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Revista de Psicología Social: International


Journal of Social Psychology
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Cognición social sobre el yo y sobre los


otros: una perspectiva neurocientífica
a
Darío Díaz
a
Universidad de Castilla la Mancha
Published online: 23 Jan 2014.

To cite this article: Darío Díaz (2013) Cognición social sobre el yo y sobre los otros: una perspectiva
neurocientífica, Revista de Psicología Social: International Journal of Social Psychology, 28:3, 285-297

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Cognición social sobre el yo y sobre los


otros: una perspectiva neurocientífica
DARÍO DÍAZ
Universidad de Castilla la Mancha

Resumen
En los últimos años ha crecido de manera exponencial el interés en estudiar las estructuras cerebrales impli-
cadas en la cognición social, su conectividad anatómica y funcional. En su estudio nos encontraremos con una
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primera dificultad: la mayor parte de los procesos vinculados a la cognición social son procesos de alto nivel (por
ejemplo, relacionados con el auto-concepto) que suelen reflejar las propiedades emergentes de procesos de nivel más
básico (como relacionados con la memoria). El segundo gran problema tiene que ver con las limitaciones teóricas
e instrumentales (e.g. técnicas de neuroimagen) que han conducido a un cierto paradigma de “cognición social
aislada” vinculada con experimentos no realizados en situaciones de interacción real. Partiendo de ambos pro-
blemas, en este artículo pretendemos revisar de manera crítica los resultados más importantes que se han encon-
trado sobre las bases biológicas de la cognición social relacionada con los otros y con el yo.
Palabras clave: Cognición social, Neurociencia social, Neuroimagen, Theory theory, Simulation
theory.

Social cognition about self and others: A


neuroscience perspective
Abstract
Interest in the biological basis of social cognition has grown exponentially in the last few years. One of the
possible approaches consists in trying to locate which brain structures are most likely to be involved in these pro-
cesses. Another area of study may be the functional and anatomical connectivity of the involved areas. In both
cases researchers face the same initial difficulty: most of the processes linked to social cognition are high level pro-
cesses (for example, self-concept) that often reflect emerging properties of more basic level processes (such as
memory). The second common problem has to do with the theoretical and instrumental limitations (e.g. neuro-
imaging techniques) that have led to a paradigm of “isolated social cognition” linked to experiments without
real social interaction. Taking these problems as a starting point, in this paper we seek to review in a critical
manner the most important findings on the biological basis of social cognition related to others and to the self.
Keywords: Social cognition, social neuroscience, neuroimaging, Theory theory, Simulation theory.

Agradecimientos: A los comentarios y sugerencias realizadas por los Drs. Pablo Briñol y Amalio Blanco a una
primera versión de este manuscrito, así como a los miembros del Laboratorio Cognitive and Computational
Neuroscience del Centro de Tecnologías Biomédicas UPM-UCM. Este trabajo ha sido financiado gracias al
proyecto PSI2012-37808 concedido por el Ministerio de Economía y Competitividad del Gobierno de España.
Correspondencia con el autor: Facultad de Medicina de Ciudad Real, Universidad de Castilla la Mancha, Camino
de Moledores, s/n, 13071 Ciudad Real. E-mail: dario.diaz@uclm.es
Original recibido: 14 de enero de 2013. Aceptado: 15 de abril de 2013.

© 2013 by Fundación Infancia y Aprendizaje, ISSN: 0213-4748 Revista de Psicología Social, 2013, 28 (3), 285-297
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La cognición social ha sido estudiada desde muy diferentes perspectivas, mar-


cos teóricos y disciplinas o áreas de conocimiento. Desde las ciencias del compor-
tamiento los psicólogos sociales han investigado, por ejemplo, cómo el yo (self)
interactúa con el entorno social, cómo las estructuras de conocimiento de los
grupos sociales (e.g. estereotipos) pueden influenciar el comportamiento de las
personas mediante mecanismos o procesos automáticos o deliberativos, o cómo
la metacognición y la ambivalencia evaluativa afectan a la formación y cambio de
actitudes (e.g. Bargh, 1994; Briñol, Gallardo et al., 2004; Briñol, Horcajo et al.,
2004; Briñol, Petty y Stavraki, 2012; Devine, 1989; Kihlstrom, 1987; Petty,
Briñol y Tormala, 2002). Desde una perspectiva histórica, lo cierto es que la psi-
cología social siempre ha mostrado un cierto interés por el estudio de las bases
biológicas de la cognición social. Por ejemplo, Cacioppo y Petty, en la década de
los años 80, profundizaron en el estudio de la psicofisiología del procesamiento
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autómatico frente al procesamiento controlado o deliberativo de la información


(Cacciopo y Petty, 1982). Poco después extenderían dicho enfoque a otros proce-
sos socialmente relevantes editando uno de los primeros compendios desde esta
perspectiva bajo el título: “Social psychophysiology: A sourcebook” (Cacciopo y
Petty, 1983). Aunque los psicólogos sociales han desarrollado una extenso marco
teórico y metodológico para estudiar la cognición social integrando sistemas,
fenómenos psicológicos y sociales, recientemente se ha producido un cambio
cualitativo, relacionado con el desarrollo de las técnicas de neuroimagen, que ha
conducido hacia una integración sistemática de las bases biológicas que la sus-
tentan dentro de sus aproximaciones conceptuales (Amodio y Frith, 2006).
Por otra parte, en las distintas disciplinas que forman parte de lo que hoy
conocemos como neurociencia también se han desarrollado numerosas investiga-
ciones sobre la cognición social. Inicialmente la mayor parte del conocimiento
generado ha estado vinculado al estudio neuropsicológico de pacientes (e.g.
Eslinger y Damasio, 1985; para una revisión actual sobre la relación entre cogni-
ción social y síndrome de Williams consultar Campos, Martínez-Castilla y Soti-
llo, 2013, en este monográfico) lo que ha producido el desarrollo de diferentes
programas de intervención (Hernández, Ricarte, Ros y Latorre, 2013, en este
monográfico). Con el avance de las diferentes técnicas de neuroimagen, el estu-
dio se ha independizado de la patología y ha permitido la rápida emergencia de
una gran cantidad de investigaciones en población no clínica. Actualmente
algunas de las técnicas de neuroimagen más empleadas son la electroencefalogra-
fía (EEG), la magnetoencefalografía (MEG), la tomografía por emisión de posi-
trones (PET) y la resonancia magnética funcional (RMf). Las dos primeras cuen-
tan con una excelente resolución temporal e implican medidas directas de la
actividad eléctrica (magnética) cerebral. La MEG cuenta también con una buena
resolución espacial. Por el contrario la PET y la RMf implican medición indirec-
ta de la actividad cerebral y aunque cuentan con una resolución temporal mucho
menor, tienen algunas ventajas como la excelente resolución espacial (RMf) o el
poder estudiar la actividad metabólica (PET) (para una revisión sobre el uso de
estas técnicas en el estudio de la cognición social, consultar Lieberman, 2010).
Esta diferenciación metodológica y de marcos teóricos de referencia entre la
neurociencia cognitiva y la psicología social, constituye una de las causas de la
existencia de distintas definiciones sobre la cognición social. De hecho, las defi-
niciones van desde propuestas muy amplias que la consideran como los pensa-
mientos que se tienen relacionados con otras personas (Bruner y Tagiuri, 1954;
Carlston, 2010; Fiske, 1995) provenientes de la psicología cognitiva y de la psi-
cología social, hasta definiciones más específicas vinculadas con la neurociencia
que señalan que consiste en la habilidad para construir representaciones de las
relaciones entre uno mismo y los otros, y usarlas de manera flexible para guiar el
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comportamiento social (Adolphs, 2001). Aunque desde un punto de vista histó-
rico la cognición social comenzó siendo una “cognición fría” despojada de ele-
mentos emocionales o motivacionales y vinculada a las categorías cognitivas de
accesibilidad, automaticidad, y representación mental (Bargh, 1994), actual-
mente ofrece una visión mucho más integradora (Wegener y Petty, en prensa).
Buscando los puntos de convergencia, casi todas las perspectivas teóricas hacen
referencia a un conjunto de procesos complejos que incluyen las operaciones
mentales que se producen en las interacciones sociales, así como la habilidad para
percibir las intenciones, motivaciones y emociones de las otras personas (Kihls-
tron, 2012). De hecho, en sentido estricto, la cognición social está relacionada
con el conocimiento de los “otros”, y por eso comenzaremos revisando las inves-
tigaciones que se han centrado en esta cuestión.
A pesar de las diferencias en el punto de partida inicial, tanto la psicología
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social como la neurociencia cognitiva comparten el interés en el estudio de la


relación entre el cerebro y la mente social, y por ello, recientemente han surgido
perspectivas que intentan integrar el conocimiento generado (para una revisión
histórica consultar Cacioppo, Berntson, y Decety, 2012). De estas aproximacio-
nes teóricas han emergido nuevas teorías sobre las bases biológicas de diferentes
controversias clásicas como, por ejemplo, el carácter más o menos automático
(cognición social automática) en el procesamiento de la información social frente
al procesamiento consciente de dicha información (cognición social deliberativa)
en fenómenos como el cambio de actitudes, estereotipos o formación de impre-
siones (Chaiken y Trope, 1999; Devine, 1989; Fiske y Neuberg, 1990; Petty y
Cacioppo, 1986. Desde una perspectiva neurocientífica ver, por ejemplo, Satpu-
te y Lieberman, 2006 y Spunt y Lieberman, en prensa).

La cognición social relacionada con el conocimiento de otras personas


Uno de los principales problemas que nos encontramos cuando queremos
comprender el mundo social, reside en la necesidad de entender que el resto de
personas no tienen por qué ser como nosotros; a diferencia de los objetos, tienen
mente, y por tanto, pueden procesar la información social de manera diferente a
como lo hacemos nosotros.
De hecho, intentar comprender a los otros es un proceso muy complejo.
Desde un punto de vista evolutivo implica comprender, en primer lugar, que las
otras personas tienen mente y, por tanto, que tienen emociones y pensamientos.
Además, requiere generar una teoría sobre cómo funciona la mente y sobre cómo
las diferentes situaciones del entorno afectan al contenido mental. Necesitamos,
por tanto, ser capaces de representar los contenidos de la mente de otra persona.
Las diferentes investigaciones que se han realizado sobre la “teoría de la mente”
(e.g. Clements y Perner, 1994) han intentando arrojar luz sobre estos procesos.
Uno de los primeros estudios clásicos sobre la adquisición y desarrollo de la “teo-
ría de la mente” fue el realizado por Wimmer y Perner (1983). En este estudio se
empleaba la siguiente tarea: Sally sabe que su canica está en la caja de la izquier-
da; mientras Sally está fuera de la habitación, Anne mueve la canica a la caja
situada a la derecha; posteriormente se pregunta a la persona que está participan-
do en el experimento: ¿Dónde buscará la canica Sally cuando vuelva a la habita-
ción? Como la persona que participa en el experimento conoce que la canica ya
no está en la caja de la izquierda, debe ser capaz de saber que Sally tiene mente, y
que sigue pensando que la canica está en la caja de la izquierda. Esta tarea suele
resolverse de manera adecuada a los tres o cuatro años de edad, indicando la exis-
tencia de una teoría sobre la mente de los otros. Las investigaciones que se han
realizado posteriormente basadas en tareas que no requieren necesariamente
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habilidades relacionadas con la producción del lenguaje, han ido adelantando el


inicio o emergencia de la capacidad de saber que los otros tienen mente. Desde
muy pronto mostramos habilidades básicas, que formarán el núcleo sobre el que
construiremos teorías sobre la mente de otras personas. De hecho, Onishi y Bai-
llargeon (2005), demostraron en un interesante experimento que los niños de
tan solo 15 meses poseen una cierta representación rudimentaria (implícita) de la
mente de las otras personas. De hecho, incluso con tan sólo seis meses de edad ya
existe una cierta capacidad para reconocer acciones de otros que están dirigidas
hacia una meta específica (Woodward, 1998). Parece, por tanto, que la capaci-
dad para realizar inferencias sociales, se desarrolla de forma temprana.
Los distintos estudios de neuroimagen que se han realizado para investigar
los procesos necesarios para generar teorías sobre la mente de otras personas
(mentalizing), incluso en contextos de interacción real con otras personas (e.g.
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De-Vico-Fallaniet et al., 2010), reflejan un aumento de la activación de la cor-


teza frontal medial (en adelante, CFM) frente a los sujetos que realizan la tarea
de control, y en concreto de la parte anterior de la CFM o corteza prefontal
medial (en adelante CPFM; Área de Brodmann [AB] 10), y de la parte dorso-
medial (en adelante CPFDM; Áreas de Brodmann [AB] 8/9). También se pro-
duce la activación de otras áreas de carácter más secundario, como la conjun-
ción temporo-parietal (en adelante, CTPA), el surco temporal superior (STS),
la CPFM, o la amígdala, en función de las características de la tarea o materia-
les empleados (Amodio y Frith, 2006; Lieberman, 2010). Un estudio especial-
mente interesante realizado por Castelli, Happe, Frith y Frith (2000) permite
conectar estos resultados con las investigaciones realizadas sobre los procesos
de atribución en la psicología social clásica. En este experimento los partici-
pantes vieron una serie de videos inspirados en las animaciones de Heider y
Simmel (1944) que consisten en tres formas moviéndose de manera antropo-
mórfica simulando interacciones sociales. Los autores encontraron que obser-
var este tipo de animaciones también provoca un aumento de la activación de
la CFM frente a mirar videos control en los que el movimiento de las figuras
no podía ser interpretado antropomórficamente. Continuando con esta aproxi-
mación, la investigación realizada por Harris, Todorov, y Fiske (2005) conecta
explícitamente esta línea de investigación con las teorías de atribución. En su
estudio los participantes leían descripciones de comportamientos de personas
que variaban en consistencia, distintividad, y consenso; es decir, en los factores
que determinan la atribución disposicional (Kelley, 1972). Los resultados
encontrados fueron que la mayor actividad de la CFM se produjo en las condi-
ciones con mayor grado de atribución disposicional.
Como decíamos anteriormente para comprender a los otros podemos generar
teorías sobre cómo funciona su mente y sobre cómo les afectan las situaciones del
entorno. Sin embargo, existen ocasiones en que conocemos a los otros en primera
persona al experimentar sus mismas emociones. Esta forma de conocimiento
menos racional está vinculada fundamentalmente a la empatía. De hecho pode-
mos considerar que se produce empatía cuando la observación (o la imaginación)
de los estados afectivos de otra persona provoca un estado emocional de carácter
compartido en el observador (Singer y Lamm, 2009). Además la empatía tiene
una segunda característica que la diferencia del contagio emocional o del mime-
tismo emocional: el observador debe ser consciente de que las emociones que
experimenta tienen su origen en la persona observada (de Vignemont y Singer,
2006).
Durante la última década se han realizado una gran cantidad de investigacio-
nes que han permitido conocer con más profundidad cuáles son las bases biológi-
cas de las experiencias de empatía (para un revisión consultar Bernhardt y Singer,
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2012). En la mayor parte de estudios realizados sobre la empatía como reacción
emocional vinculada con los estados afectivos de otra persona se señala un
aumento de la activación en la parte anterior de la ínsula y en la corteza cingula-
da media y anterior (CCM/CCA) (Lamm, Decety y Singer, 2011). Este patrón
común de activación se produce cuando la empatía es una respuesta al dolor, al
asco, a la ansiedad, o a la exclusión social (Bernhardt y Singer, 2012). En los dife-
rentes experimentos realizados con primates destinados a analizar la conectivi-
dad de la ínsula encontramos resultados que indican que su parte anterior está
densamente conectada con la CPFM, y en concreto con la CPFDM (e.g. Fudge,
Breitbart, Danish y Pannoni, 2005), áreas como hemos visto muy implicadas en
los procesos de mentalizing. Este hecho no debería extrañarnos dado que la empa-
tía suele implicar procesos de focalización en el otro, y parece que estas regiones
permiten contextualizar la empatía en función de las teorías que tengamos sobre
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la otra persona.
Muy relacionado con el estudio de la empatía, se encuentra el sistema de neu-
ronas espejo, una red neural vinculada con comprender a los otros a través de sus
acciones (Iacoboni y Dapretto, 2006). De hecho podemos considerar que existen
dos grandes tradiciones teóricas sobre cómo conocemos a los otros. La primera,
que hemos desarrollado hasta ahora, puede considerarse como heredera de la teo-
ría de la mente y defiende, como hemos visto, que generamos una teoría sobre
cómo funciona la mente de los otros, y por eso se denomina “Theory” theory. La
segunda señala que comprendemos los pensamientos de los otros poniéndonos
en su lugar y usando nuestra mente y nuestro cuerpo como modelo de la mente
de los otros (Gallese, Ferrari y Umiltà, 2002). Es decir, que utilizamos el yo para
ver cómo respondería en la situación del otro y actuar en consecuencia. Por eso a
esta tradición se la denomina “Simulation” theory. Un ejemplo muy interesante
dentro de esta perspectiva es cómo utilizamos nuestro propio cuerpo para enten-
der las emociones de los otros. En este sentido cuando percibimos una expresión
facial en otra persona se activan los sistemas motores, somatosensoriales, afecti-
vos y de recompensa asociados al significado de dicha emoción para el perceptor
(Niedenthal, Mermillod, Maringer y Hess, 2010). Es decir, la gente simula
mentalmente y corporalmente las emociones que ve en los otros para intentar
entenderlos, y dichas simulaciones pueden incluso modificar las emociones y
pensamientos del propio perceptor o su cognición secundaria (pensamientos
sobre los pensamientos; embodied validation, Briñol, DeMarree y Smith, 2010).
Sin embargo debemos tener en cuenta que la relación entre el reconocimiento de
la expresión de una emoción y la experiencia de dicha emoción depende de la
influencia de muchos factores, como por ejemplo culturales (Fernández-Dols y
Carrera, 2010). Así como la CPFM constituye la base biológica de la “Theory”
theory, el sistema de neuronas espejo lo es de la “Simulation” theory. El sistema
de neuronas espejo es un conjunto de áreas del cerebro que se activan tanto cuan-
do se observa realizar un comportamiento a otro, cómo cuando se realiza ese
mismo comportamiento. Las zonas cerebrales que están implicadas en las redes
de neuronas espejo son la corteza premotora, la corteza frontal inferior, el surco
temporal superior, la corteza insular anterior y la amígdala (Rizzolatti y Siniga-
glia, 2010). Por tanto, desde este punto de vista, somos capaces de comprender
el estado mental que conduce a una persona a desarrollar una acción porque al
observar dicha acción se activan las representaciones motoras que poseemos para
realizar esa misma acción. Aunque al principio se consideró que el sistema de
neuronas espejo proporcionaba una base unificada para la cognición social, las
investigaciones más recientes han cuestionado el papel que juega este sistema a
la hora de conocer a los otros (Decety, en prensa). Actualmente podemos consi-
derar que el sistema de neuronas espejo está fundamentalmente implicado en la
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identificación de comportamientos o en papeles secundarios vinculados con las


interacciones sociales, pero no en el conocimiento consciente o la representación
de la mente de los otros.
Un aspecto que emerge del conocimiento de los otros, es su humanización,
entendida como el proceso de percibir que el “otro” posee las características úni-
cas de la mente humana y los derechos asociados a la pertenencia a una comuni-
dad. Desde esta perspectiva la deshumanización se refiere a negar algunas de
estas características a ciertas personas (Haslam, 2006). De hecho este proceso de
humanización está claramente vinculado con la empatía y el mentalizing, en defi-
nitiva con el conocimiento de las otras personas. Aunque en la psicología social
se ha estudiado la humanización desde muy diversas perspectivas teóricas, una
de las aproximaciones está muy vinculada con las relaciones intergrupales. De
hecho, los miembros del endogrupo suelen ser percibidos como portadores de las
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características que definen la “humanización”, mientras que los miembros del


exogrupo, especialmente aquellos de bajo estatus social, suelen ser desposeídos
de algunas de estas características (e.g. Leyens et al., 2003). En un estudio que ha
permitido conectar, en cierta manera, los trabajos neurocientíficos realizados
sobre mentalizing y en general sobre la activación de la CPFM, y los estudios clá-
sicos de deshumanización vinculados a las relaciones intergrupales, Harris y
Fiske (2006) encontraron que existía una mayor activación en la CPFM cuando
los participantes veían fotografías de “otros” valorados (e.g. personas de clase
social alta) que cuando contemplaban fotografías de personas deshumanizadas
que habían sido seleccionadas (e.g. drogadictos o mendigos). Un fenómeno social
clásico estrechamente relacionado y situado en el polo inverso es el de la antropo-
morfización, es decir, atribuir características esencialmente humanas a otros ani-
males u objetos e incluso a aparatos electrónicos. Aunque existen diversos facto-
res que influyen en que se produzcan procesos de antropomorfización, la falta de
integración social, la soledad y el aislamiento y la ausencia de redes sociales de
calidad facilitan su aparición (Epley, Waytz y Cacioppo, 2007). Aunque se han
realizado muy pocos estudios sobre las bases biológicas de este proceso, la ten-
dencia hacia la antropomorfización de figuras animadas está relacionada con la
actividad en la CTP, una zona vinculada también a procesos de mentalizing, y en
la CCA, relacionada con la empatía (Chaminade, Hodgins y Kawato, 2007).

La cognición social relacionada con el conocimiento de uno mismo (yo)


En la mayor parte del pensamiento occidental se ha recogido la idea, de
manera más o menos explícita, de que los pensamientos relacionados con uno
mismo, el autoconocimiento, era diferente, especial, en relación con el conoci-
miento de los otros. Una cita a Descartes (1641) es obligada dado que defendía
que el conocimiento sobre los propios pensamientos era infalible. Esta afirma-
ción se hacía sobre la base de que el conocimiento sobre los propios estados inter-
nos era directo, fiable y no interpretativo. Frente a esta perspectiva y conforme
ha ido progresando el conocimiento científico, se ha asumido que la cognición
relacionada con el yo no es más que un producto de dirigir nuestra mente hacia sí
misma. Aunque es cierto que contamos con algunas pistas diferentes, como la
información propioceptiva, dichas pistas también deben ser interpretadas y por
tanto están igualmente sometidas a sesgos en el procesamiento de la informa-
ción. Por tanto podemos asumir que la cognición sobre el yo no es un proceso
muy diferente a la cognición sobre los otros (Carruthers, 2013).
Lo que parece una evidencia clara es que el yo es uno de los constructos a los
que más atención ha prestado la psicología social (Baumeister, 1998), siendo
también uno de los constructos centrales de la neurociencia social (Heatherton,
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2011). De hecho, su estudio puede considerarse como el primer gran objetivo de
los investigadores neurocientíficos interesados en los procesos psicológicos de
carácter social. Una gran parte de estas investigaciones se ha dedicado a investi-
gar la actividad cerebral asociada con los procesos de reflexión sobre el yo y los
juicios realizados sobre el yo frente a los juicios realizados sobre otras personas,
buscando con ello aislar aquellos procesos en los que focalizamos la atención el
nuestro interior. En este sentido la mayor parte de las investigaciones realizadas
han encontrado una asociación entre los procesos relacionados con la reflexión
sobre el yo y la activación de la región ventral de la CPFM (Área de Brodmann
[AB] 10) (Schmitz, Kawahara-Baccus y Johnson, 2004; Pfeifer et al., 2009). Esta
área es la única región de la corteza prefrontal que es considerablemente mayor
en humanos que en otros primates (Semendeferi, Schleicher, Zilles, Armstrong y
Van Hoesen, 2001).
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Teniendo en cuenta que tanto el auto-concepto como el conocimiento que


tenemos sobre el yo cambian a lo largo de los ciclos evolutivos, resulta muy inte-
resante considerar los resultados que han encontrado las investigaciones realiza-
das desde una perspectiva evolutiva considerando no sólo las evaluaciones direc-
tas o el conocimiento sobre el yo (e.g. pensamientos sobre uno mismo) sino tam-
bién las evaluaciones que consideramos que los otros hacen sobre el yo (e.g.
pensamientos sobre lo que otros piensan sobre mi). La mayor parte de estudios
encuentran unos altos niveles de activación, similares entre ambos tipos de eva-
luaciones, en la CPFM (Ochsner et al., 2005; Pfeifer et al., 2009), lo que resulta
consistente con investigaciones previas, tal y como hemos comentado. Además,
también se produce una activación en la CTPA cuando la tarea de evaluación es
sobre qué piensan los otros sobre mí. Como ya hemos señalado la CTPA es un
área muy vinculada con los procesos de mentalizing. Estos resultados son coheren-
tes con investigaciones anteriores dado que, pensar sobre lo que otros piensan
sobre uno, es un proceso que requiere generar una teoría sobre cómo funciona la
mente de otras personas, y en concreto sobre cómo genera creencias y evaluacio-
nes sobre los otros. Sin embargo, mientras que en adultos no se activa la CTPA
cuando la evaluación es directa (e.g. pensamientos sobre uno mismo), en adoles-
centes sí que se activa esta área, a pesar de que, en principio, no parece necesario
emplear un proceso de mentalizing en esta tarea (Pfeifer et al., 2009). Esto podría
significar que en la adolescencia, un periodo crítico en la formación del autocon-
cepto, se buscan fuentes sociales de información incluso aunque la tarea impli-
que una evaluación directa.
Aunque se han producido avances muy notables en el conocimiento de las
bases biológicas implicadas en el yo, existen algunas críticas a los resultados
encontrados desde perspectivas basadas en la neurociencia social cognitiva. Una
de las principales críticas está relacionada con la posibilidad de que los estudios
sobre el auto-concepto reflejen procesos de nivel básico de los cuáles emergen
(Amodio y Frith, 2006). Como hemos comentado, una parte considerable de las
investigaciones han empleado diseños experimentales en los que se comparaba la
actividad cerebral cuando se producen procesos cognitivos relacionados con el yo
(por ejemplo cuando se presentan adjetivos que describen rasgos propios) frente
a pensamientos relacionados con otras personas (por ejemplo cuando se presen-
tan adjetivos que describen rasgos de otros) (e.g. Mitchell, Banaji y Macrae,
2005). Para poder atribuir las diferencias encontradas en la comparación a proce-
sos de alto nivel (autoconcepto), debemos controlar el efecto de procesos básicos
vinculados con la percepción visual, la memoria o el lenguaje, lo que requiere un
número suficiente de ensayos y un riguroso diseño experimental. En este sentido
también resulta necesario el desarrollo de nuevas metodologías de medida (ver
Aiger, Palacin y Cornejo, 2013, en este número monográfico). Un ejemplo lo
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encontramos en los investigadores que han comparado la actividad cerebral en


los juicios relacionados con el yo con la actividad producida por juicios relaciona-
dos con los otros y con la actividad cerebral que existe en reposo. Para medir
dicha actividad cerebral en reposo y obtener una línea base, generalmente se pide
a los participantes que fijen su mirada en una cruz durante un intervalo de tiem-
po, o que cierren los ojos. El estudio de la intensa actividad cerebral que existe en
reposo es un tema de gran interés, dado que parecen emerger patrones constantes
y estables de actividad en este estado, lo que ha llevado a formular la hipótesis de
la existencia de una red por defecto o default network (para consultar todas las
áreas implicadas en esta red consultar, por ejemplo, Sheline et al., 2009). Como
demostraron Gusnard, Akbudak, Shulman y Raichle (2001) en un estudio pio-
nero, uno de los resultados más relevantes es que estas áreas que se encuentran
activadas por defecto, disminuyen su activación cuando se realizan tareas no vin-
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culadas con el yo, pero la mantienen si las tareas son auto-referenciales. Por ejem-
plo, Mitchell, Heatherton y Macrae (2002) encontraron que los juicios relacio-
nados con el yo provocaban una mayor actividad en la CPFM que los juicios rela-
cionados con otras personas, un resultado congruente con los que ya hemos
comentado. Sin embargo, no encontraron diferencias significativas en la activa-
ción provocada por juicios sobre el yo y la encontrada en estado de reposo, aun-
que en ambos casos existía una activación considerable en comparación con la
provocada por realizar juicios sobre otros. Existen dos posibles interpretaciones
para estos resultados. Un primer grupo de investigadores se inclinan por defen-
der que la red por defecto está vinculada con el yo (e.g. Gusnard et al., 2001). Es
decir, que de manera espontánea, cuando las personas se encuentran en reposo,
tienden a pensar sobre el yo, y que es la inhibición de esa actividad la que permi-
te pensar en los otros. La otra posible interpretación es que las personas, cuando
se encuentran en el estado de reposo propuesto por este tipo de investigaciones,
tienden a pasar el tiempo focalizando la atención sobre sí mismos. Es decir, que
el estado de reposo promueve el pensamiento sobre el yo (D’Argembeau et al.,
2005). Dada la complejidad que entraña realizar estudios de neuroimagen sobre
un constructo tan amplio y complejo como el yo puede resultar interesante cen-
trarse en algunos procesos psicológicos más básicos como su influencia en el pro-
cesamiento de la información social (Sedeño, Moya, Baker e Ibáñez, 2013, en
este monográfico) o aspectos implicados en su emergencia, como la percepción
de uno mismo.
Uno de los aspectos centrales relacionados con la percepción de uno mismo es
adquirir la capacidad para reconocerse. Los niños tardan bastante en ser capaces
de reconocerse visualmente en un espejo. Mientras que con sólo nueve o diez
meses de edad, un niño es capaz reconocer la imagen corporal de su madre en un
espejo (Dixon, 1957), necesita unos 21 meses para poder reconocerse a sí mismo
en un espejo (Lewis y Ramsay, 2004). La prueba más empleada para averiguar si
se ha adquirido la capacidad para reconocerse a uno mismo, es el test de Gallup
(1970). En esta prueba se suele aplicar una mancha de tinta en la frente del parti-
cipante mientras está dormido. Cuando se despierta, se le sitúa delante de un
espejo. Si cuando se da cuenta de la existencia de la mancha de tinta, el partici-
pante se toca su propia cabeza en el lugar en el que se sitúa la mancha, se consi-
dera que ha pasado esta prueba de auto-reconocimiento en un espejo. Como
hemos señalado, una gran cantidad de investigaciones han estudiado las bases
biológicas de esta capacidad. Los resultados de un primer estudio realizado en
1979 por Sperry, Zaidel y Zaidel con un paciente de cerebro dividido, sugerían
que cada hemisferio cerebral era capaz de soportar la habilidad que permite reco-
nocerse a uno mismo. Sin embargo, estudios posteriores han encontrado resulta-
dos no coincidentes, incluso en aquellos en los que se ha empleado alguna técni-
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ca experimental para aislar el procesamiento de cada hemisferio (Brady, Camp-
bell y Flaherty, 2004). En lo que sí que coinciden casi todos los estudios de neu-
roimagen realizados en la última década es que reconocerse a uno mismo en una
fotografía implica un aumento de la activación de la CPF ventrolateral derecha
(Hodzic, Muckli, Singer y Stirn, 2009). De hecho esta zona cerebral se ha vincu-
lado con el reconocimiento del yo intencional (Lieberman, 2010).
Además de ser capaz de reconocerse a uno mismo, los seres humanos debemos
adquirir la conciencia de que nuestro cuerpo, y que los movimientos que genera-
mos con él, son realmente nuestros. Es decir, debemos reconocerlos como pro-
pios (Wegner, 2004). Para ello se requiere no sólo información visual, sino tam-
bién información propioceptiva proveniente de los músculos. Una de las aproxi-
maciones para estudiar dicha capacidad consiste, precisamente, en generar
discrepancias entre la información visual de un comportamiento y dicho com-
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portamiento. Por ejemplo, se puede manipular la retroalimentación visual para


que los movimientos de un brazo parezcan diferentes de la trayectoria que pre-
tendía ejecutar una persona, o se puede manipular la percepción visual para pro-
ducir un pequeño retraso en la misma desde que se produce el movimiento. Este
tipo de estudios señalan que la corteza parietal lateral (en adelante CPaL) derecha
está implicada en la detección de diferencias entre la información visual y la
retroalimentación propioceptiva. De hecho, la actividad en la CPaL es mayor
cuando más grande es la diferencia entre el comportamiento observado y el pro-
ducido (Shimada, Hiraki, y Oda, 2005). También se observa una activación bila-
teral de esta zona cuando una persona se escucha a sí misma hablando con un
breve retardo desde la producción del lenguaje (Hashimoto y Sakai, 2003).
Alternativamente también existen estudios que han aplicado estimulación mag-
nética transcraneal (EMT) en esta área cerebral. La EMT consiste en generar pul-
sos electromagnéticos que estimulan las neuronas en una pequeña área de la cor-
teza cerebral con el objetivo de excitarlas hasta que dejan de funcionar de manera
eficiente. Esto permite “desactivar” dicha área durante unos minutos. Los estu-
dios que han aplicado EMT a la CPaL inferior, han observado que se interrumpe
dicha capacidad para detectar las divergencias entre comportamiento observado
y producido (Tsakiris, Costantini, y Haggard, 2008) y también reduce la sensi-
bilidad de las personas hacia las distinciones entre el yo y los otros (Uddin, Mol-
nar-Szakacs, Zaidel y Iacoboni, 2006). En trabajos realizados con personas con
esquizofrenia se han encontrado resultados muy similares y que señalan en la
misma dirección. Cuando estas personas muestran síntomas negativos de carác-
ter pasivo y describen que se sienten como si no fueran dueñas de sus actos,
muestran una alta activación de la CPaL derecha (Ganesan, Hunter y Spence,
2005). El mismo patrón de activación se presenta en personas que han tenido
experiencias de estar fuera de su cuerpo. De hecho las lesiones producidas en esta
área cerebral producen este tipo de experiencias (Blanke, Landis, Spinelli y
Seeck, 2004). Podemos concluir, por tanto, que la CPaL tiende a activarse cuan-
do la representación visual externa de nuestro cuerpo entra en conflicto con la
experiencia interna de uno mismo.

Nuevos retos en el estudio de la cognición social desde la neurociencia


social
Una de las principales críticas que ha recibido la neurociencia social, a pesar
de los numerosos avances realizados durante la última década, es que ha dibuja-
do la existencia de una cognición social poco “social”. Debido a las limitaciones
que imponen una gran parte de las técnicas de neuroimagen (e.g. ausencia de
movimiento), la mayor parte de estudios realizados se han basado en la observa-
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ción, imaginación o simulación de situaciones sociales, y no en el estudio de las


interacciones sociales de manera dinámica y en tiempo real, lo que ha conducido
a un cierto paradigma de cognición social “aislada” (Schilbach et al., en prensa).
Desde un punto de vista conceptual diferentes autores han defendido esta pers-
pectiva señalando que los procesos implicados en las interacciones sociales están
completamente internalizados y, por tanto, pueden ser estudiados analizando la
mente de las personas mientras responden a estímulos sociales (Frith, 2007). Sin
embargo existen numerosas evidencias que señalan que la cognición social es
diferente cuando interaccionamos con otros frente a cuando no lo hacemos, lo
imaginamos o lo simulamos. Las interacciones sociales son procesos dinámicos
complejos que implican información y procesamiento bidireccional (e.g. Konva-
linka y Roepstorff, 2012).
Por esta razón, muy recientemente han comenzado a realizarse experimentos
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destinados a estudiar la cognición social en situaciones de interacción real. Por


ejemplo podemos estudiar los procesos que ocurren entre dos cerebros, con el
objetivo de comprender como interactúan entre sí en un contexto social (two
brain approach). Esta técnica consiste en medir su actividad simultáneamente uti-
lizando RMf, EEG e incluso acaba de proponerse un método para emplear MEG
(Baess et al., 2012). El objetivo es construir una neurociencia social más centrada
en los procesos de interacción social que emergen en situaciones reales.
Finalmente también resulta necesario considerar la actividad cerebral vincu-
lada con la cognición social de manera global y dinámica, lo que implica no sólo
realizar estudios de mapeado cerebral (brain mapping) sino analizar la conectivi-
dad anatómica y funcional de las áreas implicadas. En la actualidad contamos
con herramientas que nos permiten estudiar dicha conectividad de manera
mucho más precisa, como las técnicas de imagen por tensor de difusión (ITD;
para un ejemplo del uso de esta metodología en el estudio de la auto-regulación
consultar Fjell et al., 2012). En este sentido el análisis de las bases biológicas de
constructos globales como por ejemplo las actitudes (e.g. Falk, Berkman, Mann,
Harrison y Lieberman, 2010) y de procesos que impliquen la integración de
gran cantidad de información (e.g. metacognición social, ver Luttrell, Briñol,
Petty, Cunningham y Díaz, 2013, en este monográfico) resultan de especial
interés para aumentar nuestra comprensión sobre el complejo funcionamiento
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