástrofes y condiciones climáticas adversas. También hicieron tambos o posadas

ubicados a un día de distancia del anterior con el objeto de guardar las reservas de la

producción destinadas por el Estado, para los funcionarios y el ejército incaico.

En el Estado del Tahuantinsuyo, los almacenes repletos de excedente económico y el

sistema hydráulico eran de vital importancia porque garantizaban el manejo del agua

para desarrollar la agricultura, por eso el control estadista sobre los medios de

producción permitió la expansión imperialista de la élite inca. Lógicamente tales trabajos

no estaban a cargo de la nobleza ni del sacerdocio, sino de los integrantes de los ayllus,

29
principalmente los hatunrunas, campesinos y artesanos dedicados a las labores

agropecuarias y artesanales.

La monumental fuente ceremonial de Tipón

La unidad era el padre de familia, llamado pureq. Los purej eran los jefes de cada familia

campesina, pues los cronistas refieren que los solteros jamás podían desempeñar

funciones administrativas o políticas. A partir del pureq se elegía, parece

democráticamente en los primeros grados, el jefe de cinco familias, Pisca Camayoc; al

de diez, Chunca Camayoc; al de cincuenta, Pisca Chunca Camayoq; al de cien,

Pachaca Camayoc; al de quinientos, Pisca Pachaca Camayoc; al de mil, Huaranka

Camayoc; al de cinco mil, Pisca Huaranka Camayoc; y por fin al de diez mil y más

familias, Hunu Camayoc. Por sobre este funcionario sólo estaban el Tucuyrico o Tocricoc

(“él que todo lo ve”) y el jefe del suyo respectivo o Apucuna, y encina de éstos

30
únicamente ejercía el poder el inca omnipotente, omnisapiente y omnipresente.”

(Gustavo Valcársel, 1988).

Los yanaconas eran los esclavos particulares que pertenecían a los señores y no tenían

derecho a nada. Fueron numerosos los factores que conducían a los indígenas a la

condición de yanaconas: prisioneros de guerra, reos por delitos individuales y comunes,

entrega tributaria de fuerza de trabajo o por nacimiento, principalmente. El grupo del

yanacona dependía directamente de la nobleza, cuyos integrantes usufructuaron sus

servicios en forma individual y colectiva en las diferentes ramas de la producción. En la

vida cortesana de la élite, los yanaconas tenían la función de acompañar a los nobles en

todas sus expediciones, sea en tiempo de paz o de guerra. En el primer caso

participaban como escolta, limpiando los caminos y preparando alojamiento para sus

señores; en el segundo, se encargaban del abastecimiento de las tropas. (José A. Flores

Marín, 1961).

Los yanayacos o yanapacos, en cambio, eran aquellos siervos asignados al propio Sapa

Inca y al Estado. Adscritos a la clase dominante, ya no tributaban al Estado con la mita y,

en algunos casos, formaban ayllus de yanayacos y ocupaban puestos burocráticos.

Los mitmakuna o mitimaes constituyeron grupos de familia esclavas llevadas a otras

regiones con el objetivo de aumentar la producción estatal en las comarcas recién

conquistadas. Otras veces estas unidades de hatunrunas móviles del Tahuantinsuyo se

desplazaban para asegurar el control político y militar de unas regiones hostiles, sobre

las cuales ejercían una vigilancia permanete, hasta quechualizar a tales pueblos.

Las acllas o escogidas eran las esclavas tejedoras de la corte que vivían enclaustradas

en los acllawasis donde tenían como maestras a las mamaconas, para hacerles

confeccionar vestidos en beneficio exclusivo del las clases dominantes, sobre todos el

Inca y su familia.

Por último en la subordinación jerárquica estaban los hipijcunas o hipipacuj, es decir

cargadores-descargadores que completaban la faena sin recibir ninguna compensación

31
(Vargas Salgado, 1987). El estado inca explotaba principalmente el trabajo colectivo de

los ayllus o comunidades campesinas, e individualmente a los pinacunas, prisioneros de

guerra a menudo confinados en regiones agrestes de la Selva Alta que recibían

sanciones individualizadas, heredadas a sus descendientes.

El uso de medidas coercitivas como trabajos forzosos, destierro e incluso ejecución

vinculadas al control de nuevos pueblos para hacerles aceptar las condiciones dadas por

el Estado, incluyeron la formación de grupos familiares destinados a servicios especiales

como los yanas, servidumbre doméstica de las panacas o nobleza central y los mitmas,

trasladados de un lugar a otro para afianzar el poder y la difusión cultural inca en las

zonas colonizadas.

El Inti fue también la divinidad fertilizadora, cuyo ídolo era el Punchao de oro puro, en

forma de un inmenso disco solar colocado en el Coricancha o Templo del Sol, cuyas

puertas y paredes estaban enchapadas en oro y colocadas de tal manera que en las

festividades solares, - solsticio de verano en diciembre y de invierno en junio, - permitían

el ingreso coincidente de los rayos solares para iluminar todo el recinto, como espejos

perfectamente coordinados. En el Coricancha residía el Huillac Sumo o Sumo Sacerdote

Solar y sus acólitos Willcas, seleccionados entre los nobles de cada región para el culto

solar del imperio. La difusión de este culto solar y la construcción de templos, junto con

el runasimi o idioma quechua, fueron importantes mecanismos impuestos por Pachacuti

Inca Yupanqui para consolidar su poder, con vista a imponer una centralización política

cusqueña.

Cronistas y historiadores reportan que, según el movimiento del Sol o Inti, se

confeccionó un calendario inca dividido en doce quillas o meses, donde se marcaban

festividades. Éstos fueron un instrumento para definir los meses del año, y un círculo

horario que mostraba las horas del día observando intihuatanas como aquello presente

en Tipón, mediante la sombra que arrojaban los rayos solares debido a pequeñas puntas

de piedra clavadas sobre un basamento rocoso más o menos plano.

32
Por lo que hace a la astronomía, los campesinos andinos siempre observaron el espacio

para relacionar la posición de los astros con la actividad agrícola. Los tarpuntaes o

sacerdotes del Sol utilizaron sus templos como verdaderos observatorios, en los cuales

mediante espejos de agua o construcciones especiales calculaban el tiempo, estaciones

a base del movimiento de los astros, observaron eclipses solares y lunares,

constelaciones como la Cruz del Sur o Chacaa, el Escorpión o Amaro; el Cancer o

Pachapacarte; Orión o Orcorara, etc. Los astros según esta visión ejercían influencia en

la vida de los seres humanos y decían que algo revelan para los hombres.

Los antiguos pobladores de los Andes compartieron, con la chicha de jora o aqqa, en el

canto y el baile, elementos de socialización y expresión de sus vivencias colectivas:

faenas agrícolas, guerras, esperanzas, sufrimientos, etc. Pero, también, la práctica de

estas actividades artísticas reflejaron las profundas desigualdades sociales, pues ciertas

danzas y canciones eran de uso exclusivo de los nobles. La música andina parece ser

pentafónica, y compusieron cantos o takis muy hermosos, interpretados con

instrumentos de viento y percusión, pues no conocieron los elementos de cuerda. Entre

los instrumentos de viento destacan la quena hecha de caña; la zampoña de varias

cañas; el pututo o huayla quippa de caracol marino de sonido seco, el cuyhui, un

silbador de cinco voces, y el pincullo o flauta larga. En cuanto a percusión disponían de

una diversidad de tambores: tinya o tamborcillo simple, huanjar o tambor grande con

palillo. Hubo también sonajas de plata y cascabeles llamados chilchiles. Entre los

instrumentos musicales de percusión, en el imperio inca se utilizaron los tambores

humanos usados en las grandes fiestas y en los combates a fin de reanimar el coraje de

los guerreros y asustar al adversario (Marquerite D'Harcovrt, 1990).

En las danzas se distinguían las nobiliarias, para el Sapa Inca y las panacas (como el

Uaricsa Arawi y la Guayara); también el Guari, de los jóvenes de la nobleza; los bailes

de hombres enmascarados para la guerra o Wacones; las colectivas de los labradores o

Haylli, la de los pastores o Guayayturilla, y del ayllu en faenas o Kashua. Los

33
historiadores reportan que el desarrollo alcanzado por los arahuies o haravicus,

verdaderos poetas andinos, se pudo conservar gracias a la transmisión de cantos

colectivos de una generación a otra. Amén del haylli, canto de triunfo dedicado a los

Dioses como el Sol, la Luna, también a la Pachamama o Madre Tierra; destacan el

harawi, canto poético al amor, a veces melancólico; el huacataqui, al ganado y el

ayataqui, al dolor por la muerte. También existían los poemas conocidos como Guancas,

sobre hechos históricos y trágicos, como la muerte de Atahualpa.

Durante el clasismo andino finalizado con los incas, los vestidos hechos de tejidos de

diferentes calidades fuero expresión de las diferencias sociales si consideramos que con

el tejido de abasca se confeccionaban mantos y uncuchas, los ponchitos de los

hatunrunas, hechos de lana de camélidos, teñidos en blanco, pardo y negro. Y con el

tejido de cumbi de lana de vicuña se hacían prendas de vestir divinas, con finos

bordados multicolorres y figuras geométricas denominadas tokapus. Estos cumbis

usados sólo por la nobleza eran entrelazados con pelos de muerciélago y se adornaban

con plumas, placas de metales preciosos y chaquiras, conchitas de colores, como

cuentecillas, etc. Su confección estaba a cargo de las acllas en los acllawasi o talleres

textiles.

Amén de la textilería, sobre tablones pintados con figuras simbólicas los Incas

representaron su historia y rememoraron hechos históricos a ensalzar. La reunión de

estos tablones constituía un verdadero museo llamado Poquencancha.

Entre las piezas de cerámica utilitaria de los incas destacan los urpus o aríbalos, es decir

cantaros para la elaboración de chicha, de base cónica y cuerpo ensanchado, para

evitar la decomposición rápida del líquido; los platos de asa redondeados y dotados de

asas, muchas veces decorados con una cabeza de animal; y el kero, vasos de madera

dura, especialmente del chachacomo o también de cedro, decorados con varios colores:

rojo, amarillo, verde, turquesa, azul y ocre. Se les adornaba con dibujos geométricos, o

34
se labraba sobre ellos cabezas humans y felinos, para usarlos en ceremonias del

personal de culto a servicio del soberano Inca.

Asimismo los incas se beneficiaban de la inigualable producción artística en metales de

los artesanos de Lambayeque y Chimú. Por la orfebrería y platería, dispusieron del

trabajo yanacona y de mitimaes norteños encargados de la confección de símbolos

imperiales, ídolos, vasos ceremoniales, diademas y arcos de coronas nobiliarias,

pectorales y literas de transporte para el Inca y la nobleza, planchas de oro laminado

que colgaban de salientes en las paredes del Coricancha. En la organización

tahuantinsuyana existían responsables que suministraban todos los elementos

necesarios para la actividad de los Coricamayoc, para la orfebrería, y los

Colquecamayoq, para la platería. También se trabajaron el cobre, el bronce, el zinc y

otros metales como el hierro, usado por sus características peculiares.

A pesar de la aparente falta de escritura en la cultura andina, se utilizaron técnicas de

estadística con las cuales los estudiosos suponen que el Estado inca controlaba y

manejaba información numérica tanto de la producción, nacimientos, matrimonios,

servicio militar, del trabajo obligatorio, etc. Algunos investigadores científicos opinan que

expresaban los números, datos, períodos del tiempo, fechas y acontecimientos que

querían rememorar en calendarios con símbolos geométricos que, de acuerdo a las

variantes de color y ubicación dentro de su contexto, adquieren un sentido definido (Milla

Villena, 1983).

Mediante los quipus codificaron los números en ramales que pendían de un cordón

principal. Una estructura matemática que, adoptando la representación de un sistema

decimal, constituyó todo un aparato de codificación simbólica, el cual era manipulado

solamente por los quipucamayocs. Además nos refieren que los incas resolvieron sus

cálculos con la yupana, la tabla para hacer cuentas con granos de maíz. Habían

yupanas grandes y pequeñas, de madera o de piedra, e incluso de hueso donde se

35
usaban granos de quinua. Las operaciones de suma, resta, multiplicación, potenciación

y raíces enteras se hacían con base 5, 3 y 2.

Un detalle de los escaños nobiliares en la Plaza Ceremonial

Es importante señalar que en los Andes tenían un amplio conocimiento de la erbolaria.

Con plantas medicinales los antiguos médicos peruanos trataban enfermedades y

dolencias, heridas y llagas, así mismo practicaron la cirugía. Padre Cobo cuenta que los

hechiceros tenían más conocimiento sobre las heridas y úlceras que los cirujanos

españoles. Conocían hierbas que sanaban rápidamente las heridas, y los soldados

castellanos confíaban más en los cirujanos indígenas que en los toscos barberos que los

acompañan. La medicina estuvo relacionada con prácticas mágico religiosas y ligada al

mundo cósmico. En la parte de hechicería realizaban sacrificios de animales, ritos

funerarios, purificaciones para ahuyentar malos espíritus. Habían sacerdotes

taumaturgos, curanderos parapsicólogos con profundas habilidades para engatusar;

36
practicaban masajes, succiones y rituales de magia externa para aliviar las

enfermedades.

No es éste el lugar para listar todos los dioses y huacas locales o domésticos, si bien es

importante recordar que los habitantes andinos veneraban a Illapa, el Dios del rayo, del

trueno y el relámpago; Huari era la deidad de la sierra norte, representado como hombre

y serpiente, pródigo en agua y en cosechas; Pariacacca era el dios de las lluvias

torrenciales en la sierra central (Yauyos y Huarochirí). Asimismo las Pacarinas eran los

lugares de origen de cada ayllu; las Apachetas eran sitios sagrados, ubicados al borde

de los caminos y laderas, consistentes en pequeños montones de piedra que

aseguraban un buen viaje, esto se mantiene hasta hoy; los Huamanis o Jircas eran

espíritus de los cerros y protectores de la comunidad, también se les llama Apus; las

Conopas o Illas eran pequeños ídolos de piedra ó metales que representaban la fuerza

fecundadora de animales y vegetales; los Machay eran cuevas sagradas utilizadas en

algunas regiones para depositar sus muertos; los Mallkis, a los cuales se atribuye

también el significado de plantas recién germinadas, eran momias sagradas de los

nobles a cuyo culto se llama en la actualidad orfismo.

Se practicaban también sacrificios humanos. El rito de la Copacocha era una ceremonia

de ofrenda al apu que se realizaba cada cuatro años o por algún acontecimiento

imprevisto: erupción volcánica, peste, sequía, etc. Eran también ceremonias

extraordinarias dedicadas al Inca, celebradas sólo en oportunidades solemnes como la

entronización del soberano, nacimientos de príncipes, victorias, guerras, epidemias. De

aquellas ceremonias majestuosas, instauradas por Pachacútec con motivo de

inauguración del Coricancha remodelado, unas eran cíclicas y otras excepcionales

(Espinoza Soriano, 1990).

La celebración se difundía por todo el imperio anticipadamente, entonces los curacas

principales enviaban al Cusco sus presentes, ofrendas como maíz, coca, mullo, ganado,

idolillos de oro y plata, cuyes, ropa de cumbi y niños de ambos sexos acompañados de

37
sus progenitoras. El sacrificio de estos hijos era en honor al Sol, Wiracocha

Pachayachachis, al trueno, luna, cielo, madre tierra e Huanacauri. Todos los grupos

étnicos tomaban parte de las copacochas, rito que guardaba gran importancia simbólica

porque relacionaba sacrificialmente a las huacas incas del Cusco con las regionales,

estableciendo una red de comunicaciones. Pero de los ayllus locales no sólo enviaban

niños al Cusco para ser sacrificados, sino también a Quito, Chile, Pachacámac - fue la

divinidad principal de la costa central, vinculado con los terremotos, cuyo ídolo de dos

rostros era un oráculo motivo de peregrinaciones - y otras huacas (Espinoza Soriano,

1990).

Merece la pena subrayar que la educación era extremadamente clasista y formal: sólo

recibían educación los hijos de la nobleza central, y en ciertos niveles de la curacal los

Hatuncuracas, quienes debían acudir al Yaxhaywasi o casa del saber del Cusco para

aprender de los sabios o amautas y de los poetas o haravicus. La educación no

formalizada, para los hatunrunas, se daba en la vida diaria, en la práctica; también se

impartía en las propias asambleas del ayllu o Camachico, donde principalmente se les

remarcaba tres principios morales y jurídicos: Ama quella o ne sea haragán; Ama suhua

o no robes y Ama llulla o no mientas. Como puede verse, tales principios inculcaban

valores y prescribían el comportamiento en el trabajo, el respeto a la propiedad de la

nobleza y la forma como debían informar con fidelidad a sus gobernantes por los que

está relacionado con el derecho. En casos extremos se aplicaban castigos de terror,

como la hoguera y el destierro. Había en el Cusco cárceles subterráneas, como el

Sancacancha y el Wimpillay, plagadas de alimañas.

Como cualquier imperio esclavista aplicaba penas muy drásticas para mantener el orden

social y enseñar a la población a obedecer. Creían suficiente la aplicación de estos

castigos en unos cuantos para causar miedo, dar un escarmiento, así aplicaron el

aniquilamiento en caso de rebeliones, atentado contra el soberano o sus parientes,

violación de las vírgenes del sol. Los que desobedecían infringiendo las leyes del Inca,

38
podían sufrir diferentes penas, aquí citamos el descuartizamiento a los autores de

rebeliones; el corte de los artejos postrimeros de los dedos que se aplicaba a los

haraganes y falsos testigos; el quebrantamiento de las piernas a los chaquis que no

cumplían co sus deberes; el destierro a lugares insalubres se aplicaba al que robaba por

vicio, si reincidía lo corregían con piedra en la espalda, si aún volvía las andadas lo

desterreban; los azotes a los que robaban por primera vez, salvo que fuera por

necesidad, caso en el cual se les reprendía, y finalmente a los vagabundos que no

querían trabajar, entre otros; mientras el castigo colectivos se infligía a todo un pueblo en

caso de rebeliones.

El arte del pueblo quechua fue de carácter anónimo, es decir, no se destacaba el

esfuerzo individual del artista, sino el trabajo colectivo de las comunidades involucradas

en una u otra actividad artística. Es indiscutible que fue la arquitectura el arte más

avanzado del Tahunatinsuyo. Se desarrolló bajo las exigencias de la nobleza cusqueña

que, interesada para afirmar su poder, levantó gigantescas contrucciones líticas,

imponiendo reverencia y asombro en las comunidades, cuyo trabajo colectivo de miles

de hatunrunas sujetos a una forma de explotación estatal como la mita, hizo posible

tales edificaciones a lo largo del Tahuantinsuyo, especialmente en su centro de poder:

Cusco y el Valle Sagrado.

39
La parte superior de las 13 terrazas con la Cancha Inca y la Iglesia Raqui

La arquitectura inca se caracterizaba por su solidez y sencillez, simetría y encaje an los

umbrales de la perfección. En la etapa imperial sus puertas y ventanas eran casi

siempre de forma trapezoidal, símbolo formal de los incas en sus llactas o bases

urbanas administrativas. Se utilizaron diversas técnicas para las construcciones, como

maquetas de cerámica, instrumentos como el nivel de cuerda, arcilla especial para

desplazar los bloques de granido tallados o también cantos rodados y planos inclinados

para ascender las piedras de varias toneladas a gran altura, rellenando de tierra desde

el piso hasta la altura donde debía ser colocada la piedra exactamente. También se

evidencia el uso de espigas usadas para engarzar los bloques de piedra, y cajas para

hacer sólida la construcción, uniendo las piedras perfectamente sin utilizar ningún tipo de

argamasa.

40
La parte inferior de la 13 terrazas con la Sinkuna Cancha

Las construcciones incas cumplieron diferentes funciones en la administración política y

religiosa del Tahuantinsuyo. Por eso levantaron templos, edificaron palacios, plazuelas o

usnos, depósitos o colcas, posadas-almacén estatales o tambos, puentes y caminos del

inca denominados Capac Ñan, las fortalezas y otras sólidas estructuras militares. Los

tambos eran los puestos de correo para los chaskis, los corredores profesionales

seleccionados entre los mayores por sus cualidades de velocidad y resistencia.

En su excelente “Las tierras reales del Inca como economía noble: viviendas y obras de

Cheqoq (Maras, Cusco)” los autores Kylie E. Quave, René Pilco Vargas, y Stephanie

Pierce Terry nos cuentan que para apoyar a sus recursos, terrenos y esfuerzos de la

panaqa, el ayllu real de la familia del Sapa inca, la nobleza inca asentaba grupos de

obreros y sus administradores en sitios fuera del complejo del palacio. Estas poblaciones

de mitmaqkuna, incluyendo yanakuna o obreros permanentes llevados desde las

41
provincias, y kamayuqkuna, especialistas en ciertos tipos de producción como la

cerámica, contribuyeron a la riqueza de sus patrocinadores reales y recibieron un alto

estatus por sus vínculos a la clase alta (Rowe 1982).

Las fuentes etnohistóricas nos refieren que en los siglos XV y XVI, los incas

desarrollaron sus tierras reales para el beneficio de las panaqas cuzqueñas. Elaboraron

las tierras con palacios, andenes con irrigación, complejos de almacenaje, rebaños de

camelidos y obreros llevados a Cuzco de las provincias (Niles 1987-89, 2004). El

desarrollo de estos terrenos cambió la región y su contexto político, económico y social.

Mientras la economía estatal funcionaba por la mayor parte del imperio, en el área

nuclear de Cuzco se desarrollaba una economía privada de las panaqas. Mayormente

hemos podido reconstruir la economía y la organización del sistema de tierras reales por

los narrativos de los cronistas y los documentos archivísticos que nos refieren de la

función de los recursos gestionados por los administradores de las tierras reales (Covey

y Amado 2008; Toledo 1940[1571]a, b; Villanueva 1970).

Según las fuentes, las tierras reales no consistían siempre de terrenos contiguos, sino

eran un mosaico de recursos. Los soberanos a veces tenían más que un palacio en las

regiones rurales, veáse el Inca Pachakutiq con Ollantaytambo, Pisaq y posiblemente

Machu Picchu. Los recursos y complejos fueron construidos y laborados por tributarios.

Betanzos cuenta como los mitmaqkuna canalizaron el río Urubamba y después los

yanakuna trabajaban en las chacras resultantes (1996[1557]). Más allá de entender que

había recursos reclamados por las panaqas, la tarea de determinar a quién pertenecía

cuál parcela es más complicada. Los descendientes del Thupa Inka Yupanqui

(Rostworowski 1962; Rowe 1997, 1985) y el Wayna Qhapaq (Niles 1999, Toledo

1940[1571], Villanueva 1970) llamaron a partes de Maras como suyas.

42
Después de la que considero un útil digresión, volvamos a lo nuestro. La organización de

producción en Tipón es importante para entender su papel en la economía de la nobleza.

Seguro también ahí habían responsables por el almacenaje de productos como papas,

maíz y quinoa, y producían vasijas decoradas en el estilo imperial para el uso nobiliario

correspondiente. También Tipón como Maras se ubica en un lugar ideal para el

almacenaje de productos agrícolas, siendo justo encima del Valle Sagrado, en las

laderas donde hay buena ventilación y donde pasen unos caminos reales. Pero si bien

había chacras de varios tipos de cultivos (Villanueva 1970), en Tipón se ha encontrado

un sólo depósito, lo que nos hace pensar que aquí guardaban simplemente productos

para la nobleza inca, que por supuesto creyó categorías sociales nuevas, consolidando

el imperio culturalmente mientras fomentaba la producción de bienes.

Los yanacona fueron elevados socialmente por conformidad con el sistema de migración

y obras y recibieron honores incluyendo posiciones como administradores hereditarios

(Rowe, 1982). Sin embargo, había otra dimensión del estatus de la yana, quienes fueron

desarraigados de sus comunidades tradicionales y reasentados en las tierras reales,

separándose de sus vidas provinciales (Covey et al. 2008). De todos modos, siendo

Tipón un conjunto de material arqueológico asociado a una residencia de la élite, es

verosímil que fueron los labradores de la zona y de los sitios domésticos adyacentes los

yanakunas encargados de trabajar estas chacras imperiales.

Tipón destaca sobre todo por la sabiduría hidráulica inca. En efecto fue un adoratorio

mayor donde se rendía culto al agua que aflora de misteriosos y secretos canales

subterráneos, construcciones hidráulicas que aún sirven para abastecer a la población

que habita la zona actualmente, y siguen venerandola con el mismo cuidado y respeto

con que los incas trataban a este elemento. En este extraordinario conjunto arqueológico

sobresale la ingeniosa obra de irrigación en las terrazas, con conductos y acequias

intactas, y en el sector Pukará Alto también recintos. El respeto al entorno natural y la

tecnología usada para movilizar las aguas de los manantiales naturales son un modelo

43
de ingeniería hidráulica al servicio del hombre. Los canales de irrigación incas

trasladaban el agua para poder irrigar sus campos de cultivo donde sembraban papa,

camote, olluco, calabaza entre otros productos agrícolas cultivados en los diversos

microclimas del complejo.

Los edificios de la Cancha Inca, la corte imperial con un patio central

44
LA KALLANKA DEL SECTOR PUKARÁ ALTO, TIPÓN, CUSCO

Este complejo ha sido distinguido por la Sociedad Americana de Ingenieros Civiles

(ASCE por sus siglas en inglés) como maravilla de la Ingeniería Civil. Varios artículos

referían que los especialistas contratados por la Dirección Desconcentrada de Cultura

del Cusco ejecutaron labores de restauración y puesta en valor del sector Pukará Alto,

ubicado en la parte superior del Parque Arqueológico Tipón, que demandaron una

inversión de más de 8.3 millones de soles en la decada 2009-2019. Los pasajes y muros

incas de Tipón fueron restaurados de forma integral y en su intervención se consideraron

cuatro componentes: infraestructura, investigación arqueológica, paisaje cultural,

sensibilización e involucramiento.

En correspondencia con la Ley General del Patrimonio Cultural de la Nación N° 28296,

la Dirección Desconcentrada de Cultura del Cusco, ha brindado el apoyo necesario con

el objeto de salvaguardar el Sector Pukará Alto del Parque Arqueológico de Tipón, para

lo cual el Área Funcional de Obras y Puesta en Valor de Bienes Muebles e Inmuebles,

ha recibido el encargo de ejecutar el “Proyecto de Restauración y Puesta en Valor del

Monumento Prehispánico del Parque Arqueológico de Tipón Sector Pukará Alto”.

El sector Pukará Alto está conformado por 43 andenes, construidos sobre un

afloramiento rocoso de andesita, y una larga muralla que delimita el conjunto

arquitectónico, de una altura máxima de aprox. 8 metros y un ancho promedio de 2

metros y medio, que cuenta con acceso principal y cuatro secundarios. En el subsector

ceremonial presenta dos canchas con pisos empedrados, recintos con ventanas

trapezoidales, escalinatas, dos canales de agua que desembocan en el patio central y

una kallanka. También se aprecia una plataforma cuadrangular a manera de usno con

aparejo poligonal almohadillado.

Existe gran cantidad de recintos a manera de chozas adosadas en la cara interna de la

muralla, en las que se evidenciaron pisos y patanas, banquetas que servían para

sentarse o dormir, asociados a gran cantidad de cerámica de la cultura inca. Las

45
referencias cronísticas mencionan que las etnias de los pinagua y los ayarmakas

ocuparon este espacio geográfico antes de los Incas, siendo el inca Wiracocha quien se

asentó en este sector.

Los andenes y la muralla al oeste de Pukará Alto

Pukará Alto se sitúa al Oeste del Cerro Chunchuqhata. Su configuración topográfica está

conformada por una ladera con poca gradiente a lo largo de un eje noreste-suroeste. Los

sub sectores urbano, andenes y muralla se construyeron sobre un depósito de material

morrénico del cuaternario. La parte este de la andenería se construyó sobre el

afloramiento rocoso de andesitas. El sub sector urbano se caracteriza por la distribución

espacial a manera canchas, cuyos recintos rectangulares están ubicados en forma de

“U”. Su mampostería es concertada y simple, se presenta con mayor frecuencia el tipo

de aparejo poligonal almohadillado en las esquinas; los vanos de acceso son

trapezoidales, la parte interior de los recintos estuvo enlucida con argamasa de arcilla y

46
paja. Las andenerías se caracterizan por tener formas rectangulares en la parte norte y

este, en la parte sureste tienen la forma de media luna, esto obedece a la geomorfología

del terreno. Los especialistas que trabajaron in situ reportan que su mampostería es

concertada, este conjunto de andenes tuvo riego el cual provenía de los manantes de

Ñawinpugio, andenes que actualmente son utilizados por los campesinos del lugar.

En general Pukará se caracteriza por la presencia de restos prehispánicos de época

Inca. Este sector se alza sobre una topografía bastante accidentada compuesta por

espacios de forma irregular con afloramientos de elementos líticos de regular tamaño,

sobre los que se evidencian estructuras como recintos generalmente rectangulares,

unos cuadrangulares, canales, escalinatas, andenes en donde los muros se emplazan

en formas rectilíneas y zigzagueantes con orientaciones diferentes, acondicionados a la

topografía más o menos accidentada de la ladera de la montaña.

Hablando en loco con el equipo de trabajadores cualificados que estaba trabajando en el

sector Pukará Alto, y leyendo los informe anuales de las obras de restauración y puesta

en valor del Parque Arqueológico de Tipón, sector Pukará Alto, redactados por los

profesionales del Ministerio de Cultura del Cusco, vi como después de una sectorización

en los sub sectores urbano, andenes, muralla y área de Reserva Arqueológica, realizada

por razones metodológicas en relación a áreas específicas donde se ejecutaron los

trabajos de investigación arqueológica y conservación, los obreros especializados

capitaneados por los arqueólogos adoptaron técnicas de excavación en trincheras con el

objetivo de investigar los eventos ocurridos durante el proceso de su construcción; así

mismo la tecnología constructiva de los andenes, recintos, muralla, sistema hidráulico y

el sistema vial o caminos.

Se colectó material cerámico para efectuar el análisis de termoluminiscencia y la

clasificación en gabinete del material cultural recuperado en laboratorios especializados,

con el fin de establecer la cronología relativa del sitio y su ubicación en el espacio. Me

explicaron que la termoluminiscencia se efectúa exponiendo a los minerales a la

47
radiación natural, como el barro empleado en cerámica, así que acumulan electrones,

cuyo número es una medida de la cantidad de radiación. Si dichos minerales se someten

a temperaturas de 300 a 600°C, la energía radiactiva que contienen se libera en forma

de luz, fenómeno llamado termoluminiscencia. Pues bien, los científicos pueden calcular

la antigüedad de objetos de barro midiendo esa energía, con un margen de error de

apenas 10%.

Al mismo tiempo, si las investigaciones y excavaciones arqueológicas abastecen

material orgánico útil como gránulos de carbón, fragmentos de rollizos, revoque, etc.,

estos serán enviados a un laboratorio especializado para su datación por medio del

Carbono 14. Debido a su presencia en todos los materiales orgánicos, el Carbono 14 se

emplea en la datación de especímenes orgánicos. El método de datación por

radiocarbono es la técnica basada en isótopos "más fiable" para conocer la edad de

muestras orgánicas de menos de 60.000 años.

Los estudios ceramográficos serán relevantes para ubicar contextos culturales de grupos

sociales que probablemente estuvieron desarrollándose en el sitio de manera

secuencial; asimismo las osamentas en contextos humanos serán también importantes

ya que a través de su estudio se determina la dieta alimenticia que incluye la fauna local.

El programa de investigación recién terminado se caracteriza por su ubicación que

ostenta una variedad de vegetación típica del lugar, y por la presencia de cuantioso valor

cultural arqueológico compuesto por recintos, andenes y muralla asimismo; en el sitio es

notable la existencia de una superposición de estructuras las cuales fueron utilizados

como espacios agrícolas y recintos o viviendas rectangulares distribuidas mediante su

singular diseño o patrón arquitectónico.

El predio urbano inca de Pukará Alto, con su pirca monumental, edificios, estructura de

almacenamiento, 43 andenes y recintos con canaletas verticales para hacer fluir el agua

necesaria a regar el cultivo de los andenes, se halla adentro y colindante a la muralla

exterior que al noroeste es adyacente al río Pukará. La presencia de vasos, tarros,

48
cuecos, cantaros de terracota Killke muestra su origen pre-Inca. Cultivado sin

interrupción por siglos por los campesinos locales, en las terrazas resalta un sector

urbano de recintos hechos con mampostería simple, aquella poligonal es más frecuente

en las esquinas, paredes con hornacinas trapezoidales, y las paredes interiores de los

recintos han sido enlucidas con arcilla y argamasa con paja en la roca andesita y caliza.

Las andenes presentan una forma rectangular al norte y al este, mientra al sureste

muestran un molde creciente debido a la morfología del vertiente.

Los trabajos de restauración, recomposición, restitución, conservación y puesta en valor

- ejecutados por el personal técnico especializado de la Dirección Desconcentrada de

Cultura del Cusco, - a partir de la parte superior hasta las faldas del cerro donde hay las

andenes de cultivos a media-luna, el sector urbano con un notable diseño arquitectónico,

la muralla que rodea el complejo arqueológico, han registrado un área originariamente

ocupada por los Pinagua, luego siguió la época del asentamiento Killke, y en fin los

Incas.

El equipo de investigación arqueológica a cargo de los arqueólogos Javier Condori

Llamacchima, Alberto Delgado Moscoso y Fredy Escobar Zamalloa efectuó un trabajo de

implementación con registro gráfico y fotográfico, que incluye el acondicionamiento del

camino con empedrados y lacas de andesita, y la erección de dos miradores con techos

de paja para que los visitantes puedan apreciar la alta sabiduría y ingeniería de los

antiguos habitantes, un aporte y testimonio cultural para la ciudadanía que pueda

resguardar el legado de sus antepasados. Asimismo se hizo el tratamiento de cabecera

de muro para evitar que la lluvia lo debilite. La zona urbana y el sector ceremonial

remontan al Intermedio Tardío cuando los Incas comenzaron a replantar edificaciones

con muros de contención, los mismos que hoy han exigido un trabajo de consolidación y

estabilización ya que tenían tramos en malas condiciones, debido a la erosión que

desestabilizó la roca a punto de colapsar.

49
En el sector Pukará Alto – que recordamos se ubica cerca de la comunidad Choquepata

y de los comuneros del anexo de Patabamba, en la provincia de Quispicanchis en la

Municipalidad Distrital de Oropesa - hay también una estructura funeraria con osamenta,

objetos de metales como tupus fragmentados. El Tupu o prendedor elaborado en

distintos metales y aleaciones en oro, plata, tumbaga incluso cobre, bronce y latón, es

parte de la vestimenta femenina de los andes y vino utilizado también en las

Capacochas y como ofrenda a las huacas. Además de cuencos, cantaros, aribalos y

keros, piezas de cerámica Killke y inclusive Huari, se han hallados artefactos musicales

como quena para canto. En la estrecha calle transversal empedrada que parte la zona

urbana, hay un sector ceremonial con angosto espacio de uso ritual. Estos recintos con

hornacinas en los muros elevados que rozan los 8/10 metros de alto, dejan espacio a los

canales de transito del agua por los afloramientos rocosos, sin descuidar muros con

canaletas verticales para regar los cultivos de los andenes.

La kallanka y el camino donde empieza el sector Pukará Alto

50
Los estrechos canales verticales de riego del sector Pukará Alto

El sector Pukará Alto forma parte de la infraestructura del Parque Arqueológico de Tipón,

que conjuntamente con el sector ubicado en la parte baja, conforman el sistema de

andenería inca cuyo uso mayoritario ha sido de cultivo. En la parte central entre los

51
sectores antes mencionados se encuentra un sendero que divide Pukará Alto de Pukará

Bajo, aquí se halla la kallanka y adyacente a esta, principalmente en la parte alta, se

encuentra el sector urbano constituido por el susodicho conjunto de recintos.

El complejo de las andenes, en su mayor parte hechos de piedras andesitas, de tamaño

y forma variada, mantiene la simetría en su desarrollo. Está formado por 4 filas o

columnas que van desde la base y suben acompañando la pendiente moderada

generando un escalonamiento que se integra a la topografía del sector. Este sistema de

plataformas está delimitado por el costado oeste con la gran muralla que se adecua a la

topografía ondulante de la quebrada, configurando un desarrollo sinuoso, mientras que

el límite opuesto está conformado por el cerro Chunchuqhata, que forma una curva y se

va cerrando conforme ascienden los andenes, disminuyendo la sección hasta cerrar el

último anden correspondiente a la primera fila adyacente a la muralla.

La muralla ubicada en el margen oeste, es única en la arquitectura inca construida con

piedras canteadas de aparejo concertado y aparejo simple con un ancho que varia

llegando incluso a tener una sección de 5,60 metros en el lugar más ancho. Se proyecta

desde la parte alta y recorre todo el borde del afloramiento rocoso, presentando taludes

y pequeñas quebradas que constituyen la formación natural de la ladera. Su

construcción y ubicación obedece a estrategias de seguridad de los asentamientos

humanos, mientras su ubicación coincidente con el límite del vertiente y el inicio de la

quebrada le confiere seguridad en casos de invasión o ataques enemigos. Este sector

estuvo integrado al sistema hidráulico, del cual aún quedan restos de canales de

irrigación horizontales y verticales que fueron investigados y restaurados durante el

proceso de recuperación.

52
La muralla que delimina el sector Pukará Alto al oeste

La única calle que existe mantiene sus muros laterales, si bien el alineamiento cambia

formando curvas en el recorrido superior. El sendero está definido por muros de piedra

pircada, en forma precaria, esta alteración ha sido efectuada por los antiguos habitantes

53
de la comunidad aledaña, posiblemente durante el siglo pasado para acondicionar a sus

requerimientos de espacio y traslado de sus animales.

Son muchos los factores que causan el deterioro de las estructuras, entre los cuales se

puede mencionar el paso del tiempo, ya que debido a esto se observó la invasión de

exuberante vegetación arbórea, arbustiva y gramínea, asimismo se puede notar el

deslizamiento de tierra, así como erosión de mortero. Otras causas de deterioro de la

Zona Arqueológica es provocado por la mala actitud de la mano del hombre actuando

directamente en el deterioro de las estructuras como por ejemplo, años atrás, los

pobladores de la zona se dedicaban al pastoreo al interior y exterior de las estructuras

causando el desplazamiento de la mampostería y posterior colapsamiento de la misma.

Asimismo se tiene evidencia de la práctica de labores agrícolas inclusive al interior de

los recintos provocando el posterior colapso de las estructuras. Sin olvidarse las

precipitaciones pluviales persistentes, así como la presencia de humedad hace que en

las juntas de los mampuestos se desarrollen periódicamente los musgos y líquenes

siendo inevitable el proceso de limpieza.

De todas formas las intervenciones de Restauración y Puesta en Valor del Parque

Arqueológico de Tipon, Sector Pukará Alto, no sólo han logrado detener el proceso de

deterioro de las estructuras existentes en la zona, sino incluyeron la restauración de los

andenes, recintos, canales y escaleras saledizas o sarutas del sector agrícola entre la

muralla y el sector de Intiwatana.

Los trabajos que se ejecutaron estaban referidos a la eliminación de maleza en el piso y

en los paramentos de muros, armado de balizas y crucetas de rollizos, reticulado,

codificado y registro de muros, recuperación de elementos líticos, nivelado y apisonado,

excavaciones masivas y arqueológicas,... con el intento de recuperar el esquema

espacial original y la estabilidad estructural del conjunto de andenes de Pukará Alto, a

través de la consolidación, recomposición y restitución de los diferentes muros de

contención colapsados o en proceso de colapsar, así como el tratamiento de cabecera

54
de muros y la restitución de acabados y niveles de los muros de contención y las

diferentes plataformas de los andenes.

En el 2018 vi que estaban acabando la recuperación de los recintos ubicados en el

sector Urbano, a través de trabajos de recomposición, restitución y consolidación de los

muros en mal estado, así como la intervención en los acabados en cabeceras de muro.

Lo mismo se hizo por la muralla y por la recuperación de las calles, del sistema de

canales de irrigación dentro del sector Urbano, y de los andenes realizando trabajos de

consolidación, recomposición y restitución de los acabados y estructuras originales.

El sector urbano de Pukará Alto con sus recintos

Indispensable fue ejecutar las obras de restitución de los cimientos en los recintos,

muros de contención de los andenes, la muralla y en los sectores donde existían

problemas de erosión del mortero, pérdidas o deterioro de las piezas. La ejecución de

las obras de calzadura de los cimientos se realizó principalmente en la parte del muro

55
que se construye encima de los cimientos corridos, y que sobresale de la superficie del

terreno natural para recibir los muros de mampostería de piedra. Sirve de protección de

la parte inferior de los muros, trabaja como aislante de la humedad o de cualquier otro

agente externo. Así se logró restituir los dinteles de vanos que se presentan en los

muros, para lo cual se retiraron aquellos en mal estado de conservación. Después se

procedió a poner una capa de mortero especialmente elaborado para tal fin, para la

protección de las cabeceras de los muros intervenidos a manera de una capa

consistente y permeable, con la finalidad de evitar infiltraciones al núcleo de la pirca por

efecto de aguas pluviales. Cada estructura de muro ha sufrido agrietamientos, pérdida

de plomada y expansión de la tapia, lo que ha requerido su reestablecimiento con

acciones de recomposición de muros, sometiendolos a un proceso de consolidación

estructural que permitió volver a su posición primigenia tanto en verticalidad como en su

estereotomía.

Las excavaciones arqueológicas han proporcionado datos acerca de las causas del

pandeo y desplome en determinados tramos de las estructuras de andenes y muralla.

Ahora sabemos que los pandeamientos en los andenes tiene relación con la percolación

de agua de precipitación pluvial y la incidencia de humedad en el suelo de fundación que

genera empujes, el colapso de tramos de la muralla es atribuible a la pérdida de mortero

a nivel de juntas y núcleo. A nivel de andenes y muralla influye también el enraizamiento

de vegetación arbórea y arbustiva.

Por supuesto se realizó con los mismos elementos líticos de las estructuras que

presentan pérdida de verticalidad original, fisuras, etc., y puedo confirmar que los

recintos y muros de contención que conforman el sector de Pukará Alto donde se

evidenciaba la pérdida de niveles originales, alineamiento e inclinación, fueron

intervenidos devolviéndoles estabilidad y respetando su originalidad.

Según la relación de la Dirección Desconcentrada de Cultura de Cusco, también donde

estaban grietas con raíces de eucalipto que brotaban de la mampostería, muros que

56
habían perdido plomada de manera muy acentuada y se encontraban a punto de

colapsar, fueron intervenidos con la finalidad de devolver y mantener su estabilidad a

nivel de su sobre cimentación hasta la cabecera del muro, para así lograr estabilizar y

evitar su colapso a consecuencia de pérdida de suelos, asimismo devolviendo la altura y

volumen original del muro hasta donde las evidencias lo permitieron.

Se consolidaron las escalinatas de piedra pre-hispanicas, reponiendo los morteros

degradados en las juntas entre pieza y pieza; se consolidó también el canal de

evacuación y limpió de escombros y material de desecho la calle que sube entre los

andenes colindantes con la muralla y la segunda columna. Por los sectores donde se

perdió parte de los canales de irrigación, se utilizaron los elementos líticos tanto de la

base como de las paredes laterales, tallados especialmente para este fin. Asimismo se

efectuó el reticulado de los canales a recomponerse, cuyas piezas fueron armadas en

seco en el piso plano, luego de efectuar la limpieza de las piezas así como del lecho del

canal. Se consolidó también el piso de piedra en la calle principal que divide los andenes

adyacentes a la muralla de los andenes ubicados sobre el área urbana y los recintos,

considerando que el piso de piedra es aconsejable llegue hasta la parte superior del

sistema de andenes. Este trabajo conllevó principalmente la nivelación y la restitución

del piso de piedra de canto rodado mediano.

En cuanto a los objetos líticos, durante los trabajos se pudo registrar gran cantidad de

tunahuas, piedra para moler en forma de media luna, y maran, piedra grande y plana

sobre la que se muele, diseminados en todo el área del sector Pukará. También se

hallaron batanes íntegros y fragmentados en las primeras capas de los andenes más

bajos, y al interior de los recintos, siendo el tipo de roca la andesita, caracterizándose

por su dureza lo que permite fácilmente su operatividad en el trabajo mediante presión y

percusión.

En los quehaceres domésticos que conlleva la vida cotidiana, los utilizaron como

herramienta de molienda de alimentos, en algunos casos molienda de arcilla para la

57
preparación de confección de vasijas. Los investigadores recuperaron una gran cantidad

de recintos semicirculares y rectangulares, evidencia clara que existía una población que

habitaba en el sector Pukará, posiblemente gente común de los pueblos contiguos

comandados por un jefe o curaca imperial.

El camino este-oeste que pasa por delante de la kallanka

Los trabajores especializados de la Dirección Desconcentrada de Cultura del Cusco,

desarmando algunos pequeños tramos de los andenes que se encontraban en pésimas

condiciones, encontraron una mayor proporción de cerámica Killke utilizada como relleno

para formar el andén. En relación a la muralla se ha señalado “que al interior del núcleo

se halló pequeñas vasijas de la época Killke, esto nos da a pensar que la muralla fue

posiblemente construida desde la época Killke y remodelada y replanteada en la época

Inka” (Condori, 2009). La que es una otra prueba que fueron los Killkes y Lucres los

primeros habitantes que se asentaron en el sector Pukará, los que construyeron la

58
muralla y las andenes antes de los Incas que reutilizaron las estructuras de muro Killke,

en un área de vertiente donde habían condiciones apropiadas para el establecimiento

del hombre, debido a la gran cantidad de agua, con diferentes puquios o manantiales

provechosos para la agricultura y el consumo humano.

La estructura rectangular alargada de la kallanka

Las muestras recogidas en las excavaciones durante esto interesante proyecto de

investigación y restauración arqueológica requieren el análisis correspondiente de

acuerdo a su naturaleza. Puesto en bolsas de polietileno, el material recuperado ha sido

lavado, clasificado, catalogado y inventariado. El estudio cualitativo de la cerámica

define sin duda algunos aspectos singulares para determinar estilos con presencia

absoluta que lo tipifica en su morfología e iconografía.

59
Aclarado que la extragrande mayoría es cerámica Inca del Intermedio Tardío, sería

importante hacer unos tiestos diagnósticos de unas piezas de cerámica con el fin de

aclarar el porcentaje que pertenece al estilo inca polícromo o Cuzco-Inca. Si la

proporción del estilo imperial fuera notable, - considerado que normalmente no hay tanto

material decorado, ni siquiera en los contextos de residencias de élites en los centros

administrativos Incas (D’Altroy, 2003), - entonces podemos argüir que había mucha

actividad asociada con la nobleza o el estatus elevado de la élite en el sitio.

El material cultural analizado durante las excavaciones arqueológicas consiste en

alfarería fragmentada, corresponde a objetos de uso domestico y ceremonial como ollas,

vasos, platos, jarras, cuencos, urpus y aribalos los cuales fueron utilizados en la

alimentación y actividades diarias. Asimismo se han registrado objetos como alisadores

o bruñidores utilizados para dar el acabado final de la cerámica.

Sabemos que del análisis se puede desprender que los elementos de la cerámica inka

muestran elementos geométricos, líneas, bandas, cruces, triángulos, cuadrados,

rombos, líneas oblicuas y onduladas. La decoración fitomorfa sigue en importancia la

representación de cuerpos antropomorfos y puede mostrar árboles estilizados como el

helecho. Lo zoomorfo es también presente con una combinación de delicadas líneas que

forman figuras de peces, camélidos y aves, un conjunto que revela la realización de

actividades ceremoniales.

Grabados en roca ígnea muy dura, los motivos más representados son antropomorfos,

zoomorfos, fitomorfos, geométricos y mítico simbólicos. Quizás servían para marcar

lugares de entierros, o indicaban la dirección de caminos; anotaciones sobre la duración

de horas de viaje para arribar al próximo lugar habitado; una apacheta o un marcador de

ruta o línea de éxodo de razas venidas del mar; pero sin querer descartar su función

escrituraria, aquellos a la cumbre del cerro podrían representaban más símbolos que

revelan creencias totémicas o míticas.

60
Sea como fuere, su forma de expresarse a través del arte rupestre nos permite

investigar y comprobar su manera de vivir y aprovecharse de los recursos naturales

adorando a animales, arroyos y astros. Los motivos grabados develan su actividad

mágico religioso y mitología cosmogónica. No pudiendo relatarlas a través de la

escritura, optaron para transmitir sus creencias y convicciones socio-político-religiosas

creando lugares de adoración a animales, al agua y a los astros. Conseguir abundantes

cosechas, reproducir el ganado y sembrar plantas, era indispensable para el bienestar

social de la comunidad, su economía de subsistencia y estabilidad social; por lo tanto es

de suponer que fueron entallados por los sacerdotes-hechiceros o de acuerdo a sus

disposiciones para lograr un rico cultivo de la vega. Asimismo es fiable pensar que

también en Tipón y Pukará, por la morfología que presentan estos fragmentos de

cerámica, la podemos clasificar en dos grupos: vasijas abiertas, vasijas cerradas.

Las vasijas abiertas son aquellas cuyo diámetro de la boca es proporcionalmente

equivalente o mayor a su altura (Ravines, 1989). Incluyen cuencos, recipientes hondos y

anchos, usualmente sin borde, en donde la altura tiende a ser siempre menor que el

ancho o diámetro (Ravines, 1987); y platos, es decir una clase de vasija de mayor

abertura y menos altura, al punto que muchos de ellos tienden a ser casi totalmente

planos o con una concavidad en medio y un borde plano alrededor (Palacios, 1987). En

su parte superior interna presenta decoración geométrica.

Las vasijas cerradas poseen la abertura de la boca o el cuello más angostos que el

diámetro del cuerpo (Ravines, 1989). Incluyen cántaros, o sea una vasija de cuerpo

esférico, con cuello corto y la boca reducida, que puede tener asas y se le utiliza para

almacenar o acarrear líquidos (Ravines, 1989); y ollas, vasijas de cuerpo generalmente

esférico, gollete corto y boca ancha.

61
Los andenes adyacentes a la muralla al noroeste del sector Pukará Alto

En Tipón los trabajos de restauración e investigación arqueológica en el sector andenes

y Sinkuna Cancha, permitieron registrar la prolongación del canal prehispánico el cual se

bifurca en dos, uno con dirección hacia la fuente principal y otro orientado hacia la fuente

ubicada en la parte lateral al este de la plataforma VI, el cual sería la prolongación del

canal que viene desde Ñawinpugio; asimismo en el sector Sinkuna Cancha se registró

una qollqa que conserva en su interior ductos que tienen la función de ventilar a los

diversos productos que se depositaban en este ambiente, sumándose a ello su

ubicación estratégica y la orientación que presenta. Asimismo se han registrado un buen

número de alisadores o bruñidores de cerámica en el interior de algunos recintos y

sobretodo en el exterior de los mismos, lo cual nos indica que los pobladores de este

sector urbano dedicaban parte de su vida cotidiana a los trabajos de elaboración de

cerámica, por cuanto estos objetos se utilizaban para dar el acabado final de la

62
cerámica, aunque no se ubicó en los trabajos de investigación más recientes un lugar

específico para la elaboración de los mismo.

En informe de la Dirección Desconcentrada de Cultura de Cusco refiere que en el año

2008 se excavó en el sector Sinkuna Kancha y se halló material cultural registrado, que

en su totalidad corresponde a fragmentos de cerámica inka. De uso doméstico como

ollas o mancas, platos o puqus, cucharas o huisllas, vasos y otros, cuya utilidad fue para

la preparación y consumo de alimentos de la vida diaria de los pobladores de este sector

urbano, así como también por las características de los recintos de aparejo simple que

corresponden a una arquitectura doméstica con presencia de ventanas, nichos y

estructuras de piedra en las esquinas a manera de soportes de secciones

cuadrangulares y semicirculares. Así como cerámica de uso ceremonial, arríbalos,

vasos, platos, cuencos, urpus por la iconografía que presentan.

El hallazgo de fragmentos de cerámica, un martillo de piedra para la construcción de los

muros, y un alisador, nos indican que los pobladores de este sector urbano dedicaban

parte de su vida cotidiana a los trabajos de elaboración de cerámica, por cuanto este

objeto se utilizaba para dar el acabado final de las piezas de cerámica, aunque hasta la

fecha no se ha exactamente ubicado un lugar específico para su elaboración.

Del análisis estilístico de cerámica, análisis arquitectónico y de radiocarbono de

materiales culturales mueble e inmueble, se puede proponer una secuencia cronológica

para la construcción de los Andenes y Muralla, como correspondientes al periodo

Intermedio Tardío (Killke) y el Horizonte Tardío (Inca). En cada uno de los andenes se

encontró gran cantidad de cerámica, en su mayoría cerámica inka, en poca cantidad

cerámica Killke y Lucre.

63
En la superficie de la Plaza ceremonial cerca del Intihuatana, se encontraron fragmentos

de cerámica inka decorada con acabado fino. Sería bueno disponer excavaciones

dirigidas a hallar talleres de cerámica Inca polícroma, en el estilo imperial asociado con

la identidad Inca, con notables implicaciones para la tecnología de la producción alfarera

y la subsecuente distribución de los productos en y afuera de Pukará. Es probable que

hubo un taller de especialistas o kamayuqkuna bajo la supervisión de la nobleza,

organizado y mandado por el administrador o los administradores del Inca.

No hemos identificado muchos contextos arqueológicos donde los Incas producían

objetos por la élite (Covey, 2009). Al contrario, la mayoría de las investigaciones se han

concentrado en el análisis de materiales sencillos (Bray, 2003; D’Altroy y Bishop, 1990).

Asesorar la estandarización, control sobre materias primas, inversión en labor, nivel de

destreza y tipo de especialización requiere no sólo el estudio de objetos, sino también

del contexto primario de su producción.

Hasta la fecha no hay más que un par de talleres de cerámica Inca excavados y

publicados. Tratando de reconstruir la organización de la producción alfarera, Rowe y

Bauer han sugerido que había un taller en la comunidad de San Sebastián (Bauer 1999;

Rowe 1946). Los investigadores suponen que el Estado producía todo en el valle de

Cuzco; si parece adquirido que había varios talleres, algunos en la área rural también,

esencial sería ubicarlos exactamente, determinar dónde fueron producidos los objetos

para el uso político del Estado, los asignados a los habitantes del Valle Sagrado y a los

pobladores andinos del Tahuantinsuyo, y dónde fueron producidos los objetos para uso

en los palacios durante las actividades de la panaqa real.

En Tipón considero de importancia primaria ubicar una área con taller de producción y

de cocción de cerámica, materias primas, herramientas para trabajo alfarero y restos de

producción en gran cantidad dentro de un espacio bien organizado y delineado. Para

confirmar condiciones de producción de cerámicas hay que encontrar tipos de

evidencias como las materias primas utilizadas, las instalaciones correspondientes con

64
sus herramientas de trabajo, y los desechos o basura de producción de esta artesanía

(Hayashida, 1999).

Es verosímil que un taller se predispuso en una chacra entre los andenes domésticos y

las viviendas, adyacentes a corrales de camélidos, en correspondencia de la granja

restringida y de los recintos mayores; o bien entre el valle de Tipón y de Pukará donde

puede pasar el aire necesario para coccionar las vasijas sin contaminar el espacio

doméstico con su humo y ceniza resultando de la cocción. Por otro lado su ubicación

cerca a los corrales habría permitido fácil acceso al guano, útil como combustible. Hay

que considerar que una pared habría sido útil como división entre el área de cocción y

un área de preparación de vasijas. Asimismo hay que buscar evidencias como un hoyo

semi-redondo esencial en una sección del taller, y en el caso ejecutar el análisis de

flotación de muestras de sedimento para revelar la presencia de combustible de arboles,

incluyendo aliso, queñual y muña (Bertone, 2011). Seguro hacían uso de piedras para

pulir y alisar, importante encontrar raspadores, alisadores y pulidores en torno del hoyo.

Además se podrían descubrir alijos de arcilla cruda con piedras para pulir, platos de

ollero para formar la base de una vasija; fragmento de espondylus, objetos decorativos

como colgantes y alfireres, y semillas carbonizadas de coca, siendo la coca

posiblemente parte de una ofrenda al hoyo.

Igualmente recomendable es hallar evidencias de preparación de vasijas antes de

coccionar y restos asociados con el acabado de vasijas después de coccionar, para

reconstruir el proceso de producción que requiere la formación de la vasija; preparación

de las pinturas; alisar y pintar la vasija; su cocción; pulir y acabar la vasija después de la

cocción. Significativo sería recuperar restos de arcilla cruda, y los restos de un tanque de

levigación que pudo servir para terminar de preparar la arcilla en el estado encontrado.

Como mencionan los documentos coloniales, los especialistas recibieron sus materias

primas como lana para los tejedores y mineral para los plateros, directo del Estado para

que los convertieran en productos finos (Espinoza 1973; Garcilaso 1966[1609]). Tal vez

65
en Tipón hayan evidencias conformes a las halladas en otros lugares de las tierras

reales del Wayna Qhapaq, con la panaqa proporcionando la pasta de cerámica con la

receta correcta para producir las vasijas finas requeridas.

Tratando de aclarar la distribución y morfología de vasijas Inca imperial en todo el

imperio, Bray descubrió que las jarras con boca angosta, frecuentemente llamadas

áríbalos (Bonavia, 2008), constituían la mitad del ensamblaje Inca. Según él, el

porcentaje alto de esas jarras se debe a la importancia del servicio de chicha en las

provincias para poder expandir y consolidar el Tawantinsuyu. Esas jarras también son

útiles para almacenar productos en depósitos y para preparar chicha, dependiendo del

contexto y el tamaño de la vasija (Miller 1987-1989; Morris y Thompson, 1985).

También en Pukará podría haber ocurrido algo similar a lo que se ha comprobado en

Cheqoq, donde se encontró más porcentaje de jarras en el taller que en las viviendas,

indicando que el destino de las vasijas producidas no fue Cheqoq mismo, sino las

vasijas tenían otro propósito. No aquello de estar utilizadas allí mismo, sino las jarras

fueron enviadas al valle donde Wayna Qhapaq festejaba con la nobleza en su palacio

del Quispiwanka, sirviendo chicha. Examinando la distribución de los tiestos en las

viviendas en comparación con el taller, se ha notado que el ensamblaje varía, y solo

algunos productos llegaron a las viviendas. La mayoría de las cerámicas decoradas en

el estilo imperial tuvieron el papel de servir las élites en Yucay ocupadas en su vida

ceremonial y política.

66
Las puertas de entrada de la kallanka

Por supusto al igual que en Cheqoq, donde no todos trabajaban en este taller, también

en Tipón y Pukará hay evidencias de otros tipos de producción en el sitio, como

administración de los depósitos, pastoreo de camélidos y cuidado a las chacras. Sin

embargo, los que trabajaban en alfarería de estilo imperial lo hicieron de una manera

estandarizada, con alto índice de habilidad, probablemente después de un proceso de

aprendizaje. Los olleros habrán sido de la clase de especialista descrita en las fuentes

coloniales como sañukamayuq o ceramista (González Holguín, 1989[1608]).

Ojalá en Pukará se logre descubrir evidencias de una vida ritual en el proceso de

producción de cerámica en el estilo imperial, formadas mayormente por mano, si bien a

veces con un molde para perfeccionar el cuello y la boca: coccionaban las cerámicas en

hoyos no muy profundos, con combustibles locales, antes de acabar los objetos con una

variedad de herramientas formales e informales de hueso, cerámica y piedra.

67
La cerámica killke constituye el estilo más común en las áreas sureñas del Valle

Sagrado, especialmente en la cuenca de Chit’apampa, donde aparecen nuevos

asentamientos con esta cerámica a lo largo de los canales de riego (Covey, 2006). Esto

podría indicar una colonización relacionada a los incas durante la última parte del

Intermedio Tardío. Dado que en el sitio de Pukará Alto se construyeron edificios de estilo

Inca, hay que estudiarlos para establecer la composición de contextos domésticos con el

objeto de determinar etnicidad antropológicamente. Si también ahí se evidenciaran

algunas diferencias y semejanzas entre viviendas que tienen implicaciones para el

estatus y la identidad - la organización del espacio doméstico y el uso de objetos

suntuarios como cerámica fina, metal, concha marina y otros productos exóticos y de

lujo – sería un otro testimonio que hubo una correlación fuerte entre las posesiones en

viviendas y el estatus relativo en sociedades complejas como los Incas (Smith, 1987). En

particular, el análisis de cerámicas utilizadas para servir en contextos públicos (platos,

cuencos y keros) es útil para ver estatus (Smith, 1987). Además, considerado que la

exposición de riqueza es una manera de ganar control político, tanto en Tipón como en

Cheqoq podremos identificar y aclarar definitivamente la diferencia entre obreros y

administradores o kurakas.

Tomando en cuenta que los tupus de cobre o bronce expresan identidad o alta categoría

social, tan como las conchas marinas que parece sirvieron como objetos de poder y

estatus, las investigaciones arqueológicas han mostrado la significancia del espondylus

en usos rituales y la exposición de estatus con vínculos a fertilidad, agua y la femenidad

(Acosta 1962[1590]; Blower 2001; Murúa 1986[ca. 1590]). Puesto que el uso de ciertos

tipos de objetos fue restringido bajo el imperio de los Incas (Murra, 1962), la distribución

de objetos de metal, textil, cerámica y otros como herramientas de poder económico,

político y social (Costin y Earle 1989; DeMarrais, 1996), sería importante determinar

definitivamente con excavaciones si en Tipón hay una considerable cantidad de objetos

de oro y plata (Reinhard 1985; Salazar y Burger, 2004), o predominan objetos suntuarios

de cobre, bronce o plomo.

68
De todas maneras en Tipón es menos significativo considerar la identidad étnica, ya que

probablemente no se trató de incorporar las yanakuna a su cultura para consolidar su

participación (Rowe, 1982), siendo la mayoría de los pobladores colindantes de etnia

Inca, si bien también ahí hay claros señales de estatus distintos, es decir de un complejo

arqueológico perteneciente a las tierras reales, integrados con los recursos estatales, al

mando de una panaqa que inevitablemente quitaba los recursos del Tawantinsuyu a los

pobladores locales a través de su búsqueda para riquezas (Conrad y Demarest, 1984).

Tomando en cuenta que vasijas para servir comida y bebida son particularmente útiles

para asesorar estatus y riqueza de una vivienda entera (Smith, 1987) y la cerámica en

general es representativa según varios estudios (Arnold, 1984), concluyo aseverando

que en Tipón y Pukará Alto es fundamental determinar si hubo un taller de cerámica

polícroma estilo Cuzco-Inca, lo que confirmaría un estatus elevado, si bien, como

hicieron justamente notar unos investigadores, la presencia de las cerámicas élites en

viviendas comunes puede ser también debido al hecho que la nobleza le dio a los

campesinos y a los alfareres locales una cantidad de esas vasijas a cambio de su

participación en el proyecto económico de las tierras reales.

En el análisis cerámico los principales atributos a tomar en cuenta son el acabado de

superficie y la decoración y, en caso se encuentre muy erosionada, nos parece

aconsejable, a los atributos anteriormente descritos, añadir también la pasta y las

formas, llegando con ello a determinar temporalidad, cronología y utilidad de la

cerámica, doméstica y non, en los lugares de su ubicación. Lo que podría indicar que

Pukará Alto fue un lugar donde se realizaban inclusive actividades que conllevaban

bailes, música y comida, y otras reflejadas en unos antiguos petroglifos encontrados en

el cerro Cruzmoqo arriba del sector de las andenes agricolas. Una muestra mayor podrá

sustentar esta suposición y comprobar las actividades que allí se hacían. Si la cerámica

de Pukará Alto corresponde eminentemente a unidades habitacionales, agrícolas y

funerarias, sólo la excavación controlada podrá darnos elementos definitivos de vital

69
importancia para comprender mejor su organización social, cultural, costumbres,

intercambios comerciales y procesos poblacionales de la zona en relación con la

nobleza inca reinante.

El camino que sube de la kallanka a los recintos y al ushnu

En su excelente “Cultivating Empire: Inca intensive agricultural strategies” (2018), el

autor Steve Kosiba relataba que el Imperio Inca se extendió a través de innumerables

habitats andinos donde los indígenas habían previamente desarrollado diferentes

prácticas de intensificación agraria y rotación de cultivos diferentes, inclusive adaptando

la superficie agricola cultivable a sus necesidades. La expansión del Incanato

desmembró estos paisajes indígenos introduciendo nuevas faenas y partiendo sus

tierras en una nueva estructura social tributaria para satisfacer principalmente las

demandas de la nobleza y milicia imperial, lo que introdujo contradicciones entre los

70
oficiales y los ciudadanos, que remodeló el paisaje y legado cultural andino gracias a la

implementación de la infraestructura agraria estatal.

La agricultura está a la base del Imperio inca, que forjió relaciones entre sus reinantes y

los súbditos a fin de sustentar las finalidades de la élite del país y su poderoso ejército,

imponer su enseñanza religiosa a la creciente población andina que tenía que rendir

culto al Inti. Los Incas utilizaron la mano de obra de las comunidades campesinas

autóctonas delimitanto los límites de los campos de cultivo y las siembras

correspondientes, lo que en diferentes comarcas requirió una profunda transformación

socio-ambiental y el traslado de la fuerza de trabajo para moldear los cerros, excavar

largas y profundas acequias, y predisponer rampas de escaleras y canales de riego en

las andenes.

Esta reforma agraria querida por el estado inca tuvo profundas implicaciones políticas si

consideramos que la mitología inca nos cuenta que sus antepasados lograron impulsar

la explotación de una naturaleza silvestre introduciento haciendas de cultivo de maíz en

los alrededores del Cusco (Betanzos, 1968[1551]; Cabello Balboa, 1951 [1586]).

Asimismo los rituales inca representaban nobles como granjeros y labradores de maíz

que, cultivando y conquistando a los Andes, cumplieron una función religiosa y un

mandato divino que les impuso controlar y mitigar las 'fuerzas naturales' (Bauer, 1996;

Julien, 2012), limpiando los campos y los canales del incanato de detritos y escombros,

o sembrando maíz por las ceremonias religiosas.

Este nuevo criterio político-ecológico considera la producción agrícola tanto una

estrategia de desarrollo y explotación de los recursos naturales, como un sistema social

de prácticas y negocios que cortijeros andinos, líderes locales y el linaje noble

establecieron sobre todo cuando entraron en conflicto acerca de programas de

modificación de los cultivos, pautas de posesión y usufructo de la tierra, ritos religiosos y

disposiciones de intensificación (Hastorf, 1993; Morrison, 2006). Con el uso de abonos,

la contrucción de andenes, rotación de cultivos, drenaje, avenamiento y nuevos sistemas

71
de regadío los Incas lograron incrementar las cosechas en las tierras existentes

(Brookfield, 1984; Bruno, 2014).

En la actual comarca cuzqueña los Incas comenzaron a poner los cimientos de la

estrategia agrícola construyendo las terrazas en las cuales sembraron no sólo maíz y

coca, sino lograron maximizar la producción de tubérculos, legumbres y cereales que las

comunidades campesinas locales siguieron cultivando, junto a quinua, algodón,

pimienta, papas y camotes (Hastorf, 2001). Para asegurar la buena cosecha de estos

cultivos, los hacendados tuvieron que proveerse de abonos y invertir una consistente

porción de mano de obra en el drenaje de las acequias, al igual que mantener hileras de

árboles para bloquear los vientos cortantes. La demanda de los productos cosechados

constreñió los compesinos locales a partir su jornada laboral entre los cultivos de los

campos estatales y sus pequeñas granjas donde a menudo implementaron una mejor

rotación de cultivos.

Durante el período imperial, la privilegiada élite estatal inca que poseía la propriedad de

una inmensa extensión territorial, se aseguró cosechas crecientes para sustentar su

sociedad cortesana entregada a ceremonias y fiestas con mucho aparato. Las fincas

estatales eran establecimientos que incluían multiples valles (D’Altroy, 2014), y a

menudo estos terrenos bien deslindados estaban bajo la responsabilidad de una

comunidad arrancada de su tierra originaria (Wachtel, 1982). La corte real controlaba sus

estancias a través de la milicia imperial que vigilaba lugares claves del imperio, y

repartía el trabajo entre las comunidades campesinas llamadas a roturar y cultivarlas

(Murra, 1980).

Los incas delimitaron nuevas parcelas en las laderas de las lomas hasta caudales,

arroyos y ríos. Los ingenieros agrónomos imperiales lograron programar la producción

másiva a través de muros de contención a lo largo del Vilcanota, el río más impetuoso

del Valle Sagrado que regularmente inundaba los campos adyacentes desde hace

generaciones (Farrington, 1983; Kosiba, 2015). Sabemos que los reinantes inca

encauzaron el río (Niles, 1999), para luego reclamar la posesión de esta tierra fértil, en

72
especial donde el Vilcanota atravesaba los depósitos de deslave de sus ríos tributarios

(Donkin, 1979); propio como hicieron en Ollantaytambo, Pisac, Calca y Yucay.

Los Incas diseñaron las terrazas y largos canales con el objeto de crear corredores

continuos de campos en el fondo del valle y en el área colindante para coordinar turnos

de trabajo en una secuela de campos. Si consideramos que los andenes Inca del Valle

Sagrado son ostensiblemente más altas que las terrazas de los sitios pre-inca

colindantes, podemos inferir que las nuevas terrazas fueron decididamente más

conformes al sistema de drenaje y retención hídrica de los fertilizantes en la estación de

inundación de las llanuras aluviales del valle (Donkin, 1979). El desagüe sigue siendo

precioso para cultivos como el maíz, que no hay que dejar sea sumergido durante la

estación de lluvia, siendo sensible a las inundaciones durante su época de floración y

maduración.

Y unos investigadores han notado como unas terrazas inca fueran construidas más

majestuosas de lo necesitado y con gradas imponentes no sólo para conseguir ricas

cosechas, sino con el fin de expresar la autoridad imperial (Donkin, 1979; Goodman-

Elgar, 2009). Lo que es presumible si consideramos que Tipón es otro ejemplo de un

asentamiento de linaje noble donde los canales abastecen una cantidad de agua

decididamente superior a la necesitada para regar los campos, y embellecen los

alrededores creando fuentes y una canalización para verterla copiosa hacia abajo

(Wright, 2006; Wright and Valencia, 2000).

Este esteticismo de la tierra hizo pensar que por los Incas el medioambiente al interior

de los límites territoriales de su imperio adquirió el significado de una forma de expresión

de su poder, que brotaba de la tierra misma (Dean, 2010; Kosiba, 2015) y les otorgaba la

potestad de mandar con la autoridad del Inti, el dios Sol. Y en Tipón es lícito pensar que

a los campesinos locales, más que a comunidades de personas reubicadas, se les pidió

cultivar estas andenes para abastecer comida al contingente del ejército imperial que lo

guarnecía. La asignación de terrenos en estas haciendas reflejaba la distinción de status

y las categorías sociales, si consideramos que los Incas reservaron para ellos mismos

73
las mejores parcelas de cultivo de los valles, mientras asignaron los vertientes de las

colinas a las fincas locales como a los campesinos expatriados.

Las terrazas agrículas y las acequias eran esenciales para las comunidades esparcidas

en estas regiones. La creación de un lazo de interdependencia entre los pueblos y el

paisaje colindante que requería programación de tareas y prácticas rituales comunes

entre los habitantes de las aldeas diseminadas en los Andes fue a la base de la

estratégia de los Incas, que los sojuzgaron con el fin de que las cultivaran para

abastecer de víveres al imperio.

Además los Incas trataron de avasallar las comunidades dentro de un ciclo de

evaluación administrativa y redistribución de tierras, un mecanismo institucional a través

del cual las comunidades andinas podían impugnar reclamaciones y demandar el uso de

la tierra. Un oficial Inca llamado el tocricoc (“uno que ve todo”) registraba si cada familia

cumplía sus obligaciones al Estado y luego racionaba y asignaba unas parcelas de tierra

o topos a cada hogares rurales para satisfacer sus necesidades de subsistencia (Diez de

San Miguel, 1964 [1567]; Falcón, 1946 [1567]; Polo de Ondegardo, 1917 [1571]).

Ahora, para tratar de mejor entender la función de la kallanka de Tipón, hay que recordar

que las categorías de los propietarios hacendados se basaban en una ideología

arraigada que distinguía la nobleza Inca de los otros sustratos sociales, a partir de los

terratenientes de los cuales comenzaba el proceso de repartición de campos y pastos

indispensables para la subsistencias diaria, sin omitir una extensión territorial prefijada

por la nobleza gobernante para los cultos estatales del dios Sol y de las huacas

sagradas (Cobo, 1964 [1653]; Polo de Ondegardo, 1917[1571]). Hace falta tomar en

cuenta que algunos históricos argumentan que los Incas tenían un control total sobre la

tierra, aseverando que el medioambiente les pertenecía, y los campos eran una

“concesión regia” de los Incas a la comunidad (Moore, 1958; Murra, 1980). Sin embargo

este concepto de control total era un afán de la élite, que se quedó más un ideal que

realidad. Muchas comunidades campesinas sometidas lograron mantener los derechos

74
de usufructo sobre su tierra ancestral, si bien se vieron constreñidos a conceder faenas

de campo como tributo a la clase imperial (D’Altroy and Earle, 1985).

Vista de la kallanka de Pukará Alto

Si consideramos que el gobierno inca creó dos paisajes agrarios que podemos situar en

un conjunto de campos para satisfacer las necesidades de las élites e instituciones

incas, y otro conjunto de campos para satisfacer las necesidades de subsistencia de las

comunidades, es patente como la coexistencia de estos dos paisajes generó tensiones

sociales ya que la gente local negoció con los señores incas sobre los campos y los

horarios agrícolas. Las andenes de Tipón y su sector de Pukará Alto parecen un claro

ejemplo de como, reclutados como mano de abro para atender a los campos incas

primero, los agricultores locales no podían asignar libremente el trabajo en su propia

tierra durante la temporada de siembra en el altiplano andino, sino tuvieron que ceder el

75
paso a tipos seleccionados de cultivos para el Sapa Inca, su élite de sacerdotes, y su

guardaespaldas personal.

El camino que cruzaba de este a oeste por la parte media en el sector Pukará sigue

siendo utilizado por los pobladores actuales, y detrás del pircado de piedras existía un

muro inka que encierra a un patio para luego formar la esquina de la calle que cruza los

andenes de sur a norte y pasa por el medio de los andenes. Es aquí que hay la kallanka

con cuatro vanos de acceso, cuya fachada forma una calle con el sexto andén, desde

cuya esquina empieza a subir la calle principal de sur a norte, en el medio de los

andenes de la parte alta.

Las ventanas en forma de nichos y celdillas de la kallanka

Para recuperar este recinto los obreros especialistas tuvieron que impermeabilizar y

proteger los pisos mezclando arcilla, tierra del lugar y cal, para luego cubrir toda el área

del interior de los recintos que fue nivelada, regada y compactada. La kallanka, o edificio

76
alargado con planta rectangular existente en los principales asentamientos incaico, era

una sala o espacio continuo con techo a dos aguas, un granero con nichos, ventanas y

frontones que al interior no tenía divisiones. Se ha encontrado la presencia de hastiales,

postes o columnas internas para sostener el techado en caso de tratarse de estructuras

de grandes dimensiones, con varias puertas colocadas a intervalos en una de las

paredes largas que daba a la plaza ceremonial (Gasparini and Margolies, 1980). El

tamaño de esta estructura en Pukará Alto no excede los 35/40 metros de largo.

Graziano Gasparini & Luise Margolies (1977) y Craig Morris (1999) nos refieren que era

«un tipo de edificio que se encuentra en Cusco y se repite desde Cajamarca hasta

Inkallaqta en Bolivia, es el llamado Kallanka… Las características generales de ese

edificio son similares en todos los ejemplos conocidos y sólo varían las dimensiones. Se

trata de un gran galpón de planta rectangular muy alargada con techos de dos aguas

sostenido por series de pilares hincados a lo largo del eje longitudinal. Uno de los lados

más largos, con varios vanos de entrada, da siempre sobre la plaza principal» (Gasparini

& Margolies, 1977).

Merece la pena citar que los cronistas coloniales y los investigadores modernos que han

estudiado la arquitectura incaica han atribuido a estas estructuras alargadas que los

cronistas definían 'galpones', diferentes funcionalidades o propósitos múltiples para el

uso colectivo (Malpass, 1993; Gasparini & Margolies, 1977). Seguro eran edificios

polifuncionales ya que fungían de centro administrativo y político, lugar público de

aglomeración o reuniones (Matos, 1994; Morris, 1966), palacios o hospedajes para

personas importantes (Calancha, 1974-1981 [1638]; Muñoz, 2007; Vega, 1948 [1600]);

cuartel o barraca para los soldados del Imperio inca (Hyslop, 1990; Meinken, 2005a;

Morris, 1966; Muñoz, 2007); templo (Muñoz, 2007; Polo de Ondegardo, 1916 [1571]).

La kallanka en las celebraciones de la época inkaica servía de palacio de los soberanos

incas o alojamientos para individuos importantes, de plaza techada «para sus fiestas y

bailes» cuando las condiciones climáticas externas no permitían reunirse al aire libre

(Garcilaso, 2005 [1609]; Muñoz, 2007); de taller y/o alojamiento para los tributarios del

77
sistema de mita (Hyslop, 1990; Meinken, 2005a; Zecenarro, 2000); y como alojamiento

colectivo temporal para transeúntes (Agurto, 1987; Morris, 1972), inclusive peregrinos

rumbo a santuarios (Meinken, 2005a).

Sabemos que al interior de las kallankas del Valle Sagrado se efectuaron hallazgos

singulares. Restos de huesos humanos y faunísticos en su contexto funerario, ovillos de

lana (Meinken, 2005b), tiestos, cántaros, alfileres o tupus, vasos de madera o keros,

ofrendas de conchas, pulidores de piedra y proyectiles líticos de boleadora (Muñoz,

2007) son los materiales más recurrentemente reportados, lo que hizo atribuir a la

kallanka un papel eminentemente doméstico o habitacional, si bien estas estructuras

tenían un carácter multifuncional en el tejido socioeconómico del imperio incaico,

principalmente áreas parangonables a canchas destinadas a actividades ceremoniales.

Antes de acabar, abro una paréntesis, acerca del concepto de “lo andino” que

investigadores reportan dificulta «la comunicación entre la arqueología inca y la

arqueología colonial, debido fundamentalmente a la permanencia del concepto (Arkush y

Stanish, 2005; Jameison, 2005; Serulnikov, 2005; Van Buren, 2010). Lo andino establece

la particularidad de una sociedad o comunidad cerrana basada en los principios de

control vertical, la dualidad y las redes de reciprocidad económicas y simbólicas, así

como en la personificación de los elementos naturales como divinidades (Jameison,

2005; Serulnikov, 2005).»

Es convicción difusa la que representa a los campesinos actuales como una visión idílica

de una continuidad socio-cultural que remonta a los tiempos prehispánicos.

Afortunadamente los trabajos arqueológicos proveen conceptos más inteligibles y

objetivos, una visión o imagen de las sociedades prehispánicas no viciada por las

interpretaciones de los cronistas. Teniendo en cuenta que las reconstrucciones y los

datos etnohistóricos y aquellos arqueológicos no son antagónicos, sino se

complementan y nos dan visiones integrales del pasado, en su útil “Redefiniendo una

categoría arquitectónica inca: la kallanka” el escritor Sergio Barraza Lescano propone

78
una redefinición de la kallanka, y nos hace inteligentemente notar como la elección del

nombre de esta categoría arquitectónica no se ve plenamente respaldado por un análisis

histórico o lingüístico que justifique su empleo. Las alargadas salas techadas existentes

en los principales asentamientos incaicos, es decir las kallankas, asumen el carácter

palaciego de los galpones incaicos, según las informaciones que trayeron las fuentes

etnohistóricas, principalmente las del siglo XVII.

El autor precisa que “el primer cronista en darnos alguna pista sobre la estrecha relación

existente entre los galpones incaicos y el término tambo fue Pedro Cieza de León, quien

al describir los «tambos o palacios reales» de los incas resalta sus extensas longitudes:

«… y a los chancas mandó que se hiziese una casa larga a manera de tanbo…»” (Cieza

de León, 1996a [1550]).

Luego evidencia que la asociación galpón-tambo se hace explicita en el testimonio del

jesuita Bernabé Cobo, cuando describe a los tambos incaicos con las siguientes

palabras: «En lo que toca a su traza y forma, eran unas grandes casas o galpones de

sola una pieza, larga de ciento hasta trescientos pies, y ancha treinta a lo menos y a lo

más cincuenta, toda descombrada y escueta, sin división de aposentos, ni

apartamientos, y con dos o tres puertas, todas en la una acera iguales trechos.» (Cobo,

1964 [1653]).

“El significado primigenio del término tambo, por consiguiente, podría haber sido el de

gran sala techada, un tipo de estructura que fue identificada por los cronistas españoles

como el «palacio» del Inca. Sin embargo, tanto las evidencias arqueológicas como las

fuentes etnohistóricas señalan también que en la sociedad incaica las unidades

residenciales básicas, incluidas las de los gobernantes cusqueños, fueron los grupos

kancha o conjunto de estructuras cuadrangulares cercadas por un patio interno

(Gasparini & Margolies, 1977), las cuales solamente en algunas ocasiones se

encuentran asociadas a grandes galpones.”

Este modelo en el que las viviendas de los caciques se distribuían rodeando la plaza

principal y adoptaban la forma de largas salas techadas, fue el que llevó a que varios

79
cronistas identificaran a las estructuras alargadas incas o tambos como palacios. Y luego

aclara “que las residencias reales incaicas estuvieran conformadas por «complejos

palaciegos» en los que grupos kancha y tambos (galpones) se encontraban físicamente

relacionados compartiendo espacios, y la existencia de manifestaciones arquitectónicas

análogas en Mesoamérica, contribuyeron a la consolidación de una percepción hispana

en la que una forma arquitectónica incaica (sala techada) fue asociada a una

funcionalidad preferencial (servir como palacio).”

Las cuatro filas de andenes del sector Pukará Alto

Estas estructuras públicas rectangulares sin subdivisiones dentro de los muros, con

numerosas puertas en una de las dos paredes más largas, la que asoma a la plaza, han

sido descubiertas también en Machu Picchu, - construidas utilizando bloques de granito

cortados con una técnica sofisticada para luego ensamblar las piedras labradas

perfectamente acopladas, - donde las utilizaron principalmente por fines administrativos.

80
Si examinamos el diseño arquitectónico de unas kallankas descubiertas en varios

asentamientos Inka, nos damos cuenta de que este diseño materializaba aspectos de la

ideología del estado Inka. La plaza exhibe una piedra especial que podía quedarse tal

cual, sin modificación, o al contrario presentarse tallada en un asiento. Igualmente

importante es comprobar si había una alineación de luz y sombra, especialmente en los

días del solsticio vernal y sobre todo del solsticio hiemal, entre la escalera que del patio

delante de la kallanka lleva a las andenes superiores y al ushnu.

Garcilaso de la Vega refiere de kallankas con paredes robustas que med ían doscientos

pasos de largo y entre los 50 y 60 pasos de largo, donde los antiguos habitantes

cuzqueños tenían festival y bailes cuando la estación de lluvia les impidía de celebrarlas

afuera en la plaza. Estudios etnográficos han evidenciado que unas kallankas

desempeñaron un papel importante también como casas destinadas a audiencias y

consejos, o a la custodia, subdivisión y entrega de las cosechas estacionales, con las

ceremonias correspondientes. Entre las múltiples funciones de las kallankas, en nuestro

sector de Pukará Alto me parece atendible considerar que la utilizaron inclusive para

actividades que involucraban la avanzada o cuartel militar, un acuartelamiento temporal

de la hueste imperial, si bien no hay que descartar su uso para efectuar mit’ayuq, es

decir trabajo forzoso asignado por un lapso de tiempo a personal aquí trasladado al

servicio de la élite del estado Inca (D’Altroy 2002:327).

Importante sería analizar si los añicos encontrados en este sector pertenecen a

recipientes como vasijas y jarrones utilizados como contendores de bebidas corrientes

como la chicha (Wright and Valencia Zegarra, 2001), cuyo consumo sigue siendo un

importante ingrediente de los festejos andinos, incluso los que organizaban los

funcionarios del Sapa Inka por los campesinos que vivían adentro o en pagos

adyacentes al perímetro trazado por el paredón (Salazar, 2004). Como decíamos las

gradas de la kallanka suben y desembocan en una plataforma o usnu en funciones de

altar durante estas ceremonias rituales, que pudo haber desempeñado el rol de un

81
centro ceremonial que daba acceso a las terrazas superiores que llevan a la cumbre del

cerro y donde vivían los Apus, fuerzas dinámicas dotadas de poderes espirituales.

Los andenes de la parte inferior del sector Pukará bajo de la kallanka

En Tipón es indispensable considerar que las huacas podían ser tanto objetos materiales

movibles o inamovibles asociables a formaciones geológicas y vegetales consideradas

sagradas, a edificios o manantiales. Las huacas tenían la capacidad de emitir sonidos y

inclusive de hablar el lenguaje humano, asimismo tenían un ligue indiscutible con los

fenómenos naturales y los cuerpos celestes, sin olvidarse que otras huacas eran

reconocibles por sus facciones singulares que las distinguían tanto de las personas

normales como de los objetos naturales. Dicho esto, todas estas huacas interactuaban

vivamente con los seres humanos, aún más si tomamos en cuenta el elocuente y notorio

dibujo que hizo Guaman Poma (1987), aquel que retrata Thupa Inka que se vuelve hacia

un grupo de huacas, en mayoría rocas grabadas o labradas.

82
La interrelación entre huacas y humanos, entre el paisaje y los habitantes se funda en el

principio de reciprocidad que está a la base del pensamiento andino. El ayni o

reciprocidad consolida la vida y las relaciones socioeconómicas en la forma de un

sistema de comercio y intercambio organizado verticalmente entre asentamientos

situados a diferentes alturas. La reciprocidad caracteriza las relaciones entre hombre y

naturaleza y entre hombre y seres sobrenaturales, lo que siempre requiere y invoca una

mediación y diálogo más que una dominación violenta del señorío, lo que ha

contraseñado las obligaciones políticas entre el estado imperial y los demás pueblos

sujetados, sistema de respeto recíproco proprio del estado imperial (Stone-Miller, 2002),

que acudió a las armas sólo cuando se hizo imposible actuar de otra forma para

incorporar pueblos rebeldes al Tahuantinsuyo.

Hay que tomar en cuenta que “el problema principal que se les planteó a los Incas en su

política de expansión fue lograr que las poblaciones sometidas, produjeran no sólo sus

propios medios de subsistencia sino elevar los índices de lo que hoy llamamos

productividad. A fin de sacar el mejor provecho incrementaron la capacidad productiva a

través de eficaces mecanismos como la racionalización del trabajo y el mejoramiento de

las tierras con sistemas de regadío, abonos, rotación de cultivos, terrazas, esponjas

hídricas, regeneración de las especies, adecuación de los cultivos a los nichos

ecológicos y otras tecnologías que recién se están descubriendo. Por eso, la casta

dominante identificada con le Estado, pudo arrancar una mayor cantidad de trabajo a las

comunidades y a la vez asegurarles una mayor producción, con lo cual su propria

seguridad con relación a la subsistencia quedaba apoyada por el acción del Estado. Hay

que señalar que eran las colectividades locales que, bajo el control y dirección de los

Incas, organizaban el trabajo de sus miembros para asegurar el acceso a los recursos.

Los incas ampliaron este acceso a un mayor número de recursos estratégicos a través

de la redistribución en gran escala.” (Desarrollo Políticos de las Sociedades de la

Civilización Andina, Fernando Silva Santisteban)

83
Tomando en cuenta que los yanaconas eran asignados por el Sapa Inca a personas de

la nobleza en general, al personal de culto, y como un obsequio, a sus curacas favoritos

o a familias allegadas; que era un sistema de servidumbre hereditario, organizado y

perfeccionado por Túpac Yupanqui contra los rebeldes, que se aplicaba como castigo

leve a prisioneros, como servicios especiales para ciertos hatunrunas extraordinarios, en

las artes de orfebrería y textilería, incluso en labores arquitectónicos; que en efecto

sabemos que los yanaconas desempeñaban diversas funciones, desde las más bajas

hasta las administrativas básicas, si bien algunos lograron escalar posiciones en la

administración pública, y gozar en algunas oportunidades de títulos y prerrogativas,

como contraer matrimonio y poseer bienes muebles; concluyo considerando la

posibilidad y exponiendo la hipótesis de que la kallanka de Pukará pudo haber sido

convertida por un tiempo en un lugar ceremonial de encuentro y contratación para cerrar

un trato acerca de la repartición de recursos, campos y cosechas. Después de haber

ejecutado el oportuno ritual sacerdotal para agradecer a las deidades de la rica cosecha,

la kallanka se convertía en un recinto ferial donde, sin llegar a solazarse con

manifestaciones de diversión y entretenimiento abiertas a todos, se hacían fiestas

restringidas entre los nobles, curacas y funcionarios de los altos rangos imperiales y los

yanaconas encargados de comunicarse y mantener buenas relaciones con las

comunidades campesinas que ejecutaban los labores agrícolas, a las cuales le

correspondía una porción o porcentaje de las cosechas estacionales.

84
Los imponentes recintos del sector urbano de Pukará Alto vistos desde el exterior

85
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