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Cadaver
Cadaver
El maloliente cadáver fue desenterrado de su tumba, donde había estado por ocho meses, después se le
vistió con las vestiduras pontificias y se le sentó en el trono en el Palacio Laterano. Allí fue interrogado perso-
nalmente por el Papa Esteban VII, quien también le gritaba y lanzaba furiosos insultos al cadáver, mientras los
miembros del Sínodo sabiamente guardaban silencio.
El pretexto para el juicio era que Formoso, en contra del Canon de la ley, había aceptado el obispado de
Roma mientras todavía era obispo de otra diócesis. Ninguno de los miembros del Sínodo, por otro lado, estaba
impresionado por el cargo imputado al cadáver. Pues todos sabían que el crimen de Formoso consistía más bien
en haber pertenecido a la facción contraria y haber coronado como emperador a uno de los hijos ilegítimos de
Carlomagno, esto para poco tiempo después hacer lo mismo con el candidato favorecido por la facción del
Papa Esteban.
Formoso fue hallado culpable y condenado como antipapa, al cadáver se le despojó de todo, excepto
una camisa de cuero que tenía pegada a la carne seca. Y, para completar su venganza, Esteban mandó que le
cortasen los tres dedos de la mano derecha con los que se acostumbra dar la «bendición apostólica». Después el
cadáver fue arrastrado por las calles y entregado a la chusma que gritaba, la cual a su vez volvió a arrastrar el
cadáver para finalmente tirarlo al río Tíber. Posteriormente el cadáver fue rescatado por unos seguidores de
Formoso y le dieron sepultura (The Bad Popes, E.R. Chamberlain, 1969, p.20; Vicars of Christ. The Dark Side
of íhe Papacy, Peter De Rosa, 1988, p.48; The Chair of Peter, F.Gontard, 1965, p.200). En el otoño del mismo
año el Papa Esteban Vil fue capturado y estrangulado. Pero a pesar de la pérdida de su líder, su facción siguió
activa y eligió al cardenal Sergio como Papa, esto al mismo tiempo que la facción contraria también elegía a su
Papa.
Este acto de juzgar a un cadáver, marcó la pauta para que la Inquisición después hiciera lo mismo. Los
inquisidores solían desenterrar cadáveres y ponerlos ajuicio; y, cuando no encontraban el cadáver, entonces lo
juzgaban en efigie (un muñeco representando al acusado). Cientos de muertos fueron juzgados así, algunos
incluso habían estado en su tumba por más de 70 años. Cuando la sentencia era dictada sobre el muerto,
entonces se quemaban sus huesos (De Rosa, op.cit, p. 165).
Ataviado con vestiduras pontificias y sen-
tado en el trono del Palacio Laterano, el
cadáver del Papa Formoso tiende su «jui-
cio» mientras es interrogado personal-
mente por el Papa Esteban VII. Pintura
por J.P. Laurens.
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