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Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo

Facultad de Filosofía “Dr. Samuel Ramos Magaña”

Introducciones a la filosofía
Raúl Garcés Noblecía (Coordinador)

Primera edición, 2022

isbn electrónico: 978-607-542-236-7 isbn impreso: 978-607-542-245-9

Introducciones a la filosofía es editado por la Universidad Michoacana de San Nicolás de


Hidalgo a través de la Facultad de Filosofía “Dr. Samuel Ramos Magaña” con el sello
umsnh Filosofía bajo licencia internacional de Creative Commons (CC BY-NC-ND 4.0).

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cano Medina, José Alfonso Villa Sánchez, Cristóbal Zacarías Correa.

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Maquetación, forro, corrección de estilo y cuidado de la edición


Cristina Barragán Hernández

Imagen de portada
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Editado en México / Edited in Mexico


El Discurso de René Descartes
y las Cartas de Hernán Cortés,
una introducción a la Filosofía Moderna

Marina López López


Facultad de Filosofía
Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo

Introducción

En la historia de las ideas es un lugar común adoptar una visión crono-


lógica del llamado conocimiento filosófico, cuyo origen se coloca en la
Grecia clásica. La historia comenzó, más o menos formalmente, con los
llamados filósofos presocráticos y culmina en las diversas vertientes de
pensamiento que se gestaron durante el siglo xx. Y la línea que marca el
camino del pensamiento conceptual es evolutiva: de la phisis a la polis,
de lo sensible a lo ideal, de lo irracional a lo racional; y se debate entre
idealistas, empiristas, racionalistas, pragmatistas, analistas, feministas,
etcétera. En esa línea se coloca la modernidad como un momento su-
perior, en el siglo xvii, al Renacimiento donde surgió una especie de
protoindividuo (Burkhardt), posterior a la Edad Media y su oscuridad
subsumida a la autoridad divina. La modernidad se entiende como el
punto de partida de nuevas y más actuales formas de pensamiento y
explicación de las realidades humanas. El padre fundador de la moderni-
dad filosófica es René Descartes, quien ideó un método para bien dirigir
la razón, agudizar el ingenio y dar realidad, y autonomía, al yo que es el
centro de todo pensamiento racional, conceptual, filosófico. Según esta
visión, nada escapa a los designios del francés: ni los empiristas que se
supone son sus detractores, ni los idealistas; tampoco las perspectivas

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Marina López López

más actuales como la fenomenología –Husserl declaró en sus Conferen-


cias de París, que lo suyo era un nuevo cartesianismo–, el pensamiento
político, la historia de las instituciones, la antropología, la sociología, el
feminismo o el psicoanálisis. Esta historia, sin embargo, apareció con la
Enciclopedia y tiene un origen esencialmente idealista, en sentido fran-
cés (Diderot, D’Alembert, Voltaire, Fontenelle) pero también alemán
(Hegel y los románticos).
En este escrito mi objetivo es acercarme a una forma vital, comprensi-
ble, accesible a la formación del pensamiento humano, filosófico o no, de
la Filosofía Moderna. Ubicar la pertenencia del mundo hispanohablante
a una historia que normalmente se mira como ajena, aunque no se re-
nuncie a querer comprenderla y, con ello, aplicarla. La idea es mostrar el
movimiento del pensamiento que anima a la filosofía moderna, al margen
de Descartes y con Descartes, y no sus categorías más famosas, aunque
no por ello mejor comprendidas, como la duda, el ego cogito, la subjetivi-
dad, la individualidad, la razón. Para conseguir este objetivo establezco un
diálogo con una de las formas de pensamiento más o menos contempo-
ráneo. En otras palabras, voy sobre el contexto en que se gestó la filosofía
cartesiana: el de las últimas etapas del Renacimiento europeo y, por tanto,
deudoras de los fundacionales momentos que precedieron al siglo xvii:
el descubrimiento de América y la conquista de México a través de uno
de los testimonios más significativos que sobre ese momento existen: las
Cartas de Relación de Hernán Cortés. Es en ellas y en la actitud del con-
quistador, detallada en su estilo narrativo, donde es posible problematizar
el prejuicio de que el yo aparece de manera sistemáticamente expuesto en el
pensamiento cartesiano a mediados del siglo xvii.
Propongo entonces un paralelismo, a simple vista artificial, entre el
Discurso del método, publicado en francés por René Descartes en 1637, y
las Cartas de Relación de Hernán Cortés que fueron publicadas en diver-
sos países europeos a partir de la edición de la Primera carta en Sevilla en
1522. El motivo es que ambos textos tienen un estilo semejante, aunque
no se les mire de la misma manera: están escritos en primera persona
del singular y en ellos se narran trayectos, del intelecto en busca de la
verdad en el primero y el de la empresa de la conquista de México en las

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El Discurso de René Descartes y las Cartas de Hernán Cortés...

segundas. A partir de estas características quiero formular la pregunta


¿quién es más moderno, Descartes por pertenecer a un momento más
avanzado de la historia de Occidente? ¿O Cortés por evidenciar, en su
narrativa de la conquista, los atributos del individuo que en Filosofía se
presume haberse elaborado a partir de la filosofía cartesiana surgida un
siglo después? Si en el trayecto encuentro una respuesta será el apunte
que permita elaborar el sentido del llamado pensamiento racionalista y
de la filosofía moderna, atribuido a René Descartes.

2. El Discurso del método y el yo cartesiano

No es ningún secreto, porque así lo establecen los manuales de historia


de la filosofía y lo atestiguan los biógrafos de René Descartes, que el
Discurso del método no es un libro en sí mismo. Es el prefacio de tres tra-
tados científicos: la Dióptrica, los Meteoros y la Geometría. Pero, aunque
se diga con insistencia, ni los historiadores de la filosofía ni los biógrafos
del filósofo han sabido dar noticia del contenido de cada uno. Quizás
por la pérdida de muchos de los documentos del filósofo en su travesía
desde Estocolmo, donde murió, hasta París, a donde alguno de sus ami-
gos los llevaba y se hundieron accidentalmente en el río Sena (Shorto,
2008).1 Y a pesar de que en el Discurso del método Descartes afirma que
ahí describe su forma de proceder en los tratados que se siguen, se acepta
sin más que ese Prefacio indica los caminos por los cuales el pensamiento
moderno había de transitar. Atrás quedaban los preceptos conceptuales
revelados que la Edad Media acuñó, el sendero del saber sería iluminado
por la luz de la razón y el ser que la posee: el yo que piensa y es capaz de

1
Las peripecias, incluso bastante cómicas, de los documentos que el filósofo dejó en
manos de sus amigos, algunos de ellos no tan sinceros cuanto se quisiera, las narra de
una manera magistral Russel Shorto en su libro Descartes’ Bones. A Skeletal History of
the Conflict between Faith and Reason. El antropólogo de formación filosófica se adentra
en los caminos bastante sugerentes del modo en que se gestó la idea de la filosofía mo-
derna (el anhelo por el cráneo del filósofo, donde se encontraban sus ideas) y muestra
que la pregonada división entre fe y razón que caracteriza a la modernidad es bastante
escurridiza: el cráneo rodó por Europa como una reliquia hasta perderse totalmente.

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crear los principios que garanticen la veracidad del conocimiento (Des-


cartes, 1989).2 El yo, tranquilo y solitario, es una realidad que se deduce
de las páginas del Discurso del método, sin obstáculos, centrado en el mo-
vimiento mental de un individuo que prefiere hacer todo por sí mismo
para evitar ser distraído o engañado por los libros, por los doctos, pero
no por los sentidos.
Que el Discurso del método sea apenas un Prefacio debería bastar para
no considerarlo más como el parteaguas del pensamiento filosófico. En
cambio, se tendría que ir sobre el contenido de los tres tratados que ante-
cede para encontrar el centro del pensamiento moderno que es, además,
científico. Y no precisamente científico en el sentido de geométrico, físi-
co o matemático, sino médico. Cuando René Descartes habla de ciencia,
dice en el último párrafo del Discurso,
no sólo me refiero a una infinidad de artificios, que nos proporcionan sin trabajo
alguno el goce de los frutos de la tierra e innumerables comodidades; me refiero
especialmente a la conservación de la salud, que es sin duda el primer bien, el fun-
damento de todos los bienes de esta vida; porque hasta el espíritu depende de tal
modo de la disposición de los órganos del cuerpo, que si es posible encontrar algún
medio de que los hombres sean buenos e inteligentes, creo que ese medio hay que
buscarlo en la medicina (Descartes, 1989, p. 33).3

Descartes dejó clara su preocupación por la ciencia y fue a partir de


ella que elaboró no sólo el Discurso del método, sino también sus Prin-
cipios de la filosofía e incluso las Meditaciones metafísicas. Una evidencia
más de su preocupación por el funcionamiento del cuerpo humano está
en el Tratado del hombre donde desarrolla la lección quinta del Discurso.
Como prefacio, el Discurso del método es directo, sencillo, ameno. Como
una carta cuyo destinatario el remitente conoce a la perfección. El estilo
es el indicado para atraer la atención de los posibles lectores a su conteni-
do y a su autor, puesto que no recurre a las autoridades o a los libros, es
él quien habla, un hombre vivo, solo, pensando. Fue escrito en francés,
la lengua madre del filósofo, y no en latín. Los motivos: que llegara a
2
Cómo dudar de esta premisa si la lección segunda del Discurso del método (está divi-
dido en seis) contiene “las principales reglas del método”.
3
Cfr. Shorto, 2008, pp. 1-59: “The Man who died”.

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El Discurso de René Descartes y las Cartas de Hernán Cortés...

todo aquel que estuviera interesado en el pensamiento del momento,


incluidas las mujeres (Cook, 2018, p. 5).4
Como bien recuerda Harold J. Cook, en The Young Descartes. Nobility,
Rumor, and War, se tiende a desentrañar la personalidad de Descartes de su
obra, particularmente del Discurso del método, y no lo contrario: encontrar
en la personalidad del filósofo el sentido de su pensamiento (Cook, 2018,
p. 22). Se decide, pues, entresacar de las líneas aparentemente biográficas
del Discurso la imagen de un solitario hombre joven dedicado a su propio
pensamiento, a esclarecer sus sueños, a renunciar a sus antepasados, a su
educación, a todo lo aprendido como punto de partida para la formación
del yo que piensa y se da órdenes a sí mismo. Esa imagen se mueve a sus
anchas por entre los contextos académicos no únicamente en la actuali-
dad. Tiene sus orígenes en la visión ilustrada de la naturaleza del conoci-
miento y, su versión más reciente, en las interpretaciones de la historia de
la ciencia moderna que se produjeron a principios del siglo xx en textos
paradigmáticos como The Metaphysical Foundations of Modern Science de
E. Burtt, Science and the Modern World de A. Whitehead y From the Closed
World to the Infinite Universe de A. Koyré (Burtt, 1924; Whitehead, 1925,
Koyré, 1957). La visión de Koyré fue la más determinante. El intelectual
de origen judío, exiliado en América, se convirtió en uno de los mayores
representantes de la academia americana y europea e influyó de mane-
ra notable en diversos grupos de estudiosos del pensamiento científico
y filosófico durante los años más intensos de la Guerra Fría (Lindberg y
Westman, 1990).
Estos historiadores de la ciencia tuvieron, sin embargo, a la mano las
interpretaciones previas sobre el origen del conocimiento, como recuer-
da Paolo Rossi,

los grandes protagonistas de la complicada historia, que desde la imagen del mundo
cerrado condujo hasta la imagen de un universo infinito –Bruno y Wilkins, Borel y
Burnet, Cyrano y Fontenelle– utilizaron libremente, para apoyar sus visiones del
4
“Descartes’s first book, the Discourse (1637), was originally written in French so that
it could be appreciated by women, and his work came to have many supporters among
the ladies who frequented the salons of Paris, who helped establish Descartes’s reputa-
tion as a brilliant philosopher”. Las cursivas son mías.

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Marina López López

cosmos, los resultados más perturbadores a que habían llegado los astrónomos del
siglo xvii. En su actuación efectuaron extrapolaciones (como se diría hoy) no siem-
pre legítimas ni prudentes. Se basaron en analogías. Pero también sus ‘fantasías’ y sus
procedimientos de tipo analógico contribuyeron decisivamente a cambiar el curso de
la historia de las ideas y el camino de la historia de las ciencias. El Somnium de Kepler
y el Cosmotheoros de Huygens sirven en cualquier caso para demostrar que ni siquiera
los grandes científicos de aquella época permanecieron indiferentes a esas ‘fantasías’.
Imaginación y cosmología no parece que sean términos antitéticos. ¿Acaso no ha
escrito también La nube negra uno de los mayores cosmólogos de nuestro tiempo,
que responde al nombre de Fred Hoyle?” (Rossi, 1998, p. 132).

Si se sigue la descripción de Rossi la conclusión no es nada alentadora:


la ciencia moderna, y con ella la historia de las ideas, es el resultado de las
análogas fantasías que establecieron los ilustrados entre los grandes des-
cubrimientos de la cosmografía del siglo xvii y la ciencia moderna. Esta
historia fue la que popularizó Alexandré Koyré en su visión idealista del
conocimiento científico, filosófico y religioso (Christie, 1990, p. 17).5
Pero se olvida que esa ciencia, derivada de la llamada Revolución cientí-
fica, no tuvo como base únicamente el De revolutionibus de Copérnico
(1543), sino también el De humani corpori fabrica de Vesalius (1543),
el afamado anatomista flamenco, médico de Carlos v (Smith, 2004, pp.
157). Curiosamente, el Somnium de Kepler fue uno de los libros que leyó
Descartes y conoció a Kepler también durante su célebre estancia en Ale-
mania, encerrado en su habitación durante aquel frío invierno sin nadie
con quien hablar, cansado de las batallas previas al nombramiento del
Príncipe de Orange como nuevo monarca (Cook, 2018, pp. 102-107).6
El aislamiento que describe en la primera lección de su Discurso ha sido
uno de los escenarios más socorridos en la imagen que se transmite por
doquier del ser filosófico. Pocas veces, sin embargo, se citan frases en que
5
“Koyré’s historiography has therefore as strongly idealist cast. For him, science was a
kind of pure thought, approximate to philosophy, and Koyré himself approached sci-
entific texts as a philosopher whose own philosophical commitments derived from the
paramount idealist thinkers in the Western philosophical tradition, Plato and Hegel”.
6
La idea del sueño está claramente expresada en el Discurso y en él se utilizan térmi-
nos como entusiasmo, fuerza de la imaginación, genio… Esta insistencia del filósofo
le hace semejante al sueño de Pitágoras donde visualizó un reino y a las revelaciones
de san Pablo seguramente conocidas a través de las enseñanzas de Ignacio de Loyola.

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El Discurso de René Descartes y las Cartas de Hernán Cortés...

el filósofo advierte sus objetivos: “quiero reformar mis pensamientos, sólo


los míos; mi propósito es el de levantar el edificio de mis ideas y de mis
creencias…” (Descartes, 1989, p. 14). La indicación es clara y está llena
de soberbia. “Reformar mis pensamientos” y “levantar el edificio de mis
ideas y de mis creencias” son los dos objetivos del filósofo. Pero no es
verdad que estuviera solo durante aquel frío invierno. Leyó el Somnium
de Kepler y lo conoció en persona en un momento crítico, pues Kepler
se encontraba defendiendo a su madre de acusaciones de brujería (Cook,
2018, pp. 102-107).
Detrás de la afirmación de su amodorrada condición frente a la estufa
de su habitación hay varios aspectos llamativos. El primero es que él mis-
mo señala haber estado en batalla. Por lo tanto, el filósofo no era sólo un
ser pensante, también era un caballero de infantería, un soldado. Y eso
es suficiente para imaginar que no estaba solo, sino en un momento de
necesaria pausa antes de continuar con sus viajes –un tema que, por otro
lado, deja claro en la primera lección del Discurso– o compromisos mi-
litares. Estaba agotado. Y no era un soldado raso, sino parte del ejército
de Mauricio de Orange en un momento de falta de gobernanza en toda
Europa (Cook, 2018, p. 30).7 Pertenecía a uno de los ejércitos más po-
derosos de Europa no por ser filósofo. Su padre, Joachim Descartes, era
miembro del parlamento británico en la zona donde nació René, desde
hacía al menos una década en el momento de su nacimiento en 1596.
Y continuó escalando en el parlamento francés durante toda su vida. Se
dice incluso que negó su ayuda al joven René Descartes para comprar
un título nobiliario. Hay quien afirma que no fue sólo la negativa de su
padre, sino la situación política convulsa que se vivía en Francia y en
toda Europa el motivo que le impidió acceder a la nobleza, con todo y
la herencia que recibió de su madre y de introducirse en la Corte como
sieur du Perron (Cook, 2018, pp. 33-72).
Era un aristócrata francés y, como tal, se vinculaba con los científi-
cos, los poetas, los músicos, los políticos y embajadores de cada país al
7
“Descartes may have hoped, too, like many around him, for peace in France and in
Europe under the leadership of a loving and charismatic monarch who would be the
first among equals in a republic of princes and nobles”.

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Marina López López

que visitaba, pues no sólo viajó a los Países Bajos, o Suecia a donde fue
invitado ni más ni menos que por la Reina Cristina con el objetivo de
fundar una Academia de ciencias (Cook, 2018, p. 196).8 ¿Un hombre
solo, que no tiene relación ninguna con su entorno cultural y científico,
puede diseñar los planos para una academia de las ciencias? Nada puede
evidenciar lo contrario, pues fue en Estocolmo donde murió de una
especie de neumonía en una habitación de la casa del embajador francés
en Suecia, Pierre Chanut, rodeado de gente (Shorto, 2008, pp. 1-42).
Visto así, ¿era Descartes un hombre solitario, dedicado a vivenciar y sen-
tir con intensidad el movimiento de su pensamiento abstracto, concep-
tual, racional? ¿Qué se entiende por tal en un contexto de poco sosiego
político, social, bélico y cultural?
Quizás como advierte Harold Cook en su biografía del joven Des-
cartes, la actitud del filósofo, como la de sus contemporáneos, responde
al deseo de una ideal situación favorable al avance de las ciencias y del
conocimiento humano donde no hay perturbación alguna y el espíritu
puede dedicarse a elaborar las mejores hipótesis y sus comprobaciones.
Harold Cook dice “the famous argument of the cogito was meant as a
proof against radical doubt, a reassurance of our own existence from
which even ordinary attributes of the real world can be known with
reasonable certainty” (Cook, 2018, p. 31).9 El cogito ergo sum responde,
así, no a un deseo insuperable de conocimiento del yo vacío y aislado del
mundo, sino a un contexto de cambios y desafíos que ponían a prueba a
los individuos que lo vivían.
Solo estaba el filósofo en su habitación alemana, se dice, pensando.
Sumido en el sueño que, se dice, describe no totalmente en el Discurso
del método sino en un cuaderno actualmente perdido del cual Leibniz
tomó algunas notas (Cook, 2018, p. 233; Aczel, 2005).10 Pero también,
8
“Descartes’s written plans for the establishment of a Swedish academy of sciences on
behalf of Queen Christina are sometimes noted”.
9
“El famoso argumento del cogito fue una prueba contra la duda radical, una garantía
de nuestra propia existencia a partir de la cual incluso los atributos ordinarios del
mundo real pueden conocerse con certeza razonable”. La traducción es mía.
10
Leibniz confiesa en sus Cogitatione privatae publicadas en 1676 haber tenido en sus
manos el Olympia, un pequeño cuaderno de notas de Descartes.

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El Discurso de René Descartes y las Cartas de Hernán Cortés...

y esto sí que lo dice el filósofo francés, el famoso método apareció en sus


aspiraciones cuando era aún muy joven y creyó que, para perfeccionarlo,

sacaría más partido de la comunicación con hombres de distintos países, que de la


reflexión solitaria en la habitación caldeada por la estufa y atestada de libros, resolví
viajar, y durante nueve años, hoy aquí mañana allá, traté de ser espectador más
bien que actuar en la comedia que en el mundo se representa (Descartes, 1989,
pp. 19-20).

Ni solo ni aislado estaba Descartes, ni un asunto exclusivamente men-


tal es el Discurso del método, “para bien dirigir la razón”. Descartes era
un aristócrata, y un soldado, un caballero que viajó por una Europa sin
fronteras, como los caballeros andantes de los cuales Don Quijote es el
ejemplo paradigmático y también su contemporáneo (Cook, 2018, p.
4).11 Pero de todos los países visitados por Descartes en sus andanzas
España fue el único que no conoció. Estuvo en los Países Bajos –en Ám-
sterdam, Leiden, Utrecht–, cuando todavía eran parte del dominio de los
españoles desde que el primogénito de Juana, hija de los Reyes Católicos,
y Felipe el Hermoso heredara un imperio inmenso que abarcaría también
Alemania y sería conocido como Carlos v. Este contexto intelectual, políti-
co, social y cultural delinea una figura bastante distinta a la común y acep-
tada del filósofo francés. No parece ser un racionalista calculador, sino
algo más parecido a una de las figuras emblemáticas del momento: un
humanista. Bien se podría objetar que el humanista es un personaje más
próximo al de un artista, un traductor, un pintor… y, por tanto, alguien
dedicado enteramente al cultivo de las letras. Pero es apenas recordar que
Erasmo cabalgó por toda Europa, lo hicieron Montaigne, Leonardo da
Vinci y Damião de Góis, incluso el poeta Luís Vaz de Camões navegó
hacia Oriente, y como ellos que no sólo sabían de política, de literatura,
de pintura, de arquitectura, de navegación y cartografía sino de ingenie-
ría, de idiomas, de confesiones religiosas, lo hacía también Descartes.
Y, por exagerado que parezca, de esa saga de hombres era también Don
11
La imagen del Descartes joven coincide perfectamente con el protagonista de los
Tres Mosqueteros de Alexandre Dumas: D’Artagnan. “Los tres presentes del señor
D’Artagnan padre” (Dumas, 2016, pp. 11-31).

113
Marina López López

Quijote, un caballero andante. A ella pertenecía el autor del conjunto de


documentos que he anunciado colocar en un paralelo con el Discurso del
método: las Cartas de Relación de Hernán Cortés.

3. Las Cartas de relación y el yo moderno

En el Discurso del método Descartes describe la ruta del yo por el sendero


de la razón para adquirir certezas. En las Cartas de Relación, particular-
mente en la segunda, Hernán Cortés relata a los monarcas de Castilla el
camino que siguió para llegar a Tenochtitlan, conquistar la gran ciudad
y ganarla para la Corona española. Como se ha visto, la afirmación acer-
ca del contenido del Discurso del método resulta, si no del todo falsa, al
menos dudosa tal como está redactado el Discurso y según el contexto
en que fue escrito. Descartes no estuvo solo, sino rodeado de la mayor
inteligencia europea, esa de donde se formó lo que ahora plácidamente
llamamos ciencia moderna.12 Pero ¿sucede lo mismo con Cortés y las
Cartas de Relación del conquistador?
Es necesario, en primer lugar, hacer una precisión. La historia registra
cinco cartas de Relación. Y entre ellas no sólo difiere el contenido: en
cada una se narran varios episodios de la travesía militar y política de
la conquista, desde la llegada a las costas de lo que en breve fue la Villa
Rica de la Vera Cruz (Primera Carta) hasta el viaje a las Hibueras para
frenar la rebelión de Pedro de Alvarado (Quinta Carta). Pero también
hay una diferencia, y es la que más importa aquí, en términos estilísticos:
la primera de esas cartas está escrita en plural, pero no las otras cuatro
donde siempre se expresa un yo que decide, que explica, que justifica,
12
“No existe, en Europa, una ‘cuna’ de esa complicada realidad histórica que llamamos
hoy en día ciencia moderna. La cuna es toda Europa. Vale la pena recordar, además,
algunas cosas que no todo el mundo sabe: que Copérnico era polaco, Bacon, Harvey
y Newton ingleses, Descartes, Fermat y Pascal franceses, Tycho Brahe danés, Paracelso,
Kepler y Leibniz alemanes, Huygens holandés, Galileo, Torricelli y Malpighi italianos.
La obra de cada uno de estos personajes estuvo vinculada a la de los demás, en una
realidad artificial o ideal, carente de fronteras, en una República de la Ciencia que supo
construirse a costa de muchos esfuerzos un espacio propio en situaciones sociales y po-
líticas siempre difíciles, a menudo dramáticas, y a veces trágicas”. (Rossi, 1998, p. 11).

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El Discurso de René Descartes y las Cartas de Hernán Cortés...

que calcula, que se mueve con autonomía por un mundo geográfico,


cultural y lingüístico que conoce sólo paulatinamente. Esta diferencia de
estilos indica, por un lado, que quizás no todas las cartas de relación fue-
ron escritas por Cortés o, por otro, que entre ellas media una intención
comunicativa distinta. Para los especialistas en el tema, por otra parte,
la primera carta está perdida y la que se tiene ahora por primera no es
en realidad sino la segunda (Elliott, 1986, p. xx). La primera, arguyen,
era de un marcado acento personal, como lo son las cuatro actuales,
mientras que la considerada primera por la historiografía acompañaría
al documento menos formal e informaría a Carlos v y la reina Juana del
comportamiento y actitud de Cortés como individuo y no como parte
de la expedición que salió de Cuba por órdenes de Diego Velázquez,
desobedeció sus órdenes, fundó una Villa e instauró el primer ayunta-
miento castellano. Si son así las cosas, la primera carta perdida estaría se-
guramente escrita en primera persona como el resto. Y la primera actual,
escrita en el plural nosotros, sólo corroborará una de las sospechas que
guían mi escrito: que en las Cartas cortesianas el contexto tuvo un papel
fundamental, del mismo modo que para el Discurso cartesiano.
Las cartas, a partir de la Segunda, describen los pasos que el conquista-
dor daba para llegar al reino de Moctezuma, los aliados de que se sirve, de
los traductores, de los documentos indígenas y europeos, de las travesías
por caminos que se abrían al tiempo que pasaba el conquistador, de los
oponentes que enviaba Diego Velázquez queriendo ganar para sí, y no
para la Corona, los avances que había hecho el extremeño (Tercera y Cuar-
ta Cartas). Todas ellas, como se ha dicho, escritas en primera persona, son
un intento no de relatar hechos objetivos sino de justificar la condición
de rebeldía en que estaba actuando Hernán Cortés, de ahí que describa
la heroica entrada a Tenochtitlan, el apresamiento de Moctezuma y la
donación de la ciudad al Emperador. Todas estas escenas están sobrecar-
gadas de imágenes victoriosas del capitán general a partir de la Primera
Carta. Sin mucho esfuerzo, al leerlas, se tiene la impresión de un poder
extraordinario de convencer, doblegar y hacerse servir de propios (toda la
tripulación de los barcos y los hijosdalgo que iban en ella) y ajenos (los
indígenas contrarios a Moctezuma, los intérpretes y los aliados), natural

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Marina López López

en Hernán Cortés que no es difícil, una vez asimiladas las cualidades


del yo moderno atribuido tradicionalmente a Descartes, imaginar que el
conquistador estuvo un poco más que solo batallando contra los salvajes
y bárbaros indios del México prehispánico. Lo llamativo, no obstante, es
que la narrativa describe espacios y actitudes que parecen ser del pleno
conocimiento de quien escribe. En ese sentido, quizás Anthony Pagden
lleva más que razón al sospechar que seguramente las cartas fueron re-
dactadas mucho después de las fechas en que se dice que fueron escritas,
una vez que se vivieron los acontecimientos (Pagden, 1986, p. lvii). Es
decir, que las Cartas fueron escritas con toda la intención de convencer
al Emperador no sólo de la sagacidad y rectitud del capitán general de la
armada, sino y ante todo de la idoneidad de la empresa de conquista del
territorio que, pese a no conocerse, en breve sería Nueva España.
Al respecto, las palabras de Hernán Cortés no dejan lugar a dudas. En
el paradigmático párrafo de la Segunda carta donde informa al Emperador
de la manera en que se comunicaba con los caciques y señores, dice: “Y
estando perplejo en esto [la noticia de la emboscada en Cholula], a la len-
gua que yo tengo, que es una india de esta tierra, que hube en Potonchán,
que es el río grande que ya en la primera relación a vuestra majestad hice
memoria…” (Cortés, 2004, p. 49). La india “que yo tengo” era sin duda
doña Marina, quien pasó a la historia de México como la gran traidora
de su pueblo (Townsend, 2006).13 Actuaba el conquistador movido por
la necesidad de avanzar en la empresa que perseguía tres cosas: rescatar
oro, expandir la fe católica y ensanchar los Imperios del Sacro emperador
romano Carlos v. Por eso, informa al emperador: por órdenes suyas apre-
saron a uno de quienes estaban organizando la emboscada y le amedrentó
por medio de las lenguas. “Yo hice tomar uno dellos discimuladamente,
que los otros no lo vieron, y apárteme con él y con las lenguas y amedrén-
tele para que me dijese la verdad” (Cortés, 2004, p. 49). Al final, dice en
el relato, que le cortó las manos y con él a otros cincuenta.
Suficientes sean estos dos ejemplos del relato cortesiano para con-
tinuar con la reflexión al respecto. El yo que se revela en las Cartas es
13
La bibliografía al respecto es amplísima. Aquí solo refiero la que es, para mí, la mejor
biografía escrita sobre tan misterioso personaje.

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El Discurso de René Descartes y las Cartas de Hernán Cortés...

un yo que ordena (apresar a uno de los organizadores), que amedrenta


(generando miedo a sus adversarios), que violenta (corta manos para
garantizar el impacto de su poder); es decir, calcula de la manera más
sistemática cómo había de conseguir sus objetivos. La maldad, la falta
de piedad, la sangre fría del yo que actúa es patente, aunque no un lugar
común. El conquistador relata pocas escenas de empleo de la violencia,
normalmente se comporta así cuando lo considera necesario; en gene-
ral consigue doblegar a sus oponentes por medio de la palabra, testigo
de ello era la “india que yo tengo” que traducía. La palabra fue en la
mayoría de los casos el medio a través del cual Cortés conseguía lo que
quería. ¿Y no son ambas maneras, la violencia y la palabra, las dos caras
de una misma moneda, la moneda llamada cultura occidental? Hannah
Arendt ha dejado una descripción bastante objetiva y útil del modo en
que operaba el mundo griego clásico, ahí donde se gestó la civilización
occidental: la vida pública, la vida del ágora, la polis, sólo era posible por
la existencia de la esclavitud (Arendt, 1958, pp. 22-79).
Hernán Cortés narra a los monarcas la contundencia de sus acciones
en la consecución de sus objetivos, que en realidad no le eran exclusivos.
No los decidía por sí mismo y sus intereses personales, ni siquiera por
consenso con la tropa que le acompañaba que seguramente no lo hacía
simplemente por el afán de aventura. Sus actos respondían a un manda-
to superior, antiguo y legal: las Siete Partidas de Alfonso x donde se esta-
blece que es el bien común, el bien de la comunidad, lo que debe estar
por encima de los intereses privados (Elliott, 1986, p. xix).14 Por eso la
necesidad de relatar, en la Primera carta, la fundación de la Villa Rica de
la Vera Cruz, hacer saber al Emperador, y a su madre, que todo cuanto
hacía era legítimo. La retórica cortesiana, así, se construye y sostiene de
la documentación legal castellana que funciona perfectamente durante
14
“According to the Siete Partidas, the laws could only be set aside by the demand of all
the good men of the land. On the soil of Mexico, these were clearly the rank and file
of Cortes’s army, and it was in deference to their demand that he now set aside his in-
structions. They were united in agreeing that the expedition should not return to Cuba
but should remain to attempt the conquest of Motecuçoma’s empire; and they formally
constituted themselves a community –the Villa Rica de la Vera Cruz– in order to ensure
that the king’s interests were upheld”. Ver también, Frankl, 1962, 9-74.

117
Marina López López

el reinado de Carlos v y es el suelo en que se mueve la caballería caste-


llana del momento; pero sus fines son otros: justificar la manera en que
ha desobedecido las órdenes que, a su vez, le fueron dadas por Diego Ve-
lázquez al salir de Cuba en la tercera expedición hacia las tierras que ya
Francisco Fernández de Córdoba y Juan de Grijalba habían descubierto.
Ese bien general que encarna el sentido de comunidad está expuesto,
como se ha anticipado, en la Primera Carta donde se describe la manera
en que fundó la Villa Rica de la Veracruz, se instaló un ayuntamiento, se
establecieron alcaldes y regidores, justicia y concejo. En la Carta se dice
que él, el “Capitán determinó”, “el dicho Fernando Cortés les habló”,
él “desembarcó toda la gente” y animó, una vez quemadas las naves, a
que los españoles que no tenían en qué regresar a Cuba “se animasen a la
conquista o a morir en la demanda” (Cortés, 2004, pp. 4-5). No resulta
sorprendente que haya sido nombrado capitán general, pues fue en él en
quien Diego Velázquez encomendó la expedición. Era, de cierta manera,
lo natural. Pero lo que sí salta a la vista es que en la Primera Carta de
Relación de Hernán Cortés se diga que fue él quien hizo, él quien enco-
mendó, quien animó, naturalmente secundado por alguien más. Si bien
no fue redactada por él mismo, no significa que no haya participado,
dictado o encomendado su redacción. La escribieron los españoles que
le acompañaban, o le ayudaron a escribirla, la escribieron todos juntos
y, por tanto, validaban en todo momento cuanto el capitán hacía. Pues
sólo así no resulta incomprensible que hayan sido dos hijosdalgo, Puer-
tocarrero, pariente de Beatriz de Pacheco la hija del Duque de Villena,
y Montijo, quienes llevaron la carta a España y con ella todos los bienes
que se describen en la parte final de la relación.15
Lo mismo sucede con el contenido del resto de las Cartas. En la ci-
tada Segunda carta, donde dice de la india “que yo tengo”, también
puede verse que el poder del que gozaba el conquistador no emanaba
de su propia voluntad, de su yo que sabía perfectamente calcular y dar
15
La Primera carta, el documento más importante llevado a España por Puertocarrero
y Montijo, “should therefore be read, as it was written, not as an accurate historical
narrative but as a brilliant piece of special pleading, designed to justify an act of rebel-
lion and to press the claims of Cortes against those of the governor of Cuba” (Elliott,
1986, p. xx).

118
El Discurso de René Descartes y las Cartas de Hernán Cortés...

órdenes, sino de aquellos que le acompañaban de camino al reino de


Moctezuma. Entre ellos la india que era su lengua. Lo sugerente, enton-
ces, en el estilo narrativo del conquistador16 son la astucia y prestancia
con que coloca al yo, su yo aislado del resto como protagonista de una
historia tan compleja como difícil, le hacen parecer mucho más audaz
que el yo que piensa de René Descartes, racionalista y calculador, que
no era un individuo autónomo, sino quien emergió de las tinieblas de
un entendimiento aturdido por el conocimiento, los acontecimientos,
los doctos, las guerras y la inestabilidad política en que se encontraban
Francia y Europa como resultado de las sucesivas guerras del momento.
Si como dice J. H. Elliott, la tal Primera carta hoy perdida era un do-
cumento con claras intenciones políticas (Elliott, 1986, pp. xxi-xxii), Her-
nán Cortés y quienes le acompañaban no estaban, contrario a Descartes,
aturdidos por los conocimientos previos del terreno donde pisaban porque
apenas sabían de su existencia, abrumados por lo que veían y escuchaban
porque no entendían, ni aterrados por el desconocimiento del espacio a
donde iban en busca de su objetivo último, conquistar el imperio de Moc-
tezuma que, según se decía, era el más poderoso emperador y, como tal,
se le podía imaginar el tamaño de sus posesiones. Casi como en Descartes
antes de escribir el Discurso, hubo en quienes participaban de la empresa de
la conquista de México una voluntad de ejecución, de arrojo, de aventura
si se quiere y, al mismo tiempo, la convicción de justificar por escrito a los
ojos del monarca y de Europa entera la decisión de no obedecer las órdenes
del gobernador de Cuba y sacar de ahí una imagen heroica, sumisa, obe-
diente de los preceptos que rigen un pueblo, disimulando los infortunios
o, si acaso se los mencionaba, utilizándolos para acentuar la valentía.
En las Cartas de Relación hay la imagen de un hombre valeroso, un
yo omnipresente que enfrenta todos los peligros, franquea todos los obs-
táculos, calcula las victorias, organiza a sus hombres, concierta con el
enemigo y consigue mantener en sus manos todo cuanto gana en el ca-
16
Utilizaba la retórica humanista-legalista que aprendió en el poco tiempo que estudió
en Salamanca, recurrió al contenido de las Siete partidas alfonsinas para escribir, al
menos la Primera carta, en concierto con el resto de hijosdalgo que le acompañaban
(Benítez, 1956; Frankl, 1962; Baudot, 1996; Iglesia, 1980). Y el estudio más que
interesante de Alfonso Mendiola Mejía (Mendiola, 2003).

119
Marina López López

mino. Es bondadoso con quien lo merece, comprensivo con quien lleva


su misma razón y, más aún, cree en dios y la gracia que le prodiga para
avanzar sin retroceder en la empresa. En pocas palabras, Hernán Cortés
es el yo cartesiano que, por otro lado, no es el yo de Descartes sino un
yo abstracto, un concepto elaborado literariamente. Es decir que nada
de regulativo tiene, ni de matemático, ni de geométrico. ¿Sugiero, en-
tonces, que Descartes se inspiró en las Cartas del conquistador para sis-
tematizar el ego cogito? Quizás alguna edición de las andanzas americanas
del extremeño tuvo en sus manos, como buen aristócrata educado en La
Flèche, una de las escuelas más prestigiosas de la Europa del momento.
Si se coloca al francés en el contexto de intercambio, de circulación del
saber sobre el mundo, en toda Europa quizás se sospeche alguna huella
de cortesianismo en Descartes. Pero una conclusión definitiva depen-
derá de otro esfuerzo para saberlo. Descartes, eso es verdad, no conoció
a Hernán Cortés ni Hernán Cortés pudo sospechar siquiera que René
Descartes, un francés nacido un siglo después que él, describiría sistemá-
ticamente la manera en que su fuero interno se expresaba.
Hernán Cortés, en todo caso, narra en sus relaciones la existencia de
un yo que si le miramos en la línea de la historia es todavía medieval.
Un caballero, hijodalgo español, que se lanza a la aventura de la con-
quista animado por una mejora de sus condiciones sociales e incluso
económicas (De Madariaga, 1941; Pereyra, 1942; Martínez, 1991). El
capitán general de la armada era, sin lugar a dudas, también un soldado.
Que no desconocía la literatura de caballería, del mismo modo que los
documentos legales al uso en la Castilla de su tiempo. Fue, de una ma-
nera radical, un caballero andante que galopó sobre territorios mucho
más inhóspitos que Europa, fuera de sus confines geográficos; menos
oníricos que algún lugar de La Mancha. Y era, con toda seguridad, un
humanista, aunque su corta estancia en la Universidad de Salamanca
no lo certifique. ¿Al leer las Cartas, queda alguna duda respecto a sus
cualidades con las letras?, ¿Cómo negar su manejo de las armas? ¿Igno-
raría el conquistador las nociones científicas del momento, geográficas,
cartográficas, náuticas? Quizás algo sabía si a la delegación del señor de
Mechuacan que le visitó en Tenochtitlán preguntó por la Mar del Sur

120
El Discurso de René Descartes y las Cartas de Hernán Cortés...

(Cortés, 2004, pp. 190-191). Y era también un buen hijodalgo y, por


tanto, parte de la bulliciosa nobleza castellana del momento. Su padre
Martín Cortés participó en una sublevación que organizó un patricio
primo suyo, Alonso de Monroy, contra los Reyes Católicos que se em-
peñaban en controlar a los nobles no cristianizados. Su madre, Catalina
Pizarro Altamirano, descendía de la nobleza considerada como “Viejos
cristianos” (Lanyon, 2003, pp. 29-30). ¿No eran estas raíces familiares
suficientes para suponerle conocimiento de la manera en que funciona-
ban los asuntos de la Corte, de la política imperial y de la conquista del
territorio que descubrió Cristóbal Colón sólo unas décadas antes?

4. El yo moderno sin historia. A modo de conclusión

Llegado este punto bien se puede plantear la pregunta ¿es más moderno
Descartes que Cortés? Quizás la respuesta resulte obvia si no se tuviera,
como grabada a fuego, la idea fija de que Descartes es el padre de la
modernidad filosófica y científica, por ese tozudo empeño de colocar
al yo como centro de todo cuanto hay, aunque la tautología lo anule.
Quizás tampoco sería difícil decidir si en algún momento de la historia
de la filosofía se hubiera averiguado el modo de pensar cortesiano. Los
historiadores lo han hecho y descubierto en sus escritos cuán moderno
fue el conquistador en términos de decisiones, estrategias, intenciones,
engaños, astucias, tanto como sus contemporáneos. Si en la historia de
las ideas no se dieran por sentadas las épocas y sus características genera-
les se sabría que ambos hombres fueron humanistas plenos, que vivieron
épocas de un mismo momento histórico, el Renacimiento, y el emer-
ger de otro, la Modernidad; que representan rasgos de los dos impulsos
en cuya consolidación estuvo en el centro América. Que sus formas de
pensamiento se ataron a un mundo que ya nunca más fue el mundo
medieval y quizás de ahí su modernidad: de cabalgar por un mundo que
había comenzado a hacerse más amplio, más complejo, más universal,
donde tenían que seguir viviendo los seres humanos que aún no vencían
la enfermedad, la ingobernabilidad y la ignorancia.

121
Marina López López

Si en filosofía, efectivamente, se dejaran los prejuicios en contra de los


cuales se dice siempre estar, se podría preguntar por qué es Descartes el
padre de la modernidad y no Cortés si en las Cartas de Relación hay una
claridad deslumbrante respecto al lugar que tiene el yo en la narrativa
que describe la conquista de México. Y más todavía si se mira el prejui-
ciado común entendimiento del fenómeno donde el culpable de todo
cuanto sucedió fue Hernán Cortés. Y si mirar al menos ese contenido
en primera persona se pudiera pensar que es absurdo sólo imaginar que
esa empresa era imposible por un solo hombre, con toda su fuerza e
inteligencia ¿no bastaría para al menos sospechar que nada de lo que se
hace es el resultado de una mente genial como la de Descartes quien fue
aristócrata, soldado, ingeniero, anatomista (Shorto, 2008, pp. 30-31)17
y que sostuvo sinceramente su fe? (Shorto, 2008, p. 27) ¿O la de Cortés,
que en realidad nunca actuó solo y acabó sumergido por la tenacidad
de la burocracia imperial que regentaba el obispo Fonseca y el Consejo de
Indias? (Elliott, 1986, p. xxxiii).
Si la modernidad filosófica está efectivamente en el Discurso del méto-
do no es por la filosofía como tal sino por el personaje que la historiogra-
fía filosófica ha inventado del filósofo: el egocentrismo, la megalomanía,
la autosuficiencia y la falsa modestia no son inherentes al pensamiento
filosófico moderno, sino atributo de la humanidad, y son cualidades
que se deciden a lo largo de la experiencia de la vida, no características
del individuo de una u otra época ni heredables ni supuestas en el res-
to de los mortales posteriores a un momento de la historia. Ya se veía
en la actitud narrativa de Hernán Cortés ese mismo egocentrismo, la
megalomanía, la autosuficiencia y la falsa modestia al colocarse en el
centro de las disputas, los conflictos y los ires y venires de la empresa
de la conquista. Y quizás no eran únicamente el genio y la figura del
17
“Descartes kept human health as a chief focus. When he lived in Amsterdam in 1635,
his address on the Kalvestraat was a convenient one: the street was named for the calves
and oxen that were slaughtered by butchers there. He had to walk only a few steps –along a
row of two and three-story gabled houses, in the shadow of the baroque clock tower called
the Munt– to find the freshly killed specimens that he would cart back to his home, where
he would slice them open to search the mystery of the eyeball, the dark tangle of the intes-
tines, the chamber of the heart. In his years of medical research he dissected rabbits, dogs,
eels, cows. As in other areas, his self-confidence, not to say arrogance, was vast”.

122
El Discurso de René Descartes y las Cartas de Hernán Cortés...

conquistador, sino actitudes compartidas por el resto de quienes partici-


paron, directa o indirectamente en la empresa. En ese sentido, no puede
seguir considerándose como una verdad de principio que la base del
pensamiento moderno, del racionalismo moderno, del individualismo
moderno, sea el yo cartesiano que piensa y sólo entonces existe. Ni que
el paisaje mental delineado por el Discurso del método sea egocéntrico,
individualista, autosuficiente, autónomo, calculador e instrumentalista,
es decir moderno, sino que seguramente esas cualidades le sean conna-
turales al ser humano, independientemente de las épocas, los Discursos
o las Cartas, de la existencia de filósofos u otros personajes más o menos
desconocidos por la humanidad en su conjunto.
Como se ve, el trasfondo de mi escrito es la pregunta sobre qué es la
modernidad, si un momento posterior a la publicación del Discurso del
método, ¿una etapa de la historia que coexiste con el Renacimiento?, ¿una
actitud ante el mundo?, ¿un concepto? O como más comúnmente se de-
fiende ¿una separación radical entre la fe y la razón? La modernidad, como
un momento histórico, filosófico y científico, sólo es posible si se le mira
en retrospectiva sobre una línea temporal evolutiva, y tal como se la co-
noce, entiende y divulga en la historia de las ideas, y resulta de un invento
académico, el más prejuiciado, el más hostil al pensamiento moderno, que
encubre una visión historicista, idealista, enciclopedista de construir el pa-
sado, de presentarnos un Descartes “a la carta”18 y de idealizar a quienes se
consideran los malos de la historia de la cual somos parte, como Hernán
Cortés. Ese modo de componer el pasado, según unas necesidades espe-
cíficas, no es filosófico porque se amarra a unas premisas que garantizan
no volver a pensar, y si se piensa se corre el riesgo de parecer un loco, un
farsante, un necio, mucho más que irracional. Nada más contrario a la
idea del pensamiento moderno que se mueve en el Discurso del método
porque, seguramente, ese pensamiento hundido en la necedad conduciría
a contextos y situaciones que no caben en el cesto de la filosofía moderna.
Si hay algo moderno en la historia de Occidente no es el yo que se
adjudica a Descartes, sino la crónica con que los conquistadores, nave-
18
La expresión es de Antonio Lafuente quien la utiliza respecto a Newton (Lafuente,
2012, pp. 187-214).

123
Marina López López

gantes, clérigos, cosmógrafos y viajeros describieron las tierras del otro


lado del Atlántico como una muestra de la capacidad mental, del inge-
nio, para describir lo visto. ¿Qué puede ser más afín a la idea general
de la Modernidad que se tome por válido sólo aquello de que se tiene
evidencia? (Mundy, 1996, p. 20). Y deudor de esa tradición narrativa y
humanista es Descartes. ¿Un siglo después, se objetará? En realidad, las
épocas y las mentalidades quizás no cambian tan rápido y de manera
radical como nos gustaría.

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