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TEORÍA GENERAL DEL ESTADO.

“Guión-8”
LA ORGANIZACIÓN DEL ESTADO
Extractado de los Libros: Teoría del Estado, Licenciado Gerardo Prado.
Teoría del Estado, Porrúa Pérez Francisco.
1. Generalidades.
La estructura del Estado se compone de una pluralidad de órganos, razón por la cual se
dice que es un ser organizado, y muy complejo. La existencia de esos órganos se ha
venido estudiando, mediante la aplicación de una clasificación que elaboró George
Jellinek.

El hombre desarrolla actividades y por ello decimos que actúa y sus actos se califican
como actos personales. Al mismo tiempo, el hombre forma parte del Estado y éste
también desarrolla actividades como persona especial que es y que posee una voluntad
muy peculiar, por tratarse de un ser social. Esa voluntad se manifiesta a través de lo
que hacen las personas físicas que gobiernan en el Estado; hay, por lo tanto, actos de los
gobernantes que ejercen soberanía pero ya no son actos individuales sino actos del
Estado, que son el resultado de tareas especializadas que tienen relación con el poder
político.

Esas tareas se dividen en tareas legislativas, ejecutivas y judiciales, las cuales son
ejecutadas por personas totalmente distintas y con exclusividad. Esta actividad estatal de
los órganos no está divorciada de la armonía sino que, al contrario, se conjugan sin perder
su independencia con el fin de cumplir con un buen gobierno, o sea conseguir el bien
común.

2. La separación de funciones (o división de poderes).


La separación de funciones a que indirectamente hemos aludido en líneas anteriores, es
hoy una realidad que identifica al Estado Moderno, a la cual hicieron referencia en épocas
anteriores hombres como Aristóteles, quien en su “Política”, dejo escrito que todo Estado
tiene tres partes, tres elementos sin los cuales la organización estatal no puede
diferenciarse. Dice que son esenciales los órganos deliberativos llamados
asambleas generales, los órganos de la magistratura o cuerpo de magistrados y los
órganos judiciales o cuerpo judicial, Más tarde, es Carlos Luis de Secondat, barón de
Montesquieu, quien hace un estudio científico de las funciones y crea la Teoría de la
División de los Poderes.

Para ello tomó en cuenta la preponderancia de los Reyes de su país (Francia) en los
siglos XVII Y XVIII sobre los Estados Generales (asamblea colegiada y deliberativa
integrada por las tres clases: clero, nobleza y plebe, que formaban la organización social
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francesa en tiempos de monarquía), que constituían el órgano legislativo; en contraste a
esa situación, se dio cuenta y estudió la situación política inglesa, en la que el poder de los
reyes iba en disminución constante y aumentaba paralelamente el poder del Parlamento.

Con esto como base, se crea su teoría en búsqueda de un equilibrio entre los poderes,
aunque estimaba que debería haber un mayor predominio del poder legislativo. Ese
equilibrio se procura de acuerdo con el contenido de las funciones de cada uno de esos
poderes.

En su tiempo tuvo una gran influencia esta teoría aunque no fue aceptada en su
integridad. Fue recogida por las llamadas Declaraciones de Derechos, es decir, en las
constituciones de los Estados Unidos de América y de Francia, en las cuales se afirmó
que no existe constitución política si ésta no se apoya en la separación de poderes. El
poder detiene al poder dijo Montesquieu, para referirse a que hay que evitar las
interferencias entre una actividad y otra.

Igualmente señala ciertas ventajas: eliminar el peligro que un órgano del Estado absorba
las funciones de otro (absolutismo); al repartir la soberanía entre los órganos, se podrá
obtener el balance entre poderes (uno sirve de freno y control de los demás); resulta
beneficioso para los ciudadanos porque asegura su libertad y su seguridad; quedan los
ciudadanos protegidos contra los abusos del poder. Puede decirse que la doctrina de
división de los poderes de Montesquieu se convirtió en uno de los pilares del régimen
demo-liberal de occidente y se proyecta desde el siglo XIX hasta el XXI.

A la fecha, en el Estado contemporáneo dicha teoría no tiene la misma aplicación ni los


mismos alcance. La teoría ha sido modificada o contemplada para adoptarla a las
circunstancias históricas, políticas y sociales. Tampoco significa esto que haya perdido
validez política como fórmula para lograr la desconcentración y la racionalización del poder
público, sino que las nuevas funciones estatales no son, por naturaleza, ni pura labor
legisladora ni mera ejecución de las leyes, ni la aplicación judicial de las normas, en
cuanto que todo se modera por una racional colaboración.

Al respecto, Karl Loewenstein, citado por Naranjo Mesa, afirma que lo que en realidad,
significa es que la separación de poderes no es, ni más ni menos, que el reconocimiento
de que por una parte el Estado tiene que cumplir determinadas funciones –mediante la
división del trabajo- y que, por otra parte, los destinatarios del poder salen beneficiados si
estas funciones son realizadas por diferentes órganos.

La separación de poderes no es sino la forma clásica de expresar la necesidad de


distribuir y controlar respectivamente el ejercicio del poder político. Dicho autor
concluye observando que, corrientemente, se comete el error de hablar de separación de
poderes cuando en realidad lo que se da es una separación de funciones, opinión que
compartimos porque el poder es solamente uno, configurado en la potestad que tiene el
Estado como ente soberano.

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3. Los Frenos y Contrapesos.
De lo anotado surge otra teoría que habría tenido sus orígenes con Polibio, quien en su
época habló de un sistema de frenos y balanzas (antecedentes de la doctrina de
Montesquieu).

Esta otra teoría se conoce ahora con el nombre de Teoría de Los Frenos y
Contrapesos, que establece lo que se denomina poder de vigilancia y control por parte de
un órgano, produciéndose así una recíproca vigilancia al estar determinado su campo de
acción y de él no se pueden salir.

Recordemos que la soberanía está repartida, se actúa en un plano de igualdad y se puede


obtener un equilibrio en aras de un prudente ejercicio del poder, un balance de poderes.

4. La Distinción persona-órgano.
Si hemos delimitado en cierta forma la estructura del Estado –cómo estaban colocados
sus órganos- es ahora conveniente que se haga una distinción entre éstos y las personas
que desempeñan las funciones. Con relación al tema, Georg Jellinek dice que el órgano
como tal no posee personalidad frente al Estado. No existen dos personalidades: la del
Estado y la del órgano sino que Estado y órgano forman una sola unidad. Esa
afirmación tiene su fundamento en que los órganos constituyen la estructura misma del
Estado, son parte de su realidad. El Estado no se concibe sin ellos. Los órganos no
son personas sino que sólo el Estado tiene Personalidad Jurídica.

Pero, ¿cómo se manifiesta en realidad el Estado? El poder jurídico tendrá que precisar la
estructura de los órganos y definir los derechos y obligaciones de las personas físicas a
quienes se atribuye la titularidad de las funciones que tiene que desarrollar el órgano como
tal. Los titulares no se confunden con el órgano, constituyen personalidades distintas y
separadas pero existen entre ellos una pluralidad de relaciones jurídicas. El titular tendrá
un conjunto de derechos y deberes que se derivan de su función; por ejemplo: el derecho
a la retribución y el deber de responsabilidad por un buen desempeño de la función
asignada. Esta separación entre titular y órgano sirve para explicar la continuidad del
Estado: éste siempre permanece. Una frase famosa hace alusión a esta situación, al
decir que moría el rey, no así la monarquía. Los titulares son temporales porque se dan
renuncias, jubilaciones, fallecimientos, o cambios de acuerdo con los vaivenes de la
política.

5. Competencia y jerarquía. La obediencia.


Pero en el devenir de las actividades estatales pueden surgir algunos inconvenientes que
deben evitarse. Nos referimos a las interferencias entre los órganos, pero para
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asegurar la uniformidad en la dirección de las actividades, es preciso cumplir un fin
coordinador que se realiza por medio de la competencia y la jerarquía.

Deslindando lo anterior, vemos que competencia es: el conjunto de funciones


atribuidas a cada órgano de la administración del Estado. El orden jurídico es, pues, el
que delimita las respectivas competencias y éstas se clasifican así:

1. Competencia Territorial, que consiste en la delimitación espacial dentro de la cual


actúan los órganos.

2. Competencia por Materia, que consiste en el contenido específico de las


funciones asignadas.

3. Competencia por Grado, que corresponde al escalonamiento jerárquico que existe


en los órganos para unificar y coordinar la actividad.

En relación a la jerarquía, decimos que es la clasificación de las funciones, dignidades y/o


poderes en un grupo social, de acuerdo con una relación de subordinación y por la
importancia respectiva. La jerarquía es el segundo de los principios que se usa para
mantener al poder dentro de su justo cauce. Se le llama también principio jerárquico.

Su necesidad deriva de la existencia dentro del órgano político de una voluntad que
manda y de otras voluntades que obedecen, supliendo las diferencias que se presenten
para dirigirse al fin que persigue el Estado.

No se concibe un Estado sin jerarquía, ni ésta sin obediencia. La jerarquía significa


obediencia de una autoridad respecto de otra superior, y por sobre éstas está la autoridad
suprema. La jerarquía implica la existencia de un vínculo que liga en forma
escalonada a los órganos del Estado. La supremacía se hace valer por medio de
órdenes y por la vigencia que los órganos superiores mantienen sobre los inferiores.

Pero la obediencia a que hemos aludido tiene sus límites, no es absoluta, no obstante que
se le respeta como la sumisión a un superior. Sin embargo, siendo necesaria su
existencia, todas las legislaciones las contemplan y fijan sanciones y controles para su
efectividad. Se dice que si hay limites y hay que precisarlos, si estamos en el campo de
la teoría política.

En Derecho existe la obediencia debida, y es aquella que, por ministerio de la ley, el


inferior viene obligado a prestar al superior jerárquico. A este tipo de obediencia se le
regula constitucionalmente en nuestro país para evitar problemas graves, ya que no hay
obligatoriedad de cumplimiento de una orden cuando ésta sea manifiestamente ilegal o
que implique la comisión de un delito, sin importar el ámbito en que se desenvuelva la
persona.

Así mismo existe la obediencia ciega, que no es otra cosa por analogía, que la
chaquetearía, el quedar bien aun sabiendo que no debe obedecerse.

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