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4° DOMINGO DE CUARESMA (LAETARE) 27/3/2022

Oración colecta: Dios nuestro, que reconcilias maravillosamente al género humano


por tu Palabra hecha carne; te pedimos que el pueblo cristiano se disponga a celebrar las
próximas fiestas pascuales con una fe viva y una entrega generosa.

“El que vive en Cristo es una nueva criatura: Lc 15,1-32


lo antiguo ha desaparecido, un ser nuevo se ha hecho presente” (2 Cor 5,17)
Hoy, con toda la Iglesia, estamos celebrando el tradicional domingo laetare, el domingo de la
alegría. Ya estamos a la mitad de este camino cuaresmal. Es el domingo de la alegría porque el
Señor, por medio de su Palabra, nos fortalece en la esperanza.
Si leemos todo el capítulo 15 de Lucas —se lo recomiendo vivamente— podemos descubrir que
las parábolas que Jesús cuenta son parábolas que tratan sobre perdidos y la alegría del encuentro
de los que estaban perdidos. La alegría atraviesa todo este capítulo.
Fijémonos cómo empieza el evangelio de hoy: Jesús estaba compartiendo la mesa con los
publicanos y los pecadores. Estaban celebrando. La gente quería estar con Jesús. Ellos se sentían
bien recibidos por Él. Quizá por primera vez estaban ante alguien que ni los juzgaba ni
condenaba, sino que les anunciaba, con sus palabras y gestos, el amor misericordioso de Dios.
Pero Jesús quería que los fariseos y escribas también entren en la fiesta de la Vida. Pero de
momento no están en la mesa celebrando, sino que están aparte, murmurando y juzgando a los
“pecadores”.
El Señor para tocar su corazón, para que se abran a la misericordia de Dios, para que se den
cuenta de que ellos también necesitan ser perdonados y sanados por el amor de Dios, les cuenta
esta parábola del padre misericordioso y sus dos hijos.
Sí, tenía dos hijos. Nos puede pasar que le prestemos más atención al menor porque es el que
tiene la historia más dramática. Pero, el texto dice que este padre tenía dos hijos. Y ante el
pedido del menor, les reparte la herencia a los dos. Nada más que uno se fue a malgastarla por
ahí, pero el otro se quedó en la casa.
Cuando, finalmente, el menor vuelve, la reacción del padre es maravillosa. No le reclama nada,
sino que solo lo abraza. El padre ya lo había perdonado antes que el muchacho pudiera
pronunciar su discursito bien preparado. Él quería volver como un empleado, pero fue recibido
como lo que es: hijo.
Lo visten de gala, y el padre le organiza una fiesta. No nos olvidemos que este padre tenía dos
hijos. El mayor estaba trabajando y al enterarse que su hermano había regresado con vida, no
quiso entrar a la fiesta. No era capaz de alegrarse con su padre.
El padre sale a buscarlo también. Porque los dos hijos estaban igual de perdidos: uno afuera y el
otro adentro. Ninguno de los dos vivía como hijos de un padre bueno y misericordioso. Los dos
tenían una relación de amo-servidor y no de padre-hijo.
Jesús de esta manera quiso mostrarles tanto a los pecadores y publicanos como a los fariseos y
escribas cómo es el corazón de su Padre. Jesús quiere que ellos se puedan reconocer como
hermanos, los que están en la mesa y los que no. El que está en la fiesta y el que no quiere entrar.
Y también este mensaje es para nosotros hoy.
El hijo menor, ¿habrá aceptado volver a ser hijo? No lo sabemos. ¿El hijo mayor habrá aceptado
entrar a la fiesta? Tampoco lo sabemos. ¿Los pecadores y publicanos habrán cambiado de vida?
Quién sabe. Los fariseos y escribas, finalmente, ¿se habrán sentado a la mesa para celebrar con
Jesús? Es un misterio.
¿Y nosotros? Puede ser que seamos más como el hijo menor o como el mayor. La pregunta es
igual: ¿estamos dispuestos a aceptar un amor así? ¿Estamos dispuestos a aceptar que Dios es
misericordioso con todos y no solo con algunos?
Es por eso que estamos invitados a dejarnos convertir por el Espíritu Santo. Para ver con los ojos
de Jesús. Para dejarnos mirar por Dios, para mirarnos en sus ojos. Ahí está nuestra más profunda
verdad: somos todos hijos amados de Dios. Nosotros no estamos llamados a ser ni como el
menor ni como el mayor sino como el padre misericordioso.
En cada Eucaristía, entonces, estamos invitados a participar de la mesa de Jesús, donde todos
tenemos lugar, donde todos estamos invitados a cambiar de vida, donde todos estamos invitados
a celebrar que Jesús está en medio nuestro, donde todos podemos compartir la alegría de ser
hermanos en la fe e hijos amados de Dios.

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