This document is a homily given on the 4th Sunday of Lent (Laetare Sunday). The homily discusses the Gospel reading of Jesus sharing a meal with tax collectors and sinners, while the Pharisees and scribes criticize him. Jesus tells the parable of the prodigal son to show God's merciful love for all people, regardless of their sins or righteousness. The homily encourages the listeners to accept God's unconditional love and mercy for themselves, and to see others as beloved brothers and sisters, celebrating together at the table of the Lord.
This document is a homily given on the 4th Sunday of Lent (Laetare Sunday). The homily discusses the Gospel reading of Jesus sharing a meal with tax collectors and sinners, while the Pharisees and scribes criticize him. Jesus tells the parable of the prodigal son to show God's merciful love for all people, regardless of their sins or righteousness. The homily encourages the listeners to accept God's unconditional love and mercy for themselves, and to see others as beloved brothers and sisters, celebrating together at the table of the Lord.
This document is a homily given on the 4th Sunday of Lent (Laetare Sunday). The homily discusses the Gospel reading of Jesus sharing a meal with tax collectors and sinners, while the Pharisees and scribes criticize him. Jesus tells the parable of the prodigal son to show God's merciful love for all people, regardless of their sins or righteousness. The homily encourages the listeners to accept God's unconditional love and mercy for themselves, and to see others as beloved brothers and sisters, celebrating together at the table of the Lord.
Oración colecta: Dios nuestro, que reconcilias maravillosamente al género humano
por tu Palabra hecha carne; te pedimos que el pueblo cristiano se disponga a celebrar las próximas fiestas pascuales con una fe viva y una entrega generosa.
“El que vive en Cristo es una nueva criatura: Lc 15,1-32
lo antiguo ha desaparecido, un ser nuevo se ha hecho presente” (2 Cor 5,17) Hoy, con toda la Iglesia, estamos celebrando el tradicional domingo laetare, el domingo de la alegría. Ya estamos a la mitad de este camino cuaresmal. Es el domingo de la alegría porque el Señor, por medio de su Palabra, nos fortalece en la esperanza. Si leemos todo el capítulo 15 de Lucas —se lo recomiendo vivamente— podemos descubrir que las parábolas que Jesús cuenta son parábolas que tratan sobre perdidos y la alegría del encuentro de los que estaban perdidos. La alegría atraviesa todo este capítulo. Fijémonos cómo empieza el evangelio de hoy: Jesús estaba compartiendo la mesa con los publicanos y los pecadores. Estaban celebrando. La gente quería estar con Jesús. Ellos se sentían bien recibidos por Él. Quizá por primera vez estaban ante alguien que ni los juzgaba ni condenaba, sino que les anunciaba, con sus palabras y gestos, el amor misericordioso de Dios. Pero Jesús quería que los fariseos y escribas también entren en la fiesta de la Vida. Pero de momento no están en la mesa celebrando, sino que están aparte, murmurando y juzgando a los “pecadores”. El Señor para tocar su corazón, para que se abran a la misericordia de Dios, para que se den cuenta de que ellos también necesitan ser perdonados y sanados por el amor de Dios, les cuenta esta parábola del padre misericordioso y sus dos hijos. Sí, tenía dos hijos. Nos puede pasar que le prestemos más atención al menor porque es el que tiene la historia más dramática. Pero, el texto dice que este padre tenía dos hijos. Y ante el pedido del menor, les reparte la herencia a los dos. Nada más que uno se fue a malgastarla por ahí, pero el otro se quedó en la casa. Cuando, finalmente, el menor vuelve, la reacción del padre es maravillosa. No le reclama nada, sino que solo lo abraza. El padre ya lo había perdonado antes que el muchacho pudiera pronunciar su discursito bien preparado. Él quería volver como un empleado, pero fue recibido como lo que es: hijo. Lo visten de gala, y el padre le organiza una fiesta. No nos olvidemos que este padre tenía dos hijos. El mayor estaba trabajando y al enterarse que su hermano había regresado con vida, no quiso entrar a la fiesta. No era capaz de alegrarse con su padre. El padre sale a buscarlo también. Porque los dos hijos estaban igual de perdidos: uno afuera y el otro adentro. Ninguno de los dos vivía como hijos de un padre bueno y misericordioso. Los dos tenían una relación de amo-servidor y no de padre-hijo. Jesús de esta manera quiso mostrarles tanto a los pecadores y publicanos como a los fariseos y escribas cómo es el corazón de su Padre. Jesús quiere que ellos se puedan reconocer como hermanos, los que están en la mesa y los que no. El que está en la fiesta y el que no quiere entrar. Y también este mensaje es para nosotros hoy. El hijo menor, ¿habrá aceptado volver a ser hijo? No lo sabemos. ¿El hijo mayor habrá aceptado entrar a la fiesta? Tampoco lo sabemos. ¿Los pecadores y publicanos habrán cambiado de vida? Quién sabe. Los fariseos y escribas, finalmente, ¿se habrán sentado a la mesa para celebrar con Jesús? Es un misterio. ¿Y nosotros? Puede ser que seamos más como el hijo menor o como el mayor. La pregunta es igual: ¿estamos dispuestos a aceptar un amor así? ¿Estamos dispuestos a aceptar que Dios es misericordioso con todos y no solo con algunos? Es por eso que estamos invitados a dejarnos convertir por el Espíritu Santo. Para ver con los ojos de Jesús. Para dejarnos mirar por Dios, para mirarnos en sus ojos. Ahí está nuestra más profunda verdad: somos todos hijos amados de Dios. Nosotros no estamos llamados a ser ni como el menor ni como el mayor sino como el padre misericordioso. En cada Eucaristía, entonces, estamos invitados a participar de la mesa de Jesús, donde todos tenemos lugar, donde todos estamos invitados a cambiar de vida, donde todos estamos invitados a celebrar que Jesús está en medio nuestro, donde todos podemos compartir la alegría de ser hermanos en la fe e hijos amados de Dios.