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imensión holística de la ética

diciembre 1, 2011 Frei Betto Archivo, Otro mundo es


posible, Pensamiento Crítico 0

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Sócrates fue condenado a muerte por herejía, como Jesús. Le acusaron de


enseñar nuevos dioses a los jóvenes. Tal iluminación no le abrió los ojos
delante del cielo sino de la Tierra. Comprendió que no se podía deducir del
Olimpo una ética para los humanos. Los dioses del Olimpo podían explicar el
origen de las cosas pero no dictar normas de conducta.

La mitología, repleta de ejemplos nada edificantes, obligó a los griegos a buscar


en la razón los principios normativos de nuestra buena convivencia social. La
promiscuidad reinante en el Olimpo, objeto de creencia, no podía traducirse en
actitudes; de ese modo la razón conquistó autonomía ante la religión. En busca
de valores capaces de normatizar la convivencia humana, Sócrates se fijó en
nuestra caja de Pandora: la razón.

Si la moral no procede de los dioses, entonces somos nosotros, seres


racionales, quienes debemos crearla. En Antígona, pieza teatral de Sófocles, en
nombre de las razones de Estado, Creonte prohibió a Antígona enterrar a su
hermano Polinice. Ella se negó a obedecer «leyes no escritas inmutables, que
no datan de hoy ni de ayer, que nadie sabe cuándo aparecieron”. Fue la
afirmación de la conciencia sobre la ley, de la ciudadanía sobre el Estado.

Para Sócrates la ética exige normas constantes e inmutables. No puede


fundarse en la dependencia de la diversidad de opiniones. Platón aporta luces
enseñándonos a discernir entre realidad e ilusión. En La República recordó que
para Trasímaco la ética de una sociedad refleja los intereses de quien detenta
el poder en ella. Concepto retomado por Marx y aplicado a la ideología.

¿Qué es el poder? Es el derecho concedido a un individuo o conquistado por un


partido o por una clase social de imponer su voluntad a los demás.

Aristóteles nos sacó del solipsismo al asociar felicidad y política. Más tarde
Santo Tomás de Aquino, inspirado en Aristóteles, nos dio las primicias de una
ética política priorizando el bien común y valorando la soberanía popular y la
conciencia individual como reducto inexpugnable.

Maquiavelo, por el contrario, destituyó a la política de toda ética, reduciéndola a


un mero juego de poder, en donde los fines justifican los medios.
Para Kant la grandeza del ser humano no reside en la técnica, en subyugar la
naturaleza, sino en la ética, en la capacidad de autodeterminarse a partir de la
propia libertad. Hay en nosotros un sentido innato del deber y no dejamos de
hacer algo porque sea pecado sino por ser injusto. Y nuestra ética individual
debe complementarse por la ética social, ya que no somos un rebaño de
individuos sino una sociedad que exige, para la buena convivencia, normas y
leyes, y sobre todo la cooperación de unos con otros.

Hegel y Marx enfatizaron que nuestra libertad es siempre condicionada,


relacional, pues consiste en una construcción de comuniones, con la naturaleza
y con nuestros semejantes. Sin embargo la injusticia convierte a algunos en
desemejantes.

En el campo de la ética judeocristiana, Marx resaltó la irreductible dignidad de


cada ser humano y por tanto el derecho a la igualdad de oportunidades. En
otras palabras, somos tanto más libres cuanto más construimos instituciones
que promuevan la felicidad de todos.

La filosofía moderna hace una distinción aparentemente avanzada y que de


hecho abrió un nuevo campo de tensión al afirmar que, respetada la ley, cada
uno es dueño de su nariz. La privacidad como reino de la libertad total. El
problema de dicho enunciado es que desplaza la ética de la responsabilidad
social (cada uno debe preocuparse de todos) hacia los derechos individuales
(cada cual que se ocupe de sí mismo).

Esta distinción amenaza a la ética con ceder al subjetivismo egocéntrico. Tengo


derechos, prescritos en una Declaración Universal, pero ¿y los deberes? ¿Qué
obligaciones tengo con la sociedad en que vivo? ¿Qué tengo que ver con el
hambriento, el excluido y con el medio ambiente?

De ahí la importancia del concepto de ciudadanía. Los individuos son diferentes


y en una sociedad desigual son tratados según su importancia en la escala
social. El ciudadano, pobre o rico, es un ser dotado de derechos inviolables y
está sujeto a la ley como todos los demás.

El capitalismo asocia la libertad al dinero, o sea al consumo. La persona se


siente libre en cuanto satisface sus deseos de consumo y, mediante la técnica y
la ciencia, domina la naturaleza. La visión analítica no se pregunta por el
significado de ese consumismo ni por el sentido de ese dominio.

Ahora la humanidad despierta a los efectos nefastos de su modo de someter la


naturaleza: el calentamiento global hace sonar la alarma de un nuevo diluvio
que no está amenazado por al agua sino por el fuego, sin posibilidad de una
nueva arca de Noé.
La reciente conciencia ecológica nos amplía la noción de ethos. La casa es todo
el Universo. Recuerden: no hablamos de Pluriverso sino de Universo. Hay una
relación íntima entre todos los seres, visibles e invisibles, del macro al micro,
desde las partículas elementales hasta los volcanes. Todo nos habla de respeto
y toda la naturaleza posee su racionalidad inmanente.

Según Teilhard de Chardin, el principio de la ética es el respeto a todo lo creado


para que despierte sus potencialidades. Así, tiene sentido hablar ahora de la
dimensión holística de la ética.

El punto de partida de la ética fue señalado por Sócrates: la polis, la ciudad. La


vida es siempre un proceso personal y social. Sin embargo, la óptica neoliberal
dice que cada uno debe contentarse con su pequeño mundo.

Pero queda aún la pregunta de Walter Benjamín: ¿Qué les diremos a los
millones de víctimas de nuestro egoísmo?

[Frei Betto es escritor, autor de «Sinfonía universal. La cosmovisión de Teilhard


de Chardin”, entre otros libros. http://www.freibetto.org – twitter:@freibetto.

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