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Evodio Escalante / Estimado José Luis Martínez S.

Celebro que propicies en Laberinto una discusión pública acerca del estado de la crítica en nuestro país.
El arte de la queja se sublima y alcanza su apoteosis siempre que abordamos el asunto de la crítica
literaria; yo mismo no he dejado de repetir que nuestra crítica es bastante pobre, que los espacios para
ejercerla se reducen, que el autoritarismo ambiente no la deja crecer y desarrollarse, y en fin, que no
sabemos polemizar… Estos son los tópicos en los que casi todos hemos coincidido más de una vez,
llevados a ello por estados de ánimo compartidos o por hábitos culturales que se consolidan y se
convierten en tradición. No faltan los malhumorados que afirman de plano que la crítica no existe, o
aquellos que piensan que se trata de una señora gorda y oportunista, que vende sus favores al mejor
postor. Y sin embargo, y sin embargo… A riesgo de que se piense que bromeo o que desvarío con tal de
darme el gusto de navegar contra la corriente, quisiera decir que desde una perspectiva rigurosamente
histórica, y estableciendo las debidas comparaciones, la crítica literaria del pasado nunca fue tan rica y
tan sólida como la que existe actualmente en nuestro país. ¿Exagero?
Mis puntos de referencia son los escritores que formaron parte de la generación del Ateneo de la
Juventud y del grupo de los Contemporáneos, a los que un consenso admirativo estima no sin razón
como los fundadores de nuestra modernidad cultural y como la verdadera medida de la excelencia a la
que aspiramos. Selecciono un ejemplo: Xavier Villaurrutia. La lógica de la argumentación me obliga a
dejar de lado por un momento sus logros en el terreno de la poesía, del teatro y de la novela. ¡Qué
clarividente y qué dotado para la crítica era el joven Villaurrutia! Su precocidad y su inteligencia, que lo
llevan lo mismo a desestimar los poemas del ya entonces tótem Alfonso Reyes que a elevar en una
reseña objeciones de peso contra el venerable filósofo Antonio Caso… están fuera de toda duda. Y, sin
embargo, visto a la distancia, qué decepción. ¿Cuántos libros de crítica escribió Villaurrutia? Textos y
pretextos (1940) es el único libro de este género que alcanzó a publicar, lo cual no deja de ser una
desproporción, digo, en relación con el talento que indudablemente tenía. Tratándose de una de las
inteligencias más admirables que ha habido en nuestro país, extraña que su aportación haya sido tan
exigua. Todavía más señalado es el caso de Jorge Cuesta. ¿Cuál es la obra crítica de esta inteligencia
deslumbrante? El legado de Cuesta consiste en un prólogo (a la Antología de la poesía mexicana
moderna, que concibieron y compilaron sus amigos de Contemporáneos) y en algunas decenas de
artículos publicados en el periódico. No hay más. Lo que solemos llamar los “ensayos” de Cuesta, son en
realidad la mayoría de ellos tacaños artículos de no más de tres o cuatro cuartillas de extensión. Si
quiero mencionar a un miembro relevante del Ateneo, diré que la herencia crítico-pensante de Martín
Luis Guzmán, otro de nuestros personajes míticos, se reduce a dos breves libros que al parecer nunca
llegó a reeditar en vida.
En vista de lo anterior, a lo que yo invito es a un ejercicio comparativo tomando en cuenta el resultado
que perdura: el libro. Desde el punto de vista de la perseverancia que se convierte en obra, y para
ejemplificar sólo con algunos de los críticos en ejercicio que se mencionan en el suplemento, yo diría que
José Joaquín Blanco (con al menos diez libros de crítica en su haber) es de calle más importante que
Xavier Villaurrutia; Christopher Domínguez, más que Jorge Cuesta; Guillermo Sheridan, más que Jaime
Torres Bodet; Armando González Torres, más que Bernardo Ortiz de Montellano; Adolfo Castañón casi
tan importante como Alfonso Reyes (a Castañón le faltaría, en dado caso, escribir su versión de El
deslinde); Jorge Aguilar Mora mucho más importante que Martín Luis Guzmán, y Heriberto Yépez más
que Vasconcelos (notable filósofo que no escribió crítica). En cuanto a Ignacio Sánchez Prado, con el
paso que lleva, es seguro que muy pronto será tan influyente como Henríquez Ureña.
No solicito adhesión inmediata a lo antes dicho. Sigamos pidiendo más y mejor crítica, sigamos
solicitando las controversias que nos faltan, ¡adelante!, pero démonos un respiro para considerar lo que
acaso por falta de perspectiva o de distancia histórica hemos sido incapaces de ver. Tenemos el extraño
privilegio de contar con una verdadera Arcadia de la crítica, formada por escritores muy disímbolos entre
sí, pero que tienen de común un nivel de profesionalismo, una apertura a lo contemporáneo y una
perseverancia (una creencia en la labor crítica) a todas luces más que ejemplares. Como diría el clásico:
Los muertos que vos matáis, gozan de cabal salud.

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