Epilogo
Practicas hospitalarias
LUIS SANFELIPPO
Contra la naturalizacién del orden de las cosas
clinicas
El contacto con compaieros de sala que ademis tra-
bajan en instituciones privadas de internacién,” asi como
Ja invitacién a supervisar la préctica clinica en otros efec-
tores ptiblicos, funcionaron como una ocasién para en-
tender mejor la “naturaleza” de nuestro quehacer. Una
internacién, segin me informan, tendria como objetivo
“compensar” un “cuadro agudo”, Sila presencia de sinto-
mas “positivos”® llegé a “desorganizar” el funcionamien-
to psiquico de una persona considerada “enferma’, pero
hasta entonces “compensada’, el tratamiento apuntaria a
disminuir 0 suprimir (con medicacién, por supuesto) los
fendmenos andmalos y disruptivos hasta lograr que el pa-
ciente esté en “condiciones de alta clinica’. Restaurado el
orden del psiquismo se alcanzarfa el objetivo terapéutico.
Poco importa, segtin me dicen, que la desaparicién de los
sintomas se haya llevado puestas las ganas de vivir o el inte-
rés por las cosas. Eso formaria parte del estado habitual de
30. Sobre todo, residentes de psiquiatria que buscan engordar su
salario y su curriculum vitae,
31. Es decir, aquellos que suponen la aparicién de fenémenos con-
siderados patolégicos, tales como, alucinaciones o ideas delirantes,
¥y que se contraponen a los sintomas “negativos” que implican la
disminucién de una funcién como la voluntad o el humor y que
conducen a la apatia, la abulia, et.
233
inia en particular y de las psicosis en general,
y se podria tratar en forma ambulatoria. Tampoco serian
relevantes la falta de recursos materiales para la subsisten-
cia, la conflictiva familiar, la ausencia de proyecto laboral
vital, la dificultad para hacer lazos ¢ insertarse en redes
de contencién.
Quienes dirigen esos servi
Ia esquizofre
cios suelen recitar de memo-
ria un fragmento de la Ley 26.657 donde se afirma que “en
ningein caso la internacién puede ser indicada o prolon-
gada para resolver problematicas sociales o de vivienda’.
El trabajo clinico se limitarfa a lo psicopatoldgico que, a
su vez, quedaria restringido a la presencia de sintomas su-
primibles con medicacién, Todo lo demés, o sea, la mayor
parte de las dimensiones de una vida humana, seria “mera-
mente social’, y por ende, ajeno a nuestro metier (asi, para
resaltar su estatus). Pero entonces, qué serfa lo “social” si
se encuentra separado de lo “psiquico”? ;Serfa una reali-
dad material sin efectos subjetivos?, zo tal vez el nombre
de una burocracia que se limitaria a repartir subsidios?
‘Al mismo tiempo: jqué seria lo “psiquico” separado de
lo “social”? ;Serfa una interioridad innata blindada a las
contingencias?, 30 acaso, una sustancia susceptible de ser
alterada por vias quimicas? En las instituciones més “or-
denadas” parece no haber lugar para estas preguntas. Una
ver superada la “descompensacién’, nada deberfa detener
la externacién. Nuestro trabajo llegaria entonces a su fin.
Podemos dormir tranquilos.
Este orden férreo para las prdcticas de internacién reina
todavia hoy en muchos de los grandes manicomios y las
pequeiias clinicas privadas, e incluso en algunas salas de
hospitales generales. Se trata de una modalidad de organi-
zaci6n que en los casos més extremos reduce al minimo el
personal de salud y las prestaciones brindadas: un médico
23:que diagnostica y prescribe farmacos cada “x” cantidad de
camas, otro galeno que hace guardia
urgencias, algunos enfermeros para re
y cumplir las indicaciones y las reglas, més un nimere
Y se encarga de las
Partirla medicacién
variable de personal de seguridad por si resulta dificil
mantener el orden. Como Alejandro Brain no se cansa de
repeti, este estado de situacién genera reduccién de costos
para los duefios y disminucién de trabajo para los jefes, en
Jamisma medida en la que produce angustiay “burn out”
en los trabajadores responsables y comprometidos con
los pacientes graves. Si el paciente se “cura” fue gracias a
la internacién. Si empeora o “se mata’ fue por culpa del
psiquiatra que lo trataba.
En otros lugares, es cierto, el grupo de trabajo esta com-
puesto por muchos més profesionales. ;Pero qué lugar se
les otorga? En las supervisiones a menudo se repite esa
pregunta. En un servicio, alos pacientes que ingresan con
un diagnéstico de descompensacién psicdtica sélo se les
asigna un equipo de psiquiatras (de planta y en formacién)
bajo el supuesto de que en esos momentos no estén en
condiciones de realizar una psicoterapia ni ninguna otra
actividad. Durante los primeros dias, e incluso semanas,
el tratamiento se reduce a entrevistas centradas en la “evo-
luci6n” de los sintomas y al suministro de psicofarmacos
indicados por los médicos y entregados por los enferme-
0s. Estos tltimos también se encargan de las contenciones
mecanicas que los galenos consideran adecuadas en los
casos de mayor desorganizacién conductual y/o riesgo.
Sélo cuando “la medicacién hizo efecto” y los sintomas
disminuyeron se decide que los psicélogos y trabajadores
sociales se sumen al “equipo” y trabajen, fundamentalmen-
te, la externaci6n, En otro servicio la divisién de tareas es
diferente pero la concepcién del trabajo es similar. Los
235n asignado pacientes especificos, sutarea
ntarse todas las mafianas para ini-
corre la sala y se detiene en cada
cama con el fin de preguntarle (en “patota”) al paciente por
el estado de sus sintomas ydefinir elesquema de medica-
cidn. Los psicélogos, en cambio, tienen asignados deter-
minados pacientes @ lo:
y cuentan con la autor
grupales. Me consta qué
tes de psiquiatria movi i
instaurar alguna estrategia de tratamiento que no se re-
duzca a la administracion de farmacos, que atienda a las
coordenadas que motivaron la crisis y la internacién, que
busque modificar las condiciones (materiales, simbélicas,
subjetivas) de vida, que procure construir algiin proyecto
ypropiciar un futuro diferente. Sin embargo, las reuniones
de equipo suelen tener una dindmica en la que los médi-
os (y en particular, quien oficia de jefa) le pregunta alos
psicélogos “;Cudnto falta para el alta?” De més esta decir
que la decisién tltima de la fecha de externacién queda
en manos de los psiquiatras.
El lugar otorgado a las otras practicas (psicoterapia in-
dividual o grupal, asambleas, sesiones de musicoterapia,
asesoramiento social y juridico, talleres, etc.) y profesiones
(psicologia, trabajo social, musicoterapia, terapia ocupa-
cional, etc.) parece perseguir dos objetivos principales:
mejorar el clima de la sala (por ocuparse de cuestiones
supuestamente ajenas al “cuadro” y al “tratamiento’, tales
como las demandas, las quejas y los tramites de quienes
estan internados) y encargarse de que se concrete el alta
(que el paciente se vaya y en lo posible no vuelva, atin cuan-
do no haya habido espacio ni tiempo para trabajar sobre
las condiciones que condujeron a la internacién, ni sobre
médicos no tienen asig
principal consiste en jul
ciar la procesion que Fe
s que deben entrevistar diariamente
izaci6n para proponer actividades
¢ ellos (junto con algunos residen-
idos por otros intereses) intentan
236la situacién con la que se encontraré tras la externacién).
Algunos creen que este orden psiquidtrico es natural,
adecuado a la naturaleza del objeto a tratar (Ia “enferme.
dad mental”). Desde esta perspectiva, cuando alguien se
encuentra descompensado y productivo precisaria una
institucién que le provea drdenes y limites, y una medi-
cacién que disminuya la cantidad y la intensidad de los
fenémenos atologicos. El tratamiento, en sentido estricto,
se apoyaria tinicamente en estos dos pilares, El resto de las
practicas serian tan s6lo un complemento para garantizar
el cumplimiento de “las indicaciones” La insistencia de este
Ultimo término entre los equipos de salud es muy ilustra-
tiva de la concepcién que sostiene el trabajo. El equipo, y
sobre todo el psiquiatra, “indica” la internacion, la medi-
cacion, el permiso de salida y el alta. Estas cuestiones no se
deciden en conjunto. No se acuerdan. No se construyen. Se
“indican’. El paciente alo sumo “consiente”; no tanto como
coparticipe de una decisién compartida, sino como quien
acepta un estado de situacién y se muestra “colaborador”
en el momento en que es evaluado. Si no lo hiciera, en la
historia clinica seria consignada su “reticencia’. No hace
falta un anélisis semioldgico muy sofisticado ni conocer
al dedillo las tecnologias de poder estudiadas por Michel
Foucault para percatarse de la cercania de estos “examenes”
y de estos relatos de la clinica con los informes policiales.
Sin embargo, este orden no es natural. No se adectia a
la naturaleza de las cosas. Se sostiene en una psiquiatria
basada en sus creencias, resistente a considerar como evi-
dencia cualquier dato clinico que contradiga sus supuestos
y sus costumbres. El marco de esas practicas, formado
por conceptos nosogrificos, indicaciones farmacolégicas,
relaciones de poder reificadas y habitos institucionales,
funciona como un microscopio selectivo que permite
237ver lo que confirma su accionar € ignorar todo aquello
que podria cuestionarlo. Y si alguna situacién insiste en
cs nbrar dudas, siempre queda el recurso de desterrarla
por dos vias principales: 0 bien no admitir el ingreso de
aquellas formas de presentacién que aunque generan Hies-
go y profundo malestas, no se adecan ala codificacién
nosografica y al tratamiento farmacoldgico; o bien externar
répidamente los casos que no “evolucionan favorablemen-
te” que no cumplen con las indicaciones, que alteran el
orden establecido.
Quienes defienden este estado de situacién critican la
Ley Nacional de Salud Mental y a quienes intentan imple-
mentarla, bajo el pretexto de que carecerian de fundamen-
tos clinicos. De este manera, establecen una disyuncién
excluyente entre “la clinica” (que ellos defenderian) y “los
derechos” (“impuestos” por la ley). {Qué posicién epis-
témica, ética y politica podria sustentar que los derechos
humanos de ios usuarios se opondrian al ejercicio de la
clinica y que éste podria llevarse adelante sin respetar los
derechos? A lo largo de este libro intentamos transmitir
que las transformaciones que llevamos adelante en nues-
tras concepciones, nuestras practicas y nuestra organiza-
cién condujeron a incrementar en forma conjunta el rigor
clinico y los derechos de los usuarios. No obstante, me
gustarfa agregar otra via para desmontar esta falsa disyun-
tiva a partir del anilisis de tres formas de presentacién
del malestar que son corrientes en las internaciones. Tres
modalidades del padecimiento humano que procuraré
describir sin codificarlas en términos nosograficos, y que
intentaré pensar en relacién con los problemas que gene-
ran al orden habitual de las internaciones y las posibles res-
puestas que podemos desplegar para tratar el sufrimiento
de una forma més hospitalaria.
238Las presentaciones desorganizadas
Algunas personas llegan a a internacién con fendme-
nos disruptivos. Voces que interrumpen su experiencia,
que les dan drdenes que determinan su accién, que los
injurian. Signos que otros también perciben, pero que sdlo
ellos viven como el anuncio de un peligro inminente, de
una persecucién implacable, de un complot en su contra
Frases que se deshilachan, se fragmentan o se vacian de
sentido hasta interrumpirse por completo o contintian a
través de asociaciones guiadas tinicamente por el sonido.
Pensamientos que se imponen o se detienen, que se acele-
ran o se enlentecen. Porciones del cuerpo que se “separan”
hasta “despedazarse”, Ideas, personas, espiritus, insectos
que superan las barreras que delinearfan la interioridad
hasta volverlos superficies perforadas o traslucidas. Todos
esos fenémenos generan un efecto fragmentador y desor-
ganizador de la instancia psiquica que solemos llamar “el
yo”, de la imagen corporal, del discurso, de la conducta.
Para muchos profesionales “psi”, este tipo de casos cons-
tituyen el “paciente ideal” para la internacién, el que retine
todas las condiciones y los méritos para ser internado, el
que no es sospechoso de simular ni acusado moralmente
por una conducta que no puede controlar. Por supuesto,
no se trata de discutir si es correcta la internacién cuando
el estado de desorganizacién introduce una situacién de
riesgo que puede llegar a ser cierto ¢ inminente, pero si de-
bemos pensar qué respuesta se otorga ante dicha situacién.
Cuando el tratamiento se reduce al suministro de psi-
cofarmacos, la intervencién procura suprimir la aparicion
de los fenémenos disruptivos 0 al menos disminuir su
frecuencia e intensidad. Se trata de lograr que el paciente
no escuche voces, 0 que las mismas no capturen toda su
actividad psiquica; que desaparezcan las ideas delirantes
239odisminuya elafecto ylacerteza ae eee Para poder
oor reativizadas; que el pensamiento ve discurso no ge
jnterrumpan ni se aceleren, etc. La confianza depositads
fanicamente en el tratamiento farmacolégico, que en my.
chos casos constituye una herramienta crucial, corre gf
riesgo de ignorar una serie de factores importantes,
En primer lugat, la desorganizacién nO constituye yn
estado permanente del psiquismo. Tuvo un comienzo,
abrupto o insidioso, que implicé una discontinuidad con
din funcionamiento que habia estado més 0 menos ‘com.
pensado” o “encadenado”. Se vuelve necesario entonces
conjeturar los factores que propiciaron ese cambio y las
coordenadas en las que se encontraba el sujeto cuando
éste ocurri6. No se trata de construir una teorfa explica-
tiva con fines didacticos, aunque muchas supervisiones
adquieran ese tono. De lo que se trata es de procurar en-
contrar elementos que permitan orientar el tratamiento
en al menos dos sentidos. Por un lado, poder ubicar las
zonas de peligro, los conflictos insuperables, las situaciones
inabordables para ese sujeto, las frases a las que no puede
responder o el tipo de vinculo que lo empuja al abismo,
Se trata de construir una cartografia que sefiale aquellas
regiones que deberian ser evitadas o transformadas, o que
deberfan ser abordadas con elementos nuevos que ayuden
a transitarlas. A partir de ahi las intervenciones pueden
darse en el espacio de terapia individual: apuntar a un
campo de posicién en el modo de habitar ciertas escenas,
ensayar nuevas respuestas posibles frente a determinadas
situaciones, inventar recursos que protejan, que defiendan,
que actien de pantalla frente a las frases, las miradas ylos
signos variados que pueden resultar intrusivos y empyj@"
alabismo y la perplejidad. Conocer los factores que partic
paron en la descompensacién también habilita a intervenit
240en otros espacios terapéuticos. Por ejemplo, trabajar con
Jas familias para transformar modos habituales de relacién
que conducen a la desorganizacién; o trabajar con la red
social de pertenencia para brindar recursos que sostengan
alli donde antes se encontré desamparado. Por otto lado,
ubicar las coordenadas del comienzo de la crisis no s6lo
permite conocer los factores que la propiciaron; también
posibilita ubicar aquellos otros elementos que podrian
funcionar como recursos para protegerse, para sostenerse,
para volver a construir un mundo posible después de la
catastrofe psiquica.
Esto ultimo nos conduce al segundo factor importante
que no es tenido en cuenta cuando el tratamiento se apoya
principalmente en la farmacologia. La medicacién apunta
a disminuir los fendmenos patoldgicos, pero no permite
“construir un mundo”, Si la descompensacién condujo a
Ja desorganizacion del yo, de la imagen corporal, del dis-
curso, de la conducta, el tratamiento deberia apuntar a
producir una (nueva) escena vivible para el sujeto, dado
que el mundo conocido ya no existe. Cuando no se trabaja
en esa direccién quizs resulte posible erradicar las voces
y las ideas delirantes (si es que Ja medicacién fue efecti-
va, aunque no siempre ocurre), pero el saldo se vuelve
equivalente a un territorio arrasado: un sujeto que ya no
padece de los sintomas “positivos” pero permanece inm6-
vil, sin deseo de vivir (aun cuando tampoco tenga ganas
de morir), sin posibilidad de disfrutar de las cosas (ni de
padecer de algunas de ellas), un cuerpo des-afectado que
yarno cuenta con su pasado pero tampoco con un futuro.
Si ese estado es atribuible al “desarrollo natural” de la es-
quizofrenia (como fue descripto por los psiquiatras clisi-
cos) 0 al efecto adverso de la medicacién, es muchas veces
indiscernible e irrelevante. En cualquier caso se vuelve
241jicar aquellos elementos (que existian antes de |,
que aparecieron después de ella) gt
podrfan servir para construir un Bee mundo. Halla,
Jos retazos con los cuales comenzar a hilvanar una nuey,
trama donde el sujeto pueda incluirse,
fn tercer lugar considero imprescindible que estg
direccién se adopte desde el principio de la internacién,
No esperar a que la medicacién ‘haga efecto para ordenar
Jos elementos sueltos y construir un nuevo lugar vivibje
para el sujeto. Tampoco esperar a que la persona esté en
condiciones de pedir hablar, de sostener una entrevista,
de cumplir horarios, de contar lo que le pasé y lo que
Ie pasa, de escribir sus propias “memorias de neurépate’
de “ser” un paciente de libro. Es crucial participar en la
generacién de las condiciones para que algunas de esas
situaciones que esperamos tengan la posibilidad de ocurrir
alguna vez. Para ello precisamos ofertar nuestra presencia
y nuestro sostén desde un principio (sin demandar con-
diciones que atin no puede cumplir). Esta oferta puede
desplegarse a través de un conjunto de maniobras, simples
en su formulacién aunque relevantes en su funcién, tales
como presentarse frente a la persona y saludarla cotidiana-
mente, llamarla por el nombre, instaurar un horario para
encontrarse, dar tiempo (en un doble sentido: esperarla
ydonar un orden temporal perdido), acompafarla si esté
capturada por fenémenos intrusivos o contenida mecéni-
camente por decisién del equipo, acercarse si lo permite
yalejarse silo requiere, tomar registro de las palabras que
se repiten y de las coordenadas que parecen importantes,
ofrecer un cuaderno para escribir lo que quieréy guardarlo
dela forma que él/ella prefiera. En fin. Ofertar, acompaiiat,
registrar y apostar por una organizacién; o mejor: por un
sujeto alli donde reina la desorganizacién y la posicién de
preciso ubi
descompensaci6n 0
242objeto. Sélo asi seré posible armar una trama que reorga-
nice un mundo vivible.
Las presentaciones ruidosas
Si para un orden tradicional e instituido la desorgani-
zacién psiquica parece erigirse como la situacién perti-
nente o ideal para intervenir, otras formas de presentacién
hacen ruido. Quienes llegan a la internacién atravesando
situaciones de riesgo pero sin los sintomas esperados que
facilitan su inclusién en un cuadro nosogréfico, despiertan
sospechas de “simulacién” o “manipulacién”, Una vez ins-
talada esa duda se los considera “psicopatas’ “perversos”,
“manipuladores’, “vivos’, “cafios’, “adictos” o “delincuen-
tes. No se los quiere tratar, Se les quiere “poner limites’,
“acotar su goce” o simplemente “externar”. De esta manera
se invisibiliza que muchas veces las acciones que pretenden
controlar no son expresiones de una “personalidad desvia-
da’, sino més bien intentos fallidos de tramitar el rechazo
que perciben en esas “intervenciones’.
De seguro hay equipos que llegan a pensar que esas
presentaciones ruidosas, que ponen en escena conductas
riesgosas, molestas, violentas, provocadoras, o que impli-
can acciones sobre el cuerpo propio (cortes y autolesiones,
pérdidas o aumentos de pesos bruscos, consumos proble-
miticos de sustancias, etc.), estan relacionadas con dos fac-
tores. Por un lado, con una historia de abandonos, rechazos
y desamparos (como los que describe Gabriela Greggio en
este mismo libro) que dejaron la paradéjica marca de no
estar inscriptos, de no tener lugar en el campo del deseo
del Otro. Por otro lado, con el intento desesperado (pero
como decia Winnicott (2013), generador de esperanzas)
de ser escuchado por el otro, de llamar su atencién, de
243demandar que alguien lo aloje. ited
Ubicar estos dos factores permite lejar de lado lag po.
siciones mas reaccionarias, eae Y expulsivas
y comenzar a considerarlos pacientes. Per0 esto ssa ny
alcanza. Para que el tratamiento se Sostenga también eg
preciso interrogar nuestros supuestos y evitar caer en |,
fusion de que alcanzaria con no expulsarlos yalojtlos con
aunabilidad para que esas conductas Hleguen a su fn, Ex,
es la ilusi6n de las almas caritativas que tratan bien a sy
projimo necesitado y pretenden que sea agradecido. Son
historias que terminan mal. Si el paciente no “agradece”
Jo que se le oferta si persiste en el “mal” a pesar de que
“somos buenos” con él, entonces “que se vaya’. El intento
de sortear la respuesta tradicional terminé siendo tan slo
un rodeo para alcanzar el mismo final, el mismo rechazo,
Conviene, entonces, una cuota mayor de pesimismo si
queremos apostar a que otra cosa ocurra. Un pesimismo
que habilite la relacién transferencial como la superficie
donde se desplegard la repeticién de las marcas de una
historia (Freud, 1914). Si alguien fue repetidamente ex-
pulsado y no alojado, gno repetird eso en el marco del
tratamiento? ;No nos pondra a prueba para comprobar si
estamos dispuestos a alojarlo? ;No pondra a jugar lo mis
insoportable porque empieza a hacer lazo con nosotros?
Hace algunos afios ingres0 a la Sala de Internacién del
Hospital Alvarez un joven que se encontraba en situacién
de calle y habia intentado terminar con su vida. Habia sido
padre en tres oportunidades, entre los 13 y los 16 aos,
y desde sus 18 se encontraba vagando por la ciudad, sin
encontrar trabajo estable ni lazos duraderos que lo ayt"
dasen a sobrellevar su realidad. Poco tiempo después, le
robaron el carrito con el juntaba cartones e intenté suicr
darse. Nunca habia pasado por un hospital ni por ningun?
244institucién de derechos. Su diagndstico era dificil de dis-
cernir en términos nosograficos. Tampoco tenia antece-
dentes claros de consumo, aunque habia probado algunas
drogas. Durante la internacién se sorprendié porque le
tramitamos el DNI, le dimos de comer, lo escuchamos y
nos preocupamos por él,
Comenzé a trabajar en un emprendimiento social de
reciclado de residuos para gente en situacidn de calle. Todo
iba muy bien hasta que en una ocasién pidié el dinero de
su trabajo (que guardabamos en un locker), consumié al-
gunas pastillas, regresd, pidié mas plata y, ante la negativa,
rompié muchas cosas y amenazé con golpear a los que
estaban de guardia, quienes terminaron encerrados en un
consultorio hasta que la situacién se c
alm6. La respuesta institucional no se hizo esperar:
jefes, profesionales y pacientes querian echar al “desagra-
decido”, Presos del temor, no fueron pocos los que recla-
maron presencia de efectivos de seguridad en la sala. Hasta
hicieron un paro para conseguirla.
Un poco desorientados, los miembros del equipo tra-
tante intentamos considerar que este episodio no implica-
ba una ruptura del tratamiento sino una situacién habitual
de repeticién en una vida signada por diferentes desam-
paros. Sabiamos que no era facil convencer al resto de
esta perspectiva ni de que permaneciera internado, sobre
todo, por el miedo que ese joven les despertaba. Decidimos
decir que estébamos de acuerdo con que tenia que par-
tir pero, para que la externacién fuera exitosa, debiamos
trabajar con él algunos aspectos. De lo contrario, afirma-
‘mos, era probable que los episodios violentos se repitiesen
en el mismo momento en que debia concretarse el alta.
En lugar de plantear un enfrentamiento directo con las
autoridades, nuestra estrategia procuraba hablar la jerga
245de la instituci6n para ganar tiempo y, entretanto, realizay
una apuesta por un alojamiento distinto. Un alojamiento
ue incluyera lo ocurrido (0 sea, lo insoportable para lg
institucidn y para muchos de sus miembros) dentro de
un “proceso terapéutico” que no estaba arruinado plena-
mente. Nuestra apuesta apunté a una doble inscripcién,
Por un lado, a inscribir que existe un lugar; un Otro quelo
espera y lo soporta, con “sus defectos ysus virtudes’, como
suele decirse, Por otro lado, a inscribir que su existencia
no se agota en ese “exceso” que algunos pretenden identi-
ficar con su ser. En otras palabras: que es posible rechazar
ciertas vias por las que transita su malestar sin rechazarlo
a él, También procuramos usar ese “tiempo extra” para la
construccién de recursos materiales y simbélicos que le
permitieran construir un afuera.
En esa ocasién la apuesta fue exitosa. El joven pudo irse
de alta y retomar su vida un poco mas armado; 0 mejor,
un poco més amparado. Al mismo tiempo, se pudo retirar
del lugar que lo habia alojado y que habia roto sin salir
expulsado. Lo que hubiese sido una nueva destruccién se
transformé en la oportunidad para que algo pudiera ser
reparado en él y en nosotros. En ese proceso, atravesado
por la repeticién, unos y otros salimos distintos.
Para muchos de nosotros situaciones como éstas fueron
el motor para dar marcha a una transformacién de nuestra
modalidad de trabajo, que no dependiera tinicamente dela
mayor o menor inventiva de un profesional o de un equipo
tratante, Intentamos que nuestro horizonte de accién no
se redujera a la produccién de modos creativos para en
gafar al orden instituido y matizar sus efectos aplastantes,
¥ que se ampliara hasta la generacién de un movimiento
instituyente, cuyas caracteristicas principales intentamos
transmitir en este libro.
246Las presentaciones silenciosas
Hay pacientes que no llaman la atencibn. No son “lo-
ridos” No despiertan el boténico interés de los fascinados
por la semiologfa y la psicopatologia. No hacen ruido. No
interrumpen el silencio de la institucién que algunos con-
funden con la salud. No piden. No reclaman, No se quejan.
No intentan escapar. No rompen las reglas. Ocupan una
cama, si, pero no siempre se cuestiona su permanencia
prolongada. Més atin cuando los trabajadores no dan abas-
to con su labor.
Los hospitales, y sobre todo las salas de internacién,
parecen estar mas preparadas para las urgencias inmedia-
tas que para los procesos prolongados. Y si nadie encara
decididamente la (dificil) tarea de levantarlos de la cama,
terminan pasando desapercibidos, derivados de equipo
en equipo, hasta que llega un momento en que se vuelve
dificil recordar por qué habia ingresado, cémo era antes
su vida, qué futuro habia proyectado alguna vez.
Los defensores del orden psiquidtrico naturalizado pre-
tenden explicar esos momentos silenciosos e inméviles a
partir de la nosografia. Podemos estar de acuerdo en que
algunos de estos padecimientos silenciosos adoptan una
forma esquizofrénica y se caracterizan por la falta de vo-
luntad e interés, por la desafectivizacion de la experiencia,
por la deslibidinizacién del mundo. También podemos
acordar que otras situaciones toman una forma mas me-
lancélica, caracterizada por un intenso dolor de existir,
que en estos casos no empuja a terminar con la vida,” por
unos autorreproches que no derivan en autolesiones, por
un profundo desinterés por el futuro porque lo valioso
parece irremediablemente perdido y lo que permanece
32. Silo hicieran, entrarian dentro de las presentaciones ruidosas.
247
Airesulta carente de sentido.
‘Sin embargo, también sobran motivos para oponerse a
ue estas coordenadas sean consideradas el “estado natu.
ral” de una “enfermedad mental’, a partir de las cuales se
intente justificar que no es posible ni necesario hacer otra
cosa, que el ‘cuadro” es “resistente ala medicacién’ y que
ya“no hay mas nada por hacer’; salvo probar si “responde”
al electroschock.
Tampoco puedo acordar con los colegas que, al consta-
tar que fue superada la crisis que habia generado la inter.
nacién, califican de “estable” al paciente que vive ese proce-
so silencioso y mudo, para luego afirmar que se encuentra
en “condiciones de alta” oa “la espera de una derivacién” a
la casa familiar oa un tercer nivel. Esta concepcién parece
confundir las dificultades que estos procesos presentan al
trabajo clinico con un estado permanente frente al que
habria que resignarse. De esa manera terminan utilizan-
do las mismas frases que se pronuncian ante un cuerpo
moribundo: “Ya nada se puede hacer’, “Hay que esperar”.
iNo es posible que esa creencia en la propia impotencia
para actuar termine cronificando un proceso no necesa-
riamente irreversible? Cuando se “espera” sin esperanza ni
apuesta, sno se corre el riesgo de mortificar una vida que
atin podria ser vivida?
En el proceso de edicidn de este libro tuvimos que
tomar la dificil decisién de dejar afuera varios textos va-
liosos, sobre todo aquellos que se referian a las vicisitudes
de un tratamiento en particular. Me permito transcribit
35. Comparto aqui la lista completa de los textos que no llegamos
aincluir en esta compilacién: “La sala en jaque: avatares del encie-
170" (de Daina Borowicz, Lucila Garcia y Soffa Grad), “Un analista
en una guardia de internacién” (de Hernén Arra, Luciana Da Silva,
248Man
con mis palabras uno de esos textos, cuya autora es Silvina
Fiori, El escrito aborda el trabajo con una mujer que tras
un episodio cataténico comenzé a rechazar el alimento,
Ja compaiia, la charla, el tratamiento y las invitaciones g
pararse 0 a cualquier actividad vital, Era tal el grado de
su negativismo que una parte de su equipo tratante habia
solicitado autorizacién para la realizacién de una “Terapia
Electro Convulsiva’, sin llegar a concretarla por la interven-
cin dela Unidad de Letrados. Entre tanto, Silvina, quien
oficiaba de psicdloga tratante, se enteré que su paciente
habia visitado Espaiia en su juventud. Decidié entonces
apoyarse en ese fragmento del pasado para convocar a
alguien que ya no invocaba a nadie. Cada dia se acercaba
a presentarle fotos de ciudades espafiolas y se despedia
preguntindole: ‘A dénde viajaremos mafiana?” El soporte
de la imagen y la invitacién a un encuentro futuro comen-
zaron a despertar a quien parecia dormida. El negativismo.
dio paso a las primeras respuestas y luego a demandas que
Silvina Fiori, Marfa Belén Garcia y Luciana Rubel), “La des-gru-
palidad en cuestién: dificultades en la l6gica colectiva en una sala
de internacién de salud mental” (de Lucia Saco, Carlos Ignacio
Sanguinetti y Estefania Tinghitella), “Las inter-posibilidades” (de
Lucila Garcia y Sofia Grad), “La experiencia de adecuacién del
equipo de trabajo de la Residencia de Salud Mental en la sala
de internacién durante la Pandemia COVID-19” (de Luciana da
Silva, Maria Victoria Gandara y Dante Venturini), “El después de
la catatonia: nombre propio y cuerpo” (de Silvina Fiori), “Relato
de la prictica clinica en el Hospital: de la urgencia silenciosa a la
celebracién de a palabra” (de Agustina Feijoo), “De la devastacién,
lacreacibn. Abrir portales a universos paralelos” (de Natalia Buzzi
y Maria Sol Franquet), y “Cuando pondera el prejuicio... 0 sobre
nuestra historia con Juan/Jota” (de Gabriela Greggio, Maria Paula
Pelleggini y Fernanda Sudrez L6pez). A todos estos autores va
nuestro agradecimiento por su trabajo y por su comprensién,
249algin deseo: “Mafana quiero ira...
‘ahablar de los colores, las palabras, los olo.
res, las superficies, las comidas que habia Visto, escuchado,
oido, tocado y comido en esos viajes. Paseando por esas
harlas se refirié por primeta vez a Su Cuerpo y se pregun.
tg por qué ya no camina. Comenz6 2 ir a kinesiologia y
ivamente en musicoterapia. Empezé a
a trabajar mas acti ; i
interesarse por espacios transitables y por las vestimentas
de moda que cubrian los cuerpos, como el que ella habia
recuperado. Elalta de esa mujer fue muy diferente al pro-
rraba en el electroshock la tinica
vehiculizaban
Empezaron
néstico inicial que encont
medida posible. :
Otro valioso texto excluido de esta compilacién tiene
como autora a Agustina Feijod. Al comenzar su trabajo
por la sala le derivaron a un hombre que llevaba 4 afios
de internacién y estaba postrado. Quienes se lo derivaron
afirmaban, al mismo tiempo, que “ya estaba en condicio-
nes de alta” y suftia “depresién crénica’; que “rechazaba y
maltrataba” cuando intentaban acercarse y que era “muy
demandante”; que era “muy dificil trabajar con él” y que
“no habfa mucho por hacer”.
Su situacién actual no habja sido una constante.
Durante su vida formé una familia, tuvo un hijo, se sepa-
16, tuvo y perdié trabajos. Ingreso a la sala tras la muerte
de su madre (con quien convivié los tiltimos afios), en un
estado depresivo y con secuelas motrices de un ACV, pero
se inserté répidamente en las actividades de la sala y llegd
a coordinar un taller literario. Como no podia vivir solo
por su escasa movilidad fisica, esperaba una vacante en un
hogar con rehabilitacién que se demoraba sin definicién.
Con el tiempo, comenzé a quedarse en la cama y a que-
jarse por todo. Agustina no se quedé esperando que él se
levantara nila buscara para hablar; fue ella la que se acercd
250
=auu cama para escuchar y resolver sus pedidos.
i6n inicial generé un lazo que permitié empezar
jonar su pasividad y sus demandas. La literatura
[a via regia para ello. Agustina le propuso leerle algiin
ro durante las entrevistas y el acepté con desgano, Un
dia él Je solicité que guardara los libros en su mesita de luz
yella se topé con unos papeles que contenfan poemas que
escribia los sébados por la tarde, cuando lo visitaba una
musicoterapeuta. Ese hallazgo posibilité dos cosas, Por un
lado, verificar que por fuera del nicleo del equipo tratante
anterior (que lo entrevistaba en la semana de forma tra-
dicional y confirmaba vez.a vez que “no habia mucho por
hacer”), una pasante de musicoterapia habia encontrado la
manera de realizar con él algo distinto, poniendo en cues-
tidn la imagen de “depresi6n crénica” y “paciente dificil”
Por el otro, permitié que Agustina le mostrara interés por
sus poemas a alguien que no parecta interesado por nada
salvo quejarse, proponiéndole dedicar sus encuentros a
ellos. Si bien él no podia escribir con sus manos, en cada
“entrevista” comenz6 a dictarle a su psicdloga nuevos ver-
sos que ella se encargaba de volear en papel. Ella los leia
en voz alta y él le relataba cémo se le habfan ocurrido y
qué recuerdos le despertaban de su propia historia. En la
medida en que esa rutina se repetia fue posible trabajar la
relacién con su hijo y con sus hermanas. Dejé de demandar
cosas que a su familia le resultaban imposibles e insopor-
tables, haciéndolo sentir rechazado, y ellos comenzaron a
visitarlo mas seguido, contribuyendo con los tramites para
conseguirle un lugar donde hacer su rehabilitacién fisica,
Cuanto mds crecia la escritura, mds despertaban sus
intereses y su disponibilidad para sumarse a otras activi-
dades en la sala y fuera de ella. Ya no pasaba el dia en su
cama. Disfrutaba pasear por los jardines del hospital en
251silla de ruedas y sofaba con una vida fuera del hospital,
gonces surgi laidea de hacer un libro con sus trabajgg
Entre los dos averiguaron presupuestos, organizaron una
pre-venta para financiar la impresién y realizaron la pre.
sentacion del libro en el comedor de la sala, un dia antes
de que se fuera de alta.
La hospitalidad comienza por casa
En el mundo “psi” nos forman para esperar. Esperamos
que un paciente presente signos claros que permitan un
diagnéstico. Esperamos que responda a la medicacién y
cumpla con las indicaciones. Esperamos que nos busque y
quehable, Esperamos que si habla, no se queje y se formule
preguntas. Esperamos que esté dispuesto a “cambiar de po-
sicidn”, Esperamos que no cuestione, con sus dichos o sus
actos, nuestros saberes y nuestros hdbitos. Esperamos que
nos permita seguir trabajando siempre de la misma manera.
Por supuesto, no discuto la necesidad de esperar al otro,
de respetar sus tiempos, de acompaiiar sus procesos. En
esta dimensién, quienes tenemos la responsabilidad de
ofertar un tratamiento debemos ser pacientes y apostar a
que un movimiento tendra lugar aunque no haya garantias
desu ocurrencia, Lo que cuestiono es la expectativa de que
“el paciente” se acomode a nuestros tiempos y a nuestras
certezas. Lo que espero, en definitiva, es que podamos
distinguir la apuesta esperanzada de la espera cémoda, la
abstinencia y la neutralidad, de la indiferencia.
Alo largo de este libro intentamos mostrar una serie de
transformaciones que pudimos llevar adelante para alojar
y tratar problemas y padecimientos que habitualmente
quedaban por fuera de nuestra sala, Para ello tuvimos
que redistribuir el poder, interrogar nuestros saberes Y
252ar las practicas. Acrecentamos los espacios grupa-
relaciones horizontales y la apertura para cuestionar
dividualismo, las jerarquias y el encierro.
Frente a las presentaciones desorganizadas, aprendimos
ano esperar el efecto dela medicacién para brindar desde
el inicio un acompaftamiento que procura hilvanar en una
nueva trama los fragmentos desordenados. Frente a las
presentaciones ruidosas, aprendimos a no esperar que el
paciente cumpla con las reglas de la institucién e inten-
tamos soportar (en un doble sentido, sostener y tolerar)
Jo que se ponia en escena, para llegar a distinguir entre el
rechazo (del exceso) y el alojamiento (del sujeto). Frente
a las presentaciones silenciosas, aprendimos a no espe-
rar que el paciente se levante de la cama para buscarnos.
Procuramos conmover la inercia que conduce al letargo
poniendo en juego nuestro deseo sobre algiin aspecto de
la vida de alguien que parece no tener interés por nada.
No esperar y salir, transformados, al encuentro, aun-
que desconozcamos el resultado de nuestra apuesta, Ser
hospitalario no significa abrirle las puertas de mi casa al
extranjero, para exigirle que se acostumbre y se acomode
a mis ideas y a mis costumbres, Ser hospitalario es estar
dispuesto a transformar mi casa para alojar lo radicalmente
otro que hay en mi prdjimo.
El tiempo dird si pudimos construir una sala (y unas
salas) més hospitalarias.
Febrero de 2021**
34 Escribi estas lineas un aiio después de haber decidido no con-
tinuar formando parte del staff de planta de la Sala del Alvarez.
Sigo ligado a ella por las supervisiones, por la coordinacién de
residentes, por la amistad con algunos compaieros, por este libro
y por las marcas indelebles que dejé en mi practica.
253Bibliografia
«Derrida, -y Dufourmantelle, A. (2008). La hospitalidad,
Buenos Aires: Ediciones de la Flor.
«Freud, §, (1914). “Recordar, repetir y reelaborar” (Nuevos
consejos sobre la técnica del psicoanélisis, I). En: Freud, s,
(1986), Obras Completas. Tomo XII (pp. 145-158). Buenos
Aires: Amorrortu.
«Winnicott, D. (1946). “Algunos aspectos psicolégicos de
Ja delincuencia juvenil”: En: Winnicott, D. (2013). Depriva-
cién y delincuencia, Buenos Aires: Paidés.