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Manejo del Tubo Torácico

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Manejo del tubo torácico (toracostomía)
Una puesta al día en relación con las indicaciones, características,
empleo, manejo y complicaciones de los tubos torácicos.
6

Autor/a: Anderson D, Chen SA, Godoy LA, Brown LM, Cooke DT JAMA Surg 2022; 157(3): 269-274
INDICE: 1. Texto principal | 2. Referencia bibliográfica
Texto principal
Introducción
La inserción de un tubo de toracostomía, también conocido como tubo
torácico, puede rastrearse hacia atrás hasta el siglo V AC, cuando
Hipócrates lo describió utilizando un tubo de estaño hueco para drenar lo
que probablemente era un empiema [1].

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En 1889, se informó por primera vez sobre tubos con válvulas con sellos
herméticos, para prevenir que la presión atmosférica externa colapsara al
pulmón en la inspiración [2]. En 1922, se documentó por primera vez los
tubos torácicos en la atención postoperatoria de los pacientes sometidos a
la moderna cirugía torácica [3]. Fueron utilizados a lo largo de toda la 2º
Guerra Mundial para restaurar la función pulmonar después de
toracotomías traumáticas, y durante la Guerra de Corea, convirtiéndose
posteriormente en el estándar de cuidado para el drenaje del espacio
pleural por trauma durante la Guerra de Vietnam [4].

Los tubos torácicos y su manejo continúan evolucionando y son ajustados


para adaptarse a las necesidades modernas, incluyendo las condiciones
clínicas asociadas con la pandemia de COVID-19.

Indicaciones
El espacio potencial entre la pleura visceral que recubre a los pulmones, y
la pleura parietal que recubra a la pared torácica, diafragma, y mediastino,
es la cavidad pleural, que contiene un líquido pleural lubricante, secretado
por capilares de la pleura parietal.

El aire y fluidos anormales pueden acumularse en ese espacio,


causando un efecto de masa y disrupciones en la presión normal
negativa intratorácica.

Cuando el aire llena la cavidad pleural, se denomina neumotórax, que es


adicionalmente categorizado, de acuerdo con su etiología, como primario
espontáneo, secundario espontáneo, o traumático [5-7]. Los tubos torácicos
son utilizados para evacuar el aire de la cavidad pleural y restablecer la
presión intratorácica negativa, permitiendo que el pulmón se reexpanda, y
restaurando la ventilación fisiológica y la función cardíaca [6-9].

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Un neumotórax a tensión se desarrolla cuando el aire entra en la
inspiración y es incapaz de escapar durante la espiración. Eso conduce a un
efecto de masa cierto sobre las estructuras intratorácicas, tales como los
propios pulmones, estructuras mediastínicas (como la vena cava), y
cámaras cardíacas, resultando en un compromiso hemodinámico por la
restricción del retorno venoso y la salida cardíaca.

Se trata de una emergencia médica y debe ser manejada inicialmente con


una toracocentesis inmediata con aguja para descomprimir el aire pleural
atrapado y en expansión, antes de la colocación de un tubo torácico
formal.

Los tubos torácicos son utilizados también para evacuar el exceso de fluido
de la cavidad pleural, lo que es conocido como derrame pleural. Cuando
hay pus en la cavidad pleural, se lo considera un empiema. Hay varias
maneras de evacuar el fluido de la cavidad pleural y los tubos torácicos son
sólo una de las opciones.

Una revisión Cochrane de 2017 [10], comparó la opción quirúrgica con


cirugía torácica video asistida (CTVA) con el drenaje con tubo pleural del
empiema, y no encontró diferencias en la mortalidad o complicaciones
entre los grupos, pero la CTVA temprana redujo la duración de la estadía
hospitalaria.

La CTVA ha sido considerada como la primera línea de tratamiento para el


hemotórax retenido y el empiema, en comparación con otras
modalidades, tales como la terapia lítica intrapleural, reservada para los
malos candidatos para la cirugía, como una segunda línea de
tratamiento [11]. Sin embargo, un meta-análisis de Hendriksen y col. [11],
encontró que el tratamiento del hemotórax retenido con terapia lítica en
lugar de CTVA, permitió una tasa global de evitación de la cirugía del 87%

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(95% IC: 81%-92%), sin heterogeneidad en los estudios agrupados (Q =
10,2; df = 9; p = 0,33, I2 = 15,07%).

El tipo de tratamiento lítico intrapleural es también importante, dado que


Hendriksen y col. [11], hallaron que el uso del activador tisular del
plasminógeno (t-PA) como agente lítico, permitió a un número favorable
de pacientes evitar la intervención quirúrgica, comparado con otros
agentes líticos.

La combinación de t-PA y dornasa (DNase) se asoció con una reducción del


60% de la colección líquida pleural, observada en las imágenes, y una
significativa reducción de la opacidad pleural, comparado con el placebo,
en un ensayo clínico randomizado realizado por Rahman y col. [12]. Cuando
el t-PA y la DNase fueron empleados por separado, sin combinación, ese
estudio no encontró una reducción significativa en la colección líquida
pleural, en comparación con el placebo [12].

La evidencia apoya la combinación de t-PA y DNase para la terapia lítica


intrapleural. Dada la efectividad de tratar en fase temprana el empiema
con un tubo torácico y el uso intrapleural de t-PA + DNase, así como el uso
de la CTVA para reducir la duración de la estadía hospitalaria, esos autores
desarrollaron un protocolo multidisciplinario con cirugía general torácica y
medicina pulmonar intervencionista, para el algoritmo de atención de los
pacientes que presentan un empiema, comenzando con la colocación de
un tubo torácico de pequeño calibre, seguido por el uso intrapleural de t-
PA y DNase. Si ese paso inicial no es exitoso, la próxima etapa es la
consulta con cirugía torácica para una decorticación con CTVA.

Tipos de tubos torácicos


Los tubos torácicos vienen en una variedad de tamaños y materiales, para
adaptarse mejor a las necesidades clínicas del paciente. En los EEUU, son
medidos generalmente por su diámetro interno en unidades French. Un

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incremento en la escala French es igual a un diámetro de un tercio de
milímetro (por ej., 24F es igual a un calibre de 8 mm).

De acuerdo con la convención más prevalente, un tubo de 20F o mayor es


considerado como un tubo torácico de calibre grande, y un tubo de menos
de 20F es considerado como de pequeño calibre, aunque hay algunos
estudios que definen un tubo de gran calibre como mayor a 14F [5,13,14]. Un
tipo común de tubo de pequeño calibre es un catéter en cola de cerdo,
llamado así porque la punta se enrolla en el extremo, como la cola de un
cerdo, para evitar que se desprenda [13].

Los tubos torácicos de pequeño calibre son empleados como la primera


línea de tratamiento para el neumotórax, derrames pleurales exudativos, y
empiemas simples, mientras que los tubos de calibre grande son
frecuentemente necesarios para procesos patológicos más viscosos, tales
como un hemotórax, efusiones exudativas complejas, y empiemas [13,15].

Un meta-análisis de Chang y col. [5], demostró que los tubos de pequeño


calibre se asocian con menores tasas de complicación, y acortan la
duración del drenaje y de la estadía hospitalaria, comparados con los
tubos de gran calibre.

Un ensayo clínico randomizado realizado por Hussain y col. [16], identificó


hallazgos similares en la reducción de la duración del drenaje y de la
estadía hospitalaria, con los tubos de pequeño calibre, comparados con los
de calibre grande, en pacientes con neumotórax espontáneo secundario.
La ventaja más prominente del tubo torácico de pequeño calibre es su
tamaño, que permite una incisión más pequeña y disminuye el dolor
experimentado por el paciente [16,17].

El ensayo clínico randomizado de Kulvatunyou y col. [17], demostró un


puntaje más bajo de dolor en los individuos con un catéter en cola de

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cerdo, comparado con un tubo de calibre grande, para el neumotórax
traumático. No obstante, el diámetro pequeño de esos tubos puede
conllevar el costo de un flujo insuficiente, dado que por la ley de Poiseuille
(DP = 8mLQ/pR4, en donde DP es el cambio en la presión, m es viscosidad,
Q es flujo, y R es radio), la disminución del radio de los tubos de pequeño
calibre puede llevar a una tasa menor de flujo, lo que es la razón por la
que se necesitan los tubos de gran calibre en las condiciones que, de otro
modo, obstruirían un tubo más pequeño, tales como un fluido con alta
viscosidad (m). [5,13,15].

Inserción
La colocación de un tubo torácico es importante y es realizada por
distintas especialidades en escenarios diversos. El punto ideal de inserción
es a través de un espacio de referencia externo conocido como
el triángulo de seguridad (Figura 1), que está limitado por el borde del
músculo dorsal ancho, del músculo pectoral mayor, la base de la axila, y
transversal a la línea del pezón o pliegue inframamario, en o por encima
del quinto espacio intercostal [13,14,18-20]. No obstante, la colocación del tubo
torácico también está influenciada por la indicación.

Para un neumotórax apical, un tubo torácico puede colocarse en el


segundo espacio intercostal, en la línea media clavicular, aunque es menos
confortable para el paciente, y el drenaje adecuado de un neumotórax no
loculado puede efectuarse con una incisión lateral a nivel del quinto
espacio intercostal [14,18].

Si el tubo es colocado en el triángulo de seguridad, es importante ubicarlo


en una línea anterior a la espina ilíaca anterosuperior. La colocación del
tubo en una línea detrás de ese punto de referencia de la superficie,
puede hacer que el paciente se acueste sobre el tubo cuando está en
posición supina y obstruya mecánicamente el tubo.

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Para un derrame pleural, se puede utilizar un espacio intercostal más bajo
para su inserción, pero se debe tener un cuidado especial para evitar
penetrar en el diafragma y, subsecuentemente, en el hígado a la derecha,
y en el bazo o el intestino a la izquierda [13].

 Figura 1: Triángulo de seguridad para la colocación de un tubo


torácico

Las 3 vías para insertar un tubo torácico son: por disección, Seldinger (a
menudo con guía ecográfica), y la técnica del trócar, también
frecuentemente con guía ecográfica [13,14,19,20].

La ecografía puede ser una herramienta invaluable para


identificar con seguridad las referencias internas para la
colocación del tubo de tórax.

La figura 2 presenta una imagen ecográfica representativa demostrando


una colección anormal de líquido pleural en el tórax derecho, para el
drenaje con tubo torácico, y las estructuras adyacentes al pulmón
colapsado, diafragma e hígado.

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 Figura 2: Imagen ecográfica representativa mostrando una colección
anormal de líquido pleural

La figura 3A destaca un paso importante para la colocación de un tubo


torácico, que es utilizar una aguja buscadora (a menudo una jeringa con
anestésico local) justo por encima de la costilla elegida, para evitar el
paquete neurovascular y aspirar el espacio pleural, para confirmar la
ubicación de la patología pleural.

Para la inserción mediante disección, se efectúa una incisión de 1-2 cm


que recubre la costilla elegida; se emplea una pinza para amígdala de
Schnidt para una disección roma a través del tejido subcutáneo, las 3
capas musculares del espacio intercostal (esto es, el músculo intercostal
externo, el interno, y el más interior), la fascia transtorácica, y la pleural
parietal, hasta que la pinza penetra en la cavidad pleural.

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Cuando se intenta ingresar a través del quinto espacio intercostal, es
importante no disecar perpendicularmente a la pared torácica, sino
generalmente posterior y apical, la dirección en que la mayoría de los
tubos deben ser colocados (Figura 3B).

La disección perpendicular a la pared torácica en el quinto espacio


intercostal puede conducir a que el tubo se dirija directamente a la fisura
oblicua y luego quedar atrapado por el pulmón subsecuentemente
expandido, lo que hace que el tubo sea ineficaz después de la expansión
pulmonar. Después del ingreso exitoso al espacio pleural, se usa un dedo
para confirmar la entrada al espacio pleural y la presencia de adherencias.

Las adherencias no deben romperse con el dedo dado que a menudo son
vasculares y la disección roma puede llevar a la rotura de pequeños vasos
y un hemotórax subsecuente [13,14].

 Figura 3: Técnica de la inserción. (A) colocación del tubo sobre la


costilla elegida. (B) colocación posterior y apical del tubo.

La técnica de Seldinger utiliza alambres guías y dilatadores del tracto para


emplazar el tubo en la cavidad pleural, todo bajo guía ecográfica [19,21].

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Finalmente, el método del trócar puede ser utilizado; sin embargo, se
asocia con más complicaciones, debido a que la punta rígida del trócar
puede causar lesiones intratorácicas y, consecuentemente, ha caído en
desuso para la colocación de un tubo torácico [19,20,22].

Independientemente de la técnica de inserción, se debe avanzar el tubo de


tórax sobre el borde superior de la costilla para evitar el paquete
neurovascular, bordeando la costilla por encima [13,14]. También debe ser
posicionado posteriormente y avanzado hasta que la punta esté en una
ubicación posteroapical.

El tubo también debe ser completamente insertado para asegurarse que el


orificio más proximal (centinela) esté dentro del espacio pleural, para
permitir que el tubo torácico funcione adecuadamente [14]. Por último, es
importante asegurar el tubo torácico con una sutura para prevenir que se
salga.

La mayoría de os tubos pueden ser removidos sin necesidad de colocar


una sutura para el cierre de la piel, pero en los niños y en los adultos con
un índice de masa corporal (IMC) muy bajo (calculado como el peso en
kilogramos dividido por la altura en metros cuadrados), la colocación de
una sutura de tubo torácico adyuvante, sin atar en el momento de la
inserción, permite el cierre de defectos de la piel en el momento de la
extracción del tubo, especialmente los tubos de gran calibre, para evitar la
entrada de aire atmosférico con la extracción del tubo.

Manejo
Una vez colocado el tubo torácico, se lo conecta a un dispositivo de
drenaje que, al igual que el tubo torácico en sí mismo, ha evolucionado
con los años. La primera versión fue un sistema de 1 compartimiento,
reportado por Playfair [23] en 1875, el cual utilizaba una válvula de una sola

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vía para permitir el egreso del aire de la cavidad pleural durante la
expiración, sin retornar en la inspiración.

En 1926, Lilenthal [24] desarrolló un sistema con 2 compartimientos, que


permitió la acumulación de fluido en la primera botella recolectora, sin
comprometer la eficiencia del sistema y su habilidad para drenar, como se
había observado con el primer modelo. Luego, emergió el sistema con 3
compartimientos en 1952 con Howe, lo que permitió la recolección, el
sellado de agua, y las capacidades de succión y manometría, que se
combinan en una sola unidad de drenaje pleural (UDP) [19,25]. Esto constituye
el origen de los dispositivos UDP actuales, algunos de los cuales son
operados digitalmente.

Una vez colocados, los tubos torácicos pueden ser conectados a una UDP y
regulados para aspiración activa o para sello de agua, que es un simple
drenaje dependiente. La frase "colocar el tubo torácico bajo un sello de
agua” es un nombre inapropiado, puesto que las modernas UDP tienen
una cámara de sello de agua constitutiva que sirve como una válvula de 1
vía, evitando que el aire regrese al espacio pleural; colocar un tubo
torácico bajo sello de agua simplemente significa quitar el tubo de la
succión activa.

El ensayo clínico randomizado de Cerfolio y col. [26], encontró que el sellado


bajo agua del tubo torácico en el segundo día postoperatorio después de
una cirugía torácica, resultó en una resolución significativa de las
filtraciones aéreas pequeñas al día siguiente, señalando esos autores que
las filtraciones grandes no se benefician con el sello de agua.

Otro ensayo clínico randomizado [27], demostró resultados similares con


una duración más breve de la filtración de aire con el sellado bajo agua
temprano para los tubos torácicos post cirugía, lo que subsecuentemente
disminuyó la duración en la que el tubo torácico fue necesitado.

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Ambos estudios, aunque eran ensayos clínicos randomizados, están
limitados por el tamaño pequeño de las muestras. Brunelli y col. [28],
realizaron un ensayo clínico randomizado con una muestra de mayor
tamaño, y no encontraron una ventaja con el sello de agua sobre la
aspiración, para los pacientes post cirugía torácica, y esos autores
favorecen un abordaje híbrido de aspiración moderada durante la noche y
el sellado de agua durante el día, para permitir la movilización del
paciente.

La revisión sistemática y meta-análisis de Coughlin y col. [29], determinó que


no había ventaja de la aspiración sobre el sello de agua después de la
cirugía torácica, con la excepción de que la aspiración es superior al sello
de agua en la prevención de una identificación radiográfica del
neumotórax.

Para los pacientes con una lesión torácica traumática, la revisión


sistemática y meta-análisis de Feenstra y col. [9], demostró evidencia que
favorece la aspiración a baja presión sobre el sello de agua. Ese meta-
análisis está limitado por una pequeña cantidad de estudios y, por lo
tanto, el tamaño de la muestra de pacientes incluidos. Además, hay pocos
pacientes con tubos torácicos en el entorno de ventilación mecánica
incluidos en ese estudio, que es un subgrupo importante de pacientes con
trauma.

Los pacientes que tienen un neumotórax oculto y que están recibiendo


ventilación mecánica con presión positiva, están en riesgo de desarrollar
un neumotórax a tensión; en consecuencia, puede ser necesario colocar
los tubos torácicos en aspiración en ese subgrupo de pacientes [30].
Globalmente, el manejo de un tubo de tórax depende de la indicación para
su inserción, favoreciendo la evidencia a la aspiración por sobre el sello de
agua, tanto para los pacientes post cirugía torácica, como para los

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pacientes con lesiones traumáticas del tórax, hasta la resolución de la
filtración aérea.

Remoción
Hay muchos factores que entran en juego cuando se determina el
momento correcto para remover el tubo torácico. La calidad del fluido,
que debe estar libre de quilo, o sangre sugestiva de una hemorragia activa,
y no debe ser purulento [31,32]. No obstante, la cantidad aceptable de fluido
antes de remover un tubo torácico sigue sin consenso, con varios
umbrales de volumen recomendados, yendo desde 200 mL por día, hasta
500 mL por día [31-33].

Cerfolio y col. [32], realizaron un análisis retrospectivo de cohorte, que


demostró que la remoción del tubo torácico con hasta 450 mL por día era
aceptable en pacientes que habían sido sometidos a una resección
pulmonar selectiva. Esos autores reportaron que 364 de 1988 pacientes
(18%) fueron capaces de ir antes a su hogar cuando los cirujanos
cambiaron al umbral más alto (450 mL por día), y sólo 11 pacientes
(0,55%) fueron readmitidos como resultado de un derrame recurrente
sintomático.

Grodzki y col. [34], testearon esa conclusión 1 año después y removieron los
tubos de tórax al umbral más alto de 450 mL por día, y encontraron que 6
de 40 pacientes (15%) fueron readmitidos con derrames pleurales, lo que
llevó a esos autores a revertir su práctica original de tener un umbral de
200 mL por día para remover el tubo torácico.

La limitación en el primer estudio es la falta de un seguimiento confiable,


que podría ser responsable de la tasa baja de readmisión, y la limitación en
el último estudio es el tamaño pequeño de la muestra. Grandes ensayos
clínicos randomizados podrían ser de ayuda para clarificar esta brecha en
la comprensión del tema.

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Otra cuestión que ha sido ampliamente debatida es si se remueve el tubo
torácico al final de la espiración o de la inspiración. Novoa y col. [31],
recomendaron remover el tubo torácico al final de la espiración durante
una maniobra de Valsalva, que se corresponde con el momento cuando la
diferencia entre la presión atmosférica y la presión pleural es la más
baja [31].

Otros estudios, como el de French y col. [35], enfatizaron la importancia de


la maniobra de Valsalva durante la remoción del tubo torácico,
independientemente de la fase respiratoria en que es removido. Los tubos
torácicos deben ser removidos rápidamente, y el defecto en la pared
torácica cerrado, ya sea con una sutura que había sido colocada al
momento de su inserción, o con un vendaje oclusivo adecuado.

Complicaciones
La revisión retrospectiva de Platnick y col. [36], halló ciertos factores de
riesgo, tales como la colocación del tubo torácico en el departamento de
emergencia por médicos clínicos, y la colocación en pacientes con un IMC
mayor a 30; todos ellos se asociaron con complicaciones del tubo torácico.
No obstante, la tasa exacta de complicación asociada con los tubos
torácicos es variable, y ha sido señalada tan alta como de un 40% [36-38].

La variabilidad en la tasa reportada de complicaciones puede ser atribuida


a la falta de una manera universalmente aceptada de categorizar a las
muchas diferentes complicaciones. Aho y col. [20], propusieron una manera
de estandarizar el reporte de las complicaciones que rodean a los tubos
torácicos, para permitir un registro y recolección de datos más fácil.

Las 5 categorías propuestas de complicaciones fueron: inserción, posición,


remoción, infección, y mal funcionamiento. Las complicaciones de la
inserción incluyeron la lesión de órganos intra o extratorácicos dentro de

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las 24 horas de la inserción, que es la complicación más común con los
tubos insertados con la técnica del trócar [19,20].

Las complicaciones posicionales fueron definidas como ocurriendo 24


horas después de la inserción, incluyendo erosiones en órganos
adyacentes, torcedura del tubo, obstrucción, o atrapamiento en la fisura
después de la expansión pulmonar [19,20].

Las complicaciones en la remoción abarcan la falla para sellar el defecto


torácico después que el tubo torácico fue removido, resultando en la
entrada de aire atmosférico, o la retención de cualquier objeto extraño
después de la remoción [20].

Las complicaciones infecciosas comprenden cualquier infección, ya sea


externa por técnicas inadecuadas de esterilización, o interna con el
desarrollo de un empiema [20].

Las complicaciones por mal funcionamiento incluyen los problemas que


pueden originarse en el manejo clínico del tubo torácico, o cuestiones del
equipamiento [20].

Definir las complicaciones en esas categorías permite a los médicos crear


una base para comparar datos recolectados para estudios futuros, y
protocolos para reducir el riesgo de complicaciones asociadas con los
tubos torácicos.

Covid-19
El manejo del tubo torácico durante la pandemia de Covid-19, o de
cualquier coronavirus futuro o una pandemia por H1N1, es un desafío a
causa del riesgo de aerosolización de viriones peligrosos.

El equipamiento protector adecuado para el personal, minimización del


sello de agua, y el uso de filtros para disminuir la cantidad de partículas

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aerosolizadas escapando al aire, son modificaciones que han sido
implementadas en muchas unidades de cuidados intensivos alrededor del
mundo [37,39].

Un estudio observacional con una cohorte pequeña [40] encontró que


conectar 2 sistemas de drenaje bajo agua cerrados en serie, con un filtro
de aire conectado al segundo sistema, se asoció con una disminución en la
diseminación de partículas de coronavirus, lo que se evidenció por la
ausencia de infecciones por Covid-19 reportadas en sus trabajadores de la
salud durante el estudio. No obstante, ese estudio estuvo limitado por su
pequeño poder estadístico.

Direcciones futuras
Estudios más recientes se inclinan por el manejo conservador en algunos
procesos específicos de enfermedades pleurales.

El ensayo clínico randomizado de Hallifax y col. [41], demostró que el uso de


dispositivos ambulatorios para el tratamiento de los neumotórax
espontáneos primarios, en comparación con la atención habitual, que
incluía la aspiración o la inserción de un tubo torácico, se asoció con un
acortamiento significativo de la estadía hospitalaria. Este hallazgo sugiere
que ese subgrupo de pacientes puede ser tratado en un escenario
ambulatorio, y que los dispositivos ambulatorios deberían ser
considerados como una estrategia efectiva de tratamiento.

Sin embargo, hubo un aumento en la cantidad de eventos adversos


asociados con el tratamiento con dispositivos ambulatorios, incluyendo
agrandamiento del neumotórax, y problemas asociados con el dispositivo,
tales como torcedura o desplazamiento, lo que requerirá mayor
investigación para determinar si este enfoque va a reemplazar el estándar
de atención actual.

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En un estudio de Brown y col. [42], se halló que los tratamientos
conservadores, tales como la observación en neumotórax espontáneos
primarios de tamaño moderado a grande, no fueron inferiores a la
colocación de un tubo de tórax de pequeño calibre, en relación con la
resolución del neumotórax dentro de las 8 semanas.

Ese estudio reportó que 118 de 125 pacientes (94%) sometidos a manejo
conservador, no requirieron un procedimiento invasivo, desafiando – en
consecuencia – el paradigma de que todos los pacientes
hemodinámicamente y respiratoriamente estables con un neumotórax,
deben ser rutinariamente sometidos a descompresión con un tubo
torácico como la primera opción de tratamiento.

La colocación rutinaria de un tubo torácico después de la cirugía del tórax,


es otra área con investigación emergente. El ensayo clínico randomizado
de Zhang y col. [43], mostró que la colocación de un novedoso catéter de
doble luz para extracción de aire, no fue inferior a la colocación de un tubo
torácico tradicional en la incidencia de neumotórax en el día
postoperatorio 1.

El uso de ese catéter para la extracción del aire se asoció también con un
puntaje significativamente más bajo de dolor en los pacientes, lo que
apoya el argumento de que técnicas más conservadoras pueden ser
utilizadas para optimizar el confort de los pacientes sin comprometer los
resultados clínicos.

Conclusiones
Con el avance de la tecnología y el empuje hacia los abordajes menos
invasivos, el tratamiento de las afecciones pleurales, que una vez fueron
manejadas sólo con tubos torácicos, continúa evolucionando. No obstante,
es probable que los tubos torácicos continúen siendo una parte vital del
repertorio de los médicos, dado que aun son considerados como el

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estándar de cuidado para ciertos procesos pleurales patológicos, y como
dispositivos que salvan la vida en otros.

Es imperativo que los profesionales en entrenamiento tengan una base


sólida sobre el manejo de los tubos torácicos, ya que su uso es un proceso
dinámico que seguirá cambiando con el paso del tiempo. Esta revisión
destaca los estudios que han dado forma a la manera en que se manejan
los tubos torácicos en la actualidad, y permite al lector desarrollar y
cultivar su comprensión.

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