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Como Transformar El Sindrome Del Impostor en Tu Aliado
Como Transformar El Sindrome Del Impostor en Tu Aliado
Créditos editoriales
Dedicatoria
Agradecimientos
Introducción
Marcote, Alejandra
Cómo transformar el síndrome del impostor en tu aliado / Alejandra Marcote -
1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Hojas del Sur, 2021.
Libro digital, EPUB.
ISBN 978-987-8916-08-8
1. Autoayuda. 2. Desarrollo Personal. 3. Autoestima. I. Título.
CDD 158.1
A mi mamá, que desde que tengo memoria, me contagió su amor por los
libros.
A mi papá, que desde algún lugar estará feliz de que comparta lo que
aprendí.
A mis compañeras perrunas de vida, que me acompañaron en las largas
horas de escritura.
A quienes vieron en mí lo que yo no veía, y me alentaron siempre a
seguir adelante.
A quienes nunca dejan que se apague su fuego interno, y buscan
incesantemente la forma de compartirlo con el mundo, para que otros
fueguitos se aviven y brillen con más fuerza.
A quienes se animan a ser imperfectos, vulnerables, y tienen el coraje de
admitir que no tienen las recetas para vivir en este mundo, y, como yo, están
aprendiendo a hacerlo.
Agradecimientos
A Aldana Otero por sumarse a este viaje con su arte y por ponerle el
corazón.
A Silvana Freddi, que puso su conocimiento ¡y sobre todo su paciencia!
para acompañarme en la edición y corrección de este libro.
A quienes me han orientado y aconsejado en este camino de escribir; a
quienes generosamente se tomaron el tiempo de revisar el borrador de este
libro (¡cuando todavía era poco legible!) y hacer sus aportes; y a quienes
compartieron sus experiencias de vida:
Ana Julia Boucher, Cecilia Giordano, Claudia Acosta, Claudia Campos,
Daniel Colombo, Darío Cuadriello, Delly Gasca Trujillo, Diego Pasjalidis,
Ernesto Sandler, Fabiana García Lago, Florencia Rodríguez Petersen,
Helena Estrada, Jorge Scarfi, Laura Marfud, Laura Paonessa, Lina Zuviría,
Lorena Marino, Luis Aragón, Mabra Ruiz Alonso, María Laura Álvarez,
María Laura García, María Paz Stauffer, Mariana Ibero, Mariana Mass,
Marina Fernández, Marta Tálice, Melina Masnatta, Natalia Arrigoni,
Natalia Echeverri Tamayo, Sergio Kaufman, Sofía Geyer, Valeria Schapira,
y Virginia Marturet.
A Ricardo Melo y a Samuel Stamateas, que siempre me incentivaron a
compartir por escrito lo que escuchaban en mis clases y charlas. A Natalia
Carcavallo, que creyó en mí para hacer un podcast cuando ni yo creía que
podía hacerlo.
A la editorial, que confió en que mi conocimiento sobre esta temática (a
partir de tantos años de trabajo con Aprender del Error®) y que el mensaje
que volqué en este libro desde mi corazón, podrían llegar a dar vueltas por
el mundo, y acompañar a otros en su proceso de transformación.
A las maravillosas personas que me acompañaron en estos últimos
tiempos, que no han sido fáciles.
A quienes en estos años se han sumado a las charlas y talleres (tanto
presenciales como virtuales) y a los posteos en redes sociales, porque cada
pregunta y comentario que hicieron me incentivaron a investigar más y
más, y me inspiraron a crear este libro.
Introducción
Es por esta razón que desarrollé este libro: para compartir herramientas y
técnicas que he descubierto en mi proceso de transformación personal, y
para que otros también puedan encontrar las suyas y trascender las
creencias que los limitan.
Creo que vinimos a hacer mucho más de lo que hacemos a diario.
Creo que, en esencia, somos mucho más que la persona que intentamos
ser para encajar en este mundo.
Descubrirlo requiere lo siguiente:
¿Cuántas veces creemos que los otros son más competentes que nosotros,
e incluso más de lo que ellos mismos creen que son?
Gail M, Matthews. (1984). Impostor phenomenon: attributions for success and failure. Toronto.
Para comenzar a comprender cómo opera este fenómeno, podemos
revisar paso a paso cómo es el ciclo más común:
j. Ser pioneros
Según Clance (1985), “la vulnerabilidad a los sentimientos de impostor
se puede asociar con la percepción de logros profesionales atípicos para el
género de la persona, o como logros académicos atípicos para los
antecedentes familiares”7. Al ser de las primeras personas en ocupar
determinadas posiciones o en desarrollarse en distintos ámbitos, se puede
ver acrecentado el Síndrome del Impostor.
Algunos ejemplos podrían ser:
Tal vez, como decía Thomas Gray, “la ignorancia es felicidad, al menos
cuando se trata de evaluaciones de la propia capacidad”.
“Cada vez que me invitaban a dar una charla, era una tortura.
Surgían voces en mi cabeza diciendo: “¡No soy lo suficientemente
buena en esto!” o “¡No tengo tanta experiencia en el tema!”.
Entonces, entraba en una vorágine de buscar más y más información
y, al ver que nunca iba a poder abarcar todo, creía que quien me
había invitado no se había dado cuenta de que no era yo la persona
indicada. Luego, cuando empezaba la charla, esa sensación se iba
desvaneciendo. Con el tiempo, cada vez más rápido pude ser
consciente de esas voces. Pude escuchar esos pensamientos y no
tomarlos como ‘la verdad’. Logré comenzar a dialogar con esa parte
mía que son creencias muy arraigadas, y que vienen de mucho
tiempo atrás, para darle más fuerza a la voz que me invitaba a
jugármela. Me digo: ‘¡Dale, tomá coraje y animate!’. Dejo de dar
tantas vueltas y me arriesgo más”.
La lucha interna
Es posible que esas voces que ahora sentimos como opresoras,
restrictivas, saboteadoras, limitantes y que nos generan enojo, rechazo o
frustración, nos hayan sido útiles en el pasado para llegar a nuestro
presente. Tal vez nos han servido para mantenernos dentro de ciertas
convenciones sociales, de ciertos moldes en los que (creíamos) que
teníamos que encajar para ser amados y aceptados. Quizás nos
empujaron al límite para lograr determinados objetivos o, incluso, nos
aconsejaron no tomar ciertos riesgos para los cuales aún no estábamos
preparados. De hecho, es posible que aún podamos identificar una intención
positiva en estas voces críticas, como, por ejemplo, proteger nuestra
imagen. Sin embargo, en determinado momento de la vida, esas voces
comenzaron a hacernos ruido. Nos empezamos a dar cuenta de que ya no
son funcionales para la vida que queremos crear. Al menos no con la
predominancia que han tomado. Es como si alguien que debería ayudarnos
para alertarnos de ciertos peligros y recomendarnos que tomemos algunas
precauciones y seamos prudentes, de repente, se pone a dar órdenes a los
gritos, que incluso van en contra de lo que nuestro yo más esencial desea.
Ya no nos sentimos tan cómodos dentro de esos límites que nos marcan, y
nuestro yo más íntimo siente que necesita expresarse, dejarse ver, y
tomar oportunidades que le permitan expandirse.
¿Cuántas veces sentimos dentro de nosotros una pelea entre distintas
voces internas? Mientras una nos dice: “Probá, animate, ¿qué podés
perder?”, otra voz censura esa posibilidad: “¡Todavía no estás lo
suficientemente preparada!”. Todos esos yos conviven en nuestro interior.
La psicóloga Virginia Gawel14 trae a colación una metáfora que ilustra
muy bien esta situación. Intentaré sintetizarla: “En una redacción de un
diario, si el gerente general no está y el corrector toma su lugar,
excediéndose incluso en las funciones que este tenía, es probable que
comience a recorrer los escritorios y, al ver cómo el dibujante realiza sus
primeros trazos, le diga: ‘Eso no representa nada: no sirve’, y, luego,
cuando vea dubitativo a quien esté pensando la nota que va a redactar, se le
aproxime y le diga: ‘¿No ves que sos lento? No sé qué hacés en esta
redacción’. El corrector (como cada uno de los integrantes del equipo) tiene
una función esencial para que la versión final del diario tenga la calidad
esperada. Pero, si en lugar de aparecer en el momento del proceso en que se
necesitan hacer las correcciones de estilo y ortográficas, lo hace
continuamente y a los gritos, probablemente esta intervención sea
contraproducente”. Eso sucede cuando nuestras voces críticas internas
han tomado un excesivo poder en someternos.
Esas voces pueden jugar a nuestro favor si nos llevan a reflexionar, a
revisar un trabajo, o a alertarnos sobre un riesgo a tomar. Sin
embargo, si se extralimitan, si están presentes todo el tiempo o si su
volumen nos paraliza, debemos ponerles límites.
Esas voces críticas son expresiones de algunas de las creencias que
dan sustento al Síndrome del Impostor, y representan un aspecto nuestro
que no es nuestro enemigo, sino que se puede convertir en un aliado de
nuestra transformación personal al mostrarnos información valiosa
sobre nosotros mismos.
Dado que no podemos transformar aquello que no identificamos, es
útil comenzar a registrar esas voces que solemos asumir —erróneamente—,
que nos dicen una verdad que creemos indiscutible: que no somos
suficientes.
Pensamiento Creencia
Una de las mayores diferencias entre las personas que se ven afectadas
por el Síndrome del Impostor y las que no se ven es, fundamentalmente, la
interpretación que hacen de determinadas situaciones y de los pensamientos
que tienen al momento de vivirlas.
Muchas de las opiniones que tenemos del mundo y de nosotros mismos,
así como las conclusiones que obtenemos de experiencias vividas —entre
otras cosas— van quedando cristalizadas en nuestra mente como creencias
que pasan a operar automáticamente. Es decir, olvidamos que están allí y
pasan a ser transparentes: se convierten en una verdad absoluta,
indiscutible e inmodificable.
A través de nuestras creencias, interpretamos las situaciones que vivimos
y les damos sentido. Esos constructos suelen pasar desapercibidos a través
de nuestro lenguaje y pueden tomar diversas formas:
Les damos rigor de verdad a tantas frases que nos repetimos a nosotros
mismos… Sin embargo, la mayor parte de nuestras conversaciones internas
y externas están inundadas de nuestra subjetividad, es decir, de nuestras
creencias. La sensación de sentirnos un fraude puede abrirnos la puerta a
revisar estas creencias que es posible que hayan quedado obsoletas y ya no
nos sirvan para el mundo que viene y la vida que deseamos.
Los pensamientos que tenemos (¿o nos tienen?) son una excelente
estrategia para sentirnos como nos sentimos, ver las posibilidades
que vemos, hacer lo que hacemos, lograr lo que logramos, y crear la
vida que estamos creando.
Frase disparadora
¿Cuál es la frase que escucho en mi mente y que me hace sentir un fraude?
En caso de que sea una imagen, ¿cuál es la imagen que aparece?
Cadena de pensamientos
¿Cuál es la sucesión de pensamientos que se desencadena?
Situaciones
¿En qué momento aparece esta voz? ¿Qué la dispara? ¿Podría describir la situación?
Corporalidad
¿Qué postura adopta tu cuerpo cuando escucho esta voz?
Particularmente, ¿cómo coloco mis piernas, pies, brazos y manos? ¿Cómo se ubican
espalda y hombros? ¿Hacia dónde se dirige mi mirada?
Sensaciones
¿Qué sensaciones experimento internamente?
Emocionalidad
¿Qué emociones puedo reconocer en mí cuando esta voz aparece?
Presente y futuro
¿Qué acciones veo como posibles? ¿Cuáles no?
Autoconcepto
¿Cómo me autopercibo y me evalúo en estas situaciones? ¿Cuál es la imagen que
tengo de mí mismo?
Reflexión
¿Cuál puede ser la intención positiva de este crítico? ¿Qué es lo valioso que puede
estar cuidando esta voz cuando aparece?
Capítulo 3
Debería No debería
¿Qué reflexión me generan mis expectativas de competencia?
Matthews, G., & Clance, P. R. (1985). Treatment of the impostor phenomenon in psychotherapy clients. Psychotherapy in Private
Practice, 3(1), 71–81. https://doi.org/10.1300/J294v03n01_09
Sandberg, S. (2013). Vayamos adelante (Lean in): las mujeres, el trabajo y la voluntad de liderar. Conecta. Buenos Aires.
3. ¡Debería saberlo todo!
Su concepto de competencia está dado por “quién hace las cosas”, por lo
que podemos vincular esta creencia al paradigma del todopoderoso. Y no
es que la persona se sienta así, sino que cree que debería ser así y, al no
lograrlo, no se siente la altura de las circunstancias.
Pedir ayuda, hacer un trabajo con un equipo, o haber sido tenido en
cuenta por un posible cliente a través de una recomendación son algunos de
los ejemplos de aquello que, para quien cree que debería poder con todo,
desmerece sus logros.
Tal como ocurre con quienes tienen una tendencia perfeccionista, al creer
que no debería necesitar ayuda ni soporte de otros, no le es sencillo delegar
o trabajar con otros. Sin embargo, el origen de dicha dificultad es distinto:
para quien busca la perfección, el punto es que nadie lo hace de la forma
correcta (por eso siempre intenta hacer un “control de calidad” de lo que
hacen otros), mientras que, para quien cree que, “si fuera realmente
competente, podría hacerlo todo por mí mismo”, el no poder lograrlo hace
que se sienta un fraude.
¿Y si creen que no puedo hacer el trabajo?
¿Y si creen que soy poco profesional y por eso necesito ayuda?
¿Y si creen que no comprendo o no sé cómo hacerlo y por eso pregunto o
pido por alguien más?
Preguntar, asesorarse o necesitar apoyo de algún tipo puede ser leído
como indicio de debilidad o poco profesionalismo que no puede permitirse,
aun cuando eso implique sobrecargarse y sacrificar otros aspectos de su
vida (salud física y/o mental, amigos, pareja, ocio). “Yo me ocupo” o
“Puedo arreglármelas” suelen ser expresiones habituales.
Paradójicamente, una vez que obtiene lo que desea, finalmente piensa:
“Qué fraude soy; si alguien supiera todo lo que he pasado para hacerlo, se
darían cuenta de que no soy tan competente como creen”.
Conseguir una oportunidad laboral o de estudios a partir de referencias de
personas que lo conocen se siente como no haber tenido mérito alguno.
Hay una dificultad en reconocer que, aun cuando otros nos puedan
recomendar, tanto quienes lo hicieron como quienes lo admitieron, algo
debieron apreciar en su persona para que finalmente consiguiera esa
oportunidad.
Tanto dentro como fuera de las organizaciones, cada vez más se requiere
la colaboración ya que, en contextos complejos como los que vivimos,
poder resolver todo solos se parece cada vez más a una utopía. Sin
embargo, bajo esta creencia, no lograr resolver todo por su cuenta es
interpretado como un fracaso.
No es extraño escuchar, de personas que tienen esta creencia, expresiones
como “Gracias, pero fue todo mérito de mi equipo” ante felicitaciones
por un trabajo en conjunto. Cabe preguntarse cuánto hay de cortesía en esa
frase y cuánto hay de que no puede ver su propio mérito en el logro, ya
que intervinieron otras personas.
La necesidad de mostrar una imagen de suficiencia, independencia y
fortaleza puede llevar a temer a ser vistos como débiles, dependientes y
poco profesionales. En el caso de los hombres, existe el estereotipo de que
pedir algo es un signo de debilidad, y eso puede tener gran impacto en los
“Puedo solo”.
En el caso de las mujeres, esto podría observarse en aquellos espacios en
donde son “la primera mujer que…” (es CEO, gerente, etc.) en campos
especialmente ocupados por hombres. Se suele sentir una particular presión
porque cualquier falla podría ser vista por el entorno como que “no es el
puesto para una mujer”. Entonces, aun a riesgo de grandes sacrificios,
probablemente hagamos todo solas (aunque sea humanamente poco posible
hacerlo en el tiempo y forma en que se pide). Probablemente, en una
situación similar, un hombre que no tuviera la creencia de que debe hacerlo
todo solo pediría sin inconvenientes los recursos (equipos, asesores, dinero,
etc.).
Frases típicas: “Debería hacerlo sin esfuerzo” • “Si fuera realmente capaz,
no debería costarme tanto” • “No debería demorar tanto en conseguir un
ascenso”.
Su concepto de competencia está dado por “qué tan fácil (cómo) y
rápido (cuando) se dan los logros”: Si hay que esforzarse y las cosas no
salen al primer intento, esto cuenta como un fracaso y la vergüenza de ser
un fraude. El éxito debería conseguirse sin esfuerzo.
Así como el perfeccionista pone su vara alta en la impecabilidad, quien
se juzga por la rapidez y facilidad con que concreta sus objetivos considera
que la inteligencia y la habilidad están dadas sin importar el tamaño y
complejidad del desafío que tiene por delante.
En su escrito “La mundanidad del talento”, Daniel Chambliss relata sobre
un patinador: “Lo que veo es gracia, poder y habilidad, todos fluyendo
juntos, aparentemente sin esfuerzo: un movimiento simple, rápido y
seguro, mucho más allá de lo que yo podría hacer. Su patinaje es algo
espectacular. [...]. La excelencia es mundana. Una performance
extraordinaria es realmente una confluencia de docenas de pequeñas
actividades o actividades, cada una aprendida o con la que tropezó, que han
sido cuidadosamente convertidas en hábito y luego encajadas juntas en un
todo sintetizado. No hay nada extraordinario o sobrehumano en ninguna de
esas acciones: solo el hecho de que se realizan de manera consistente y
correcta, y todas juntas producen excelencia”.
Vivimos en una sociedad en la que las personas comparten sus logros,
pero pocas veces comparten el proceso que hubo para llegar a eso,
incluidas las dificultades y las caídas. Esto hace que, cuando empecemos
a crecer, perdamos la noción de que existe un proceso de aprendizaje.
En este caso, se supone que uno viene al mundo con un talento natural,
con el cual debería comprender lo que sea y sobresalir en el primer
intento, sin inconvenientes. Si esto no ocurre y aparecen dificultades, la
persona comienza a sentirse un fraude ya que (sin dimensionar la
complejidad de lo que tiene adelante) cree que el problema está en ella. En
sociedades en las que está cada vez más presente “la inmediatez” y el
querer “todo para ayer”, la desconexión con la noción de proceso aparece
cada vez más.
Es probable que quienes tengan esta creencia hayan desarrollado estas
expectativas a partir de haber recibido mensajes (por ejemplo, de sus
familias) de que podrían lograr fácilmente lo que quisieran y, cuando luego
eso no sucede, se sienten en falta23. Esta creencia está potenciada en una
sociedad como la nuestra, que no solo espera resultados inmediatos, sino
que hace un culto al talento y a los dones naturales: “es creativa” o no lo
es, “es bueno para los deportes” o no lo es, “es un genio en matemática” o
no lo es. Esta mirada no logra contemplar el enorme poder de la pasión y de
la perseverancia para mejorar.
Bajo esta creencia, el esfuerzo parece indicar una debilidad. Y esto no
tiene que ver con no tener ganas de desarrollarse o no contar con la fuerza
de voluntad para hacerlo, sino que (por sus creencias) no es consciente de
que, para pasar de un nivel inicial al de un experto en la materia, se
requieren tiempo y trabajo, y no se hace como por arte de magia.
Cuántas veces hemos escuchado frases como “¡Pobre… él estudia
mucho! En cambio, su hermano es inteligente, rinde los exámenes casi sin
haber estudiado”. Desmerecer el esfuerzo nos hace creer que no importa
qué tan bien lo hagamos. No seremos realmente competentes a menos
que lo hayamos hecho sin siquiera “despeinarnos”. Sin ir más lejos,
durante años yo decía eso de mí misma: “No soy inteligente; solo le dedico
muchas horas a estudiar”, como pidiendo disculpas por creer que no
merecía las notas que me sacaba.
Quien interpreta que un error o un fracaso muestran un límite a su
capacidad24 (“Si no logro hacerlo, queda claro que no sirvo para esto”),
puede abandonar en los primeros intentos, o directamente no tomar nuevos
desafíos para evitar exponerse, y que se vea afectada la imagen que tiene de
sí mismo o que proyecta a otros. Paradójicamente, en algunas personas, los
sentimientos de ser un fraude se manifiestan cuando algo les sale fácil. En
este caso, interpretan que “no cuenta como logro” si no han hecho esfuerzo
suficiente para lograrlo, creencia que analizaremos más adelante.
Frases típicas: “Debería ser más innovadora” • “Ya no sé qué más hacer;
parece que todo está inventado”.
Dweck, C. S. (2006). Mindset: The new psychology of success. Random House. New York.
Bandler, R & Grinder, J. (2004). La estructura de la magia I: Lenguaje y terapia. Editorial Cuatro Vientos, Santiago de Chile.
¿Qué situaciones puedo identificar en las que realicé distintos tipos de comparaciones?
¿Cuántas veces dejamos de hacer o decir lo que deseamos, por miedo a lo que puedan
opinar otras personas? ¿En qué ocasiones?
¿Para qué nos sirve dar tanto poder a otros sobre nuestra vida?
5. La relación (complicada) que tenemos con nuestros errores y
fracasos
Cuando somos pequeños y aprendemos a caminar o andar en bicicleta,
todos los intentos son celebrados, ya que sabemos que transitar esa
experiencia de caerse y levantarse es la que nos llevará a donde deseamos
ir, y eso requiere tiempo y perseverancia. Sin embargo, a medida que vamos
creciendo, la idea de que es necesario transitar los procesos parece
esfumarse.
Vivimos en una sociedad exitista, marcada por una mirada binaria de
éxito-fracaso, donde los términos medios, los grises, parecen no tener
lugar, y los procesos de aprendizaje, desde lo discursivo, aceptan las
fallas pero, en la práctica, no hay espacio para estas. Tanto es así que,
para muchos de nosotros (sobre todo para quienes tienen un marcado
aspecto perfeccionista), salir segundos en una competencia se toma casi
como haber perdido, en lugar de ser visto como algo para valorar.
¿Qué sucede en nosotros cuando nuestro foco está puesto únicamente en
el resultado?
¿Cómo impactan mis fallas y errores del pasado en sentirme hoy un fraude?
Escribí las causas a las que les asignaste dicho resultado (puede ser a modo de frase,
como en los cuadros).
Magnificación/ Minimización
Descalificar lo positivo
Cada vez que sentimos miedo y vivimos las oportunidades que se nos
presentan como amenazas, es útil respirar, reflexionar acerca de lo que nos
está diciendo esta emoción y, de ser posible, expresar las respuestas en voz
alta, e incluso compartirlas con otra persona de confianza para que su
intensidad disminuya.
Levy, Norberto. (2005). La sabiduría de las emociones. Editorial Sudamericana. Buenos Aires.
Lo que estoy dejando de hacer por miedo a fracasar o a equivocarme es:
Explorá el miedo y ponelo en palabras (tal como aparece en tu mente), sin juzgarlo, y
preguntate:
Las acciones concretas que puedo hacer para prepararme y disminuir el riesgo de que
esto suceda son…
El miedo nos previene de hacer algo pero, si no hacemos eso, también podríamos tener
consecuencias:
Los cambios positivos que podría traer eso a mi vida son… (vínculos, ocio, economía,
salud física y mental, etc.).
Los cambios negativos que podría traer a mi vida son… (vínculos, ocio, economía,
salud física y mental, etc.).
Si logro lo que quiero, lo que temo perder (y es valioso para mí) es…
Las acciones que estoy realizando para boicotear la posibilidad de lograr ese éxito
son…
Si siento que no merezco lograr ese objetivo, creo que no lo merezco porque…
Las acciones concretas que puedo hacer para prepararme y disminuir el riesgo de que
suceda lo que temo son…
La vergüenza y la sombra
A medida que crecemos, ocultamos rasgos, emociones, intereses,
cualidades, e incluso talentos para adaptarnos al medio en el que estamos,
para alcanzar una imagen ideal de nosotros mismos o para cumplir con las
expectativas que tienen de nosotros aquellas personas que nos importan.
Carl Jung llamó a este aspecto oculto “nuestra sombra”.
En esta sombra guardamos bajo llave los aspectos que rechazamos al
considerarlos dañinos para la imagen “aceptable” que deseamos construir.
Es por eso que crecimos desconociéndolos y olvidándolos. Así como el
egoísmo, la crueldad y la expresión de la sexualidad suelen relegarse,
también suele hacerse lo mismo con otros aspectos.
¿Qué sucedería si alguien sabe de algún aspecto de nosotros que no
queremos mostrar? ¿Qué sucedería si alguien descubre esa parte nuestra
que creemos inaceptable y digna de ser rechazada? La sombra —que Jung
también llamó “el otro en nosotros”— se convierte en algo que deseamos
ocultar y nos llena de vergüenza:
La vergüenza y la modestia
Algo que no deja de asombrarme es la cantidad de personas talentosas a
las que he escuchado en mis workshops o he acompañado en procesos de
coaching, a las que les avergüenza hablar de sus logros, o de lo que saben
hacer bien. Se sonrojan, se ríen, y evitan a toda costa hablar del tema. “¡No
debería!”, “¡No sé qué decir!”, “¡Parece que me la creo!” suelen ser las
frases más comunes.
Durante años realicé actividades en las que pedía a emprendedores que
escribieran una lista con sus fortalezas y habilidades (aquello en lo que se
consideraban buenos, muy buenos o maravillosos), y otra con sus
oportunidades de mejora (aquello en lo que se descalificaban). La segunda
lista casi siempre era abundante; sin embargo, la primera, difícilmente
llegaba a las seis palabras y, en algunos casos, aunque pasaban los minutos,
la lista seguía en blanco. ¿Cómo hemos llegado hasta este punto? Pareciera
ser que, en nuestra cultura, la idea de ser modestos y humildes está
equiparada con la vergüenza de estar en falta, y mucho mayor es el
impacto que esto ha generado en las mujeres a través del mandato de la
modestia femenina. ¿Cuánto de eso tendrá que ver en nuestra historia con la
dificultad que tenemos para poder conectar con nuestro valor? Lejos de
poder reconocer nuestros dones y logros, no con soberbia, sino con la
certeza de que tenemos algo valioso para aportar al mundo, hemos
aprendido confusamente a sentir vergüenza por estos, a no poder
compartirlos con otros por temor a ser rechazados y a no ser aceptados. En
definitiva, a replegarnos para no ser vistos tal y como somos.
Brown, Brené (2013). Creí que solo me pasaba a mí. Gaia Ediciones.
Recordá ocasiones en las que sentiste vergüenza por creer no estar a la altura:
El costo que tiene para mí mantener esa parte oculta de la vista de otros es…
Las expectativas que quiero satisfacer (y creo que no lo estoy haciendo) son…
Te invito a preparar esta lista con todas las fortalezas que considerás que
tenés. Cuando no ubiques ninguna más, podés preguntarles a otras personas
que te conocen. ¡Probablemente te sorprendas de lo que reconozcan en vos!
También puede ayudarte repasar esta lista37 de 24 fortalezas publicada por
el Institute on Character:
-Sabiduría: Creatividad, Curiosidad, Pensamiento crítico, Amor por el
aprendizaje, Perspectiva.
-Coraje: Valentía, Perseverancia, Honestidad, Entusiasmo.
-Justicia: Trabajo en equipo, Equidad, Liderazgo.
-Humanidad: Amor, Amabilidad, Inteligencia social.
-Templanza: Perdón, Humildad, Prudencia, Autocontrol/Regulación.
-Trascendencia: Apreciación de la Belleza y de la Excelencia, Gratitud,
Esperanza, Humor, Espiritualidad.
Luego, repasá tus logros y experiencias:
►
¿En qué fortalezas y habilidades te apoyaste?
►
¿Qué nuevas habilidades desarrollaste tanto en tus experiencias
exitosas como en tus experiencias fallidas?
c. Mentorear a otros
Si te preguntás a quiénes podrías acompañar, o en qué ámbitos tu
experiencia puede ser de utilidad para otras personas, te invito a hacer estos
ejercicios para que lo descubras. ¡Tal vez te sorprendas de lo valioso de tu
recorrido y de lo mucho que puede sumar tu aporte a la vida de otras
personas! Mentorear a otros es vaciarse de uno mismo para volver a
llenarse. Para comenzar, te invito a realizar las siguientes actividades:
Tanto los fracasos como los éxitos no nos definen: Son solo instancias
en las que logramos lo que deseábamos, o no. Pero cada uno de nosotros es
mucho más que esa instancia. Tenemos gran cantidad de dones, habilidades
y fortalezas para sortear esos obstáculos y tenemos un superpoder: ¡siempre
podemos aprender!
https://www.viacharacter.org/resources
https://self-compassion.org/the-three-elements-of-self-compassion-2
Recordar una situación en la que te hayas sentido un fraude por haber cometido un
error o fallado en algo.
Luego, escribir un texto (puede ser breve o una carta) a vos mismo, como si fueras la
persona que más te ama en el mundo.
La próxima vez que me feliciten o me elogien, las respuestas que puedo dar a
consciencia son…
b. Aprender a utilizar los comentarios “negativos” a nuestro favor
Así como no tomamos en cuenta los elogios y las felicitaciones,
probablemente tomemos muy en serio cualquier comentario negativo o
crítica, y eso nos haga sentir aún más impostores que antes.
El feedback o las devoluciones pueden convertirse en un regalo que nos
permiten ampliar nuestra mirada del mundo, entender distintos puntos de
vista y estándares. En lugar de recibirlos con temor, podemos entrenarnos
en recibirlos con curiosidad: ¿qué puedo aprender de este comentario?, ¿qué
hay de valioso para mí? Para eso, es necesario no identificarse con esos
comentarios. Como vimos anteriormente, si te dicen: “La presentación no
fue muy convincente” y lo traducís internamente como “Soy una pésima
presentadora”, estás adhiriendo inconscientemente ese comentario a tu
identidad, de lo cual no hay ninguna razón para que suceda. Es solo la
observación de alguien (parcial, subjetiva) sobre tu desempeño (laboral,
académico) en un momento dado: no es “la verdad” sobre tu persona.
Si creemos que es valioso conocer más del punto de vista de esa persona,
podemos aprender a recibir los comentarios de una forma provechosa,
indagando qué hay más allá de la opinión. Traer a la conversación hechos
observables para ambos permite ampliar nuestra mirada y comprender su
interpretación. Continuando con el ejemplo, se podría preguntar qué hechos
que observó lo llevaron a esa conclusión, en qué aspectos concretos le
pareció “no muy convincente”, cómo debería haber sido —desde su mirada
— una presentación convincente.
Elegí una situación en el último tiempo, en la que una persona que te importaba te dio
un feedback y te sentiste un fraude o confirmó tus temores de no estar a la altura:
Y yo me dije a mí mismo…
Creo que los hechos en los que se basó para darme esa opinión fueron…
La próxima vez que reciba una devolución de este tipo, lo que puedo preguntar es…
5. Rediseñar tu conversación interna
Háblate a ti mismo como harías con alguien a quien amas
profundamente.
—Brené Brown
“Cada vez que me bloqueo o tengo dudas sobre mí, trato de recordar
algún momento en el que esto pasó y pude superarlo. O reflexiono
acerca de situaciones que son parte de nuestra identidad: la que nos
toca, pero también la que vamos creando en el camino. Por ejemplo,
nací en una ciudad chica de la Patagonia argentina, y siempre pienso
en todo lo que se inició a partir de allí y en los lugares a los que
pude llegar. Por lo tanto, si miramos nuestra propia historia y
crecimiento, vamos a encontrar estrategias que fuimos creando para
llegar a ser quienes somos. Pero, a veces, solemos mirar más para
adelante que para atrás, y es valioso reconocerse, reconocer esos
logros personales y usarlos como respuestas para los bloqueos del
presente, hacia el futuro —destaca Melina Masnatta, Emprendedora
Social (Ashoka Fellow), Directora Global de Aprendizaje y
Diversidad de Globant y cofundadora de Chicas en Tecnología—.
Cada vez que me veo limitada por mis pensamientos, también me
pregunto: ‘¿Qué tengo que perder?’. En general, siempre es más
para ganar, incluso un aprendizaje. Otra estrategia que utilizo desde
hace mucho tiempo es preguntarme si a mis ochenta años me
recriminaría algo o me quedaría con la duda de qué hubiera pasado
si me hubiera animado a hacerlo”.
“Hace unos años me convocaron para ser parte del elenco de la serie
Arde Madrid. Yo estaba en Buenos Aires y, sin casting previo, me
enviaron el guion y dossier de la serie. ¡Estaba tan feliz que no lo
podía creer! —recuerda la reconocida actriz argentina de cine, teatro
y televisión, Fabiana García Lago—. Era un enorme desafío porque
ensayaba sola en Argentina y luego tenía que unirme en Europa con
compañeros con los que nunca había trabajado. A medida que se
acercaba la fecha, cada vez más tenía dudas sobre mí; la última
semana antes de viajar, estuve sumamente angustiada. Imaginaba
que llegaba al set de grabación en España y me decían: ‘¡Ahora que
te vemos bien, no eras vos la que queríamos para el papel!’. Viendo
que me sentía tan mal, una amiga, Carina, me dijo: ‘Si no confiás en
vos, al menos confiá en quien dirige la serie: por algo te eligió’. Ver
la situación desde esa perspectiva me tranquilizó. Cuando llegué, se
lo comenté al director, Paco León, quien me dijo: ‘¡Quédate
tranquila, que sé todo de ti! ¡Estamos muy entusiasmados contigo!’.
Finalmente, por ese papel, ¡fui nominada como Mejor Actriz de
Reparto en España!”.
hacer todo perfecto, saber todo, poder solos con todo, hacer todo fácil,
hacer lo que nadie ha hecho antes, esforzarnos hasta límites inhumanos
y que nunca deberíamos…
equivocarnos, decir: “No sé”, pedir ayuda, tener dudas, etc., etc., etc.,
lo que sentiremos, sin duda, es una sensación de estar en falta
constantemente. Reescribir nuestras expectativas es una actividad que
nos lleva a reflexionar sobre cuál es el juego que queremos jugar y
cuál es el nivel de autoexigencia con el que estamos dispuestos a vivir
nuestra vida.
Desde sus orígenes, el Síndrome del Impostor ha sido asociado con las
mujeres. ¿Por qué nos sentimos impostoras? ¿Por qué se dice que este
Síndrome impacta más en nosotras?
A pesar de que las estadísticas revelan que este fenómeno impacta más
frecuentemente en las mujeres que en los hombres, analizando distintos
estudios, se observa que las diferencias no terminan siendo tan
significativas y concluyentes, como en un principio se pensaba. Sin
embargo, comparto con varios autores la observación de que, en el día a día,
se ve este fenómeno como más limitante y presente a lo largo del tiempo
en las mujeres.
En el estudio más difundido46 sobre el tema, se afirma que el 70% de las
personas, alguna vez en su vida, ha experimentado esta sensación. Más
recientemente, una investigación sobre profesionales de Reino Unido de
202147 mostró que el 90% de las mujeres y el 80% de los hombres se
habían sentido así alguna vez. En un estudio realizado por la firma KPMG
en 2020 sobre 700 ejecutivas de alto potencial y amplia experiencia en
posiciones de liderazgo, el 75% informa haber experimentado el Síndrome
del Impostor en varios momentos de su carrera.
“Si bien hay factores situacionales que disparan o acrecientan la
sensación de ser un fraude, el género (así como la raza y etnia) es un factor
que incide en forma permanente48, y esto se debe a que es construido
socialmente, y determina que se espera, que se permite y que se valora49 en
una mujer o en un varón en un contexto determinado”.
Cabe aclarar que el desarrollo del libro en su conjunto está destinado a
todos, ya que los varones también experimentan estas dudas con frecuencia.
Pareciera que, mientras en los grupos de mujeres profesionales es un tema
sobre el que se habla frecuentemente y se trabaja activamente, los hombres
tienden a admitirlo en menor medida públicamente, o tal vez han
desarrollado la habilidad para que no sea notorio50. A pesar de esto, cuando
se les consulta en forma anónima o confidencial51, ¡finalmente aparece! De
hecho, en los talleres que realizo, tanto los abiertos al público como los
brindados en empresas, la cantidad de varones que asiste es creciente. No
dudo de que los cambios de paradigma que se vienen generando en los
últimos años respecto de la masculinidad —que facilitan la aceptación
propia y colectiva de la vulnerabilidad y la conexión con las emociones—,
los varones encuentran cada vez más lugar y están permitiéndose hablar de
este tema, lo cual sin dudas nos enriquece.
Este apéndice fue el que dio origen al libro, ya que en 2020 escribí un
artículo en Linkedln, compartiendo lo que había investigado y aprendido
durante estos años de haber estado trabajando con mujeres. Y me parece
particularmente relevante incorporarlo aquí, ampliado, dado que la
sensación de no estar a la altura puede transformarse en una fuerte limitante
para nosotras al momento de ocupar espacios en los que no habíamos tenido
presencia anteriormente, en los que hoy estamos poco representadas como,
por ejemplo, ámbitos donde se toman las decisiones (políticas,
empresariales, sindicales, etc.) y en campos del conocimiento cada vez más
influyentes a nivel global y con ingresos crecientes, como los campos
STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemática).
La capacidad intelectual
“¿Cómo es que llegó ahí?” es una pregunta que se suele hacer sobre las
mujeres, aludiendo a que seguramente no lo hicimos por nuestra capacidad,
sino por nuestra belleza, la forma en que nos vestimos o algún vínculo. Esa
sospecha casi nunca recae sobre los varones, aun cuando pudieron tener
menos títulos o recorrido profesional. Los cuestionamientos que hemos
escuchado sobre nosotras u otras mujeres no han hecho más que alimentar
la propia duda.
Los estereotipos son simplificaciones acerca de cómo (supuestamente)
piensan, sienten y actúan las personas de un determinado grupo social. “Los
estereotipos de género operan asignando a las personas cualidades y valores
diferenciados sobre la base del sexo:
Las mujeres son (y, por lo tanto, deben ser) dóciles, débiles, bellas,
sensibles, dependientes, irracionales, impulsivas.
Los varones son (y, por lo tanto, deben ser) agresivos, fuertes,
inteligentes, racionales, no emocionales, independientes, estables.
Esto no implica que las mujeres y los varones tengan estas cualidades,
sino que, simplemente, constituye el parámetro desde el cual mujeres y
varones son evaluados, las expectativas que existen respecto de su
comportamiento y las funciones que pueden o no desempeñar”61.
Comúnmente estos estereotipos asocian la brillantez y la genialidad a los
varones. En cambio, las mujeres aparecemos como menos capaces
intelectualmente, por lo que “hay que explicarles”, “no entienden”, “no
pueden resolver ciertos cálculos o problemas complejos”, “no pueden
analizar fríamente ciertos temas”. ¡Todo esto sí lo puede hacer un hombre
en forma solvente, mientras nosotras le aportamos belleza a la vida!
Esta idea de “mujeres demasiado emocionales” que no pueden ser lógicas
ha estado presente a lo largo de la historia. Mientras que a los hombres se
los ha asociado a la razón, la fuerza y la objetividad, a la mujer se la ha
asociado a la emoción, la sensibilidad y la subjetividad. La filósofa Diana
Maffía, en su escrito “El contrato moral62” relata que, para Aristóteles (uno
de los filósofos más influyentes), las “virtudes naturales” de una mujer son
“incapacidad para el mando, sumisión y pasividad, debilidad corporal,
disposición para las tareas domésticas, valentía subordinada, moderación,
modestia e irreflexiva emotividad. […]. Así, aunque la marca distintiva de
los seres humanos reside en su poder de razonar, hay, sin embargo, cierta
clase de seres humanos que están excluidos del ejercicio pleno de la
razón humana, y son los esclavos y las mujeres”.
Si creíamos que en pleno siglo xxi estos estereotipos habían perdido
vigencia, en 2015, en un sondeo de opinión realizado por la Fundación
L’Oréal63 en Europa, el 67% de los encuestados consideró que las mujeres
carecen de capacidad para estar entre los mejores científicos,
particularmente por su falta de racionalidad, capacidad analítica, sentido
práctico y espíritu científico (entre otros). Cabe aclarar que, en los últimos
siglos, se intentó fundamentar esta creencia en que el cerebro del hombre y
el de la mujer son diferentes, mito que la neurociencia64 está dejando atrás.
Estas generalizaciones, de alguna forma, calan hondo, no solo en la
percepción que la sociedad puede tener de nosotras, sino fundamentalmente
en nosotras mismas desde muy temprana edad. Condicionan incluso
elecciones profesionales a futuro por no creer que somos lo suficientemente
capaces de tomarlas. De hecho, en 2017, la revista Science65 publicó un
estudio mediante el cual se observó que, a partir de los 6 años, las niñas
dejan de asociar la inteligencia y la brillantez con su género, mientras que
no sucede lo mismo con los niños. Algunos de los resultados publicados
indicaron de las niñas lo siguiente:
Son menos propensas que los niños a pensar que otras personas de su
género son inteligentes.
Tienden a asociar el buen rendimiento académico en cuanto a notas
(no así a la inteligencia) con mujeres.
No correlacionan buen rendimiento académico (que lo asocian más a
mujeres) con inteligencia (que la asocian más a hombres). Quizás sea
porque no consideran que se necesita ser inteligente para sacarse altas
notas, o porque no creen serlo.
Se interesan menos que los niños en el juego del que se dice que es
para “realmente inteligentes” (probablemente por no verse como tales),
pero más que ellos en el juego para “personas
perseverantes/trabajadoras”.
La doble vara
Los comportamientos, competencia y éxitos de las personas suelen
medirse en forma diferente según su género. Exploremos algunos ejemplos
que influyen en nuestra sensación de no estar a la altura, sobre todo en el
desarrollo profesional.
• El liderazgo fue históricamente asociado a los hombres y, por ende, a
priori se asume que no necesitan demostrar tanto como las mujeres que
están preparados para ello. Lo mismo sucede en ámbitos donde las mujeres
aún somos pocas (como campos STEM82) y tenemos que estar demostrando
que podemos estar allí. Dado que se supone que ciertas características están
dadas en los hombres, las mujeres pagamos un precio mucho más alto en
términos de esfuerzo para demostrar que podemos liderar y tener poder de
negociación, asertividad, etc. No es extraño escuchar frases como
“¡Tenemos que demostrar el doble!”.
Esto se exacerba, en el caso de las primeras mujeres, en algunos
espacios: se habla sobre “la primera CEO mujer”, y todas las miradas se
vuelcan a ella. ¡No importa cuántos varones hayan pasado por ese puesto
antes y no hayan tenido una buena gestión! Si esa “primera mujer” en el rol
toma decisiones erróneas, probablemente se diga que “no era para una
mujer”, y ese es un riesgo que muchas tenemos presente, aun a nivel
inconsciente.
• Cuando las mujeres se comportan de formas que estereotipadamente no
se asocian con lo femenino (ambición, foco en resultados, asertividad,
agresividad, dureza etc.), se suele decir que “son demasiado…” (rígidas,
agresivas, ambiciosas, etc.), y ello se valora negativamente. Sin embargo,
cuando se comportan de acuerdo con el estereotipo (foco en relaciones,
cuidado, etc.), se las puede considerar demasiado blandas para ser líderes, o
poco competentes (ya hemos visto que los atributos de nuestro género no se
relacionan con la competencia)83. Así es cómo, mientras que a una mujer se
le dice “mandona”, un hombre suele ser visto como un profesional con
autoridad y seguro de sí mismo. Mientras una mujer es tildada de
“ambiciosa” al negociar y se la mira con desconfianza, al hombre se lo ve
como un gran negociador. Mientras que una mujer que eleva la voz puede
ser (negativamente) “demasiado emocional”, un hombre puede ser
calificado positivamente de “implacable” o que sabe poner las cosas en su
lugar. Esta percepción hace que, sin importar lo que se haga, difícilmente se
tenga la sensación de no hacer lo correcto y de no ser la persona adecuada
para ese lugar.
Algo no menor es que, cuando se observan en nosotras esos
comportamientos asociados a la competencia, solemos ser juzgadas como
“poco agradables” y, en cuanto a relaciones interpersonales, recibimos
evaluaciones más negativas84 que las mujeres que adoptan un estilo
“femenino”. Parece que no es posible que en nosotras coexistan ambos
estilos.
Para la carrera profesional, no solo lo que ocurre dentro del ámbito
laboral se juzga distinto. Algunos estudios85 demostraron que tener hijos
(sobre todo pequeños) hace que los hombres sean percibidos como más
responsables, mientras que las mujeres son vistas como menos
comprometidas con su trabajo.
• Las mujeres usualmente son evaluadas y promovidas por su
desempeño86 y por lo que han demostrado, mientras que los hombres
suelen obtener promociones en función de su potencial. Una vez que
percibimos esto (no siempre en forma consciente), el temor a fallar se hace
más presente, ya que puede cortar cualquier posibilidad futura.
• Aun en ocasiones en las que se supone que la evaluación es objetiva y
no vinculada con el género, probablemente por sesgos inconscientes, se
suele observar un estándar más alto para las mujeres. Esto implica no
solamente la vara más alta, sino tener que demostrar lo que raramente se les
pide a los varones. Ejemplo de esto es un estudio de la Universidad de Yale
(2012) en el que profesores de Ciencias debían calificar la solicitud de un
estudiante, mujer u hombre, para un puesto de gerente de laboratorio. El
solicitante masculino fue calificado como significativamente más
competente y contratable que la mujer, aun con idéntica solicitud. También
seleccionaron un salario inicial más alto y le ofrecieron más mentoreo en su
carrera profesional al solicitante masculino. Análisis adicionales indicaron
que era menos probable que se contratara a la estudiante porque era vista
como menos competente (lo cual, a esta altura del análisis, no nos
sorprende tanto).
Si bien este Apéndice hace especial hincapié en las mujeres, me parece
interesante que todos podamos reflexionar sobre el tema, ya que en un
mundo en el que todas las personas tenemos derecho a desarrollarnos
plenamente, necesitamos estar cada día más abiertos a la diversidad de
miradas y fomentar espacios de crecimiento para todos. Como vimos, el
impacto que el fenómeno del impostor tiene en las mujeres está
estrechamente relacionado con cuestiones culturales, por lo que conocer
acerca de esto nos permite ampliar la conciencia y revisar el impacto de
nuestras acciones —en el día a día— como padres, líderes, educadores, en
síntesis, como parte activa de una sociedad en plena evolución.
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En este caso, los estudios son binarios (mujer-varón).
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Basado en info de The Double-Bind Dilemma for Women in Leadership: Damned if You Do, Doomed if You Don’t © 2007 by
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if-you-dont/
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Budig, Michelle J. The fatherhood bonus & the motherhood penalty (Third Way Fresh Thinking / Next)
(https://www.thirdway.org/report/the-fatherhood-bonus-and-the-motherhood-penalty-parenthood-and-the-gender-gap-in-pay)
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https://www.mckinsey.com/business-functions/organization/our-insights/unlocking-the-full-potential-of-women
Apéndice
“Un buen líder dice nunca te hace sentir un fraude —afirma Sergio
Kaufman, ingeniero industrial y responsable por los negocios a
nivel regional de la firma de consultoría estratégica y servicios
tecnológicos Accenture—. Los más tóxicos, ególatras y centrados
en sí mismos pueden operar de forma que la gente se sienta un poco
incómoda, porque se muestran como superiores. La gente da lo
mejor cuando se confía en ella; incluso cuando se equivoca, se la
puede ayudar a crecer. Una organización que hace sentir impostoras
a las personas las limita y las pierde y, por ende, limita su propio
crecimiento”.
¿Qué hacer?
Reencuadrar el perfeccionismo como un posible obstáculo al momento
de lograr los resultados deseados (mucho más en contextos cambiantes e
inciertos), e incorporar la flexibilidad y cuidado que trae la excelencia.
Clarificar las expectativas de quien lidera de la forma más tangible
posible: ¿cómo el equipo podría darse cuenta de que cumple con las
expectativas?
Poder separar lo que se desea lograr (qué) y cómo se desea lograrlo
(cómo), y comprender que quien lidera puede definir el qué pero, respecto
del cómo, es casi imposible que alguien lo haga exactamente de la misma
forma (porque no es una máquina), por lo que es saludable para todos el
poder trabajar en la aceptación de que cada persona tendrá su modo de
hacer el trabajo.
Comprender que los errores que se dan en contextos estables y en tareas
repetitivas son de una naturaleza diferente de las fallas que se generan en
los procesos de innovación y en los contextos complejos. Pretender innovar
sin que exista la posibilidad de fallar es una utopía88.
¿Qué hacer?
Reconocer el trabajo bien realizado, así como el esfuerzo por
aprender, y anclar los momentos gratificantes, en lugar de dar por sentado
que se debía hacer de esa forma. Realizar devoluciones que no solo hablen
de las fallas y las oportunidades de mejora, sino también de lo logrado,
conectándolo con las habilidades y esfuerzo de la persona.
¿Qué hacer?
Fomentar el respeto por los límites. Desarrollar la habilidad en los
líderes de escuchar y validar no solo los “sí”, sino también los “no” de las
personas, lo cual no solo las empodera, sino que, adicionalmente, mejora la
calidad de los compromisos que se establecen, ya que son factibles de
cumplirse. Generar espacios en los que las personas se sientan seguros para
expresar claramente si hay compromisos que no pueden tomar, o que hay
prioridades que necesitan renegociar para poder cumplir con ello.
¿Qué hacer?
Clarificar las expectativas. Es deseable que se mantengan
conversaciones sobre objetivos y lo que se espera del trabajo de las
personas, no solo en algún momento del año, sino con frecuencia, incluso
cada vez que se hace un pedido o se inicia una actividad:
¿Cuáles son las condiciones para que esa tarea sea satisfactoria?
¿Cómo se daría cuenta de que cumplió con lo esperado?
Esto no solo disminuye la brecha entre las expectativas que las personas
piensan que deberían satisfacer, y lo que realmente se espera de ellas, sino
también ayuda a enfocar la energía y a mejorar la gestión del tiempo.
¿Qué hacer?
Valorar e incentivar la actitud de aprendiz: Las personas necesitan
espacios en los que puedan expresar sus dudas sin juzgamientos y responder
honestamente que algo no lo saben. Asimismo, incentivar las preguntas,
sin catalogarlas ni desvalorizarlas provoca que se puedan poner sobre la
mesa distintos puntos de vista. Desarrollar y valorar la actitud de aprendiz
es clave en contextos complejos y cambiantes como los que vivimos. De lo
contrario, la sensación de estar en falta puede sentirse con frecuencia.
¿Qué hacer?
Dar la bienvenida a las nuevas ideas, agradeciendo siempre. Si no es
posible implementarlas, es deseable compartir las razones y, de lo contrario,
realizar devoluciones acerca de las propuestas, de cuáles son los puntos
fuertes y, eventualmente, los puntos de mejora, para que la persona pueda
extraer un aprendizaje.
¿Qué hacer?
Clarificar qué es lo que se valora respecto del trabajo y generar
compromisos en los que las partes estén de acuerdo: ¿se trabaja por
objetivos? ¿Lo que importa es cumplir determinada cantidad de horas o
estar conectado virtualmente determinada cantidad de tiempo?
¿Qué hacer?
Desalentar el uso de etiquetas. Generar consciencia acerca de que esta
forma de dirigirse a otros puede no solo molestar a las personas (aunque no
lo manifiesten porque en ese lugar es una práctica común y, en apariencia,
chistosa), sino también limitarlas al momento de interactuar y mostrarse tal
cual son.
¿Qué hacer?
Referirse a la persona con relación a sí misma, el potencial que posee
y lo que podría lograr, y acompañarla a descubrir e implementar cómo
podría lograrlo.
A partir de esta mirada sistémica, cada uno de nosotros puede tomar
consciencia del impacto que tiene nuestro accionar en la sensación de no
estar a la altura que pueden sentir otras personas. Y, si bien el trabajo del
liderazgo es fundamental, cada uno puede influir en crear un ambiente más
saludable desde su propio metro cuadrado.
Como ya vimos, este fenómeno disminuye cuando lo compartimos y nos
damos cuenta de que la mayoría de nosotros cree que está engañando a los
demás. Es por eso que es vital generar espacios seguros donde las personas
puedan expresar sus temores y el no sentirse suficientes para atravesar
ciertos desafíos. Lejos de ser juzgados por eso, mantener conversaciones
honestas debería permitirles darse cuenta de que otros pasan por
situaciones similares, y no están solos. Cuando las personas se abren y
pueden confiar en que no será utilizado en su contra, pueden compartir
experiencias y crear juntos, en equipo, nuevas estrategias para reconectar
con su propio valor, y disminuir aquellas actitudes que fomentan la
sensación de no ser suficientes. Pueden darse cuenta de que, en su
vulnerabilidad, hay una enorme fortaleza, y poco a poco comienzan a
esfumarse la vergüenza y el miedo a no pertenecer.
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“¿Errar y Fallar es lo mismo? Lo que necesitamos distinguir para no matar la innovación en la organización”, Alejandra Marcote,
octubre 2019. Artículo publicado en LinkedIn - https://www.linkedin.com/pulse/errar-y-fallar-es-lo-mismo-que-necesitamos-
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Medios audiovisuales
Podcast Aprender del Error . Creado por Alejandra Marcote y producido por Wetoker. Spotify:
https://open.spotify.com/show/3dLHIa3iuqN2EtRW4LH3yB
Canal LN+. (13 de agosto de 2021). Pierpaolo Barbieri: Fundador y CEO de Ualá en + info a la tarde
con Paulino Rodrigues. https://www.youtube.com/watch?v=kkr1P7YhQic
Ted Talks. (junio 2012). Amy Cuddy. Your body language may shape who you are.
https://www.ted.com/talks/amy_cuddy_your_body_language_may_shape_who_you_are
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