You are on page 1of 224

Contenido

Créditos editoriales
Dedicatoria
Agradecimientos
Introducción

1. El Síndrome del Impostor


2. El secreto mundo de nuestro crítico interior
3. Las 7 creencias que nos hacen sentir un fraude
4. Los 7 factores que inciden en sentirnos un fraude
5. Las 3 emociones impostoras
6. Las 7 estrategias para reconectar con nuestro poder interior

Apéndice: Las mujeres y el Síndrome del Impostor


Apéndice: El Síndrome del Impostor en las organizaciones
Palabras... ¿finales?
Bibliografía
Contactos de la autora
Créditos editoriales

Marcote, Alejandra
Cómo transformar el síndrome del impostor en tu aliado / Alejandra Marcote -
1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Hojas del Sur, 2021.
Libro digital, EPUB.
ISBN 978-987-8916-08-8
1. Autoayuda. 2. Desarrollo Personal. 3. Autoestima. I. Título.
CDD 158.1

Todos los derechos reservados.


No se permite la reproducción total o parcial, la distribución o la
transformación de este libro, en ninguna forma o medio, ni el ejercicio de
otras facultades reservadas sin el permiso previo y escrito del editor. Su
infracción está penada por las leyes vigentes.

©2021 Editorial Hojas del Sur S.A.


Albarellos 3016
Buenos Aires, C1419FSU, Argentina
Argentina
Tel. 54-11 4981-6178 / 6034
www.hojasdelsur.com

Publicado por Hojas del Sur


Edición: Silvana Freddi
Diseño y conversión digital: AADG Studio
Ilustraciones: Aldana Otero
Dedicatoria

A mi mamá, que desde que tengo memoria, me contagió su amor por los
libros.
A mi papá, que desde algún lugar estará feliz de que comparta lo que
aprendí.
A mis compañeras perrunas de vida, que me acompañaron en las largas
horas de escritura.
A quienes vieron en mí lo que yo no veía, y me alentaron siempre a
seguir adelante.
A quienes nunca dejan que se apague su fuego interno, y buscan
incesantemente la forma de compartirlo con el mundo, para que otros
fueguitos se aviven y brillen con más fuerza.
A quienes se animan a ser imperfectos, vulnerables, y tienen el coraje de
admitir que no tienen las recetas para vivir en este mundo, y, como yo, están
aprendiendo a hacerlo.
Agradecimientos

A Aldana Otero por sumarse a este viaje con su arte y por ponerle el
corazón.
A Silvana Freddi, que puso su conocimiento ¡y sobre todo su paciencia!
para acompañarme en la edición y corrección de este libro.
A quienes me han orientado y aconsejado en este camino de escribir; a
quienes generosamente se tomaron el tiempo de revisar el borrador de este
libro (¡cuando todavía era poco legible!) y hacer sus aportes; y a quienes
compartieron sus experiencias de vida:
Ana Julia Boucher, Cecilia Giordano, Claudia Acosta, Claudia Campos,
Daniel Colombo, Darío Cuadriello, Delly Gasca Trujillo, Diego Pasjalidis,
Ernesto Sandler, Fabiana García Lago, Florencia Rodríguez Petersen,
Helena Estrada, Jorge Scarfi, Laura Marfud, Laura Paonessa, Lina Zuviría,
Lorena Marino, Luis Aragón, Mabra Ruiz Alonso, María Laura Álvarez,
María Laura García, María Paz Stauffer, Mariana Ibero, Mariana Mass,
Marina Fernández, Marta Tálice, Melina Masnatta, Natalia Arrigoni,
Natalia Echeverri Tamayo, Sergio Kaufman, Sofía Geyer, Valeria Schapira,
y Virginia Marturet.
A Ricardo Melo y a Samuel Stamateas, que siempre me incentivaron a
compartir por escrito lo que escuchaban en mis clases y charlas. A Natalia
Carcavallo, que creyó en mí para hacer un podcast cuando ni yo creía que
podía hacerlo.
A la editorial, que confió en que mi conocimiento sobre esta temática (a
partir de tantos años de trabajo con Aprender del Error®) y que el mensaje
que volqué en este libro desde mi corazón, podrían llegar a dar vueltas por
el mundo, y acompañar a otros en su proceso de transformación.
A las maravillosas personas que me acompañaron en estos últimos
tiempos, que no han sido fáciles.
A quienes en estos años se han sumado a las charlas y talleres (tanto
presenciales como virtuales) y a los posteos en redes sociales, porque cada
pregunta y comentario que hicieron me incentivaron a investigar más y
más, y me inspiraron a crear este libro.
Introducción

Para muchos de nosotros, decirnos que “no estamos a la altura” o “no


somos lo suficientemente buenos” se ha convertido en un hábito, del cual
no somos muy conscientes. En una sociedad que busca que encajemos de
alguna forma, cada vez somos más los que sentimos que no lo hacemos, y
compararnos con los otros constantemente solo nos lleva a la frustración
de no ser como otros, pero tampoco como nosotros mismos.
Cuando aparecen nuevos desafíos en nuestro día a día, las voces en
nuestra cabeza nos impiden tomarlos o al menos, nos plantean dudas, y así
es cómo entramos en una pelea interna que nos lleva a una gran confusión.
Nos preguntamos: “¿Cómo es posible que no me anime? ¡No puedo creer
cuántas oportunidades estoy dejando pasar!” o “¡Esa persona, que estudió
mucho menos que yo, está dando una charla, y yo me negué a hacerlo por
pensar que no sabía tanto!”.
Entonces…

¿Cómo sería vivir sin la presión constante de hacer todo perfecto… y,


sin castigarnos por nuestros errores como si hubiéramos cometido un
crimen?
¿Cómo nos sentiríamos si pudiéramos decir: “No sé”, pedir ayuda o
compartir que algo no está resultando sencillo y, aun así, no creer que
somos un fraude y estamos engañando a todos?
¿Cómo nos sentiríamos al lograr objetivos sin dudar todo el tiempo de
nosotros mismos?
¿Cómo nos sentiríamos si hablásemos de nuestros logros con orgullo
por el trabajo realizado, y sin creer por eso que estamos siendo
engreídos?
¿Cómo nos sentiríamos si expusiéramos nuestro punto de vista en una
reunión sin creer que no tenemos ningún derecho a estar allí?
¿Cómo nos sentiríamos si, en lugar de aceptar que los pensamientos de
no estar a la altura son una verdad, pudiéramos no solo reconocer
nuestros méritos, sino saber también que los fracasos y el miedo son
parte de la vida, y no nos definen?

Cuando reconocemos que la imagen de impostores que tenemos de


nosotros mismos no es la verdad, sino una construcción en nuestra mente
que hemos reforzado en nuestro día a día durante años, podemos comenzar
un profundo camino de transformación.

La única forma de dejar de sentirte como un impostor es dejar de


pensar como un impostor.

Es por esta razón que desarrollé este libro: para compartir herramientas y
técnicas que he descubierto en mi proceso de transformación personal, y
para que otros también puedan encontrar las suyas y trascender las
creencias que los limitan.
Creo que vinimos a hacer mucho más de lo que hacemos a diario.
Creo que, en esencia, somos mucho más que la persona que intentamos
ser para encajar en este mundo.
Descubrirlo requiere lo siguiente:

Un profundo trabajo interno y un compromiso con nuestra


singularidad.
Retomar el poder que habita en nosotros más allá de lo que nos han
dicho.
Reconectar con nuestra voz interna que tanto acallamos por otorgarles
importancia a las voces ajenas.

Aumentar nuestro nivel de conciencia para poder así desplegar y ser


quienes elegimos ser.
En distintos momentos de nuestra vida, la sensación de que no estamos a
la altura o somos un fraude ha tomado control sobre nuestros pensamientos
y, por ende, sobre nuestras acciones. Esto hizo que nuestra vida se quedara
estancada profesionalmente, o que nos sintamos poco realizados o,
sencillamente, que, aunque avancemos y alcancemos nuestras metas, no
podamos disfrutar de nuestro recorrido.
Cuando nos sentimos pequeños y no explotamos el potencial que
tenemos dentro, no perdemos solo nosotros, sino también pierde nuestra
familia, nuestro equipo de trabajo, el país, el mundo entero. Quizás al leer
estas líneas pienses: “¡No exageremos!, ¡tampoco es tanto lo que tengo para
dar!”. Sin embargo, las limitaciones que observamos de nosotros mismos,
en gran parte, están primero en nuestros pensamientos. Por eso es momento
de retomar nuestro poder, de reconocer aquellas voces que hablan en
nuestra mente para que dejen de operar en las sombras, y de reconfigurar
nuestras conversaciones internas en función de la vida que deseamos crear.
Probablemente, la idea de que somos un fraude (el Síndrome del
Impostor) y muchas otras creencias limitantes sigan apareciendo de vez en
cuando pero, si aumentamos nuestro nivel de consciencia al respecto,
seremos nosotros quienes estaremos al mando de nuestra vida.

Mi viaje hasta aquí


Durante gran parte de mi vida, he convivido con un insistente Síndrome
del Impostor y, si bien cada tanto me sigue visitando, fui encontrando las
herramientas necesarias para convertirlo en un aliado de mi propia
transformación.
Terminé la escuela secundaria con casi 9 de promedio. Me recibí en la
Universidad de Buenos Aires como Contadora, también con un 9 de
promedio y con Mención de Honor. Sin embargo, no tengo recuerdos de
haber rendido exámenes sin miedo (¡terror!) a desaprobar, sin importar la
cantidad que previamente había aprobado. Recuerdo que, cada vez que me
calificaban con una nota alta, me sentía avergonzada porque no creía
merecerla. Solía pensar que se debía a la suerte (“¡Es que me tomaron algo
que había leído!”), y no que era la consecuencia de haber pasado tanto
tiempo estudiando. La sensación de que algo podía salir mal nunca
desaparecía, y estaba segura de que era solo cuestión de tiempo que el
desastre sucediera y todos se dieran cuenta de que mis calificaciones eran
una gran farsa.
Recuerdo que, cuando en mi trabajo me preguntaban por mis exámenes,
o cada vez que mi mamá, orgullosa, le contaba a alguien sobre mis notas,
yo solo atinaba a decir: “No es que sea inteligente: es que paso muchas
horas estudiando”, y lo decía casi con vergüenza, quitándole valor a la
perseverancia de haber estudiado, incluso, en las tres horas que viajaba
diariamente entre mi casa, la universidad y el trabajo.
Cuando cumplí 30 años, llevaba 12 trabajando en empresas. Había
logrado una estabilidad económica, y al fin mi carrera estaba prosperando,
después de muchos años de dificultades. Sin embargo, a partir de una dura
enfermedad de mi papá, comencé a replantearme seriamente lo que estaba
haciendo con mi vida profesional, y me encontré completamente sumergida
en una crisis existencial (que, por sí sola, podría ser tema de otro, libro). Así
que, nuevamente me dediqué a estudiar, intentando encontrar algo que me
apasionara: realicé una Maestría en Coaching y Cambio Organizacional,
una Diplomatura en Comunicación Digital, y los más diversos cursos y
actividades para los que me diera el tiempo luego del trabajo.
Aun así, veía lejana la posibilidad de dejar mi trabajo en relación de
dependencia como contadora, para trabajar como coach y dar
capacitaciones: ¿quién iba a querer contratarme a mí para hacer algo
distinto a lo que venía haciendo? Por momentos, no solo me sentía grande
para cambiar el rumbo (ahora, a mis 42 miro hacia atrás y pienso: “¡Qué
joven era y qué joven soy!”), sino que nunca creía tener suficientes
herramientas. Era tal la decepción que tenía de mí misma que un día le
dije a un coach: “No entiendo cómo hacen otras personas; aunque no hayan
estudiado tanto, constantemente están armando talleres, publican artículos
en las redes, y yo no puedo”. Él me respondió: “Es que ellos lo hacen, y
vos no… ¿Qué más necesitás para animarte vos también?”. Entonces,
me di cuenta de que no importaba cuántos títulos más pudiera tener:
siempre iba a sentir que me faltaba prepararme un poco más, y que este
era un tema que debía trabajar en mí.
Comencé a percibir que el perfeccionismo y la alta exigencia, que
siempre había visto como una virtud, estaban siendo un gran obstáculo
para los cambios que necesitaba hacer en mi vida. A partir de ese
momento, se convirtió en un desafío personal enorme poder disfrutar
más de los procesos, apreciar más mis logros y aceptar (y perdonar)
mis errores.
Cuando finalmente dejé de trabajar como Contadora, comencé a
organizar una serie de eventos gratuitos en Buenos Aires para que los
emprendedores compartieran sus historias de errores y fracasos. Días antes
del primer evento, quien iba a conducirlo nos avisó que no podía hacerlo.
Así fue cómo, de repente, yo que siempre pensaba: “Solo sirvo para el
detrás de escena”, ¡me encontré subida a un escenario como presentadora!
Si bien al principio era como un juego porque eran muy pocas las personas
que asistían, con el tiempo fue creciendo la popularidad, hasta que la sala
para 600 personas explotó. Este proceso disparó en mí la sensación de ser
una impostora a niveles inimaginables: no solo me sentía torpe y poco
preparada para estar hablando en un escenario (¡aunque coacheaba a los
oradores para que lo hicieran!), sino que, además, el hecho de ser el foco de
atención —aunque fuera por unos minutos— ampliaba en mí las dudas
sobre mi cuerpo, y solo tenía ganas de esconderme. Sumado a eso, oía
algunas pocas voces diciendo: “Hablás lento” o “No tenés chispa para
hablar con la gente: no sos graciosa”. Escucharlas era demoledor, una
comprobación de que no tenía derecho a estar ahí. Sin embargo, muchas
otras personas me alentaban, pero yo no podía tomar en cuenta sus
comentarios, ¡creía que solo estaban siendo amables conmigo!
Aunque me sentía enormemente desafiada al hablar en público, también
creía que había un poderoso mensaje por transmitir sobre la resignificación
de nuestras experiencias fallidas. Percibía que tenía la oportunidad de
promover un cambio y, además, me parecía valioso como mujer sostener
esos espacios. En ese punto de quiebre, me planteé a mí misma qué quería
hacer: o me bajaba del escenario, o trabajaba en mí para dar lo mejor y
superarme. Continuar al frente de los eventos implicaba enfrentarme a la
voz que me decía: “¿Quién te creés que sos para estar ahí parada?
¡Tampoco es tan importante lo que tenés para decir!”, y desafiar esa
creencia —tan afianzada en mí— de que yo no podía comunicar.
Inesperadamente, durante todo este proceso de búsqueda de una nueva
identidad profesional, no solo descubrí que me encantaba organizar eventos,
sino que también tenía la habilidad para hacerlo. De ese tiempo a esta parte,
he organizado gran cantidad de eventos a los que han asistido más de
15.000 personas, entre espacios de innovación para emprendedores, ciclos
de charlas sobre errores, fracasos y aprendizajes, y after office para conocer
las terrazas de Buenos Aires y vincularse con otros. Claro que el no haber
estudiado específicamente organización de eventos —pese a tener gran
experiencia y habilidad—, además de que disfrutaba hacerlos, siempre me
hizo verlo más como un hobby (¡aunque era responsable por lo que sucedía
con cientos de personas!) y hacía que me costara valorizar mi trabajo.
Pensaba: “¿Cómo voy a cobrar por algo que me apasiona y que puedo
hacer fácilmente?”.
Durante estos más de 10 años de búsqueda personal y de la construcción
de Aprender del Error®, pude ir poniéndoles nombre a ciertas barreras
internas propias. No solo me di cuenta de mi tendencia perfeccionista y del
alto nivel de exigencia que he tenido conmigo misma durante toda mi vida,
sino que comencé a encontrarme con textos que hablaban del Síndrome del
Impostor. ¡Bingo! Sentía que estaban hablando de mí y que todo lo vivido e
investigado empezaba a conectarse: las altas expectativas, la sensación de
no estar nunca a la altura y el miedo a fallar.
Quizás te estés preguntando: “¿Síndrome del Impostor? ¿Acaso un
impostor no es aquel que viene a mentirnos, a engañarnos, a estafarnos? Si
consultamos el diccionario, leeremos que se llama “impostor” a aquella
persona que finge o engaña con apariencia de verdad, que se hace pasar por
quien no es. Sin embargo, uno puede ser también su propio impostor, su
propio engañador. Y en esto ahondaremos: a todos aquellos engaños
disfrazados con distintas máscaras, que nos decimos a nosotros mismos e
internalizamos como verdaderos paradigmas o creencias, a los que les
damos veracidad y poder.
Pude visualizar cómo todo esto operaba en mí de forma inconsciente:
sentía que me estaba traicionando a mí misma al no desarrollarme en lo que
me gustaría, y al dejar pasar oportunidades valiosas por no poder darles
valor a mi conocimiento y a mi experiencia, mientras que mi Síndrome del
Impostor, disfrazado bajo un mensaje de proteger mi imagen, lograba
mantenerme en un espacio conocido y seguro, en el cual yo ya no deseaba
permanecer.
Aumentar mi autoconocimiento, identificar mis creencias limitantes y
trabajar continuamente en estas a través de muy diversas disciplinas ha sido
(y es) un gran desafío y, al mismo tiempo, una de las llaves para
evolucionar constantemente.

Ahora comienza tu viaje...


En este viaje te invito a transformar a ese impostor interno en tu
aliado, escuchándolo no para darle poder, sino para que te permita aprender
más acerca de tus emociones, descubrir creencias que ya quedaron
obsoletas y redefinir las expectativas para la vida que querés crear.
Es por eso que te invito a…

Abordar este viaje con la curiosidad de tu niño interior. Aquel que


miraba todo por primera vez, que preguntaba lo que fuera sin miedo a
lo que otros pudieran opinar. Ese que tenía una valija repleta de dudas
y muy pocas certezas y, lejos de tener miedo, estaba lleno de
entusiasmo.
Regalarte tiempo y paciencia para transitar el proceso. Podés ir y
venir por las páginas, recorrer este camino, hacer este viaje cuantas
veces lo desees. Es probable que, en la medida en que avances en la
lectura y en los ejercicios, comiences a unir puntos y a enriquecer lo
que ya habías escrito, o a detectar nuevas conexiones.
Mirarte y abrazarte con compasión. A reconocerte humano,
vulnerable, susceptible de cometer errores y fallar, sabiendo que hay
en vos muchos más recursos de los que creés y que, desde allí, podés
avanzar en tu proceso de transformación.
Avanzar con el coraje propio de quienes deciden tomar el mando de
su vida. Porque no podemos cambiar las circunstancias, pero sí
podemos modificar nuestra actitud ante estas, para que la vida no nos
pase de largo.
Agradecerte por involucrarte y comprometerte con tu propio proceso
de transformación. La vida está hecha de decisiones y esta, sin dudas,
es una de las más importantes.

¡Estoy feliz de acompañarte en esta aventura!


¡Comencemos!
Te invito a utilizar esta hoja para anotar todo lo que vayas descubriendo. Pueden ser
preguntas, ideas o palabras clave que quieras atesorar ¡para hacer tu propia guía para
transformar el Síndrome del Impostor en tu aliado!
Capítulo 1

El Síndrome del Impostor


Nuestro miedo más profundo no es que seamos inadecuados.
Nuestro miedo más profundo es que somos poderosos sin
límite. Es nuestra luz, no la oscuridad lo que más nos
asusta. Nos preguntamos: ¿Quién soy yo para ser brillante,
precioso, talentoso y fabuloso? (…) El hecho de jugar a ser
pequeño no sirve al mundo.
—MARIANNE WILLIAMSON

E l término Síndrome del Impostor fue acuñado en 1978 por las


psicólogas Paulina Clance y Suzanne Imes, mediante un estudio
denominado “El Síndrome del Impostor en mujeres de alto rendimiento1”.
Cabe aclarar que, pese a que se llamó síndrome, no es un trastorno de salud
mental, y es por eso que hoy también se buscan denominaciones
alternativas como “fenómeno” o “experiencia” del impostor. El origen de
este trabajo estuvo dado por su recorrido como psicoterapeutas centradas en
mujeres que habían obtenido reconocimientos académicos y profesionales
y, sin embargo, no experimentaban ese éxito internamente, sino que
había en ellas una sensación de “falsedad intelectual”. Estaban
convencidas de que no se debía a su inteligencia, sino que de alguna forma
habían logrado engañar a todos. Aunque el estudio más divulgado dice
que el 70 % de las personas han experimentado en algún momento de su
vida esta sensación, los números de un estudio a otro difieren, pero aquello
de lo que no queda duda es que son abrumadores para ser un tema del cual
se habla tan poco, probablemente por pensar: “Solo me pasa a mí”.
Este fenómeno está dado por un conjunto de creencias a partir de las
cuales las personas consideran que sus logros poco tienen que ver con su
capacidad, sino que son consecuencia de la suerte, las conexiones que
tienen, los aportes que otros han hecho a su trabajo, su encanto personal
y la coincidencia de haber estado en el momento y lugar justos. A pesar de
todas las pruebas que podrían demostrar su competencia, estas personas
consideran que no merecen lo obtenido, y por ello no pueden aceptar los
elogios. De hecho, están convencidas de que ¡en cualquier momento serán
descubiertas!
¿Qué es lo que distingue a las personas que no padecen el fenómeno de
sentirse impostores de quienes sí lo experimentan?
No es su capacidad, sino la forma en la que piensan acerca de sí
mismas y en la que interpretan determinadas situaciones. Las voces
internas aparecen en forma de dudas sobre la propia inteligencia, la
convicción de que lo logrado no ha sido por mérito propio (aun cuando
otras personas así lo creen) y el temor propio de que esa mentira sea
descubierta.
Algunos aspectos clave de este fenómeno son los siguientes:

Los logros no pueden ser asumidos como propios: El hecho de


alcanzar objetivos, y el éxito deseado, no puede ser visto como
consecuencia de la propia capacidad o, eventualmente, del esfuerzo,
sino que se atribuye a factores externos (suerte, contactos,
coincidencias, etc.).
Las felicitaciones o los elogios no son aceptados: Se desarrolla un
repertorio de argumentos para explicar a otros el motivo por el cual no
son merecedores de elogios ni créditos por lo realizado. No es falsa
modestia: realmente, no lo creen.
Autopercepción de fraude y duda de sí mismo: Al no creer que lo
que obtienen es en gran medida fruto de su esfuerzo y competencia,
consideran que están engañando a otros y que solo será cuestión de
tiempo que la verdad salga a la luz. Las dudas sobre sí mismo y la
sensación de no ser suficiente y de no estar a la altura es recurrente.
Un miedo constante al fracaso y a ser descubierto: En la mente de
quien se siente un impostor, fracasar o equivocarse solo lleva a
confirmar que realmente no estaba a la altura, por lo que es posible que
la motivación para evitar fallar sea aun mayor que lograr el éxito. Sin
embargo, para algunas personas, fallar implicaría al fin un alivio, ya
que no tendrían que seguir ocultando que son un fraude, sino que este
quedaría a la vista.
Sobreesfuerzo o procrastinación: El miedo y la duda sobre sí mismo
puede inhibir la posibilidad de tomar nuevos desafíos (parálisis),
dilatarlos indefinidamente (procrastinación), o bien llevar a trabajar
frenéticamente y en exceso (sobreesfuerzo), para evitar a toda costa un
error o un fracaso.

¿Para qué nos interesa profundizar en este Síndrome?

“Veníamos hablando en la Compañía sobre el proceso de


transformación digital, y jamás pensé en mí para liderar este
proyecto —recuerda Mariana Ibero, Licenciada en Recursos
Humanos y Directora de Capital Humano de la cadena más
importante de farmacias de Argentina—. Hice un viaje para
aprender más; visité empresas, reuní a gerentes para contarles mi
vivencia. Tanto influí que comenzaron a entusiasmarse. Pero nunca
pensé que yo podía liderar el proyecto hasta que me lo ofrecieron.
Hoy miro hacia atrás y veo el camino que hice para que la
organización estuviera embarcada en el proceso de transformación,
y me pregunto: ‘¿Cuánto más podría haber generado o acelerado?
¿Cuánto más asertiva podía haber sido si yo hubiera sido consciente
del valor que podía estar dando en esto a la Compañía? ¿Cuánto me
pierdo o cuánto sufro por no haberle dado valor a lo que realmente
yo podía hacer?’. Otras personas podían haber tomado el proyecto,
mientras yo me quedaba mirando, por no haberme visto a mí
misma”.

La sensación de ser un fraude y la idea de que no son nuestras


capacidades las que nos llevan alcanzar lo que deseamos puede convertirse
en una limitante al momento de ir en busca de oportunidades, asumir
nuevos desafíos, tomar riesgos, poner precio a nuestro trabajo, e incluso
realizar actividades para las que estamos más que preparados.
Compartir una idea, solicitar un empleo o un ascenso, rendir un examen,
postular a una beca, comenzar un emprendimiento, inscribirse en una
carrera universitaria son solo algunas de las oportunidades que podemos
dejar pasar, o incluso rechazar, por el hecho de no estar seguros de ser
suficientes para afrontarlo.
Ser conscientes de estas creencias que habitan en nuestra mente y
trabajar sobre estas nos permite desarrollar nuestro potencial, que de
otra forma queda relegado bajo esa percepción de no ser suficientes.
No solo cada uno de nosotros deja pasar la posibilidad de ser, respetando
su propia y única individualidad, sino que también privamos al mundo de lo
que podemos aportar.
Un aspecto no menor es que, en la medida en que la sensación de ser un
impostor nos invade, vamos perdiendo la capacidad de disfrutar no solo
de los resultados que logramos, sino también del camino que vamos
transitando, del proceso. Al no creernos capaces y merecedores, no nos
reconocemos a nosotros mismos y, por ende, tampoco aceptamos el
reconocimiento de otros, lo que puede hacer que la alegría y la gratitud, tan
importantes como recompensa para continuar avanzando, se pierdan.

¿Alguna vez pensaste o dijiste que…?


En el día a día, continuamente dialogamos con nosotros mismos y, en
medio de la gran cantidad de pensamientos, podemos detectar frases que
nos dan indicios de que estamos experimentando la sensación de ser un
fraude. Te propongo, entonces, que nos convirtamos en exploradores de
nuestros propios pensamientos, para salir del piloto automático de
nuestras conversaciones internas y comprender qué hay detrás de aquello
que nos decimos. Esos diálogos internos que a veces parecen confusos e
inexplicables esconden información sobre nuestras creencias y nos permiten
comprender el porqué de los resultados que estamos obteniendo en nuestra
vida.
Cuanto más atentos estemos a nuestro diálogo interno y más amplia
sea nuestra consciencia sobre ellos, menos poder tendrán esas voces
para desvalorizarnos, y más sencillo será identificar los aspectos que
necesitamos trabajar en nosotros mismos. Exploremos entonces algunas
de las formas en las que el Síndrome del Impostor suele manifestarse:

Creemos que nuestros logros se deben a factores externos (suerte,


coincidencias, contactos, ayuda, error de otros, etc.), y no a factores
internos (esfuerzo, habilidades, etc.). Desarrollamos excusas para no
hacernos cargo de nuestro éxito.
► “Aprobé con sobresaliente, porque justo tomaron las preguntas que había estudiado:
las más fáciles”. (¡Qué pena que el resto, con las mismas preguntas, no tuvo la misma
suerte!).
► “Es que se alinearon los planetas”. (Claro, no lo lograste por los años de experiencia,
sino porque justo se alinearon en el cielo Saturno y Plutón).
► “De casualidad, yo estaba disponible justo en el momento en que necesitaban a alguien
para cubrir el puesto. ¡Hay tanta gente que lo podría hacer mejor que yo!”. (¿Será que
no vieron nada especial en vos en lugar de las otras personas que podrían cubrirlo?).
► “Supongo que no revisaron bien los otros CV o algún error hubo en el proceso de
selección y me convocaron”. (Tal vez sí revisaron los otros CV, y el tuyo era lo
suficientemente bueno como para que te eligieran).
► “Me dieron muy buen feedback sobre el proyecto que presenté; vinieron bien
predispuestos porque les fue bien en la reunión anterior”. (Claro, ¡no fue porque lo
preparaste y lo ensayaste varias veces!).
► “Me aprobó el examen porque tenía un buen día”. (Lo extraño es que al resto de la
clase lo desaprobó, así que, o bien el buen día le duró poco, o bien habías estudiado
bastante).
► “Sí, entré a trabajar a esa empresa, pero solo porque me conocían”. (¿Será que toman a
todas las personas que conocen?).
► “Es que los profesores me tienen simpatía porque yo siempre participo en clase;
sinceramente, no era para tanto este trabajo práctico”. (¿Será solo por tu simpatía que
lográs las notas más altas del curso?).

Nos es difícil aceptar elogios y agradecimientos. Nos quitamos


méritos, incluso cuando otros los reconocen.
► “No era gran cosa: era un trabajo sencillo”.
► “Seguro me lo dijo porque es amable y me tiene aprecio”.
► “No hay nada que decirme a mí: es todo mérito del equipo”.

Nos sentimos un fraude absoluto y tenemos miedo a ser


“descubiertos”, especialmente por parte de personas que confían o
son importantes para nosotros.
► “¿Qué estoy haciendo yo acá? Seguro que, en algún momento, se dan cuenta de que no
era a mí a quien tenían que llamar para este trabajo”.
► “¡No estoy a la altura! Es solo cuestión de tiempo para que se den cuenta”.
► “¡No entiendo! ¡Todos piensan que soy mucho más competente de lo que realmente
soy!”.

Consideramos que lo que hemos logrado nunca está lo


suficientemente bien hecho. Si no es perfecto, no vale.
► “¿Cómo no me di cuenta de que la letra de esa presentación era demasiado chica para
la pantalla? ¡Eso lo arruinó todo!”.
► “No me convence la tesis que entregué. Necesitaría más tiempo para que realmente
esté perfecta”.
► “Sí, ya sé que me felicitaron por el informe que presenté. ¡No entiendo el motivo! Yo
misma ya le descubrí algunos errores, a los que no les dieron importancia”.

Creemos que no sabemos todo lo que deberíamos saber. Damos


poco valor a nuestras habilidades, experiencia y conocimientos, y
consideramos que siempre nos falta aprender algo más.
► “No creo ser capaz de liderar esta área. Aunque trabajo hace muchos años acá, debería
hacer una Maestría o estudiar un poco más”.
► “Me encantaría dar una charla, pero ¿qué hago si me preguntan algo y no lo sé? ¡Se
van a dar cuenta de cuánto me falta aprender!”.
► “¡Por favor, que no me den la palabra! Mejor si no hablo, así no se dan cuenta de que
soy un fiasco”.

Si algo no sale al primer intento, lo sentimos como un refuerzo de


nuestra poca capacidad (¡y no como parte del proceso!).
► “El primer proyecto que me encargan y no logro hacerlo a tiempo. ¡Yo sabía que no
tenía que dedicarme a esto!”.
► “Ya en el primer informe que entregué, mi jefa me corrigió un montón de cosas. ¡No sé
qué ven en mí para no echarme!”.
► “No tengo talento: solo trabajo más duro que otras personas”.

Si no podemos resolver todo por nuestra cuenta y recibimos


colaboración de otras personas, eso refuerza nuestra idea de que
no somos lo suficientemente capaces.
► “Tuve que pedir ayuda porque no llegaba a entregar lo que me pidieron. ¡Si supieran
que no pude sola con todo…!”.
► “Me contrataron porque les hablaron bien de mí, no porque yo me lo hubiera ganado”.
► “Si supieran que aprobé gracias a que mi compañera me prestó sus resúmenes para
estudiar porque yo no llegaba a hacerlos, se darían cuenta que no me lo merezco”.

Tenemos la convicción de que lo haremos todo mal, y luego


solemos tener éxito en eso que hicimos.
► “¡Me felicitaron por el examen… estaba segura de que iba a desaprobar!”.
► “Sí, me aplaudieron, pero hubiera jurado que me iba a quedar en blanco en el medio de
la presentación”.
► “Todavía no entiendo cómo eligieron mi propuesta entre las mejores, ¡creía que estaba
muy por debajo de sus expectativas!

Creemos que no vamos a poder repetir lo logrado en el futuro.


► “Ni sé cómo me saqué un 10 en el examen anterior. ¿Cómo voy a hacer en el próximo
para aprobar?”.
► “Esperan mucho de mí después de lo bien que salió el proyecto anterior, pero creo que
ni tengo idea de por dónde empezar”.
► “Sí, ya sé que en los últimos años solo he tenido ascensos, pero realmente creo que no
estoy a la altura de este puesto; voy a ser un fracaso”.

Comparás tu capacidad y tu rendimiento con los de otras


personas, disminuyéndote.
► “No les llego ni a los talones a la gente que trabaja acá. No sé qué estoy haciendo en
esta empresa realmente”.
► “A esta altura de mi vida, ya debería estar en un puesto más alto, ¡mirá ese gerente que
joven y ya avanzó más que yo!”.
► “Mi competencia lo hace mejor… ¡Hasta yo les compraría a ellos, y no a mí!”.

Evitás las evaluaciones, feedbacks y críticas. Si no están a la altura


de lo que esperabas, creés que prueban que sos un fraude.
► “Tiene razón en que a la presentación le faltaban más datos… ¡Por fin se van a dar
cuenta de que este puesto me queda grande!”.
► “¿Me escuchaste? Hablé demasiado lento… ¡Soy un fiasco como oradora!”.
► Sé que estudié todo el mes para esto, pero fui hasta la puerta del aula para rendir, y no
pude entrar. ¡Estaba segura de que me iba a ir pésimo!

Minimizás lo que decís o hacés.


► “Quisiera agregar una cosita”.
► “Quería compartir algo que estuve haciendo, pero, si no hay tiempo, no tiene
importancia”.
► “¿Escritora yo? Solo escribo mis cositas”. Sí, publiqué un e-book y varios ensayos,
pero no un libro propiamente dicho”.

No solamente nos decimos decenas de frases para evitar tomar


oportunidades, sino que, cuando obtenemos lo deseado, podemos ser
sumamente creativos para desacreditar los elogios y justificar que
nuestro éxito no es por mérito propio… ¡aun cuando hay evidencia de
sobra! Recuerdo que un día alguien me dijo: “Esto solo puede ser gracias a
Dios… ¡y eso que ni siquiera soy creyente!”.
Clance, P. & Imes, S. (1978). The Imposter Phenomenon in High Achieving Women: Dynamics and Therapeutic Intervention.
Psychotherapy Theory, Research and Practice, Research and Practice. Volume 15, #3 -
https://www.empowerwomen.org/es/resources/documents/2013/10/the-imposter-phenomenon-in-high-achieving-
women-dynamics-and-therapeutic-intervention
¿Cuáles son las cinco frases impostoras que más me resuenan?

¿A qué grupo de características pertenecen?

¿Puedo reconocer alguna otra frase similar que me diga a mí mismo?

¿En qué contextos o momentos me encuentro diciéndomelas a mí mismo o a otros?


¿Cómo me doy cuenta?
Las personas que experimentamos este fenómeno con frecuencia pueden
ser percibidas por otros como exitosas y competentes, ya sea por el
reconocimiento obtenido, el poder o estatus alcanzados y los logros en los
distintos ámbitos. Sin embargo, internamente, solemos experimentar dudas
respecto de nuestras capacidades y nos autopercibimos como no
suficientes.
Recuerdo que, cuando terminé primer año de la facultad, estaba buscando
trabajo, así que me fui a repartir currículos impresos (en esa época, casi no
se usaba hacerlo por internet) por el microcentro porteño. En la casa matriz
de un banco, la recepcionista del piso de Recursos Humanos estaba
conversando con una mujer. Cuando les entregué una copia, la mujer la
miró y me preguntó: “¿Tenés media hora para que te haga una entrevista?”.
Aunque me daba vergüenza estar en jean y musculosa, le dije que sí.
Casualmente, la que estaba conversando era una de las selectoras de
personal. Me dijo que le había interesado mi CV y que pronto iban a tener
vacantes. Un mes después, empecé a trabajar en una sucursal, para
explicarles a los clientes cómo usar cajeros para depósitos y pagos (¡en los
años noventa, esto era una novedad!). Durante muchos años, yo me dije a
mí misma que ingresar a ese banco había sido solo una cuestión de suerte,
ya que había estado en el momento justo en que una seleccionadora había
podido ver mi currículum. Sin embargo, nunca le di importancia a que su
interés puede haber sido tanto por mis altas notas de primer año (tenía 9,66
de promedio) como por la experiencia que ya tenía a mis 19 años (había
trabajado en la administración de una fábrica textil, y previamente, durante
mi adolescencia había sido parte del área de Prensa del Club Lanús, incluso
como parte de la producción de los primeros programas de radio y de
televisión locales).
Esta sensación de insuficiencia nos lleva a considerarnos
sobreestimados por otros y suele potenciar el miedo al fracaso, en lugar de
incrementar la confianza en nuestro propio desempeño.
Las personas que experimentan este fenómeno suelen tener diversos
temores:
El temor a fallar y a que alguien descubra que, “en realidad”, son un
fraude (es decir que no son lo suficientemente competentes) las
acompaña cada día. Están convencidas de que, más tarde o más
temprano, sucederá, y su máscara de éxito caerá.
El temor a ser evaluadas aparece con frecuencia, y las expone no solo
a la posibilidad de no haber cumplido con las altas expectativas que
tienen de ellas mismas, sino a ser “desenmascaradas”.

Sin importar cuántas veces hayan logrado lo que deseaban, es probable


que siempre sientan que la próxima vez puede no salir bien y arruinarse
todo. La anticipación negativa es constante (“Va a salir mal”), por lo que
realizan muchísimo esfuerzo para que eso no suceda, o directamente
descartan la posibilidad de intentarlo.
Para algunas personas, la sensación de sentirse un fraude puede ser casi
paralizante, por lo que puede llevar a evitar tomar riesgos y asumir nuevos
desafíos, sin importar qué tan preparadas estén. Pareciera que no pueden
vincular y valorar todos los éxitos alcanzados, todo lo obtenido y todo lo
realizado con su esfuerzo y capacidad. Aun cuando exista muchísima
evidencia, parece que nunca alcanza. Por el contrario, a medida que se
acumulan los logros y se incrementa la exposición, no se debilita la
creencia de que se es un fraude, sino que se refuerza. En lugar de ganarse
tranquilidad por el camino recorrido, cada vez más hay un nombre o
imagen que defender, por lo que la presión es mayor. Pensamientos como
“Ellos esperan que yo rinda siempre así, y yo ni sé cómo llegué hasta acá”
refuerza también la duda sobre sí mismo y el miedo a cometer un error y
quedar expuesto.
Quizás más ocultos aparecen el miedo al éxito y la culpa. Para algunas
personas, la posibilidad de tener éxito implica también tener que continuar
sosteniendo cierto nivel de rendimiento, lo cual (al dudar de la propia
capacidad) se torna desafiante. Según diversos estudios, alguna vez en su
vida, el 70% de las personas experimentan el Síndrome del Impostor2. Y
esto no quiere decir que sean más o menos inteligentes o más o menos
competentes que otras.
Cada uno de nosotros tiene su propia construcción mental de qué implica
ser inteligente, capaz o competente, y cuál es su expectativa de éxito.
Más allá de las distintas creencias que nos llevan a sentirnos un fraude (que
veremos más adelante) la evaluación que se hace de sí mismo suele ser muy
escasa, y esto se debe no tanto al rendimiento que han tenido (qué han
hecho y cómo lo han hecho), sino a las expectativas que tienen sobre sí
mismos, que posiblemente sean altísimas y casi utópicas.

“Cuando estudiaba, leía los apuntes de clase, los textos que me


pedían, y siempre buscaba algo más: recurría a otros libros, o
sumaba algún enfoque novedoso. Pero llegaba al momento de la
prueba sintiendo que me había quedado mucho afuera y que hubiese
necesitado más tiempo para preparar el tema a fondo. Al final de
cuentas, me iba bien ¡pero lo padecía bastante! —comenta Laura
Mafud, periodista especializada en Pymes y Negocios—. Aunque
fui aprendiendo, hoy, veinte años después, cuando tengo que
investigar determinado tema para una nota o para un informe, me
pasa algo similar. Quiero leer todo. Buscar todo. Me empiezo a ir
por las ramas. Reviso 200 papers. Busco muchas fuentes. Me lleva
mucho tiempo sintetizar y escribir. Y, después, siento que el
resultado es bastante paupérrimo, más allá de que, en general, recibo
buenos comentarios”.

Es así que suelen realizar un esfuerzo mucho mayor que el que se


necesita para obtener un resultado razonable, lo cual, si bien puede
llevarlos a obtener resultados sobresalientes con frecuencia, también puede
generar problemas en otros ámbitos de la vida, interfiriendo con otras
prioridades (vínculos, ocio, salud, etc.). Sin embargo, aun percibiendo este
perjuicio, las personas pueden tener dificultades para regularlo, ya que
creen que, si dejan de esforzarse, fallarán, y se descubrirá que,
realmente, no estaban a la altura de las circunstancias.
Mientras que respetan y sobreestiman el conocimiento y habilidades
de otras personas, subestiman los propios. ¡La comparación les recuerda
constantemente todo lo que creen que les falta y de lo que consideran que
otros sí tienen!
Por todo esto es que quienes se creen impostores descalifican sus logros
y desestiman elogios. No por modestia, sino porque realmente no creen
merecerlos.
En síntesis, los factores que suelen aparecer cuando hablamos del
Síndrome o Fenómeno del Impostor son los siguientes:

1. Atribuir los logros a factores externos, y no a su capacidad o


esfuerzo.
2. No reconocer su buen desempeño y no sentirse merecedores de
elogios.
3. Creer que han estado engañando a las otras personas.
4. Miedo a ser descubierto y expuesto como un impostor o como un
fraude.

Teniendo en cuenta que la mayoría de las personas se han sentido un


fraude en algún momento de su vida, cabe preguntarnos:

¿Cuántas veces creemos que los otros son más competentes que nosotros,
e incluso más de lo que ellos mismos creen que son?

¿Qué aspectos del Síndrome del Impostor puedo reconocer en mí?

¿Qué puedo observar ahora en mí que no había visto antes?

Gail M, Matthews. (1984). Impostor phenomenon: attributions for success and failure. Toronto.
Para comenzar a comprender cómo opera este fenómeno, podemos
revisar paso a paso cómo es el ciclo más común:

Suele comenzar cuando se presenta la oportunidad de un desafío, es


decir, una tarea en la que se busque conseguir algún objetivo.
Es probable que la persona se sienta ansiosa por temor a que se
descubra que no es lo suficientemente capaz de hacerla. El miedo a
fallar o a equivocarse se hace presente: “¡Esto va a ser un desastre!”.
Ante esto pueden tomar distintos caminos. Tal vez los más comunes
son los siguientes:
► La sobrepreparación: Estudiar o trabajar en exceso en relación con lo que se
necesitaría para alcanzar el objetivo planteado.
► La parálisis ante las expectativas propias tan elevadas, que derivan en el abandono.
► La procrastinación, que luego da pie a una preparación frenética.
Una vez alcanzado el objetivo, puede existir una sensación de alivio,
aunque transitorio (“¡Al menos por esta vez funcionó!”). También
puede estar presente la frustración porque, aun cuando se logró el
objetivo, las expectativas propias eran tan altas que no se está
satisfecho.
Los comentarios positivos y los elogios que se reciben no son tomados
en cuenta, ya que se considera que el logro fue obra de la suerte, de la
poca dificultad de la tarea o del esfuerzo. Una de las creencias más
habituales entre muchos “impostores” es que el esfuerzo o el trabajo
duro no son un indicador de capacidad (de hecho, para algunos de ellos
puede implicar todo lo contrario). Por ende, lo perciben como un éxito
que no es merecido.
El ciclo vuelve a comenzar cuando un nuevo desafío aparece...

¿Cuándo y dónde lo puedo experimentar?


Es posible que estas voces que nos indican que somos un fraude
aparezcan con más fuerza en determinadas circunstancias y contextos,
mientras que en otros tiendan a apaciguarse. ¡No las escuchamos siempre y
en todo lugar! Identificar las situaciones en las que podemos sentirnos más
afectados posibilita tener mayor consciencia del proceso de nuestro crítico
interno y diseñar estrategias para que actúe a nuestro favor, y no como un
obstaculizador de nuestro desarrollo.
Analicemos, entonces, en qué contextos y situaciones estas voces suelen
adquirir más fuerza:

a. Encontrarse ante nuevos desafíos


La zona de confort es la zona segura, la de nuestra rutina, hábitos,
actitudes, y aquella en la que nos movemos casi en piloto automático. A
nuestro cerebro le gusta esta zona porque nos requiere un menor gasto de
energía y, a priori, parece que estuviéramos a salvo de amenazas. Aunque el
trabajo en el que estamos no nos guste o en la relación de pareja que
tenemos no nos sintamos felices, los humanos tendemos a quedarnos
porque ya los conocemos y, mejor aun, nos conocemos a nosotros
mismos en esa situación (lo que sabemos y lo que no sabemos, cómo
actuamos, etc.).
Una frase anónima dice que “la zona de confort es un lugar hermoso,
pero nada nuevo crece allí”. Para evolucionar, necesitamos expandir sus
límites hacia la zona de aprendizaje, que es aquella que permite transitar
nuevas experiencias, adquirir nuevas habilidades y tener una visión más
amplia de la vida. También existe la zona de pánico, aquella en la que
llevamos nuestros límites a tal punto que nos genera miedo y ansiedad; es la
zona de los grandes retos.
Desafiarnos y tomar riesgos puede exponernos a no saber, a pedir
ayuda o a fallar, y nos conecta con nuestra vulnerabilidad, es decir, con
nuestro ser humano. Es por esto que, al obtener un ascenso o un nuevo
puesto de trabajo, iniciar un proyecto o cuando se dan cambios vertiginosos
e inesperados en el contexto, podemos conectarnos con el no sentirnos
suficientes y, por ende, con sentirnos un fraude.

“Lo sentí en muchas ocasiones y es parte del crecimiento. Salir de la


zona de confort, para mí, implica preguntarme si yo voy a poder
ocupar o no ese espacio. Si uno no siente que en algún momento
puede ser un impostor o un fraude, probablemente no está
empujando demasiado sus límites. Vivir también es sentir esas
emociones que te ponen en duda. Si uno vive en aguas tranquilas,
con todo calmo, ¿está vivo realmente? —se cuestiona Sergio
Kaufman, actual presidente de Accenture para Argentina y para
Sudamérica Hispana—.
b. Estar en un ámbito educativo/académico
Transitar un proceso de aprendizaje formal, ya sea en la escuela, la
universidad o en otros ámbitos educativos, hace que nos veamos
continuamente expuestos a situaciones en las que nos sentimos evaluados,
en las que tenemos que demostrar lo que sabemos o no, y a recibir una
calificación por eso. Sin duda, en muchos de nosotros eso despierta la
sensación de no ser suficientemente capaces o inteligentes.
Es probable que quienes se saquen notas altas y sean siempre alabados
por estas teman fallar y que los otros se den cuenta de que era toda una
farsa. Incluso el hecho de ir avanzando y encontrarse con desafíos más
complejos puede generar dudas sobre sí mismos al momento de no poder
resolverlos con facilidad. Esto ocurre en ambientes altamente competitivos,
como el académico/científico, en los que frecuentemente se valoran el
desempeño y resultados por sobre el proceso.
No solo quienes estudian pueden sentirse un fraude, sino también quienes
enseñan. Estar al frente de un aula puede llevar a la persona a sentir la
necesidad de tener todas las respuestas para no quedar en evidencia de que
no debería estar allí. Además, entre pares, pueden salir a flote los egos,
comparando y poniendo sobre la mesa cuáles son las credenciales para
ocupar ese lugar, por lo que puede instalarse rápidamente en uno mismo la
duda acerca de por qué somos nosotros y no otra persona la que está
enseñando.3

c. Estar en un ámbito que no nos resulta familiar


Encontrarse en un contexto en el que las reglas difieren de las conocidas,
y no conocer el juego que se está jugando, nos conecta con la inseguridad y
la duda4. Sentirnos fuera de lugar nos lleva a pensar: “¿Qué estoy haciendo
aquí?”. Esto puede darse por múltiples causas, como no conocer el idioma,
la terminología profesional y las costumbres.
Ejemplos de estas situaciones son las siguientes:

Estar trabajando o estudiando en otro país o en otra cultura.


Estar en un ámbito frecuentado por una clase socioeconómica
diferente.
Desempeñarse en un espacio profesional o académico que no es el
habitual (por ejemplo, en el caso de cambiar de universidad o de
reunirse con personas de otra profesión).

d. Desarrollarse en un ámbito creativo o artístico


¿Cuántas veces una obra de teatro, una publicidad o una colección de
ropa es amada por algunas personas y detestada por otras? Para quienes se
desempeñan en ámbitos de naturaleza creativa o artística, no es sencillo
tener una vara para medirse qué tan bueno se es en lo que se hace, y pueden
basar su propia valoración en algo tan subjetivo como, por ejemplo, el
aplauso del público o en las críticas.

“El trabajo de un artista está en las manos otros, de la opinión de los


demás. Actores de larga trayectoria pueden ser destruidos en un
minuto por la crítica a la salida del teatro (‘¡Al final no era tan
bueno!’). Eso impacta en el ego, que hay que trabajarlo para no
creértela, pero también para sostenerte”, comenta la actriz Fabiana
García Lago. Difícilmente haya una medición que tenga parámetros
objetivos o estandarizaciones como en otros ámbitos, ya que su
desempeño no suele consistir en repetir lo realizado, sino en crear
algo diferente y, aun así, las comparaciones con otros son una
constante que hacen sentir que nunca se es lo suficientemente
bueno.

Incluso, en algunas disciplinas, tampoco suelen existir certificaciones o


carreras formales que den un aval sobre el cual haya un consenso (distinto
de, por ejemplo, decir: “Tengo un MBA (Maestría en Administración de
Negocios) de una prestigiosa universidad”), sino que, en muchos casos, la
carrera se compone de una combinación particular de experiencia y
diversos estudios.

e. Trabajar por cuenta propia


Podemos ser muy críticos con nosotros mismos, incluso mucho más que
cualquier persona que nos rodea.5 ¿Qué pasaría si ese crítico fuera nuestro
jefe y no hubiera ningún compañero de trabajo que nos ayude a lidiar con
él? Esto sucede con emprendedores y trabajadores independientes. Excepto
que sea parte de una comunidad o grupo de pares en que pueda apoyarse, no
hay a su lado otras personas que podrían acompañarlo, motivarlo, o incluso
ayudarlo a desalentar a ese crítico implacable con sus excesivas
expectativas cuando aparece.

f. Formar parte de una organización que fomenta la inseguridad


Organizaciones donde se suele etiquetar a las personas, equipos de
trabajo en los que se avergüenza a quienes exponen ideas diferentes a las
del resto, líderes que acostumbran a hablar de forma despectiva respecto de
las personas que trabajan a su lado… Todo ello es, sin duda, caldo de
cultivo para que a una persona comiencen a asaltarla pensamientos de
impostor o, si ya los tenés presentes, se intensifiquen. Retomaremos este
tema en el Apéndice “El Síndrome del Impostor en las Organizaciones”.

g. Las orientaciones profesionales


Los ámbitos en los que nos movemos y las carreras profesionales parecen
incentivar distintas creencias (que profundizaremos en los próximos
capítulos) que nos llevan a pensar que no estamos a la altura. Mientras que
a quienes estudian Ciencias Económicas suelen pedírseles altos estándares
de perfección y un posible error es inaceptable, a quienes estudian diseño de
indumentaria, arquitectura o publicidad se los suele incentivar a tener altos
estándares de originalidad y crear algo único. Por eso es probable que una
contadora no se sienta un fraude si su trabajo no es novedoso, pero sí en el
caso de que detecte un error de cálculo. Puede ocurrir a la inversa con los
profesionales de diseño. Esto hace que, incluso dentro de una misma cultura
organizacional, distintas situaciones sean las que pueden disparar el
fenómeno de sentirse un fraude, según los sectores y profesiones de que se
trate.

h. Haber logrado éxito tempranamente o en forma inesperada


El éxito y logro de los objetivos tiene una relación muy cercana con este
fenómeno. Según Clance (1985), se puede “tener un éxito inesperado, un
ascenso temprano, o ser el más joven que se ha seleccionado jamás para un
cargo”6. Esto puede acrecentar la posibilidad de sentirse impostor.
Quienes logran sus objetivos antes de lo usual, o inesperadamente,
pueden no sentirse a la altura, ya que se supone que eso “no debería haber
ocurrido” y otras personas “podrían darse cuenta”. La idea de que, para
estar en ese lugar, deberían tener un conocimiento o experiencia que no
tienen, puede verse reforzada por la comparación con otras personas que
ocuparon el cargo o tienen roles similares, pero con un recorrido de vida
más extenso.
Cabe aclarar que las personas reconocidas por sus carreras “exitosas”
suelen experimentar internamente la sensación de que “no tienen nada
especial” para estar ocupando ese lugar, y que el ser descubiertos puede
convertirse en una catástrofe por su alto nivel de exposición. Sin embargo,
los casos mencionados por Clance aluden mayormente a personas más
jóvenes o a las que estén en las etapas tempranas de su desarrollo
profesional ya que, si bien puede observarse luego, es esperable que, en
otras etapas de la vida, ya tengamos otras herramientas para manejar la
sensación de sentirnos un fraude.

i. Encontrarse en los extremos del rango etario


Con frecuencia he observado casos en los que las personas se perciben
“demasiado jóvenes” o “demasiado mayores” respecto de la edad de la
mayoría de quienes comparten el espacio de trabajo o de estudio. Es decir
que, si en un ámbito la mayoría de las personas tienen entre 40 y 45 años,
probablemente quienes se vean más afectados puedan ser los que tienen de
20 a 25 años, o los que tienen más de 60. Situarse en ambos extremos de un
rango etario suele dispararles la inquietud de que no encajan o que
continuamente deben demostrar lo capaces que son, o bien los inhibe al
momento de opinar y proponer por temor a fallar y “quedar en evidencia”.

j. Ser pioneros
Según Clance (1985), “la vulnerabilidad a los sentimientos de impostor
se puede asociar con la percepción de logros profesionales atípicos para el
género de la persona, o como logros académicos atípicos para los
antecedentes familiares”7. Al ser de las primeras personas en ocupar
determinadas posiciones o en desarrollarse en distintos ámbitos, se puede
ver acrecentado el Síndrome del Impostor.
Algunos ejemplos podrían ser:

Mujeres que llegan a altas posiciones de dirección en empresas u


organismos públicos en puestos que siempre fueron ocupados por
hombres.
Personas que, por su lugar de origen y por su condición sociocultural,
no suelen tener acceso a ciertas oportunidades y espacios de poder.
Personas que son las primeras, en su familia o en su círculo de
pertenencia, en hacer algo que los otros no han hecho como, por
ejemplo, una carrera universitaria o ir a trabajar a otro país.

Aquí confluyen varios factores, entre los que se destacan la falta de


modelos de rol (no tener a quién observar, o incluso pedir consejo por haber
transitado por la experiencia) y el no haber tenido expectativas de llegar a
ese lugar.

k. Ser parte de un grupo social con baja representación


Ser parte de grupos que están poco representados (por género, color de
piel, etnia, religión, etc.) puede hacer sentir la presión de que fallar en ese
ámbito puede hacer tambalear las posibilidades de quienes vienen detrás8.
La duda sobre sí mismo y si es posible estar a la altura de las circunstancias
puede estar incentivada no solo por el hecho de ser los primeros (si es el
caso), sino por el peso de ser los últimos si no tienen un buen desempeño.
Tal como escuché decir en un evento a la primera CEO mujer de una
compañía, “todos estaban mirando lo que hacía y si no funcionaba la
negociación, iban a decir: ‘Las mujeres no sirven para este puesto’, y no
volverían a pensar en otra para ocupar este lugar’. Sin embargo, nadie se
había cuestionado si los hombres servían o no para ese puesto por todas las
negociaciones fallidas durante décadas”.
En el caso de las mujeres, exploraremos el tema más en detalle en el
Apéndice.

l. Haber tenido un recorrido profesional poco convencional o


cambios de carrera
Muchos crecimos con la idea de que las profesiones u oficios eran “para
siempre”, por lo que solo restaba presentarnos con la etiqueta de “Soy
(contadora, ingeniera, carpintero, maestro de yoga, etc.)” y perfeccionarnos
cada vez más, lo cual, en cierta medida, permitía ganar experiencia y
seguridad en ese campo. Sin embargo, en las últimas décadas, cada vez son
más las personas que, al capacitarse continuamente, transitan distintos
ámbitos, profesiones y disciplinas que a veces hasta los perciben como
distantes o “difíciles de integrar” entre sí, con lo que conforman un perfil
profesional bastante particular. Incluso se observa un fenómeno creciente
entre los 30 y 40 años, que consiste en dar un giro a la carrera que habían
elegido en la adolescencia y que en ocasiones tenía más que ver con un
“deber ser” que con un deseo genuino. Esos “saltos” de carrera y el no tener
un recorrido “tradicional” dispara la sensación de ser un fraude al sentir que
no se encaja en los moldes tradicionales (“Sé un poco de todo, pero mucho
de nada” o “No soy el/la especialista que debería ser”).

¡Los verdaderos impostores no se sienten así!


Al contrario de lo que solemos pensar, es probable que quienes sean
menos competentes en algún ámbito tiendan a sobreestimar su capacidad.
Esto es conocido como el efecto Dunning-Kruger, y es lo contrario al
Síndrome del Impostor.

La ignorancia engendra, con frecuencia, más confianza que el


conocimiento.
—Charles Darwin

En 1999, los psicólogos Krugger y Dunning plantearon que “las personas


tienden a tener opiniones demasiado favorables sobre sus habilidades en
muchos dominios sociales e intelectuales. [...] Esta sobreestimación ocurre,
en parte, porque las personas que no están calificadas en estos dominios
sufren una doble carga: estas personas no solo llegan a conclusiones
erróneas y toman decisiones desafortunadas, sino que su incompetencia les
roba la capacidad metacognitiva para darse cuenta”. 9
Si queremos escribir en un idioma distinto del nuestro, a medida que
conozcamos más de las reglas gramaticales, más capaces seremos de darnos
cuenta de que posiblemente estemos cometiendo errores. Es decir que las
habilidades que nos permiten evaluar nuestra competencia son (en muchos
casos, aunque no siempre), las mismas que nos hacen competentes en ese
dominio, por lo que es posible que quien sea menos competente en el tema
se quede con la impresión (equivocada) de que lo está haciendo bien, y no
pueda reconocer la posibilidad de que no sea así.
En los estudios que se realizaron sobre la capacidad en gramática inglesa,
humor y lógica, los participantes que mostraron los resultados más bajos no
solo sobreestimaron su rendimiento, sino que creían estar por encima del
promedio. Por el contrario, quienes obtuvieron los mejores rendimientos, al
compararse con los otros participantes del estudio, subestimaron su
capacidad y desempeño en los tests. Es decir que, aunque se desempeñaban
de manera competente, no se daban cuenta de que este nivel no
necesariamente era compartido por las demás personas.
Al realizar los estudios, los psicólogos descubrieron que, respecto de un
área de conocimiento, las personas incompetentes:

No parecen capaces de reconocer su incompetencia (por lo que


sobreestiman su capacidad y desempeño), ni hasta qué punto son
incompetentes en ese ámbito (comparativamente con otros).
Tienden a no poder reconocer la competencia de las demás personas.
Si aumentan su competencia (a través de conocimiento, práctica),
podrán ser capaces de reconocer y aceptar su incompetencia previa.

Tal vez, como decía Thomas Gray, “la ignorancia es felicidad, al menos
cuando se trata de evaluaciones de la propia capacidad”.

No sos la única persona que se siente así en esta Tierra


Hace años, cuando comencé a incluir este tema dentro de las charlas
sobre Aprender Del Error®, notaba que, al llegar a este punto, muchas de
las personas en la sala asentían cuando compartía ejemplos e incluso
algunos (entre sonrisas e incredulidad) me decían: “¿Estás hablando de
mí?”.
Luego, cuando comencé a dar mayor profundidad al tema, haciendo
charlas y talleres más extensos, asombraba a los participantes que hubiera
otras 15, 30 u 80 personas en la misma sala sintiendo lo mismo, e incluso
compartiendo las mismas frases. Ese detalle ya era un alivio para comenzar
a transitar el camino del reconocimiento y de la transformación.
En determinadas situaciones, nos resulta natural considerarnos un
fraude; sin embargo, nos resulta impensado que a tantos otros les
suceda algo similar, y mucho más si son personas a las que admiramos o
que son ampliamente reconocidas.

¿Cómo alguien reconocido va a creer que no es suficiente? ¡Esto


solo me pasa a mí!

Contrariamente a lo que solemos pensar, personas reconocidas de


distintas partes del mundo han confesado que, incluso luego de haber sido
aclamadas por la prensa y por el público, o luego de haber recibido premios,
o siendo considerados líderes de grandes corporaciones, aún se preguntaban
cómo era posible que hubieran llegado hasta allí.

Neil Gaiman (escritor y guionista inglés) relata en su blog su encuentro


con Neil Armstrong, el primer hombre en haber pisado la luna: “Hace
algunos años tuve la suerte de que me invitaran a un encuentro de grandes y
buenas personas: artistas y científicos, escritores y descubridores de cosas.
Y sentí que en cualquier momento se darían cuenta de que yo no calificaba
para estar allí, entre esta gente que realmente había hecho cosas. En mi
segunda o tercera noche allí, estaba parado en la parte de atrás del pasillo,
mientras ocurría un entretenimiento musical, y comencé a hablar con un
caballero anciano muy amable y educado sobre varias cosas, incluido
nuestro nombre compartido. Y luego señaló el salón de la gente, y dijo
palabras en el sentido de ‘Solo miro a toda esta gente, y pienso qué diablos
estoy haciendo aquí. Han hecho cosas asombrosas. Simplemente, fui
adonde me enviaron’. Y le dije: ‘Sí. Pero usted fue el primer hombre en la
luna. Creo que eso es importante’. Y me sentí un poco mejor. Porque, si
Neil Armstrong se sentía como un impostor, tal vez todos lo hicieran. Si en
esa reunión, ambos se sentían impostores… ¿cuántas personas más tendrían
este sentimiento?”.10

En el podcast Fresh Air (2016), en relación con el estreno de su película


Un holograma para el rey, el multipremiado actor Tom Hanks expresó
que, durante la filmación, se sintió particularmente conectado con la
sensación de desconfianza de su personaje. “No importa lo que hayamos
hecho: llega un punto en el que piensas: ‘¿Cómo llegué aquí? ¿Cuándo van
a descubrir que soy, de hecho, un fraude y me quitarán todo?’. La duda de sí
mismo es una cuerda floja en la que todos caminamos, aun habiendo
filmado más de 50 películas, entre estas, las icónicas Forrest Gump y
Náufrago11.

Jodie Foster, durante una entrevista para el programa de la televisión


estadounidense 60 Minutes, compartió que su sensación al ganar un óscar
fue similar a su primer día de universidad: “[Fue] de la misma forma
cuando entré en el campus de [la Universidad de] Yale. Pensé que llegarían
a mi casa y llamarían a la puerta: ‘Disculpe, teníamos la intención de
dárselo a otra persona. El premio era para Meryl Streep’”. Cabe destacar
que Foster se graduó con honores en la Universidad de Yale (1985) y, a lo
largo de su carrera, ha ganado dos óscares como Mejor Actriz y dos Globos
de Oro.

La querida y multipremiada actriz Meryl Streep, en una entrevista para


USA Weekend en 2002, expresó: “Piensas: ‘¿Por qué alguien querría volver
a verme en una película? Y no sé cómo actuar de todos modos, así que ¿por
qué estoy haciendo esto?’”.12 Eso podría ser lo que pensaríamos muchos de
nosotros, con la diferencia de que Meryl es la persona que más
nominaciones ha recibido en la historia para los premios Oscar (21) y para
los Globos de Oro (31). Si ella no sabe actuar, ¿quién sabe hacerlo?

Lady Gaga, cantante, compositora, productora, bailarina y actriz, lleva


vendidos millones de álbumes. Entre los múltiples premios recibidos,
figuran doce Grammy, siete Billboard Music Awards, un óscar, dos Globos
de Oro, un BAFTA y dos nominaciones al Emmy. Sin embargo, en el
documental de HBO sobre su Monster Ball Tour (2011), en el mítico
Madison Square Garden, Lady Gaga explicó: “Todavía a veces me siento
como una niña perdedora en la escuela secundaria y solo tengo que
levantarme y decirme a mí misma que soy una superestrella todas las
mañanas para poder pasar este día y ser para mis fanáticos lo que ellos
necesitan que sea”. Paradójicamente, por aquellos años, la revista Forbes la
mencionaba como una de las mujeres más influyentes.

En 2010, en una entrevista publicada por New York Times, el empresario


y ex CEO de Starbucks, Howard Schultz, al pedirle que compartiera un
consejo para futuros CEO, dijo: “Muy pocas personas, ya sea que hayan
estado en ese trabajo antes o no, se sientan en el asiento y creen que están
calificados para ser el CEO. No le van a decir eso, pero es verdad.
Entonces, todos los que conoces tienen un nivel de inseguridad. El nivel de
inseguridad que tienes es una fortaleza, no una debilidad. La pregunta es:
¿cómo lo vas a utilizar? Por alguna razón, la gente cree que, cuando llega a
ese lugar, tiene que saberlo todo. Debe tener el control total y nunca pueden
mostrar debilidad. Yo diría que una de las fortalezas subyacentes de un gran
líder y de un gran CEO —no todo el tiempo, pero sí cuando sea apropiado
— es demostrar vulnerabilidad, porque eso acercará a la gente a ti y
mostrará a la gente tu lado humano”. 13

Se dice también que Albert Einstein (uno de los científicos más


relevantes del siglo xx), en sus últimos años de vida, le confió a un amigo
cercano: “La estima exagerada en la que se tiene la obra de mi vida me
incomoda mucho. Me siento obligado a pensar en mí mismo como un
estafador involuntario”.
Como vemos, la sensación de estar engañando a otros es una experiencia
que puede estar transitando cualquiera de nosotros, incluso aquellos a
quienes vemos como muy seguros de sí mismos y habiendo logrado lo que
otros soñaríamos. Al fin y al cabo, ¡todos somos humanos!
Thompson, Jay Daniel. (2016). ‘I’m not worthy!’ —Imposter Syndrome in Academia—. The Research Whisperer
https://researchwhisperer.org/2016/02/02/imposter-syndrome/
Young, V. (2011). The Secret Thoughts of Successful Women: Why Capable People Suffer from the Impostor Syndrome and How to
Thrive in Spite of It. Random House, New York.
Ídem 4.
Clance, P. & Matthews. (1985). Treatment of the Impostor Phenomenon in psychotherapy clients. Psychotherapy in private
practice, Vol. 3. The Haword Press.
Ídem 6.
Young, V. (2011). The Secret Thoughts of Successful Women: Why Capable People Suffer from the Impostor Syndrome and How to
Thrive in Spite of It. Random House. New York.
Kruger, J. & Dunning, D. (1999). Unskilled and Unaware of It: How Difficulties in Recognizing One’s Own Incompetence Lead to
Inflated Self-Assessments. Cornell University. Journal of Personality and Social Psychology 1999, Vol. 77, N. 6.
https://neil-gaiman.tumblr.com/post/160603396711/hi-i-read-that-youve-dealt-with-with-impostor
https://www.npr.org/2016/04/26/475573489/tom-hanks-says-self-doubt-is-a-high-wire-act-that-we-all-walk
https://www.instyle.com/celebrity/stars-imposter-syndrome, https://www.npr.org/2016/04/26/475573489/tom-hanks-says-self-
doubt-is-a-high-wire-act-that-we-all-walk
https://www.nytimes.com/2010/10/10/business/10corner.html
Capítulo 2

El secreto mundo de nuestro crítico interior


¿Que yo me contradigo? Pues sí, me contradigo...
¿Y qué? Yo soy inmenso, contengo multitudes.
—WALT WHITMAN

C ada vez que intentamos poner manos a la obra con ese


emprendimiento con el que soñamos, una voz que nos dice que
deberíamos hacerlo perfecto suena tan contundente que casi no nos
animamos a desafiarla. Le damos tanto poder como si fuera un jefe del
que creemos que no podemos discutirle y nos vamos, mientras agachamos
la cabeza y dejando nuestro proyecto guardado en un cajón.
Cuando por fin nos ofrecen que demos una charla o un curso, aparece
una voz que con tono inquisidor nos pregunta: “¿Y quién sos vos para
hacerlo? ¿Qué credenciales te respaldan?”. Tan aplastante es el efecto de
esa voz sobre nosotros que, cuando queremos buscar razones que nos
avalen para tomar ese desafío, nuestra mente no logra recordar nada
valioso, y terminamos convencidos de que tenemos que seguir
preparándonos hasta estar lo suficientemente validados para hacerlo, lo cual
es probable que nunca ocurra.
Las voces internas que nos recuerdan que somos impostores operan como
nuestros críticos internos. Esas voces forman parte de nuestro mundo
interior y, como tales, somos nosotros los responsables de identificarlas y
desafiarlas.

“Cada vez que me invitaban a dar una charla, era una tortura.
Surgían voces en mi cabeza diciendo: “¡No soy lo suficientemente
buena en esto!” o “¡No tengo tanta experiencia en el tema!”.
Entonces, entraba en una vorágine de buscar más y más información
y, al ver que nunca iba a poder abarcar todo, creía que quien me
había invitado no se había dado cuenta de que no era yo la persona
indicada. Luego, cuando empezaba la charla, esa sensación se iba
desvaneciendo. Con el tiempo, cada vez más rápido pude ser
consciente de esas voces. Pude escuchar esos pensamientos y no
tomarlos como ‘la verdad’. Logré comenzar a dialogar con esa parte
mía que son creencias muy arraigadas, y que vienen de mucho
tiempo atrás, para darle más fuerza a la voz que me invitaba a
jugármela. Me digo: ‘¡Dale, tomá coraje y animate!’. Dejo de dar
tantas vueltas y me arriesgo más”.

La lucha interna
Es posible que esas voces que ahora sentimos como opresoras,
restrictivas, saboteadoras, limitantes y que nos generan enojo, rechazo o
frustración, nos hayan sido útiles en el pasado para llegar a nuestro
presente. Tal vez nos han servido para mantenernos dentro de ciertas
convenciones sociales, de ciertos moldes en los que (creíamos) que
teníamos que encajar para ser amados y aceptados. Quizás nos
empujaron al límite para lograr determinados objetivos o, incluso, nos
aconsejaron no tomar ciertos riesgos para los cuales aún no estábamos
preparados. De hecho, es posible que aún podamos identificar una intención
positiva en estas voces críticas, como, por ejemplo, proteger nuestra
imagen. Sin embargo, en determinado momento de la vida, esas voces
comenzaron a hacernos ruido. Nos empezamos a dar cuenta de que ya no
son funcionales para la vida que queremos crear. Al menos no con la
predominancia que han tomado. Es como si alguien que debería ayudarnos
para alertarnos de ciertos peligros y recomendarnos que tomemos algunas
precauciones y seamos prudentes, de repente, se pone a dar órdenes a los
gritos, que incluso van en contra de lo que nuestro yo más esencial desea.
Ya no nos sentimos tan cómodos dentro de esos límites que nos marcan, y
nuestro yo más íntimo siente que necesita expresarse, dejarse ver, y
tomar oportunidades que le permitan expandirse.
¿Cuántas veces sentimos dentro de nosotros una pelea entre distintas
voces internas? Mientras una nos dice: “Probá, animate, ¿qué podés
perder?”, otra voz censura esa posibilidad: “¡Todavía no estás lo
suficientemente preparada!”. Todos esos yos conviven en nuestro interior.
La psicóloga Virginia Gawel14 trae a colación una metáfora que ilustra
muy bien esta situación. Intentaré sintetizarla: “En una redacción de un
diario, si el gerente general no está y el corrector toma su lugar,
excediéndose incluso en las funciones que este tenía, es probable que
comience a recorrer los escritorios y, al ver cómo el dibujante realiza sus
primeros trazos, le diga: ‘Eso no representa nada: no sirve’, y, luego,
cuando vea dubitativo a quien esté pensando la nota que va a redactar, se le
aproxime y le diga: ‘¿No ves que sos lento? No sé qué hacés en esta
redacción’. El corrector (como cada uno de los integrantes del equipo) tiene
una función esencial para que la versión final del diario tenga la calidad
esperada. Pero, si en lugar de aparecer en el momento del proceso en que se
necesitan hacer las correcciones de estilo y ortográficas, lo hace
continuamente y a los gritos, probablemente esta intervención sea
contraproducente”. Eso sucede cuando nuestras voces críticas internas
han tomado un excesivo poder en someternos.
Esas voces pueden jugar a nuestro favor si nos llevan a reflexionar, a
revisar un trabajo, o a alertarnos sobre un riesgo a tomar. Sin
embargo, si se extralimitan, si están presentes todo el tiempo o si su
volumen nos paraliza, debemos ponerles límites.
Esas voces críticas son expresiones de algunas de las creencias que
dan sustento al Síndrome del Impostor, y representan un aspecto nuestro
que no es nuestro enemigo, sino que se puede convertir en un aliado de
nuestra transformación personal al mostrarnos información valiosa
sobre nosotros mismos.
Dado que no podemos transformar aquello que no identificamos, es
útil comenzar a registrar esas voces que solemos asumir —erróneamente—,
que nos dicen una verdad que creemos indiscutible: que no somos
suficientes.

Los pensamientos automáticos


En nuestra mente circulan miles de pensamientos por día, gran parte de
los cuales tienden a ser negativos, repetitivos, referidos a nuestra persona;
incluso, aluden al pasado. Es decir, la persona con la que más conversamos
durante todo el día es con nosotros mismos ¡y sobre nosotros mismos! Eso
determina lo que sentimos y el rango de posibilidades de acción que
podemos ver.
Si estamos atentos, esos pensamientos, que aparecen automáticamente
(en forma de voces o de imágenes) nos permitirán inferir cuáles son esas
creencias que —aunque permanecen ocultas— nos hacen sentir un fraude,
como por ejemplo:

Pensamiento Creencia

“Siempre hacés más de lo mismo”.


“Debería ser original”.
“Nunca vas a destacarte haciendo esto”.

“¿Otra vez pidiendo ayuda?”


“Debería poder con
“Preguntar es para los débiles”.
todo”.
“Te pagan para que te ocupes, no para que pidas más
recursos”.

Inclusive cuando disminuyamos el volumen de esos pensamientos a


partir de distintas técnicas en las que profundizaremos, es importante que
transformemos las creencias que les dan sustento; de lo contrario, seguirán
apareciendo de una u otra forma.

Las creencias que nos limitan


El rango de lo que pensamos y hacemos está limitado por
aquello de lo que no nos damos cuenta. Y es precisamente el
hecho de no darnos cuenta lo que impide que podamos
hacer algo para cambiarlo. Hasta que no nos demos cuenta
de que no nos damos cuenta, esto seguirá moldeando
nuestro pensamiento y nuestra acción.
—R. Laing

Una de las mayores diferencias entre las personas que se ven afectadas
por el Síndrome del Impostor y las que no se ven es, fundamentalmente, la
interpretación que hacen de determinadas situaciones y de los pensamientos
que tienen al momento de vivirlas.
Muchas de las opiniones que tenemos del mundo y de nosotros mismos,
así como las conclusiones que obtenemos de experiencias vividas —entre
otras cosas— van quedando cristalizadas en nuestra mente como creencias
que pasan a operar automáticamente. Es decir, olvidamos que están allí y
pasan a ser transparentes: se convierten en una verdad absoluta,
indiscutible e inmodificable.
A través de nuestras creencias, interpretamos las situaciones que vivimos
y les damos sentido. Esos constructos suelen pasar desapercibidos a través
de nuestro lenguaje y pueden tomar diversas formas:

Generalizaciones: Nunca, siempre, todo, nada.


“Nunca voy a lograr nada en mi vida”.
Imperativos (mandatos): Cómo deberíamos ser; qué deberíamos
hacer.
“Las mujeres tienen que estar en su casa cuidando sus hijos”, “El trabajo debe hacerse en
forma impecable”, “Tengo que saber todo”.
Etiquetas: Cómo somos y cómo no somos.
“Soy creativo”, “No soy buena hablando en público”.
Condicionales: Si sucede X, entonces haré o responderé Y.
“Si no obtengo el puesto, no soy valiosa”; “Si tengo altas notas, seré amado”.

Todas estas creencias —propias— filtran la realidad en la que nos


encontramos inmersos, y determinan el mundo en el que vivimos. Y, al no
ser conscientes de gran parte de estas, es probable que no nos demos cuenta
de su efecto en nuestro día a día.

No solo vemos el mundo de acuerdo a cómo somos, sino


fundamentalmente de acuerdo a las creencias que tenemos acerca
de este.

Les damos rigor de verdad a tantas frases que nos repetimos a nosotros
mismos… Sin embargo, la mayor parte de nuestras conversaciones internas
y externas están inundadas de nuestra subjetividad, es decir, de nuestras
creencias. La sensación de sentirnos un fraude puede abrirnos la puerta a
revisar estas creencias que es posible que hayan quedado obsoletas y ya no
nos sirvan para el mundo que viene y la vida que deseamos.

Dudamos de nosotros, pero no nos atrevemos a dudar de las


certezas que nos limitan.

Las creencias pueden convertirse en habilitantes o limitantes, y esta


categoría no es estática. Una creencia, que en determinado período de
nuestra vida nos potenció, luego puede convertirse en limitante... ¡Ya no nos
es útil para movernos y para crear nuestra mejor versión!
Tomemos como ejemplo la creencia “Debemos hacer nuestro trabajo en
forma perfecta”. Durante años, puede habernos impulsado a conseguir
ciertos logros de los que nos hemos sentido orgullosos y, al mismo tiempo,
nos ha hecho sentir valiosos para nuestra familia y para otros grupos a los
que queríamos pertenecer. Sin embargo, ante un cambio de contexto o ante
la decisión de lanzar un nuevo proyecto, la misma creencia se vuelve una
limitante, ya que necesitaríamos experimentar y convivir con la inevitable
posibilidad de equivocarnos, pero creemos que no podemos arriesgarnos a
hacer algo por debajo de la perfección.
En el próximo capítulo profundizaremos sobre las creencias que más
comúnmente nos hacen creer que no estamos a la altura de las
circunstancias. Ser cada día más conscientes de nuestros comportamientos,
emociones y pensamientos, nos puede ayudar a reconocer esas creencias, y
qué tan funcionales —o no— están siendo para la vida que queremos
construir.

Cuando cambia lo que pensamos, cambia lo que sentimos y


cambia lo que hacemos
Lo que creemos que es “la realidad” es el recorte que hacemos de los
hechos. De acuerdo a las creencias que tengamos, será la interpretación que
hagamos de los hechos. Y, de acuerdo a la interpretación que realicemos,
será la emoción que se genere y las posibilidades de acción que tengamos
disponibles.
Habitualmente, quienes nos percibimos a nosotros mismos como
impostores, creemos que nuestro éxito se debe a la suerte (creencia), por lo
que, cuando alguien nos da una buena devolución respecto de nuestro
trabajo, interpretamos que lo hace porque es amable o porque quiere
quedar bien con nosotros, pero no por nuestra capacidad y por la calidad
de nuestro trabajo. Probablemente, eso nos haga sentir con vergüenza
(emoción) por no sentirnos merecedores de esos elogios y, en consecuencia,
con miedo (emoción) a que descubran que no somos tan capaces como esa
persona cree. Es más, es probable que, ante estas dudas sobre nosotros
mismos, decidamos no tomar nuevos desafíos (acción), o los tomemos, pero
con miedo a que nos descubran y con vergüenza de no merecer esas
oportunidades.
Sin embargo, ante la misma situación, quien no se siente un impostor
creerá que su éxito se debe a su talento y perseverancia (creencia), por lo
que se sentirá feliz (emoción) y orgulloso de haberlo logrado, y dichoso de
aceptar el feedback positivo. Seguramente, eso lo incentive a buscar nuevos
desafíos (acción), disfrutándolo.
Al comprender la relación que hay entre nuestras creencias, las
interpretaciones que hacemos de las situaciones, los pensamientos
automáticos que se disparan en nuestra mente, las emociones que sentimos
y las acciones que realizamos, podemos darnos cuenta de que es clave
detectar cuáles son las creencias más comunes que habitan en nuestro
interior que desencadenan nuestro Fenómeno del Impostor y el enorme
impacto que tienen en nuestra vida.

Los pensamientos que tenemos (¿o nos tienen?) son una excelente
estrategia para sentirnos como nos sentimos, ver las posibilidades
que vemos, hacer lo que hacemos, lograr lo que logramos, y crear la
vida que estamos creando.

Gawel, V. (2020). El fin del autoodio. Editorial El Ateneo. Buenos Aires.


Bitácora de viaje
El camino que estamos recorriendo nos permite identificar voces,
imágenes y sensaciones que antes no reconocíamos o, al menos, no con
tanta claridad. Probablemente, hasta aceptábamos que lo que sucedía en
nuestra mente era, así, una verdad que no podíamos cambiar.
Es por eso que te invito a llevar una bitácora de este viaje para
convertirnos en nuestros propios observadores, haciendo de esta mirada una
práctica constante:

Estando atentos a esa radio interna, casi imperceptible, que murmura


acerca de nosotros mismos sin que siquiera nos percatemos de qué nos
estamos diciendo.
Escuchando nuestros pensamientos sin juzgar.

Al poner atención al diálogo que se genera en nosotros, comenzaremos a


decodificar esas voces críticas, comprender las exigencias y expectativas
que nos estamos autoimponiendo. Y, si bien a partir de este capítulo vamos
a comenzar a recorrer las distintas creencias que guían el accionar y
factores que inciden generalmente en el Síndrome del Impostor, este crítico
interno toma su propia forma en cada uno de nosotros. Entonces, cada vez
que experimentes la sensación de ser un fraude, podés completar esta guía
para ampliar así el registro sobre tu propia experiencia impostora e
identificar con mayor claridad cómo opera nuestro mecanismo de sentirnos
un fraude.
Bitácora de viaje

Frase disparadora
¿Cuál es la frase que escucho en mi mente y que me hace sentir un fraude?
En caso de que sea una imagen, ¿cuál es la imagen que aparece?

Cadena de pensamientos
¿Cuál es la sucesión de pensamientos que se desencadena?

Situaciones
¿En qué momento aparece esta voz? ¿Qué la dispara? ¿Podría describir la situación?

Tono y ritmo de voz


¿Cómo me habla esa voz? (rápido, lento, con voz firme, con voz amorosa, a modo de
susurro, a modo de grito, etc.).
¿Me recuerda a alguien?

Corporalidad
¿Qué postura adopta tu cuerpo cuando escucho esta voz?
Particularmente, ¿cómo coloco mis piernas, pies, brazos y manos? ¿Cómo se ubican
espalda y hombros? ¿Hacia dónde se dirige mi mirada?

Sensaciones
¿Qué sensaciones experimento internamente?

Emocionalidad
¿Qué emociones puedo reconocer en mí cuando esta voz aparece?

Presente y futuro
¿Qué acciones veo como posibles? ¿Cuáles no?

Autoconcepto
¿Cómo me autopercibo y me evalúo en estas situaciones? ¿Cuál es la imagen que
tengo de mí mismo?

Reflexión
¿Cuál puede ser la intención positiva de este crítico? ¿Qué es lo valioso que puede
estar cuidando esta voz cuando aparece?
Capítulo 3

Las 7 creencias que nos hacen sentir un fraude


No puedes escapar de una prisión hasta que reconoces que
estás en una. Los límites de las creencias son la prisión.
—BOB PROCTOR

A l descubrimiento de este síndrome por parte de Pauline Clance y


Suzanne Imes le siguió la profundización del tema por parte de la
Doctora Valerie Young15, quien catalogó en 5 tipologías a las personas que
se sienten impostoras, de acuerdo a cómo interpretan la competencia:
Perfeccionista, Individualista, Experto, Genio natural y Super-
Hombre/Mujer/Estudiante.
Tomando como base el trabajo de estas especialistas, documentación de
distintos estudios y disciplinas, y mis años de experiencia trabajando en la
temática, desarrollo a continuación las 7 creencias que —hasta el
momento— identifico como base del Síndrome del Impostor:

1. “Ser competente implica hacerlo todo perfecto”.


2. “Ser competente implica hacerlo todo perfecto, en todos los
ámbitos… y que sea fácil”.
3. “Ser competente es saberlo todo”.
4. “Ser competente es poder hacer todo solo, sin ayuda”.
5. “Ser competente es poder hacer todo fácil y rápido”.
6. “Ser competente es siempre crear algo único, que no se hizo antes”.
7. “Ser competente implica hacer esfuerzos extraordinarios”.

Cabe aclarar que las últimas dos creencias no las he encontrado


documentadas, pero sí las he detectado con frecuencia tanto en los talleres
como en las conversaciones individuales de coaching.
Si bien es probable que podamos identificar una o dos de esas creencias
como predominantes a lo largo de nuestra vida, en distintos momentos y
situaciones pueden ir cobrando relevancia alguna de las otras,
retroalimentando así los elevados estándares y la autoexigencia.

Si aceptas una creencia limitante, se convertirá en una


verdad para tu vida.
—Louise Hay

Todas estas creencias traen aparejadas altísimas expectativas sobre


uno mismo, y la posibilidad latente de no alcanzarlas nos lleva a creer
que no estamos a la altura de las circunstancias.

¿Qué es ser competente para quien se siente un impostor?


La RAE define competencia como “la pericia, aptitud o idoneidad para
hacer algo o intervenir en un asunto determinado”. El no considerarnos lo
suficientemente capaces o competentes genera una enorme duda sobre
nosotros mismos, y hace que aparezca el temor a quedar expuestos y a
ser rechazados, y la vergüenza de no sentirnos merecedores de los
logros y de los elogios. La vergüenza implica creer que hay algo en
nosotros que no está bien, y nace del miedo: el miedo a que otros no nos
quieran si descubren cómo somos verdaderamente (es decir, un fraude).
Lo interesante es que cada uno de nosotros tiene sus propias creencias
acerca de qué significa ser competente, aunque en general no somos
conscientes de ello: ¿debería tener todas las respuestas? ¿Nunca debería
equivocarme? ¿Siempre debería lograr mis metas al primer intento?
¿Debería hacerlo todo perfecto? ¿Tendría que esforzarme el doble?
Comprenderlo nos posibilita entender cuáles son las expectativas que
tenemos sobre nosotros mismos, ya que probablemente nos sintamos un
fraude cuando no las alcanzamos.

¿Qué debería hacer y no hacer para sentirme competente?

Te invito a hacer un listado:

Debería No debería
¿Qué reflexión me generan mis expectativas de competencia?

Podés repetir este ejercicio pensando en distintos ámbitos y situaciones de nuestra


vida: en la universidad, en el trabajo actual, en un nuevo trabajo que te gustaría tener,
en un voluntariado, etc. Es posible que encontremos matices en nuestra definición de
competencia.

1. ¡Debería hacerlo perfecto!

Creencia: “Ser competente implica hacerlo todo perfecto”.

Expectativas sobre sí mismo: ser perfecto/a para no sentirse un fraude.

Valores que se vinculan con esta creencia y guían la acción: perfección;


corrección; disciplina.

Frases típicas: “Debería ser el mejor” • “Debería ser la número 1” • “Un


error es inadmisible” • “Las cosas se hacen bien o no se hacen”.

Lo realmente duro y realmente asombroso es renunciar a ser


perfecto para empezar el trabajo de convertirse en uno
mismo.
—Anna Quindlen

Su concepto de competencia está dado por cómo se hacen las cosas


(perfectas), y nada menos que perfecto es aceptable. Este altísimo
estándar hace que frecuentemente confirmemos nuestro sentimiento de
impostores; es solo cuestión de tiempo para que nos decepcionemos de
nosotros mismos, ya que hacer algo que no sea perfecto es inaceptable, y
esto va a suceder, sin dudas. Todo lo que esté por debajo de la perfección
origina una fuerte crítica interna (autocrítica), la sensación de enfrentarse
a un fracaso y la vergüenza de no ser suficientemente perfectos.
“Soy lo que consigo y en la forma en que lo consigo” suele ser una
creencia arraigada para quienes creen que “ser perfectos” es lo que los
hace valiosos. Perseguir la perfección puede estar relacionado con la
búsqueda de ganar el amor, la aceptación y el respeto por parte de otros,
así como con evitar el rechazo y el abandono. Sin embargo, hacer
depender nuestra valoración personal y la aceptación de nosotros
mismos de la posibilidad de alcanzar determinados resultados
(perfectos) es una trampa.
Quienes tienen este nivel de expectativas sobre sí mismos y de la calidad
de lo que realizan suelen pagar un alto precio en términos de esfuerzo, y
el círculo en el que se encuentran no es sencillo de romper dado que
continuamente se retroalimenta.

Se fijan metas exageradamente altas.


Se sobrepreparan porque sienten temor al fracaso. ¡Esperan hacerlo sin
fallas!
Logran un gran desempeño.
Necesitan mantener ese nivel de desempeño para que “no se descubra
que son unos impostores”.

La sensación de insuficiencia y el miedo a la imperfección empujan este


circuito.
No solo no se disfruta el proceso de hacer algo (“¿Disfrutar?, ¿a quién
se le ocurre?”) por la enorme exigencia y por el miedo a que el resultado no
sea perfecto. Tampoco se disfrutan los logros. El hecho de creer que
siempre “se podría haber hecho mejor” deja un sabor amargo: en un
examen, “podría haber respondido en forma más amplia esa pregunta”; en
una presentación, “podría haber comentado un ejemplo más”; en una
negociación, “podría haber dicho algo más convincente”.

“En una ocasión, un profesor de la universidad había llegado tarde a


tomar un examen y debimos realizarlo igual, aunque en menor
tiempo del que se suponía”, recuerda Laura Álvarez, licenciada en
Publicidad y Directora de Comunicaciones de una multinacional (y
una de las primeras personas en leer el borrador de este libro). “Días
después, me enteré de que mi nota había sido un 10 (lo máximo),
pero aún seguía enojada y frustrada. Entonces, mi mamá me
preguntó: “¿Qué te pasa, si te sacaste un 10?”. A lo que respondí:
“¡Pero, si hubiera tenido más tiempo, podría haberme ido mejor!”.
Las altas expectativas de desempeño boicotean los intentos de hacer
algo nuevo o que parezca difícil, ya que hacer algo en forma impecable
requiere mucho esfuerzo (quien pasó por esto ya conoce la lista enorme de
actividades que aparecen en nuestra mente para hacer que cualquier cosa
salga perfecta) y la probabilidad de no lograrlo es alta. Es más sencillo no
ponerse a prueba y evitar situaciones en las que se pueda revelar que no
somos perfectos.
Cabe aclarar que la procrastinación también forma parte de este juego.
Es tan pesada la lista y es tan paralizante el miedo a fallar que se hace muy
difícil comenzar, y se prefiere posponer en el tiempo. A veces, las
consecuencias de no intentarlo se perciben como más aceptables que las
de hacerlo en forma imperfecta.
El no terminar nunca lo que se empezó (porque “aún no está perfecto”
y siempre queda algo por mejorar) puede volverse un obstáculo cuando
necesitamos cumplir con ciertos tiempos (porque entregarlo tarde nos hace
perder oportunidades) y con la premisa “Mejor hecho que perfecto”. Esto
puede operar como un mecanismo de defensa ya que nunca estemos listos
para que alguien lo evalúe.
Es posible que este nivel de exigencia respecto de la perfección se
extienda a otras personas, por lo que muchas veces se dificulta la
delegación de tareas. Al ser tan altos los estándares, pueden sentirse
frustrados si las otras personas no los cumplen y creen que deben ocuparse
de todo: “Así es cómo debería hacerse”. Cuando no toman conciencia de
esto, terminan sobrecargados por la autoexigencia y por la no
delegación. En ocasiones, la frustración y el enojo por el hecho de que
otros no puedan estar a la altura de las expectativas (propias), o no les
interese estarlo, pueden deteriorar los vínculos16, y esto aplica a líderes de
equipos en organizaciones, pero también a familiares y amigos.
Quien busca la perfección teme equivocarse o fracasar, y sufre cada
vez que se da cuenta de que no tiene todo bajo control (¿quién puede
tenerlo, en realidad?).
Quienes experimentan la sensación de ser un fraude con una base
perfeccionista no solo ejercen una fuerte autocrítica y tienen altos
estándares para autoevaluarse, sino que (según algunos estudios) tienen una
tendencia a preocuparse y sobreestimar los errores, magnificándolos y
haciendo generalizaciones excesivas respecto de sus fallas17. Por
supuesto, estas solo confirmarán que son el fraude que creen ser. Intentar
tener todo bajo control y tener cierta disciplina puede convertirse en una
estrategia que considere que elimina la posibilidad de cualquier
equivocación. Sumado esto a sus altos estándares autoimpuestos, temen
parecer un fraude por su supuesta incompetencia ante los ojos de los demás,
por lo que también incide la preocupación por no defraudar a otras personas
y recibir su aprobación.
La trampa del perfeccionismo es que la búsqueda de la perfección se
convierte en ir detrás de una utopía, una ilusión que nunca alcanzaremos.
Y eso puede mantenernos en un estado de frustración constante dadas las
altas expectativas que tenemos sobre nuestro desempeño y sobre los
resultados que deseamos conseguir. No importan los extraordinarios
resultados que se alcancen y qué tan exitosos otros puedan considerarlos.
Cuando esta creencia está instalada, la insatisfacción es permanente. Aun
un sobresaliente en un examen puede tener gusto a poco, porque la
sensación de que “podría haberlo hecho mejor” se traduce en la decepción
de uno mismo.
El perfeccionismo puede volverse en sí mismo un obstáculo para
nuestro crecimiento y la búsqueda de nuevos desafíos. Dejamos de
perseguir sueños y perdemos oportunidades por el miedo que nos genera
mostrar algo (y sobre todo mostrarnos) imperfectos.

¿Qué podemos hacer?

Aceptar que somos humanos, no perfectos: Poder ser honestos con


nosotros mismos, partiendo del supuesto de que cada uno de nosotros
está haciendo lo mejor que puede. En lugar de juzgarnos con una
crítica que solo mina nuestro valor personal, podemos partir de la
humildad y de la autenticidad, del reconocimiento de nuestra
vulnerabilidad e imperfección y de los errores como parte de la
experiencia humana, practicando la autocompasión. Cuando logramos
practicar la autocompasión y ser amables con nosotros mismos,
también generamos el espacio para que otros a nuestro alrededor
puedan mostrarse como tales, sin temor a no ser aceptados18.
Practicar la apreciatividad: La mirada de perfecto o nada nos lleva a
mirar el vaso medio vacío y poner el foco en lo que no está o en lo
que no se hizo bien. Al dejar de asignarle valor a todo lo que no se
hizo perfecto, se convive con la frustración y desvalorización
constantes. Realizar el ejercicio consciente de aprender a preguntarse:
“¿Qué me gustaría seguir manteniendo o incrementando de este
proceso? ¿Qué fue satisfactorio más allá del resultado? ¿De qué puedo
sentir orgullo?” ayuda a reencuadrar la historia, cambiando el foco
hacia lo que sí se puede valorar y, de este modo, salir del autocastigo.
Buscar la mejora continua y la excelencia: Mientras la búsqueda
constante de perfección puede generar miedo, agobio, ansiedad y
frustración, la búsqueda de la excelencia puede ir acompañada de la
alegría, curiosidad y satisfacción. La excelencia nos invita a hacer lo
mejor que podemos con los recursos que tenemos y a valorar lo
logrado. Claro que está presente la inquietud de mejorarlo, pero esto es
posible a partir de la curiosidad, la creatividad, la definición de nuevas
acciones y la aceptación de los errores cometidos, y no de la exigencia
de perfección y de la creencia de que, de no obtenerla, hará que sea un
fracaso como persona.
Tomar los errores como oportunidad de aprendizaje: Sabemos que
los errores y las fallas pueden ser parte de un proceso de
aprendizaje por lo que, en lugar de autocastigarse por ellos, es posible
verlos como una oportunidad de aprendizaje. En lugar de
autocastigarse con preguntas como estas: “¿Cómo puede ser que haya
ocurrido?”, “¿Cómo lo que hice no es perfecto?”, “¿Qué van a pensar
de mí?”, podemos preguntarnos acerca de lo que no funcionó: “¿Cómo
lo puedo mejorar?”, “¿Qué puedo aprender de esta experiencia?”19.
Preguntar y definir conscientemente cuál es la calidad y estándar
requeridos: Muchas veces nuestro trabajo es recibido con elogios por
superar ampliamente las expectativas de quien lo había solicitado… ¡y,
sin embargo, creíamos que apenas estaba bien hecho! Dado el alto
nivel de autoexigencia, es importante indagar hasta poder establecer
concretamente cuáles son las expectativas de las otras personas. Si
estamos haciendo alguna actividad para nosotros (armando un boceto,
diseñando un curso, etc.), podemos definir a consciencia cuáles son los
estándares para declararlo suficientemente bueno y aceptable, incluso
dejándolo por escrito. De lo contrario, si el estándar implícito es la
perfección, probablemente nunca estará lo suficientemente listo, ya
que siempre encontraremos algo más que mejorar.
Elegir dónde focalizar el esfuerzo: Dada la autoexigencia, en
ocasiones realizamos enormes esfuerzos en tareas y objetivos que no
ameritan esa intensidad (¿necesitamos revisar cuatro veces todos los
informes que hacemos, o solo determinados puntos que son riesgosos
si nos equivocamos?). No todo requiere el 100% de nuestra energía,
por lo que un ejercicio interesante es priorizar y definir cuánto
podemos (y vale la pena) dedicarle a ello.
Definir objetivos, con fechas límite y condiciones mínimas concretas
de satisfacción, y no cambiarlas. Es probable que, al acercarse el
momento de mostrar algo, nos demos cuenta (como siempre) de que se
puede seguir mejorando. Animarse a mostrarlo en la fecha predefinida
sin seguir corriendo en ese momento hasta que “esté perfecto” (en
nuestra mente, quizás nunca lo esté) es un ejercicio para ¡mejor hecho
que perfecto! Podés, por ejemplo, ponerte una fecha límite para
animarte a hacer o mostrar algo, y que eso se convierta en fuente de
aprendizaje.
Fraccionar los grandes objetivos en lo más pequeño posible. Eso nos
permite ir paso a paso y no sentir el agobio de algo que se ve como
enorme e imposible, más aún si creemos que deberíamos hacerlo
perfecto. También le quita peso a la idea de “No estoy preparado para
encarar esto tan grande” y minimiza la posibilidad de grandes errores,
que serían imperdonables para quien cree que solo es competente si
alcanza la perfección.
Comprender el impacto que tiene en los demás la propia búsqueda de
la perfección. Aunque no siempre la expectativa de perfección se
extiende a otras personas (equipo, hijos, pareja, etc.), cuando así es, es
deseable ser consciente de cómo nuestros estándares (y el nunca
sentirnos satisfechos), la exigencia y la frustración afectan nuestros
vínculos, y de qué generan en los otros. Si lideramos un equipo de
trabajo, es clave poder explicitar estos criterios y el esfuerzo requerido,
dado que el hecho de siempre encontrar “algo más para mejorar”
puede terminar siendo un inconveniente y un gran desgaste para el
equipo, al que (aun cuando crea que lo realizado es suficientemente
bueno) siempre se le pedirá “algo más” o algo distinto, ya que no se
hizo “como yo lo hubiera hecho”.
Young, V. (2011). The Secret Thoughts of Successful Women: Why Capable People Suffer from the Impostor Syndrome and How to
Thrive in Spite of It. Random House. New York.
Hewitt, P. L., Flett, G. L., Sherry, S. B., Habke, M., Parkin, M., Lam, R. W., McMurtry, B., Ediger, E., Fairlie, P., & Stein, M. B.
(2003). The interpersonal expression of perfection: Perfectionistic self-presentation and psychological distress. Journal of
Personality and Social Psychology, 84(6), 1303–1325. https://doi.org/10.1037/0022-3514.84.6.1303
Ídem 2.
Brown, B. (2012). Los dones de la imperfección: libérate de quién crees que deberías ser y abraza a quién realmente eres. Gaia
ediciones. Argentina.
Podcast Aprender del Error ®. Creado por Alejandra Marcote y producido por Wetoker. Spotify:
https://open.spotify.com/show/3dLHIa3iuqN2EtRW4LH3yB
¿Qué frases mías puedo vincular a esta creencia?

¿Qué expectativas tengo sobre mí respecto de hacerlo perfecto?

¿Qué comportamientos reconozco en mí?

¿Qué me propongo experimentar para generar un cambio?


Cuando esperamos hacerlo todo perfecto,
el intento no sirve,
el error nos condena,
fallar nos hace sentir un fraude.

La vergüenza nos habla de creer que la falla está en


nosotros,
que “no somos lo suficientemente...”,
que debemos escondernos para que los demás no nos vean
como realmente somos.

El perfeccionismo puede volverse un obstáculo,


no solo para lograr lo que deseamos,
sino para vivir una vida auténtica,
aceptando plenamente quiénes somos y cómo somos.
¿Cuál es el costo que tiene en tu vida la búsqueda constante
de la perfección?
2. ¡Debería hacerlo perfecto en todos los ámbitos, y que sea
fácil!

Creencia: “Ser competente implica hacerlo todo perfecto, en todos los


ámbitos… y que sea fácil”.

Expectativas sobre sí mismo: Ser un/a perfeccionista multitarea para no


sentirse un fraude.

Valores que se vinculan con esta creencia y guían la acción: Perfección,


responsabilidad, servicio.

Frases típicas: “Debería estar en todo” • “Me siento la mujer orquesta” •


“Debería ser multitasking”.

Desde mi punto de vista, es una variante de la creencia perfeccionista, ya


que su concepto de competencia está dado no solo por “cómo se hacen las
cosas (perfectas)”, sino por “hacerlas en forma impecable en todos los roles
de su vida”.
Las personas con una tendencia perfeccionista pueden poner el foco de su
perfección en algún ámbito en particular como, por ejemplo, el desempeño
profesional o educativo. Esta variante implica que esa búsqueda de
perfección se extiende a todos los roles que desempeña (pareja, hija/o,
amigo, jefe, etc.). Sumado a eso, muchos sienten que en todos estos roles
deberían desempeñarse sin esfuerzo. “En su corazón, las personas
saben que no pueden ser un superhombre o una supermujer; sin
embargo, ellos sienten como si hubieran fallado cada vez que
confrontan con sus limitaciones humanas”20.
Esta sensación de insuficiencia puede ser particularmente importante en
las mujeres ya que, culturalmente, hemos tenido reservado el espacio del
hogar y de los cuidados; con la incorporación al mundo del trabajo fuera de
casa a tiempo completo, las mujeres hemos mantenido la exigencia de
perfección en ambos espacios (en ocasiones, con la presión adicional de que
todo parezca sencillo), sumado al resto de roles y actividades que
desempeñamos. Tal como dice la directora de operaciones de Facebook,
Sheryl Sandberg, en su libro Lean In: “Intentar hacerlo todo y esperar que
todo salga perfectamente es la receta ideal para la decepción.”21.
Volveremos sobre este tema en el Apéndice.

¿Qué podemos hacer?

¿Cuál es nuestra medida de éxito? ¿Qué es realmente esencial e


importante para nosotros en este momento de nuestra vida? Al intentar
la perfección en todos los ámbitos, perdemos de vista qué es lo
realmente importante para nosotros, más allá de las expectativas que
puedan tener los demás. Es aconsejable establecer prioridades, y
definir en qué ámbitos pondremos mayor esfuerzo y en cuáles
necesitamos aceptar que podremos hacer menos de lo que nos gustaría,
y que está bien así.
Hacer una evaluación realista de nuestra capacidad y poner en
perspectiva nuestra situación más allá de los ideales. Por ejemplo, si
una mujer quiere trasladar el modelo de cuidado de su madre (que se
quedó en su casa a cuidarla, dedicando el 100 % de su tiempo a su
hogar) y replicar el modelo de una ejecutiva que admira (que llega a su
oficina a las 9 de la mañana y se va a las 9 de la noche), en su trabajo,
el hecho de no cumplir las altas expectativas en alguno de los roles
hace que la frustración pueda volverse una constante y la sensación de
ser un fraude también. Este círculo se retroalimenta y hace que cada
vez nos sintamos menos competente y la vergüenza aumente. Así, las
posibilidades de quedar totalmente exhaustas son cada vez mayores y
las de alejarnos cada vez más de los ideales (y frustrarnos cada vez
más) también. Empezar a preguntarnos: “¿Qué es lo mejor que puedo
hacer con los recursos que cuento hoy?” y “¿A qué elijo dedicarle mi
energía y a qué no?” es un gran punto de partida en el proceso de
reconocer que no somos superhéroes, sino tan solo humanos.
Dado que probablemente querremos cumplir con todo lo que pidan o
lo que parezca de su incumbencia, es necesario ejercitar el permitirse
decir no, poder poner límites a los pedidos de otros y,
fundamentalmente, definir y ponernos límites a nosotros mismos.

¿Qué frases mías puedo vincular a esta creencia?


¿Qué expectativas tengo sobre mí respecto de hacerlo perfecto en todos los
ámbitos?

¿Qué comportamientos reconozco en mí?

¿Qué me propongo experimentar para generar un cambio?

Matthews, G., & Clance, P. R. (1985). Treatment of the impostor phenomenon in psychotherapy clients. Psychotherapy in Private
Practice, 3(1), 71–81. https://doi.org/10.1300/J294v03n01_09
Sandberg, S. (2013). Vayamos adelante (Lean in): las mujeres, el trabajo y la voluntad de liderar. Conecta. Buenos Aires.
3. ¡Debería saberlo todo!

Creencia: “Ser competente es saberlo todo”.

Expectativas sobre sí mismo: Ser un/a experto/a o sabelotodo/a para no


sentirse un fraude.

Valores que se vinculan con esta creencia y guían la acción: Sabiduría,


aprendizaje, raciocinio.

Frases típicas: “Debería tener seguridad al responder las preguntas, no


debería dudar” • “Tendría que entender todo” • “Debería tener respuesta
para todas las preguntas que me hacen” • “Debería continuar
preparándome” • “No sé todo sobre este tema; me falta mucho por
aprender” • “Necesito hacer un curso más antes de ponerme a buscar
trabajo” • “Si no tengo un título, no puedo cobrar por eso”.

Su concepto de competencia está dado por “cuánto sabe”. Si algo no se


sabe, eso cuenta como un fracaso y dispara la vergüenza de ser un fraude.
Esta creencia se vincula con el paradigma de “sabelotodo”, tan arraigado
en nuestra sociedad, en la que se valora el tener todas las respuestas (¿quién
puede realmente hacerlo?), sin dar lugar al paradigma del aprendiz, que nos
permite decir abiertamente: “No sé” y “Me equivoqué”, tan necesario en
tiempos complejos e inciertos como los que estamos viviendo.
Es posible distinguir dos búsquedas incesantes:

Saber siempre más.


Tener más credenciales que lo avalen.

¡Y, por supuesto, nunca será suficiente!

“Siempre sentía que no me había capacitado lo suficiente y, sin


embargo, no he parado de capacitarme desde que tengo uso de
razón, pero siempre necesitaba más para estar a la altura de… Hasta
que me pregunté: ‘¿A la altura de qué o de quién?’ —rememora la
periodista Valeria Schapira, con más de diez libros publicados—. La
situación llegó a tal extremo que soñaba que no me había recibido
de traductora de inglés, y solo me tranquilicé cuando pude ir a mi
casa de Rosario (donde estaba guardado el certificado) y verlo.
Siempre tuve esa necesidad de validarme a mí misma”.

Si no se conoce un tema por completo o si no se tiene un elevado


número de títulos académicos, quien tiene esta creencia no se siente con
derecho a dar una opinión, a compartir una idea, a dar una capacitación, o
incluso a presentarse a un trabajo. El miedo a equivocarse, a fallar y a que
los otros se den cuenta de que no sabe todo deriva en que ni siquiera intente
asumir desafíos para los que se encuentra más que preparado.
No hago referencia al deseo de aprendizaje continuo en sí mismo a
partir de la curiosidad, sino al foco en la carencia, en la falta, y en el
creer que, para hacer algo, siempre debería conocer algo más, lo cual se
convierte en un límite y un freno para nuevos desafíos. No me permite
aceptarlos “hasta que sepa todo”.
Ese foco en el “no saber todo lo que debería”, a veces se extiende a
campos de conocimiento en los que nadie espera que se sepa del tema,
porque no es su especialidad y; sin embargo, se sienten que no están a la
altura: un especialista en finanzas que se siente un fraude por no
comprender lo que habla un grupo de desarrolladores de software, o una
ingeniera que no se anima a preguntar en una reunión de recursos humanos
porque debería saber del tema sobre el que están hablando.
Esta creencia puede llevarnos a procrastinar (“Lo haré cuando tenga el
conocimiento o el título”) o directamente impedirnos pasar del
conocimiento intelectual a la acción, y probarnos realmente en el campo de
juego. (“¿Y si me preguntan y no tengo la respuesta? Necesito saber todo”.
“Necesito capacitarme más, tener un título que me avale”).
Esta creencia hace que nunca se sienta lo suficientemente preparado, por
lo que la búsqueda de más capacitación y más títulos es incesante.
¿Realmente necesitamos tanto nivel de detalle o conocimiento antes de
animarnos a hacer algo? Como comenta mi profesora de Eneagrama,
Claudia Campos, el deseo de conocimiento y de saberlo todo puede
distorsionarse en una especialización y profundización de los temas que
resulte poco útil e innecesaria.
Así como quien cree que debería hacerlo perfecto puede no hacerlo si
cree que no llega a ese estándar, a quien cree que “debería saber todo” se le
dificulta compartir lo que sabe justamente porque cree que nunca es
suficiente o porque, comparativamente con otros, cree que puede estar en
desventaja. Es posible que, mientras escuchan en silencio sin animarse a
opinar acerca de un tema, puedan notar (aunque les cueste reconocerlo) que
conocen más de lo que creían cuando, en alguna reunión o capacitación,
una persona diga algo que ellos ya sabían, o que escuchen una charla que
ellos rechazaron dar, y se den cuenta de que sabían más que lo que
escucharon… ¡solo faltó que se animaran!
Frases como “Yo no estudié para eso; me sale fácil, entonces, ¿cómo voy
a cobrarle?” suelen desconocer la experiencia y recorrido que hay detrás de
algo que ahora sale con facilidad, sin esfuerzo. La constante búsqueda de
validaciones externas de su conocimiento a través de más y más títulos y
certificaciones contrasta con ese escaso reconocimiento a la propia
experiencia, que, en algunos casos, es inestimable y muy superior a lo que
podrían adquirir con una certificación.

“Soy dueña de una empresa familiar dedicada al agro y, además, me


dedico a la venta de servicios turísticos —se presenta Paz Stauffer
—. Negocié cada día de mi vida en los últimos veinte años, ya que,
durante catorce, también tuve una franquicia de ropa. Sin embargo,
aún hoy, si me llaman para dar una charla de negocios, siento que
necesitaría validarme con títulos, como si mi experiencia no fuera
suficiente. Incluso, cuando hace poco tuve que presentar mi
currículum para una postulación en una Fundación, para mí fue un
desafío armarlo y escribir que mi título era Licenciada en Educación
Física, y no uno relacionado con negocios. Cuando gané esa
postulación, ¡pensé que se habían equivocado!”.

Por otra parte, en tiempos cambiantes en los que nuestra identidad


profesional se va volviendo más líquida y van surgiendo (o vamos
creando) nuevos ámbitos en que desempeñarnos (pensemos cuántos
trabajos que existen hoy eran inimaginables hace diez años), no siempre
existen títulos o al menos no con la solidez de las carreras o de centros de
estudios más tradicionales. Esto puede resultar una limitante para quien cree
que su valor depende de ciertos avales externos y no aprecia el camino que
puede construir de una forma alternativa a la tradicional o a la ya
institucionalizada.

¿Qué podemos hacer?

“Cuando comencé a dar charlas, tenía miedo de equivocarme y de


que me juzgaran, porque siempre suponía que todos sabían más que
yo. Hasta que entendí que, si bien podía haber personas que
supieran más, eso no estaba en mis manos. ¡Tenía que focalizarme
en lo que yo podía dar! Me preguntaba: ‘¿Cómo puedo comunicar
de una forma diferente?’. Así, trabajando en conectar de una forma
creativa e impactante, me fui quitando la presión de creer que era el
que tenía que saber más”, comenta Diego Pasjalidis, Ingeniero y
Director de Innovación en una compañía multinacional”.
¿Es posible saberlo todo? Al preguntárnoslo conscientemente,
podemos comenzar a comprender la utopía que encierra esta creencia.
La vara tan elevada ayuda a tomar conciencia del nivel de exigencia
que se tiene con uno mismo al creer que nuestro conocimiento
debería ser absoluto, sin margen para la duda o el error. El gran
desafío es ser consciente de que uno puede no saber todo y está
bien, ¡somos humanos!
La creencia de que deberíamos saber todo nos lleva a olvidar que
podemos elegir en qué espacios de conocimiento no vamos a
profundizar. Podemos elegir especializarnos en un campo particular,
y eso implica que podamos admitir sin vergüenza que otras áreas —
aunque están relacionadas— no son de nuestra experiencia: si soy
médico traumatólogo y me hacen una consulta sobre cardiología, sería
más sensato decir que no es el área de mi experiencia y derivar a un
especialista que frustrarme por creer que debería poder resolver
cualquier problema que plantee el paciente; si soy contadora, puedo ser
una especialista en impuestos, pero jamás haber cerrado un balance
contable, y tampoco interesarme ese campo; para eso se definen las
especialidades en las distintas profesiones. Podemos reconocer los
límites de nuestro conocimiento y comprender que está bien que no
podamos almacenar la totalidad del conocimiento en un campo y que
eso no nos debería impedir hacer aportes desde nuestro saber.
Reconectar con nuestro aprendiz interior. El solo hecho de pensar
en la posibilidad de que alguien detecte que no podemos responder una
pregunta nos deja paralizados que hace que ni siquiera lo intentemos
participar de ciertas actividades. Al reconocer los límites, podemos
darnos cuenta de que, si bien tenemos conocimiento, también
constantemente estamos aprendiendo y podemos permitirnos
preguntar y decir: “No sé” sin vergüenza ni temor de sentirse un
fiasco en caso de que alguien nos pregunta algo que está fuera de
nuestro alcance.
Identificar y reconectar con el valor de lo que sí se sabe, lo que
muchas veces se desprecia. Seguramente tenemos una lista de cursos
por hacer o temas por aprender, pero ¿qué sucedería si también
hiciéramos una lista de los cursos que sí hicimos y de los temas que
conocemos? Lo que para cada uno de nosotros casi no tiene valor para
otros puede ser más que interesante. ¿Qué te hubiera gustado que te
transmitieran hace tiempo y ahora vos lo sabés para poder transmitirlo
a otros?
Honrar todo el camino recorrido. En ocasiones, al ver currículos o
perfiles profesionales en LinkedIn, se puede observar que algunas
personas solo mencionan carreras o cursos terminados. Poco y nada
mencionan, por ejemplo, de experiencias de voluntariado, trabajos no
directamente relacionados con su profesión o incluso de carreras a
medio terminar, como si eso tuviera escaso o nulo valor. Sin embargo,
revalorizar lo que hemos realizado más allá de los títulos y
comprender lo que nos ha aportado nos permite reconocer y darle valor
a la experiencia.
Visualizar nuevos modelos de formación. ¿Cómo nos sentimos si se
descubre que no tenemos algún título que nos avale? Muchas personas
han logrado sus objetivos haciéndose a sí mismos, construyendo desde
la experiencia que les da el hacer: su aval termina siendo lo que han
logrado. De hecho, en algunos campos como la tecnología, más allá de
los títulos, lo que se valora cada vez más es lo que realmente pueden
hacer en la práctica. Pierpaolo Barbieri, fundador y CEO de la fintech
Ualá, en una entrevista televisiva22, ha comentado: “El modelo
educativo está cambiando; en el mundo de la tecnología, hay mucho
más de educación constante; algunos de los mejores desarrolladores
que tenemos solo cursaron estudios formales de 6 meses a 1 año. De
hecho, quien maneja todo el equipo informático de la compañía no
tiene una educación formal tradicional como yo”. El darles un
excesivo valor a los títulos y casi nada al experimentar y aprender
haciendo es algo que incluso puede ser contraproducente en un mundo
que permanentemente nos impone nuevos desafíos. La experiencia
también es importante, y no solo el acumular credenciales.
Poner en perspectiva el desafío que tengo por delante, y preguntarse
qué es necesario saber para superarlo. ¿Cuántas veces se rechaza
dar una capacitación sobre un tema para un auditorio que no tiene
conocimiento de este, y la persona cree que debe prepararse casi para
hablarles a especialistas en el tema? El creer que siempre necesitamos
saber más puede llevarnos a no dimensionar que con lo que sabemos
estamos más que capacitados. Preguntarnos concretamente para qué y
qué necesitamos aprender nos puede llevar a acotar en qué
necesitamos profundizar específicamente, ¡si es que lo necesitamos!
https://www.youtube.com/watch?v=kkr1P7YhQic Pierpaolo Barbieri: Fundador y CEO de Ualá en +info a la tarde con Paulino
Rodrigues – Canal LN+
¿Qué frases mías puedo vincular a esta creencia?

¿Qué expectativas tengo sobre mí respecto de saber todo?

¿Qué comportamientos reconozco en mí?

¿Qué me propongo experimentar para generar un cambio?


4. ¡Debería arreglármelas sin ayuda de nadie!

Creencia: “Ser competente es poder hacer todo solo/sin ayuda”.

Expectativas sobre sí mismo: Ser todopoderoso/a o autosuficiente para no


sentirse un fraude.

Valores que se vinculan con esta creencia y guían la acción: autonomía,


independencia, autosuficiencia.
Frases típicas: “Debería ser autosuficiente” • “No tengo que depender de
nadie” • “Para que cuente como logro, lo tengo que poder hacer todo por mi
cuenta” • “Dejá, yo me ocupo de todo”.

Su concepto de competencia está dado por “quién hace las cosas”, por lo
que podemos vincular esta creencia al paradigma del todopoderoso. Y no
es que la persona se sienta así, sino que cree que debería ser así y, al no
lograrlo, no se siente la altura de las circunstancias.
Pedir ayuda, hacer un trabajo con un equipo, o haber sido tenido en
cuenta por un posible cliente a través de una recomendación son algunos de
los ejemplos de aquello que, para quien cree que debería poder con todo,
desmerece sus logros.
Tal como ocurre con quienes tienen una tendencia perfeccionista, al creer
que no debería necesitar ayuda ni soporte de otros, no le es sencillo delegar
o trabajar con otros. Sin embargo, el origen de dicha dificultad es distinto:
para quien busca la perfección, el punto es que nadie lo hace de la forma
correcta (por eso siempre intenta hacer un “control de calidad” de lo que
hacen otros), mientras que, para quien cree que, “si fuera realmente
competente, podría hacerlo todo por mí mismo”, el no poder lograrlo hace
que se sienta un fraude.
¿Y si creen que no puedo hacer el trabajo?
¿Y si creen que soy poco profesional y por eso necesito ayuda?
¿Y si creen que no comprendo o no sé cómo hacerlo y por eso pregunto o
pido por alguien más?
Preguntar, asesorarse o necesitar apoyo de algún tipo puede ser leído
como indicio de debilidad o poco profesionalismo que no puede permitirse,
aun cuando eso implique sobrecargarse y sacrificar otros aspectos de su
vida (salud física y/o mental, amigos, pareja, ocio). “Yo me ocupo” o
“Puedo arreglármelas” suelen ser expresiones habituales.
Paradójicamente, una vez que obtiene lo que desea, finalmente piensa:
“Qué fraude soy; si alguien supiera todo lo que he pasado para hacerlo, se
darían cuenta de que no soy tan competente como creen”.
Conseguir una oportunidad laboral o de estudios a partir de referencias de
personas que lo conocen se siente como no haber tenido mérito alguno.
Hay una dificultad en reconocer que, aun cuando otros nos puedan
recomendar, tanto quienes lo hicieron como quienes lo admitieron, algo
debieron apreciar en su persona para que finalmente consiguiera esa
oportunidad.
Tanto dentro como fuera de las organizaciones, cada vez más se requiere
la colaboración ya que, en contextos complejos como los que vivimos,
poder resolver todo solos se parece cada vez más a una utopía. Sin
embargo, bajo esta creencia, no lograr resolver todo por su cuenta es
interpretado como un fracaso.
No es extraño escuchar, de personas que tienen esta creencia, expresiones
como “Gracias, pero fue todo mérito de mi equipo” ante felicitaciones
por un trabajo en conjunto. Cabe preguntarse cuánto hay de cortesía en esa
frase y cuánto hay de que no puede ver su propio mérito en el logro, ya
que intervinieron otras personas.
La necesidad de mostrar una imagen de suficiencia, independencia y
fortaleza puede llevar a temer a ser vistos como débiles, dependientes y
poco profesionales. En el caso de los hombres, existe el estereotipo de que
pedir algo es un signo de debilidad, y eso puede tener gran impacto en los
“Puedo solo”.
En el caso de las mujeres, esto podría observarse en aquellos espacios en
donde son “la primera mujer que…” (es CEO, gerente, etc.) en campos
especialmente ocupados por hombres. Se suele sentir una particular presión
porque cualquier falla podría ser vista por el entorno como que “no es el
puesto para una mujer”. Entonces, aun a riesgo de grandes sacrificios,
probablemente hagamos todo solas (aunque sea humanamente poco posible
hacerlo en el tiempo y forma en que se pide). Probablemente, en una
situación similar, un hombre que no tuviera la creencia de que debe hacerlo
todo solo pediría sin inconvenientes los recursos (equipos, asesores, dinero,
etc.).

¿Qué podemos hacer?

Identificar sus límites de actuación: ¿En qué agrega valor su


actuación y en qué no? El costo de oportunidad puede ser alto. Creer
que debe hacerlo todo solo pone su tiempo y su esfuerzo en una
cantidad de actividades en las que probablemente no agregue valor
(por no estar capacitado, no ser su área de experiencia, porque no le
apasiona, etc.), sin considerar que alguien podría hacerlo mejor, más
rápido o en forma más económica), y sería mucho más valioso que esté
focalizando en otras tareas. Un ejemplo podría ser un emprendimiento
de marketing digital que está creciendo y el emprendedor quiere
continuar realizando todas las actividades (cuando, probablemente, de
temas económicos y financieros podría encargarse alguien que
entienda del tema y realice en pocas horas, y él, dedicar todas esas
horas a generar negocios).
Reconocer la participación y el mérito propio cuando se realiza una
actividad con otros: “Tuve ayuda de mis compañeros”. Es genial poder
reconocer la contribución de otros, pero aquí el punto es que no se
toma el propio mérito en lo logrado. Que otros hayan sido parte
inmediatamente no debe anular el propio reconocimiento de tu aporte.
¿Cuál fue mi contribución a este logro?
Identificar la brecha entre los recursos con los que debería contar
para realizar lo que necesita y los recursos con los que efectivamente
cuenta. En ocasiones, el creer que se debería poder hacer todo hace
que se tomen desafíos que, en soledad, son muy difíciles de llevar a
cabo (por tiempo, dinero, conocimientos requeridos). Identificar qué
recursos se requieren para cumplir con el desafío, con cuáles se cuenta,
con cuáles no y cómo se pueden obtener los que faltan es una habilidad
que probablemente necesitemos trabajar. Estos recursos pueden ser
financieros, físicos, equipos de trabajo, información para tomar
decisiones, asesores o expertos, o tiempo.
Es importante internalizar que requerir colaboración o pedir lo
necesario no desmerece el logro del objetivo. Claro que ello también
implica trabajar en cómo se realizan esos pedidos y las respuestas
que se reciben. Por un lado, los pedidos deberían realizarse en función
de lo que necesita el objetivo para ser cumplido. No es una ayudita
personal (“Yo necesitaría que me ayuden con algunos colaboradores,
de ser posible”), sino que, para que este objetivo pueda cumplirse en
tiempo y forma solicitado, se requiere que trabajen dos especialistas
por un mes, y también tener acceso al menos cada dos semanas a
quienes luego van a aprobar el proyecto. En este punto, al realizar los
pedidos, la respuesta puede ser “Sí”, “No”, “Veremos”, o silencio. Las
promesas o compromisos solo se concretan cuando del otro lado hay
un sí. Recibir cualquiera de las otras tres respuestas no implica contar
con los recursos necesarios. Quien cree (o si creemos) que deberíamos
hacer todo por nuestra cuenta podría autoengañarse tan solo con haber
hecho el pedido. De no recibir un sí y aceptar el trabajo,
probablemente estaría cayendo nuevamente en el patrón conocido.
¿Qué frases mías puedo vincular a esta creencia?

¿Qué expectativas tengo sobre mí respecto de arreglármelas sin ayuda?

¿Qué comportamientos reconozco en mí?

¿Qué me propongo experimentar para generar un cambio?


5. ¡Debería salirme fácil!

Creencia: “Ser competente es poder hacer todo fácil y rápido”.

Expectativas sobre sí mismo: Ser un/a genio/a o un talento natural para


no sentirse un fraude.

Valores que se vinculan con esta creencia y guían la acción: inmediatez,


eficiencia.

Frases típicas: “Debería hacerlo sin esfuerzo” • “Si fuera realmente capaz,
no debería costarme tanto” • “No debería demorar tanto en conseguir un
ascenso”.
Su concepto de competencia está dado por “qué tan fácil (cómo) y
rápido (cuando) se dan los logros”: Si hay que esforzarse y las cosas no
salen al primer intento, esto cuenta como un fracaso y la vergüenza de ser
un fraude. El éxito debería conseguirse sin esfuerzo.
Así como el perfeccionista pone su vara alta en la impecabilidad, quien
se juzga por la rapidez y facilidad con que concreta sus objetivos considera
que la inteligencia y la habilidad están dadas sin importar el tamaño y
complejidad del desafío que tiene por delante.
En su escrito “La mundanidad del talento”, Daniel Chambliss relata sobre
un patinador: “Lo que veo es gracia, poder y habilidad, todos fluyendo
juntos, aparentemente sin esfuerzo: un movimiento simple, rápido y
seguro, mucho más allá de lo que yo podría hacer. Su patinaje es algo
espectacular. [...]. La excelencia es mundana. Una performance
extraordinaria es realmente una confluencia de docenas de pequeñas
actividades o actividades, cada una aprendida o con la que tropezó, que han
sido cuidadosamente convertidas en hábito y luego encajadas juntas en un
todo sintetizado. No hay nada extraordinario o sobrehumano en ninguna de
esas acciones: solo el hecho de que se realizan de manera consistente y
correcta, y todas juntas producen excelencia”.
Vivimos en una sociedad en la que las personas comparten sus logros,
pero pocas veces comparten el proceso que hubo para llegar a eso,
incluidas las dificultades y las caídas. Esto hace que, cuando empecemos
a crecer, perdamos la noción de que existe un proceso de aprendizaje.
En este caso, se supone que uno viene al mundo con un talento natural,
con el cual debería comprender lo que sea y sobresalir en el primer
intento, sin inconvenientes. Si esto no ocurre y aparecen dificultades, la
persona comienza a sentirse un fraude ya que (sin dimensionar la
complejidad de lo que tiene adelante) cree que el problema está en ella. En
sociedades en las que está cada vez más presente “la inmediatez” y el
querer “todo para ayer”, la desconexión con la noción de proceso aparece
cada vez más.
Es probable que quienes tengan esta creencia hayan desarrollado estas
expectativas a partir de haber recibido mensajes (por ejemplo, de sus
familias) de que podrían lograr fácilmente lo que quisieran y, cuando luego
eso no sucede, se sienten en falta23. Esta creencia está potenciada en una
sociedad como la nuestra, que no solo espera resultados inmediatos, sino
que hace un culto al talento y a los dones naturales: “es creativa” o no lo
es, “es bueno para los deportes” o no lo es, “es un genio en matemática” o
no lo es. Esta mirada no logra contemplar el enorme poder de la pasión y de
la perseverancia para mejorar.
Bajo esta creencia, el esfuerzo parece indicar una debilidad. Y esto no
tiene que ver con no tener ganas de desarrollarse o no contar con la fuerza
de voluntad para hacerlo, sino que (por sus creencias) no es consciente de
que, para pasar de un nivel inicial al de un experto en la materia, se
requieren tiempo y trabajo, y no se hace como por arte de magia.
Cuántas veces hemos escuchado frases como “¡Pobre… él estudia
mucho! En cambio, su hermano es inteligente, rinde los exámenes casi sin
haber estudiado”. Desmerecer el esfuerzo nos hace creer que no importa
qué tan bien lo hagamos. No seremos realmente competentes a menos
que lo hayamos hecho sin siquiera “despeinarnos”. Sin ir más lejos,
durante años yo decía eso de mí misma: “No soy inteligente; solo le dedico
muchas horas a estudiar”, como pidiendo disculpas por creer que no
merecía las notas que me sacaba.
Quien interpreta que un error o un fracaso muestran un límite a su
capacidad24 (“Si no logro hacerlo, queda claro que no sirvo para esto”),
puede abandonar en los primeros intentos, o directamente no tomar nuevos
desafíos para evitar exponerse, y que se vea afectada la imagen que tiene de
sí mismo o que proyecta a otros. Paradójicamente, en algunas personas, los
sentimientos de ser un fraude se manifiestan cuando algo les sale fácil. En
este caso, interpretan que “no cuenta como logro” si no han hecho esfuerzo
suficiente para lograrlo, creencia que analizaremos más adelante.

¿Qué podemos hacer?

Incorporar la noción del aprendizaje como un proceso. Tal como


sucede cuando primero gateamos y luego caminamos, saber que
estamos en un camino nos permite poner en perspectiva las
dificultades que se presentan y el tiempo que nos lleve lograr lo que
deseamos. En estas etapas es importante recordar que uno se encuentra
en un proceso de aprendizaje, por lo cual no necesariamente se espera
que sepa todo ni que lo haga rápido y fácil, o que lo haga sin errores en
el camino. Adoptar una actitud de aprendiz, sabiendo que aún no lo
logramos, pero en el futuro podemos hacerlo, es clave para transitar el
proceso más compasivamente con uno mismo.
La perseverancia y la pasión son claves para alcanzar los
resultados que queremos. En nuestra cultura, se tiende a
menospreciar a quien se esfuerza y persevera, venerando los dones
naturales (“Pobre, se queda estudiando todo el día porque le cuesta”
vs. “Es inteligente; no necesita sentarse a estudiar”). De acuerdo con el
desarrollo que hizo la psicóloga estadounidense Carol Dweck en su
libro Mindset, si solo le asignamos valor al talento natural,
probablemente no veamos las posibilidades que tiene cada persona de
ir mejorando y desarrollándose en aquello que le interesa a través de la
práctica. Sin ir más lejos, pensemos en futbolistas consagrados: más
allá de su talento, ¿podrían jugar en las grandes ligas si no entrenaran
todos los días y, por cada gol que meten, en los entrenamientos no
erraran 10? Cuando logramos tomar consciencia de que, más allá de
los dones con los que hemos venido al mundo, siempre podemos
aprender y superarnos, puede cambiar la mirada que tenemos sobre
nosotros mismos, dejándonos de sentir un fraude y considerándonos
aprendices en medio del proceso.
Cuando alguna temática o materia no va del todo bien como quisiera,
siempre tengamos presente que podemos preguntar y buscar ayuda
en lugar de juzgarnos cruelmente y creer que somos un fraude.
Identificar las etiquetas que nos ponemos. Si, cuando hacemos algo
al primer intento y no sale bien, nos decimos que somos geniales pero,
cuando fallamos, nos decimos que somos un fracaso, probablemente
no queramos repetir esa experiencia. ¿Qué sucedería si nos decimos
que somos aprendices constantes? Quizás abramos la puerta a
preguntarnos qué podríamos aprender de esto.
Ser conscientes de nuestro diálogo interno. Poner en perspectiva las
situaciones que se nos presentan ayuda a cambiar el enfoque. No es lo
mismo decir: “Para esto no sirvo” (porque no funcionó en el primer
intento) que decir: “Recién estoy comenzando; tengo mucho por
aprender aquí, y soy capaz de hacerlo”, o bien “Aún no lo he logrado,
pero estoy buscando la forma de hacerlo”.
Los errores, las fallas y las dificultades, en lugar de ser vistas como
limitantes, podrían ser vistas como oportunidades de crecimiento.
Más allá de que las calificaciones que recibamos o los resultados que
obtengamos no son los que desearíamos, podemos entrenar la
habilidad de pedir feedback que nos sea útil para nuestro crecimiento,
sin tomarlo como algo personal que nos hiere. También podemos
reflexionar sobre nuestra propia asociación entre la capacidad y el
éxito: ¿están relacionados con no equivocarse nunca, o con probar algo
nuevo, aceptando la posibilidad de equivocarse y aprender? En lo
personal, después de muchos años de trabajo en el tema, uno de mis
mantras preferidos es “el fracaso es no intentarlo”.
Trabajar en nuestra apreciatividad. Estamos muy acostumbrados a
poner el foco en aquellas áreas en las que tenemos más dificultad, aun
cuando no sean de nuestro interés, e incluso le dedicamos mucha
energía a intentar mejorar. Por otra parte, a veces nos cuesta identificar
y darles valor a las áreas de conocimiento o tipos de actividades que
nos resultan más sencillas y que nos salen bien. Esta forma tan
arraigada en nuestra cultura de poner el foco en lo que no hay o en lo
que hay poco, y no darle valor a lo que sí hay, influye fuertemente en
el fenómeno del impostor. Cambiar la perspectiva y comenzar a
identificar aquello que sí tenemos, lo que hacemos bien, y comenzar a
apalancarnos desde allí es un excelente ejercicio.
Sakulku, J. (2011). The Impostor Phenomenon. The Journal of Behavioral Science, 6(1), 75-97.
https://doi.org/10.14456/ijbs.2011.6
Dweck, C. S. (2006). Mindset: The new psychology of success. Random House. New York.
¿Qué frases mías puedo vincular a esta creencia?

¿Qué expectativas tengo sobre mí respecto de salirme fácil?

¿Qué comportamientos reconozco en mí?

¿Qué me propongo experimentar para generar un cambio?


6. ¡Debería ser original, innovador!

Creencia: “Ser competente es siempre crear algo único, que no se hizo


antes”.

Expectativas sobre sí mismo: Ser original para no sentirse un fraude.

Valores que se vinculan con esta creencia y guían la acción: Originalidad,


creatividad, innovación.

Frases típicas: “Debería ser más innovadora” • “Ya no sé qué más hacer;
parece que todo está inventado”.

Su concepto de competencia está dado por qué hacer (algo único). Si


algo se hizo previamente, esto cuenta como un fracaso y la vergüenza de ser
un fraude.
En los últimos años, he detectado con mayor frecuencia la creencia acerca
de no ser lo suficientemente creativo e innovador como causa de sentirse un
fraude. Tengo la hipótesis de que mucho tiene que ver el ritmo de cambio al
que nos encontramos expuestos y la presión social por salir de la zona de
confort y hacer algo diferente a lo ya conocido. No he encontrado esta
creencia en otros escritos sobre el Síndrome del Impostor; sin embargo, creo
que es pertinente incorporarla. Comparto mi conceptualización sobre este
aspecto impostor, que también he experimentado.
Hacer un taller sobre un tema que alguien desarrolló, realizar un
emprendimiento similar a uno que está funcionando en otro país, escribir
sobre un tema que varias personas ya trabajaron antes no tiene ningún valor
para la persona que cree que ser competente es hacer algo que nadie hizo
previamente o sobre lo que nadie trabajó. Solo desarrollando algo único, la
persona cree que merece adjudicarse ese logro. Incluso la noción de
innovación está asociada en su mente a que no se haya desarrollado nada
similar con anterioridad.
Esto lo he observado durante años en el ecosistema emprendedor. Cuando
alguien compartía una idea que creía que no había visto nunca la luz, y algún
mentor, profesor u otro emprendedor le comentaba de algún emprendimiento
similar o (peor aun) de varios emprendimientos similares, esto significaba
una total decepción para quien había traído la idea. En muchos casos, la
desechaba antes de avanzar, o bien se deshacía de lo que había desarrollado.
“Si alguien ya lo hizo o lo pensó antes, no tiene sentido: llegué tarde”.
También se observan pensamientos tendientes a creer que quien lo hizo antes
ya abarcó todo lo posible y no hay margen de acción, con una marcada
desvalorización del aporte propio: “No tengo nada nuevo para aportar”.
Considerar que no se está haciendo algo lo suficientemente especial puede
derivar en la idea de que no son únicos, creativos u originales y que no
tienen nada nuevo para brindar al mundo.

¿Qué podemos hacer?

Desafiar la idea de que, si algo no es 100 % novedoso, entonces, no


tiene valor. ¿Qué implica hacer algo novedoso? ¿Qué es ser creativo
u original? Tal vez implique mezclar distintos condimentos, y la
mirada y la propia experiencia que cada uno puede aportar puede ser
diferente y original respecto de la que otros hagan. La definición de la
palabra “original” nos remite a que no es copia ni imitación, sino fruto
de una creación. Algo que se nos suele ocurrir a quienes diseñamos
capacitaciones es justamente esta idea de que muchas otras personas
están enseñando lo mismo. Cuando pensamos en “lo mismo”, estamos
haciendo una enorme simplificación, ya que, quizás nos referimos a la
temática de base (ejemplo: Síndrome del Impostor), pero luego cada
entrenador podrá aportar sus propios ejemplos y derivaciones, diseñar
los ejercicios en función de su diversa experiencia y formación, y
llevarlo a cabo con logísticas (espacio/tiempo) muy diferentes, por lo
que finalmente cada producto es único.
La ejecución importa. Aun cuando las ideas pueden ser similares o
casi las mismas en la mayoría de las ocasiones, cómo se lleva a cabo
esa idea es la que hace la diferencia, y eso es un aspecto para
recordar, especialmente a emprendedores. Hace unos años, yo
organizaba un ciclo de eventos mediante una franquicia. Es decir, a
nivel mundial, había una idea que se replicaba en más de 200 ciudades,
y yo lideraba la que se hacía en Buenos Aires. El evento era muy
diferente en cada lugar; la mayoría de estos se hacía en espacios íntimos
para entre 20 y 100 personas, mientras que el que organizaba yo era
para 600 personas e incluía actividades previas y posteriores a las del
diseño original. Al ser organizadores distintos e independientes en cada
ciudad, aun partiendo de una idea común, las experiencias eran
totalmente diferentes.
No existe un solo tipo de innovación. Si bien existen las innovaciones
radicales que rompen lo establecido, revolucionan y cambian lo
existente (nuevas tecnologías, nuevos productos o servicios). También
existen las innovaciones incrementales, es decir, modificaciones,
cambios en un sentido evolutivo que, si bien no cambian la esencia de
los ya existentes, mejoran, actualizan y permiten dar nuevos usos a lo
existente (por ejemplo, los teléfonos celulares que fueron integrando
nuevas funciones). Como se ve, el campo de la innovación es amplio y
considerar que solo se refiere a crear productos y servicios totalmente
disruptivos lo reduce a algo mínimo, y limita las posibilidades de quien
se siente un impostor. Por otra parte, crear algo original e innovador
puede requerir conocer distintos campos y meterse en estos y realizar
distintas innovaciones incrementales. Probablemente, quienes hayan
llegado a innovaciones disruptivas lo hayan hecho probando una y
otra vez, en lugar de dejar el juego por creer que, si no era
totalmente innovador, no había nada por hacer.

¿Qué frases mías puedo vincular a esta creencia?

¿Qué expectativas tengo sobre mí respecto de salirme fácil?

¿Qué comportamientos reconozco en mí?

¿Qué me propongo experimentar para generar un cambio?


7. ¡Debería esforzarme más!

Creencia: “Ser competente implica hacer esfuerzos extraordinarios”.

Expectativas sobre sí mismo: Ser abnegado/a o sacrificado/a para no


sentirse un fraude.

Valores que se vinculan con esta creencia y guían la acción: Sacrificio,


servicio, perseverancia.

Frases típicas: “Debería dar más de lo que me piden” • “Debería dar el


110% de mí” • “Lo que hago no es suficiente, debo esforzarme más” •
“Tampoco era tan complicado; de hecho, era muy fácil. Ni sé cómo me
pagaron por hacer eso”
Su concepto de competencia está dado por cómo se hacen las cosas (con
sacrificio). Si algo no requiere de esfuerzo propio, se siente como un fraude.
En reiteradas ocasiones, al preguntar en los cursos qué significa ser
competente, recibí respuestas como “Trabajar horas extras, quedarme fuera
de hora”, “Esforzarme el doble” y “esforzarme más que otros”. Es por ello
que empecé a explorar qué había detrás de estas afirmaciones, y descubrí
que, así como algunas personas se consideran un fraude al comprobar que
algo no les sale fácil y rápido, otras consideran que no están a la altura
porque no se han sacrificado lo suficiente.
“Ganarás el pan con el sudor de tu frente”, dicta el Génesis en la Biblia.
Esta frase ha sido repetida innumerables veces por nuestros antepasados y
aún resuena en nuestra mente.
“¡Qué madre sacrificada!” ha sido escuchado tantas veces como un
elogio y casi como un “deber ser”.
“Todo lo que vale la pena requiere de sacrificio” ha sido repetido hasta el
cansancio, impregnando en nosotros que, si no nos hemos esforzado, lo que
logramos no tiene ningún valor.
En países que han crecido gracias a la afluencia de inmigrantes que han
llegado sin más recursos más que su fuerza de trabajo, el valor del esfuerzo
extremo en el presente para lograr un buen porvenir y forjar un futuro mejor
para sus familias está más que arraigado.
Desde los cultos religiosos más antiguos, “el sacrificio implica siempre
una consagración […] es la esfera de intercambio entre lo humano y lo
divino”25; es decir, sublima cualquier acto. Desde esta mirada, el sacrificio
ha sido visto como una virtud y siempre lleva a dar un extra, es decir, a
hacer un esfuerzo extraordinario para darlo todo, sobre todo, aquello que
para nosotros es valioso (tiempo, dinero, familia, deseos, placer, etc.), hasta
incluso llegar al sufrimiento. El valor que le hemos asignado históricamente
al sacrificio hace que, muchos de nosotros creamos que, si no pagamos un
alto precio, no tenemos ningún mérito.
Para quien cree que debe “sacrificarse”, es probable que le cueste
ponerse límites a sí mismo, y más aún, poner límites a las demandas de
otras personas. Sacrificar algo valioso para sí, en función de una causa
mayor o de las necesidades de los demás, puede sentirse casi como un
deber, algo que, si no se hace, se está en falta, y la culpa empieza a jugar
su juego.
En algún punto, quienes tienen esta creencia, en su interior pueden
esperar que otros reconozcan sus grandes esfuerzos y “todo lo que dejan de
lado en pos de…”, y si esto no sucede, pueden sufrir grandes decepciones e
incluso decepcionarse de sí mismo, ya que “nada ha valido la pena”.
Si algo nos sale fácil, ya sea porque poseemos una habilidad innata para
hacerlo y/o la hemos desarrollado por los años de experiencia, podemos no
darle el suficiente valor. El creer que no nos sacrificamos lo suficiente
hace que hasta podamos sentir que estamos robando si cobramos por un
trabajo que no nos ha requerido demasiado esfuerzo.
En esta creencia impacta la dicotomía entre trabajo y diversión: si algo
nos resulta sencillo y placentero, entonces eso no puede contar como un
trabajo (algo que hacemos “en serio”) y, mucho menos, cobrar por eso. En
el libro Aprender a fluir, su autor afirma que “ese corte entre el trabajo que
es necesario, pero no placentero, y el juego, que es placentero pero inútil, ya
está establecido al final de la infancia”26. Bajo esta mirada, el disfrute
desvaloriza lo que hagamos: ¿cómo se nos va a ocurrir ponerles un precio
a actividades en las que fluimos y nos resulta placentero hacerlas? ¡Nos
sentiríamos un verdadero fraude!
Esta mentalidad se ha venido trasladando de generación en generación,
aunque a partir de la incorporación al mundo laboral de la generación Y
(Millenials, nacidos a partir de 1981), y más aún de la generación Z
(nacidos a partir de 1996), se generó un tiempo bisagra, ya que comenzó a
cambiar la asociación trabajo-sacrificio por una que vincula el trabajo con
un propósito y con el disfrute.

¿Qué podemos hacer?

Resignificar nuestra asociación entre trabajo y disfrute. Frases


como “No importa si te gusta o no, es trabajo, no pasarla bien” han
logrado que disociemos ambos conceptos y que, inconscientemente
asumamos que juntos no son compatibles. Por ende, no solo no
buscamos el disfrute en el ámbito laboral, sino que, cuando lo
obtenemos, nos sentimos un fraude, y no podemos contemplarlo como
algo profesional. Traer a la conciencia e integrar estos conceptos puede
ser una práctica del día a día: ¿para qué estoy haciendo el esfuerzo que
estoy haciendo (metas, objetivos)? ¿Cómo puedo lograr que mi día a
día laboral o de estudio sea más placentero? ¿En qué medida, disfrutar
de lo que hago puede incrementar la calidad de mi trabajo o de mi
estudio?
Reconsiderar la relación del esfuerzo realizado con el logro. El
sacrificio constante no necesariamente lleva a lograr un resultado de
excelencia, sino que, por el contrario, en el largo plazo puede incidir
tanto en nuestro agotamiento, en la desconexión con el propósito (para
qué nos estamos esforzando) y en una baja calidad de lo logrado. Cabe
preguntarse: ¿Se condice el nivel de esfuerzo con los resultados que
alcanzo? ¿Puedo obtener igual o mayor impacto con un menor
esfuerzo?
Disociar el concepto de “esfuerzo” de “sufrimiento” para
reconectarlo con el empeño necesario para lograr lo que deseamos y el
fluir: ¿Cuánto hay de dar lo mejor de mí por estar conectada con lo que
estoy realizando y cuánto está motorizado por el miedo a fracasar o a
lo que puedan decir las otras personas? Aun cuando me esté exigiendo
puedo pasar del esfuerzo que agobia (porque proviene de un deber ser
o del miedo ante el resultado) al esfuerzo guiado por estar
involucrados en lograr metas con las que estamos en sintonía. ¿Qué
estaríamos dispuestos a esforzarnos aun cuando no lográramos el
objetivo?
Detectar cuando la autoexigencia del sacrificio se ha vuelto no solo
un modo de vida, sino un fin en sí mismo. Eso nos permite
desconectar el piloto automático del esfuerzo para todas las
actividades, y elegir conscientemente cuándo y para qué vamos a
realizarlo. Dejamos de dedicar tiempo a vínculos que decimos que son
importantes para nosotros, y se lo dedicamos a horas extra en nuestro
trabajo por un posible ascenso que podría asegurar nuestro porvenir. O
sacrificamos nuestra carrera profesional por cumplir con demandas
familiares, aunque sentimos que preferiríamos no hacerlo. Al conectar
con nuestro interior, más allá de los mandatos, podremos indagar:
¿para qué estoy haciendo este sacrificio? ¿Qué deseos nos moviliza
profundamente y requieren un esfuerzo extraordinario de nuestra
parte? ¿Qué estamos sacrificando hoy, que no quisiéramos seguir
haciéndolo?
Conectar con el presente. Realizar sacrificios en el presente suele
vincularse con un beneficio posible en el futuro. Sin embargo, si
vivimos constantemente esforzándonos para el futuro y concebimos el
disfrute (es decir, gozar del fruto de lo que hacemos) como algo que
solo puede darse más adelante en el tiempo, es posible que sintamos
ansiedad y experimentemos la sensación de llevar una pesada carga
que solo podrá dejar de existir si obtenemos lo que deseamos.
Practicar la presencia plena (conectarnos con el aquí y ahora) nos
puede ayudar a disfrutar del proceso y vivir con un mayor equilibrio.
Tal como dice Eckhart Tolle en su libro El poder del ahora: “Cuando
usted actúa desde la conciencia del momento presente, cualquier cosa
que haga queda imbuida de un sentido de calidad, cuidado y amor,
incluso la acción más sencilla […]. Así que no se preocupe por el fruto
de sus acciones; simplemente, preste atención a la acción en sí misma.
El fruto vendrá por añadidura. Esa es una poderosa práctica
espiritual”27.
Estar atentos a las sensaciones de nuestro cuerpo nos puede ayudar
a detectar cuando estamos sobrepasando nuestros límites. ¿Cuántas
veces no nos hemos dado cuenta de la cantidad de horas que
llevábamos sin comer por querer cumplir con algo, hasta que nuestro
estómago nos empezó a llamar la atención? ¿O ignoramos la mala
postura que adoptamos con tal de terminar un trabajo, hasta que
nuestro cuello quedó sin poder girar o nuestra espalda empezó a
dolernos? El alto estándar en cuanto a sacrificio puede darnos indicios
en nuestra salud física, que muchas veces no los registramos hasta que
pasan a ser un “alerta roja” y, si no frenamos nosotros, es el mismo
cuerpo el que “nos frena”.
Poner límites en la aceptación de pedidos de otros, y ponernos límites
a nosotros mismos. Dado el valor que le asignamos al esfuerzo, puede
resultar habitual decir sí a las demandas sin medir las consecuencias
que eso tiene para nuestra calidad de vida.
Asignarle valor a la experiencia. El hecho de que algo sea sencillo de
ejecutar hoy puede haber sido fruto de dones naturales, pero también
de esfuerzos del pasado que muchas veces olvidamos.
Valverde Sanchez, S. (2002). Sobre el concepto de sacrificio en la historia de las religiones. Revista de estudios, Universidad
Costa Rica. N.o 16 (pág. 89).
Csikszentmihalyi, M. (2016). Aprender a Fluir. Editorial Kairos. Argentina.
Tolle, Eckhart. (2012). El poder del ahora. Editorial Grijalbo.
¿Qué frases mías puedo vincular a esta creencia?

¿Qué expectativas tengo sobre mí respecto de esforzarme más?

¿Qué comportamientos reconozco en mí?

¿Qué me propongo experimentar para generar un cambio?


Luego de haber reconocido las altas expectativas que estas siete creencias
incentivan en nosotros, vamos a detectar qué otros factores pueden
profundizar nuestra sensación de no estar a la altura de las circunstancias.
Capítulo 4

Los 7 factores que inciden en sentirnos un


fraude
No conozco un valor mayor que el necesario para mirar
dentro de uno mismo.
—OSHO

A sí como las creencias acerca nuestra competencia definen las altas


expectativas que tenemos de nosotros mismos, hay otros factores que
impactan fuertemente en nuestra sensación de no estar a la altura: las
comparaciones que hacemos con otras personas, desvalorizándonos; la
autoexigencia que agobia; el complicado vínculo que tenemos desde
pequeños con nuestros errores y fracasos; la atribución de nuestro éxito a
causas externas; la forma en la que nos hablamos a nosotros mismos; el
lugar que les damos a las opiniones de los demás y las trampas de nuestros
pensamientos. Vamos a recorrer cada una de estas que, combinadas,
¡pueden hacer un cóctel explosivo!

1. La comparación que nos desvaloriza


Hace tiempo, conocí el maravilloso mundo de sabiduría ancestral que
encierra el calendario maya Tzolkin. En la cosmovisión maya, existe una
conexión muy fuerte con la naturaleza (de hecho, somos parte de esta).
Descubrí una energía denominada semilla (Kan), que me llevó a reflexionar
sobre nuestro hábito de compararnos.
La semilla contiene la esencia e información necesarias para su
desarrollo; es decir, un mundo de posibilidades, ya que en aquella reside el
potencial de un ser único. Cada semilla tiene su propio tiempo para crecer.
Quizás debe estar un tiempo expandiéndose internamente, luego
comenzando a desarrollar sus raíces y, recién más tarde, comenzará a ver la
luz, aun cuando, para otras semillas este proceso pueda darse mucho más
lento (o más rápidamente). Es posible que ni ella misma tenga demasiado
claro qué vino a ser, cómo podrían verse su tallo, sus hojas y,
eventualmente, sus flores en un futuro. Lo irá descubriendo a medida que
los vaya desplegando.
Si la semilla es arrojada en un ámbito inhóspito para su desarrollo, puede
darse que, por mucho que lo intente, apenas logre tener un brote y, para
colmo, que este sea pisoteado. Entonces, cabe preguntarse: ¿es ese el
lugar propicio para la semilla o podría necesitar otras condiciones más
favorables para su crecimiento?
Si la semilla comienza a ver la luz y observa el resto de las plantas que
crecen cerca de ella, podrá observar que algunas son incipientes, pero que
otras ya tienen un gran tronco o están repletas de frutos. Si la semilla se ve
envuelta en la ansiedad por el futuro, posiblemente no podrá tomarse el
tiempo para conectar y reconocer qué es lo que habita hoy en esta,
descubrimiento que le permitiría conocerse y confiar en su proceso. El
solo hecho de comenzar a compararse hará que su foco esté en asemejarse
a alguna especie cercana en lugar de conocerse y respetarse a sí misma,
y respetar también su propio ritmo. Al hacerlo, intentará obtener frutos
cuando no tiene aún la suficiente fortaleza en sus ramas; o tal vez quiera
tener la altura del árbol que está cercano a esta, cuando sus raíces no están
lo suficientemente expandidas para sostenerlo, o incluso querrá dar flores
solo porque el rosal cercano las tiene, sin apreciar que en su interior se
encuentra todo lo necesario para desarrollarse como un árbol frondoso.
Detengámonos por un momento a reflexionar:
¿Qué sucedería si esa semilla, apenas comienza a crecer, mira a su
alrededor y se compara con semillas de otras especies, con especies que
ya llevan tiempo creciendo, con aquellas que están en lugares en las que
les ha dado más tiempo el sol o con aquellas que han recibido más
nutrientes?
Ahora imaginemos que esa semilla somos nosotros. Apenas comenzamos
a conocernos, ya nos están comparando con otros, y luego somos nosotros
mismos los que lo hacemos continuamente: “Tu hermano es más…”, “La
modelo que sale en la revista es más…”, “Mi compañera de curso es
más…”, “La persona que escuchaste hablar en un evento es más…”.
Otorgamos validez a las voces externas que nos comparan porque
encuentran eco en nuestro interior, en nuestro crítico interno que insiste en
decirnos lo pequeños que somos.

Si alguien aspira a ser desgraciado, lo único que tiene que


hacer es compararse con los demás.
—Dan Greenburg

La comparación nos hace sentir pequeños, inadecuados, imperfectos.


En una época de auge de redes sociales como la que vivimos, todo el
tiempo estamos viendo vidas aparentemente perfectas, momentos alegres,
pieles inmaculadas, logros casi sin ningún esfuerzo, y nos comparamos
con esos estándares que al fin y al cabo son poco reales. ¿Cuántas fotos
de enojos y tristezas aparecen allí? Ninguna.
¿Cuántas fotos donde se nota una arruguita o una ojera se publican?
Ninguna.
¿Quién ha visto la lista de rechazos y frustraciones detrás de ese logro?
Nadie.
Solo se ven resultados que rozan el ideal de perfección, pero no el
proceso de cambio y crecimiento.
Es por eso que necesitamos reconocer de qué manera nos comparamos
con otros, cómo funciona la comparación en cada uno de nosotros, y el
efecto que genera en nuestra vida. Comparto a continuación tres
mecanismos que he detectado:

Comparación como freno


Pongo el foco en lo que creo que me falta respecto de otros, en la carencia, en lo que debería
ser en la vida y no soy. Suele dar gran valor a otros y descalificarse totalmente uno mismo.
Alimento el “Yo no soy suficiente” como herramienta de descalificación.
Produce sufrimiento, celos, envidia.
Comparación como fuente de gratitud
Me comparo con quien fui para valorar mi evolución. También con quien no tiene lo que yo
tengo o no alcanzó lo que yo logré, no para generar culpa, sino para darle valor a lo que sí hay,
poniéndolo en perspectiva.
Valorizo aquello que sí tengo o quién soy.
Inspira aprecio, agradecimiento.
Comparación como aspiracional
Miro a otro para aprender de esa persona, inspirarme, tenerla en mi radar como guía o modelo.
Me impulsa a evolucionar.
Genera curiosidad, entusiasmo.

Seguramente, la comparación como freno es la que utilizamos más a


menudo y la que genera la sensación de que somos impostores, ya que
vemos, en los demás, habilidades y fortalezas que creemos que no
tenemos. A pesar de esto, cuando somos capaces de distinguir este
mecanismo, estamos listos para generar aquellos cambios (desde el
lenguaje), que nos sean útiles para tomar esa brecha como aspiracional y
para evolucionar hacia la gratitud, y así percibirnos de una forma diferente.
¿Por qué el otro puede, y yo no? Esta puede ser una pregunta cargada de
enojo y frustración. Sin embargo, también podría ser formulada con
curiosidad para inspirarme y tratar de entender cómo hizo esa persona; es
decir, lo que necesito es cambiar la intencionalidad de la comparación En
ese caso, es conveniente utilizar dos palabras que para mí son mágicas
porque nos recuerdan que estamos en medio de un proceso: todavía o aún28
¿Por qué la otra persona puede, y yo aún no? ¿Qué podría aprender de ella?
De esta forma, expresiones tan habituales del tipo “Yo no hablo tan bien
como…” podrían dejar de ser frustrantes para convertirse en una
posibilidad si la transformamos en “Yo no hablo tan bien aún: ¿Qué podría
hacer para mejorar?”.
Otra técnica consiste en incorporar, a la comparación (en la que solo
menciono lo que no me sale o de lo que carezco), lo que sí sé o poseo: “Yo
no suelo hablar con tanta claridad, aunque sí sé que logro expresarme bien
en lo escrito”.

Desafiando las comparaciones desde el lenguaje


¿Cómo podemos rápidamente darnos cuenta de que nos estamos
comparando? Fácilmente, observando lo que nos decimos internamente, o
decimos de nosotros mismos a otros.
En algunas ocasiones hacemos una comparación explícita: “No sé tanto
como Julia”. Otras veces la comparación es más difusa y necesitamos
afinar nuestra escucha interna para darnos cuenta de que estamos cotejando
nuestra capacidad con la de alguien más: “No soy tan inteligente” o “Soy el
peor”. En estos casos, ni siquiera nos queda claro cuál es nuestro punto
de referencia.
No es lo mismo decir: “Yo no soy tan inteligente”, “Yo no soy tan
inteligente como el mejor de mi clase” o “Yo no soy tan inteligente como
debería serlo de acuerdo con lo que espera mi familia”. Estas últimas frases
nos brindan mucha más información para trabajar en nosotros mismos que
la primera. Si omitimos con qué persona o grupo nos estamos
comparando o contra qué expectativa lo estamos haciendo, podemos
formular preguntas que faciliten que emerja la información que está oculta:
¿como quién?, o ¿cómo debería serlo?, ¿de acuerdo con qué parámetro?
El hecho es que en nuestra mente ocurren distintos mecanismos mediante
los cuales suprimimos, distorsionamos y generalizamos información29 y, a
través del lenguaje, aparece solo un recorte de lo que fue la experiencia
original. No es lo mismo decir: “Soy el que sacó la peor nota de mi curso
en literatura” que decir: “Soy el peor”. Posiblemente pasemos casi de
manera inconsciente de la primera comparación a la segunda, y nos
quedemos allí repitiendo la última (repitiéndola) una y otra vez. No
tardaremos demasiado en que un hecho o comportamiento determinados
terminen siendo parte de nuestra identidad (¡soy!), independientemente
de la situación en la que nos encontremos, sin que haya sustento para
esto. Profundizaremos sobre esto en el apartado acerca de cómo nos
hablamos a nosotros mismos.
Para retomar el poder sobre las comparaciones que hacemos casi en
forma automática, podemos preguntarnos:
¿Comparado con quién o con qué?
¿En qué ámbito o situaciones hago esta comparación?
Algo no menor es comprender el papel de las “nominalizaciones” en las
comparaciones que hacemos. Desde el punto de vista gramatical, estas
palabras provienen de verbos que describen un proceso (por ejemplo,
liderar), pero que se han cristalizado en sustantivos abstractos (por
ejemplo, liderazgo). Dado que no son tangibles (no se pueden tocar, oler,
ver), cada uno de nosotros tiene su propia definición de estas palabras,
así como experiencias asociadas. Entonces, cuando hablamos de liderazgo,
compromiso, motivación, respeto, educación, creatividad, estamos hablando
de conceptos que asumimos que todos los entendemos por igual, pero cada
uno tiene su percepción particular y, probablemente, ni siquiera nosotros
somos conscientes de nuestra propia definición de cada palabra.
Entonces, ¿cómo es o qué significa…………. (por ejemplo, el liderazgo)
para mí?
Podemos decirnos: “No soy tan líder como……; se equivocaron al
elegirme”. Y asumimos eso como una verdad. Sin embargo (más allá de que
no solemos reconocer nuestras virtudes), no estamos percibiendo que para
otras personas el liderazgo puede significar algo diferente.
A veces nos comparamos mediante generalizaciones: “todos”,
“siempre” y “nunca”: “todos saben más que yo”. Y no solo se refieren al
presente o al pasado, sino que pueden extenderse como una sentencia
fatalista hacia el futuro: “Yo nunca voy a hablar así”.
Cuando usamos generalizaciones, podemos preguntarnos si existen
excepciones:

¿Quiénes son todos? ¿Estoy pensando en alguien o en algunas


personas específicamente? ¿No hay ni una sola persona que pueda no
estar incluida?
Cada vez que digo siempre o nunca, ¿es posible que, aunque sea
alguna vez no haya sido así?, ¿o que exista la posibilidad a futuro de
que no lo sea?

Lograr completar la frase comparativa con mayor especificidad aporta


claridad acerca de nuestras referencias y estándares que operan desde el
inconsciente. Nos permitirá visualizar si esos estándares aún son
funcionales a la vida que deseamos o si pertenecen a otra época, a otras
personas, o incluso a fantasías y que, al haber quedado ocultos, funcionan
como fuente de frustración y de un sentimiento de insuficiencia.

La frustración de quedarse a medio camino por no ser como los otros


será una tensión constante que solo puede comenzar a resolverse a
partir de mirarse uno mismo.

Dweck, C. S. (2006). Mindset: The new psychology of success. Random House. New York.
Bandler, R & Grinder, J. (2004). La estructura de la magia I: Lenguaje y terapia. Editorial Cuatro Vientos, Santiago de Chile.
¿Qué situaciones puedo identificar en las que realicé distintos tipos de comparaciones?

¿Cuál es mi mecanismo de comparación más habitual?

Elige una situación en la que, a partir de la comparación, te sentiste un fraude:

¿Con quién o con qué me comparo?

¿Cómo me veo yo en esa comparación? Describite lo más detalladamente posible.

¿Cómo veo al/los otro/s? ¿Quiénes son? ¿Cómo son?

¿Para qué me está sirviendo esa comparación?

Ahora observo que…


2. La exigencia que nos agobia
La exigencia tiene en claro que hay que lograr el objetivo, obtener el
resultado como sea. Eso es lo primero y lo más importante. Aun cuando eso
implique no dormir, pasar horas sin levantarnos de una silla, aunque nos
duela todo y ni siquiera permitirnos parar treinta minutos a comer algo.
Como si fuéramos una máquina que puede hacer y hacer a un ritmo
sostenido y sin parar hasta que lo logremos. Como si alcanzara que una
parte de nosotros se haya propuesto lograr algo para exigirnos, sin importar
el costo que tanta demanda pueda conllevar, y sin hacer lugar a cuando
nuestro cuerpo nos dice: “No doy más”. ¿Cuántos de nosotros hemos
pasado por situaciones en las que el cuerpo frenó nuestra exigencia con
algún dolor o dificultad que ya no pudimos dejar pasar?
Claro que es posible que, en el corto plazo, la exigencia nos lleve a
alcanzar el resultado que deseábamos, y por eso tiene, en parte, buena
prensa. Tantas veces me escuché con orgullo decir: “Yo soy exigente
conmigo”, incluso estudiando hasta las cuatro de la mañana, sabiendo que a
las siete me tenía que levantar nuevamente para ir a trabajar y a la facultad,
sin registrar plenamente el agobio físico y mental al que esa forma de
transitar la vida me estaba conduciendo, y sin percibir cómo, a medida que
mi rendimiento y mi bienestar eran cada vez más bajos, mi exigencia
aumentaba intentando compensarlo: “¿Cómo vas a tener sueño ahora?
¡Hay que seguir!”.
Bajo el paradigma de la exigencia, parece inaceptable decir “no”; solo
queda agachar la cabeza y seguir hasta conseguir lo deseado. Y, cuando
hablamos de autoexigencia, no nos damos permiso a nosotros mismos para
decirnos no o basta o, sencillamente, “No puedo más, necesito parar”.
¿Cómo no fuiste capaz de darte cuenta de ese error? ¡Cualquiera lo
hubiera hecho! ¡No servís para nada!
Para quienes se encuentran bajo el fenómeno de sentirse un impostor, las
expectativas son altas, y pueden transformarse en un fin en sí mismas:
“Más allá de lo que desee hacer, si no va a ser perfecto, ni lo intento”, y la
propia exigencia demanda alcanzarlas a cualquier costo. Sin embargo,
el resultado puede ser adverso. Tal vez aparezca la ansiedad y el miedo por
la posibilidad de no alcanzar la meta en lugar de disfrutar de la satisfacción
del camino recorrido.
Ahora bien, pasar del paradigma de la exigencia al paradigma de la
excelencia implica hacer aquello que nos es posible, de la mejor forma y
con los recursos que tenemos. Requiere poner el foco en el proceso y en
el cuidado de quienes están involucrados, es decir, ¡incluso de nosotros
mismos!
Implica llevar a cabo la tarea con dedicación y hasta con disfrute
(¿quién puede pensar en disfrutar en el paradigma de la exigencia?), pero
sin maltratar(nos) y sufrir el desgaste y agotamiento de la exigencia.
Implica buscar continuamente la mejora, aceptando que los errores
que tuvimos pueden ayudarnos a avanzar, en lugar de castigarnos con
estos.
¿Qué frases que me digo refuerzan mi autoexigencia?

¿Cómo interactúa la exigencia con mi sensación de sentirme un fraude?

¿Qué le diría al “yo exigente” que hay en mí?


3. La forma en la que hablamos de nosotros mismos
En la escuela, no la pasaba bien cuando tenía las clases de la materia
Educación Física. Creo que el hecho de que en mi casa siempre se dijera:
“Lo importante es estudiar” hacía que, además, tuviera muy poco interés en
ella. Tanto era así que aprobaba como podía y, cada vez que en el
entrenamiento de básquet mis compañeras me tiraban la pelota, yo solo
pensaba en el papelón que iba a hacer. Y, por supuesto, cuando la profesora
preguntaba quiénes querían jugar, yo siempre optaba por estar en el banco.
Y no solo eso: si hubiera habido forma de escaparme, lo habría hecho. Me
sentía muy torpe y, de alguna manera, la idea de que yo era un caso perdido
para el deporte se había formado en mi mente. Así transcurrieron años de
hacer solo lo justo y necesario para aprobar. Con el correr del tiempo,
aumenté varios kilos, y decidí entonces ir a la nutricionista. Ella me dijo
que, si quería volver a mi peso habitual, no tenía opción: debía hacer
gimnasia. Sin demasiadas expectativas, comencé a ir a un gimnasio con un
pensamiento recurrente: “Yo no sirvo para esto”. Al comienzo no estaba
motivada, y me desanimaba. Sin embargo, la profesora de clases aeróbicas
insistía en que mejorar el ritmo y la coordinación era solo cuestión de
práctica… ¡Y así fue! Con los años me animé, y pasó algo similar al asistir
a clases de salsa y de rock con mis amigos. En las primeras clases, no podía
coordinar un paso… pero, luego de haber ido jueves tras jueves, transitando
la frustración, al año estaba realizando coreografías avanzadas.
En ocasiones, ante un determinado comportamiento del cual nos
arrepentimos o un resultado no deseado, o incluso ante una habilidad de la
que detectamos que no tenemos desarrollada, generamos en nuestra
mente etiquetas que pueden ser tanto posibilitadoras como limitantes.

Tanto si crees que puedes como si crees que no puedes, estás


en lo cierto.
—Henry Ford

Lo que originalmente es temporal y acotado a un determinado


ámbito pasa a inundar nuestra vida y a modificar la forma en la que
nos percibimos a nosotros mismos, a lo que creemos que podemos hacer
y lo que no. En definitiva, lo adherimos a nuestra identidad y pasa a ser
parte de nuestro Ser.
Veamos cómo funciona este mecanismo30:

Si identificamos una etiqueta que nos limita, siempre podemos indagar en


el sentido inverso. Por ejemplo, si nos sentimos un fraude por haber hecho
un trabajo perfecto, podemos hacer el ejercicio de reemplazar la etiqueta
que nos decimos automáticamente (“Soy…”) por el hecho, es decir, lo que
ocurrió concretamente.
Eventualmente, si consideramos que se debió a una falta de capacidad,
podemos incorporar a nuestra frase la palabra aún o todavía, para recuperar
la idea de que siempre podemos aprender y mejorar si nos lo proponemos,
comprendiendo que la vida es un proceso: “De ese tema aún no sé”.
Las mismas etiquetas que pueden limitarnos pueden sentirse
también como un refugio para no desafiarnos, lo cual se convierte en
una trampa: “Y bueno… soy así”. Si yo declaro que soy de determinada
forma, entonces es probable que ni siquiera intente salir de ese lugar
cómodo y conocido. Si quiero armar un negocio propio, pero toda la vida
me dije: “No sos emprendedora”, es probable que, al continuar
diciéndomelo, me convenza y me alivie por no exponerme a una
experiencia que implique desafiar la imagen interna que tengo de mí.
Animarme a experimentar algo distinto implicaría reconocer que no es una
verdad absoluta, sino solo una creencia que he tomado como propia y, como
tal, puedo desafiarla, con el riesgo de encontrarme así ante la posibilidad de
un mundo desconocido.
A lo largo de nuestra vida, hemos ido construyendo algunas de estas
etiquetas; las otras las hemos escuchado, y asumido como propias. Es
posible que, en su pasado, algunas personas que hoy se sienten impostoras
hayan escuchado que a hermanos, compañeros, les decían que eran
“inteligentes”, “perfectos” o “creativos”, pero a ellas no. Por ende, indirecta
o indirectamente, fueron recibiendo las etiquetas contrarias. Si aun
esforzándose u obteniendo buenos resultados, no recibieron reconocimiento
por ello y la etiqueta no cambiaba, eso pudo llevarlas a dudar de sus
capacidades, y creer que sus logros no tenían que ver con ellas mismas.
A la inversa, también puede ser que quienes escuchaban esas etiquetas
que parecían habilitadoras sobre sí mismos hayan construido una duda
sobre ellos mismos en los momentos en que se encontraron en
dificultades o no lograron lo que creían que se esperaba de ellos.
“¡Finalmente, no era tan inteligente como creían!”.
Quienes se sienten impostores, por su alto nivel de exigencia y por tener
dificultades para reconocer su participación en sus logros, suelen tener
mucho más presentes en su mente aquellas etiquetas que se generan a partir
de sus errores y fracasos que a partir de sus éxitos… Rara vez escucho
decir: “Soy brillante” o “Soy inteligente”, pero las etiquetas lapidarias
aparecen todo el tiempo.
Si un proyecto no funcionó, si una decisión no fue acertada, o si no
hemos sido elegidos para un trabajo, eso no nos convierte en personas
fracasadas ni somos un fracaso. El ser humano es mucho más grande que
ese proyecto, que esa decisión o que ese trabajo que no se dio. Identificar
que lo ocurrido no nos define como personas es clave para que esa
etiqueta no dirija nuestra vida de allí en adelante.
O´ Connor, J.; Seymour, J. (1995). Introducción a la PNL. Urano. España.
¿Cuáles son las etiquetas que me coloco a mí mismo/a y me hacen sentir un fraude?

¿Qué etiquetas me pongo a raíz de mis logros?

¿Qué etiquetas me pongo a partir de mis errores?


4. El lugar que damos a las (posibles) opiniones de otros
Quienes experimentan la sensación de sentirse un fraude suelen
minimizar o rechazar los elogios y comentarios positivos que reciben.
Pareciera que están esperando una palabra descalificadora para confirmar su
propio pensamiento. Por eso, cuando reciben alguna opinión negativa,
suelen tomarla muy en serio, incluso amplificándola, reforzando la
creencia de que no son lo suficientemente aptos. Sin embargo, debemos
tener en cuenta que las opiniones y comentarios de los demás son solo eso:
opiniones.
Esto comentarios no son la verdad absoluta, sino solo una mirada parcial
y subjetiva sobre nosotros o sobre nuestro desempeño, de personas que a
veces son importantes en nuestra vida, y de otras que casi no conocemos.
En otras ocasiones nos guiamos por lo que creemos que el otro va a
opinar (lectura de mente); es decir, por una posible opinión de otra
persona que ni siquiera la emitió, sino que solo apareció en nuestra
mente. En todos estos casos, le otorgamos un valor de verdad a lo que
dicen o podrían decir los demás de nosotros, y dejamos de escucharnos
a nosotros mismos.
Damos espacio a esas voces externas porque conectan con la
invalidación que hacemos de nosotros internamente.
En lugar de darle espacio a nuestro yo más esencial y a esa voz que
intenta recordarnos nuestra esencia, cuando escuchamos opiniones de
otros, le subimos el volumen a nuestro crítico interno que nos pregunta:
“¿Quién te creés que sos para ser alguien distinto a los demás?
Paradójicamente, no nos cuestionamos:
¿Quién te creés que sos para desperdiciar la oportunidad de ser la
persona tan única que viniste a ser?
¿A quién le estamos dando poder en nuestra vida?

¿Cuántas veces dejamos de hacer o decir lo que deseamos, por miedo a lo que puedan
opinar otras personas? ¿En qué ocasiones?

¿Para qué nos sirve dar tanto poder a otros sobre nuestra vida?
5. La relación (complicada) que tenemos con nuestros errores y
fracasos
Cuando somos pequeños y aprendemos a caminar o andar en bicicleta,
todos los intentos son celebrados, ya que sabemos que transitar esa
experiencia de caerse y levantarse es la que nos llevará a donde deseamos
ir, y eso requiere tiempo y perseverancia. Sin embargo, a medida que vamos
creciendo, la idea de que es necesario transitar los procesos parece
esfumarse.
Vivimos en una sociedad exitista, marcada por una mirada binaria de
éxito-fracaso, donde los términos medios, los grises, parecen no tener
lugar, y los procesos de aprendizaje, desde lo discursivo, aceptan las
fallas pero, en la práctica, no hay espacio para estas. Tanto es así que,
para muchos de nosotros (sobre todo para quienes tienen un marcado
aspecto perfeccionista), salir segundos en una competencia se toma casi
como haber perdido, en lugar de ser visto como algo para valorar.
¿Qué sucede en nosotros cuando nuestro foco está puesto únicamente en
el resultado?

Aumenta el miedo a fracasar, ya que, ante la posibilidad de todo-nada,


parece más beneficioso no exponernos y ni siquiera intentarlo.
Invisibilizamos todo el recorrido transitado y la posibilidad de
capitalizar los aprendizajes; si no lo logramos, ¡todo fue un desastre!
Olvidamos que, en el lograr los resultados que deseamos, pueden
intervenir factores externos (la persona que nos tiene que seleccionar
para un trabajo, el cliente que elige un proveedor con un estilo distinto
al nuestro, etc.) que no podemos controlar.

“Hace unos años, estaba a cargo de un equipo de 400 personas.


Inesperadamente (al menos para mí), quien había sido mi líder me
ofreció coliderar un área. En ese momento, me pregunté: ‘¿Estará
seguro? ¿Será que me eligió porque no tenía otra opción?’. Con esa
duda en mente, acepté el desafío y encaré el primer proyecto. ¡Fue
un fracaso terrible! No solo no logré sacarlo en el momento
adecuado, sino que se dilataba y no estaba claro el motivo. Eso me
hizo afianzar la idea de que yo no era la persona adecuada —
recuerda Delly Gasca Trujillo, Ingeniera en Sistemas y Directora del
área de Proyectos y Agilidad de una Compañía global de tecnología
—. Sentía que estaba engañando a todos, porque, de hecho, yo era la
misma persona que antes del nombramiento, pero sentía que las
personas asumían que yo sabía más, como si con el ascenso se me
hubieran sumado años de experiencia. Me preguntaban cosas para
las que no tenía respuestas. Cada vez más, yo me decía que no era la
persona que tenía que estar en ese lugar. Pensé que mi rol iba a
terminar ahí. Sin embargo, después de haber padecido muchos
malos momentos, logré entender lo que había sucedido y fue un
aprendizaje muy grande. Pude encarar proyectos que mostraron un
gran crecimiento de mi parte. La confianza de mi líder y la de mi
equipo me ayudaron a creer que podía generar resultados. Ellos
creyeron en mí; entendieron que estaba creciendo y entendieron cuál
era mi rol. Yo siento que el mismo sentimiento de fraude tuvo
mucho que ver con haber fallado en ese inicio. Me autosaboteé”.

Para quien se siente un fraude, la posibilidad de fracasar es la


confirmación de que estaba engañando a todos, por lo cual intenta evitarlo a
toda costa. Cuando pasamos a creer que los fallados somos nosotros, solo
nos queda refugiarnos en la vergüenza y escondernos por temor a que nos
vean como somos realmente: un fracaso. Entre nuestras creencias, suele
esconderse aquella de que “Si fuéramos lo suficientemente capaces, o
profesionales o buenos padres o…, no deberíamos equivocarnos nunca”. Y,
por ende, si lo hacemos, es que hay algo que no está bien en nosotros, y ni
siquiera podremos perdonarnos por lo sucedido. Hacer depender nuestro
valor personal de los resultados que obtenemos (sin valorar el proceso)
nos deja casi sin posibilidades de conectar con nuestra valía personal y
de capitalizar esa experiencia.
De lo único que podemos hacernos totalmente responsables es de dejar
todo en la cancha, hacer todo lo que creemos necesario para que suceda eso
que deseamos, actuando de acuerdo con nuestros valores.
Solo así, aunque aún no hayamos conseguido lo que deseábamos,
podremos estar en paz con nosotros porque hicimos nuestro mejor intento.
Solo así podremos mirar con amabilidad el camino, observando las luces
y sombras que ha tenido, y preguntándonos: “¿Qué podemos aprender de
esta experiencia?”. Pero no con ánimo de castigarnos, sino con la
curiosidad de saber cómo podremos capitalizarla para seguir creciendo.
¿Cuál es mi lectura de la situación cuando algo no sale como esperaba?

¿Cómo impactan mis fallas y errores del pasado en sentirme hoy un fraude?

¿Qué significa fracasar para mí? ¿Cómo podría definirlo?


6. Las causas a las que atribuimos nuestros éxitos
Cada vez que logramos un objetivo o fallamos en el intento, explícita o
implícitamente, atribuimos ese resultado a alguna causa. Esto se denomina
“Teoría de la atribución causal”31 y es una de las piezas fundamentales para
comprender por qué quienes experimentamos la sensación de ser un fraude
no podemos reconocer nuestra participación en lo que hemos logrado.
Si lo que diferencia a quien se siente un impostor de quien no se siente
así es cómo interpreta las situaciones y cómo piensa acerca de sí mismo, el
hecho de reconocer que las causas de nuestro éxito pueden radicar en
nuestro interior haría que tengamos mayor sensación de control y
dejemos de sentir que no estamos a la altura de las circunstancias. Sin
embargo, la atribución que hacemos al experimentar este síndrome suele ser
diferente:

Nuestros éxitos los vinculamos generalmente con causas ajenas a


nosotros (la dificultad o facilidad de la tarea, el azar, la intervención o
el error de otras personas, Dios, etc.).
Nuestros fracasos los conectamos con causas internas (la capacidad
o habilidad —o falta de—, el esfuerzo —o no haber hecho el suficiente
—, la intención/motivación, el estado de ánimo, las actitudes, etc).

La conexión que hacemos impacta directamente en nuestra


emocionalidad: cuando atribuimos nuestros éxitos a factores externos, nos
privamos de experimentar el orgullo que deviene de sentirnos suficientes,
aunque sí experimentamos vergüenza ante nuestros fracasos, ya que
consideramos que esa falla provino de nuestras carencias.
Las mismas causas que (creemos que) originan nuestros éxitos o fracasos
podemos clasificarlas también como estables o inestables, según la
posibilidad de que se mantengan relativamente constantes en el tiempo (por
ejemplo, capacidad, dificultad de una tarea, etc.) o que puedan cambiar
sustancialmente (por ejemplo, esfuerzo, suerte).
De acuerdo con las atribuciones de estabilidad que hagamos, podrán
cambiar o no las expectativas para nuestro futuro:
Si lo asignamos a causas estables (por ejemplo, capacidad o dificultad
de la tarea), creemos que los resultados se repetirán hacia adelante. En
el caso de los éxitos, nos permitirán tener seguridad y tranquilidad
pero, en el caso de los fracasos, la motivación puede disminuir por la
desesperación que nos genera el no creer que tenemos posibilidades de
revertirlo.
Si lo asignamos a causas inestables (por ejemplo, esfuerzo o suerte),
cualquiera sea el resultado, creemos que en el futuro puede no
repetirse. En el caso de los éxitos, puede derivar en la inseguridad de
no mantenerlo; en el caso de los fracasos, puede brindar la esperanza
de que la próxima sea diferente.

Combinando ambas variables, quien experimenta la sensación de sentirse


un fraude parece atribuir mayormente sus resultados exitosos a causas
externas y variables (el azar, la ayuda de otras personas, etc.). Por eso, no
solo no puede tomar el crédito por ellos, sino que continuamente está la
duda de si podrán mantener ese rendimiento. En menor medida, los
asignan a causas externas y estables (facilidad de la actividad, etc.).
En los casos en que se observan atribuciones a causas internas, nunca es
a una estable (capacidad) sino a variables (esfuerzo, estado de ánimo), lo
cual suele generar la inseguridad de mantenerlo a futuro. Sumado a eso,
para quienes tienen la creencia de que debería salirles fácil, el hecho de
haberse tenido que esforzar no lo hace contar como logro.
La combinación de atribuciones que hace quien se siente un impostor es
la receta perfecta para creer que estamos ocupando un lugar equivocado y
engañando a quienes confían en nosotros.
Heider, F. (1958). The Psychology of Interpersonal Relations. Lea. Lawrence Erlbaum Associates, Publishers Hillsdale. New
Jersey.
Escribí siete logros y siete situaciones en las que considerás que no obtuviste los
resultados esperados.

Escribí las causas a las que les asignaste dicho resultado (puede ser a modo de frase,
como en los cuadros).

¿A qué se las asigné mayormente en cada caso?


7. Las trampas de nuestra mente
Las distorsiones cognitivas son formas equívocas que tenemos de
procesar la información, es decir, de darle sentido e interpretar lo que
sucede.
Algunas de las distorsiones más comunes que pueden alimentar el
Síndrome del Impostor son las siguientes:

Pensamiento dicotómico o polarizado

Evaluamos la realidad desde una mirada todo o nada32, blanco o negro,


bueno o malo, sin lograr identificar los matices y términos medios. Al
hacerlo, nos rigidizamos y dejamos de ver posibilidades, ya que los
extremos se convierten en certezas que no dan lugar a dudas, ni permiten
dar valor a lo realizado. Por ejemplo:
“No aprobaron el proyecto que presentamos, ¡un desastre todo lo que
hicimos!”.
“Si no gano el primer premio, soy un fracaso, ¡prefiero no intentarlo!”.

¿Qué otras opciones posibles hay? ¿Cuáles serían las alternativas
intermedias?

Magnificación/ Minimización

Si miráramos la situación con un par de lentes, diríamos que utilizamos


uno con mucho aumento para evaluar algunos casos, y nos alejamos para
evaluar otros. De esta forma:

Sobredimensionamos nuestros errores o lo que juzgamos como
negativo de una situación.

Restamos importancia a nuestros logros y situaciones que podríamos
evaluar como favorables.

Esta combinación de minimizar lo positivo y magnificar lo negativo nos


lleva a obtener un balance de nosotros mismos, en el que siempre estamos
en falta. Por ejemplo:
“Que la letra de mi presentación sea pequeña lo arruinó todo”.
“Las personas aplaudieron, pero eso no significa nada”.

Poniendo la situación en perspectiva, si eso le sucediera a otra
persona, ¿qué le dirías?

Descalificar lo positivo

David Burns (psiquiatra estadounidense) llama a esta conducta “alquimia


al revés”33 y cuenta que, así como los alquimistas medievales buscaban
métodos para transmutar metales en oro, cuando se pone en juego esta
distorsión, hacemos exactamente lo contrario. Hacemos todo lo posible por
transformar algo valioso en algo que no vale nada, y pareciera que
deseamos confirmar la hipótesis de que “no tenemos mérito en ello”, “no
somos suficiente” o “somos de segunda”.
Sucede con frecuencia cuando nos elogian y rápidamente descalificamos
ese comentario positivo pensando que solo lo hacen porque son amables y
que, en verdad, nuestro trabajo no era gran cosa. Por ejemplo:
“No creo que el trabajo que hice haya sido tan impresionante: solo me
felicitaron para que no me desmotive”.

¿Qué hipótesis podría encontrar que refuerce lo positivo en lugar de
descalificarlo?

Adivinación del pensamiento o lectura de mente

Suponemos lo que otros están pensando (negativamente), sin tener


evidencia.
“Seguro, ellos creen que yo no tengo nada que hacer en esta reunión”.

¿Qué otras cosas podrían estar pensando?

Adivinación del futuro


Suponemos lo que ocurrirá en el futuro (negativamente), sin tener
evidencia.
“Apenas me escuchen, van a darse cuenta de que no sirvo para esto.
Mejor, ni lo intento”.

¿Qué otras cosas podrían suceder? ¿Qué otras posibilidades puedo
imaginar?

Dado que todas estas distorsiones alimentan nuestra sensación de


impostores, poder reconocer cuando estamos vivenciando alguna de estas
facilitará la catarata de pensamientos negativos.
Burns, D. (1995). Sentirse bien. Editorial Altaya. España.
Ídem 4.
Capítulo 5

Las 3 emociones impostoras


Uno es verdaderamente libre cuando deja de sentir
vergüenza de sí mismo.
—FRIEDRICH NIETZCHE

V ivimos en una época en que ciertas emociones tienen buena prensa,


pero parece que hay otras que es preferible ocultar y hacer como si no
las sintiéramos. Sin embargo, todas forman parte de nuestra vida y
particularmente algunas, como el miedo, la vergüenza y la culpa, están
íntimamente relacionadas con la sensación de “no estar a la altura”.
Las emociones son predisposiciones para la acción, por lo que —como
vimos en el capítulo “El secreto mundo de nuestro crítico interior”—,
cuando nos encontramos en una determinada emoción, algunas acciones
estarán disponibles para nosotros, y otras no. Cada emoción tiene un
mensaje y una señal para nosotros Comprenderlas nos permite descubrir lo
que estaba oculto en nuestro interior, y así poder tener una relación más
saludable con nosotros mismos.

1. ¡No le tengas miedo al miedo!


“No hay que tener miedo”, solemos escuchar frecuentemente. Sin
embargo, el miedo, tan presente en la persona que se siente una impostora
es, ante todo, una emoción que nos ha ayudado a preservar nuestra vida
durante miles de años. Y lo sigue haciendo, por lo cual es completamente
natural sentirlo.

Aprendí que el coraje no era la ausencia de miedo, sino el


triunfo sobre él. El valiente no es quien no siente miedo,
sino aquel que conquista ese miedo.
—Nelson Mandela

El miedo en sí mismo no es un problema. Es importante tomarlo como


si fuera una señal que se enciende en el tablero de un auto y nos indica ese
algo que necesitamos comprender.
Convertir el miedo en un problema y en un tema del cual no podemos
hablar solo agrava la situación. Negar que sentimos miedo o avergonzarnos
por ello dificulta aún más identificar qué nos está pasando. Expresiones
tales como “Si tenés miedo, sos un cobarde” o “El miedo es un signo de
debilidad” hacen que ignoremos y descalifiquemos nuestra emoción en
lugar de aceptarla, escucharla y, en función de eso, generar acciones que
nos permitan trabajar en lo que hay detrás.

Reconocer el miedo y aceptarlo es el primer paso que nos permitirá


escucharlo atentamente. Descalificarlo es como matar al mensajero.
Nada va a mejorar.

¿De qué nos habla el miedo?


Esta emoción nos indica que creemos que hay algo valioso para
nosotros en juego (imagen, dinero, etc.) y que podemos perderlo34.
Sumado a esto, percibimos que no contamos con los recursos necesarios
para afrontar la situación. Es decir, la situación en sí no es una amenaza,
sino que es nuestra percepción la que la convierte en peligrosa e
intimidante (lo cual es completamente diferente).

Si nos ofrecen un ascenso y creemos que no hemos hecho lo suficiente


para estar en esa posición (“Debería saber todo antes de aceptar un
ascenso”), es probable que el miedo nos paralice y no lo aceptemos. Si lo
aceptamos, nos sentiremos un completo fraude, con miedo a que nos
descubran, aun cuando otros, al revisar nuestro currículum y conocer
nuestra experiencia, consideren que no hay nadie más apropiado. Por el
contrario, si nosotros mismos interpretáramos que lo que sabemos es
suficiente para comenzar en ese puesto y que cada día podremos seguir
aprendiendo (“No tengo que saber todo al comenzar: la única forma de
aprender es vivir la experiencia”), probablemente, en lugar de experimentar
miedo, sentiríamos curiosidad y, finalmente, aceptaríamos el desafío. La
situación es la misma, pero la percepción acerca de los recursos con los que
contamos para llevarla a cabo cambiaron y, por ende, la emoción que
sentimos.

Cambia lo que pienso, cambia lo que siento


Cuando nos atrevemos a mirar hacia nuestro interior y nos disponemos a
escuchar ese miedo, podemos comprender:

Si la situación a superar nos conecta con algún recuerdo, reacciones


aprendidas o creencias heredadas (por ejemplo, “En esta familia no
nacimos para emprender: es demasiado riesgoso”; “Las mujeres no son
buenas con los números: no es un ámbito para ellas”).
Si nuestras creencias o paradigmas respecto de la situación necesitan
ser revisados porque estos ya no nos son funcionales (por ejemplo, “Si
no lo hago perfecto, mi imagen va a ser destrozada/se va a pique”).
Si poseemos todos los recursos para animarnos a tomar el desafío y
nuestra creencia está cubierta de un miedo infundado, influenciado por
lo dicho anteriormente.
Si realmente necesitamos prepararnos (por ejemplo, desarrollar nuevas
habilidades) para disminuir las posibilidades de que ocurra lo que
tenemos.

Cada vez que sentimos miedo, se genera en nosotros la sensación de estar


en un túnel, acompañada de la necesidad de sobrevivir a esta situación. Esta
emoción nos paraliza, o nos da la energía para luchar o huir, y nos limita la
visión para que logremos ese objetivo, dejando fuera todas las
posibilidades, nuevas realidades y alternativas que nos rodean.

El miedo al error o al fracaso


Vivimos en una sociedad en la que obtener el resultado que deseamos de
forma rápida y sin inconvenientes está sobrevalorado. Aspiramos al éxito
como si este pudiera darse mágicamente cuando, en realidad, los
procesos requieren probar, animarse y comprometerse. Para quienes
sienten que no están a la altura de las circunstancias, ese miedo a fracasar
puede implicar dejar pasar oportunidades (evitación) o esforzarse hasta lo
imposible para evitar que esto suceda (sobreesfuerzo). De hecho, es posible
que se vean más incentivados por evitar fracasar que por alcanzar el éxito
(entendido como lograr la meta propuesta). Equivocarse o fallar podría ser
interpretado como la prueba fehaciente de que, realmente, no eran tan
buenos como las otras personas pensaban… ¡Y finalmente ahora se van a
dar cuenta!

Solo una cosa vuelve un sueño imposible: el miedo a


fracasar.
—Paulo Coelho

Ahora bien: detengámonos a observar aquellos factores que alimentan


ese miedo a fracasar en quien se siente un impostor.

La propia definición de fracaso: Tanto el concepto del éxito como el


del fracaso son subjetivos y dependen de las creencias y expectativas
personales (y de que se cumplan o no). Podemos creer que fracasar es
salir segundos en una competencia, o podemos considerar que fracasar
es ni siquiera haberlo intentado, ya que cualquier resultado obtenido en
la competencia es considerado como un paso más hacia el objetivo y
como la posibilidad de haber ganado nuevas experiencias. Por eso,
necesitamos tener en claro cuál es la definición de fracaso para cada
uno de nosotros.
Poseer altas expectativas: Cuando estas son constantemente elevadas
a un punto casi irreal (hacer todo fácil, hacerlo perfecto, poder solo
con todo), la posibilidad de no alcanzarlas es altísima, ya que el
fracaso se vuelve muy palpable. Cabe preguntarnos: “¿Qué tan
alcanzables son mis expectativas?”.
Evaluar solo por resultados: Considerar nuestro rendimiento
únicamente por resultados como una polaridad (bien o mal) nos quita
la posibilidad de dar valor al proceso y a los aprendizajes que se
pueden obtener durante este tiempo. Esta actitud nos lleva a una
percepción muy cercana a la posibilidad de perder todo si no
obtenemos el resultado esperado.
Desarrollar una anticipación negativa frente a las oportunidades:
Imaginar escenarios negativos o catastróficos (“Si digo lo que pienso,
se van a dar cuenta de que no sé nada del tema”) genera ansiedad.
Repasar solo posibilidades carentes de recursos para salir y aquellas en
las que perdemos algo valioso (respeto, estatus, etc.) nos conecta
instantáneamente con el miedo. ¿Cuánto más factible es que ocurra el
resultado deseado (o, al menos, uno no negativo) que el resultado
catastrófico?
Buscar constantemente el reconocimiento de los demás: La
paradoja de quien se siente un fraude es que busca permanentemente la
validación externa pero, al recibirla, la rechaza o la minimiza, ya que
es la misma persona la que no puede reconocer sus méritos
internamente. Entonces, en estos casos, no importa cuánto
reconocimiento reciba: nada alcanzará hasta que sea capaz de
reconocerse a sí misma. Es un buen momento para preguntarnos qué
creencias tengo acerca de los elogios y comentarios positivos que
recibo.

Cada vez que sentimos miedo y vivimos las oportunidades que se nos
presentan como amenazas, es útil respirar, reflexionar acerca de lo que nos
está diciendo esta emoción y, de ser posible, expresar las respuestas en voz
alta, e incluso compartirlas con otra persona de confianza para que su
intensidad disminuya.
Levy, Norberto. (2005). La sabiduría de las emociones. Editorial Sudamericana. Buenos Aires.
Lo que estoy dejando de hacer por miedo a fracasar o a equivocarme es:

Explorá el miedo y ponelo en palabras (tal como aparece en tu mente), sin juzgarlo, y
preguntate:

Lo peor que podría pasar es…

Lo que temo perder es…

El impacto que esto tendría en mi vida sería…

Creo que la probabilidad de que eso suceda puede ser un … %

Las acciones concretas que puedo hacer para prepararme y disminuir el riesgo de que
esto suceda son…

Si sucede lo que temo, lo que podría hacer es…

El miedo nos previene de hacer algo pero, si no hacemos eso, también podríamos tener
consecuencias:

Lo que sucedería si no hago aquello que temo hacer es…

Lo que estoy dejando de ganar es…

Lo que puedo ver ahora es que…


El miedo al éxito
Cuando comencé a trabajar sobre el miedo al fracaso, me di cuenta de
que había un miedo tan o más potente que ese al momento de ir en busca de
lo que deseamos: el miedo al éxito. Tanto anhelamos tener éxito (lo que eso
sea que signifique para nosotros) que, cuando existe la posibilidad de tener
una relación como la que siempre soñamos, el cargo en una empresa que
siempre quisimos o un emprendimiento propio que tanto buscamos,
quedamos paralizados, o solo atinamos a salir huyendo.
Recuerdo que, tiempo atrás, quería postularme como oradora TED en
Buenos Aires, un desafío que consideraba enorme, pero que me había
propuesto tomar. Sin embargo, dos meses antes de que cerrara la
postulación, comencé a darle vueltas al tema y, cuando por fin me animé,
¡ya había cerrado!
Posponemos algo tanto que perdemos la oportunidad. ¿Cuántas veces nos
demoramos en enviar propuestas para clientes que deseábamos que nos
llamen? La procrastinación puede esconder miedo al dilatar la
posibilidad de que lo deseado suceda.

¿Cómo puede ser que deseemos tanto algo, y al mismo


tiempo nos autosaboteemos por miedo a lograrlo? ¿Qué nos
sucede cuando tenemos delante de nosotros la oportunidad
que tanto deseábamos y por fin nos dicen: “Sí”?

Alcanzar lo que deseamos puede implicar una serie de cambios en


nuestra vida, como lo es asumir mayores responsabilidades, tener una
mayor exposición o llevar a cabo actividades que nunca hicimos y para las
cuales no nos sentimos preparados.
La posibilidad del éxito nos saca de nuestra zona de confort y nos plantea
un desafío que puede parecer abrumador: ¿Y si no estoy a la altura de las
circunstancias? ¿Y si no sé cómo hacerlo? ¿Y si no logro satisfacer las
expectativas de quienes confiaron en mí para un ascenso tan importante? ¿Y
si tomar un cliente grande me demanda más horas y trae problemas en mis
vínculos?
¿Qué creo que ocurrirá si logro lo que deseo? Es probable que, en nuestra
mente, existan asociaciones que nos lleven a temer lograr lo que deseamos.
Esas asociaciones y creencias no son hechos, sino frases que tomamos
como verdades, y que incluso podemos haber heredado, por lo que bien
vale la pena revisarlas.
“Si gano ese cliente (tan importante para mí), tendré que trabajar día y
noche, y la vida familiar será un caos”.
“Si logro un ascenso, tendré que irme a vivir a otro país, y perderé a mis
amigos”.
“Si gano la beca para estudiar actuación, mi familia dejará de hablarme.
En esta casa se estudian solo carreras tradicionales como Medicina o como
Abogacía”.
¿Cuáles son las asociaciones y creencias que hay arraigadas en mí
respecto de lograr lo que deseo?
Algo que nos ocurre particularmente a las mujeres es que, con el
crecimiento y éxito profesional, a veces nos vemos empujadas a negociar
nuevos acuerdos en el ámbito familiar, relativos, por ejemplo, a la crianza
de los hijos, cuidados de los padres u otras tareas del hogar (tema que
profundizaremos en el Apéndice). Esto de por sí genera temor a las
consecuencias que pueda tener en cuanto a la estructura familiar.
El miedo nos muestra que, ante la posibilidad de lograr lo deseado, hay
algo valioso que tememos perder. En ocasiones, puede ser quedar al
margen de un grupo de pertenencia, o al menos encarar conversaciones que
juzgamos como difíciles o como conflictivas.

“Nadie de mi familia lo logró. ¿Qué van a pensar de mí si ahora me


recibo y me voy a vivir a un lugar de gente adinerada?”.
“Mi papá siempre me dice que no sabe de dónde saco esas ínfulas;
nosotros, en la familia, siempre fuimos clase trabajadora, no de la
patronal. ¿Quién me creo que soy para soñar con mi propia empresa?”.

Esas lealtades invisibles muchas veces nos dejan atrapados donde


decimos que no queremos estar, solo por no perder la consideración de
“nuestra gente”.
Lo que deseo lograr y me da miedo de que se haga realidad es…

Los cambios positivos que podría traer eso a mi vida son… (vínculos, ocio, economía,
salud física y mental, etc.).

Los cambios negativos que podría traer a mi vida son… (vínculos, ocio, economía,
salud física y mental, etc.).

Ante estos cambios, las personas que me importan podrían…

Si logro lo que quiero, lo que temo perder (y es valioso para mí) es…

Las acciones que estoy realizando para boicotear la posibilidad de lograr ese éxito
son…

Si siento que no merezco lograr ese objetivo, creo que no lo merezco porque…

Las acciones concretas que puedo hacer para prepararme y disminuir el riesgo de que
suceda lo que temo son…

Lo que puedo ver ahora es que…


2. ¡Me siento culpable!
Muy vinculado con el miedo al éxito, aparece la culpa. Para quien se
siente un impostor, es posible sentirse culpable por el éxito conseguido,
o ante la sola idea de que alcanzarlo sea posible. Piensa: “¡Alguien que
no es lo suficientemente competente no debería recibir tales elogios!”. Esta
creencia puede llevarnos a no admitir nuestros logros, desmerecerlos, y
hasta autosabotearnos para no alcanzarlos.

Comprender lo que eres es mucho más importante que


perseguir aquello que crees que deberías ser.
—Jiddu Krishnamurti

Tenemos la creencia de que no solamente no merecemos ningún


reconocimiento por los logros que tenemos, sino que eso representa una
injusticia para con otros que no han logrado lo mismo, y nos lleva a
sentirnos en deuda. Si nos mostramos orgullosos de nuestro éxito,
creemos que las personas que nos importan tal vez nos rechacen y que,
si no damos muestras de ello, quizás nos acepten y nos aprecien. En
estos casos, la culpa nos lleva a proteger nuestras relaciones, aun cuando
eso afecta nuestro amor propio y sabotea nuestro crecimiento personal.
Podemos escuchar la culpa en frases como:

“Me siento culpable porque estoy creciendo en mi carrera, pero mis


amigos no encuentran su camino”.
“Me dicen que debería sentirme feliz por lo que estoy logrando, pero
no puedo disfrutarlo porque me siento culpable: mi familia está con
dificultades económicas”.

La culpa se genera cuando sentimos que transgredimos determinadas


normas, creencias, o límites, como por ejemplo:

Tomar decisiones de vida distintas de las que habitualmente se dan en


la familia o en nuestro círculo íntimo. Puede ser que sintamos culpa,
como si estuviéramos traicionando a los nuestros, rompiendo una
lealtad invisible.
Provenir de un entorno familiar con dificultades y lograr progresar o
salir de este. Es posible que la culpa surja del hecho de haber logrado
algo que los otros no han logrado aún.
Tener personas cercanas viviendo un momento difícil. Sentimos culpa
por no poder ayudar o por no estar también pasando una época
desfavorable.
Atravesar una situación que no nos satisface, pero sabemos, o nos
remarcan, que otros atraviesan momentos peores. La culpa aparece al
sentirnos desagradecidos, como si no supiéramos valorar lo que la vida
nos da.

A veces, también, nos sentimos culpables incluso sin comprender


siquiera cuál es la norma que estaríamos infringiendo, por lo que
identificarlas y ponerlas en palabras es un gran paso.

“Deberías priorizar las necesidades de tu familia antes que las tuyas”.


“Deberías querer quedarte en casa cuidando a tus hijos en lugar de
querer ir a trabajar”.
“Deberías ser como los demás integrantes de tu familia; no querer
hacer algo diferente o sobresalir”.

Si no cumplimos con algunos de estos mandatos, una voz interna —y a


veces externa— nos dice que no estamos haciendo lo que deberíamos. Es
la culpa que viene a recordárnoslo. Si nos atenemos al debería, escondemos
debajo de la alfombra nuestros deseos y el sentirnos mal por ello. Si
seguimos nuestro deseo, creemos que estamos infringiendo una norma y,
por ende, podemos ser rechazados, despreciados, descalificados, castigados,
etc. Cada vez que sentimos culpa, pareciera que, sin importar lo que
hagamos, no podremos librarnos de esta.
Necesitamos códigos y normas para organizar la vida en sociedad, así
como la nuestra. Sin embargo, es posible que algunos hayan cambiado y
hayan quedado obsoletos (¡imaginemos tan solo cuántos cambios sociales
hubo en los últimos años!) pero, internamente, aún no registramos esto, por
lo que es clave tomar consciencia de los mandatos que ya no tienen
sentido para nosotros. Si bien la culpa funcional nos recuerda que hay
ciertas normas que no estamos cumpliendo, la culpa disfuncional35 —que
solamente nos agrega sufrimiento— tiene que ver con no reconocer que,
efectivamente, se han dado estos cambios, y con seguir juzgándonos
como si estos no hubiesen existido.
Creer que hemos cometido un error es muy diferente de creer que somos
un error: la culpa nos remite al hacer mientras que la vergüenza nos habla
de nuestro ser. De esto nos ocuparemos en el siguiente punto.
Levy, Norberto. (2005). La Sabiduría de las emociones. Editorial Sudamericana. Buenos Aires.
Cuando tengo éxito o vislumbro la posibilidad de tenerlo, me siento culpable por…

Lo que hay detrás de sentirme culpable es que yo debería (hacer/no hacer)...

Ese debería proviene o está impuesto por…

Ese debería podría aun ser válido para mí porque…

Ese debería podría ya no ser válido para mí porque…

Lo que observo ahora sobre la culpa en mí es que…


3. ¡Me da vergüenza!
Cuando sentimos vergüenza, estamos seguros de que nosotros “somos”
el problema, y de que hay alguna falla en nuestro ser que deberíamos
esconder. Y, si de algo estamos seguros, es de que no somos suficientes.
Es así como, en la mente de quien cree no estar a la altura, rondan
pensamientos del estilo: “No soy perfecta”, “No soy lo suficientemente
bueno en…”, “No soy inteligente”, “No soy original”. La vergüenza viene a
decirnos que no somos perfectos, y de ningún modo queremos que los
demás se den cuenta de esto porque consideramos que puede llevarnos a
no ser aceptados y a no ser merecedores de amor. Nos hace sentir solos y
pequeños, y el miedo a estar desconectados de otros no hace más que
empeorar la situación. De esta manera, la vergüenza y miedo que nos da el
quedar solos y expuestos funcionan en conjunto como un mecanismo de
control de nuestra vida.
“La vergüenza nos lleva a odiar nuestro cuerpo, a temerle al rechazo, a
asumir riesgos o a ocultar aquellas experiencias y parte de nuestra vida de la
que nos da miedo de que otros juzguen. […]. La vergüenza nos obliga a
conceder tanto valor a lo que los demás piensan que acabamos perdidos en
el proceso de intentar satisfacer las expectativas de todo el mundo”, afirma
la especialista Brené Brown36.
Cada vez que nos avergonzamos, nos posicionamos desde la carencia,
desde un lugar pasivo al creer que no somos capaces de cambiar nada.
Nos decimos que no tenemos lo necesario para lograr lo deseado, y así nos
alejamos cada vez más de la posibilidad de desarrollar recursos para
avanzar y salir de allí. Nos cuestionamos: “¿Qué van a pensar o decir de mí
cuando se den cuenta de que…?”. En general, la vergüenza está asociada a
un castigo infligido a nosotros mismos: sufrimos por lo que no somos y
por lo que (según creemos) no merecemos ser. Repetirnos: “Hay algo mal
en mí” o “No soy suficiente”, sumado al hecho de encerrarnos, de alejarnos
cada vez más del resto para que nadie se dé cuenta de lo que nos pasa, nos
lleva a una especie de círculo vicioso en el que la vergüenza toma cada vez
más poder sobre nuestra vida.

El valor comienza con aparecer y dejarnos ver.


—Brené Brown

La vergüenza y la sombra
A medida que crecemos, ocultamos rasgos, emociones, intereses,
cualidades, e incluso talentos para adaptarnos al medio en el que estamos,
para alcanzar una imagen ideal de nosotros mismos o para cumplir con las
expectativas que tienen de nosotros aquellas personas que nos importan.
Carl Jung llamó a este aspecto oculto “nuestra sombra”.
En esta sombra guardamos bajo llave los aspectos que rechazamos al
considerarlos dañinos para la imagen “aceptable” que deseamos construir.
Es por eso que crecimos desconociéndolos y olvidándolos. Así como el
egoísmo, la crueldad y la expresión de la sexualidad suelen relegarse,
también suele hacerse lo mismo con otros aspectos.
¿Qué sucedería si alguien sabe de algún aspecto de nosotros que no
queremos mostrar? ¿Qué sucedería si alguien descubre esa parte nuestra
que creemos inaceptable y digna de ser rechazada? La sombra —que Jung
también llamó “el otro en nosotros”— se convierte en algo que deseamos
ocultar y nos llena de vergüenza:

“¡No sos como los otros chicos!”. (Recortamos y guardamos todos


esos aspectos que nos hacen únicos).
“¡Las nenas buenas no se enojan!”. (Desterramos el enojo y no
aprendimos a poner límites).
“¡Dibujar es de nenas!”. (Esto le dijeron a un niño que pasó a guardar
muy dentro su talento de dibujante).
“¡Cantar no es un trabajo!”. (Esto escuchó alguien que guardó su amor
por la música para dedicarse a algo “serio”).

Esos aspectos, que pueden contener un poder creador y transformador,


forman parte de nosotros, y solo el reconocimiento de los elementos de la
sombra nos permite una versión integrada de nosotros mismos.

Uno no se ilumina imaginando figuras de luz, sino haciendo


consciente la oscuridad.
—Carl Jung
Para ser aceptados por otros tal como somos, primero necesitamos
trabajar en aceptarnos íntegramente a nosotros mismos.

La vergüenza y la modestia
Algo que no deja de asombrarme es la cantidad de personas talentosas a
las que he escuchado en mis workshops o he acompañado en procesos de
coaching, a las que les avergüenza hablar de sus logros, o de lo que saben
hacer bien. Se sonrojan, se ríen, y evitan a toda costa hablar del tema. “¡No
debería!”, “¡No sé qué decir!”, “¡Parece que me la creo!” suelen ser las
frases más comunes.
Durante años realicé actividades en las que pedía a emprendedores que
escribieran una lista con sus fortalezas y habilidades (aquello en lo que se
consideraban buenos, muy buenos o maravillosos), y otra con sus
oportunidades de mejora (aquello en lo que se descalificaban). La segunda
lista casi siempre era abundante; sin embargo, la primera, difícilmente
llegaba a las seis palabras y, en algunos casos, aunque pasaban los minutos,
la lista seguía en blanco. ¿Cómo hemos llegado hasta este punto? Pareciera
ser que, en nuestra cultura, la idea de ser modestos y humildes está
equiparada con la vergüenza de estar en falta, y mucho mayor es el
impacto que esto ha generado en las mujeres a través del mandato de la
modestia femenina. ¿Cuánto de eso tendrá que ver en nuestra historia con la
dificultad que tenemos para poder conectar con nuestro valor? Lejos de
poder reconocer nuestros dones y logros, no con soberbia, sino con la
certeza de que tenemos algo valioso para aportar al mundo, hemos
aprendido confusamente a sentir vergüenza por estos, a no poder
compartirlos con otros por temor a ser rechazados y a no ser aceptados. En
definitiva, a replegarnos para no ser vistos tal y como somos.
Brown, Brené (2013). Creí que solo me pasaba a mí. Gaia Ediciones.
Recordá ocasiones en las que sentiste vergüenza por creer no estar a la altura:

Siento vergüenza cuando…

No quiero que la gente piense que soy…

En este sentido, lo que me avergüenza de mí es…

Lo que creo que sucedería si muestro esa parte mía es que…

El costo que tiene para mí mantener esa parte oculta de la vista de otros es…

Las expectativas que quiero satisfacer (y creo que no lo estoy haciendo) son…

Y, cuando me pregunto de quién son esas expectativas, veo que...

Lo que me diría una persona que me ama profundamente es que…


Capítulo 6

Las 7 estrategias para reconectar con nuestro


poder interior
No ser nadie más que tú mismo en un mundo que está
haciendo todo lo posible, día y noche, por convertirte en
cualquiera menos en ti, significa librar la batalla más dura
que un ser humano puede librar, y no dejar nunca de pelear.
—E. E. CUMMINGS

P robablemente, en algún punto de este camino que hemos recorrido


juntos, te hayas preguntado: “¿Por dónde empiezo para dejar de sentir
que no estoy a la altura?”. Y el hecho es que no solo lo hiciste desde el
momento en que te sumergiste en la lectura de cada página de este libro,
sino que continuaste haciéndolo al tomar conciencia de aquellas creencias
que, desde la profundidad del inconsciente, han direccionado nuestra vida,
al escuchar con mayor atención a las voces que aparecen en tu mente, al
comprender cómo impactan en vos cada uno de los distintos factores que
disparan el Síndrome del Impostor y al tomar conciencia de qué te están
diciendo (sobre vos) tus propias emociones.
Es tiempo de dar un paso más.
Te invito a desarrollar estas siete estrategias que no solo minimizarán los
efectos de nuestro crítico interno cuando aparezca, sino que,
principalmente, facilitarán una evolución en la forma de relacionarnos con
nosotros mismos, reconectando con el poder que habita en nuestro interior y
generando nuevos hábitos que nos fortalezcan.

1. Compartir con otros


Toda nuestra humanidad depende de reconocer nuestra
humanidad en los demás.
—Desmond Tutu

Solemos sentirnos avergonzados y temerosos de que alguien se dé cuenta


de que somos un engaño, por lo que nos sentimos en una cruzada solitaria
por la vida, que nos pesa, y mucho. “¡Creí que solo me pasaba a mí!”,
escucho una y otra vez. La sola idea de hablar del tema nos hace sentir
vulnerables, expuestos ante la vista de todos. Sin embargo, tal como dice la
reconocida frase de Brené Brown, “la vulnerabilidad no es debilidad”.
Requerimos mucho coraje para abrirnos a compartir esa sensación tan
humana de que no logramos ser las personas extraordinarias con vidas
perfectas que deberíamos ser, por más que nos esforcemos a más no poder.

“Cuando empezás a tener los primeros saltos en tu carrera y tomás


roles más estratégicos, hay un punto en que una cree que está de
suerte en lugar de que se lo ganó —comenta María Laura García,
Ingeniera Industrial, que hoy está a cargo de la Gerencia de Talento
y Líder del Programa +Diversidad en una empresa de energía líder
en Latinoamérica—. A mis treinta, cuando comencé a crecer en mi
carrera, tenía una amiga a la que en su familia le decían: ‘Lo que
pasa es que vos tenés una suerte increíble: siempre estás en lugares
donde podés crecer’. Y yo le contaba que ¡yo también creía que
tenía suerte!, hasta que empezamos a elaborar juntas que no era
casualidad. Tener esa conversación con mi amiga nos ayudó a mirar
las cosas de otra manera; fue un momento de inflexión en la vida
profesional de las dos”.

Pocas cosas he visto que sorprendan y alivien más a quienes se


sienten un fraude que escuchar a otros decir que sienten lo mismo. Una
vez que nos animamos a compartir con otros lo que sentimos, rápidamente,
nos damos cuenta de que son pocos los que, en realidad, nunca se sintieron
así. ¡Recordá que algunos estudios afirman que el 70% lo experimentamos
alguna vez en la vida!
Cuando la sensación de ser impostores nos invade con sus dudas,
podremos enfrentarla más fácilmente al compartirlo con alguien que
comprenda de qué se trata. Esa persona puede ayudarnos a poner en
perspectiva lo que nos estamos diciendo y reflexionar sobre cuánto de cierto
hay en ello. Recuerdo que una vez me llamaron para dar una charla de un
lugar importante, y yo creí que me habían llamado por equivocación, así
que pregunté: “¿Estás segura de que es a mí a quién buscan?”. Claro que —
aunque me dijeron que sí— seguía incrédula; le dije a una amiga que yo no
estaba para dar esa charla, a lo que rápidamente me dijo: “Dale, dejá el
Síndrome del Impostor; si te llamaron ellos y vos ya diste un montón de
charlas, ¿dónde está el problema?”. Fue casi mágico darme cuenta de que
hacía una hora que mi mente no paraba de tener pensamientos que solo me
empequeñecían y que poco tenían que ver con el camino que venía
recorriendo.
Compartir también ayuda a analizar con otros nuestros miedos y
comprender realmente cuánto sustento tienen y si es que necesitamos
prepararnos aún más, o solo nuestra mente nos está jugando una mala
pasada. Compartir nuestras emociones y ponerles nombre ayuda a
disolver fantasmas que se acrecientan cuando los dejamos en nuestra mente
queriendo ocultarlos y no hablamos del tema.
“Con tantos títulos que tenés, ¡es imposible que te hayan admitido porque
sus estándares son bajos!”. “¿Cómo, con la cantidad de años que llevás en
esto, podés creer que solo te convocaron porque sos su amiga?”. Compartir
en grupo hace que veamos como increíbles las dudas que también las otras
personas tienen sobre sí mismas, ¡cuando nosotros las valoramos y las
admiramos tanto! Con estas conversaciones, se ponen sobre la mesa
creencias y mecanismos que ignoramos en nosotros, pero visibilizamos tan
claramente en otros.

¿Con quién o con quiénes puedo compartir estas experiencias?

2. Reconectar con tu valor


Si eres una persona con talento, no significa que hayas
recibido algo. Quiere decir que puedes dar algo.
—Carl Jung
“Habitualmente participo de espacios de mentoreo; y hace un
tiempo, varias mujeres jóvenes comenzaron a decirme que, si
organizaba algo, querían participar. Yo no veía que podía generar un
valor concreto, pero ellas observaban en mí lo que yo no veía tan
claramente —recuerda Cecilia Giordano, Contadora y CEO para
Argentina, Uruguay y Paraguay de la consultora Mercer—. Me
propuse prestar atención y, finalmente, armé un programa de
liderazgo para mujeres, ¡que ya lleva varias ediciones! Fue un
desafío, además, porque, en mi paradigma, si realizaba un
entrenamiento, debía hacerlo desde un marco estrictamente
académico. Pero yo no soy especialista en Recursos Humanos ni leí
miles de libros para hacerlo desde ese lugar, aunque sí reconozco
como una fortaleza mi experiencia de veinte años de estar liderando
proyectos de transformación tecnológica (es decir, el haberlo
vivido). Los años y la experiencia me han ayudado a desarrollar la
capacidad de, ante algo que a uno no le suena, poder pararse,
reflexionar, tomar coraje y hacerlo”.

Cada uno de nosotros ha recorrido un camino de vida único. Y esto


incluye haber cosechado éxitos y fracasos, haber desarrollado ciertas
habilidades y reconocer que es necesario mejorar otras. Sin embargo,
cuando repasamos nuestra historia, es probable que tengamos mucho más
presentes las experiencias en las que no obtuvimos lo que deseábamos y
que nos demos cuenta de todas las habilidades que creemos que no
tenemos. Necesitamos reeducar esa mirada desde la carencia para que no
alimente a nuestro impostor interno.
Luego de este trabajo, ¡estoy segura de que no podrás negar que sos
parte fundamental de tus éxitos!
Cabe aclarar que, en algunas de las actividades que propongo a
continuación, es posible que consideremos que no tenemos mucho por
escribir, ya que estamos poco acostumbrados a conectarnos con nuestro
valor personal, y necesitamos generar el hábito. Por eso te invito a que te
tomes un tiempo y, aun cuando las ideas no fluyan, te detengas allí,
preguntándote una y otra vez: “¿Qué más?”.

a. Reconocer tus logros


Dado que no solemos tener tanto registro de todo aquello que logramos
(ya sea porque lo hemos minimizado o porque, al no celebrarlo por tener el
foco puesto en lo que sigue, no lo anclamos), podemos hacer lo siguiente:

Diseñar un “rincón de éxitos”: Un espacio que refleje aquello que


lograste. En este puede haber fotos, mails impresos, diplomas, o
incluso notas que te escribas a vos mismo en ese momento de alegría,
en donde describas cómo te sentís, cómo llegaste a lograrlo, e incluso
algún recordatorio para tu yo del futuro que va a leerlo. Por supuesto,
en estos reconocimientos vale no solo atesorar lograr determinados
resultados, sino también la valoración de tu propio proceso (por
ejemplo, aun cuando no ganaste un primer premio, reconocer todo lo
que has hecho).
Llevar una “bitácora de logros”: un registro en el que, diaria o
semanalmente, podamos anotar lo que hemos logrado, por más
pequeño que lo consideremos. Recordemos que tendemos a minimizar
lo realizado e incluso a no apropiarnos de ello. En ese registro
podemos escribir cómo nos sentimos, las dificultades que veíamos
previamente y cómo las sorteamos, todo lo que descubrimos de
nosotros en ese proceso, etc. Y, por favor, al hacer este registro, evitá
justificar estos avances por situaciones externas, ¡enfocate en cómo tu
participación influyó para que eso sucediera!

Tengamos en cuenta que los conceptos de logro y de éxito son muy


personales y podríamos pensarlos en un sentido amplio, como el haber
conseguido algo que deseábamos o incluso dar un paso hacia ese lugar. En
este sentido, también puede considerarse logro el haberse animado a
realizar alguna acción (por ejemplo, tener una conversación para un
ascenso), aunque no hayamos conseguido el resultado final (el ascenso).
Haber dado ese paso ya nos deja en un lugar diferente del que
estábamos anteriormente.
Tener presente y celebrar lo logrado ancla esa experiencia para que no
pase como si nada hubiera sucedido.

b. Reconocer tu experiencia, habilidades y fortalezas


Bitácora de experiencias de vida: Solemos hacer un recorte muy
pequeño de nuestra experiencia. La acotamos a nombres de cargos o
trabajos remunerados, o eventualmente a un registro de cursos
formales (con títulos) relacionados con nuestro ámbito laboral.
Necesitamos que esta lista sea mucho más integral para traer a la
consciencia nuestro recorrido, incluyendo aquellas actividades que
creemos que no tienen nada que ver con nuestra profesión,
voluntariados, hobbies, cursos no tan formales (sin certificación),
estudios que desvalorizamos solo porque no los finalizamos (como si
el proceso nada nos hubiera aportado). Mirando hacia atrás cada una,
podemos preguntarnos ¿qué aportó cada una de estas experiencias a mi
vida? ¡Probablemente, nos sorprendamos de la cantidad de ámbitos
que hemos transitado y los diversos conocimientos que tenemos
guardados!
Lista de fortalezas y habilidades: Si nos preguntan qué es lo que no
sabemos hacer o consideramos que nos falta aún, seguramente, en
pocos minutos, habremos llenado una hoja. Pero, si las preguntas son
las siguientes: “¿Cuáles son tus fortalezas? ¿Y tus habilidades?”,
seguramente nos quedaremos pensando y nos costará identificar más
de cinco o siete.

Te invito a preparar esta lista con todas las fortalezas que considerás que
tenés. Cuando no ubiques ninguna más, podés preguntarles a otras personas
que te conocen. ¡Probablemente te sorprendas de lo que reconozcan en vos!
También puede ayudarte repasar esta lista37 de 24 fortalezas publicada por
el Institute on Character:
-Sabiduría: Creatividad, Curiosidad, Pensamiento crítico, Amor por el
aprendizaje, Perspectiva.
-Coraje: Valentía, Perseverancia, Honestidad, Entusiasmo.
-Justicia: Trabajo en equipo, Equidad, Liderazgo.
-Humanidad: Amor, Amabilidad, Inteligencia social.
-Templanza: Perdón, Humildad, Prudencia, Autocontrol/Regulación.
-Trascendencia: Apreciación de la Belleza y de la Excelencia, Gratitud,
Esperanza, Humor, Espiritualidad.
Luego, repasá tus logros y experiencias:

¿En qué fortalezas y habilidades te apoyaste?

¿Qué nuevas habilidades desarrollaste tanto en tus experiencias
exitosas como en tus experiencias fallidas?

Cuando sientas que no tenés la experiencia o las habilidades suficientes,


¡hacé un repaso por estas listas y bitácoras! Y, eso sí, mantenelas
actualizadas, señal de que siempre estás creciendo.

c. Mentorear a otros
Si te preguntás a quiénes podrías acompañar, o en qué ámbitos tu
experiencia puede ser de utilidad para otras personas, te invito a hacer estos
ejercicios para que lo descubras. ¡Tal vez te sorprendas de lo valioso de tu
recorrido y de lo mucho que puede sumar tu aporte a la vida de otras
personas! Mentorear a otros es vaciarse de uno mismo para volver a
llenarse. Para comenzar, te invito a realizar las siguientes actividades:

Lista de temas sobre los que podrías enseñar, aconsejar o


acompañar a otros: Aunque creamos que lo que sabemos “no es nada
de otro mundo” o “lo saben todos”, cuando salimos de nuestro
ensimismamiento, podemos ver que los recursos con los que contamos
son útiles para otras personas, aun cuando nosotros no lo consideremos
así. Quizás, para quien vende sus servicios todos los días, hacerlo no
tiene nada de especial pero, para quien comienza un emprendimiento y
nunca lo hizo, contar con alguien así puede hacer una gran diferencia.
Te invito a hacer una lista de todo aquello que sabés, lo que “te sale
fácil” (probablemente por la experiencia) y en lo que te dicen que sos
bueno, sin juzgarlo sobre qué tan importante crees que es. ¡Estoy
segura de que esa lista no debería tener menos de 10 ítems!
Bitácora de situaciones difíciles que has atravesado y lo que has
aprendido: Si bien podemos no darle valor a nuestra experiencia, si
miramos a la persona que fuimos tiempo atrás, seguramente nos
hubiera sido de gran ayuda contar con la palabra y acompañamiento de
alguien que hubiera pasado por algo similar.
► ¿Qué circunstancias desafiantes atravesé, aunque creía que no podría hacerlo?
► ¿Qué aprendí? ¿Qué sé ahora que no sabía en aquel momento?
► ¿Qué puedo compartir sobre estas experiencias que ayuden a otras personas?
Una vez que lo hagas, podrás darte cuenta y estar disponible para ayudar
a otros que están animándose a enfrentar nuevos desafíos.

Registro de ámbitos en los que te desempeñaste: Conocer


determinados ámbitos (universitario, rubro empresarial, artístico,
deportivo, ONG, sindical, político partidario, etc.) brinda una
experiencia particular que no suele ser valorada por quienes la tienen y
es un gran activo para ayudar o acompañar a otros que necesiten ese
conocimiento específico.

3. Resignificar tu vínculo con errores y fracasos


Cuando nos damos permiso para fracasar, al mismo tiempo
nos damos permiso para crecer.
—Eloise Ristad

Para resignificar nuestro vínculo, necesitamos aceptar que somos


humanos y, como tales, es posible que las cosas no salgan como
esperábamos. ¡Puede fallar!
Por ello, incorporar a nuestra vida la práctica de la autocompasión es
fundamental. La autocompasión no es tenerse lástima ni ser
condescendiente. Es comprenderse y ser bondadoso con uno mismo en
lugar de ser un crítico implacable ante la imperfección, las dificultades
que experimentamos y los errores que cometemos. Implica comprender
que todo esto es parte de “ser humano”. Cuando quitamos la mirada de
nosotros mismos, podemos darnos cuenta de que el sufrimiento, la
decepción, la frustración y el no lograr lo que se desea, o el perder lo
que se ama, son parte de una experiencia compartida en este mundo.
En lugar de castigarnos y de profundizar nuestro malestar, podemos
imaginarnos cómo miraríamos a alguien al que amamos cuando no está
pasando un buen momento y, cuando cree que lo que tiene para dar, no
alcanza. ¡Nosotros daríamos lo que sea para que pueda verse desde nuestros
ojos, con todo el amor y posibilidades!
¿Nos miramos a nosotros mismos de esa forma?
¿Pregunto cómo puedo ayudarme? ¿Cómo puedo cuidarme aún más?
Ser autocompasivo nos invita a mirar nuestra sombra, aquello que no
nos gusta al punto que preferiríamos que no esté ahí y tememos que, si
alguien más conoce esa parte nuestra, deje de querernos. Lejos de
condenarnos por esto, la autocompasión sabe de nuestra vergüenza y
elige abrazarla.
No es negando quiénes somos o peleándonos con nosotros mismos
cómo vamos a crecer, sino mirándonos y sabiendo que está en nosotros
la semilla para la evolución hacia la persona que queremos ser.
Es por eso que la compasión nos facilita y nos impulsa a generar los
cambios desde el amor a nosotros mismos y desde la comprensión de que
(con nuestra individualidad), como todos los demás, somos personas en
evolución.
La psicóloga y autora Kristin Neff identifica tres elementos de la
autocompasión:38

La autobondad versus el autojuicio: Cuando nos damos cuenta de


que no siempre podemos tener lo que queremos y cómo lo queremos,
solemos pelearnos con esta situación o negarla, por lo que aparecen la
autocrítica y la frustración. Cuando logramos comprender que esto es
parte de la vida, en lugar de juzgarnos, podemos ser más amables con
nosotros mismos.
La humanidad versus el aislamiento: Cuando nos damos cuenta de
que no somos las únicas personas que sufrimos, no somos perfectos y
cometemos errores, dejamos de verlo como que nos sucede solo a
nosotros, sino que esto les sucede a todas las personas. Es parte de la
experiencia humana.
La atención plena versus sobre la identificación: Si bien no es
conveniente negar o reprimir nuestros pensamientos y emociones,
tampoco es saludable creer que somos esos pensamientos y esas
emociones. Para ser autocompasivos, necesitamos estar presentes
(observar y aceptar esos pensamientos y emociones) y ser conscientes
de nuestra experiencia, y también poner nuestras vivencias en
perspectiva al reconocer las experiencias de los demás.

Tanto los fracasos como los éxitos no nos definen: Son solo instancias
en las que logramos lo que deseábamos, o no. Pero cada uno de nosotros es
mucho más que esa instancia. Tenemos gran cantidad de dones, habilidades
y fortalezas para sortear esos obstáculos y tenemos un superpoder: ¡siempre
podemos aprender!
https://www.viacharacter.org/resources
https://self-compassion.org/the-three-elements-of-self-compassion-2
Recordar una situación en la que te hayas sentido un fraude por haber cometido un
error o fallado en algo.

Escribir todo lo que recordás haberte dicho a vos mismo.

Luego, escribir un texto (puede ser breve o una carta) a vos mismo, como si fueras la
persona que más te ama en el mundo.

¿Cómo me siento al leerla?


4. Aceptar y agradecer
La gratitud es la capacidad de experimentar la vida como
un regalo.
—John Ortberg

Al sentir que no tenemos participación en nuestros logros, nos hemos


acostumbrado a descartar los comentarios positivos y a magnificar los
negativos. Esto, que parece una práctica inocente que hemos realizado
durante años y de la cual ya ni somos conscientes, solo retroalimenta y
perpetúa la sensación de que no somos merecedores de lo que logramos.
Exploremos qué podemos hacer en cada caso:

a. Aceptar las felicitaciones y elogios


Ante las felicitaciones por un logro obtenido o un comentario positivo
sobre nosotros o alguna actividad que realizamos, automáticamente solemos
responder: “No fue tan complicado” o “Era una pavada” o “No es para
tanto”. Incluso, podemos decir: “En realidad, es todo mérito de mi equipo”.
Esto implica no hacernos cargo de nuestra participación; es no apropiarse ni
siquiera de la parte que nos corresponde.
El hecho es que, cuando no logramos reconocer como nuestro el logro,
no tomamos el mérito por este. Cuando sentimos vergüenza de recibir ese
elogio, es porque creemos que no somos merecedores o no somos lo
suficiente para obtenerlo. Entonces, si te felicitan por algo que hiciste, ¡no
subestimes el impacto de tu esfuerzo, conocimiento y experiencia para
lograrlo! ¡No le restes (ni te restes) valor!
La próxima vez que te feliciten o te elogien, te propongo:

Tomá una respiración antes de responder automáticamente.


Ejercitá la aceptación del elogio y da las gracias por ello.
Si sentís la necesidad de hacer un comentario adicional que le quite
importancia al elogio, ¡hacé el ejercicio consciente de elegir no
decirlo!
Como desafío adicional, te invito a lo siguiente:

Responder algo que refuerce la felicitación: “¡Gracias! ¡Finalmente


quedó muy buena la presentación!”.
Preguntar un poco más en profundidad para conocer en detalle qué
originó esa felicitación: “¡Gracias! ¿Qué puntos fueron los que más te
impactaron de la presentación?”. Puede ser útil para comprender qué
valoran otras personas del trabajo que hemos hecho, el cual,
probablemente, nosotros no valoramos.

Aunque parece sencilla esta práctica, suele tomar tiempo incorporarla.


¡Me encantaría que me comentes cómo te sentiste al hacerla!
Si alguien me felicita o me elogia por lo logrado, mis respuestas más habituales son…

La próxima vez que me feliciten o me elogien, las respuestas que puedo dar a
consciencia son…
b. Aprender a utilizar los comentarios “negativos” a nuestro favor
Así como no tomamos en cuenta los elogios y las felicitaciones,
probablemente tomemos muy en serio cualquier comentario negativo o
crítica, y eso nos haga sentir aún más impostores que antes.
El feedback o las devoluciones pueden convertirse en un regalo que nos
permiten ampliar nuestra mirada del mundo, entender distintos puntos de
vista y estándares. En lugar de recibirlos con temor, podemos entrenarnos
en recibirlos con curiosidad: ¿qué puedo aprender de este comentario?, ¿qué
hay de valioso para mí? Para eso, es necesario no identificarse con esos
comentarios. Como vimos anteriormente, si te dicen: “La presentación no
fue muy convincente” y lo traducís internamente como “Soy una pésima
presentadora”, estás adhiriendo inconscientemente ese comentario a tu
identidad, de lo cual no hay ninguna razón para que suceda. Es solo la
observación de alguien (parcial, subjetiva) sobre tu desempeño (laboral,
académico) en un momento dado: no es “la verdad” sobre tu persona.
Si creemos que es valioso conocer más del punto de vista de esa persona,
podemos aprender a recibir los comentarios de una forma provechosa,
indagando qué hay más allá de la opinión. Traer a la conversación hechos
observables para ambos permite ampliar nuestra mirada y comprender su
interpretación. Continuando con el ejemplo, se podría preguntar qué hechos
que observó lo llevaron a esa conclusión, en qué aspectos concretos le
pareció “no muy convincente”, cómo debería haber sido —desde su mirada
— una presentación convincente.
Elegí una situación en el último tiempo, en la que una persona que te importaba te dio
un feedback y te sentiste un fraude o confirmó tus temores de no estar a la altura:

Me dijeron (lo más textual que recuerdes) ...

Y yo me dije a mí mismo…

Creo que los hechos en los que se basó para darme esa opinión fueron…

Si pudiera no tomarlo personal y comprender que es solo un comentario sobre la tarea


o el desempeño, podría haber preguntado…

La próxima vez que reciba una devolución de este tipo, lo que puedo preguntar es…
5. Rediseñar tu conversación interna
Háblate a ti mismo como harías con alguien a quien amas
profundamente.
—Brené Brown

“Cada vez que me bloqueo o tengo dudas sobre mí, trato de recordar
algún momento en el que esto pasó y pude superarlo. O reflexiono
acerca de situaciones que son parte de nuestra identidad: la que nos
toca, pero también la que vamos creando en el camino. Por ejemplo,
nací en una ciudad chica de la Patagonia argentina, y siempre pienso
en todo lo que se inició a partir de allí y en los lugares a los que
pude llegar. Por lo tanto, si miramos nuestra propia historia y
crecimiento, vamos a encontrar estrategias que fuimos creando para
llegar a ser quienes somos. Pero, a veces, solemos mirar más para
adelante que para atrás, y es valioso reconocerse, reconocer esos
logros personales y usarlos como respuestas para los bloqueos del
presente, hacia el futuro —destaca Melina Masnatta, Emprendedora
Social (Ashoka Fellow), Directora Global de Aprendizaje y
Diversidad de Globant y cofundadora de Chicas en Tecnología—.
Cada vez que me veo limitada por mis pensamientos, también me
pregunto: ‘¿Qué tengo que perder?’. En general, siempre es más
para ganar, incluso un aprendizaje. Otra estrategia que utilizo desde
hace mucho tiempo es preguntarme si a mis ochenta años me
recriminaría algo o me quedaría con la duda de qué hubiera pasado
si me hubiera animado a hacerlo”.

Si bien la sensación de ser un fraude puede ser incentivada por las


situaciones y por el entorno, principalmente se genera a partir de nuestras
creencias, interpretaciones que hacemos de las situaciones y conversaciones
que tenemos sobre nosotros mismos. A medida que trabajamos en nuestro
crecimiento personal, también podemos afianzar nuestra dignidad personal
(palabra que tiene su origen en la aceptación y en el merecimiento)
comenzando por lo siguiente:
a. Hacernos responsables de nuestros pensamientos
Lo que nos decimos está en nuestra mente. Claro que es probable que
estemos repitiendo algo que nos dijo algún ser querido en otro momento de
nuestra vida. Pero de poco sirve quedarnos estancados echando culpas a
otros. Al fin y al cabo, más allá de su origen, esos pensamientos están ahora
en nuestro mundo mental y somos nosotros los únicos responsables de
trabajar para que sea acorde a la vida que queremos crear.

¿Hay algunas frases que me hacen sentir un fraude y de las que no me
estoy haciendo cargo?

¿De qué frases pongo la responsabilidad en otras personas?

b. Aceptarlos sin juzgar


Solo podemos evolucionar a partir de lo que aceptamos que está
sucediendo. De nada nos sirve negar nuestros pensamientos o pelearnos con
ellos. Si los negamos, poco podemos aprender de estos para modificarlos o
eliminarlos a través de distintas técnicas. Si nos enojamos o avergonzamos
(“¿Cómo voy a ser tal desastre de decirme esto a mí?” o “Siento vergüenza
de mí mismo por pensar esto”), entonces, necesitamos trabajar con el
pensamiento que nos limita o es agresivo y también con lo que nos decimos
internamente al estar enojados con nosotros mismos. Entramos en un
círculo vicioso de maltrato: me maltrato, y me maltrato porque me maltrato.
Aceptar lo que está ocurriendo en mi conversación privada, sin ponerle la
etiqueta de bueno o malo: sencillamente, es.

¿En qué ocasiones me juzgo por mis pensamientos? ¿Qué


suelo decirme? ¿Qué emociones aparecen?

c. Detectar la autoagresión y poner límites. ¡Tratate como si te


importaras!
Así como en tantas oportunidades hablamos de ponerles límites a otros,
podríamos pensar cómo limitar el maltrato que tantas veces tenemos
hacia nosotros mismos. Hacerlo se vuelve indispensable cuando
visualizamos el daño que nuestras voces internas pueden provocarnos,
minimizándonos y coartando nuestras posibilidades de expansión. Cuando
logramos darnos cuenta de que no hay razón para tratarnos de esa forma,
pero en nuestra mente aparece una sucesión de pensamientos que nos
dañan, podemos usar una técnica muy efectiva: decir basta tanto para
nuestros adentros, o en voz alta (¡quizás no en el medio de una reunión
pero, si estamos solos, decirla firmemente, ayuda a tomar aún mayor
conciencia!). Al detectarlos, no solo podemos decir: “Basta, yo merezco la
oportunidad de crecer”, sino que podemos afirmar nuestros dichos con
alguna postura corporal que nos resulte poderosa como, por ejemplo, la de
la Mujer Maravilla o la de Superman.

¿Qué frases agresivas me digo a mí mismo que no me


animaría a decirle a otra persona (familiares, amigos,
equipo de trabajo, etc.)?
¿Qué frase podría decirme para poner un freno a los
pensamientos que me están dañando?
¿Qué postura de mi cuerpo usaría para que esta frase tenga
poder sobre mi vida?

d. Dudar de las certezas que te hacen sentir un fraude


Creemos firmemente en que somos de una determinada forma, o bien que
deberíamos ser o hacer de una determinada manera. Sin embargo, a lo largo
de este libro hemos desmenuzado distintas creencias que habitan en
nosotros y quizás ya han quedado obsoletas. Si no estamos logrando los
resultados que deseamos o algo internamente nos hace ruido, ya que
estamos tan acostumbrados a dudar de nosotros, ¿por qué no empezar a
dudar de las certezas que nos hacen sentir un fraude?

d.1) Dejar de identificarnos con etiquetas que nos limitan


Cuando decimos: “Soy perfeccionista” o “Soy exigente” o “Soy
demasiado crítico conmigo”, nos estamos etiquetando como un todo. Sin
embargo, los críticos internos son muchos y no forman nuestro “yo” en su
totalidad, por lo que es posible poner en duda que “somos así”.
Es por esto que la psicóloga Virginia Gawel 39 propone desidentificarnos
de esas voces, reemplazando el “Yo soy” por “Una parte de mí hace o dice
que…”.
Entonces, en lugar de repetirnos una y otra vez: “Yo soy perfeccionista”,
podríamos pensar: “Una parte o aspecto de mí hace que busque la
perfección constantemente”.
Esta modificación desde nuestro lenguaje nos permite tomar distancia y
trabajar en esas voces que nos hacen sentir que no estamos a la altura,
comprendiendo que solo reflejan una parte de nosotros que nos dan un
mensaje, que podemos escuchar, pero no necesariamente acatar, y que
también hay otras voces a las que podemos darles lugar para crecer.

¿Qué “Yo soy…” suelo repetirme?

¿Cuál influye al momento de creerme un fraude?

¿Cómo podría hablar de este aspecto desidentificándome?

d.2) Dudar de que somos lo peores


A partir de las comparaciones que hacemos, solemos estar convencidos
de que las otras personas poseen lo que nosotros no, y que son todo lo que
nosotros no somos ni lograremos ser. Ser conscientes de las comparaciones
que hacemos nos permite dudar de la certeza que genera ese mecanismo
automático por el cual —en nuestra mente— quedamos disminuidos y
en posición de desventaja. Esto no implica no reconocer que hay tareas
que no nos salen bien o habilidades que no hemos desarrollado, sino evitar
el foco completamente negativo al compararnos con estándares que a veces
no tenemos claros, y sin el balance de reconocer lo que sí tenemos.

¿Cuáles son las comparaciones que tomo como certezas y me hacen
sentir un fraude?

Cuando me comparo, ¿qué digo de los otros?

De la misma manera en que damos altas valoraciones a otros (“Sabe
mucho de…”, “Es genial haciendo…”), te propongo que escribas lo
mismo sobre vos. Tomá las mismas frases que solés pronunciar, y
reemplazá el contenido con aquello que reconocés en vos. Ejemplo:
“Es increíble cómo ella habla en público”, “Es increíble cómo yo
cierro los balances”.

d.3) Convertir las convicciones en preguntas


Una técnica sencilla y rápida de relativizar los pensamientos a los que les
damos rango de verdad es convertirlos en preguntas:
“No estoy capacitada para hacerlo” ➞ “¿No estoy capacitada para
hacerlo?”
“Si no me esfuerzo, no tiene valor” ➞ “¿Es verdad que solo tiene valor si
me esfuerzo?
El solo hecho de ponerlo en tono de pregunta le quita el peso que la frase
tiene como indiscutible, e instala la duda en nuestra mente.

¿Qué afirmaciones me están limitando?

¿Cuáles serían las preguntas que me facilitarían dudar?

e. Modificar las estrategias internas


Sin ser conscientes de ello, cada uno de nosotros ha desarrollado su
propia estrategia mental y corporal para obtener —por ejemplo—
inseguridad, agobio, desmotivación, alegría, procrastinación. Es decir,
generamos una cadena de diálogos internos e imágenes que nos llevan a
sentirnos de una determinada forma y a que hagamos o dejemos de hacer
algo. En mi caso, descubrí que, cuando tenía un desafío nuevo por delante,
aparecía en mi mente la imagen de una lista interminable de cosas por hacer
para que saliera “perfecto” (por la fuerte incidencia de mi yo
perfeccionista). Esa lista la visualizaba en mi costado derecho, y era tal el
peso que sentía que inmediatamente aparecían en mi mente frases como
“Imposible hacer todo eso en tan poco tiempo” o “Mejor ni intentarlo”. Era
tan grande la sensación de agobio que me generaba y el peso que sentía en
los hombros que, en algunas oportunidades, eso hacía que lo pospusiera
hasta abandonar la idea de hacerlo.
Detectar qué es lo que dispara esta secuencia y cómo la construimos es
fundamental para poder desarticularla y cambiarla por una que nos facilite
lograr lo que deseamos.
Este mismo mapeo que ejemplifiqué se puede profundizar a partir de la
información personal que registramos en el ejercicio de la bitácora. Una
vez que detectamos cuáles son los pensamientos que nos hacen sentir
impostores y la corporalidad que adoptamos en esas situaciones, podemos
hackearlas:
e.1) Hackear las voces e imágenes en nuestra mente
La técnica Swish Pattern, proveniente de la Programación
Neurolingüística (PNL) actualizada, fue creada por Richard Bandler y por
John Grinder. Los dos ejercicios que comparto a continuación permiten
disminuir la intensidad o eliminar de nuestro mundo mental esos
pensamientos en forma de sonido o imágenes que nos hacen sentir un
fraude o que no estamos a la altura, para poder reemplazarlos por otros
funcionales a la vida que deseamos crear.

Para hackear las voces


► Conectá con algunos pensamientos que escuchás y te hacen sentir un impostor o una
impostora.
► Pasá la voz al lado completamente opuesto.
► Cambiá el timbre y tono (por ejemplo, de grave a agudo).
► Llevalo a una voz burlona o de algún personaje de dibujos animados, y repetí una y
otra vez.
► Bajá poco a poco el volumen hasta que sea imperceptible.
► Encerrá esas voces (mentalmente) en el lugar que elijas, y desprendete de estas.
Para hackear las imágenes
► Visualizar la imagen que te hace sentir un impostor o una impostora.
► Cambiar los colores hasta que quede en blanco y negro.
► Bajar el brillo hasta volverla opaca.
► Ponerle un borde.
► Pasar la imagen al lado completamente opuesto de donde estaba ubicada.
► Modificar el tamaño, poco a poco hasta que se convierta casi en un punto.
► Alejarla hasta hacerla imperceptible, o bien envolverla, lanzarla a un fueguito, o con
fuerza al aire, aplastarla, tirarla un tachito, o lo que elijas para que esa imagen
desaparezca de tu mundo mental.

Luego de utilizar estas técnicas, podés conectar con nuevas voces e


imágenes en tu mundo mental, imágenes que te reconectan con tu valor, que
te recuerdan que sí sos suficiente, que te impulsan a ir por lo que tu yo más
íntimo tanto desea. Ahora que esas voces ya no están en tu mundo mental, o
bien están en una forma que te afecta mucho menos que antes, sabemos
que, cuando detectamos una voz que no deseás en tu mundo mental,
fácilmente podemos bajar el volumen, alejarla o eliminarla completamente.

e.2). Hackear la corporalidad


Algunos de nosotros hemos crecido sin tener demasiado registro de
nuestro cuerpo, casi como si fuera un accesorio que registramos solo
cuando nos miramos en un espejo o si alguna parte nos duele notoriamente.
Incluso muchos hemos sido educados para procesar toda la información “en
forma racional”, haciendo caso omiso a lo que sintiéramos en el cuerpo. Sin
embargo, nuestro cuerpo es una fuente de información valiosa y una puerta
de acceso para trabajar con nuestra sensación de impostores, ya que cuerpo,
emoción y lenguaje interactúan constantemente.

Hay una casa que lleva su nombre. Usted es su único


propietario, pero hace mucho tiempo que ha perdido las
llaves. Por eso permanece fuera y no conoce más que la
fachada. No vive en ella. Esa casa, albergue de sus
recuerdos más olvidados, más rechazados, es su cuerpo.
—Thérèse Bertherat

Según la psicóloga social Amy Cuddy, “la forma en que llevamos


nuestros cuerpos afecta cómo nos sentimos con nosotros mismos, cómo nos
comportamos, cómo interactuamos con los demás, y cómo nos
desempeñamos”40. Cuando nos sentimos inseguros, dudamos de nuestra
capacidad para estar en donde estamos; podemos observar cómo nuestro
cuerpo repite algún patrón una y otra vez: es probable que miremos hacia
abajo, o crucemos los brazos y/o las piernas, o nos deslicemos encorvados
por la silla. De esa forma, pareciera que nos encerramos en nosotros
mismos, buscando pasar desapercibidos hasta que pase el peligro.
Durante años, he coacheado a personas para que realicen presentaciones
en público. Y es notable cómo podemos generar un cambio en nuestra
sensación de no estar a la altura a partir de modificar nuestras posturas
corporales. Una poderosa estrategia que he utilizado ha sido popularizada
por Cuddy en su charla TED: “El lenguaje corporal moldea nuestra
identidad”41. En esta, muestra las posiciones de poder, es decir, aquellas
que adoptan la mayoría de los superhéroes o las que adoptamos cuando
llegamos a un lugar plenamente confiados: nos abrimos, ocupamos más
espacio, y miramos al mundo con la frente en alto. Si bien durante los
últimos años ha habido controversia respecto de si adoptar esas posiciones
genera o no cambios hormonales, lo que sí se continúa probando es la
sensación de las personas de sentirse más poderosas y confiadas al
adoptar estas posturas más expansivas42.
Según estudios más recientes43, se cree que ya el solo hecho de no
adoptar posturas de constricción (encorvarnos y contraernos) y,
sencillamente, adoptar posiciones neutras o abiertas (sin cruzar brazos
y piernas, derechos) tiene fuerte impacto en nuestra emoción y nuestro
comportamiento, incluso proporcionalmente mayor que adoptar posturas
expansivas (abrir piernas y brazos). Cómo nos manejamos con nuestros
cuerpos influye directamente en la forma en que pensamos, sentimos y
actuamos44, por lo cual, al reconocer cómo se acomoda nuestro cuerpo cada
vez que escuchamos las voces que nos hacen sentir impostores, podemos
comenzar a cambiarlas por aquellas que nos hagan sentir mayor confianza.
Como dijo Maya Angelou: “Párate derecho y date cuenta de quién eres, de
que superas tus circunstancias”.
Recordá las últimas tres veces que te sentiste un fraude:

¿Cómo estaban ubicados mis brazos y piernas? ¿Qué posición tenía
mi espalda? ¿Hacia dónde miraban mis ojos?

¿Qué pensamientos y sensaciones percibo si recreo esas posturas?

¿Qué pensamientos y sensaciones percibo si cambio a posturas
neutras o expansivas?

6. Regular el miedo por la anticipación negativa


Todos tenemos miedo a lo desconocido; lo que uno hace con
ese miedo hará toda la diferencia en el mundo.
—Lillian Russel

“Hace unos años me convocaron para ser parte del elenco de la serie
Arde Madrid. Yo estaba en Buenos Aires y, sin casting previo, me
enviaron el guion y dossier de la serie. ¡Estaba tan feliz que no lo
podía creer! —recuerda la reconocida actriz argentina de cine, teatro
y televisión, Fabiana García Lago—. Era un enorme desafío porque
ensayaba sola en Argentina y luego tenía que unirme en Europa con
compañeros con los que nunca había trabajado. A medida que se
acercaba la fecha, cada vez más tenía dudas sobre mí; la última
semana antes de viajar, estuve sumamente angustiada. Imaginaba
que llegaba al set de grabación en España y me decían: ‘¡Ahora que
te vemos bien, no eras vos la que queríamos para el papel!’. Viendo
que me sentía tan mal, una amiga, Carina, me dijo: ‘Si no confiás en
vos, al menos confiá en quien dirige la serie: por algo te eligió’. Ver
la situación desde esa perspectiva me tranquilizó. Cuando llegué, se
lo comenté al director, Paco León, quien me dijo: ‘¡Quédate
tranquila, que sé todo de ti! ¡Estamos muy entusiasmados contigo!’.
Finalmente, por ese papel, ¡fui nominada como Mejor Actriz de
Reparto en España!”.

En ocasiones, la sensación de ser un fraude o no estar a la altura no


necesariamente se dispara por pensamientos desvalorizantes sobre nosotros
mismos, sino porque, en lugar de imaginarnos al menos un escenario
positivo, viene a la mente una catarata de sucesos catastróficos. Esta
anticipación negativa nos hace vivenciar, en el presente, un futuro donde
cobran vida todos nuestros fantasmas, que logran hacernos sentir pequeños
y paralizarnos, temerosos de lo que pueda ocurrir. ¿Qué podemos hacer
en estas situaciones?

a. Identificar las situaciones que disparan tus pensamientos de


impostor.
Reconocer en qué ámbitos o circunstancias habitualmente nos sentimos
más afectados por este sentimiento impostor (reuniones, exámenes, hablar
en público, etc.) y qué impacto generan esas situaciones en nosotros nos
permitirá prepararnos y desarrollar una estrategia personal para transitar
estos momentos fortalecidos.
Te invito a responder estas preguntas:

¿Cuáles son las situaciones en las que el Síndrome del Impostor ha
aparecido con más fuerza?

¿Qué impacto genera en mí?

¿Qué creencias y factores de los que hemos visto puedo identificar
que aparecen en esos momentos?

¿Cómo puedo prepararme para esas situaciones?

b. Detectar la anticipación negativa y el miedo que produce


Dado que tenemos incorporado el hábito de imaginar escenarios
adversos, y no somos conscientes de ello, ampliar nuestra escucha interna y
darnos cuenta apenas comienza a aparecer esa sucesión de pensamientos es
el primer paso para detectarlos antes que nos abrumen.
Es probable que, ante la percepción de esta amenaza (que puede darse tan
solo por el llamado de un cliente ofreciéndonos un trabajo que imaginamos
que será la ruina de nuestra marca si sale mal), se dispare el miedo en
nosotros, paralizándonos o queriendo huir de la situación. Esa explosión
emocional, en principio, dura seis segundos45, por lo que, tomar al menos
dos respiraciones profundas y/o hacernos algunas preguntas, nos puede
ayudar a frenar ese secuestro emocional. Una vez que identificamos que
estos escenarios son posibilidades que —por ahora— solo habitan en
nuestra mente, podemos preguntarnos:

Cuando previamente imaginé escenarios negativos, ¿qué tan cerca
estuve de lo que ocurrió en realidad?

¿Cómo son concretamente los hechos que me imagino?

¿Qué posibilidades hay de que sucedan?

¿Qué podría hacer para evitar o disminuir el riesgo de que suceda?

c. Forzar la anticipación positiva


Aun cuando otros puedan ver un futuro próspero para nosotros, esos
escenarios favorables no suelen abundar en nuestra mente, mucho menos
cuando nos sentimos un fraude. Es por eso que necesitamos forzarnos a
incorporarlos en nuestro menú de opciones: imaginarlos, olerlos,
escucharlos, sentirlos. En definitiva, hacer que formen parte de la
película de nuestro futuro posible. Para eso, podemos preguntarnos:

¿Qué escenarios positivos hubo en el pasado que yo no había
previsto?

¿Qué tres escenarios favorables podrían presentarse?

¿Qué posibilidad hay de que ocurran?

Cuando los pensamientos de anticipación negativa te abrumen, también


podés realizar este ejercicio que te permitirá ver con mayor claridad y
sopesar posibles escenarios.

d) Visualizarte en situaciones deseadas


¿Qué sucedería si imaginamos los escenarios que deseamos con la misma
claridad que lo hacemos con los más catastróficos escenarios? Así como
muchos deportistas profesionales realizan ejercicios de visualización
logrando sus objetivos, nosotros también podemos alcanzarlos haciendo una
gran presentación, participando activamente en reuniones o habiendo
conseguido el ascenso deseado. Vivenciar en el presente las sensaciones que
deseamos experimentar es un poderoso ejercicio, ya que nuestro cuerpo no
distingue si estamos imaginándolo o viviéndolo concretamente. ¿Pensaste
alguna vez cómo se sentiría estar en la situación que anhelás, sin la
sensación de ser un fraude?
Te invito a cerrar los ojos y hacerte estas tres preguntas:

¿Cómo me veo a mí mismo logrando lo que deseo?

¿Qué puedo oler, saborear, palpar o escuchar imaginándome en esa
situación?

¿Cómo se siente en el cuerpo la sensación de logro?

7. Construir el futuro deseado desde el presente


No dejes que los recuerdos de tu pasado limiten el potencial
de tu futuro. No hay límites que no puedas superar en tu
viaje a través de la vida, excepto en tu mente.
—Roy T. Bennett

En nuestro presente está la posibilidad de crear un futuro diferente al que


tendríamos si continuamos haciendo lo mismo, de la misma forma. Cuando
logramos conectar con ese futuro deseado (ya sea inmediato, o más a largo
plazo), tendremos el combustible necesario para transitar el camino sin que
nuestros críticos internos nos detengan. Como dice Louise Hay, “el punto
de poder está siempre en el momento presente”. Es por eso que
necesitamos:

a. Conectar con lo que queremos lograr


Cuando tenemos creencias tan absolutas respecto de cómo deberíamos
ser y hacer las cosas —tal como vimos en el capítulo sobre las creencias—,
probablemente perdamos de vista qué es aquello que nos moviliza, y
quedamos presos de la obligación interna de hacerlo perfecto, fácil, rápido,
originalmente, con mucho esfuerzo o sin ningún esfuerzo, lo cual termina
convirtiéndose en un fin en sí mismo. ¡Si no lo hacemos de esa forma,
mejor ni lo hacemos!
Cuando el miedo a fracasar y a que descubran que somos un fraude nos
invaden, si existe algo que puede darnos un gran motivo para trascenderlo
es comenzar a indagar en nuestros objetivos, en nuestro propósito, en
nuestros “para qué”, es decir, en aquello que es más importante que
sentirnos impostores. Y no me refiero necesariamente al “propósito de
vida” (que quizás suene abrumador para muchos de nosotros), sino a
objetivos más cercanos, pero que no nos animamos a ir a buscar por no
sentirnos a la altura.
“Quien tiene un porqué encuentra un cómo”, afirmó Friedrich Nietzsche.
Podemos parafrasearlo diciendo que quien tiene un “para qué” encuentra un
cómo. Conectar con nuestro propósito nos da el coraje para hacer los
cambios que necesitamos.
Cada vez que logramos fijar nuestra mirada en algo que va más allá de
esta situación puntual, esto puede impulsarnos a movernos hacia adelante:

¿Para qué hago lo que hago?

¿Para qué quiero animarme a hacer esto?

¿Para qué quiero permanecer aquí y no rendirme?

¿Para qué quiero correr mis límites?

b. Reescribir/Reencuadrar tus expectativas


Solemos sentir que no estamos a la altura, no por nuestro desempeño,
sino por las expectativas tan elevadas que tenemos sobre nosotros mismos.
Si creemos que deberíamos...

hacer todo perfecto, saber todo, poder solos con todo, hacer todo fácil,
hacer lo que nadie ha hecho antes, esforzarnos hasta límites inhumanos
y que nunca deberíamos…
equivocarnos, decir: “No sé”, pedir ayuda, tener dudas, etc., etc., etc.,
lo que sentiremos, sin duda, es una sensación de estar en falta
constantemente. Reescribir nuestras expectativas es una actividad que
nos lleva a reflexionar sobre cuál es el juego que queremos jugar y
cuál es el nivel de autoexigencia con el que estamos dispuestos a vivir
nuestra vida.

Te invito a un ejercicio similar al realizado en el capítulo sobre creencias,


pero ya no relevando las expectativas actuales sobre vos, sino las que elegís
para tu futuro…

¿Qué elijo permitirme?

¿Cuáles podrían ser los nuevos “debería” y “no debería”?

Debería No debería Elijo permitirme


c. Crear nuevas afirmaciones
Qué diferente podría ser nuestra vida si, con la misma convicción y
fluidez con que nos desvalorizamos, pudiéramos decirnos frases como: “Mi
tiempo es valioso”, “Disfruto de los nuevos desafíos”, “Soy maravillosa/o
haciendo…”. Para lograr lo que deseamos, y trascender la sensación de que
no somos suficiente, no solo es necesario reencuadrar nuestras expectativas,
sino también generar nuevas afirmaciones sobre nosotros y sobre la vida
que queremos tener a partir de ahora, para que comiencen a ser parte de
nuestro mundo mental:

¿Qué quiero creer de mí y del mundo?

¿Qué quiero crear?

Te invito a escribir al menos siete afirmaciones, teniendo en cuenta lo


siguiente:

Redactarlas en tiempo presente simple o, mejor aun, presente continuo


(“estar” + gerundio), antes que en futuro: Por ejemplo, “Mi voz merece
ser escuchada” versus “Estoy trabajando en ser mejor oradora cada
día”.
Escribirlas en positivo, es decir, especificando lo que sí deseás, o en lo
que estás trabajando, etc., en lugar de lo que no estás trabajando: Por
ejemplo, “Soy valiosa” versus “Estoy trabajando en mejorar mi
autoestima”
Incorporar palabras o frases que den la idea de deseo, elección y
acción firme (“Quiero”, “Elijo” o “Estoy”) en lugar de aquellas que
instalan en nuestro cerebro la duda acerca de si seremos capaces de
lograrlo (“Intento” o “Espero hacer”):

Por ejemplo, “Estoy subiendo mis precios porque mi aporte es valioso”


versus “Estoy trabajando en ampliar mi cartera de clientes”.
Seguramente, la primera vez que escribamos esta lista, nos resulte
extraño y hasta nos riamos de nosotros mismos, ya que no es la forma en la
que solemos hablarnos. Sin embargo, poco a poco, nos iremos
familiarizando, e incluso iremos retocándolas a medida que nos sintamos
más cómodos con esta forma de hablarnos. Pueden estar en nuestra mesa de
luz, en nuestro lugar de trabajo, o en donde sea que estén a mano para
releerlas todos los días, y más aún cuando nos invade la sensación de que
somos un fraude. Te invito a leer estas frases en voz alta hasta sentirlas en el
cuerpo registrando las nuevas posturas que adoptamos al decirlas. Estas nos
servirán de ancla para cuando lo necesitemos.

Mis afirmaciones son las siguientes:

d. Generar nuevas preguntas


Las preguntas son como linternas: alumbran el espacio al que apuntamos
y dejan en sombra el resto. Según la calidad de las preguntas que nos
hagamos, será el foco y la dirección de búsqueda que le daremos a nuestra
mente y el rango de posibilidades que podrá aparecer ante nuestra vista. ¿A
quién no le ha pasado de pensar en comprar, por ejemplo, una bicicleta, y
empezar a ver muchas más en la calle que las que notábamos
habitualmente? Y no es que hubiera más, sino que la mente está más
enfocada y nota lo que antes pasaba por alto.
Hay preguntas que solo nos llevan a juzgarnos o a explicar el origen de lo
que sucede, pero no nos permiten avanzar, como por ejemplo, “¿Cómo
puede ser que no me sienta con confianza?”. Sin embargo, otras preguntas
del estilo “¿Cómo puedo sentirme más confiada cada día?” nos permiten
visualizar nuevas acciones.
Es importante entrenarnos en generar preguntas que nos permitan
instalar una búsqueda en nuestra mente inconsciente que nos sirvan para
abrir el juego y nos faciliten tener un menú de opciones para accionar.
Ante situaciones en las que no nos sintamos a la altura, podemos
realizarnos preguntas que nos llevan a buscar distintos caminos para
construir ese futuro deseado.

¿Cómo puedo…? Por ejemplo, “¿Cómo puedo incrementar mi


confianza día a día?”.
¿Qué puedo hacer para…? Por ejemplo, “¿Qué puedo hacer para
aumentar mis ingresos?”.
¿Quién podría…? Por ejemplo, “¿Quién podría ayudarme a
desarrollar mis habilidades de liderazgo?”.

Te invito a escribir siete preguntas relacionadas con las afirmaciones, que


direccionen tu mente hacia la vida que deseás crear.

e. Crear nuevos dichos/mantras


Probablemente, hemos crecido escuchando dichos y metáforas que se
instalaron en nuestra mente como si fueran verdades y guiaron nuestro
accionar sin que fuéramos conscientes de ello. Hoy tenemos una muy buena
oportunidad para detenernos a pensar cuánta influencia tienen, en nuestra
forma de ver la vida, aquellas frases que repetimos casi en automático, sin
reflexionar sobre su significado.
Te invito a realizar este ejercicio de prestar atención e identificar las
frases que solés repetir, y a escribir nuevas. También podés escribirlas en
algún lugar visible para tu día a día (un espejo, post-it en la pared, etc.).
Siempre es buen momento para revisarlas y encontrar nuevos mantras que
nos acompañen en el día a día.
Gawel, V. (2020). El fin del autoodio. Editorial El Ateneo. Buenos Aires.
Biello, David. (2017). Dentro del debate sobre las poses de poder: una sesión de preguntas y respuestas con Amy Cuddy.
https://ideas.ted.com/inside-the-debate-about-power-posing-a-q-a-with-amy-cuddy/ -
https://www.ted.com/talks/amy_cuddy_your_body_language_may_shape_who_you_are
Biello, David. (2017). https://ideas.ted.com/inside-the-debate-about-power-posing-a-q-a-with-amy-cuddy/ - Dentro del
debate sobre las poses de poder: una sesión de preguntas y respuestas con Amy Cuddy.
https://journals.sagepub.com/doi/abs/10.1177/1745691620919358 - Elkjær E, Mikkelsen MB, Michalak J, Mennin D, S,
O’Toole M, S. (2020). Posturas y movimientos expansivos y contractivos: una revisión sistemática y un metaanálisis del
efecto de las manifestaciones motoras en las respuestas afectivas y conductuales. Perspectivas de la ciencia psicológica. doi:
10.1177 / 1745691620919358
Elsesser, Kim (2020). El debate sobre las poses de poder continúa: aquí es donde nos encontramos.
https://www.psychologicalscience.org/news/the-debate-on-power-posing-continues-heres-where-we-stand.html
Miller, Michael. https://www.6seconds.org/2018/02/19/7-amazing-facts-emotions/ 7 Amazing Facts About Emotions you Should
Know, Understanding how emotions work empowers you to navigate them more effectively.
Nuevos mantras

Mejor hecho que perfecto.

Lo perfecto es enemigo de lo hecho.


Frases para dejar ir
Perfecto es demasiado tarde.
Si lo vas a hacer, hacelo perfecto.
El fracaso es no intentarlo.
Si no lo vas a hacer bien, mejor no lo
hagas. El fracaso es no aprender de lo que no salió
bien.

Todos podemos no saber; lo importante es


aprender.
Apéndice

Las mujeres y el Síndrome del Impostor

Desde sus orígenes, el Síndrome del Impostor ha sido asociado con las
mujeres. ¿Por qué nos sentimos impostoras? ¿Por qué se dice que este
Síndrome impacta más en nosotras?
A pesar de que las estadísticas revelan que este fenómeno impacta más
frecuentemente en las mujeres que en los hombres, analizando distintos
estudios, se observa que las diferencias no terminan siendo tan
significativas y concluyentes, como en un principio se pensaba. Sin
embargo, comparto con varios autores la observación de que, en el día a día,
se ve este fenómeno como más limitante y presente a lo largo del tiempo
en las mujeres.
En el estudio más difundido46 sobre el tema, se afirma que el 70% de las
personas, alguna vez en su vida, ha experimentado esta sensación. Más
recientemente, una investigación sobre profesionales de Reino Unido de
202147 mostró que el 90% de las mujeres y el 80% de los hombres se
habían sentido así alguna vez. En un estudio realizado por la firma KPMG
en 2020 sobre 700 ejecutivas de alto potencial y amplia experiencia en
posiciones de liderazgo, el 75% informa haber experimentado el Síndrome
del Impostor en varios momentos de su carrera.
“Si bien hay factores situacionales que disparan o acrecientan la
sensación de ser un fraude, el género (así como la raza y etnia) es un factor
que incide en forma permanente48, y esto se debe a que es construido
socialmente, y determina que se espera, que se permite y que se valora49 en
una mujer o en un varón en un contexto determinado”.
Cabe aclarar que el desarrollo del libro en su conjunto está destinado a
todos, ya que los varones también experimentan estas dudas con frecuencia.
Pareciera que, mientras en los grupos de mujeres profesionales es un tema
sobre el que se habla frecuentemente y se trabaja activamente, los hombres
tienden a admitirlo en menor medida públicamente, o tal vez han
desarrollado la habilidad para que no sea notorio50. A pesar de esto, cuando
se les consulta en forma anónima o confidencial51, ¡finalmente aparece! De
hecho, en los talleres que realizo, tanto los abiertos al público como los
brindados en empresas, la cantidad de varones que asiste es creciente. No
dudo de que los cambios de paradigma que se vienen generando en los
últimos años respecto de la masculinidad —que facilitan la aceptación
propia y colectiva de la vulnerabilidad y la conexión con las emociones—,
los varones encuentran cada vez más lugar y están permitiéndose hablar de
este tema, lo cual sin dudas nos enriquece.
Este apéndice fue el que dio origen al libro, ya que en 2020 escribí un
artículo en Linkedln, compartiendo lo que había investigado y aprendido
durante estos años de haber estado trabajando con mujeres. Y me parece
particularmente relevante incorporarlo aquí, ampliado, dado que la
sensación de no estar a la altura puede transformarse en una fuerte limitante
para nosotras al momento de ocupar espacios en los que no habíamos tenido
presencia anteriormente, en los que hoy estamos poco representadas como,
por ejemplo, ámbitos donde se toman las decisiones (políticas,
empresariales, sindicales, etc.) y en campos del conocimiento cada vez más
influyentes a nivel global y con ingresos crecientes, como los campos
STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemática).

Las expectativas sociales


Según un estudio de KPMG52, el 77% de las mujeres ejecutivas
encuestadas, pertenecientes a compañías de Fortune 1000 (empresas de
EEUU con mayores ingresos) indican que la diferencia entre lo que
esperaban de su vida personal y profesional, y su realidad es lo que
probablemente desencadenó el Síndrome del Impostor. Y el 47% de las
ejecutivas dijeron que nunca habían esperado alcanzar el nivel de éxito
logrado profesionalmente. Esto podría llamarnos la atención, si no fuera
porque tiene un estrecho vínculo con una construcción cultural.
Históricamente, y a partir de la denominada división sexual del trabajo, el
rol productivo (actividades que generan bienes y servicios, remuneradas) y
el espacio público han sido asignados a los varones, mientras que a las
mujeres se nos ha atribuido el espacio privado y el rol reproductivo
(actividades domésticas y de cuidado de los otros, usualmente no
remuneradas). Se espera de las mujeres que estemos al servicio de los otros,
que nos responsabilicemos del cuidado de mayores y de menores en la
familia, que realicemos las tareas domésticas y que tengamos instinto
materno. En cambio, desde pequeños, a los varones se los alienta a
arriesgarse, a liderar y a alzar la voz, a nosotras se nos enseña a ser
serviciales y a cuidar.
Tenemos tan incorporado que ese es el rol primario que tenemos en la
sociedad que, al asumir otros roles que supuestamente no deberíamos
ejercer y, más aún, en ámbitos en los que supuestamente no deberíamos
estar, la sensación de ser un fraude aparece con fuerza.
Estos roles de género contribuyen a incentivar el Síndrome del Impostor,
sobre todo considerando el ingreso masivo de las mujeres al mercado de
trabajo (fuera del hogar) y los conflictos que esto trae interiormente, ya que
no se condice con los mensajes que han recibido respecto de su rol de
género. Ejecutivas exitosas comparten que algunos de sus principales
desafíos han tenido que ver no solo con el entorno, sino con deconstruir
esas imágenes formadas en la infancia y los roles que creían que tenían
socialmente asignados para, por ejemplo, asumir que podrían redefinir los
espacios familiares y elegir que, mientras ellas pueden liderar una
compañía, su pareja podría dedicarles, a sus hijos o al cuidado del hogar, el
mismo tiempo que ellas, o más.
La mayoría de las mujeres que desarrollan una brillante carrera
profesional sostienen que, más tarde o más temprano, aparece la culpa por
el desarrollo de su carrera y por el no poder dedicarle el tiempo que se
supone que “deberían” dedicarle a su familia, o incluso por no haber
conformado una. Pareciera que, si asumimos otros compromisos —ya sea
profesionales o académicos—, nunca debería dejar de estar presente nuestra
relación con los cuidados y con el hogar.

La ilusión de ser la Mujer Maravilla


Hace sesenta años, solo dos de cada diez mujeres trabajaban fuera del
hogar, mientras que, en la actualidad, somos casi siete de cada 1053. Sin
embargo, este ingreso masivo al mercado laboral remunerado, en gran
medida, no fue acompañado de una redistribución de las tareas que
realizábamos puertas adentro (como el cuidado de los niños y de los
mayores o de otras personas que necesiten asistencia; la educación, apoyo
psicológico y contención a los otros miembros de la familia; la limpieza del
hogar, etc., etc., etc.). Aunque culturalmente se ha ido avanzando, continúa
muy presente la idea de que los trabajos domésticos y los roles de cuidado
en la sociedad nos corresponden “naturalmente” a mujeres y niñas: son
nuestra responsabilidad.
Estas actividades son fundamentales para que las sociedades sigan
funcionando como lo han hecho hasta ahora. Sin embargo, su valor y el
tiempo que lleva realizarlas han sido mayormente invisibilizados. Ante esta
situación, las mujeres nos encontramos ante múltiples desafíos y exigencias
en el día a día: cuando termina la jornada fuera del hogar, comienza una
nueva de trabajo doméstico. Puertas afuera, la situación va cambiando pero,
puertas adentro, no parece hacerlo al mismo ritmo.
Sumando las horas del trabajo pago y del no remunerado, según OCDE,
las mujeres trabajaban, prepandemia, 2,6 horas54 más que los hombres, a
nivel mundial. De hecho, estoy escribiendo este libro durante la pandemia
de Covid-19, y los estudios más recientes reflejan una mayor salida de
mujeres que de hombres del mercado laboral55 para realizar tareas de
cuidados, ya que la pandemia aumentó la carga desigual de cuidados56 que
asumimos. Es que tenemos una sábana corta: disponemos de siete horas a
la semana y de 24 horas al día para hacer todo lo que se supone que
deberíamos hacer y, sin importar cuántas horas se resignen del sueño,
parece no ser suficiente.
Estas expectativas de perfección en los distintos ámbitos hacen que
muchas mujeres manifiesten sentirse un fraude por no poder cumplir con las
expectativas y autoexigencias impuestas para sus distintos roles. Consideran
que no son lo suficientemente buenas en el cuidado de su familia ni en su
espacio de trabajo. Esto tiene mucho que ver con las expectativas que la
persona tiene de cada uno de sus roles. Mujeres destacadas en su trabajo
sienten una culpa constante por no estar cuidando de su familia, cosa que
sus colegas varones probablemente no lleguen a sentir con la misma
intensidad, ya que son mandatos culturalmente asignados a las mujeres.
A pesar de que en muchos hogares se ha ido tomando conciencia del peso
del trabajo doméstico, la carga mental siempre está presente. Esto significa
que, aun cuando las tareas del hogar y de cuidado están repartidas,
generalmente la coordinación y responsabilidad de estas continúa
recayendo sobre nosotras (por ejemplo, recordar que hay que sacar un turno
médico o hacer la lista del mercado, aunque alguien más lo ejecute). La
brecha existente entre el ideal de todo lo que “tendría que hacer” y lo
que humanamente puede hacer puede acrecentar la sensación de no
estar a la altura.
Se nos ha repetido que somos multitasking (y no es así biológicamente:
nos hemos acostumbrado a intentar serlo, que es muy diferente), por lo que
deberíamos poder ir y venir entre una tarea y otra sin que eso nos genere
ningún agotamiento mental (como finalmente sí puede suceder). Sumarle a
ello la creencia de que debería hacerlo perfecto en todos los ámbitos
puede ser sumamente abrumador y agobiante, como vimos en el capítulo
referente a las creencias.
Conocer solo casos e historias de éxito perfectas e inalcanzables no
ayuda. Día a día vemos publicaciones y escuchamos relatos de personas que
muestran historias perfectas: logro profesional, una familia sonriente, una
casa reluciente, físicos torneados… ¡y todo logrado casi sin despeinarse!
A través de las redes sociales y de los medios de comunicación, estamos
bombardeados de casos de éxito: alguien que hoy tiene su propia compañía,
una persona que llegó a un alto cargo, alguien con muy altas calificaciones
a nivel académico, o alguien que vive viajando y conociendo lugares
fascinantes. Sin embargo, vemos solo una foto de una larga película de la
cual no sabemos casi nada. Poco conocemos de las dificultades, miedos y
errores por los que tuvo que transitar hasta llegar allí.
Si bien el ver solo la foto exitosa puede hacer sentir un fraude a muchas
personas (sobre todo a quienes creen que deberían hacerlo todo perfecto o
que les debería salir fácil y rápido), esto afecta particularmente a las
mujeres por las altas expectativas en simultáneo que ejercen para los
distintos roles. Esos estándares (muy poco realistas) solo hacen que
continuamente nos comparemos y sintamos que somos un fraude:
corremos el riesgo de que en cualquier momento alguien se dé cuenta de
que, mientras estamos haciendo la tarea con los chicos o cuidando a
nuestros padres, estamos tratando de cerrar una reunión de trabajo y de
vernos impecables con una sonrisa, aunque internamente nos sentimos
agotadas de correr de un lado para otro.
Esto se traduce en una enorme cantidad de expectativas sobre todo lo
que “deberíamos hacer”, lo bien que deberíamos hacerlo, y sin que
siquiera se note que no nos es sencillo o que estamos agotadas.
Estos múltiples esfuerzos se hacen disminuyendo tiempo de descanso,
entretenimiento, formación o cuidado de nosotras mismas. La percepción es
que, sin importar cuánto nos esforcemos, nada alcanza ante este panorama.
¿Cómo no sentirnos un fraude cuando no podemos cumplir con ese
nivel de expectativas?

La falta de modelos de rol


Aun cuando las mujeres representamos aproximadamente a la mitad de la
humanidad, esto no se ve reflejado en los distintos espacios públicos, y
mucho menos en espacios de decisión. La escasez, o directamente la falta
de mujeres en determinados ámbitos (política, ciencia, tecnología,
agroindustria, energía, sindicatos, altos cargos en compañías en general,
etc.), además de la poca presencia en los relatos de la historia que leemos
(aun con grandes aportes, muchas han sido ignoradas) hace que falten
modelos de rol, ya sea porque no se visibilizan o porque, efectivamente, no
hay. Esto, sumado a cómo se supone que somos y a qué deberíamos hacer
(roles y estereotipos de género), lleva a que niñas y mujeres no
vislumbremos esos espacios como una posibilidad, ni siquiera como
aspiracionales y a considerar que no tenemos las habilidades suficientes
para estar allí.
Por citar tan solo algunos ejemplos:

En 2015, el New York Times57 publicó un informe en el que destacaba


que, dentro de las empresas que figuraban en el índice S. &P. 1500
(que representa el 90% del valor total de las acciones de EEUU) había
más CEO llamados John (5,3%) o David (4,5%) que el total de
mujeres (4,1%) ocupando esos cargos. Cabe aclarar que las mujeres
son el 50,8% de la población norteamericana, mientras que los
hombres llamados John alcanzan solo el 3,3%. En 2020, el 7,4 % de
los CEO de las compañías Fortune 500 eran mujeres58.
En el CONICET (principal organismo dedicado a la promoción de la
ciencia y la tecnología de Argentina), las mujeres son mayoría en los
niveles iniciales (61,3% de los investigadores asistentes) y van
reduciendo su participación a medida que se va aumentando de
categoría: representan solo el 25% de los investigadores superiores59.
El panorama es abrumador en cuanto a puestos de liderazgo en
ámbitos de ciencia y tecnología: casi el 90% de las autoridades
integrantes del Consejo Interinstitucional de Ciencia y Tecnología
fueron varones en 2017, así como el 89% de los rectores en
universidades y el 73% de Secretarios de Ciencia y Tecnología (o
equivalentes)60.

Es importante considerar que, cuando se integra un grupo social


escasamente representado (al menos en el entorno en el que se encuentran),
el Síndrome del Impostor se dispara, dado que la persona puede temer
equivocarse o no tener un desempeño impecable en ese ámbito, ya que, si
falla, eso no impacta solo en sí misma y en su carrera, sino que siente el
peso de quitarles posibilidades y dificultar el futuro a los integrantes de su
grupo. Ya sea por raza, orientación sexual, género o ciertas condiciones y/o
que sufren algún tipo de discriminación específicas (por ejemplo,
discapacidad, edad, etc.), e incluso su combinación, las diferencias pueden
incrementar el fenómeno.
No llama la atención, entonces, que hayamos naturalizado que, cuando
las mujeres llegamos a determinados ámbitos a los que históricamente no
teníamos acceso (¡y aún es difícil!), sintamos que no es nuestro lugar, que
no tenemos derecho a estar allí o que nos queda grande, sin importar cuánto
hayamos hecho para lograrlo. Según el estudio de KPMG, el 32% de las
altas ejecutivas identificaron el origen del Síndrome del Impostor en el
hecho de que no conocían a otras personas en un lugar similar al de ellas.
¡Cuánto tenemos por hacer para que las nuevas generaciones sí vean esos
espacios como deseables y posibles!

La capacidad intelectual
“¿Cómo es que llegó ahí?” es una pregunta que se suele hacer sobre las
mujeres, aludiendo a que seguramente no lo hicimos por nuestra capacidad,
sino por nuestra belleza, la forma en que nos vestimos o algún vínculo. Esa
sospecha casi nunca recae sobre los varones, aun cuando pudieron tener
menos títulos o recorrido profesional. Los cuestionamientos que hemos
escuchado sobre nosotras u otras mujeres no han hecho más que alimentar
la propia duda.
Los estereotipos son simplificaciones acerca de cómo (supuestamente)
piensan, sienten y actúan las personas de un determinado grupo social. “Los
estereotipos de género operan asignando a las personas cualidades y valores
diferenciados sobre la base del sexo:
Las mujeres son (y, por lo tanto, deben ser) dóciles, débiles, bellas,
sensibles, dependientes, irracionales, impulsivas.
Los varones son (y, por lo tanto, deben ser) agresivos, fuertes,
inteligentes, racionales, no emocionales, independientes, estables.
Esto no implica que las mujeres y los varones tengan estas cualidades,
sino que, simplemente, constituye el parámetro desde el cual mujeres y
varones son evaluados, las expectativas que existen respecto de su
comportamiento y las funciones que pueden o no desempeñar”61.
Comúnmente estos estereotipos asocian la brillantez y la genialidad a los
varones. En cambio, las mujeres aparecemos como menos capaces
intelectualmente, por lo que “hay que explicarles”, “no entienden”, “no
pueden resolver ciertos cálculos o problemas complejos”, “no pueden
analizar fríamente ciertos temas”. ¡Todo esto sí lo puede hacer un hombre
en forma solvente, mientras nosotras le aportamos belleza a la vida!
Esta idea de “mujeres demasiado emocionales” que no pueden ser lógicas
ha estado presente a lo largo de la historia. Mientras que a los hombres se
los ha asociado a la razón, la fuerza y la objetividad, a la mujer se la ha
asociado a la emoción, la sensibilidad y la subjetividad. La filósofa Diana
Maffía, en su escrito “El contrato moral62” relata que, para Aristóteles (uno
de los filósofos más influyentes), las “virtudes naturales” de una mujer son
“incapacidad para el mando, sumisión y pasividad, debilidad corporal,
disposición para las tareas domésticas, valentía subordinada, moderación,
modestia e irreflexiva emotividad. […]. Así, aunque la marca distintiva de
los seres humanos reside en su poder de razonar, hay, sin embargo, cierta
clase de seres humanos que están excluidos del ejercicio pleno de la
razón humana, y son los esclavos y las mujeres”.
Si creíamos que en pleno siglo xxi estos estereotipos habían perdido
vigencia, en 2015, en un sondeo de opinión realizado por la Fundación
L’Oréal63 en Europa, el 67% de los encuestados consideró que las mujeres
carecen de capacidad para estar entre los mejores científicos,
particularmente por su falta de racionalidad, capacidad analítica, sentido
práctico y espíritu científico (entre otros). Cabe aclarar que, en los últimos
siglos, se intentó fundamentar esta creencia en que el cerebro del hombre y
el de la mujer son diferentes, mito que la neurociencia64 está dejando atrás.
Estas generalizaciones, de alguna forma, calan hondo, no solo en la
percepción que la sociedad puede tener de nosotras, sino fundamentalmente
en nosotras mismas desde muy temprana edad. Condicionan incluso
elecciones profesionales a futuro por no creer que somos lo suficientemente
capaces de tomarlas. De hecho, en 2017, la revista Science65 publicó un
estudio mediante el cual se observó que, a partir de los 6 años, las niñas
dejan de asociar la inteligencia y la brillantez con su género, mientras que
no sucede lo mismo con los niños. Algunos de los resultados publicados
indicaron de las niñas lo siguiente:

Son menos propensas que los niños a pensar que otras personas de su
género son inteligentes.
Tienden a asociar el buen rendimiento académico en cuanto a notas
(no así a la inteligencia) con mujeres.
No correlacionan buen rendimiento académico (que lo asocian más a
mujeres) con inteligencia (que la asocian más a hombres). Quizás sea
porque no consideran que se necesita ser inteligente para sacarse altas
notas, o porque no creen serlo.
Se interesan menos que los niños en el juego del que se dice que es
para “realmente inteligentes” (probablemente por no verse como tales),
pero más que ellos en el juego para “personas
perseverantes/trabajadoras”.

Al leer este estudio en detalle, no pude dejar de asombrarme cuántas


similitudes con lo que observo en el día a día de las mujeres que se sienten
(¡nos sentimos!) un fraude por no creer que son brillantes, aunque sus
calificaciones sean extraordinarias. Eso sí: identificamos que nos
esforzamos, ¡y mucho!
No extraña, entonces, que una de las creencias que mayormente nos haga
sentir un fraude a las mujeres es que deberíamos saberlo todo, lo que
motiva la avidez constante por conseguir más y más títulos. De hecho,
según la UNESCO66, “el número de estudiantes universitarias en todo el
mundo ha superado al de los hombres desde 2002, y estadísticas de 2018
muestran que las mujeres obtienen prácticamente dos de cada tres de los
títulos de grado que se otorgan en Estados Unidos”. Sin embargo, “el
porcentaje de mujeres que estudian Ingeniería, Industria y Construcción o
Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) se ubica por debajo
del 25% en más de dos tercios de los países”67. Esto —entre otras cosas—
nos permite visualizar el impacto que aún tienen los estereotipos de género
y, dado que esas áreas son de gran dinamismo y de ingresos crecientes,
mirando hacia el futuro, necesitamos poner este tema sobre la mesa.
Habiendo incorporado esa duda sobre nuestra capacidad intelectual,
desafiar esta generalización de “cómo es” y “qué puede hacer” una mujer
no es tarea sencilla, sobre todo en ámbitos masculinizados. A esto se
refiere la psicóloga Eleanor Maccoby (1963)68 cuando afirma que “la niña
que mantiene las cualidades de independencia y esfuerzo activo
(orientación al logro) necesarias para el dominio intelectual desafía la
convención del comportamiento apropiado para el sexo y debe pagar un
precio”.
¿Es posible que el hacernos creer a nosotras mismas que en nuestro ser
no habita esa capacidad haya funcionado en ocasiones como un mecanismo
de defensa y preservación?
Vinculando los estereotipos con el Síndrome del Impostor desde una
perspectiva psicológica, quienes acuñaron el término sostienen que “tener
un sentido de sí misma como una farsante intelectual puede permitir que la
mujer viva su orientación al logro en gran medida y al mismo tiempo
disipar algunos de sus temores sobre las consecuencias negativas de ser una
mujer exitosa en nuestra sociedad. Mientras mantenga la noción de que no
es brillante, imagina que puede evitar el rechazo social”. 69

La amenaza del estereotipo


Cuando somos conscientes de la existencia de ciertos estereotipos sobre
un grupo al que pertenecemos o con el que nos identificamos (género, raza,
nivel socioeconómico, etc.) al que se le asigna “una característica que, a los
ojos de la sociedad, hace que uno sea ampliamente devaluado70” y evaluado
en desventaja en relación con otros grupos, podemos sentir la presión y la
preocupación de que nuestro rendimiento personal confirme ese estereotipo.
Esto se llama amenaza estereotipada.
Es decir, si existe la creencia generalizada de que “las mujeres no son
buenas para las finanzas”, “la tecnología y los números son complejos para
mujeres” o “las mujeres son demasiado emocionales para trabajar en
ámbitos científicos”, entonces, “las mujeres soportan la carga adicional de
tener un estereotipo que alega una incapacidad basada en su género, lo cual
es un problema que otros, no estereotipados de esta manera, no soportan71”.
Es probable, entonces, que las mujeres que estudien o trabajen en esos
campos muestren un rendimiento por debajo del que realmente podrían
tener si no estuviera presente esa construcción social, y debemos tener en
cuenta que esto no sucede por falta de capacidad, sino que es meramente
situacional bajo determinadas condiciones.
Si el solo hecho de que estas ideas estén presentes en el inconsciente
colectivo y pueden influenciarnos, imaginemos entonces el efecto que
pueden causar cuando son dichas explícitamente, y más aún en ámbitos en
los que estamos poco representadas:
- “Las mujeres tienen menos habilidades innatas que los hombres para la
ciencia” (Lawrence Summers, ex rector de Harvard y ex secretario del
Tesoro estadounidense e integrante de la Academia Nacional de Ciencias
(2005)).
- “¿Cuál es mi problema con las mujeres? Tres cosas ocurren cuando uno
comparte el laboratorio con ellas: se enamoran de uno, uno se enamora de
ellas y, cuando se las critica, ellas lloran” (Sir Tim Hunt, biólogo Premio
Nobel de Medicina, en la Conferencia Mundial de Periodistas Científicos en
Seúl (2015)).
- “Las mujeres tienen mayor apertura a sentimientos y estética más que a
ideas; más interés en las personas que en las cosas; prefieren relativamente
trabajos en áreas sociales o artísticas; muestran mayores niveles de ansiedad
y menor tolerancia al estrés” (James Damore, ingeniero de Google en el
memorándum “La caja de resonancia ideológica de Google” (2017), acerca
del motivo por el cual las mujeres están poco representadas en el área
tecnológica y en los puestos de liderazgo).
En estudios realizados 72en actividades en las que es notoria la existencia
de las percepciones sobre que un género supera a otro73 (por ejemplo, tareas
percibidas socialmente como “de hombres”), la baja significativa del
rendimiento se observó solo en dos condiciones: 1) cuando las tareas se
perciben como favorables al otro género y 2) cuando se menciona
explícitamente el género favorecido. En casos en los que no se ha hecho
mención del género, el rendimiento aumentó significativamente. Lo
interesante es que, en el caso de que la tarea se asocie culturalmente a
mujeres, los varones74 no mostraron bajas en su rendimiento. En relación
con esto, son varios los estudios que sugieren que las mujeres somos más
vulnerables a la amenaza del estereotipo.
En síntesis, cuando percibimos esta amenaza, comenzamos a navegar en
un mar de dudas sobre las propias capacidades, lo que nos lleva a una
sensación de inferioridad respecto de otros, y a sentir que no estamos a
la altura de las circunstancias, o que ese ámbito no es nuestro lugar.
Esto hace que nuestras expectativas de lograrlo bajen considerablemente y
nos encontremos en un constante estado de alerta y ansiedad ante la
posibilidad de errar o fallar. La amenaza puede convertirse en una profecía
autocumplida. La sola idea de ser evaluadas en función del estereotipo
hace bajar el rendimiento (sin conocer el impacto de esta influencia), y lleva
a confirmar lo que “se suponía”: que no se tiene capacidad para ello.

La atribución al éxito y al fracaso


Como vimos en el capítulo 4, un factor importante para sentirnos
impostoras es la atribución de los éxitos a causas ajenas a nosotros (el azar
o la participación de otros) o, eventualmente, a causas internas, pero no
estables (esfuerzo). Este tipo de atribución suele darse más frecuentemente
en mujeres que en varones.
Dado que la “competencia” (independencia, competitividad, objetividad,
dominancia, etc.) suele ser vinculada con los varones y el afecto y la
expresividad (delicadeza, amabilidad, consciencia de los sentimientos de
los demás, etc.) con las mujeres75, las expectativas y los estereotipos de
género juegan un papel clave al momento de atribuir las causas a nuestros
resultados.
Es por estas cuestiones culturales que venimos analizando (no biológicas)
que las mujeres somos quienes más frecuentemente tendemos a atribuir
nuestro éxito a causas temporales, ya sea externas (como la suerte) o, en
menor medida, internas (como el esfuerzo), pero difícilmente a una
causa interna permanente, como la capacidad. De hecho, en un estudio
sobre líderes76, las mujeres directivas tendían a atribuir el logro de los
objetivos menos a su capacidad y más al trabajo duro, y atribuían más
generosamente el éxito a su equipo que los hombres. El poner las causas
de los logros afuera, o bien asignárselas al esfuerzo, hace que la
sumatoria de éxitos cosechados se vea como algo no conectado,
aleatorio y con escasas posibilidades de repetirlo.
Sin embargo, el fracaso sí tiende a ser asociado a causas internas
permanentes como la competencia o, mejor dicho, a “la falta de”, lo cual
lleva a que más frecuentemente nos avergoncemos, creyendo que hay una
falta en nosotras.
En el caso de los varones, se observa una mayor tendencia a atribuir sus
éxitos a un factor interno y estable como es la capacidad, mientras que el
fracaso tiende asociarse a causas externas (dificultad, mala suerte), lo cual
contribuye a preservar la autoestima y el autoconcepto77.
No es menor la influencia de que una actividad sea percibida
estereotipadamente como de hombres o de mujeres al momento de atribuir
las causas: en las tareas masculinas, el éxito de un hombre tiende a ser
atribuido a la habilidad, mientras que el éxito equivalente de una mujer
tiende a atribuirse a la suerte o al esfuerzo pero, en las tareas femeninas, no
se observa el efecto inverso con el mismo peso78. ¡Imaginemos, entonces, el
impacto que tiene esta atribución al momento de incorporarnos en ámbitos
académicos o laborales que son masculinizados, o que hasta hace poco
veíamos difíciles de alcanzar!
En el ámbito escolar y académico, se ha observado que las atribuciones a
factores internos se dan más en áreas de conocimiento feminizadas (lengua
y literatura) 79que en otras masculinizadas (matemática).
Esta atribución diferencial de éxito y fracaso ya se puede observar
estimadamente a los 10 años, posiblemente por la fuerza que cobran ciertos
mensajes respecto de que las mujeres somos intelectualmente menos
capaces y de que ciertos temas no son para nosotras.
Estas percepciones no solo influyen en la atribución interna que hacemos
de nuestros logros y fracasos, sino también en la que hacen otros acerca de
nuestro rendimiento. Es decir que no solo es cómo nos percibimos, sino
cómo nos perciben, y cómo probablemente haya impactado esa mirada en
nosotras.
La mirada social e histórica y las bajas expectativas respecto de qué tan
competente puede ser una mujer contrastan con los altos rendimientos que
obtenemos. Si de una mujer no se esperan competencia e inteligencia, es
probable que se acepte el mensaje de que sus logros están dados por
factores que no tienen que ver con su capacidad. Esto, sumado a los
otros puntos que venimos desarrollando, hace que las mujeres nos
permitamos un margen de error mucho menor que los varones, y que
seamos más duras con nosotras mismas.
Dado que el éxito profesional de las mujeres ha ido a contramano de las
expectativas de la sociedad y de las autoevaluaciones que internalizamos,
no es sorprendente que las mujeres nos hayamos tenido la necesidad de
encontrar una explicación para nuestros logros que no sea nuestra propia
inteligencia como, por ejemplo, creer que estamos engañando a nuestras
personas… ¡y nos hemos creído demasiado bien el papel de impostoras!

El ideal de ser una “señorita”: la perfección, el orden, la


modestia y el adecuarse “a lo correcto”
Muchas recordamos nuestra infancia con mensajes en los que
comportarse como “una señorita” implicaba tener todo ordenado
perfectamente (¡las expectativas de perfección siempre presentes!) y una
“apariencia” impoluta. Y, por supuesto, ser “modestas”, es decir, no alardear
de nuestra inteligencia, ni andar contando a los cuatro vientos lo genial que
hicimos algo, nada de alzar la voz, ni de resaltar, solo acompañar, en voz
baja.
Esa idea de perfección a muchas nos acompaña a lo largo de nuestras
vidas sin siquiera entender el motivo y, de alguna forma, internamente nos
lleva a creer que nada de lo que hagamos es suficiente, como hablamos al
inicio.
La modestia jugó su juego, al entrenarnos en no poder apropiarnos y
reconocer nuestras habilidades y logros, como si estuviera mal hacerlo.
¿Cuántas veces hoy no nos animamos a contar lo que hemos conseguido?
¿Cuántas veces no nos ofrecemos para realizar un trabajo, aun cuando
estemos más que calificadas, por creer que no deberíamos estar
promocionándonos?
“Cuando me di cuenta de cómo operaba este mecanismo en mí,
pude cambiar mi actitud —asegura Marina Fernández, Doctora en
Biología e Investigadora de CONICET—. No hace mucho me llegó
un mail, en el que se pedían candidatos para un puesto en la
comisión directiva de una sociedad científica. Pocos minutos
después ¡envié un mail postulándome a mí misma! Más allá de que,
si luego me seleccionan o no, si nadie sabe que estoy interesada en
eso y yo no lo hago saber, probablemente nunca tenga la
oportunidad”.

Se nos ha enseñado a acompañar, a estar detrás o al costado, pero no


a ser protagonistas: “Detrás de cada hombre, hay una gran mujer”. Se nos
educó para ello a través mensajes provenientes de diversas fuentes:
juguetes, publicidad, cine, familia, escuela.
Los varones fueron incentivados desde pequeños a tomar riesgos;
incluso, si rompen las reglas o las convenciones, esto suele ser valorado
positivamente (¡qué arriesgado!) y visto como algo “propio de su
naturaleza”, y no como producto del desarrollo sociocultural. En cambio,
las mujeres tendemos a ser educadas para seguir las normas establecidas y
adecuarnos a estas. Claro que, cuando decidimos apartarnos o desafiarlas,
esto no suele ser valorado positivamente por otros (“Es demasiado
ambiciosa”).
Es probable que el seguir las reglas sea uno de los secretos del éxito de
las niñas y mujeres en el ámbito académico, pero luego, en el ámbito
profesional, esto puede tener otros efectos. En un estudio publicado por
HBR (2014),80 en el que a hombres y mujeres les preguntaron si decidieron
no postularse para un trabajo porque no cumplían con todos los requisitos,
en la respuesta “Estaba siguiendo las reglas para aplicar”, dos de cada tres
personas que adhirieron fueron mujeres. De hecho, mientras los varones
pueden presentarse a una solicitud con tan solo el 60% de los requisitos
cumplidos, nosotras no solemos hacerlo hasta que cumplimos el 100% de
estas81.

La doble vara
Los comportamientos, competencia y éxitos de las personas suelen
medirse en forma diferente según su género. Exploremos algunos ejemplos
que influyen en nuestra sensación de no estar a la altura, sobre todo en el
desarrollo profesional.
• El liderazgo fue históricamente asociado a los hombres y, por ende, a
priori se asume que no necesitan demostrar tanto como las mujeres que
están preparados para ello. Lo mismo sucede en ámbitos donde las mujeres
aún somos pocas (como campos STEM82) y tenemos que estar demostrando
que podemos estar allí. Dado que se supone que ciertas características están
dadas en los hombres, las mujeres pagamos un precio mucho más alto en
términos de esfuerzo para demostrar que podemos liderar y tener poder de
negociación, asertividad, etc. No es extraño escuchar frases como
“¡Tenemos que demostrar el doble!”.
Esto se exacerba, en el caso de las primeras mujeres, en algunos
espacios: se habla sobre “la primera CEO mujer”, y todas las miradas se
vuelcan a ella. ¡No importa cuántos varones hayan pasado por ese puesto
antes y no hayan tenido una buena gestión! Si esa “primera mujer” en el rol
toma decisiones erróneas, probablemente se diga que “no era para una
mujer”, y ese es un riesgo que muchas tenemos presente, aun a nivel
inconsciente.
• Cuando las mujeres se comportan de formas que estereotipadamente no
se asocian con lo femenino (ambición, foco en resultados, asertividad,
agresividad, dureza etc.), se suele decir que “son demasiado…” (rígidas,
agresivas, ambiciosas, etc.), y ello se valora negativamente. Sin embargo,
cuando se comportan de acuerdo con el estereotipo (foco en relaciones,
cuidado, etc.), se las puede considerar demasiado blandas para ser líderes, o
poco competentes (ya hemos visto que los atributos de nuestro género no se
relacionan con la competencia)83. Así es cómo, mientras que a una mujer se
le dice “mandona”, un hombre suele ser visto como un profesional con
autoridad y seguro de sí mismo. Mientras una mujer es tildada de
“ambiciosa” al negociar y se la mira con desconfianza, al hombre se lo ve
como un gran negociador. Mientras que una mujer que eleva la voz puede
ser (negativamente) “demasiado emocional”, un hombre puede ser
calificado positivamente de “implacable” o que sabe poner las cosas en su
lugar. Esta percepción hace que, sin importar lo que se haga, difícilmente se
tenga la sensación de no hacer lo correcto y de no ser la persona adecuada
para ese lugar.
Algo no menor es que, cuando se observan en nosotras esos
comportamientos asociados a la competencia, solemos ser juzgadas como
“poco agradables” y, en cuanto a relaciones interpersonales, recibimos
evaluaciones más negativas84 que las mujeres que adoptan un estilo
“femenino”. Parece que no es posible que en nosotras coexistan ambos
estilos.
Para la carrera profesional, no solo lo que ocurre dentro del ámbito
laboral se juzga distinto. Algunos estudios85 demostraron que tener hijos
(sobre todo pequeños) hace que los hombres sean percibidos como más
responsables, mientras que las mujeres son vistas como menos
comprometidas con su trabajo.
• Las mujeres usualmente son evaluadas y promovidas por su
desempeño86 y por lo que han demostrado, mientras que los hombres
suelen obtener promociones en función de su potencial. Una vez que
percibimos esto (no siempre en forma consciente), el temor a fallar se hace
más presente, ya que puede cortar cualquier posibilidad futura.
• Aun en ocasiones en las que se supone que la evaluación es objetiva y
no vinculada con el género, probablemente por sesgos inconscientes, se
suele observar un estándar más alto para las mujeres. Esto implica no
solamente la vara más alta, sino tener que demostrar lo que raramente se les
pide a los varones. Ejemplo de esto es un estudio de la Universidad de Yale
(2012) en el que profesores de Ciencias debían calificar la solicitud de un
estudiante, mujer u hombre, para un puesto de gerente de laboratorio. El
solicitante masculino fue calificado como significativamente más
competente y contratable que la mujer, aun con idéntica solicitud. También
seleccionaron un salario inicial más alto y le ofrecieron más mentoreo en su
carrera profesional al solicitante masculino. Análisis adicionales indicaron
que era menos probable que se contratara a la estudiante porque era vista
como menos competente (lo cual, a esta altura del análisis, no nos
sorprende tanto).
Si bien este Apéndice hace especial hincapié en las mujeres, me parece
interesante que todos podamos reflexionar sobre el tema, ya que en un
mundo en el que todas las personas tenemos derecho a desarrollarnos
plenamente, necesitamos estar cada día más abiertos a la diversidad de
miradas y fomentar espacios de crecimiento para todos. Como vimos, el
impacto que el fenómeno del impostor tiene en las mujeres está
estrechamente relacionado con cuestiones culturales, por lo que conocer
acerca de esto nos permite ampliar la conciencia y revisar el impacto de
nuestras acciones —en el día a día— como padres, líderes, educadores, en
síntesis, como parte activa de una sociedad en plena evolución.
Sakulku, J. (1). The Impostor Phenomenon. The Journal of Behavioral Science, 6(1), 75-97. https://doi.org/10.14456/ijbs.2011.6
https://www.complygate.co.uk/blog/85-uk-professionals-suffer-from-imposter-syndrome-%E2%80%93-how-to-combat-
imposter-syndrome
Chakraverty, D. (2019). Impostor phenomenon in STEM: occurrence, attribution, and identity.
ONU – Glosario de términos.
Advancing the Future of Women in Business: The 2020 KPMG Women’s Leadership Summit Report (October 2020)
kpmg.com/womensleadership.
Clance, Pauline R.; O’Toole, Maureen A. (1988). The Imposter Phenomenon: An Internal Barrier to Empowerment and
Achievement. Pauline Rose Clance Maureen Ann. The Haworth Press.
Ídem 5.
D´ Alessandro, Mercedes (2016). Economía Feminista. Penguin Random House, Buenos Aires.
Ídem 8.
https://www.pwc.co.uk/services/economics/insights/women-in-work-index.html
https://www.pwc.com.ar/es/prensa/retroceso-para-la-igualdad-de-genero-en-mercado-laboral.html
https://www.nytimes.com/2015/03/03/upshot/fewer-women-run-big-companies-than-men-named-john.html Fewer Women
Run Big Companies Than Men Named John (Justin Wolfers – 2015).
Advancing the Future of Women in Business: The 2020 KPMG Women’s Leadership Summit Report (October 2020)
kpmg.com/womensleadership.
Nota: Agencia Telam. (13/11/2020). Las mujeres son apenas el 25 % de los “investigadores superiores” del Conicet.
https://www.telam.com.ar/notas/202011/535044-investigador-superior-conicet-mujeres-ciencia.html
Ídem 14.
Mujeres y Política: Derechos, igualdad y violencia en Argentina (1.º ed. –Buenos Aires: Fundación CIPPEC, 2008)– CIPPEC y
Embajada de Noruega - https://www.cippec.org/wp-content/uploads/2017/03/1855.pdf.
http://dianamaffia.com.ar/archivos/El-contrato-moral.pdf
https://www.opinion-way.com/fr/sondage-d-opinion/sondages-publies/opinion-societe/societe/autres-etudes-societe/fondation-l-
oreal-matriochka-les-femmes-en-sciences-septembre-2015.html
https://www.bbc.com/mundo/vert-fut-50154405 - Neurosexismo: cómo la neurociencia destruyó el mito de que los hombres y
las mujeres tienen cerebros distintos.
Bian, Lin; Jane, Sarah; Cimpian, Leslie, A. (2017). Gender stereotypes about intelectual ability emerge early and influence
children’s interests / http://science.sciencemag.org/.
UNESCO. (2021). Mujeres en la educación superior: ¿La ventaja femenina ha puesto fin a las desigualdades de género?
Ídem 21.
Maccoby, E.E. Woman’s intellect. In S. M. Farber and R. H. L. Wilson (Eds.) (1963). The Potential of Woman. New York:
McGraw-Hill.
Rose, Pauline; Clance, Suzanne, I. (1978). El fenómeno del impostor en las mujeres de alto rendimiento. Dinámica e intervención
terapéutica. Universidad Estatal de Georgia Plaza de la Universidad Atlanta, Georgia.
Spencer, Steven J.; Steele, Claude M.; Quinn, Diane M. (1999). Stereotype Threat and Women’s Math Performance () Journal of
Experimental Social Psychology 35, 4–28. Article ID jesp.1998.1373, available online at http://www.idealibrary.com
Ídem 25.
https://bse.eu/research/working-papers/lets-not-talk-about-sex-effect-information-provision-gender-differences Iriberri, Nagore y
Biel Rey, Pedro. (September 2011). Let’s (Not) Talk about Sex: Gender; Awareness and Stereotype-Threat on Performance
under Competition. Barcelona GSE Working Paper Series Working Paper nº 583
En este caso, los estudios son binarios (mujer-varón).
La referencia es a varones (no afroamericanos, pueblos originarios, etc.).
Broverman I., Vogel, S.R., Broverman, D., Clarkson, F.E. Y Rosenkrantz, P.S. (1972). Sex role stereotypes: A current appraisal.
Journal of Social Issues, 28, pp. 59-78.
Rosenthal, P. (1995), Gender differences in managers’ attributions for successful work performance, Women in Management
Review, Vol. 10 No. 6, pp. 26-31. https://doi.org/10.1108/09649429510096006
Autoatribuciones Académicas: Diferencias de Género y Curso en Estudiantes de Educación Secundaria (Cándido J. Inglés, /
Ángela Díaz-Herrero / José M. García-Fernández / Cecilia Ruiz-Esteban / Beatriz Delgado / María C. Martínez-Monteagudo)
Revista Latinoamericana de Psicología. Volumen 44 pp. 57-68 2012
Morales, Moya Miguel C. (1987). “Atribución, éxito en la tarea y expectativas del rol sexual: una visión crítica del modelo de
Deaux”. Universidad de Granada Revista de Psicología Social, Vol. 2, 1987, pp. 61-85.
Inglés, Cándido J.; Herrero, Díaz Á.; Fernández, García José M.; Esteban, Cecilia R.; Delgado, Beatriz; Monteagudo, Martínez
M.C. (2012). “Autoatribuciones Académicas: Diferencias de Género y Curso en Estudiantes de Educación Secundaria”.
Revista Latinoamericana de Psicología. Volumen 44, pp. 57-68.
Mohr, Tara S. (2014). Why women don´t apply for jobs unless they are 100% quialified. Hardvard Business Review.
Ídem 35.
STEM: Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemática.
Basado en info de The Double-Bind Dilemma for Women in Leadership: Damned if You Do, Doomed if You Don’t © 2007 by
CATALYST https://www.catalyst.org/research/the-double-bind-dilemma-for-women-in-leadership-damned-if-you-do-doomed-
if-you-dont/
Basado en info de: The Double-Bind Dilemma for Women in Leadership: Damned if You Do, Doomed if You Don’t © 2007 by
CATALYST https://www.catalyst.org/research/the-double-bind-dilemma-for-women-in-leadership-damned-if-you-do-doomed-
if-you-dont/
Budig, Michelle J. The fatherhood bonus & the motherhood penalty (Third Way Fresh Thinking / Next)
(https://www.thirdway.org/report/the-fatherhood-bonus-and-the-motherhood-penalty-parenthood-and-the-gender-gap-in-pay)
Unlocking the full potential of women in the U.S. economy (McKinsey & Company – Special report 2011)
https://www.mckinsey.com/business-functions/organization/our-insights/unlocking-the-full-potential-of-women
Apéndice

El Síndrome del Impostor en las organizaciones

Si bien el objetivo de este libro es abordar el fenómeno desde una


dimensión personal, no quiero terminarlo sin antes dejar una reflexión sobre
su impacto en el contexto organizacional, sobre el cual profundizaré en
trabajos venideros.
El fenómeno de no sentirse a la altura tiene un fuerte componente
situacional: dependiendo de dónde y de con quiénes estemos, es probable
que la voz crítica interna se minimice o llegue a gritarnos tanto que casi no
podamos movernos. Es por eso que algunas organizaciones o equipos
pueden incentivar la sensación de que no estamos a la altura, mientras que,
en otras, sentimos que podemos expresarnos sin que aparezca el miedo a ser
descubiertos.
Son muchas las preguntas que podríamos hacernos para identificar si la
sensación de ser un fraude puede estar siendo incentivada (sin que haya
mala intención en ello) por la cultura de la organización:

¿Hay permiso para equivocarse y aprender de ello?


¿Se aceptan trabajos por debajo de la perfección?
¿Es posible pedir ayuda sin que esto se considere una debilidad o una
falta de profesionalismo?
¿Se puede preguntar lo que se necesite para hacer el trabajo sin ser
avergonzado?
¿Son valorados los intentos de generar e implementar ideas nuevas?
¿Hay espacio para los procesos de aprendizaje que requiere el ir
creciendo en un área de conocimiento?
¿Se admite que los colaboradores no vivan sacrificando su vida
personal por la organización?
¿Hay determinados grupos estereotipados sobre los que se encuentra
instalada la duda acerca de si son lo suficientemente competentes?
¿Cómo se habla acerca de los colaboradores?

Liberar el potencial de cada uno de los colaboradores y evolucionar hacia


una cultura en la que todas las voces tengan lugar puede llevar a la
organización, sin lugar a duda, a otro nivel.

¿Por qué es importante trabajar este tema en quienes están


liderando equipos y organizaciones?

“Un buen líder dice nunca te hace sentir un fraude —afirma Sergio
Kaufman, ingeniero industrial y responsable por los negocios a
nivel regional de la firma de consultoría estratégica y servicios
tecnológicos Accenture—. Los más tóxicos, ególatras y centrados
en sí mismos pueden operar de forma que la gente se sienta un poco
incómoda, porque se muestran como superiores. La gente da lo
mejor cuando se confía en ella; incluso cuando se equivoca, se la
puede ayudar a crecer. Una organización que hace sentir impostoras
a las personas las limita y las pierde y, por ende, limita su propio
crecimiento”.

A medida que las personas se vuelven más competentes en determinados


ámbitos, tienen más responsabilidades, ascienden en la estructura de una
organización y su imagen se ve más expuesta, es factible que la sensación
de no estar a la altura se incremente. A esto se le suma que, en el contexto
cada vez más complejo que vivimos, muchos líderes se encuentran
frecuentemente ante nuevos escenarios, y con la exigencia de atravesar
“exitosamente” los nuevos desafíos.
Entonces, ya no solo es deseable que los líderes amplíen su conciencia
sobre el tema por su propio bienestar y para desarrollar su potencial, sino
que también se vuelve necesario porque son el factor clave en la generación
de una cultura que puede incentivar o desalentar el Síndrome del Impostor
en sus colaboradores.
Veremos a continuación distintas señales que pueden observarse en una
organización. Es clave prestar especial atención a aquellos compartimientos
que son incentivados (o al menos avalados por los líderes), y a aquellos que
son desalentados, ya que, a través de estos, tienen una enorme influencia
para potenciar el talento colectivo, o bien para que quede solo en modo
potencial.

¿Cómo podemos darnos cuenta de si una cultura fomenta la


aparición del Síndrome del Impostor?
Las personas comprenden qué es lo valioso para una organización y qué
se espera de ellas en ese lugar, principalmente a partir de los mensajes
implícitos en los hechos (no en los discursos) de quienes la lideran, es
decir, de los comportamientos que toleran, incentivan, o
desincentivan87. A partir de las siete creencias y siete factores que nos
hacen sentir que no estamos a la altura, podemos inferir qué
comportamientos pueden desencadenar esta sensación dentro de las
compañías.
Quiero compartir, en este punto, algunas de las principales señales que se
detectan con más frecuencia:

1. Los líderes no aceptan trabajos por debajo de la perfección.


En algunas organizaciones, es posible observar:

• Frustración constante de líderes (y los equipos): Cuando los líderes


consideran continuamente que lo que generan los colaboradores no es “todo
lo perfecto que debería”, ponen el foco en mínimos detalles que demoran, y
la crítica ante el mínimo error o imperfección se hace costumbre, podemos
preguntarnos (entre otras cosas) si hay una tendencia perfeccionista en
quien lidera. En ocasiones, el escaso registro del impacto de la propia (auto-
exigencia) del líder, o bien la creencia de que hay una única forma de
hacerlo (perfectamente correcta) para estar a la altura de los desafíos puede
llevar a los colaboradores al agotamiento de que nada alcanza, y disparar la
sensación de no ser lo suficientemente competentes por no hacerlo perfecto.
• Control en cada detalle (micromanagement): El seguimiento de
cerca sobre cómo cada uno de los colaboradores hace el trabajo y el
chequeo constante pueden llevar a que los colaboradores sientan que no se
confía en sus capacidades, lo cual puede contribuir a desconectarse del
aporte valioso que puedan brindar a la organización, a desalentar su
autonomía y a incrementar su propia sensación de no ser lo suficientemente
competentes para realizar ese trabajo.
• Plazos que se extienden indefinidamente: Dado que las personas
temen que lo que muestren o entreguen pueda tener alguna falla y las
consecuencias que eso puede acarrear para ellos, esto es notorio cuando se
dilatan plazos de entregas de pequeños informes, o hasta de grandes
proyectos. De hecho, se percibe cualquier posible error (por más mínimo
que sea) como un riesgo mayor que el que puede ocasionar una demora que
deriva en multas, la pérdida de clientes (por no entregar a tiempo) o la
pérdida de participación en el mercado (por no salir con novedades en el
momento justo).
• Demanda de innovar sin fracasar: Muchas organizaciones adoptan el
lema “Mejor hecho que perfecto” para ser más ágiles, invitando a sus
colaboradores a experimentar y a fallar rápido, aprendiendo de esa
experiencia. Sin embargo, esto se contrapone con la demanda de perfección
de algunos líderes, que continúan castigando las fallas inherentes a los
descubrimientos (sin distinguirlas de errores previsibles). Este doble
mensaje genera confusión y la sensación de estar a la altura de los desafíos,
sumado a las creencias propias de que “debería saberlo todo” y de que
“debería hacerlo perfecto”, que se ponen en jaque en los procesos de
innovación.

¿Qué hacer?
Reencuadrar el perfeccionismo como un posible obstáculo al momento
de lograr los resultados deseados (mucho más en contextos cambiantes e
inciertos), e incorporar la flexibilidad y cuidado que trae la excelencia.
Clarificar las expectativas de quien lidera de la forma más tangible
posible: ¿cómo el equipo podría darse cuenta de que cumple con las
expectativas?
Poder separar lo que se desea lograr (qué) y cómo se desea lograrlo
(cómo), y comprender que quien lidera puede definir el qué pero, respecto
del cómo, es casi imposible que alguien lo haga exactamente de la misma
forma (porque no es una máquina), por lo que es saludable para todos el
poder trabajar en la aceptación de que cada persona tendrá su modo de
hacer el trabajo.
Comprender que los errores que se dan en contextos estables y en tareas
repetitivas son de una naturaleza diferente de las fallas que se generan en
los procesos de innovación y en los contextos complejos. Pretender innovar
sin que exista la posibilidad de fallar es una utopía88.

2. Se resaltan más los errores y las fallas que los aciertos.


¿Cuántas veces hemos escuchado que “el trabajo debe estar bien hecho”
y por eso no se agradece ni se felicita cuando eso sucede? Entornos en los
que se magnifican los errores y se minimizan el valor del trabajo
correctamente ejecutado, los aportes extras de los colaboradores y los
resultados positivos obtenidos potencian la sensación de estar siempre en
falta. Esto sucede porque se tiene muy presente cuando no se cumple con
las expectativas, pero rara vez se conecta con el logro y con la propia
participación en este.

¿Qué hacer?
Reconocer el trabajo bien realizado, así como el esfuerzo por
aprender, y anclar los momentos gratificantes, en lugar de dar por sentado
que se debía hacer de esa forma. Realizar devoluciones que no solo hablen
de las fallas y las oportunidades de mejora, sino también de lo logrado,
conectándolo con las habilidades y esfuerzo de la persona.

3. Se asignan más tareas y responsabilidades de las que una persona


puede tomar, y se las culpa por no poder cumplir con ello. Se desvaloriza
el pedido de ayuda.
Muchas personas creen que no pueden decir que no a un pedido en una
organización. Y muchas organizaciones fomentan —o al menos no
desalientan— el tomar la mayor cantidad de trabajo posible (¡o imposible!)
y asumir que todo es “para ayer”.
Cuando esto se alimenta desde la organización, crece el temor de
expresar que no se pueden tomar más tareas, que no es factible llegar con
los plazos estipulados. También se desalienta el pedir ayuda o colaboración
a otros, ya que hay un entendimiento implícito de que la persona es poco
profesional o competente. En los distintos casos, no solo no se incentiva a
las personas a manifestar sus límites, sino que incluso, aunque lo expresen,
no son tenidos en cuenta (“¡Y bueno, hay que hacerlo!”). Se pone toda la
responsabilidad en ellas por no poder cumplir, sin tener una mirada
sistémica de la situación, ni tener en cuenta la responsabilidad de la
compañía o incluso de quien lidera el equipo en el que esto suceda. Y, lo
que es peor aun, la propia persona refuerza la desconfianza sobre sí misma
al verse envuelta en compromisos que no puede cumplir. Recuerdo el caso
de una persona que varios días trabajó hasta la madrugada porque su líder le
decía que ese trabajo imprevisto debía resolverse en la semana y no había
nadie más que pudiera hacerlo, pero tampoco hubo una reasignación de
prioridades, por lo que no podía dejar de lado sus obligaciones del día a día.
Este tipo de práctica puede incentivar la duda interna: “Debería poder
resolverlo más rápido”; “No debe ser tan difícil… es que soy un
incompetente”.

¿Qué hacer?
Fomentar el respeto por los límites. Desarrollar la habilidad en los
líderes de escuchar y validar no solo los “sí”, sino también los “no” de las
personas, lo cual no solo las empodera, sino que, adicionalmente, mejora la
calidad de los compromisos que se establecen, ya que son factibles de
cumplirse. Generar espacios en los que las personas se sientan seguros para
expresar claramente si hay compromisos que no pueden tomar, o que hay
prioridades que necesitan renegociar para poder cumplir con ello.

4. Las expectativas y los objetivos son difusos.


Cuando en la organización no se establecen objetivos y premisas de
trabajo claras, las personas pueden navegar en un mar de incertidumbre
que solo lleve a experimentar una mayor inseguridad. Ya hemos visto que el
sentirnos un fraude puede originarse en tener altas (¡o inalcanzables!)
expectativas sobre sí mismos y el trabajo que se realiza. Al no tener un
horizonte definido, esta combinación puede llevar a lo siguiente:

Sobreesforzarse por alcanzar sus altos estándares, mayores que los


requeridos por la compañía, invirtiendo energía que no era necesario
poner allí.
Creer que cumplen con las expectativas externas, pero en realidad eran
las propias, lo que puede generar frustración, dado que lo hecho no
satisface las demandas de la compañía.

¿Qué hacer?
Clarificar las expectativas. Es deseable que se mantengan
conversaciones sobre objetivos y lo que se espera del trabajo de las
personas, no solo en algún momento del año, sino con frecuencia, incluso
cada vez que se hace un pedido o se inicia una actividad:
¿Cuáles son las condiciones para que esa tarea sea satisfactoria?
¿Cómo se daría cuenta de que cumplió con lo esperado?
Esto no solo disminuye la brecha entre las expectativas que las personas
piensan que deberían satisfacer, y lo que realmente se espera de ellas, sino
también ayuda a enfocar la energía y a mejorar la gestión del tiempo.

5. Las dudas y preguntas no son bienvenidas.


Nos criamos bajo un paradigma por el cual debíamos ser sabelotodos y
tener todas las respuestas. De hecho, culturalmente, ¿cuántas veces tuvimos
más incentivos para inventar una respuesta y fingir que sabíamos en lugar
de admitir: “No lo sé”? Ese paradigma sigue vigente en muchas
organizaciones.
En algunos ámbitos, al hacer preguntas, es habitual que, en lugar de ser
respondidas, otras personas se burlen o le resten importancia. Frases como
“¡Preguntontas no!”, “¡Eso ya deberías saberlo!”; “¡No podés preguntar eso
a esta altura!”, “¡Nadie viene con esas preguntas: todos entienden cómo se
hace!” solo avergüenzan a la persona, incentivándola a pensar que hay una
falla en ella. Se instala la duda acerca de si realmente era importante lo que
preguntó, si era algo que todos sabían o entendían ¡cuando quizás fue la
única persona que tuvo el coraje de preguntar, porque los demás hubieran
querido hacer la misma consulta, pero no se animaron!
Para quien continuamente se compara, esto hace que se sienta aún más
disminuido.
En una situación así, la persona no solo siente que no está a la altura
porque debería saber más y no tener que preguntar, sino que no termina
evacuando sus dudas y contando con la información que necesita para hacer
su trabajo de la mejor forma posible, con las consecuencias que esto puede
tener para la compañía.

¿Qué hacer?
Valorar e incentivar la actitud de aprendiz: Las personas necesitan
espacios en los que puedan expresar sus dudas sin juzgamientos y responder
honestamente que algo no lo saben. Asimismo, incentivar las preguntas,
sin catalogarlas ni desvalorizarlas provoca que se puedan poner sobre la
mesa distintos puntos de vista. Desarrollar y valorar la actitud de aprendiz
es clave en contextos complejos y cambiantes como los que vivimos. De lo
contrario, la sensación de estar en falta puede sentirse con frecuencia.

6. Las propuestas de mejoras o nuevas ideas son descartadas casi


automáticamente.
En muchas organizaciones, se dice que los colaboradores tienen las
puertas abiertas a realizar propuestas, y hasta se generan iniciativas para
que lo hagan. Sin embargo, en ocasiones solo se recibe como respuesta:
“¡Eso acá no va a funcionar!” o “¡Ya hemos intentado algo similar!”. Y
muy pocas (o ninguna) son puestas en práctica (aunque más no sea a modo
de experimento), incluso sin darse feedback sobre el motivo por el que no
se implementan, para tener oportunidad de aprender y de mejorarla. Eso no
solo desincentiva el surgimiento de propuestas, sino que puede impulsar la
duda interna: “Mis ideas no son suficientemente originales”.

¿Qué hacer?
Dar la bienvenida a las nuevas ideas, agradeciendo siempre. Si no es
posible implementarlas, es deseable compartir las razones y, de lo contrario,
realizar devoluciones acerca de las propuestas, de cuáles son los puntos
fuertes y, eventualmente, los puntos de mejora, para que la persona pueda
extraer un aprendizaje.

7. La medida por la que se valora a los colaboradores es el esfuerzo


desmedido.
En algunas organizaciones, aun cuando la persona haya cumplido con sus
responsabilidades, si la persona no muestra que está en la oficina o
conectada desde su casa muchas más horas de las acordadas (en el caso de
que se trabaje por horario), incluso sacrificando actividades personales,
entonces se entiende que no hay compromiso, y a lo que haya realizado no
se le da el suficiente valor. Sin importar qué tan bien realice alguien su
trabajo, si aparentemente lo hace rápido y le sale fácil, o al menos no
demuestra un esfuerzo extra, ese trabajo no es apreciado debidamente.
Recuerdo una jefa que decía que había dado su vida por la empresa, y le
pedía lo mismo de su equipo, por lo que a las personas que se retiraban a las
18.00 siempre les recordaba que esperaba más de ellos (“Aunque no tengan
trabajo pendiente, podrían quedarse a ayudar a otros”) y que no cumplían
con sus expectativas. De hecho, en esa compañía, era común que, cuando
alguien se retiraba a las 18.00 en punto, escuchara la típica frase: “¿Hoy
trabajás medio día solamente?”. Esas situaciones pueden alimentar la
creencia de que, sin importar qué tan bien se haga el trabajo, ningún
esfuerzo alcanza para sentirse lo suficientemente competente.

¿Qué hacer?
Clarificar qué es lo que se valora respecto del trabajo y generar
compromisos en los que las partes estén de acuerdo: ¿se trabaja por
objetivos? ¿Lo que importa es cumplir determinada cantidad de horas o
estar conectado virtualmente determinada cantidad de tiempo?

8. Las personas son conocidas públicamente por etiquetas.


En muchas organizaciones se acostumbra (y hasta se festeja) poner
etiquetas y hacer referencia a estas, como si fueran parte de la persona, y no
solo la mirada de alguien o una construcción colectiva: “la complicada”, “el
detallista”, “el lento”, “la nerd o sabelotodo”, “el creativo” “la preguntona”.

¿Puede expresar abiertamente sus dudas quien debería saberlo todo?


¿Se dará permiso para compartir sus errores aquel a quien se lo tilda de
detallista?

Las etiquetas tan arraigadas hacen que las personas se encuentren


encorsetadas en esa descripción de ellas mismas. Si en ese contexto la
etiqueta…
es considerada como negativa, puede impulsar a la persona a pensar
que “si todos lo dicen, debo ser así”, limitándola y cerrándole
posibilidades;
es valorada positivamente, puede impulsar a tener que defender esa
imagen, incluso a costa de sentirse un fraude.

¿Qué hacer?
Desalentar el uso de etiquetas. Generar consciencia acerca de que esta
forma de dirigirse a otros puede no solo molestar a las personas (aunque no
lo manifiesten porque en ese lugar es una práctica común y, en apariencia,
chistosa), sino también limitarlas al momento de interactuar y mostrarse tal
cual son.

9. Se compara abiertamente a los colaboradores.


Tanto en feedbacks formales como en reuniones y conversaciones
informales, en algunos ámbitos se compara a unos con otros. No se focaliza
en qué habilidades se necesitan desarrollar y cómo lograrlo, sino solo se
hace hincapié en aquello que otros tienen o hacen, y lo que esa persona no
hace. La medida con la que se evalúa a la persona son los otros
colaboradores. Al ser personas distintas, probablemente quien es evaluado
sienta que, sin importar lo que haga, nada será suficiente porque, en
definitiva, no es la otra persona. No solo no pone en valor la propia
singularidad, sino que promueve la idea de que se es un impostor en ese
grupo.

¿Qué hacer?
Referirse a la persona con relación a sí misma, el potencial que posee
y lo que podría lograr, y acompañarla a descubrir e implementar cómo
podría lograrlo.
A partir de esta mirada sistémica, cada uno de nosotros puede tomar
consciencia del impacto que tiene nuestro accionar en la sensación de no
estar a la altura que pueden sentir otras personas. Y, si bien el trabajo del
liderazgo es fundamental, cada uno puede influir en crear un ambiente más
saludable desde su propio metro cuadrado.
Como ya vimos, este fenómeno disminuye cuando lo compartimos y nos
damos cuenta de que la mayoría de nosotros cree que está engañando a los
demás. Es por eso que es vital generar espacios seguros donde las personas
puedan expresar sus temores y el no sentirse suficientes para atravesar
ciertos desafíos. Lejos de ser juzgados por eso, mantener conversaciones
honestas debería permitirles darse cuenta de que otros pasan por
situaciones similares, y no están solos. Cuando las personas se abren y
pueden confiar en que no será utilizado en su contra, pueden compartir
experiencias y crear juntos, en equipo, nuevas estrategias para reconectar
con su propio valor, y disminuir aquellas actitudes que fomentan la
sensación de no ser suficientes. Pueden darse cuenta de que, en su
vulnerabilidad, hay una enorme fortaleza, y poco a poco comienzan a
esfumarse la vergüenza y el miedo a no pertenecer.
Taylor, T (2006). La cultura del ejemplo. Editorial Aguilar.
“¿Errar y Fallar es lo mismo? Lo que necesitamos distinguir para no matar la innovación en la organización”, Alejandra Marcote,
octubre 2019. Artículo publicado en LinkedIn - https://www.linkedin.com/pulse/errar-y-fallar-es-lo-mismo-que-necesitamos-
distinguir-marcote/
Palabras... ¿finales?

Probablemente, este libro no hubiera llegado a tus manos si les hubiera


dado espacio a las voces que decían que era exponerme demasiado, que el
texto podía ser muy extenso o aburrido, que podía ser muy académico, o
demasiado coloquial. O tampoco si hubiera escuchado a la voz que me
decía: “¿Vos vas a escribir un libro? ¿No será mucho?”.
No voy a decir que fue sencillo. Ha sido un gran desafío personal en
muchos aspectos. Pero de algo estoy segura: aprendí muchísimo sobre mí
misma en todo este proceso. Reí, lloré, tuve miedo, me sentí cansada, pero
solo una cosa me mantuvo en el camino, y fue la profunda convicción de
que quería compartir lo que descubrí durante estos años, para que no
siguiera estando guardado solo en mi computadora y en mi mente. ¡Así que
aquí estoy, escribiendo estas últimas líneas, feliz de haberme animado!
Solo me queda invitarte a darle valor a esa voz que sale de tu corazón (a
veces débil por haberla pisoteado tanto) y a prestarle atención a tu cuerpo:
con sus sensaciones te habla, aunque no quieras escucharlo.
Nadie más que vos puede ir en busca de lo que deseás.
Seguramente, las circunstancias que estás esperando nunca lleguen, así
que no hay mejor ni más perfecto momento para dar un paso que ahora.
Nadie dijo que iba a ser cómodo o fácil. ¡Y claro que puede dar miedo!
Pero para eso estamos aquí. Somos muchos más de los que creés los que
estamos despertándonos y acompañándonos en el camino de ser nosotros
mismos.
Bibliografía

Libros
Bandler, R. y Grinder, J. (2004). La estructura de la magia I: Lenguaje y terapia. Santiago de Chile:
Editorial Cuatro Vientos.
Brown, B. (2016). Los dones de la imperfección: libérate de quién crees que deberías ser y abraza a
quién realmente eres. México: Gaia ediciones.
Brown, B. (2013). Creí que solo me pasaba a mí, pero no Es así: La reivindicación de la
autenticidad, el coraje y el poder frente al perfeccionismo, la inadecuación y la vergüenza. España:
Gaia Ediciones.
Burns, D. (1995). Sentirse bien. España: Editorial Altaya.
Csikszentmihalyi, M. (2016). Aprender a fluir. CABA: Editorial Kairos.
D´ Alessandro, Mercedes (2016). Economía Feminista. Buenos Aires: Penguin Random House.
Dweck, C. S. (2006). Mindset: The new psychology of success. New York: Random House
Echeverría, R. (2011). Ontología del Lenguaje. Buenos Aires: Gránica.
Gawel, V. (2020). El fin del autoodio. Buenos Aires: Editorial El Ateneo.
Levy, N. (2005). La Sabiduría de las emociones. Buenos Aires: Editorial Sudamericana.
Maccoby, E.E. Woman’s intellect. In S. M. Farber and R. H. L. Wilson (Eds.) (1963). The Potential
of Woman. New York: McGraw-Hill.
O´ Connor, J. y Seymour, J. (1995). Introducción a la PNL. España: Urano.
Sandberg, S. (2013). Vayamos adelante (Lean In): las mujeres, el trabajo y la voluntad de liderar.
Buenos Aires: Sello Conecta.
Taylor, T (2006). La cultura del ejemplo. Chile: Editorial Aguilar.
Tolle, E. (2012). El poder del ahora. Un camino hacia la realización espiritual. Chile: Editorial
Grijalbo.
Young, Ed. D, Valerie. (2011). The Secret Thoughts of Successful Women: Why Capable People
Suffer from the Impostor Syndrome and How to Thrive in Spite of It., New York: Random House.
Hewitt, P. L., Flett, G. L., Sherry, S. B., Habke, M., Parkin, M., Lam, R. W., McMurtry, B., Ediger,
E., Fairlie, P. & Stein, M. B. (2003). The interpersonal expression of perfection: Perfectionistic
self-presentation and psychological distress. Journal of Personality and Social Psychology, 84(6),
1303–1325. https://doi.org/10.1037/0022-3514.84.6.1303
Matthews, G., y Clance, P. R. (1985). Treatment of the impostor phenomenon in psychotherapy
clients. Psychotherapy in Private Practice, 3(1), 71–81. https://doi.org/10.1300/J294v03n01_09
Rosenthal, P. (1995), Gender differences in managers’ attributions for successful work performance,
Women in Management Review, Vol. 10 No. 6, pp. 26-31.
https://doi.org/10.1108/09649429510096006
Sakulku, J. (2011). The Impostor Phenomenon. The Journal of Behavioral Science, 6(1), 75-97.
https://doi.org/10.14456/ijbs.2011.6

Fuentes electrónicas
Bian, L.; Jane, S.; Cimpian, L. A. (2017). Gender stereotypes about intelectual ability emerge early
and influence children’s interests / http://science.sciencemag.org/
Biello, David. (2017). Dentro del debate sobre las poses de poder: una sesión de preguntas y
respuestas con Amy Cuddy. https://ideas.ted.com/inside-the-debate-about-power-posing-a-q-a-
with-amy-cuddy/
Broverman I., Vogel, S.R., Broverman, D., Clarkson, F.E. y Rosenkrantz, P.S. (1972). Sex role
stereotypes: A current appraisal. Journal of Social Issues, 28, pp. 59-78.
https://doi.org/10.1111/j.1540-4560.1972.tb00018.x
Chakraverty, D. (2019). Impostor phenomenon in STEM: occurrence, attribution, and
identity. Studies in Graduate and Postdoctoral Education, 10 (1), 2–20.
https://doi.org/10.1108/SGPE-D-18-00014
Chambliss, D. F. (1989). The Mundanity of Excellence: An Ethnographic Report on Stratification
and Olympic Swimmers. Sociological Theory, 7(1), 70–86. https://doi.org/10.2307/202063
Clance, P. y Matthews. (1985). Treatment of the Impostor Phenomenon in psychotherapy clients.
Psychotherapy in private practice, Vol. 3. The Haword Press.
https://doi.org/10.1300/J294v03n01_09
Clance, P. e Imes, S. (1978). The Imposter Phenomenon in High Achieving Women: Dynamics and
Therapeutic Intervention. Psychotherapy Theory, Research and Practice, Research and Practice.
Volume 15, #3 https://www.empowerwomen.org/es/resources/documents/2013/10/the-imposter-
phenomenon-in-high-achieving-women-dynamics-and-therapeutic-intervention
Complygate.https://www.complygate.co.uk/blog
Elkjær E, Mikkelsen M.B., Michalak J., Mennin D. S. y O’Toole M. S. (2020). Posturas y
movimientos expansivos y contractivos: una revisión sistemática y un metaanálisis del efecto de las
manifestaciones motoras en las respuestas afectivas y conductuales. Perspectivas de la ciencia
psicológica. doi: 10.1177 / 1745691620919358
Elsesser, Kim (2020). El debate sobre las poses de poder continúa: aquí es donde nos
encontramos.https://www.psychologicalscience.org/news/the-debate-on-power-posing-
continues-heres-where-we-stand.html
Gaiman, N. (12 de mayo de 2017). Tumblr. Recuperado de https://neil-
gaiman.tumblr.com/post/160603396711/hi-i-read-that-youve-dealt-with-with-impostor
Heider, F. (1958). The Psychology of Interpersonal Relations. Recuperado de
http://garfield.library.upenn.edu/classics1993/A1993KZ42800001.pdf
Kruger, J. y Dunning, D. (1999). Unskilled and Unaware of It: How Difficulties in Recognizing One’s
Own Incompetence Lead to Inflated Self-Assessments. Cornell University. Journal of Personality
and Social Psychology 1999, Vol. 77, N. 6. Recu-perado de
https://www.researchgate.net/publication/12688660_Unskilled_and_Unaware_of_It_How_Dif
ficulties_in_Recognizing_One’s_Own_Incompetence_Lead_to_Inflated_Self-Assess
Maffia, D. (2012). El contrato moral. Recuperado de http://dianamaffia.com.ar/archivos/El-
contrato-moral.pdf
Matthews, G. M. (1984). Impostor phenomenon: attributions for success and failure. Toronto.
Recuperado de https://bit.ly/3aQe75Z
Miller, Michael. 7 Amazing Facts About Emotions you Should Know, Understanding how emotions
work empowers you to navigate them more effectively. Recuperado de
https://www.6seconds.org/2018/02/19/7-amazing-facts-emotions/
Mujeres y Política: Derechos, igualdad y violencia en Argentina. (2008). Buenos Aires: CIPPEC y
Embajada de Noruega. Recuperado de https://www.cippec.org/wp-
content/uploads/2017/03/1855.pdf
Mujeres en la educación superior: ¿la ventaja femenina ha puesto fin a las desigualdades de género?
(8 de marzo de 2021). Recuperado de https://www.iesalc.unesco.org/wp-
content/uploads/2021/03/Las-mujeres-en-la-educacio%CC%81n-superior_12-03-21.pdf
Norem, J. K., & Cantor, N. (1986). Defensive pessimism: Harnessing anxiety as motivation. Journal
of Personality and Social Psychology, 51(6), 1208–1217. https://doi.org/10.1037/0022-
3514.51.6.1208
ONU Mujeres. Centro de capacitación. https://trainingcentre.unwomen.org/mod/glossary/
The Double-Bind Dilemma for Women in Leadership: Damned if You Do, Doomed if You Don’t. (15
de julio de 2007). Recuperado de https://www.catalyst.org/research/the-double-bind-dilemma-
for-women-in-leadership-damned-if-you-do-doomed-if-you-dont/
Thompson, J. D. (2016). ‘I’m not worthy!’Imposter Syndrome in Academia. The Research Whisperer
https://researchwhisperer.org/2016/02/02/imposter-syndrome/
Valverde Sanchez, S. (2002). Sobre el concepto de sacrificio en la historia de las religiones. Revista
de estudios, Universidad Costa Rica. N.o 16 (p. 89-98). Recuperado de
file:///C:/Users/Usuario/Downloads/Dialnet-
SobreElConceptoDeSacrificioEnLaHistoriaDeLasReligi-5761995.pdf
Wolfers, J. (2015). “Fewer Women Run Big Companies Than Men Named John”. Recuperado de
https://www.nytimes.com/2015/03/03/upshot/fewer-women-run-big-companies-than-men-
named-john.html
Young, V. (2011). The Secret Thoughts of Successful Women. Crown Publishing Group. New York.
Edición de Kindle

Artículos en línea
Bian, L.; Jane, S. y Cimpian, L. A. (2017). Gender stereotypes about intelectual ability emerge early
and influence children’s interests. Recuperado de http://science.sciencemag.org/.
Barsh, J. y Yee, L. (2011). Unlocking the full potential of women in the U.S. economy. Mc Kinsey &
Company. Recuperado de https://www.mckinsey.com/business-functions/organization/our-
insights/unlocking-the-full-potential-of-women
Budig, M. J. (2 de septiembre de 2014). The fatherhood bonus & the motherhood penalty. Third Way
Fresh Thinking. Recuperado de https://www.thirdway.org/report/the-fatherhood-bonus-and-
the-motherhood-penalty-parenthood-and-the-gender-gap-in-pay
Hara, M. (16 de mayo de 2021). The Fear of Success Can Sabotage Your Life Goals. Recuperado de
https://www.psychologytoday.com/us/blog/anxiety-in-high-achievers/202105/the-fear-success-
can-sabotage-your-life-goals
Inglés, C. J.; Herrero Díaz, A.; Fernández García, J. M.; Esteban, C. R.; Delgado, B.; Monteagudo
Martínez M.C. (2012). Auto-atribuciones Académicas: Diferencias de Género y Curso en
Estudiantes de Educación Secundaria. Revista Latinoamericana de Psicología. Volumen 44 (pp.
57-68). Recuperado de https://www.researchgate.net/publication/262069411_Auto-
atribuciones_Academicas_Diferencias_de_Genero_y_Curso_en_Estudiantes_de_Educacion_
Secundaria
Iriberri, N. y Biel Rey, P. (septiembre de 2011). Let’s (Not) Talk about Sex: Gender; Awareness and
Stereotype-Threat on Performance under Competition. Barcelona GSE Working Paper Series
Working Paper nº 583. Recuperado de https://bse.eu/research/working-papers/lets-not-talk-
about-sex-effect-information-provision-gender-differences
Marcote, A. (octubre de 2019). ¿Errar y Fallar es lo mismo? Lo que necesitamos distinguir para no
matar la innovación en la organización. Recuperado de https://www.linkedin.com/pulse/errar-y-
fallar-es-lo-mismo-que-necesitamos-distinguir-marcote/
Mohr, T. S. (25 de agosto de 2014). Why women don´t apply for jobs unless they are 100% quialified.
Hardvard Business Review. Recuperado de https://hbr.org/2014/08/why-women-dont-apply-for-
jobs-unless-theyre-100-qualified
Morales Moya, M. C. (1987). Atribución, éxito en la tarea y expectativas del rol sexual: una visión
crítica del modelo de Deaux. Universidad de Granada Revista de Psicología Social, Vol. 2, 1987
(pp. 61-85). Recuperado de https://red.knowmetrics.org/investigador/mmoya/produccion/
Robson, D. (3 de noviembre de 2019). Neurosexismo: cómo la neurociencia destruyó el mito de que
los hombres y las mujeres tienen cerebros distintos. Recuperado de
https://www.bbc.com/mundo/vert-fut-50154405
Simon, S. (8 de diciembre de 2017). 25 Stars Who Suffer from Imposter Syndrome. Recuperado de
https://www.instyle.com/celebrity/stars-imposter-syndrome
Spencer, S. J.; Steele, C. M. y Quinn, D. M. (1999). Stereotype Threat and Women’s Math
Performance () Journal of Experimental Social Psychology 35, 4–28. Article ID jesp.1998.1373.
Recuperado de http://www.idealibrary.com
Advancing the Future of Women in Business: The 2020 KPMG Women’s Leadership Summit Report.
(7 de octubre de 2020). Recuperado de https://womensleadership.kpmg.us/summit/kpmg-
womens-leadership-report-2020.html
Character Strengths Resources. Expert Guidance for Your Character Strengths Journey. Recuperado
de https://www.viacharacter.org/resources
El sacrificio. ¿Por qué es tan difícil tener espíritu de sacrificio? Recuperado de
http://es.catholic.net/op/articulos/43343/el-sacrificio.html#moda
Good C.E.O.´s are insecure (and know it). (9 de octubre de 2010). Recuperado de
https://www.nytimes.com/2010/10/10/business/10corner.html
Las mujeres son apenas el 25 % de los “investigadores superiores del Conicet (13/11/2020). Agencia
Télam: Ciencia argentina. https://www.telam.com.ar/notas/202011/535044-investigador-
superior-conicet-mujeres-ciencia.html
Les femmes en sciences. (16 de septiembre de 2015). Fondation L’Oréal / Matriochka. Recuperado
de https://www.opinion-way.com/fr/sondage-d-opinion/sondages-publies/opinion-
societe/societe/autres-etudes-societe/fondation-l-oreal-matriochka-les-femmes-en-sciences-
septembre-2015.html
Retroceso para la igualdad de género en el mercado laboral: debido a la pandemia subió más el
desempleo entre las mujeres que entre los hombres. (8 de marzo de 2021). Recuperado de
https://www.pwc.com.ar/es/prensa/retroceso-para-la-igualdad-de-genero-en-mercado-
laboral.html
Tom Hanks Says Self-Doubt Is ‘A High-Wire Act That We All Walk’ (26 de abril de 2016).
Recuperado de https://www.npr.org/2016/04/26/475573489/tom-hanks-says-self-doubt-is-a-
high-wire-act-that-we-all-walk
Women in work index. (2021). Recuperado de
https://www.pwc.co.uk/services/economics/insights/women-in-work-index.html

Medios audiovisuales
Podcast Aprender del Error . Creado por Alejandra Marcote y producido por Wetoker. Spotify:
https://open.spotify.com/show/3dLHIa3iuqN2EtRW4LH3yB
Canal LN+. (13 de agosto de 2021). Pierpaolo Barbieri: Fundador y CEO de Ualá en + info a la tarde
con Paulino Rodrigues. https://www.youtube.com/watch?v=kkr1P7YhQic
Ted Talks. (junio 2012). Amy Cuddy. Your body language may shape who you are.
https://www.ted.com/talks/amy_cuddy_your_body_language_may_shape_who_you_are
Contactos de la autora

Web: https://alemarcote.com
www.aprenderdelerror.com
Mail: info@alemarcote.com
Twitter: https://twitter.com/AleMarcoteOk
Instagram: https://www.instagram.com/alemarcote/
YouTube: https://www.youtube.com/c/AlejandraMarcote
Linkedin: https://www.linkedin.com/in/alejandramarcote/
Facebook: https://www.facebook.com/AleMarcoteInnovacionyCoaching

You might also like