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Dulce Tentación, Cora Reilly
Dulce Tentación, Cora Reilly
alguno.
Es una traducción hecha por fans y para fans.
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Sinopsis
La primera vez que Cassio conoció a su prometida, ella lo llamó
“Señor”.
Después de perder a su esposa, Cassio se quedó a cargo de dos niños
pequeños mientras intenta establecer su régimen sobre Filadelfia. Ahora
necesita una madre para sus hijos y alguien que pueda calentar su cama por
las noches.
Pero en un mundo tradicional como el suyo, elegir a tu esposa es un
deber, no un placer.
Las reglas tienen que ser seguidas. Las tradiciones tomadas en cuenta.
Así es como termina con una mujer… una niña apenas mayor de edad.
Puede que no sea lo que él y sus hijos necesitan, pero es perversamente
encantadora y una dulce tentación a la que no puede resistirse.
Giulia siempre supo que se casaría con un hombre que su padre
elegiría para ella. Solo que nunca esperó ser entregada a alguien tan mayor.
De repente, se supone que es madre de dos niños pequeños cuando ni
siquiera ha sostenido un bebé en su vida.
Giulia se da cuenta rápidamente que Cassio no está interesado en una
relación en pie de igualdad. Su madre siempre le advirtió que los hombres
de poder como Cassio no toleran la insolencia; sin embargo, cansada de ser
tratada como una niñera y una niña despistada, Giulia decide luchar por su
visión de una familia feliz.
Mamá había dejado muy claro que no conocería a Cassio hasta nuestra
presentación oficial durante la cena. Se suponía que debía permanecer en mi
habitación toda la tarde mientras mis padres y mi futuro esposo discutían mi
futuro como si fuera una niña de dos años sin una opinión.
Vestida con mi vestido de mezclilla favorito, y debajo una camiseta
blanca con girasoles, salí de mi habitación a hurtadillas cuando escuché el
timbre. Descalza, no hice ruido a medida que me dirigía de puntillas hacia el
rellano superior, evitando cada tabla crujiente.
Me arrodillé para hacerme más pequeña y miré a través de la
barandilla. Por el sonido de las voces, mis padres intercambiaban bromas
con dos hombres. Papá apareció a la vista, sonriendo con su sonrisa oficial,
seguido por madre, quien irradiaba alegría. Y entonces dos hombres entraron
en mi campo de visión.
No era difícil adivinar cuál era Cassio. Se alzaba sobre papá y el
segundo hombre. Ahora entiendo por qué lo comparaban con Luca. Era
ancho y alto, y el traje azul oscuro de tres piezas lo hacía parecer aún más
imponente. Su expresión era de acero. Ni siquiera mi madre bateando sus
pestañas provocó una sonrisa de su parte. Al menos su compañero parecía
querer estar aquí. Cassio no se veía viejo… y definitivamente no estaba
gordo. Sus músculos se veían incluso a través de las capas de tela que
llevaba. Su rostro tenía ángulos agudos y barba oscura. Era un rastrojo
intencional, no uno que gritara falta de tiempo o cuidado.
Cassio era un hombre adulto, un hombre poderoso e imponente, y yo
acababa de terminar la escuela secundaria. ¿De qué se suponía que debíamos
hablar?
Me encantaba el arte moderno, el dibujo y el Pilates. Dudaba que
alguna de esas cosas le importara a un hombre como él. La tortura y el
lavado de dinero eran sus pasatiempos favoritos… y tal vez la prostituta
ocasional. La ansiedad apretó mis entrañas. En menos de cuatro meses,
tendría que acostarme con este hombre, con este extraño. Con un hombre que
podría haber llevado a su esposa a la muerte.
Una pizca de culpa me llenó. Estaba haciendo suposiciones. Cassio
había perdido a su esposa y se quedó solo para atender a sus hijos. ¿Y si el
hombre seguía de luto? Aunque, no lo parecía.
Aun así, considerando que los hombres en nuestro mundo aprendían a
ocultar sus verdaderos sentimientos desde una edad temprana, su falta de
emoción no significaba nada.
—¿Por qué no vamos a mi oficina a tomar una copa de mi mejor coñac
y conversamos del matrimonio? —Papá hizo un gesto hacia el pasillo.
Cassio inclinó la cabeza.
—Me aseguraré que todo vaya bien en la cocina. Nuestro chef está
preparando un festín para esta noche —dijo mamá con entusiasmo.
Tanto Cassio como su compañero le dieron a mi madre una sonrisa
apretada.
¿Ese hombre alguna vez realmente sonría con sus ojos y su corazón?
Esperé hasta que todos desaparecieron de la vista antes de bajar
corriendo las escaleras y entrar a la biblioteca, que estaba justo al lado de la
oficina. Presioné la oreja contra la puerta de conexión para escuchar la
conversación.
—Esta unión será buena para ti y para mí —dijo papá.
—¿Ya le has dicho a Giulia de la unión?
Al escuchar mi nombre en la voz profunda de Cassio por primera vez,
mi corazón se aceleró. Lo oiría decirlo por el resto de mi vida.
Papá se aclaró la garganta. Incluso sin verlo, sabía que estaba
incómodo.
—Sí, anoche.
—¿Cómo reaccionó?
—Giulia es consciente de que es un honor casarse con un lugarteniente.
Puse los ojos en blanco. En serio deseé poder ver sus caras.
—Eso no responde a mi pregunta, Felix —le recordó Cassio a mi
padre con un toque de molestia en su voz—. No solo se convertirá en mi
esposa. Necesito una madre para mis hijos. Te das cuenta de eso, ¿verdad?
—Giulia es una… mujer muy cariñosa y responsable. —La palabra
“mujer” no salió fácilmente de los labios de papá, y me tomó un momento
darme cuenta que se refería a mí. Todavía no me sentía como una mujer—.
De vez en cuando ha cuidado al hijo de su hermano y lo disfrutó.
Jugaba con el niño pequeño de mi hermano durante unos pocos minutos
cuando lo visitaba, pero nunca le cambié el pañal ni le di de comer a un
niño.
—Puedo asegurarte que Giulia te satisfará. —Mis mejillas se
calentaron. Hubo un momento de silencio. ¿Acaso Cassio y su compañero
habían malinterpretado las palabras de papá como yo? Papá se aclaró la
garganta otra vez—. ¿Ya le has dicho a Luca?
—Sí, anoche, después de nuestra llamada.
Comenzaron a discutir una próxima reunión con el Capo, lo que me
hizo desintonizar un poco, perdiéndome en mis pensamientos.
—Tengo que llamar a casa. Y a Faro y a mí nos gustaría relajarnos un
poco antes de cenar. Hemos tenido un día largo —dijo Cassio.
—Por supuesto. ¿Por qué no vas por esa puerta? La biblioteca es muy
silenciosa. Aún tenemos una hora hasta que te presente a mi hija.
Me alejé tambaleándome de la puerta cuando sonaron unos pasos
detrás de ella. La manija se movió, y me apresuré rápidamente detrás de una
de las estanterías, presionándome contra ella. Miré hacia la puerta. Cassio y
Faro entraron. Papá les dio otra sonrisa falsa y luego cerró la puerta,
encerrándome con ellos. ¿Cómo se suponía que debía salir de la biblioteca y
subir las escaleras con Cassio y su compañero ahí?
—¿Y? —preguntó Faro.
Cassio se adentró en la habitación y se acercó a mí. Estaba frunciendo
el ceño, pero parte del resguardo en su postura había desaparecido.
—Agotador. La señora Rizzo en particular. Espero que su hija no sea
igual.
Apreté los labios con indignación. Mamá era agotadora, cierto, pero
sus palabras me irritaron igualmente.
—¿Has visto una foto de ella? —Faro recogió uno de los marcos de la
mesa auxiliar, riéndose entre dientes.
Mirando a través de la brecha en los libros, mis ojos se abrieron con
horror. Lo levantó para que Cassio lo viera. Tenía nueve años en esa foto y
sonreía ampliamente, mostrando mis frenillos. Dos pequeños girasoles
estaban adheridos a los costados de mis coletas, y estaba vestida con un
vestido de lunares con botas de goma rojas. Papá amaba esa foto mía y se
había negado a quitarla a pesar de las quejas de mamá. Ahora deseaba que la
hubiera escuchado.
—Jódete, Faro. Deja eso —dijo Cassio bruscamente, haciéndome
hacer una mueca—. Me siento como un maldito pedófilo mirando a esa niña.
Faro bajó el marco.
—Es una niña linda. Podría ser peor.
—Sinceramente espero que se haya deshecho de esos frenillos y ese
flequillo horrible.
Mi mano voló a mi flequillo. Una mezcla de ira y mortificación me
invadió.
—Funciona para el look de colegiala —dijo Faro.
—No quiero follarme a una maldita colegiala.
Me estremecí y mi codo chocó con un libro. Cayó del estante.
Oh, no. El silencio descendió sobre la habitación.
Miré a mi alrededor frenéticamente buscando un escape. Agaché la
cabeza e intenté pasar al siguiente pasillo. Demasiado tarde. Una sombra
cayó sobre mí y choqué con un cuerpo duro. Tropecé nuevamente con el
estante. Mi coxis golpeó la madera dura, haciéndome llorar de dolor.
Mi cabeza se alzó de golpe, mis mejillas ardieron.
—Lo siento, señor —espeté de repente. Maldita sea mi educación.
Cassio solo me miró, ceñudo. Y entonces la realización se postró
sobre sus rasgos.
En cuanto a las primeras impresiones, esto podría haber sido más
sencillo.
Después del baile con mi hermano, no quise nada más que encontrar un
rincón tranquilo para recomponerme, pero el padre de Cassio cojeó hacia
mí.
Le di una sonrisa cuando mi hermano se escabulló después de un breve
asentimiento. El señor Moretti extendió la mano.
—¿Le darás a este viejo el honor de bailar con la novia?
—Por supuesto, señor Moretti —respondí con una pequeña reverencia.
—Mansueto, por favor. Ahora somos familia.
Asentí y tomé su mano, preguntándome cómo iba a funcionar esto con
su bastón. Él sonrió con melancolía.
—Tendremos que bailar en un solo lugar si estás de acuerdo con eso,
jovencita.
Una vez más, asentí y me acerqué un poco más. Le entregó su bastón a
un hombre que no conocía y tocó mi espalda ligeramente. Luego comenzamos
a balancearnos con la música.
—Estás muy callada. Por lo que escuché, no eres una chica tranquila.
Mis mejillas se calentaron, preguntándome quién le había dado esa
información. ¿Christian? Mi madre no definitivamente.
Los ojos de Mansueto lucían amables, pero como su hijo, su reputación
era escalofriante.
—La reputación de mi hijo me enorgullece —comenzó como si
pudiera leer mi mente, lo que solo me asustó—. Sé que gobernará sobre
Filadelfia sin problemas, incluso una vez que me haya ido. Pero es una
reputación que puede perturbar a una mujer joven, especialmente tan joven
como tú.
No estaba segura qué decir. Sentí que debía contradecirlo porque la
tradición dictaba que debía fingir que mi marido no me perturbaba, pero eso
habría sido una mentira, y desafortunadamente, era una mentirosa terrible,
para disgusto de mamá.
—Mi esposa y yo criamos a mi hijo para respetar a las mujeres, y por
lo que sé, lo hace.
Por lo que sabía, las apuestas sobre él matando a su esposa en una
rabieta desenfrenada estaban ganando. No parecía alguien que perdiera el
control de esa manera, pero se había ganado su reputación como uno de los
líderes más crueles en nuestros círculos por una razón, y las palabras de
Christian solo habían confirmado mis temores.
—Gracias por decírmelo —dije, porque tenía que decir algo. No me
sentía consolada. La canción terminó y dejamos de balancearnos. Faro
estaba con su última compañera de baile a mi izquierda. Capté su mirada,
pensando que, como padrino y Consigliere, querría un baile.
Sacudió la cabeza con una sonrisa de disculpa.
—Si alguna vez me canso de la vida, pediré ese baile. —Se volvió y
le preguntó a otra mujer.
Miré a Mansueto, atónita.
Él rio.
—Vamos, volvamos a la mesa.
—¿Qué fue eso? —pregunté mientras seguía su lento progreso hacia la
mesa donde Cassio todavía estaba conversando con Luca como si fuera una
reunión de negocios y no nuestra boda.
—Me temo que, mi hijo es un poco territorial. Puedes bailar con la
familia, pero evita acercarte a otros hombres. Odiaría presenciar un
conflicto en tu boda.
Esperé su risa, algo que indicara que estaba bromeando. No lo hizo.
Me detuve y él también.
—Creo que iré a refrescarme.
Asintió, pero su expresión mostraba que sabía que quería correr. Con
una sonrisa pequeña, me di la vuelta y salí del salón de baile rápidamente.
Pasé corriendo por los baños y doblé una esquina hacia un corredor
desierto donde me apoyé contra la pared y me hundí lentamente. Mi vestido
me rodeó como una blanca burbuja pura.
No era digno, y si alguien me encontraba, sería un escándalo por el que
mamá nunca me perdonaría. Pero no podía importarme menos. Esta era mi
vida.
No estaba segura de cuánto tiempo me senté así, considerando mis
pocas opciones, cuando unos pasos resonaron por el pasillo. Con mi vestido,
no tendría la oportunidad de levantarme rápidamente, así que no me molesté.
Mia dobló la esquina y al verme, se dirigió hacia mí con una mirada
preocupada. Me sorprendió cuando se dejó caer a mi lado con su elegante
vestido largo y su barriga abultada.
—Cassio es un hombre difícil, Giulia. No mentiré.
Me reí. Podía lidiar con lo difícil. Lo que me preocupaba eran los
rasgos de su carácter más allá de difíciles.
***
Simona había despertado una vez más, pero Giulia insistió en que me
quedara en la cama mientras ella se ocupaba de eso.
Tal vez por eso me sentía más relajado esta mañana de lo que me había
sentido en mucho tiempo. A pesar de su falta de sueño, Giulia se levantó una
vez que terminé en el baño y se metió en él.
Entré en la habitación de Daniele. Estaba despierto, y como siempre a
esta hora, ya inclinado sobre su tableta. Al principio se la había ocultado,
pero cuando jugaba con esa cosa, era la única vez que parecía remotamente
feliz, así que siempre se la devolví. No me miró cuando entré, pero sus
pequeños hombros se encorvaron. Me acuclillé junto a su lado de la cama
para estar a la altura de él. Aún nada.
—Daniele, vamos. Pon eso a un lado. —Sin reacción. Se la quité y él
comenzó a gritar, pero igual la dejé en un estante. Lo recogí a pesar de su
lucha. Su negativa a estar cerca de mí era peor que esos látigos hace muchos
años atrás.
Tragué con fuerza y lo puse sobre el cambiador. Que lo vista era
nuestro ritual. Había sido así desde que era muy pequeño. Siempre amó
nuestro tiempo en la mañana… ya no.
Sus ojos llorosos se dirigieron a algo detrás de mí. Me giré,
encontrando a Giulia en la puerta, con los ojos llenos de emoción y el perro
en su brazo.
Terminó de entrar.
—Loulou te escuchó llorar y vino a ver cómo estabas.
Daniele se calló, contemplando al perro con los ojos abiertos de par
en par.
Giulia se detuvo junto al cambiador de modo que el perro pudiera
mirar a Daniele y él a su vez al perro. Lo desnudé y por una vez no peleó.
Sus grandes ojos estuvieron fijos en el perro mientras le cambiaba el pañal.
Giulia sacó la ropa del armario y la dejó a mi lado. Jeans, calcetines que
parecían zapatillas deportivas y un suéter con las palabras “Hermano mayor”
en él.
—Hoy puedes ponerte tu camisa de hermano mayor —dijo ella,
sonriendo.
La boca de Daniele tembló en una pequeña sonrisa, y tuve que apartar
la mirada por un momento.
—Eres un buen hermano mayor. Simona te necesita a su lado —dije,
aclarándome la garganta.
Daniele asintió lentamente y me dejó ponerle la ropa. Podía vestirse
por sí mismo, más o menos, pero como con tantas otras cosas, se negaba a
hacerlo desde la muerte de su madre. Lo levanté de la mesa, pero no lo bajé
para que pudiera caminar como siempre lo había hecho. Lo presioné contra
mi cuerpo. Sus ojos permaneciendo en Loulou, pero al menos no intentó
alejarse de mí.
—Vamos a ver a Simona —le dije.
Nos dirigimos a la habitación de Simona juntos, y Giulia dejó a Loulou
en el suelo para que así pudiera recoger a Simona. El perro salió corriendo
de la habitación para hacer lo que sea que tuviera en mente, probablemente
orinar en las alfombras caras. Daniele se puso inquieto al momento en que se
perdió de vista. Lo bajé al piso antes de que pudiera comenzar a llorar, y se
alejó inmediatamente, probablemente para ir a buscar su tableta. Giulia
sostuvo a Simona pero me miró. La compasión en su expresión no me
enfureció esta mañana. Solo me hizo sentir melancólico. Se acercó a mí, con
Simona en su brazo, y tocó mi pecho.
—Ya entrará en razón. Dale tiempo. Se necesita tiempo para sanar.
¿Sería tan optimista si supiera lo que sucedió?
Eché un vistazo a mi reloj.
—Tengo que irme ahora. —Entonces, y no estaba seguro de por qué,
acuné su mejilla y presioné un ligero beso en su boca—. Aprecio tu esfuerzo.
La sorpresa cruzó su rostro. La misma sorpresa que sentí desde el
minuto uno de nuestro matrimonio. No era para nada como esperaba. Podría
haber cedido a la histeria adolescente, pero en su lugar intentaba encargarse
de las tareas de su nueva vida.
Y se encargaba de una manera amable y encantadora. Parecía
demasiado buena para ser verdad.
Me aparté y bajé las escaleras. Elia me esperaba frente a mi auto para
recibir más instrucciones. Recordando lo de anoche y esta mañana, un
indicio de reticencia me llenó cuando pensé en mi acuerdo con Elia, pero no
fue suficiente para hacerme abandonar el asunto. Giulia no había hecho nada
para merecer esto, pero necesitaba certeza antes de que su encanto me
tuviera envuelto alrededor de su dedo y me cegara ante una verdad dolorosa.
Mis hijos no sobrevivirían a una repetición de la desaparición de su
madre.
13
***
Cassio no llegó a casa a tiempo para la cena. Eran poco más de las
ocho cuando me instalé en el cómodo sillón frente a la chimenea en la sala
de estar, leyendo uno de mis libros favoritos. Había considerado hacer
Pilates o terminar mi pintura más reciente, pero no había encontrado la
energía para hacerlo. Mi teléfono yacía en la mesita auxiliar, esperando un
mensaje de Cassio. Algunos amigos de la escuela me habían enviado un
mensaje, pero ya podía sentir que nuestra amistad no sobreviviría a la
distancia. De todos modos, nunca habíamos sido de los amigos cercanos con
los que compartías tus secretos más oscuros. Tal vez debería enviarle un
mensaje de texto a Cassio para preguntarle cuándo estaría en casa, pero
aunque tenía su número, aún no nos habíamos enviado mensajes. Había
considerado enviarle una foto desde el parque para perros, pero nunca lo
hice.
Se me ocurrió una idea entonces. Me levanté y fui al gabinete de
licores a la izquierda de la chimenea de mármol. Estaba lleno de varias
botellas de whisky escocés, ginebra, bourbon y todo tipo de otras bebidas
sobre las que no sabía nada. Recordando las palabras de Cassio que se
suponía que no debía beber, escogí la botella escocesa más cara con un
nombre que ni siquiera podía comenzar a pronunciar: Laphroaig, una edición
limitada. Me serví una cantidad generosa y me la llevé a mi asiento.
Volviéndome a sentarme, olí y tosí, sorprendida por el aroma ahumado del
alcohol. Tomé un sorbo y tosí aún más fuerte, con lágrimas en los ojos.
—Oh, Dios.
¿Por qué alguien bebería esto por elección? Tal vez era una cosa de
hombres. Después de recomponerme, tomé mi teléfono, llevé el vaso a mis
labios, sonreí desafiante y me tomé una selfie. Se la envié a Cassio.
Laphroaig me hace compañía mientras trabajas
Vio mi mensaje casi al instante. Pero no respondió.
Molesta, dejé el vaso y mi teléfono nuevamente.
Quince minutos después, la puerta principal se abrió y cerró. Loulou,
que había estado acurrucada en su cesta, salió irrumpiendo al vestíbulo,
seguida de la voz desaprobadora de Cassio.
—¡Loulou! —llamé, agarrando el vaso y tomando otro sorbo más
grande. Loulou trotó hacia la sala y se acurrucó en su cesta una vez más. Subí
mis piernas sobre el reposabrazos rápidamente, para que Cassio pudiera ver
mis calcetines por encima de la rodilla que tanto odiaba. Entonces Cassio
apareció en la puerta, oscuro e imponente, luciendo como el empresario
mortal que era. Me escaneó de pies a cabeza, deteniéndose en el vaso que
todavía estaba presionado contra mis labios, mi vestido de flores y los
calcetines negros.
Su ira fue rápida, transformando su rostro en una máscara de bordes
aún más afilados. Mi estómago se apretó de miedo brevemente, sabiendo que
no sabía nada sobre la muerte de Gaia, pero no permití que esta emoción se
apodere de mí. Cassio no me había hecho nada. Aun así, cuando cerró la
puerta, mi adrenalina se disparó. Avanzó muy despacio hacia mí, pero no me
moví y tomé otro sorbo del whisky. Quemó un rastro en mi garganta, y el
calor comenzó a florecer en mi vientre… no solo por el alcohol. Algo en la
desaprobación primitiva en la cara de Cassio despertaba mi cuerpo de
formas que no podía entender en este momento. Teníamos que hablar de Elia,
y no dejaría que el sexo se interponga.
—No tengo tiempo para juegos, Giulia. ¿Esa foto tenía la intención de
provocarme? —Se detuvo justo en frente del sillón, alto y siniestro. Se veía
impresionante y aterrador a la vez.
—No —respondí a la ligera—. Solo quería mantenerte informado
sobre mis actividades nocturnas, considerando lo ansioso que estás por
controlar cada aspecto de mi vida.
Se inclinó sobre mí, sus musculosos brazos apoyados en los
reposabrazos. La costosa tela de su chaqueta rozó mis pantorrillas, y la
fricción, aunque distante, me invadió de inmediato. Tal vez era el alcohol lo
que me hacía tan sensible al aura de Cassio. Exudaba dominio y sensualidad
primitiva. Sus ojos se deslizaron sobre mis piernas cruzadas, deteniéndose
en la pequeña franja de piel desnuda en la parte superior de mis muslos.
Luego levantó la mirada. Tragué con fuerza ante la intensidad en su
expresión, como si no estuviera seguro si quería devorarme o azotarme.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Elia. No me digas que no te llamó hoy. Apuesto a que esperas
actualizaciones del estado de su misión cada hora.
Su fuerte palma de alguna manera había encontrado su camino en el
pequeño parche de piel desnuda entre el dobladillo de mi falda y mis
calcetines por encima de la rodilla. Sentí el toque entre mis piernas, y quise
que sus dedos se movieran más alto, pero me contuve.
Me quitó el vaso y bebió el whisky.
—Te dije que no quiero que bebas licor fuerte.
—Porque no soy lo suficientemente mayor.
Cassio dejó el vaso sobre la mesita, inclinándose aún más cerca.
—Giulia. —La palabra sonó como un gruñido bajo, lleno de
advertencia. No me importó. Su mano se deslizó más arriba en mi pierna,
debajo de mi falda, y sus labios se estrellaron contra los míos. Por un
instante, mi cuerpo se arqueó hacia él, ansioso por el toque, el beso y lo que
prometía. Pero no iba a dejar que Cassio me distraiga con sexo enojado sin
importar cuán desesperadamente mi cuerpo lo quisiera.
Empujé contra su pecho, separando mi boca de la suya.
—No. Detente.
Los dedos de Cassio rozaron mis bragas, empapadas de nuestra
discusión. Él gimió.
—¿Qué me estás haciendo?
¿Yo? ¿Qué estaba haciendo yo?
Presioné más fuerte contra él.
—Cassio, detente. —Sus ojos se centraron en mí y su expresión se
suavizó, volviéndose cautelosa y distante. Se enderezó, robándome su calor,
su toque, su aroma—. Tenemos que hablar de Elia —solté.
Cassio dio un paso atrás y sacudió las arrugas de su chaqueta como si
nada hubiera pasado.
—No hay nada de qué hablar. Dejaste volar tu imaginación.
La ira me atravesó. Bajé las piernas y me puse de pie. Como era
mucho más alto que yo, eso en realidad no tuvo el efecto que quería.
—¿Qué tan estúpida crees que soy?
Cassio levantó las cejas.
—No sé de qué estás hablando.
Resoplé, recordando exactamente las mismas palabras de Elia.
—Sabes exactamente de lo que estoy hablando Cassio, porque al
momento en que me enfrenté a Elia, él te llamó.
El rostro de Cassio permaneció siendo una máscara de calma estoica,
y eso me enfureció aún más.
—Estás siendo irracional e infantil.
Cada vez que intentaba hablar con él o hacer que renuncie al control,
me acusaba de ser una niña. Pero cuando quería dormir conmigo, ese hecho
no se le pasaba por la cabeza.
—Como tu esposa, merezco la verdad. No merezco ser engañada y
espiada. ¿Cuál era el propósito de esa farsa? ¿Creíste que me arrojaría al
primer hombre atractivo que me sonría?
Cassio entrecerró los ojos.
—Entonces, lo encuentras atractivo.
Tuve suficiente. Me acerqué a él y lo fulminé con la mirada.
—¿Hablas en serio? —Cassio no me dignó con una respuesta. Se
desabrochó la camisa con indignante indiferencia—. Mírame.
Levantó la cabeza, pero tenía los ojos duros. Sin signos de culpa. ¿En
serio pensaba que sus acciones estaban bien?
—No puedo creer que usaras a Elia como trampa para ver si te
engañaba. Estamos casados.
—El matrimonio nunca detuvo a nadie.
—¿Ah, sí? —pregunté con curiosidad, intentando averiguar si se
refería a sí mismo.
—Nunca he engañado a nadie.
—Oh, así que se supone que debo creer en tu palabra, pero ¿puedes
usar mi guardaespaldas para ponerme a prueba? ¿No te das cuenta de lo mal
que está eso?
—Hago lo que es necesario.
—¿Necesario? Entonces, ¿admites que le ordenaste a Elia que
coqueteara conmigo para ver cómo reaccionaba? Deberías confiar en mí. —
El dolor retumbó en mi voz.
—No confío en nadie.
Mi primer impulso fue reaccionar con ira, con un comentario mordaz
porque este día había sido duro y no tenía un hombro en el que apoyarme,
solo un esposo que me trataba como a una niña y no confiaba en mí. Pero mi
ira no cambiaría nada. Solo llevaría a más resentimiento.
—No sé qué pasó entre Gaia y tú. Quizás te preocupa que sea como
ella. No la conocí, así que no puedo prometerte que no lo soy. Lo que sé es
que si no te permites conocerme, nunca confiarás en mí, y si no confías en
mí, entonces este matrimonio fracasará de cualquier manera. —Tragué
saliva, alejándome de su expresión áspera—. Quizás necesitas más tiempo.
Obviamente no quieres mi cercanía, excepto cuando tenemos relaciones
sexuales. No te presionaré, pero no estoy segura de poder hacer esto. Ahora
no. Te daré el espacio que necesitas y me mudaré a la habitación junto a la
guardería de Simona. De esa manera tendrás la cama solo para ti.
Giulia dejó la sala de estar. Estaba congelado, no porque Giulia
hubiera atrapado a Elia. No, porque quería mudarse de nuestra habitación.
Esta vez definitivamente era mi culpa. No había luchado contra Gaia cuando
ella había insistido en su propia habitación hace muchos años atrás. Lo
acepté. No cometería el mismo error, no solo porque temía repetir los
eventos. Quería a Giulia en mi cama, cerca de mí.
La perseguí y la alcancé en la escalera. La giré hacia mí, aferrando su
codo. Casi perdió el equilibrio y tuvo que agarrarse de mis hombros para
estabilizarse. Sus ojos nadaban con lágrimas. Esta era al menos la tercera
vez que hacía llorar a mi joven esposa. El matrimonio no era el lugar para la
crueldad. Eso era lo que había dicho mi padre, y había estado seguro que no
era culpable. Sin embargo, la crueldad venía en diferentes maneras y formas.
Giulia no había hecho nada para merecer mi sospecha, mi frialdad y, aun así,
había sido castigada por el crimen de otro.
—No dejaré que te mudes de nuestra habitación, Giulia. Vas a
quedarte.
Giulia evaluó mi cara.
—¿Por qué? Ni siquiera quieres abrazarme por las noches.
Mierda. La expresión de dolor en sus ojos me hizo añorar esos látigos
de nuevo.
—Quédate. —Acuné su mejilla. Ella se apoyó en el toque. Rocé su
pómulo.
—¿Por qué?
—Porque te digo que lo hagas.
Sacudió su cabeza.
—Dame otra razón.
—Porque te quiero cerca. Porque me gusta dormirme con tu aroma a
fresa por las noches.
Su boca se torció.
—¿Aroma a fresa?
Me agaché, presionando mi rostro en el delicioso lugar donde su
garganta se unía con su hombro, empapándome de ese dulce aroma antes de
presionar un beso en su piel.
—Como un maldito campo de fresas. Ni siquiera me gustan las fresas.
Ella se rio, retorciéndose debajo de mi boca.
—¿A quién no le gustan las fresas?
—A mí. Son como envases falsos. Prometen dulzura, pero la mayoría
de las veces son agrias y aguadas.
Giulia intentó alejarse de mis labios que recorrí por su garganta,
disfrutando de sus risas ahogadas.
—Cassio, eso me da cosquillas.
Levanté la cabeza.
Sus ojos se iluminaban con diversión, y solo mirar su alegría sin
resguardo dispersó parte de la pesadez de mi alma.
—Nadie puede resistirse a una fresa dulce.
—Sí —murmuré—. Puedo ver eso.
Giulia sacudió la cabeza.
—No puedo oler a fresa. Mi champú es de cereza.
Me reí entre dientes.
—Para mí es fresa.
—Seguro. Si ordenas que la cereza sea una fresa, es lo que será.
La callé con un beso, no con los duros guiados por la ira. Un beso
gentil. Mantuvo los ojos abiertos, sin dejarme escapar.
—¿Me quieres cerca por las noches?
—Sí.
—Bien. —Sin juegos mentales, solo un simple “bien”. La levanté en
mis brazos y la llevé arriba—. Cassio…
—Shhh… después hablamos. —No discutió. Al momento en que la
acosté en la cama, moldeó su cuerpo al mío. ¿Alguna vez me cansaría de su
aroma y sabor?
***
***
Giulia estaba inclinada sobre la mesa, intentando golpear la bola ocho.
Su lengua estaba encajada entre sus labios en una expresión de
concentración. Mi pecho estaba presionado contra su espalda. Había
enviado la mayoría de las bolas a sus respectivos bolsillos y una vez más,
mi mano guiaba a Giulia mientras enviábamos la bola ocho a su agujero
respectivo. Giulia sonrió, giró la cara y presionó un beso entusiasta en mis
labios.
El grito de Simona resonó en los altavoces, recordándome que nuestra
vida no solo podía estar llena de noches de billar y sexo. Me enderecé, el
peso de mis responsabilidades regresando a mis hombros y con ello la
preocupación de que esto no duraría. Giulia agarró el monitor, y nos
dirigimos a la habitación de Simona.
Como de costumbre, los chillidos de Simona aumentaron con cada
momento que pasó, y cuanto más llorara, más difícil sería calmarla. Giulia
encendió las luces y entró en la habitación, pero yo esperé en la puerta,
queriendo ver cómo le iba.
Giulia se inclinó sobre la cuna y levantó a mi hija, acunándola contra
su pecho. Siempre era yo quien la sacaba de la cuna cuando lloraba.
Simona se calló y se quedó mirando a mi joven esposa. Esperé el
estallido inevitable, un ataque de llanto aún peor que antes, pero Simona
solo dejó escapar un pequeño chillido.
—Shh. Eres la cosita más linda que he visto en mi vida. —Y luego
Giulia se inclinó y besó la mejilla izquierda de mi hija, después la derecha
—. Con las mejillas regordetas más lindas que puedo imaginar.
Mi corazón martillaba con fuerza en mi pecho, un staccato desigual que
podía sentir en mis oídos. No pude moverme. Simona agarró el flequillo de
Giulia y tiró de él, pero mi esposa solo rio y sopló, levantando su cabello y
haciendo que Simona abriera los ojos de par en par. Luego soltó una risita.
Simona se rio.
Giulia levantó la vista y sonrió, sin resguardo, feliz, esperanzada. Me
di la vuelta y salí.
—Prepararé la botella —dije apenas. Y aunque deseé que no lo
hiciera, Giulia me siguió escaleras abajo. Me observó todo el tiempo
mientras preparaba la fórmula. Podía sentir sus preguntas flotando en la
habitación entre nosotros. Pero no preguntó, solo siguió arrullando a mi hija.
Cuando la botella estuvo lista, me acerqué a ella. Se inclinó hacia mí.
—¿Por qué no la alimentas mientras yo la sostengo?
Miré esos ojos azules fijamente, recordando lo que sentía cuando me
paraba en las dunas frente a mi casa en la playa, mirando hacia el océano.
14
A pesar del clima frío, dimos un paseo por la playa al día siguiente.
Simona estaba atada al frente de Giulia en el arnés mientras Daniele y
Loulou trotaban a lo largo del borde del agua. El perro ladró a las olas,
intentando morderlas para romper el agua espumosa.
Qué cosa tan estúpida, pero hizo sonreír a Daniele y Giulia, de modo
que podría quedarse por ahora. Las gaviotas se elevaban sobre nuestras
cabezas. Giulia extendió su mano y yo uní nuestros dedos después de un
momento de vacilación, preocupado por la reacción de Daniele, pero a él no
pareció importarle. Su atención estaba en el perro y el océano.
Mi teléfono vibró en mi bolsillo. Lo saqué para encontrar un mensaje
de Faro.
Llámame lo más pronto posible.
Frunciendo el ceño, volví a meter el teléfono en el bolsillo. El viento
rugía demasiado fuerte para una conversación telefónica.
—¿Qué pasa? —preguntó Giulia.
—Tenemos que regresar a la casa. Necesito llamar a Faro.
Su expresión cayó, y por medio segundo consideré ignorar el mensaje
de Faro, pero le dije que no me moleste a menos que fuera importante.
—Oh, por supuesto.
Apreté su mano.
—Mañana podemos salir en la mañana otra vez.
Ella asintió y luego llamó:
—¡Loulou, Daniele, vengan aquí!
Tanto el perro como mi hijo se volvieron hacia ella y saltaron a correr
hacia nosotros. Por un momento, la cara de Daniele me recordó el pasado,
casi tan infantilmente inocente como en aquel entonces.
Para el momento en que volvimos a la casa de la playa, llamé a Faro
mientras Giulia limpiaba la arena del perro y de Daniele.
Simona gateaba por el suelo, persiguiendo una pelota que traqueteaba
de la manera más molesta posible.
—¿Qué pasa? Espero que sea importante. No quería que me
molestaran.
—Mientras estabas ocupado follándote a tu joven esposa, Luca se
volvió completamente loco. Mató a sus tíos Gottardo y Ermano, y a ese
primo suyo, hermano del que aplastó la garganta.
Me recosté en mi asiento, sorprendido.
—¿Qué carajo pasó?
—Nadie lo sabe realmente. Matteo no es muy comunicativo con eso.
Se rumora que Luca también destruyó toda la nueva sede del Tartarus MC en
Jersey.
Simona tiró de mis pantalones y la alcé lentamente. Extendí la mano
para estabilizarla mientras ella me daba una sonrisa desdentada.
—Se rumora que está cazando a traidores… algunos sospechan que
tiene algo que ver con su esposa. Esto es un secreto, pero ella fue a Chicago
donde se encontró con el maldito Dante Cavallaro.
Me apoyé en mis muslos, mis pensamientos girando fuera de control.
—¿Crees que Aria estaba incluida en la traición?
—Sigue viva.
Luca y Aria parecían felices por fuera, o tan felices como podría ser
un matrimonio en nuestro mundo, especialmente si el esposo era un hombre
como Luca… o yo.
Giulia apareció en la sala de estar, la preocupación nublando su rostro
a medida que me veía. Se acercó, lentamente.
—Regresaré esta noche. Organiza una reunión. Mi padre también tiene
que estar allí. —Si Luca se embarcaba en una gran matanza como esa, tenía
que asegurarme que mi propia ciudad estuviera más limpia que limpia.
—Lo haré.
Colgué.
Giulia se dejó caer a mi lado.
—¿Qué pasa?
—No hay de qué preocuparse.
—Tu cara dice otra cosa.
—Son negocios. Luca mató a dos lugartenientes. Sus tíos Gottardo y
Ermano.
Se estremeció, sus ojos llenándose de sorpresa. Entonces comprendí lo
desconsiderado que había sido. También eran sus tíos, pero nunca tuve la
impresión de que le agradaran mucho ninguno de los dos, lo cual no era
sorprendente. Habían sido unos sádicos ególatras.
—¿Estás triste por tus tíos?
Parecía que la hubiera sacado de su aturdimiento y luego sacudió la
cabeza bruscamente.
—Estoy preocupada por ti. ¿Y si Luca se deshace de más
lugartenientes?
—No se librará de mí. No, a menos que le dé razones, y no lo he
hecho.
Asintió lentamente, luego sus ojos se abrieron nuevamente por
completo.
—¡Kiara!
—¿Quién?
—Mi prima Kiara. Es la hija de Ermano. ¿Qué hay de ella… y mi tía?
—No lo sé. Faro no mencionó nada.
Me agarró del brazo.
—Cassio, por favor averígualo. Kiara solo tiene doce años. ¿Y si la
lastimaron?
—Dudo que Luca lastime a una niña.
Su expresión preocupada me obligó a levantar mi teléfono una vez
más. Por lo general, habría llamado a Luca directamente, pero eso no
parecía acertado en la situación actual.
—Haz las maletas, y prepara a Simona y Daniele. Tenemos que irnos
en treinta minutos. Le preguntaré a mi padre sobre Kiara.
Padre contestó de inmediato.
—¿Faro te lo dijo?
—Sí. Eso puede esperar hasta nuestra reunión. Necesito información
sobre la hija y la esposa de Ermano.
—La niña está viva, pero Ermano le disparó a su esposa. —La voz de
padre albergaba una nota que me puso los vellos de punta—. De acuerdo. He
estado hablando con amigos en Nueva York, intentando sentir el estado de
ánimo actual de Luca, si ha terminado de matar…
—Todo va a estar bien.
—Debiste haberle contado todo, Cassio.
—Padre, va a estar bien. El pasado es el pasado. Decirle a Luca ahora
definitivamente sería mi sentencia de muerte.
Colgué y fui a la habitación donde Giulia estaba haciendo las maletas.
Sus ojos tenían miedo cuando se encontró con mi mirada.
—Kiara está viva pero su madre está muerta.
Giulia se cubrió la boca con la palma.
—¿Qué va a pasar con ella?
—Luca todavía tiene algunos parientes a los que podría pedir que se
lleven a la niña. —Tomé las maletas—. Ahora vamos. En serio, necesito
volver. —Asintió lentamente, aún luciendo un poco aturdida. Me acerqué a
ella, acunando su mejilla—. Todo estará bien.
***
***
Intenté esperar despierta a Cassio, pero finalmente me quedé dormida,
acurrucada incómodamente en el sillón frente a la chimenea.
No estaba segura qué hora era cuando unas manos frías tocaron mi
brazo, sacándome de mi sueño. La habitación estaba oscura, excepto por las
brasas moribundas en la chimenea bailando ante mis ojos cansados. Cassio
se cernía sobre mí, oliendo a pólvora, humo y whisky.
—Te dije que no me esperaras.
—¿Qué hora es? —pregunté arrastrando las palabras, mi lengua y mis
músculos pesados.
—Tarde.
Intenté distinguir la cara de Cassio para conectar la nota tensa en su
voz con su expresión, pero la oscuridad ocultaba sus rasgos. Extendiendo la
mano, toqué su brazo. La tela crujiente de su camisa se pegaba a su piel. Se
sentía rígida contra las yemas de mis dedos, con costras de algo. Cassio se
liberó de mi alcance bruscamente con una fuerte inhalación.
Desperté por completo momentáneamente.
—¿Cassio?
Me senté y Cassio retrocedió, fuera de mi alcance.
—Ve a la cama, Giulia. Ahora.
Me puse de pie, avanzando hacia él. Las brasas moribundas no emitían
suficiente luz para ver demasiado, pero parte de su camisa blanca estaba
oscura.
—¿Qué pasó? ¿Estás herido?
—Giulia, a la cama. Ahora.
—No. No soy una niña, soy tu esposa, y no iré a ningún lado hasta que
sepa que estás bien.
—Tu insolencia me está llevando al borde.
—Creo que te gusta mi insolencia.
Suspiró y se fue. Lo seguí de inmediato. El vestíbulo también estaba
oscuro. Mi preocupación aumentó con cada paso y el silencio continúo de
Cassio. Cuando finalmente llegamos a nuestra habitación, encendí el
interruptor de la luz. Mi corazón dio un vuelco al ver la sangre en la camisa
blanca de Cassio. La mayor parte se había secado, solo una pequeña mancha
en su brazo parecía más fresca. Cassio continuó hacia el baño sin decir una
palabra, pero su expresión transmitió su desaprobación cuando lo seguí.
—¿Qué pasó?
Cassio se desabrochó la camisa y se la quitó, pero una de sus mangas
se le pegó al brazo. Me estremecí cuando vi la herida a la que estaba
pegada. Agarré una toalla y la puse en agua tibia, luego aparté la mano de
Cassio. Empapé el material ensangrentado de su manga, esperando que se
despegara del corte largo para que no hubiera más daños.
Cassio me observó casi con curiosidad, pero no vi ninguna señal de
que alguien obviamente hubiera usado su antebrazo como tabla de cortar. Le
desabroché la camisa cuidadosamente, y Cassio dio un leve tirón pero no
emitió ningún sonido.
—No es tu primer rodeo, ¿hmm? —Necesitaba aclarar la situación
antes de que mi preocupación por mi esposo me llevara a un ataque de
pánico. ¿Y si le pasaba algo? ¿Qué haría con dos niños pequeños, una casa
enorme y un perro ligeramente retorcido?
—Solo es un corte superficial. Sobreviviré. —Me reí pero sonó
forzado. Una vez que la herida quedó libre de los confines de su camisa,
Cassio dejó caer la prenda arruinada en el piso—. Puedo con esto. —Tomó
un botiquín de primeros auxilios de un armario debajo del lavabo.
—¿No me dirás lo que pasó?
Se limpió la herida, pero cuando no aparté la vista, suspiró.
—No estoy seguro que debas saber los detalles de mis negocios.
—Soy parte de tu vida, así que déjame ser parte de ello.
La vacilación permaneció en sus ojos. Bajó la vista hacia su herida y
la parchó con tiras mariposa.
—Luca ha estado lidiando con los traidores, así como con un MC que
nos ha estado causando problemas. —Ante la mirada confusa en mi rostro,
agregó—: Un club de moteros. Son más fuertes en el sur, especialmente en
Texas, Nuevo México y Florida, pero han aparecido sedes por aquí. Luca me
pidió vigilar lo que estaba tramando la sede local. Capturamos a uno de los
moteros, un luchador fuerte. Me atrapó con su cuchillo.
—¿Por qué te involucrarías en esto? ¿Por qué no envías a tus hombres
a lidiar con esto? Mi padre nunca arriesgaría su vida en un ataque.
Cassio sonrió irónicamente.
—Es por eso que tu padre no es el mejor lugarteniente conocido. Si
quieres la lealtad de tus hombres, debes demostrarles que estás dispuesto a
luchar a su lado.
Sacudí mi cabeza.
—Así es como la gente muere.
—¿Estás preocupada por mí?
Envolví mi brazo alrededor de su cintura y presioné mi mejilla contra
su pecho.
—Prométeme ser más cuidadoso.
—Siempre soy cuidadoso.
—La herida cuenta una historia diferente.
—Ahora vamos a meterte a la cama. Es…
El chillido de Simona sonó desde los altavoces.
—No habrá cama para mí.
Cassio presionó su palma en mi espalda baja y me empujó hacia la
cama.
—Ve a dormir y yo me encargaré de Simona.
—Necesitas descansar…
—No. Me encargaré de ella.
Me di cuenta que necesitaba hacerlo, sostener a su pequeña hija. Tal
vez era su forma de recordarse a sí mismo del bien en este mundo.
—Está bien. —Me dejé caer en la cama, sintiéndome completamente
agotada. Cassio me besó brevemente antes de dirigirse a la habitación de su
hija.
Había crecido en el mundo de la mafia. La muerte y el peligro eran
compañeros constantes, pero papá nunca había vuelto a casa herido. Sabía
cómo mantenerse alejado de los problemas y dejar que otros arriesguen sus
vidas por él. Admiraba a Cassio por su valentía. Aun así, al mismo tiempo,
deseaba que fuera un cobarde como papá de modo que estuviera siempre a
salvo. Por sus hijos… y por mí.
16
***
Estaba medio dormida cuando Cassio regresó a casa esa noche. Había
pasado una semana desde los asesinatos, y los niños y yo apenas lo habíamos
visto.
Lo vi prepararse para la cama. Y después se estiró a mi lado.
—¿Cuándo volverás a cenar en casa?
Cassio tomó mi cadera, acercándome más. Sus labios encontraron los
míos, pero a pesar de la oleada de calor, retrocedí. Nuestras únicas
interacciones, aparte de unas pocas palabras intercambiadas, habían sido por
sexo. Él suspiró.
—El trabajo es importante. Tengo mucho que hacer. Estoy cansado.
Solo quiero dejar de pensar cuando llego a casa y no discutir contigo. —Me
besó nuevamente, y esta vez lo empujé hacia atrás, enojada.
—Me tratas como a una niñera y una puta, Cassio. Merezco algo mejor.
—Nunca te trataría como una puta —gruñó—. Eres mi esposa y te
quiero. Si no recuerdo mal, siempre lo disfrutas.
Lo hacía. Cassio se aseguraba que me corra antes y durante las
relaciones sexuales.
—Eso no significa que no necesito también que formemos un vínculo
emocional. Pensé que estábamos en un buen camino, pero ahora estás
retrocediendo otra vez. ¿Es realmente solo por tu carga de trabajo o es algo
más?
Estuvo en silencio por un momento.
—Estoy intentando asegurarme que tú y mis hijos estén a salvo.
Necesito tener el control absoluto de mi ciudad para garantizar tu seguridad.
—Me besó de nuevo, esta vez más suave, pero pude sentir la urgencia
acechando justo debajo—. Intentaré estar en casa a la hora de la cena.
¿Era para apaciguarme? Le permití profundizar el beso, deslizarme por
debajo de mi camisón y despertar mi cuerpo con sus labios.
***
El pasado…
Este día había sido un completo y absoluto desastre. Perder a dos
hombres por esos jodidos moteros ya era bastante malo. Perderlos porque
teníamos una rata era peor. No estaba seguro de quién era, no con certeza.
Muchas cosas apuntaban a Andrea. No había estado en la cena de Navidad
hace dos días, pero se suponía que debía vigilar hoy a Gaia.
Era casi medianoche cuando entré a nuestra casa, esperando que todos
estuvieran en la cama como siempre. La luz entraba al vestíbulo desde la
sala de estar. Siguiéndola, encontré a Daniele jugando en una tableta pequeña
en el sofá, sus cejas fruncidas en concentración. Me acerqué a él.
—¿Por qué sigues despierto?
—No puedo dormir. El tío Andrea me dio esto.
—¿En dónde está?
—Arriba con mamá. Están jugando.
Ni siquiera levantó la vista, completamente hipnotizado por la pantalla
colorida. Era exactamente la razón por la que no había querido que tuviera
una de estas cosas.
—¿Jugando?
Daniele asintió distraídamente.
—Sí. El tío Andrea me dio esto para también jugar.
—Quédate aquí y sigue jugando —dije con firmeza y caminé hacia las
escaleras, sacando mi arma. Subí las escaleras, asegurándome de no hacer
ningún ruido.
Me detuve a escuchar frente a la puerta de la habitación de Gaia.
Detrás de la puerta, alguien gruñó y una mujer gritó. No eran sonidos de
tortura.
Empujé la puerta. Se estrelló contra la pared detrás de ella.
La furia se disparó por mis venas ante la vista frente a mí. Gaia, mi
esposa muy embarazada, se sentaba a horcajadas sobre su medio hermano,
ambos desnudos.
Mi esposa estaba follándose a su medio hermano.
Nadie se movió por un segundo.
Gaia dejó escapar un grito, cubriéndose los senos como si tuviera
menos derecho a verlos que su puto medio hermano. Una mirada pasó entre
ellos, y supe que esto había estado sucediendo durante mucho tiempo, tal vez
más de lo que ella y yo habíamos estado casados.
El sabor amargo de la traición explotó en mi boca, seguido de la sed
irresistible de venganza. Cerré la puerta. Andrea empujó a Gaia fuera de él y
se lanzó hacia el arma en la mesita de noche. Apreté el gatillo. La bala le
atravesó la palma, volándola en pedazos. Sangre y carne salpicaron por
todas partes.
Rugió en agonía.
—¡No! —chilló Gaia, tropezando y caminando hacia el arma. Estuve a
su lado en dos grandes zancadas, envolví mis brazos alrededor de su caja
torácica por encima de su vientre—. ¡No! —gritó, luchando en mi abrazo.
Cubrí su boca con mi palma y la arrastré hacia el baño.
—Deja de gritar —gruñí—. Daniele no necesita escuchar esto.
Sus gritos apagados no cesaron. No le importó si nuestro hijo
escuchaba esto. La empujé al baño y cerré la puerta antes de volverme hacia
Andrea, quien estaba saliendo de su aturdimiento inducido por el dolor. Gaia
golpeó contra la puerta ferozmente. Andrea intentó tomar el arma
nuevamente. También le disparé en la otra mano, sintiendo una enfermiza
satisfacción por sus gritos de agonía. Cayó hacia atrás con un grito ahogado,
sosteniendo sus manos arruinadas frente a él.
—¡No lastimes a Andrea! No, Cassio, o juro que mataré al niño en mi
útero.
Me congelé, mis ojos disparándose a la puerta, incapaz de creer lo que
Gaia había dicho. Me acerqué al vestidor y agarré cinta y esposas antes de
regresar a la habitación. Andrea no era un peligro para mí en su estado
actual.
Abrí la puerta y Gaia casi cae sobre mí. Al momento en que vio lo que
estaba sosteniendo, se tambaleó retrocediendo y agarró mi navaja de afeitar,
presionándola contra la parte inferior de su vientre.
—No lo lastimes, o cortaré a Simona de mi vientre.
—¿Harías daño a tu hija por ese hombre?
—¡No lo entenderías! —chilló—. Lo he amado toda mi vida. Él es
todo lo que importa.
—Baja la navaja, Gaia, y podemos hablar.
—Nunca lo dejarás vivir. Te conozco. Es tú o él.
—Y me quieres muerto.
—Sí. —No hubo ni una pizca de vacilación en la palabra—. Te he
querido muerto desde hace mucho tiempo. No quiero nada más.
Me abalancé, agarrando su muñeca antes de que pudiera lastimarse a sí
misma y al bebé. A pesar de su lucha, logré atarle los pies y las manos y
ponerla cuidadosamente sobre una serie de toallas. Cubrí su boca con cinta
adhesiva para que así sus gritos no alertaran a Daniele.
—No puedo permitir que mates a nuestro hijo.
Sus ojos estaban frenéticos cuando me enderecé y salí de la habitación.
Cerré la puerta con un suave clic. Andrea se había puesto de pie, pero me
acerqué a él antes de que pudiera huir. Lo encadené a la calefacción con las
esposas y luego también le pegué cinta en la boca. Después hablaríamos.
Respirando hondo, revisé mi ropa en busca de sangre y luego me
cambié la camisa antes de bajar. En el camino, le envié un mensaje de texto a
Faro indicándole que necesitaba que viniera con un médico que pudiera
tratar a Gaia. Ignoré sus siguientes preguntas.
Daniele se cernía en medio de la sala de estar, con la tableta todavía
en su mano. Su pequeño rostro mostraba confusión. Sonreí a pesar de la
oscuridad arremolinándose en mis entrañas.
—Tenías razón. Tu madre y tu tío Andrea estaban jugando.
—Escuché gritos.
Me reí entre dientes, incluso con mi garganta apretada.
—Sí. Se estaban persiguiendo y mamá se asustó. —Dirigiéndome a su
lado, acaricié su cabecita—. Ahora voy a llevarte a la cama. Puedes seguir
jugando si quieres.
Él asintió. Levanté a Daniele y lo llevé escaleras arriba,
regocijándome con la sensación de su cálido cuerpo. Llamaba a la parte
buena en mí, una parte que Andrea no vería hoy. Después de acostar a
Daniele en la cama, me fui y cerré la puerta.
Regresé a la habitación de Gaia. Antes de lidiar con Andrea, revisé a
Gaia una vez más. Seguía acostada donde la había dejado. Sus ojos me
rogaban que perdone a Andrea… al hombre que había estado follándose a
mis espaldas durante ocho años.
Le di la espalda, incapaz de soportar la mirada en sus ojos, y fui hacia
Andrea. Después de desatar las esposas, lo agarré por una muñeca y lo
arrastré detrás de mí, disfrutando el sonido de sus gritos ahogados. Luchó
como un lunático. Lo bajé por la escalera, cuando Faro entró al vestíbulo
con sus llaves, y nuestro médico más confiable detrás de él.
Los ojos de Faro se clavaron en el cuerpo sangrante de Andrea, se
abrieron de par en par, y luego se dispararon para encontrarse con mi
mirada. La cara del doctor permaneció estoica: conocía las reglas. Nada de
lo que viera saldría de esta casa.
—Gaia está arriba —dije—. Trátala, asegúrate que ella y la niña están
bien. Y no la dejes fuera de tu vista ni por un maldito segundo. Amenazó con
lastimar al bebé.
No esperé una respuesta. En cambio, tiré a Andrea hacia la puerta del
sótano y lo empujé escaleras abajo. El sonido de su caída terminó con su
grito ahogado cuando aterrizó en la base. Lo seguí. Unos pasos sonaron
detrás de mí. No tenía que girar para saber que era Faro.
Andrea yacía en posición fetal en la base de los escalones, gimiendo.
Lo agarré nuevamente y lo arrastré hacia una habitación insonorizada donde
lo subí a una silla.
Faro me miró con cautela.
—¿Es una rata?
—Tal vez —respondí—. Pero es un hombre que se folla a su hermana.
Los ojos de Faro se abrieron por completo a medida que examinaba el
cuerpo desnudo de Andrea.
—Cassio…
—No —gruñí. No quería compasión. Valía menos que la suciedad
debajo de mis zapatos. La compasión era para los débiles y los estúpidos.
Quizás era lo segundo, pero definitivamente no lo primero.
—Mierda —dijo Faro, sacudiendo la cabeza. Sabía lo que tendría que
suceder, lo que necesitaba… quería hacer.
Me acerqué a Andrea y arranqué la cinta.
—Ahora hablaremos.
Andrea escupió contra mi pecho.
—No hay nada de qué hablar.
—Oh, lo hay. —Agarré su garganta—. ¿Cuánto tiempo has estado
follándote a mi esposa?
Andrea sonrió sombríamente.
—Era mía antes de ser tuya.
—¿Qué significa eso? —Lo sacudí con fuerza.
Sus ojos se pusieron en blanco brevemente antes de encontrarse con
los míos. Había perdido mucha sangre, y estaba perdiendo más con cada
segundo que pasaba. No dejaría este sótano con vida.
—Hemos estado juntos desde que Gaia tenía quince años. Hemos
estado follando desde que tenía dieciséis.
La ira hirvió en mí como una ola imparable.
—Estás mintiendo.
—¿Por qué? ¿Porque sangró la primera vez que estuvieron juntos? —
Se rio desagradablemente—. Hay médicos para todo.
Casi ocho años. Ese era el tiempo en que Gaia me había estado
engañando. Había sido fiel incluso cuando ella apenas toleraba mi presencia
la mayoría de los días y solo se había acostado conmigo una o dos veces al
mes. No me importó. Mantuve mis votos matrimoniales, y ella los pisoteó
desde el primer día. Confié en ella y en Andrea, había dejado que se
convirtiera en su único guardaespaldas porque me lo pidió. Me importaba
una mierda lo que hubiera pasado antes de nuestra noche de bodas, si había
sido virgen o no, pero cada traición desde entonces me cortó como un
cuchillo cubierto de ácido.
Mis manos se apretaron en puños.
—Recuerda a los moteros —dijo Faro, pero apenas lo escuché—.
Necesitamos información.
Andrea tragó con fuerza.
—Si quieres un heredero, deberías mantener a Gaia con vida porque
Daniele y Simona no son tuyos. Son míos.
La estática se disparó en mis oídos. Me arrojé sobre él, lloviendo
golpes en su rostro, su pecho, su estómago. Golpeé cada centímetro en él que
pude alcanzar.
—¡Cassio, para! —Faro me agarró por los hombros, pero lo empujé
con un rugido, más animal que hombre. Chocó contra la pared y se puso de
pie tambaleante.
Luego me giré hacia Andrea otra vez. Su mirada decía que sabía que
iba a morir.
Mis puños ardieron con cada puñetazo nuevo. Golpeé carne y hueso,
incluso el piso debajo de nosotros en mi ira cegadora. Golpeé y golpeé hasta
que no pude respirar más, hasta que me dolieron los nudillos, hasta que me
dolió la caja torácica bajo un peso invisible. Alejándome del cadáver, me
hundí contra la pared, con el pecho agitado. Mis nudillos estaban
destrozados del impacto con el piso de piedra.
Jadeé sin aliento y cerré los ojos. Cuando los abrí una vez más, estaba
tranquilo. Andrea era un desastre sangriento. No tenía que comprobar el
pulso para saber que estaba muerto. Había matado a muchos hombres con un
cuchillo, una pistola, un martillo, una cuchilla de afeitar, pero nunca con mis
propias manos. No dejaba que la ira dictara mis acciones. Hoy lo había
hecho.
Faro se sentó frente a mí, mirándome con cautela.
—¿Estás bien?
Estiré mis brazos cubiertos de sangre. Mi camisa y pantalones estaban
empapados. Me dolieron los dedos cuando los moví. Sonreí con ironía.
—Mi esposa se ha estado follando a su medio hermano durante todo
nuestro matrimonio… Daniele… —Mis palabras murieron en mi boca, mi
garganta secándose.
Faro se levantó con una mueca. Pasó por encima del cadáver y casi
resbaló sobre la sangre.
—Mierda —gruñó antes de detenerse frente a mí. Extendió su mano.
La tomé y dejé que me levante, incluso cuando un dolor agudo se disparó a
través de mis dedos. Faro tomó mi hombro—. Andrea podría haberlo dicho
para provocarte, Cassio. No sabes si dijo la verdad. Daniele y el bebé
podrían ser tuyos. ¿En serio crees que Gaia se habría arriesgado a poner
huevos de cuco en tu nido?
—No los llames así —dije con voz áspera.
Faro me contempló con una intensidad penetrante que me puso los
vellos de punta.
—Andrea sabía lo que le esperaba. Una muerte lenta, horas de brutal
tortura hasta que hubiera revelado todos sus secretos. Al provocarte, tuvo
una muerte rápida.
Miré el desastre sangriento en el suelo.
—Dudo que fuera el final indoloro que hubiera esperado.
—No indoloro, no —dijo Faro, siguiendo mi mirada—. Pero bastante
rápido. Más de lo que merecía si me preguntas.
Me recosté contra la pared, sin saber cómo seguir a partir de aquí. Mi
esposa me había traicionado, había admitido que prefería verme muerto,
había amenazado con matar a nuestro bebé… si es que era nuestro.
Mi pecho se contrajo hasta que cada respiración fue una lucha.
—¿Qué vas a hacer ahora? —preguntó Faro. Encontré su mirada
cautelosa—. Con Gaia —aclaró, como si no lo supiera.
—No lo sé. —No podía… no la mataría. Seguía siendo mi esposa,
todavía la madre de Daniele y Simona. Mi cabeza cayó hacia delante bajo la
fuerza de las emociones desgarrándome.
—Cassio. —Faro apretó mi hombro, su voz suplicante.
—Llama a mi padre. Pídele que venga. Él tiene que saberlo. Todavía
no avises a nadie más. Tenemos que inventar una historia.
—¿Mantendrás el engaño de Gaia en secreto?
—Por supuesto. No quiero que la gente lo sepa. Le echaremos la culpa
a Andrea. Declararlo traidor, como de todos modos lo era probablemente.
—Gaia podría saber más. Si era su amante, podrían haber hablado.
Me sacudí el agarre de Faro. Una nueva ola de rabia y desesperación
rugió dentro de mí.
—Necesito ver cómo está.
—Cassio —dijo Faro, agarrando mi hombro—. Aún si no la matas, ya
no puedes confiar en ella. Tu matrimonio ha terminado.
No dije nada, solo subí las escaleras. Encontré a Gaia y al doctor en su
habitación. Ella yacía en la cama, luciendo drogada. El médico estaba
cubierto de sudor y tenía un moretón en la frente.
—Luchó. Tuve que sedarla y arrastrarla a la cama. De otra manera, se
habría lastimado a sí misma y al bebé. —El doctor Sal escaneó mi ropa
cubierta de sangre—. ¿Debería revisar tus heridas?
—¿El bebé está bien? —pregunté desde la puerta, incapaz de entrar,
acercarme ni remotamente cerca a mi esposa y la cama en la que me había
traicionado.
—Sí. Por supuesto, no es ideal que tuviera que sedarla. Si todavía está
tan histérica cuando despierte, podríamos tener que contenerla. No puedo
seguir dándole sedantes en su estado.
—¿Podemos traer al bebé ahora mismo?
Sal sacudió la cabeza.
—Teóricamente. Pero deberíamos darle otras dos o tres semanas como
mínimo.
¿Cómo podía asegurarme que el bebé estuviera a salvo? Tendría que
vigilar a Gaia las 24 horas del día, los 7 días de la semana, y esperar que
supere la muerte de Andrea. Sabía que era tonto esperar que pudiera hacerlo.
Y en realidad, ¿qué podía esperar en este momento? ¿Que viviríamos bajo
un techo, odiándonos mutuamente? Gaia pasaría cada momento de vigilia
deseando mi cruel muerte, y yo pasaría cada respiro que tomaba resentido
con ella por lo que había hecho. Este matrimonio estaba muerto. Lo había
estado desde el principio.
—Quédate con ella —le dije. Salí y entré en el dormitorio principal
donde me duché rápidamente y me vestí antes de dirigirme a la habitación de
Daniele.
Se había quedado dormido, acurrucado de lado en la cama. Me
acerqué a él lentamente, y me hundí en el suelo. Acaricié su cabello rebelde.
Se parecía a Gaia. Es lo que todos habían estado diciendo desde el
principio. Sus ojos castaños y cabello rubio oscuro, incluso sus rasgos
faciales. No tenía nada de mí. Mis hermanas y mi madre tenían un color de
cabello rubio oscuro similar, así que supuse que lo había heredado de ellas.
Cerré mis ojos. Andrea y Gaia compartían aspectos muy similares. Si
Andrea era el padre de Daniele, eso explicaba por qué no tenía nada de mí.
Un dolor agudo atravesó mi pecho. Miré al niño que amaba más que a
nada en el mundo. Nunca había amado a Gaia, no por sí misma. La respetaba
y me importaba porque me había dado el regalo más puro del mundo: un
hijo.
Me puse de pie abruptamente. Escuché algunas voces en el pasillo, una
de ellas perteneciendo a mi padre. Salí y encontré a Faro y a mi padre
hablando en susurros urgentes. Al momento en que mi padre me miró, deseé
haberle ocultado esto. Cojeó hacia mí, pálido y débil. Me agarró del hombro
y sus ojos evaluaron los míos.
—Si quieres hacer que Gaia desaparezca después de que nazca el
bebé, nadie te culparía, y mucho menos yo, hijo mío.
Asentí. No sería la primera vez que un hombre de la mafia mataba a su
esposa por engañarlo. ¿Las cosas habrían sido diferentes si Gaia no hubiera
estado embarazada? ¿La habría matado como lo hice con Andrea? Había
matado mujeres antes. A las putas que los moteros siempre tenían alrededor
para chuparles las pollas; pero habían estado armadas e intentaron matarme
a mí y a mis hombres.
Gaia seguía siendo una mujer, mi esposa, la madre de Simona y
Daniele. No la mataría a menos que fuera su vida contra la de mis hijos o la
mía.
—No quiero que desaparezca.
Padre pareció perplejo.
—Faro me lo contó todo. ¿Cómo quieres mantenerla cerca? Es un
peligro para ti.
—No estoy preocupado por mi vida sino por la de mis hijos.
Papá echó un vistazo a Faro y luego a mí.
—Ni siquiera sabes si son tus hijos. Tienes que hacerte una prueba lo
antes posible.
—¿Y entonces? —gruñí.
Padre se encogió de hombros como si el asunto fuera fácil.
—Si no son tuyos, podemos enviar a Gaia junto con ellos a vivir con
su familia, y puedes encontrarte una esposa nueva que pueda darte hijos.
¿Darles a Daniele? Incluso nuestra bebé por nacer ya se había alojado
en mi corazón desde la primera vez que escuché sus latidos y vi la imagen
del ultrasonido.
Padre me apretó el hombro con más fuerza.
—Cassio, sé razonable. Necesitas un heredero. No puedes querer criar
a los hijos de otro hombre. Por Dios, esos niños podrían ser el resultado del
incesto. Es pecado.
—Pecado —repetí, riéndome amargamente—. Hoy golpeé a un hombre
hasta la muerte con mis propias manos. Hoy despellejé y quemé a un motero
para conseguir información. He matado a más hombres de los que puedo
recordar. Vendemos drogas, armas. Chantajeamos y torturamos. ¿Cómo un
niño puede ser un pecado?
Padre bajó el brazo.
—Pospongamos esta discusión para otro día.
—No habrá otra discusión, padre. Daniele y Simona son mis hijos, fin
de la historia. Cualquiera que diga lo contrario tendrá que pagar el precio.
—Parte de mi resolución era cobardía. Tenía miedo de la verdad, miedo de
mirar a la cara de Daniele y no ver a mi hijo, sino a Andrea. Nunca
permitiría que eso suceda.
Padre se enderezó.
—No olvides con quién estás hablando.
—No lo hago. Te respeto. No destruyas eso al decir algo que no
perdonaré.
Padre se apoyó más pesadamente en su bastón, dejando escapar un
suspiro profundo.
—Si prefieres vivir en la oscuridad.
—La oscuridad es donde todos estamos más cómodos. —Asentí hacia
Faro—. Deshazte del cuerpo.
Inclinó la cabeza y luego se volvió para hacer su trabajo. Siempre
podía contar con él. ¿Pero confiar en él después de hoy? Nunca confiaría en
nadie después de esto. Jamás.
Mi mirada se posó en Gaia, a quien podía ver acostada en la cama
desde mi posición.
—¿Cómo podrás volver a mirarla a la cara después de lo que ha
hecho? —preguntó padre.
—Dudo que sea un problema. Probablemente nunca me mirará a la
cara después de lo que he hecho a Andrea.
***
El presente…
Me giré de la chimenea, lentamente, enfrentando a mi joven esposa.
Estaba pálida, sus labios se entreabrían con horror después de mi historia.
—Cuando me casé con Gaia, estaba enamorada de su medio hermano.
No lo sabía en ese entonces. Sus padres sí, pero decidieron no divulgar la
información. Quizás ahora entiendas por qué desconfiaba de Christian.
Giulia se cubrió la boca con la palma de su mano, mirando al suelo
como si no pudiera soportar mirarme. No podía culparla. Era una historia
que había estremecido incluso a mi padre y a Faro.
—Oh, Dios mío.
Hice una mueca. Odiaba recordar, y peor aún, hablar de lo que
sucedió, pero mucho peor que todo eso fue la mirada en el rostro de Giulia
ahora que sabía la verdad.
—Después de casarme con Gaia, me preguntó si su medio hermano
podía convertirse en uno de sus guardaespaldas. Estuve de acuerdo porque
era miserable estando lejos de casa y pensé que ayudaría. Quería que
encontrara la felicidad en nuestro matrimonio.
Giulia asintió sin levantar la vista.
—¿Sus padres? Los mataste.
—Sí, lo hice. Me traicionaron. Sus mentiras les costaron la vida a
Gaia y Andrea.
Contuvo el aliento, horrorizada. Giulia era una chica buena. Amable y
positiva, dispuesta a ver la luz incluso en la oscuridad. Había arrastrado a
una mujer al abismo. Esperaba desesperadamente que Giulia se salvara del
mismo destino.
—Gaia prácticamente te pidió que los mataras en su última carta.
—Me conocía bien. —De vez en cuando compartí detalles de mi
trabajo con ella cuando estaba particularmente conmocionado o cuando me
preguntaba, lo que no sucedía con frecuencia.
Giulia sacudió la cabeza. Había dicho que nuestro matrimonio estaría
condenado si no le decía la verdad, pero tenía el presentimiento de que la
verdad acabó con cualquier cosa que hubiera estado floreciendo entre
nosotros. Perder a Gaia no había dolido. Por un lado, porque me traicionó, y
porque nunca la había amado. Perder a Giulia… no lo superaría. No
habíamos estado juntos mucho tiempo, pero en las semanas de nuestro
matrimonio, había alegrado mis días más de lo que creía posible.
—Nunca levanté mi mano contra Gaia, ni siquiera entonces. Nunca la
habría matado. Decidas lo que decidas, no tienes que preocuparte por tu
seguridad, Giulia. No te haré daño.
***
***
Dos días antes del cumpleaños de Daniele, cuando estaba segura que
pasaríamos el fin de semana en la casa de la playa, llamé a Mia. No había
hablado con ella desde la boda y solo intercambiamos breves mensajes
ocasionales de bromas.
—Giulia, qué placer. ¿Está todo bien?
—Sí, por supuesto.
—¿Por supuesto? —Su curiosidad era inconfundible. Me pregunté
cuánto sabría en realidad sobre el motivo de la muerte de Gaia. A juzgar por
las palabras de Cassio, solo sabía lo básico.
—Pasaremos el fin de semana en la playa para celebrar el cumpleaños
de Daniele, y me estaba preguntando si tú y tu familia se unirían a nosotros.
¿O es demasiado agotador para ti? —La fecha de parto de Mia era en solo
tres semanas, así que no estaba segura si querría arriesgarse incluso a un
viaje corto.
—¿Ya te está llevando allí?
Fruncí el ceño.
—Ya pasamos un fin de semana en la casa.
—Oh. Eso es maravilloso, Giulia. —Su alegre sorpresa me tomó con
la guardia baja. Pensé que la casa era para la familia, no solo para Cassio—.
Y, por supuesto que iremos. ¿Quieres que les pregunte a Ilaria y a mis padres
si ellos también quieren ir?
—Sí —respondí aliviada. Había tenido incluso menos interacción con
ellos y me habría sentido incómoda llamarlos de la nada, especialmente a
los padres de Cassio.
***
***
No tenía mucha experiencia horneando, así que solo podía esperar que
todo saliera bien. Al menos tenía experiencia pintando, así que tal vez el
colorante de alimento sería literalmente pan comido.
Simona se sentó en su sillita alta de modo que pudiera observarme.
Por lo general, prefería mantenerse en movimiento, pero verme hornear un
pastel pareció captar gran parte de su atención. Dividí la masa en tres partes
y coloreé cada una de manera diferente. Después de cubrirla con crema de
mantequilla, rocié todo con funfetti.
Simona estaba obviamente fascinada por las chispitas de colores e
intentó agarrarlas con sus manitas, pero no quería que se ahogara con las
piezas tan pequeñas. Puse el pastel terminado en la nevera, y después agarré
a Simona, nos envolví a ambas en un grueso abrigo de lana y salí al porche.
A pesar del frío abrasador, Daniele jugaba en la arena. Cassio se sentaba en
el borde de una silla junto a él, escribiendo en su teléfono y lanzando una
mirada ocasionalmente a su hijo. Loulou se había sentado justo al lado de
Daniele, con la nariz levantada hacia la brisa. Bajé los escalones de madera
hasta la playa.
La cabeza de Cassio se giró, un estado de alerta desbordando en su
cuerpo hasta que dirigió su mirada hacia mí y Simona. Se relajó y volvió a
guardarse el teléfono en la chaqueta.
—¿Terminaste el pastel?
Asentí con una sonrisa a medida que observaba los montones de arena
alrededor de Daniele, quien parecía completamente concentrado en la tarea
que tenía por delante.
—Tu hermana y su familia estarán aquí en una hora. Deberíamos
prepararnos. —Mirando el estado de Daniele todo cubierto de arena,
prepararse probablemente llevaría un tiempo.
Cassio se enderezó y luego se puso en cuclillas ante Daniele, quien
levantó la vista brevemente.
—Tía Mia viene de visita. Tenemos que limpiarte. —Agarró a Daniele
suavemente y lo alzó, después comenzó a cepillar la arena de su grueso traje
para nieve. Daniele no protestó, sus labios solo se apretaron. Seguía
mirando a Cassio y, en sus ojos, vi el mismo anhelo que tantas veces
atrapaba en los de Cassio.
—¿Listos para entrar? —pregunté.
Daniele asintió y volvimos juntos. Cassio preparó a Daniele. Y estaba
vez hubo menos protestas que en el pasado. Daniele también extrañaba a su
padre. Limpié la cocina y puse la mesa, contenta de haber aceptado cuando
Mia sugirió traer comida para llevar. Cocinar y hornear habría sido
demasiado con mi experiencia limitada.
Mia se había vuelto aún más redonda desde la última vez que la vi en
la boda. Su esposo Emiliano tenía la edad de Cassio y solo me estrechó la
mano brevemente antes de unirse a Cassio para un aperitivo. Las dos hijas
de Mia tenían cinco y dos años, y se veían absolutamente adorables con sus
coletas y vestidos lindos.
—¿Qué tal el bebé?
Mia se tocó el vientre.
—El pequeño está bien.
—¿El pequeño?
Mia sonrió, pero Emiliano habló antes de que ella pudiera.
—Es un niño. —Su alivio y entusiasmo fueron inconfundibles. Los
hombres en nuestros círculos aún necesitaban un heredero. Tomé la comida
para llevar de Mia y la llevé a la mesa, un poco molesta porque Emiliano
hubiera permitido que Mia la sostenga aunque no fuera tan pesada.
—Se está volviendo rápida —dijo Mia asintiendo hacia Simona, quien
había perfeccionado el gateo a velocidad.
—Ya está intentando caminar.
Mia tomó mi hombro y bajó la voz.
—Te ves bien. Así que, ¿supongo que todo va bien entre Cassio y tú?
—Sí.
—Me alegra. Él y los niños merecen un respiro.
***
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***
FIN
Próximo libro
Talia…
La Bratva significa problemas, especialmente para alguien como yo,
una chica criada en la mafia italiana. Pero tendré que jugar con el diablo y
enfrentar la decisión más imposible de mi vida para conseguir lo que más
deseo: venganza.
Para hacerles pagar a las personas que me hicieron daño, necesito la
ayuda del mejor asesino de la Bratva: Killer.
Es aterrador. Cruel. Brutal. Un salvaje. Todo lo que tengo prohibido
tener. Todo de lo que debería haberme alejado.
Los deseos vienen con un precio.
¿Cuánto estoy dispuesta a pagar por la venganza si Killer lo pide todo?
Killer…
Luchar. Matar. Comer. Dormir. Repetir.
Nací para ser un esclavo pero luché para salir adelante con sangre e
innumerables muertes a mi mano.
Cuando la pequeña princesa inocente… una princesa que no pertenece
a mi mundo, me pide ayuda… Talia Barese no se da cuenta que acababa de
encontrarse con su peor pesadilla.
Mi nombre siempre viene con una señal de precaución. Dicen que soy
un monstruo. Y tienen razón…
Lástima que Talia no prestó atención a las advertencias. Debería
haberlo hecho. Ahora, no tiene ningún lugar para correr.
Sobre la autora
Cora Reilly es la autora de la serie Born in Blood Mafia, Camorra
Chronicles y muchos otros libros, la mayoría de ellos con chicos malos
peligrosamente sexy. Antes de encontrar su pasión en los libros románticos,
fue una autora publicada tradicionalmente de literatura para adultos jóvenes.
Cora vive en Alemania con un lindo pero loco Collie barbudo, así
como con el hombre lindo pero loco a su lado. Cuando no pasa sus días
soñando despierta con libros sensuales, planea su próxima aventura de viaje
o cocina platos muy picantes de todo el mundo.
A pesar de su licenciatura en derecho, Cora prefiere hablar de libros a
leyes cualquier día.
Born in Blood Mafia Chronicles:
1. Luca Vitiello
2. Bound by Honor
3. Bound by Duty
4. Bound by Hatred
5. Bound by Temptation
6. Bound by Vengeance
7. Bound by Love
8. Bound by the Past
Moderación
LizC
Traducción
LizC
Diagramación
marapubs
Notas
[←1]
Negroni: cóctel de origen italiano preparado a base de Gin, Campari y Vermú rojo.