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Universidad Autónoma de Campeche

Facultad de Ciencias Sociales

Licenciatura en Antropología

Unidad de aprendizaje:

Etnohistoria de Mesoamérica y los Andes

Actividad:

Resumen del imperio Inca

Alumna:

Lucero Amayrani Pech Guillermo

Profesora:

Angela M Fernández Pérez

San Francisco de Campeche, campeche a 5 de septiembre de 2022


Moche
Para estudiar la cultura mochica es esencial definir las diferentes fases de su
desarrollo. Ya en 1899, Max Uhle realizó un avance en este sentido, pues excavó
treinta y una tumbas de las pirámides en el valle del Moche, lugar que ha dado su
nombre a toda esta cultura, cuyos restos se han hallado desde entonces en una
extensa área. En 1948, Rafael Larco Hoyle propuso dividir Moche en cinco fases
que cubrían los primeros seis siglos de la era cristiana.

Para definir su cronología se basó en tumbas de varios asentamientos que


comprendían todas estas cinco fases, cada una de las cuales mostraba ciertas
características propias. Un rasgo especial de los estudios sobre Moche es el hecho
de que los vestigios más espectaculares no aparecieron en la etapa inicial, sino que
han salido a la luz bastante recientemente.

No fue hasta 1987, ochenta y ocho años después de las primeras investigaciones
de Max Uhle en el valle del río Moche, cuando aparecieron ante el mundo los más
deslumbrantes restos de la cultura mochica y no por obra de arqueólogos sino de
saqueadores. Como señala Sídney Kirkpatrick, la ubicación de algunas tumbas
mochicas en el interior de Huaca Rajada, un complejo piramidal cerca del pueblo de
Sipán, situado en las remotas y soleadas planicies de Lambayeque, a unos 170 km
al norte del río Moche, permaneció en secreto hasta que un grupo de humildes
huaqueros* penetró en una de las tumbas una tibia noche de luna en febrero de
1987.

Los vestigios de la primera de las cinco fases, Moche I, corresponden


aproximadamente al inicio de la era cristiana. Las grandes pirámides de Cerro
Blanco, en el valle de Moche, comprenden desde el período Moche I hasta el Moche
IV, y perduraron hasta poco antes del 600 d.C. cuando parecen haber sido
afectadas por catastróficas inundaciones y el lugar fue abandonado después de que
todo quedara enterrado por las dunas de arena, excepto las dos grandes pirámides
visibles aún hoy. Sin embargo, es importante subrayar que mientras la investigación
que abarcaba desde Moche I hasta Moche IV estuvo hasta hace poco concentrada
en Cerro Blanco y lugares aledaños, ahora se cree que ya en estas fases iniciales
la civilización Moche se extendía más al norte, hasta el valle del río Lambayeque, e
incluso más allá.
Además, la fase final, Moche V, aparece con más frecuencia en emplazamientos
situados más al norte, centrada en el importante asentamiento de Pampa Grande,
en la angostura del río Lambayeque, que perduró hasta cerca del 700 d.C. La
cerámica de Moche V muestra ya algunos rasgos de la cultura Huari que siguió a la
caída de Moche. En otros aspectos el estilo Moche V se diferencia también
notablemente del de fases anteriores.

La cultura Mochica en la costa norte de Perú tuvo algunos antecedentes en los dos
siglos anteriores a nuestra era que siguieron al final del período de Cupisnique. En
Salinar, uno de estos primeros precedentes de Moche, se encontró una serie de
tumbas en una playa ubicada a 11 km al noroeste de la ciudad de Trújalo; el
yacimiento se extiende unos cuatro kilómetros a lo largo de la playa y un kilómetro
hacia el interior. Nuevas formas y rasgos aparecen en la cerámica de Salinar, cuya
decoración consistía principalmente en bandas o puntos blancos pintados sobre
pasta roja. A la tradición más antigua de orfebrería de oro se sumó el uso del cobre.
Durante la fase de Salinar el área de cultivo en el valle de Moche se amplió
significativamente. Otro yacimiento en Salinar, Cerro Arena, está también situado
en el valle de Moche, a unos diez kilómetros tierra adentro; este asentamiento en
las montañas tiene una arquitectura doméstica bien preservada y montículos con
algunos templos.

La religión desempeñó un papel importante en esta iconografía cerámica, no es fácil


de interpretar. La deidad suprema de los mochicas al parecer habitaba en las
montañas. Como señaló Benson, se le representa con frecuencia sentado sobre
una plataforma o trono, rodeado por montañas lejanas. No era humano ni se
implicaba en los asuntos humanos, y así aparece como una especie de impasible
deus otiosus que, como en algunas otras culturas, habiendo creado el mundo se
retira de los asuntos humanos.

En el arte mochica aparecen numerosos animales, en muchos casos aso ciados


con las prácticas religiosas. Para poner sólo algunos ejemplos cabe mencionar a
los murciélagos, con frecuencia semihumanos, que aparecen con cabezas trofeo y
asociados al ritual y los sacrificios humanos. Las águilas también abundan, con
rasgos antropomorfos generalmente, y sirven como guerreros y como mensajeros
al igual que los colibríes. Los ciervos actúan como mensajeros y a veces como
guerreros; en una escena hay un ciervo sentado sosteniendo dos cervatillos tal
como lo haría una madre humana. Un grupo de huacos retrato consiste en pájaros
y zorros, junto con ciervos y focas sentados tocando un tambor.

La guerra es naturalmente un tema importante en esta rica documentación


proporcionada por la cerámica mochica. Un rasgo curioso de estas escenas es que,
aunque la deidad principal aparece combatiendo con monstruos, nunca aparece
como jefe en las batallas humanas, y las vasijas en que este dios lleva armas
convencionales son muy escasas.

Las escenas en la cerámica sugieren que no luchaban para matar sino para hacer
prisioneros, ya que nunca se representa a ningún muerto en la batalla. Algunas
escenas muestran prisioneros desnudos sentados, esperando evidentemente la
decapitación ceremonial.

Varios aspectos de la economía mochica se reflejan en las vasijas. Muchas


representan balsas. Con frecuencia se muestra una deidad en una balsa, pero
incluso si tales escenas son parcialmente mitológicas, las balsas eran realmente
utilizadas por hombres que, en efecto, iban al mar; los mariscos. se representaban
de forma abundante en la cerámica. Se reproducían también numerosas plantas
cultivadas por los mochicas, incluidos el maíz, el pallar, el maní, el camote o batata,
los pimientos y varias formas de calabazas. Muchas representaciones indican la
importancia del maíz, y en ellas aparece la cabeza de la deidad de los colmillos
surgiendo entre las mazorcas. El nacimiento y la muerte eran temas que fueron
representados a menudo en las vasijas mochicas. Antes de los grandes
descubrimientos de Sipán, uno de los enterramientos más importantes era la
llamada tumba del sacerdote guerrero de la Huaca de la Cruz en el valle del río Virú.

Un rasgo muy significativo de la tumba 1 es que casi todos los objetos encontrados
allí se relacionaban con la ceremonia de sacrificio representativo en la cerámica
descubierta en décadas anteriores. Por citar un ejemplo: el pato aparece con
frecuencia en la cerámica como un guerrero antropomorfo que participa en la
ceremonia del sacrificio. El pato aparece también en las orejeras de oro y turquesa
de la tumba 1, lo cual puede relacionarse con su participación en la ceremonia
donde los prisioneros eran asesinados ritualmente. El sacerdote guerrero
mencionado antes era representado siempre con un rían yelmo cónico con
ornamentos en forma de luna creciente, grandes orejeras, brazaletes y un traje
guerrero con cola. Con frecuencia llevaba una nariguera en forma de medialuna.
Cada uno de estos objetos fue encontrado dentro del ataúd de madera de la figura
central de la tumba 1.

En un congreso que tuvo lugar en Trujillo en 1993, aunque sin descartar las
originales cinco fases de la cultura mochica de Larco Hoyle, se subrayó que los
elementos que evocaban Moche I y Moche II se encontraba» también en los
asentamientos más septentrionales. Por tanto, se sabe que te emplazamientos
mochicas, tanto tempranos como tardíos, ocuparon una larga franja de la costa
pacífica. Menos conocida es la organización política de Moche, y es cada vez más
cuestionable que haya existido algo parecido a un reino mochica compacto, sino
más bien una serie de asentamientos que compartían una cultura común. Por lo
general se describe la figura central de las complejas tumbas de Sipán como un
sacerdote guerrero. Sin embargo, en vista de las distancias que existen entre los
numerosos asentamientos mochicas, parece lógico presumir que tales individuos
enterrados con tan elaborado ceremonial fueran en la práctica potentados
independientes más que súbditos o representantes de alguna especie de
«emperador» mochica radicado en el valle de Moche o en otro lugar. Una situación
que es quizá más comparable a la de los principados de la Italia renacentista que a
la de los reinos unificados de Inglaterra o Francia.

Bibliografía
Nigel, D., 1998. Los Antiguos reinos del Peru. España: CRÍTICA.

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