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Una lectura más allá del papel


La reafirmación de nuestro ineludible compromiso cívico debe llevarnos, ante todo, a brindar
soluciones que contribuyan a la formación de una agenda de bienestar que dé respuesta al lento
e imperceptible crecimiento de los territorios más alejados a los que, históricamente, les
debemos mucho.
23/11/2021

Por: Juan José Muñoz

En los últimos años, la grave crisis migratoria provocada por la aglutinación de innumerables
factores políticos y económicos, con un particular origen venezolano, se ha expresado en un
incremento de la población residente en Colombia –incluso en tránsito a otros países–. De la misma
manera, la pandemia de la covid-19 ha agudizado sectorizadamente las necesidades territoriales de
la población más vulnerable y, tratándose de los migrantes, ha implicado que sus críticas
condiciones de vida lo sean cada vez más.

Junto con un equipo de estudiantes, maestros y directivos de la Universidad del Rosario, en el marco
de la Ruta 2025 y su programa de regionalización, acompañamos la Misión Académica a Nariño a
finales de octubre para conocer la experiencia fronteriza, de competitividad y desarrollo regional en
el sur de Colombia.

La Misión nos permitió abordar una visión nacional que nos recuerda datos de Migración Colombia
(2020) según los cuales más de 1,7 millones de personas venezolanas se encontraban en territorio
colombiano; de ellas 57 % tenía un estatus migratorio irregular para el 31 agosto del año 2020. De
esta manera, adaptados a nuestra dinámica territorial y a pesar del cierre de la frontera colombo-
ecuatoriana, el fenómeno migratorio no se ha detenido sino que, por el contrario, ha convertido a
los pasos irregulares en escenarios complejos donde confluyen la ilegalidad y la ausencia estatal.

En la observación que realizamos, concluimos que estos pasos irregulares –que son más de treinta
los que han sido identificados por las autoridades– facilitan que las redes del narcotráfico se
fortalezcan, aún cuando la presencia en el territorio fronterizo irregular de las instituciones estatales
es esporádica. Esto solo llega a reforzar las gravísimas condiciones de vulnerabilidad en las que se
sitúan los migrantes que han de transitar irregularmente a través de la frontera.

Así mismo, en el ámbito personal, las fuertes impresiones y contrastes de la realidad contada frente
a la vivida estuvieron siempre presentes. La posibilidad de encontrarnos con los territorios, más allá
de los análisis bibliográficos, nos permitió hacer una lectura material de las retadoras condiciones
fronterizas en un contexto de sindemia. La experiencia de escuchar al migrante nos recuerda lo
desgarrador que significa abandonar un territorio y recorrer cuantos miles de kilómetros que
prometan una mínima oportunidad de vida.

Hoy, la articulación binacional de Colombia y Ecuador, así como de sus autoridades públicas con el
sector educativo y privado, se hace necesaria para enfrentar los problemas fronterizos que no han
sido ampliamente documentados por los medios de comunicación. El llamado de atención es
evidente: no solo a reabrir la frontera de Rumichaca –entre Ipiales (Nariño) y Tulcán (Provincia de
Carchi)–, sino a realizar controles migratorios, de policía, militares, de aduanas, de protección a
menores, entre otros.

Con nuestra experiencia, estamos plenamente convencidos que la regionalización educativa es una
potente herramienta que nos permite conectarnos apropiadamente con los territorios y entender,
con humanidad y rigurosidad académica, los infaltables problemas periféricos a los que debemos
responder con efectivas alianzas público-privadas.

La reafirmación de nuestro ineludible compromiso cívico debe llevarnos, ante todo, a brindar
soluciones que contribuyan a la formación de una agenda de bienestar que dé respuesta al lento e
imperceptible crecimiento de los territorios más alejados a los que, históricamente, les debemos
mucho.

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