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Marco Aurelio, Séneca y Epicteto se olvidarían de su utópico estoicismo si fuesen sentido aquel

temor que sentí yo cuando divisé aquella ciudad de Celephais que se escondía bajo la sombra
que nace cuando el Sol se va poniendo. Allí había tantas cosas que mi mente podría predecir
de su existencia. Desde mazos de batán ,que si no fuesen vistos muy bien, parecerían bestias
demoníacas, hasta altísimos molinos que tomaban forma de gigantes, como aquel con el que el
ungido por Samuel luchó. Te podrás imaginar lector el miedo que sentí al ver todo aquello,
tanto así que me aferré de mi guía tal como lo hace un niño con su madre tratando de buscar
seguridad y calor en sus brazos. Mi guia notó mi temor y me dijo:

– Por la Providencia, ¿Qué es eso que te causa tanto temor? ¿Qué es eso que perturba tu
tranquilidad? Exprésalo para que mis palabras puedan calmar tu inquietud.

– Desde que mi natal Florencia salió vencedora frente a Arezzo – Le dije – en aquella sangrienta
batalla de Campaldino, donde muchos de mis compatriotas entregaron su vida y cada vez
quedaban pocos en el campo de batalla, no había sentido yo este miedo que me inquieta.
Perdoname si te molesto, maestro, pero dime dónde estamos y de dónde salen tantas criaturas
y cosas sobrenaturales que veo.

Al escuchar esto mi guía me dijo:

– Sabrás la respuesta a lo que me preguntas, pero no saldrá de mi boca, sino de aquel mismo
que ve lo que tu y yo estamos viendo, y que pena aquí.

Aquel misterio presente en su respuesta me llenó aún más de intriga y temor. Así se debió de
haber sentido Egisto cuando se le reveló que algún día Orestes, hijo del Atrida, rey del
mismísimo ejército que destruyó Ilión, le daría muerte. Seguimos caminando por un sendero
donde había ventas, castillos y caballerizas, desoladas y en llamas. Caminamos por un sendero
marcado por huesos de rocines.

Escuchamos de repente una voz a nuestras espalda y de inmediato dirigimos nuestras miradas
a la fuente de aquella voz, era un viejo, flaco, con barbas largas, ojos hondos y nariz grande,
que se asombró enseguida cuando se percató que mis pies quebraban los huesos que pisaba en
aquel sendero. Aquel se dirigió a nosotros y dijo:

– Oh tú, que aparentemente aún gozas de lo terrenal. porque la palidez y el deterioro no ha


invadido tu cuerpo, explicate – así dijo – ¿cómo es posible que un viviente como tú esté aquí?

Cuando abrí mi boca y mis labios iban a articular la primera palabra, ya mi guía se había
dirigido a aquella alma diciendo:

– Este que está aquí y cuyo cuerpo aún es material ha emprendido un viaje hacia al paraíso
porque así lo dispone Aquel.
Luego de que mi maestro hubiera dicho esto, volví mis ojos hacia él y como una madre
reconoce el hambre en los ojos de su criatura, así mi maestro reconoció mis ansias de
preguntarle a aquel viejo sobre su vida. Enseguida le pregunté a aquel hombre diciendo:
– Tú, que te encuentras aparentemente penando en este lugar lleno de cosas inimaginables y
fantasiosas, explícame quién eres, de dónde vienes y porqué estás aquí.

– Responderé a tus inquietudes si me acompañas caminando hacia aquella roca que yace en el
medio de aquel bosque, donde reposo– así me dijo.

Accedí a su petición porque necesitaba saber de él, y mientras íbamos caminando, éste iba
diciendo:

– Viví en algún lugar en las inmediaciones entre Castilla y Toledo, lugar donde llevé a cabo
muchas de mis fantasiosas aventuras. Tan fantasiosas eran que llegué a luchar con molinos de
vientos, pensando que eran gigantes, Tan nublada estaba mi mente que perdí la cordura, tal
como la perdió Áyax el Grande Tras en los juegos funerarios que se celebraron en honor a
Aquiles, cuando él y Odiseo reclamaron la armadura de Aquiles como recompensa por sus
esfuerzos. Tras una disputa de ingenio, Odiseo recibió la armadura y Áyax quedó enloquecido
de furia. En su delirio confundió un rebaño de ovejas con los líderes aqueos, Odiseo y
Agamenón, y mató a todos los animales. Cuando Áyax despertó de su locura, vio que había
deshonrado su espada de guerrero con sangre de animales domésticos y decidió quitarse la vida
antes que vivir en la vergüenza.

Mi intriga y mi confusión se había incrementado, sus palabras me desviaban de saber quién


era. Por ello le pregunté directamente:

– Oh tú, que relatas tan bien la historia del héroe griego, no puedo descifrar quién eres con solo
decirme dónde vivías, dime tu nombre por favor.

Acabado de decir yo esto, el viejo gritó:

– Soy Alfonso Quijano y me hice llamar durante mi locura Don Quijote de la Mancha. Entiendo
tus ansias por saber esto que ves alrededor, pero ten la paciencia y la cordura, que a mí me faltó
en vida. Durante mis aventuras fantasiosas, imaginé tantas cosas absurdas para la gente de mi
pueblo y de mi familia, e incluso para mí que las veo ahora. Imaginarme tantas cosas muchas
veces puso en peligro mi vida y la de un hombre que fielmente hacía de mi escudero. Estoy
seguro que él debe estar vivo aún y gozando con su familia.

– Ya que me has contado esto– le dije– explícame qué haces en este espacio cerca a la montaña.

– Aquel, cuius voluntas perfecta est, me ha puesto aquí en esta antesala para hacer mi ascesis
del alma y llegar a Él. Estoy aquí porque antes de morir recobré la cordura, luego de mi última
aventura, y reconocí que la realidad no era la que yo imaginaba. Aún así, aquí estoy rodeado
de todo aquello que viví y que me volvió loco. Mi deber es no dejarme enloquecer nuevamente
por todas estas tonterías caballerescas, Debo admitir que me ha costado un montón, pero estos
son los designios de Aquel, cuius voluntas perfecta est.

Habíamos llegado a la roca que yacía en el centro del bosque, cuando mi guía se dirigió a mí
diciendo:

– Ya has satisfecho tus inquietudes, es hora de que sigamos con lo que se te ha encargado.
Conocerás más a medida que avancemos y créeme que serán cosas cada vez más sorprendentes.

Antes de partir, aquel viejo me dijo:

– Tú que te marchas, si llegas a tu vida terrenal nuevamente habla de mi y mi arrepentimiento,


para que las oraciones alivien mi pena.

Solo lo miré y me conmovieron sus palabras.

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