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Universidad de Concepción del Uruguay – Facultad de Ciencias Económicas

Macroeconomía I
Grupo 4: García Cárdenas Haiddy, García Gianella, Ortmann Walquiria

Participación del estado en las decisiones del crecimiento económico del país.
Diferentes gestiones y estrategias
En todos los países del mundo el Estado interviene en la economía para cumplir con tres
funciones:

 Distribución
 Ordenamiento macroeconómico
 Competitividad

Argentina ha reaccionado de forma reactiva con respecto a las reformas de los años 90’s. El
gobierno de este país criticaba abierta y frecuentemente las reformas de mercado como base
de su postura política.
En los últimos años amplio fuertemente los gastos del sector público, re-estatizo en mayor o
menor medida empresas de sectores significativos de la economía, y ha impulsado una
regulación que muchas veces choca abiertamente con la lógica del mercado. En algunos casos
se ha identificado a esta economía caracterizándola como sistemas de “capitalismo de
estado”.
El capitalismo de estado es un sistema en el que el gobierno actúa como el actor económico
dominante y utiliza los mercados básicamente para su beneficio político.
Para ello combina el autoritarismo político con el control estatal de los sectores claves
de la economía.

La economía en este país conserva teóricamente la propiedad privada y una apertura


pragmática del comercio exterior, pero al servicio del estado y de sus conductores. También
un
estado más grande y omnipresente, provee más oportunidades de condicionar a los actores
económicos y sociales.

En Argentina el Estado se convierte en un agente productivo mediante la


estatización de empresas prestadoras de servicios básicos y en especial los recursos naturales,
por ser considerados sectores estratégicos. Está caracterizados por la apropiación de
“excedentes” del sector productivo (en especial rentas de los recursos naturales) con una
lógica meramente redistributiva, pues consideran prioridad al mercado interno y al consumo
de la población, aún en detrimento de las exportaciones.

Este gobierno se enfoca en las políticas expansivas y la redistribución del ingreso, dejando de
lado eventuales riesgos inflacionarios, el crecimiento del gasto público, las restricciones
externas y las políticas que distorsionan las reglas del mercado.

En definitiva, el riesgo es que, a través de la propia política implementada socavan las bases
de un proceso de desarrollo equitativo y sustentable a mediano plazo.
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el modelo, que contiene contradicciones crecientes, se torna inherentemente inestable en el


tiempo. El único caso que se desarrolla con algún detalle es el de la economía argentina.
Durante los 90s´ se buscó el crecimiento y la estabilidad monetaria a través de la
independencia del Banco Central, un tipo de cambio fijo, uno de los procesos de privatización
más drásticos del mundo, y la desregulación comercial y financiera. Durante los 90’s
argentina fue uno de los países donde las reformas de mercado fueron más radicales. Los
aliados empresariales y tecnócratas de las reformas de mercado del gobierno tenían visiones
mayormente anti-estatales.

Asimismo, el presidente logró el apoyo de un grupo de sindicatos del sector público


negociando con los fondos de los seguros sociales, mediante aumentos selectivos de salarios
y otros privilegios. Pero logró pocos progresos en la flexibilización laboral y la reforma de
los seguros sociales.

El resultado económico de las reformas fue ambiguo: por un lado, el esquema de


estabilización fue eficaz en controlar la inflación, pero se generaron desequilibrios que
culminaron en la crisis de la deuda de 2001-02.

El tipo de cambio convertible resultó vulnerable a “shocks” externos y condujo a problemas


deflacionarios, generando desempleo, el cual se sumó al resultante de la racionalización de
las ex-empresas públicas.

La falencia en la política de defensa de la competencia condujo de monopolios públicos a


cuasi-privados. El desequilibrio de balance de pagos llevó a fuga masiva de capitales y la
crisis bancaria.

En la Argentina post crisis 2001 se produjo un giro en las políticas económicas. Los
gobiernos
pos-convertibilidad volvió atrás ampliando la intervención del Estado (de manera más
moderada el presidente Duhalde, pero profundizada en los gobiernos de los presidentes
Kirchner y Fernández): manejo del “tipo de cambio competitivo”, impuestos a las
exportaciones agropecuarias y de combustibles, ampliación de los planes sociales, aumentos
del gasto público, aumentos de salarios, beneficios jubilatorios.

De este modo, se permitió financiar un modelo de consumo interno, con permanentes


incrementes de la demanda inducida, para abastecer fundamentalmente al mercado local y
financiar la industria (Curia, 2008).

Esto ha generado resultados de alto crecimiento económico hasta fines de 2011, en un


esquema de industrialización sustitutiva de importaciones, que en los hechos no ha sido
contrastado con la competitividad, pues no fue orientado a la exportación, sino
preferentemente al mercado interno, con la consolidación de un capitalismo de Estado no
exportador.
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Desde fines de los 2000s’ el modelo profundizó en su nacionalismo intervencionista, con la


renacionalización de la aerolínea de bandera, de los fondos jubilatorios privados en 2008 y de
la empresa petrolera ex-estatal YPF en 2012, en un contexto de capitalismo de Estado. De
este modo se descartó la oportunidad de una relación más balanceada entre mercado y Estado
a principios de la salida de la crisis, para profundizar un modelo que cada vez más manifiesta
los rasgos característicos de este grupo de países. Por otra parte, la estructura de inversión y
productiva no cambió, sino que sigue dependiendo de la competitividad del sector agrícola,
pero muy afectada por la caída de los precios internacionales desde 2014 y por la caída en la
oferta de granos, carnes y petróleo como consecuencia de la propia política sectorial del
gobierno.

De alguna manera argentina sigue luchando entre dos estrategias económicas divergentes la
“estatista proteccionista industrial” y la “agro-exportadora liberal”, como coinciden
algunos analistas.

El Estado en este país en definitiva es un instrumento de los dos sectores en esta


lucha, con relaciones de poder bastante equilibradas, que se van turnando en el tiempo en la
aplicación de políticas totalmente polarizadas, sin lograr hasta ahora un consenso lógico entre
mercado y Estado, que potencie los elementos positivos de las dos visiones, y descarte desde
ya los negativos en la prestación de los servicios básicos y la mejora de la distribución del
ingreso.

Cuando los gastos están bien direccionados y administrados, los impuestos son razonables y
progresivos, existen regulaciones para evitar monopolios y defender a los consumidores, el
sector público mejora el bienestar de la población y la distribución del ingreso.
El gasto público consolidado en este siglo se expandió aceleradamente y su nivel actual es el
más alto de la historia: alrededor del 42 % el PIB. En relación al promedio de la última
década del Siglo XX el aumento fue del orden de los 16 puntos del PIB.
Sin embargo, a pesar del mayor presupuesto, los servicios prestados (educación, salud,
justicia, seguridad, etc.) no han mejorado ni la pobreza se ha reducido a pesar del creciente
gasto social. ¿Por qué? Básicamente porque se expandió en más de 70 % la planta de
personal, que no eran necesarios o no contaban con las calificaciones mínimas para las tareas
que necesita cubrir el Estado. Además, se jubilaron personas que no habían aportado,
duplicando la cantidad a financiar; tal como está diseñado, el actual régimen es insostenible
(la tasa de sostenimiento que en 2005 era de 2,3 bajó a solo 1,4 en 2019). Finalmente se
otorgaron subsidios para las empresas de energía y transporte y no a los consumidores más
necesitados. La responsabilidad de lo sucedido, según el caso, corresponde a las tres
jurisdicciones: Nación, provincias y municipios.
Es fundamental un Estado presente, pero su presencia no se debe medir por el monto gastado
sino por los servicios y funciones que presta. Suele confundirse un necesario Estado presente
con su tamaño; cuanto más grande, más presente. Y no es así.
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Entre 2004 y 2016 se pagaron unos u$s 700.000 millones más de impuestos que en la década
del 90; es un monto equivalente, en valores actuales, al Plan Marshall que los EE.UU.
lanzaron después de la II Guerra Mundial y que ayudó mucho a la reconstrucción de Europa.
En Argentina, ¿cuál fue el resultado en términos de bienestar, crecimiento y mayor equilibrio
regional?
El crecimiento de la presión y los deficientes servicios prestados generó el aumento de la
evasión, que es muy elevada. Por la combinación de ambos, el régimen deja de cumplir sus
objetivos, que son alentar el ahorro y la inversión, promover la producción y mejorar la
equidad distributiva.
Por el contrario, se castiga a los factores de producción (impuestos al ahorro, al trabajo, a la
bancarización, a todas las exportaciones), y no es progresivo, ya que los pobres, en términos
relativos, no pagan menos que el resto. Además, hay una madeja de más de 160 tributos y
tasas que acarrean problemas a los contribuyentes y también al fisco que los debe administrar
y controlar.
¿Por qué no se puede plantear la discusión de una reforma tributaria? ¿Por qué no se empieza
con los impuestos que van a contramano del crecimiento? ¿Qué habría que hacer para reducir
la evasión?
El actual régimen de coparticipación tiene muchos defectos: no cumple con la Constitución
que exige su reforma (en 1996); falta de correspondencia entre lo que se gasta y se recauda;
las normas cambian con frecuencia (desde 1983 hubo más de 50 modificaciones); la
distribución entre las provincias no puede explicarse por ningún indicador objetivo y es muy
injusto para algunas, sobre todo para la Provincia de Buenos Aires que hace el mayor aporte;
la coparticipación no está integrada con políticas nacionales de desarrollo regional y
mecanismos para la creación de empleo productivo en el sector privado; y se generan
incentivos perversos que provocan ineficiencias en el gasto y distorsiones en la recaudación.
Una macro ordenada es una condición necesaria, aunque no suficiente, para poder crecer. Se
logra cuando los grandes agregados (fiscal, monetario, externo y laboral) y los precios
relativos (inflación, tipo de cambio, salarios, tarifas, tasa de interés) están en equilibrio o
cercanos a él y son sustentables. El equilibrio fiscal es parte de ese ordenamiento.
Sin embargo, hubo desequilibrios importantes en 32 de los últimos 36 años, con picos
superiores al 7 % del PIB. Los países más ordenados y que crecen, pueden tener un
desequilibrio (acotado) financiándolo con deuda de forma tal que ésta se mantenga constante
en relación al PIB. El déficit alto y permanente genera deuda, y cuando no se puede pagar, se
renegocia o se declara directamente el default. Desde la restauración de la democracia hubo
cuatro renegociaciones (1984, 1993, 2005/10 y 2020). Todo un récord mundial. Esto es un
gran desprestigio para el país, motivo por el cual nos cobran una mayor tasa de interés por los
préstamos solicitados, sean para el sector público o el privado. En realidad, los gobiernos
usan la deuda para evitar el esfuerzo presente y cargárselo a los próximos gobernantes y/o a
la siguiente generación. Si se hubiera cumplido con la ley 25.152/99 la deuda no sería un
problema, habría más capacidad para controlar la inflación, y no se necesitaría aumentar los
impuestos
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La competitividad (concepto macro y sistémico) es central para crecer: permite aumentar las
exportaciones para poder importar lo necesario y evitar las periódicas crisis de balance de
pagos que siempre provocan una caída en el PIB. Según el ranking de competitividad del
World Economic Forum, la Argentina ocupa el puesto 81 sobre 86 países, lo cual explica
nuestros problemas para acumular reservas y crecer sostenidamente. Además, al no tener un
programa de largo plazo para aumentar la competitividad, ante cada problema coyuntural en
las cuentas externas se tiene que devaluar, que provocan inflación y una baja de los salarios
reales.
Por su parte, otro factor fundamental es el aumento permanente de la productividad (concepto
microeconómico), porque posibilita alcanzar una mayor eficiencia y así poder aumentar los
salarios reales; esto impacta positivamente sobre el consumo. La productividad total (capital
y trabajo) de Argentina es del 30 % de la de los países desarrollados y no crece desde
principios de este siglo. Esto explica por qué los salarios e ingresos reales actuales no sean
muy diferentes a los de hace 15 o 20 años.
Cuando hay dificultades para expandir las exportaciones y el consumo, no aumentarán las
inversiones, y así se va configurando un círculo perverso que ha llevado a que la Argentina
tenga un muy bajo crecimiento tendencial y no pueda reducir la pobreza.

COVID-19 EN ARGENTINA: IMPACTO SOCIOECONÓMICO


La aparición del coronavirus ha corrido el velo de la desigualdad no solo porque expone las
situaciones de dificultad para los sectores menos favorecidos de nuestra sociedad, sino
también, porque pone en evidencia las consecuencias nocivas y debilidades de los modelos
neoliberales que promueven un Estado mínimo que deserta de sus responsabilidades
esenciales vinculadas con el acceso a los derechos más elementales de toda la población.
La pandemia ha actuado como un catalizador que aceleró la necesidad de dar respuestas a
algunos interrogantes que requieren nuevas respuestas: ¿Cuál es el rol del Estado? ¿Cuál es el
papel de las organizaciones multilaterales? ¿Cómo puede la Agenda 2030 y los Objetivos de
Desarrollo Sostenible (ODS) establecer un horizonte en el escenario posterior? El análisis
realizado por el Sistema de Naciones Unidas en Argentina es una muestra de la capacidad de
respuesta que se ha desarrollado en nuestro país poniendo especial énfasis en las personas el
cuidado de las ciudadanas y los ciudadanos de forma integral.
Desde la llegada, el gobierno del presidente Alberto Fernández ha puesto su preocupación en
los más necesitados, tal como lo afirmó en su discurso de asunción “es tiempo de comenzar
por los últimos para poder llegar después a todos”. En ese marco, lanzó el Plan Argentina
contra el Hambre entendiéndolo como una política transversal e integral que tiene como
primer objetivo garantizar la seguridad alimentaria a los sectores más vulnerables.
La circunstancia que atravesamos y los efectos del coronavirus han puesto de manifiesto la
necesidad de contar con Estados fuertes, que protejan a su población a través de políticas
activas direccionadas a mitigar los efectos de la pandemia, tanto en términos sanitarios como
también en cuanto a la protección del empleo y otras medidas de protección social.
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Es por ello que nuestro Gobierno implementó tempranamente medidas de aislamiento social
preventivo y obligatorio para evitar la propagación del COVID-19; comenzó la construcción
de 12 Hospitales Modulares de Emergencia y creó un fondo especial para adquirir
equipamiento e insumos a laboratorios y hospitales. Y, al mismo tiempo, tomó medidas para
proteger a los trabajadores e intentar contener las consecuencias económicas.
Entre las medidas adoptadas se destacan: el incremento en las partidas para comedores
escolares y comunitarios; el otorgamiento de un bono extraordinario para jubilados,
pensionados, titulares de la Asignación Universal por Hijo y de la Asignación Universal por
Embarazo; la eximición de las cargas patronales a los sectores afectados por la pandemia; el
refuerzo del seguro de desempleo; la fijación de precios máximos para alimentos de la
canasta básica; el Ingreso Familiar de Emergencia; la prohibición de cortes de servicios por
falta de pago; la provisión de créditos a Pequeñas y Mediana Empresas (PyMEs); facilidades
para créditos hipotecarios; congelamiento temporario de alquileres y suspensión de desalojos;
la creación del Fondo de Garantía para las PyMES y del Programa de Asistencia de
Emergencia al Trabajo y la Producción; la prohibición de despidos y suspensiones por 60
días; entre otras. Tales medidas permitieron mitigar las consecuencias de la enfermedad y el
colapso del sistema sanitario y aliviaron, a su vez, las negativas consecuencias económicas y
sociales.

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