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Anatomia de Un Cineasta Pasional.. Manuel Mur Oti
Anatomia de Un Cineasta Pasional.. Manuel Mur Oti
CINEASTA PASIONAL
El cine de Manuel Mur Oti
hispanoscope
shangrila
ANATOMÍA DE UN CINEASTA PASIONAL
© de la presente edición:
Asociación Shangrila Textos Aparte
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39004 Santander - Cantabria
Tel. 942 078 469
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Noviembre 2013
Impreso en:
Todo Print Digital
Calle Faustino Cavadas, 11
39011 Santander - Cantabria
Tel. 942 073 090
www.todoprintdigital.es/
ISBN: 978-84-941753-1-2
Depósito legal: SA-605-2013
AGRADECIMIENTOS: 13
PRÓLOGO: 15
Imanol Zumalde
1. El gallego errante: 29
2. Los años de la contienda: 32
3. Primeros pasos en el camino: 33
CAPÍTULO IX: LAS PELÍCULAS DE PLANETA. PRIMEROS COMPASES DEL DECLIVE: 137
FILMOGRAFÍA: 527
Este libro nació hace casi diez años, cuando en una encrucijada vital decidí encaminar
mis pasos hacia la investigación de la historia del cine español y las películas de Manuel
Mur Oti se cruzaron en mi camino. Algo más de un lustro después, y gracias a la ayuda
del Departamento de Educación, Universidades e Investigación del Gobierno Vasco, así
como del Departamento de Comunicación Audiovisual y Publicidad de la UPV/EHU, el abor-
daje analítico de su obra fílmica se cerró en forma de tesis doctoral bajo este mismo título,
Anatomía de un cineasta pasional.
Debo agradecer ahora a Julio Pérez Perucha y Agustín Rubio Alcover el haber hecho
posible, a través de la colección Hispanoscope, que el fruto de esa esforzada y satisfactoria
labor de investigación se publique en forma de libro, respetando y manteniendo casi in-
tacto el contenido original.
Asimismo quisiera reconocer la colaboración de muchas personas que de una u otra
manera han contribuido decisivamente en este estudio. Gracias a Juan Mariné, Susana
Canales, María Teresa Iglesias y Emma Penella (aunque desgraciadamente no pudiéramos
reunirnos) por abrirme tan amablemente las puertas de su memoria. En especial a Su-
sana, que con tanto cariño me trató. Vaya mi gratitud también a Santos Zunzunegui, José
Luis Castro de Paz, José Julián Bakedano, Carmen Arocena, Ainhoa Fernández de Arroyabe
y Jorge Nieto Ferrando, por su ayuda documental, sus orientaciones y su apoyo. A Imanol
Zumalde, que me acompañó como director a lo largo de todo el proceso. Y muy especial-
mente a Aitor Eneriz. Él me mostró por primera vez las películas de Manuel Mur Oti, con
la seguridad de que me enamoraría inmediatamente de ellas, y ha debatido conmigo cada
capítulo de este trabajo, aportando ideas y sugerencias determinantes para el resultado
final. Tengo la certeza de que sin él estas páginas no se habrían escrito.
El libro que tienes entre manos es el síntoma de una emancipación. A tal extremo
que un trabajo de sus características sería prácticamente imposible hace quince o veinte
años, cuando los tenaces estudiosos que se empeñaron en rehabilitar el cine español se
veían obligados a encabezar sus investigaciones reivindicando el interés y la valía de un
objeto de estudio oculto hasta escasas fechas tras un telón de acero de prejuicio ideoló-
gico, descrédito y mala praxis historiográfica. Hoy, cuando el cine español conforma un
campo de estudio indiscutible y plenamente consolidado que se sostiene sobre una bi-
bliografía amplia y diversa, es factible (y editorialmente viable) un trabajo ambicioso y
audaz como el de Nekane Zubiaur que busca trascender los estandarizados parámetros
del estudio cinematográfico al uso sintetizando los mejores hallazgos metodológicos de
esa forma, por aquel entonces novedosa, de hacer historia/memoria del cine español. De
ahí que, volviendo a la frase inicial, este libro ilustre virtuosamente el afianzamiento del
legado cinematográfico hispano como objeto de estudio de la Academia así como la ren-
tabilidad heurística de un modo de trabajo poco convencional.
Y todo ello a propósito de la exhumación de un cadáver, uno de los más notables
del Panteón cinematográfico español y caso modélico de esa categoría de los injustamente
olvidados que hasta este preciso instante carecía de un estudio monográfico tan completo
y esclarecedor que glosa su figura irrepetible y evalúa globalmente su obra sacando a la
luz las razones (textuales) de su descollante excepcionalidad. Porque Manuel Mur Oti no
es un olvidado cualquiera, sino un cineasta vigoroso que, como denota el apelativo que
le atribuyeron sus coetáneos (“el Orson Welles español”), no sólo fue una figura estelar
en el panorama cinematográfico hispano de los años cincuenta del pasado siglo, sino que,
impelido por una irreprimible pulsión autoral, compuso una filmografía sin parangón por
estos pagos dotada de una escritura enfática, musculosa y reconocible casi al primer golpe
de vista.
Si para medirse con este autor y todas sus intrincadas circunstancias Nekane Zu-
biaur maneja elementos históricos y analíticos con una destreza fuera de lo común, el
lector comprobará de inmediato que el mayor mérito (y riesgo) de su trabajo estriba en
la disposición de esos materiales. En efecto, frente al formato de corte narrativo en el
que se sustancian mayoritariamente este tipo de abordajes monográficos donde el relato
de la peripecia profesional del realizador se yuxtapone y alterna sin solución de continui-
dad con la evaluación crítica de sus películas, nuestra investigadora ha optado por separar
taxativamente la exposición de ambas cuestiones en dos grandes apartados: uno primero
que se ocupa de levantar acta de la actividad vital y profesional de Manuel Mur Oti, y otro
segundo que, libre de esas cuitas y menudencias biográficas, describe con minucia no
sólo la casuística y funcionamiento particular de las películas que llevan su firma, sino el
complejo sistema que, a fuerza de incidir en los mismos temas y soluciones formales,
conforman unas obras cortadas (algunas más que otras) por el mismo patrón. Esta fór-
mula, que aquí alcanza una operatividad y resultados que a buen seguro satisfarán hasta
al más suspicaz, ya fue esbozada embrionariamente para el escrutinio de películas con-
cretas en la Antología Crítica del cine español 1906-1995 (Cátedra/Filmoteca Española,
1997) que pilotó Julio Pérez Perucha, estudio que dio carta de naturaleza a esta nueva
manera de abordar y sopesar el objeto “cine español” que, andando los años, ha hecho
posible este libro. Nekane Zubiaur, que por su juventud no pudo participar en aquel pro-
yecto, eleva la apuesta desarrollando la fórmula al aplicarla a escala de la filmografía
completa de un cineasta.
De manera que, sin dejar de ser un trabajo unitario atravesado por soterradas re-
ferencias cruzadas, este volumen exhibe bien a las claras las dos vertientes científicas
que combina su autora: la del historiador-detective que escudriña las fuentes documen-
tales y hemerográficas de archivos y bibliotecas para poner en limpio hasta en sus míni-
mos detalles la hoja de servicios de un cineasta; y la del analista textual que desmenuza
pacientemente las películas con objeto de esclarecer de qué manera concreta esos arte-
factos fílmicos combinan imágenes y sonidos de cara a producir determinados efectos de
sentido. Dado que el libro se defiende solo con sobrada elocuencia, creo que está de más
que yo califique el fruto de este desafío metodológico.
Cuando oigo a alguno de mis colegas decir que el cine de Pedro Almodóvar es ma-
terial fungible, que dentro de veinte años nadie se acordará de él, pienso inevitablemente
en Manuel Mur Oti. Este trabajo no aclara, ni tendría por qué hacerlo, las razones por las
que un cineasta que tanto predicamento concitó hace más de medio siglo es hoy un per-
fecto desconocido, pero constituye toda una advertencia para navegantes.
¿QUÉ FUE DE
MANUEL MUR OTI?
Como usted vuelva a repetir, siquiera comentándolo,
el «efectismo del travelling» le mato a usted.
¿Qué imbécil escribió, sea quien sea, esa crítica respecto a mí?
“Yo soy Manuel Mur Oti. Yo soy Manuel Mur Oti. Y lo repito, porque sé que el silencio
en torno a un nombre, es tal como un sudario”.1 Con estas palabras Manuel Mur Oti dio
comienzo a la autobiografía que a petición del crítico Miguel Marías escribió en 1992 para
el libro dedicado a su cine Las raíces del drama. De esta manera vaticinaba lo que sucedió
en agosto de 2003: el cineasta que a finales de la década de los años 40 había irrumpido
en el cine español autoproclamándose el Genio, se retiraba para siempre, en silencio y
sin captar la atención de los medios que antaño le habían encumbrado.
Miguel Marías fue, en 1992, el primero en reivindicar2 la filmografía del cineasta
vigués, dieciséis años después de que el gallego hubiera abandonado la práctica fílmica.
En aquella fecha Marías consignaba indignado el olvido al que la historiografía del cine
español había condenado a la figura otrora célebre de Mur Oti. Una indiferencia, en su
opinión, fundada en poderosas razones:
se diría que alguien trató de borrar a Mur Oti de la historia del cine español.
Tentativa deliberada que bien puede haber existido en realidad, y ser conse-
cuencia directa –y casi natural– del lógico afán de autoafirmación que impulsaba
a los que por entonces se erigieron en aspirantes a «renovar» el cine español.
[…] Juan Antonio Bardem […] dictamina tajante y lapidario, y lo rubrican por
unanimidad las conclusiones de las famosas Conversaciones de Salamanca, con
fecha del 19 de mayo de 1955, que: «el cine español actual es políticamente
ineficaz, socialmente falso, intelectualmente ínfimo, estéticamente nulo e in-
dustrialmente raquítico». […] En un cine así no hay sitio para un «genio», es
algo «históricamente» imposible… luego quien pase por tal ha de ser forzosa-
mente un impostor y su prestigio tiene que ser falso… de modo que uno de los
objetivos básicos de quienes sostienen esta tesis como si se tratase de un
axioma indiscutible consiste, por lo menos subconscientemente, en demoler la
reputación de Mur Oti – o cualquier otro que la tuviese.3
1. MARÍAS, Miguel, Manuel Mur Oti. Las raíces del drama / As raízes do drama, Lisboa: Cinema-
teca Portuguesa / Filmoteca Española, 1992, p.187.
2. Inicialmente en una columna publicada el 30 de junio de 1991 en Diario 16 y un año después
por medio de su libro Las raíces del drama, editado en el marco de una retrospectiva organizada
conjuntamente por la Filmoteca Española y la Cinemateca Portuguesa que recuperaba la filmo-
grafía Manuel Mur Oti.
3. MARÍAS, Miguel, Manuel Mur Oti. Las raíces del drama / As raízes do drama, op. cit., pp.34-
36.
Algunas obras de entidad que han estudiado el cine español parecen ratificar el
descrédito general que desde los años 60 rodea a la filmografía del cineasta gallego. La
Enciclopedia ilustrada del cine, por ejemplo, cuyo comité editorial estaba compuesto por
Salvador Clotas, José Luis Guarner y Joaquín Jordá, afirmaba en 1969 que
Pero no solo los diccionarios y enciclopedias arremetieron contra su cine, las com-
pilaciones de cariz histórico tampoco fueron benévolas con la trayectoria profesional del
vigués. Por ejemplo, en el capítulo correspondiente a la década de los años 40 de la obra
Cine español 1896-1983, editada por Augusto Martínez Torres, Emilio Sanz de Soto no
acertaba a escribir correctamente el apellido del cineasta ni la fecha de producción de su
ópera prima:
tras sus comienzos como escritor y guionista tendría una sonora y espectacular
eclosión, debida más al tremendismo y autobombo de sus declaraciones que a
la auténtica valía y sobre todo muy relativo éxito de sus filmes. Sin embargo,
no cabe negar el empeño estilístico de sus primeras obras –eso sí, cargadas de
grandilocuencia y retórica–, colección de desaforados melodramas rurales –
como Un hombre va por el camino (1949) y Condenados (1953)– y urbanos –
caso de Cielo negro (1951)–, donde en todo caso el virtuosismo formal se
reclama más del ridículo que del pretendido barroquismo.7
De un tiempo a esta parte, sin embargo, esa posición hostil para con Mur Oti ha
sido parcialmente revertida gracias a la publicación del libro Las raíces del drama de Mi-
guel Marías, pero también a los comentarios más ponderados que tanto Jesús González
Requena como Carlos F. Heredero incluyeron sobre algunas de sus películas en sus res-
pectivos trabajos Apuntes para una historia de lo rural en el cine español (1988)8 y Las
huellas del tiempo. Cine español 1951-1961 (1993).9
Con todo, el principal hito editorial en la rehabilitación de la figura de Mur Oti como
cineasta lo marca la colección de ensayos compilada por José Luis Castro de Paz y Julio
Pérez Perucha bajo el título de El cine de Manuel Mur Oti, obra colectiva editada con mo-
tivo del homenaje recibido por el gallego en el IV Festival Internacional de Cine Indepen-
diente de Ourense en 1999, y que es a día de hoy el texto analítico más estimable y serio
al que ha dado pie la filmografía del cineasta.10
Pese a sus manifiestas discrepancias de tono y juicio, todos estos trabajos han desta-
cado la excepcionalidad de la filmografía de Manuel Mur Oti en el panorama del cine español
de los años 50, circunstancia que, según Heredero, convierte su obra “en un verdadero punto
y aparte, en una referencia completamente aislada y, al mismo tiempo, en uno de los fenó-
menos más singulares y controvertidos del cine español a lo largo de toda la década”.11
6. SANZ DE SOTO, Emilio en MARTÍNEZ TORRES, Augusto (ed.), Cine español 1896-1983, Ma-
drid: Dirección General de Cinematografía, 1984, pp.134-135.
7. MONTERDE, José Enrique, “Continuismo y disidencia”, en VV.AA., Historia del cine español,
Madrid: Cátedra, 1995, p.267.
8. GONZÁLEZ REQUENA, Jesús, “Apuntes para una historia de lo rural en el cine español”, en
VV.AA., El campo en el cine español, Madrid: Banco de Crédito Agrícola / Filmoteca Española,
1988.
9. HEREDERO, Carlos F., Las huellas del tiempo. Cine español 1951-1961, Madrid: Filmoteca Es-
pañola / Filmoteca de la Generalitat Valenciana, 1993.
10. CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PERUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, IV
Festival Internacional de Cine Independiente de Ourense, 1999.
11. HEREDERO, Carlos F., Las huellas del tiempo. Cine español 1951-1961, op. cit., p.258.
12. ZUNZUNEGUI, Santos, “Identificación de un cineasta. Lugar de Manuel Mur Oti en el cine
español”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PERUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel
Mur Oti, op. cit., p.20.
13. MONTERDE, José Enrique, “Continuismo y disidencia”, op. cit.
14. Ib., p.268.
materializar en sus películas”; “por desplegar lo más sustantivo de su carrera […] entre
el periodo final de los años cuarenta y la estabilización, a mediados de los sesenta de
aquello que fue llamado Nuevo Cine Español”, y finalmente por “poner en pie un conjunto
de obras cuyo universo referencial se aviene de manera consciente y deliberada a la rea-
lidad todavía predominantemente agraria de la sociedad española”.15 Se trata, en opinión
de Pérez Perucha, de una generación acorralada entre los cineastas oficialistas que les
precedieron, mimados por la Administración, y los cineastas “opositores” que les suce-
dieron, aplaudidos por la crítica “de filiación democrática e inconformista”16, por lo que
los renovadores fueron injustamente minusvalorados.
La aproximación al cine de Manuel Mur Oti más fructífera hasta el momento es, sin
duda, la de Santos Zunzunegui, quien se remite directamente a los textos fílmicos de Mur
Oti para “reivindicar tanto una obra (unas obras) como el lugar preciso en el que
ubicarla(s)”.17 El lugar de la obra murotiana dentro de las formas cinematográficas del
cine español se sitúa, según Zunzunegui, dentro del terreno estético de la estilización, en
contraposición al del realismo, y se adscribe más concretamente a lo que él denomina la
veta del mito, vía creativa transitada antes (y después) de Mur Oti por una generosa nó-
mina de cineastas tanto en el cine español como en el de otras latitudes.
Como volveré profusamente sobre estas cuestiones puestas sobre el tapete por
Zunzunegui, por el momento solo apuntaré que, habida cuenta que la historia del cine se
sostiene sobre películas concretas, esta perspectiva que pone en primer término los textos
fílmicos singulares realizados por Mur Oti será la que me guiará para llevar a cabo el pro-
pósito medular de estas páginas: practicar, tal como su propio nombre indica, la Anatomía
de un cineasta pasional en el sentido estricto y biológico del término, entendido como el
“estudio de la estructura, situación y relaciones de las diferentes partes del cuerpo”.18
Pese a que su polifacética actividad artística se extiende a la poesía, el teatro, la
novela o el guión de cine y televisión, el presente trabajo se centra prioritariamente en la
figura de Mur Oti como cineasta y creador de imágenes, por lo que el objeto de estudio
queda delimitado a las películas realizadas por el gallego, desde Un hombre va por el ca-
mino, rodada en 1949, hasta Morir… dormir… tal vez soñar, estrenada en 1976.19 Un total
de dieciséis filmes cuyos mecanismos de funcionamiento interno pretendo destripar (lite-
ramente “sacar lo interior de algo”), para poner en claro, tal como propone la misma de-
finición de anatomía, la estructura que subyace en esos textos fílmicos; la situación que
corresponde a cada uno de esos órganos en el cuerpo global de la filmografía murotiana;
y la manera en la que esas piezas se relacionan entre sí para poner en marcha los signi-
ficados que el organismo fílmico completo (es decir, la filmografía de Mur Oti) encierra.
En ese sentido, casi todos los historiadores y críticos que han abordado el análisis
de la obra cinematográfica de Mur Oti20 han destacado la estrecha coherencia temática,
genérica, narrativa y visual que gobierna en sus cuatro grandes dramas rurales (Un hom-
bre va por el camino, Condenados, Orgullo, 1955; y Fedra, 1956), a los que han consi-
derado, junto a los dramas urbanos Cielo negro (1951) y El batallón de las sombras), el
núcleo central de su filmografía.
Esta coherencia interna presente al menos entre cuatro de sus filmes permite afir-
mar que, con independencia de que sea más evidente en unas que en otras, sus películas
acreditan una continuidad de estilo que erige un universo identificable. Dicho estilo, en-
tendido como sincretismo de elementos temáticos y formales, tiene su primera y más
nítida manifestación en el citado cuarteto de películas (Un hombre va por el camino,
Condenados, Orgullo y Fedra), que configura un sistema que tiene, en forma de varia-
ciones e inversiones, sucesivas réplicas de distinta naturaleza a lo largo y ancho de su
filmografía.
Las siguientes páginas estarán dedicadas a esclarecer en qué elementos o factores
reside esa comunidad de estilo y cómo se concretan los lazos de unión entre los filmes
que conforman la tetralogía de base, para dilucidar después cuál es la condición de las
réplicas sucesivas y en qué manera pueden considerarse proyecciones de ese primer cuar-
teto fundamental.
A tal fin, el presente texto consta de dos partes bien diferenciadas. La primera de
ellas, de carácter historiográfico, es lo que habitualmente se denomina una biofilmografía;
un compendio documentado del perfil y la trayectoria personal y profesional del cineasta
en el marco de su contexto histórico, industrial y cultural: las vicisitudes económicas de
la producción de sus películas, las anécdotas de sus rodajes, la relación con la censura,
la reacción del público y la crítica especializada, los proyectos no realizados y sus colabo-
raciones o contactos con otros directores y productores de su generación. Estas circuns-
tancias vitales e históricas permiten perfilar a partir de ejemplos concretos un retrato
general de la sociedad y la industria cinematográfica de España entre los años 40 y 70,
telón de fondo sobre el que se desarrolló la obra fílmica murotiana.
La descripción de los avatares históricos resulta sin embargo insuficiente a la hora
de fijar los pilares temáticos y estilísticos del universo cinematográfico de Manuel Mur
Oti. Esta tarea, abordada en la segunda parte del libro, requiere ir más allá y apoyarse
20. Entre ellos MARÍAS, Miguel, Manuel Mur Oti. Las raíces del drama / As raízes do drama, op.
cit.; ZUNZUNEGUI, Santos, “Identificación de un cineasta. Lugar de Manuel Mur Oti en el cine
español”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PERUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel
Mur Oti, op. cit.; o VIDAL ESTÉVEZ, Manuel, “Convenciones y devenires”, en CASTRO DE PAZ,
José Luis y PÉREZ PERUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit.
en el análisis textual de raigambre estructuralista que fija la atención en los textos fílmicos
concretos, y para el que dicho contexto resulta de utilidad a condición de que sea perti-
nente y esté inscrito en el propio texto fílmico.
Esta hibridación metodológica fue cultivada con felices resultados en la Antología
crítica del cine español 1906-1995, trabajo de indudable referencia en el que participaron
los analistas más prestigiosos de la historiografía del cine español.21 En este caso, aunque
ambas partes pueden ser leídas independientemente, solo la acción conjunta de estas
dos herramientas de estudio complementarias permitirá establecer con ciertas garantías
el valor real de la filmografía de Mur Oti.
21. PÉREZ PERUCHA, Julio (ed.), Antología crítica del cine español 1906-1995, Madrid: Cáte-
dra-Filmoteca Española, 1997.
BIOFILMOGRAFÍA
CAPÍTULO 1
ÉRASE UNA VEZ MANUEL MUR OTI
1. EL GALLEGO ERRANTE
Antes de llegar, casi de casualidad, al cine Manuel Mur Oti era ya hombre de natu-
raleza inquieta, de mil oficios y mil viajes, que no sabía muy bien si el lugar exacto de su
nacimiento había sido en la cárcel donde trabajaba su padre o en el barrio de Las Travie-
sas. Lo único que sabía a ciencia cierta era que el alumbramiento había tenido lugar en
Vigo (Pontevedra) el día 25 de octubre de 1908.
Era el menor de los cuatro hijos, y el único varón (sus hermanas se llamaban Pilar,
Julia y Concha), del matrimonio formado por Manuel Mur y Matilde Oti: él, zaragozano y
funcionario de la prisión de Vigo; ella, natural del pueblo cántabro de Entrambasaguas,
aunque de ascendencia flamenca.
El padre de Manuel compaginaba su labor de funcionario de prisiones con su dedi-
cación a la industria licorera, razón por la que tras unos años de feliz infancia en Galicia,
la familia se trasladó a Santoña siguiendo al patriarca. Este había resuelto abrir un nuevo
y mayor negocio de licores en Santander, alternando esta actividad con un cargo en el
penal del Dueso. Al decir del cineasta, en esa pequeña localidad costera nació su afición
por la poesía, alimentada por las obras clásicas de Stendhal, Dickens, Quevedo o Garcilaso
que su madre leía a sus hijos por las tardes.
Fue su madre también quien le llevó por primera vez al teatro y al cine, que curio-
samente no causó buena impresión al pequeño Manuel. Se trataba de la película Assunta
Spina (Francesca Bertini y Gustavo Serena, 1915), y Mur Oti recordaba que “hecho yo al
teatro, juzgué torpe la narración visual. La actriz, atada todavía a un arte milenario –el te-
atro–, daba al gesto una fuerza, una expresión, un dramatismo, creado para cubrir la
enorme distancia que va desde el escenario hasta el espectador. Y la cámara fotográfica
saltaba de un lado al otro de la estancia en que latía el drama, extemporáneamente, y siem-
pre en un formato inadecuado”.22 Impresiones premonitorias que constituyen el primer jalón
de una obsesión por la forma que lo acompañaría a lo largo de su carrera fílmica.
El negocio de su padre prosperó y toda la familia hubo de trasladarse a Santander,
donde Manuel Mur se encargaría de la fábrica a tiempo completo. El menor de sus hijos
le ayudaba en la creación de licores, pero las esperanzas paternas de que le sucediera en
sus labores de industrial no fructificaron. Su madre ya había dirigido los pasos del mu-
chacho hacia el arte.
El cine, sin embargo, aún estaba lejos del horizonte de Mur Oti. La Primera Guerra
Mundial encareció los precios de la materia prima de la destilería de su padre, por lo que
en 1923 la familia se trasladó a Cuba en busca de nuevos mercados.
Allí comenzó Mur Oti, con tan solo quince años, a trabajar como tajador marcando
los troncos que se trasladaban por el río Cauto. Y allí también, en la provincia de Manza-
nillo, emprendió su trayectoria como escritor, que fue siempre su primera vocación. Co-
laboró en la revista Orto23, primero escribiendo versos y posteriormente como corrector
de pruebas. En el año 1924 empezaron a publicarse sus versos en la página literaria del
Diario de la Marina de La Habana, y cinco años más tarde, en 1929, la editorial Orto sa-
caba a la luz su primer libro titulado Espirales. Se trataba de una compilación de versos
entre los que destacó La canción de los gallos en la noche, poema que, según sus pala-
bras, se incluyó en una antología denominada Poesía infantil recitable junto a otras obras
de Alberti, Lorca o Dámaso Alonso.24
22. MUR OTI, Manuel, “Autobiografía”, en MARÍAS, Miguel, Manuel Mur Oti. Las raíces del drama
/ As raízes do drama, op. cit., p.195. Obligada por la carencia de datos de otras fuentes en esta
primera parte de la biofilmografía, anterior a la incursión de Mur Oti en la industria cinemato-
gráfica, me ceñiré a las anotaciones autobiográficas que el propio protagonista recoge en este
escrito.
23. La Gaceta Literaria en su índice de revistas ibéricas definía a Orto como “revista de difusión
cultural, que a través de temas líricos y metafísicos busca un aumento de la sensibilidad cubana.
Misticismo, espiritualidad y realidad. Formas de excursión del arte a través de la cultura. Todas
las formas del ensueño. Y todos los caminos de la emoción”. Parece, pues, que el tono de la re-
vista se ajustaba perfectamente a las inquietudes míticas y telúricas que Mur Oti exhibió en su
posterior obra fílmica (nº 77, 1 de marzo de 1930).
24. Eso es al menos lo que Mur Oti afirma, puesto que ni en la Biblioteca Nacional Española ni
en la Biblioteca Nacional José Martí de Cuba existe registro de dicha publicación. También ase-
gura el gallego que ante la calidad de este poema Ernesto Giménez Caballero escribió en La Ga-
ceta Literaria: “Manuel Mur Oti, el mejor poeta de habla española desde Cervantes hasta aquí”.
Tras un repaso a los ejemplares de esta revista microfilmados en la Biblioteca Nacional no he
podido encontrar tal referencia.
25. “Este hombre una de las cosas que hizo fue vender perfumería, y sobre todo iba a Canarias
a venderla. Sabía que aquellos perfumes que llevaba, sobre todo los lápices de labios, se enran-
ciaban al pasar el mar. En aquel momento en Canarias había compañías francesas, compañías
inglesas… todo el mundo vendía allí perfumes y cosas baratísimas, y él lo vendía carísimo y
malo. Pues lo vendía siempre. Y se iba a otro lado, a otra isla, y vendía siempre… Quiero decir
que él era un gran vendedor. Él sabía hacer propaganda y sabía vender”. Entrevista personal
con Juan Mariné (abril de 2005).
26. Más tarde, en 1948, Manuel Mur Oti y Francisco Rovira-Beleta, firmaron juntos el guión de
la película Noventa minutos, cuarto guión de Manuel Mur Oti llevado a la pantalla bajo la di-
rección de su amigo Antonio del Amo en 1949.
27. Antonio Vich era hijastro de un hermano de Manuel Mur padre. Vich abandonó su promete-
dora carrera de médico atraído por los focos del cine casi al mismo tiempo que su amigo Manuel.
Trabajó como jefe de producción en algunas de las películas de Mur Oti (ver filmografía anexa)
28. CASTRO, Antonio, “Manuel Mur Oti, un intelectual amante del melodrama”, Dirigido por, nº
247, 1996, p.65.
29. Así los definía él mismo en MARTÍNEZ TORRES, Augusto, “Manuel Mur Oti, los problemas
del genio”, en Cineastas insólitos. Conversaciones con directores, productores y guionistas es-
pañoles, Madrid: Nuer, 2000, p.117.
30. CASTRO, Antonio, “Manuel Mur Oti, un intelectual amante del melodrama”, op. cit., p.55.
De hecho, el cineasta mantuvo esta posición distante respecto a los asuntos políticos a lo largo
de su dilatada vida. Así lo confirma al menos Juan Mariné: “Ni se clasificaba políticamente, ni lo
pensaba. Él se debía al arte, él no tenía política ninguna. Ni se molestaba en hablar de Franco
ni en hablar de los comunistas” (Entrevista personal, abril de 2005).
aliento tras la trágica contienda. El futuro cineasta volvió al comercio de licores mientras
ultimaba su libro Destino negro, novela de aventuras acerca de la trata de esclavos, inspi-
rada (y debidamente documentada) por sus viajes a África31 y sus vivencias cubanas.
Caminando por Madrid quiso el azar que Manuel se encontrara fortuitamente con
Antonio del Amo, antiguo compañero en la división del Campesino. Del Amo había cola-
borado en las películas supervisadas por Luis Buñuel para Filmófono durante la II Repú-
blica, había sido el responsable de la sección cinematográfica en la división del
Campesino, y en la posguerra había trabajado como ayudante del director Rafael Gil, al
que había salvado la vida durante la contienda. Mur Oti le habló de la novela que estaba
preparando y este le advirtió que en aquel argumento podía haber una película intere-
sante. Siguiendo las indicaciones de su amigo, Mur Oti adaptó la novela, aún inacabada,
a las pautas del guión cinematográfico y lo presentó al concurso del Sindicato Nacional
del Espectáculo, apurando al máximo el plazo establecido.32 Pese a su completa inexpe-
riencia en materia cinematográfica Mur Oti obtuvo con Destino negro el segundo premio
en el certamen.
El guión no llegó a realizarse a causa del elevado coste requerido para llevar a la
pantalla las aventuras marítimas del capitán Loureiro, si bien fue objeto, como trataremos
más adelante, de un rocambolesco proyecto promovido en 1950 por Jungla Films. El in-
esperado premio, empero, abrió ante el gallego un nuevo e insospechado horizonte de
ambiciosas posibilidades creativas y profesionales, hacia el que partió sin billete de re-
torno.
31. Aunque en su autobiografía Mur Oti no hace hincapié en ello, sus aventuras no se circuns-
cribieron solo a tierras cubanas, sino que abarcaron prácticamente todo el globo. Su amigo José
Luis Gómez Tello le dedicó una semblanza en las páginas de Primer Plano (nº 476, 27 de no-
viembre de 1949) en la que mencionaba brevemente sus andanzas desde el Congo a Haití, pa-
sando por Norteamérica, Guinea y Sierra Leona. Años más tarde, en julio de 1953, la misma
revista (nº 666) ilustró la pequeña columna titulada “El Genio siempre fue Genio” con fotografías
del cineasta en Calcuta o Cachemira.
32. De hecho, en varias ocasiones explica que el día que expiraba el plazo las oficinas del Sin-
dicato ya estaban cerradas cuando él llegó. El futuro guionista tuvo la fortuna de que Rafael Gil
se presentara en aquel mismo momento, también con retraso, y reclamara que le abrieran la
puerta a él, y por consiguiente, al desconocido que tenía a su lado (MARÍAS, Miguel, Manuel
Mur Oti. Las raíces del drama / As raízes do drama, op. cit., pág. 223 y MARTÍNEZ TORRES, Au-
gusto, “Manuel Mur Oti, los problemas del genio”, en Cineastas insólitos. Conversaciones con di-
rectores, productores y guionistas españoles, op. cit, p.119).
33. Voz “Sagitario Films”, en BORAU, José Luis (comp.), Diccionario de cine español, Madrid:
Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España / Alianza Editorial, 1998.
modo en su nueva empresa a un grupo de reconocidos republicanos como Mur Oti, Del
Amo, Berenguer o Mariné.34 Lo cual demuestra que más allá de la función de vehículo
de difusión y reforzamiento de los valores nacionalcatólicos que el aparato guberna-
mental pretendía otorgarle al cine, este se había convertido en los años 40 en un nego-
cio de rápido beneficio, en el que no todos se introducían movidos por sus vocaciones
artístico-culturales. Parece evidente, pues, que, diferencias ideológicas al margen, el
negocio era el negocio.35
Con estos antecedentes podría suponerse que la trayectoria de Sagitario Films re-
sultaría breve y poco fructífera, más interesada en la obtención de un provecho económico
inmediato y la satisfacción de las puntuales inquietudes creativas de sus promotores, que
en la búsqueda de una estabilidad y planificación empresarial con vistas a mantenerse
activa durante largo tiempo en la industria. Sin embargo, en el haber de la productora
hasta su cese de actividades en territorio español en 1951 figuran diez películas realizadas
a lo largo de cinco años, algunas de ellas de notable interés artístico. Una hoja de resul-
tados que la llevó a convertirse en una de las marcas españolas con mayor nivel de pro-
ducción en la década de los años cuarenta, aunque muy por detrás, evidentemente, de
las poderosas CIFESA, Suevia Films y Emisora Films.
Rodada en los estudios Chamartín entre mayo y agosto de 1947, Cuatro mujeres
se estrenó el 8 de diciembre de ese mismo año en el cine Rex de Madrid. El filme entu-
siasmó a la crítica bastante más que a la Junta Superior de Orientación Cinematográfica,
que consideró su argumento “falso”, “artificioso” e “inverosímil”. Las revistas de cine, en
cambio, la acogieron con elogios generalizados para Antonio del Amo, al que auguraban
un prometedor y brillante futuro. Pero mientras las alabanzas a la realización fueron uná-
nimes por parte de la prensa especializada, el guión del debutante Manuel Mur Oti fue
objeto de mayores discrepancias.
Lo cierto es que Mur Oti no había concebido un guión al uso, sino que había dividido
la película en capítulos independientes, adoptando una técnica narrativa cuyos antece-
dentes cinematográficos más recientes eran Carnet de baile (Un carnet de bal, Julien Du-
vivier, 1937), Seis destinos (Tales of Manhattan, Julien Duvivier, 1942) o Al morir la noche
(Dead of Night, Alberto Cavalcanti, Basil Dearden, Charles Crichton y Robert Hamer,
1945).36 Así, Cuatro mujeres exponía cuatro historias de amor protagonizadas por otros
34. Ya he dicho que Mur Oti y Antonio del Amo se conocieron durante la guerra en la División
del Campesino, y este último incluso estuvo encarcelado. Berenguer y Mariné, por su parte, ha-
bían trabajado durante el conflicto bélico como operadores de Laya Films, productora de noti-
ciarios y documentales de guerra para la Generalitat de Catalunya.
35. Así lo explicaba el propio Antonio del Amo: “cada permiso (de importación) valía un millón
de pesetas y, en aquella época, una película buena podía costar unos dos millones. Entonces, el
cine sí era un negocio, porque el Estado ayudaba mucho y las películas, además, costaban muy
baratas” (GALÁN, Diego y LARA, Fernando, Dieciocho españoles de posguerra, Barcelona: Pla-
neta, 1973, p.129).
36. En realidad Mur Oti había empleado una fórmula similar en su novela Destino negro, aún sin
publicar por aquellas fechas. Apoyado en una mínima trama central el autor desgrana numerosos
relatos en los que reside el auténtico interés y valor narrativo de la obra.
tantos hombres (interpretados respectivamente por Fosco Giachetti, Tomás Blanco, Carlos
Muñoz y Luis Prendes) y una mujer que a todos les parecía la misma aunque bajo dife-
rentes nombres (la italiana Maria Denis).
Radiocinema celebró la audacia y originalidad de la propuesta de Mur Oti definiendo
su guión como “ambicioso en el concepto, vigoroso en la trama, correcto en el diálogo, y,
sobre todo, auténticamente cinematográfico”.37 Y Primer Plano incluso anteponía lo “mo-
derno, sugestivo y auténticamente original” del guión al valor de la realización a la hora
de ponderar la calidad de la película: “No nos equivocamos al afirmar que si este guión
hubiera caído en manos de un director veterano, el cine español se habría encontrado de
repente con una de las mejores películas de hace mucho tiempo”.38 Del otro lado, Víctor
Pascual destacaba en Imágenes que era precisamente el guión lo que fallaba en una pe-
lícula que, con todo, demostraba indudable calidad en la realización e interpretación.39
Mur Oti iniciaba así su carrera en el cine bajo el signo de la polémica, una polémica
que ya no lo abandonaría a lo largo de su dilatada trayectoria. Pero además, con Cuatro
mujeres también emprendió su propia campaña de autopromoción, una meditada estra-
tegia de propaganda de su propia personalidad, difundida desde cualquier púlpito público
que le pudiera servir de altavoz, y que se convirtió en una constante en su carrera. Mues-
tra de ello es la entrevista concedida a Alfredo Tocildo para la revista Cámara en febrero
de 1948, en la que el recién estrenado escritor cinematográfico se presentaba ante el pe-
riodista de esta guisa: “Buenas tardes. Yo soy Mur Oti, el mejor guionista de España y
uno de los primeros del mundo. Bueno, será preferible decir que soy el mejor de todos.
¿No le parece?”. Tras tan demoledora afirmación, Mur Oti desplegaba con incontenible
verborrea las más variadas disquisiciones sobre el cine, dejando clara su postura acerca
de esa nueva expresión artística con la que había empezado a experimentar: “A mí el es-
tilo que me apasiona es el de Al morir la noche. Fantasía, imaginación. El cine es inventar,
inventar constantemente, sin trabas ni medidas”. Y cerraba la entrevista con una adver-
tencia sobre el personaje que a partir de ese momento y conscientemente iba a crear
ante la opinión pública para publicitarse y evitar la indiferencia de la prensa:
Usted se habrá creído que soy presuntuoso, fatuo y engreído. Pues, no, señor;
se equivoca. Lo que pasa es que a mí me gusta aparecer ante la gente así. A
unos les interesa parecer tímidos; a otros, desvergonzados; a mí me encanta
parecer lo que no soy. En el fondo no me considero genio; considero algunos
de mis guiones buenos; otros, menos buenos; sé que tengo imaginación; pero
otros muchos la tienen también. En una palabra: que no soy tan cretino que
me crea un superdotado, ni tan necio que me crea un tonto. Soy un hombre
corriente, ni más ni menos.40
41. A falta de los datos oficiales del control de taquilla que en España no se implantó hasta 1965,
adoptaré en este trabajo el sistema propuesto por Julio Pérez Perucha para calibrar el éxito co-
mercial de una película española en los años anteriores a esa fecha, a saber, contabilizar los
días que la misma se mantuvo en cartel en el local de estreno, admitiendo desde luego, tal y
como lo hace el propio historiador, el inevitable (e irresoluble) margen de error que esta fórmula
conlleva (PÉREZ PERUCHA, Julio, El cine de Edgar Neville, Semana Internacional de Cine de Va-
lladolid, 1982).
42. Cámara, nº 138, 1 de octubre de 1948, p.4.
43. Imágenes, nº 40, octubre de 1948.
44. Expediente de censura, nº 8.332 (Archivo General de la Administración: caja 36/03332 -
signatura 34.333).
Los siguientes guiones escritos por Mur Oti para Antonio del Amo, Alas de juventud
y Noventa minutos, presentan una calidad visiblemente inferior a la de los dos anteriores.
Es preciso señalar que en ambas, a diferencia de los trabajos precedentes, colabora con
otros guionistas, Antonio Pumarola en la primera, y Francisco Rovira-Beleta en la segunda.
Sin embargo, existe una razón más poderosa que justifica la creciente indiferencia de Mur
Oti respecto a sus colaboraciones con Del Amo, y es sin duda que por la cabeza del am-
bicioso gallego ya empezaba a rondar la idea de ocuparse personalmente de la dirección
de sus historias.
Alas de juventud (1949), quinta producción de Sagitario Films, suponía otra vuelta
de tuerca de la exitosa Botón de ancla (Ramón Torrado, 1947), aunque en esta ocasión
la exaltación de la camaradería y el heroísmo militar y patriótico se habían trasladado a
la Academia General del Aire.45 Juan Mariné explica que, de hecho, Mur Oti ya había co-
laborado en el guión de Botón de ancla (en la que él mismo fue segundo operador), aun-
que su intervención nunca fuera oficialmente acreditada.
Cesáreo González le obligó a hacer un guión que él no quería, pero del que tuvo
que hacer parte, que era Botón de ancla. Lo tenía encerrado en un bar que
había detrás de Chicote en la Gran Vía. Yo iba muchas veces a verles y estaban
escribiendo. Como Mur Oti le debía dinero (no sé qué negocio habían tenido),
Cesáreo González le dijo: «oye, tú tienes que escribir para saldar la deuda». Y
el otro estaba cabreado: «mira que escribir yo una cosa de guardiamarinas…».
Pero bueno, hicieron una cosa que funcionó.46
45. Los exteriores de la película, que originalmente se iba a titular Detrás de las nubes, se ro-
daron, según Primer Plano (nº 474, 13 de noviembre de 1949) en los aeródromos y Academias
de San Javier, León y Getafe, con la presencia de los propios alumnos pilotos y el preceptivo
asesoramiento y supervisión del Ejército del Aire.
46. Entrevista personal (abril de 2005).
47. Crítica de GAUNA, Ángel. G. en Imágenes, nº 60, junio de 1950.
48. Expediente de censura nº 9.354 (Archivo General de la Administración: caja 36/03366 - sig-
natura 34.367). Las anteriores películas a las que se refiere Peláez son los dos primeros largo-
metrajes de Antonio del Amo (de los que ya hemos dado cuenta), El señor Esteve de Edgar
Neville (1948) y La fiesta sigue de Enrique Gómez (1948).
49. Fue Sagitario Films quien solicitó en primera instancia el permiso de rodaje que fue concedido
el 9 de junio de 1948. Dicho permiso fue transferido a Barnola el 24 de enero del año siguiente,
comenzando el rodaje casi de inmediato. Noventa minutos fue la segunda y última película pro-
movida por esta empresa que se hundió tras acometer la brillante, pero comercialmente catas-
trófica, Vida en sombras de Lorenzo Llobet-Gràcia (1948).
50. CASTRO, Antonio, El cine español en el banquillo, Valencia, Fernando Torres, 1974.
51. Nº 185, 15 de septiembre de 1950.
52. Fotogramas, nº 90, 24 de junio de 1950.
En 1949 tienen lugar dos hitos en la trayectoria profesional de Manuel Mur Oti que
marcarán su rumbo definitivamente. Por un lado, se publica su primera (y única) novela
Destino negro; por otro, se estrena su ópera prima cinematográfica, Un hombre va por
el camino.
El hecho de que su novela hubiera quedado finalista del Premio Nadal el año ante-
rior, por detrás de Sobre las piedras grises de Sebastián Juan Arbó, supuso un punto de
inflexión en la carrera profesional de Mur Oti. El gallego, que siempre hizo gala de un nar-
cisismo exagerado hasta lo teatral, esperaba obtener con su primera obra el premio lite-
rario nacional más prestigioso de la época. A la decepción de no cumplir su sueño en el
mundo de las letras, se unió el clamoroso éxito que obtuvo en el de las imágenes fílmicas.
Y con su enorme ego henchido de alabanzas abandonó la escritura literaria, que había
sido su primera vocación, para inyectarse definitivamente el veneno del cine. “Si me hu-
bieran dado el premio, hoy habría en mí un novelista en vez de un director de cine. No sé
si felicitar a la novela española o acompañarla en el sentimiento. Con la modestia que me
caracteriza, considero que debo acompañarla en el sentimiento”.53
Manuel Mur Oti acostumbraba a asistir a los rodajes de sus guiones a cargo de An-
tonio del Amo, y a los de otros filmes en los que su amigo Berenguer ejercía de operador
jefe para otros directores. Cuenta el gallego que durante la realización de Alas de juven-
tud, Manuel Berenguer, conocedor de las íntimas inquietudes que bullían en el interior de
su amigo por asumir mayores responsabilidades artísticas, le animó a que propusiera a
Sagitario Films la idea de dirigir él mismo su póximo guión. Mur Oti ya tenía escrita una
historia sencilla, con pocos actores, barata y que debía rodarse casi íntegramente en ex-
teriores. Se titulaba Un hombre va por el camino y tales condicionantes la convertían en
la película ideal para su debut como realizador.
La opinión general fue que a todos les parecía muy precipitado, muy falto de
experiencia, mi paso a la dirección. Que debía ir madurándome a través del ro-
53. VADILLO, Fernando, “Manuel Mur Oti, de novelista defraudado a guionista y director de cine”,
Tele-Radio, nº 337, 8-14 de junio de 1964, p.30.
daje de dos o tres películas más. El asenso fue unánime. Pero, eso sí, a falta de
Manolo Berenguer que garantizó con su sueldo toda posible pérdida que yo pu-
diera producir con mi dirección. Y se aceptó.54
Parece que la guerra (la mundial o la española) había sido la fuente de inspiración
inicial del gallego al escribir la primera versión de Un hombre por el camino que, según
sus palabras, se vio obligado a modificar. Años más tarde, en 1981, Mur Oti aseguraba
54. Manuel Mur Oti, “Autobiografía”, en MARÍAS, Miguel, Manuel Mur Oti. Las raíces del drama
/ As raízes do drama, op. cit., pág. 225.
55. Resulta curioso comprobar que probablemente Un hombre va por el camino habría sido la
película escrita por Mur Oti que mejor se ajustaba al tipo de cine que en varias ocasiones Antonio
del Amo señaló como su ideal frustrado. Un cine más realista, más humano y desarrollado fuera
de los estudios, que solo consiguió materializar en Día tras día (1951).
56. Primer Plano, nº 458, 24 de junio de 1949.
57. Ib.
que deseaba realizar un remake de su ópera prima tal y como la había soñado en un prin-
cipio, dado que
A falta de la primera versión del guión es imposible saber a ciencia cierta en qué
consistieron exactamente tales modificaciones, ni cuál era el espíritu primigenio de la his-
toria. La sinopsis que la productora entregó a los lectores de la Junta Superior de Orien-
tación Cinematográfica el 8 de julio de 1949, se ajusta completamente a la trama de la
película tal y como se conserva hoy en día. El texto presenta al protagonista Luis como
médico de profesión aunque no se llegan a especificar las “dramáticas causas” (sic.) que
provocan su conversión en vagabundo. Tampoco los informes de los lectores, Luis García
Velasco y F. Fernández y González, hacen alusión alguna al conflicto que Mur Oti menciona
más arriba y autorizan su realización sin oponer reparos.59
Sea como fuere, y con el preceptivo permiso de rodaje en la mano, Mur Oti manda
construir una cabaña en Riaño, en los Picos de Europa leoneses, y traslada a todo su
equipo a esos hermosos y agrestes parajes para plasmar en imágenes su primera película.
El rodaje en exteriores se inicia el 17 de julio de 1949, con los profesionales de confianza
de la productora que ya habían arropado a Antonio del Amo en sus primeros largometra-
jes: Manuel Berenguer como director de fotografía, Jesús García Leoz encargado de la
composición de la música, Sigfrido Burmann a cargo de los decorados y Antonio Vich
como jefe de producción. Teniendo en cuenta que se trataba de una película centrada bá-
sicamente en dos personajes, Sagitario Films también intentó asegurar cierta solvencia
en el plantel interpretativo, ofreciendo a la consagrada Ana Mariscal60 el papel protago-
nista, junto a un Fernando Nogueras que, tras su debut en Senda ignorada de Nieves
58. LÓPEZ CLEMENTE, José, “Directores españoles de ayer. Manuel Mur Oti”, Arte Fotográfico,
nº 354, junio de 1981, p.756. En realidad Manuel Mur Oti ya se había manifestado en idénticos
términos veinte años antes en una entrevista concedida a la revista Radiocinema (nº 530, 17
de mayo de 1962, pp.12-13 y 32). En ella insistía en su deseo de volver a realizar Un hombre
va por el camino “pero con el final que estaba previsto en el guión. Entonces no me dejaron en
la productora; ahora será diferente. Es el final precisamente lo que tiene mayor humanidad y
fuerza, y así la realizaré”.
59. Expediente de rodaje nº 135-49 (Archivo General de la Administración: caja 36/04713 - sig-
natura 13.127).
60. Desde su participación como figura femenina principal en Raza de José Luis Sáenz de Heredia
(1941), y tras una prolífica actividad durante toda la década, Ana Mariscal se había convertido,
junto a Amparo Rivelles, en una de las primeras actrices del cine español. La actriz y el director
solo volverían a coincidir en una ocasión, esta vez con los roles invertidos, cuando Mur Oti ac-
cedió a interpretar un papel anecdótico, precisamente de director de cine, en la película Segundo
López, aventurero urbano dirigida por Mariscal en 1952.
Conde (1946), aún no había acabado de despuntar (y que de hecho, nunca llegaría a ha-
cerlo a pesar de su buen hacer en esta película).
Sagitario Films apuntaló, pues, con sólidos postes el proyecto del novato Mur
Oti, no en vano se estaba embarcando en una apuesta muy arriesgada. El aventurero
vigués no procedía del mundo del cine y tampoco había ejercido previamente de me-
ritorio ni ayudante de cineastas más experimentados. Sin embargo, el perseverante
gallego palió esa deficiencia con voluntad autodidacta preparándose a conciencia, muy
probablemente con el asesoramiento de Berenguer, y empapándose al máximo de los
rudimentos técnicos necesarios antes de acometer la dirección de la película (funcio-
namiento de la cámara cinematográfica, óptica, etc.). Como buen poeta (o al menos
así se autodefinía él) la estética era una de sus principales y reconocidas obsesiones:
“el cine es para mí fundamentalmente exigencia plástica, elegancia del encuadre, un
arte preceptuado de cuadros en movimiento, que empezaban en belleza y terminaban
en belleza. Siempre pienso el encuadre cuando dirijo, con conocimiento de las posibi-
lidades de la cámara”.61
Ese conocimiento y dominio preciso de las posibilidades de la cámara se convirtió
en la clave para alcanzar el ideal estético-pictórico que Mur Oti persiguió desde los pri-
meros fotogramas de su filmografía. Y dicha obsesión formal se tradujo, a efectos prác-
ticos, en una fórmula de trabajo que algunos de los grandes directores de Hollywood ya
habían ejercido: el guión de hierro.
61. LÓPEZ CLEMENTE, José, “Directores españoles de ayer. Manuel Mur Oti”, Arte Fotográfico,
op. cit., p.756.
62. CASTRO DE PAZ, José Luis y PENA, Jaime J., “Una tentativa de entrevista a Manuel Mur Oti”,
Vértigo, nº 8/9, diciembre de 1993, pp.53-54. Así me lo han corroborado personalmente el ope-
rador Juan Mariné y la actriz Susana Canales (Cielo negro). Mur Oti tenía las ideas clarísimas
sobre cómo debían rodarse sus películas, y se mostraba absolutamente intransigente con las
sugerencias que sus colaboradores pudieran aportar al respecto.
63. Entrevista personal (octubre 2008).
tográficamente las imágenes soñadas por la bulliciosa cabeza de Mur Oti; y a Berenguer
colaborar con el gallego le complacía especialmente porque “fotográficamente Mur Oti me
presentaba problemas muy interesantes”.64 La mencionada Cielo negro fue sin duda la
obra murotiana en la que Berenguer tuvo más libertad para experimentar técnicamente,
sin embargo, Un hombre va por el camino le permitió emplear por primera vez en España,
y en una época en la que el aislamiento autárquico complicaba sobremanera el aprovisio-
namiento de material fotográfico, negativos infrarrojos encargados especialmente a la
casa Kodak de Londres.65 Este tipo de emulsión se utilizaba para mejorar el efecto de la
noche americana en los exteriores nocturnos, sin embargo, Berenguer también se valió
de ella en planos diurnos con el fin de obtener resultados más plásticos en las nubes y las
espigas de trigo, tal y como se había hecho en Pasión de los fuertes (My Darling Clemen-
tine, 1946) y Fort Apache (1948), ambas de John Ford.66
La apuesta de Sagitario Films dio de lleno en la diana, puesto que Un hombre va
por el camino se convirtió en un enorme éxito en cuanto a rentabilidad económica y a re-
percusión pública. Por un lado, la película resultó baratísima: el coste total que la pro-
ductora justificó ante la Dirección General de Cinematografía y Teatro no alcanzaba el
millón setecientas mil pesetas, y estaba incluso por debajo de las previsiones que habían
presentado en el momento de solicitar el permiso de rodaje.67 De modo que la clasificación
de Primera que le otorgó la Junta Superior de Orientación Cinematográfica, con la consi-
guiente concesión de dos licencias de doblaje, era ya suficiente para amortizar sobrada-
mente el desembolso realizado.
Pero además, Un hombre va por el camino, estrenada la víspera de la Nochevieja
de 1949 en el cine Rex de Madrid, permaneció en cartel durante 17 días y se convirtió en
un inusitado éxito de crítica que revolucionó la industria cinematográfica española cuando
la sombría década de los años 40 comenzaba a dar sus últimos coletazos.
64. LLINÁS, Francisco, “Entrevista con Manuel Berenguer”, en LLINÁS, Francisco, Directores de
fotografía del cine español, Madrid: Filmoteca Española / ICAA, 1989, p.185.
65. Con todo, el cómputo total del gasto de materiales técnicos aportado por la productora tan
solo asciende a 129.741,55 pesetas, una cifra en absoluto desorbitada para la época.
66. Así lo explica Berenguer en Cámara, nº 162, 1 de octubre de 1949. Pasión de los fuertes fue
fotografiada por Joseph MacDonald y Fort Apache por Archie Stout. A pesar de formarse en Ale-
mania y haber iniciado su carrera como operador en la UFA, el trabajo de Berenguer siempre
estuvo más influido por el cine norteamericano que por la tradición germánica que Enrique Guer-
ner introdujo y extendió entre los operadores españoles.
67. Manuel Mur Oti afirma en varias entrevistas (Radiocinema, nº 530, 17 de mayo de 1962,
p.32; José López Clemente, op. cit., p.755; Antonio Castro, “Manuel Mur Oti, un intelectual
amante del melodrama”, Dirigido por, nº 247, 1996, p.56; y Augusto Martínez Torres, “Manuel
Mur Oti, los problemas del genio”, en Cineastas insólitos. Conversaciones con directores, pro-
ductores y guionistas españoles. Madrid: Nuer, 2000, p.122) que la película costó alrededor de
685.000 pesetas, lo cual resulta harto inverosímil. Sin embargo, Juan Mariné insinúa que, cier-
tamente, el coste real de la cinta pudo ser aún menor de lo que la empresa indicó en su mo-
mento: “llega Un hombre va por el camino, y ya Mur Oti se compra un coche fenomenal, un
descapotable para los exteriores, porque él necesitaba que le diera el aire en la cara para librarse
de malos pensamientos y esas cosas… Compró el coche y rodaron con tres pesetas la película.
Y quedó Un hombre va por el camino, que es una película que apuntaba mucho pero que el con-
tenido era poquito” (Entrevista personal, abril de 2005).
2. HA NACIDO UN GENIO
68. CASTRO DE PAZ, José Luis, Un cinema herido, Barcelona, Paidós, 2002, pp.71-72.
69. Primer Plano, nº 459, julio de 1949.
70. Cámara, nº 162, 1 de octubre de 1949. En los planos exteriores Berenguer se valió exclusi-
vamente de la luz del sol y las pantalla reflectoras, prescindiendo del habitual apoyo de los focos,
casi imprescindible para compensar la escasa sensibilidad del celuloide de la época.
sibilidades que el cine realista puede encontrar en España”. Asimilaba el valor que Mur
Oti había concedido a la Naturaleza con el que esta poseía en el cine de Robert Flaherty
y consideraba que el gallego se había colocado con una sola película en “la primera fila
de los directores”.71
Jesús Bendaña exaltaba en Radiocinema la belleza de los encuadres, la fotografía,
la música, el “argumento con contenido humano, unos personajes con vida propia” y
sobre todo la osadía de Mur Oti en su primer largometraje “rompiendo los viejos moldes
e incorporándose al rumbo nuevo del cine universal de hoy”.72 La crítica de Cámara73
también señalaba como principales virtudes de la película su “audacia, valor, inquietud y
un espíritu rebelde que le aleja de todo lo manido y vulgar”, y la consideraba “una película
interesantísima y llamada a dejar una profunda huella en nuestra cinematografía”, a pesar
de que el guión fallaba en su segunda mitad. María Luz Morales, redactora de Fotogramas,
se manifestaba en sentido similar al lamentarse por el giro final de la película hacia el
melodrama, puesto que el retrato inicial de ese Hombre y esa Mujer “de carne y hueso”
le habían parecido encomiables, así como la manera en que el relato fílmico se había en-
raizado no solo en la corriente del neorrealismo italiano sino también en la más pura tra-
dición realista española, sin caer en excesos folclóricos.74
Tan solo la revista barcelonesa Imágenes vertía opiniones discrepantes en torno
a la película. Mientras Ángel G. Gauna sentenciaba que, a pesar de no ser una obra re-
donda, “Un hombre va por el camino señala a nuestro cine cuáles son las coordenadas
de su futuro”75, Enrique Riera se mostraba bastante cáustico con el cineasta novel: “Un
hombre va por el camino, película de Mur Oti que llegó a defraudarnos… A propósito:
después de ver el filme neorrealista de Mur Oti –¿todavía hay que descubrir esas cosas?–
nos preguntamos: ¿vale el guión original de Destino negro las 125.000 pesetas que le
han pagado?”.76
En definitiva, y polémicas a un lado, el breve repaso a las críticas de las principales
revistas cinematográficas de la época evidencia que la primera creación fílmica de Mur
Oti fue acogida por el cine español como una auténtica y prometedora revelación, que se
vio refrendada en la entrega de premios del Círculo de Escritores Cinematográficos
(CEC)77 de 1950 con los galardones correspondientes a la mejor fotografía (Manuel Be-
renguer), mejor actriz principal (Ana Mariscal), mejor composición musical (Jesús García
Leoz) y el Premio Jimeno al mejor director novel para Manuel Mur Oti.
Había nacido el Genio. El personaje vanidoso y grandilocuente que Mur Oti había
presentado en aquella primera entrevista para la revista Cámara comenzó a crecer y des-
arrollarse a medida que ocupaba espacio y páginas en una prensa oficialista interesada
en obtener grandes titulares que maquillaran la mediocridad de una industria española
muy alejada del glamour hollywoodiense. Mur Oti adoptó la provocación y el divismo como
carta de presentación, y el apodo de Genio comenzó a aparecer impreso junto a su nom-
bre en las principales revistas de cine.78 Según el propio Mur Oti había sido el músico
Jesús García Leoz quien le había bautizado en broma con dicho apelativo debido a la por-
tentosa facilidad del gallego para componer las letras de sus canciones.79 Aunque el ci-
neasta siempre manifestó que él no creía en su propia genialidad, lo cierto es que fue el
primer interesado en seguirle el juego a la prensa permitiendo, y promoviendo, que si-
guieran refiriéndose a él en esos términos: “Todo el mundo se disfraza, desde el organi-
llero al actor, y yo también tenía que disfrazarme de algo. […] Preferí disfrazarme de
genio. Y ustedes, los periodistas españoles […], encontraron gracioso mi disfraz, y han
hablado ustedes tanto de mí que han terminado por hacerme lo que soy…”.80
Como comprobaremos en lo sucesivo, la autopropaganda, su estudiada pose de
enfant terrible y sus continuos alardes públicos se convirtieron a partir de este momento
en el arma esgrimida por Mur Oti para abrirse hueco y escalar posiciones en la élite de ci-
neastas españoles de la época. Un arma de doble filo que le otorgó una insólita notoriedad
pública pero que, en cierta manera, jamás se le perdonó.
Sin embargo, recién iniciado el año 1950 a Mur Oti todavía le quedaba un largo ca-
mino por recorrer para demostrar la veracidad y el crédito que merecía tan rimbombante
etiqueta.
Tras el rotundo éxito de Un hombre va por el camino todas las miradas se centraron
en los siguientes movimientos del que se había convertido en el cineasta español de
moda. No obstante, a Mur Oti le costó más de lo que cabría esperar llevar a cabo una se-
gunda película que lo elevara definitivamente a los altares de los directores estrella del
cine español. Durante 1950, y hasta acometer en noviembre de ese mismo año el rodaje
de su segundo filme oficial, Cielo negro, el vigués se vio involucrado en diversos proyectos
que no terminaron de cuajar.
El primero de dichos proyectos era una ambiciosa adaptación para la marca Rop-
tence del clásico El alcalde de Zalamea de Pedro Calderón de la Barca. Curiosamente Hi-
pólito González-Parrado, consejero delegado de la productora, solicitó el permiso de
rodaje para realizar la película el 28 de diciembre de 1949, dos días antes del estreno de
Un hombre va por el camino y, por ende, de la certificación de la auténtica destreza del
guionista Mur Oti como realizador. La productora recibió la autorización de rodaje el 18
de enero de 1950, si bien el guión literario de José García Nieto mereció una valoración
bastante negativa por parte de los lectores. De hecho, se añadían al cartón de rodaje, y
con evidente ánimo disuasorio, las siguientes observaciones:
Leído el guión presentado por la entidad solicitante se advierte que los adapta-
dores no han conseguido captar en su concepción cinematográfica la grandio-
sidad dramática de la obra original ni rayar a la altura y dignidad que la misma
requiere. De temer es, por todo ello, que si la realización de la película no logra
suplir a través de la imagen tales deficiencias, resulte fallido el ambicioso em-
peño, originando un fracaso más de lamentar por cuanto de noble tiene el pro-
yecto de llevar al cine las obras de nuestros clásicos.81
Asimismo, se advertía a Roptence de que con esa misma fecha se concedía a otra
empresa cinematográfica un permiso para la realización de otra versión fílmica sobre la
81. Expediente de rodaje nº 220-49 (Archivo General de la Administración: caja 36/04715 - sig-
natura 13.129).
misma obra y con el mismo título. Se trataba muy probablemente de CIFESA, también
interesada en llevar a la pantalla la famosa obra de Calderón bajo la dirección de Juan de
Orduña. La competencia entre ambas productoras, sin embargo, no llegó a estallar dado
que finalmente, y pese a que el 20 de abril Roptence solicitó una prórroga de la validez
del permiso, ninguno de los dos proyectos se llevó a término.82 Como señala Luis Fer-
nández Colorado los informes preliminares de los lectores encargados de la censura previa
ya revelaban “que la futura obtención de una elevada categoría administrativa (crucial
para el éxito de producción financieramente tan ambiciosa) era una posibilidad remota”83,
por lo que no sorprende que el proyecto quedara definitivamente aparcado.
Casi al mismo tiempo Mur Oti se vio envuelto en otro complicado proyecto titulado
La montaña sagrada. El 19 de enero de 1950 la productora barcelonesa S. Huguet S.A.
solicitaba permiso de rodaje para realizar un largometraje inspirado en las antiguas le-
yendas germanas que habían servido de base a la ópera Parsifal de Richard Wagner. Tanto
el guión literario como el técnico habían sido elaborados por Daniel Mangrané, un novato
ajeno al mundo cinematográfico que, según afirma Julio Pérez Perucha, buscaba un co-
director más experimentado que pudiera guiarle en las labores de realización.84 El elegido
para tal empresa fue en un principio Manuel Mur Oti, con el apoyo de Manuel Berenguer
tras la cámara.
La magnitud y las complicaciones de la empresa eran considerables y así lo advir-
tieron los componentes del Cuerpo Técnico de Lectura encargados de juzgar el guión,
para quienes las gigantescas proporciones del proyecto generaban importantes dudas
sobre la calidad y comercialidad de la adaptación que el cine español pudiera realizar. El
informe de Fermín del Amo, con fecha del 20 de febrero, es absolutamente esclarecedor
acerca de la opinión de la institución censora:
82. Es José García Maesso quien definitivamente realiza El alcalde de Zalamea en 1954, produ-
cida por Cinesol para Águila Films.
83. FERNÁNDEZ COLORADO, Luis, “Filmografía de Manuel Mur Oti”, en CASTRO DE PAZ, José
Luis y PÉREZ PERUCHA, Julio, (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, p.182.
84. PÉREZ PERUCHA, Julio, El cinema de Carlos Serrano de Osma, Valladolid, 28 Semana Inter-
nacional de Cine, 1983.
85. Expediente de rodaje nº 11-50 (Archivo General de la Administración: caja 36/04716 – sig-
natura 13.130).
sustituido al gallego como director previsto y Cecilio Paniagua hacía lo propio con Manuel
Berenguer. La película se realizó finalmente en 1951 bajo las órdenes de Carlos Serrano
de Osma y con el título definitivo de Parsifal.
A la vista de lo expuesto hasta el momento y analizando los hechos desde la pers-
pectiva actual, se puede afirmar que Manuel Mur Oti gestionó con inteligencia los primeros
tanteos con la industria tras su exitoso debut. La revista Fotogramas, que había seguido
de cerca los movimientos en torno al cineasta, reseñaba el 3 marzo de 1950 en una noticia
breve que “Manuel Mur Oti ha rechazado definitivamente los muchos ofrecimientos que
se le han hecho como director. Quiere pensarlo despacio y no arriesgarse en empresas
de inseguros resultados artísticos”.86
En efecto, la lógica impaciencia por refrendar las buenas impresiones causadas por
su primera película podían haber precipitado hacia el abismo la prometedora carrera del
gallego en caso de cometer un desatino con su siguiente trabajo. Tanto El alcalde de Za-
lamea como La montaña sagrada se perfilaban como proyectos de elevado riesgo, cuyo
posible valor comercial y artístico era puesto en cuestión por las instancias censoras. Y
convertir en prueba de fuego para su consagración la aparatosa recreación de dos ilustres
clásicos, apoyado además en guiones ajenos, parecía misión suicida incluso para el osado
Mur Oti.
Finalmente, el 29 de marzo de 1950 la revista Fotogramas87 anunciaba que la se-
gunda película de Mur Oti sería Wolfram. Tras la tentativa frustrada con el drama de Cal-
derón de la Barca, la casa Roptence recurrió de nuevo al gallego para que realizara
Wolfram, un guión escrito por él mismo, que ya había padecido diversas vicisitudes antes
de regresar a manos de su primer autor.
El periplo del proyecto comenzó cuando el 14 de octubre de 1949 Carlos Viladomat,
gerente de Norte Films, solicitó permiso de rodaje para realizar la película Coto sin ley
sobre un guión escrito por Manuel Mur Oti. Su hermano Domingo Viladomat88 iba a ser el
director, con Ricardo Torres como operador jefe y los actores Eduardo Fajardo, Conrado
San Martín, Ana Mariscal, Pilar Vela, Francisco Arenzana y Guillermo Marín en los papeles
principales. La película obtuvo el cartón de rodaje el 22 de noviembre de 1949 e inme-
diatamente Norte Films comunicó a la Dirección General de Cinematografía su intención
de transferírselo a Hércules Films. A pesar de la premura, el permiso acabó caducando
sin que llegara a efectuarse la compra puesto que las empresas no consiguieron alcanzar
un definitivo acuerdo económico.
El 15 de marzo de 1950, sin embargo, Rafael Escriñá Montes y su productora
Roptence S.A. entraron en escena solicitando de nuevo, previa autorización de Norte
Films, el cartón de rodaje para el guión de Mur Oti, que finalmente se titularía Wolfram.
La Dirección General concedió el permiso tres días después, sin embargo, el rodaje en
los estudios Roptence no se inició hasta la primera semana de mayo de 1950, con un
mes de retraso respecto a los plazos previstos. Juan Mariné era el director de fotografía
y en el reparto destacaban José María Lado, José Jaspe, la argentina Tilda Thamar y
Fernando Rey.
Transcurridas nueve semanas de trabajo, el 9 de julio de 1950 Primer Plano89 anun-
cia que el rodaje de Wolfram se encuentra “parado”, y el 15 de septiembre Cámara90 de-
clara definitivamente suspendida la filmación de la película, sobre la que no se vuelve a
ofrecer noticia alguna en los medios especializados. La razón de dicha paralización no es
otra que la quiebra de Roptence en medio del proyecto de Mur Oti.
La empresa Roptence, creada a principios de los años 30 y cuya marca aglutinaba
estudios de rodaje, de sonido y laboratorio, había gozado de una intensa actividad durante
la primera mitad de la década de los años 40. A partir de ese momento, sin embargo, se
ve aquejada, en palabras de Luis Fernández Colorado91, por “una grave crisis de difícil
esclarecimiento” que trata de paliar lanzándose a la producción. Esta huida hacia delante
no funciona y la empresa toca fondo viéndose obligada a interrumpir los proyectos que
ya estaban en marcha (entre ellos Wolfram) para vender más de la mitad de sus instala-
ciones y arrendar sus laboratorios a Madrid Film.
Así se perdió para siempre el trabajo de nueve semanas de rodaje en el que Mur
Oti, ávido de ratificar su pericia en la dirección cinematográfica, había depositado grandes
esperanzas:
Los productores vendieron los estudios donde yo había rodado hasta faltarme
aproximadamente un rollo, o tal vez un rollo y medio, pero nunca más… Ellos
la vendieron para entregar automáticamente aquellos estudios […]. Yo no me
preocupé más. Estaba muy conforme con la película. Trabajaban unos magnífi-
cos actores españoles, los mejores de entonces. Pero yo no me metí en su ne-
gocio. Era todavía bastante joven, al menos para lo que yo entiendo como
juventud, di media vuelta y dejé allí naturalmente positivo, negativo y hasta la
gorra. Allí quedó todo lo rodado que era muy valioso.92
94. Expediente de rodaje nº 183-49 (Archivo General de la Administración: caja 36/04714 - sig-
natura 13.128). Luis Fernández Colorado opina que fue “este sibilino informe” de las instancias
oficiales lo que motivó la falta de acuerdo económico entre Norte Films y Hércules Films (“Fil-
mografía de Manuel Mur Oti”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PERUCHA, Julio [coords.],
El cine de Manuel Mur Oti, op. cit., p.184).
95. Según Mur Oti Carlos Caba era el Comisario General de Policía de Pontevedra encargado de
la lucha contra el tráfico ilegal de wolframio (en CASTRO DE PAZ, José Luis y PENA, Jaime J.,
“Una tentativa de entrevista a Manuel Mur Oti”, op. cit., p.54).
96. Se puede consultar una sinopsis del guión en la filmografía anexa al final de este trabajo.
97. Es difícil establecer si los cálculos de Mariné son más verosímiles que los de Mur Oti puesto
que, según las informaciones del rodaje ofrecidas por Primer Plano, se habían llegado a filmar
Posiblemente habría sido una gran película. Es en la que yo tuve más confianza
en él porque era en ambientes rústicos y estaba hecha por gente no de teatro,
sino por actores de cine.
Me acuerdo que habíamos rodado un pulso de José María Lado con Jaspe, que
uno tenía puesto bajo la mano un puro encendido y el otro tenía puesta una
navaja con la hoja hacia arriba. ¡Y estaban haciendo el pulso los dos! Era incre-
íble lo que había rodado. La emoción que tenía…
Para mí hubiese sido la gran película de Mur Oti. Todo el mundo hablaba de Un
hombre va por el camino como si fuera el nacimiento del cine. Con esto empieza
el nuevo cine español. Hombre, pues qué bien. Y después la vi y me dio la sen-
sación de un traje que se había mojado y se había quedado corto. A Mur Oti le
pasó siempre un poco esto, no acabó de dar el do de pecho. Y si en alguna pe-
lícula yo te digo que hubiera dado el do de pecho era Wolfram. Era una cosa
bestial entre hombres, de luchas… Era un poco El salario del miedo (La salaire
de la peur, Henri-Georges Clouzot, 1953). Ahí sí estaba Mur Oti puesto, no tenía
que ofrecer belleza, tenía que ofrecer fuerza, diferencia, lucha… y eso sí era
para él. Esa sí que era una película fenomenal.98
Estas palabras de Juan Mariné invitan a una reflexión acerca de la línea temática
que Manuel Mur Oti trató de seguir a lo largo de su trayectoria cinematográfica. Si consi-
deramos el proyecto de Wolfram retrospectivamente y a la luz de los títulos que confor-
man la filmografía definitiva de Mur Oti, puede resultar incongruente que el gallego
escogiera este guión, o que incluso lo escribiera, para confirmarse como cineasta.
Sus obras más redondas son aquellas elaboradas en la primera mitad de la década
de los años 50 (Cielo negro, Condenados, Orgullo y Fedra), las cuales configuran como
se verá más adelante, junto a Un hombre va por el camino y a excepción de Cielo negro,
un universo narrativo y estilístico coherente y cerrado. Todas ellas, adscritas genérica-
mente al drama rural, narran apasionadas historias de amor en las que cobra especial
protagonismo la mujer, por lo que una trama de acción como la desarrollada en Wolfram,
centrada en personajes masculinos que deben poner continuamente a prueba su virilidad,
parece no encajar demasiado bien con su línea creativa posterior.
Este aparente desajuste se debe en mi opinión a que hasta 1953, año en que rea-
liza Condenados, Mur Oti no tiene en realidad una idea definida de cuál va a ser el eje na-
rrativo de su filmografía, por lo que Wolfram y Cielo negro, realizadas en el mismo
intervalo temporal, escapan a la sorprendente unidad autoral que presentan las otras cua-
tro películas mencionadas.
Es cierto que el gallego tenía muy claro cuál era su concepción del cine: él mismo
se había autoproclamado como “un director que mira a Europa”, y una de sus principales
ambiciones era realizar películas que pudieran parangonarse sin complejos con las de
otras industrias económicamente más poderosas que la española. Lo que quizá no había
decidido aún era de qué manera se iba a traducir narrativamente esa ambición por crear
un cine “universal”. Y su primera opción, como argumentaré a continuación, fue inclinarse
por el clásico relato de aventuras presente en casi todas las literaturas mundiales, y que
los filmes épicos de Hollywood habían popularizado desde los inicios del cinematógrafo.
Si repasamos la trayectoria del gallego hasta este momento observaremos a modo
de resumen que los cuatro guiones escritos para Antonio del Amo guardan escasa relación
entre sí, y menos aún con su primer largometraje Un hombre va por el camino. En aquel
momento, amenazado por la desconfianza inicial de Sagitario Films, Mur Oti necesitaba
una historia sencilla para demostrar su valía como director, sin embargo, tras el exitoso
debut y seguro ya de sus posibilidades, empieza a mostrar interés por abordar trabajos
de mayor envergadura. Se abre así un periodo de incertidumbre en el que revolotean a
su alrededor proyectos de cierta enjundia, en los que se deja envolver probablemente
atraído por el lado más novelesco de las tramas99, y la posibilidad de acometer mayores
alardes técnicos en la puesta en escena.
Pero frente a las inseguras expectativas que ofrecían El alcalde de Zalamea y La
montaña sagrada, Wolfram se perfiló como el proyecto apropiado para satisfacer sus am-
biciones. Se trataba de un guión escrito por él, sobre un tema que conocía, situado en su
Pontevedra natal, y en un tono que le venía como anillo al dedo. El bagaje aventurero
acumulado durante su itinerante juventud impelía inevitablemente al vigués a inclinarse
por historias de hombres rudos inmersos en todo tipo de lances y enfrentados a las más
duras adversidades. La referencia al Oeste americano que la censura detectaba en
Wolfram está presente en varias de sus películas posteriores (Orgullo de 1955, Duelo en
la cañada en 1959 e incluso en Un hombre va por el camino, 1949), y no debemos obviar
el hecho de que Destino negro, primer guión que escribió, pertenece netamente al género
de aventuras, y pretende equipararse a las espectaculares películas de piratas al estilo
de Hollywood. De modo que, tal y como sugería Juan Mariné, Mur Oti debía de sentirse
como pez en el agua en medio de la vorágine de testosterona plasmada en Wolfram.
La singularidad del guión de la mencionada Destino negro, merece que nos deten-
gamos brevemente en él, no solo por su calidad, sino porque se erige en valioso expo-
nente de la inquietud creativa del Mur Oti de los primeros tiempos, habida cuenta que
dicho guión estaba basado en su propia novela homónima, iniciada mucho antes de que
Mur Oti pensara siquiera en dedicarse al cine. La novela resultó finalista del Premio Nadal
en 1948, y asimismo el guión obtuvo el segundo galardón del concurso auspiciado por el
Sindicato Nacional del Espectáculo. A pesar de estos antecedentes de peso la película
nunca llegó a realizarse debido al elevado coste y la envergadura del empeño. Sin em-
bargo, Julio López Cañedo, propietario de la productora Jungla Films, se interesó viva-
mente por trasladar a la gran pantalla la trepidante historia del negrero Ramón Loureiro,
y el proyecto fue objeto de numerosos rumores y chismorreos en las revistas de cine en
el mismo momento en que Mur Oti se encontraba rodando Wolfram.
La novela Destino negro narra la historia de amor entre Ramón Loureiro, capitán
de barco dedicado a la trata de negros, y Manganzé, esclava capturada por él mismo en
el Congo, a la que libera para convertir en su esposa. Se trata de una novela de aventuras
al estilo decimonónico, escrita con una prosa vigorosa y florida, y cargada de vívidas des-
cripciones, en la que Mur Oti demuestra su buen pulso para la épica y sobre todo su vasto
conocimiento sobre la navegación, las costumbres de los nativos africanos y las activida-
des de la trata.
Sorprende que este fuera el primer guión que Mur Oti escribió siguiendo las ins-
trucciones de su amigo Antonio del Amo dado lo atinado de la adaptación100, ya que cier-
tamente Destino negro no es una novela fácil de trasladar al cine. La primera dificultad
que presenta es que no expone una historia de manera lineal, sino que el amor entre
Loureiro y Manganzé, narrado por el viejo congoleño Juan Zayas a un visitante europeo
que habla en primera persona (tal vez el propio Mur Oti), se convierte en mera excusa
para ir desgranando una serie de breves relatos contados en forma de flashbacks por per-
sonajes que rodean a los protagonistas. Se suceden así pintorescas narraciones sobre
hombres que se echan a la mar para huir de sus negros destinos, en las que a su vez se
insertan nuevas historias según la antigua técnica narrativa del relato marco, al estilo de
Las mil y una noches .101
En la adaptación cinematográfica Mur Oti solventó esta dificultad convirtiendo a
Ramón Loureiro en único protagonista del filme. Mantuvo su personalidad de rudo hom-
bre de mar con un arraigado sentido del honor, admirado por sus hombres y temido por
sus enemigos, que finalmente se ve obligado, como en la novela, a purgar sus activida-
100. La versión literario-técnica que se presentó a censura previa en 1950 se halla guardada en
el Archivo General de la Administración (caja 9.693, signatura 497). Las anotaciones técnicas
referidas a la puesta en escena delatan un profundo conocimiento del lenguaje cinematográfico,
por lo que me atrevo a aventurar que este documento presentado a las instituciones oficiales es
una versión revisada y probablemente mejorada de aquel primer guión que compitió en el Con-
curso del Sindicato Nacional del Espectáculo en 1947.
101. La estructura narrativa del relato marco, importada por Occidente desde el mundo árabe
durante la Edad Media, consiste en una historia principal en la que se insertan otros relatos con-
tados por personajes de dicha historia central, que se convierten, por tanto, en narradores dentro
del argumento. Se empleó profusamente en Europa en época medieval y durante el Siglo de
Oro, especialmente en colecciones de cuentos o de exempla. El Decamerón de Giovanni Boccac-
cio, los Cuentos de Canterbury de Geoffrey Chaucer o El conde Lucanor de Don Juan Manuel son
algunas de las narraciones más célebres que han recurrido a esta estructura.
des delictivas. Lo que diferencia a ambos personajes, sin embargo, es que el Loureiro
cinematográfico se presenta como un héroe atormentado, empujado por el afán de ven-
ganza y el destino (presente de una manera u otra en casi todas las películas de Mur
Oti) a echarse al mar y dedicarse a la trata; mientras que el personaje de la novela es
en realidad un profesional de la navegación y el comercio marítimo (aunque la mercan-
cía sean seres humanos) que decide instalarse apaciblemente cuando por fin encuentra
un amor sincero.
Para la versión cinematográfica Mur Oti retomó asimismo las historias más intere-
santes que en la novela habían aderezado la pequeña peripecia amorosa del capitán y
Manganzé, aunque esos pasajes literarios, que originalmente corcenían a diferentes per-
sonajes, sirven en el guión para retratar el trayecto vital del propio Loureiro.
El gallego elaboró así un mastodóntico guión de 234 páginas, cuyas secuencias
acogen espectaculares combates a cañonazos entre embarcaciones, abordajes en alta
mar, multitudinarias capturas de esclavos en medio de la selva, y una compleja labor de
recreación de ambientes que comprende desde una opulenta finca en Cuba, hasta la sor-
didez portuaria de las principales ciudades comerciales del siglo XIX. Empresa económi-
camente inabarcable para la industria cinematográfica española de principios de los años
50 que, aun así, López Cañedo se atrevió a afrontar con desorbitada ambición, después
de que el guión hubiera sido rechazado por numerosas productoras reacias a asumir se-
mejante desembolso.
El 27 de noviembre de 1949, con Mur Oti ultimando aún los detalles para el estreno
de Un hombre va por el camino, el redactor de Primer Plano102 Antonio Serrano informaba
de que Julio López Cañedo, Manuel Mur Oti y José Antonio Nieves Conde se habían reunido
para firmar un contrato a tres bandas. El productor se hallaba entonces inmerso en el ro-
daje de su primera y, a la postre, única película, Jack el negro (1950), coproducción es-
tadounidense dirigida por Julien Duvivier y con estrellas americanas de la talla de George
Sanders y Herbert Marshall en el elenco protagonista.
López Cañedo mostraba, pues, una ambición cinematográfica en sintonía con los
intereses de Mur Oti. Según Serrano, el empresario también estaba interesado en aco-
meter “la realización de cintas de envergadura desconocida en nuestra industria, con
ánimo de que el cine español se eleve de nivel, se supere en calidad merced a colabora-
ciones excepcionales, y gane nuevos mercados, ensanchando así la atmósfera asfixiante
que hoy día le cohibe y constriñe, entorpeciendo su expansión económica”.103 Qué duda
cabe que las 125.000 pesetas que el propietario de Jungla Films le pagó por los derechos
del guión de Destino negro (cifra que casi triplicaba los emolumentos que hasta la fecha
había venido cobrando por sus guiones para Del Amo) fueron suficiente aliciente para que
el gallego se embarcara en el reto.
Para la dirección López Cañedo escogió a José Antonio Nieves Conde, “uno de nues-
tros directores de la joven generación más alabado por la crítica, pese a su corta vida
profesional” según Serrano, y “los intérpretes principales serán dos figuras de renombre
universal que causarán estupor por su importancia deslumbrante”.
Pese a haber firmado el contrato con la productora el nombre de Nieves Conde
cayó casi inmediatamente del proyecto por causas desconocidas. En la documentación
que López Cañedo presentó a censura el 1 de julio de 1950 solicitando el permiso de ro-
daje para Destino negro, el apartado referido al director previsto aparecía vacío.104 Para
entonces Mur Oti ya había debutado como cineasta y se encontraba ocupado en el infruc-
tuoso rodaje de Wolfram. Sin embargo, parece evidente que López Cañedo buscaba un
director más experimentado que pudiese gobernar con eficiencia un barco en el que pre-
tendía invertir la abultada cifra de 6.235.480 pesetas, y en cuya proa figuraban los nom-
bres estelares de Victor Mature y Charles Laughton, junto a otros actores españoles como
Eduardo Fajardo, José María Lado, Manuel Luna, Jesús Tordesillas y Margarita Alexandre.
Manuel Parada a cargo de la composición de la música y Alfredo Fraile como director de
fotografía completaban el cuadro de lujo que López Cañedo presentó ante los Organismos
Oficiales. El productor apuntaba alto en la búsqueda de un director de enjundia y según
informaciones publicadas en Fotogramas105 a principios de enero ya estaba realizando
gestiones con objeto de contratar a Cecil B. De Mille para tal menester.
El guión de Destino negro llegó a obtener la autorización de rodaje el 19 de julio
de 1950. Los lectores apreciaron su “indudable calidad y posibilidades cinematográficas”,
pero propusieron diversas modificaciones y supresiones que “evitarán los graves escollos
en que la película habría de tropezar una vez realizada si las mismas no se tuvieran en
cuenta”.106 El informe rezaba así:
104. En realidad el contrato inicial de Nieves Conde como director tenía visos de ser una tapa-
dera. El cineasta español ya había figurado como codirector de Jack el negro junto a Duvivier
aunque él mismo confesó que su presencia en los créditos se limitaba a servir de justificación a
la “coproducción” (en LLINÁS, Francisco, José Antonio Nieves Conde, Valladolid, Semana Inter-
nacional de Cine de Valladolid / SGAE, 1995).
105. Fotogramas, nº 77, 6 de enero de 1950.
106. Expediente de rodaje nº 104-50 (Archivo General de la Administración: caja 36/04719 -
signatura 13.133).
fiere– que en ningún modo pueda ser molesto para nuestro país en tanto que
indirectamente canta las excelencias humanitarias de otros. Esto se lograría si
los perseguidores de los negreros se presentan sin nacionalidad concreta, evi-
tándose a la par hablar en la película de España ni de ninguna otra nación.
Se suprimirán también las expresiones patrióticas de Loureiro, que en boca de
un hombre de su especie resultan improcedentes.
El protagonista, no obstante los hechos repulsivos y condenables que comete,
es presentado de forma tal que su figura resulta simpática, no mereciendo ape-
nas condenación por sus desafueros. Cuídese en este aspecto la realización de
la película evitando dar la impresión inadmisible de la justificación de Loureiro.
El elogio y la apología que se hacen, de tiempo en tiempo, del carácter español
y del inglés, son completamente extemporáneos ya que España no necesita
para enaltecer su honor glorificar a ningún negrero ni pirata. […]
Los asesinatos en masa de los negros son repulsivos. Cuídese que en la reali-
zación se sugieran solamente pero sin recrearse en su exposición.
Ha de cuidarse asimismo, para no hacerla procaz ni lasciva, la presentación de
mulatas y negras, danzas, etc.
La tripulación de Loureiro estará compuesta por gentes de diversas naciona-
lidades. El segundo de a bordo y otros marineros pueden ser, por ejemplo,
de la nacionalidad que en el guión actual se da a los perseguidores de la es-
clavitud.107
de contratar a un director estrella fueron casi con toda seguridad las razones por las que
Jungla Films aparcó definitivamente el asunto, a pesar de que el 2 de septiembre de 1950
la revista Fotogramas aún informaba (con dudosa credibilidad) de que “fracasadas las
gestiones con Cecil B. De Mille para que dirigiese Destino negro, se está ahora en tratos
con John Ford”.108
No es descabellado pensar que si los proyectos de Wolfram y Destino negro hubie-
ran llegado a buen puerto, tal vez Mur Oti se habría decantado definitivamente por esa
veta aventurera basada en su intensa y dinámica experiencia vital. Otra cuestión es hasta
dónde habría podido llegar por esa vía en la depauperada industria española. En todo
caso, esa “experiencia de vida” le parecía al gallego una de las facetas fundamentales
que debía atesorar cualquier cineasta, faceta de la que en su opinión adolecían algunos
realizadores de su época:
Creo poseer un carácter fuerte, explosivo, que pasa del suspiro al grito, y que,
precisamente, yo notaba que faltaba en el cine español, donde quizá la exposi-
ción de los temas peque, la mayor parte de las veces, de un exceso de frialdad.
[…] Para directores, acaso les falte a muchos un acervo humano de experiencia,
que da el haber viajado y vivido. Y quizá traigan, junto a demasiados pocos
años, una carga, un lastre de cine experimental, de técnica y de ambiente de
cineclub, que nunca puede suplir a la falta de experiencia humana.109
El gallego tenía muy claro, no sin cierto engreimiento, que su tardía vocación cine-
matográfica se había desarrollado:
Mur Oti había detectado los que en su opinión eran los males fundamentales que
aquejaban al cine español, y desde luego, la clave para solucionarlos:
A nuestro cine solo le falta forma, estilo, modo de ser. El español es insolidario,
y por eso le falta a nuestro cine un latido unísono, y por eso también no res-
ponde a un momento histórico, ni mucho menos a una motivación universal.
Se obra demasiado per se; el productor no se preocupa de la forma en que se
ha de hacer la película, sino de que le interese por comercial. El actor no escoge,
se deja llevar más de la rapidez que del buen juicio, porque no está bien pagado
El realizador vigués había perseguido desde el inicio de su carrera esa voz europea
o universal112 (nunca definida claramente) como seña de identidad de su cine, primero
inspirándose presuntamente en los supuestos cánones del neorrealismo (Un hombre va
por el camino) y después embarcado en el género de aventuras made in Hollywood
(Wolfram). Por fin la alcanzó, según sus propias palabras113, en Cielo negro, cuyo refe-
rente estético declarado era El séptimo cielo de Frank Borzage (Seventh Heaven, 1927)114,
y que se convirtió, gracias a la decisiva generosidad y confianza de Intercontinetal Films,
en su segunda película.
Con motivo del estreno de Un hombre va por el camino, el escritor y crítico Joaquín
Romero Marchent publicó un elogioso editorial en Radiocinema, revista de la que era di-
rector, cuya conclusión delataba el exaltado entusiasmo que el filme había suscitado en
él: “¡Albricias al cine español que mira a Europa, y que Dios te acompañe en tu ca-
mino!”.115 Poco después la alabanza crítica de Romero Marchent se trocó en interés em-
presarial y se propuso producir, a través de su joven marca Intercontinental Films, Cielo
negro, la ambiciosa segunda película de Mur Oti.
115. Radiocinema, nº 165-166, enero de 1950. Refiriéndose a las dificultades que el cine español
mostraba para competir fuera de sus fronteras, Joaquín Romero Marchent manifestó en 1943
que solo haciendo un cine español y distinto “podemos admitir la competencia, como nuestros
vinos la admitieron y triunfaron en todos los países y en todos los climas, acaso porque el «pro-
ducto» negociable «no se parecía a nada»” (“Posibilidades y normas del Cine español para su
comercio exterior”, Boletín del Sindicato Nacional del Espectáculo, octubre de 1943, citado en
CAMPORESI, Valeria, Para grandes y chicos. Un cine para los españoles 1940-1990, Madrid: Tur-
fan, 1993, p.34). En el editorial dedicado a Un hombre va por el camino el crítico lamentaba el
hecho de que el resto de directores españoles intentara copiar al cine norteamericano, y alababa
el empeño de Mur Oti por destapar otras esencias fílmicas, relacionándolo indirectamente con la
“poesía cinematográfica” de Murnau.
116. Periodista y escritor político de talante socialista, discípulo de Giner de los Ríos y exiliado
en México.
117. CASTRO DE PAZ, José Luis y PENA, Jaime J., “Una tentativa de entrevista a Manuel Mur
posibilidad de volver a rodar cuanto antes que por la historia en sí, Mur Oti elaboró el
guión cinematográfico definitivo tratando de limar los elementos más folletinescos del re-
lato original para convertirlo en un devastador y pesimista melodrama. Su intención era
dibujar “un retrato de la clase media española, con sus luchas, sus preocupaciones, su
constante inquietud ante lo por venir… Los seres de Cielo negro viven, sufren y aman en
un ambiente estrecho, en un clima gris. Y cuando intentan evadirse de él se hallan ante
la fría realidad de la vida”.118
Tras sus tentativas frustradas con proyectos de alambicados argumentos, Mur Oti
volvía a centrarse en los sentimientos de la gente de a pie y proponía, como en el caso
de Un hombre va por el camino, una historia humana y sencilla. Sin embargo, él mismo
reconocía que el espíritu gris y sombrío subyacente en Cielo negro era totalmente opuesto
al de su luminosa ópera prima: “allí tenía el cielo, las nubes, el trigo, los animales, la Na-
turaleza; aquí solo hay sordidez, miseria, servidumbre, vulgaridad y ciudad. Una ciudad
que aniquila y vence; una ciudad por la que se deslizan unos hombres que tienen que lu-
char para poder existir”.119
Intercontinental Films solicitó el permiso de rodaje el 25 de octubre de 1950, un
permiso que las instancias censoras le concedieron el 9 de noviembre sin objetar grandes
reparos. Tan solo el lector Fermín del Amo se mostraba bastante crítico con el guión al
considerarlo una “obra tipo novela rosa que va más contra el gusto que contra la moral”.120
Aconsejaba un cambio en el desenlace que evitara el final feliz que estaba previsto en el
guión y que no cuadraba con el resto de la historia121, y sobre todo, recomendaba la su-
presión de la sugerencia de suicidio, auténtico clímax de la película que finalmente, y por
fortuna para el resultado definitivo de la cinta, no se modificó.
Si en sus proyectos anteriores el protagonismo había recaído en los personajes
masculinos (con permiso de Ana Mariscal en Un hombre va por el camino), el alma dra-
mática de Cielo negro se aposentaba indudablemente en el personaje de la desdichada y
sufriente Emilia. La elección de la actriz que encarnara a personaje tan complejo y cargado
de matices era tarea decisiva y Mur Oti se arriesgó apostando por Susana Canales, una
jovencísima actriz madrileña de 17 años, desconocida para el público español.
Susana era hija del también actor Ricardo Canales y había debutado en el teatro
siendo apenas una niña. La Guerra Civil les sorprendió a ambos de gira por Argentina y
Oti”, op. cit., p.55. Mur Oti no especifica si fueron Romero Marchent y Durán quienes le hicieron
llegar el argumento, o si accedió a él por otra vía e Intercontinental Films se incorporó a la aven-
tura después de que él mismo hubiera empezado a trabajar en la historia.
118. Palabras de Manuel Mur Oti en Cámara, nº 192, 1 de enero de 1951, p.1.
119. Ib.
120. Expediente de rodaje nº 169-50 (Archivo General de la Administración: caja 36/04722 –
signatura 13.136).
121. En el guión que la productora presentó a censura previa el personaje de Fortún, joven del
que la protagonista Emilia está enamorada y motivo del cruel engaño del que es víctima, regre-
saba a Madrid repentinamente prendado de la muchacha tras leer las cartas de amor que esta
le había ido escribiendo. Este incoherente giro final fue definitivamente suprimido con acierto.
Se puede consultar una sinopsis de la película en el anexo dedicado a la filmografía de Mur Oti.
Canales decidió exiliarse voluntariamente allí con su familia dada su inclinación republi-
cana. A pesar de su juventud, Susana consiguió hacerse un nombre en el cine argentino,
y ya había rodado más de una decena de películas en Buenos Aires cuando Benito Perojo
la trajo de nuevo a España en 1950 para participar en Sangre en Castilla.122 En el rodaje
de esa película Susana Canales conoció y se enamoró del también actor Julio Peña, y
cierto día que ambos asistían a un partido del Atlético de Madrid, un fotógrafo retrató im-
provisadamente a la pareja. Mur Oti vio esas fotografías en el diario Marca y decidió que
aquella joven desconocida era la actriz ideal para encarnar a Emilia. El gallego la llamó
para una entrevista, y a pesar de su seguridad inicial, le obligó a competir con otras ac-
trices y pasar una rigurosa prueba antes de concederle definitivamente el papel.
El cineasta había escogido una historia argumentalmente sencilla pero, a cambio,
tenía la intención, con la connivencia de sus productores, de no poner ningún límite (téc-
nico ni económico) a su genial creatividad en la realización de la misma. Albergaba gran-
des esperanzas en el resultado de esta película y el nivel de exigencia que impuso a sus
colaboradores fue sumamente estricto. Se rodeó de nuevo de sus dos amigos Manuel Be-
renguer y Jesús García Leoz para hacerse cargo de la dirección de fotografía y la compo-
sición de la música respectivamente, y arropó a Susana Canales con la presencia de dos
actores conocidos para el público como Luis Prendes y Fernando Rey.
El rodaje se inició en noviembre de 1950 con la filmación de la secuencia de la ver-
bena cerca del Barrio de la Prosperidad, y se prolongó durante cuatro durísimos meses.
Susana Canales, que simultaneaba el rodaje de la película con su debut en la escena es-
pañola en la comedia 20/40 junto a Guillermo Marín, recuerda aquellos cuatro meses
como un infierno. Era la época de restricciones de luz en España y por eso trabajaban en
jornada nocturna: el rodaje se iniciaba a las 10 de la noche y finalizaba a las 7 de la ma-
ñana. Aquel invierno nevó siete veces en Madrid y los numerosos planos exteriores se ro-
daron en escenarios naturales de las calles de la ciudad a temperaturas bajo cero (aunque
a decir de la actriz los estudios Ballesteros tampoco resultaban mucho más acogedores):
Todo el mundo me cuidaba como si fuera un bebé, porque veían lo que estaba
pasando. Aguanté todo lo que aguanté porque tenía la edad y la salud que tenía,
si no no hubiera podido. Y creo que a lo mejor esa dureza me vino bien, dado
el personaje que era. Al cabo de los años pienso que a lo mejor esas incomodi-
dades y esos fríos también te van moldeando un poco el personaje.123
122. Susana ya había trabajado con Perojo en La hostería del caballito blanco (1948) y Ricardo
Canales aprovechó la amistad que unía al famoso productor y director con la familia para rogarle
que se llevara a Susana a España, puesto que, a pesar de ser aún menor de edad, estaba siendo
víctima de un insistente e incómodo asedio amoroso por parte de Juan Duarte, hermano de Evita
Perón.
123. Entrevista personal con Susana Canales (octubre de 2008). La actriz estaba permanente-
mente cubierta con mantas y recibía fricciones de alcohol sobre el cuerpo desnudo para recupe-
rarse del frío tras rodar los planos en exteriores.
Manuel era mucho Manuel. Tuve mis broncas con él, a pesar de mis pocos años.
Tenía un carácter muy raro, era una persona muy mandona. Y a mí que me
manden hasta un punto, pero que me manden bien. Le dije: «Oye, que esta es
tu segunda película, pero la mía es la 16 ya. No te vayas a creer que te lo sabes
todo. Yo hago todo lo que tú quieras mientras que lo vea claro, si no lo veo
claro…». A Manolo le gustaba mucho marcar, algo que los directores en general
no hacen. Te decía: «mírame lo que hago yo», cosa que no se debe hacer… No
era un mal director de actores, pero tenías que dosificarlo, porque era tan exa-
gerado que tenías que ser lo suficientemente lista como para cazar la idea, pero
no hacerlo como él.124
Con quien Mur Oti no tuvo ningún inconveniente fue con Manuel Berenguer, que firmó
en esta película uno de los mejores trabajos fotográficos de su carrera. Tanto Mur Oti como
Berenguer habían manifestado reiteradas veces su desolación por la pobreza material de la
industria de cine española. Según Juan Mariné, otro de sus fotógrafos habituales, el gallego
era sumamente ambicioso en cuanto a los recursos técnicos y “planteaba las cosas como si
estuviese en Inglaterra o en Alemania. Él siempre pedía grúas para rodar, él siempre quería
los mejores medios, las mejores cámaras. Quería revelar en Italia, revelar en Francia. Él
siempre quería… pero no se podía todo”.125 Berenguer también comulgaba con las pretensio-
nes del director vigués y en una información recogida en la revista Radiocinema sobre el ro-
daje de la película el operador se lamentaba de que habitualmente “la mayor dificultad reside
en la falta de material, en carecer de los medios adecuados para rodar con toda clase de fa-
cilidades. Y al decir esto no me refiero a la Productora, que siempre nos ofreció las máximas
facilidades con una generosidad ejemplar, sino a la situación general del cine español”.126
En efecto, Romero Marchent y Durán, ansiosos por complacer al exigente cineasta,
no escatimaron en gastos para que todo saliera como Mur Oti deseaba. Él mismo recono-
cía que “la productora Intercontinental Films me ha dado cuanto he necesitado, y, en al-
gunos casos, me ha ofrecido lo que ni siquiera se me había ocurrido pedir. Cielo negro se
ha realizado tal y como yo he deseado”.127 Esta absoluta libertad de acción y la concu-
rrencia de dos mentes obsesionadas por el meticuloso cuidado de la fotografía, como eran
Berenguer y Mur Oti128, dieron como resultado algunas imágenes de auténtico virtuosismo
124. Ib.
125. Entrevista personal (abril 2005).
126. Radiocinema, nº 174, enero de 1951.
127. Radiocinema, nº 176, mayo de 1951.
128. Susana Canales recuerda que Manuel Berenguer “era muy lento” trabajando, tardaba más
de una hora en preparar las luces y la cámara para cada plano, intervalos que ella aprovechaba
para calentarse y descansar.
129. Berenguer tuvo que montar la cámara en uno de los departamentos de la noria frente a los
actores y dejar que funcionara sola, sin posibilidad de control sobre la toma.
130. Susana Canales no ensayó el plano debido a la exigencia física que requería la toma, sin
embargo, sí recuerda que todos los preparativos y el rodaje de la última secuencia completa
desde que Emilia sale de casa hasta que llega a la iglesia se prolongó durante al menos 15 días,
dado que solo podían filmar justo en el momento previo al amanecer.
traluz y, a pesar de los miles de litros que caían delante del objetivo de nuestra
cámara, la lluvia no impresionaba. Como yo sabía que para el director era im-
portantísimo que la secuencia a que pertenecía este plano fuera rodada con llu-
via, me arriesgué a hacer el ensayo de una idea que se me ocurrió. Esta fue
que diluí en cada tanque de agua leche condensada hasta conseguir que el agua
apareciera blanquecina. Al perder el agua su transparencia pude fotografiarla.131
La otra clave para el éxito de la toma, y de la que no habla Berenguer, era la inter-
vención de la propia Susana Canales, a la que también se le requería cubrir los 500 metros
corriendo sin parar durante dos minutos y medio, y acompasando el ritmo de su carrera
con el avance de los dos camiones que la acompañaban. El esfuerzo físico fue demoledor
para la actriz:
Algunos le tomaban a broma: Luis Lucia, Juan de Orduña, Ruiz Castillo… La ma-
yoría le tenían respeto, porque era un hombre que hablaba tan bien y contaba
cosas tan bellas, que sabían que algún día iba a hacer su gran obra. Y otros,
que siempre los hay sibilinos en todas las profesiones, se reían un poco y le to-
maban el pelo, pero siempre con un freno puesto. «Bah, este tío no hace más
que disparates. Lo que ha hecho…». Porque claro, cuando hizo Cielo negro, que
no había nada que comer en aquel momento y estaba todo el mundo ham-
briento y haciendo colas, echaron en los depósitos de agua una docena de botes
de leche condensada para que se viera la lluvia. Eso es una barbaridad. Y du-
rante años ese ha sido un poco el recibo que le han pasado, la barbaridad de
los botes de leche condensada.141
Las palabras del cineasta Joaquín Romero Marchent, hijo del productor de Cielo
negro, resumen a la perfección la postura de ese sector de la profesión que nunca vio
con buenos ojos la arrogante y presuntuosa autopromoción de Mur Oti:
Mur Oti obtuvo la notoriedad trabajándosela muy bien a base de pregonar con-
tinuamente su genialidad. Con numeritos como ordenar silencio en el plató,
mientras él meditaba en el centro, sentado en su silla de director bajo una luz
ambiental. Despertaba así una barrera, que unos la llaman admiración y otros
respeto, pero que trasciende, y de ahí que le llamaran «el genio», categoría que
siempre atrae dinero. […] Para que veas cómo era de engreído, te contaré una
anécdota: entré en un café donde íbamos los de cine justo cuando él se levan-
taba, y me dijo: «Tato, siéntate en mi silla ya que quieres ser director, a ver si
se te pega algo»; como me tenía harto le contesté: «De ti solo se me pueden
pegar las almorranas».
[…] Reconozco que me sentó muy mal que, estando media España muerta de
hambre, Mur Oti se permitiera el efecto de emplear cantidades ingentes de leche
condensada para matizar técnicamente la lluvia, en su famoso travelling del
viaducto. Eso lo pide otro director y le mandan a la mierda, mi padre y cualquier
otro productor, pero como lo pedía un genio…142
Cielo negro había colmado con creces las aspiraciones artísticas de Manuel Mur Oti
y había colocado su nombre en boca de toda la profesión cinematográfica. Para Romero
Marchent y Durán, en cambio, satisfacer la desmedida ambición del Genio supuso la ruina
de su productora Intercontinental Films a pesar de una relativamente prolongada perma-
nencia en cartel, a todas luces insuficiente para amortizar el coste de la película.
El presupuesto oficial de Cielo negro ascendía a 4.834.740 pesetas, de las cuales
840.000 procedían del crédito sindical. Movilizar los coches de riego, mangueras, etc.
había costado 86.000 pesetas, y la leche para el efecto de lluvia 32.000, la mitad del
sueldo completo de Susana Canales.
La Junta Superior de Orientación Cinematográfica la clasificó de Primera categoría
gracias, fundamentalmente, a sus aciertos de dirección, fotografía e interpretación, puesto
que la mayoría de los censores coincidían con el informe de Fernando de Galainena que
tachaba el argumento de “convencional, anticuado y melodramático”143, a lo que Pío Gar-
cía Escudero añadía que la primera parte era “de novela rosa, todo merengue, lenta y
falsa”.144 Galainena aconsejaba además la supresión de “tres rollos que no hay quien los
aguante”, operación que los productores llevaron a cabo una vez estrenada la película.145
La clasificación de primera categoría reportaba a la productora dos licencias de im-
portación y doblaje, cuyo precio rondaba, como ya se ha dicho antes, el millón de pesetas.
La venta de dichas licencias apenas servía para amortizar la mitad del desembolso reali-
zado, y la película tan solo recibió uno de los tres accésits concedidos por el Sindicato
Nacional del Espectáculo (dotado con 100.000 pesetas). De manera que Joaquín Romero
Marchent y Rafael Durán se vieron obligados a poner en marcha una insistente y deses-
perada campaña de asedio a la Dirección General de Cinematografía y Teatro con el fin
de obtener la consideración de «Interés Nacional» para su película.
La Vicesecretaría de Educación Popular había creado dicha categoría en 1944, y
podían hacerse acreedoras de ella aquellas películas que contuvieran “muestras inequí-
vocas de exaltación de valores raciales o de enseñanzas de nuestros principios morales y
políticos”. Ello no implicaba, como recuerda José Enrique Monterde, una dotación econó-
mica, pero suponía la obtención de una tercera licencia de doblaje suplementaria, y la
categoría de «Interés Nacional» forzaba además “al estreno en una época idónea y bajo
unas condiciones mejores de las habituales, a la obligatoriedad de mantener su exhibición
mientras mantuviese una ocupación del 50% del aforo como promedio diario durante una
semana y a la prioridad en los circuitos de reestreno”.146
samente moral, evangelizadora. Con películas así el pueblo español se levanta espiritual-
mente y se divierte y recrea sin peligro y con provecho”.150
El último intento de Intercontinental Films por sobrevivir a la ruina económica se
materializó en una extensa carta, firmada únicamente por Rafael Durán con fecha del 31
de octubre, al católico liberal José María García Escudero, recientemente nombrado Di-
rector General de Cinematografía. En ella el productor resumía todas las razones aducidas
en las solicitudes previas, y aún trataba de incorporar nuevos argumentos, apoyándose
en la comunión que se había dado entre el público y la crítica para ensalzar al filme y,
muy particularmente, en el hecho de que la propia Dirección de Cinematografía había se-
leccionado a Cielo negro para representar a España en la Bienal de Venecia junto a La co-
rona negra (Luis Saslavsky, 1950), aunque finalmente España no fuera representada de
un modo oficial en el certamen.
Todos los esfuerzos resultaron infructuosos. El 7 de noviembre de 1951 la Junta
ratificó su decisión de no concederle el «Interés Nacional» por unanimidad a pesar de la
“extensa y razonada” instancia enviada por la productora.
Si bien Romero Marchent había manifestado su intención de emprender una nueva
producción bajo la dirección de Mur Oti una vez acabara el rodaje de Cielo negro151, In-
tercontinental Films no consiguió sobrevivir a la debacle económica. La productora aún
estrenó El gran galeoto de Rafael Gil en octubre de 1951, cuyo rodaje se había llevado a
cabo en paralelo al filme de Mur Oti, pero ya no produjo más títulos. El caso de Intercon-
tinental Films da prueba de que la atomización empresarial que caracterizaba a la indus-
tria cinematográfica española no solo se debía a la voluntad especulativa de algunos
productores arribistas que aterrizaban en el negocio del cine con ánimo de lucro rápido,
sino también a la triste circunstancia de que en una industria absolutamente sujeta a las
subvenciones administrativas y a los (veleidosos) criterios de la Dirección General de Ci-
nematografía, la permanencia estable de una empresa que tuviera la ambición de poner
en pie proyectos competitivos y de calidad era poco menos que una misión suicida, incluso
aunque esta alcanzara cierto éxito comercial.
Ajeno a estas desventuras de sus productores, Manuel Mur Oti había despegado
como un cohete y ya estaba en el punto de mira de la que había sido la productora de re-
ferencia en España durante la década precedente: CIFESA.
La noche del estreno de Cielo negro, en la escena del travelling, el cine se vino
abajo de aplausos. Yo me quedé asustada en un rincón… Pues fue terminar la
película y la Bautista cogió a Manolo y se colgó de su brazo. Y le dije a Julio
(Peña), que entonces era todavía mi novio: «ya tienes la pareja de la próxima.
Tranquilo, que a mí no me llama». Y no me llamó nunca más.152
152. Entrevista personal con Susana Canales (octubre de 2008). Cielo negro fue la película que
dio a conocer a Susana Canales en España y se convirtió, según sus palabras, en el papel de su
vida. Mur Oti siempre elogió públicamente las dotes interpretativas de la actriz, por eso resulta
extraño que jamás volviera a reclamarla para ninguno de sus trabajos posteriores. Lo cierto es
que la actriz se enfadó mucho con él porque, tras el enorme éxito de Cielo negro, Mur Oti se
embarcó en un par de proyectos con Aurora Bautista, y siguiendo su habitual estrategia de “au-
tobombo” realizó las siguientes declaraciones a la prensa: “Primero Aurora Bautista, luego Aurora
Bautista y después nadie”. Tras las inclemencias a las que le había sometido el gallego durante
el rodaje y visto el feliz resultado final, Susana Canales se sintió dolida por el comentario, que
le pareció sumamente injusto e inoportuno. En cualquier caso fue Mur Oti quien jamás volvió a
llamarla, lo que nos conduce a una sorprendente paradoja, y es el hecho de que a pesar de ob-
tener de sus actrices principales magníficas interpretaciones, jamás volvió a repetir experiencia
con ninguna de ellas. Solo Emma Penella fue protagonista en tres de sus filmes, circunstancia
innegablemente condicionada por el hecho de que los tres estaban producidos por Suevia Films,
empresa con la que la actriz tenía un contrato en exclusiva.
Por esas fechas, sin embargo, el nombre de Manuel Mur Oti aún estaba vinculado
a varios proyectos de incierta resolución con empresas de menor entidad que finalmente
no se llevaron a término.
153. De hecho, el presupuesto previsto presentado ante los organismos oficiales para realizar
la película ascendía a la nada despreciable cifra de 7.200.000 pesetas.
154. Expediente de rodaje nº 42-51 (Archivo General de la Administración: caja 36/04724 –
signatura 13.795).
Visión será nuestra primera producción y en ella asumiré yo las tareas directi-
vas. El propósito de esta película es ambicioso, puesto que aspira a ser algo así
como el poema del cine español, un poema con normas inéditas hasta hoy y su
poco también de métodos audaces, con estilo propio, que ha de ser, en resu-
men, la característica primordial de Cinematográfica Orbe. […] Aspiro a que,
excepto el operador, todo el personal técnico de esta película sea nuevo, rigu-
rosamente seleccionado por mí.155
invertir cuatro millones de pesetas, y en cuyo elenco interpretativo figuraban como prin-
cipal reclamo comercial los nombres de la bailarina Ana Esmeralda, que había destacado
en El amor brujo (Antonio Román, 1949), y el norteamericano George Raft. Jesús García
Leoz sería el compositor y Manuel Berenguer el operador de esta película que debía ro-
darse en los estudios Cinearte.
Santiago Peláez solicitó el permiso de rodaje el 16 de abril de 1951, cuando Mur
Oti se encontraba aún concluyendo la producción de Cielo negro. Sagitario Films, sin em-
bargo, solo presentó un primer borrador, y a pesar de las valoraciones positivas recogidas
en los informes de los lectores, el 5 de mayo la Dirección General de Cinematografía de-
volvió el guión a la productora sin emitir un juicio concluyente por resultar este “más bien
una amplia sinopsis que un guión técnico literario definitivo. Esta circunstancia impide
juzgar las posibilidades de la citada obra puesto que se encuentra aún supeditado a un
desarrollo temático que está por hacer. Así como el guión de referencia haya sido debi-
damente terminado podrán presentarlo nuevamente en este organismo”.159
Peláez no reenvió el guión desarrollado, puesto que el proyecto quedó finalmente
en agua de borrajas. La revista Imágenes anunciaba en mayo de 1951 que Sagitario Films
tenía intención de producirla “en combinación con una importante casa francesa intere-
sada en llevar a la pantalla la memorable figura de la genial bailarina española”.160 Sin
embargo, de ser cierta la información, parece que las negociaciones no fructificaron dado
que no hubo ninguna comunicación en tal sentido a los organismos oficiales. La productora
española, además, tenía por aquel entonces las horas contadas puesto que ese mismo
año el capitalista alemán Bernhardt abandonó España como centro de operaciones de sus
negocios para radicarse en Argentina, lo que obligó a la productora a cancelar definitiva-
mente sus actividades.
159. Expediente de rodaje nº 63-51 (Archivo General de la Administración: caja 36/04725 - sig-
natura 13.796).
160. Imágenes, nº 70-71, abril-mayo de 1951. No existe constancia oficial de este propósito de
coproducción pero la posibilidad no es descabellada habida cuenta que George Raft ya había
trabajado previamente en Francia (en la película de Jean Boyer Nous irons à Paris, 1949) y que
la propia Antonia Mercé había residido durante largo tiempo en el país galo (de hecho, la artista
falleció en Bayona).
50. El proyecto entroncaba, pues, con una de las vetas que José Enrique Monterde dis-
tingue dentro del cine histórico franquista de los años 40, aquella que constituye “una in-
sólita galería de mujeres ilustres y heroicas (reinas, heroínas, santas, madres, etc.) como
inmediata referencia a la (madre) patria y a su responsabilidad como defensoras de la
familia y el hogar en peligro, siempre por la vía de la abnegación y la renuncia, tanto del
amor real como de un amor sublimado o sobrenatural”.161
La marca valenciana no solicitó el permiso de rodaje para el largometraje Teresa
de Jesús hasta el 2 de noviembre de 1951, pero en junio (antes incluso del estreno de
Cielo negro) la revista Cámara ya se había hecho eco de que probablemente Mur Oti di-
rigiría a Aurora Bautista en la biografía fílmica de la santa de Ávila.162 A partir de ese mo-
mento se suceden en la prensa especializada las noticias acerca del inminente y esperado
rodaje de la película que iba a reunir al Genio y la Bautista. Un rosario de rumores que se
prolongó durante casi un año, a medida que se libraba en los despachos la pugna entre
la productora y las instancias oficiales reacias a aprobar el proyecto.
CIFESA ya había abordado en 1948 un proyecto basado en la biografía de la ascé-
tica castellana con guión de Aniceto de Castro Albarrán y dirección de Juan de Orduña,
en el que la omnipresente Aurora Bautista era la elegida para encarnar el papel de la
santa.163 En aquel momento la productora no presentó un guión completo sino una amplia
sinopsis y las autoridades denegaron el permiso hasta que no les fuera entregado un
guión literario-técnico debidamente desarrollado. De todas maneras, las severas adver-
tencias realizadas al autor de la sinopsis acerca de lo equivocado e insuficiente del retrato
de la personalidad de Santa Teresa, y los peligros de mostrar los inconvenientes compor-
tamientos en el interior de los conventos, ya vaticinaban el calvario que el proyecto de
Mur Oti padecería tres años después.
Las razones por las que CIFESA expulsó a Juan de Orduña del proyecto no se hi-
cieron públicas, aunque el director oficial de las superproducciones históricas de Casa-
nova denunciaba en las páginas de Imágenes que Vicente Prieto era el culpable de que
él no dirigiera la película y que se consideraba víctima de “un pisotón”.164 La cuestión
es que cuando CIFESA acometió de nuevo el proyecto Carlos Blanco y Manuel Mur Oti
habían pasado a figurar como guionista y director respectivamente. Aurora Bautista se
mantenía como protagonista y el director de fotografía Enrique Guerner sustituía a José
Fernández Aguayo.
Juan de Orduña había dirigido cuatro de los grandes títulos históricos de CIFESA:
Locura de amor (1948), Pequeñeces (1950), Agustina de Aragón (1950), La leona de Cas-
tilla (1951) y Alba de América (1951), éxitos comerciales todos ellos y con la presencia
estelar de la actriz vallisoletana en los tres primeros. De modo que la simbiosis entre Or-
161. MONTERDE, José Enrique, “El cine de la autarquía (1939-1950)”, en VV.AA., Historia del
cine español, op. cit., p.236.
162. Cámara, nº 203, 15 de junio de 1951.
163. Expediente de rodaje nº 376-48 (Archivo General de la Administración: caja 36/04709 –
signatura 13.122).
164. Imágenes, nº 5 (segunda época), diciembre de 1951.
duña, Bautista y CIFESA en Teresa de Jesús parecía inevitable. Sin embargo, Carlos F.
Heredero observa que en 1951 los aires estaban cambiando.165 Las cuatro películas fil-
madas por CIFESA en 1951 no reciben del Ministerio las clasificaciones esperadas (im-
prescindibles para la amortización de presupuestos en algunos casos astronómicos), y
comienzan a escucharse críticas al género en el seno de la propia administración (que en
la década anterior lo había enarbolado como emblema del cine del régimen), en boca,
por ejemplo, de José María García Escudero (Director General de Cinematografía y Teatro)
o Jesús Suevos (Jefe del Sindicato Nacional del Espectáculo). Por no mencionar que con
el cambio de década y de coyuntura socio-política los filmes históricos y de cruzada se
habían convertido en “un género y un modelo de espectáculo que se desvelan anacróni-
cos, que nadan contra corriente del devenir histórico contemporáneo: el final del periodo
autárquico y la progresiva apertura nacional”.166
Pese a todo, la empresa muestra su reticencia a abandonar ese tipo de cine espec-
tacular, aunque parece querer alejarse de la creciente hipertrofia estética que Juan de
Orduña había manifestado en Alba de América. Tal vez eso motivó la búsqueda de nuevos
aires formales, para temas viejos, en la figura de ese emergente y virtuoso cineasta que
se hacía llamar a sí mismo Genio.
José Luis Téllez afirma, refiriéndose a la política de la empresa valenciana, que
165. HEREDERO, Carlos F., Las huellas del tiempo. Cine español 1951-1961, p.89.
166. Ib.
167. TÉLLEZ, José Luis, “De historia y de folklore (Notas sobre el segundo período de CIFESA)”,
en PÉREZ PERUCHA, Julio (ed.), “CIFESA de la antorcha de los éxitos a las cenizas del fracaso”,
Archivos de la Filmoteca, nº 4, diciembre-febrero de 1990, p.52.
a la noble ambición de llevar al cine tan digno personaje, han pretendido ligar
productores y guionistas posibilidades comerciales ulteriores, viéndose obliga-
dos para lograrlo –por falta sin duda de mayor habilidad– a descender a conce-
siones, invenciones y artificios inadmisibles, por absurdos e impropios del
personaje tratado, defectos ellos que por sí solos bastan para desvirtuar en su
mayor parte la plausible intención inicial del proyecto. […]
Carlos Blanco, en el guión que comentamos, adultera los hechos de forma que
apenas deja resquicio por donde pueda conocerse a la Monja de Ávila. Esta que
nos pinta el autor, puede ser una muchacha cualquiera, llevada a un convento
contra su voluntad para prevenir mayores y deshonestos males. Caprichosa,
extravagante e histérica. […] El guionista confundió la entereza de carácter de
la Santa reformadora y su tenacidad y esforzado ánimo, con virilidades impro-
pias de tan femenina mujer. Por añadidura, ni el autor ni los productores se han
atrevido a compendiar en esta biografía cinematográfica la obra entera de la
Santa y dejan la misma, precisamente, cuando cronológicamente comienza a
adquirir la magnitud que la llevó a los altares y que la hizo famosa (se refieren
a la labor fundadora de la ascética y a su actividad literaria). Afrontar esto era
harto difícil y… menos comercial. Y burdamente, con pretextos que no conven-
cen, se soslayó.168
tir un dictamen categórico era que había existido desacuerdo entre los propios lectores,
dado que los vocales eclesiásticos, Antonio Garau y Fray Mauricio de Begoña, estimaban
que el guión podía autorizarse en tanto se introdujeran algunas modificaciones. Dichas
modificaciones, un total de 46, se adjuntaban al informe general en forma de “observa-
ciones críticas confidenciales” dirigidas a la productora, y se referían fundamentalmente
a anacronismos y errores históricos; expresiones y juicios teológicos inaceptables; errores
en la descripción de la vida claustral; presencia de elementos novelescos e inventados en
la biografía de la santa; el retrato distorsionado de la “relajada” vida de la Orden de los
Carmelitas cuya imagen quedaba dañada; la morbosa (e históricamente inexacta) apari-
ción de la Inquisición y, en general, el inapropiado comportamiento de Teresa, que en las
secuencias de los éxtasis más parecía una histérica que una mística.
CIFESA, además, había enviado el guión por su cuenta a una Comisión de Carme-
litas Descalzos (probablemente con ánimo de obtener un informe favorable que presentar
ante la Dirección General de Cinematografía) y, para su estupefacción, la Orden mostró
su categórico rechazo al guión por haber encontrado en él graves reparos “seriamente
perjudiciales desde el punto de vista histórico, religioso, psicológico, patriótico y carme-
litano”.169 Reparos que, más o menos, coincidían con las modificaciones propuestas por
los vocales eclesiásticos.
García Escudero se encontraba en un auténtico atolladero. Ante dictámenes tan
contradictorios el Director General elevó el asunto a las más altas instancias religiosas y
el 29 de noviembre de 1951 remitió el guión y todos los informes al Patriarca Obispo de
Madrid-Alcalá solicitándole un juicio definitivo sobre la conveniencia de su realización. El
Patriarca Obispo contestó en sentido negativo el 4 de diciembre de 1951 por considerar
que “en conjunto, todo el guión desdice y contraría la verdad histórica de la santa de Ávila
y envuelve las escenas en espíritu de aversión a respetables entidades religiosas que cier-
tamente no merecen tal trato”.170
García Escudero dio carpetazo al asunto el 10 de diciembre comunicando a la pro-
ductora la definitiva prohibición del rodaje, y haciendo caso omiso del informe favorable
de un jesuita de la Universidad Pontificia de Comillas que elogiaba vivamente el guión de
Carlos Blanco en todos sus aspectos. Enrique Songel Mullor, por su parte, solicitó en nom-
bre de CIFESA una explicación de las causas de la prohibición con objeto de realizar las
modificaciones pertinentes que condujeran a la productora a una futura aprobación. El
Director de Cinematografía le remitió dicha solicitud al Patriarca Obispo, de la que no
consta respuesta alguna.
Cuando todo parecía resuelto, el caso dio su último coletazo con la explosiva inter-
vención de Eugenio Osorio Moscoso, Primer Secretario de la Embajada Española en Was-
hington, que el 20 de enero de 1952 remitió una vehemente y amenazadora misiva al
Padre Lucinio, representante de los Carmelitas Descalzos de Madrid, por el trato que el
proyecto en torno a la figura de Santa Teresa estaba recibiendo. La carta, que reproduzco
casi en su totalidad, no tiene desperdicio:
García Escudero, cuyo nombre se había visto repentinamente implicado en tan in-
cómodo conflicto, zanjó la polémica ratificando ante el ministro Arias Salgado su decisión
inicial de denegar el permiso a CIFESA, amparándose en el criterio del Patriarca Obispo
de Madrid-Alcalá, si bien parece que en círculos privados había manifestado su aquies-
cencia con el proyecto.
Se desprende de las incendiarias palabras del diplomático español que CIFESA ya
había iniciado la preproducción de la película (y tal vez incluso el rodaje) antes de obtener
la autorización pertinente, convencida probablemente de que el trámite burocrático sería
coser y cantar, tratándose de la biografía de tan insigne personaje. De hecho, Mur Oti
había anunciado en Primer Plano que el rodaje iba a empezar definitivamente el 25 de
septiembre de 1951172, y el día 30 de ese mes la misma revista realizaba una entrevista
al cineasta y su actriz en el estudio en el que Pepe Caballero se hallaba elaborando los
decorados para el filme.173 Aún en marzo de 1952 se publicaba en la revista cinemato-
gráfica oficial la noticia de que se daba por seguro el rodaje de Teresa de Jesús.174
De modo que, acuciada por las pérdidas económicas que estaba padeciendo, el 2
de julio de 1952 CIFESA volvió a la carga175 y presentó un nuevo proyecto titulado Esa
voz que me llama, que apenas maquillaba, con un oportuno cambio en los nombres de
los personajes, el hecho de que sustancialmente se trataba del mismo guión (firmado
evidentemente por Carlos Blanco), y que además iba a ser llevado a cabo por idéntico
cuadro artístico y técnico que la anterior (con la inclusión de Manuel Berenguer en lugar
de Guerner). La Dirección General de Cinematografía y Teatro se percató inmediatamente
de la sibilina jugada de Casanova y denegó la autorización de rodaje, imponiendo el de-
cisivo punto final a tan tortuoso proyecto.
para subsistir. Sin otra vía de escape, la mujer decide entregarse al cacique del pueblo,
don Matías, a cambio de que este emplee a su marido. El adulterio no se llega a consumar
aunque Matías así se lo hace creer a ambos, y la turbulenta trama finaliza con los dos es-
posos asesinando al cacique.
Dadas las escabrosas características del argumento, no resulta extraño que el 12
de diciembre el proyecto fuera fulminantemente prohibido. El miembro del Cuerpo Técnico
de Lectores Bartolomé Mostaza lo definió como un “reportaje de la miseria social de Al-
mería montado sobre una anécdota cruda y repelente” y afirmó que “el guión posee fuerza
y alcanza emoción en no pocos momentos. Pero da una idea muy baja de lo que pueda
ser la realidad social de España, al menos en Andalucía”.176 Juan Fernández Rodríguez,
por su parte, observaba graves reparos morales en la trama que la hacían inadmisible:
Podría resultar paradójico que una productora como CIFESA, que tradicionalmente
ha sido considerada adalid ideológico y estético del cine franquista, presentara un guión
tan explícitamente sórdido y crítico con ciertas realidades sociales de la época. Sin em-
bargo, las palabras de José Luis Téllez en su lúcido análisis de las películas producidas
por la marca en la segunda mitad de la época de los años 40 resultan reveladoras:
179. El tormento y deterioro psicológico padecido por los dos protagonistas, erróneamente con-
vencidos de que han sido infieles el uno al otro, son también presagio de los inquietantes con-
flictos presentes en las dos grandes obras maestras de Carlos Blanco, a saber, los brillantes
guiones de Los ojos dejan huellas (José Luis Sáenz de Heredia, 1952) y Los peces rojos (José
Antonio Nieves Conde, 1955).
180. FERNÁNDEZ COLORADO, Luis, “Filmografía de Manuel Mur Oti”, en CASTRO DE PAZ, José
Luis y PÉREZ PERUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit., p.202.
181. Escritor y guionista de origen mexicano, detenido a comienzos de la Guerra Civil por su
militancia republicana, y próximo a la esfera del Partido Comunista.
182. Durante su efímera existencia Cervantes Films solo llegó a producir tres películas: Conde-
nados, La reina mora (Raúl Alfonso, 1954) y Mr. Arkadin (Orson Welles, 1955).
183. FANÉS, Félix, El cas Cifesa, vint anys de cine espanyol (1932-1951), Valencia: Filmoteca
de la Generalitat Valenciana, 1989.
184. El dato aportado por Carlos F. Heredero según el cual “el coste medio de una película en
blanco en negro, allá por 1956, ronda los tres millones de pesetas” nos da una idea de lo deli-
rante de este presupuesto para una película tan minimalista como Condenados. HEREDERO,
Carlos F., Las huellas del tiempo. Cine español 1951-1961, op. cit., p.56.
185. Con María Jesús Valdés (Aurelia), Guillermo Marín (José) y Gabriel Llopart (Juan) en los
papeles principales, y bajo la dirección de Cayetano Luca de Tena.
186. Me refiero a la monografía de Luciano González Egido (Juan Antonio Bardem, Huelva, Fes-
tival de Cine Iberoamericano, 1983), o más tarde la de Juan Francisco Cerón (El cine de Juan
Antonio Bardem, Murcia, Universidad de Murcia y Primavera Cinematográfica de Lorca, 1998).
187. Comunicación personal a la autora (diciembre de 2005).
188. Expediente de censura previa nº 69 (Archivo General de la Administración: caja 36/045572-
signatura 13.110)
ciertas sentencias en las que se dejaba traslucir que el protagonista estaba condenado
sin remisión a ser un asesino (algo que se oponía a la “mentalidad católica ortodoxa”), y
aconsejar que se cuidaran las escenas de mayor sensualidad. Algunos lectores como Bar-
tolomé Mostaza incluso lo consideraron excelente, asegurando que “se trata de un guión
de los pocos que alcanzan calidades estéticas y que está concebido en términos de ver-
dadera poesía cinematográfica”.189
Aunque resulta paradójico que dos directores tan contrapuestos en sus concepcio-
nes fílmicas se interesaran por el mismo material literario, basta revisar en papel (dado
que no disponemos del texto cinematográfico de Bardem) las versiones firmadas por uno
y otro para detectar importantes divergencias de fondo entre ambas, discrepancias que
justifican la distinta consideración que cada una de ellas mereció ante los lectores del or-
ganismo censor.
Bardem, mucho más fiel al argumento y al sentido de la obra de Suárez Carreño,
se recreaba en los procesos psicológicos internos padecidos por los personajes, buscando
en esa culpa que atormenta al protagonista José ciertas reminiscencias de la herida pro-
vocada por la guerra y la condena de la sangre. Mur Oti, por su parte, extirpó de su guión
cualquier alusión social, eliminó todos los personajes secundarios presentes en la obra, y
centró su atención esencialmente en la pasión irracional y telúrica que consume a esos
tres personajes determinados por un destino inequívocamente trágico.
El resultado fue una valoración más positiva por parte de los lectores que la que
mereció en su conjunto el guión de Bardem. José Luis García Velasco se congratulaba de
que en la adaptación murotiana hubiera desaparecido el propósito que, en su opinión,
manifestaba claramente el madrileño de realizar un
cine abstracto, en el cual lo que menos importaba era que los hechos se ajus-
tasen a una posible realidad, ya que en los autores la preocupación primordial
era hacer triunfar la forma sobre el fondo, a toda costa. En la presente adapta-
ción no ocurre esto porque el proceso psicológico interno de los personajes,
verdadero nudo del tema, queda claramente expuesto y desarrollado, subordi-
nándose a ello todo lo demás. Los caracteres de los tres personajes, trípode
sobre el que descansa el tema, están, a nuestro juicio, admirablemente trazados
y los diálogos tienen enjundia dramática y rayan siempre a excepcional altura.
Si la realización es acertada la película será extraordinaria.190
Percepción errónea, por otra parte, puesto que si de algo adolecen los tres prota-
gonistas de Condenados, devorados por pasiones irracionales, es precisamente de cual-
quier tipo de proceso o trazo psicológico. También resulta equivocada, aunque
evidentemente beneficiosa para el gallego, la apreciación del Padre Antonio Garau Planas
de que al guión de Mur Oti “se le ha aligerado de la fuerte suma de sensualidad que lo
llenaba en la anterior versión”.191 La afirmación del vocal eclesiástico resulta insólita ante
el resultado final de la película, una de las más notoriamente pulsionales de la filmografía
del cineasta vigués. Sin embargo, comparados ambos guiones es indudable que el desatino
del Padre Garau se debe principalmente a dos causas que caracterizan y dan fe de la ha-
bilidad de Mur Oti para enfrentarse a las instancias oficiales.
Por un lado, la sensualidad de la película de Mur Oti se deriva muy especialmente
de la eficaz puesta en escena, donde el cuerpo de Aurora Bautista se convierte en continuo
objeto de deseo de la calenturienta mirada de José Suárez, algo que se escapó a la apre-
ciación de los lectores debido a lo (intencionadamente) literario y poético del guión pre-
sentado por el vigués, que no dividió el texto en secuencias ni planos. Por otra parte,
incluso sobre el papel, el simbolismo sexual desplegado por Bardem resultaba en exceso
evidente frente a la metáfora coital del arado penetrando en la tierra propuesta por Mur
Oti, que sin duda podía pasar más fácilmente desapercibida en el seno de un drama rural
asentado dramáticamente en la necesidad de una mujer de hacer germinar de nuevo la
cosecha en sus yermas tierras.192
Con todo, fue precisamente el Padre Garau el único que opuso ciertos reparos al
guión por considerar que “hay situaciones inaguantables por la gran tensión a que sujetan
los nervios”. Opinaba que las violentas reacciones del personaje del esposo “son sencilla-
mente inconcebibles y las transiciones de los celos monstruosos a los desahogos primiti-
vos de tipo amoroso hacen de José un ser sencillamente anormal y repugnante”, mientras
que “Juan, cuya figura es altamente simpática, reacciona luego, en varias ocasiones, de
forma despreciable frente a José y su conducta hace inverosímil una postura de inocencia
que hasta entonces se admitía sin grandes esfuerzos en Aurelia”. El clérigo finalizaba su
informe aconsejando “más cordura y menos imaginación”.193
Pese a ello, el guión de Mur Oti no padeció corte ni modificación de ninguna clase
y, tras la obtención del cartón de rodaje el 14 de abril de 1953, el gallego inició la ansiada
filmación de su tercera película el 18 de mayo en los estudios Ballesteros. En agosto, con
un sol de justicia cayendo a plomo sobre los campos de Ciudad Real, todo el equipo se
trasladó a Argamasilla de Alba y Tomelloso para rodar los numerosos exteriores en las
desérticas llanuras castellanas. Al gélido frío invernal padecido en las calles de Madrid du-
rante el rodaje de Cielo negro se oponía ahora un implacable y febril calor que cuadraba
a la perfección con la caldeada pasión que Mur Oti pretendía poner en escena en Conde-
191. Expediente de rodaje nº 56-53 (Archivo General de la Adminitración: caja 36/04736 - sig-
natura 13.807).
192. Se puede consultar un análisis comparativo más pormenorizado de ambos guiones en ZU-
BIAUR, Nekane E., “Mur Oti y Bardem: ¿esa pareja imposible? (Reflexiones acerca de dos Con-
denados, y diferencias y similitudes entre Cielo negro y Calle Mayor)”, en Actas del XI Congreso
Internacional de la Asociación Española de Historiadores de Cine, Córdoba, AEHC / Junta de An-
dalucía, 2006.
193. Expediente de rodaje nº 56-53 (Archivo General de la Adminitración: caja 36/04736 - sig-
natura 13.807).
nados. “¡Quiero que en el cine las señoras saquen los abanicos al ver estas escenas!”, de-
claró el director durante el rodaje.194
En lo que desde luego coincidían Condenados y Cielo negro era en que Manuel Mur
Oti volvía a tener a su disposición todo lo que podía desear. Para empezar tenía junto a
él a sus amigos y colaboradores habituales: Antonio Vich, como jefe de producción y Ma-
nuel Berenguer encargado de la dirección de fotografía. Tan solo faltaba Jesús García
Leoz, al que, según José Luis Téllez195, la muerte sorprendió componiendo la música para
esta película. Mur Oti decidió finalmente no sustituirlo y acompañar las imágenes de Con-
denados con algunos de los más reconocibles pasajes de Ludwig Van Beethoven.
En cuanto a los intérpretes, Mur Oti contaba con actores de primera fila. Junto a la
mencionada Aurora Bautista, para la que Condenados suponía su regreso a las pantallas
de cine tras una larga ausencia de tres años (no había estrenado nada desde Agustina de
Aragón en 1950), completaban el trío protagonista Carlos Lemos y José Suárez. Para
Lemos, considerado primer actor del teatro español, la película de Mur Oti significaba el
debut ante las cámaras, y para el segundo, que ya había destacado en títulos como Bri-
gada criminal o Historia de una escalera (ambas dirigidas por Ignacio F. Iquino en 1950),
su definitiva consagración como galán, “la gran oportunidad de su carrera” según sus pro-
pias palabras.196
Suministrando gasolina monetaria a la máquina, CIFESA como productora encu-
bierta, que permitió al desmesurado gallego construir casi totalmente un molino en medio
de la estepa castellana, y echó el resto en la inversión publicitaria revistiendo al filme de
un inconfundible halo de superproducción. La promoción de la película en la prensa espe-
cializada fue brutal. Tanto en Madrid, en las páginas de Primer Plano, como en Barcelona,
a través de la revista Imágenes, los cronistas cinematográficos prestaron una inusitada
atención al rodaje, y entre julio y noviembre de 1953 (mes de su estreno definitivo en
Madrid) se sucedieron los reportajes puramente promocionales que daban cuenta de los
progresos en la producción de la misma, así como las portadas y los anuncios publicitarios
que avanzaban su estreno. El reclamo principal era sin duda el regreso a las pantallas de
Aurora Bautista, junto al elevadísimo coste de la película, que Imágenes ya cifraba públi-
camente en doce millones de pesetas, destacando los cuatro millones que la estrella fe-
menina iba a percibir.197
A pesar de la enorme expectación que el filme generó en el ámbito cinematográfico,
Condenados fue un completo fracaso económico, comercial y crítico. Presentada a los or-
ganismos oficiales el 20 de octubre de 1953, la Junta de Clasificación y Censura valoró
positivamente la factura técnica de la cinta y la clasificó de Primera A. El Ministro Arias
Salgado había derogado en 1952 el sistema de protección a través de la concesión de li-
cencias de importación y doblaje, sustituyéndolo por una nueva normativa según la cual
cada productor recibiría como subvención estatal un porcentaje en metálico sobre el costo
estimado de la película en función de la clasificación que la Junta le otorgara. La clasifi-
cación de Primera A (la mejor por debajo del «Interés Nacional») implicaba una subven-
ción del 40% del coste del filme. El gran inconveniente para los impulsores del proyecto
fue que frente a los 11.591.781,95 que la productora había aducido como desembolso
definitivo, la Junta reconoció un coste estimativo de tan solo cuatro millones de pesetas.
Paralela a la nueva normativa se había extendido otra forma de picaresca en la in-
dustria cinematográfica consistente en hinchar deliberadamente los presupuestos pre-
sentados al Ministerio para asegurarse la máxima cantidad posible de las protecciones
estatales. De modo que en ocasiones el 40% del presupuesto que reportaba una clasifi-
cación de Primera A era suficiente para amortizar casi el 100% del coste real de la película.
El Servicio de Ordenación Económica de Cinematografía (SOEC) era la instancia encargada
de controlar, previo informe del Sindicato Nacional del Espectáculo, el coste real de las
películas para evitar los perjuicios causados por dicha práctica fraudulenta. En el caso de
Condenados el informe del SOEC fechado el 28 de diciembre de 1953, no dejaba lugar a
dudas sobre su convencimiento de que el abultadísimo presupuesto había sido hinchado
descaradamente.
El citado documento comparaba las producciones de Condenados y Fuego en la
sangre (1953) de Iquino, con la que el filme de Mur Oti guardaba ciertas analogías (di-
rectores e intérpretes de prestigio, similar número de días de rodaje, escasez de decora-
dos, abundancia de tomas en exteriores, etc.) y a la que se le había reconocido un coste
estimativo de 3.400.000 pesetas.
El SOEC afirmaba además que, según Cervantes Films, el número de planos reali-
zados en Condenados era de 573, de los cuales la cinta solo contenía 359, “es decir, que
en el citado presupuesto se contabilizan 214 planos que no figuran en la película”. Por
otra parte, el número de días de rodaje había sido, según la empresa, de 91 (unas 15 se-
manas), lo que da una media útil de menos de 4 planos diarios, “cifra inadmisible en una
producción, aun teniendo en cuenta el bajo rendimiento alcanzado en esta industria es-
pañola”. Por si esto fuera poco, el Servicio había requerido a Cervantes Films las facturas
de los gastos realizados, “de los cuales, una gran parte, están confusos, sin reintegrar
muchos de ellos, quedando diversos conceptos, de los que figuran en el presupuesto, sin
justificación”, entre los que se incluían, por ejemplo, la compra de una nevera, puros, li-
cores y hasta una botella de coñac Napoleón.
El SOEC cerraba el informe con tono de reconvención quejándose de que “entre
gran número de productoras existe el convencimiento de que si presentan presupuestos
muy «hinchados», aunque se les hagan importantes rebajas, de orden de uno o varios
millones, siempre les quedará al final, un coste alto, lo que les permite, por un lado, decir
que les han rebajado demasiado, y, por otro, colocan a los que estudian estos expedientes
en situación delicada y confusa para investigar el verdadero coste”. Tras comparar las ci-
fras de Cervantes con las valoraciones del Sindicato Nacional del Espectáculo y las del
propio Servicio, la Sección de Cinematografía fijó finalmente el coste estimativo de la pe-
lícula en 4 millones de pesetas, “sugiriendo la conveniencia de tomar las medidas opor-
tunas para cortar, de una forma radical, dada la gravedad que esto supone para el buen
desarrollo de esta industria, la costumbre, por parte de gran número de empresas, de
«hinchar» los presupuestos”.198
Entraba dentro de la lógica que la voz del emergente sector disidente se manifes-
tara en este sentido, pero probablemente lo que causó mayor (y más desagradable) sor-
presa a Mur Oti fue que un medio como Primer Plano, que hasta el momento le había
protegido, publicara de pluma de José Luis Gómez Tello juicios negativos en torno a la
película, que coincidían en no pocos aspectos con los expuestos por Eduardo Ducay. Según
Gómez Tello, Condenados acentuaba aún más el “defecto” que había lastrado sus dos pe-
lículas anteriores, en las que el argumento tomaba en determinados momentos desvia-
ciones literarias, melodramáticas y forzadas que ensombrecían, en su opinión, los aciertos
de realización y que no casaban con un “cine moderno”:
Es difícil concebir más rancio rebrote del anticuado teatro rural que el tema de
Condenados, mayor falta de vivacidad y espontaneidad. Y, por si fuera poco, en
el guión no ha sabido desprenderse del convencionalismo teatral. Parece asomar
la intención de ponerle a este asunto una peana de drama griego. […] Pero se
confesará que entre estos personajes convencionales, en los que una falsa pa-
sión solo sabe expresarse a gritos, y la sobriedad trágica de los clásicos, me-
diaba un puente que Mur Oti no ha podido franquear, a pesar de haber sacado
el máximo partido al único elemento no teatral de que disponía, el único valor
realmente cinematográfico de su Condenados, es decir, la plástica, el lenguaje
de las imágenes, el fondo del paisaje. En lo demás, la falsedad de las situacio-
nes, lo absurdo de esta historia le ha desbordado. Por si fuera poco, el diálogo
va desde una retórica insoportable en boca de los campesinos hasta un rebus-
camiento zarzuelesco del lenguaje rural. […] No hablemos de la desafortunada
utilización de la música de Beethoven para interpretar el paisaje manchego. […]
Aurora Bautista se ha desbordado teatralmente, mientras Carlos Lemos no ha
llegado a la vibración exigible en un personaje cinematográfico.204
Gómez Tello solo elogiaba la fotografía de Manuel Berenguer (que obtuvo el Premio
del CEC de 1954), factor que la revista Imágenes ni siquiera salvaba:
Condenados filme nacional debido al mal llamado por sí mismo «genio cine-
matográfico», el realizador Mur Oti, que a pesar de contar con una protagonista
de la calidad de Aurora Bautista, y con unos intérpretes del temple de José Suá-
rez y Carlos Lemos, no consiguió, ni mucho menos, lo que se proponía, que no
es otra cosa que emular y aun superar las grandes gestas del Indio Fernández.
Tampoco, a pesar del premio obtenido por la fotografía de Berenguer, nos hace
olvidar al gran Figueroa. En fin, una producción que podía haber sido y no ha
llegado a ser.205
triunfa plenamente, consigue lo que se propuso […] y nos brinda todo un soberbio docu-
mental humano en las pasiones de los personajes y todo un espléndido documental de
los lugares de la acción, de Castilla tal como es; superficial y profundamente”.206
Además del galardón concedido por el CEC a Manuel Berenguer, la película se pro-
yectó con cierto éxito en la Sección Oficial del Festival de Sao Paulo en febrero de 1954
y tanto Manuel Mur Oti como Aurora Bautista obtuvieron sendos premios en el Festival
de Locarno de 1955.
A pesar del reconocimiento fuera de las fronteras españolas parece que Aurora
Bautista no perdonó a Mur Oti las risas el día del estreno ante toda la profesión, ni las crí-
ticas recibidas por parte de la prensa especializada. Las alabanzas que la actriz había dis-
pensado a su papel de Aurelia en los reportajes promocionales (“es un tipo humano, con
sangre y vibración. El tipo que yo necesitaba y estaba esperando todo este tiempo”)207
se trocaron en palabras de resentimiento años después. Así se manifestaba ante Diego
Galán y Fernando Lara sobre su intervención en Condenados:
Yo he hecho una película peor que esos títulos que citáis (Locura de amor y
Agustina de Aragón), que se llama Condenados. Me acuerdo que cuando la vi
lloré amargamente. Ha habido películas que hubiese querido destruir, pero yo
ya sabía cuando las estaba haciendo, que las estaba haciendo mal. Y es
que8exigían cosas de mí que no me gustaban nada.208
(en 1951 iba a hacer) dos guiones de Carlos Blanco, uno de ellos extraordinario,
que trataba la vida de Santa Teresa de Jesús (el otro es Debajo del puente).
Acabé haciendo la película… con un guión que se escribió diez años después y
que era muy malo (escrito por Mur Oti, Antonio Vich y José María Pemán). Pero,
claro, si no lo hacía yo, lo iba a hacer Vivianne Romance, y entonces me daba
rabia que lo hiciera otra persona. A pesar de todo, lo acepté de muy mala gana
y sintiendo mucho que se hiciera de esa manera.209
Manuel Mur Oti también se sintió dolido por la virulenta acogida de la crítica espa-
ñola, y así lo indicó en una entrevista concedida a Primer Plano:
Resulta paradójico que el primer gran fracaso comercial de Mur Oti, Condenados,
marcara sin embargo otro punto de giro en su línea artística. Ya se ha dicho que tras el
éxito de Un hombre va por el camino la trayectoria de Mur Oti no acababa de encontrar
una dirección definida. El cineasta vigués se movió de un proyecto a otro al son de desig-
nios administrativos y empresariales ajenos a su voluntad, hasta que en 1953 decide re-
tomar con Condenados la línea temática, genérica y estética iniciada con su primer
largometraje. Esa línea (a la que dedicaré la atención debida en la segunda parte de este
trabajo) se prolongará en sus dos siguientes películas, Orgullo y Fedra, dos superproduc-
ciones que no reportaron grandes beneficios pero que componen, junto a Condenados y
Un hombre va por el camino, el epicentro del universo cinematográfico murotiano, tanto
por su calidad fílmica como por su coherencia estética, temática y narrativa.
Teniendo en cuenta que Mur Oti era, además de artista fílmico, un hombre de in-
dustria preocupado por la acogida de sus trabajos, sorprende que decidiera continuar por
derroteros a priori tan poco fructíferos en lo comercial. La clave para comprenderlo estriba
en una fecha: 1953. En ese año de retorno al origen de su carrera de cineasta no solo
filmó Condenados, sino que también trató de impulsar los guiones de otros dos dramas
rurales de similares características, Orgullo y Fedra, que seguían la estela reabierta por
su tercera película, pero que hubieron de esperar algún tiempo a poder ser producidas.
212. Mur Oti y Vich ya habían presentado una extensa sinopsis del proyecto a la consideración
de la censura previa de guiones en 1952, pero el permiso de rodaje, que requería la entrega de
un guión completo y desarrollado, no se efectuó hasta esta fecha.
Probablemente cansado de los vaivenes a los que los productores le habían some-
tido hasta el momento, el cineasta decide ese mismo año fundar, como tantos otros di-
rectores españoles de la época213 , su propia productora bajo la marca de Celta
Films-M. Mur Oti. El fin, evidentemente, era producir sus propios proyectos sin injerencias
ajenas, el primero de los cuales iba a ser precisamente Fedra. Así las cosas, el 18 de di-
ciembre de 1953 Cervantes Films cedió a Mur Oti todos los derechos sobre el guión, y el
11 de febrero de 1954 este se vio obligado a solicitar una prórroga del permiso por otros
90 días, dado que la película se hallaba aún en periodo de preparación cuando la autori-
zación estaba próxima a expirar.
En el mismo mes de febrero Mur Oti había visitado Brasil con motivo de la proyec-
ción de Condenados en el Festival de Sao Paulo, donde quedó enamorado de sus paisajes
naturales. De manera que el 2 de mayo de 1954 él mismo anunció en Primer Plano que
el país sudamericano sería el escenario del rodaje de Fedra: “todos los decorados se
montarán en la playa, sin entrar un solo día en estudios. Salgo mañana para Roma, a
contratar una actriz italiana que podría ser Sofia Loren o la mismísima Silvana Mangano.
El cincuenta por ciento de los técnicos será español, y el otro, brasileño. Mi operador
será Juan Mariné”.214
En esa misma entrevista adelantaba que después de Fedra pretendía rodar otro
guión suyo escrito al alimón con el dramaturgo de talante católico Jaime García Herranz.
Dicho argumento cinematográfico titulado El río, había ganado el primer premio del con-
curso del Sindicato Nacional del Espectáculo en la convocatoria de 1952/1953 y era una
especie de revisión de Romeo y Julieta de Shakespeare, encarnados en los herederos de
dos familias ganaderas enfrentadas.
Las causas por las que la producción de El río se adelantó finalmente a la de Fedra,
y el título original fue sustituido por el de Orgullo, son desconocidas. Lo único cierto es
que, enfrascado como estaba Mur Oti en sacar adelante estos proyectos personales a tra-
vés de su productora, desatendió los compromisos previos que había contraído con Benito
Perojo para realizar la versión cinematográfica de la zarzuela de Federico Moreno Torroba
Luisa Fernanda.
Durante su estancia en Sao Paulo, Mur Oti había manifestado ante la prensa que
el 1 de marzo (de 1954) debía empezar a trabajar en la película producida por Benito
Perojo. Se trataba de un proyecto largamente acariciado por el productor del que se
había venido hablando al menos desde 1949. En mayo de 1952 el director de La verbena
de la Paloma anunció en Primer Plano que él mismo iba a dirigir Luisa Fernanda aunque
la revista recogía tres meses después que finalmente sería Luis Lucia el encargado de su
realización.215 La adaptación de otra popular zarzuela, Doña Francisquita, producida por
213. En los años 50 proliferaron especialmente las empresas productoras cuyos titulares eran
cineastas con cierta experiencia en la industria. Es el caso de Ana Mariscal, Rafael Gil, Antonio
del Amo, Ladislao Vajda, Antonio Isasi, etc.
214. Primer Plano, nº 707, 2 de mayo de 1954.
215. Estas informaciones están tomadas de GUBERN, Román, Benito Perojo. Pionerismo y su-
pervivencia, Madrid: Ministerio de Cultura / ICAA / Filmoteca Española, 1994.
Perojo ese mismo año había resultado una decepción comercial motivada en parte por
la insólita propuesta meta-textual de su director Ladislao Vajda. De modo que es posible
que el productor quisiera apostar por nuevos valores y confiara en la capacidad del ga-
llego para construir un espectáculo musical acorde con sus propósitos postergados du-
rante largo tiempo.
No obstante, tras sus declaraciones en Brasil, Mur Oti no volvió a hacer mención
de tal asunto y se embarcó de lleno en los proyectos promovidos por su flamante em-
presa. Sea como fuere, parece seguro que el gallego había llegado a firmar un compro-
miso formal con Perojo puesto que este interpuso una demanda contra él por
incumplimiento de contrato. En 1956 los tribunales sentenciaron que Mur Oti debía de-
volver al productor las 100.000 pesetas que este le había adelantado por medio de una
letra de cambio como importe del primer pago para la realización de la película, mientras
que Perojo tendría que retornar a Mur Oti el guión técnico ya elaborado.216
Con estas palabras definió Mur Oti su cuarta película217, primera y última que aco-
metería como productor, y cuyas imágenes están sin duda inspiradas por los tiempos en
que el joven Manuel recorrió Cuba a lomos de su caballo guiando reses.
El flamante productor quería que la primera película promovida por su empresa
Celta Films fuera una gran producción y derrochó todo el esfuerzo necesario para ello.
En primer lugar trató de buscar dos estrellas no nacionales para los papeles protago-
nistas siguiendo su filosofía de que “al cine español hay que inyectarle figuras interna-
cionales del máximo prestigio, que darán mayor comercialidad a nuestras películas. Ya
sé que esas figuras son caras, pero yo estoy dispuesto a pagarlas, porque sé que, al
fin, resultan baratas”.218
Con ese fin contrató a Marisa Prado y Alberto Ruschel, los dos intérpretes brasileños
que habían protagonizado O Cangaçeiro, cinta dirigida por Lima Barreto que había ganado
el Premio a la Mejor Película de Aventuras en el Festival de Cannes en 1953. Primer Plano
recogió gráficamente en su número del 18 de julio de 1954 la llegada de los dos actores
al aeropuerto de Madrid y el recibimiento que, con todo boato, les dispensó Manuel Mur
Oti acompañado de su esposa Lola, Juan Mariné, Antonio del Amo, Cesáreo González, An-
tonio Vich (director de producción de Celta Films) y Enrique Diosdado.
216. Diario de Barcelona, 16 de noviembre de 1956. Perojo solicitó el permiso de rodaje para
Luisa Fernanda el 18 de marzo de 1954, y ya entonces, en la ficha técnica adjuntada aparecía
Ladislao Vajda como director. Manuel Mur Oti figuraba solo como dialoguista, aunque en el pre-
supuesto se le reservaba una partida por derechos de adaptación junto a José Santugini. Quizá
Perojo no quiso volver a repetir experiencia con Vajda, lo único seguro es que finalmente la pe-
lícula no se realizó. Expediente de rodaje nº 47-54 (Archivo General de la Administración: caja
36/04746 - signatura 13.816).
217. En Triunfo, nº 613, 13 de noviembre de 1957.
218. Imágenes, nº 128, septiembre de 1954.
A pesar de tener a los protagonistas contratados, Celta Films aún no había solici-
tado el permiso de rodaje para Orgullo, de hecho, Juan Mariné afirma que Mur Oti ni si-
quiera había finalizado el guión mientras dedicaba todo su tiempo (y dinero) a entretener
a sus dos estrellas:
Prensa, festivales, banquetes, llevarlos a los toros, llevarlos aquí, llevarlos allí…
Yo estaba contratado en la película y no empezábamos nunca. «No, es que estoy
acabando el guión…» decía, pero lo cierto es que andaba de fiesta en fiesta y el
hombre no escribía nada. De acuerdo con su mujer cogí a Mur Oti, me lo llevé
en mi coche, lo dejé en un hostal y lo encerré allí. Yo me llevé la llave. Le quité
la ropa y le obligaba a que me diera las hojas de guión que había escrito por
debajo de la puerta, si no no iba a comer. Cuando me entregaba las hojas ba-
jábamos al restaurante del hostal, comíamos allí y le volvía a dejar en la habi-
tación para escribir, para ir por la noche a por más hojas y llevarlo a cenar, si
no no cenaba. Yo no tenía nada que ver con esto, pero me daba pena porque
este hombre se estaba arruinando, y además estaba pasando la fecha del con-
trato de los actores… Por fin conseguí que acabase el guión, aunque los últimos
días, a pesar de tener yo la llave, se escapó con una vecina de la casa de en-
frente. Le contó una milonga de que lo teníamos secuestrado… y la mujer le dio
dinero y le fue a comprar ropa.219
221. Mur Oti se había autofijado un sueldo de 500.000 pesetas como director, además de las
250.000, compartidas con García Herranz, que pensaba recibir en calidad de guionista. Por otra
parte, en el presupuesto final figuraban unos generosos emolumentos de 450.000 para Marisa
Prado y Alberto Ruschel, y de 300.000 para Enrique Diosdado.
222. SORIA, Florentino, Juan Mariné, un explorador de la imagen, Murcia: Filmoteca Regional
de Murcia, 1991, p.68.
Entre las escenas más complicadas de rodar, y que más quebraderos de cabeza
provocaron al equipo, se encontraban precisamente aquellas de mayor intensidad dra-
mática. Mariné recuerda que, sujetos como estaban a los vaivenes climatológicos y obli-
gados a representar cielos despejados, la filmación del final del éxodo de la protagonista
y su gente, con la llegada al ansiado lago situado en la cumbre, resultó harto dificultosa
y, a la postre, imposible de realizar como la habían planificado.
Se había previsto rodar estas escenas en el Lago Enol de Covadonga, pero cada
vez que lo intentábamos o había niebla o llovía. Ante esa imposibilidad tuvimos
que regresar a Madrid y simular la acción en el lago de la Casa de Campo. Emilio
Ruiz, a base de un cristal pintado, nos hizo una maqueta perfecta y la escena
resultó del todo creíble.223
En general, los planos del éxodo en el que se debían movilizar cientos de figurantes
y animales requirieron un enorme esfuerzo por parte del equipo de producción (cuyo jefe
era un joven Pedro Masó que ya había participado como ayudante de Vich en Condena-
dos), así como de los operadores. La filmación de la escena en que una carreta se des-
peñaba ladera abajo a su paso por una abrupta senda fue una de las más arduas que el
director de fotografía guarda en la memoria:
En lo de las vacas Mur Oti sufrió como nadie. Eran vacas que iban al matadero,
vacas enfermas que iban a matar y que se compraron para la película. Había
que tirar unas carretas, y se prepararon las carretas y el camino para que res-
balasen las vacas. Mur Oti pidió motor, puso la cabeza en el suelo y se escondió.
No quería ni oír el ruido, estaba deshecho. Las carretas resbalaron, rodaron las
tres cámaras que teníamos puestas pero las vacas no se despeñaron, quedaron
colgadas al abismo y después hubo que recuperarlas. El segundo día se prepa-
raron las carretas, las varas, se rodó otra vez con las tres cámaras, y no sé qué
pasó que dio la vuelta la carreta y se desprendió una vaca, pero la otra se quedó
de pie paciendo allí. Mur Oti desesperado, que no valía. El tercer día se llenaron
las carretas de piedras, unas piedras increíbles, se cortaron los varales, se pre-
paró todo y se despeñaron las vacas.
Cuando rodamos esto, había una cámara grande abajo en la que estaba el ayu-
dante de cámara. Había otra cámara arriba, casi en horizontal, que estaba el
segundo operador, y yo estaba en la ladera por la que se despeñaban cuesta
abajo para seguir al carro y las vacas. Entonces rodábamos con unas cámaras
en las que la imagen se veía a través de la película.224
Yo tenía a un tipo detrás porque no sabíamos hacia dónde iba la carreta, y este
tipo tenía la misión de tirar de mí si nos venía el carro encima. Y así se rodó
eso. No era como ahora que se ve la imagen sobre un cristal esmerilado. Ahora
es tan fácil que me parece que se roba el dinero. ¡Cómo hacíamos estas cosas!
Era horrible…225
El rodaje del clímax final en el que el río se desborda incapaz de absorber las lluvias
torrenciales también estuvo a punto de terminar en auténtica catástrofe:
225. Ib.
226. SORIA, Florentino, Juan Mariné, un explorador de la imagen, op. cit., p.68.
227. Así lo afirma en su Autobiografía (en MARÍAS, Miguel, Manuel Mur Oti. Las raíces del drama
/ As raízes do drama, op. cit., p.227) y en MARTÍNEZ TORRES, Augusto, “Manuel Mur Oti, los
problemas del genio”, en Cineastas insólitos. Conversaciones con directores, productores y guio-
nistas españoles, op. cit., p.121).
estudiado óptica. Es más, si algún defecto tiene Orgullo es que está todo muy
cerradito, porque él en su afán de que todos le escucharan decía: «Aquí, la cá-
mara la vas a poner aquí con el 35, trípode bajo». Decía que la gente del patio
de butacas ve el cine desde abajo, luego hay que dárselo rodado desde abajo,
no con un trípode alto sino un trípode bajo para que tenga la misma visión. En
esto estaba acertado, pero en cuanto él se había aprendido lo del 35… Él se
había aprendido el número y el objetivo y te tenía amarrado. También tenía una
razón: el objetivo de 35 era el que empezaba a tener definición, porque los
otros objetivos no estaban bastante corregidos y todos tenían alguna deforma-
ción. Pero ya me dirás en mitad de un campo con piedras qué te importa la de-
formación. Si estabas cerca de una cara procurabas no poner un gran angular,
pero en los planos generales que teníamos que coger cumbres, montañas, va-
lles, era una cosa que necesitábamos.228
Todos los intentos de Mariné por razonar con el gallego sobre la conveniencia de
emplear otras lentes resultaron infructuosos.
Mur Oti pretendía hacer Lo que el viento se llevó.231 Rodamos y una vez termi-
nada y montada, la película tenía 16 rollos y no la quiso nadie por ese tamaño.
Cuando se la vendió a don Vicente Casanova de CIFESA, don Vicente le obligó
a que la cortase y él la dejó en 12 rollos. Pero después la cogió don Vicente con
Juan Serra, el montador de la película, y la dejó en ocho. Falta muchísimo. Yo
pienso que menos cortada hubiese estado mejor, pero como CIFESA intentaba
meterla en los cines de programa doble, si tenía más metros ya no la podía
meter, y CIFESA procuraba ganar el máximo dinero con la película.232
231. A pesar de que en el momento del estreno de la macroproducción de Selznick Mur Oti había
manifestado que la película no le había gustado nada (Primer Plano, nº 558, 24 de junio de
1951).
232. Entrevista personal (abril de 2005).
233. Expediente de censura nº 13.336 (Archivo General de la Administración: caja 36/03513-
signatura 34.514).
El recurso del gallego obtuvo una respuesta negativa el 4 de junio de 1955. Un mes
después CIFESA entraba en escena, y el 16 de julio Mur Oti volvía a ponerse en contacto
con la Dirección General de Cinematografía para comunicarles que la empresa valenciana
había sustituido a Suevia Films en las labores de distribución, y que el metraje de la película
se había reducido voluntariamente a doce rollos “para su mejor adaptación al horario de
las salas de exhibición”.235 El vigués no explicaba las razones del cambio, pero Mariné re-
cuerda que la búsqueda de una distribuidora definitiva resultó labor ardua para el gallego.
Quizá Suevia no viera muy claro el negocio tras los informes de la Junta, aunque parece
evidente que el hecho de que Eugenio Gisbert, capitalista que había financiado Orgullo,
fuera miembro del Consejo de Administración de la empresa valenciana influyó de manera
decisiva en la entrada de CIFESA como distribuidora del filme en un momento en que la si-
tuación económica de la misma no era precisamente boyante.236
Vistas las advertencias de los miembros de la Rama de Clasificación, Casanova no
dudó en recortar al menos en un rollo la excesiva duración de la película. Aparentemente,
y tal vez incluso con posterioridad a su estreno comercial, el empresario valenciano mutiló
aún más la cinta hasta dejarla en los ocho rollos que menciona Juan Mariné.
En agosto de 1955, con la película aún sin estrenarse, Mur Oti recibe una ex-
celente noticia: Orgullo es seleccionada, junto a El canto del gallo (1955) de Rafael
Gil, para representar a España en la Sección Oficial del XVI Festival de Venecia. La
alegría del gallego, sin embargo, es efímera. Su ansiada participación por vez primera
en un Festival de la máxima categoría se vio irremediablemente truncada por causas
ajenas a su voluntad cuando la Delegación Española decidió retirarse en bloque del
certamen.
Tanto Manuel Mur Oti, acompañado de Eugenio Gisbert, como Rafael Gil se hallaban
ya en Venecia a la espera de la proyección de El canto del gallo prevista para el 1 de sep-
tiembre, cuando la película española fue sustituida a última hora por The Naked Dawn
(1955) de Edgar G. Ulmer. Según la crónica de la Revista Internacional del Cine “la expli-
cación oficial de la suspensión de El canto del gallo es que no ha llegado a tiempo la copia,
pero el mundo sabe ya que está en danza el artículo segundo del Reglamento. […] La
prohibición no es aún definitiva”.237
El mencionado artículo segundo se refería a los requisitos que debían cumplir las
películas que compitieran en la Mostra, entre los cuales se mencionaba explícitamente
que ninguno de los filmes a concurso debía “herir ningún sentimiento nacional”.238 El canto
del gallo era una diatriba alegórica pero fácilmente detectable contra el comunismo, lo
cual podía previsiblemente ofender a los países del otro lado del telón de acero.239
Al revuelo provocado por esta suspensión se añadió al día siguiente la prohibición
de otras tres películas a causa del mismo artículo: Jan Hus (Otakar Vávra, 1954) de Che-
coslovaquia, Semilla de maldad (Blackboard Jungle, Richard Brooks, 1955), norteameri-
cana, y la inglesa The Prisoner (Peter Glenville, 1955). Los americanos y checoslovacos
presentaron sendas películas en sustitución de las retiradas, pero el 7 de septiembre, el
mismo día en que estaba programada la proyección de Orgullo, la Delegación Española
hizo pública su decisión de retirarse oficialmente de la Mostra. La razón que adujo en la
carta remitida a la Dirección del Festival fue que consideraban “no ajustada a derecho la
decisión adoptada, en cuanto a la interpretación del artículo segundo del Reglamento, por
la Comisión de Expertos que asesora a esa Dirección General”.240
La cuestión es que, por “razones de dignidad” como lo calificaba Gómez Tello en
Primer Plano241, Mur Oti regresó de Venecia con las manos y, sobre todo, los bolsillos más
vacíos de lo que se marchó. Ante el perjuicio causado por la retirada de su película del
festival, a CIFESA y Celta Films no les quedó más remedio que ponerse en marcha para
propiciar el estreno de Orgullo en sala comercial en las mejores condiciones.
Para empezar, el 22 de septiembre de 1955 Mur Oti volvió a solicitar la categoría
de «Interés Nacional» para su película, alegando que debido a la retirada de la Delegación
Española del Festival de Venecia había perdido mucho dinero y necesitaba reparar de al-
guna manera el quebranto económico. No se trataba solo del gasto realizado en adaptar
la película para el festival (subtítulos, press-books, etc.), sino también del hecho de que
los compradores europeos que tenían apalabrada la compra de la película para Suecia,
Bélgica, Noruega, Finlandia, Dinamarca, Grecia y Turquía, se habían echado atrás al con-
siderar que con su retirada de la Mostra “se veía mermado el prestigio del filme y su co-
mercialidad europea”. Mur Oti aseguraba, no sin cierta ironía, que los compradores habían
juzgado injustificada la decisión de la delegación española “aunque para el suscribiente
haya estado impregnado de la más alta dignidad española. Y que el silencio que rodeó a
mi película, en tanto el filme causante de la retirada del Festival desencadenaba una des-
mesurada publicidad y promovía una polémica que acentuaba su posible interés, agravaba
aún más la condición de Orgullo en cuanto a posibilidades comerciales”.242
CIFESA, por su parte, interpuso un recurso de apelación para que la película fuera
autorizada para todos los públicos y pudiera admitir mayor número de espectadores. El
principal argumento esgrimido por su representante, Enrique Songel Mullor, era “que se
trata, en su formal característica, y así se ha hecho público muchas veces, de una típica
película de las llanadas del Oeste, pero la primera de este género hecha en España, sal-
vando con técnica, desembolsos y entusiasmo colectivo las dificultades que presentaban
para su realización”, y dado que el resto de películas americanas adscritas al género eran
habitualmente clasificadas para todos los públicos, no veía razón alguna para que Orgullo
no lo fuera también.
El 4 de octubre de 1955 la Comisión Superior de Censura rectificó el fallo inicial y
la declaró apta para todos los públicos. La petición de «Interés Nacional», por el contrario,
fue definitivamente denegada el 16 de febrero de 1956, por lo que Mur Oti hubo de con-
formarse con la protección económica correspondiente a la categoría de Primera A.
La película había recibido cierta atención por parte de un sector de la prensa cine-
matográfica durante su periodo de producción, principalmente de la revista Primer Plano,
que había dado cuenta de su rodaje en octubre de 1954 anunciándola como “algo comple-
tamente nuevo en el cine español”.243 Cuando CIFESA asumió la distribución de la película
en el verano de 1955 también se encargó de promover la publicación de algunos reportajes
publicitarios en la misma revista.244 Sin embargo, tras el affaire de Venecia, Orgullo aún
tardó tres meses en ser exhibida comercialmente y la campaña publicitaria previa quedó
diluida. El estreno se produjo simultáneamente en los cines Carlos III y Roxy B el 9 de di-
ciembre de 1955 y consiguió mantenerse durante diez días en ambas salas.
La acogida, pues, fue tibia tanto por parte del público como de la crítica. Las revis-
tas barcelonesas Fotogramas e Imágenes no hicieron en sus páginas mención alguna a
la película y el texto de Gómez Tello en Primer Plano delataba que el experimentado crítico
no había llegado a comprender del todo cuál era el verdadero trasfondo de la cinta:
Era cuestión de tiempo que Manuel Mur Oti y Cesáreo González, paisanos de Vigo,
amigos desde hacía tiempo y defensores de idénticos pareceres e inquietudes respecto a
la industria cinematográfica española, terminaran colaborando codo con codo en una pro-
ducción de cierta envergadura.
Con una voluntad contraria a la de la mayoría de productores ocasionales y opor-
tunistas que surgían en un sector industrial tan atomizado como el del cine en España,
Cesáreo González había mostrado desde los años 40 una enorme versatilidad e inteligen-
cia para los negocios. José Luis Castro de Paz y Josetxo Cerdán resumen a la perfección
los puntales que guiaron su actividad industrial cuando afirman que Cesáreo González
247. CASTRO DE PAZ, José Luis y CERDÁN, Josetxo (coords.), Suevia Films-Cesáreo González.
Treinta años de cine español, Santiago de Compostela: Xunta de Galicia / IVAC / CGAI / AEHC
/ Filmoteca Española, 2005, p.18.
248. Ib., p.20.
Para alcanzar sus objetivos Cesáreo González era consciente de la necesidad de em-
plear grandes capitales en el cine, y además, en tanto que responsable último de la obra
fílmica, había asumido el rol de productor-estrella, “que tiene tanta (o más) presencia en
los medios que los directores o intérpretes cuando se trata de promocionar las películas”.249
El perfil del empresario gallego no dista, pues, demasiado del que hemos venido
trazando hasta ahora para caracterizar a su paisano Manuel Mur Oti. De modo que, dada
la afinidad de caracteres, la amistad que les unía, y el gran momento que atravesaba
Suevia Films frente a la desastrosa experiencia empresarial de Mur Oti, parecía la coyun-
tura idónea para que los dos ambiciosos vigueses se unieran con el fin de hacer negocios.
El negocio que finalmente urdieron fue bautizado con el nombre de Fedra, uno de los
más insólitos títulos que dio el cine español en la década de los años 50. Recordemos que
en diciembre de 1953 Cervantes Films había cedido a la productora de Mur Oti el cartón de
rodaje para realizar dicho filme, y que en 1954 el director gallego ya había iniciado los trá-
mites para la producción del mismo cuando Orgullo se cruzó definitivamente en su camino.
La realización de Orgullo aplazó el proyecto de Fedra, pero no impidió que Mur Oti
continuara adelante con su propósito de llevar a la pantalla el clásico mito griego, puesto
que en noviembre de 1954, con el rodaje de su cuarta película aún en marcha, se trajo a
la actriz mexicana Miroslava Stern a Madrid para formalizar su participación como prota-
gonista de Fedra. Primer Plano recogía las imágenes de la firma del contrato en Chicote
con la presencia de Cesáreo González y el mecenas de Mur Oti, Eugenio Gisbert. La actriz
debía regresar a España en febrero para incorporarse al equipo y trasladarse después a
Brasil para empezar a rodar junto a Vicente Parra y Enrique Diosdado.250
El hecho de que Cesáreo estuviera presente en el acto conduce a pensar que su
empresa quizá tuviera algún tipo de participación en el proyecto. Además de la producción
directa de películas, Cesáreo González también ejercía una suerte de producción encu-
bierta operada mediante la compra de derechos de distribución de determinados filmes
producidos por otras empresas. Suevia Films iba a ser en un inicio la distribuidora de Or-
gullo (hasta que CIFESA entró en juego, a buen seguro por intercesión de Gisbert), lo
cual indica que probablemente Mur Oti se había lanzado a la producción bajo el amparo
de su amigo Cesáreo, colaboración que por lo que se ve pretendía prolongar en los si-
guientes proyectos que acometiera su empresa.
Sin embargo, el 2 de agosto de 1955 Celta Films transfiere la totalidad de derechos
del permiso de rodaje a Suevia Films-Cesáreo González. Tras la extenuante experiencia
de Orgullo, Mur Oti no volvió a producir nada y prefirió limitarse a la realización de pelí-
249. CASTRO DE PAZ, José Luis y CERDÁN, Josetxo (coords.), Suevia Films-Cesáreo González.
Treinta años de cine español, p.22.
250. Primer Plano, nº 737, 28 de octubre de 1954.
culas, circunstancia a la que cabría añadir el creciente interés de Cesáreo por participar
más activamente en tan incatalogable proyecto.
El productor gallego solicitó de nuevo el cartón de rodaje el 31 de agosto de 1955,
y obtuvo la autorización definitiva el 8 de septiembre con la misma advertencia que los
lectores habían hecho a Cervantes Films dos años atrás, a saber, que en la realización
debían evitarse “el realismo y sugerencia descarnada de algunas escenas que podrían
ofrecer posteriores reparos de censura”.251
El tema desarrollado en Fedra era, desde su origen, decididamente escabroso. El
guión de Manuel Mur Oti y Antonio Vich adaptaba la tragedia de la heroína clásica a partir
de la versión del cordobés Lucio Anneo Séneca, y la trasladaba a un pueblo del Levante
español. La protagonista (que iba a llamarse Mariana pero finalmente adoptó el nombre
de Estrella) era una muchacha deseada por todos los habitantes masculinos del pueblo,
que decide casarse con un hombre al que no ama a fin de convertirse en amante de su
hijo, único hombre que no muestra ninguna atracción por ella.
El cineasta y su coguionista Antonio Vich habían entregado en febrero de 1952 un
argumento de ocho páginas a los lectores responsables de ejercer la censura previa, en
el que, además de los visibles inconvenientes morales, se advertían indicios del fuerte
erotismo que envolvería a la película acabada.252 Al tratarse de una sinopsis en lugar de
un guión acabado, los informes de dichos lectores no resultaron del todo concluyentes, y
en consecuencia tampoco prohibitorios. Así, Bartolomé Mostaza manifestaba que
el tema, de por sí, es un drama crudo, pues plantea la radical infidelidad de una
muchacha que se casa con el padre de Hipólito con la exclusiva finalidad de
despertar en este los celos amorosos y apropiárselo de amante. Después, en el
desarrollo del tema, suceden escenas de crudeza feroz que, realizadas en ima-
gen resultarán más crudas que leídas. No obstante, entiendo que no es fácil
emitir juicio cabal acerca de la posibilidad ética de una película sobre este tema,
sin que antes el argumento fuese desplegado, por sus planos y secuencias, en
un guión. De todos modos, lo menos que creo conveniente decir es que el tema
es escabroso en medida que quizá no sea tolerable en la pantalla, salvo que su
realización se haga con mucha sabiduría y cautela.253
Mur Oti aseguraba haber mantenido una conversación privada con uno de los lec-
tores eclesiásticos en torno al final de la historia. La protagonista de Séneca se suicidaba
tras comprobar horrorizada que había provocado la muerte de su hijastro a manos de su
propio esposo, desenlace que la censura cinematográfica no admitiría de ninguna manera.
Mur Oti consiguió ganarse al lector indicándole que “el suicidio de Fedra está latente en
todas las versiones que se conocen. Añadí que yo jamás me atrevería a enmendar la
plana a Sófocles o Eurípides suprimiendo el suicidio de la protagonista, pero a Séneca,
como era cordobés, sería capaz de dulcificarle el suicidio pero nada más”.254
El suicidio se transfiguró en accidente mediante el despeñamiento de Estrella255, y
finalmente la película obtuvo, como se ha dicho, el permiso de rodaje. Superado el primer
posible escollo con la censura, los dos gallegos se lanzaron a realizar su filme haciendo
caso omiso de las preceptivas advertencias que habían acompañado a la autorización.
Para empezar, el productor consiguió quitar de la cabeza a Mur Oti la idea de rodar
la película en Brasil, y el 10 de octubre de 1955 comenzó en tierras andaluzas la filmación
de la misma con la presencia in situ del propio Cesáreo. Prácticamente todo el rodaje,
que se extendió hasta febrero del año siguiente, se realizó en exteriores en las localidades
de Barbate, Caños de Meca, Fuengirola, Estepona, Málaga, Alicante, Colmenar Viejo y
Madrid, empleando a los lugareños como improvisados figurantes. Además Cesáreo en-
cargó a Gil Parrondo y Luis Pérez Espinosa el diseño y construcción de tres casas de ladrillo
y adobe que sirvieron de interiores naturales, con lo que solo fueron necesarios dos días
de trabajo en los estudios Chamartín.
Emma Penella, actriz exclusiva de Suevia Films y compañera sentimental de Cesá-
reo González, fue la encargada de encarnar a la sensual Estrella, magníficamente foto-
grafiada en toda su voluptuosidad por Manuel Berenguer. La atormentada Miroslava Stern
se había suicidado el 9 de marzo de ese mismo año, inmediatamente después de prota-
gonizar Ensayo de un crimen de Luis Buñuel, lo cual impidió, como es lógico, su esperada
intervención en la película. El desgraciado acontecimiento allanó el camino de la actriz
española, para quien el rol de Estrella se convirtió en uno de los papeles fundamentales
de su carrera cinematográfica (obtuvo el Premio del CEC por su interpretación). Enrique
Diosdado y un joven Vicente Parra, en busca del papel que le hiciera despegar, comple-
taban la terna protagonista.
254. MARTÍNEZ TORRES, Augusto, “Manuel Mur Oti, los problemas del genio”, en Cineastas in-
sólitos. Conversaciones con directores, productores y guionistas españoles, op. cit., p.126. No
existe constancia de dicha reunión en la documentación oficial en torno al proyecto, y en el ar-
gumento entregado en 1952 el suicidio ya había sido debidamente obviado. De todas maneras,
y en caso de ser cierta, la anécdota abonaría la opinión de Juan Mariné sobre el prodigioso poder
de convicción del gallego: “empezaba a hablar y tenía una palabrería que convencía a quien
fuera, convencía a un muerto. Como vendedor no tenía precio. Como vendedor era fantástico”
(Entrevista personal, abril de 2005).
255. Es cierto que la protagonista queda moribunda tras precipitarse accidentalmente por los
acantilados, aun así, las imágenes de la actriz Emma Penella nadando frenética hacia el cuerpo
de su amado Fernando, y abrazándose a él para hundirse irremediablemente bajo el agua, dejan
en la retina del espectador la impresión de una muerte voluntaria que quizá podía haberse evi-
tado; la impresión, en definitiva, de un suicidio en toda regla.
Como venía siendo habitual en todas las producciones emprendidas por Manuel
Mur Oti, el rodaje de Fedra también fue duro y sumamente exigente, especialmente para
Emma Penella. La crónica de la revista Imágenes que daba cuenta del rodaje en Barbate
aseguraba que “a lo largo de sesenta días ha habido de todo: tempestades, galernas, inun-
daciones, sustos… Por tres veces Emma Penella, la protagonista, sufrió accidentes: una
ola que la derriba contra las rocas, un dedo fracturado y un colapso cardiaco que por poco
le cuesta la vida, a consecuencia de una inmersión en el agua demasiado prolongada”.256
Juan Mariné ratificaba la entrega y el enorme esfuerzo de la actriz en Fedra:
Las tormentas de Fedra las rodé yo. Lo hicieron y no quedó bien, así que hubo
que repetir. Como yo había firmado un contrato con Cesáreo, me tocó hacer las
tormentas de Fedra, cuando él cae al mar y ella se hunde dándole un beso a
Parra. Aunque al final ya no era ni Parra ni nada, porque Parra se quedaba con-
gelado... La Penella sí. La Penella lo hizo seis mil veces, acababa con todos los
dobles, se metía dentro y venga, si hay que hacerlo se hace. Fue muy valiente
la Penella. Esto se hizo en el mes de enero, metidos en el mar en Alicante, hun-
diéndose, y con un buzo abajo tirando del cadáver y de ella porque el cuerpo
flotaba y no se hundía.257
Fue precisamente este plano final del beso mencionado por Mariné el que levantó
mayores ampollas entre los censores una vez finalizada la película. La Rama de Censura
de la Junta se reunió el 26 de junio de 1956 para examinar el filme y ninguno de sus
componentes quedó indiferente ante la proyección. La decisión definitiva sobre su clasi-
ficación quedó en suspenso por falta de acuerdo, si bien siete de los diez vocales propu-
sieron su terminante prohibición. El informe de Pío García Escudero sintetiza brevemente
las impresiones generalizadas de aquellos que se opusieron a la autorización del filme:
“el asunto clásico elevado a la actualidad con una morbosidad y una sensualidad mante-
nidas todo a lo largo de la cinta hasta el final, en que ella muere besando en la boca al
hijo de su marido. Por si fuera poco hay escenas de verdadero sadismo por lo que la cinta
se hace repulsiva. No debe proyectarse”.258
En justicia, no le faltaba parte de razón al escrupuloso censor. Aún hoy, la película
sigue desprendiendo un erotismo perturbador y rotundo, amén de plantear un asunto
considerablemente turbio. A las insinuaciones de adulterio e incesto inevitablemente im-
plícitas en el argumento original senequiano, Mur Oti añadió un componente más: el de
la homosexualidad, nada velada, del personaje de Vicente Parra, teñido de rubio platino
y de aspecto inequívocamente femenino.259 El rechazo a su madrastra por parte del per-
260. HEREDERO, Carlos F., Las huellas del tiempo. Cine español 1951-1961, op. cit., p.66.
261. CASTRO, Antonio, “Manuel Mur Oti, un intelectual amante del melodrama”, op. cit., p.57.
El tercer vocal que se mostró partidario de que la película fuera autorizada y clasi-
ficada “para mayores”, Patricio González Canales, buscaba justificaciones a lo descarnado
de la puesta en escena apoyándose justamente en la autoridad del referente clásico:
Tiene a favor ser tema clásico universal, pero el pecado queda castigado en la
tragedia. La película, lenta, va ganando en altura y el tema se desarrolla con
dignidad. La fuerza de la pasión borra la ligereza del vestido. No obstante, pue-
den cortarse muy brevemente algunos planos. El final debe cambiarse de ma-
nera que ella muera sola, para no exaltar el incesto, aunque en el matrimonio
de los protagonistas hay una falta de consentimiento por parte de ella y es un
matrimonio nulo en su origen. Si el incesto se exalta hasta el más allá por una
fuerza pasional, queda en su sitio la poderosa fuerza del matrimonio, de los de-
beres conyugales y del amor filial. El mal queda espantosamente castigado. No
podemos censurar a Séneca.262
Por otra parte, conviene tener presente que Manuel Mur Oti y Cesáreo González
eran en aquellos momentos dos pesos pesados de la industria cinematográfica española.
El cineasta gallego tenía fama de hombre católico (a pesar de que Juan Mariné asegura
que jamás le vio ir a misa) y nunca había sufrido tropiezo alguno con la censura ni era
sospechoso de disidencia, mientras que Cesáreo González mantenía unas excelentes re-
laciones con la administración franquista. Castro de Paz y Cerdán afirman que “la in-
fluencia de Cesáreo González era evidente dentro de los cuadros franquistas […]; lo era
para conseguir rectificaciones en la clasificación de sus películas y de las críticas que
sobre las mismas podían aparecer en prensa […]”.263 El caso de Fedra da, como se pro-
bará a continuación, buena fe de la astucia del productor gallego a la hora de lidiar con
los organismos oficiales.
El 20 de septiembre la Rama de Censura comunicó a Cesáreo González que la au-
torización del filme quedaba en suspenso, pero que este podía ser aprobado siempre y
cuando le fueran aplicados ciertos cortes. Entre ellos figuraban algunos planos en los que
la exhibición del busto de Emma Penella resultaba demasiado ostensible; la tórrida escena
de la playa en la que Estrella se ofrece a su hijastro; y, sobre todo, el final mencionado
por Mariné. No existía alusión alguna a la brutal escena de los azotes.
Fue sin duda el desenlace, en el que Estrella moría besando el cadáver de Fernando
ante la mirada de Juan, lo que más escandalizó a los vocales. Ese final no estaba previsto
en el guión que se había presentado al solicitar el permiso de rodaje (aunque tampoco lo
estaba la escena de la playa), lo cual provocó la airada indignación de los miembros de
la Junta. Consciente del particular impacto que había causado dicho plano, Cesáreo Gon-
zález interpuso con fecha del 18 de octubre un recurso en el que comunicaba que había
Tras la revisión del filme a instancias del productor, y mediados algunos pequeños
cortes, el propio Reig se manifestaba de esta manera ante la misma película:
Siguiendo hace tiempo la carrera de Manuel Mur Oti como realizador cinemato-
gráfico –realizar en el sentido más completo del oficio, desde la elección de
temas hasta su completa plasmación– se advierte en él una serie de constantes
que han contribuido a darle una personalidad propia y sin equívocos en el pa-
norama de nuestra cinematografía. Hay un tema que se repite en él de manera
casi absorbente: el del sentimiento trágico del amor. Hay una manera de hacer
cine en él: la literaria y poemática. Y hay, finalmente, una preocupación pri-
mordial: la plástica. Esto hace que el cine de Mur Oti –y pese a todo, está bien
que pueda hablarse de un cine de Mur Oti, lo que indica un fenómeno de sin-
gularización no demasiado habitual– sea ante todo un cine inteligente y ambi-
cioso. Podrá opinarse sobre si consigue o no siempre lo que se propone. Lo
importante es que comience por tratar de alcanzar algo más allá de la medio-
cridad.270
Estas palabras escritas por el crítico José Luis Gómez Tello en Primer Plano a pro-
pósito de Fedra demuestran que con sus cinco primeras películas Mur Oti había desarro-
llado un estilo fílmico característico e identificable que no escapaba a la crítica. En su
ambición de hallar el estilo propio del cine español el gallego había ido imprimiendo, plano
a plano, su sello particular en todos sus filmes. A esas alturas, mediados los años 50, ese
estilo era admirado por unos, (la crítica de Jesús Bendaña en Radiocinema era inequívo-
camente elogiosa)271, y denostado por otros, especialmente por los abanderados de una
disidencia cultural que iba abriéndose paso en el sector de la prensa cinematográfica con
la creación de nuevas publicaciones nacidas al amparo de las Conversaciones de Sala-
manca y herederas, en algún caso (Cinema Universitario y posteriormente Nuestro Cine),
de las posiciones regeneracionistas que habían caracterizado a la desaparecida Objetivo.
La crítica de la revista Film Ideal, que trataba de seguir la estela de la francesa Ca-
hiers du Cinéma, reconocía el valor plástico de la puesta en escena murotiana aunque
consideraba que el gallego no había podido desligarse de lo literario y se había recreado
excesivamente en el componente trágico de la historia, restándole fuerza y ritmo al filme.
Además, el firmante de la crítica, Félix Martialay, hacía gala de la característica militancia
católica que impregnaba los textos de la publicación, al tratar de enmendar la plana a los
censores oficiales y asegurar que “moralmente la película es peligrosa. En primer lugar
porque lo es el drama de Séneca, por muy símbolo que sea y muy clásico que lo queramos
ver. Y después porque en la forma que le ha dado el director hay graves reparos”.272
Menos indulgente se mostró Eduardo Ducay en las páginas de otra joven publica-
ción, Cinema Universitario:
Los filmes de Mur Oti son comentables por cuanto tienen de peligroso engaño.
Engaño de buen cine que siempre se nos quiere hacer tragar. No discutiremos
a Mur Oti una intermitente habilidad formal, que a veces nos ofrece una buena
secuencia como en Un hombre va por el camino o Cielo negro. Pero ahí se acaba
todo. Y a cambio de esto se nos quiere hacer pasar como cine de minorías filmes
engolados, absurdos, altisonantes, pretenciosos y huecos. Quien haya visto
Fedra no necesita más explicaciones. Es, en cierto modo, un nuevo Orduña, ju-
gando a hacer cine intelectualizado y literario. Y uno tiene que aguantar un cha-
parrón de gestos y gritos, de latigazos, caballos, ciegos, ruinas y tempestades,
por aquello de que está viendo un drama clásico. La verdad, no.273
Precisamente en ese texto Ducay se hacía eco de una peculiar polémica surgida
entre el escritor republicano (y actor ocasional) Miguel Buñuel y Basilio Martín Patino274
en las páginas de las revistas Juventud y La Hora. Disgustado con la acerada crítica escrita
por Patino sobre Fedra en Juventud, Buñuel reconvenía “paternalmente” al futuro cineasta
en La Hora, advirtiéndole que se había pasado al bando de la crítica oficial que tantas
veces había atacado, y anunciando enfáticamente la muerte de la crítica española. Buñuel
discrepaba ampliamente de la impresión tan negativa que el quinto filme de Mur Oti había
suscitado en Patino, y le recriminaba directamente: “perdóname de nuevo, pero lo que
has escrito sobre Fedra no es crítica, sino una sarta de improperios”.275
En opinión de Buñuel, “si uno tiene criterio universitario y ama al cine, ante el cine
de Mur Oti, desde Un hombre va por el camino hasta Fedra, lo primero que hace es re-
conocer su importancia. Después, si es analítico reconocerá un buen número de secuen-
cias magistrales que todavía están por superar por otros directores españoles”.276 El
escritor buscaba después justificación a sus palabras repasando someramente los pasajes
más acertados de la filmografía murotiana, y atribuía a las tijeras de las distribuidoras los
posibles defectos de ritmo que los críticos habían achacado a Orgullo y Fedra. Este hecho
acercaba en su opinión la figura del gallego a la del clásico Erich von Stroheim:
Te voy a señalar un gran pecado de Mur Oti, el mismo gran pecado que cometió
Erich von Stroheim: la excesiva lentitud de sus filmes o, lo que es lo mismo, la
morosidad de sus planos, escenas, secuencias. […] ¿Y qué le ocurrió a Erich
von Stroheim? Que se hundió, que no volvió a hacer más cine. Y no fue por la
273. DUCAY, Eduardo, “Notas sobre un año largo de cine español”, Cinema Universitario, nº 5,
abril de 1957, pp.24-25.
274. Basilio Martín Patino no había iniciado aún por esas fechas su formación como cineasta, sin
embargo, ejercía una intensa actividad en el entorno de la cinefilia y la crítica cinematográfica.
Colaborador de publicaciones como Objetivo, Cinema Nuovo o Positif, fue uno de los fundadores
del cine-club de Salamanca y de la revista Cinema Universitario.
275. BUñUEL, Miguel, “Mur Oti y Von Stroheim. Carta abierta a Basilio M. Patino”, La Hora, nº
23, 13 de diciembre de 1956. La Hora era una publicación del Sindicato Español Universitario,
dedicada a la cultura y la información universitaria.
276. Ib.
sociedad puritana, ni por las productoras a las que arruinó, sino por la crítica
purista e incomprensiva, tal la publicada por ti en Juventud.
En Fedra te has sumado al coro de los que la han tachado con el tono más pe-
yorativo de grandilocuente. De ahí resulta que el buen cine es grandilocuente y
sus autores son Stroheim, Eisenstein, Pudovkin, etc., y Mur Oti, claro, y Bardem,
Berlanga, etc. Cuánta confusión ha traído el neorrealismo a este país.277
aunque esto sorprenda a muchos, justo es reconocer que Mur Oti posee un
mundo propio, con una problemática limitada, pero, en principio, interesante,
una concepción plástica fallida, pero ambiciosa, y, sobre todo, un elemental sen-
tido del cine que le ha dado la posibilidad de alcanzar a lo largo de su obra de
un modo intuitivo, que no excluye la larga preparación, una serie de buenas se-
cuencias cinematográficas perdidas a lo largo de su producción.279
El crítico apuntaba así algunas de las claves de ese estilo Mur Oti que tan bien se
había distinguido en las primeras obras de su autor. Rabanal Taylor, sin embargo, conta-
minado por la obsesiva reivindicación, común a casi todo el sector disidente de la crítica
cinematográfica española, de un cine realista que aboliera la supuesta falsedad de los fil-
mes oficiales, tachaba de desacertadas las constantes estilísticas y narrativas propias del
universo murotiano. Definía el cine de Mur Oti como “híbrido”, puesto que adoptaba en
su opinión un tema de gran autenticidad y valor social (el reflejo de la triste situación de
277. BUñUEL, Miguel, “Mur Oti y Von Stroheim. Carta abierta a Basilio M. Patino”, op. cit.
278. MARTÍN PATINO, Basilio, “Mur Oti, Stroheim y el lebrel”, La Hora, nº 24, 20 de diciembre
de 1956.
279. RABANAL TAYLOR, Manuel, “Seis realizadores que compendian el cine español”, La Hora,
nº 25, 27 de diciembre de 1956.
Esta pequeña polémica a tres bandas trasciende la pura anécdota y cobra especial
relevancia por dos razones. Por un lado, es reflejo de la posición y el eco que Manuel Mur
Oti había alcanzado en el panorama cinematográfico español, suscitando opiniones en-
cendidamente encontradas entre los comentaristas del ramo. Por otro, las palabras de
Patino y Rabanal Taylor anticipan la deriva que la carrera del gallego iniciaría a partir de
ese mismo año 1956, y que se prolongaría a lo largo de toda la década de los años 60,
momento en que el empuje de las nuevas olas cinematográficas, lideradas en España
precisamente por jóvenes como Patino, arrumbó el lenguaje presuntamente “grandilo-
cuente” del viejo cine español de la década anterior y a sus representantes, entre los que
se encontraba, desde luego, Manuel Mur Oti.
280. RABANAL TAYLOR, Manuel, “Seis realizadores que compendian el cine español”, op. cit.
Se trataba de un proyecto largamente acariciado por Manuel Mur Oti del que había
venido dando cuenta en la prensa especializada desde 1950.281 De hecho, su propia pro-
ductora Celta Films había solicitado el permiso de rodaje para el mismo el 26 de enero de
1956, con la filmación de Fedra aún sin concluir. El repentino interés de Cesáreo González
por el proyecto, sin embargo, trastocó ligeramente los planes del director vigués.
Tras la costosa producción de Fedra, y con los problemas administrativos que esta
acarrearía aún por resolver, Cesáreo González parecía tener prisa por acometer cuanto
antes un nuevo filme. “Veníamos de rodar el último plano de Fedra, Cesáreo González
me preguntó qué iba a hacer después y le contesté que lo que quisiera. Insistió sobre si
tenía algún guión y […] le contesté que El batallón de las sombras”.282
En mayo de 1956 Mur Oti y Manuel Tamayo, autores del guión, cedieron los dere-
chos del mismo a Suevia Films y Cesáreo González solicitó inmediatamente un nuevo car-
tón de rodaje, que le fue concedido el 4 de junio de 1956. Dos días después se inició la
filmación que no terminó hasta el 25 de agosto del mismo año.
Manuel Mur Oti había concebido El batallón de las sombras como una loa a las mu-
jeres fuertes y abnegadas que trabajan calladamente hasta la extenuación para que sus
esposos alcancen el triunfo. Era una película de ambiente urbano (anterior en su escritura
a Cielo negro) que se desarrollaba principalmente en un humilde bloque de viviendas de
un suburbio de Madrid, y aunque fiel a su constante de otorgar la máxima relevancia a
los personajes femeninos, Mur Oti se desmarcaba de su línea anterior para construir un
relato coral en el que se engarzaban con fluidez las historias paralelas protagonizadas por
los diversos vecinos del inmueble.
Se trataba de una cinta modesta en comparación con los espectaculares dramas
rurales que la precedían en la filmografía de su autor, pero, como venía siendo habitual
en todas las producciones emprendidas por el gallego, el rodaje no estuvo exento de in-
cidencias. Juan Mariné, que por aquel entonces se hallaba en nómina de Suevia Films,
ejerció de nuevo de operador jefe y su labor resultó más ardua de lo esperado, no solo
por la dificultad de componer (habitualmente en profundidad de campo) abigarrados en-
cuadres en los que se llegaba a reunir un buen número de personajes, sino porque ade-
más surgieron durante la filmación ciertos inconvenientes que el avispado director de
fotografía hubo de resolver con improvisada pericia:
una zona muy típica, donde ahora está situado El Corte Inglés de Princesa.
Cuando empezamos a iluminar, con las cámaras ya emplazadas, los vecinos se
quejaron por el ruido del generador y, como consecuencia, vinieron los guardias
y nos ordenaron apagar el grupo. Como no teníamos luz suficiente y era nece-
sario rodar a cualquier precio, llegamos a un acuerdo con los guardias: nos de-
jarían encender la luz durante tres minutos en cada plano. Eran unos planos
generales bastante complejos en los que la grúa se acercaba y todo el mundo
podía ensayar menos yo. Tuve que ir colocando los proyectores, preparar toda
la iluminación sin encender una sola luz, y por lo tanto, sin poder comprobar
el resultado. Durante los tres minutos que duraba la toma yo me daba unas
carreras impresionantes para ir solucionando, sobre la marcha, todos los pro-
blemas.283
283. SORIA, Florentino, Juan Mariné, un explorador de la imagen, op. cit., p.70.
284. MONTERDE, José Enrique, “Continuismo y disidencia”, en VV.AA., Historia del cine español,
op. cit., p.272.
285. RÍOS CARRATALÁ, Juan Antonio, Lo sainetesco en el cine español, Alicante: Universidad de
Alicante, 1997, pp.87-88.
La ficha técnica que Celta Films presentó en un inicio a la Dirección General junto
a la solicitud del permiso de rodaje no varió sustancialmente cuando Suevia se hizo cargo
del proyecto. Juan Mariné seguía figurando como director de fotografía, Sigfrido Burmann
como decorador, Antonio Gimeno en el montaje y Julio Buchs de ayudante de dirección.286
La ficha artística, por el contrario, sufrió mayores modificaciones. Cayeron del
elenco inicial Fernando Fernán-Gómez, Maruchi Fresno, Enrique Diosdado, Juan José Me-
néndez, Rubén Rojo o Susana Canales, y a los dos actores extranjeros que ya aparecían
en la documentación presentada por Celta Films, a saber, Rolf Wanka (austríaco) y Lida
Baarova (de nacionalidad argentina pero origen checo), se les unieron otros tres nombres
alemanes: Albert Lieven, Katarina Mayberg y Albert Hehn. Cesáreo incluyó además a su
estrella principal Emma Penella en el papel de la prostituta Lola, a quien acompañaban
otros conocidos artistas españoles como su hermana menor Elisa Montés, Antonio Vico,
José Suárez, Alicia Palacios, Vicente Parra y la estrella indiscutible del cine español de la
década anterior, Amparo Rivelles.
A pesar de la nutrida presencia de artistas de origen germano, que ya habían tra-
bajado en otras películas nacionales287, la cinta fue presentada y calificada como neta-
mente española. No obstante, el 27 de junio de 1958 la Dirección General de
Cinematografía recibió una misiva del embajador de España en Viena, informando de que
el 30 de mayo se había estrenado en la sala cinematográfica Künstlerhaus la coproducción
hispano-alemana Das nackte Leben (La vida al desnudo), protagonizada por los actores
Rolf Wanka, Lida Baarova, Albert Lieven y Albert Hehn, y “cuyo director, Sr. Mur Oti ha
sido objeto de las máximas críticas de la prensa por la puerilidad del argumento e insulso
diálogo”. El embajador aseguraba que “la película incurre en el tan frecuente error de pre-
sentar solo callejuelas y viejos caserones de España, lo que ciertamente no contribuye a
dar a nuestro país una reputación de modernidad y progreso”.288
El Director General José Muñoz Fontán solicitó a Ismael Herraiz, agregado de In-
formación y Turismo español en Viena, que investigara el asunto, con lo que se llegó a la
conclusión de que tal título alemán correspondía en realidad a El batallón de las sombras.
La Dirección envió una carta conminatoria a Cesáreo González exigiéndole explicaciones
al respecto y el productor negó, como era de esperar, cualquier colaboración con un socio
alemán en la producción del filme.
En el escrito de réplica fechado el 7 de agosto de 1958, Cesáreo González asegu-
raba que cuando se firmó el contrato entre Suevia Films y el distribuidor Jan Kopecky,
286. Quizá la sustitución más relevante fuera la de Salvador Ruiz de Luna por Guillermo Cases
en la composición musical dada la destacada presencia que el elemento sonoro tiene en esta
película.
287. Rolf Wanka, Albert Hehn y Lida Baarova habían intervenido previamente en Todos somos
necesarios (José Antonio Nieves Conde, 1956). Además, Baarova, que desarrolló una breve pero
relativamente intensa actividad en la industria cinematográfica española, había compartido cartel
con Wanka en La mestiza (José Ochoa, 1955), Miedo (León Klimovsky, 1956) y Viaje de novios
(León Klimovsky, 1956), y con Hehn en Rapsodia de sangre (Antonio Isasi, 1957).
288. Expediente de rodaje nº 15-56 (Archivo General de la Administración: caja 36/04766 - sig-
natura 16.178).
por el cual le fueron cedidos los derechos de explotación de la película en Alemania Occi-
dental y Oriental, El Sarre y Austria, se hizo constar expresamente que dicho convenio
no suponía la existencia de sociedad alguna entre Suevia y Kopecky, y que solo se le per-
mitiría acompañar la proyección de la película en tales territorios de una presentación
que dijera: “Juan Kopecky presenta una superproducción de Cesáreo González-Suevia
Films, distribuida por…”. Cesáreo consideraba que Kopecky había destacado únicamente
la participación de los actores alemanes con el fin de obtener mayor beneficio comercial
para la película en los territorios germanos en los que dichos artistas eran más conocidos,
y que quizá había decidido introducir la etiqueta de coproducción por similares razones
de propaganda. El presidente de Suevia Films adjuntaba además el escrito que con fecha
del mismo 7 de agosto iba a enviar a Kopecky reclamándole enérgicamente que cumpliera
lo establecido en el contrato y amenazándolo, en caso contrario, con tomar las medidas
oportunas para defender sus intereses. De la respuesta que Kopecky dio a este escrito
recriminatorio (si efectivamente fue enviado), y que el productor se comprometió a hacer
llegar a la Dirección General de Cinematografía, no existe constancia ni noticia alguna
entre la documentación conservada en el Archivo General de la Administración.
Esta carta de Cesáreo González revela ciertos datos que abonan mi hipótesis de
que El batallón de las sombras fue en realidad una coproducción no declarada. En primer
lugar, no parece casual que el presuntamente fraudulento distribuidor Jan Kopecky fuera,
por una feliz coincidencia, el esposo de la protagonista del filme, Lida Baarova, más co-
nocida internacionalmente por su romance con el ministro nazi Josef Goebbels que por
sus trabajos interpretativos.289 Por otra parte, Cesáreo González aseguraba que la firma
del contrato de cesión de derechos –cuya copia, dicho sea de paso, no remitió a la Direc-
ción de Cinematografía como hubiera sido menester para aclarar el entuerto– se había
producido con fecha del 27 de febrero de 1956, antes incluso de que Celta Films solicitara
en primera instancia el cartón de rodaje para realizar el filme.
No es descabellado, en consecuencia, conjeturar que quizá en el origen Suevia
Films pretendiera producir El batallón de las sombras a través de la práctica habitual de
289. En realidad la intensa vida personal de Lida Baarova es considerablemente más interesante
que su carrera profesional, y digna de ser llevada a la pantalla de cine. Nacida en Praga, se tras-
ladó a Alemania contratada por la UFA. Allí conoció a Goebbels, que como tantos otros, quedó
absolutamente prendado de su belleza e inició con ella un apasionado romance. El ministro de
propaganda nazi quiso divorciarse de su esposa para contraer matrimonio con Lida, que en aquel
momento estaba prometida al famoso actor alemán Gustav Fröhlich, pero Magda Goebbels re-
clamó la intervención de Adolf Hitler con el fin de desbaratar las intenciones de su esposo. Para
entonces el idilio entre el ministro y la actriz ya se había hecho público, por lo que Baarova se vio
obligada a marchar a Praga, y posteriormente a Italia, al ser considerada persona non grata en
Alemania. Acabada la guerra, Baarova fue detenida por los Estados Unidos y encarcelada en Praga
acusada de espionaje y traición por colaborar presuntamente con los alemanes. Fue Jan Kopecky,
pariente cercano de un alto cargo del nuevo gobierno comunista de Checoslovaquia quien, tam-
bién enamorado de ella, consiguió sacarla de prisión. La pareja huyó a Austria, y más tarde a Ar-
gentina e Italia. Más allá de lo azaroso de su periplo vital es justo admitir que Lida Baarova
participó en películas destacadas como I vitelloni de Fellini (1953), y que su atinada interpretación
en El batallón de las sombras es uno de los grandes valores de la película de Mur Oti.
los adelantos de distribución junto a un socio alemán, que probablemente impuso la in-
clusión de su esposa en el elenco, presente ya en la documentación propuesta por Celta
Films.290 La razón final por la cual Suevia Films produjo abiertamente el filme son desco-
nocidas, aunque ya he mencionado que tras la extenuante experiencia de Orgullo Manuel
Mur Oti no parecía muy proclive a pisar de nuevo el engorroso terreno de la producción.
José Luis Castro de Paz y Josetxo Cerdán reconocen que Cesáreo González formó
parte activa de la picaresca y el falaz negocio que se originó en torno a las políticas de
protección a las coproducciones. En el caso del productor gallego “la idea de un mercado
común cultural es la que mueve todo el volumen de negocio con Latinoamérica”, mientras
que “la coproducción europea, en la mayoría de los casos, perseguirá un beneficio más
inmediato, tratando de aprovecharse de la legislación proteccionista y de fomento de di-
ferentes países”.291 Como bien explican Castro de Paz y Cerdán “las prácticas fraudulentas
se materializan principalmente en las llamadas falsas coproducciones en las que una em-
presa española servía de testaferro a otra extranjera para poder sacar (ambas) provecho
de las ayudas oficiales que el estado franquista otorgaba al cine español y de las econó-
micas condiciones de rodaje que se podían disfrutar en España”.292
Resulta paradójico, por tanto, que de ser cierta mi hipótesis, Kopecky enmascarara
su posible participación en la producción del filme renunciando a los beneficios que pudiera
obtener de las subvenciones de la Administración española. Es posible que el estrecho
parentesco existente entre Kopecky y un alto funcionario comunista checo no facilitara
una colaboración abierta entre ambos productores. En todo caso, las intrincadas motiva-
ciones y actividades empresariales de Cesáreo González resultan en determinados casos
sumamente difíciles de esclarecer aún hoy. Valga esta breve descripción de Julio Pérez
Perucha para caracterizar el complejo mapa de producciones del emprendedor vigués, en
el que destaca
290. Sin intención de especificar más, Juan Mariné me confesó que los actores procedentes de
Alemania que participaron en la película “son los que estafaron a los demás, estos eran unos
gángsters de mucho cuidado”, lo cual solo puede ser indicio de que existía algún tipo de trato
económico encubierto más allá de la mera participación de estos artistas como actores secun-
darios (entrevista personal, abril de 2005).
291. CASTRO DE PAZ, José Luis y CERDÁN, Josetxo (coords.), Suevia Films-Cesáreo González.
Treinta años de cine español, op. cit., p.127.
292. Ib., p.128.
293. PÉREZ PERUCHA, Julio, Mestizajes. Realizadores extranjeros en el cine español 1913-1973,
XI Mostra de Valencia, 1990, p.25.
La guerra empieza en Cuba (1957) fue la primera de las tres películas que Mur
Oti realizó para el productor Francisco Fernández de Rojas. Se trataba en realidad, tal
como rezaban sus carteles promocionales, de una producción de Planeta Films para Sue-
via, lo cual solía implicar que la empresa de Cesáreo González había comprado los dere-
chos de distribución de la película previa o paralelamente a la producción de la misma,
sufragando así una parte o la totalidad de los costes estimados en el presupuesto.297 A
esta exitosa primera colaboración entre Fernández Rojas y Mur Oti seguirían más tarde
Una chica de Chicago (1958) y Duelo en la cañada (1959), ya sin la participación de Ce-
sáreo González.
Planeta Films era una empresa joven y pequeña que tan solo había producido dos
modestos filmes de Javier Setó estrenados en 1956, Puente del diablo y Ha pasado un
hombre. Ello suponía, en opinión de Josetxo Cerdán, que Planeta Films “podía estar dis-
puesta a plegarse a las condiciones de un director de prestigio como era entonces el vi-
gués”298, aunque lo único cierto es que tras trabajar con las principales productoras del
país, la obligada vinculación con empresas de menor envergadura y recursos también
conllevaba ineludiblemente descender un escalón en las aspiraciones fílmicas del ambi-
cioso cineasta.
Pese a que estos tres filmes no rompen del todo temática ni estilísticamente con la
línea de sus películas anteriores, es innegable que presentan inferior factura e interés
que estas, convirtiéndose en la antesala de la definitiva decadencia que el cine de Manuel
Mur Oti experimentó en la década de los años sesenta.
297. Esta forma de operar de Suevia Films se inauguró oficialmente con el filme Si te hubieses
casado conmigo (Victor Tourjansky, 1948) y se convirtió en práctica habitual de la productora-
distribuidora a lo largo de los años 50. En el caso de La guerra empieza en Cuba es difícil esta-
blecer en qué consistió exactamente dicha fórmula puesto que, cuando el productor Fernández
de Rojas solicitó el 9 de diciembre de 1957 que la película fuera censurada para su exhibición,
era Izaro Films la distribuidora que constaba en la documentación presentada, la misma que re-
cogen todas las revistas cinematográficas de la época que dieron cuenta del estreno. El propio
Cesáreo González admitió que había empleado a lo largo de su carrera “todas las fórmulas há-
biles, legales y de uso frecuente que se conocen en la industria del cine”, entre ellas las “pro-
ducciones; coproducciones; asociaciones; compra de derechos; participaciones en la producción
o en la posterior explotación; financiaciones; cesiones de mercados singulares o universales,
tanto a perpetuidad, como a término; ayuda con intervención en la producción, etc.” (GONZÁ-
LEZ, Cesáreo, Cesáreo González en sus bodas de plata con la cinematografía española. Suevia
Films (1940-1965), Madrid: 1965, citado en CASTRO DE PAZ, José Luis y CERDÁN, Josetxo (co-
ords.), Suevia Films-Cesáreo González. Treinta años de cine español, op. cit., p.89.
298. CERDÁN, Josetxo, “Material memoria”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PERUCHA,
Julio (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit., p.61.
De las tres películas de Mur Oti que produjo Planeta Films, La guerra empieza en
Cuba es la que mejores resultados deparó merced, en gran medida, a un notable esfuerzo
de producción en el que sin duda influyó el hecho de que Suevia Films estuviera implicada
en el proyecto. Se trataba de la adaptación fílmica de una obra del dramaturgo, y poste-
riormente escritor cinematográfico, Víctor Ruiz Iriarte, estrenada dos años antes en el
Teatro Reina Victoria302, que los guionistas Mur Oti y Vicente Coello303 aderezaron con
conocidas canciones populares.
La guerra empieza en Cuba presentaba importantes novedades respecto a los an-
teriores trabajos de Mur Oti, que sirvieron de eficaz reclamo para que el vigués se impli-
cara en el proyecto de Fernández de Rojas. Para empezar, se trataba de su primera
comedia, en la que la superficial trama de enredo tejida en torno a dos hermanas gemelas
de idéntico aspecto (Juanita, una alocada cabaretera procedente de Cuba, y Doña Ade-
laida, la severa gobernadora de la ciudad de Badajoz), servía de excusa argumental al
verdadero propósito de la obra, que no era otro que construir una sátira caricaturesca de
la aristocracia provinciana en la España de finales del siglo XIX.
Mur Oti parecía entusiasmado con este cambio de registro, mediante el que pre-
tendía aproximarse a su admirado René Clair:
299. CASTRO, Antonio, “Manuel Mur Oti, un intelectual amante del melodrama”, op. cit., p.61.
300. Ib.
301. Ib., p.62.
302. El estreno teatral estuvo dirigido por Fernando Granada y protagonizado, entre otros, por
Tina Gasco, Luisa Rodrigo, María Luisa Ponte, Ana Leyva, José Bódalo y Gracita Morales.
303. Aunque en los créditos ambos figuran como guionistas del filme, en la documentación ad-
junta a la solicitud del permiso de rodaje (del 3 de junio de 1957) solo se reconoce a Vicente
Coello como tal, mientras que Manuel Mur Oti aparece a cargo únicamente de la dirección y la
elaboración del guión técnico.
Yo creo que (la película) está en la línea Clair. El tema, en realidad, es bien pró-
ximo al que en su geografía emocional creó su Maniobras del amor. Uniformes,
pamelas, una deliciosa cursilería ambiental… La guerra empieza en Cuba, desde
mi punto de vista de director, quiere ser una narración tan leve como la historia
que se cuenta. Pero, a pesar de ello, estoy convencido de que la línea Mur Oti
–si es que se ha preocupado alguien en seguirla– es apreciable también en este
relato de humor.304
A la novedad del tono cómico había que añadir la presencia de algunos números
musicales, en los que la protagonista Emma Penella era doblada por la cantante Luisa de
Córdoba. Estas incursiones musicales conferían al filme cierto aire zarzuelesco, con el
probable fin de ofrecer una versión de qualité del rentable y fecundo cine folclórico, que
el «fenómeno Sara Montiel» había empezado a desbancar con sus melodramáticos cuplés
de cariz retro.305
La otra gran novedad que presentaba la cinta de Planeta Films era de orden técnico:
La guerra empieza en Cuba era la primera película que Mur Oti rodaba en color. Para un
cineasta tan preocupado por la estética e interesado en asuntos técnicos el salto del blanco
y negro al sistema Eastmancolor suponía un interesante reto que pretendía abordar con
todas las garantías, para lo cual reclutó una vez más a su buen amigo Manuel Berenguer.
Tal y como señala con acierto Josetxo Cerdán306, los suntuosos decorados diseña-
dos por Sigfrido Burmann son elemento clave de esa caricatura social que Mur Oti dibuja
en La guerra empieza en Cuba. El cineasta vigués no solo mandó construir los decorados
más artificiosos y barrocos posibles307, sino que encomendó a Berenguer la difícil tarea
de fotografiarlos en color y en profundidad de campo con el objetivo de desarrollar efi-
cazmente algunos de los gags cómicos que poblaban la película, pero sobre todo, de re-
crearse visualmente en el entorno pedante y recargado que rodeaba a esos personajes
aristocráticos a los que pretendía satirizar.
La labor era ardua, puesto que las emulsiones de color de la época eran de escasa
sensibilidad, lo cual obligaba a grandes aperturas de diafragma, con la consiguiente pér-
dida de foco. Manuel Berenguer era, sin embargo, un especialista en ambos campos. Co-
nocía bien y admiraba el trabajo de los grandes maestros americanos de la profundidad
de campo, Gregg Toland y Arthur Miller308, cuya influencia es visible en filmes fotografia-
dos por el alicantino como Nada (Edgar Neville, 1947).309 Además, él también fue uno de
los primeros operadores españoles en emplear con cierta asiduidad el color, desde que se
estrenó con Debla, la virgen gitana (Ramón Torrado, 1951).
Berenguer superó de nuevo la prueba planteada por Mur Oti y la fotografía volvió
a convertirse en uno de los principales valores de la película. No solo por la calidad de las
composiciones en color, sino también por la verosimilitud de los trucos empleados para
doblar a Emma Penella (que interpretaba simultáneamente a las dos hermanas gemelas)
en un solo plano:
Pese a la escasa ligazón temática que presentaba con respecto a sus anteriores
dramas, o tal vez debido a ello, la película resultó un éxito. Además de recibir todos los
parabienes de la Junta de Clasificación y Censura, que le otorgó una calificación de Pri-
mera A, consiguió mantenerse tres semanas en cartel en las dos salas en las que se es-
trenó el 23 de diciembre de 1957, Carlos III y Roxy A. La crítica vino a refrendar la
satisfactoria opinión del público. Imágenes consideró que la película no llegaba “a conse-
guir la tonalidad” de la comedia original “al ampliar la acción del equívoco a escenarios
más amplios”, pero que la calidad de la dirección y la interpretación justificaban el agrado
con que era acogida la cinta.311 Radiocinema, en su habitual línea de apoyo al cineasta,
ensalzó “los muchos méritos” del filme312, y Primer Plano, que había detectado ciertas
308. Así lo manifestó él mismo en LLINÁS, Francisco, “Entrevista con Manuel Berenguer”, en
LLINÁS, Francisco, Directores de fotografía del cine español, op. cit., p.191.
309. SÁNCHEZ-BIOSCA, Vicente, “Fotografía y puesta en escena en el filme español en los años
1940-50”, LLINÁS, Francisco, Directores de fotografía del cine español, op. cit., pp.81-86.
310. Triunfo, nº 613, 13 de noviembre de 1957.
311. Imágenes, nº 165, enero de 1958.
312. Radiocinema, nº 388, 28 de diciembre de 1957.
inconsistencias en los últimos títulos del Genio, sentenció que “en la vasta y no siempre
apacible labor cinematográfica de Mur Oti, esta película figura como una de las más con-
seguidas y más armónicas entre su propósito y su realidad”.313 El argumento sobre el que
se sostenía esta afirmación era precisamente que Mur Oti en esta ocasión había sido poco
murotiano: “hay lenguaje de cine, un lenguaje sencillo, transparente en la construcción
que Mur Oti ha dado a partir del guión, olvidando incluso –y no hacerlo habría resultado
peligroso– su natural tendencia a la sorpresa y al virtuosismo técnicos”.314
Por si esto fuera poco, la protagonista Emma Penella fue galardonada con el premio
del Sindicato Nacional del Espectáculo a la mejor actriz, mientras que Jesús Tordesillas
obtuvo el premio del CEC al mejor actor de reparto.
La siguiente película de Mur Oti a cargo de Planeta Films –ya sin la colaboración de
Cesáreo González– fue una producción de menor enjundia que su antecesora. Tras la
buena acogida de La guerra empieza en Cuba, Mur Oti volvió a apostar por la comedia y
la fotografía en color, y emprendió en 1958 la realización de Una chica de Chicago.
El guión del debutante Manuel Martínez Remis estaba basado en el breve cuento
En un lugar de la Mancha, escrito por el comediógrafo, ensayista y guionista Noel Clarasó,
y publicado en el diario Ya de Madrid el 21 de octubre de 1956. Clarasó le había cedido
los derechos del relato a Manuel Berenguer en noviembre de ese año, con el compromiso
de que fuera llevado a la pantalla, y este, a su vez, acabó transfiriéndoselos a Planeta
Films (así como los derechos del guión de Martínez Remis) para cumplir su compromiso
con el escritor.
La adaptación cinematográfica era fiel al original tanto en el fondo como en el ar-
gumento: una multimillonaria muchacha española criada en la moderna Norteamérica re-
gresa a su pueblo donde observa escandalizada la tiranía masculina a la que son
sometidas las mujeres españolas. Indignada ante este panorama, reúne y adoctrina a las
féminas del pueblo para que se amotinen contra el poder de sus esposos, provocando
una auténtica revolución en la localidad. Todo cambia cuando ella misma cae enamorada
y reconoce finalmente “el sentido católico y el justo reparto de las tareas en el concepto
español de la vida familiar”.315
Mur Oti vuelve a proponer una sátira caricaturesca, aunque esta vez son las ideas
feministas derivadas del moderno estilo de vida americano las que se encuentran en la
diana de sus ridiculizaciones, para lo que plantea en tono cómico una nueva versión de
la tradicional guerra de sexos, en la que, naturalmente, es el cóyuge masculino quien se
proclama vencedor.
Los protagonistas iniciales de esa peculiar guerra debían ser la mexicana Silvia
Pinal (antes de encarnar a la inolvidable Viridiana) y el español Javier Armet, que había
debutado con Once pares de botas (Francisco Rovira-Beleta, 1954), y al que Mur Oti pre-
tendió, sin éxito, convertir en estrella.317
Antes incluso de comenzar el rodaje se originaron los primeros inconvenientes. El
10 de mayo de 1958 Fernández de Rojas solicitó a la Dirección General de Cinematografía
permiso para rodar algunos planos en La Habana por exigencias argumentales de la pelí-
cula. En un principio tenía previsto registrar dichas tomas en una playa española, pero tras
posteriores reflexiones había considerado que el intento de simular los inconfundibles pai-
sajes naturales de la isla obraría en perjuicio de la calidad técnica y artística de la película.
Para cubrir los gastos del rodaje en Cuba Fernández de Rojas solicitó a la Dirección que se
aprobara una cesión del mercado cubano en concepto de anticipo de distribución, que se
llevaría a cabo a través de un contrato con una importante distribuidora de La Habana.
En realidad, la estrategia de Fernández de Rojas era un puro ardid para que la Di-
rección General de Cinematografía autorizara un contrato de distribución (con tintes de
coproducción) que ya estaba firmado de antemano. De hecho, el 24 de marzo de 1958,
cuatro días antes de que Fernández de Rojas solicitara el cartón de rodaje para Una chica
de Chicago, Manuel Mur Oti había firmado en La Habana, en nombre y representación de
Planeta Films, un contrato de distribución con el propietario de la “entidad cinematográ-
fica” cubana Professional Films Productions, José A. García-Cuenca. En la cláusula quinta
de dicho contrato ya se establecía explícitamente que “para que la película ofrezca más
interés en el mercado cubano y porque así aparece en el guión original de la misma, Pla-
neta Films de Madrid, se compromete a rodar en la ciudad de La Habana las secuencias
que aparecen en el referido guión correspondiente a La Habana”.318 De modo que la de-
cisión de filmar ciertos planos en la capital isleña por motivos de verosimilitud no tenía
nada de repentino como el productor español pretendía justificar.
319. En MARTÍNEZ TORRES, Augusto, “Manuel Mur Oti, los problemas del genio”, en Cineastas
insólitos. Conversaciones con directores, productores y guionistas españoles, op. cit., pp.128-
129. Aunque en el contrato de distribución firmado por ambas empresas era José A. García-
Cuenca quien figuraba como propietario de Profilms, parece evidente que el productor y cineasta
de origen gallego Juan Orol, personaje muy popular en Cuba y México, también estaba econó-
micamente implicado en el negocio, puesto que él era por aquellas fechas esposo de la actriz
María Esquivel, a la que había convertido en su musa.
320. Primer Plano, nº 930, 10 de agosto de 1958.
Cielo negro), Marisa Prado (protagonista de Orgullo), José María Lado (Wolfram) y Porfiria
Sanchiz (Cielo negro y Fedra).
El rodaje de Una chica de Chicago se prolongó del 7 de julio al 6 de octubre de
1958. El 20 de enero de 1959 la Rama de Clasificación de la Junta consideró que la pelí-
cula no estaba lograda en su totalidad y le otorgó una calificación de Primera B, lo que
implicaba una subvención del 35% sobre el presupuesto estimado, que quedó establecido
en 6.094.600 pesetas. No obstante, distribuida por la empresa Procines, Una chica de
Chicago no consiguió estrenarse en el cine Gayarre hasta el 27 de junio de 1960, donde
solo se mantuvo una semana en cartel. Primer Plano, que había seguido la producción de
la película a través de esporádicas y brevísimas notas informativas, admitió en la crítica
firmada por Pío García Viñolas el buen hacer del director gallego y de sus actores, que
demostraba que Mur Oti podía hacer incursiones en ese género, “aunque en su fuero in-
terno –y en el nuestro– esté convencido de que debe poner su talento en empresas de
mayores vuelos. En la ambiciosa intención que Mur Oti ha puesto en sus anteriores tra-
bajos está el favor que él puede prestar al cine español. Ahí es donde puede darnos –y
ya lo ha hecho– la obra importante que nuestro cine necesita.321
Duelo en la cañada, tercera y última película de Mur Oti en colaboración con Planeta
Films, podría haber sido un fructífero intento de recuperar esa ambición que García Viñolas
reclamaba al gallego, sin embargo, ciertos condicionantes de producción impidieron que
la cinta fuera todo lo redonda que el cineasta hubiera deseado.
Después de Una chica de Chicago, Planeta Films tenía previsto poner en marcha
bajo la dirección de Mur Oti El fabuloso barón de Arizona, ambiciosa producción ambien-
tada en el siglo XIX, para la que Francisco Fernández de Rojas solicitó permiso de rodaje
el 19 de septiembre de 1958. La película, escrita por el propio productor junto a José Ma-
llorquí322, iba a estar protagonizada por Javier Armet, Lina Rosales y Rafael Durán, y pre-
sentaba un presupuesto estimado de más de nueve millones de pesetas. Los informes de
los lectores encargados de la censura previa, sin embargo, fueron absolutamente desalen-
tadores para los intereses de Planeta: “dentro de la línea de El Coyote y sin novedad al-
guna argumental, está este guión que no tiene ni pies ni cabeza. Sería un milagro sacar
de este guión una película no vista ya. Y sería más milagroso aún obtener una película
mediana”.323 Ante tal dictamen y dada la inversión que el propósito requería, el 7 de no-
En apariencia, Mur Oti disponía en esta película de todos los mimbres necesarios
para tejer una espectacular y apasionada historia de amor al estilo de sus grandes dramas
rurales: volvía a trabajar con un guión propio; regresaba al género dramático, planteando
un violento triángulo amoroso en el que dos hombres acababan batiéndose en duelo por
el amor de una mujer; y recuperaba los paisajes naturales de España como escenario
privilegiado del drama, fotografiados además por Juan Mariné, uno de sus operadores
predilectos. No obstante, el intento de emular la épica mítica de Orgullo o la tensión trá-
gica de Condenados resultó un completo fracaso.
Por un lado, el presupuesto que Planeta Films dedicó a la película no estaba a la
altura de las anteriores superproducciones del gallego. Aunque la productora alegó un
desembolso completo de 6.519.150,83 pesetas para producir el filme, el informe del Ins-
tituto Nacional de Cinematografía solo le reconoció un valor de 4.310.000 pesetas, que
fue el presupuesto final admitido por la Junta de Clasificación y Censura.
Por otro lado, y más decisivo para el resultado final de la película, el guión de Duelo
en la cañada era decididamente endeble e inconsistente, y fluctuaba de manera irregular
entre el melodrama mexicano, el western americano y los tópicos folclóricos de Andalu-
cía326, sin llegar a decantarse por ninguno de ellos. Parecía que Mur Oti había escrito el
guión rápidamente y sin un criterio muy definido, y de hecho, es muy probable que así
fuera, puesto que es difícil determinar hasta qué punto Duelo en la cañada surge a con-
secuencia del compromiso adquirido por Manuel Mur Oti con Juan Orol durante la pro-
ducción de su anterior filme Una chica de Chicago.
El día antes del comienzo del rodaje me presentaron a la actriz, María Esquivel,
hispanoamericana, y me pareció, ya en principio, muy inadecuada para su
papel. Empezamos la película en exteriores e interiores naturales de Jerez. Yo
siempre llevaba conmigo un pequeño laboratorio ambulante con una copiadora
por contacto, una ampliadora y todo ello acompañado de un proyector de dia-
positivas. Hice una prueba de los planos que habíamos rodado y los positivé e,
inmediatamente antes de salir para el rodaje, convoqué al director y al produc-
tor, les pasé las diapositivas de los planos que habíamos rodado hasta entonces
y les dije: «si ustedes creen que nosotros podemos hacer el milagro de que el
público se crea que el protagonista, que era Armet, pueda dejar a su novia (era
Mara Cruz, que retrataba maravillosamente) por esta señora que puede ser su
mamá, su tía o una pariente lejana, están soñando». Era una mujer mayor, de-
masiado gruesa y que no daba el tipo que entonces se llevaba. Les propuse,
como medida de emergencia, paralizar todo y buscar una nueva protagonista
pero ellos decidieron seguir”.328
Lo cierto es que Mur Oti tenía las manos atadas en ese aspecto. Según explica el
propio Mariné329, Juan Orol había coaccionado al cineasta gallego para firmar un contrato
que le obligara a rodar Duelo en la cañada con su esposa, a cambio de aceptar que esta
no protagonizara Una chica de Chicago. Aunque la colaboración entre Planeta Films y Juan
Orol no se acreditó ni se comunicó oficialmente a la Administración franquista (de manera
similar a lo ocurrido con el anterior filme de Mur Oti), el director cubano-mexicano era, a
todos los efectos, coproductor de Duelo en la cañada.330 Mariné recuerda que el esposo
de la Esquivel se presentaba todos los días en el set de rodaje, y tenía a Mur Oti literal-
mente amenazado para asegurarse de que todo se cumpliera según lo acordado.331
327. En MARTÍNEZ TORRES, Augusto, “Manuel Mur Oti, los problemas del genio”, en Cineastas
insólitos. Conversaciones con directores, productores y guionistas españoles, op. cit., p.129.
328. En SORIA, Florentino, Juan Mariné, un explorador de la imagen, op. cit., p.75.
329. Entrevista personal (abril de 2005).
330. Así lo indican las filmografías del productor recogidas en las fuentes y bases de datos me-
xicanas, que incluyen explícitamente a Duelo en la cañada entre las producciones de Orol. Véase,
por ejemplo, http://cinemexicano.mty.itesm.mx/directores/juan_orol.html
Cuando Mary Esquivel vio la película dijo: «bueno, la película no está mal. Pero,
siempre me veo pasando por sitios de sombra…». Yo no le quería decir, «es para
ahorrar que el espectador te vea», porque era horrible esta mujer. Mi trabajo
era ir creando sombras, porque en cuanto ponías a Mara Cruz al lado de Mary
Esquivel con una luz decías: «¡este tío es imbécil! Dejar a esta chica para irse
con la otra, que es un pimiento morrón…». Y ese era el gran problema de Duelo
en la cañada, porque yo hice una bonita fotografía en la película.332
La elección del reparto fue, sin duda, uno de los principales defectos de la cinta,
aunque no todo se reducía a la presencia insalvable de María Esquivel, sino que también
resultaba en consecuencia inadecuada la opción de Mara Cruz, demasiado hermosa y ele-
gante, como advierte Juan Mariné, para que el señorito andaluz la rechazara frente a la
cubana; así como la del protagonista masculino Javier Armet, que había cumplido satis-
factoriamente el expediente humorístico en Una chica de Chicago, pero al que le faltaban
el porte y aplomo suficientes para encarnar a un galán solvente. Tan solo Cándida Losada,
repitiendo el papel de madre autoritaria que ya había representado en Orgullo, y el casi
debutante Leo Anchóriz, en el rol del violento mayoral, parecían estar ajustados en sus
quehaceres interpretativos.
La Junta de Clasificación y Censura confirmó la opinión de Juan Mariné, alabando
la hermosa fotografía del operador catalán y la vigorosa realización cinematográfica de
Mur Oti, pero denostando crudamente la interpretación y el guión. Estas son algunas
de las lindezas que se pueden leer en los informes de las dos ramas de la Junta: “drama
vulgar ruralista. Inexplicable la intervención de la cubana carente de cualidades físicas
y artísticas”; “vistiendo un guión que es un cursi disparate y empujando un diálogo de
un redicho y una afectación que rayan en lo jocoso, la cámara se mueve bien en tierras
de Andalucía”; “folletín folklórico-melodramático de escaso valor”; o “muy estimable rea-
lización cinematográfica que se malogra en parte por el cursi barroquismo del texto li-
terario y la falsedad de la intriga y de los propios personajes. Hay que reconocer no
331. Juan Orol era un personaje singular. Nacido en El Ferrol en 1897 emigró en la infancia pri-
mero a Cuba y después a México. Tras desempeñar numerosos y variados empleos (boxeador,
torero, agente secreto, periodista…) aterrizó en el mundo del cine, y desarrolló una extensa ca-
rrera de productor, director y actor a caballo entre sus dos países de adopción, Cuba y México.
Se especializó en películas de cine negro en las que gustaba de interpretar papeles de gángster
al estilo de Bogart o Cagney, y por lo que Juan Mariné relata sobre él, parece que acostumbraba
a trasladar los comportamientos propios de estos oscuros personajes a la vida real. María (Mary)
Esquivel fue su cuarta musa cinematográfica. La actriz inició y finalizó con él su efímera carrera
fílmica, que se desarrolló entre 1955 y 1963. De hecho, Orol la dirigió en nueve de las quince
películas que la actriz tiene acreditadas.
332. Entrevista personal (abril de 2005).
obstante que el relato está llevado con vigor y servido por una fotografía de excelente
plasticidad y contrastes. En el aspecto cinematográfico supera al tipo medio de películas
españolas”.333
Estos últimos factores son los que salvaron la clasificación de la película que al final
fue calificada de Primera B y autorizada para mayores sin adaptaciones. La película, dis-
tribuida por Warner, tardó mucho en estrenarse. Desde su clasificación el 28 de enero de
1960, aún hubo de esperar hasta el 20 de febrero de 1961 para ser exhibida por primera
vez en los cines Lido y Odeón, en los que se mantuvo apenas una semana, sin recibir
ninguna atención por parte de la crítica.
Tras el pobre negocio que habían supuesto Una chica de Chicago y Duelo en la ca-
ñada, Manuel Mur Oti no volvió a trabajar con Planeta Films. De hecho, tras su colabora-
ción con el gallego el sello de la marca productora de Francisco Fernández de Rojas no
volvió a aparecer oficialmente en ninguna película. Para Mur Oti tampoco fueron títulos
rentables en ningún sentido. Los irrelevantes estrenos de estas dos películas, situados en
el gozne decisivo entre dos décadas de signo muy distinto para el cine español, se con-
virtieron en la avanzadilla del definitivo ocaso artístico contra el que el vigués trató de lu-
char en los años 60, pese a hallarse perdido en tierra de nadie.
La década de los años sesenta trajo consigo aires de cambio para el cine a escala
mundial. Las nuevas olas cinematográficas extendieron su influencia por el continente
europeo, y España, que en plena época del desarrollismo no quería perder el tren de
la modernidad, también se apuntó al carro de la renovación estética en el cine. Para
ello el Ministerio de Información y Turismo, dirigido desde 1962 por Manuel Fraga Iri-
barne, impulsó un ambicioso proyecto que tradicionalmente ha sido conocido como
Nuevo Cine Español.
Como es ley natural, ese Nuevo Cine eje de la política administrativa de la Direc-
ción General de Cinematografía durante los años 60, y adalid de un supuesto realismo
crítico acorde con los nuevos aires estéticos europeos, se levantó sobre y/o contra un
Viejo Cine Español que había constituido la parte del león de la endeble industria del ci-
nematógrafo español las dos décadas anteriores. De hecho, si repasamos los alegatos
y reivindicaciones en favor de una nueva forma de cine para España, divulgados por
José María García Escudero en su obra Cine español (1962) y por los redactores de la
revista Nuestro Cine en sus primeros números334, veremos que el rechazo contra el rea-
lismo insuficiente de los directores de la década precedente (especialmente el de Juan
Antonio Bardem) como contra los productos de género que ensalzaban, o al menos no
desafiaban abiertamente al orden estético (pero sobre todo político) establecido, es tan
importante como la posible formalización teórica de lo que en opinión de estos sectores
debía ofrecer el cine español.
Cuando José María García Escudero llegó por segunda vez a la Dirección General
de Cinematografía y Teatro en agosto de 1962 y puso en marcha su proyecto de reno-
vación, la nueva ola arrinconó a los representantes de ese Viejo Cine Español. Algunos
de los directores que pueden englobarse bajo esa etiqueta se aclimataron a la nueva si-
tuación y sobrevivieron realizando productos comerciales con niños cantores, como Luis
Lucia (Canción de juventud, 1962; Rocío de la Mancha, 1963) y Antonio del Amo (El se-
creto de Tomy o Las gemelas, ambas en 1963), o comedias ligeras con las estrellas del
momento, como es el caso de José Luis Sáenz de Heredia, que firmó varias películas
con Concha Velasco (Pero…¡en qué país vivimos!, 1967 y Relaciones casi públicas, 1968)
o Paco Martínez Soria ya en el final de la década (Se armó el Belén, 1969, y Don erre
que erre, 1970).
334. Véanse DIAMANTE, Julio, “Situación del cine español 1961”, Nuestro Cine, nº 1, julio de
1961; o MONLEÓN, José, “Un cine sin contenido”, Nuestro Cine, nº 2, agosto de 1961.
Otros no encontraron su sitio. Ladislao Vajda, por ejemplo, desarrolló gran parte
de su trabajo durante este periodo en la República Federal de Alemania además de alguna
incursión en el cine comercial merced a La dama de Beirut (1965) protagonizada por la
diva Sara Montiel. José Antonio Nieves Conde, uno de los regeneracionistas de la etapa
anterior, solo realizó cinco filmes en los años 60, de un valor visiblemente inferior a sus
trabajos previos (buena muestra de ello son Prohibido enamorarse –1961– o Cotolay –
1966). Rafael Gil, por su parte, autor de algunos de los mejores títulos que dieron los
años 40 en España, firmó sus últimas cintas de interés en 1960, El Litri y su sombra y
Siega verde, y a pesar de seguir siendo tremendamente prolífico, acabó dando tumbos
hasta mediados los años 80.
La lista de “víctimas y damnificados” del Nuevo Cine Español, como los denomina
Casimiro Torreiro335, es por consiguiente considerable, no tanto en número cuanto en la
visibilidad de sus integrantes. Y en ella se encuentra, por supuesto, Manuel Mur Oti, que
vio con impotencia extinguirse en esta década todas sus aspiraciones de relanzar una ca-
rrera cinematográfica que en los últimos años 50 había venido decayendo.
No creo en la validez del nuevo cine realista, por no creer que exista este; sobre
todo si se entiende por tal el de la «nueva ola», desmadejado, desordenado,
335. TORREIRO, Casimiro, “¿Una dictadura liberal? (1962-1969)”, en VV.AA., Historia del cine
español, Madrid: Cátedra, 1995, p.326.
No le faltaba, pues, razón a García Escudero cuando en 1954 sentenció que “cual-
quier parecido entre cine social y cine de chaqueta de pana, entre cine social y Condena-
dos (Mur Oti-Aurora Bautista, 1953), por lo que se dice de esta película, parece ser pura
coincidencia”.337
Estas discrepancias entre la visiones de García Escudero y Mur Oti acerca de lo que
debía ser el cine español de calidad hacían presagiar el difícil y azaroso futuro profesional
que aguardaba al gallego. Trece años después de su debut y con doce películas a sus es-
paldas no era momento de virar hacia posturas más críticas o realistas, ni siguiendo la
línea de innovación estética que buscaba el Nuevo Cine Español –terreno exclusivo para
los cineastas más jóvenes y modernos–, ni explotando la veta más esperpéntica y gro-
tesca que cultivaron Fernán-Gómez o Berlanga. En cuanto a la posibilidad de escorarse
hacia posiciones más comerciales, la fallida Pescando millones (1960) realizada por en-
cargo de la productora Trefilms para lucimiento de los cómicos Zori, Santos y Codeso de-
mostró con creces que Mur Oti carecía de dotes para la comedia costumbrista que tan
bien explotó y rentabilizó la factoría Lazaga-Masó, y que a pesar de su discutible calidad
artística y mal que le pesara a García Escudero, era en definitiva la clase de producto que
más consumía y demandaba el españolito de a pie.
En tales circunstancias Mur Oti se hallaba perdido en tierra de nadie. Con todo, no
fue la falta de sintonía entre las tendencias fílmicas en boga en aquel momento y la con-
cepción artística del cineasta vigués el único factor que propulsó su trayectoria en una
imparable cuesta abajo. A los inconvenientes mencionados anteriormente hay que sumar
en primer lugar la dificultad para encontrar productores que le apoyaran. Como en capí-
tulos anteriores ha quedado suficientemente demostrado, Mur Oti era un cineasta caro:
sus proyectos solían ser ambiciosos y requerían grandes esfuerzos presupuestarios al
tiempo que la recaudación de sus películas rara vez cubría las expectativas de tal derroche
económico. Ninguno de sus filmes, exceptuando las exitosas Cielo negro (1951) y La gue-
rra empieza en Cuba (1957), se había mantenido en cartel más de dos semanas. Juan
Mariné asegura que era la hipnótica capacidad de persuasión del gallego lo que le había
permitido seguir vivo en la industria porque
para el negocio cinematográfico era altamente negativo. Por eso él tuvo mucha
suerte de encontrar siempre productores, teniendo en cuenta que ninguna de
sus películas dio dinero, todas fueron grandes pérdidas. Pero la gente siempre
pensaba que Mur Oti iba a hacer una gran película, y que todavía no la había
hecho, y que la gran película sería la próxima, y si no sería la otra y si no la si-
guiente. Y no fue así, todas sus películas costaron mucho dinero y nunca fun-
cionaron.338
Hay que decir que el cine español era el gran desconocido: con la fatuidad y
arrogancia de la juventud -pero también con la actitud ideológica discrepante
que era común a todos nosotros- nos permitíamos despachar de un plumazo el
cine nuestro de los años cuarenta y cincuenta con el cómodo y simplificador
anatema de «franquista», sin distinción de títulos ni autores. Pero la verdad es
que habíamos visto muy pocas películas de esas dos décadas.339
La disputa surgida en 1956 en la revista La Hora entre Miguel Buñuel, Basilio Martín
Patino y Manuel Rabanal Taylor fue solo el prólogo del largo catálogo de vilipendios y jui-
cios peyorativos acerca de Mur Oti que habían de poblar con posterioridad las páginas de
las nuevas y pujantes revistas cinematográficas. Conviene detenerse en algunas de las
consideraciones que su obra mereció a los nuevos críticos desde finales de los años 50
para comprender la evolución del definitivo ocaso del otrora Genio.
En un especial dedicado al cine español en 1958, José Luis Hernández Marcos se-
ñalaba en Film Ideal que el director gallego pertenecía junto a Sáenz de Heredia, Gil,
Neville, Iquino, Román, Ruiz Castillo, Nieves Conde o Del Amo, a “una generación perdida
para el cine español”, y se refería a él bajo el titular de “un hombre va por la cuneta”, en
clara alusión a las expectativas, en su opinión frustradas, que había creado la ópera
prima del gallego: “los que se habían aferrado en su esperanza a esa realidad que fue
Un hombre va por el camino no le perdonaban tan inmediato retroceso en Cielo negro
pese a poseer la mejor secuencia realizada por el cine español hasta entonces, o en Con-
denados, drama rural del que solamente quedó su extraordinario valor plástico, donde
todo es frío, nada es trascendente”.340
Un año después, la misma revista lo incluía sarcásticamente en un ecléctico inven-
tario de “fantasmas, monstruos y mitos” dado que el gallego
llegó al cine español como un fantasma: súbitamente. Levantó los brazos así,
bajo su sábana haciendo: «Uuuuhhhh...». Y la gente abrió la boca. Recordaremos
con gusto lo que prometía Un hombre va por el camino y hasta lo que pudo hacer
en Cielo negro. Pero le tenemos apuntadas muchas películas, demasiadas, en la
agenda de agravios cinematográficos. […] Su genialidad tiene algo de cierto. En
cuanto que los genios van dando traspiés de los grandes y majestuosos propósi-
tos a los resultados mediocres. Muchas de sus películas pudieron ser buenas.341
Estas posturas críticas en torno al cine y la persona de Mur Oti fueron recrudecién-
dose a medida que avanzaba la década, y el declive de su carrera era ya más que notorio.
Fue de nuevo Film Ideal el medio que con mayor inquina se aproximó a la figura del ci-
339. GARCÍA DE DUEñAS, Jesús, “A la deriva por el Cabo de Buena Esperanza. Travesías por
unos cursos de la EOC”, en HEREDERO, Carlos F. y MONTERDE, José Enrique (eds.), Los “Nuevos
Cines” en España. Ilusiones y desencantos de los años sesenta, Valencia, IVAC / Festival Inter-
nacional de Cine de Gijón / CGAI / Filmoteca de Andalucía / Filmoteca de España, 2003, p.94.
340. Film Ideal, nº 21/22, julio-agosto de 1958, págs. 10-12. En este mismo número la revista
elaboraba una clasificación de las películas producidas en 1957 y situaba a La guerra empieza
en Cuba entre las etiquetadas como “malas”. En sentido similar a Hernández Marcos se pronunció
Joaquín de Prada en Cinema Universitario cuando en su comentario sobre la película El inquilino
(1957), recogido en el repaso a “Seis films españoles de hoy”, se refería en estos términos a su
director José Antonio Nieves Conde y, por ende, a sus compañeros de generación: “parco en re-
alidades (el cine español) se refugiaba en fugaces esperanzas, posibilidades nacidas, que pronto
quedaban en nada. Sáenz de Heredia, Antonio Román, Rafael Gil, Manuel Mur Oti, fueron en
sus momentos esperanzas. Se les abrió crédito, se les perdonó fracasos y se esperó de ellos re-
petida e inútilmente una obra definitiva” (nº 13, diciembre de 1960, p.32).
341. Film Ideal, nº 31, mayo de 1959, p.10.
neasta vigués iniciada ya la década de los años 60. En 1963 Javier Sagastizábal publicaba
“Cine español. Hora cero”, una especie de examen de la capacidad y preparación que los
directores españoles presentaban para afrontar y rentabilizar las nuevas disposiciones de
la Dirección General de Cinematografía, y dedicaba en dicho texto un breve obituario a
los cineastas veteranos, entre los cuales se hallaba Manuel Mur Oti:
Si hubo un tiempo en que los Rafael Gil, J. L. Sáenz de Heredia, Manuel Mur
Oti, etc., significaron algo para el cine nacional por aquello de «En un país de
ciegos…», sus últimas películas nos han demostrado que fuera del exabrupto
no merecen ningún otro comentario en cualquier revista de cine que se precie
seria. Corramos pues un piadoso velo sobre ellos. En boca cerrada no entran
moscas. R. I. P.342
en este apartado entran todos aquellos realizadores para los que la composición
cinematográfica se reduce a un mero problema de encuadres amanerados. […]
Su falsa importancia, su pretenciosidad o su simpleza conceptual les conduce
más bien a un cine estéril, artificioso, invertebrado y truquista en el que la au-
sencia absoluta de verdad es la nota predominante. En cierto modo, no puede
manifestarse un cine más hermético y asfixiante que este, pues todo él delata
el procedimiento más aséptico. Es un no saber «pensar en cine» lo que más re-
velan estos hombres.343
A punto de finalizar la década, y con Mur Oti prácticamente retirado, José Monleón,
se refería a él como “un genio domesticado” en el “Diccionario del cine español” que la
revista Nuestro Cine publicó en 1968. Monleón se lamentaba de que las buenas condicio-
nes que el cineasta demostró en Un hombre va por el camino se hubieran visto devoradas
por su ampulosa personalidad y la necesidad de autoafirmar esa naturaleza genial:
Entre las palabras de José Luis Hernández Marcos en Film Ideal y las de José Mon-
león en Nuestro Cine median diez años en los que Manuel Mur Oti no cesó sus actividades
fílmicas. Muy al contrario y a pesar de las dificultades, Mur Oti luchó con uñas y dientes
por sobrevivir a los años 60 de la manera más digna posible, y continuó realizando y es-
trenando películas propias, escribiendo guiones para otros y proponiendo otros proyectos
de diversa índole que finalmente no llegaron a producirse.
De hecho, entre mayo y junio de 1962 se multiplica la presencia de Manuel Mur
Oti en las carteleras españolas. Irrumpe, por fin, en las pantallas nacionales el largamente
deseado proyecto de Teresa de Jesús, dirigido definitivamente por Juan de Orduña pero
con guión del gallego, y el mismo Mur Oti estrena tres películas propias: Pescando millo-
nes, producto puramente alimenticio para Trefilms; el interesante thriller A hierro muere,
basado en una novela de Luis Saslavsky (autor de la inquietante La corona negra en
1950); y, sobre todo, la polémica Milagro a los cobardes realizada el año anterior también
para Trefilms, último proyecto de cierta enjundia que el gallego llevaría a cabo con el fin
evidente de restaurar su imagen de Genio.
Después de esta avalancha de títulos, habría que esperar hasta 1968 para que la
siguiente película de Mur Oti, Loca juventud, se estrenara en la capital española, a pesar
de que su producción data de 1964. Y del estreno del último proyecto que el gallego aco-
metió en esta década, El escuadrón del pánico (1966), ni siquiera existe constancia en las
publicaciones periódicas especializadas ni en los anuarios cinematográficos de la época.
La trayectoria fílmica de Mur Oti en estos años 60 delata una clara naturaleza ali-
menticia y se perfila como un incuestionable ejercicio de supervivencia. Frente a las en-
riquecedoras hibridaciones narrativas y estéticas que el vigués había cultivado en sus
grandes filmes, los trabajos que realiza durante estos años se caracterizan (aparente-
mente) por una férrea dependencia a unos cánones genéricos bien definidos: la comedia
(Pescando millones), el cine religioso (Milagro a los cobardes, Teresa de Jesús), el thriller
(A hierro muere), las películas con niño cantor (Loca juventud) y el cine bélico (El escua-
drón del pánico).
Esta fidelidad a unas convenciones ya establecidas se debe con toda probabilidad
a la búsqueda del favor comercial a través de esquemas narrativos fácilmente reconocibles
y asimilables para el gran público. La inadaptación de Mur Oti a las nuevas circunstancias,
sin embargo, queda vivamente reflejada en la elección y tratamiento que otorga a dichos
géneros, algunos de ellos ya obsoletos cuando nuestro cineasta decide abordarlos.
El cine religioso, por ejemplo, que auspiciado por la Administración había dado al-
gunos títulos de calidad en la década de los años 50 de la mano de Rafael Gil (La señora
de Fátima -1951-, La guerra de Dios, 1953), Ladislao Vajda (Marcelino, pan y vino, 1951)
o Ignacio F. Iquino (El Judas, 1952) entre otros, estaba cerrando un ciclo con títulos como
Molokai (Luis Lucia, 1959) o Fray Escoba (Ramón Torrado, 1961). La carrera del adoles-
cente Joselito, por su parte, estrella infantil de la década anterior, estaba en sus últimos
estertores cuando Cesáreo González lo puso a las órdenes de Mur Oti en Loca juventud.
Y el género bélico, una vez superado el cine de cruzada de la inmediata posguerra, y tras
el epílogo que Pedro Lazaga había ofrecido en La patrulla (1954), El frente infinito (1956),
Torrepartida (1956) y La fiel infantería (1959), carecía ya de ningún interés para el público
español de la época.345
Hay un dato más que avala el carácter puramente comercial de los títulos realizados
por Mur Oti durante estos años: el hecho de que la mitad de ellos son fruto de coproduc-
ciones con América (A hierro muere y El escuadrón del pánico) o Europa (Loca juventud).
En 1954, en pleno apogeo de su carrera, Mur Oti había manifestado que “la coproducción
interesa a los productores españoles que quieren exponer poco dinero por no tener mucha
confianza en el éxito. Personalmente, no estoy inclinado en absoluto hacia ellas”.346 Diez
años después, la mayoría de los proyectos en los que el gallego se ve implicado son co-
producciones, mercancías de consumo promovidas con el ánimo de aprovecharse de las
leyes de protección y fomento de los correspondientes países a cambio de un mínimo
riesgo económico y una distribución internacional asegurada. El argumento que el propio
Mur Oti esgrimió en esta década para justificar esos proyectos fue que la coproducción
es la auténtica apoyatura que tiene nuestro cine. Por el mismo coste que aquí
se haría una película normal, o incluso por algo más, se podrán realizar verda-
deras superproducciones, ya que será el doble de lo que presupuestemos nosotros
el dinero que se baraje. De esta forma abriremos mercados a nuestros actores
y a nuestro cine. Hay que insistir siempre en la coproducción.347
Salvo Milagro a los cobardes y Teresa de Jesús, el resto de películas y proyectos en que
Mur Oti participó en los años 60 pasaron sin pena ni gloria por el mundillo cinematográfico
español, pese a que no todas estaban exentas de calidad. No obstante, es justo detenerse,
si acaso someramente en el siguiente capítulo, en los avatares que rodearon a la produc-
ción de cada una de ellas para trazar la singladura de Mur Oti a lo largo de estos diez tor-
tuosos años.
345. Más aún en el caso de El escuadrón del pánico, ambientada en la lejana, en todos los sen-
tidos, guerra de Corea, librada diez años antes.
346. Imágenes, nº 128, septiembre de 1954.
347. Radiocinema, nº 530, 17 de mayo de 1962, p.13.
los populares actores Tomás Zori, Fernando Santos y Manuel Codeso, a quienes
aprecio muy de veras ya que siempre que hemos solicitado su colaboración para
cualquier función benéfica nos la han prestado con su máximo cariño, han venido
a visitarme en estos días hablándome de su película Pescando millones, que fil-
maron este verano pasado y en la que han invertido todos sus recursos. Es la
mayor aspiración de este trío de actores que esta película, cuya Productora es
Trefilms-Manuel Santos López, sea clasificada a ser posible de Primera B, con lo
que compensarían el enorme esfuerzo económico que realizaron con la misma.348
349. Muy inferior a los 6.830.426,15 pesetas que Manuel Santos López aseguraba haber gastado
en la producción de la misma.
350. Calificativos recogidos de los informes de los vocales de la Rama de Clasificación de la
Junta. Expediente de censura nº 20.363 (Archivo General de la Administración: caja 36/03750
- signatura 34.751).
351. Primer Plano, nº 1.132, 22 de junio de 1962.
352. En MARTÍNEZ TORRES, Augusto, “Manuel Mur Oti, los problemas del genio”, en Cineastas
insólitos. Conversaciones con directores, productores y guionistas españoles, op. cit., p.129.
353. Radiocinema, nº 471, 30 de marzo de 1961, p.55. Renedo tenía inicialmente previsto un
presupuesto de 7.574.770 pesetas, aunque la Junta de Clasificación y Censura solo le reconoció
un coste estimado de 5.625.000.
354. Ruth Roman había destacado en títulos como Más allá del bosque (Beyond the Forest, King
Vidor, 1949), Extraños en un tren (Strangers on a Train, Alfred Hitchcock, 1951) o Tierras lejanas
(The Far Country, Anthony Mann, 1954), sin embargo, en 1961 su carrera profesional se hallaba
centrada principalmente en el medio televisivo. La actriz aseguraba haber aceptado la propuesta
de Mur Oti porque “en América vi su película Fedra y me gustó mucho. Es obra de un director
maduro, inteligente y con talento cinematográfico” (Primer Plano, nº 1.061, 12 de febrero de
1961). Recordemos que Mur Oti era partidario de recurrir a estrellas femeninas internacionales
para dar mayor relumbrón a algunas de sus películas. Es el caso de Tilda Thamar en la inacabada
Wolfram (1950), Marisa Prado en Orgullo (1955) y Ana Bertha Lepe en Una chica de Chicago
(1958). También había tratado de contratar a Miroslava Stern para protagonizar Fedra (1956),
y más tarde reclamaría a uno de los mitos eróticos de los años 70, Marisa Mell, para La encade-
nada (1974).
355. Aunque, según la crónica de Julio Diamante, la película en un principio estaba destinada a
representar a España en el Festival de Berlín (Nuestro Cine, nº 2, agosto de 1961, pp.6-7).
del gallego, que clausuraba el festival, partía con grandes expectativas de obtener la
Concha de Oro. El cineasta, de nuevo en el punto de atención de la prensa como era su
gusto, recuperó su tendencia a la desmesurada autoproclamación pública con el fin de
entretener a los medios. Según la crónica de Primer Plano, a su llegada al festival acom-
pañado del productor Renedo, “Manolo repartía optimismo y gracia” y “se definió estéti-
camente al decir que a él le gustaría ser la suma de la plástica de John Ford y de lo
emocional de Elia Kazan”.356
Pese a los insistentes rumores de victoria, el filme de Mur Oti hubo de conformarse
finalmente con un único premio para Leo Anchóriz como mejor actor revelación. Sin em-
bargo, la polémica que tanto halagaba al ego del Genio estaba servida. Y no fue para
menos. Tras leer las crónicas acerca del festival, y las posteriores críticas que la cinta re-
cibió en el momento de su estreno el 4 de julio de 1962, cuesta creer que unos y otros
se refieran a la misma película, gráfico reflejo de la esquizofrenia sectaria que la crítica,
dividida en dos frentes irreconciliables, padecía en aquel momento.
De un lado, Fernando Montejano mostró su indignación en Radiocinema, publicación
adicta al cine de Manuel Mur Oti, por el inexcusable error que en su opinión había cometido
el jurado del festival al no otorgar el máximo galardón a Milagro a los cobardes:
Relata Montejano en el mismo texto que el presidente del jurado había leído en el
diario Pueblo, días antes de la clausura del festival, un artículo del crítico cinematográfico
Tomás García de la Puerta, que había visto en Madrid la película de Mur Oti, y que ase-
guraba que “hasta ese día era lo mejor que se presentaba en el Festival, por lo que se
permitía aventurar que Milagro a los cobardes bien pudiera ser la Concha de Oro del no-
veno certamen donostiarra”.358 Según testigos presenciales, el presidente del jurado con-
sideró que el hecho de publicar semejante artículo equivalía a presionar o tratar de
influenciar el criterio de los jueces, lo que molestó mucho a los integrantes del jurado y
repercutió negativamente en la candidatura de la película española.
Esta defensa a ultranza practicada por Radiocinema (chismorreos de pasillo y pata-
leta post-fallo incluidos), chocaba frontalmente con las crónicas de Nuestro Cine y Film
Ideal. En la primera, Julio Diamante mostraba su estupor por el hecho de que Milagro a los
cobardes hubiera aspirado tan firmemente a ser acreedora de la Concha de Oro, en una
victoria segura que “poco menos que se trompeteaba” antes de su proyección. En su opi-
nión, “si la idea argumental de Pilares es importante y continúa válida, el guión, los diálogos,
la realización y la interpretación se revelaron como eficaces ejemplos de anti-cine”.359
En cuanto a la acogida popular de la cinta en el festival, Santiago San Miguel tenía
un recuerdo diametralmente opuesto al de Montejano. Frente a las efusivas ovaciones
descritas por el redactor de Radiocinema, San Miguel aseguraba en la crítica escrita para
Nuestro Cine con ocasión del estreno de la película en salas comerciales, que esta “fue
justamente pateada al final de su proyección en la sesión de clausura del Festival de San
Sebastián”. Después, el crítico se despachaba a gusto contra la cinta calificándola como
Con todo, el texto más insidioso fue el firmado por J. Munsó Cabús para Film Ideal,
en el que se confesaba “alérgico” a Mur Oti pero sorprendido de que hubiera llegado a
“extremos tan peregrinos, monstruosos y abominables”, y sobre todo de que semejante
obra hubiera sido seleccionada para representar “a un país –el nuestro–, que, aun culti-
vando un cine malo de solemnidad, creemos puede tener a mano una película menos
mala para cubrir la siempre incómoda papeleta de los festivales”. Toda la película le pa-
recía una “carnavalada grotesca”, una nueva muestra del “universo retorcido de Mur Oti”,
de “ese cosmos podrido de literatura, atávico, carnoso, hinchado como un globo”, que
confirmaba que “Mur Oti ha llegado a la cúspide…, pero del mal gusto, de su impotencia
total y absoluta como realizador cinematográfico”.361
Crudísimas invectivas a las que cabe oponer la opinión de Pío García Viñolas en Pri-
mer Plano, que ensalzaba precisamente el cuidado estético que sus colegas del otro frente
habían vilipendiado, y elogiaba la labor de los intérpretes y del director Mur Oti, “porque
ha tenido buen cuidado en intercalar entre el abundante diálogo una técnica de encuadres
de muy bella composición. […] Es una película importante, inteligente, estupenda. Una
obra meritoria de las que el cine español, por desgracia, no anda muy sobrado.362
Milagro a los cobardes fue el primer filme de Manuel Mur Oti al que le fue concedido
el «Interés Nacional», además del Premio del SNE a la mejor música para José Buenagú,
y sobre todo, el Premio Especial del Jurado del Sindicato de Cinematografía de 1961 a “la
película que, realizada sobre el tema que exalte valores morales o espirituales, o nuestros
principios políticos o sindicales, reúna calidades técnico-artísticas de consideración ele-
vada”.363 Los aplausos a su autor durante la entrega del galardón fueron más bien tibios.
Aquel mismo año competía Plácido de Luis García Berlanga, y Carlos Saura, miembro del
jurado de los premios, resumía en Film Ideal el sentir general de los integrantes más jó-
venes y críticos de la industria ante dicha decisión: “que esta película haya conseguido el
Premio Especial del Jurado es algo que me llena de asombro. A mi juicio es una película
absurda desde que empieza hasta que termina, pretenciosa, pedante. En definitiva:
inaguantable”.364
Estas palabras no empañaron la satisfacción de Mur Oti al ver colmada una de sus
principales aspiraciones profesionales: “No lo esperaba, pero lo deseaba con toda mi
alma”, explicó al recogerlo, “era la auténtica ilusión de mi vida. Los que hacemos cine es-
pañol debemos aspirar al primer premio del cine español, que es nuestro cine. Conseguirlo
me ha costado quince años”.365 Mur Oti lo había conseguido de nuevo. Fiel a su idiosin-
crasia polémica y controvertida, no había dejado indiferente a nadie, y su nombre había
vuelto a labios de la profesión y la prensa especializada como era su anhelo. Esta fue, sin
embargo, la última vez que lo logró.
Se han detallado en un capítulo previo, y con suficiente pormenor, las tortuosas vi-
cisitudes padecidas por el proyecto hagiográfico sobre Santa Teresa de Jesús que Mur Oti
trató de poner en pie junto a CIFESA en 1951. La vida de la santa fue finalmente llevada
a la pantalla diez años después de que Mur Oti hubiera fracasado en el empeño, y aunque
la dirección de la película corrió a cargo de Juan de Orduña, candidato inicial de CIFESA
para dirigir aquella versión primigenia, el gallego estuvo irremediablemente implicado en
el proyecto en calidad de guionista.
Pasados los años, y con la referencia del ciclo histórico de CIFESA acumulando te-
larañas en el baúl de los recuerdos, Orduña y Mur Oti parecían empecinados en rescatar
un tema que resultaba decididamente anacrónico en un momento en que los españoles
estaban más interesados en admirar los biquinis de las turistas suecas. Teresa de Jesús
era además un proyecto maldito, invariablemente condenado a surcar todo tipo de tem-
pestades antes de llegar a buen puerto.
Todo empezó de nuevo cuando el 26 de marzo de 1957 Luis Saiz Fernández, pro-
pietario de Exclusivas Diana, comunicó a la Dirección General de Cinematografía su in-
tención de realizar la película Teresa de Jesús con guión de José María Pemán, y solicitó
que dicho guión fuera sometido a censura previa antes de iniciar los trámites correspon-
363. Galardón que venía acompañado de una dotación económica de 250.000 pesetas.
364. Film Ideal, nº 90, 15 de febrero de 1962, p.99.
365. Primer Plano, nº 1.113, 9 de febrero de 1962.
dientes para el permiso de rodaje. Los informes de los lectores fueron bastante tibios. A
Francisco Ortiz le parecía una empresa arriesgadísima y no aconsejaba su autorización,
mientras que José Luis García Velasco consideraba que el guión tenía un valor cinemato-
gráfico nulo, y que de su realización “solo cabe esperar una especie de representación
teatral fotografiada”.366
Con todo, los informes favorables de los representantes de los Carmelitas Descal-
zos, así como del Patriarca Obispo de Madrid-Alcalá, que en 1951 se habían mostrado tan
intransigentes con el guión de Carlos Blanco, dieron alas al proyecto. Los derechos del
guión de José María Pemán pasaron finalmente a manos de Juan de Orduña, y este, en
su calidad de productor cinematográfico, solicitó el permiso de rodaje para el mismo el
21 de agosto de 1958. Se trataba de un empeño ambicioso en el que Orduña pretendía
invertir más de diez millones de pesetas y para el que contaba de nuevo con la incom-
bustible Aurora Bautista en el papel de la santa.
No existe constancia alguna de la concesión de dicha autorización, ni se recogen
nuevas noticias acerca del proyecto hasta que en 1961 Teresa de Jesús vuelve a los des-
pachos de la Administración de la mano de otra productora y con un guión diferente.
En efecto, el 8 de abril de 1961 el presidente de la cooperativa cinematográfica
Agrupa Films, José Luis Jerez Aloza, solicitó permiso de rodaje para realizar la película Te-
resa de Jesús bajo la dirección de Manuel Mur Oti y sobre el guión que él mismo y Antonio
Vich habían escrito con el asesoramiento religioso del Padre Pedro Tomás de la Orden de
los Carmelitas Descalzos. Además de los éxtasis y las dudas que la propia Teresa albergó
sobre la santidad de sus experiencias místicas, el nuevo guión cinematográfico explicaba
la ingente labor de fundación llevada a cabo por la eximia monja de Ávila, cuya ausencia
fue en su momento duramente recriminada a Carlos Blanco. Solventados los inconvenien-
tes presentes en aquel guión referidos al tono novelesco de ciertos acontecimientos y prác-
ticas conventuales inexactos, así como al retrato psicológico de la protagonista y a la
irregular intervención de la Inquisición, los Carmelitas emitieron un informe muy favorable
en el que aseguraban que “por vez primera, justo es declararlo así, hemos encontrado a
Nuestra Santa Madre, Teresa de Jesús, presentada en forma idónea para poder ser llevada
a la pantalla”.367 Así las cosas, el 9 de mayo de 1961 la Dirección concedió a Agrupa Films
el pertinente permiso de rodaje antes incluso de que el 15 de julio llegara el dictamen
aprobatorio del guión por parte del Patriarca Obispo de Madrid-Alcalá.
Mur Oti pretendía comenzar la filmación en julio de 1961, propósito que se vio
abortado por la nueva entrada en juego de Pemán y Orduña. El 18 de junio de 1961 Pri-
mer Plano anunciaba en sus páginas que circulaban por los medios cinematográficos hasta
siete versiones fílmicas sobre la vida de Santa Teresa, aunque la de Mur Oti era la que
más visos y garantías tenía de salir adelante:
Es evidente que el principal propósito de San Román era evadir la polémica sin ex-
plicar en detalle las causas que habían llevado a ese acuerdo de fusión, más aún cuando
la cesión de derechos del guión de Pemán a Orduña se había efectuado precisamente por
intermediación del propio San Román, aunque este prefiriera cautamente no pronunciarse
al respecto.
La cuestión es que ante la necesidad de reescribir el guión y recabar de nuevo los
parabienes de las correspondientes instancias eclesiásticas, el 24 de julio de 1961 José
Luis Jerez Aloza, presidente de Agrupa Films, se vio obligado a comunicar a la Dirección
General de Cinematografía que renunciaba al permiso de rodaje del 9 de mayo de 1961,
“debido a que las dificultades que hemos tenido para la organización de producción de
esta película, en la que tenemos intención de servir cuanto la importancia y calidad de la
misma requiere, nos han obligado a retrasar la iniciación del rodaje”.371
El 3 de agosto de 1961, aparentemente solventadas dichas dificultades, Jerez Aloza
volvió a solicitar permiso de rodaje presentando la misma documentación, aunque en
esta ocasión, y tal como se había adelantado en la información de Primer Plano, en el
apartado correspondiente al director figuraban los nombres de Mur Oti–Orduña, expre-
sados de esta manera en la propia ficha.
El 7 de agosto la Dirección General de Cinematografía concedió de nuevo la licencia
de rodaje, y la filmación de la vida de la santa de Ávila pudo por fin, después de diez
años, iniciarse en los estudios CEA y bajo la única dirección técnica de Juan de Orduña.
El 17 de mayo de 1962 la Junta de Clasificación y Censura, satisfecha en líneas
generales con el resultado final372, la calificó unánimemente como de Primera A y auto-
rizada para todos los públicos, y propuso que fuera declarada de «Interés Nacional», pri-
vilegio que se le concedió sin reparos.
Teresa de Jesús se estrenó en los cines Rialto y Fantasio de Madrid el 14 de mayo
de 1962, y la acogida de la prensa fue previsiblemente dispar, teniendo en cuenta los
nombres que avalaban la cinta. Primer Plano373 y Radiocinema374 la recibieron con grandes
elogios, que se extendían en el caso de la primera al tema (“apasionado”), la realización
(“inteligente” y “de una profundidad pocas veces lograda en nuestro cine”), el guión (“ha-
bilísimo”), la fotografía (“estupendísima”) y la interpretación de la Bautista (“la mejor de
cuantas le hemos visto”).
371. Expediente de rodaje nº 47-61 (Archivo General de la Administración: caja 36/04834 - sig-
natura 20.562). En realidad no era esa la única razón de que Jerez Aloza estuviera interesado
en solicitar un nuevo cartón de rodaje. El permiso anterior había sido concedido el 9 de mayo
de 1961, con lo que no fue posible que la película se acogiera a los beneficios derivados de la
nueva Orden Ministerial del 13 de mayo de 1961. Esta segunda concesión con fecha del 7 agosto,
por el contrario, abría el camino a las nuevas normas de protección económica.
372. Solo algunos vocales se mostraron algo reticentes con el trabajo de Orduña. José Luis Gar-
cía de Velasco juzgó la realización “desigual” y el Padre Andrés Avelino Esteban consideró que
“en algún momento el tono dramático de Aurora Bautista ribetea de histerismo la actitud de Te-
resa”. Tal vez la opinión más crítica fuera la de José María Cano, para quien “la película en la
presentación ambiental es evidentemente grandilocuente, artificiosa, retoricista y para el público,
en general, llena de confusiones e incomprensiones”. Expediente de censura nº 24.560 (Archivo
General de la Administración: caja 36/03899 - signatura 42.097).
373. Nº 1.127, 18 de mayo de 1962.
374. Nº 531/532, 31 de mayo de 1962.
4. TRES COPRODUCCIONES
Las tres películas restantes realizadas por Mur Oti en la década de los años 60 sur-
gieron de sendos acuerdos de coproducción con Argentina, Italia y los Estados Unidos, y
dieron como resultado trabajos de interés desigual.
378. Olga Zubarry había recibido un Premio Especial de Interpretación en el Festival de San Se-
bastián de 1961 por la película El hijo de hombre (La sed, Lucas Demare, 1961), producida por
Suevia junto a Argentina Sono Film. Es de suponer, por tanto, que director y actriz coincidieran
en dicho festival.
379. Existen a este respecto referencias discordantes entre las declaraciones del director y la
documentación oficial. Mur Oti recordaba en la entrevista concedida a Antonio Castro en 1996
(Dirigido por, nº 247) que filmó toda la película en interiores naturales: “tuve que adaptarme a
un chalé que encontré. Tuve que planificarlo todo, la habitación, la escalera que baja, el sitio
donde tienen el piano, el lugar en que se encuentra la chimenea, etc. Para que se haga usted
una idea, el coche que utilizamos en la película era el mío. A mí me parece que está muy bien
hecha” (p.63). Sin embargo, en el presupuesto final de 7.817.711,06 pesetas presentado por la
productora a la Dirección General de Cinematografía el coste del rodaje en estudios ascendía a
algo más de dos millones de pesetas, mientras que el gasto de escenografía ligado a los interio-
res naturales no alcanzaba ni las 70.000.
380. Expediente de censura nº 24.157 (Archivo General de la Administración: caja 36/03885 -
signatura 42.083).
381. Nº 531/532, 31 de mayo de 1962.
382. Nº 1.128, 25 de mayo de 1962.
rrativo de Mur Oti para sostener en todo momento el interés y la intriga, pese a que el es-
pectador conoce desde el principio a quién corresponde la autoría de los crímenes.
Tan solo César Santos Fontenla mostraba su desaprobación en Nuestro Cine383 ante
el texto de Llovet, el trabajo de los actores y la realización de Mur Oti: “tanto las situaciones
como los diálogos resultan de una increíble torpeza, y su puesta en imágenes, mediante
el recurso a una iluminación y unas angulaciones extremadamente falsas y efectistas, no
arregla precisamente las cosas”. Admitía que la película tenía “cierto standing no muy fre-
cuente en nuestro cine y cierto dominio del oficio, aunque la estética a que este oficio se
aplica responda a cánones caducados hace muchos años”. Santos Fontenla parecía ignorar
u olvidar deliberadamente que esa estética de A hierro muere respondía precisamente a
las convenciones propias del thriller, género transhistórico y transfronterizo que en los
años 60 estaba lejos de caducar, y se empeñaba incomprensiblemente en reclamar a la
ambientación del filme la misión de “situar a los personajes en un medio determinado”,
puesto que la película, “así como los personajes que en ella intervienen, queda totalmente
descarnada y marginal a toda posible localización geográfica o social”.
El siguiente filme abordado por Manuel Mur Oti fue Loca juventud, una película de
Joselito para Cesáreo González S.A. Producciones Cinematográficas en coproducción con
Italia. A pesar de que la empresa de Cesáreo había incorporado a nuevas y rentables es-
trellas como Sara Montiel o Marisol, “el productor gallego volverá, una y otra vez, a tra-
bajar con los mismos profesionales, manteniendo una especie de fidelidad (o
camaradería) incluso cuando la estrella de sus actores o directores ha comenzado ya cla-
ramente su declinar”.384 Es el caso de Joselito, que ya contaba veinte años cuando Cesáreo
González propuso a Mur Oti Loca juventud, concebida como mero vehículo para relanzar
la carrera del ya talludito niño cantor.
Joselito había encarnado durante los años 50 “los valores de una España todavía
rural en la que la religiosidad y, sobre todo, la unidad familiar, priman sobre cualesquiera
otros elementos”.385 Pero el fulgurante éxito que el pequeño actor había cosechado du-
rante su infancia interpretando el papel de adorable huérfano de buen corazón, así como
el consiguiente negocio que este había supuesto para su principal promotor Cesáreo Gon-
zález, se habían evaporado en los últimos tiempos, y el productor pretendía reinventar la
imagen de Joselito convirtiéndolo en una especie de conquistador juvenil. Manuel Mur Oti
se tomó el proyecto como un favor personal a un viejo amigo:
dirigiese la película. Le dije que Joselito no era lo mío, que no entendía de can-
tares, pero me dijo que a Joselito se le notaban los años, ya era un hombrecito,
pero si se le ponía una novia debía tener 13 años. «Solo tú puedes hacer esto,
dime qué quieres que te pague y te lo pago».386
El resultado final, sin embargo, no fue del gusto del cineasta gallego: “Dios es ge-
neroso. Si Dios ha visto todas mis películas, esta me la va a perdonar. El guión no era del
todo malo, porque el diálogo era bueno. Pero no había nada que hacer”.387
Mur Oti escribió una historia ajustada a los requerimientos del productor, y convirtió
a Joselito en Johnny, hijo de un empresario millonario, y muchacho de educación ejemplar,
que se ve implicado en una banda de gamberros. Debido al vandalismo de sus nuevos
amigos la familia de Paola, una muchacha italiana de la que Johnny se ha enamorado,
pierde su caravana. Así que el padre de Johnny obliga a su hijo a trabajar para que ob-
tenga con sus propias manos el dinero suficiente para el arreglo de la caravana, y aprenda
a asumir sus responsabilidades como primer paso para la madurez.
Loca juventud se planteó inicialmente como una costosa coproducción de más de
veinte millones de pesetas entre Cesáreo González S.A. Producciones Cinematográficas
(que corría con el 50% del coste del filme), Royal Film S.p.A. de Italia (con un 30%) y el
grupo francés formado por las sociedades Les Films Leitienne y Les Films Imp.Ex.Ci.
S.A.R.L. (20%), según contrato rubricado el 24 de septiembre de 1963. Cada socio apor-
taba actores de las respectivas nacionalidades, y las localizaciones del rodaje (que debía
comenzar entre el 15 y el 21 de octubre) se repartían de la siguiente manera: cuatro se-
manas de filmación en estudios españoles, tres semanas en exteriores de Venecia, y una
semana en estudios parisinos.
La película obtuvo el permiso de rodaje el 16 de octubre de 1963, y la filmación se
inició dentro de los plazos previstos. Pero el 28 de ese mes el grupo francés abandonó la
producción: el Centro Nacional de la Cinematografía no había accedido a reconocer el pro-
yecto por considerar insuficiente la participación francesa en los planos técnico y artístico.
Así las cosas, el 11 de diciembre de 1963 Cesáreo González firmó un nuevo contrato con
la italiana Royal Film por el cual ambas empresas se repartirían gastos y beneficios al 50%.
A pesar de que el rodaje continuó, eliminando toda participación francesa, el gallego
se vio obligado, dada la situación, a solicitar un nuevo cartón de rodaje el 13 de marzo de
1964. El presupuesto se había rebajado en diez millones de pesetas388, y se modificaron
386. MARTÍNEZ TORRES, Augusto, “Manuel Mur Oti, los problemas del genio”, en Cineastas in-
sólitos. Conversaciones con directores, productores y guionistas españoles, op. cit., p.130.
387. CASTRO, Antonio, “Manuel Mur Oti, un intelectual amante del melodrama”, op. cit., p.63.
388. Lo cual demuestra lo hinchado del presupuesto anterior. Solo el apartado del personal ar-
tístico había pasado de 6.300.000 a 2.130.000 pesetas, entre otras cosas porque el sueldo de
Joselito había sido reducido de tres millones a 500.000 pesetas. Otras partidas presupuestarias
que se habían visto visiblemente mermadas eran los derechos de autor y músicas (de 400.000
a 190.000), la escenografía que se había rebajado en un millón de pesetas, el rodaje en estudios
(de un 1.450.500 a 579.564) y la filmación en exteriores (de 2.350.000 a 1.764.364). Expe-
diente de rodaje nº 57-64 (Archivo General de la Administración: caja 36/04862 - signatura
31.415).
389. Ib.
390. A pesar de que según los datos finales que la productora española entregó a la Dirección
General de Cinematografía el rodaje se había efectuado entre el 21 de octubre de 1963 y el 11
de enero de 1964. Ib.
391. Expediente de censura nº 33.727 (Archivo General de la Administración: caja 36/04118 -
signatura 54.549).
forme con esta decisión que reducía considerablemente el espectro del público potencial,
interpuso recurso de apelación el 23 de enero de 1965 alegando que
De la siguiente película de Manuel Mur Oti, aquella que cierra su actividad fílmica
en los años 60, ni siquiera consta fecha de estreno en los anuarios cinematográficos de
la época. En la línea de Loca juventud, El escuadrón del pánico también nace de un com-
promiso con un amigo, aunque en esta ocasión se trata del productor de Trefilms José
Luis Renedo, con el que Mur Oti ya tenía negocios de oscura índole en Estados Unidos.
El escuadrón del pánico ponía en escena un guión del portorriqueño José Mª Fer-
nández Unsáin que narraba las vicisitudes del 65 Regimiento de Infantería, formado por
soldados de Puerto Rico que combatieron valerosamente en la guerra de Corea en 1950.
Manuel Mur Oti tomó el endeble guión de Fernández Unsáin (construido a base de una
sucesión de absurdas misiones suicidas) y trató de dotar a la inconexa historia de una
mínima estructura argumental deudora de las convenciones narrativas del género bélico
(reclutamiento, instrucción, arraigo del sentimiento de camaradería, asignación de la mi-
sión, etc.). Restó al guión parte del patrioterismo vulgar y lacrimógeno que exhibía en su
primera versión y convirtió al personaje del sargento, al que el guionista portorriqueño
había matado a las primeras de cambio, en protagonista y elemento aglutinador del resto
de personajes del filme.394
395. CASTRO, Antonio, “Manuel Mur Oti, un intelectual amante del melodrama”, op. cit., p.63.
velar la intención de Mur Oti de paliar esa deficiencia mediante una planificación preten-
didamente enfática e impactante.
La Comisión para la Censura de Guiones Cinematográficos, reunida el 9 de sep-
tiembre de 1964, autorizó el guión con ciertas observaciones. Se advertía a la productora
de la necesidad de eliminar algunos insultos tales como “cabrón” o “castrados”, y de cuidar
la realización de determinadas escenas de insinuación erótica y violencia extrema. Debían
evitarse además las sugerencias de homosexualidad entre dos compañeros de la patrulla
y dos prostitutas del burdel, así como la entrega sexual voluntaria de la protagonista fe-
menina a uno de los justicieros para conseguir la liberación de su esposo.
Renedo ya había firmado un contrato de coproducción con la empresa norteameri-
cana establecida en Miami, VIC–Mar Inc., según el cual Trefilms aportaría el 70% del coste
de la producción mientras que el socio norteamericano se haría cargo del 30%. Parte del
equipo técnico estaba ya decidido399, y también parecía asegurada la presencia de Emma
Penella, Francisco Rabal y Leo Anchóriz en los papeles protagonistas. El cartón de rodaje,
sin embargo, no llegó a ser solicitado con lo que el proyecto se esfumó definitivamente.
Renedo y Mur Oti consiguieron por fin concretar la pretendida colaboración con la
industria cinematográfica de Florida a través de la mencionada El escuadrón del pánico,
después de la cual el cineasta vigués solo se implicó en un proyecto más titulado Rostros
en la niebla. Si la historia de La pared de cristal recordaba en el tono poético a El huésped
de las tinieblas (Antonio del Amo, 1948), Rostros en la niebla no era más que un incom-
prensible e innecesario remake de su primer guión Cuatro mujeres, que no aportaba nada
nuevo respecto a la ópera prima de Antonio del Amo rodada veinte años atrás. El proyecto
estaba promovido por el hispano-uruguayo Jaime Prades a través de su productora per-
sonal Producciones Jaime Prades, S.A., y es muy probable que el propósito del remake
fuera convertirse en mera y rápida excusa argumental para que el antiguo colaborador
de Argentina Sono Film, Cesáreo González400 y Samuel Bronston pusiera en marcha una
nueva coproducción.401 La Comisión de Censura de guiones emitió un informe favorable
tras su reunión del 19 de julio de 1967, sin embargo, los negocios que Prades tenía pre-
vistos debieron de verse truncados, porque el productor no solicitó permiso de rodaje
para realizar el filme.
399. Además del nombre de Manuel Mur Oti, que iba a encargarse de la dirección, figuraban en
la documentación oficial Alejandro Ulloa en calidad de operador jefe, José María Ramos como
jefe de producción, José Luis Matesanz en el montaje y el compositor José Ramón Sáez a cargo
de la música.
400. Recordemos que Mur Oti había trabajado previamente con estas dos productoras, aunque
lo más probable es que el gallego conociera a Prades durante su colaboración con Cesáreo, no
en vano la labor del uruguayo fue uno de los pilares de la actividad de Suevia Films entre me-
diados de los años 40 y 1959.
401. Prades comunicó a la Dirección General su intención de realizar el filme en régimen de co-
producción, si bien no llegó a especificar la identidad ni la nacionalidad de los socios previstos.
Expediente de censura previa nº 723 (Archivo General de la Administración: caja 36/04604 -
signatura 41.906).
La cosecha fílmica de los años 60 fue exigua y en algunos casos desoladora para
Manuel Mur Oti. Sin embargo, el cineasta de Vigo no solo trató de aferrarse a la actividad
cinematográfica de la mano de productores amigos, sino que, fiel a su locuaz personali-
dad, también se resistió a mantenerse callado, e hizo públicas sus jugosas opiniones sobre
el cine español del momento en cualquier medio que le diera voz.
Ante el empuje de la nueva generación, Mur Oti respondió, con cierta ironía pre-
monitoria, que él también fue “nueva ola” recordando el gran impacto que suscitó su pri-
mera película como referente renovador para el cine español a finales de los años 40. “Y
Rafael Gil, y Sáenz de Heredia, y todos. Todos hemos sido un día «nueva ola». Los me-
jores de la presente «nueva ola» serán los que, como yo, puedan decir dentro de los
años: «yo he sido nueva ola»”.402
Confesaba honestamente arrepentirse “de haber hecho dos o tres películas que no
he debido hacer”, debidas a “compromisos que nacen al calor de la producción y la direc-
ción. Contratos ya firmados que no pueden eludirse. Uno es profesional y no aficionado.
El aficionado puede permitirse el lujo de hacer o rechazar; el profesional, por amistades,
compromisos y otros requisitos, a veces no puede hacerlo”.403
Aunque no era esa, en su opinión, la única causa de su declive:
402. VADILLO, Fernando, “Manuel Mur Oti, de novelista defraudado a guionista y director de
cine”, op. cit., p.32.
403. Radiocinema, nº 530, 17 de mayo de 1962, p.13.
404. Ib.
405. Nº 54, febrero de 1967, pp.18-20. Esta publicación inició en diciembre de 1966 una en-
cuesta con la pregunta “¿qué pasa en el cine español?”, para tratar de encontrar causas a la
locuente pose de genio y se sinceró sin cortapisas. De sus palabras, que arremetían contra
todos los sectores que rodean al cine español, se desprendía una mezcla de impotencia
y decepción con el medio. Su primera aseveración era ya demoledora:
El cine entra, se vende, se compra, bien por su temática, bien por los actores.
En España no hay ni lo uno ni lo otro. ¡Para qué nos vamos a engañar! Actores
no tenemos. Nuestros temas son viejos, no interesan a nadie. Contamos cosas
de hace muchos, muchos años. Luego no hay que extrañarse de que no tenga-
mos cine.
Aseguraba de hecho que él aún no había llegado a hacer cine, “es decir, yo he
hecho trozos excelentes; y reconocidos por todos. Me parece que habría que averiguar el
por qué Mur Oti ha hecho cine malo. Eso es algo que no trata de averiguar nadie”. El mo-
tivo que lo explicaba era indudablemente el dinero, o mejor dicho, la ausencia de él:
Aquí, amigo mío, no hay dinero, y sin dinero no se puede hacer nada. Menos
cine. […] En nuestra industria es muy corriente que donde pides un travelling
te dicen que hay que arreglarlo con una panorámica. Pides una grúa y… Bueno,
¿pero hay grúas en España?... En Brasil, en el festival, coincidí con Negulesco.
Hablando, me preguntó que cuánto invertía yo en hacer mis películas. Y yo,
exagerando la nota, le dije que alrededor de unos treinta mil metros. Y él dijo
que sí. Que eso gastaba él… ¡pero en un rollo! Así, palabra, hago yo cine bueno
siempre.
Pero no era únicamente dinero lo que faltaba en el cine español. El director de Cielo
negro afirmaba sin ambages que también “faltan productores; falta publicidad; falta te-
mática al día; falta respeto al cine; faltan actores y actrices; sobran muchos distribuidores;
sobran coproducciones y faltan coproducciones; y faltan críticos y sobran críticos; y falta
cultura”. A lo largo de la entrevista Mur Oti se dedicaba a desglosar las razones que moti-
vaban estas amargas declaraciones, repasando las responsabilidades atribuibles a cada
uno de los sectores mencionados para explicar la deplorable situación en la que, según
sus palabras, se encontraba el cine español. El gallego no dejaba títere con cabeza.
Respecto a los productores aseguraba que
crisis que vivía el cine español en aquel momento. En la primera entrega habían preguntado a
los jóvenes directores, y en esta segunda ronda era el turno de que los veteranos como José
Antonio Nieves Conde, Juan de Orduña, Pedro Lazaga, José María Forqué o Rafael Gil expusieran
su opinión al respecto.
pretenden ganar. Y faltan productores con ganas, con ideas, que viajen, que vean,
que se muevan, que tengan conocimientos, que estén al día. […] Y así vamos. A
la bancarrota. Nuestros estudios no pueden ya con las letras de cambio.
temática al día. Y, sobre todo, respeto a nuestro cine. Porque el único país del
mundo que se toma a juerga su cine es el español. ¡Hasta los mejicanos ven su
cine tan contentos! Nosotros no vemos más cine que el de Marisol, Joselito o
Sara, y es que, no hay que darle vueltas, el cine español no es más que Joselito,
Sara y Marisol. Ese es nuestro cine.
¿No es la distribución sino el Poder? Son los distribuidores los que hacen y
deshacen; los que pueden hundirte el trabajo, antes de que el público lo vea.
Además, te voy a decir otra cosa, nuestros distribuidores acogen el cine español
por piedad, como un acto de misericordia, de caridad.
Y, a pesar de que sus últimas películas habían sido coproducciones, tenía palabras
críticas contra este sistema industrial al que, con todo, veía interesantes potencialidades:
Las coproducciones, para serlo, han de ser, en principio legales, honestas. Que
compartamos el producto por igual. Que sean reales. Ahora solo ponemos el
paisaje. Y vale. Yo creo que hay que coproducir con Norteamérica, pero de ver-
dad. En América está la solución. Y otra vía creo que es la televisión; que nues-
tro cine entre, por otro lado, en la televisión americana, aunque sea gratis. Que
nos vayan conociendo a todos […]. Luego, si hacemos cosas que interesen, ya
vendrá la hora de pagarnos.
Pero el ensañamiento más furibundo del cineasta fue sin duda contra la crítica del
país:
La gente está al mando de secciones (no solo ya en cine) sin la adecuada ga-
rantía de su saber. Hay una cultura en la gente que escribe que, de verdad, pro-
duce escalofríos. […] Si medimos al cine, a nuestra industria, con el mismo ra-
sero que a todo lo nuestro, veremos que no solo el cine es malo. Si vivimos en
un país en donde compras una caja de betún y, al abrirla, te pones perdidas las
manos; […] si todo es una calamidad, ¿a qué quejarse de que hacemos malas
películas? Los críticos deberían medirnos con la misma regla que miden ellos,
en su vida normal, las cosas que necesitan. Entonces a mí me hace mucha gra-
cia el que un crítico de un diario venga y me diga que mi película no vale nada.
¿Por qué no le puedo decir yo a ese crítico que su periódico al lado del Times es
una basura? Porque los periódicos españoles son todos una basura. […] Sin con-
tar, claro, con que los señores que escriben en nuestros diarios no saben una
gorda de nada.
Aunque resulte paradójico, Manuel Mur Oti proponía humildad por parte de todos
para hacer frente a esa situación.
Hay dos tipos de cine: el cine «cohete» y el cine «estrella». El cine «cohete» es
aquel del impacto, el espectacular, el de los 70 mm., los actores famosos, el
color (ese color que jamás podremos lograr en nuestros laboratorios), lo gran-
dioso en una palabra. Y este cine, tipo USA, jamás podremos hacerlo nosotros.
Se necesita dinero. Un gran complejo industrial y económico. Existe, además,
otra pega: y es que no podemos imitarlo, porque produce risa. Ahora bien, hay
otro cine, al que se llega por la humildad, no es de tanto brillo como el «co-
hete»: es el cine «estrella». Esa estrella que brilla débilmente en el firmamento.
Es el cine de la historia sencilla, de amor, de lucha, de esperanza; es lo coti-
diano. Es nuestro pan de cada día. Y todo ello con poesía, con humildad, repito.
Esto lo podemos hacer nosotros. Lo podemos exportar nosotros.
A menos de explotar esa vía, Mur Oti sostenía que el cine español continuaría la misma
deriva y seguiría siendo “un producto ruin, chato, miserable, pobre…”. Inclemente diag-
nóstico sobre la industria española que al cabo de cuarenta años aún acredita cierta ac-
tualidad.
De igual manera que en 1947 el cine se había cruzado en el camino del poeta, dra-
maturgo y novelista Manuel Mur Oti, en 1963 la televisión se cruzó en la trayectoria del
Mur Oti cineasta, para abrirle un completo horizonte de posibilidades creativas y profe-
sionales que no sospechaba.
La primera emisión televisiva en España tuvo lugar en 1956, sin embargo, el nuevo
medio de comunicación de masas aún no se había extendido por todo el estado en el mo-
mento en que irrumpió en la vida de Manuel Mur Oti.406 Es precisamente “a partir de 1963,
cuando la red abarca un porcentaje considerable del territorio español, puede decirse que
comienza la difusión mayoritaria del medio televisivo”.407 Estamos pues en la época en
que el españolito medio aún se agolpaba en el bar, el teleclub y frente a los escaparates
de las tiendas de televisores (o invadía directamente el espacio doméstico de los vecinos
y amigos más pudientes) para disfrutar de esa nueva y más barata forma de ocio.408
El lugar de Manuel Mur Oti en la recién creada TVE, y de otros cineastas que pasa-
ron temporalmente a ser teleastas409, estaba sin duda en el ámbito de los dramáticos de
ficción, género que surgió paralelamente al origen de la televisión, y que “se ha consti-
tuido en uno de los elementos clave para la legitimación social y cultural del medio”.410
Tal como afirma Federico García Serrano,
406. De hecho, ni siquiera se habían inaugurado aún los históricos estudios de Prado del Rey,
que comenzaron su actividad en 1964.
407. PALACIO, Manuel, Historia de la televisión en España, Barcelona: Gedisa, 2001, p.56.
408. El éxito de la televisión en España fue inmediato, pero según la Encuesta Nacional de Radio
y Televisión realizada por el Instituto de la Opinión Pública entre 1965 y 1966, por esas fechas
el 46% de los españoles aún no veía la televisión normalmente. Fuente: PALACIO, Manuel, His-
toria de la televisión en España, op. cit., p.65.
409. No olvidemos que también experimentaron con el medio televisivo nombres como Fer-
nando Fernán-Gómez, José Luis Borau, Mario Camus, Iván Zulueta, Francisco Regueiro, y un
largo etcétera.
410. PALACIO, Manuel, Historia de la televisión en España, op. cit., p.143.
Tras estos primeros experimentos que trasladaban los textos dramáticos a la pe-
queña pantalla mediante una arriesgada realización en directo, aparecieron a principios
de los años 60 los primeros magnetoscopios. Gracias a este avance tecnológico se mejo-
raron las condiciones de realización y, sobre todo, se dio “el primer paso hacia el acerca-
miento al lenguaje cinematográfico, al compartir con el montaje fílmico unos principios
de sintaxis comunes”.412 En esta nueva coyuntura arrancan algunos interesantes progra-
mas dramáticos, entre los que se encuentran Hoy dirige y La otra cara del espejo, prime-
ros contactos de un ilusionado Manuel Mur Oti con el inconquistado mundo de la
televisión.413
411. GARCÍA SERRANO, Federico, “La ficción televisiva en España: del retrato teatral a la do-
mesticación del lenguaje cinematográfico”, en BARROSO, Jaime y TRANCHE, Rafael R. (coords.),
“Televisión en España, 1956-1996”, Archivos de la Filmoteca, nº 23/24, junio-octubre de 1996,
pp.72-73.
412. Ib., p.74.
413. Los primeros materiales guardados en el archivo de RTVE datan de 1965, por lo que, a
causa de la deplorable política de reciclaje de cintas practicada durante años por el ente público,
toda la producción televisiva del director vigués se ha perdido irremediablemente.
La pequeña historia del gallego tuvo una enorme aceptación entre el público, y en
marzo de 1963 Tele-Radio anunció que la dirección del programa había decidido incorpo-
rar a Mur Oti y a Klimovsky a la “plantilla fija” del mismo.414 Así las cosas, Mur Oti escribió
y dirigió dos entregas más para el espacio: Dulcinea y el alba (emitida el 13 de marzo de
1963) y La denuncia, relato en torno a la traición de Judas que coincidió con el Miércoles
Santo (10 de abril de 1963).
Hoy dirige recuperó su duración original de un cuarto de hora en mayo y desapa-
reció definitivamente el 25 de septiembre, tras casi un año de emisión. Hacía meses, sin
embargo, que Mur Oti había abandonado el programa para embarcarse en una nueva y
curiosa aventura en la que volvía a sus orígenes de guionista, y que se presentó con el
sugerente título de La otra cara del espejo.
las 22.30 y 23.30. Pero el 3 de enero de 1965, y tras una ausencia de más de un año, La
otra cara del espejo regresó a la pantalla con la entrega denominada El rey, la paloma,
la rosa y la zarza. Su emisión continuó regularmente durante el mes de enero con los tí-
tulos Judith arrodillada; La corona, la Muerte, la Sonrisa y la Lágrima; La Maja y el Águila
y Dios ha vuelto a abrir el paraíso, pero entre febrero y marzo las emisiones fueron cada
vez más espaciadas hasta desaparecer por completo en abril de 1965.
En los inicios de la década de los años 60, la evolución del medio televisivo generó
enorme interés entre los que se consideraban teóricos del medio audiovisual (en su más
extensa acepción), lo que provocó la proliferación de textos acerca de la naturaleza y fun-
ción de la televisión en casi todas las publicaciones especializadas hasta el momento en
cine: Primer Plano, Cinema Universitario, Revista Internacional del Cine o Cinestudio. In-
cluso José María García Escudero escribió antes de regresar a la Dirección General de Ci-
nematografía una serie de ensayos acerca del tema que vio la luz en la revista Film Ideal
entre 1959 y 1961.
Tratándose de un medio casi virgen, todos especulaban sobre cuál debía ser la fun-
ción comunicativa de la televisión, cómo se articularía su inevitable relación con el cine y
el periodismo, si sería capaz de desarrollar un lenguaje visual propio y específico, o si era
pertinente considerarla como un arte.
Manuel Mur Oti, que procedente del celuloide se había adaptado perfectamente al
nuevo medio, también manifestó su particular opinión sobre estos aspectos, y algunas
de sus reflexiones, difundidas en un momento en que la televisión aún no había eclosio-
nado, resultan hoy de cierta lucidez y perspicacia.
Mur Oti no vacilaba a la hora de vaticinar el inmenso alcance que la televisión ad-
quiriría con el tiempo, puesto que la consideraba “el medio más poderoso de que dispone
actualmente la humanidad en el terreno de la información”416, además de tratarse sin
lugar a dudas del octavo arte, “y el más acorde con el progreso social. Igual para pobres
y ricos, igual para capitales y pueblos. Estreno a un mismo tiempo, sin privilegios, para
todos los ojos de la nación en que se produce”.417 Un arte, según su criterio, “precipitado,
enloquecido, urgente. […] Un arte en fuga y sin arrepentimiento. […] Podríamos decir que
la televisión es al cine como el periodismo a la literatura”.418
Manuel Mur Oti se pronunció en reiteradas ocasiones en torno a la relación entre
cine y televisión:
debemos considerar muy seriamente esta oportunidad que nos ofrecen a los
directores (se refiere al programa Hoy dirige) para emplear los fabulosos medios
expresivos de la «pantalla pequeña». Sé que mi programa de este miércoles lo
verán, de golpe, TRES MILLONES de espectadores. Realmente es algo que hace
pensar.419
Para mí, cine y televisión son dos medios de expresión absolutamente iguales.
Su técnica es la misma. No he encontrado variación alguna en la forma de rea-
lizar en uno y otra. Si algo los diferencia es la rapidez con la que, naturalmente,
ha de producirse en televisión. […] En cuanto a que llegan al espectador por
caminos bien definidos y concretos, eso no significa diferencias de medios de
expresión, sino de reparto de un producto. El cine se vende en los cinemato-
gráfos y la televisión se sirve a domicilio. A fin de cuentas esto quiere decir que
la televisión es un cine con procedimientos mercantiles más modernos.420
(La televisión) es un cine vivo y un teatro con las posibilidades que al teatro le
faltan. Difiere del cine, para mí, en que es más intimista. […] Va más directa-
mente a los ojos y los oídos del aislado espectador. Lo pequeño de la pantalla,
a mi juicio, rechaza como norma la abundancia del plano general, y exige, repito
que a mi juicio, partir del plano medio para llegar al gran primer plano. Diría
que si el cine es la presencia, el paisaje, la peripecia, comedia o drama subra-
yado por las menores palabras posibles, la televisión es la palabra subrayada
por la expresión.421
La labor televisiva de Manuel Mur Oti también recibió recompensa oficial al ser ga-
lardonado en 1964 con el Premio Nacional de Radio y Televisión por “la adaptación de
obras literarias de positivo valor cultural o social”. Su actividad en televisión durante los
años 60 fue breve pero intensa y fructífera. De hecho, el idilio entre Mur Oti y TVE no fi-
nalizó aquí sino que se prolongó, como se explicará en el siguiente capítulo, hasta el inicio
de la década de los años 80. Cuando tras la muerte del dictador las puertas del cine se
cerraron definitivamente para el gallego, este puso fin a su carrera en el ámbito audiovi-
sual regresando a un medio que le había recibido con los brazos abiertos, y desempe-
ñando la tarea con la que dio sus primeros pasos en el camino, la de guionista. Pero antes
de eso el pertinaz director aún había de dejarnos un interesante testamento fímico y per-
sonal.
Es más que probable que los años 60 resultaran económicamente complicados para
Manuel Mur Oti. Aunque el trabajo para TVE paliara en cierta medida los efectos de la es-
casa actividad cinematográfica desplegada durante estos años, la colaboración entre el
cineasta y el ente público no fue prolongada y solo alcanzó cierta regularidad a lo largo
de 1963.
¿A qué dedicó entonces el emprendedor vigués la mayor parte de su tiempo y es-
fuerzo? Sin duda a viajar por América de Norte a Sur, tal como revelan casi todas las en-
trevistas que le fueron realizadas durante este periodo.424 El gallego errante volvió a la
tierra de su juventud a buscarse la vida como ya había hecho siendo apenas un adoles-
cente. Para un hombre de vocación comercial como él la finalidad de estos desplazamien-
tos no podía ser otra que explorar nuevas vías de negocio lejos de las dificultades que se
le presentaban en Madrid. Asociado con el productor, exhibidor y multifacético empresario
José Luis Renedo, Mur Oti abrió una oficina en Nueva York. Así hablaba el periodista En-
rique Herreros sobre las actividades que allí se desarrollaban en la edición digital del diario
ABC con motivo de la muerte del cineasta en 2003:
A Manuel Mur Oti donde había que verlo era en su oficina-cuchitril, establecida
en pleno Manhattan, dirigiendo su «Cine Spain» que distribuía las películas de
Cine España425 en Estados Unidos; su única empleada fija era una excitante
portorriqueña más descarada que la Estatua de la Libertad que, además, servía
para todo. El patrocinador de «aquello» era el empresario bilbaíno Manuel Re-
nedo (sic.), que años más tarde daría con los huesos de Espartaco Santoni en
la propia cárcel, debido a los desajustes sin justificar que el olvidado Santoni
ingirió en Pepita Jiménez, la película del desaparecido Rafael Moreno Alba con
Sarah Miles y Stanley Baker al frente del reparto.
Cuenta el letrado José Antonio Suárez Lozano que, en una ocasión, su padre
–Suárez de la Dehesa– le envió a Nueva York para comprobar la marcha de las
películas españolas en el mercado yanki y, a poco de empezar la conversación
con Mur Oti, entraron en la oficina dos austeros caballeros vestidos de gris,
como buenos ejecutivos, que resultaron ser inspectores del IRS (Internal Re-
venue Service) que pretendían clarificar ciertos misterios surgidos con los im-
424. Así lo indica él mismo en Radiocinema, nº 530, 17 de mayo de 1962; y Cinestudio, nº 54,
febrero de 1967.
425. Empresa creada en 1968 para la distribución internacional de cine español.
puestos de aquella pequeña entidad. Mur Oti se puso en pie de un salto y, sobre
la marcha, le fue diciendo a los visitantes que se hallaban ante su abogado, que
tenía todo tipo de poder para representarlo; y él, bien resuelto, hizo mutis por
el foro, posiblemente se detuviera dentro de Central Park.426
Tal y como había sucedido en los dos últimos trabajos de Mur Oti como director ci-
nematográfico, Loca juventud y El escuadrón del pánico, su decimoquinta película, La en-
cadenada, también surgió de un favor que el gallego hacía a un productor amigo para
tratar de arreglar un proyecto que no había por donde agarrar. En esta ocasión, fue el inefa-
ble actor, productor, playboy, y en definitiva vividor Espartaco Santoni428 quien en 1973
recurrió a Mur Oti para dignificar un endeble guión que había de dar pie a un filme de in-
faustas expectativas: “Espartaco Santoni y yo éramos amigos y un día hablamos de hacer
una película. Era un hombre muy simpático y un bon vivant. Él ya tenía ese guión escrito
completamente y me preguntó si yo podía y quería hacerlo. Yo dije naturalmente que pri-
mero había que leerlo”.429
El guión que Santoni le presentó a Mur Oti estaba basado en un argumento de Ra-
fael Moreno Alba y era obra de dos jóvenes escritores, Emilio Martínez Lázaro y Juan
Tébar, que confesaban su admiración por el maestro Alfred Hitchcock firmando bajo el
seudónimo de Lazarus Kaplan.430 No era la firma lo único que se aproximaba al universo
hitchcockiano, el guión de La encadenada era una especie de refrito pretendidamente
psicoanalítico del caso de necrofilia y construcción delirante del sujeto presente en De
426. HERREROS, Enrique, “Con Manuel Mur Oti desaparece un genio que anduvo suelto”, ABC.es,
7 de agosto de 2003.
427. Ib.
428. Curioso personaje llegado de Venezuela a finales de la decáda de los años 50 de la mano
de otra inefable figura del cine español, la impar folclórica Marujita Díaz.
429. CASTRO, Antonio, “Manuel Mur Oti, un intelectual amante del melodrama”, op. cit., p.63.
430. El apellido Kaplan está directamente inspirado en George Kaplan, nombre del personaje
invisible con el que Cary Grant es confundido en Con la muerte en los talones (North by North-
west, Alfred Hitchcock, 1959).
entre los muertos (Vertigo, 1958), aderezado con algunos elementos erótico-morbosos
propios de los subgéneros que habían proliferado en el cine español de los años 70. La
primera versión del guión adolecía, sin embargo, de una estructura inconsistente que de-
notaba la inmadurez e inexperiencia de sus autores.431 “Estos señores no habían termi-
nado el guión y aquello que se suponía que era el final era un postizo bastante malo. A
mí entonces, como me parecía bastante mal prescindir de algo que había hecho otra
gente, decidí rodar el guión retocándolo allí donde lo consideraba necesario”.432
En efecto, Mur Oti trató de imprimir cierto empaque narrativo a la trama trabajando
el suspense que faltaba en el original. En el guión de Martínez Lázaro y Juan Tébar, la
protagonista llamada Cristina era una advenediza sin oficio ni beneficio que confesaba
desde un principio al opulento empresario Alejandro su imperiosa necesidad de aceptar
cualquier ocupación laboral para obtener dinero. Visiblemente atraído por ella, el hombre
decide contratarla para hacer compañía a Sebastián, su hijo sordomudo. Mur Oti trató de
reforzar esta floja premisa presentando a la protagonista, denominada definitivamente
Gina, como una experimentada psicóloga contratada para sanar el trastorno de Marcos,
hijo de Alejandro, desquiciado desde la muerte de su madre Alicia, a la que le unía una
enfermiza relación edípica.
La versión murotiana desarrolla además la tensión sexual entre los personajes de
Alejandro y Gina, completamente desaprovechada en el original, y articula una trama de
engaños y secretos en torno a las obras de arte coleccionadas por el empresario en su
pazo gallego, que la protagonista, ladrona de guante blanco, trata de robar. Mur Oti oculta
durante la mitad del filme las verdaderas intenciones de Gina de deshacerse de Alejandro
y utilizar a Marcos para apoderarse del pazo en el que habitan, propósito que enseguida
saltaba a la vista en el guión inicial. Además, en la definitiva versión reescrita por el ga-
llego el contenido del diario secreto de Alicia, que en origen era leído por Cristina prácti-
camente en una sola secuencia, se va desvelando de manera paulatina, lo que propicia
un mayor clima de intriga.
Con todo, la principal aportación de Mur Oti se percibe en dos modificaciones de
base que mejoran sustancialmente el texto de Lazarus Kaplan. La primera es sin duda el
rebajamiento de la fuerte dependencia del guión primitivo respecto a De entre los muer-
tos. Originalmente la transformación física y simbólica de la protagonista Cristina en la
madre del adolescente enfermo funcionaba como eje vertebrador de la acción. Mur Oti,
por el contrario, convierte dicha identificación, desarrollada por Martínez Lázaro y Tébar
de manera un tanto grosera, en mera subtrama utilitaria para que Gina lleve a cabo sus
431. Crítico de las revistas Griffith y Nuestro Cine, Emilio Martínez Lázaro había dado sus pri-
meros pasos como guionista de la mano de Jesús Franco, además de realizar algunos cortome-
trajes en 16 mm a finales de los años 60, y participar en el guión de El hombre oculto (Alfonso
Ungría, 1970). La actividad cinematográfica de Juan Tébar se reducía por aquel entonces a su
participación como argumentista o guionista en tres películas pertenecientes al género fantás-
tico: La residencia (Narciso Ibáñez Serrador, 1969), Cerco de terror (Luis Marquina, 1970) y Ce-
remonia sangrienta (Jorge Grau, 1972).
432. CASTRO, Antonio, “Manuel Mur Oti, un intelectual amante del melodrama”, op. cit. p.63.
433. Se conserva una copia del guión original firmada por Lazarus Kaplan en la Biblioteca Na-
cional (Sala Cervantes).
434. Ese es de hecho el título de la versión italiana, Il diario di un’assassina.
435. Que en aquel momento solo llevaba realizadas tres películas de escasa relevancia: Gallos
de pelea (1969), Las melancólicas (1971) y Triángulo (1972).
436. Expediente de rodaje nº 45-73 (Archivo General de la Administración: caja 36/05384 - sig-
natura 67.449).
2. EL TESTAMENTO FÍLMICO
437. En los créditos referidos al guión también aparece el nombre de Mario Siciliano, coproductor
italiano de la película, aunque se trata de una presencia puramente formal motivada por una
cláusula del contrato de coproducción en la que se estipulaba que la parte italiana debía colaborar
en el guión.
438. Expediente de censura nº 81.834 (Archivo General de la Administración: caja 36/04447 -
signatura 74.634).
439. Basta repasar las películas con las que algunas de las grandes figuras de los años 40 y 50
pusieron punto final a sus filmografías durante esta década: Solo ante el streaking de José Luis
Sáenz de Heredia (1975), Me has hecho perder el juicio de Juan de Orduña (1973) o Más allá
del deseo de José Antonio Nieves Conde (1976). Aunque quizá los casos más penosos sean el
de Rafael Gil, dedicado hasta bien entrados los años 80 a poner en pantalla los filofascistas guio-
nes de Fernando Vizcaíno Casas, con títulos tan gloriosos como De camisa vieja a chaqueta
nueva (1982) o Las autonosuyas (1983); y el de Ignacio F. Iquino, autor en su última época de
autoral y un regusto inequívocamente autobiográfico. Morir… dormir… tal vez soñar, ro-
dada en 1975, tomaba las palabras del Hamlet de William Shakespeare para elaborar un
insólito poema cinematográfico construido a medio camino entre el sueño y la realidad,
en el que un hombre muerto regresa a su casa y evoca a través de sucesivos flashbacks,
introducidos por largos parlamentos en off, los momentos dichosos vividos allí a lo largo
de los años. La película se convierte en el relato de una vida dominada por la continua
persecución de una felicidad ideal, mientras la Historia con mayúsculas se desarrolla en
fuera de campo más allá de los muros de esa mansión.
El guión estaba basado en una historia radiofónica de José Mallorquí, y es precisa-
mente el escritor catalán quien figura como guionista del filme a pesar de haber fallecido
tres años antes de que el proyecto fuera presentado a la valoración de la Comisión de
Guiones. Mur Oti volvía a partir de una historia ajena que sin embargo remodeló y enri-
queció hasta personalizarla notablemente. La lectura del texto primitivo presentado a
censura revela que las escenas de los flashbacks rodadas por Mur Oti se mantienen fieles
al guión de Mallorquí, mientras que los fragmentos en off del texto escrito, más breves y
prosaicos, no coinciden con los que finalmente componen la película. Tras el tono poético
de las reflexiones y evocaciones del difunto se adivina la mano de Mur Oti que reconoció
abiertamente que la película hablaba de él mismo:
yo estoy conforme con Morir… dormir… tal vez soñar, creo que tiene una am-
bición íntima, secreta, esa casa, esos recuerdos. Es tan fácil vivir en el re-
cuerdo para alguien como yo, que ha vivido tanto, que ha visto morir a tanta
gente de su casa, porque yo soy el mayor, y he resistido más el embate de la
vida, quizá porque he sido más combativo que ellos y he viajado tanto y he
hecho tantas cosas.440
numerosas y lucrativas películas clasificadas S como La zorrita en bikini (1976), ¿Podrías con
cinco chicas a la vez? (1979), Inclinación sexual al desnudo (1982) o Jóvenes amiguitas buscan
placer (1982).
440. CASTRO, Antonio, “Manuel Mur Oti, un intelectual amante del melodrama”, op. cit., p.64.
decidió abrir expediente al propio Manuel Mur Oti, que era quien había solicitado la cen-
sura previa del guión.
Una vez destapado el rodaje, en el que además intervenían dos actrices británicas
(Nyree Dawn Porter y Jane Seymour) sin el preceptivo consentimiento del Sindicato Na-
cional del Espectáculo, fue Francisco Hueso García, en su calidad de director gerente de
Celta Films S.A. quien solicitó la oportuna autorización el 14 de noviembre (con la filma-
ción de la película ya concluida), y vehiculó la comunicación posterior entre la productora
y la Dirección.
No obstante, no se puede descartar la posible participación de Manuel Mur Oti en la
producción del filme puesto que, según el Sindicato, la vieja productora aún sin liquidar
Celta Films–Manuel Mur Oti era la única empresa que constaba bajo esa denominación en
el Registro. Además, el propio Mur Oti firmaba como presidente de Celta Films S.A. en una
carta dirigida al Ministerio de Información y Turismo el 7 de junio de 1976, en la que se no-
tificaba que los derechos de distribución de la película habían sido cedidos a Intercine Films.
Sea como fuere, y a pesar de las irregularidades cometidas durante la filmación, la
película obtuvo finalmente el permiso de rodaje, y el 2 de marzo de 1976 Francisco Hueso
García requirió la indispensable licencia de exhibición para la misma. Morir… dormir… tal
vez soñar era un innegable experimento a contracorriente de la producción nacional do-
minante y, amparado en dicha peculiaridad, Hueso García solicitó que a la película le fuera
concedido el régimen de «Interés Especial» para beneficiarse de la consiguiente protección
económica.441 Los argumentos aducidos eran la pureza y altura del tema, su perfección
fotográfica, su exigencia artística y sobre todo “nuestra renuncia a bastardas concesiones
encaminadas a un fácil triunfo económico, que nos ha hecho rechazar, en nuestra pro-
ducción, el desnudismo, la pornografía y la violencia”.442
La Comisión de Apreciación de Películas accedió a concederle el «Interés Especial»,
con una ayuda económica correspondiente a la valoración de dos puntos, evaluación que
finalmente aumentó un punto tras introducir algunas mejoras técnicas en el filme.
Los juicios de los miembros de la Comisión de Calificación, por su parte, no resul-
taron demasiado favorables. “Demodé”, “lenta”, “un tanto repipi y poco convicente por
falta de naturalidad”, “a un paso del ridículo”, “folletín, nostálgico pero digno, cursilón
pero aceptable”443, fueron algunas de las expresiones recogidas en sus informes, que an-
ticipaban la cruda crítica publicada por Juan Miguel Company en la revista Dirigido por.
Antes de su estreno el 24 de agosto de 1976 en el Palace de Madrid444, la película
fue exhibida en el cine Artis de Valencia del 2 de junio al 18 de julio, precedida según
441. El «Interés Especial» era una categoría instaurada en 1964 por la Carta Magna de García
Escudero en sustitución del «Interés Nacional», a la que podían aspirar las películas que “de-
mostraran una voluntad de investigación formal o temática, películas que, en definitiva, se dis-
tinguieran de la pobreza media del cine de género producido por la industria asentada”
(TORREIRO, Casimiro, “¿Una dictadura liberal? (1962-1969)”, en VV.AA., Historia del cine es-
pañol, op. cit., p.306).
442. Expediente nº 82.474 (Archivo General de la Administración: caja 36/05201 – signatura
75.068).
443. Ib.
444. Donde se mantuvo hasta el 16 de septiembre.
Company de una agresiva y carísima campaña publicitaria, que el crítico calificaba de “va-
riopinto espectáculo verbenero, producto (aparente) de los delirios de grandeza del señor
Mur Oti”.445 Una vez desvinculada de su estrepitoso lanzamiento la cinta se convertía en
opinión de Company en
445. Company aseguraba que el espectáculo, “según fuentes dignas de crédito, andaba por los
37 millones de pesetas, entre gastos de producción del film y campaña comercial” (Dirigido por,
nº 41, febrero de 1977, p.29). Cifra quizá exagerada dado que el coste total de la película as-
cendía oficialmente a 23.843.429,70 pesetas.
446. Ib.
447. Expediente nº 82.474 (Archivo General de la Administración: caja 36/05201 – signatura
75.068).
sura desaparecieron satisfaciendo por fin las históricas reclamaciones de los cineastas, y
el cine y su dinámica de producción y realización cambiaron sin remedio. Desalentado
ante el nuevo panorama, el gallego decidió retirarse definitivamente de la industria cine-
matográfica:
Hoy es caro hacer cine. Además, no me interesa el cine con latiguillo pornográ-
fico o político. Me interesa el cine de fábula, de contenido, de –empleemos una
palabra cursi– «mensaje». En fin, de entretenimiento y solaz para el público, y
que tenga, por lo menos, una enseñanza.448
Todo tiene su magia, que hay que conservar, pero ahora con eso de que esto lo
hace cualquiera, todo se ha rebajado. En Condenados teníamos un coche-bar
para servirnos el whisky frío en plena Mancha. ¿Qué te parece? Me decían que
yo era un pedante. Yo era un director de cine. Si le quitas todo eso al cine yo
prefiero dedicarme a vender fincas. […] Yo esperaba, soñaba y por eso he de-
jado de hacer cine. Era un fanático del cine y cuando no se tienen los medios
para hacerlo te quedas en la pretensión.
[…] La destrucción del cine ha sido sistemática. El cine es un arte bastardo que
necesita de todas las artes y además de la Banca. Se ha hecho un mal muy
grande con la destrucción del cine. La desaparición de los estudios, la ruptura
de la juventud con los viejos maestros, viejos pero maestros. Hemos sido un
centro de producción que ha desaparecido. Teníamos estudios, buenos labora-
torios, técnicos perfectos. Estábamos entrando en el mercado del cine interna-
cional. Yo no creo por sistema que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero para
el cine cualquier tiempo pasado fue mejor.449
Muerto el cine para él, el incansable Mur Oti no se hundió en la apatía sino que regresó
a la televisión y acabó su trayectoria profesional como la había empezado: escribiendo
guiones.
1. DE NUEVO LA TELEVISIÓN
453. En la década de los años 70 aún no existían los audímetros por lo que era difícil calcular la
cantidad de espectadores que seguían determinado espacio. A cambio, TVE empleó desde finales
del franquismo los paneles de aceptación como sistema de investigación cualitativa. Sobre una
muestra de 1.200 individuos por cuotas de población, estos paneles establecían la valoración
general que los espectadores hacían de los programas dando a conocer sus gustos y preferencias
(PALACIO, Manuel, “Mur Oti y la televisión”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PERUCHA,
Julio (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit., pp.114-125).
En ese sentido, Manuel Palacio ha visto en la historia del protagonista Batiste una
metáfora de la España de la transición, dado que Mur Oti añade en su adaptación ele-
mentos que vehiculan, sin traicionar el espíritu de Blasco Ibáñez, “una advertencia al ma-
sivo público televisivo de los riesgos que conlleva la venganza en las sociedades cerradas
poco dadas al perdón y al olvido”.455
La serie contó con un presupuesto de unos 90 millones para nueve capítulos de 50
minutos de duración aproximada. Pese a que la novela, publicada por primera vez en
1898, era más breve que Cañas y barro, la extensión televisiva de esta segunda adapta-
ción superó a aquella en tres capítulos. Estos condicionantes obligaron a Mur Oti a estirar
la trama central, añadir acontecimientos y personajes inexistentes en el original y dar
mayor peso a las reflexiones de los protagonistas, frente a la pura y dura descripción de
acciones y ambientes ejercida por el escritor valenciano.
León Klimovsky fue el encargado de dirigir esta serie que se rodó entre enero y
mayo de 1979 en Valencia y Madrid456, y estuvo interpretada por Álvaro de Luna, Marisa
de Leza, Victoria Abril, Luis Suárez, Lola Herrera y Juan Carlos Naya. La barraca se estrenó
el lunes 1 de octubre de 1979 de 22.35 a 23.40 dentro del espacio Grandes relatos, y
continuó emitiéndose horizontalmente hasta el jueves 11.
Los resultados del panel de aceptación obtenidos por la serie fueron muy positivos
aunque, a diferencia de lo ocurrido con su predecesora, fue de más a menos a medida
que se aproximaba al desenlace. Ocupó el primer puesto de la clasificación en la semana
del 1 al 7 de octubre con una valoración de 8,6 puntos, mientras que los dos últimos ca-
pítulos fueron relegados al segundo puesto por Sábado noche, que esa semana programó
El apartamento (The Apartment, Billy Wilder, 1960).
La recepción crítica, en cambio no fue tan favorable. El juicio del diario El País
acerca de la serie era tajante:
454. PALACIO, Manuel, “Mur Oti y la televisión”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PERU-
CHA, Julio (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit., p.123.
455. Ib., p.124.
456. El 70% de la serie se filmó en Valencia donde se reconstruyó la huerta tal y como era a fi-
nales del siglo XIX. El interior de la barraca del protagonista fue recreado en estudio en Madrid.
457. El País, 10 de octubre de 1979. Citado en PALACIO, Manuel, “Mur Oti y la televisión”, en
CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PERUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op.
cit., p.124.
458. Tele- Radio, nº 1.137, 8-14 de octubre de 1979.
459. Tele- Radio, nº 1.107, 11-17 de marzo de 1979.
460. Juan de Orduña ya había realizado en 1954 una versión cinematográfica de Cañas y barro
que traicionaba la trama original y eliminaba todo componente social obligado por la censura de
la época. La adaptación de Orduña omitía por completo el terrible crimen de Tonet (que en la
novela mata a su propio hijo para salvaguardar la herencia del difunto marido de su amante) así
como su posterior suicidio. Orduña además obligaba a la inmoral Neleta, responsable de la per-
dición de Tonet, a arrepentirse de su libertina conducta.
461. Tele- Radio, nº 1.107, 11-17 de marzo de 1979.
nónica. Mantiene las secuencias y núcleos de acción importantes de la novela y los com-
pleta con situaciones concretas creadas por él mismo para sintetizar lo que Blasco Ibáñez
describe literariamente como procesos o acciones frecuentes de los personajes. En Cañas
y barro destaca asimismo la elegancia con que resuelve las numerosas elipsis temporales
indispensables para condensar en algo menos de seis horas de película el itinerario vital
de tres generaciones.
Pero sin duda una de las principales aportaciones personales de Mur Oti se centra
en el tratamiento de las subtramas. Con intención de aligerar la fortísima tensión dramá-
tica inherente a las dos historias, Mur Oti introduce y realza en ambos guiones dos sub-
tramas de amor solo sugeridas o bosquejadas a grandes rasgos por Blasco: el amor oculto
de la Borda (María Jesús Lara) por su hermanastro Tonet (Luis Suárez) en Cañas y barro
(que el novelista deja traslucir de manera brillante en el desgarrador y hermosísimo final
de la obra), y el inocente y puro noviazgo entre Roseta (Victoria Abril) y Tonet (Juan
Carlos Naya) en La barraca, extinto casi al nacer en el texto original.
En esta última adaptación, y quizá obligado por la necesidad de convertir “doscien-
tas páginas de texto poco apretado”462 en un guión de novecientos folios, Mur Oti ofrece
algo más que la mera representación de la acción contenida en la novela. Construye en
paralelo a la trama central un discurso reflexivo y crítico con los hechos y actitudes que
se presentan en la narración, canalizado a través de las intervenciones de tres personajes
secundarios que funcionan casi a la manera de un coro trágico: el médico (Miguel Ayones),
personaje inexistente en la novela creado por el propio Mur Oti; el tío Tomba, anciano
pastor que por ser ciego posee la facultad de ver claramente lo que el resto de los ofus-
cados personajes no disciernen; y el viejo maestro Don Joaquín.
Después de estos dos interesantes trabajos televisivos Mur Oti aún continuó algu-
nos años más colaborando irregularmente como escritor en el programa de TVE 300 mi-
llones. Se trataba de un espacio de variedades y entretenimiento nacido en 1977 bajo las
órdenes de José Joaquín Marroquí, que se emitía los lunes (primero por las tardes y luego
en horario nocturno) simultáneamente para España y toda América a través del satélite.
300 millones se había convertido en un programa discutido (en buena medida por lo ele-
vado de su coste) y de producción inestable, lo que se reflejaba en los continuos cambios
de presentador, hasta tres en aproximadamente año y medio (Kiko Ledgard, Paca Gabal-
dón y Marisa Abad).
Ante esta situación, el 17 de septiembre de 1979 el realizador de la casa Gustavo
Pérez Puig, con quien Mur Oti ya había trabajado en Hoy dirige, fue designado para sus-
tituir a Marroquí en la dirección del programa y remozar su estructura y contenidos, dán-
dole un nuevo aire al espacio.
Mi idea es hacer una revista semanal que lleve la presencia de España a Hispa-
noamérica y viceversa. En ella cabrán las noticias de todo tipo: cultural, musical,
462. Tele-Radio, nº 1.107, 11-17 de marzo de 1979, p.18. De hecho, Mur Oti aseguraba que a
la hora de adaptar La barraca se había planteado en realidad “una nueva novela, distinta por su
estilo, aunque no por su espíritu, de la de Blasco” (ib.).
Durante los años 80 Mur Oti no desarrolló ninguna actividad en el sector audiovisual
y su nombre y obra fueron relegados a un completo olvido, hasta que a mediados de los
ochenta Fernando Méndez-Leite Serrano programó Cielo negro en su espacio de TVE La
noche del cine español. Así descubrió el crítico Miguel Marías el trabajo de Mur Oti y se
pañol, dirigida por Julio Pérez Perucha en 1995; así como en otra breve antología conme-
morativa de la misma efeméride publicada en Dirigido por un año después.468 A estos
ejercicios críticos siguieron los análisis más extensos de Cielo negro y Orgullo contenidos
en la imprescindible Antología crítica del cine español 1906-1995 compilada por Julio
Pérez Perucha en 1997; el homenaje dispensado por el CEC el 18 de noviembre de 1998;
y sobre todo el del Festival de Ourense en 1999, fruto del cual se editó bajo la coordina-
ción de José Luis Castro de Paz y Julio Pérez Perucha una valiosa colección de ensayos en
torno a su cine, sin duda el trabajo más riguroso acerca de la obra de Mur Oti publicado
hasta el momento.
Los reconocimientos, sin embargo, fueron diluyéndose lentamente y el nombre de
Manuel Mur Oti volvió a sumirse en el olvido. Juan Mariné recuerda que en los últimos
años de su vida,
Luego, como todos los soñadores del cine, tuve que ir a parar lógicamente a las
exigencias del cine comercial y cambiar los rumbos de mi destino por otros que
eran los destinos de los productores. Esto nos pasa en España y les pasa tam-
bién a los hombres de Hollywood. No se puede revisar la historia de un director
de cine en el que no se encuentren derivaciones de su arte hacia caminos más
vulgares.
No me arrepiento de nada de lo que he hecho, he hecho lo que debía hacer. Si
no lo he hecho mejor ha sido por falta naturalmente de juncos y de tiempo para
que me salieran mejor los cestos que hacía. Le falta dinero al cine español, le
falta tiempo que es tan caro, la prisa, lo urgido nunca da buen resultado. De
todos modos, yo encuentro bien Un hombre va por el camino, Condenados, que
es una película de origen teatral, pero que tenía su sueño también importante,
Fedra, Cielo negro, y tantas otras películas más.471
Un soñador del cine. Sirvan las palabras de Juan Mariné de justo epitafio a la ecléc-
tica personalidad y trayectoria del Genio:
471. “Mirando hacia atrás sin ira”, entrevista a Manuel Mur Oti emitida en el programa Producción
Española de TVE el 24 de octubre de 1983.
472. SORIA, Florentino, Juan Mariné, un explorador de la imagen, op. cit., p.67.
ANÁLISIS TEXTUAL
CAPÍTULO 16
LOS CONFLICTOS ESENCIALES
Los avatares vitales, así como las circunstancias que rodearon a la producción y
recepción de las películas de Manuel Mur Oti, en los que me he centrado hasta ahora,
ilustran a las claras, por un lado, los propósitos y ambiciones comerciales del cineasta
gallego, y por otro, el modo en que la especial coyuntura política, industrial y cultural en
que se enmarca su obra determinaron el desarrollo de la misma. No obstante, dichos
datos aportan escasa información acerca de sus inquietudes artísticas y de la concepción
del cine como modo de expresión que encontramos detrás de su polémica personalidad.
Empresa para la cual disponemos de una única fuente fiable de información: las películas
realizadas por Mur Oti.
En las páginas iniciales de su monografía dedicada al cineasta, Miguel Marías afirma
que tras ver una película como Cielo negro, podemos “intuir la presencia tras la cámara
de un artista completo, maduro, consciente de sus posibilidades y con fuerte personalidad,
es decir, de lo que unos años más tarde los críticos y futuros cineastas de Cahiers du Ci-
néma llamarían un autor”.474 Pese a coincidir con él en esa apreciación, pongo sobre el ta-
pete la tan traída y llevada noción de autor con mucha mayor reserva que Marías, para lo
que retomo las palabras de Julio Pérez Perucha acerca de esta cuestión. Pérez Perucha ca-
lifica a Mur Oti de cineasta singular; singularidad que no se debe en sus palabras a que “el
conjunto de su filmografía se componga de un agregado compacto y sin fisuras de obras
maestras donde aparezcan, altaneras, las marcas enunciativas de su autor”, sino a que
en los márgenes de maniobra que nuestro cine facilitaba consiguió poner en pie
un conjunto de películas en donde las más de las veces emergía con inusual
guerra empieza en Cuba, realizada en 1957, y los críticos y analistas posteriores han pa-
sado de puntillas por las películas filmadas durante este periodo, como si estas no fueran
dignas del autor que firmó las precedentes. Tanto en su autobiografía479 como en las en-
trevistas concedidas tras su retiro480, el propio Mur Oti despacha rápidamente estos tra-
bajos con breves y poco halagüeños comentarios.
Esta aparente asimetría, tanto en la calidad cinematográfica de los trabajos como
en el interés que han suscitado, ha sido puesta de manifiesto por analistas como Miguel
Marías481, Manuel Vidal Estévez482 y Josetxo Cerdán.483 Este último añade que “la limpieza
quirúrgica con que se quiere establecer la división entre el periodo autoral y el periodo
comercial se presenta, a la luz de las actuales corrientes de los estudios cinematográficos,
poco menos que imposible”. A Cerdán le resulta difícil concebir la idea de que un artista
pueda decidir renunciar voluntariamente, y en función del interés del proyecto en que
esté inmerso, a su forma de ver y construir su universo fílmico y, más aún, que un artista
como Mur Oti, que gustaba de autoproclamarse el Genio, decidiera “realizar una fractura
radical en su personal obra para lanzarse a dirigir una serie de productos comerciales,
cuando no puramente alimenticios”.484 Apoyado en esta idea, Cerdán realiza un intere-
sante análisis de las concomitancias estilísticas presentes en algunos filmes de Mur Oti
considerados menores.
A la estela de las reflexiones de Cerdán, conviene retomar en este punto la idea
adelantada en el texto introductorio porque será la que guíe los siguientes capítulos: que
con independencia de que sea más evidente en unas que en otras, sus películas acreditan
una continuidad de estilo que erige un universo identificable cuyas coordenadas empeza-
remos a delimitar a continuación.
Orgulloso de su faceta poética, Mur Oti gustaba de decir que él tomaba cada pelí-
cula “como una gran sinfonía, […] y mi orquesta, todos los valores, están exactamente
479. MARÍAS, Miguel, Manuel Mur Oti. Las raíces del drama / As raízes do drama, op, cit.,
pp.233-234.
480. En una entrevista concedida a Antonio Castro en 1996, sin ir más lejos, califica a Pescando
millones de “película pequeñita” y tan solo menciona la belleza de la actriz cuyo nombre ni si-
quiera recuerda. De A hierro muere sentencia que era una buena película, “bien entendido que
se trataba de una película de crímenes. No se podía hacer más con menos material”. Y finalmente
alaba con rotundidad el criterio de su entrevistador cuando Castro le confiesa abiertamente que
Loca juventud no le gusta absolutamente nada. CASTRO, Antonio, “Manuel Mur Oti, un intelec-
tual amante del melodrama”, op. cit., p.63.
481. MARÍAS, Miguel, Manuel Mur Oti. Las raíces del drama / As raízes do drama, op, cit., pp.21-
22.
482. VIDAL ESTÉVEZ, Manuel, “Convenciones y devenires”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y
PÉREZ PERUCHA, Julio, (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit., p.75.
483. CERDÁN, Josetxo, “Material memoria”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PERUCHA,
Julio (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit., p.60.
484. Ib.
Entonces Yavé Dios hizo caer sobre el hombre un sueño letárgico, y mientras
dormía tomó una de sus costillas, reponiendo carne en su lugar; seguidamente
de la costilla tomada al hombre formó Yavé Dios a la mujer y se la presentó al
hombre, quien exclamó: «esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi
carne, esta será llamada varona, porque del varón ha sido tomada». Este es el
porqué el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y son los
dos una sola carne.486
Este fragmento perteneciente al segundo capítulo del Génesis recoge uno de los
momentos clave de la cosmogonía judeocristiana: la creación de la mujer Eva a partir
de la misma carne del hombre para servirle de compañera y generadora de nueva vida.
Es, asimismo, el punto de partida que permite comprender uno de los conflictos esen-
ciales que ha aquejado a la humanidad desde la propia Creación: la relación entre hom-
485. CASTRO DE PAZ, José Luis y PENA, Jaime J., “Una tentativa de entrevista a Manuel Mur
Oti”, op. cit., p.53.
486. Santa Biblia, Madrid: Ediciones Paulinas, 1964, p.11.
bre y mujer. Sobre esta dialéctica masculino vs. femenino pivotan las cuatro películas
de Mur Oti.
Un hombre va por el camino, Condenados, Orgullo y Fedra son cuatro relatos cos-
mogónicos sobre la formación y el origen del mundo, materializado en la consecución de
una cosecha, la nueva unión de una pareja, o la instauración de un nuevo orden social.
De suerte que la pasión pura y primigenia entre hombre y mujer, la pasión tomada como
pulsión primaria se convierte en el tema central que vertebra los cuatro filmes. A conse-
cuencia de esta pasión se consuma la unión primitiva y fértil entre hombre y mujer, una
fusión físicamente necesaria para que ambos sean completos y para la procreación y fun-
dación de una familia en algún caso (Un hombre va por el camino), o de una sociedad en
otro (Orgullo).
Mircea Eliade recuerda que toda historia de un nuevo comienzo es una réplica de
la creación del Mundo: “la cosmogonía constituye el modelo ejemplar de toda situación
creadora; todo lo que hace el hombre, repite en cierta manera el «hecho» por excelencia,
el gesto arquetípico del Dios creador: la Creación del Mundo”.487 El propio Mur Oti, hábil
contador de historias, era absolutamente consciente de ese trabajo de reelaboración na-
rrativa presente en su obra: “el que supone que inventa no hace más que variaciones
sobre un mismo tema ya expuesto. Todo lo que puede decirse en teatro y en cine está
dicho antes de que naciera Cristo”.488
En esas cuatro películas cosmogónicas de Mur Oti, hombre y mujer se necesitan
físicamente, porque esa necesidad de primer orden, casi animal, es inherente a su na-
turaleza, “son los dos una sola carne”. Se trata, sin embargo, de una relación ambivalente
puesto que esta unión biológica e instintiva que puede fructificar en una nueva creación,
también es, a tenor de la tradición judeocristiana, fuente de conflicto. Así, la Creación
bíblica está indefectiblemente unida a la Caída. Eva transgrede las órdenes de Dios al
sucumbir a la tentación de la serpiente y probar la manzana prohibida, y arrastra en su
pecado a Adán, por lo que ambos son expulsados del Edén idílico, no sin antes ser con-
denados:
vuelto a la mujer dijo (Yavé): «multiplicaré los trabajos de tus preñeces. Con
dolor parirás a tus hijos y, no obstante, tu deseo te arrastrará hacia tu marido,
que te dominará». Al hombre le dijo: «porque has seguido la voz de tu mujer y
porque has comido del árbol del que te había prohibido comer, maldita sea la
tierra por tu culpa. Con trabajo sacarás de ella tu alimento todo el tiempo de tu
vida. Ella te dará espinas y cardos y comerás la hierba de los campos. Con el
sudor de tu frente comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella
fuiste tomado, ya que polvo eres y en polvo te has de convertir».489
De esta manera surge la Ley, no tanto como orden o conminación positiva, cuanto
como prohibición expresa. Una ley que cercenará y regulará los excesos de ese deseo
natural y animal, y de la que se derivan el orden patriarcal de la tradición judeocristiana
y, unido a él, el conflicto más viejo de la historia: Deseo y Naturaleza vs. Ley y Orden.
Ese conflicto temático esencial guía los cuatro relatos fílmicos que tenemos entre
manos y es la fuente de la que brotan los tres pilares narrativos que sostienen las cuatro
películas de Mur Oti: el tono mítico, la opción del drama rural como género matricial que
configura la narración y la preeminencia de la mujer (sujeto agente de la acción pecami-
nosa sobre el hombre).
A un tema tan primitivo y esencial como el que nos retrotrae al illud tempus origi-
nario en que las cosas fueron creadas, le es propicia una narración depurada de referen-
cias locales y realistas. No andaba tan desencaminado José María García Escudero cuando,
al tratar de hallar algún rastro de neorrealismo en el cine español, afirmó que “cualquier
parecido entre cine social y cine de chaqueta de pana, entre cine social y Condenados,
por lo que se dice de esta película, parece ser pura coincidencia”.490 Al margen de que el
ex-Director General de Cinematografía y Teatro se atreviera a emitir juicios sobre una pe-
lícula que confiesa sin pudor no haber visto, coincido con él en que, a pesar de que la pri-
mera película del vigués, Un hombre va por el camino, había sido erróneamente tildada
de neorrealista, en su obra posterior quedaba patente su nula vocación por adentrarse
en los senderos del cine social, al menos tal y como se entendía este en los años del
Nuevo Cine Español, es decir, como reflejo fidedigno de la situación sociológica de la Es-
paña del momento.491
A este respecto conviene recordar las palabras de Santos Zunzunegui sobre la fi-
liación creativa de la obra de Mur Oti a lo que él llama la “veta del mito”. Zunzunegui ob-
serva que existen dos tipos contrapuestos de artistas-cineastas: los que se decantan por
el realismo y los que lo hacen por la estilización o simbolismo. Es decir, que “a la actitud
de exploración de la realidad visible que prioriza la observación externa se le opondría
otra que tiende a pensar el mundo mediante su encaje en formas abstractas preexistentes
que dan forma, mediante el recurso al drama, el ritual o el mito, al producto artístico”.492
Y dentro de esta línea estilizada Zunzunegui considera que la obra de Mur Oti se desliza
490. GARCÍA ESCUDERO, José María, “La historia en cien palabras del cine español”, op. cit.
491. Soy consciente de que García Escudero hace mención exclusiva a una sola película de Mur
Oti, Condenados, sin embargo, considerando dicha película representativa de la naturaleza del
cine de su autor, nos atrevemos a extrapolar esas palabras del Director General a la obra mu-
rotiana en general.
492. ZUNZUNEGUI, Santos, “Identificación de un cineasta. Lugar de Manuel Mur Oti en el cine
español”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PERUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel
Mur Oti, op. cit., p.22.
por los cauces del particular tratamiento creativo asociado a lo que él denomina “el mito”.
Pero, ¿qué debemos entender por mito? En palabras de Eliade,
determinados por fuerzas naturales que escapan a su control, difícilmente pueden desarro-
llarse psicológicamente atrapados por las pasiones más básicas. No es la verosimilitud de
los acontecimientos ni el fino retrato psicológico de los personajes lo que interesa a Mur
Oti, sino el itinerario que esas pasiones primitivas e irracionales marcan a los personajes
hasta cumplir su destino, ya sea hacia adelante o en círculos cerrados.
En efecto, los cuatro filmes que nos ocupan pueden encuadrarse en el espacio ge-
nérico del drama rural, un género de profunda raigambre en la tradición literaria española
desde el Siglo de Oro. Partiendo de los dramas de honor y de abuso de poder de Lope de
Vega y Calderón de la Barca, el género ha evolucionado hasta nuestros días con ilustres
representantes, especialmente desde finales del siglo XIX hasta mediado el XX, tanto en
el teatro (con Jacinto Benavente o Federico García Lorca, cuyo universo rural está muy
próximo al del propio Manuel Mur Oti), como en la novela (Cañas y barro y La barraca de
Vicente Blasco Ibáñez; La aldea perdida de Armando Palacio Valdés; Marianela de Benito
Pérez Galdós; o La Dolores de José Feliú y Codina, basada en su propio drama teatral, son
exponentes de ello). En la posguerra y años sucesivos aún es posible encontrar cuadros
descarnados de los aspectos más atávicos y violentos del entorno campesino español en
la obra de novelistas tan insignes como, por ejemplo, Camilo José Cela o Miguel Delibes.
Jesús González Requena ha realizado un somero pero fundamental repaso de lo que
este género ha dado de sí en el ámbito cinematográfico español desde los años 30 hasta
la década de los 80 del siglo anterior. En esta valiosa aproximación el autor pone sobre la
mesa las características que delimitan tan peculiar género en el que “lo rural es algo más
que el paisaje de un drama génerico. O en otros términos: el drama rural es un género
–teatral / cinematográfico– en el que el contexto rural define la singular especificidad de
su registro dramático”.499 González Requena nos ofrece en su definición del género la pri-
mera razón por la que Mur Oti escoge esta fórmula para articular sus relatos:
1) “un código rígido que contiene un tabú (sexual)”: la ley patriarcal que impera
en las poblaciones cercanas a las casas de las protagonistas en Un hombre va por el ca-
mino, Condenados y Fedra; y el particular código que rige los dominios de los Alzaga y
los Mendoza en Orgullo.
2) “una transgresión real o aparente del tabú”: la llegada de Luis a la casa de la
viuda Julia; la insinuación de un posible adulterio en Condenados o de un incesto en
Fedra; y la relación amorosa entre los dos jóvenes enfrentados por el odio de sus familia
en Orgullo.
3) “una publicitación de la transgresión que conduce a una intervención del cuerpo
social en el conflicto dramático”501: las habladurías de las mujeres del pueblo en Un hom-
bre va por el camino están a punto de arruinar la incipiente relación entre Luis y Julia, del
mismo modo que son las habitantes de Aldor las que acorralan a Estrella y provocan su
despeñamiento en Fedra. En Condenados Juan es advertido por los hombres del pueblo
de que debe abandonar las tierras de Aurelia si quiere evitar la tragedia, y los hombres
de Laura, protagonista de Orgullo, instan a su ama a que anule la boda con Enrique tras
la reyerta entre las dos haciendas provocada por la sequía.
“Es tan hermosa la mujer que, de cualquier manera, se la arranque del árbol o se la
coja caída, siempre es como la fruta. Es agradable. Es bella”.506 Mur Oti proclamó en diver-
sas ocasiones su especial apego por la belleza y la fuerza del género femenino, predilección
que marcó completamente su filmografía. La primera característica que salta a la vista en
los filmes murotianos es el protagonismo de la mujer, factor desencadenante del drama.
Prueba de ello es la elección de grandes estrellas del celuloide español de la época, como
eran Ana Mariscal, Aurora Bautista o Emma Penella, y la bellísima Marisa Prado507, para
encarnar a las protagonistas de estas cuatro películas cardinales, y que, circunstancia ex-
cepcional para la época, todas ellas encabezaran el reparto en los títulos de crédito.
Esta presencia fundamental de la mujer está íntimamente ligada a la opción gené-
rica del drama rural, puesto que la mujer murotiana se nos presenta simbólicamente im-
bricada con la tierra que posee. Julio Pérez Perucha la considera “emanación de la tierra,
con la que comparte no pocas de sus características, desde su fecundidad hasta su indo-
meñabilidad, desde su potencia hasta su periódica hosquedad”.508 Retrato acertado de
las mujeres de Mur Oti que, sin embargo, debemos completar diciendo que Aurelia (Con-
denados) o Julia (Un hombre va por el camino), personajes en los que esta relación es
más evidente, no representan simples emanaciones de la tierra, sino que ellas mismas
son la tierra; tierra que para ser fértil y dar fruto necesita ser arada, inseminada y enri-
quecida con agua. He aquí los tres elementos nucleares de la metáfora agraria que ver-
tebra los dramas que nos ocupan.
Esta paridad semántica entre tierra y mujer está presente en casi todas las civili-
zaciones prelógicas basadas en la agricultura. Las investigaciones antropológicas han de-
jado patente la relación entre el mundo agrario y la creación de la vida. Joseph
Campbell509 explica que cuando los pueblos primitivos pasaron de la caza a la agricultura,
la semilla se erigió en símbolo mágico del ciclo sin fin. La planta moría, era enterrada, y
su semilla volvía a nacer. Según Campbell este símbolo fue retomado por las grandes re-
ligiones del mundo como la revelación de la verdad eterna: que la vida proviene de la
muerte. El principio y el fin, la vida y la muerte se conjugan en torno a esa semilla nacida
de la unión entre tierra y agua.
Otro insigne estudioso de las religiones primitivas, Mircea Eliade, ha detectado en
numerosos cultos y mitologías arcaicas la asimilación de la mujer a la tierra y de la la-
branza al acto generador, desde las creencias védicas hasta las islámicas, pasando por
las culturas griega o romana.
506. Entrevista de José María Fernández en Tele-Radio, nº 1.180, 4-10 de agosto de 1980, p.19.
507. Recordamos que era la actriz brasileña de moda tras haber protagonizado la película ga-
nadora en el Festival de Cannes de 1953, O Cangaçeiro de Lima Barreto.
508. PÉREZ PERUCHA, Julio, “Elementos introductorios a un cineasta singular”, en CASTRO DE
PAZ, José Luis y PÉREZ PERUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit., p.15.
509. CAMPBELL, Joseph en diálogo con MOYERS, Bill, El poder del mito, Barcelona: Emecé Edi-
tores, 1991.
510. ELIADE, Mircea, Tratado de historia de las religiones, Madrid: Ediciones Cristiandad, 1981,
p.265.
511. Ib., p.266.
512. Ib., p.211.
513. Ib., p.337.
514. El término “ctónico” es un cultismo adoptado del griego que se refiere a lo procedente del
interior de la tierra y tiene un significado similar a telúrico.
515. PAGLIA, Camille, Sexual personae. Arte y decadencia desde Nefertiti a Emily Dickinson,
Madrid: Valdemar, 2006, p.33.
creadora y destructora; mientras que con unos brazos otorga favores, con los otros
siega las cabezas”.516
Estas dos vertientes están también presentes en la figura de Eva, la primera mujer
judeocristiana. Eva, modelo en el que se miran las mujeres de Mur Oti, es por un lado da-
dora de vida y madre de todas las cosas, pero al mismo tiempo instiga al hombre a pecar
e introduce el mal en la idílica paz del Jardín del Edén, provocando la caída de su compa-
ñero. Así lo hacen al menos Aurelia y Estrella en Condenados y Fedra respectivamente,
conduciendo a un final violento a los hombres que las aman o a los que ellas desean.
En cualquier caso, y a pesar del poder que la mujer ostentaba en las religiones
creadas alrededor de la Gran Madre, y posteriormente en los pueblos agrícolas517, Camille
Paglia sostiene que la mujer nunca será autónoma, puesto que siempre estará sometida
a los ciclos de la naturaleza que la encadenan a un destino irrenunciable: la procreación.
516. Ib.
517. La Gran Madre es una figura del poder bisexual primitivo, no necesita del hombre para ge-
nerar vida, se basta a sí misma. Se trata, sin embargo, de un símbolo proveniente de un periodo
anterior a la agricultura, en culturas dedicadas aún a la caza. Para consumar la metáfora agrícola
de la concepción es necesaria la semilla que aporta el líquido seminal masculino.
518. PAGLIA, Camille, Sexual personae. Arte y decadencia desde Nefertiti a Emily Dickinson,
op. cit., p.37.
519. ELIADE, Mircea, Tratado de historia de las religiones, op. cit., p.266.
de las mujeres es el misterio, lo oculto, las metáforas genitales masculinas son la pro-
yección y la concentración, derivadas de la erección y posterior eyaculación. Siguiendo
una vez más a Paglia, estas metáforas masculinas, por fuerza más espectaculares que la
invisibilidad de la femenina, “son ecos del cuerpo y del espíritu. Sin ellas, el hombre se
encontraría indefenso frente al poder de la mujer. Sin ellas, la mujer habría absorbido en
su ser hace ya mucho tiempo toda la creación. No habría cultura, ni sistema, ni orden je-
rárquico”.520
Sin duda el poder procreador de la mujer siempre ha fascinado al hombre, que
siente por un lado temor y por otro envidia de su compañera521, por lo que crea la Cul-
tura y la Ley patriarcal con objeto de dominar dicho poder. “Desde el principio de los
tiempos, a la mujer se la veía como un ser misterioso. El hombre la honraba y la temía.
Ella era las oscuras fauces que lo habían escupido al mundo para volverlo a devorar
después. Unidos, los hombres inventaron la cultura para defenderse de la naturaleza
femínea”.522 Este fue el gran reto del judaísmo retomado por el cristianismo, y de esa
necesidad de eliminar lo dionisíaco, de dominar a la fuerza de la naturaleza, surgió el
concepto del pecado original ligado a la mujer (principal representante según Paglia de
esa naturaleza) a través de la figura de Eva. El antropólogo Joseph Campbell coincide
con la autora en esta opinión:
Campbell observa que la idea de la mujer pecadora no está presente en otras re-
ligiones, quizá porque el paganismo no contempla la idea del pecado, a pesar de que en
la cosmogonía griega también se encuentra implícita la caída del hombre con el castigo
que se inflige a Prometeo por el robo del fuego y el trigo. Así pues, Pandora, primera
mujer de la mitología griega, no es portadora del pecado, aunque supuso desde luego
una destructiva fuente de problemas por su poder de iniciativa y su facilidad para sucum-
bir a la perversa tentación. Pandora, que curiosamente había sido creada por los dioses
520. PAGLIA, Camille, Sexual personae. Arte y decadencia desde Nefertiti a Emily Dickinson,
op. cit., p.53.
521. Aunque la envidia del pene ha tenido mayor predicamento en los trabajos de Freud y sus
seguidores, algunos psicoanalistas como Bruno Bettelheim han tratado también el tema funda-
mental de la envidia que el macho siente por la capacidad procreadora femenina y el deseo de
dominar dicho poder. Bettelheim considera que este hecho es el origen de ciertos ritos de pu-
bertad como la circuncisión (BETTELHEIM, Bruno, Heridas simbólicas, Barcelona: Barral, 1973).
522. PAGLIA, Camille, Sexual personae. Arte y decadencia desde Nefertiti a Emily Dickinson,
op. cit., p.35.
523. CAMPBELL, Joseph en diálogo con MOYERS, Bill, El poder del mito, op. cit., pp.81-82.
mezclando tierra con agua (los dos elementos fundamentales de la creación tal y como
hemos venido explicando hasta ahora), fue concebida hermosa y deseable como una
trampa para los hombres, en palabras de su creador Zeus, “un mal con el que alegrarán
sus corazones mientras abrazan su destrucción”.524 Pandora llegó al mundo con una caja
que encerraba todos los males del mundo. La caja y la naturaleza prohibida de su conte-
nido excitaron su curiosidad y Pandora la abrió, trayendo la miseria al género humano.
Pandora es, por tanto, el espejo o la versión pagana de la propia Eva, las dos caras
de una misma moneda, y otro modelo para comprender la ambivalencia de los personajes
femeninos de Mur Oti, no en vano la concepción mítica de la mujer que sustentan los fil-
mes del cineasta gallego procede también de raíces paganas. Omitiendo cualquier alusión
a la iconografía cristiana tan cara a algunos directores españoles de la época, en las imá-
genes de estas cuatro películas se deja intuir cierto eco pagano ligado a la naturaleza del
mundo rural525, que no hace sino reforzar el tono mítico y el poder de la mujer, en contra
de una doctrina católica eminentemente patriarcal y masculina.526
Es así como confluyen los tres pilares que sustentan al cuarteto de películas for-
mado por Un hombre va por el camino, Condenados, Orgullo y Fedra: el mito cosmogónico
de la creación narrado en forma de drama rural, género que permite la metáfora agraria
basada en la conexión tierra-arado-agua, y en la que la mujer se convierte en protago-
nista. Una mujer que siente una pasión primitiva por un hombre que debe completarla,
que lucha por conseguir a ese hombre, y que a su vez acabará sometiéndose a él e, irre-
mediablemente, a las imposiciones de la ley patriarcal que ha provocado el conflicto dra-
mático. “Tu deseo te arrastrará hacia tu marido, que te dominará”, sentencia el Génesis.
Aquí reside la clave para comprender la naturaleza híbrida de la mujer murotiana
que tantas opiniones encontradas ha suscitado entre los analistas. Miguel Marías asegura
que “el carácter y la fuerza de las mujeres murotianas las hace comportarse de un modo
distinto del habitual y les permite salirse de la condición de meros sujetos pasivos e im-
potentes de su particular tragedia cotidiana para convertirse en agentes libres, con capa-
cidad de resistir y reaccionar, de soportar la adversidad y sobreponerse a las
catástrofes”.527 El interesante análisis de las figuras femeninas que pululan por la filmo-
grafía de Mur Oti realizado por Carmen Arocena, en cambio, contradice frontalmente dicha
524. La narración del mito de Pandora está recogida en Los trabajos y los días de Hesíodo.
525. Junto a su acepción religiosa relativa a los cultos gentiles, etimológicamente el adjetivo
“paganus-a-um” procede del término latino “pagus”, es decir, de la aldea, del campo.
526. Este aire pagano está presente en el empleo que Mur Oti hace obstinadamente de los es-
pacios y fuerzas naturales como coprotagonistas de la película, así como en las imágenes rituales
de boda en Orgullo y Fedra. El prólogo que abre esta última película es una auténtica declaración
de intenciones a este respecto. Julio Pérez Perucha relaciona este panteísmo pagano, esta na-
turaleza casi divina de la tierra, con una filiación criolla del cine de Mur Oti, al que considera cla-
ramente emparentado con el melodrama latinoamericano, influencia del largo periodo de tiempo
que el director vivió en Cuba. PÉREZ PERUCHA, Julio, “Elementos introductorios a un cineasta
singular”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PERUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel
Mur Oti, op. cit., pp.14-15.
527. MARÍAS, Miguel, Manuel Mur Oti. Las raíces del drama / As raízes do drama, op, cit., p.63.
528. AROCENA, Carmen, “Las mujeres de Manuel”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PE-
RUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit., p.98.
529. PAGLIA, Camille, Sexual personae. Arte y decadencia desde Nefertiti a Emily Dickinson,
op. cit., p.67.
530. Ib., pp.24 y 26.
531. Curiosamente casi todos ellos son dramas rurales. Concretamente Sierra maldita es la única
película española que se ha aproximado al universo rural creado por Mur Oti, tanto temática
como estéticamente. Habría que añadir a esta lista Parsifal (Daniel Mangrané y Carlos Serrano
de Osma, 1951), donde al margen de las estampas del Jardín de los Pecados, el auténtico objeto
de deseo es un Gustavo Rojo con el torso desnudo, convertido casi en ídolo homosexual.
532. PAGLIA, Camille, Sexual personae. Arte y decadencia desde Nefertiti a Emily Dickinson,
op. cit., p.44. Los paréntesis son míos.
533. MULVEY, Laura, Placer visual y cine narrativo, Valencia: Eutopías, 1988.
534. ELIADE, Mircea, Tratado de historia de las religiones, Madrid: Ediciones Cristiandad, 1981,
p.263.
Tanto Santos Zunzunegui como José Luis Castro de Paz consideran que la ópera
prima de Mur Oti, Un hombre va por el camino, esboza una tendencia que “encontrará un
desarrollo explícito en obras como Condenados, Orgullo y Fedra”535, y que sirve de “an-
ticipo de recursos luego perfeccionados en obras posteriores”.536 En ese mismo texto, sin
embargo, Castro de Paz asegura que la protagonista de la película, Julia, “es ya repre-
sentante de pleno derecho del inconfundible prototipo de feminidad murotiana” y que
“esa poderosísima metáfora de la relación sexual que constituye en los filmes rurales de
Mur Oti el arado de la tierra encuentra en Un hombre va por el camino una de sus más
bellas y explícitas formulaciones fílmicas”.537
Por mi parte considero que Un hombre va por el camino no supone un prólogo que
antecede a una trilogía más depurada o acabada, sino que esas cuatro películas forman
una suerte de cuadrado, una tetralogía en la que se entretejen complejas relaciones de
contrariedad y complementariedad entre sus componentes. Relaciones que se basan en
las diversas direcciones que toma la pasión esencial que articula los cuatro relatos y de
la que he venido hablando hasta ahora.
He dicho que vida y muerte se conjugaban en torno a la semilla y la tierra. Pues
bien, la pasión creadora entre hombre y mujer conducirá a la procreación o fundación de
una unidad (una familia o una sociedad) en Un hombre va por el camino y Orgullo, y a su
vez, este binomio se opondrá a otro formado por Condenados y Fedra, en el que la pasión
es, por el contrario, destructiva para los protagonistas y los empuja sin remedio a la
muerte o la condenación. He aquí la doble faceta de Eva encarnada en nuestras protago-
nistas, generadoras de nueva vida (en el caso de Julia y Laura) o portadoras de un pecado
que debe ser castigado (Aurelia y Estrella).
La estructura es similar en los cuatro casos: un hombre y una mujer se encuen-
tran, sienten una atracción inequívocamente sexual, la unión se consuma con la mani-
festación metafórica de un orgasmo femenino, lo que acabará dando sus frutos tras
varios obstáculos impuestos por el orden social y moral. Esos frutos pueden ser positivos,
materializados en la obtención de una cosecha y la formación de una familia (Un hombre
va por el camino y Orgullo respectivamente), o pueden traer la desgracia de uno de los
amantes por tratarse de una unión considerada ilegítima por el orden patriarcal (Conde-
nados y Fedra).
La unión tierra-agua hará germinar una semilla o se convertirá en lodo. En el primer
caso la pasión amorosa y sexual surge entre un único hombre y una mujer que, merced
a un juego especular, se desdoblan a su vez en una segunda pareja. Esa pareja de dobles
de los protagonistas permanece ausente en Un hombre va por el camino (los esposos
535. ZUNZUNEGUI, Santos, “Identificación de un cineasta. Lugar de Manuel Mur Oti en el cine
español”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PERUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel
Mur Oti, op. cit., p.25.
536. CASTRO DE PAZ, José Luis, “¿Sucedió en España o en Tierra virgen? El primer film de Ma-
nuel Mur Oti”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PERUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel
Mur Oti, op. cit., p.44.
537. Ib.
538. Creo conveniente advertir, para evitar confusiones debido a lo similar de la fórmula, que
esta disposición de los objetos significantes no responde al famoso cuadro semiótico de A. J.
Greimas, puesto que no se cumplen en su totalidad las relaciones de contrariedad, contradicción
y complementariedad propugnadas por el semiólogo lituano. Con todo, la lógica subyacente no
varía sustancialmente.
539. Tal y como demuestra la filmografía de Manuel Mur Oti, el cineasta gallego siempre se
movió dentro de los márgenes marcados por diferentes géneros (el drama rural, el thriller eró-
tico, el melodrama, la comedia musical, el drama religioso, etc.). Él mismo afirmaba que creía
en los géneros cinematográficos, y opinaba que el público español tenía especial preferencia por
el drama y el melodrama, géneros que él cultivó con mayor acierto (Primer Plano, nº 558, 24
de junio de 1951).
540. ALTMAN, Rick, Los géneros cinematográficos, Barcelona: Paidós, 2000, pág. 193.
541. Ib., p.100.
542. Ib., p.105.
Es así como en la España de los años 50 Mur Oti se permite retomar los aparen-
temente distantes patrones genéricos del melodrama, el western y la tragedia, para
completar y reformular su concepción del drama rural, extrayendo de cada uno de ellos
sus elementos más esenciales y característicos. Veamos cómo realiza en cada caso tal
operación.
2.2.1.1. Melodrama
543. CAWELTI, John G., The six-gun mystique, Ohio: Bowling Green State University Press,
1984, p.57. “El género puede definirse como el esquema estructural que encarna un esquema
o mito existencial universal en los materiales del lenguaje. […] El género es universal, básico
para la percepción humana de la vida. […] Por supuesto, una fórmula articulada por una cultura
puede ser adoptada por otra”.
544. PÉREZ RUBIO, Pablo, El cine melodramático, Barcelona: Paidós, 2004, p.30.
545. MARZAL, José Javier, Melodrama y géneros cinematográficos, Valencia: Episteme, 1996,
p.9.
546. GONZÁLEZ REQUENA, Jesús, “Apuntes para una historia de lo rural en el cine español”, en
VV.AA., El campo en el cine español, op. cit., pp.15-16.
547. GONZÁLEZ REQUENA, Jesús, “Escenografía de la herida”, en PONCE, Vicente (coord.),
Acerca del melodrama, Valencia: Conselleria de Cultura, Educació i Ciència de la Generalitat,
1987, p.39.
Todos los protagonistas de Mur Oti arrastran consigo una herida o una carencia,
que siempre adopta la forma del complementario sexual: Julia ha perdido a su esposo y
Luis a su mujer y su hija (Un hombre va por el camino); Aurelia también padece la au-
sencia de su marido (Condenados); Laura repite la historia de su madre que rechazó la
oportunidad de casarse con Alzaga (Orgullo); y Estrella, más que perderlo, está fatal-
mente condenada a no alcanzar jamás su objeto de deseo (Fedra).548
Los personajes melodramáticos tratan habitualmente de paliar esas heridas por
medio de la sustitución simbólica del objeto de deseo primigenio. Transfieren las huellas
del objeto perdido a otro objeto inerte que funciona como metonimia de aquel deseado
originalmente. Los personajes de Mur Oti realizan dicha transferencia simbólica sobre otro
personaje en el que se opera un proceso de transformación. Así, Julia y Blanca sustituyen
a la esposa e hija de Luis, del mismo modo que Luis ocupará el lugar del difunto esposo
de la “viuda de las cumbres”, y Aurelia deposita su frustrado deseo sexual en el mozo
Juan hasta la llegada de su esposo. Laura sufrirá en Orgullo un doble proceso. Por un
lado, ante la imposibilidad de obtener el agua del río indisolublemente unido a su amante
Enrique, buscará sustituto a este elemento seminal en Monte Oscuro. Por otro, ella misma
es víctima de una transformación que la conducirá a convertirse en alter ego y sustituta
de su madre, tanto en el deseo por los hombres de la familia Alzaga como en su incapa-
cidad para consumar físicamente dicho amor, transformación que se desarrolla en paralelo
a su aventura camino de Monte Oscuro y que al final conseguirá superar.
Podría pensarse que el carácter indómito y activo con el que habíamos caracteri-
zado a las mujeres de Mur Oti no coincide con la pasividad e impotencia de los personajes
eminentemente melodramáticos. No obstante, como manifiesta certeramente González
Requena, “nada impide que el héroe luche activa y desesperadamente por su objeto amo-
roso. Lo que importa, lo que da al melodrama su inconfundible tono melancólico, consiste
en que la pérdida, a pesar de todo, presida el relato, impregne su devenir”.549 Persistiendo
en esa lucha cada personaje tratará de superar su falla mediante diferentes dispositivos
dramáticos propios del género: la redención (Luis), la compensación (Laura), o la repre-
sión y el sacrificio (Aurelia y Estrella).
Pero en cada uno de los dípticos en que he agrupado las películas esta tendencia
melodramática interactúa fructíferamente con otros dos géneros muy dispares entre sí;
disparidad que supone el primer punto de divergencia entre ambas parejas. Así, en el bi-
nomio de la pasión creadora o fundacional el género rural adquiere ya tintes de western,
mientras que en la pareja que retrata la pasión destructiva la inclinación melodramática
se escora claramente hacia la tragedia.
548. Fedra es la película que menos se aproxima entre las cuatro a los patrones melodramáticos,
puesto que al tratarse de una adaptación de la tragedia clásica de Séneca ya está marcada en
origen por un carácter más trágico que melodramático.
549. GONZÁLEZ REQUENA, Jesús, “Escenografía de la herida”, en PONCE, Vicente (coord.),
Acerca del melodrama, op. cit., p.39.
2.2.1.2. Western
550. BAZIN, André, “El western o el cine americano por excelencia”, en ¿Qué es el cine?, Madrid:
Rialp, 1966, p.397.
551. Cahiers du Cinéma, julio de 1967. A pesar de lo categórico de la afirmación, Robin Wood
refleja en su monografía dedicada al cineasta de Indiana que la propia obra fílmica de Hawks la
contradice de algún modo, puesto que considera que un western tan emblemático y a la vez
singular como Río Bravo (1959) está más próximo temática y narrativamente a películas como
Tener y no tener (To Have and Have Not, 1944) o Solo los ángeles tienen alas (Only Angels
Have Wings, 1939) que al supuesto remake westerniano realizado siete años después por el
mismo Hawks en Eldorado (WOOD, Robin, Howard Hawks, Madrid: Ediciones JC, 1981).
552. A primera vista la calificación de Un hombre va por el camino como western puede resultar
algo más discutible, sin embargo, tan solo el papel de la naturaleza como refugio y enemigo del
hombre, y la premisa argumental de una mujer-pionera sola en un paisaje hostil y necesitada
de la ayuda de un forastero de extraño pasado reacio a acomodarse sedentariamente, nos re-
miten a algunos clásicos del género como El forastero (The Westerner, William Wyler, 1940) o
Raíces profundas (Shane, George Stevens, 1953). Incluso Wolfram (1950), segunda película del
gallego, inacabada y definitivamente perdida, presentaba según el informe de la censura previa
de guiones “un subido tinte de Oeste americano” (Expediente de rodaje 183-49. Archivo General
de la Administración: caja 36/04714 - signatura 13.128).
Ese es el sueño de Julia en Un hombre va por el camino, sueño que comenzó su esposo
trasladándose a Monte Oscuro y que ella continuará a través de su unión con Luis. Es también
lo que pretende Laura con su éxodo en busca de agua a las cumbres, “el sueño de una socie-
dad patriarcal que se desarrollaría en una especie de Jardín del Mundo, semejante a un nuevo
Edén”560, sociedad patriarcal gobernada por una mujer que se ha convertido en hombre al
apoderarse del agua que fluye virgen de las montañas. Frente al atavismo ligado al pasado
que impera en los ambientes rurales españoles (como el pueblo de Un hombre va por el ca-
mino o el severo código interno que rige la relación entre las haciendas de las Mendoza y los
Alzaga) estas dos mujeres se asientan en una naturaleza salvaje y hostil, como lo hicieron los
pioneros del Oeste americano, para inaugurar un nuevo mundo.561 Es el espacio (y el género)
propicio para aquellas almas que desean curar heridas (como el vagabundo Luis) o partir de
cero clausurando ciclos que se han repetido a lo largo del tiempo (como Laura).
El espíritu de conquista de ese nuevo mundo, el combate entre lo civilizado y lo
salvaje, entre el individuo y la naturaleza solo puede narrarse en unas coordenadas es-
pacio-temporales que nos remiten de nuevo al mito, y que se traducen en un paisaje de
llanuras inmensas y picos rocosos, y un tiempo ahistórico.
2.2.1.3. Tragedia564
Arnold Hauser decía que el melodrama es una “tragedia popularizada” y George Stei-
ner lo califica de “casi tragedia”. Si bien el melodrama y la tragedia parecen hallarse próximos
el uno al otro, Steiner establece en La muerte de la tragedia muy claramente las distancias
que los separan. El autor afirma que si hay remordimiento y redención, como ocurre en cier-
tos dramas del periodo romántico, no puede haber tragedia, sino solo melodrama. También
sostiene la imposibilidad de una tragedia cristiana puesto que “el cristianismo le ofrece al
hombre una garantía de certeza final y de reposo en Dios […] y donde hay compensación
hay justicia y no tragedia”.565 En este memorable ensayo acerca del ocaso de la tradición
teatral trágica desde la época isabelina hasta principios del siglo XX, Steiner nos ofrece las
pautas de la verdadera naturaleza de la tragedia tal y como la concibieron los griegos:
los poetas trágicos griegos aseveran que las fuerzas que modelan o destruyen
nuestras vidas se encuentran fuera del alcance de la razón o la justicia. Peor
aún: hay en torno a nosotros energías demoníacas que hacen presa del alma y
la enloquecen o que envenenan nuestra voluntad de modo tal que infligimos
daños irreparables a quienes amamos así como a nosotros mismos. […] Las tra-
gedias terminan mal. El personaje trágico es destruido por fuerzas que no pue-
den ser entendidas del todo ni derrotadas por la prudencia racional.566
564. El tono trágico está muy vinculado al drama rural, y se advierte en numerosas películas de
este periodo pertenecientes al género: La malquerida (José López Rubio, 1940), Luna de sangre
(Francisco Rovira-Beleta, 1950), Cañas y barro (Juan de Orduña, 1954), La gata (Margarita Ale-
xandre y Rafael Torrecilla, 1955), etc.
565. STEINER, George, La muerte de la tragedia, Barcelona: Azul, 2001.
566. Ib., pp.11-12.
567. ARISTÓTELES, Poética, Madrid: Gredos, 1999, p.171.
568. HEGEL, Georg Wilhelm Friedrich, Estética, Barcelona: Alta Fulla, 1988, pp.510-511. La cur-
siva es mía.
569. PAGLIA, Camille, Sexual personae. Arte y decadencia desde Nefertiti a Emily Dickinson,
op. cit., pp.167-168.
las mujeres trágicas son menos morales que los hombres. Su voluntad de do-
minio está al descubierto; sus acciones, bajo una nube ctónica. Canalizan la
irracionalidad, abriendo el género a la intrusión de las fuerzas de la barbarie, a
las que el drama deja fuera desde sus orígenes. […] La mujer introduce una
crueldad pura en la tragedia porque ella es precisamente el problema al que
este género intenta dar solución.570
573. VANOYE, Francis, Guiones modelo y modelos de guión, op. cit., p.37.
574. MARÍAS, Miguel, Manuel Mur Oti. Las raíces del drama / As raízes do drama, op. cit., p.226.
575. Se puede consultar una pequeña sinopsis de la película en la filmografía recogida en el
apéndice final que acompaña a este trabajo.
Son, por tanto, dos personajes condicionados por un aciago pasado, en busca de
un nuevo objeto de deseo que les permita repetir un ciclo ya vivido previamente, restituir
sus anteriores historias de amor y clausurarlas de una vez por todas con un final feliz.
Para ello deberán superar los obstáculos que les tiende su entorno, y operar sendos pro-
cesos de sustitución, de modo que Julia y Blanca se conviertan en reflejo de la malograda
familia de Luis, y este pueda ocupar el vacío que Enrique ha dejado en la cabaña de
Monte Oscuro.
Mur Oti adopta este argumento inconfundiblemente melodramático y lo convierte
en una película insólita para el cine español de los años 40. Insólita no por esa aparente
sencillez y naturalidad (tanto en la trama como en la técnica) que todas las revistas es-
pecializadas576 de la época proclamaban y alababan, confundiéndola con una aproxima-
ción al neorrealismo italiano, sino porque la manera en que el cineasta gallego materializa
fílmicamente tal conflicto nos revela a un director novel preocupado por la precisión y la
originalidad en la puesta en escena.
Manuel Mur Oti pone en juego dos factores decisivos en el desarrollo de la pasión
esencial que preside la película: el deseo que albergan los dos personajes principales y el
proceso de sustitución que experimentarán para materializar dicho deseo. Con el fin de
dar forma a estos dos ejes, Mur Oti recurrirá sistemáticamente a sendas soluciones cine-
matográficas, vinculadas de manera muy estrecha a la mirada: el empleo expresivo del
fuera de campo y una articulación singular del punto de vista.
La secuencia que abre el filme es un elocuente retrato del protagonista masculino.
Sobre la imagen de la copa de un árbol se escucha en off la voz de un hombre leyendo
un texto de Shakespeare, en lo que parece una más de las habituales introducciones di-
rigidas por una solemne voz over tan socorridas en la década de los años 50. La cámara,
sin embargo, desciende inmediatamente en panorámica vertical hasta mostrarnos el
plano detalle de una bota agujereada por la que asoman unos dedos, irónica metonimia
que representa al auténtico dueño de dicha voz. Se trata de Luis, un hombre de aspecto
andrajoso que, recostado en el suelo, lee un destrozado libro del bardo inglés. El hombre
abandona con indolencia el libro allí donde lo encontró y continúa su marcha hasta ha-
llarse ante una encrucijada que marca dos direcciones: Tierra Vieja y Cabañuelas. Tras
un breve momento de indecisión, su opción final será seguir “por cualquiera” y emprende
de nuevo el paso hacia Tierra Vieja. En el camino, un coche a motor que pasa junto a él
lo envuelve en una desagradable nube de polvo e, inmediatamente después, tendrá un
encontronazo con el alcalde de dicho pueblo. Este, al comprobar que Luis es un vaga-
bundo no muy dispuesto a trabajar, le disuade de malas maneras para que no se le ocurra
dirigirse hacia allí.
Esta secuencia inicial nos desvela ciertos detalles de la personalidad del protago-
nista imprescindibles para comprender el conflicto que a continuación se le planteará. Re-
vela, por un lado, que Luis es, en efecto, “un hombre que va por el camino”, muy
576. Véanse las críticas recopiladas en el tercer capítulo del libro: Primer Plano, nº 481, 1 de
enero de 1950; Cámara, nº 169, 15 de enero de 1950; Imágenes, nº 56, febrero de 1950; y
Fotogramas, nº 79, 3 de febrero de 1950.
emparentado con el “hombre del Oeste” cuya casa, como decía Gary Cooper en El foras-
tero (The Westerner, William Wyler, 1940), “está ahí fuera, tiene una habitación y el cielo
por techo”. Un hombre que, como aquel, no es “de ningún sitio en particular”, ni va “a
ningún sitio en particular”. La secuencia deja entrever que quizá en su momento ese hom-
bre fuera un intelectual, alguien capaz de hallar satisfacción en la lectura de Shakespeare
pero que, en cualquier caso, ha dejado de lado dicha afición como se abandona un libro
en una cuneta para echarse al camino. También sugiere que es un hombre apegado a la
Naturaleza (“la naturaleza es el primer compañero del héroe del western, su único refu-
gio”)577, y por eso tacha de “salvaje” el arrollador progreso en forma de coche que levanta
demasiado polvo en su avance. Además, como el arquetipo del hombre del Oeste, no solo
rechaza el progreso tecnológico, sino también la ley de la ciudad, y rehúsa el ofrecimiento
del alcalde de Tierra Vieja de instalarse en el pueblo y trabajar allí.
Pero, sin duda, la revelación más interesante que nos deja esta secuencia inaugural
es el hecho de que Luis es un hombre con una carencia, con un vacío. El plano detalle del
agujero en la bota no es solo reflejo de su precaria situación económica, sino también
anticipo simbólico de la herida abierta que atormenta a ese hombre aparentemente sim-
pático y despreocupado. De hecho, el motivo de la vieja bota presentado en estos prime-
ros planos tendrá continuidad a lo largo de toda la película merced a la importancia
simbólica que las prendas de vestir adquirirán en el proceso de transformación que sufre
el protagonista.
Tras estas primeras imágenes, Luis, expulsado de Tierra Vieja incluso antes de lle-
gar, se encamina hacia tierras nuevas, tierras vírgenes donde las leyes de la civilización
sedentaria no le envuelvan en un tejido social férreo que cercene esa libertad que tanto
aprecia. Y así alcanza la cumbre de Monte Oscuro, primer momento decisivo para el de-
venir de la historia.
La secuencia que sigue (que denominaré SECUENCIA 1 y cuyo desglose visual se
ofrece a continuación)578 marca el primero de los cinco momentos clave que jalonan la
evolución de los dos ejes principales de la historia (el del deseo y el de la sustitución). En
ella se nos presenta a Julia, vemos nacer el deseo entre los dos personajes y se dan los
primeros pasos para que Luis ocupe el lugar del difunto marido de la protagonista.
577. COHEN, Clélia, El western, Barcelona: Paidós, 2006, p.16. De hecho, a lo largo de la película
nunca vemos a Luis caminar por parajes urbanos, su viaje siempre se desarrolla a través de en-
tornos naturales.
578. El desglose que se presenta no es en realidad un découpage riguroso, puesto que se omiten
algunos planos que forman parte de la secuencia pero que no son esenciales para el seguimiento
del análisis ni afectan en modo alguno a su contenido. Debido a cuestiones de operatividad y
espacio solo incluyo en este desglose (y en todos los que se sucedan a continuación) aquellos
fotogramas de mayor relevancia o pertinencia semántica. Por lo que a partir de este momento,
y cada vez que me remita a ilustraciones extraídas de los filmes, emplearé el término “figura” y
no “plano” para identificar enumerativamente las imágenes que menciono, con objeto de evitar
confusiones acerca del découpage completo de la secuencia.
SECUENCIA 1: la llamada
Figura 1 Figura 2
Figura 3 Figura 3A
Figura 4 Figura 5
Figura 5A Figura 6
Figura 6A Figura 7
Figura 8 Figura 9
Figura 10 Figura 11
579. CASETTI, Francesco, El film y su espectador, Madrid: Cátedra, 1989, p.105. Casetti emplea
esta denominación para referirse al plano de apertura de Furia (Fury, Fritz Lang, 1936), que por
la forma de la toma nos hace pensar que se trata de una cámara subjetiva, a pesar de que los dos
personajes que miran aparecen en una situación que excluye la posibilidad de que ese punto de
vista sea el suyo. Es un caso diferente al que aquí tratamos, pero la sensación que ambos planos
objetivos producen en el espectador es la misma y la denominación me parece muy ajustada.
580. Santos Zunzunegui pone de manifiesto el valor de este movimiento de cámara en el clari-
ficador análisis que realiza de la película en La mirada cercana. Microanálisis fílmico, Barcelona:
Paidós, 1996.
581. CASETTI, Francesco, El film y su espectador, op. cit., p.84. Casetti precisa que ante enun-
ciaciones regidas por una cámara objetiva irreal el espectador tiene la sensación de “estar des-
colgado de cualquier contingencia, de dominar el campo, de construir la realidad, en una palabra:
de poseer la misma omnipotencia de la cámara”. No solo remite a “la imposibilidad de hallar a
un personaje a quien atribuir la visión […] sino que también designa la imposibilidad de la escena
de darse sin la mirada del enunciador o del enunciatario”.
un rastrillo cruzado frente al cuerpo, anticipando la postura que su esposo Enrique, azada
en alto, mostrará en una fotografía colgada en el interior de la cabaña (ver fig. 12). Julia
se nos presenta como “amo” y “señor” de esas tierras, ocupando el lugar y la labor de su
propio marido y esgrimiendo un utensilio, si no tan evidentemente fálico en su aspecto
como lo es el arado, sí al menos en su función de abrir pequeños y superficiales surcos
en la tierra.
Superado el primer momento de enfrentamiento, ambos personajes se acercan
para intercambiar algunas palabras, y con la cerca de madera separando aún claramente
sus espacios, la composición del encuadre nos permite percibir dos detalles (fig. 5): la
preeminencia compositiva del hombre sobre la mujer, ocupando la parte superior derecha
del encuadre; y el gesto de Julia que, apoyada con cansancio sobre el rastrillo, demuestra
a las claras la urgencia de un sostén fálico más vigoroso que ese endeble rastrillo que sus
fuerzas le permiten manejar. Mientras ella le habla con tono fatigado sobre la ferocidad
de las montañas que la rodean y la dureza de la supervivencia en esa tierra, Luis recorre
con mirada admirativa el cuerpo de Julia de arriba abajo (fig. 5A). Comprendemos en-
tonces que la seducción inicialmente irracional que había arrastrado hasta allí al trota-
mundos ha dejado de ser primero un impulso y luego una voz, para tomar finalmente el
cuerpo de esa mujer.
Julia se percata de la mirada de Luis y le amenaza con llamar a los hombres de la
finca (fig. 6), que hasta ahora no han dado señales de vida. Él la tranquiliza asegurándole
que no es ningún malhechor, sino “un hombre que va por el camino sin pensar adónde
pueda llegar”. A medida que el protagonista describe su forma de vida despreocupada y
sin ataduras, la cámara, en un suave movimiento, se acerca a su rostro hasta expulsar
del encuadre a Julia (fig. 6A). Señal inequívoca de que en ese plan vital individualista y
liberal, en el que se duerme y se come “cuando se quiere o se puede”, no hay lugar (como
en el encuadre) para nadie, y menos para una mujer.
La reacción de Julia, sin embargo, pretende darnos a entender lo contrario. La in-
serción de un plano medio de la protagonista mirando embelesada al vagabundo sobre
las palabras en off del hombre (fig. 7), rompe la continuidad de la secuencia (que hasta
ahora había respetado una forma de enunciación objetiva y transparente), lo cual subraya
la importancia de lo contenido en el cuadro. La ruptura se debe a que dada la posición de
los personajes en el plano anterior, la cámara filma a Julia desde el preciso lugar que en
ese momento ocupa Luis, por lo que al existir plena coincidencia entre el punto de vista
de la cámara y el que debiera corresponder al personaje, podríamos deducir que se trata
de un plano subjetivo del protagonista.
Existen, sin embargo, varios factores que nos disuaden de dicha interpretación.582
El primero de ellos es el montaje. Las ilustraciones inmediatamente anteriores a este
plano muestran a Luis con la mirada baja (fig. 6A), no en dirección a Julia, por lo que si
el personaje en campo no mira no puede existir contracampo de su mirada.
582. De hecho, Mur Oti rara vez emplea los contracampos y los planos subjetivos correspon-
dientes a la mirada de un personaje.
Por otra parte, no debemos olvidar que en los planos precedentes Mur Oti había
debilitado o puesto en duda el estatus y el poder de la mirada de Luis mediante el recurso
a la cámara subjetiva fallada. Si el cineasta ha arrebatado previamente y con plena cons-
ciencia la mirada a su protagonista, resultaría paradójico que ahora buscara la identifica-
ción entre la mirada del espectador y la del personaje. De modo que nos hallamos, una
vez más, ante la mirada perteneciente a ese enunciador externo inscrito en la escritura
fílmica583 que identificábamos en primera instancia con la omnipotencia de la cámara ob-
jetiva irreal.
Es, pues, la propia cámara la que observa a Julia con el propósito de aislar y su-
brayar su reacción emocional por encima de cualquier otro elemento de la acción. Para
ello prescinde de Luis (que mira al suelo), arrebatándole su punto de vista y reduciendo
su presencia a unas palabras en off. La expresión seducida, pero también deseante, de
la mujer refleja que el discurso de Luis ha despertado un sentimiento especial en ella,
quizá el recuerdo de unas palabras del pasado que también hablaban de una filosofía de
vida libre.
Y si la cámara mira a Julia, Julia le devuelve directamente esa mirada. Esos ojos
deseantes que presuntamente se clavan con ensimismamiento en la figura del hombre
que estaban aguardando, se dirigen en realidad a un fuera de campo situado en el mismo
eje de la mirada del espectador, en lo que prácticamente es una interpelación directa a la
cámara.584 Esa mirada a cámara “constituye un irremediable fuera de campo, dado que
ningún encuadre vendrá a saturar el área hacia la que los personajes dirigen los ojos”.585
Se trata de lo que Noël Burch586 llamaba “fuera de campo imaginario”, aquel que se refiere
al espacio de la producción, al lugar donde está situada la cámara (y el cineasta), el único
que según las reglas del denominado Modo de Representación Institucional no puede ser
mostrado. En efecto, el contracampo de la mirada de Julia no es actualizado (la figura 8
recoge de nuevo a la pareja reunida en torno a la cerca) puesto que, al igual que no per-
583. Casetti define esa instancia enunciadora, que en este caso se hace visible a través de la
mirada objetiva irreal, como el “yo” que muestra o da a ver el texto fílmico. Normalmente la
presencia de esta categoría abstracta en el filme es tácita o implícita, aunque “hay al menos un
elemento que remite a la enunciación y a su sujeto y que justamente no abandona nunca el
film: se percibe en la mirada que instituye y organiza lo que se enseña, […] en el punto de vista
desde el cual se observan las cosas”. Dicho punto de vista siempre alude a una doble ubicación:
la posición de la cámara que filma (correspondiente al enunciador); y la posición ideal del es-
pectador que mira la escena proyectada (correspondiente al enunciatario). CASETTI, Francesco,
El film y su espectador, op. cit., pp.42-44. Este sujeto de la enunciación que funciona como ope-
rador lógico que define el hacerse del filme, como principio abstracto de construcción del texto
(CASETTI, Francesco, El film y su espectador, op. cit., p.78), ha recibido diversas denominaciones
por parte de los teóricos: “enunciador” (Casetti, Gardies), “gran imaginador” (Laffay), “mega-
narrador” (Gaudreault) o “narrador implícito” (Jost). La alusión a todas ellas se recoge en GAU-
DREAULT, André y JOST, François, El relato cinematográfico. Cine y narratología, Barcelona:
Paidós, 1995.
584. Puesto que la cámara observa a Julia desde el lugar que ocupa Luis, y la mirada deseante
de la mujer se dirige a este, la mirada de ella debe inevitablemente dirigirse a cámara.
585. CASETTI, Francesco, El film y su espectador, op. cit., p.95.
586. BURCH, Noël, Praxis del cine, Madrid: Fundamentos, 1979.
tenece a Luis la mirada desde donde es captada Julia, tampoco ella lo observa directa-
mente a él, sino a un fuera de campo imposible cuya naturaleza abordaré en el análisis
de las secuencias posteriores.
De momento, y a modo de recapitulación, conviene recordar que se han apuntado
ya algunas consideraciones de interés que se concretarán y desarrollarán en la siguiente
secuencia en la que me detendré. A saber, la presencia visible en el propio texto de una
instancia externa que dirige la enunciación, la debilitación del punto de vista perteneciente
a Luis y su identificación con el lugar ocupado por la cámara, y la mirada deseante de
Julia a un fuera de campo que no se actualiza con su correspondiente contracampo. Re-
tomaré todo ello en las páginas siguientes porque esta secuencia 1 aún esconde ciertas
claves fundamentales que merecen ser esclarecidas. Una de ellas es, sin duda, el avance
del papel capital que Blanca, la hija de Julia, desempeñará en la formación de la pareja
como catalizador del deseo de su madre.
Luis ha recibido la llamada de Monte Oscuro empujado por fuerzas ajenas a él,
pero también Julia debe dejarse arrastrar por la llamada de su complementario masculino
para que prenda la pasión definitiva, y será, como digo, la pequeña Blanca quien lo pro-
picie. La niña sale de la casa y el vagabundo se acerca a hablar con ella. La conversación
se desarrolla inicialmente en off puesto que, en lugar de presentar al nuevo personaje
que ha entrado en escena, la cámara permanece con Julia. Esta, aún en la cerca, los mira
sorprendida y encantada por la buena sintonía que repentinamente ha surgido entre los
dos (fig. 9), y se aproxima en escorzo para observar mejor la estampa del trío formado
por Luis, Blanca y el burrito (fig. 10). Tras el corte, la cámara centra el encuadre en el
hombre y la niña, en lo que parece la visión subjetiva de Julia (fig. 11). Sin embargo,
como ya ocurriera al principio de la secuencia con la llegada de Luis a Monte Oscuro, Julia
cruzará inesperadamente el eje y entrará en plano, colocándose en un segundo término
perfectamente visible gracias a la profundidad de campo (11A). La mujer, empujada por
esa tercera mirada demiúrgica que controla el relato y el destino de los personajes, pasa
así de ser observadora en la distancia a formar parte de esa nueva unidad familiar que
acaba de constituirse.
Esa mirada externa impone su ley despojando de la capacidad de ver (el plano sub-
jetivo) a dos personajes, acto que simbólicamente alude al enamoramiento venidero: los
dos caerán recíprocamente cegados de amor.
Julia ya ha escogido al sustituto de su esposo y padre de su hija, y aunque aún no
lo sepa Luis también ha quedado irremediablemente sujeto a esa tierra. Al principio el
hombre rechaza el compromiso que la viuda le ofrece de quedarse a trabajar allí de jor-
nalero, sin embargo, enternecido por la soledad y el desvalimiento de la viuda, Luis decide
quedarse al menos esa noche, siguiendo el ejemplo de otros hombres errantes que en el
Oeste prestaron sus brazos, temporal o permanentemente, a los indefensos pioneros.587
587. Es el caso de películas como El forastero (The Westerner, William Wyler, 1940), Tierras le-
janas (The Far Country, Anthony Mann, 1955), El hombre de Laramie (The Man from Laramie,
Anthony Mann, 1955) o Raíces profundas (Shane, George Stevens, 1953). El personaje del va-
gabundo Luis recuerda (y anticipa) al “hombre del Oeste de la segunda generación” (término
Cuando finalizado el día Luis entre en la cabaña empapado por esa lluvia seminal
que él mismo ha traído consigo (“el agua es un tesoro para el campo” sentenciará Julia)
arranca una de las secuencias centrales de la película, en la que comienzan a florecer y
adquirir significado completo algunas de las semillas sembradas por Mur Oti en la secuen-
cia anterior, y en donde se ponen ostensiblemente de relieve los dos ejes que dirigen el
relato: la sustitución y el deseo, especialmente el de la mujer por el hombre. Para lo que
entrará en escena un nuevo espacio opuesto a los hermosos exteriores en que se había
desarrollado la trama desde el inicio: la casa.
SECUENCIA 2: la mirada
Figura 12 Figura 13
empleado por ASTRE, Georges-Albert y HOARAU, Albert-Patrick, El universo del western, op.
cit., p.337), el héroe de lo que Bazin denominó superwestern, dotado de una mayor dimensión
psicológica que los protagonistas de una pieza propios de los inicios del género. La herida secreta
que atormenta a Luis, los arrebatos violentos (como la pelea con el hijo del boticario) y su filia-
ción con la naturaleza lo aproximan al personaje que James Stewart construyó junto a Anthony
Mann a lo largo de cuatro películas. Sin embargo, es con Shane (Alan Ladd), protagonista de
Raíces profundas, con quien Luis manifiesta mayores coincidencias a pesar de que cada uno re-
corra un itinerario inverso. Shane desea dejar atrás un pasado y una naturaleza violentos e in-
tegrarse entre los granjeros, mientras que Luis rechaza una y otra vez el compromiso con la
viuda de Monte Oscuro y su hija. Cuando al final ambos se vean obligados a recurrir a las armas
que los caracterizaron antaño (Shane al revólver y Luis al bisturí), este lo hará para acceder a
una vida nueva. Para el héroe americano, por el contrario, el deber de aniquilar a su oscuro ho-
mólogo supone la confirmación de su imposibilidad de redención, la constatación de que un hom-
bre como él carece de lugar dentro de la comunidad.
Figura 17 Figura 18
Figura 19 Figura 20
Figura 20A
588. Esa es la utopía del marido de Julia: “construir un nuevo pueblo en Monte Oscuro”, crear
“una humanidad perfecta que solo existía en sus libros”.
589. Así lo afirmaba Camille Paglia refiriéndose a las metáforas genitales de hombre y mujer
mencionadas en el capítulo anterior. Monte Oscuro remite al Venusberg que, según la leyenda
medieval alemana, fue hallado por el caballero y poeta Tannhäuser. El Venusberg era una mon-
taña llena de cuevas que albergaba el hogar subterráneo de Venus, diosa romana del amor y la
fertilidad. Por extensión, el término “monte de Venus” ha pasado a designar la parte de la ana-
tomía femenina que descansa sobre la cara anterior de la sínfisis púbica de la mujer, es decir, la
antesala ósea de la vagina.
590. Ya he mencionado antes este retrato al observar que la postura de Julia rastrillo en mano
la primera vez que se nos presenta en imágenes (figura 4 de la secuencia 1) recuerda a la de
su esposo en esta fotografía.
591. En Orgullo será Teresa, la madre de Laura, quien domine la mansión de las Mendoza y
asuma el papel de patriarca de la finca. Esa inversión se repite con el andrógino de Fedra, ser
genitalmente masculino pero a todas luces actante femenino.
produce a través de las prendas de vestir592 del difunto que la viuda ha ofrecido al vaga-
bundo para mudarse, y se escenifica precisamente en la escalera.
Luis se presenta ante la mujer y la niña en lo alto de la escalinata (fig. 13) ataviado
con las prendas del difunto, que en contra de lo que Julia pensaba, le resultan demasiado
pequeñas. Desciende hasta la mitad de los escalones mientras Blanca le aguarda más
abajo (fig. 13A). El plano inmediatamente posterior muestra a Julia en picado depositando
una bandeja de chuletillas sobre la mesa (fig. 14). Ella mira hacia arriba, al lugar que
había ocupado Luis hacía un momento, por lo que podemos suponer que el plano está to-
mado desde el punto de vista del hombre. Julia se sienta debido a la impresión que le ha
causado la visión de Luis vestido con la ropa de Enrique, y la triste constatación de que
guarda un recuerdo distorsionado de las medidas de su difunto esposo. Luis sigue des-
cendiendo en plano americano (fig. 15) hasta encontrarse con Blanca al pie de la escalera
(fig. 15A). Ambos avanzan hacia delante, enlazando con un elegante travelling avant obli-
cuo hacia el rostro de Julia (fig. 16) que, aún sentada, reflexiona sobre los sentimientos
que la visión de Luis le ha provocado: “es raro lo que nos pasa con las personas a las que
hemos querido cuando se van para no volver, les vemos siempre mejor de lo que fueron”.
La coincidencia entre el inicio del desplazamiento de Luis y el comienzo del movimiento
de cámara, que finaliza en un hermosísimo primer plano de la protagonista (fig. 16A),
nos invita a deducir que dicho plano corresponde a la mirada subjetiva del hombre. No
obstante, un análisis más minucioso de la puesta en escena delata que, una vez más, se
trata de una cámara subjetiva fallada. Dos datos lo corroboran.
Por un lado, en este plano (fig. 16A) la cámara mantiene aún el mismo eje (aunque
situada ligeramente más abajo) que en el 14 (plano general picado de Julia desde el punto
de vista de Luis en lo alto de la escalera). Sin embargo, esta posición ya no puede corres-
ponder a la visión del hombre puesto que ahora se halla situado abajo, frente a la viuda.
Por otra parte, la mirada de la mujer a la izquierda del encuadre mientras habla, y la en-
trada de Luis y Blanca por ese lado en la figura 17, confirman definitivamente que esa
mirada que se acercaba a Julia no correspondía a nadie, a ningún sujeto diegético, o al
menos no a Luis.
Anteriormente he interpretado este engañoso juego en torno al punto de vista que
evidencia una mirada externa, como expresión de una fuerza irracional, un destino que
funciona a modo de enunciador demiúrgico dominando los movimientos y miradas de los
personajes en forma de cámara omnipotente. No desestimo del todo esta lectura593, aun-
592. Este motivo funciona con frecuencia en el género melodramático como metonimia del
objeto de deseo perdido, y elemento mediador de la conversión de un personaje en otro. Re-
beca (Rebecca, 1940) y De entre los muertos (Vertigo, 1958), ambas de Alfred Hitchcock, son
sin duda los melodramas que mejor y más explícitamente emplean el motivo de la ropa con
tal significado.
593. Este recurso formal es de hecho un estilema característico del universo cinematográfico de
Manuel Mur Oti que se repite, con ese mismo valor semántico, en películas posteriores (sobre
todo en Orgullo). La presencia de una fuerza superior e irracional que gobierna a los personajes
entronca además con la visión mítica que rige el relato cosmogónico que Mur Oti pone en juego.
que el elocuente análisis que José Luis Castro de Paz594 realiza de este fragmento plantea
una nueva e interesante vía interpretativa. El historiador establece la identificación entre
la mirada del vagabundo y la del difunto, puesto que, en sus palabras, este desdoblamiento
del punto de vista refleja que Luis “miraba con los ojos del ausente”.595 Es el “fantasma”
de Enrique (encarnado en un Luis ataviado con sus ropas y coincidiendo con su punto de
vista) quien observa a Julia en la figura 14, y es también su mirada la que permanece an-
clada al rostro de su viuda en la 16, una vez que su doble Luis ha variado de posición.
Pero aún falta un vértice para clausurar el complicado triángulo de asimilaciones
que la puesta en escena de la película pone en marcha, porque la mirada del marido coin-
cide también con la de esa instancia que una y otra vez se ha hecho presente en la enun-
ciación. Esa mirada que pertenece al orquestador que mueve los hilos desde el exterior
de la diégesis, representa sin duda al propio cineasta, por lo que no es gratuito el hecho
de que sea la efigie de Mur Oti la que ilustre las fotografías del difunto esposo de Julia.
Según Castro de Paz lo que esta triple identificación Luis-Enrique-Mur Oti pone en
juego es, como en tantos otros filmes españoles de los años 40, la “herida de la guerra”:
A tenor de esta lectura en clave histórica que Castro de Paz realiza de la película,
los hombres que constituyen esta tríada no son sino representantes de tres formas de
actuar ante la terrible situación postbélica: “el compromiso hasta la muerte” (Enrique, el
escritor idealista), “el abandono o la huida” (Luis, incapaz de hacer frente al pasado) o
“en el caso de Mur Oti, finalizada la contienda, la intervención discursiva”.597
Aunque acepto esa triple identificación y reconozco la pertinencia de la propuesta
de Castro de Paz, no coincido plenamente con ella en lo que respecta a su filiación con el
conflicto bélico. La pérdida irreparable del objeto amoroso y la búsqueda de un sustitutivo
es una convención melodramática presente en casi todos los filmes adscritos a este gé-
nero más allá de acontecimientos históricos y enclaves geográficos concretos. Es posible
que Mur Oti se viera imbuido por el tono desolado que destilaba buena parte de la pro-
ducción nacional de la época, aunque luego optara por una estética frontalmente opuesta
a la de títulos tan claustrofóbicos como La casa de la lluvia (Antonio Román, 1943), Barrio
594. CASTRO DE PAZ, José Luis, “¿Sucedió en España o en Tierra virgen? El primer film de Ma-
nuel Mur Oti”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PERUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel
Mur Oti, op. cit., pp.42-49.
595. Ib., p.46. La mirada del marido procede significativamente de la parte superior de la esca-
lera, lugar que habíamos asignado a Enrique.
596. Ib., p.47.
597. Ib., p.49.
(Ladislao Vajda, 1947) o Vida en sombras (Llorenç Llobet Gràcia, 1948). No obstante,
esa huella de melancolía me parece una característica más propia de la tendencia melo-
dramática que atraviesa la tetralogía cosmogónica del gallego, muy propenso a explotar
todas las posibilidades que los patrones genéricos ponían a su disposición. De hecho, en
su declarada voluntad de dar un cariz universal a todas sus historias, Manuel Mur Oti
jamás mostró públicamente interés por los conflictos político-sociales que asolaban al
país, y tampoco se manifestó en tal sentido, ni a título personal ni a través de su obra.
A pesar de establecer mediante una brillante puesta en escena la identificación
entre los roles de Enrique y Luis, los planos recién analizados evidencian que este último
ha sido llamado a ocupar el lugar de Enrique pero no a convertirse en él. En efecto, a Luis
no le sirve la ropa del esposo, tan solo las botas son de su talla, pieza del atuendo que
precisamente reflejaba la carencia del vagabundo. De modo que si bien la transformación
no puede ser completa, parece que las botas del difunto (y por extensión sus pertenen-
cias, mujer y tierra) sí pueden colaborar en la cicatrización de la herida de Luis.
Esa huella melodramática que el objeto de deseo ausente (Enrique) ha dejado en
la cabaña de Monte Oscuro tomará cuerpo en el momento en el que, tras la cena, Luis se
siente con Blanca en el regazo para contarle un cuento (fig. 18).
El relato del hombre se mantiene en off mientras Julia contempla por la ventana la
lluvia incesante y sonríe ante la imagen del vagabundo y la niña (fig. 19). El agua ha traído
un hombre para Julia, pero también un padre para su hija, no en vano era la niña quien
rezaba pidiendo lluvia (semen, es decir, un padre) al cielo. Como he anunciado en el aná-
lisis de la secuencia anterior, el deseo que Julia siente por Luis se manifiesta a través de
la relación que se forja entre el hombre y la niña, porque Julia desea a un hombre pero,
inevitablemente, también a un padre para su hija.598 Blanca vino al mundo el mismo día
que Enrique recogía las primeras espigas de Monte Oscuro. El fruto de la fusión sexual
entre hombre y mujer queda así asimilado al producto de la unión entre tierra y agua, y
se convertirá en vehículo del deseo de su madre. Así, cada vez que Julia dirija su mirada
deseante al hombre que la ha de completar de nuevo, este estará acompañado de la niña,
como parte indispensable y detonante de la pasión que ha de surgir entre Julia y Luis.
En la secuencia 1 el nacimiento de ese deseo femenino se había hecho patente en
primer lugar a través de la interpelación a un fuera de campo que remitía al espacio ocu-
598. Castro de Paz otorga especial importancia a la relación entre Luis y Blanca como exponente
de esa herida de la guerra que, según él, recorre el filme. El tema del padre incapaz de salva-
guardar la vida de sus hijos, como le ha sucedido a nuestro vagabundo, le permite al historiador
asociar Un hombre va por el camino con otras películas del periodo, e incluso con obras mucho
más tardías como El espíritu de la colmena, realizada por Víctor Erice en 1973 (CASTRO DE PAZ,
José Luis, “Raíces profundas (mito, guerra e infancia en el cine español)”, en PÉREZ PERUCHA,
Julio (ed.), El espíritu de la colmena… 31 años después, Valencia: Ediciones de la Filmoteca,
2005). Sin embargo, no hay que perder de vista que Un hombre va por el camino es ante todo
el relato de una pasión surgida entre hombre y mujer, no la búsqueda de un padre, aunque este
sea un estatuto complementario que se asigna al macho tras cumplir su labor de inseminación.
La niña es el agente catalizador de la relación entre Julia y Luis, no el elemento nuclear, y lo
confirma el hecho de que Blanca no se encuentra presente ni participa en la secuencia central
en que se consuma definitivamente la pasión, es decir, la del arado.
pado por la cámara; y más tarde, mediante el desdoblamiento del punto de vista de Julia
provocado por ese enunciador que, según lo establecido hasta ahora, equivale al fantasma
de su esposo. En esta secuencia 2 Mur Oti ahondará en estas dos soluciones visuales para
reforzar los apasionados sentimientos femeninos que en la secuencia anterior se adivina-
ban aún en ciernes.
Julia se aproxima (fig. 19) hacia el lugar donde el hombre sostiene a la pequeña y
los contempla en un dilatado primer plano, que retrasa más de lo esperado el correspon-
diente contracampo de la mirada deseante de la protagonista.
El hecho de mantener por tanto tiempo fuera del alcance de la visión del espectador
el contracampo que contiene el objeto deseado contradice los preceptos que la teoría ci-
nematográfica feminista ha establecido sobre la mirada, el poder y el deseo, y que han
arraigado con tanta fuerza. Según Laura Mulvey,
Por otro lado, esa demora (y en ocasiones ausencia) en la actualización del contra-
plano y, por consiguiente, en la obtención a través del poder de la mirada del objeto de
deseo, aumenta la ansiedad y el anhelo del personaje (que con su mirada fuera del en-
cuadre parece querer desbordar los límites del cuadro), y por ende, también el del es-
pectador-voyeur identificado con el sujeto deseante de la pantalla.
En el caso de la protagonista de Un hombre va por el camino esta forma de repre-
sentación del deseo entronca directamente con la particular naturaleza ontológica del
fuera de campo. Jacques Aumont recuerda que
el marco es, como corolario, lo que instituye un fuera de campo: otra reserva
ficcional de la que el filme, ocasionalmente, va a beber ciertos efectos necesa-
rios para su resurgimiento. Si el campo es la dimensión y la medida espacial
del encuadre, el fuera de campo es su medida temporal y no solamente en sen-
tido figurado: es en el tiempo donde se despliegan los efectos del fuera de
campo. El fuera de campo como lugar de lo potencial, de lo virtual, aunque tam-
bién de la desaparición y del desvanecimiento: lugar del futuro y del pasado,
mucho antes de ser el del presente.600
Es este segundo aspecto el que más nos interesa, aquel que “da fe de una presen-
cia más inquietante, de la que ni siquiera se puede decir ya que existe”, que introduce
“en el sistema, nunca perfectamente cerrado, lo transespacial y lo espiritual”.602
El fuera de campo remite, por tanto, a un espacio espiritual, un espacio del pasado
y del futuro, de lo potencial y lo virtual. El fuera de campo al que Julia mira con deseo re-
600. AUMONT, Jacques, El ojo interminable, Barcelona: Paidós, 1997, p.25. La cursiva es mía.
601. DELEUZE, Gilles, La imagen movimiento. Estudios sobre cine 1, Barcelona: Paidós, 1991,
p.34. La cursiva y el paréntesis son míos.
602. Ib., p.35.
mite a una visión (más espiritual que material) procedente del pasado, en la que su ma-
rido Enrique sostiene en el regazo a la hija de ambos. Es a Enrique a quien Julia desea,
el fantasma que se hace presente a través de la mirada objetiva irreal de Mur Oti, y a
quien Julia miraba anhelante en la interpelación directa a cámara de la secuencia anterior.
Es, finalmente la posibilidad de recuperar y reeditar dicha imagen en un futuro virtual
gracias a la presencia de Luis, lo que los ojos de Julia ansían al tratar de resquebrajar con
su mirada los bordes del cuadro. Pasado y futuro se anudan en un espacio ausente que
representa el deseo femenino.
Cuando por fin se nos muestre la imagen que ha despertado el deseo amoroso de
Julia, la visión subjetiva de la mujer se frustrará de nuevo. Julia camina hacia delante y
su desplazamiento se engarza con un travelling avant hacia el vagabundo y la niña dor-
mida en sus brazos (fig. 20). Una vez más, el movimiento de la cámara no coincide con
el de la mujer que se incorpora por la izquierda del encuadre (fig. 20A), de modo que de
nuevo se nos niega la visión del personaje. Enrique, que a la manera de un demiurgo, ha
adoptado el lugar del cineasta Mur Oti ha vuelto a arrebatar la mirada a los protagonistas
para tomar las riendas de su destino y empujarlos a una unión esencial que reedificará
su sueño. Cuando el fuera de campo que representaba el futuro potencial se convierte en
presente real, Julia ya ha entrado a formar parte de él.
Pero para que el deseo de Julia se colme, y esa imagen contenida en fuera de
campo que anhela obtener (Luis y Blanca convertidos en padre e hija) se convierta en
objeto material de su visión, es preciso que la pasión carnal entre hombre y mujer sea
consumada. Luis debe aceptar el sueño de Enrique y retomarlo donde él lo dejó. Debe
hacer suya la tierra de Monte Oscuro, lo que indefectiblemente conlleva fecundar, al
menos metafóricamente, a Julia.
SECUENCIA 3: la fecundación
Si el deseo de Julia es siempre mediado por su hija Blanca es sin duda porque la
pasión surgida entre Julia y Luis debe tener un fin procreador, sembrar el trigo para “que
el pan sea por entero nuestro”. Enrique labró parte de sus tierras y obtuvo las primeras
espigas personificadas en el nacimiento de la pequeña Blanca, sin embargo, Luis no puede
convertirse en Enrique, no puede usurpar lo que el fallecido logró. Luis necesita redimir
su culpa por no ser capaz de conservar a su familia, necesita un nuevo comienzo y la
tierra virgen de Julia, que ella misma le invita a arar, se lo va a proporcionar en esta se-
cuencia, la más hermosa de la película y, sin lugar a dudas, su médula simbólica.
Figura 21 Figura 22
Figura 23 Figura 24
Figura 26 Figura 27
603. Mur Oti era perfectamente consciente de la importancia de que esa tierra fuera virgen para
la redención del vagabundo. De hecho, Tierra Virgen fue uno de los títulos provisionales de la
película durante el rodaje. El filme obtuvo el permiso de rodaje el 16 de julio de 1949 bajo el tí-
tulo de Un hombre va por el camino, sin embargo, Mur Oti ya se refería a ella como Tierra virgen
en una información publicada por Primer Plano el 24 de junio de 1949 (nº 458), y la revista Cá-
mara se hacía eco del cambio de título en su número 158, correspondiente al mes de agosto de
1949. No consta el momento ni la razón por la que el filme recuperó definitivamente su nombre
original. Además de la evidente similitud formal entre la acción del arado sobre la tierra y la pe-
netración sexual, Juan Eduardo Cirlot recuerda que la figura del agricultor “aparece como acti-
vador de las fuerzas de regeneración y salvación, que ligan todo principio y todo fin” (CIRLOT,
tual y emprende el trabajo (fig. 23). La música asciende al tiempo que Luis azuza a los
bueyes para que avancen. Dejando a un lado a hombre y mujer, un plano corto en trave-
lling nos muestra el arado penetrando en la tierra (fig. 24), y a continuación, siguiendo
el mismo movimiento de cámara vemos los pies de la mujer caminar junto al surco recién
abierto (fig. 25). Los pies se detienen, pero la cámara continúa su avance, elevándose li-
geramente, hasta retratar a una Julia erguida sobre su tierra, brotando de ella, con los
brazos en jarras, y la expresión feliz ante la labor de ese hombre que se aleja junto a la
cámara (fig. 25A). La identificación mítica entre tierra y mujer es manifiesta en este ma-
jestuoso plano general donde prevalece la imagen femenina perfectamente perfilada por
la luz del sol contra el vasto paisaje. Luego, el rostro grave de Luis ante el peso de la res-
ponsabilidad de su labor (fig. 26), y tras un fundido encadenado, de nuevo Julia tirando
de los bueyes (fig. 27). El fundido ratifica el trabajo conjunto de hombre y mujer en la
labor de la siembra, conjunción indispensable para la configuración de la cosmogonía:
Julia deja a Luis terminando de sembrar el campo y baja a Tierra Vieja para com-
prar ropa apropiada a ese hombre que, tras fecundarla, supone va a permanecer junto a
ella para siempre. La secuencia que se desarrolla en la tienda del pueblo será el segundo
enfrentamiento que los protagonistas tengan con la ley moral encarnada en los habitantes
de la población. Si el alcalde había rechazado al vagabundo Luis al principio de la película,
las viejas chismosas que espían a Julia mientras compra ropa masculina, reprobarán gra-
vemente el hecho de que esta, a la que consideraban una santa, tenga alojado a un va-
gabundo en su casa estando ella sola en las cumbres.
El escándalo, sin embargo, no se desatará aún puesto que al regreso de Julia, Luis
ya ha abandonado Monte Oscuro temeroso de contraer un compromiso duradero con la
viuda y su hija. Lo que el hombre no sabe aún es que ya es demasiado tarde para huir:
la unión se ha consumado. El campo ha sido totalmente arado y sembrado, y Julia ante
Juan Eduardo, Diccionario de símbolos, Barcelona: Labor, 1981, p.53). Es por tanto la actividad
ideal para hacer efectiva la redención de Luis. Por otra parte, la metáfora del arado (tirado a
falta de yunta por los brazos de varios hombres a la vez) ya había sido utilizada previamente
por King Vidor en El pan nuestro de cada día (Our Daily Bread, 1934) para ilustrar otro naci-
miento, el de una nueva y autosuficiente comunidad de pioneros que, en plena Depresión ame-
ricana, decide unirse para labrar de manera conjunta la tierra y sobrevivir ayudándose
mutuamente. Y más tarde el propio Fernando Nogueras volvería a colocarse tras un arado en
Como la tierra (Alfredo Hurtado, 1954), que vinculaba la idiosincrasia del labriego castellano
“recio, fuerte y limpio de espíritu” con la naturaleza de la tierra que ara.
604. CASTRO DE PAZ, José Luis, “¿Sucedió en España o en Tierra virgen? El primer film de Ma-
nuel Mur Oti”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PERUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel
Mur Oti, op. cit., p.45.
SECUENCIA 4: el regreso
605. El sombrero, la ropa, de nuevo como metáfora de la herida del hombre y metonimia del
nuevo puesto de esposo que ha de ocupar en la cumbre.
606. Román Gubern ha señalado la dificultad de distinguir entre el éxtasis místico y el erótico,
basándose en la evidente analogía que se aprecia entre la famosa imagen de Santa Teresa es-
culpida por Bernini, y las fotografías de mujeres gozando de un orgasmo publicadas en revistas
pornográficas (GUBERN, Román, La imagen pornográfica y otras perversiones ópticas, Barce-
lona: Anagrama, 2005).
Figura 29 Figura 30
Figura 32
La encontrará, como no podía ser de otra manera, en medio del campo nuevo, ro-
deada de las nuevas espigas y acompañada por un espantapájaros, que coronado por el
sombrero que Luis había abandonado en la cumbre, vigila los campos. El monigote ha
ocupado su lugar a la espera del inevitable regreso. Luis está indefectiblemente ligado a
ese lugar, tan solo era cuestión de tiempo que escuchara de nuevo la llamada de Julia y
regresara a Monte Oscuro: “tenía usted razón, es difícil no volver la cabeza atrás cuando
se deja algo muy nuestro”.
Con la consumación (y satisfacción, reflejada en el doble orgasmo) de la fusión
carnal entre hombre y mujer los instintos primarios han sido colmados. Ahora la pareja
debe domesticarse, lo cual implica abandonar los roles que han cumplido hasta el mo-
mento: Luis cesará en su faceta de vagabundo para convertirse en apropiado patriarca
de la casa, y Julia recuperará su estatus de mujer (es decir, madre y ama de casa), arrin-
conando la imagen varonil de labradora con la que, rastrillo en mano, reclamaba apoyo
masculino.
Este último estadio de la transfiguración de los personajes no acontecerá en los
exteriores ligados a la pasión terrenal, sino en el interior de la cabaña, y desde luego, en
el piso de arriba, lugar de la intimidad doméstica. El espejo será el motivo que vehicule
el doble cambio, a través de una rima visual que remarca la analogía de los pasos que
Luis y Julia van a dar.
SECUENCIA 5: el espejo
Figura 33 Figura 34
Figura 35 Figura 36
607. La autora feminista Pam Cook ha puesto de manifiesto esta capacidad de las superficies
especulares en referencia a la Venus del espejo de Diego Velázquez: “a sexual invitation, and a
assertion that the woman also looks, Venus’ gaze reminds us that woman is more than a body
to be looked at; she participates”. COOK, Pam, “Border crossings: women and film in context”,
en COOK, Pam y DODD, Philip (eds.), Women and film. A Sight and Sound reader, Londres:
Scarlett Press BFI, 1993. “Una invitación sexual, y una afirmación de que también la mujer mira,
la mirada de Venus nos recuerda que la mujer es algo más que un cuerpo para ser mirado, ella
participa”.
608. CIRLOT, Juan Eduardo, Diccionario de símbolos, op. cit.
sus vecinos en el lugar emblemático de la moral patriarcal, la iglesia. Para reparar esa
situación, Luis debe redimir su imagen ante los pueblerinos y enfrentarse a la última
prueba de fuego que le permita hacer público su traumático pasado para sublimarlo de-
finitivamente. Lo logrará cuando Blanca enferme y, a diferencia de lo sucedido con su
primera hija, él consiga salvarla operándola con éxito. Blanca, que había vehiculado el
deseo de su madre, se convierte ahora en pieza clave para la regeneración de su padre
adoptivo. El hombre nuevo y recién nacido será bautizado con una lluvia que en su lle-
gada poseía un valor seminal, y que ahora servirá para limpiar, cauterizar y cicatrizar
del todo su herida.
Por desintegrar toda forma y abolir toda historia, poseen las aguas esa virtud
de purificación, de regeneración y de renacimiento; todo lo que en ella se su-
merge muere, y sale de las aguas como un niño sin pecado y sin historia, apto
para recibir una nueva revelación y comenzar una nueva vida limpia.609
609. ELIADE, Mircea, Tratado de historia de las religiones, op. cit., p.206.
610. Fernando Méndez-Leite von Haffe sitúa a la película dentro de lo que él llama “género po-
emático y neorrealista”, próxima a filmes como Amanecer (Sunrise, 1928) de F. W. Murnau (MÉN-
DEZ-LEITE, Fernando, Historia del Cine Español, Vol. II, Madrid: Rialp, 1965, p.46). Y aún en
1995 el historiador francés Jean-Claude Seguin insiste en esta línea definiendo la película como
“obra rara, que constituye una de las primeras manifestaciones del neorrealismo español de la
posguerra” (SEGUIN, Jean-Claude, Historia del cine español, Madrid, Acento, 1995, p.39).
611. BAZIN, André, “El realismo cinematográfico y la escuela italiana de la Liberación”, en ¿Qué
es el cine?, op. cit., p.436.
vimiento cinematográfico.612 Se trata, en palabras de Bazin, del hecho de que “el filme
italiano posee esa sensación de reportaje, esa naturalidad más próxima a la narración
oral que escrita, al croquis que a la pintura”.613 El gusto de Mur Oti por el contrapicado,
la demora en los contraplanos, los juegos con el punto de vista, la elaboración de la com-
posición del encuadre, y sobre todo, la autonomía de los movimientos de la cámara, sujeta
a esa mirada “objetiva irreal” que le otorga la capacidad de un “ver total”614, son opuestos
a la improvisación que Bazin defendía como esencia estética del neorrealismo. Entre el
“croquis” y la “pintura” Mur Oti siempre optó por la segunda, (“el cine me gusta porque
es plástica. Son cuadros” decía)615, y si de algo alardeaba el Genio, y lo demostraba en
sus películas, era de un absoluto y preciso control sobre el guión técnico de sus filmes.616
De hecho, tal vez fuera la originalidad de las soluciones fílmicas adoptadas en Un hombre
va por el camino lo que la mayoría de los censores confundió con “graves fallos de direc-
ción”, incompatibles con la etiqueta de “naturalidad” que tan insistentemente adjudicaron
al filme.617
El equívoco que suscitaron Un hombre va por el camino y otras películas del pe-
riodo, tildadas de neorrealistas por la crítica, tiene su origen, en opinión de José Enrique
Monterde, en el “encuentro entre un ansia de realismo y la ebullición realista ejemplificada
por el Neorrealismo”. Equívoco que se vio alimentado por “la diversidad de actitudes y
usos del Neorrealismo por parte de las diferentes tendencias en la crítica cinematográfica
de la época, la superficial asimilación del Neorrealismo como «moda» en una primera
fase” y sobre todo “el muy parcial y desordenado conocimiento del Neorrealismo italiano
en España”.618 De hecho, cuando la ópera prima de Mur Oti salió a la luz ninguna de las
películas clave que configuraron el movimiento neorrealista había sido exhibida en España.
El estreno de Ladrón de bicicletas (Ladri di biciclette, Vittorio de Sica, 1948) en Madrid,
sin ir más lejos, aconteció el 5 de junio de 1950 (fecha bastante posterior a la realización
612. Dejando al margen la discusión todavía pendiente sobre si en realidad hubo algo así (un
movimiento o escuela neorrealista) en lugar de la coincidencia de la práctica de unos cineastas
que se adaptaron a su medio (el de la Italia arrasada por la Segunda Guerra Mundial).
613. BAZIN, André, “El realismo cinematográfico y la escuela italiana de la Liberación”, en ¿Qué
es el cine?, op. cit., p.453.
614. CASETTI, Francesco, El film y su espectador, op. cit., p.110.
615. LÓPEZ CLEMENTE, José, “Directores españoles de ayer. Manuel Mur Oti”, op. cit., p.757.
616. Así lo ha expresado en diversas entrevistas (CASTRO DE PAZ, José Luis y PENA, Jaime J.,
“Una tentativa de entrevista a Manuel Mur Oti”, op. cit.; CASTRO, Antonio, “Manuel Mur Oti, un
intelectual amante del melodrama”, op. cit.; y MARTÍNEZ TORRES, Augusto, “Manuel Mur Oti,
los problemas del genio”, en Cineastas insólitos. Conversaciones con directores, productores y
guionistas españoles, op. cit.).
617. Son concretamente Guillermo de Reyna, Manuel Torres, Xavier de Echarri Gamundi, Fer-
nando de Galainena y Pío García Escudero los censores que advierten “fallos”, “desaciertos” y
“defectos” en la dirección, aunque luego no se molesten en detallar en qué consisten quiebros
tan graves. Expediente de censura nº 9.471 (Archivo General de la Administración: caja
36/03371 - signatura 34.372).
618. MONTERDE, José Enrique, “El realismo como modelo regeneracionista en el cine español
de los años cincuenta”, en Actas del XI Congreso Internacional de la Asociación Española de His-
toriadores de Cine, op. cit.
de Un hombre va por el camino), y lo cierto es que en aquel momento Mur Oti no mostró
especial entusiasmo por ella: “le encuentro un enorme desaliño. Para mí la misión del
arte es embellecer las cosas, y no veo ese propósito en Ladrón de bicicletas”.619
**********
Los elementos nucleares que han guiado este análisis de Un hombre va por el ca-
mino se reformularán en Orgullo, segundo componente del dúo de la pasión fundacional
o creadora. De nuevo dos parejas de dobles intervendrán en un proceso de reasignación
de identidades, en el que los modelos originales están presentes en la trama encarnados
en las figuras de los padres de los protagonistas, Teresa y Luis. Ellos representan la par-
ticular ley social que impera en las dos haciendas, en contraposición a la ley del instinto
natural que arrastra a Laura y Enrique a enamorarse apasionadamente. Al igual que Un
hombre va por el camino, Orgullo es el relato de una odisea en la que la protagonista ne-
cesitará realizar un viaje físico para asumir una nueva identidad. Los mismos motivos (la
tierra, el agua, el espejo, la escalera) y claves estéticas (uso expresivo del espacio en
fuera de campo, dislocación del punto de vista) que habían dado forma a la historia de
amor de Luis y Julia ilustrarán la pasión entre Laura y Enrique. Pasión para la que vuelve
a ser determinante un enclave fundamental: Monte Oscuro.
Estas palabras del bardo inglés iban a dar inicio a Orgullo, cuarta película de Manuel
Mur Oti620 y pareja de Un hombre va por el camino en el binomio de la pasión creadora.
Orgullo nace de un argumento original titulado El río escrito al alimón por Manuel Mur Oti
y el dramaturgo y guionista Jaime García Herranz. La voluntad explícita de dicho argu-
mento, que obtuvo el primer premio del Sindicato Nacional del Espectáculo en la convo-
catoria de 1952-1953, era, en efecto, actualizar la obra Romeo y Julieta de William Sha-
kespeare a través de la historia de amor entre Enrique y Laura, pertenecientes a familias
enfrentadas.621
Al igual que el romance de los jóvenes veroneses, el argumento original de Mur
Oti y García Herranz finalizaba trágicamente. Los amantes se reconciliaban con la llegada
de las lluvias y, plantados en el centro del río, se abrazaban locamente. Pero
el río, aquel río malo, vuelca sobre ellos la mole de la vertiginosa crecida y los
envuelve en ella, arrastrándoles hacia la Eternidad. Ya de noche, cientos de an-
torchas, buscan los cuerpos de los dos amantes. Y los hallan, unidos, más allá
de la muerte. Así quedan, por expreso mandato de Luis de Alzaga. Sobre la co-
marca se cierne una leyenda de amor y de tragedia.622
621. MARÍAS, Miguel, Manuel Mur Oti. Las raíces del drama / As raízes do drama, op. cit., p.111)
fue el primero en observar en dicha referencia “una reflexión indirecta sobre cualquier guerra
civil”, y más tarde ZUNZUNEGUI, Santos (“Orgullo”, en PÉREZ PERUCHA, Julio (ed.), Antología
crítica del cine español 1906-1995, op. cit.) y PÉREZ PERUCHA, Julio (“Elementos introductorios
a un cineasta singular”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PERUCHA, Julio(coords.), El cine
de Manuel Mur Oti, op. cit.) la han asociado irremediablemente a la contienda civil acaecida en
España casi veinte años antes. No obstante, reiteramos que la única referencia explícita que los
autores señalaron fue la de Romeo y Julieta, drama universal que ha sido reproducido en nume-
rosas ocasiones y en diversas cinematografías más allá de coyunturas espacio-temporales con-
cretas. Y ante la posible interpretación social que la película pudiera admitir debido al conflicto
que representa coincido plenamente con Carlos F. Heredero cuando afirma que “el drama se
vacía, nuevamente, de todo componente ideológico y las diferencias de clase se subliman en las
alusiones a las «fuerzas de la naturaleza» y a «la maldición del río» para explicar el enfrenta-
miento entre las dos haciendas”, es decir, recurriendo al relato de carácter mítico (HEREDERO,
Carlos F., Las huellas del tiempo. Cine español 1951-1961, op. cit., p.255).
622. MUR OTI, Manuel y GARCÍA HERRANZ, Jaime, El río, 1953. Argumento cinematográfico de-
positado en la Biblioteca Nacional (Sala Cervantes).
Laura Mendoza, interpretada por Marisa Prado, se emparenta así con otras féminas
fuertes y valientes del cine español, como las protagonistas de Agustina de Aragón (Juan
de Orduña, 1950) o Fuenteovejuna (Antonio Román, 1947), y sobre todo, con las más
enérgicas propietarias de ganado de las praderas del Oeste americano retratadas en Tie-
rras lejanas (The Far Country, Anthony Mann, 1954), La pradera sin ley (Man Without a
Star, King Vidor, 1955), Gigante (Giant, George Stevens, 1956), Horizontes de grandeza
(The Big Country, William Wyler, 1958) o Cimarrón (Cimarron, Anthony Mann, 1960).
“Tal vez podríamos considerar a Laura Mendoza como a la única de las protagonis-
tas del cine de Mur Oti que en un momento determinado se libera del peso de haber na-
cido mujer”, dice con acierto Carmen Arocena.623 Ella es la protagonista murotiana que
demuestra mayor independencia frente a las imposiciones de la estructura patriarcal, la
única que se atreve a instaurar un nuevo orden bajo sus propias leyes.624 No obstante,
Miguel Marías recuerda que precisamente por eso la joven se enfrenta al mismo tiempo
a “un triunfo épico y un fracaso sentimental, ya que quizá la soledad sea el precio de la
victoria de Laura como patrón, en el puesto que tradicionalmente ha correspondido a un
hombre”.625
Santos Zunzunegui ha señalado que en Orgullo los elementos naturales y el destino
que está por encima de las voluntades individuales funcionan como motores de la narra-
ción, y que los sentimientos de los personajes no solo se unen a la tierra, sino que se
subordinan a ella.626 De manera que el amor de Laura por la tierra que posee determinará
completamente su itinerario vital conduciéndola a ese agridulce resultado que advierte
Marías, fruto de la acción de dos fuerzas contrapuestas.
La joven está inexorablemente predestinada a amar esa tierra y a sustituir a su
madre Teresa en las labores de dirección de la finca, puesto que al igual que ella misma,
su madre también es, siguiendo el paradigma de la mujer murotiana, metáfora de la tierra
y de las vacas que pacen en ella.627
Sin embargo, el mismo destino que lleva a Laura a tomar el puesto de su progeni-
tora también la empuja, como ya ocurrió con su madre en el pasado, a enamorarse de un
623. AROCENA, Carmen, “Las mujeres de Manuel”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PE-
RUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit., p.108.
624. La Julia de Un hombre va por el camino también pretendía edificar un mundo nuevo y mejor
en las cumbres. Pero Julia seguía el sueño de su marido y aguardaba apoyo masculino para lle-
varlo a cabo. Laura, en cambio, acomete el ascenso a Monte Oscuro por iniciativa propia, sin la
ayuda del macho complementario y precisamente para suplir su ausencia.
625. MARÍAS, Miguel, Manuel Mur Oti. Las raíces del drama / As raízes do drama, op. cit., p.113.
626. ZUNZUNEGUI, Santos, “Orgullo”, en PÉREZ PERUCHA, Julio (ed.), Antología crítica del cine
español 1906-1995, op. cit, p.375.
627. Astre y Hoarau observan que la vaca, “compañera” del cow-boy, es míticamente el símbolo
de la madre y la mujer, y consideran a la figura de la madre en el western “objeto de veneración:
como depositaria de la tradición, principio de continuidad y de fuerza serena, casi telúrica”
(ASTRE, Georges-Albert y HOARAU, Albert-Patrick, El universo del western, op. cit, p.135). En
efecto, Teresa simboliza la perpetuación del orden arcaico donde domina el orgullo. Eliade cons-
tata además que la vaca es un símbolo unido a la fertilidad femenina, especialmente en las re-
ligiones védicas (ELIADE, Mircea, Tratado de historia de las religiones, op. cit., p.106).
Alzaga, circunstancia que echa por tierra los planes que Teresa tiene para su hija: la plena
sustitución de una mujer por otra al mando de la hacienda para perpetuar la situación de
guerra existente entre ambas heredades.
De modo que la transformación que Laura experimenta a lo largo de la película a
través de su viaje iniciático se articula, como ya ocurriera en Un hombre va por el camino,
sobre dos ejes: el de la sustitución y el del deseo. Pero si en aquella ambos ejes corrían
paralelos y finalmente se fundían climáticamente, aquí pondrán en marcha un movimiento
pendular que empujará continuamente a Laura en direcciones opuestas. Por un lado, el
eje de la sustitución la lleva a convertirse en remedo de su madre, amante únicamente
de su tierra, personaje asexuado y autoritario que carga eficazmente con todo el peso de
su feudo como patriarca autónomo y masculino, violentamente reacia a establecer cual-
quier trato con los hombres Alzaga y empecinada en perpetuar las leyes tradicionales,
vinculadas al orden patriarcal, que gobiernan las relaciones entre las fincas.
Por otro, a cada acción que acerca a Laura a su madre le sigue otra correspon-
diente a ese eje del deseo que sostiene la pasión irrefrenable nacida entre Laura y En-
rique, puesto que seguir el destino de su madre también conlleva inevitablemente
enamorarse de su adversario. La tierra, y por ende la mujer fértil, reclaman instintiva-
mente el agua fresca del río (metáfora fluvial del líquido seminal) en posesión del varón
para que florezca en ella la vegetación y las vacas puedan saciar su hambre, y sobre
todo su sed.
El punto de inflexión de ese movimiento pendular lo marca la llegada de la nueva
sequía, acontecimiento que resuelve por unos instantes la tensión entre los dos ejes. En
ese momento Laura toma definitivamente partido por una de las fuerzas que la han venido
arrastrando: el deber ancestral de sustituir a su madre. A punto de consumar con carácter
oficial su fusión física con Enrique a través del rito nupcial (repitiendo así el ciclo de sus
respectivos padres), la protagonista de Orgullo decide por fin preservar la supervivencia
de aquellos que dependen de ella, tal y como deseaba desde un principio su madre. Lo
hará, sin embargo, a su manera.
**********
autónoma. Esta decisión implica en cierta forma repetir el mismo destino de soledad de
su madre, llegando aún más lejos que ella: allí donde Teresa adopta el rol de patriarca,
Laura pretende convertirse en hombre y poseer el agua.
Pero esa agua “no es accesible a todo el mundo ni de cualquier manera […]. Se
encuentra en lugares de difícil acceso. […] El camino hasta la fuente de donde mana y el
conseguir agua viva implican una serie de consagraciones y pruebas”.628 Laura deberá
superar esas pruebas guiando a toda su gente y a su ganado a través de las peligrosas
peñas de Monte Oscuro para instaurar, a semejanza de los pioneros del Oeste, un nuevo
orden matriarcal diferente de esa sociedad bronca y atávica que habían edificado Teresa
y Luis, y donde impera el orgullo y el odio entre haciendas. Esa nueva sociedad solo puede
ser posible en la cumbre de Monte Oscuro, no solo porque la ascensión simboliza el rito
de maduración de Laura, sino porque “la cima de la montaña cósmica es el ombligo de la
tierra, el punto donde dio comienzo la creación (la raíz)”.629 Es, pues, el espacio virgen
propicio para el nuevo comienzo de los colonos.
Sin embargo, la osadía de Laura es castigada con la muerte de su madre y su trans-
formación en viuda enlutada y mortecina antes incluso de casarse. Laura está ciertamente
llamada a crear un nuevo orden opuesto al que hasta ahora había regido la áspera con-
vivencia entre los Alzaga y los Mendoza. Pero eso solo será posible siguiendo los cánones
tradicionales: en compañía de su complementario macho, y a través de la unión tierra-
agua que garantice la fertilidad de la hacienda (el pasto del ganado). De modo que tras
su descenso de Monte Oscuro, el agua de la lluvia, atributo masculino más fuerte que su
voluntad femenina, desborda por fin el cauce del río, rompe las estacas que simbolizaban
la división entre ambos clanes y devuelve a Laura al redil de las leyes patriarcales y a su
inevitable enlace con Enrique, destinado a repetir, esta vez con éxito, la fracasada unión
entre sus progenitores.
Para poner en escena este complejo itinerario, Mur Oti retoma las soluciones esté-
ticas que había desplegado preliminarmente en Un hombre va por el camino: el uso ex-
presivo del fuera de campo (singularmente destacado en lo que hace al empleo del sonido)
y la ambigüedad del punto de vista. Asimismo, los espacios adquieren un especial valor
simbólico muy similar al que ostentaban en su ópera prima. Una vez más, la casa se con-
vierte en reducto del elemento predominante en la relación de poder patriarcal (Teresa,
en este caso) mientras que los espacios exteriores sirven de decorado al desarrollo de la
pasión terrenal entre los amantes. Y dentro de esa mansión en la que Laura debe some-
terse a los preceptos de su madre, la escalera (escenario donde se había hecho pública
la transfiguración de los protagonistas en Un hombre va por el camino) reproduce y an-
ticipa la ascensión final de Laura a Monte Oscuro como metáfora de la transformación de
la protagonista en nueva matriarca.
Santos Zunzunegui ha analizado la trascendencia del motivo de la escalera en Or-
gullo señalando que la estructura del trayecto personal que Laura recorre a lo largo de la
628. ELIADE, Mircea, Tratado de historia de las religiones, op. cit., p.205.
629. ELIADE, Mircea, Images et Symboles, París: 1952. Mencionado en CIRLOT, Juan Eduardo,
Diccionario de símbolos, op.cit., p.308.
película, y los momentos pregnantes que lo jalonan, suceden en torno a ella.630 Laura as-
ciende en tres ocasiones por la escalera de la casa familiar antes de acometer el ascenso
final a Monte Oscuro, cúspide de su proceso de aprendizaje y maduración. A cada uno de
esos momentos pertenecientes al eje de la sustitución le sigue otro acontecimiento que
la aleja de tal destino para empujarla a los brazos del macho Alzaga.
Dicha dialéctica pendular, construida mediante juegos de espejos y rimas, delimita
la estructura de la película en tres actos que conducen a dos clímax como culminación
del choque de fuerzas opuestas que han arrastrado a la protagonista. En el primero de
ellos, y tras una agónica subida por la escalera de la mansión, Laura descubre que su
madre ha muerto, lo cual empaña su victoria al alcanzar el agua en la cumbre de Monte
Oscuro, y la sume en la condena de una completa soledad. El segundo y definitivo clímax,
sin embargo, anula al anterior y se escenifica mediante la metáfora orgásmica del río des-
bordado que destruye con la violencia de su libido las estacas, y con ellas las diferencias
que impedían la unión carnal entre Laura y Enrique. Así, el eje de la sustitución queda fi-
nalmente sometido al del deseo.
Veamos cómo se articulan visual y narrativamente esos tres actos hasta desembo-
car en los mencionados clímax.
En la secuencia que abre el filme, Teresa (Cándida Losada) dirige enérgica las rien-
das de su veloz calesa en dirección a la estación del ferrocarril, cruzando en el último mo-
mento las barreras del paso a nivel, que se cierran a sus espaldas. Cuando llega a la
estación de Dos cumbres631 el humo del tren que trae a su hija de París, y con ella la mo-
dernidad y la pasión, envolverá a esa mujer imparable y desafiante hasta casi hacer des-
aparecer premonitoriamente su pequeña figura plantada en medio del andén.
Teresa ha traído a Laura (Marisa Prado) de vuelta a casa tras diez años educándose
en el extranjero porque intuye que su vida, y con ella su orden y su mundo, están en ex-
tinción y necesita formar a su futura sustituta. El aprendizaje de la protagonista comienza
en el mismo momento en que Laura penetra al cabo de los años en su hogar y asciende,
precedida siempre de su madre, por la enorme escalinata que domina el zaguán de la
magnífica mansión de las Mendoza.
630. ZUNZUNEGUI, Santos, “Identificación de un cineasta. Lugar de Manuel Mur Oti en el cine
español”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PERUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel
Mur Oti, op. cit., p.32.
631. Una vez más los nombres de los pueblos donde se enclava la acción adquieren evidente
valor simbólico. En efecto, dos cumbres rodean las tierras de Enrique y Laura, Monte Oscuro y
Cumbre Santa. La primera delimita las propiedades de Laura; desde la otra las dos haciendas y
el río se ven diminutos e insignificantes. Dos cumbres que representan a las dos familias pero
también las dos opciones que se abren ante Laura: buscar su propia agua en Monte Oscuro o
compartir su vida con Enrique dejando atrás el odio baldío que los ha separado hasta entonces.
Figura 1 Figura 1A
Figura 2 Figura 2A
Figura 2B Figura 3
“¿Estudiaste mucho?” pregunta Teresa a su hija (fig. 1). Laura contesta afirma-
tivamente y enumera las materias en las que se ha cultivado, música, ciencias, litera-
tura… Teresa la interrumpe dándole la espalda mientras sube los escalones: “¿sabes
algo de campo?” (fig. 1A). Ante la negativa de su hija, la mujer se gira (fig. 2). El plano
coloca por primera vez a las dos mujeres frente a frente como un espejo y Teresa, en
posición dominante unos escalones más arriba, encomienda a la joven con claridad la
misión para la que ha sido llamada: “pues tendrás que aprenderlo, aunque olvides todo
lo que has aprendido. No pensarás que voy a vivir eternamente para seguir llevando
por mí misma la hacienda que tenemos”. La cámara se queda con Laura que observa
gravemente a su madre (fig. 2A) mientras las palabras de esta se mantienen en off.
Desaparecida del encuadre la figura de Teresa, su discurso desde el fuera de campo
suena como una voz inmemorial que retumba en la mente de Laura acompañando los
primeros pasos de su simbólico ascenso y de su misión en Dos Cumbres: “te he traído
para que aprendas a tiempo, cuando murió tu padre aprendí lo mucho que pesa esta
finca y me costó años el llegar a saber las necesidades de nuestros campos”.632 Laura
continúa subiendo lentamente tras su madre hasta que Teresa vuelve a entrar en el
encuadre, dominando una vez más a la muchacha (fig. 2B): “no quiero que tú sufras
lo mismo el día que yo falte”. El siguiente plano vuelve a situar a ambas mujeres una
junto a la otra precisamente en el momento en que Teresa pronuncia las palabras que
unirán a madre e hija por encima de las diferencias que surgirán entre ellas, y que
constituyen el motor del drama: “la tierra es hermosa y se la quiere enseguida y para
siempre” (fig. 3).
Laura ha recibido la llamada de esa tierra arcaica a la que inexorablemente per-
tenece a través de las palabras de su madre, y ha iniciado su aprendizaje como próxima
ama. Sin embargo, en los pastos cercanos al río le aguarda otra invocación tan ances-
tral y primitiva como el deber familiar: la llamada concupiscente del macho. El encuen-
tro entre los dos futuros amantes guarda más de una semejanza con la secuencia en
la que el vagabundo Luis recibía la llamada de la viuda de las cumbres en Un hombre
va por el camino.
632. Teresa ha repetido el mismo proceso padecido por Julia en Un hombre va por el camino.
Muerto el esposo, ambas mujeres se han masculinizado haciéndose cargo de las labores que
tradicionalmente corresponden al hombre. Sin embargo, mientras Julia aguardaba un sustituto
de su esposo, Teresa pretende perpetuar su estatus de patriarca a través de su hija Laura.
Figura 4 Figura 5
Figura 6 Figura 7
Figura 8 Figura 8A
Cabalgando cerca de la orilla, Laura escucha una voz masculina que la llama en
fuera de campo (fig. 4). La voz parece brotar directamente del río hasta que la cámara
nos muestra el cuerpo semidesnudo de Enrique (Alberto Ruschel) que seca su torso recién
salido de las aguas (fig. 5). El hombre, asociado al líquido seminal, ha llamado con la voz
del río a la mujer y se presenta como auténtico objeto de deseo ante la mirada femenina
(mirada refrendada por el contraplano de Laura en la figura 6).633
El hombre ha atrapado el deseo de la mujer, pero él también va a ser seducido
por ella. Cuando Enrique se aproxima hacia Laura para observar mejor los cambios que
el tiempo han provocado en la niña que conoció en su infancia (fig. 7), la imagen son-
riente de la joven sobre su caballo se presenta a primera vista como el contracampo de
la mirada curiosa de Enrique (fig. 8). Así lo parece al menos, hasta que el hombre entra
por la izquierda del encuadre deslumbrado por la belleza de esa joven a la que recordaba
“feúcha y desmedrada” (fig. 8A). Nos hallamos por tanto, una vez más, ante una cámara
subjetiva fallada.
Si la organización de la puesta en escena en torno al punto de vista aparentemente
subjetivo de un personaje refuerza su poder como centro de la narración y motivo de
identificación para el espectador, el hecho de arrebatarle esa mirada de manera tan ex-
plícita subraya la indefensión de dicho personaje ante la omnipotencia de una cámara que
se hace activa y visible en la enunciación, una cámara autónoma que funciona como de-
legada de una instancia enunciadora superior y extradiegética que manipula y dirige el
tejido audiovisual, y que sería el equivalente cinematográfico del narrador literario.
Como ya le ocurría a Luis en Un hombre va por el camino, Enrique pierde su categoría
de sujeto al serle arrebatada la mirada por una suerte de destino más poderoso que las
voluntades de los protagonistas, y que le empuja hacia Laura propiciando el inicio de su
pasión. Si en el caso del vagabundo era el difunto esposo de Julia el orquestador de la
puesta en escena del nuevo amor (ese gran imaginador adoptaba el ropaje sobrenatural
del fantasma), en este caso es una fuerza irracional procedente de un pasado en el que sus
padres también se amaron, la que arrastra a los protagonistas a repetir su mismo destino.
Por tanto, y a modo de resumen, podemos decir que la cámara subjetiva fallada
alude por una parte a una instancia exterior a la diégesis, un enunciador que lleva las
riendas del discurso y que gobierna los destinos de los personajes. Y a su vez, ese mismo
sujeto de la enunciación se vale de la mencionada cámara subjetiva fallada para despojar
de la visión subjetiva a aquellos personajes que, precisamente para cumplir ese sino, cae-
rán en las redes de la pasión carnal.
**********
633. Al convertir al protagonista masculino en objeto de la mirada de la mujer, Mur Oti invierte
de nuevo el dogma feminista según el cual el cine articula mayoritariamente el deseo masculino
a través de la exhibición del cuerpo femenino. Si en el filme anterior Luis se mantenía la mayor
parte del tiempo en fuera de campo cuando era observado por la deseante Julia, aquí Enrique
se muestra en todo su esplendor físico. El personaje de Laura, en cambio, no es dado a la mirada
masculina como objeto de deseo a lo largo de la película.
Tras este primer encuentro, la pasión que ha nacido junto al río (terreno masculino)
será ratificada en terreno árido, junto a las montañas (espacio femenino), en una escena
cuyo principio y final resumen el conflicto que se le planteará a Laura a lo largo de la pe-
lícula, y preludian su desenlace.
Figura 9 Figura 9A
Figura 9B Figura 10
Figura 11 Figura 12
ANATOMÍA DE UN CINEASTA PASIONAL
634. Recordemos que Camille Paglia aseguraba que la metáfora genital femenina era “lo oculto”
puesto que “la sexualidad femenina está envuelta en un velo de misterio. Este misterio es la
razón principal del cautiverio que el hombre ha impuesto a la mujer”. PAGLIA, Camille, Sexual
personae. Arte y decadencia desde Nefertiti a Emily Dickinson, op. cit., p.55.
Laura y Enrique se giran buscando la procedencia de las notas musicales (fig. 10)
y ven a una pareja de campesinos besándose sobre las cañas apiladas en un carro que
transita por la colina (fig. 11). Al variar de posición, el paisaje que se extiende ante sus
ojos cambia y Laura le pregunta a Enrique cuál es el nombre del monte que se levanta
ahora ante ellos (fig. 12). “Cumbre Santa”, le contesta él, “desde lo alto apenas se dis-
tinguen nuestras casas, yo las he visto como manchitas blancas”. La otra cumbre que da
nombre al pueblo es, pues, un lugar desde donde las dos haciendas son insignificantes,
un lugar, en definitiva, donde el odio entre los dos clanes no tiene sentido ni valor, donde
“ya no hay tuyo ni mío”. Mientras Enrique habla, la cámara muestra la silueta del monte
recortado sobre un cielo sin nubes (fig. 13), y de nuevo comprobamos que lo que parece
el contracampo de la mirada de los personajes no lo es en realidad, puesto que ambos
penetran en el encuadre atraídos por el magnetismo de la montaña (fig. 13A).
Como ya sucedía en Un hombre va por el camino Mur Oti juega con los destinos de
los personajes mediante la ambigüedad del punto de vista desde el que se nos muestran
las imágenes. Los protagonistas se hallan fatalmente predestinados a unos designios que
no podrán evitar. Así, igual que la tierra de Julia llamaba a Luis mediante este recurso fíl-
mico, y el deseo de Julia por su nuevo hombre se veía refrendado de la misma forma,
también Laura y Enrique sellan al unísono el amor nacido en la secuencia anterior sedu-
cidos ambos por un destino que los debe unir irremediablemente, más allá de agravios
ya prehistóricos.
Pero antes de que esta nueva alianza se lleve a término a Laura aún le queda por
recorrer un largo trayecto, puesto que Teresa seguirá tirando de su hija para que culmine
el aprendizaje para el que ha sido llamada.
Llegamos así al segundo acto constituido también por tres secuencias, aunque dis-
puestas esta vez en relación de simetría inversa respecto a las que conformaban el pri-
mero. Recordemos que aquel arrancaba con el inicio del eje de la sustitución, al que le
seguía el nacimiento y consolidación del deseo, estructura que podríamos resumir esque-
máticamente de la siguiente manera:
De suerte que las dos primeras secuencias contradicen lo establecido al final del
primer acto (acercan a Laura a su madre debilitando la unión con Enrique que parecía ya
consolidada), mientras que la última dinamita la decisión adoptada por Laura respecto a
su deber de sustituir a Teresa.
La primera de las escenas encuadradas en este acto tiene lugar de nuevo en la es-
calera de la casa de las Mendoza y supone el segundo paso para la conversión de Laura
en nueva ama de la finca. Es la hora del Ángelus. Los braceros de Teresa entran en el za-
guán de la mansión (fig. 14 y 14A) acompañados por la cámara, que sobrevuela sus ca-
bezas con elegante fluidez y avanza hasta colocarse al pie de la escalera. Allí se encuentra
la majestuosa y enhiesta figura de Teresa, que plantada sobre los escalones domina en
contrapicado al grupo de hombres y mujeres (fig. 14B).
Figura 16 Figura 17
Figura 19 Figura 20
rieron. Teresa defendió a sus hombres, y Alzaga a los suyos. Luis clavó las estacas en
el río y juró que no las quitaría mientras ella no fuera a pedírselo. El orgullo de la here-
dera Mendoza le impidió rebajarse y el amor que antes los había unido quedó en bar-
becho para siempre.
La cámara sigue lentamente el movimiento de Laura, que escucha esas palabras
con gravedad mientras se aproxima a la posición de su madre, plantada frente al ventanal
(21B). La oscura silueta de Teresa que aparece por primera vez de espaldas y asomada
al cristal de la ventana se cierne sobre la muchacha como una sombra del pasado, en
claro contraste con el rostro perfectamente iluminado de Laura en primer término (21C).
Las palabras de la mujer que se han iniciado desde el fuera de campo y que ocupan casi
un minuto y medio de metraje, no parecen sin embargo, vinculadas a esa silueta, ni si-
quiera a una fuente presente en la escena, sino que resuenan como emitidas por una voz
sobrenatural, casi como una voz over procedente del exterior de la diégesis. A pesar de
que la fuente sonora se encuentra en un espacio contiguo (y a partir de este momento
incluso visible), nos hallamos más cerca de esa vertiente absoluta del fuera de campo
que describía Gilles Deleuze, que de la relativa o material:
635. DELEUZE, Gilles, La imagen movimiento. Estudios sobre cine 2, Barcelona: Paidós, 2004,
p.311.
con Enrique hasta que este no quite las estacas del río y pida su mano. Solo entonces Te-
resa emerge de la sombra anterior para hacerse de nuevo material y ambas se abrazan
sellando la decisión final de la joven de ser fiel a su estirpe (fig. 22A).
No obstante, el fuera de campo también es, como vimos en Un hombre va por el
camino, el espacio del deseo en el universo mítico de Mur Oti. La decisión que Laura ha
tomado de no aceptar a Enrique hasta que su padre no retire las estacas implica rechazar
al macho, convertirse en mujer autónoma, yerma y asexual, y asumir el rol social del
hombre. Pero la fuerza de la pasión empuja a Laura en dirección contraria, y se trata,
desde luego, de una fuerza más poderosa que la lealtad a su madre. Un impulso casi ani-
mal y eminentemente pulsional que se materializa en forma de yegua parturienta, explo-
tando al máximo el tradicional simbolismo del equino, primitivo representante de la libido
sexual. Si bien el caballo se ha asociado habitualmente con la virilidad masculina, en el
caso de Laura, cuya sexualidad está indisociablemente ligada a su capacidad para engen-
drar (característica común a casi todas las mujeres murotianas), ese símbolo sexual
adopta la forma de yegua a punto de parir, cúspide del proceso de fertilidad femenino.
Figura 26B
Laura vigila a una yegua preñada en un cobertizo situado en medio de sus tierras,
espacio híbrido entre la casa patriarcal y el exterior, que hemos identificado como esce-
nario de la pasión y el instinto. Cuando el animal manifiesta los primeros síntomas del
parto la joven se acerca a observar el milagro de la naturaleza al que ella ha decidido re-
nunciar. La cámara se aproxima a su rostro en un lento travelling avant, que se inicia en
plano medio (fig. 23) y culmina en un primerísimo primer plano de Marisa Prado (figs. 23
A y B) en auténtico éxtasis orgásmico.636
El travelling se prolonga durante casi un minuto acompañado rítmicamente por la
música de Ruiz de Luna, que con su tenso crescendo subraya la paulatina excitación de
Laura ante la visión del parto. El clímax que remata la composición musical coincide con
el nacimiento del potrillo y la descarga de la emoción de Laura, que ha llegado a la cima
de su orgasmo. Se opera así la asimilación entre el principio y el final del proceso de
creación, la equiparación entre el coito/orgasmo y el parto definitivo, que anuda en un
único instante pregnante el inicio y la culminación de la cosmogonía.
El desarrollo del parto se mantiene fuera de campo, insinuado por los quejosos re-
linchos en off emitidos por la yegua, de suerte que en el momento en que Laura había
decidido rechazar el sexo, la fuerza de sus instintos naturales la llama por la misma vía
que el deber familiar: desde el espacio fuera del espacio visible del cuadro.
El plano inmediatamente posterior al clímax de Laura nos muestra al potrillo recién
nacido (fig. 24), resultado de la simbólica relación sexual. La joven acaricia a la cría y a
la extenuada yegua, cuando el tintineo de unos cascos de caballo en off nos anuncia la
llegada del macho que, a modo de semental, viene a fertilizar a la yegua-Laura. Atisbamos
entonces, gracias a la profundidad de campo, la figura de Enrique penetrando (toda una
penetración premonitoria) en el cobertizo a través de la puerta (fig. 25).
La figura que ahora se cierne sobre Laura en segundo término no es como la de su
madre, una silueta indefinida cuya voz parece brotada de un espacio sobrenatural, sino
que se trata del cuerpo físico y tangible del hombre que la reclama (fig. 25A). Laura se
aleja de él y sale por la puerta al espacio exterior, ese espacio primitivo en el que hasta
ahora se había escenificado el eje del deseo (fig. 26). Desde allí le exige que su padre re-
tire las estacas del río y pida oficialmente su mano. Enrique atraviesa la puerta y la toma
entre sus brazos al tiempo que le promete que su padre cumplirá inmediatamente tal de-
manda (fig. 26A).
Cuando los amantes atraviesan la puerta del establo para reconciliarse salen a ese
espacio exterior, libre y primitivo donde pueden desplegar su pasión, donde no existen
las leyes de orgullo imperantes entre las dos familias, que han sido representadas hasta
el momento por los muros de la casa de Laura (transmutados ahora en las paredes del
cobertizo). El cruce del umbral tras el orgasmo simbólico que Laura ha experimentado en
solitario metaforiza la relación coital entre hombre y mujer, ya que la puerta es “psi-
coanalíticamente símbolo femenino que, de otro lado, implica todo el significado del agu-
Figura 27 Figura 28
Figura 29 Figura 30
Figura 31 Figura 32
Figura 33 Figura 34
Figura 35 Figura 36
Figura 37 Figura 38
A cada paso de Enrique avanzando por el puente le replica otra imagen simétrica
de Laura que se encara directamente con él. La composición cada vez más cerrada de los
encuadres reduce progresivamente el campo visual y aviva el aumento de la tensión
(figs. 28-33). Hasta que al llegar a un primer plano en el que los hombres que la protegen
han desaparecido por completo de cuadro, Laura anuncia a Enrique su decisión irrevoca-
ble: “vuelve a tus tierras y manda clavar las estacas. Entre nosotros ya no hay nada” (fig.
34). Enrique, también en primer plano, la mira sorprendido: “¿y eres tú quien lo dice
Laura?” (fig. 35). La mujer no cede y amenaza con ordenar a sus hombres que abran
fuego contra Enrique si este osa dar un paso, ante lo cual el heredero de los Alzaga se ve
obligado a alejarse de allí enmarcado por los rifles de los gañanes de la casa Mendoza
(fig. 36). Los elementos del encuadre están dispuestos en forma de V, composición que
ya había aparecido en una de las escenas correspondientes al primer acto (fig. 9A), y que
entonces vinculábamos con el aparato reproductor femenino. Ahora la V de la fertilidad
está quebrada por la amenaza de los cañones de las escopetas que impiden la unión entre
ese hombre y esa mujer.
Laura también se aleja enmarcada por los mozos (fig. 37), hasta convertirse en
una diminuta figura corriendo en la inmensidad de sus tierras (fig. 38). Esta imagen de
reminiscencias poético-westernianas evoca de nuevo el plano inicial (fig. 27) para sellar
una secuencia cuya puesta en escena se ha apoyado en un elocuente juego de espejos y
composiciones simétricas.639
Laura ha aceptado tomar por sí misma las riendas de la hacienda y ocupar final-
mente el lugar de su madre. Su intención, sin embargo, es ir más allá que su progenitora
y desafiar al orden patriarcal vigente en el territorio. Laura no solo va a rechazar el agua
de los Alzaga, como ya hizo Teresa en el pasado, sino que pretende acometer la arriesgada
tarea de recabar el líquido esencial en otro lugar y de manera autónoma.
La protagonista está preparada para dar el último paso en su proceso de sustitu-
ción. El espacio donde tiene lugar este acontecimiento será inevitablemente la escalera
de la mansión de su madre, en una escena que nos retrotrae en forma de rima a aquella
del Ángelus con la que se iniciaba el segundo acto.
639. A pesar de la ausencia del “glorioso” Technicolor, las figuras 27 y 38 evocan el espectacular
plano del juramento de Scarlett O´Hara en Lo que el viento se llevó (Gone With The Wind, Victor
Fleming, 1939). Ya se ha explicado en el capítulo anterior que si bien Mur Oti mostró pública-
mente su desdén por dicha película (Primer Plano, nº 558, 24 de junio de 1951) la superpro-
ducción de Selznick era, según Juan Mariné, uno de los referentes (conscientes) de Orgullo. Las
coincidencias argumentales son evidentes: hija de hacendado inicialmente frívola descubre ante
la adversidad la fuerza de su amor por la tierra y asume las responsabilidades más pesadas para
sacar su finca adelante. Estos planos demuestran además cierta deuda estética con el clásico
americano.
Figura 39 Figura 40
Figura 41 Figura 42
Figura 43 Figura 44
Figura 45 Figura 46
640. Siguiendo una línea de análisis diferente de la que aquí estoy desarrollando, Julio Pérez
Perucha ha interpretado en clave política el mensaje que Laura dirige a sus hombres. El continuo
retardo en mostrar el contraplano de los jornaleros que preside toda la escena sugiere, en su
opinión, una interpelación directa al espectador, que ocupa “en su butaca el espacio de ese con-
off que abran la puerta para que aquellos que no quieran seguirla salgan de allí para siem-
pre. Después desciende un escalón más y avanza hacia la cámara hasta situarse en un
expresivo primer plano en el que espera la reacción de sus hombres (fig. 44). Baja la mi-
rada al tiempo que por su mejilla resbala una lágrima. Cuando la joven alza de nuevo los
ojos el contraplano de su mirada nos muestra la imagen de sus trabajadores resueltos a
acompañarla en el viaje hasta las últimas consecuencias. Algunos miran atrás, a la en-
trada de la casa ahora abierta, pero nadie se mueve (fig. 45).
El primer plano de Laura refleja la mezcla de satisfacción, orgullo y emoción que la
embarga al confirmar mediante esa muestra de lealtad su nuevo estatus de ama de la
finca (fig. 46). La mujer, en primer término del encuadre, se gira para subir de nuevo a
su habitación, mientras al fondo se vislumbra perfectamente y en profundidad de campo
al conjunto de hombres agrupados en torno a ella. Santos Zunzunegui resume perfecta-
mente todo el valor semántico de dicha solución formal, tras una puesta en escena que
se había construido exclusivamente sobre la dialéctica del plano-contraplano:
Por primera vez en la escena, ahora que la alianza se ha sellado y las diferencias
(que en la escena del Ángelus separaban a Laura de la comprensión de sus
mozos y que venían explicitadas por la distinción entre foco/fuera de foco) se
han suturado, el cineasta nos mostrará juntos en el mismo espacio a Laura y a
la que ya, para siempre, es su gente.
De esta forma ejemplar el filme anuda, como pocas veces se ha hecho en el
cine español, tres niveles. El temático: la rebeldía del personaje ante el fata-
lismo de los campesinos. El mítico: la hembra que reúne en torno a su poder
de fascinación la camada de hombres. El estilístico, en fin: donde el uso cine-
matográfico del espacio se convierte en lugar privilegiado mediante el que el
cineasta construye el sentido del filme.641
tracampo escamoteado y de esos personajes no vistos, puesto que tal espectador es el destina-
tario final de una proclama que le requiere imperiosamente sobre la necesidad de ir a otro lugar
(físico, mental…) y, por supuesto, hacerlo al margen de las instituciones, que en tal película ni
aparecen” (“Elementos introductorios a un cineasta singular”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y
PÉREZ PERUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit., p.16).
641. ZUNZUNEGUI, Santos, “Identificación de un cineasta. Lugar de Manuel Mur Oti en el cine
español”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PERUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel
Mur Oti, op. cit., p.34.
maldición de la naturaleza obligaba a los habitantes de las Aldeas malditas de Florián Rey
–1930 y 1942– a abandonar su lugar de origen), las espectaculares imágenes que ilustran
la odisea de Laura (figs. 48-50) recuerdan más vívidamente a las de westerns americanos,
casi coetáneos al filme murotiano, como Río rojo (Red River, Howard Hawks, 1948), Ca-
ravana de mujeres (Westward The Women, William Wellman, 1951), Tierras lejanas (The
Far Country, Anthony Mann, 1955) y, especialmente, Horizontes lejanos (Bend of The
River, Anthony Mann, 1952), en la que también una montaña se convierte en punto de
referencia del viaje interior del protagonista, guía de un grupo de colonos que pretende
establecerse en tierras vírgenes.
Carlos F. Heredero alaba justamente “la nitidez y la precisión fotográfica de Juan
Mariné, por la briosa utilización del paisaje durante las secuencias de la conducción del
ganado e incluso por la fuerza exaltadora de la subida a las cumbres, en la que no resulta
descabellado rastrear ecos lejanos del cine épico soviético”642 (figs. 51, 52, 53).
Figura 48 Figura 49
Figura 50 Figura 51
642. HEREDERO, Carlos F., Las huellas del tiempo. Cine español 1951-1961, op. cit., p.255.
Figura 52 Figura 53
El éxodo se salda con la consecución final del agua al alcanzar los lagos que co-
ronan la cima de la montaña. Laura, unida a sus braceros como un hombre más, trabaja
afanosamente para construir una nueva comunidad. Ha superado la prueba definitiva y
así se lo reconocen sus gañanes cuando afirman que es ahora cuando Laura les parece
el ama más que nunca.
Este tercer acto parece haber resuelto el dilema de los ejes que se planteaba en los
dos anteriores. Laura ha tomado partido por una de las dos fuerzas. Pero esa decisión tiene
consecuencias que se dirimirán en el doble clímax que preludia el desenlace de la película,
dos secuencias que clausuran definitivamente el ciclo repetitivo que ha unido y separado
alternativamente a los Alzaga y las Mendoza, y que llevarán hasta la máxima expresión el
juego de rimas y espejos que Mur Oti ha venido orquestando hasta este momento.
Figura 54 Figura 55
Figura 56 Figura 57
643. La puesta en escena de toda la secuencia delata una cierta influencia de las convenciones
estéticas del género de terror, empleadas con el fin de remarcar la angustia de la protagonista.
Figura 58 Figura 59
Figura 61
644. En opinión de Juan Mariné algunos de los cortes que Orgullo sufrió a manos de la distribui-
dora CIFESA perjudicaron a la unidad y coherencia de la película. Este plano, por ejemplo, se in-
sertaba originalmente dentro de una progresión simbólica en torno al motivo del ganchillo,
desaparecida a consecuencia del remontaje. “Hay una secuencia muy buena en la que la madre
está haciendo punto y la hija se la queda mirando. La hija sospecha que la madre estaba ena-
morada del de enfrente –es casi al principio– y le dice: “haces mucho punto”, y ella le contesta:
“sí, el punto acompaña y ayuda a olvidar”. Y sigue. Entonces al cabo de una serie de secuencias
ella se enamora del chico, tienen la gran batalla y decide enemistarse con los de enfrente e ir al
lado de su madre. Y entonces ella se sienta junto a la madre y se pone a hacer punto, y no dice
nada. Y la madre que la ve dice: “estás haciendo punto”, y le responde: “sí, acompaña mucho…
su pasión, mantiene cerrada la ventana que da al exterior (espacio del amor y el sexo),
único punto de luz en la composición.645
En Un hombre va por el camino presentábamos a Julia como una mujer a la que
las circunstancias han obligado a ser hombre, y busca a un varón auténtico que la vuelva
a convertir en mujer. Laura, en cambio, inicia su periplo siendo una joven femenina, que
rechaza voluntariamente al hombre para transformarse en patrón. Sin embargo, de la
misma manera que las leyes patriarcales le impiden formar su propia comunidad al mar-
gen del orden establecido que representaba su madre, el poder de la naturaleza la obli-
gará a deponer la actitud masculina heredada de su antecesora y retomar de nuevo su
rol de mujer para someterse a las leyes de reproducción tradicionales.
La secuencia del orgasmo de Laura ante la visión del nacimiento del potrillo certificó
que el abrazo masculino de Enrique (el deseo) es inevitablemente más fuerte que el de
Teresa (el deber de la sustitución). Así que con la llegada de las lluvias y el desborda-
miento del río, el péndulo oscilará por última vez hacia el lado del deseo en un movi-
miento que, por fin, será decisivo.
Laura abre la ventana, antes cerrada a cal y canto646, para dejar entrar la lluvia
y empaparse del agua seminal (fig. 62). El caballo (símbolo sexual masculino que se
había presentado en la secuencia del orgasmo) relincha excitado (fig. 63), incapaz de
contenerse ante el empuje de una libido que se desborda violentamente en forma de
riada (fig. 64).
y otras cosas”. Era un rato de ambas jugando con el tiempo. Estaba muy bien, estaban los es-
pacios muy bien dosificados, te mostraba ya que la hija se estaba volviendo como la madre”
(Entrevista personal, abril de 2005).
645. Al igual que para Luis en Un hombre va por el camino la ropa funciona aquí como metonimia
del objeto a sustituir, como significante de la metamorfosis de la protagonista. Carmen Arocena
(“Las mujeres de Manuel”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PERUCHA, Julio (coords.), El
cine de Manuel Mur Oti, op. cit.) ha señalado con acierto la importancia de la vestimenta que
Laura luce desde el inicio de la película en su proceso de evolución. La muchacha llega a la finca
con un elegante y ceñido traje de última moda que sustituye por pantalones de montar a medida
que va comprendiendo cuál es su papel en la hacienda. Regresa momentáneamente a las faldas
del traje de novia cuando está a punto de sucumbir al deseo por el macho, sin embargo, al ver
sus planes frustrados retoma las prendas masculinas y se convierte en un trabajador más en
Monte Oscuro. Tal licencia es finalmente castigada, y la joven y moderna muchacha acabará
adoptando el rígido aspecto de su vieja madre.
646. La ventana, como antes la puerta, también participa, en su calidad de agujero, de la me-
táfora coital. Por ello Laura debe abrirla para que penetre por ella el agua inseminadora.
Figura 62 Figura 63
Figura 64 Figura 65
Figura 66 Figura 67
Figura 68 Figura 69
Figura 70 Figura 71
Figura 72 Figura 73
Los amantes no pueden retener por más tiempo el impulso sexual que los domina
y corren a reunirse en el centro del puente. El río que antes los había enemistado por no
admitir Laura la pertenencia del agua al género masculino y pretender usurpar ese rol
sexual, los une ahora con su fuerza primitiva. Tras numerosas fluctuaciones entre los dos
ejes que han vertebrado la narración, el deseo y la pasión doblegan al deber de la susti-
tución, o al menos lo transfiguran, puesto que se puede decir que finalmente Laura sí su-
cede a su madre, no en su labor de patriarca lleno de orgullo y rencor como pretendía
Teresa, sino en su amor hacia un hombre perteneciente a la familia Alzaga que el destino
había malogrado en el pasado.
Este segundo encuentro de los amantes sobre el puente repite la puesta en escena
simétrica y especular del primero, aunque con un significado radicalmente opuesto. Enrique
y Laura ya no están como en aquella ocasión arropados ni amenazados por la presencia
de sus empleados arma en ristre. Todo elemento superfluo ha sido depurado y son única-
mente un hombre y una mujer frente a frente. El montaje alterna una vez más el avance
de uno y otro a través del puente en enfático y solemne contrapicado (figs. 65-69): Enrique
haciendo gala de sus atributos masculinos (merced a la composición y la iluminación lateral
de la figura 66) y Laura ofreciendo asimismo su feminidad (situada justo tras las vigas
cruzadas en forma de V, fig. 69). Si en aquella secuencia previa hombre y mujer no llega-
ban a reunirse en el encuadre, ahora apartarán al unísono los maderos que delimitaban
las propiedades de uno y otro (fig. 70) para materializar la fusión final (fig. 71).
La riada constituye una ilustrativa evocación de la eyaculación correspondiente al
orgasmo masculino (fig. 72). Tanto en Un hombre va por el camino como en Orgullo hom-
bre y mujer experimentan el gozo culminante de la unión carnal en diferentes momentos.
Primero lo sienten las mujeres, reflejado en ambos casos en sus rostros extasiados mi-
rando a un fuera de campo más allá del cuadro. Después, los hombres, mediante la me-
táfora de los granos de trigo aventados en el primer caso, y la del río desbordado en el
otro, instante definitivo en que la relación se ha consumado y la pareja ha quedado indi-
solublemente conformada.
La fuerza del río fertiliza la tierra yerma por la sequía y destruye con la fuerza de
un diluvio las barreras ancestrales representadas por las estacas y el puente. Enrique y
Laura se alejan como dos siluetas en el crepúsculo (fig. 73), y cruzan abrazados la misma
tierra por la que Laura corría sola tiempo atrás (fig. 38). El ciclo maldito se ha roto, el
agua purificadora ha limpiado, como lo hizo en el desenlace de Un hombre va por el ca-
mino, las heridas del pasado. Laura y Enrique están preparados para formar una nueva
familia, una nueva comunidad entre las dos haciendas antaño enemigas:
Casi todas las tradiciones de diluvios van vinculadas a la idea de una reabsorción
de la humanidad en el agua y a la instauración de una nueva era, con una nueva
humanidad. Todas ellas denuncian, pues, una concepción cíclica del cosmos y
de la historia: una época queda abolida por la catástrofe y empieza una nueva
era, regida por hombres nuevos.647
647. ELIADE, Mircea, Tratado de historia de las religiones, op. cit., p.220.
Laura y Enrique, y Julia y Luis encarnan con sus respectivos itinerarios la concep-
ción de esa pasión mítico-creadora que Mur Oti construye en el primer binomio de su te-
tralogía cosmogónica. Condenados y Fedra, películas que voy a analizar a continuación,
constituyen el reverso negativo de esa pasión. En ella los ejes que habían vertebrado los
dos relatos precedentes, la sustitución y el deseo, ya no fluyen paralelos hasta fundirse
(Un hombre va por el camino), ni pelean para imponerse uno al otro (Orgullo). En la pa-
sión mítico-destructiva escenificada en estos filmes la fuerza del destino que rige las vo-
luntades de los personajes se exacerba hasta el límite, impidiéndoles una evolución
psicológica similar a la que experimentan Laura, Luis o Julia. La sustitución (presente es-
pecialmente en Condenados) y el deseo no funcionan ya como ejes rectores, sino que se
imbrican en una espiral obsesiva de la que es imposible huir.
Las protagonistas del binomio de la pasión destructiva no avanzan en ninguna di-
rección, y se encuentran atrapadas por obsesiones propias o ajenas. Esas obsesiones
están a su vez gobernadas por un deseo eminente y explícitamente sexual, en cuya re-
presentación cobra especial preponderancia la gestión de la mirada mediante singulares
estrategias formales que, por su reiteración y las responsabilidades simbólicas de primer
orden que contraen, se revelan como características de un estilo Mur Oti.
648. GONZÁLEZ REQUENA, Jesús, “Apuntes para una historia de lo rural en el cine español”, en
VV.AA., El campo en el cine español, op. cit., p.20.
Finalmente, la última y esencial modificación que Mur Oti lleva a cabo afecta al
sentido dramático y moral del conflicto triangular que se desarrolla en la obra teatral. En
ella Suárez Carreño reproduce el concepto de honor heredado de la dramaturgia de Cal-
derón de la Barca, fundamento argumental y moral de los dramas rurales (tanto literarios
como cinematográficos) de las décadas anteriores (incluido el periodo republicano), según
el cual la mujer es siempre depositaria del honor de su familia, y cualquier mácula en
dicha honra debido a un comportamiento inapropiado o inmoral por parte de la mujer
(comportamiento que siempre lleva adherido algún componente sexual) debe ser sancio-
nado con arreglo a la moral religiosa.
La condena que pesa sobre el José creado por Suárez Carreño es su incapacidad
para hacer frente a unos celos patológicos y a la terrible culpa que lo embarga por el
crimen cometido. Las murmuraciones y presiones de la gente del pueblo, su progresiva
afición por el alcohol, la desconfianza y la envidia que Juan despierta en él y la relación
de amor-odio que mantiene con su esposa lo empujan a una paulatina degradación
moral que parece obligarlo a ser “muerto o matador”, como le augura la madre de su
anterior víctima (“al que mata a un humano le sigue la muerte como un perro sin des-
canso”).649 La condena que atenaza a su esposa, en cambio, es su honra. José busca
obsesivamente la complicidad de Aurelia en la culpa que lo corroe y la acusa reiterada-
mente de adulterio para justificar sus infundados celos: “esta es la verdad de tu fondo
de mujer infame, de hembra blanda que no sabe guardar su honra y el decoro de mi
casa”.650 Ella proclama la limpieza de su honor sin vacilar (“no la hay más honrada. No
hay mujer con el cuerpo más limpio que yo. Puedes mirarme a los ojos y matarme si no
están en inocencia”)651, pero mientras corre para evitar que los dos hombres se maten
debe convencerse a sí misma de que “no puedo querer a Juan. No puedo quererle […].
Es a José, a mi marido, a quien tengo que querer. A quien quiero. Aunque él no lo crea;
aunque no lo crea yo misma”.652 Esa “obligación” de “querer” que le viene socialmente
impuesta como una carga, la llevará a empuñar un arma contra aquel que solo la había
mancillado con un amor silencioso.
Mur Oti extirpa de su película este castrante concepto de honor que, arraigado en
las costumbres y deberes sociales, conduce a Aurelia a condenarse a sí misma y
para la mentalidad primitiva y arcaica todos los trances de la vida están dotados
de sacralidad. Esos trances son en último análisis tres: vivir, engendrar y morir.
Están íntimamente compenetrados entre sí y hallan su expresión en el sentido
misterioso de la sangre (vida), el sentido misterioso de la muerte y el sentido
misterioso de la fecundidad.658
El crítico Ángel Álvarez de Miranda analiza la poética de Lorca sobre esos tres temas
que él considera basilares en su obra y que constituyen a su vez el fundamento de las
creencias religiosas arcaicas y mistéricas de tipo naturalista. En sus palabras, el poeta “ha
sido capaz de coincidir en todo lo esencial con los temas, motivos y mitos de antiguas re-
ligiones. Esa coincidencia se debe a que ambos fenómenos, el poético y el religioso, brotan
de un mismo coherente sistema de intuiciones sobre la sacralidad de la vida orgánica”.659
Luis Rosales, amigo íntimo de Federico y profundo conocedor de su obra, ahonda
en esta idea cuando afirma que “en Lorca la materia, los temas, son muy básicos, primi-
tivos y sentidos, o sea pre-intelectuales. Luego la elaboración artística es muy trabajada.
El mundo de Lorca es griego en el sentido de que el hombre no puede controlar su sino:
es una primitiva y miedosa negación de la libertad”.660 No hay, pues, culpa, ni pecado, ni
justificación psicológica, moral o racional para los actos, casi siempre sangrientos, que
cometen sus personajes trágicos.
Esos misterios de la vida, la fecundidad y la muerte mencionados por Álvarez de
Miranda, y pertenecientes a un mundo prelógico anterior a la influencia del racionalismo
y el cristianismo, son también los pilares que sustentan el drama que se desarrolla en
Condenados y están inevitablemente condicionados por el signo de la fatalidad. Aurelia,
Juan y José obedecen, cual personajes lorquianos, a instintos y fuerzas elementales im-
posibles de esquivar. No se puede tratar de explicar el comportamiento del trío protago-
nista en términos psicológicos ni conscientemente morales, porque no son trasuntos de
individuos humanos, sino marionetas que presentan conductas energuménicas e irrefle-
xivas que responden a fuerzas mucho más míticas que la lógica racional. Cada uno de
ellos está arrasado por una pasión patológica que instiga todas sus actuaciones: la de
Juan es la libido que corre como sangre por sus venas (la vida), la de José los celos (la
muerte) y la de Aurelia la búsqueda y obtención del macho (la fecundidad). Tres pasiones
imbricadas, que afectan a su vez a los otros personajes que conforman el triángulo y en-
tretejen los hilos que conducen a la tragedia.
Nos acercamos así al auténtico nudo temático de la versión murotiana de Conde-
nados. Una vez más González Requena da en el clavo cuando afirma que la película “con-
sigue crear unos prototipos fílmicos del hombre y la mujer castellanos cuya masculinidad
y feminidad impregnan épicamente el universo que habitan y los espacios y las tareas
que realizan (el campo, la casa, el molino, la escopeta, el arado, la siega…)”.661 En efecto,
Condenados no es en última instancia una película acerca de la honra o el matrimonio,
sino un canto a la feminidad y la masculinidad en su vertiente más primitiva, un retrato
mítico de la naturaleza orgánica del hombre y la mujer apoyado en el referente simbólico
del mundo agrario.
La virilidad viene marcada y definida por la propiedad que el hombre ostenta sobre
la tierra, las bestias y la mujer, y por su capacidad para labrarla y sacar producto de ella.
Juan lo explicita muy claramente en cuanto pisa la casa de Aurelia y observa la situación
de la finca: “hay tres cosas que un hombre que lo sea no abandona jamás: la escopeta,
el caballo y la mujer”. El estado deplorable de los tres elementos al inicio del filme (dos
de ellos, la escopeta y el caballo, eminentemente fálicos) demuestran que allí no hay
ha interiorizado y asumido hasta tal punto las creencias a la vez morales, reli-
giosas y sociales que le han inculcado sus padres, su educación y el ambiente
rural en el que vive que ni siquiera se plantea conscientemente la posibilidad
de engañar a su marido, en ausencia de este, ni, menos todavía, de abandonar
a José, cuando vuelve, y fugarse con Juan.662
Marías apela, pues, al concepto de honor calderoniano al afirmar que Aurelia mata
a Juan para no caer en la tentación “pecaminosamente atractiva” de huir con él, “sacrifi-
cándolo todo al buen nombre, a las buenas costumbres y a la indisolubilidad de los lazos
matrimoniales que la atan para toda la vida, a ese hombre con el que nada parece tener
en común y al que solo le unen el deber conyugal y la costumbre”.663
Ese es, como se ha expuesto anteriormente, el retrato de la Aurelia salida de la
pluma de José Suárez Carreño, pero no exactamente el de la mujer encarnada por Aurora
Bautista en el filme de Mur Oti. La moral que empuja a la Aurelia murotiana a matar al
hombre que la desea para salvar a su marido no procede de una imposición social ni re-
ligiosa (de hecho, vive aislada del resto de la sociedad), se trata de un sentimiento mucho
662. MARÍAS, Miguel, Manuel Mur Oti. Las raíces del drama / As raízes do drama, op. cit., p.104.
663. Ib.
más profundo y primitivo, más próximo, en definitiva, al sentido moral que Federico García
Lorca imbuyó a su inolvidable Yerma. La protagonista del poema trágico lorquiano, obse-
sionada por su deseo continuamente frustrado de ser madre, rechaza sin embargo las
conminaciones de una de las viejas del pueblo para ser fecundada por el pastor Víctor,
dechado de masculinidad (“su voz parece un chorro de agua que te llena toda la boca”)
en contraposición al “carácter seco” de su esposo, cuya esterilidad asoma como una som-
bra que jamás llega a concretarse. Para Yerma, al igual que para Aurelia,
664. GIL, Ildefonso-Manuel (ed.), Yerma (GARCÍA LORCA, Federico), Madrid: Cátedra, 2006,
p.22. Resulta francamente curioso que fuera precisamente Aurora Bautista, protagonista de Con-
denados, la encargada de encarnar a Yerma en el Teatro Eslava de Madrid en la temporada 1960-
61, cuando la obra se representó de nuevo por primera vez tras muchos años de prohibición.
665. Ib., p.21.
Figura 1
Figura 2 Figura 3
Figura 4 Figura 4A
Figura 5 Figura 5A
669. ZUNZUNEGUI, Santos, “Identificación de un cineasta. Lugar de Manuel Mur Oti en el cine
español”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PERUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel
Mur Oti, op. cit., p.30.
670. MUR OTI, Manuel, Condenados, guión cinematográfico, 1953 (depositado en la Biblioteca
Nacional). El guión conservado carece de la habitual división en planos o secuencias, y más pa-
rece un relato literario con sucintas observaciones técnicas que un auténtico guión cinemato-
gráfico.
671. ZUNZUNEGUI, Santos, “Identificación de un cineasta. Lugar de Manuel Mur Oti en el cine
español”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PERUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel
Mur Oti, op. cit., p.31.
672. Los gestos de Aurora Bautista evocan, manteniendo las distancias, a los de Greta Garbo en
La reina Cristina de Suecia (Queen Christina, Rouben Mamoulian, 1933), cuando Cristina, tras
su primera noche de pasión con Antonio (John Gilbert), se pasea lentamente por la alcoba de la
posada acariciando diferentes elementos del mobiliario. La secuencia, de enorme erotismo, fue
rodada con un metrónomo para que los sensuales movimientos de la Garbo, que revelan la plena
satisfacción sexual de la protagonista, coincidieran exactamente con la cadencia de la música
de Herbert Stothart. Aurora Bautista también parece ajustar su penoso caminar al ritmo que
marcan las tristes notas de Claro de luna (especialmente en el ascenso por la escalera), sin em-
bargo, el significado de su caricia es radicalmente opuesto al de la película de Mamoulian, ya
que lo que ese gesto deja traslucir es precisamente una desoladora frustración sexual.
673. Recordemos que esa era también la posición, y el punto de vista, que correspondían a En-
rique y Teresa en Un hombre va por el camino y Orgullo respectivamente, en su calidad de per-
hay hombre que cumpla su cometido. Para demostrar su hombría y reivindicar un lugar
en la casa de Aurelia quita la herradura estropeada al caballo, revisa el estado de la es-
copeta y, desde luego, se encarga de colmar a la mujer arando esa tierra que lleva un
año esperando la llegada de alguien que la holle.
La puesta en escena y planificación de tan trascendental y simbólico momento es
similar al que habíamos presenciado, con idéntico significado metafórico-sexual, en Un
hombre va por el camino. La mujer muestra al hombre el terruño que hay que labrar (fig.
6), ambos se santiguan ante la solemnidad del que acto que van a acometer676 y el hom-
bre, empujando el arado tirado por las bestias (fig. 7), hace que la cuchilla penetre en
esa tierra seca (fig. 8) sobre la que se yergue como emanación directa la mujer (figs. 9
y 9A). Una mujer que lo mira extasiada y en pleno orgasmo gracias al recién recuperado
vigor masculino (fig. 10).
Figura 6
676. El vagabundo Luis también se descubría la cabeza en señal de respeto antes de comenzar
a arar la tierra virgen. Mircea Eliade explica que en las civilizaciones en las que se cree en la so-
lidaridad mística entre la fecundidad de la tierra y la fuerza creadora de la mujer el trabajo agrí-
cola se presenta como un ritual ante el que es preciso observar ciertos gestos: “antes de
empezar la siembra, como antes de empezar la recolección, el labrador tiene que haberse lavado,
bañado, vestido una camisa nueva, etc. Se realiza toda una serie idéntica de gestos rituales al
comenzar la siembra y al comenzar la recolección. No es una coincidencia fortuita: es que la
siembra y la recolección marcan los momentos culminantes del drama agrario” (ELIADE, Mircea,
Tratado de historia de las religiones, op. cit., p.338).
677. Conviene advertir que el orden de los planos, tal como los presento aquí, no se corresponde
exactamente con el del montaje de las dos películas. He dispuesto las figuras de esta manera
con el único objeto de hacer visibles las similitudes entre determinadas composiciones contenidas
en ambas escenas.
Figura 7
Figura 8
Figura 9
Figura 9A
Figura 10
A pesar de las evidentes semejanzas entre ambas secuencias, Mur Oti demuestra
en Condenados haber madurado en su pericia técnica, puesto que esta segunda versión
de la metáfora del coito a través del arado presenta una mayor complejidad y variedad
de planos. La combinación entre los planos cortos del hombre y la mujer, y los grandes
planos generales tomados en picado propicia el perfecto equilibrio entre la tensión de la
actividad física que afecta a los cuerpos, y el valor mítico del surco que se abre en la lla-
nura. Además de generar un movimiento telescópico, creado por la variación de la dis-
tancia del punto de vista, que simboliza el vaivén del coito.
Figura 11 Figura 12
Figura 13 Figura 14
Figura 15 Figura 16
678. PAGLIA, Camille, Sexual personae. Arte y decadencia desde Nefertiti a Emily Dickinson,
op. cit., p.42.
679. En el guión original, a la llegada de Juan le seguían dos secuencias en las que el arado era
protagonista. La primera se desarrollaba de manera bastante similar a la representada en la pe-
lícula, sin embargo, a tenor de las descripciones recogidas en el guión, era la segunda la que
contenía mayor carga dramática, y donde Mur Oti dejaba traslucir abiertamente el significado
de los tres elementos centrales en la relación ama-mozo: la tierra, el arado y el molino. Juan
vuelve del campo a la noche y le dice a Aurelia que se ha equivocado en sus previsiones iniciales
y que tendrán que cultivar las viñas o el trigo, no los dos a la vez. Ella se decepciona porque
había comprado lona para el molino y Juan se ofende, así que sale en mitad de la noche, a pesar
de la violencia del viento, a seguir arando los trigales. Aurelia, “hecha estatua oscura dentro de
la noche iluminada por la luna” y envuelta en llanto, lo mira emocionada: “le ve alejarse solo,
en la distancia, sobre la ancha llanura en la que se alza el molino, gigantesco bajo la luna. Le
ve, y sin doblar el cuerpo apenas, coge del suelo un puñado de tierra y lo besa. Resbala la parda
materia contra su cara, y quedan en la boca, pegados a la parda materia que ha humedecido el
llanto, unos grumos oscuros de la eterna madre del mundo. Detrás de ella está el molino, dor-
mido en la esperanza” (la cursiva es mía). En esa labor de síntesis y depuración de un guión de-
masiado literario que habíamos advertido en la puesta en escena del prólogo, Mur Oti unifica
finalmente los elementos de ambas secuencias en una sola, sin traicionar el valor ni el poder vi-
sual de las metáforas correspondientes a la mujer (tierra y molino) y el hombre (el arado) que
en el guión quizá se reflejaban con excesiva obviedad.
tino, lo que acarreará a todos graves consecuencias. Esta obsesión del gañán se repre-
senta por primera vez en el molino (que Juan ha vuelto a poner en marcha a petición de
Aurelia tras un largo letargo), y se refrenda después en la taberna, única escena, junto a
la de la iglesia, que tiene lugar en el pueblo. Pero vayamos por partes.
Figura 17 Figura 18
Figura 21 Figura 22
Figura 24 Figura 25
680. Esa es la definición que proponía en su artículo promocional el reportero de la revista Primer
Plano desplazado a Argamasilla de Alba para cubrir el rodaje de la película. Sin duda, un claro
eufemismo que no llega a enmascarar el aspecto evidentemente fálico del molino (Primer Plano,
nº 669, 9 de agosto de 1953).
681. PAGLIA, Camille, Sexual personae. Arte y decadencia desde Nefertiti a Emily Dickinson,
op. cit., p.36.
682. ZUNZUNEGUI, Santos, “Identificación de un cineasta. Lugar de Manuel Mur Oti en el cine
español”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PERUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel
Mur Oti, op. cit., p.30.
683. AROCENA, Carmen, “Las mujeres de Manuel”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PE-
RUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit.
espectador en virtud de los preceptos de la teoría fílmica feminista canonizados por Laura
Mulvey.684 La analista americana Susan Martin-Márquez considera que la película cons-
truye un discurso extremadamente misógino al fundamentar el deseo en nociones de di-
ferencia sexual tan radicalmente esencialistas y retrógradas, puesto que “Aurelia functions
in this film exclusively as sexual object, never as sexual subject. Constrained by her mar-
riage vows, she is unable to express any desire for Juan, who resorts to seeking out visual
pleasure through her objectification; the camera consistently adopts his gaze, repeatedly
focusing on fetishized fragments of Aurelia´s body”.685
En efecto, Aurelia se erige en objeto de deseo continuo tanto de su marido como
del mozo. Su esposo, al que corresponde la mirada dominante desde lo alto, mató a otro
hombre porque había mirado a su mujer, a pesar de tener constancia de que el adulterio
no se había materializado. El mozo también la desea, pero él la mira desde el pie de la
escalera porque en esa relación es Aurelia la que domina (más aún en un lugar como el
molino, dado el valor simbólico que le hemos atribuido). Y domina no solo porque según
las reglas económico-sociales ella es el ama y Juan el siervo, sino porque el deseo que el
hombre siente por el cuerpo de la mujer, un cuerpo que la puesta en escena coloca ante
su mirada “intensa” (como la califica Mur Oti en su guión), gobernará a partir de este mo-
mento todos los actos del mozo.
Juan ha quedado atrapado por el poder de seducción que Aurelia, involuntariamente,
ha ejercido sobre él. La estrategia del cineasta para dar forma visual a la fuerza arrolladora
del destino y de esa obsesión por la mujer es, como en las dos películas precedentes, la
cámara subjetiva fallada. En un texto fílmico que fundamenta su puesta en escena en la
articulación del punto de vista, no hay forma más efectiva de mostrar la pérdida de voluntad
del personaje que arrebatarle la mirada hacia el objeto que concita su libido.
La figura de Juan entra dos veces en el campo de lo que parece el contraplano de
su mirada, dirigida al contrapicado de Aurelia que asciende por las escaleras. Así lo de-
muestra la relación entre las figuras que van de la 18A a la 19A, y posteriormente de la
21 a la 22A). De hecho, tan solo las figuras 20 y 21 obedecen a la construcción cinema-
tográfica clásica de plano-contraplano que, según la teoría feminista, otorga al hombre la
posesión de la mirada y del placer visual.
Juan está inevitablemente atrapado por el influjo de Aurelia. Cuando a la mujer se
le cae inadvertidamente la peineta del cabello, el criado la recoge y mira de nuevo arriba,
al lugar en que debe encontrarse el ama (fig. 23). Está tentado de devolverle el objeto,
pero el deseo que le embarga es demasiado fuerte y decide guardárselo como un fetiche
que acabará desencadenando la tragedia. Incluso en la parte superior del molino, y aun-
que la figura de Aurelia no sea claramente exhibida a la mirada del espectador desde el
punto de vista de Juan, el deseo del mozo es manifiestamente visible (fig. 24), así como
la posición dominante de Aurelia, ubicada casi siempre en primer término de la composi-
ción o en una situación elevada respecto al hombre (fig. 25).
Este sometimiento de Juan a una fuerza irracional que aquí se apunta aún tímida-
mente, adquiere todo su significado en la siguiente secuencia. Necesitado de manos que
le ayuden en la siega y más tarde en la vendimia, Juan comunica a Aurelia su intención
de bajar al pueblo a reclutar hombres para tales labores. Aurelia le advierte de que en el
pueblo no hay hombres, “los hay para hablar, para murmurar y levantar calumnias, pero
no para trabajar”. Aun así Juan se encamina hacia la taberna del pueblo donde le aguarda,
agazapado tras una puerta, su destino.
Figura 26 Figura 27
Figura 28 Figura 29
Figura 30 Figura 31
Figura 32 Figura 33
Figura 33A
686. Gómez Tello consideró “desafortunada la utilización de la música de Beethoven para inter-
pretar el paisaje manchego” (Primer Plano, nº 684, 22 de noviembre de 1953), y José Mª Picó
Junqueras escribió en su crítica para la revista Imágenes que “en muchos momentos la música
alcanza mucha más preponderancia que la acción, y en todo caso, existe escasa relación entre
una y otra” (nº 122, febrero de 1954). Más cercano a nuestros días, Augusto Martínez Torres
juzga a Condenados como una de las mejores películas de Mur Oti “a pesar de una siempre ex-
cesiva e inapropiada música de Ludwig van Beethoven que se despega de las imágenes y las
enfatiza de manera innecesaria” (MARTÍNEZ TORRES, Augusto, Diccionario Espasa. Cine Español,
Madrid: Espasa Calpe, 1999, p.209). Quizá el empleo de la música beethoviana no siempre sea
apropiado a lo largo de la película, sin embargo, en ciertos fragmentos como este que nos ocupa
es indudable que el engarce entre música e imágenes apoya y enriquece el valor semántico de
la escena, no en vano la famosa Quinta es también significativamente conocida como La Sinfonía
del Destino o La llamada del Destino.
En efecto, en el pueblo no hay hombres. En ese lugar, solo existe un hombre que
haya osado mirar a Aurelia y haya tocado, arado y fecundado con su sudor las tierras del
ama. Solo hay un varón que se haya comportado como tal, que haya acometido las labores
correspondientes al macho: él mismo. Y precisamente por esa razón su destino solo puede
ser uno, la muerte, que ya está tocando a la puerta al son de la sinfonía de Beethoven.
Juan ha aceptado su sino y buscará hombres para la siega en otras poblaciones
donde no conocen la historia de Aurelia y José. Consigue al fin traerlos y la cosecha, el
fruto de su labor de fecundación, es recogida. La finca está en mejores condiciones que
cuando el amo estaba allí, y Juan, incapaz de sustraerse a la pasión que Aurelia suscita
en él, se siente ya con pleno derecho de ocupar su puesto. Es el momento de que en el
apogeo de la recogida, el macho disfrute de su orgasmo, que como en las otras dos pe-
lículas tiene lugar algo más tarde que el de la mujer, en el momento en que el hombre
asume por fin su inevitable lugar junto a la protagonista femenina. La eyaculación de
Juan se representa (como en el caso de Luis) mediante los granos de trigo que vuelan
por los aires esparcidos por él mismo, en una acción enfatizada por el avance de la cámara
aproximándose en travelling al plano detalle del líquido seminal (fig. 34B). Juan sella así
lo que para él será la indisoluble unión con Aurelia, a pesar de que en realidad ella no lo
ha aceptado socialmente como pareja, y la unión se ha consumado solo en un sentido fi-
gurado o metafórico.
Figura 34B
ANATOMÍA DE UN CINEASTA PASIONAL
Figura 35 Figura 36
687. AROCENA, Carmen, “Las mujeres de Manuel”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PE-
RUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit., p.104.
Figura 36A
Otro tanto sucede en la secuencia del arado, en la que, si bien hemos dicho que la
mujer experimenta un orgasmo provocado por la labor de fecundación del hombre, ella
no llega a mirar con deseo al macho que la está inseminando, ni siquiera en aquellos pla-
nos en que su mirada es subrayada (fig. 37), puesto que el cuerpo femenino siempre se
hace presente en el aparente contracampo subsiguiente (fig. 38A).
Figura 37 Figura 38
Figura 38A
ANATOMÍA DE UN CINEASTA PASIONAL
688. AROCENA, Carmen, “Las mujeres de Manuel”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PE-
RUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit., p.104.
689. Ib.
Figura 39 Figura 40
que te he visto ahora mismo, en este momento, antes que los ojos de nadie hayan podido
mirarte” o “te miro así porque eres mía como lo son estas tierras, y nadie puede miraros
ni a ellas ni a ti como lo hago yo”. Esa posesión construida en torno al deseo escópico se
representa fílmicamente a través de la posición dominante de José en estas tres secuen-
cias que comparte con Aurelia, especialmente en la segunda y tercera, que arrancan en
la escalera (figs. 42-46).
Figura 42 Figura 43
Figura 44 Figura 45
Figura 46
ANATOMÍA DE UN CINEASTA PASIONAL
La confirmación del punto de vista elevado del amo, que se había anticipado en la
secuencia del prólogo, invierte con rotunda evidencia la lógica de las miradas entre el
mozo y el ama en la escalera del molino. Es más, la obsesión violenta que el recién llegado
José muestra por conservar esa posición respecto a su mujer revaloriza la potencia, visual
y semántica, de aquellos planos que mostraban con palmaria nitidez la descarada osadía
del mozo, y que a la luz del comportamiento del esposo empiezan a cobrar visos de sen-
tencia de muerte para el joven.
Ante este contundente juego de miradas que se despliega en torno a ella, Aurelia
“se convierte en la incitadora del deseo conyugal y ofrece únicamente a José la posibilidad
de mirarla ya que él es su propietario legal”.690 Sin embargo, no lo hace de manera “re-
signada” como apunta Arocena, sino muy al contrario, consciente y encantada.
El plano que abre la primera de las secuencias entre José y Aurelia en el dormitorio
conyugal no es solo una señal del deseo del hombre, sino también del de la mujer. Origi-
nalmente, y según el guión, la secuencia debía comenzar con la visión del campo desde
una ventana abierta. La cámara retrocedía en travelling hasta mostrar un primerísimo
primer plano de José mirando algo. “Ve así a su mujer y en su rostro, toda la bárbara pa-
sión que por él siente arde violenta”.691 A pesar de que la escena se iniciaba con la mirada
del hombre, estas palabras evidencian que lo que Mur Oti busca representar mediante
esos planos es realmente el deseo de la mujer.
690. AROCENA, Carmen, “Las mujeres de Manuel”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PE-
RUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit., p.103.
691. MUR OTI, Manuel, Condenados, guión cinematográfico, 1953.
esa tendencia, Mur Oti invierte el orden de aparición previsto para los personajes y arranca
la secuencia con el plano de Aurelia mirando a un fuera de campo en el que se encuentra
José, presente solo a través de sus palabras en off . “¿No duermes?” pregunta ella. “No”.
“¿Y qué haces?”, “mirarte”, contesta él (fig. 47). El hombre la mira, desde luego, pero no
desde el punto de vista de la cámara, que se desplaza sin corte dentro del mismo plano
para reencuadrar al matrimonio (fig. 47A). De modo que el deseo de José se manifiesta
aquí solo verbalmente (“¿qué haces?”, “mirarte”), dado que lo que la cámara subraya en
este plano no es la imagen de la mujer exhibida ante sus ojos, sino la mirada de la propia
Aurelia, dirigida en un prolongadísimo plano sin contracampo (fig. 47) a un lugar situado
más allá de los márgenes del cuadro, al lugar donde se encuentra su esposo.
De manera que, en contra de lo que habitualmente se ha afirmado, Aurelia también
es una mujer cargada de deseo por su marido. El hecho de que la estructura plano-con-
traplano le sea habitualmente negada no implica, como manifestábamos en el análisis de
Un hombre va por el camino, la negación completa del deseo. Es más, si echamos un vis-
tazo a las imágenes que conforman la primera secuencia entre los cónyuges observare-
mos que Aurelia adopta en más de una ocasión una posición dominante sobre su esposo,
mirándolo directamente (figs. 48, 49 y 51), y lo que es más importante, obligándolo a
mirarla (fig. 50).
Figura 48 Figura 49
Figura 50
ANATOMÍA DE UN CINEASTA PASIONAL
Esta conducta de Aurelia se debe a que José rehuye repetidas veces su mirada,
gesto sintomático en un hombre que cifra la posesión de la mujer en el derecho a mirarla.
Cometió el asesinato que le costó la cárcel a causa de los celos, y esos celos destructivos
proceden de la inseguridad que alberga acerca de su propia virilidad, de su capacidad
para colmar a una mujer que a su vuelta está más bella que antes y en plenitud carnal.
Hemos dicho que Condenados es un relato cosmogónico acerca del acto creador
de la humanidad, un relato sobre la masculinidad y la feminidad genuinas que no tiene
resultado feliz porque, ante la imposibilidad de materializar la relación sexual con dos va-
rones, la mujer debe escoger a uno solo. Y Aurelia, hembra fértil por excelencia, elige
equivocadamente. Hasta ahora Juan ha sido el único que ha demostrado su hombría ha-
ciendo tambalear continuamente la condición masculina de José. Aurelia está plena, pero
esa plenitud con la que se exhibe ante su esposo, y que solo desea entregarle a él, se la
ha otorgado un hombre que no es su marido. Un hombre que también la ha mirado y que
ha hecho exaltación de su propia masculinidad relegando las anteriores capacidades de
José. Un hombre cuya sombra se cierne en esta escena sobre el matrimonio a través del
sonido en fuera de campo.
Figura 51A
Figura 51
Figura 52 Figura 53
Tras disfrutar de la primera noche de pasión juntos Aurelia se inclina sobre el rostro
de su marido para besarlo, cuando de pronto el relincho de un caballo interrumpe el gesto.
El sonido del animal, símbolo inequívocamente viril, aparecerá a partir de este momento
ligado al mozo, encargado de las bestias que tiran del arado. José aparta la mirada de
Aurelia (fig. 51), sorprendido de que esta haya podido conservar los animales. Ella se en-
camina hacia el espejo para arreglarse el pelo mientras le habla del inmenso trabajo que
Juan ha llevado a cabo para que la finca florezca como nunca.
Durante su estancia en prisión José no ha tenido noticia de la contratación del
criado y esto enciende la alarma de sus celos, que aguardan latentes un mínimo indicio
de infelidad para estallar de nuevo. Mira desde la cama a Aurelia (fig. 51A). El contra-
campo de su mirada muestra a su mujer, que se exhibe ante él en todo su esplendor,
desdoblada por el reflejo del espejo mientras habla de Juan (fig. 52).
Aurelia está plena, como sus tierras, y quiere ofrecer esa plenitud a la mirada de
su pareja recién llegada. Sin embargo, a pesar de que el plano corresponde al punto de
vista de José, la imagen femenina aparece doblemente exhibida en la superficie especular,
no en vano ese cuerpo deseable ha sido objeto de la mirada de dos hombres que van a
pelear por poseerla. Para complicar aún más el juego de miradas, el siguiente plano to-
davía nos devuelve el reflejo de la mujer, aunque esta vez desde su propio punto de vista
(fig. 53). El espejo se convierte de nuevo en encrucijada de miradas y contenedor del
deseo femenino recogiendo la efigie de una mujer mirada pero que también mira, mujer
deseada y mujer que desea.692
Es sumamente significativo que Aurelia aproveche este momento para hablar a su
marido sobre Juan, puesto que el espejo revela perfectamente el estatuto dual de la pro-
tagonista ante esa doble mirada masculina. Aurelia es por una parte una mujer de carne
y hueso, y por otra una imagen, un vago reflejo intangible en una superficie plana. Y a
cada uno de esos hombres le corresponde una de las dos facetas de la mujer. Al mozo
Juan solo le puede pertenecer el reflejo de Aurelia, una imagen inconsistente, una mujer
a la que solo podrá mirar, nunca poseer (o solo la poseerá de manera interpuesta), porque
el cuerpo de carne y hueso, la mujer real que se exhibe a la mirada y que, a su vez, mira
al espejo como sujeto deseante pertenece únicamente a José, que ejerciendo su derecho
de esposo la acaba de poseer físicamente. Y lo ha hecho desde luego con el beneplácito
de la propia Aurelia, que se muestra ante sus ojos instigando su deseo.
A diferencia de lo que ocurría con el gañán, Aurelia mira y desea ser mirada por su
esposo porque él fue el primer hombre que posó sus ojos sobre ella en la fundamental
secuencia de arranque. De modo que cuando José le pide a Aurelia que le ayude a “creer
que te he visto ahora mismo, en este momento, antes que los ojos de nadie hayan podido
mirarte”, está en realidad poniendo en duda un derecho legítimo que le ha otorgado la
misma puesta en escena bajo la tutela del gran imaginador que mueve los hilos de sus
destinos. Aurelia lo ha aceptado sin reservas como objeto de su amor desde el inicio de
692. Pueden consultarse las reflexiones acerca del ambivalente juego de sentidos (objeto-sujeto)
que se construye en torno a las miradas dirigidas al espejo en el análisis correspondiente a la
secuencia 5 de Un hombre va por el camino.
Figura 56 Figura 57
Figura 59 Figura 60
**********
693. PAGLIA, Camille, Sexual personae. Arte y decadencia desde Nefertiti a Emily Dickinson,
op. cit., pp.51-52.
una carrera de cuadrigas un tanto sui generis se tratara), termina por aplastar los paté-
ticos restos de masculinidad que quedaban en José. Es el último indicio de que el mozo
ha tomado su puesto como macho del lugar. La determinación de librarse del criado es a
partir de este momento irrevocable.
Aurelia trata de ahuyentar las terribles ideas que rondan la cabeza de su marido
en la tercera secuencia que se desarrolla en el piso superior de la vivienda, concretamente
en lo alto de la escalera. Le propone destruir todas sus propiedades para marcharse juntos
de allí y, sobre todo, se ofrece una vez más a su mirada en un intento desesperado de
asegurar la posición dominante de su esposo y dejar clara su propia opción.
Figura 62 Figura 63
Abatido y herido en su virilidad, José no quiere mirar a Aurelia. Es ella la que debe
tomar su rostro entre las manos y obligarlo a contemplarla (fig. 62): “Mírame, José, mí-
rame si es que con la fuerza no has perdido también la hombría y dime quién eres tú
para olvidarte de que soy tuya, tuya por entero porque soy tu mujer”. José la mira enton-
ces con deseo (fig. 63), aunque el siguiente plano, enfocado en Aurelia, no adopta su
punto de vista (fig. 64). La mujer avanza acompañada por un travelling de retroceso que
permite la entrada del hombre en cuadro (fig. 64A). La cámara se mueve ostensiblemente
hacia Aurelia y abandona completamente a José (fig. 64B). El hombre queda de nuevo
en fuera de campo mientras Aurelia lo mira y se exhibe ante él, acariciando su rostro, su
pelo, su piel. Ella sabe que es su cuerpo lo que genera los celos de José, que otros puedan
mirar ese cuerpo, por eso pretende entregárselo por entero a él. Tras un larguísimo medio
minuto en el que la cámara se ha centrado exclusivamente en su exhibición (recordemos
que el plano no corresponde al punto de vista del marido), por fin se nos muestra el objeto
de la mirada de Aurelia, José (fig. 65). Y ahora es él quien ocupa una posición inferior
respecto a ella, dominado por la apasionada entrega de su mujer.
Aurelia remata su desesperada declaración de amor espetándole que no debe tener
celos de ella porque “tuyo es todo lo mío como es tuya tu alma. Y lo mismo que te dije
que arrasaras los campos, que mataras las bestias y que tiraras la casa piedra a piedra,
arrasa mi pelo, y arráncame la boca y quémame la carne para que no dudes más de mí.
Y sepas que debo quererte, que tengo que quererte y que te quiero porque soy tu mujer,
José, porque soy tu mujer, porque soy tu mujer” (fig. 66). Sus palabras revelan el grado
de masoquismo que alcanza la pasión irracional de Aurelia por su marido.694
Ambos se besan (fig. 66A). Al igual que en la secuencia anterior, la cámara cierra
plano sobre el rostro de la protagonista, expulsando del cuadro cualquier elemento ajeno
a la pareja, evitando que cualquier otra mirada pueda recaer sobre esa mujer que José
posee en exclusividad. Observamos el ardiente rostro de Aurelia durante quince segundos
hasta que el sonido de un caballo en off rompe inevitablemente el idilio entre la pareja.
El sonido procedente del fuera de campo quiebra de nuevo las barreras visuales, llegando
allá donde la mirada ajena, proscrita del cuadro, no alcanza.
Próximos como estamos al desenlace de la tragedia, volvamos de nuevo al inicio y
al riquísimo simbolismo de la poética de Lorca, en la cual el caballo significa una y otra
vez sexo y muerte. El caballo lorquiano representa la pasión masculina que ronda a la
mujer que debe reprimir sus instintos: se identifica con Leonardo en Bodas de sangre, y
694. Aunque ya se ha dicho en las páginas que abrían este análisis creo que llegados a este
punto es importante recalcar, que ese “deber” del que habla Aurelia no es un deber relacionado
con el honor ni con la observancia de la convención matrimonial en un sentido religioso o moral.
Se trata de un sentimiento más instintivo, más primitivo, relacionado con la naturaleza telúrica
de la propia Aurelia: ella es la tierra y la tierra es del marido, de manera que Aurelia pertenece
“materialmente” a José y no puede plantearse otra posibilidad más que amarlo. El desarrollo de
la historia, y sobre todo su representación fílmica, han dejado claro que no es la religión ni la
moral al uso lo que ha guiado en todo momento los actos del trío protagonista, que se ha man-
tenido aislado de cualquier contaminación social, sino un destino más fuerte que sus propias
voluntades que los lleva a tomar determinaciones que pueden resultar ilógicas o irreflexivas.
con Pepe el Romano en La casa de Bernarda Alba, donde la presencia del caballo fuera de
escena es, como aquí, puramente sonora. El resultado de esa lucha entre el deseo y la
represión depara indefectiblemente derramamiento de sangre. Juan también aparece aso-
ciado al caballo como fuerza sexual que ha inseminado a Aurelia, y por eso mismo acarrea
consigo la muerte. Aurelia y José se percatan de que Juan ha llegado a la casa precedido
por el repiqueteo de las herraduras en el patio (fig. 66B). “Mientras José anuncia la tra-
gedia (“Dios sabe que le espero”) la cámara se moverá lentamente hacia atrás, abriendo
el campo y con ello instaurando un hiato entre los personajes, hasta mostrar al hombre
y a la mujer uno a cada lado del encuadre. El filme se encamina hacia su dramático
final”695 (fig. 66C).
En efecto, Juan, al igual que Leonardo en Bodas de sangre, no va a poder contener
por más tiempo la fuerza de su deseo y va a tratar de arrebatar la mujer al amo aunque
sepa que ello puede costarle la vida. Como consecuencia de la rebelión del criado los dos
hombres se desafían y se encaminan a la calera para matarse por Aurelia.
La mujer corre tras Juan para evitar que mate a su marido, resultado fácilmente
predecible dadas las capacidades que uno y otro han mostrado. Mur Oti, que hasta el mo-
mento ha basado la puesta en forma de la película en la plasmación de un sincero amor
de Aurelia hacia José, elimina muy significativamente en esta última secuencia las pala-
bras que la protagonista femenina del drama original pronunciaba en su desesperada ca-
rrera, y que él mismo había incluido en su guión: “¡Dios mío, que no se maten! ¡Es mía
la culpa!... ¡Yo soy la culpable de esos celos que muerden a José… y de esa pasión de
Juan… Y no hice nada, Señor! ¡Tú sabes que no hice nada! Tú sabes que tengo que querer
a José!... Tu sabes que le quiero… ¡Sabes que le quiero porque es mi marido! ¡Porque es
el marido, Señor! ¡El marido que tú me diste, Señor! Que no se maten… Déjame llegar a
tiempo… A tiempo de salvarle… A tiempo de quererle… ¡Porque tengo que quererle,
Señor!... Aunque él no lo crea… ¡Aunque no lo crea yo misma! Tengo que quererle”.
Tales palabras en boca de la Aurelia encarnada por Aurora Bautista habrían resul-
tado de una completa incongruencia. Lo cierto es que desde el mismo instante en que
Aurelia corre tras Juan ya está predestinada a matar al mozo. A partir de la llegada del
amo ella ha intentado expulsar a Juan de su matrimonio, como ha delatado la planificación
de las tres secuencias que ha compartido con José. Pero la presencia del mozo siempre
se ha interpuesto procedente del espacio off de la pasión sexual, y dado que José ha dado
muestras de una más que cuestionable hombría será ella misma, suscitadora de esa pa-
sión ilegítima en el mozo, la que deba eliminar al elemento distorsionador. Una vez más
la representación de su mirada a través de una cámara subjetiva fallada dará prueba de
que es el destino el que la empuja a cometer acto tan atroz.
Aurelia llega al molino en su carrera en pos de Juan y lo llama desde lo alto diri-
giendo su mirada a la ladera (fig. 67). Vemos al hombre que desciende resuelto hacia la
calera desde el punto de vista elevado correspondiente a su posición (fig. 68). Sin em-
695. ZUNZUNEGUI, Santos, “Identificación de un cineasta. Lugar de Manuel Mur Oti en el cine
español”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PERUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel
Mur Oti, op. cit., p.35.
bargo, la figura enlutada de la mujer penetra inesperadamente por la derecha del cuadro
(fig. 68A).
Figura 68
Figura 67
para él. Ahora su mujer también tiene las manos manchadas, ahora ya están los dos en
igualdad, ya son condenados los dos.
El asesinato que comete Aurelia está más allá del trámite moral de castigar y con-
denar a la hembra devastadora para justificar las posibles inmoralidades que se hayan
sugerido en la película. Es un sacrificio mítico y, ante todo, una grandiosa y demoledora
prueba de amor de una mujer a su hombre.
**********
Destino, tragedia, muerte, deseo, mirada… son conceptos que convocaremos una
vez más en los próximos párrafos puesto que también encabezan las líneas rectoras del
entramado narrativo y fílmico que se teje en las imágenes de Fedra, siguiente y último
movimiento que cierra el cuarteto de la sinfonía cosmogónica de Mur Oti. Al igual que su
pareja en el binomio de la pasión destructiva, Fedra pone en pie un triángulo amoroso
sin salida que impide que la pasión entre hombre y mujer llegue a buen puerto, trazando,
como su homóloga Condenados, un complejo retrato de la masculinidad y feminidad esen-
ciales. En este último eslabón de la cadena cosmogónica Mur Oti invierte todas las con-
venciones narrativas que han conformado su universo para mostrar el deseo más
descarnado y explícito, pero también el más turbio y ambiguo.
La veta mítica que sirve de matriz al singular universo que Manuel Mur Oti ha edi-
ficado en las tres películas anteriores alcanza en Fedra, último movimiento de la sinfonía,
sus cotas más depuradas. Las palabras que abren el relato, recitadas por la voz over de
Fernando Nogueras sobre la imagen de una escultura griega clavada en una playa, fun-
cionan como manifiesto de la concepción cinematográfica que habían destilado las cintas
anteriores:
Esta tragedia es tan vieja como el Mar Latino. Hija del mito, rueda por el mundo
desde que Eolo movió el primer grano de arena, o azuzó a los caballos de una
nube sin hermana en el cielo. Todas las caracolas la cantan incansables en su
rumor sin pausa. Para aquellos que no entienden la palabra eterna del mar, nos
asomaremos a una playa cualquiera del Levante español. Los hombres y las
cosas han cambiado, pero el amor, el deseo, el pecado y la muerte siguen te-
niendo el prestigio dramático y bello de los siglos de Ulises. Como el mar y el
viento, como el sol y el cielo, como lo eterno.
voluntad de inscribir su obra en una continuidad que desborda, con mucho, los
límites del cinematógrafo para buscar las raíces de su trabajo en la antigüedad
clásica, en ese mismo momento en que las historias parecían que se contaban
por primera vez; la búsqueda de los elementos dramáticos esenciales tal y como
han sido definidos por los relatos fundadores; pero al mismo tiempo, el pleno
conocimiento de que se está procediendo a contar una historia que ya ha sido
contada innumerables veces.701
Fedra es, como los anteriores filmes analizados, un relato fundador, una cosmogo-
nía acerca de la más primaria, esencial e inextinguible de las pasiones que alienta los re-
latos sobre los orígenes del mundo: la pasión sexual entre el hombre y la mujer que sirve
de germen al nacimiento del género humano. Una historia contada innumerables veces
que en esta ocasión adquiere además la forma de un mito reiteradamente puesto en es-
cena a lo largo de los años y desde diversas perspectivas.
Aunque Manuel Mur Oti y Antonio Vich afirman haber basado su guión en la obra
del escritor cordobés Lucio Anneo Séneca, el retrato de su protagonista, a la que bautizan
con el nombre de Estrella, se aproxima más a la Fedra de las versiones firmadas por
Eurípides, incluida, por lo que sabemos de ella, la primera no conservada. Un breve repaso
al tratamiento que la Antigüedad dio al conflicto que consume a Fedra hasta conducirla al
suicidio, confirmará esta idea y nos ayudará a establecer el nudo dramático central de la
película de Mur Oti.
Eurípides fue el primero en trasladar a escena los funestos amores entre Hipólito
y Fedra (hija del rey cretense Minos y Pasífae). En esta primera adaptación titulada Hipó-
701. ZUNZUNEGUI, Santos, “Identificación de un cineasta. Lugar de Manuel Mur Oti en el cine
español”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PERUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel
Mur Oti, op. cit., p.25.
lito velado y representada por primera vez en torno al año 432 a. C., Fedra comete un
doble delito de incesto y adulterio, puesto que ella misma declara su amor a Hipólito, hijo
de su esposo Teseo, hallándose este en Tesalia. Ante la atrevida declaración, el joven re-
chaza a su madrastra cubriéndose el rostro lleno de vergüenza. Por lo que sabemos, la
impudicia de la heroína impresionó sobremanera a la audiencia ateniense e incluso el co-
mediógrafo Aristófanes tildó a Fedra de mujer pública en su obra Ranas.
Tras una revisión realizada por Sófocles de la que apenas existen noticias, Eurípides
retoma la historia en el año 428 a.C. bajo el nombre de Hipólito coronado. En ella intenta
rehabilitar moralmente la figura de Fedra. Por un lado, sitúa a Teseo fuera de la ciudad en
misión sagrada y presenta a la mujer como víctima de la diosa Afrodita, que la ha empu-
jado a enamorarse de Hipólito para vengarse de este por haber consagrado su castidad
a Ártemis, virginal diosa de la caza. Por otro, es la nodriza la que confiesa al joven la des-
graciada pasión que su madrastra siente por él y de la que Fedra lucha por librarse. Hi-
pólito reacciona violentamente ante la confesión de la nodriza (“¡Ojalá os muráis! Jamás
me saciaré de odiar a las mujeres”) y Fedra decide suicidarse, no sin antes preparar la
aniquilación del arrogante y desdeñoso joven (“después de morir, seré la perdición de
otro, para que aprenda a no ufanarse de mis desdichas”). Así, Teseo encuentra a su re-
greso el cuerpo ahorcado de su esposa y junto al cadáver una tablilla en la que Fedra im-
puta a Hipólito haber intentado tomarla por la fuerza. Embargado por la cólera y sediento
de venganza, Teseo solicita a su padre Poseidón que destruya a su hijo.
Finalmente Séneca transforma el conflicto eurípideo entre pasión y castidad en
una pugna que enfrenta a deseo y razón, y exonera a la heroína casi completamente de
cualquier comportamiento inmoral. Este proceso redentor se apoya en cuatro pilares:
el influjo de Afrodita sobre la voluntad de Fedra que la arrastra a desear a su hijastro;
la creencia de que Teseo, que se encuentra en los Infiernos, jamás volverá junto a ella;
la lucha de Fedra por sobreponerse a su impía pasión que la lleva incluso a pensar en
el suicidio; y las bajas intrigas de la nodriza, que primero la incita a confesarle su amor
al muchacho y luego urde ante Teseo la mentira sobre el intento de violación de Hipólito.
Teseo manda matar a su hijo y Fedra se suicida torturada por la culpa de haber provo-
cado la muerte del joven.
A la luz de lo expuesto hasta el momento es justo reconocer que el argumento de
la película702 está ciertamente más próximo a la peripecia puesta en escena por el autor
latino que a la versión del dramaturgo griego: es Fedra-Estrella quien confiesa su amor a
Hipólito-Fernando y la muerte de la mujer se produce con posterioridad a la del muchacho.
Sin embargo, el conflicto que subyace en la película no se corresponde con la disputa
entre deseo y razón que preside el texto del estoico Séneca. Lo que Mur Oti pone en juego
no es un debate interno que divide a la protagonista entre su libido y su conciencia, sino
un combate que pone cara a cara la exuberante y desbordada carnalidad de Estrella y la
fría y altanera virtud de Fernando. Una lucha, en suma, entre deseo y castidad tal y como
702. Se puede consultar una sinopsis de la película en el anexo final que recoge la filmografía
completa de Manuel Mur Oti.
la presentó Eurípides en su Hipólito coronado. Al igual que en aquella, aquí también “Fedra
(Estrella) se nos presenta como la mujer enamorada, poseída por una fuerza demónica e
irresistible, e Hipólito (Fernando), a su vez, aparece como el joven que conserva su pureza
a todo trance de forma obsesiva”.703
Pero Mur Oti aún va más allá al dibujar un retrato de Estrella que escapa a la reha-
bilitación moral que Eurípides y, sobre todo, Séneca trataron de ejercer sobre la hija de
Minos. En la tragedia euripídea amor y castidad eran apoyados respectivamente por las di-
vinidades tutelares pertinentes, Afrodita y Ártemis, que incluso aparecían en escena como
deus ex machina que dirige los actos de los dos protagonistas. En la película de Mur Oti no
hay (como ya sucedía en el primer Hipólito velado) insinuación alguna a poder divino que
rija las voluntades de los personajes. La pasión de Estrella procede de un salvaje instinto
que no puede resistir y que desde luego tampoco trata de evitar. Muy al contrario, su ma-
trimonio con Juan no preexiste, como en las tragedias originales, al deseo que Fernando,
hijo de este, despierta en ella, sino que se casa con el armador con el único fin de poseer
al joven. Así se lo manifiesta ella misma a Fernando con una crudeza análoga a la que po-
demos adivinar en aquella primera Fedra que escandalizó a Atenas en el Hipólito velado.
En Mur Oti no se vislumbra atisbo de aflicción psicológica ni duda moral tras el libi-
dinoso comportamiento de Estrella hacia Fernando. Ni siquiera hay una racionalización de
sus inconvenientes sentimientos. En ausencia de unos dioses juguetones que muevan los
hilos de sus títeres humanos, los comportamientos obsesivos e irracionales que exhibe el
trío protagonista en Fedra son, como sucedía en Condenados, fruto del sometimiento de
sus voluntades a un sino trágico y fatal que difumina cualquier intervención de la causalidad.
La escenificación de estas pasiones primarias y ancestrales envueltas en un halo mí-
tico de leyenda pagana, obtiene su correspondencia estética en un estilo de filmación ab-
solutamente depurado y alejado de todo naturalismo o localismo. La desnudez y esencialidad
formal de las composiciones trazadas en las otras tres películas pertenecientes a la tetralogía
cosmogónica se presentan aquí en su total plenitud. Zunzunegui destaca con buen criterio
“el uso del cielo, la arena y el mar como fondos inalterables contra los que se recortan con
brutal nitidez los cuerpos de los actores, la ausencia (o su reducción a límites mínimos) de
todo decorado, y el uso de la luz como cincel visual, como manera de esculpir los volúmenes
a golpes de claridad, enfatizando la cualidad estatuaria de los personajes”.704
703. LÓPEZ FÉREZ, Juan Antonio (ed.), Tragedias I (EURÍPIDES), Madrid: Cátedra, 1985, p.256.
Eurípides revolucionó la tragedia griega haciendo mayor hincapié en las flaquezas de los seres
humanos que sus grandes predecesores Esquilo y Sófocles. Consideraba a los dioses poderes
ciegos e irracionales de la naturaleza, a menudo destructora y mortal, e hizo gala de un hondo
y agudo entendimiento de la psicología humana. Los conflictos entre voluntades o caracteres
encontrados que envuelven a sus violentos personajes femeninos (Medea, Fedra, Hécuba…) co-
mulgan a la perfección con el desmesurado y apasionado universo de las tragedias de Mur Oti,
o al menos en mayor medida que el afán por obtener la virtud que exhiben los personajes ide-
ados por Séneca, sujetos siempre a una racionalidad estoica.
704. ZUNZUNEGUI, Santos, “Identificación de un cineasta. Lugar de Manuel Mur Oti en el cine
español”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PERUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel
Mur Oti, op. cit., p.30.
Manuel Berenguer, auténtico pintor de la luz al que Mur Oti consideraba deudor de
Sorolla705, abrasa la fotografía de los planos exteriores diurnos706 fundiendo mar, arena
y cielo; y dibuja fuertes contrastes en las imágenes nocturnas delineando perfectamente
con la luz los contornos de los febriles cuerpos que deambulan por la playa de Aldor. Y
sobre ese arenal desnudo y ese mar luminoso, la pasión convulsa de Estrella hacia Fer-
nando cristaliza en las imágenes más explícitamente eróticas que se proyectaron bajo
marca nacional en una pantalla de cine española en los años 50.
Con todo, lo que realmente convierte a Fedra en una película inaudita y transgre-
sora en el constreñido cine español de aquellas fechas no es tanto el inmoral e incestuoso
comportamiento de la protagonista, ni el voluptuoso erotismo que supura cada fotograma,
sino la audaz reflexión acerca de la sexualidad de hombre y mujer que se esconde detrás
del conflicto entre deseo y castidad.
La naturaleza y el rol de los estatutos femenino y masculino son, al igual que en
Condenados, los conceptos axiales sobre los que pivota el drama de Fedra. En aquella
Aurelia y Juan encarnaban los prototipos más depurados y genuinos del macho y la hem-
bra que pueden cargar sobre sí la responsabilidad de la creación. Los personajes de Fedra,
por el contrario, invierten los modelos que el ama y el mozo personifican, puesto que Es-
trella y Fernando son una mujer y un hombre tremendamente ambiguos que presentan,
hibridándolas, características propias de ambos sexos.
Estrella, irresistiblemente hermosa, hace continua exaltación de su generoso
cuerpo femenino encendiendo el deseo de todos los hombres del pueblo. Pero a diferencia
de las restantes heroínas murotianas ella no está emparentada con la tierra, sino con el
mar y el agua, atributo masculino en la tetralogía cosmogónica. Mientras permanece
ciega a las inflamadas insinuaciones de todos los hombres, ella posa su ojos sobre el
único varón de la playa que no la desea, Fernando, y lo convierte en continuo objeto de
deseo de su mirada excitada, erigiéndose ella misma en sujeto deseante, categoría que
las teorías feministas habían asignado en exclusiva al rol masculino.707 Fernando por su
parte odia el agua y el mar, la tierra (atributo femenino) le parece mucho más hermosa
y está únicamente preocupado por domar a sus caballos, o lo que es lo mismo, por con-
trolar su instinto viril.
705. LÓPEZ CLEMENTE, José, “Directores españoles de ayer: Manuel Mur Oti”, op. cit. p.757.
706. Aunque la película se realizó en las costas andaluzas y levantinas el rodaje se inició en oc-
tubre y se prolongó al menos hasta enero (Juan Mariné fue el encargado de fotografiar las se-
cuencias finales por esas fechas), época usualmente poco soleada. De modo que podemos
suponer que la contrastadísima fotografía de Berenguer se logró a golpe de vatios de luz artificial
y con total intencionalidad por parte del operador alicantino, cuya marca de la casa era justa-
mente su versatilidad y enorme capacidad para elaborar un diseño fotográfico diferente ajustado
a la personalidad estética de cada película. Prueba de ello es la enorme disparidad que separa
su trabajo en Nada (Edgar Neville, 1947) del realizado en Fedra, o de esta misma con respecto
a otras películas a cargo del propio Mur Oti como, por ejemplo, La guerra empieza en Cuba
(1957).
707. De hecho, tal y como comprobaremos en las siguientes líneas, su deseo es puesto en es-
cena a través de la tradicional estructura del plano-contraplano que las teorías feministas han
estigmatizado como representación canónica del placer visual masculino.
Tenemos, pues, a una mujer ultrafemenina que se comporta, desea y mira como un
hombre, y un hombre que se presenta como un gallardo caballero montado sobre su corcel,
pero que jamás dirige la mirada a esa mujer deseable que se le ofrece sin ambages.
La ambigüedad de los sexos se remonta, como la leyenda de Fedra, a la época clá-
sica, cuando Platón puso en labios de Aristófanes el relato mítico del nacimiento del amor
en su obra El banquete. El famoso comediógrafo trataba de superar los dicursos de los
comensales precedentes, Fedro, Pausanias y Erixímaco, con la narración de una extrava-
gante cosmogonía según la cual antaño existían tres sexos: el masculino, el femenino y
el andrógino, que participaba de ambos. La figura de cada individuo era por completo es-
férica, y tenía cuatro brazos, cuatro piernas, dos rostros y dos órganos sexuales. Los
hombres así conformados eran fuertes y arrogantes y comenzaron a atentar contra los
dioses. Para castigarlos y hacerlos más débiles Zeus ordenó a Apolo que los seccionara
en dos. Al ver que cada parte echaba de menos a la otra y trataba de reunirse con ella
anhelando ser una sola naturaleza, Zeus se compadeció, trasladó los órganos genitales a
la parte delantera e hizo que por medio de esos órganos tuviera lugar la concepción, a
través de la introducción de lo masculino en lo femenino.
Desde hace tanto tiempo, pues, es el amor de unos a otros innato en los hom-
bres y aglutinador de la antigua naturaleza, y trata de hacer un solo individuo
de dos y de curar la naturaleza humana. […] En consecuencia, cuantos hombres
son sección del ser común que en aquel tiempo se llamaba andrógino, son afi-
cionados a las mujeres, y la mayoría de los adúlteros proceden de este sexo; y,
a su vez, cuantas mujeres son aficionadas a los hombres y adúlteras proceden
también de este sexo. Pero cuantas mujeres son sección de mujer, no prestan
mucha atención a los hombres, sino que se interesan más bien por las mujeres,
y las lesbianas proceden de este sexo. En cambio, cuantos son sección de varón,
persiguen a los varones.708
708. PLATÓN (GARCÍA GUAL, Carlos, ed.), El banquete, Madrid: Alianza, 1996, pp.68-69.
a las fijaciones de aquellas fases anteriores al complejo de Edipo son cosa fre-
cuente; en algunos historiales hallamos una repetición alternante de periodos
en los que predominan la masculinidad o la feminidad.709
Womanliness therefore could be assumed and worn as a mask, both to hide the
possession of masculinity and to avert the reprisals expected if she was found
to possess it […]. The reader may now ask how I define womanliness or where
I draw the line between genuine womanliness and the masquerade. My sug-
gestion is not, however, that there is any such difference; whether radical or
superficial, they are the same thing.711
709. FREUD, Sigmund, “La feminidad”, en Obras completas. Vol. VIII, Madrid: Biblioteca Nueva,
1997, p.3.175.
710. PAGLIA, Camille, Sexual personae. Arte y decadencia desde Nefertiti a Emily Dickinson,
op. cit., p.132.
711. RIVIÈRE, Joan, “Womanliness as a masquerade” (1966), citado en DOANE, Mary Ann, “Film
and the masquerade: theorising the female spectator”, en THORNHAM, Sue (ed.), Feminist film
theory: a reader, New York University Press, 1999. “La feminidad podría asumirse y llevarse
puesta como una máscara, tanto para ocultar la posesión de la masculinidad como para apartar
las esperadas represalias si se descubre que la mujer posee dicha masculinidad. El lector puede
ahora preguntar cómo defino yo la feminidad o dónde dibujo la línea entre la feminidad genuina
y la mascarada. Mi sugerencia es que no existe tal diferencia; en la raíz o en la superficie, son
la misma cosa”.
De modo que la exagerada feminidad de Estrella sería una especie de disimulo o dis-
fraz de una naturaleza masculina subyacente. Siguiendo la fábula platoniana, puede decirse
que la doble sexualidad de la protagonista está escindida y su sección femenina busca
desesperadamente reunirse con la masculina. Sin embargo, los hombres que la rodean no
parecen satisfacerla, y a pesar de que su lado femenino excita las pasiones masculinas, su
mirada, vehículo del deseo a lo largo de toda la película, jamás se detiene en esos cuerpos
varoniles. Los residuos de su mitad masculina le llevan a rechazar a unos hombres tan he-
terosexualmente completos y a elegir a su ambiguo hijastro Fernando para materializar el
apareamiento. El problema es que cegada por esa pasión obsesiva que el destino trágico
ha hecho nacer en ella no se da cuenta de que Fernando no es en realidad un hombre.
En una civilización en la que la consagración de la virginidad a los dioses carece ya
de ningún sentido, el obsesivo rechazo sexual de Fernando a Estrella, su defensa a ul-
tranza de una ilógica castidad ante los ardientes deseos de la mujer podría entenderse,
y así ha sido712, como señal inequívoca de homosexualidad por parte del joven. Sin em-
bargo, la naturaleza sexual de Fernando no está tan definida como a simple vista puede
parecer, puesto que Fernando es otro ser andrógino cuya ambigüedad es precisamente lo
que atrae a la también ambivalente sensualidad de Estrella.713
Según el relato de Platón la unión entre las mitades correspondientes al sexo an-
drógino primitivo daba como resultado una relación amorosa heterosexual. En el caso de
los protagonistas de Fedra, empero, la pareja continúa descompensada puesto que la
mitad predominante en Fernando no es la masculina sino la femenina. Fernando ha optado
por domesticar su lado viril, sublimándolo en la obsesiva doma y sometimiento mediante
el látigo de los caballos que posee. Así las cosas, la unión entre los dos se antoja compli-
cada porque Estrella es una mujer con una fuerte carga masculina, que en ningún mo-
mento rechaza dicha masculinidad, mientras que en Fernando prepondera la feminidad
sobre unas pulsiones masculinas reprimidas.
A pesar de la tozudez del chico, la obstinada insistencia de Estrella por apartarlo
de sus caballos y llevarlo a su terreno comenzará a hacer mella en él, y la sombra mas-
culina aún no dominada completamente en su interior despertará ante los requerimientos
de su atractiva madrastra, haciendo tambalear su (hasta el momento) firme condición
sexual. Fernando tomará medidas drásticas para protegerse del influjo de Estrella hasta
712. Véase ZUNZUNEGUI, Santos, “Identificación de un cineasta. Lugar de Manuel Mur Oti en
el cine español”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PERUCHA, Julio (coords.), El cine de
Manuel Mur Oti, op. cit.; AROCENA, Carmen, “Las mujeres de Manuel”, en CASTRO DE PAZ, José
Luis y PÉREZ PERUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit.; HEREDERO, Carlos
F., Las huellas del tiempo. Cine español 1951-1961, op. cit.; CASTRO, Antonio, “Manuel Mur Oti,
un intelectual amante del melodrama”, op.cit.; o MARTÍNEZ TORRES, Augusto, “Manuel Mur Oti,
los problemas del genio”, en Cineastas insólitos. Conversaciones con directores, productores y
guionistas españoles, op. cit.
713. Juan Eduardo Cirlot señala que “mientras las uniones de materias parecidas son símbolos
del incesto, […] el propio incesto, a su vez, según Jung, simboliza el anhelo de unión con la
esencia de uno mismo”. Estrella también persigue completar su propia esencia uniéndose a Fer-
nando. CIRLOT, Juan Eduardo, Diccionario de símbolos, op. cit., p.250.
Estrella: la Sirena
714. Argumento cinematográfico de Fedra escrito por Manuel Mur Oti y Antonio Vich. Expediente
de censura previa nº 66 (Archivo General de la Administración: caja 36/04572 - signatura
13.110).
715. PEDRAZA, Pilar, La bella, enigma y pesadilla, Barcelona: Tusquets, 1991, pp.115 y 118.
716. Susana no es el único referente cinematográfico de fémina devastadora que se puede ras-
trear en el personaje de Estrella. Tanto Carlos F. Heredero como Miguel Marías han destacado
dentro ese diablo” grita la puritana Rosa (Porfiria Sanchiz), cuyo hermano, tendero de
Aldor, arde de deseo por Estrella.717 “Eres el pecado vivo, el escándalo del pueblo, la que
quita el sueño a los hombres y la paz a las mujeres”. Desde el mismo inicio del filme Rosa
maldice a Estrella invocando a las fuerzas sobrenaturales que intervendrán en el devenir
de la historia, y presagiando lo que en las postrimerías de la película ha de ocurrir: “así
te ahogaras y te vieran con sus ojos todas las mujeres honradas de la playa, así te hun-
dieras para siempre en ese mar del que has salido”.
Las sirenas son símbolos de atracción sexual, “símbolos del deseo, en su aspecto
más doloroso que lleva a la autodestrucción, pues su cuerpo anormal no puede satisfacer
los anhelos que su canto y su belleza de rostro y busto despiertan”.718 Aunque todos los
hombres del pueblo amen y deseen a Estrella, ella jamás satisface los requerimientos de
ninguno de ellos puesto que su andrógina naturaleza sexual se lo impide. Estrella también
es, como su padre, un personaje ciego, que no mira ni desea a ningún hombre porque no
ha encontrado aún a aquel que el destino le depara. Mientras tanto sigue entonando sus
cantos de sirena por si halla al ser que prenda la brasa que alberga en su interior.
Estos cantos acaban embelesando a Juan (Enrique Diosdado) un rico armador pro-
cedente del Norte que llega a Aldor para reparar sus barcos. La identificación visual de
Estrella con la sirena es plena cuando desde su barca alcanza a nado los nuevos bajeles
recién llegados a la costa y sube en ropa interior hasta la cubierta (fig. 1). Allí le espera
Juan, hombre ya maduro, que la mira atónito emerger de las aguas como una Anfítrite
(fig. 2). La vivaracha Estrella, divertida ante la llegada de los desconocidos, se pasea desen-
fadadamente por la embarcación ante la insistente mirada del patrón, que la ve encara-
marse al tajamar como si de la sirena del mascarón de proa se tratara (fig. 3). La cámara
se detiene en la pose escultórica y sugerente de la mujer tomada desde la posición en
las semejanzas entre Fedra y el desaforado filme de Albert Lewin, Pandora y el holandés errante
(Pandora and the Flying Dutchman, 1951), analogías topológicas (una playa española sembrada
de vestigios y ruinas de antiguas civilizaciones sirve de escenario a la trágica historia) y simbó-
licas. La Pandora (primera mujer de la creación para los griegos y referente del arquetipo feme-
nino construido por Mur Oti) interpretada por Ava Gardner es, como Estrella, una mujer a la que
todos los hombres desean y que se enamora de un ser imposible y probablemente asexuado, el
Holandés Errante. Ella también provoca la desgracia de los que la quieren y muere a su vez aho-
gada junto a su amado. Pero, además, la protagonista de Fedra aúna rasgos característicos de
sendas mujeres creadas por King Vidor en Duelo al sol y Pasión bajo la niebla (Ruby Gentry,
1952). Perla Chávez y Ruby Gentry, ambas con el rostro de la actriz Jennifer Jones, comparten
con Estrella su naturaleza salvaje, impulsiva y provocadora, y su destino trágico sujeto a un
deseo activo por un hombre inalcanzable. Ruby presenta conductas masculinamente agresivas
y aparece, como Estrella, ligada al agua, aunque se trata del agua sucia y enlodada de los pan-
tanos. Ella representa la esterilidad y el estancamiento, la fuerza de lo primitivo que siempre se
mantiene igual. La tierra, en cambio, es el espacio del hombre y simboliza el progreso y la fer-
tilidad. Boake Tackman (Charlton Heston), del que Ruby está apasionadamente enamorada,
quiere secar los baldíos pantanos para sustituirlos por una plantación, pero la indómita y cruel
protagonista se vengará del rechazo amoroso de Boake hundiendo sus sueños en el barro.
717. Carlos F. Heredero ha observado la sombra de un afecto incestuoso por parte de Rosa hacia
su hermano en el odio acerbo que la mujer, convertida en furia mitológica, destila contra Estrella.
HEREDERO, Carlos F., Las huellas del tiempo. Cine español 1951-1961, op. cit., p.281.
718. CIRLOT, Juan Eduardo, Diccionario de símbolos, op. cit., p.415.
que se halla Juan (fig. 4). El marino ha quedado prendado de los seductores (en)cantos
de la muchacha sin remedio y su figura entra, como ya es fórmula recurrente en el estilo
de Mur Oti, en el contracampo subjetivo de su mirada, impelido por un destino ciego que
le atará al destructivo deseo por esa joven (fig. 4A). Juan pensaba quedarse en Aldor
solo el tiempo necesario para arreglar las averías de sus barcos, pero ante la exótica
visión de esa mujer salvajemente hermosa ya no podrá volver a mirar a otro lugar.
Figura 1 Figura 2
Figura 3 Figura 4
Figura 4A Figura 5
ANATOMÍA DE UN CINEASTA PASIONAL
Figura 6 Figura 7
Los demás hombres de la tripulación también la miran (fig. 5), pero él es el único
que comparte plano con la muchacha, y el único cuya mirada es arrebatada por la cámara
subjetiva fallada. A partir de este momento el navegante quedará subyugado por el influjo
de la mujer y aparecerá continuamente en posición de inferioridad respecto a una domi-
nante Estrella (figs. 6 y 7).
Veíamos en Un hombre va por el camino que Luis atendía a la llamada de la tierra
que Julia le lanzaba; Juan, por el contrario, atiende a la del mar. La tierra es la fertilidad
y la posibilidad de creación, el mar, en cambio, lugar en el que desembocan los ríos de la
vida, es símbolo de muerte. Estrella es estéril y no podrá darle vástagos, la invocación a
la que Juan ha respondido no puede tener por resultado la procreación, sino que provocará
que él mismo induzca la muerte del único hijo que había engendrado con otra mujer. Si
un farero ciego difícilmente puede evitar que las barcas encallen en las rocas, las canturías
de una sirena igualmente ciega jamás serán brújula fiable para llegar a puerto seguro.
Pero inconsciente aún de lo que el destino le tiene preparado el armador inicia la
tarea de ganarse el cariño de Estrella. La misma noche en que se conocen acude a su
casa en lo alto de los acantilados a confesarle sin pudor que la quiere. Ella responde a su
atrevimiento con una bofetada, pero aun
así escucha la propuesta de matrimonio
del hombre, que se mantiene siempre a su
espalda, sin dirigir en ningún momento la
mirada hacia él (fig. 8). Estrella le pide que
se marche puesto que ella no siente lo
mismo, pero al final, cuando Juan ya se ha
apartado de su lado, la muchacha se
atreve a mirar en su dirección, turbada,
como si las palabras del hombre hubieran
alertado algún sentimiento femenino de
amor en ella (fig. 9).
Más adelante, Juan invita a la joven
a visitar la casa nueva que se ha comprado Figura 8
Figura 10 Figura 11
Figura 12 Figura 13
ANATOMÍA DE UN CINEASTA PASIONAL
Fernando: el Centauro
Estrella está pescando en las rocas cuando una manada de caballos irrumpe súbi-
tamente al galope en la playa. La muchacha los contempla emocionada (fig. 14) y su mi-
rada es inmediatamente atraída por la imagen de aquel que los conduce, Fernando
(Vicente Parra). La etérea figura del muchacho convertido en escultura ecuestre apenas
puede distinguirse del cielo (fig. 15). La cámara lo muestra en enfático contrapicado desde
el punto de vista de Estrella, quedando así instituido en objeto de deseo de la mujer que
a partir de este instante no dejará de mirarlo.719 Fernando también la ve aproximarse por
la arena aunque el plano de Estrella no nos es dado exactamente como visión subjetiva
de la mirada masculina ya que el rubio escorzo asoma por la derecha del marco (fig. 16).
719. En Pasión bajo la niebla, película con la que Fedra guarda destacadas semejanzas, el flujo de
miradas y la vehiculación del deseo se produce de la misma manera. Primero es la propia Ruby la
que exhibe su escultural silueta, enmarcada por el umbral de la puerta, ante las miradas del doctor
Manfred y Jim Gentry. Pero en cuanto Boake, objeto de deseo de la salvaje protagonista, compa-
rece en escena su imagen será captada desde el punto de vista subjetivo de Ruby, que le silba
Figura 14 Figura 15
Figura 16 Figura 17
atrayéndolo con sus cantos y le ilumina el rostro con el enorme ojo de una linterna. Se opera así
un evidente proceso de subjetivación del personaje femenino, que como en el caso de Estrella,
pasa de ser objeto de la mirada masculina a convertirse en sujeto deseante.
Figura 18 Figura 19
Figura 21 Figura 22
dirijan sus pasiones a seres que no les han de corresponder. La cámara subjetiva fallada
vuelve a ser, como en Condenados, señal fatídica de un destino trágico.
Desde el momento en que el jinete adquiere el rol de objeto de deseo apenas re-
para en Estrella, mostrándose mucho más preocupado por el estado de su corcel (figs.
17B, 18, 19). La muchacha le dice que ella siempre está en la playa y Fernando responde
que él aborrece el mar. La joven, sorprendida, sale de cuadro para acercarse a la orilla
asegurando que el mar es “lo más hermoso del mundo”. El muchacho la mira por primera
vez (fig. 19A), justamente para rebatir sus palabras sentenciando que la tierra también
es hermosa: “yo prefiero los campos llenos de árboles que dan sombra, y no estas playas
abrasadas de sol”. El breve contracampo de la mirada de Fernando muestra a Estrella de
espaldas (fig. 20). Cuando se gira para mostrar de nuevo su exuberante parte frontal se
ha producido un corte en el montaje. La cámara se ha escorado unos grados rompiendo
la impresión óptica de estar observando la escena desde el punto de vista de Fernando
(fig. 21). El hombre se mantendrá largo rato en fuera de campo, presente únicamente a
través de sus palabras en off. Unas palabras llenas de desdén que menosprecian el as-
pecto de Estrella a medida que la joven, chocada por la novedad de la situación, se acerca
a cámara (fig. 22). Fernando le dice que a ella también debería gustarle menos el mar:
“indudablemente serías más bonita. Tendrías la piel blanca igual que las muchachas de la
ciudad, y en vez de ir descalza como vas ahora, destrozándote los pies en las rocas de la
playa, usarías zapatos. Y podrías llevar el pelo peinado porque el agua y el viento no te
los revolverían”.
El estatus de hermoso objeto de deseo que hasta ahora había tenido Estrella queda
así contradicho. Como las anteriores féminas murotianas ella también contempla al hom-
bre deseado tratando de atravesar los márgenes del cuadro (sujeto deseante) pero, en
contrapartida, no es observada desde el punto de vista del hombre, como lo era Aurelia,
y la exhibición de su imagen no sirve para excitar el anhelo sexual de un macho que ni
siquiera la encuentra atractiva.
Estrella se coloca insinuante detrás de un distraído Fernando que ni se inmuta (fig.
23). Tensa en su mano una fusta augurando el cariz masoquista que la relación tomará a
partir de este momento y afirmando simbólicamente su propósito de someter la femenina
indiferencia del hombre.
La muchacha se separa del joven y este parece posar sus ojos en ella (fig. 23A).
El contracampo de la mirada de Fernando, que muestra a Estrella (fig. 24), se prolonga
durante más de medio minuto, pero con la opinión que el hombre ha manifestado acerca
de ella es imposible que efectivamente la esté mirando. Estrella, cautivada aún por el
magnetismo del joven, se inclina sobre la arena para trazar con su dedo el nombre de
Fernando (fig. 24A), imitando casi ridículamente al poderoso arado que abre el surco en
la tierra. Mientras tanto, y sin que ella lo advierta, el jinete ya se está alejando de su lado
(fig. 25). Cuando Estrella se percata de que el hombre la ha abandonado sin despedirse,
borra violentamente las letras esbozadas sobre la arena. Pero la pasión que acaba de
nacer en su interior es tan fuerte que olvida el enfado y vuelve a escribirlas.
**********
Figura 26
Pilar Pedraza dice que el carmen de las sirenas “atrae, seduce, encadena, enreda,
envisca, paraliza. Solo se libra de él quien no lo oye, o quien está encadenado a un poste
más sólido que el lazo de su trampa”.720 El sólido poste al que está encadenado Fernando
para no sucumbir ante Estrella es su propia feminidad, puesto que solo los “hombres de
mar” caen bajo el influjo de los fatídicos sones de las sirenas. Estrella ha revelado en la
secuencia del encuentro con su amado el lado masculino de su androginia según las fun-
ciones y atributos que Mur Oti ha otorgado previamente a sus personajes masculinos:
está vinculada al agua, ha adoptado activamente una mirada masculina y ha tratado de
abrir un surco con su endeble dedo en la arena estéril e inestable. Fernando, a su vez,
también ha manifestado en su presentación todos los signos de una condición bisexual
escorada hacia la feminidad: procede de la tierra, es inmune a la seducción de una mu-
chacha atractiva como Estrella y se identifica con otro animal mitológico de naturaleza
híbrida, el centauro.
La extraña conducta y el aspecto afeminado de Fernando, con su pelo oxigenado y
su frágil compostura, ya fueron motivo de comentario por parte de la crítica en la fecha
de estreno de la película. El católico Félix Martialay lo calificaba de “abstracto” y “poco
real” en su crítica para Film Ideal721, mientras que a Gómez Tello el personaje le parecía
“demasiado complicado e indescifrable”.722 Términos que trataban de ocultar veladamente
la innombrable palabra que a buen seguro rondaba en la cabeza de todos: invertido. El
propio Vicente Parra no perdió tiempo en recuperar su color de pelo habitual en cuanto le
fue posible. En la información recogida en las páginas de Primer Plano acerca de la con-
clusión del rodaje de la película se decía que “Vicente Parra ya vuelve a ser castaño. Y
vuelve a estar tranquilo. Porque el rubio nórdico que exigía el papel a su pelo le ponía
nervioso…”.723
Mur Oti, por su parte, jamás ha reconocido con claridad la intención de crear un
personaje manifiestamente homosexual, sino que incluso ha tratado de resaltar en diver-
sas ocasiones cierta faceta masculina observable tras su delicado aspecto: “Todo el mundo
conoce la condición humana de Hipólito. Yo, para afeminar más al personaje, para subra-
yar su condición femenina, tuve que teñirle el pelo de un rubio claro, casi oro. Aun así,
resultaba gallardo, viril, cuando galopaba como un magnífico jinete”.724
¿Podemos decir que a ese hombre no le gustan las mujeres? Por lo menos, esta
no. Pero yo no he intentado escarbar nada. Que es un hombre rubio y delicado,
sí. Además, es muy joven. Que es homosexual, pues no lo sé. […] Él ama a los
caballos. No le gusta esa tierra ni esas mujeres. Es demasiado fuerte para él. Y
además yo le confiero la hombría de que se resiste a los deseos de ella. […] No
olvide lo que significa Hipólito. Caballo de piedra.725
tanto puramente homosexual, como híbrida o andrógina. Y si en Estrella esa hibridez co-
braba icónicamente la forma simbólica de la sirena, en Fernando adquirirá la del centauro.
Los centauros son seres fabulosos, medio hombres, medio caballos. “Desde el punto
de vista simbólico constituyen la inversión del caballero, es decir, la situación en que el
elemento inferior (fuerza cósmica no dominada por el espíritu, instintos, inconsciente) do-
mina plenamente”.726 Camille Paglia redunda en esta interpretación al afirmar que “los
centauros representan los impulsos animales del hombre, impulsos controlados por la
forma social”.727 De ahí que la principal ocupación de Fernando sea sojuzgar esos impulsos
vinculados con el caballo, sublimándolos a través de la doma de los salvajes animales.
La campaña de acoso que Estrella pone en marcha tratará de desbaratar por todos
los medios esa labor de autocontrol que lleva a cabo el hombre. Al día siguiente de su
primer encuentro se arregla de manera femenina para atraer la mirada de Fernando des-
pués de los reproches que él le había hecho acerca de su aspecto asilvestrado, y aguarda
a que ese fabuloso y nuevo ser aparezca en la playa. Sin embargo, los surcos vacíos de
semilla que los pies de Estrella dejan sobre la blanda arena denotan la tardanza del joven
(fig. 27). Al ver que ha sido plantada, Estrella decide profanar el santuario de Fernando
y se presenta en medio del castillo en el que reside el jinete durante su estancia en Aldor.
Fernando, al igual que Estrella, es un ser marginal, diferente de los demás habi-
tantes del pueblo y le corresponde un lugar aislado del resto, elevado sobre una colina.
La morada de la sirena Estrella también está situada en lo alto, aunque en su caso los
acantilados que miran al mar son abiertos y están dominados por un faro, cuya forma
erecta apunta a la vinculación de Estrella con el falo masculino. El castillo de Fernando,
por el contrario, es, como su propio carácter, una fortaleza impenetrable y sin orificios.
Solo Estrella osa entrar en ella.
Figura 27 Figura 28
Figura 29 Figura 30
Figura 31 Figura 32
Figura 33 Figura 34
728. CIRLOT, Juan Eduardo, Diccionario de símbolos, op. cit., p.131. Los paréntesis son míos.
729. El amor cortés es un tópico literario (y en suma una forma de ver y entender el mundo)
surgido en el siglo XII en las regiones donde dominaba la lengua provenzal. Es fuente de la ma-
yoría de fórmulas que posteriormente han perdurado en la poesía amorosa, y a pesar de iniciar
su ocaso a partir del siglo XIV, los continuos viajes de trovadores y juglares de corte en corte
propiciaron su expansión por otros reinos más allá de esos límites cronológicos. Este tópico se
convirtió así en telón de fondo de buena parte de la literatura surgida en la Península Ibérica
durante el siglo XV y en especial de la novela sentimental.
730. ZIZEK, Slavoj, Las metástasis del goce. Seis ensayos sobre la mujer y la causalidad, Buenos
Aires: Paidós, 2003, p.137.
731. El efebo es según Camille Paglia “un andrógino, luminosamente masculino y femenino.
Tiene una musculatura masculina, al tiempo que un virginal afeminamiento. […] Era deseado,
pero no deseante. […] Convencionalmente, su admirador adulto podía buscar el orgasmo, pero
él no llegaba a la erección. […] El efebo, sexualmente completo en sí mismo, está recluido en el
silencio, tras un muro de aristocrático desdén”. PAGLIA, Camille, Sexual personae. Arte y deca-
dencia desde Nefertiti a Emily Dickinson, op. cit., pp.179-189.
demasiado alejadas de las de la Dama del amor cortés. Él también es un ser abstracto e
inalcanzable, un ideal amoroso que Estrella desea obtener en vano y por el que estará
dispuesta a soportar cualquier clase de humillación.
La imposibilidad de consumar ese amor, la Otredad radical que Fernando representa
para Estrella consiste paradójicamente en la equivalencia de sus naturalezas, en que efec-
tivamente no son semejantes, sino iguales, por lo que la unión resulta imposible. Sin em-
bargo, Estrella no es capaz de discernir tal equivalencia porque en realidad “la Dama
funciona como espejo en el cual el sujeto proyecta su ideal narcisista. […] En otras pala-
bras la Dama aparece no como es, sino tal como llena el sueño de él”.732 En este caso de
ella.
Zizek ha empleado la lógica del amor cortés para explicar la imposible relación
amorosa que se desarrolla entre un heterosexual y un homosexual travestido en la pelí-
cula británica Juego de lágrimas (The Crying Game, Neil Jordan, 1992). Existe en ese
caso un “desacuerdo entre lo que el amante ve en el amado y lo que el amado sabe sobre
sí. Encontramos aquí el ineluctable callejón sin salida que define la posición del amado:
el otro ve algo en mí y quiere algo de mí, pero no puedo darle lo que no poseo, o, como
afirma Lacan, no hay relación entre lo que el amado posee y lo que le falta al amante”.733
Según Zizek, la única solución que la Dama puede encontrar a ese problema es in-
tercambiar su categoría de amado por la de amante, es decir, subjetivarse. Solo por medio
de esta alteración emerge el amor genuino. Dil, el homosexual de Juego de lágrimas,
muda su estatuto y la pareja se entrega a un amor absoluto e incondicional a pesar de
su imposibilidad intrínseca de ser físicamente consumado. Fernando tampoco posee aque-
llo que su amante Estrella busca en él, puesto que invirtiendo el caso del travestido, él es
fundamentalmente una mujer con apariencia de hombre.
A partir de este momento de la narración, sin embargo, la sexualidad de Fernando
es puesta a prueba y parece asomar la posibilidad de que transfiera su estatus de objeto
amado a sujeto amante, de que se active definitivamente su lado masculino y deseante.
La boda entre Estrella y Juan supondrá un punto de inflexión en ese sentido. La joven
averigua que Juan es el padre de Fernando y accede a casarse con él. Su único propósito
es que Juan no le permita a su hijo marcharse de Aldor como este le ha solicitado, porque
el sol y el mar levantinos que tanto detesta le están volviendo loco. A la salida de la iglesia
Estrella, colgada aún del brazo de su recién estrenado esposo, no quita ojo a su hijastro
(fig. 36), y por primera vez su mirada es correspondida por la de Fernando (fig. 37).
Cuando la pareja vestida de negro sale de cuadro corriendo bajo la traca pirotécnica que
los pueblerinos han hecho estallar en su honor (fig. 38), Fernando aparecerá tras ellos
acompañado por el grito de “¡vivan los novios!” y envuelto a semejanza de una novia en
un blanco impoluto, como una imagen en negativo de la pareja, como el tercer vértice
del triángulo que acaba de constituirse (fig. 38A).
732. ZIZEK, Slavoj, Las metástasis del goce. Seis ensayos sobre la mujer y la causalidad, op.
cit., p.138.
733. Ib., p.159.
Figura 36 Figura 37
Figura 39 Figura 40
Figura 42 Figura 43
Figura 44 Figura 45
Figura 46 Figura 47
Figura 48 Figura 49
sus miradas como sus reflejos. Fernando también ha aprendido a mirar y lo que ve en el
rostro de Estrella, acechándolo como una sombra sin cuerpo, es el cúmulo de las pulsiones
que ha reprimido a lo largo de tanto tiempo. Unas pulsiones que, sin embargo, se reflejan
junto a sus propias facciones como dos imágenes gemelas.
Fernando está inquieto ante las nuevas sensaciones que está experimentando.
Entra en su dormitorio cubriéndose los ojos para no mirar más, para aplacar los impulsos
viriles de ese caballo de piedra (hipólito como él) que asoma en primer término del en-
cuadre (fig. 49). La alcoba está repleta de imágenes equinas que lo acosan en forma de
dibujos, esculturas y adornos de todo tipo. A punto de ceder ante la tentación descorre
la cortina que separa su ventana de la del dormitorio de Estrella y la ve de espaldas, re-
frescando su sudoroso cuerpo (fig. 50). Es el momento de que el andrógino decida de
qué lado decanta definitivamente su sexualidad. Fernando aparta la perturbadora visión
de sus ojos y desaparece. No volverá a mirarla. La subjetivación de la Dama no se ha
producido y el amor cortés no derivará en amor verdadero como ocurría en la película de
Neil Jordan.
Eros y Tánatos
Tras varios días ausente de casa el joven vuelve a recoger sus cosas para huir de
Estrella, sin comprender que, haga lo que haga, el destino lo ha unido irremediablemente
a esa sirena que le traerá la perdición. Ella intenta retenerlo violentamente pero él la ig-
nora: “¿Olvidas el respeto que me debes?, ¿olvidas que soy la mujer de tu padre?”. “Eso
es lo que no quiero olvidar”. La actitud de Fernando es tajante. Estrella, encolerizada,
sale a la calle a buscarlo en camisón ante las miradas de todo el pueblo. La propagación
a cargo de la furia Rosa de los rumores del adulterio incestuoso de Estrella no se hacen
esperar. Juan regresa de su viaje y, aún en el puerto, Fernando le solicita permiso para
abandonar el pueblo. Estrella comprende que tras las habladurías de la gente ya no puede
quedarse en casa de su esposo y corre al castillo para huir junto a Fernando. Este se en-
cuentra en el cobertizo recogiendo sus aparejos.
La escena que sigue es una de las más violentas, y al mismo tiempo eróticas, de
la singular filmografía del cineasta gallego. Las actitudes que uno y otro han venido sos-
teniendo obsesivamente se exacerban aquí hasta el extremo, de manera que Fernando
recurre definitivamente a la agresión física para hacer frente al acoso de su madrastra, y
Estrella se humilla ante él hasta límites masoquistas.
Figura 51 Figura 52
Figura 53 Figura 54
Figura 55 Figura 56
Figura 57 Figura 58
734. Es insólito que la Junta de Clasificación y Censura no incluyera esta brutal escena entre los
planos que debían ser eliminados de la película para su exhibición. Estas palabras de Estrella
asumiendo su pecado y el hecho de que el implacable castigo que el virtuoso Fernando (aparente
protector de la moral) inflige a la mujer sea acorde con lo horrendo de sus sentimientos, con-
abandona a su suerte en la cubierta. El joven, enemigo del elemento acuático, cae por la
borda y desaparece entre el oleaje.
Los habitantes del pueblo, enterados de la muerte del chico asedian a Estrella im-
putándole el crimen a causa de sus bajas pasiones. Las furias del pueblo, vestidas de
negro y con Rosa a la cabeza, maldicen y persiguen a una asustada Estrella envuelta en
finas gasas blancas.738 El acoso de las mujeres obliga a la muchacha a subir a los acan-
tilados donde finalmente acaba despeñándose.
Los planos de Estrella ensangrentada arrastrándose por las rocas (fig. 60) con-
vocan a nuestra memoria las impactantes imágenes del trágico final de Perla Chávez en
Duelo al sol de King Vidor (Duel in the Sun, 1946)739 Siguiendo el ejemplo del personaje
de Jennifer Jones ella también busca morir abrazada a su amado. Cuando escucha la
voz de alarma de que el cuerpo de Fernando ha sido hallado, la sirena se sumerge en
el agua y nada hasta alcanzar el cadáver. Se agarra a él extenuada, en un último intento
por completar junto a Fernando su esfera seccionada, y finalmente ambos se hunden
para siempre ante los ojos de un impotente Juan. El instinto de destrucción se ha con-
sumado, la relación entre los dos andróginos era físicamente imposible, y solo podrán
permanecer juntos en la muerte.
738. Mur Oti reproduce aquí el juego de colores presente en Johnny Guitar (Nicholas Ray, 1954)
cuando otra furia vestida de negro, Mercedes McCambridge, destruye el local de Vienna (Joan
Crawford), la mujer mala, que la recibe ataviada con un espectacular vestido blanco. Además,
este contraste de colores entre las enlutadas y puritanas mujeres del pueblo y la apasionada
Estrella se había manifestado previamente en la secuencia en que la joven sale a la calle en ca-
misón persiguiendo a Fernando.
739. El infausto final de Fedra remite asimismo al de la Jezabel de William Wyler (1938), que
desciende a los infiernos entre las llamas de la ciudad, con el cuerpo moribundo del amado al
que ha destruido en los brazos. Y de nuevo, y muy especialmente, al de Ruby Gentry en Pasión
bajo la niebla, que ve morir a Boake en la nebulosa humedad de los pantanos a manos de su fa-
nático hermano, un demente ultrarreligioso para el que la mujer es el origen del mal. Las cone-
xiones narrativas y estéticas entre Manuel Mur Oti y King Vidor son destacables y paradójicas a
un tiempo. He señalado a lo largo de este análisis las concomitancias entre Fedra y Duelo al sol
o Pasión bajo la niebla, pero, además, no olvidemos que el cineasta texano ya había empleado
el motivo del arado en El pan nuestro de cada día (Our Daily Bread, 1934) con el mismo sentido
de formación de una nueva comunidad, y que la célebre imagen de Gary Cooper manejando un
martillo hidráulico ante la encendida mirada de Patricia Neal en El manantial (The Fountainhead,
1949) guarda ciertas analogías con la de los esforzados machos murotianos roturando la tierra.
Ignoramos el grado de conocimiento que Manuel Mur Oti podía tener de la obra de King Vidor
en la España franquista, pero sí podemos constatar que al menos Duelo al sol se estrenó en Ma-
drid el 12 de octubre de 1953 y El manantial el 24 de noviembre de 1954. Pasión bajo la niebla,
sin embargo, hubo de esperar hasta 1965 a ver la luz en España (su producción data de 1952),
por lo que cualquier parecido entre la historia de Ruby Gentry y la de Fedra parece fruto de una
pura coincidencia de sensibilidades estéticas entre Mur Oti y Vidor, a menos que el gallego hu-
biera tenido acceso al filme en alguno de sus muchos viajes por América del Norte y del Sur,
dato que lamentablemente ya no podemos contrastar.
Figura 60
**********
Mur Oti cierra con esta turbia historia su tetralogía cosmogónica sobre los orígenes
de la raza humana. Los cuatro movimientos de esta sinfonía mítica han establecido cuáles
son las leyes naturales que deben regir la creación del hombre, la familia y la comunidad
en el universo cinematográfico de su autor. El fértil mestizaje de la tradición judeocristiana
con las religiones y creencias más paganas y arcaicas da como resultado una visión cos-
mogónica eminentemente sexual, en el que el germen básico es la unión física entre hom-
bre y mujer sin ningún tipo de desviaciones. Las relaciones entre Julia y Luis (Un hombre
va por el camino) y Laura y Enrique (Orgullo) respectivamente son los paradigmas a se-
guir, mientras que los otros dos casos (Condenados y Fedra) dan prueba de que cualquier
perturbación en ese orden natural que no tenga como fin la procreación será inevitable-
mente fatal. Impotencia, bisexualidad, relaciones triangulares o de una sola persona
(como el desafío de Laura por conseguir su propia agua) implican degradaciones que,
según el sistema descrito, deben ser eliminadas y castigadas para que el hombre y la
mujer genuinos desempeñen con pleno éxito su rol creador. 740
Los ecos de estos pilares temáticos, narrativos y enunciativos se perciben en dis-
tinto grado y manera en los restantes filmes dirigidos por Manuel Mur Oti. Los siguientes
capítulos establecen el valor y la ubicación de dichas películas en el mapa de la filmografía
740. Obsérvese que no estamos intentando traer a colación ninguna categoría moral o religiosa
relacionada con el orden patriarcal, sino que las relaciones que Mur Oti presenta como “apro-
piadas” se acomodan al papel que la Naturaleza ha asociado, mucho antes de cualquier condi-
cionamiento social, al hombre y mujer como macho y hembra de su especie. Se trata, pues, de
la determinación de unos roles de naturaleza mítica, no social. La formulación social de lo que
debe ser la relación entre hombre y mujer se elaborará en películas posteriores, circunscritas a
lo que he llamado “variaciones” de este tema central compuesto por la tetralogía cosmogónica.
Aquellos filmes que se presentan como reverso o inversión del modelo cons-
truido en la tetralogía: Cielo negro (1951) y Morir… dormir… tal vez soñar
(1976).
Y finalmente los trabajos de clara naturaleza alimenticia e interés desigual, que se des-
envuelven fuera del territorio marcado por los anteriores filmes, aunque sea posible ras-
trear en algunos de ellos cierto sentimiento de pertenencia a la familia estética que forma
el núcleo duro de la filmografía murotiana: La guerra empieza en Cuba (1957), Pescando
millones (1960), A hierro muere (1962), Loca juventud (1964), El escuadrón del pánico
(1966) y La encadenada (1974).
La posición de Cielo negro dentro del paisaje fílmico de su autor es cuanto menos
paradójica. Situada cronológicamente entre su primer largometraje Un hombre va por el
camino y el resto de las películas que conforman junto a esta la tetralogía cosmogónica,
Cielo negro parece quebrar la continuidad natural que se aprecia en las cuatro cintas ana-
lizadas con anterioridad. No obstante, el hecho de que todos los analistas e historiadores
que se han ocupado de ella la hayan considerado unánimemente como una de las cumbres
de la filmografía de Manuel Mur Oti, nos hace intuir la existencia de algún vínculo narra-
tivo, estilístico o estructural entre este melodrama urbano y el cuarteto de dramas rurales,
núcleo de su obra fílmica.
Las palabras del maestro del melodrama Douglas Sirk nos dan la clave no solo del
conflicto que atormenta a Emilia, sufriente víctima de la película de Mur Oti, sino de la
propia posición que esta película ocupa frente al compacto cuadrado formado por Un hom-
bre va por el camino, Condenados, Orgullo y Fedra: Cielo negro se erige en reflejo inver-
tido de la tetralogía cosmogónica, que reproduce la imagen original pero a su vez muestra
su propio opuesto.
La superficie del espejo nos devuelve el reflejo incorpóreo de un cuerpo real, un
reflejo ambivalente que, de un lado, conserva la apariencia del objeto representado pero
que se coloca a su vez frente a frente y en oposición a dicho objeto original. Por una
parte, Cielo negro adopta y reelabora algunos elementos narrativos y visuales presentes
en su primer largometraje Un hombre va por el camino (entre ellos el motivo del espejo),
que posteriormente se retoman en los otros tres títulos de la tetralogía para configurar
las señas de identidad características del universo creativo murotiano. Pero al mismo
tiempo, el segundo filme del cineasta gallego construye un discurso opuesto al desarro-
llado en esas cuatro películas analizadas.
El tema central de la tetralogía gira en torno a la naturaleza femenina y su relación
amoroso-sexual con el hombre, y ese es también el conflicto nuclear que se encierra tras
la trama folletinesca de Cielo negro. Pese a que la mayoría de los analistas que se han
acercado a este singular filme han coincidido en afirmar que se trata de una película sobre
Nunca hice una fotografía como en esta película. A veces es brillante; a veces
es gris. No he procurado retratar a los personajes, sino a sus sentimientos aní-
micos. Me he adentrado en su cuerpo y he retratado sus almas. […] En lo mi-
serable también hay fotogenia. ¿Recuerdas El séptimo cielo?; todo era pobre,
sucio, destartalado, y… sin embargo, allí había más poesía que en ningún rincón
del mundo.743
741. PENA, Jaime J., “El rostro sin ojos, el cielo negro”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ
PERUCHA, Julio(coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit., pp.50-59; o HEREDERO, Carlos F.,
“Cielo negro”, en PÉREZ PERUCHA, Julio (ed.), Antología crítica del cine español 1906-1995, op.
cit., pp.291-293.
742. PÉREZ PERUCHA, Julio (comp.), Huellas de luz. Películas para un centenario, Madrid: Dio-
rama, 1995, p.33; TÉLLEZ, José Luis, voz “Cielo negro”, en BORAU, José Luis (comp.), Diccio-
nario de cine español, op. cit.
743. Cámara, nº 192, 1 de enero de 1951, pág. 1. El séptimo cielo (Seventh Heaven, Frank
Borzage, 1927), filme que Berenguer menciona como referente estético de Cielo negro, presenta
además concomitancias argumentales con la segunda película de Mur Oti. La maravillosa historia
de amor entre Diane y Chico también finaliza con un milagro, en el que Chico es arrancado de
la muerte y encuentra por fin a Dios tras quedarse ciego en la guerra.
En cuanto a las fórmulas genéricas empleadas por Mur Oti en los cuatro títulos de
la tetralogía, recordemos que su estrategia fundamental consiste en utilizar como base
un género muy específico y eminentemente español como el drama rural, sometiendo a
sus convenciones a un proceso de depuración y esencialización. El drama rural se fusiona
después con elementos propios de otros géneros universales como el western, la tragedia
y sobre todo lo melodramático. Cielo negro es también un filme híbrido, aunque la fórmula
empleada para maridar las distintas referencias genéricas que en él se anudan es inversa
a la anterior: Cielo negro se sustenta en las convenciones universales del melodrama
(subyacentes en la tetralogía cosmogónica) y las enriquece con elementos propios de la
más enraizada tradición literaria española.
Como bien ha señalado Julio Pérez Perucha, Mur Oti utiliza en Cielo negro tanto
“los poderes del melodrama” como “las anotaciones costumbristas que irrigan el sustrato
realista del sainete”, jalonando el drama de la protagonista con una “jugosa galería de
personajes antes extraídos de la «tragedia grotesca» de Arniches que del melodrama clá-
sico”.744 El propio Mur Oti afirmó en el momento de su rodaje que Cielo negro era “un
sainete; ni más ni menos. No es drama, no es folletín; es un sainete de 3.000 metros de
longitud”.745 No obstante, la película de Mur Oti no se ajusta con exactitud a las caracte-
rísticas que, según el estudio de Juan Antonio Ríos Carratalá, definen lo sainetesco en el
cine español, y que se resumen fundamentalmente en las siguientes:
el chotis […], la verbena, los rezos de las mujeres, la portera, el trapero con
boina y el carro a la puerta, etc... Es palpable que el filme, en este sentido en-
tronca con una arraigada tradición española, una tradición esperpéntica, defor-
mativa, tremendista, fatalista. Podríamos incluso decir que la tradición taurina
744. PÉREZ PERUCHA, Julio (comp.), Huellas de luz. Películas para un centenario, op. cit., p.33.
745. Radiocinema, nº 174, enero de 1951.
746. RÍOS CARRATALÁ, Juan Antonio, Lo sainetesco en el cine español, op. cit., p.20.
747. Tratamiento que aleja a Emilia de las otras féminas míticas sujetas a fuerzas irracionales.
Con todo, y pese a esta impureza genérica que comparte con los filmes de la te-
tralogía, Cielo negro es sustancialmente un melodrama con ribetes de folletín749:
748. RICHART, Mabel, Narración y deformación en «Cielo negro» de Mur Oti, Valencia: Episteme,
col. Eutopías, 2000, p.12.
749. No en vano su argumento se inspira en la obra Miopita, un breve relato escrito por Antonio
Zozaya en 1927, que la Revista Literaria publicó en 1934 con el subtítulo de novela folletinesca.
750. GONZÁLEZ REQUENA, Jesús, La metáfora del espejo: el cine de Douglas Sirk, Valencia:
Instituto de Cine y Radio-Televisión, 1986, pp.195-196.
751. PÉREZ RUBIO, Pablo, El cine melodramático, op. cit., p.43.
752. Ib.
753. Pérez Rubio define este concepto como “la complacencia que consiste en saborear el puro
e inherente hecho de desear; […] un goce pasivo que no aspira a la consumación final del mismo
entre el sujeto y el objeto o que, al menos, se fundamenta en el deleite obtenido por su retar-
damiento máximo” (ib., pp.68-69). Después de la secuencia de la verbena, el amor de Emilia
por Fortún, mediado por las cartas falsas, se desarrolla ficticiamente y en estos términos de
suspensión o dilatación, más propios de un amor meramente platónico.
754. Estrategia narrativa relativa a la construcción del punto de vista según la cual el espectador
accede antes que el personaje a una información que resultará decisiva para este. Así también
el espectador de Cielo negro está al corriente del engaño al que Emilia está siendo sometida
antes de que la pobre muchacha lo descubra. El empleo de la focalización cero en Cielo negro
es obra de Mur Oti, puesto que este recurso narrativo no estaba presente en la novela original,
basada íntegramente en la focalización interna correspondiente al punto de vista del personaje.
Carmen Arocena describe a Emilia como “un ser incapaz de aprehender la realidad
sino más bien de reinventarla”755, un ser que construye su propia realidad embelleciéndola
a través de la visión ideal e ilusoria que le ofrecen las gafas y otros motivos que amplifican
el efecto de las lentes, como la ventana o el espejo.
Esa reformulación ficticia de la realidad que la protagonista elabora desde un
prisma subjetivo y deformante está en la base del conflicto central de la película y otorga
a la mirada un papel crucial en la articulación del relato. Mabel Richart ha señalado que
“todo el entramado de la película se construye sobre el hipograma constituido por la opo-
sición visión/ceguera”.756 Una oposición en forma de quiasmo según la cual cuando Emilia
utiliza gafas y su visión fisiológica es más clara, su ceguera existencial es por el contrario
total y vive inmersa en una realidad falsa e idealizada que ella misma ha construido. Mien-
tras que solo cuando su ceguera física se confirma empieza a ser consciente de las ver-
daderas circunstancias que la rodean.757
755. AROCENA, Carmen, “Las mujeres de Manuel”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PE-
RUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit., p.105.
756. RICHART, Mabel, Narración y deformación en «Cielo negro» de Mur Oti, op. cit., p.12.
757. Pablo Pérez Rubio manifiesta que esta relación paradójica entre ceguera y visión es carac-
terística del género melodramático: “los «ojos del corazón» permiten ver elementos de la reali-
dad que los «ojos de la vista» no alcanzan. Al tratarse de un sistema genérico que bascula entre
lo manifiesto y lo oculto, los personajes ciegos encarnan de manera soberbia ese doble mundo
y facilitan, en algún momento de la narración, su intersección. En la tradición legendario-literaria,
la ceguera está asociada a niveles profundos e iluminados del conocimiento, […] a la ceguera le
corresponde, en realidad, su opuesto: la iluminación, la videncia”. PÉREZ RUBIO, Pérez, El cine
melodramático, op. cit., p.109.
758. Durante la verbena Emilia describe a Fortún la situación de su madre, “dice que en casa le
parece que está con él”, pero el hombre no entiende tal devoción por un difunto. Cuando replica
a Emilia que “eso ya es exagerado” ella pregunta atónita: “pero, ¿tú crees que se puede querer
menos?”.
759. FREUD, Sigmund, “Compendio del psicoanálisis”, en Obras completas, Vol. IX, op. cit.,
p.3.409.
calidad de objeto amoroso, por otra persona: por el padre. Cuando se ha perdido un ob-
jeto amoroso, la reacción más obvia consiste en identificarse con él […]. La niña pequeña
aprovecha este mecanismo y la vinculación con la madre cede la plaza a la identificación
con la madre. La hijita se coloca en lugar de la madre, como por otra parte siempre lo
hizo en sus juegos”.760
Emilia pretende suplantar a su padre a través de Fortún, para reproducir el feliz
matrimonio de sus progenitores. Sin embargo, aunque ella aún no lo ve, su complejo de
Electra no está en absoluto superado y va a derivar al final de la película en una auténtica
psicosis.
Este doloroso itinerario que lleva a la protagonista de Eva a Electra, de la ceguera
vital a una visión espiritual pero delirante, está marcado por cuatro hitos que son visual-
mente formalizados mediante cuatro significativos movimientos de cámara. Veamos cuá-
les son los efectos de sentido que generan dichos movimientos.
760. FREUD, Sigmund, “Compendio del psicoanálisis”, en Obras completas, Vol. IX, op. cit.
761. Entendido este concepto según la teoría de François Jost (GAUDREAULT, André y JOST,
François, El relato cinematográfico. Cine y narratología, op. cit.).
real de Emilia desde un aparente nobody´s shot; y su reflejo en el espejo que aparece
desenfocado como correspondería a la ocularización interna relativa al punto de vista del
personaje. Si antes saltábamos de un punto de vista al otro a través de un corte, en esta
ocasión la cámara se adentra de lleno, y con carácter definitivo, en esa visión subjetiva
de la protagonista mediante un travelling avant que privilegia en el encuadre aquello que
Emilia está viendo: su imagen borrosa reflejada en el espejo (fig. 3A). A medida que la
cámara se aproxima a la superficie especular el desenfoque se corrige y el rostro de Emi-
lia, hermoso por primera vez desde que comenzó la película, se exhibe perfectamente
definido incluso ante sus defectuosos ojos (fig. 3B).
Figura 1 Figura 2
Figura 2A Figura 3
Figura 3A Figura 3B
the woman who wears glasses constitutes one of the most intense visual clichés
of the cinema. The image is a heavily marked condensation of motifs concerned
with repressed sexuality, knowledge, visibility and vision, intellectuality and desire.
The woman with glasses signifies simultaneously intellectuality and undesira-
bility; but the moment she removes her glasses (a moment which, it seems,
must almost always be shown and which is itself linked with a certain sensual
quality), she is transformed into spectacle, the very picture of desire.763
762. Mabel Richart también ha destacado que tras la particular articulación del punto de vista
presente en la escena se esconde una interesante reflexión metalingüística: “que la cámara
adopte la perspectiva del personaje, cuando no era necesario hacerlo en lo que a la diégesis fíl-
mica se refiere, solo puede significar que asume los rasgos de la mirada de Emilia que coinciden
con la visión borrosa. Dicho de otra manera: esa secuencia representa un momento de auto-re-
flexividad fílmica en la que la enunciación hace un gesto meta-textual mediante el que reflexiona
sobre sí misma. ¿Con qué finalidad? Con la finalidad de declarar su carácter deformativo, advir-
tiendo que el punto de vista fílmico representa siempre y bajo cualquier circunstancia una visión
deformada de la realidad, una mirada en la que no coinciden realidad fílmica y realidad fenomé-
nica”. RICHART, Mabel, Narración y deformación en «Cielo negro» de Mur Oti, op. cit. p.16.
763. DOANE, Mary Ann, “Film and the masquerade: theorising the female spectator”, en THORN-
HAM, Sue (ed.), Feminist film theory: a reader, op. cit., p.139. “La mujer con gafas constituye
uno de los clichés visuales más intensos del cine. La imagen es una condensación fuertemente
marcada de motivos relacionados con la sexualidad reprimida, el conocimiento, la visibilidad y
Pero el efecto obtenido en el instante en que Emilia retira los anteojos de su rostro
no coincide con el augurado por Doane puesto que, aunque ella se ve manifiestamente
más guapa (razón por la que era preciso contar con una actriz de hermosa apariencia)764,
esa belleza no es más que un espejismo fruto de su imperfecta visión existencial. Reto-
mando las lúcidas palabras de Douglas Sirk, el espejo tan solo le devuelve la imagen de
su propio opuesto.
En Un hombre va por el camino la transformación de Julia en mujer tras abandonar
el rol varonil que había desempeñado a lo largo de la película, se producía precisamente
frente a un espejo, superficie en la que se fundían su condición de objeto mirado-deseado
y su propia mirada deseante a un fuera de campo absoluto. Emilia también cree que esa
noche se hará mujer cuando Fortún por fin le declare su amor y con esa ingenua ilusión
se embellece para él. Lo que la muchacha ignora es que en su destino no está escrito ser
amada porque, a diferencia de Julia, ella no es ni será mujer, esposa, ni madre, por lo
que tampoco podrá ser jamás deseable.
El espejo solo la engaña (como lo han hecho los cristales de sus gafas al mostrarle
hermosos geranios donde había calcetines) y le devuelve la imagen de una mujer apa-
rentemente bella que, sin embargo, no conseguirá invocar el deseo de un hombre que no
la va a mirar. Cuando se reúnen en la verbena Fortún tan solo le dice, “te encuentro dis-
tinta”, sin percatarse de que la muchacha no luce sus habituales anteojos, a lo que Emilia
responde significativamente: “seguramente es que nunca me habías mirado”. El hombre
parece gratamente sorprendido por el cambio de la pobre “miopita”, pero cuando las ma-
nifiestas e insistentes miradas de deseo de Emilia lo acorralan rehuye incómodo cualquier
contacto visual con la muchacha (figs. 4 y 5).
Figura 4 Figura 5
Las dos horas que dura la verbena son las más felices de su vida para una Emilia
que ni siquiera advierte que Fortún está tratando de librarse cuanto antes de su compañía.
Los fuegos artificiales, el chotis que bailan juntos o la muñeca que les toca en la tómbola
(a la que ella le quita las gafas), forman parte de esa engañosa felicidad que se prolonga
hasta el instante en que la pareja monta en la noria y Fortún le comunica que se traslada
a Valencia.
El movimiento vertical y de sentido circular que describe la noria es precisamente
el segundo de esos cuatro desplazamientos de cámara cardinales que determinan la evo-
lución de Emilia. Conscientes de la importancia crucial que el plano entrañaba, Mur Oti y
Manuel Berenguer, su director de fotografía, adosaron la cámara al compartimento de la
noria y dejaron que esta funcionara de manera autónoma en un complejo plano secuencia.
Mur Oti podía haber solucionado técnicamente la toma rodando la conversación de los
actores en estudio e insertando una retroproyección que mostrara los cambios en el fondo
del cuadro. Sin embargo, era fundamental que la cámara acompañara físicamente a Emilia
en su constante movimiento circular de arriba abajo. El resultado visual es paradójico
puesto que aunque el desplazamiento de la cámara es incesante, la conversación entre
los personajes se percibe estática y es solo el fondo, sumido en la oscuridad, el que cam-
bia su aspecto, subiendo y bajando alternativamente.
Podría decirse, por tanto, que se trata de un movimiento inmóvil del que solo se
desprende una interpretación posible: que ese viaje circular en la noria no tiene dirección
alguna y acaba donde empezó, es decir, que la relación entre Emilia y Fortún no puede ir
ni irá a ninguna parte.765
765. Al astuto Mur Oti no se le escapaba la importancia de esta secuencia dentro de la película,
y pese a tener muy claro desde un principio que Susana Canales sería la protagonista de Cielo
negro, fue precisamente la escena en el interior de la noria la que escogió para la prueba de
casting a la que sometió a la actriz.
era importante que aquel hombre dijera aquello para después ver la verdad de
la verbena, que también en la verbena hay tristeza como en toda la vida, que
también en la verbena hay tragedia como en toda la vida. Que por muchas vuel-
tas que dé la noria, por mucho que suba ese coche de noria, va a mojarse y va
a parar y van a salir malparados de allí arriba y ella va a llorar donde había es-
perado felicidad.766
3. La estilización de la mentira
Pero sus antiguas compañeras de trabajo con Lola (Teresa Casal), exnovia de For-
tún, a la cabeza le van a jugar una mala pasada que reconducirá la trayectoria de Emilia
por el camino de la ceguera. Desesperada por no perder el contacto con su amor, la mu-
chacha pide a Lola las nuevas señas de Fortún en Valencia y esta, sabedora de que la
“miopita” está enamorada de su antiguo novio, le da una dirección falsa que le permitirá
tener acceso a las cartas de Emilia.
Un día las notas del chotis que bailaron en la verbena se asoman tímidamente a
su memoria, y Emilia se arranca a escribir una carta de amor a Fortún. Los primeros
acordes de la melodía se repiten indecisos como si la orquesta no hallara el tono, acom-
pañando las dudas de la propia Emilia ante el papel en blanco. Pero cuando el chotis se
impone con claridad, Emilia también encuentra las palabras apropiadas para expresar
766. CASTRO DE PAZ, José Luis y PENA, Jaime J., “Una tentativa de entrevista a Manuel Mur
Oti”, op. cit., p.55.
sus más hondos sentimientos (fig. 6). En ese momento la cámara comienza un alambi-
cado movimiento que recorrerá pausadamente toda la habitación hasta regresar de
nuevo al punto de arranque.
Figura 6 Figura 6A
Figura 6B Figura 6C
Figura 6D Figura 6E
Figura 6F Figura 6G
lia tiene de la realidad vehiculada a través de los cristales de la ventana y el espejo. Na-
rrativamente la joven se va a aferrar a la quimera del amor de Fortún asumiendo como
cierta la mentira que Lola va a tejer para ella. La cámara y la enunciación, sin embargo,
señalan inequívocamente a la propia Emilia como único punto de inicio y fin de ese pre-
sunto amor que solo se va a prolongar de manera ficticia.
Lola es la destinataria final de la misiva cuya prosa romanticona lee con cruel rego-
cijo entre sus amigas. Para dilatar el placer que le produce burlarse de la muchacha decide
pagar a base de ensaimadas y café con leche a un poetastro llamado López Veiga (Fer-
nando Rey) para que conteste a las cartas en nombre de Fortún. Y así comienza la segunda
parte de la falsa ilusión amorosa de Emilia que debía haber concluido en la verbena.
El intercambio epistolar767 se sucede mientras Emilia se deja la vista trabajando
en unos laboratorios y se agrava la enfermedad de su madre (Inés Pérez Indarte). Pese
a todo las dos mujeres son felices, porque en su última carta Fortún les ha comunicado
que viajará a Madrid para pedir la mano de la joven. Emilia contesta el mensaje rogándole
que adelante sus planes puesto que a su madre le quedan pocos días de vida. Abrumado
por la noticia, López Veiga considera que la broma ha llegado demasiado lejos incluso
para un hombre con pocos escrúpulos como él, y se presenta ante Emilia para desen-
mascarar la farsa.
El encuentro tiene lugar en una escalera, espacio cargado de significación en la te-
tralogía cosmogónica, especialmente en Un hombre va por el camino y Orgullo. En la pri-
mera, la escalera se convierte en escenario para la transfiguración de los protagonistas,
y en la segunda el proceso de maduración de Laura está vertebrado por cuatro ascensos
a la escalinata de su mansión.
La protagonista de Cielo negro también vive cuatro momentos cruciales de su do-
loroso itinerario vital en torno a diversas escaleras. Casi al comienzo de la película Fortún
la invita a salir a la verbena en la escalera de entrada a la casa de modas, y Madame
Dorin también está situada en lo alto de unos escalones cuando la descubre devolviendo
el vestido robado. El encuentro con el poeta en las escaleras de su vivienda marca una
inflexión en la trama y en la evolución de la protagonista, por lo que la puesta en escena
también presenta una diferencia sustancial respecto a los anteriores. En las dos primeras
escenas Emilia había permanecido en una posición inferior respecto al otro personaje
(figs. 7-10), tomada incluso en un acusado ángulo picado (fig. 10) que remarcaba su vul-
nerabilidad frente al poder que Fortún o Madame Dorin ejercían sobre ella. En su conver-
sación con López Veiga, por el contrario, Emilia aparece colocada en la parte superior de
la escalera (figs. 11-12).
El cambio de posición no es gratuito: en este momento Emilia se erige por primera
vez en sujeto activo y plenamente consciente, empieza a comprender cuáles son sus ver-
767. No es casualidad que Emilia lea la primera misiva falsa de Fortún en compañía de su
madre y junto a la misma ventana donde había confundido los calcetines con geranios. Apo-
yada en el quicio de la enorme pantalla deformante que supone la ventana escucha de nuevo
en el interior de su cabeza las notas del chotis y asegura que “ya no hace falta recordar ni ce-
rrar los ojos para ser feliz”.
daderas circunstancias y toma las riendas de su vida empleando para ello el poder que la
culpa y el arrepentimiento le otorgan sobre la conciencia del mediocre poeta.
Figura 7 Figura 8
Figura 9 Figura 10
Figura 11 Figura 12
4. El calvario768
Con el descubrimiento del engaño, los ojos de Emilia se abren a la realidad y decide
tomar la iniciativa para evitar mayores pesares a su madre. Empieza así un auténtico cal-
vario, muy distinto de esa vida color de rosa que había vislumbrado a través de gafas,
ventanas y espejos.
Con inusitada sangre fría, Emilia urde su propia farsa obligando a López Veiga a
hacerse pasar por Fortún ante su madre, al menos durante el tiempo que esta permanezca
con vida. Emilia lleva al poeta a su casa el día señalado para la pedida de mano (fig. 13)
y le hace entrar en la alcoba de la enferma mientras ella se queda fuera un instante (fig.
13A). López Veiga inicia con su verborrea habitual la grotesca representación, que se
mantiene en fuera de campo. Emilia entra en la habitación, pero la cámara, que hasta el
momento se había caracterizado por su movilidad, se mantiene incómodamente estática
dejando la escena vacía (fig. 13B). La protagonista parece no soportar la situación y sale
momentáneamente del dormitorio (fig. 13C), mientras la conversación entre la madre y
el yerno impostor continúa en off.
768. Este tramo final de Cielo negro, el de mayor densidad dramática, sufrió algunas importantes
modificaciones a lo largo de sus diversas versiones. La historia original de Gerarda en Miopita
finalizaba simplemente con la muerte de la madre. En la sinopsis inicial de la película presentada
a censura en cambio ya se había introducido la insinuación del intento de suicidio. Sin embargo,
la chica se arrepentía y en el último momento Fortún regresaba a Madrid repentinamente ena-
morado de Emilia, un pegote de final feliz que incluso los censores consideraron incongruente
con el devenir de la historia. La definitiva idea del suicidio frustrado por la llamada de las cam-
panas divinas se debe enteramente a Manuel Mur Oti.
ahora había creado un mundo de ficción es lo único que aparece iluminado en la escena
mientras el médico la examina (fig. 14). Cuando su diagnóstico se confirma todo el rostro
de Emilia queda finalmente sumido en la penumbra (fig. 15), certificando la afirmación
de Richart de que a la clarividencia existencial le corresponde la ceguera física.
Figura 14 Figura 15
Figura 16 Figura 17
769. La rotura de los cristales no estaba prevista en el guión pero durante el rodaje Susana Ca-
nales, en su vehemente interpretación, golpeó con tanta fuerza el postigo que hizo añicos los
vidrios. La actriz, ensimismada en su papel, continuó con lo marcado en el guión, y Mur Oti, sa-
gazmente, no ordenó que cortaran la toma consciente del valor que la improvisada acción añadía
a la escena (entrevista personal a Susana Canales, octubre de 2008).
Y en ese instante empiezan a sonar al unísono todas las campanas de Madrid. La prota-
gonista, casi en trance, se detiene mirando en derredor, hasta que por fin decide atender
la llamada de las campanas y correr hacia el lugar que estas le señalan.
Se inicia así la última fase del martirio de Emilia, un calvario físicamente devastador
materializado en un espectacular travelling de 500 metros que acompaña la extenuante
carrera de la protagonista desde el viaducto hasta la iglesia de San Francisco el Grande,
meta de su trayecto.770 Al movimiento vertical, cerrado e inmóvil de la noria se opone
aquí la larguísima horizontalidad de ese travelling que, una vez que ha quedado vacante
el lugar de la madre, conduce a la protagonista hacia el Padre.
Es preciso remarcar que en realidad la cámara no acompaña a Emilia en su carrera,
sino que, como ha observado Jaime J. Pena771, la precede marcándole el camino que debe
seguir, y es la propia Emilia quien corre en pos de esa cámara atraída por su especial
magnetismo. La absoluta autonomía de la cámara correspondiente a la omnipotencia vi-
sual de la mirada objetiva irreal que ha dominado la enunciación revela, al igual que en
Un hombre va por el camino, la presencia de un enunciador externo inscrito en la escritura
fílmica. En la ópera prima de Mur Oti esa mirada exógena que en un momento dado coin-
cidía con la del vagabundo, correspondía al fantasma del difunto marido de Julia, que la
empujaba a los brazos de su sustituto Luis para reedificar su sueño interrumpido. Ese es-
poso-demiurgo que orquestaba el relato en Un hombre va por el camino adoptaba foto-
gráficamente el rostro de Mur Oti, y arrebataba la mirada a los protagonistas dirigiendo
sus destinos hacia una inevitable unión.
Ese enunciador porta en Cielo negro la mirada del padre de Emilia. Su retrato, pre-
sente en la pared de la casa de la joven772, coincide igualmente con el del cineasta Mur
Oti, y también él arrebatará la mirada de la protagonista, en este caso absoluta y literal-
mente, dejándola ciega. La mirada objetiva irreal de la cámara que señalaba a Julia su
futuro junto a Luis, solo ha indicado a Emilia que ella no está hecha para el deseo, que
solo hay falsedad en el amor que ella creía ver en Fortún, y que por tanto, no debe mirar
como el resto de mujeres murotianas, sino refugiarse en los brazos de su padre, único
referente amoroso que la muchacha conoce.
770. Imagen que recuerda en cierta forma a otro calvario femenino del cine español: el prota-
gonizado por Acacia en la segunda versión de La aldea maldita (Florián Rey, 1942), que también
finaliza en una redención de inequívoco sentido religioso.
771. PENA, Jaime J., “El rostro sin ojos, el cielo negro”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ
PERUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit., p.56.
772. La casa de Emilia alberga dos retratos de su padre que son en realidad del propio Manuel
Mur Oti enfundado en uniforme de gala. El primero está colgado en la pared del salón, y el se-
gundo, reposa sobre la cómoda del dormitorio de Emilia. Esta presencia pictórica del padre so-
brevuela toda la película y se manifiesta de forma visible en algunas de las escenas más cruciales
desarrolladas en la casa de la protagonista: cuando Emilia cree ver los geranios de la vecina a
través de la ventana; cuando descubre que su mejor vestido (guardado precisamente junto al
uniforme de su padre) está apolillado; o en el momento en que indica a López Veiga las últimas
instrucciones para su fraudulenta representación. Puede decirse, pues, que el personaje del
padre ha acompañado la trayectoria de la protagonista a lo largo de todo el relato no solo a tra-
vés de la mirada que porta la cámara, sino también mediante una presencia física y tutelar que
ha planeado sobre la muchacha como una sombra constante.
773. RICHART, Mabel, Narración y deformación en «Cielo negro» de Mur Oti, op. cit. p.20.
774. Sorprende que aún hoy analistas como Jaime J. Pena aseguren que “la lectura cristiana de
este final es tan obvia, quizás también la única viable en el contexto de la época, que carece de
interés, o mejor dicho, no nos interesa lo más mínimo” (PENA, Jaime J., “El rostro sin ojos, el
cielo negro”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PERUCHA, Julio [coords.], El cine de Manuel
Mur Oti, op. cit. p.56). Respecto al efectismo que habitualmente se le ha achacado al famoso
travelling desde su estreno en 1951, Jaime J. Pena y José Luis Castro de Paz recibieron del propio
Mur Oti el siguiente rapapolvo cuando en una entrevista emplearon dicha palabra, aunque fuera
precisamente para criticar tal apreciación: “Como usted vuelva a repetir, siquiera comentándolo,
el «efectismo del travelling» le mato a usted. ¿Qué imbécil escribió, sea quien sea, esa crítica
respecto a mí?” (en CASTRO DE PAZ, José Luis y PENA, Jaime J., “Una tentativa de entrevista a
Manuel Mur Oti”, op. cit., p.57). Lo cierto es que la opción del travelling ininterrumpido era la
más pertinente desde el punto de vista cinematográfico para crear el efecto de sentido que el
cineasta gallego buscaba en la secuencia del desenlace.
Figura 21 Figura 22
Cuando Emilia echa a andar desde el viaducto el espectador no sabe hacia dónde
se dirige, la cámara la guía en su trayectoria rectilínea sin destino aparente (fig. 18) hasta
que al final del movimiento el ángulo de visión se abre para mostrar a la protagonista en
la entrada del templo (fig. 18A). Emilia detiene su carrera y entra precipitadamente en la
iglesia. Allí la cámara, en un acusado picado procedente de las alturas celestiales, se
acerca a ella clavada en la puerta con los brazos extendidos (figs. 19, 19A, 19B) y la atrae
hacia el altar, de nuevo en travelling, para que se postre definitivamente ante el Gran
Padre, tercer vértice de la trinidad formada por el padre-Mur Oti-Dios (figs. 20-22).
Emilia, que encarna el arquetipo de hija, se eleva así al nivel de Jesucristo, el Hijo por
excelencia, asimilación apuntada por Mabel Richart al definir a la protagonista de Cielo negro
como una Crista que sufre todo tipo de bajezas psíquicas y físicas.775 Laura y Julia reciben
la lluvia seminal con actitud gozosa, mientras que para Emilia el agua776 supone un obstáculo
más en su demoledora carrera de dos minutos y medio en pleno amanecer invernal. La lluvia
la purifica de su inalcanzable deseo amoroso, y se añade al sufrimiento y la fatiga reales de
Susana Canales en ese catártico itinerario hacia la iglesia, convertido en evidente correlato
de la pasión de Cristo camino del monte Calvario. Tal como hizo el Hijo de Dios también ella
se clava en su propia cruz (fig. 19A), y entrega su cuerpo y alma al Padre, implorando perdón
por haber tratado de disponer de ellos cuando no le pertenecían (fig. 22).
Mur Oti explicó repetidas veces este desenlace como una “fábula cristiana”777 en
la que el milagro de las campanas que llaman a Emilia salva a la protagonista de un te-
rrible y pecaminoso final:
Nadie supuso adónde iba hasta que dio media vuelta y se enfrentó a San Fran-
cisco el Grande. Y nadie esperaba que la voz de Dios convertido en un coro so-
775. RICHART, Mabel, Narración y deformación en «Cielo negro» de Mur Oti, op. cit., p.27.
776. Irónicamente mezclada con leche en la única película de Mur Oti en la que el agua no puede
corresponder a la semilla del macho.
777. En CASTRO, Antonio, “Manuel Mur Oti, un intelectual amante del melodrama”, op. cit., p.59.
nara grandioso y angélico cuando se abren las puertas y ella llega a pie lentí-
sima, asombrada, olvidada de su propia tragedia, posiblemente avergonzada
ante Dios cuando se da cuenta que más dolor que el de ella fue el de un Cristo
que era hijo de Dios y fue crucificado. Así, cuando se arrodilla ante el altar solo
puede decir: Señor, señor, ¿cómo he podido atreverme a tanto?778
El rostro extasiado de Emilia ante la imagen de Dios (fig. 23) recuerda a la expre-
sión orgásmica de Julia ante la imagen de su campo recién sembrado (fig. 24). El último
plano picado desde el punto de vista divino que cierra la película (fig. 25) confirma las
palabras de Carmen Arocena: “la única mirada masculina que se posará sobre Emilia car-
gándola de significación, eligiéndola como objeto de deseo es la de otra imagen: la del
icono de Cristo”.779
Figura 23 Figura 24
Figura 25
778. En CASTRO DE PAZ, José Luis y PENA, Jaime J., “Una tentativa de entrevista a Manuel Mur
Oti”, op. cit.
779. AROCENA, Carmen, “Las mujeres de Manuel”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PE-
RUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit., p.106.
Arocena subraya con acierto que Cristo, al igual que el retrato de su padre ence-
rrado en un marco, no es más que una imagen, una reconstrucción ficticia como los es-
pejismos que Emilia ha creído reales a lo largo del filme. El desplazamiento hacia atrás
de la cámara que abandona a la joven desde la mirada del padre-Dios, nos conduce a
una postrera y tenebrosa reflexión apoyada en las palabras del propio Mur Oti: “cuando
va de nuevo a intentar saltar del viaducto, vuelve a sonar otra campana y otra y otra… Y
se crea un círculo dramático de campanas. Un círculo que la encierra”.780
Esa circularidad, al igual que el movimiento de la noria, no conduce a Emilia a nin-
guna parte. La última y terrible gran paradoja que entraña este siniestro final es que esa
iluminación que Emilia recibe merced a la llamada de Dios es fruto de la locura, de la psi-
cosis que le ha producido el complejo de Electra. En realidad Emilia ha perdido la razón,
y así se lo hizo saber expresamente Mur Oti a Susana Canales para que ajustara su in-
terpretación.781
Los brazos del padre no serán una salvación para la desdichada protagonista sino
una nueva y más terrible forma de invención y autoengaño que impiden a Emilia advertir
que lo que la aguarda no es el consuelo cristiano, sino la muerte en vida, es decir, que
como muy lúcidamente apuntó Julio Pérez Perucha, las campanas en realidad doblan
por ella.782
**********
Volvemos ahora al principio de este análisis para replantear la cuestión del complejo
posicionamiento de Cielo negro respecto a la compacta tetralogía cosmogónica. Como se
ha comprobado, Emilia es a un tiempo compendio y reflejo invertido de la fémina muro-
tiana: una mujer impar dentro del sistema arquetípico de Mur Oti que podría situarse
tanto en el centro del cuadrado como fuera del mismo. Prefigura elementos que se pre-
sentarán y desarrollarán más pormenorizadamente en Condenados, Orgullo y Fedra, pero
es, sin duda, con su inmediata antecesora Un hombre va por el camino con quien mani-
fiesta una relación de simetría inversa más notable.
Cielo negro está situada cronológicamente tras el rotundo éxito obtenido por Un
hombre va por el camino, y en un periodo de incertidumbre en que el cineasta transitó
por diversas vías que no llegaron a cuajar. Los análisis de ambos filmes parecen sugerir,
780. En CASTRO DE PAZ, José Luis y PENA, Jaime J., “Una tentativa de entrevista a Manuel Mur
Oti”, op. cit., p.56. La cursiva es mía.
781. Aunque en todas sus declaraciones públicas defendiera la interpretación del milagro divino,
lo cierto es que Mur Oti obligó a Susana Canales, contra el criterio de la propia actriz, a exagerar
la mímica de la escena en que Emilia escapa de casa y corre hacia el viaducto, porque a partir
de ese momento “el personaje había perdido la razón” (entrevista personal con Susana Canales,
octubre de 2008).
782. PÉREZ PERUCHA, Julio (comp.), Huellas de luz. Películas para un centenario, op. cit., p.33.
por consiguiente, que en estos primeros tanteos fílmicos Mur Oti ensayó dos retratos de
mujer inversos y complementarios, y que optó por desarrollar el que encarnaba la prota-
gonista de Un hombre va por el camino, modelo que depuró en sus filmes posteriores.
La línea propuesta en Cielo negro no tuvo continuidad, circunstancia que refuerza
su singularidad dentro de la filmografía de su autor, y de la propia historia del cine espa-
ñol. No obstante, Mur Oti no cerró del todo la puerta abierta por su segunda película, y
clausuró su filmografía con un extraño melodrama en torno a otro personaje neurótico
enamorado de un fantasma. El protagonista de Morir… dormir… tal vez soñar… (1976),
víctima de un irresoluble y destructivo complejo de Edipo, se convierte a su vez en reflejo
alterado de Emilia, cerrando así el juego de inversiones que, visto con perspectiva, tras-
luce Mur Oti en su filmografía.
Mur Oti cerró su filmografía en 1976 tal y como la había empezado veintisiete años
atrás: con los ecos de las palabras de William Shakespeare. Si su primera película, Un
hombre va por el camino, se abría con los versos del poeta inglés recitados por el vaga-
bundo, su último largometraje, Morir… dormir… tal vez soñar, alude explícitamente a uno
de los fragmentos más célebres de la extensa obra shakespeareana. En su famoso soli-
loquio, el atormentado Hamlet se preguntaba:
¿Cuál es más digna acción del ánimo: sufrir los tiros penetrantes de la fortuna
injusta u oponer los brazos a este torrente de calamidades y darles fin con atre-
vida resistencia? Morir es dormir. ¿No más? ¿Y por un sueño, diremos, las aflic-
ciones se acabaron y los dolores sin número, patrimonio de nuestra débil
naturaleza...? Este es un término que deberíamos solicitar con ansia. Morir es
dormir... y tal vez soñar.783
783. SHAKESPEARE, William, Hamlet, Estella: Salvat/Alianza, 1969, p.79. Traducción de Leandro
Fernández de Moratín.
Juan, el protagonista de la última película de Mur Oti, también trata de poner fin a
las decepciones de una vida gris y conformista regresando tras su muerte a la casa donde
vivió los momentos más felices de su existencia, y confirmar así que “es mayor la verdad
del recuerdo que la ilusión del sueño”.
El filme se inicia con la imagen de la verja de entrada a una casa mientras los
títulos de crédito se suceden en la pantalla. Una vez finalizado el genérico la luz del plano
se torna azulada y los guturales sonidos de un sintetizador cargan la atmósfera de sinies-
tra inquietud (fig. 1). La cámara inicia su desplazamiento hacia delante al tiempo que una
voz en off empieza su discurso:
Yo no sabía dónde estaba cuando sentí el deseo de regresar a este barrio lejano
a la ciudad, ni sé tampoco cuándo nació en mi alma este afán de volver. Sé que
surgió de pronto, tal que si despertara de un prodigioso sueño que me hubiera
arrastrado a este lugar. No un instante en la noche, ni un día en el tiempo, sino
días y noches, meses y años, una vida tal vez.
La cámara que porta la mirada de ese narrador traspasa en su avance la verja del
jardín y se adentra definitivamente en una casa de la que no volverá a salir (fig. 2).784
Figura 1 Figura 2
La voz en off que guía el relato pertenece a Juan, antiguo propietario del caserón. Aunque
sería más ajustado decir que en realidad pertenece a su espíritu, dado que Juan está
muerto cuando él mismo empieza a contar su historia, en una insólita estrategia narrativa
empleada anteriormente por Charles Chaplin en Monsieur Verdoux (1947) y Billy Wilder
en El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, 1950).785
784. Es inevitable hacer referencia aquí a dos célebres arranques cinematográficos en los que
Mur Oti parece haberse inspirado directamente: las palabras inaugurales de Rebeca de Alfred
Hitchcock (Rebecca, 1940) y el plano inicial de Ciudadano Kane (Citizen Kane, Orson Welles,
1941).
Juan (Pedro Díez del Corral), impulsado por una fuerza que no reconoce porque
aún no sabe que está muerto, regresa a la casa donde nació, creció y murió para evocar
los instantes de felicidad allí transcurridos a lo largo de toda su vida, desde la infancia a
la madurez. La cámara se mueve en un continuo plano subjetivo correspondiente a la mi-
rada del fanstasma, recorriendo cada rincón de la mansión, y deteniéndose allá donde el
espíritu de Juan guarda un recuerdo feliz.
En sus evocaciones la fría luz azul del mundo de ultratumba se torna cálida y ama-
rillenta, y la movilidad autónoma de la cámara deja paso a una puesta en escena en apa-
riencia más reposada y conservadora, como si la memoria de Juan pretendiera preservar
inmutables y en formol los recuerdos encerrados en esas cuatro paredes.
El valor central y la omnipresencia de la memoria en Morir… dormir… tal vez soñar
están íntimamente vinculados a la naturaleza puramente melodramática de la cinta. Juan
es, junto a Emilia, el más melodramático de los personajes murotianos, pues se observa
en él mejor que en ningún otro la herida de la pérdida del objeto de deseo (encarnado en
su madre), y la erosión del tiempo:
Para Juan “el porvenir no tiene otro sentido que prolongar el pasado idílico e idea-
lizado”787, por eso se resiste a abandonar esa mansión incluso después de su falleci-
miento. “La magnitud nostálgica del melodrama viene dada por una reiteración, en sus
imágenes, de ámbitos espaciales que estuvieron habitados por cierta sensación de pleni-
tud afectiva y que ahora son vistos, tras el paso implacable del tiempo, bajo una nueva,
desoladora luz”.788
En opinión de Miguel Marías,
785. Puede considerarse al difunto Juan lo que Michel Chion denomina un personaje acúsmetro,
“una categoría de personajes con pleno derecho, propios del cine sonoro, y cuya particularísima
presencia se sostiene en el seno de la imagen por su misma ausencia. […] Podría definírsele
como ni dentro ni fuera (en relación con la imagen): dentro no porque la imagen de su fuente
–el cuerpo, la boca– no está incluida, pero tampoco fuera porque no está abiertamente situada
en off, en un estrado imaginario que recuerde al del conferenciante o el del charlatán de feria
(voz de narrador, de presentador, de testigo), y a la vez porque está implicada en la acción,
siempre en peligro de ser incluida en ella”. CHION, Michel, La audiovisión: introducción a un
análisis conjunto de la imagen y el sonido, Barcelona: Paidós, 1993, pp.123-124.
786. PÉREZ RUBIO, Pablo, El cine melodramático, op. cit., p.46.
787. MARÍAS, Miguel, Manuel Mur Oti. Las raíces del drama/As raízes do drama, op. cit., p.150.
788. COMPANY RAMÓN, Juan Miguel, “Dulces prendas por mí mal halladas. El objeto en el me-
lodrama cinematográfico”, en PONCE, Vicente (coord.), Acerca del melodrama, Valencia, Con-
selleria de Cultura, Educació i Ciència de la Generalitat, 1987, p.20.
el Juan de Morir… dormir… tal vez soñar representa la actitud contraria que el
Luis de Un hombre va por el camino: ambos han perdido todo, es decir, la fa-
milia y el amor, pero mientras el protagonista de la película de 1949 decide cor-
tar amarras y opta por el desarraigo vagabundeando por España […], el del
filme de 1975 representa el polo opuesto: encastillado en los recuerdos –de los
que se alimenta–, vive aislado del mundo, rodeado de los fantasmas que pue-
blan su memoria.789
En realidad es con la Emilia de Cielo negro con quien debemos emparentar a Juan,
puesto que al igual que ella, “la afanosa búsqueda vital del protagonista se centrará en
el intento de reproducir el mismo cielo que tuvieron sus padres”.790 La filosofía de Juan
se resume perfectamente en la conversación que mantiene con su padre (Rafael Arcos)
tras la muerte de su hermana menor Carmen. En dicha secuencia Juan pregunta a su
padre:
“- ¿Qué es el cielo?
- El sitio al que vamos al morir.
- Y, ¿por qué ir a ninguna parte? ¿Por qué no quedarnos en nuestro cielo particular?
[…] Todo el mar dentro de una caracola y todo el cielo dentro de esta casa.
- ¿Esa es tu idea del cielo?
- Si pudiera elegir ese sería mi cielo: esta casa, ese jardín, vosotros, yo… revivir
los momentos felices.
- ¿Y cuando se acabara?
- Empezar otra vez. Esa es mi eternidad. ¿Tú no has sido feliz aquí?”.
En ese instante la cámara abandona a los dos hombres para captar a Eulalia, la madre
de Juan, entrando en la casa y subiendo por las escaleras hasta desaparecer del cuadro.
“- ¿No aceptarías esta casa como cielo?” – le insiste Juan a su padre.
La cámara cierra plano sobre el rostro del padre cuando, sin apartar la mirada del
lugar que ha ocupado la mujer, este contesta rotundamente:
“- Por toda la eternidad.”
Así las cosas, el cielo para Juan no se reduce solo a esa casa sino principalmente
a su madre. O mejor dicho, esa casa representa el cielo para él porque todos los recuerdos
que conserva de su madre se sitúan allí, y todos los fantasmas a los que se aferra su me-
moria están indisolublemente asociados a ella.
Si Emilia buscaba los brazos de su difunto padre empujada por su complejo de Elec-
tra, su reverso Juan, víctima de un evidente complejo de Edipo791, también va a buscar a
789. MARÍAS, Miguel, Manuel Mur Oti. Las raíces del drama/As raízes do drama, op. cit., p.149.
790. FERNÁNDEZ COLORADO, Luis, “To be or not to be”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ
PERUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit., p.96.
Figura 3 Figura 3A
791. Según la teoría de Sigmund Freud en torno al complejo de Edipo “el primer objeto erótico
del niño es el pecho que lo nutre. […] Este primer objeto se completa más tarde hasta formar
la persona total de la madre, que no solo alimenta, sino también cuida al niño y le despierta
muchas otras sensaciones corporales, tanto placenteras como displacientes. En el curso de la
puericultura la madre se convierte en primera seductora del niño. En estas dos relaciones arraiga
la singular, incomparable y definitivamente establecida importancia de la madre como primero
y más poderoso objeto sexual, como prototipo de todas las vinculaciones amorosas ulteriores,
tanto en uno como en el otro sexo. […] El varón (de dos a tres años) que llega a la fase fálica
de su evolución libidinal, […] conviértese al punto en amante de la madre. Desea poseerla físi-
camente, de las maneras que le hayan permitido adivinar sus presunciones acerca de la vida
sexual; […] en una palabra, su masculinidad precozmente despierta lo induce a sustituir ante
ella al padre”. FREUD, Sigmund, “Compendio del psicoanálisis”, en Obras completas, Vol. IX, op.
cit., pp.3.406-3.407.
792. AROCENA, Carmen, “Las mujeres de Manuel”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PE-
RUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit., p.99.
793. FERNÁNDEZ COLORADO, Luis, “To be or not to be”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PERU-
CHA, J. Pérez (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit., p.96.
Uno de los momentos de mayor felicidad del pequeño Juan es precisamente aquel
en que su madre le explica que a los niños en realidad no los traen las cigüeñas a través
de las ventanas, sino que proceden del vientre de la madre. El descubrimiento refuerza
con carácter carnal el vínculo sentimental y la unidad ya existente con su progenitora, y
convierte a su hermana Carmen, con quien ha compartido la calidez uterina, en primera
máscara materna a la que se ase Juan.
Arocena señala que “las caretas tras las que esta imagen (la madre) se esconde
siempre estarán relacionadas con el sexo y, sobre todo, con su sublimación por medio de
la maternidad, compartiendo la figura ambivalente de Eva y María”.795 Las relaciones se-
xuales que Juan mantiene a lo largo de su vida lo confirman: Margarita (Irene Losada),
la criada con la que el jovencito Juan pierde la virginidad, presenta cierta actitud maternal
hacia el muchacho; Luisa (Jane Seymour), su primera esposa, muere embarazada del
hijo de ambos; Anamari (Nyree Dawn Porter), primer amor de la adolescencia, iba a ser
según un pacto acordado en la infancia la madre de sus vástagos; y su última esposa,
Elena (Rosa de Alba), que lo acompaña en el momento de su muerte, es definitivamente
la única que consigue darle una hija.
El aspecto etéreo y evanescente de Eulalia facilita la omnipresencia de su espectro
a lo largo de la vida de Juan. La mujer es definida como “sombra de oro” o “hada”, ape-
lativos que remarcan su carácter intangible y sobrenatural, y está asociada a la música
que suena de manera casi incesante a lo largo de la película.796
Así también, Carmen, primer sucedáneo de su madre, está perpetuamente ligada a
su piano y todos en la familia la califican directamente como “la música”. La conexión entre
ambas mujeres es tan estrecha que tras la muerte de la joven, coincidente con su gran éxito
en el recital del conservatorio, la madre de Juan irá apagándose poco a poco hasta morir.
No es, pues, casualidad que casi todos los recuerdos que Juan comparte con las
mujeres más importantes de su vida tengan algún componente musical. Contempla con
794. AROCENA, Carmen, “Las mujeres de Manuel”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PE-
RUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit., p.100.
795. Ib., p.99.
796. Cuando su esposo y su hermano discuten en torno a la guerra ella dice que a las mujeres
esas cosas no les interesan y que prefieren la música.
deleite a su primera esposa Luisa danzar al son de la música del gramófono en la alcoba
nupcial durante la noche de bodas, mientras las bombas caen en fuera de campo en el
Madrid de 1937. Y él mismo baila con Anamari, su primer amor de la adolescencia, cuando
al cabo de los años esta regresa a visitarlo convertida en una mujer madura.
No obstante, la plasmación en imágenes de todas las mujeres que dejan huella en
la vida de Juan se caracteriza principalmente por su enmarcamiento en el interior de ele-
mentos rectangulares, que las reducen a meras reproducciones de una figura preexis-
tente. La puesta en escena de Morir… dormir… tal vez soñar, es al igual que la de Cielo
negro, notablemente rica en reencuadres. En el caso de la historia de Emilia, las imágenes
recortadas por espejos y marcos de ventanas aludían a simulacros que ilustraban la falsa
percepción de la protagonista. En sentido similar, Mur Oti recurre en su último filme a
abigarradas composiciones pobladas de reencuadres y reflejos para señalar la naturaleza
de mero icono que representan esas mujeres, convertidas en copias o réplicas que remi-
ten a un original que no puede ser otro que la madre de Juan.
Todas sus mujeres aparecen en algún momento del filme atrapadas por el reflejo
del espejo que las constriñe en los márgenes de su marco. El espejo, elemento ubicuo en
la filmografía murotiana, adopta en esta última película el mismo valor que en su ópera
prima, y se convierte en espacio “para suscitar apariciones, devolviendo las imágenes
que aceptara en el pasado, o para anular distancias reflejando lo que un día estuvo frente
a él y ahora se halla en la lejanía”.797 En Un hombre va por el camino la imagen desdo-
blada de Julia era en realidad la reminiscencia del pasado capturado en el espejo, la evo-
cación de la Julia que había pertenecido a su difunto esposo Enrique. Los rostros de Luisa
(fig. 4), Margarita (fig. 5), Carmen (fig. 6) y Anamari (fig. 7) atrapados en superficies re-
flectantes también evocan la memoria inconsciente del fantasma de la madre y refuerzan
su carácter de copias, de simples iconos incorpóreos.
Figura 4 Figura 5
Figura 6 Figura 7
Figura 8 Figura 9
Figura 10 Figura 11
Figura 12 Figura 13
Figura 14 Figura 15
798. La única mujer que le va a dar hijos es también la que menor presencia tiene en los re-
cuerdos de Juan y la única con la que no se insinúa ningún contacto sexual, posibilidad vetada
completamente por la Ley y la amenaza de la castración, dado que es la única de sus mujeres
que se constituye efectivamente como madre.
799. Los acontecimientos históricos que suceden fuera de la finca se insinúan, al igual que en
Milagro a los cobardes, a través de los sonidos procedentes del espacio off que jamás se hará
visible (como el ruido de las bombas sobre Madrid durante la guerra y los cánticos de los solda-
dos que se dirigen a las trincheras); además de las noticias publicadas en los periódicos acerca
de la Primera Guerra Mundial; y la presencia tras la verja exterior del pirulero que estuvo en
Cuba y vende pirulíes de La Habana. Más allá de estas sucintas sugerencias, nada sabemos
sobre el mundo exterior que se abre allende los muros de la casa.
Figura 16 Figura 17
800. De hecho, la pequeña Anamari es presentada por primera vez en el desván de la casa de
Juan hurgando e investigando entre los viejos trastos de la familia.
El deseo esfumado
801. MARÍAS, Miguel, Manuel Mur Oti. Las raíces del drama/As raízes do drama, op. cit., p.154.
y conservador para descubrir que hay algo más y, por tanto, poder echarlo de menos
o desearlo”.802
El germen de ese fracaso está en la búsqueda del Otro que ha alentado todas sus
relaciones sentimentales. Esos amores no han prosperado porque Juan los ha convertido
en máscaras maternas que jamás podrán suplantar a su objeto de deseo primitivo. Tal y
como señala Carmen Arocena, “nada puede satisfacer el deseo del Otro que retorna en
cada una de las imágenes de las mujeres que han pasado por la vida de Juan”.803
La Ley y el tabú del incesto impiden a Juan colmar ese deseo del Otro que es su
madre, última imagen que el protagonista evoca en su lecho de muerte antes de expirar.
Acompañado de su esposa Elena, los últimos recuerdos de Juan están sin embargo dedi-
cados a dos fantasmas: Anamari, escondida tras la cortina de la ventana como en la úl-
tima noche que compartieron, y sobre todo su madre. Carmen Arocena ha destacado el
carácter epilogal de esta imagen final (fig. 18): “el deseo masculino, encarnado en dife-
rentes rostros, recorre un camino que parte de la figura materna para volver a la misma
imagen, despojada ya de los disfraces que ha utilizado durante su trayecto”.805
Pero esa hada fantasmal va a escapar corriendo a cámara lenta hasta salir del en-
cuadre delimitado por los márgenes de su memoria y desvanecerse por completo (fig.
18). Ese instante en que el objeto de deseo se evapora definitivamente coincide con el
último estertor de Juan que muere en la misma cama donde nació.
802. MARÍAS, Miguel, Manuel Mur Oti. Las raíces del drama/As raízes do drama, op. cit., p.152.
803. AROCENA, Carmen, “Las mujeres de Manuel”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PE-
RUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit., p.99. Según Freud, cuando la madre
comprende que la excitación sexual del niño está dirigida a su propia persona amenaza al niño
con la castración, responsabilidad que generalmente delega en el padre. El niño terminará por
renunciar a su madre para conservar su apreciado miembro sexual. La aparición del padre, como
principio de autoridad, prohíbe la unidad entre la madre y el niño, por lo que el deseo pasa a ser
representado en lo inconsciente.
804. STAM, Robert, Teorías del cine. Una introducción, Barcelona: Paidós, 2001, pág. 192.
805. AROCENA, Carmen, “Las mujeres de Manuel”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PE-
RUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit., p.99.
Figura 18 Figura 19
Volvemos a la azulada luz del mundo de ultratumba pero la voz en off del espíritu
de Juan no volverá a escucharse. Juan ha recordado su propia muerte y ha tomado con-
ciencia de la misma. La cámara que ha portado hasta ahora la mirada del muerto en plano
subjetivo realiza un movimiento inverso al que inauguraba el filme, y retrocede hasta salir
por la puerta de la alcoba (fig. 19). Si la puerta comparte con la ventana el valor de me-
táfora vaginal, el movimiento de salida a través de ella indicará, en contraposición a la
penetración inicial, la asimilación por parte del protagonista de la imposible obtención del
objeto amoroso, o lo que es lo mismo, de la pérdida del mismo.
Pero a su vez, la simetría de los movimientos que abren y clausuran el filme aluden
al eterno retorno, a la circularidad que ha presidido la estructura de la película. A la
muerte de Juan le sucede su nacimiento, la salida del útero materno (metaforizado por
el postrero travelling de retroceso), para repetir una y otra vez la dicha experimentada
en ese cielo, que es según sus propias palabras
“- … revivir los momentos felices.
- ¿Y cuando se acabara?
- Empezar otra vez. Esa es mi eternidad”.
Miguel Marías ha remarcado que Morir… dormir… tal vez soñar “tiene mucho de obra
testamentaria, de reflexión personal sobre el cine, el tiempo, la memoria y la vida, de des-
pedida incluso, y al mismo tiempo parece abrir un nuevo camino, buscar un tipo de cine
diferente”.806 En sus dos primeras películas, Un hombre va por el camino y Cielo negro, la
cámara adoptaba la mirada de un difunto que poseía el rostro del propio Mur Oti. Ahora,
el cineasta cierra su filmografía retomando la misma estrategia y llevándola hasta sus úl-
timas consecuencias. Las palabras de Santos Zunzunegui sintetizan con elocuencia el valor
esencial de Morir… dormir… tal vez soñar dentro de la filmografía de su autor:
806. MARÍAS, Miguel, Manuel Mur Oti. Las raíces del drama/As raízes do drama, op. cit., p.75.
807. ZUNZUNEGUI, Santos, “Identificación de un cineasta. Lugar de Manuel Mur Oti en el cine
español”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PERUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel
Mur Oti, op. cit., p.29.
1.1. Milagro a los cobardes (1961): la Madre, la Virgen y la Puta, retrato de una san-
tísima trinidad
Todo conduce a pensar que Milagro a los cobardes no es más que un vacuo ejercicio
de estilo con el que el megalómano Mur Oti pretendía recuperar las glorias de anteriores
superproducciones. Una observación en profundidad del texto fílmico revela que, con todo,
Milagro a los cobardes presenta interesantes valores que, en general, no han sido debi-
damente ponderados.
El juicio crítico de la película se asienta sobre tres presupuestos que son refutados
por un análisis detallado del filme. Presupuestos que se refieren al tema, relacionado con
“Los hombres piden los favores de rodillas y los olvidan de espaldas”. Esta frase,
inscrita entre los títulos de crédito de la película, viene a condensar toda la moraleja del
filme. La acción se sitúa en una casa de Jerusalén en paralelo a la pasión y Crucifixión de
Jesús. Allí se reúnen junto a Ana, dueña de la casa, seis personas que curaron sus dolen-
cias gracias a los milagros de Cristo y que ahora, ante la inminencia de su ejecución,
dudan de su divinidad y aguardan atemorizados a que el efecto de dichos milagros desapa-
rezca con su muerte. Cuando comprueban que sus temores son infundados todos aceptan
arrepentidos que Cristo es hijo de Dios.
La película se instituye así en evidente parábola moralizadora en torno a la ingra-
titud y la cobardía del ser humano. Santos Zunzunegui, sin embargo, ha señalado con
perspicacia cuál es el auténtico conflicto que subyace bajo esa aparente cáscara argu-
mental. En su opinión, una de las mayores virtudes de la cinta es
Zunzunegui apunta así al verdadero tema que se esconde bajo la aparatosa tra-
moya religiosa, y que nos sitúa en el núcleo temático principal de la filmografía previa del
director: la unión carnal entre hombre y mujer.
Ana y Eliecer representan el puro instinto animal frente al misticismo y espiritua-
lidad de Rubén, hijo de esta, que se convierte en delegado de Dios en la casa. Eliecer
simboliza “la fuerza bruta de la Naturaleza con un cerebro lo suficientemente pequeño
para que Ana le domine”815, y esta “se nos ofrece como un cuerpo al que imponer cual-
quier freno y limitación, por mínimo que sea, no es sino una injusticia flagrante, coacción
intolerable, traición, en fin, a su íntimo ser”.816
Zunzunegui, que sostiene, como he dicho anteriormente, la filiación creativa de los
filmes de la tetralogía de Mur Oti a lo que él denomina la veta del mito, afirma que
814. ZUNZUNEGUI, Santos, “Identificación de un cineasta. Lugar de Manuel Mur Oti en el cine
español”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PERUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel
Mur Oti, op. cit., p.28.
815. Palabras de Leo Anchóriz acerca de su personaje en Radiocinema, nº 471, 30 de marzo de
1961, p.55.
816. VIDAL ESTÉVEZ, Manuel, “Convenciones y devenires”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y
PÉREZ PERUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit., pp.84-85.
no debe dejarse de lado que esta veta es detectable también en obras ulterio-
res. Si miramos sin prejuicios esa representación del envés de la pasión de
Cristo que es Milagro a los cobardes, descubriremos que tras la radicalidad de
sus opciones más evidentes (el huis-clos; la unidad de acción, espacio y tiempo)
apenas si esconde una nueva visión mítica.817
La imagen de Eva, precisamente por ser «la madre de todos los vivientes» debía
aparecer como una figura más respetable para servir de verdadero ejemplo a
las jóvenes judías casaderas, por ello se requería salvarla, o, como mínimo me-
diatizar su culpa. A tal fin se apropiaron de Lilith, a quien responsabilizaron de
todas las desventuras de la humanidad, del mismo modo que los antiguos ha-
bían responsabilizado a Pandora, su primera mujer.
817. ZUNZUNEGUI, Santos, “Identificación de un cineasta. Lugar de Manuel Mur Oti en el cine
español”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PERUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel
Mur Oti, op. cit., p.28.
818. Ib.
Si Eva se mantuvo al lado de Adán, no ocurrió así con Lilith, que aparece como
una insubordinada y rebelde criatura que abandona súbitamente a su esposo
sin escuchar siquiera la voz del propio Dios induciéndola a permanecer junto a
aquel a quien se la había destinado y ella rechazaba.
De ahí se concluye, pues, que Lilith fue la primera mujer que se rebeló, no ya
contra el hombre terrenal, sino, lo que es más inconcebible, contra el propio
Hombre Celestial.819
Llegamos así al segundo e interesantísimo valor que presenta esta película y que
no ha sido puesto de relieve hasta el presente: la extraordinaria ambigüedad de su carga
moral que casi roza la blasfemia.820 No solo porque a lo largo de todo el filme se discuta
la divinidad de Cristo como ha argumentado Manuel Vidal Estévez821, sino porque, quizá
por primera vez en el cine español, la misma mujer encarna el arquetipo de la madre y
la puta, nada menos que en la figura de una “Virgen María” que desea matar al fruto de
su vientre. Veamos cómo se urde este sacrílego efecto de sentido.
Rubén (Javier Escrivá), hijo de Ana, era sordomudo antes de que Jesús lo sanara
y ahora el Mesías habla por su boca: “Jesús me dio la voz y el oído, pero me dio también
las palabras, y esas palabras no me parecen mías. Deben de ser de él”. Mientras la pasión
de Cristo se desarrolla en un fuera de campo que solo se hace presente a través del sonido
off procedente del exterior de la casa, Rubén, el único de los allí congregados que sostiene
con vehemencia la divinidad de Jesús y trata de convencer a los demás para acudir en su
ayuda, padece su propio calvario paralelo en el interior de esas cuatro paredes: es agre-
dido por Eliecer a instancias de su madre y atado a una columna al tiempo que Cristo es
clavado en la cruz sobre el Calvario. Aunque los demás solo perciben el ensordecedor
ruido de la muchedumbre acompañando al nazareno hasta el Gólgota, a los oídos de
Rubén llega el rumor del arrastrar de la cruz y los fatigosos pasos de Cristo (figs. 1, 2).
El contraste entre la delirante auricularización interna de Rubén, y el tumulto objetivo
que se percibe alternativamente en off señala la identificación entre ambos personajes.
Una asimilación que se certificará plenamente con la imagen de la mano llagada de Cristo
sobreimpresionada en el rostro del muchacho (fig. 3), y el clavo penetrando figurada-
mente en su frente.
819. BORNAY, Erika, Las hijas de Lilith, Madrid, Cátedra, 1995, p.26.
820. A pesar de ser acreedora en 1962 del Premio Especial del Jurado del Sindicato de Cinema-
tografía de 1961 a “la película que, realizada sobre el tema que exalte valores morales o espiri-
tuales, o nuestros principios políticos o sindicales, reúna calidades técnico-artísticas de
consideración elevada”.
821. VIDAL ESTÉVEZ, Manuel, “Convenciones y devenires”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y
PÉREZ PERUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit., pp.82-86.
Figura 1 Figura 2
Figura 3
De modo que si Rubén se nos presenta como trasunto de Cristo, su madre Ana lo
será en cierta forma de la Virgen María, cuya principal función según el dogma católico
es engendrar al Salvador. Ana también desearía concebir de nuevo pero no precisamente
de forma inmaculada, y desde que Rubén puede oír, Eliecer ya no visita su cama por las
noches. Rubén se ha convertido en un obstáculo para los propósitos carnales de Ana, y
lo que es más, ha agraviado a su madre diciéndole que a sus años no debería pensar en
matrimonio. Ana le cuenta esto a Eliecer en la soledad de la despensa, mientras los demás
esperan en el patio (fig. 4). El discurso de la mujer va exacerbándose hasta que se levanta
impulsivamente. La cámara, sin embargo, no secunda el movimiento. En un inusual plano
medio que recorta la cabeza de Ana y solo encuadra su desbordante pecho y sus manos
crispadas sobre el vientre (fig. 4A), la mujer le dice rabiosa a su amante que «esas pala-
bras se me metieron aquí dentro, aquí, en las mismas entrañas en que él estuvo, como
pedazos de hielo, porque me hicieron vieja de golpe y para siempre».822 Solo después de
haber remarcado durante unos segundos el gesto frenético de la mujer oprimiendo su
vientre seco, la cámara panoramiza hasta mostrar a Ana acariciando con impotencia su
rostro ajado (fig. 4B).
Figura 4 Figura 4A
Figura 4B
En los filmes míticos de Mur Oti la pasión entre hombre y mujer tiene como objeto
la fecundación (simbolizados en este caso por el vientre y el pecho amamantador), por lo
que si la mujer pierde dicha facultad a causa de la edad, también perderá la fuerza de su
feminidad.823 Ana le pidió a Jesús que le devolviera la juventud pero él la ignoró y ahora
su hijo, convertido en remedo de Cristo, solo le recuerda que cada día que pasa es más
vieja. Por ello Ana, que ha envenenado de dudas a los demás personajes llamando a Jesús
“farsante despreciable” y “miserable charlatán”, induce con artes de seducción a Eliecer
a que retorne a su carácter diabólico y mate a su propio hijo. Ana, que afirma en un mo-
822. Se establece aquí un juego entre el hielo y el fuego, ya que en otro momento de la película
Ana le ha confesado a Eliecer que cuando está junto a él “su cuerpo se enciende como una ho-
guera” y que si este se va ella “se secará como un cardo”.
823. De hecho, la primera vez que vemos a Ana al inicio de la película se dirige al pozo de su
casa en busca de agua, semilla masculina en la tetralogía cosmogónica.
mento de la película que odia al galileo con todas sus fuerzas, también rechaza explícita-
mente a su hijo, reivindicando, tal y como lo hizo Lilith, su propia autonomía: “la vida de
mi hijo es suya (de Cristo), pero la mía me pertenece a mí” le dice a Eliecer, o “es mi hijo,
pero no es toda mi vida. Le di la sangre de mis venas pero no estoy dispuesta a darle
toda mi felicidad. Tú eres mi felicidad”.
Este escabroso conflicto triangular, que en su momento la Junta de Clasificación y
Censura pasó por alto debido al oportuno arrepentimiento final de los personajes824, se
ilustra fílmicamente mediante un plano que tanto Santos Zunzunegui825 como Manuel
Vidal Estévez826 han señalado como uno de los más significativos de la película.
Figura 5 Figura 5A
Figura 5B
Figura 6 Figura 6A
825. ZUNZUNEGUI, Santos, “Identificación de un cineasta. Lugar de Manuel Mur Oti en el cine
español”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PERUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel
Mur Oti, op. cit., p.28.
826. VIDAL ESTÉVEZ, Manuel, “Convenciones y devenires”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y
PÉREZ PERUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit., p.85.
Figura 6B Figura 7
Figura 8 Figura 9
Figura 10 Figura 11
Figura 12
827. En el guión original que se conserva en la Biblioteca Nacional la escena continuaba tras las
palabras de Eliecer:
“Ana se detiene. Gira para mirarle. Echa hacia atrás la cabeza en un esguince violento. Alza la
falda a media pierna y mira su piel. Sonríe.
Figura 13 Figura 14
Figura 15
Cristo muere y se hacen las tinieblas. La tierra tiembla, y los muros que habían
cercado el miedo de los cobardes se desploman dejando a la vista de todos la luz de
Dios sobre el Gólgota. Ana asume arrepentida la divinidad de Jesús y pasa a recuperar
su condición de Virgen María, inmaculada progenitora del Hijo de Dios (fig. 13). Se une
entonces a Rubén y Esther (Paloma Valdés) a los pies de la cruz (fig. 14), para reeditar
visualmente la imagen sagrada de la Virgen, San Juan y María Magdalena adorando al
Salvador (fig. 15).
La premisa del filme, sujeta a la unidad de acción, lugar y tiempo (apenas trans-
curren unas horas a lo largo de la película), es innegablemente teatral. La adaptación del
drama de Manuel Pilares a imágenes fílmicas era uno de los principales retos a los que se
enfrentaba el cineasta gallego en Milagro a los cobardes. En la rueda de prensa previa al
rodaje los periodistas ya le advirtieron de los riesgos que entrañaba filmar a siete perso-
najes encerrados en una casa, pero la respuesta de Mur Oti fue contundente: la clave es-
taba en “hacerlo cinematográfico”.830
Según André Bazin “la buena adaptación de ordinario consiste precisamente en
«transportar» con los medios propios del cine el máximo de lo que puede sustraerse a las
imposiciones literarias y técnicas del teatro”.831 Pero esos “medios propios del cine” pue-
den ser de muy diversa índole, y en ese sentido el crítico francés señalaba el caso ejem-
plar de La loba de William Wyler (The Little Foxes, 1941), adaptación absolutamente fiel
de una obra de Lillian Hellman. Bazin remarcaba que la acción del filme se desarrolla casi
en su totalidad en un único escenario y que la planificación no tiene más allá de diez mo-
vimientos de cámara, y “precisamente con estos datos paradójicos, Wyler ha realizado
una de las obras más puramente cinematográficas que pueda imaginarse”.832
Manuel Mur Oti también emplea en Milagro a los cobardes recursos formales eminen-
temente cinematográficos, ya labrados en su filmografía anterior. Pese a que la película ha
sido siempre tildada en sentido peyorativo de teatral y barroca, lo cierto es que la mayoría de
las soluciones audiovisuales adoptadas por Mur Oti tienen su razón de ser, más allá de la mera
voluntad efectista y retórica que se les ha achacado. Los planos analizados hasta el momento
apuntan directamente a los tres recursos formales que caracterizan la planificación de Milagro
a los cobardes, a saber: el uso expresivo del sonido en off, la particular gestión de los espacios,
y las composiciones en profundidad de campo (que Gregg Toland también explotó con inte-
ligencia en su fotografía de La loba). Veamos en qué términos los emplea Mur Oti.
Toda la película se construye sobre el paralelismo entre la pasión de Cristo que se
desarrolla en fuera de campo, y su correlato en el campo visible, el martirio que Rubén
vive en el interior de su propia casa y la pasión amorosa que consume a Ana y Eliecer.
Todas las referencias al calvario de Cristo procedentes del exterior se vehiculan a través
del sonido en off: las trompetas que anuncian su ejecución, el vocerío de la muchedumbre
al acompañar al condenado al Gólgota, los pasos del Salvador camino de la cruz, etc. Pero
además de esta función puramente narrativa el sonido en fuera de campo adquiere una
especial densidad simbólica en algunos momentos particularmente significativos.
Ya se ha mencionado el ejemplar tratamiento otorgado al sonido en off en la crucial
secuencia en que se opera la identificación entre Rubén y Jesucristo. Pero merecen asi-
mismo ser destacados el triple canto del gallo que se escucha en el preciso momento en
830. Fotogramas, nº 637, 10 de febrero de 1961. El vigués recordaba que Un tranvía llamado
deseo (A Streetcar Named Desire, 1951) también era originariamente una obra teatral, pero
que con ese material Elia Kazan había construido una excelente película cinematográfica.
831. BAZIN, André, “William Wyler o el jansenista de la puesta en escena”, en ¿Qué es el cine?,
op. cit., p.142.
832. Ib.
que los cobardes exteriorizan sus dudas acerca de la autenticidad del Mesías (en clara
alusión a la negación de San Pedro), y el sonido de la puerta giratoria que da entrada (y
salida) a la casa de Ana. El quejido en off del gozne anuncia la llegada de todos los per-
sonajes, y se convierte en depositario del valor metafórico que entraña la rotación de la
puerta. Por un lado, “ofrece una liberación a la pesadilla de la espera”833, pero por otro,
regresa inmediatamente al interior, al punto de partida, dibujando el círculo infernal en el
que los personajes están inmersos. La puerta giratoria evidencia que no existe en realidad
salida posible: si como sospechan Jesús no es Hijo de Dios, todos volverán a consumirse
en la depauperación de sus terribles males.
Por otra parte, la construcción y representación del espacio resulta primordial en
un filme condicionado de principio a fin por la unidad de localización. No es casual que la
historia comience en el patio de la casa bajo la potente luz del sol, y finalice en el interior
de la misma con las luces apagadas. El espacio en que se mueven esos hombres nerviosos
como perros enjaulados se reduce físicamente a lo largo de la película, obligando a la cá-
mara a movimientos más afectados y composiciones abigarradas, con objeto de captar a
los personajes apelotonados unos junto a otros y, sobre todo, de subrayar la creciente
asfixia que la inminente muerte de Cristo les provoca.
A ese fin se dirige también el particular empleo de la profundidad de campo, un
recurso genuinamente cinematográfico con el que Mur Oti ya había experimentado en sus
películas precedentes, pero que explota a fondo en Milagro a los cobardes. El uso expre-
sivo de la profundidad de campo aparece en el mencionado juego del foco variable en el
plano de la despensa (figs. 5-5B), sin embargo, la planificación de esta película se carac-
teriza singularmente por las llamativas y efectistas composiciones en las que un personaje
en primer término aparece acechado por sus compañeros perfectamente enfocados unos
metros más atrás. De esta manera se elimina el aire del encuadre, y se reducen aún más
las distancias y el espacio para obtener el deseado efecto claustrofóbico.
Pese a que estas composiciones densas, estáticas y artificiales se aproximan esté-
ticamente a las diseñadas por Orson Welles y Gregg Toland en Ciudadano Kane, su fina-
lidad no es otorgar al espectador mayor libertad de percepción, ni colocarlo “en una
relación con la imagen más próxima de la que tiene con la realidad”, tal y como argu-
mentaba Bazin respecto a la película de Welles.834 Muy al contrario. Las numerosas com-
posiciones en profundidad poseen en Milagro a los cobardes otra función semántica
apuntada por Gilles Deleuze, y que Josetxo Cerdán835 ha observado en varios filmes del
cineasta gallego. Según el filósofo francés:
833. Guión de Milagro a los cobardes (Biblioteca Nacional, Sala Cervantes). En los primeros pá-
rrafos del guión, al describir el patio de la casa de Ana se especifica claramente que la puerta
de acceso al mismo debe ser giratoria.
834. BAZIN, André, “La evolución del lenguaje cinematográfico”, en ¿Qué es el cine?, op. cit.,
p.135.
835. CERDÁN, Josetxo, “Material memoria”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PERUCHA,
Julio (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit., pp.60-74.
Figura 16 Figura 17
Figura 18
836. DELEUZE, Gilles, La imagen movimiento. Estudios sobre cine 2, op. cit., p.149.
Esas figuras captadas en profundidad son, por tanto, el retrato de su propio miedo, la
sombra de un pasado de penosas enfermedades cuyo retorno temen todos, y que cada
compañero que les rodea trae al presente con perfiles demasiado definidos.
Los argumentos desarrollados en estas líneas confirman la hipótesis planteada al
inicio de que más allá de las circunstancias que rodearon a la recepción crítica de Milagro
a los cobardes en el momento de su estreno, el propio texto fílmico desmiente gran parte
de las afirmaciones que se han sostenido sobre él a lo largo del tiempo. Demuestran asi-
mismo que, pese a lo antitético de su planteamiento, especialmente en cuanto a la elec-
ción del género y la construcción de los espacios, Milagro a los cobardes se vincula muy
estrechamente con la tetralogía cosmogónica, cuyas fórmulas narrativas y estilísticas re-
toma y remodela enriqueciendo y completando el esquema axial diseñado por esta.
Las vivencias cubanas de Manuel Mur Oti durante su juventud y sus muchos viajes
por toda América a lo largo de su vida dejaron un inevitable poso en su formación cultural
y, por ende, en su obra literaria y fílmica. Julio Pérez Perucha asegura que una de las ca-
racterísticas más llamativas de sus melodramas es
la de presentar una fisonomía que los emparenta antes con el melodrama lati-
noamericano que con otras corrientes (europeas o norteamericanas) del género.
Esta filiación criolla de películas como Condenados, Orgullo o Duelo en la ca-
ñada, perceptible en el valor telúrico del terruño, en su vago paganismo, o en
la consideración de la figura femenina como instancia emanada de la propia tie-
rra, sitúa a Mur Oti como atractivo representante de una corriente cultural his-
panoamericana, escasamente cultivada en el cine español, producto del
mestizaje entre nuestras tradiciones artísticas y las de nuestras excolonias.837
Tal vez Duelo en la cañada sea, a primera vista, la película que mejor revela esa
“filiación criolla” mencionada por Pérez Perucha, no en vano la premisa del filme procede
de la última estrofa de la obra dramática de Mur Oti El Mayoral, estrenada en Cuba con
gran éxito a principios de los años 30.
Lo cierto es que Duelo en la cañada es fruto de una mezcla de muchas y muy va-
riadas referencias narrativas y estéticas, demasiadas quizá para que la masa ligara satis-
factoriamente. En su noveno filme Mur Oti trató de reeditar el fértil mestizaje que en las
películas de la tetralogía cosmogónica había abonado y enriquecido el producto final. Car-
los F. Heredero ha señalado algunos de los elementos que conforman esa mixtura:
donde quizás se puedan encontrar más elementos propios del «western anda-
luz» es en […] Duelo en la cañada (1959), capaz de integrar bajo el manto de
retóricas composiciones plásticas todos los tópicos de la Andalucía folclórica,
con ingredientes tan familiares al cine del oeste como la utilización que se hace
del paisaje, la presencia constante de los caballos, la vida en el cortijo/rancho
o el duelo en el establo. […] Demasiado abstracto en la expresión de los con-
flictos, cargado de diálogos explicativos y sumergido en violentas elipsis narra-
tivas, Duelo en la cañada […] arrastra una rémora melodramática que le priva
de agilidad y dinamismo. Constituye, pese a todo, la mayor aproximación a los
contornos del western desde las coordenadas del andalucismo trágico.838
838. HEREDERO, Carlos F., Las huellas del tiempo. Cine español 1951-1961, op. cit., pp.269-
270.
839. Su anterior filme Una chica de Chicago fue presentado a censura el 28 de noviembre de
1958, y el productor Francisco Fernández de Rojas solicitó el permiso de rodaje para Duelo en
la cañada el 15 de enero de 1959.
840. CERDÁN, Josetxo, “Material memoria”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PERUCHA,
Julio (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit., pp.67-68.
841. MONSIVAIS, Carlos, “Se sufre pero se aprende. (El melodrama y las reglas de la falta de
límites)”, Archivos de la Filmoteca, nº 16, febrero de 1994, pp.11-12.
pismos de uno y otro lado del Atlántico y, por momentos, nos hace dudar sobre
si estamos en un cortijo andaluz o en una hacienda mexicana, formulándose,
así, una clara apuesta por el mestizaje.842
Todo ello aparece revestido con imágenes de belleza plástica (la fotografía de Juan
Mariné es, sin asomo de duda, lo más destacable de la película), que remiten a los pictó-
ricos y estilizados encuadres compuestos por el Indio Fernández, principal representante
del melodrama mexicano de los años 40, junto a su operador de cabecera, el excepcional
fotógrafo Gabriel Figueroa. Cerdán señala que esta tendencia ya se había manifestado en
Orgullo, fruto también de la colaboración entre Mur Oti y Mariné, pero que cuando ambos
“trabajen de nuevo juntos en Duelo en la cañada, aquellos rasgos que se apuntaban en
Orgullo crecerán hasta desbordarse”.843
Dichos rasgos son según Cerdán las composiciones en contrapicado, la importante
presencia de nubes en el cielo, la prioritaria representación del paisaje sobre el que se
recorta en primer término una figura (habitualmente un personaje), y el lugar destacado
del maguey, que en Duelo en la cañada es sustituido por las chumberas (fig. 1).
Figura 1
842. CERDÁN, Josetxo, “Material memoria”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PERUCHA,
Julio (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit., p.68.
843. Ib., p.67.
844. En Primer Plano, nº 481, 1 de enero de 1950; Imágenes, nº 122, febrero de 1954; y Ra-
diocinema, nº 331, 1 de diciembre de 1956, respectivamente.
845. TUñÓN, Julia, Los rostros de un mito. Personajes femeninos en las películas de Emilio
“Indio” Fernández, México D.F.: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2000, p.36.
846. Ib., p.61.
847. Ib.
848. Ib., p.66.
849. Ib., p.168.
850. Ib., p.76.
851. Ib., p.68.
852. Ib., p.61.
al goce sexual que Mur Oti plasma en forma de orgasmo figurado. El deseo que la mujer
instituida en objeto genera en el hombre es también el arma que la fémina esgrime para
obtener al macho que anhela y necesita.
Las concomitancias (voluntarias o no) con el cine de Emilio Fernández recorren,
por tanto, gran parte de la filmografía de Mur Oti y, pese a las afirmaciones de Josetxo
Cerdán, no es exactamente Duelo en la cañada la película del gallego que mejor condensa
esa influencia. Es innegable que los aspectos visuales señalados por Cerdán en esta pe-
lícula evocan el México retratado por Emilio Fernández en sus dramas rurales (cielos nu-
bosos, perspectivas oblicuas, planos contrapicados, composiciones en profundidad…),
pero Duelo en la cañada carece del lirismo de los grandes planos generales del Indio,
donde los paisajes se imponen a las figuras853 y, sobre todo, de la cadencia sosegada de
sus imágenes, en las que el tiempo parece detenerse como si de fotografías fijas se tra-
tara. Una calidad poética que sí se alcanzaba, en cambio, en Condenados, Orgullo o Un
hombre va por el camino, donde el concepto mítico de la mujer era, como en el caso del
Indio, un principio fundamental.
853. En Pueblerina (1948), una de las cumbres estéticas de Emilio Fernández, los personajes
situados al fondo del paisaje son en ocasiones tan diminutos que los diálogos se expresan a tra-
vés de voces en off.
854. AROCENA, Carmen, “Las mujeres de Manuel”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PE-
RUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit., p.98.
855. Ib.
856. Expresado en terminología narrativa, en el personaje de Soledad cobran cuerpo dos actan-
tes distintos: el sujeto agente de la pasión y el objeto de valor pasional.
Figura 2 Figura 3
Figura 4 Figura 5
Figura 6 Figura 7
Cuando la mujer sale por fin de su camerino se encuentra frente a frente con
Ramón (Leo Anchóriz, actor que repetiría idéntico rol pulsional en Milagro a los cobardes),
antiguo amante de Soledad enfermizamente enamorado de ella, que la ha perseguido por
todas las ventas en las que ha actuado. Arocena destaca en este momento el insólito
plano en profundidad de campo (fig. 3), en el que
Lo que Arocena no menciona es que tras ese plano la puesta en escena cambia ra-
dicalmente las tornas: en el instante en que la mujer rechaza violentamente al mayoral
Ramón las posiciones de ambos personajes en la escalera se invierten. Situada en lo alto
de los escalones, y en dominante contrapicado, Soledad espeta un rotundo “¡me das
asco!” (fig. 4) a un Ramón que la observa colérico desde abajo (fig. 5).
Cuando la cantante sale a escena, el plano general en profundidad de campo coloca
a la figura de Soledad, profusamente iluminada, en el punto de fuga de las miradas de
todos los congregados, incluido el espectador (fig. 6). Ramón también la contempla desde
un apartado situado en lo alto de la taberna y el plano picado correspondiente a su punto
de vista pone de manifiesto no solo la naturaleza de objeto mirado que caracteriza a So-
ledad, rodeada de hombres sedientos, sino también su inviolabilidad. Las manos de los
desenfrenados espectadores se afanan por llegar a tocar el cuerpo de la mujer, que desde
su altar circular ahuyenta cualquier contacto carnal con ellos (fig. 7).
El círculo se presenta, al igual que en Milagro a los cobardes, como símbolo del ór-
gano sexual femenino, una vagina imposible de penetrar contra la voluntad de Soledad.
La de huir no es la única acción, como indicaba Arocena, que se le puede reconocer a la
protagonista de Duelo en la cañada, puesto que Soledad también canta, baila, realiza fae-
nas domésticas y agrarias en el cortijo de Carlos y, lo que es más importante, rechaza y
elige hombres. En otras palabras, ella decide qué macho entrará en ese círculo y cuál
quedará fuera, que es precisamente la gran elección de todas las mujeres murotianas.
Por consiguiente, Soledad, al igual que ellas, se erige en evidente objeto de deseo pero
también en sujeto de la acción.
La tonadillera, sin embargo, no es una mujer mítica sujeta a las más primitivas pa-
siones y víctima de los designios del destino, como lo son Aurelia (Condenados), Laura
(Orgullo) o Estrella (Fedra). Ella elige al macho por cuestiones desvinculadas de lo pura-
mente pulsional (principal motor del conflicto dramático en la tetralogía cosmogónica), o
al menos no es la necesidad sexual lo único que la motiva.
Desde el inicio de la película Soledad parece rechazar al género masculino. Huye
primero de Don Mariano (Antonio Armet), al que cree haber matado de un golpe cuando
trataba de proposarse con ella, porque, pese a su dinero, el hombre es demasiado viejo
y desagradable. También rechaza al mayoral, macho poderoso y viril en apariencia, pero
escasamente dotado en lo económico. La mujer ya ha probado sexualmente a Ramón
857. AROCENA, Carmen, “Las mujeres de Manuel”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PE-
RUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit., p.98.
(ambos han sido amantes en el pasado), pero ahora le rehuye de manera violenta sen-
tenciando sin miramientos que este le repugna. En definitiva, Soledad está esperando al
hombre que aúne las dos facultades que le interesan, y este no es otro que Carlos (Javier
Armet), joven y guapo propietario de una extensa finca, al que elige como macho nada
más conocer su condición de terrateniente.
Tras sufrir un accidente en su huida de la justicia por el presunto asesinato de Don
Mariano, pero sobre todo del acoso de Ramón, Soledad es recogida y curada por los hom-
bres de Carlos, dueño de las tierras donde ha ido a parar su coche siniestrado. Los tra-
bajadores de Carlos instalan a Soledad en una modesta cabaña, y cuando el amo va a
visitarla ella piensa que se trata de un policía. La voz de Carlos llega a los oídos de Soledad
desde el fuera de campo, espacio del deseo femenino en el universo creativo murotiano,
pero ella, desconocedora en un principio de la identidad del hombre, apenas le mira y
asegura que “prefiriría cualquier cosa antes que verme así, en esta horrible cabaña” (fig.
8). En cuanto Carlos, ofendido por el comentario despectivo a propósito de su hacienda,
le informa de que esa horrible cabaña y las tierras que la circundan le pertenecen, la ac-
titud de la mujer cambia radicalmente (fig. 9). “Soy feliz”, “me encanta su cabaña” dice
Soledad, al tiempo que su talante se torna seductor despertando el interés del hombre.
Figura 8 Figura 9
Figura 10 Figura 11
Figura 13 Figura 14
Un atuendo que, según sus palabras, ha elegido esa noche para “sentirse mujer” (fig. 11).
Soledad se sienta sobre la mesa y toma una manzana de una fuente de fruta (fig. 12) sin
dejar de mirar insinuante a Carlos. La mujer se lleva la manzana del pecado a sus carnosos
labios y el hombre hace lo propio con su fálico cigarrillo (figs. 12 A y 13). La sensual me-
táfora coital culmina en el momento en que Carlos cae definitivamente en la tentación de
esa Eva deseable y muerde él también la fruta prohibida del Edén (fig. 14).858
Tal y como sucedía en la tetralogía cosmogónica, la unión entre Carlos y Soledad se
ha consumado por vía metafórica. A partir de este instante Soledad se convierte en la pro-
metida del terrateniente, y pasa a ser de su propiedad: “al aceptar al hombre, se somete
a su protección absoluta y le será vedado lavar sus propias afrentas. Por ello, será obliga-
ción de su prometido, Carlos, eliminar a Ramón, oponente a la felicidad de la pareja”.859
En efecto, cuando la relación entre ambos empieza a prosperar vuelve a aparecer
en escena Ramón, que resulta ser el mayoral de Carlos. El hombre ha descubierto que
Soledad se refugia en el cortijo y no va a renunciar a recuperarla. El elemento que entur-
bia la pacífica unión entre hombre y mujer anuncia su amenazadora irrupción del mismo
modo en que lo hacía el mozo Juan en Condenados: a través del sonido en fuera de
campo. Al inicio de la película la imagen de las espuelas de Ramón (fig. 3) había venido
acompañada por un silbido del hombre, que ahora Soledad vuelve a escuchar a sus es-
paldas. La mujer se percata aterrorizada de la presencia de un intruso en su habitación,
que la acecha como una sombra procedente del pasado (fig. 15). Antes de que el hombre
dé un paso adelante y entre en el campo iluminado, el silbido en off ya lo ha identificado
como el mayoral, que viene a poner en peligro el amor de Soledad y Carlos.
Figura 15
Ramón amenaza a Soledad con contarle a su prometido lo sucedido con Don Ma-
riano, ocultándole que en realidad el viejo hacendado está perfectamente vivo, y la coac-
ciona para que se fugue con él agarrándole de la cabellera y golpeándola violentamente.860
Soledad se lo explica todo a Carlos y a partir de este momento la película se convierte en
una continua pugna entre los dos hombres por alcanzar objetivos irreconciliables: Carlos
pelea para proteger a la hembra que lo ha elegido como su macho del acoso del preten-
diente despechado; Ramón, para tratar de apropiarse de esa misma hembra en una dis-
puta inútil y suicida, puesto que ella ya ha escogido a Carlos y aunque Ramón resultara
vencedor jamás se sometería a la dominación de un hombre que le repugna.
Al igual que en Condenados, señor y criado miden en dos ocasiones su hombría.
En aquella ambos disputaban una esforzada carrera empuñando el arado antes de en-
frentarse definitivamente con la navaja. En Duelo en la cañada Carlos y Ramón también
dirimirán sus diferencias por medio del cuchillo, pero antes se batirán a puñetazos en una
secuencia de enorme fuerza visual que evoca por un lado las imágenes de los grandes
duelos del western americano, y por otro, las escenas del puente en Orgullo, también fo-
tografiadas por Juan Mariné.
El enfrentamiento tiene lugar al amanecer, en el cercado del cortijo de Carlos. Los
dos machos van a pelear por la hembra y para ello deben imponer su masculinidad.
Ramón llega como una sombra montado ufanamente sobre su caballo (fig. 16), metáfora
del instinto sexual en la tetralogía cosmogónica, mientras que Carlos lo aguarda sentado
sobre uno de los travesaños de la valla esgrimiendo otra arma de inequívocos tintes fáli-
cos, el rifle (fig. 18). En el punto de fuga de las líneas diagonales que el cercado marca,
cual conducto vaginal figurado, se encuentra Carlos, legítimo poseedor de la mujer (fig.
17), aunque Ramón también se va a postular como acreedor a atravesar el mismo canal
con su caballo (fig. 19).
Figura 16 Figura 17
860. Es propio del cine de Emilio Fernández que el protagonista masculino emplee la violencia
física para disciplinar a la mujer. Asimismo existen en la filmografía de Mur Oti más momen-
tos de agresión explícita contra el sexo femenino, como la bofetada que José le propina a su
esposa Aurelia en Condenados, y muy especialmente, los brutales azotes de Fernando a Es-
trella en Fedra.
Figura 18 Figura 19
Figura 20 Figura 21
Figura 22 Figura 23
Figura 25 Figura 26
Figura 3
861. PAGLIA, Camille, Sexual personae. Arte y decadencia desde Nefertiti a Emily Dickinson,
op. cit.
Figura 27 Figura 28
862. Las espuelas que sobresalen en la figura 3 refuerzan el significado de la composición, puesto
que ese elemento del atuendo del vaquero sirve justamente para disciplinar los impulsos salvajes
del caballo, animal simbólicamente relacionado también en el universo murotiano con el incons-
ciente y los instintos sexuales.
Figura 29 Figura 30
Figura 31
de que la pareja se aleje de la cañada, muestra a través de un cristal el rostro del hombre
muerto (fig. 31).
La barroca composición presenta una simetría perfecta con respecto al plano en
que Ramón vencía provisionalmente a Carlos en el duelo anterior (fig. 26): las líneas de
los cuerpos se invierten y el ángulo de visión pasa del picado al contrapicado. Entonces
eran las amenazantes y autoritarias piernas de Ramón las que asomaban junto a la es-
palda de Carlos, ahora, es la pareja victoriosa la que se cierne sobre el cadáver del ma-
yoral en una inquietante profundidad de campo semidifuminada por el agua.
Figura 26 Figura 31
863. CERDÁN, Josetxo, “Material memoria”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PERUCHA,
Julio (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit., p.69.
necesidades materiales de manutención y protección, que surge cuando las pulsiones pri-
marias dejan de ser las únicas que marcan las reglas en el Edén.
2. EVA DOMESTICADA
Manuel Mur Oti ofrece en Milagro a los cobardes y Duelo en la cañada sendas re-
visiones del prototipo de mujer diseñado en su tetralogía cosmogónica. El batallón de las
sombras y Una chica de Chicago, por su parte, exponen y desarrollan en clave dramática
y de comedia respectivamente cuál debe ser el rol y el comportamiento de esa Eva mítica
cuando se socializa; es decir, cuando la unión esencial y genuina entre hombre y mujer
se institucionaliza a través del matrimonio y la hembra se convierte en esposa.
Una semana antes de que el estreno de El último cuplé arrasara en 1957 las taqui-
llas españolas, había asomado a las pantallas cinematográficas un modelo femenino to-
talmente opuesto al de la artista autónoma que vive y ama sin ataduras encarnado por
Sarita Montiel. A diferencia del célebre filme de Juan de Orduña, el alegato a favor de la
mujer que Manuel Mur Oti construyó en El batallón de las sombras pasó sin pena ni gloria
por las salas de exhibición nacionales, pese a que las relaciones entre hombre y mujer
presentadas por el gallego eran convincente reflejo de la sociedad española de los años
50. Una sociedad patriarcal que, como describe Carmen Arocena, “no concibe a una mujer
deseante y cuando la piensa, imagina a la vez su castigo”.864 Esa es en esencia la clase
de mujer que El batallón de las sombras representa y a la que Mur Oti dedica expresa-
mente el filme, según reza el siguiente rótulo inserto entre los títulos de crédito:
esta película está dedicada a todas las mujeres del mundo. A esos seres bellos
y resignados que marchan hasta el fin, inquebrantables en la desgracia y sere-
864. AROCENA, Carmen, “Las mujeres de Manuel”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PE-
RUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit., p.111. La María Luján de El último
cuplé también muere como única redención posible a sus pecados.
El cineasta define así sin medias tintas lo que en su opinión son “todas las mujeres
del mundo”, y excluye de dicha categoría, tal como observa Carmen Arocena, “a la mujer
rebelde, a la transgresora, a la apasionada, a la que no siente la maternidad, a la que no
ama y, sin lugar a dudas, a aquella que no se resigna a estar a la sombra de un hombre,
es decir, a ser la proyección de su luz. El batallón de las sombras excluye de su dedicatoria
a todas las mujeres que se encuentran fuera de la ley”.865
Parece, pues, que Mur Oti concibe la película como una suerte de manifiesto que
establece claramente las funciones y conductas propias de la Eva domesticada por la so-
ciedad. La referencia a la primera mujer de la Creación se hace explícita en la alocución
que inaugura el filme. Sobre las imágenes de un cielo nuboso se escucha lo que en apa-
riencia es una voz over:
En ese instante las nubes desaparecen y la cámara panoramiza de arriba abajo por
la imponente figura de un rascacielos. La voz continúa:
Y con el pecado la ira del Señor. Y el hombre empezó por fabricar trajes con
hojas de parra y terminó levantando ciudades llenas de gigantescos edificios. Y
esto lo hizo el hombre solo y sin una costilla. Bueno, sin una costilla, pero con
una mujer.866
865. AROCENA, Carmen, “Las mujeres de Manuel”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PE-
RUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit., p.110.
866. El discurso irónico del narrador era más extenso en el guión de Mur Oti y Manuel Tamayo.
Entre los pasajes suprimidos del texto original destacaba en este punto de la disertación la ima-
gen típicamente murotiana de “un campo yermo, seco, batido por el viento. Rectos surcos. Tra-
zando uno de ellos, entra, de espaldas a la cámara, en la infinita soledad del paisaje, un hombre.
Es ese primer hombre que cumple el castigo divino. Va semidesnudo, y arrastran el arado pri-
mitivo dos negros toros” (Fondos de la Filmoteca Española).
del encuadre en contrapicado y con esa torre de evidentes connotaciones fálicas a sus
espaldas, el hombre (Rolf Wanka) continúa su discurso de ensalzamiento masculino frente
a la insignificancia de la mujer (fig. 1). Sus conclusiones son tajantes:
Figura 1
Este narrador que habla investido de una autoridad casi académica no es más que
la figura que vehicula la ironía del planteamiento del filme. A partir de este momento Mur
Oti centrará su atención en cuatro familias que conviven en un bloque de pisos, el 47 Du-
plicado. Un edificio que se presenta como una fachada de la que emanan en caótico bu-
llicio los sonidos procedentes de los hogares que se esconden tras sus muros: la radio,
una mujer que canta, un niño que llora, un piano que toca… La vida, en definitiva, dibu-
jada a través del sonido en fuera de campo, recurso fílmico que devendrá fundamental a
lo largo de la película.
Las peripecias vitales de los vecinos del edificio servirán a Mur Oti para rebatir con
hechos narrativos el discurso del sujeto y homenajear a esas mujeres que luchan sin re-
conocimiento público, para que sus esposos alcancen por fin sus objetivos. Y dicha refu-
tación comienza precisamente por el retrato caricaturesco de los hombres que habitan ese
bloque, hombres auténticamente inútiles en el sentido estricto de la palabra. Todos tienen
ocupaciones artísticas diletantes y no productivas en las que no destacan especialmente,
y son sus esposas las que, además de realizar las labores propias de su hogar, deben man-
tener la economía familiar, cosiendo o planchando sin descanso encargos ajenos.
El carácter coral y el tono humorístico de las secuencias iniciales hacen pensar que
la cinta se moverá en torno a registros sainetescos.867 Sin embargo, los dramáticos acon-
tecimientos que van sucediéndose a medida que el relato avanza parecen escorarlo hacia
el género melodramático868, y más concretamente hacia lo que Pablo Pérez Rubio denomina
el “melodrama de la familia”, dado que todos los conflictos planteados en la película se cen-
tran en la estructura doméstica y la institución familiar. En dicha variante del género
La esposa y la puta
De todas las mujeres que pululan por el 47 Duplicado Luisa (Lida Baarova) y Lola
(Emma Penella) son las que mejor compendian los dos polos que la ambivalente natura-
867. Entre las que cabe mencionar la representación de la muerte del cómico Braulio (Antonio
Vico), la absurda discusión entre este y el pianista Enrique Vidal (Albert Lieven), o las artimañas
del joven pintor muerto de hambre (Vicente Parra) para agenciarse comida y cigarrillos en casa
de Magdalena (Amparo Rivelles).
868. La muerte del pintor por tuberculosis, el adulterio de Enrique, el aborto que Damián (Albert
Hehn) plantea ante el embarazo de su esposa (Katarina Mayberg), la grave enfermedad de Mag-
dalena, y finalmente el accidente fatal de Braulio.
869. PÉREZ RUBIO, Pablo, El cine melodramático, op. cit., p.158.
870. Recordemos que la hibridación de géneros está presente en todas las grandes películas
de Mur Oti, desde la tetralogía cosmogónica hasta Cielo negro, y es una característica propia
de su estilo.
leza de Eva adopta dentro del tejido social: la madre-esposa, compañera fiel del hombre
y generadora de vida, y la puta que lo incita al pecado.
Luisa, a la que tomaré como delegada del colectivo femenino que habita el edificio,
encarna a la perfección el tipo de mujer que, según Molly Haskell, ha representado habi-
tualmente el cine de Hollywood: “servidoras y esclavas románticas, figuras débiles y se-
cundarias, sin ambición o autonomía narrativa, y siempre dispuestas a olvidar profesión,
responsabilidades y obligaciones sociales en nombre de un sueño romántico de felicidad
conyugal”.871 Luisa está casada con Enrique Vidal (Albert Lieven), presunto gran pianista
que se halla inmerso en la composición de una opereta, por lo que ensaya continuamente
un vals que se escucha en toda la casa y sirve de tema central de la película. Mientras
tanto, ella cose sin parar pantalones para intendencia con el fin de sostener económica-
mente al matrimonio.
La profundidad de campo, recurso formal que caracteriza la puesta en escena del
filme, evidencia la condición de sombra de un hombre supuestamente brillante que define
a Luisa. El plano que retrata a Vidal tocando al fondo mientras la mujer cose incansable
en primer término condensa de manera magistral la esencia de ese matrimonio, configu-
rando lo que Santos Zunzunegui ha denominado “auténtica sonata para máquina de coser
y piano”872 (fig. 2).
Figura 2
871. Cfr. HASKELL, Molly, From reverence to rape, 1974. Citado en COLAIZZI, Giulia, Feminismo
y teoría fílmica, Valencia: Episteme, 1995, p.15.
872. ZUNZUNEGUI, Santos, “Identificación de un cineasta. Lugar de Manuel Mur Oti en el cine
español”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PERUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel
Mur Oti, op. cit., p.36.
perficial conversación en torno a las curvas de la cantante que sostienen los hombres en
primer término se oponen, al fondo, la estampa de Luisa que no deja de coser (fig. 3), y
la de Magdalena (Amparo Rivelles), que plancha durante todo el día para que el vago de
su marido pueda pensar tranquilamente (fig. 4). Dos figuras que se mantienen al fondo,
casi latentes, pero al mismo tiempo tan nítidas como las imágenes de sus maridos. Idea
gráfica de cuál es el verdadero sustento de ambas familias.
Figura 3 Figura 4
Enrique consigue vender su obra musical pero necesita dinero para adquirir los tra-
jes del estreno, así que Luisa coserá día y noche hasta obtenerlo. El hombre alquila el
frac más caro para él, por lo que no le alcanzará para comprarle un vestido de noche a
Luisa. La planificación de la escena en que Vidal le comunica a su mujer que ella no podrá
asistir al estreno denota la dignidad que la enunciación fílmica otorga a la mujer frente a
la petulante vanidad del hombre. Veámoslo con más detalle.
Todas las mujeres del edificio acompañan a Luisa esa noche, porque cada una de
ellas le ha llevado algún complemento que adorne el vestido que espera con ansiosa ilu-
sión. Cuando al abrir el paquete solo halla el carísimo frac de su marido la mujer queda
arrasada por la desolación. Las demás mujeres se mantienen detrás de la protagonista
de la historia, arropándola consternadas en otra compleja composición en profundidad,
que refrenda el carácter metonímico de Luisa, delegada actancial de toda la colectividad
femenina (fig. 5).
Frente a la imagen del batallón unido, el plano individual de Vidal resulta casi ofen-
sivo. El contrapicado refuerza la autoridad del hombre sobre su esposa, pero sobre todo
ridiculiza aún más su histriónico aspecto: la chistera ladeada, la cara desencajada y los
pantalones a medio abrochar (fig. 6).
Figura 5 Figura 6
Figura 7 Figura 7A
Figura 8 Figura 9
La mujer pide a sus compañeras que vuelvan a sus casas para tragarse su dolor
en soledad, y guarda silencio ante la verborrea de su marido que, consciente de su error,
trata de restarle importancia al detalle. Enrique le ordena que le coja el dobladillo al pan-
talón (fig. 7) y ella desaparece del cuadro echándose literalmente a los pies de su esposo
(fig. 7A). La cámara, sin embargo, no adoptará el punto de vista masculino en una situa-
ción tan humillante para la mujer, sino que bajará con ella a la altura del suelo, evitando
el opresivo plano picado que correspondería a la mirada del hombre, y propiciando que
el espectador comparta solidariamente las incontenibles lágrimas de Luisa (fig. 8).
La enunciación demuestra así que el filme está con las mujeres, que quiere a esas
mujeres, pero que las quiere de una determinada manera: en posición inferior frente a
los hombres y postradas a sus pies, lo que refuerza la idea de la mujer como sustento o
basamento familiar que transmite la película.
Desde la posición de Luisa la cámara muestra el contrapicado de Enrique, que a
estas alturas de la secuencia más que cómico resulta ya odioso (fig. 9). Después, regresa
al plano individual de Luisa, que sometida por esa mano amenazante surgida desde el
fuera de campo, ha asumido definitivamente su rol subsidiario (fig. 10). No hay enfrenta-
miento posible entre ambos, por lo que tras el intercambio de planos individuales, la cá-
mara retrocederá hasta encuadrar también a Enrique (fig. 10A). Ese leve travelling atrás
que enlaza de nuevo a los dos personajes en un solo plano, sin que medie corte en el mon-
taje, ratifica la resignada sumisión de la mujer que garantiza la unidad del matrimonio.
El día del estreno Luisa no puede asistir al teatro y debe quedarse escuchando la
representación a través de la radio de Doña Engracia (Amelia de la Torre). Allí se reúne
el batallón para acompañarla en un momento tan importante, y compartir con ella una
alegría que como colectivo unido incumbe a todas (fig. 11).873 Mientras la mujer perma-
nece oculta en la sombra y la privacidad del hogar, el hombre brilla con luz propia en la
esfera pública que se mantiene en fuera de campo.874 El sonido se convierte así, al igual
que en Milagro a los cobardes o Morir… dormir… tal vez soñar, en mensajero de las ac-
ciones que suceden en off. Las mujeres escuchan ansiosas la voz del locutor que retrans-
mite en directo lo que ocurre en el teatro. Cuando este enfatiza las efusivas muestras de
cariño entre el maestro y la vedette, todas comprenden que lo que se nos está escamo-
teando en ese fuera de campo no es sino el adulterio del marido tras su éxito público.
873. Miguel Marías ha destacado la novedad que supusieron en el cine español de 1956 los nu-
merosos planos corales en profundidad de campo que aparecen en la película. Unos populosos
planos que alcanzan su cota máxima en la escena de la muerte de Braulio al final de la cinta, en
los que llegan a apiñarse hasta once personajes. Marías considera estas composiciones logradas
por Mur Oti y Mariné como precursoras de los característicos planos corales de Luis García Ber-
langa y Marco Ferreri (MARÍAS, Miguel, Manuel Mur Oti. Las raíces del drama / As raízes do
drama, op. cit., p.138).
874. De hecho los personajes femeninos del filme apenas aparecen fuera de las cuatro paredes
de la casa y en las escasas ocasiones en que salen del edificio siempre permanecen en las in-
mediaciones del inmueble (la portera al principio de la película, Luisa al final, y el batallón al
completo cuando traen a Braulio moribundo).
Figura 11
Esa noche Vidal no regresará a casa. Al alba, Luisa aún lo aguarda inútilmente,
pero solo se encontrará con Lola, la prostituta, que adquiere por primera vez rango de
personaje en la narración. Su presencia ya había sido insinuada en una escena anterior,
a través del plano de sus zapatos de tacón bajando por las escaleras, en claro contraste
con las miserables zapatillas que lucen las demás vecinas (figs. 12, 12A, 12B).
Figura 12B
A diferencia de ellas, Lola es una mujer independiente, una prostituta de lujo que
entra y sale cuando le viene en gana, y paga desahogada y puntualmente el alquiler.
Frente a la representación deserotizada del resto de amas de casa, la irrupción de Lola
en escena resulta de un enorme impacto visual que evoca el clásico retrato de la femme
fatale del más puro cine negro americano.
Una vez más, son sus zapatos ascendiendo los escalones lo primero que la cámara
nos permite ver de ella. Cuando a mitad de camino escucha el llanto de Luisa sus pies se
detienen frente al umbral de la puerta de la mujer abandonada (fig. 13). La cámara pa-
noramiza a través del cuerpo femenino hasta alcanzar la cara, que permanece oculta en
la penumbra tras el humo de un cigarrillo (fig. 13A). La mujer da un paso al frente y su
rostro emerge lentamente de las sombras (fig. 13B).
Lola es, al igual que el resto de mujeres del 47 Duplicado, una sombra, una pro-
yección oscura de un cuerpo no visible. Pero se trata, como atestigua la figura 14, de una
sombra de la propia Luisa. Cuando esta intenta echar a Lola de casa, la puta le responde
sarcástica: “Déjese de tonterías. Estamos solas y estando solas somos dos mujeres igua-
les. Sí, iguales. Aunque usted no lo crea”.
El curso de los acontecimientos demostrará que Lola está en lo cierto. Ella repre-
senta el reverso oscuro de la Eva que todas las mujeres llevan dentro875, la cara negativa
de la hembra primitiva incitadora del pecado, que habitualmente se mantiene oculta en
la sombra pero que late incluso en el interior de las mujeres más honestas.
Lola está enfadada con Luisa porque la honrada mujer no quiso pedirle un traje de
noche para asistir al estreno de su marido. Si Luisa hubiera vestido como Lola habría evi-
tado que la vedette le robara el marido. Y Lola habría estado encantada de dejárselo, del
mismo modo que las demás vecinas le habían prestado zapatos y demás abalorios. A
Luisa el vestido le habría proporcionado la felicidad y a ella solo le sirve, según sus propias
palabras, “para quitárselo”.
Pero una mujer como Lola no es admisible en la sociedad patriarcal que asume Mur
Oti. La faceta negativa de Eva debe ser reprimida para poder integrarse en la sociedad,
o lo que es lo mismo, la prostituta debe redimirse de su indigna actitud y hacer aflorar la
esencia positiva de su feminidad. Eso es precisamente lo que va a suceder con Lola. La
joven siente desprecio por sí misma y confiesa a Luisa su deseo de abandonar su repro-
bable forma de vida para convertirse en una más del batallón de amas de casa, en una
de esas mujeres que dice envidiar porque “luchan, sufren y pasan hambre”.
La regeneración de Lola empieza por limpiar las escaleras de la comunidad, esce-
nario recurrente en la filmografía de Mur Oti donde tienen lugar las transformaciones de
sus personajes. La cámara le arrebata de un plumazo toda la fuerza visual que le otorgó
en su presentación y la muestra postrada sobre los escalones en un evidente ángulo pi-
cado que nos impide ver sus pies, único elemento del cuerpo de la mujer al alcance de la
mirada del espectador cuando esta era prostituta (fig. 15). La planificación de la conver-
sación que mantiene con Luis (Fernando Nogueras), el repartidor de la confitería que cae
inmediatamente prendado de ella, denota la superioridad del hombre sobre ella, una vez
que Lola ha asumido su nuevo papel de ama de casa (fig. 16- 19).
Figura 15 Figura 16
Figura 17 Figura 18
Figura 19 Figura 20
chado del trabajo y la abnegación de su esposa Magdalena. Cuando la mujer cae grave-
mente enferma y se ve obligada a permanecer en cama, Pepe comprende lo deshonroso
de su comportamiento y va a la obra a buscar trabajo para comprar los alimentos y me-
dicinas que su esposa precisa. Allí confiesa al capataz que toda su vida ha sido un “chulo”
y un “mantenido”.
Esos calificativos, salidos de sus propios labios, confirman que Pepe no es más que
el reflejo masculino de Lola, un esposo que ha prostituido su hombría explotando utilita-
riamente a su mujer. Apenas existen diferencias entre ambos: la prostituta ha disfrutado
de una vida acomodada a costa de los clientes que pagaban sus caprichos, y él no ha te-
nido la necesidad de trabajar porque siempre ha vivido del dinero que ganaba su mujer.
No es de extrañar por tanto que la transformación de Pepe, muy similar a la que Luis
Marquina representó en su película El bailarín y el trabajador (1936), se produzca, al igual
que la de Lola, en un agujero. Mientras la puta limpia la escalera de la comunidad para
ganarse el respeto de las demás mujeres, el chulo pica durante veintidós horas seguidas
en una zanja, para demostrar que él también es un hombre digno capaz de cumplir lo es-
tipulado en el contrato matrimonial.
Mur Oti restaura al fin, como es habitual en su filmografía, el orden natural de las
cosas: Lola se convierte en una muchacha decente; los presuntos artistas Damián, Braulio
y Pepe dejan de lado sus limitadas ambiciones creativas para ir al tajo876; y Enrique re-
gresa a los brazos de su esposa. Santos Zunzunegui define la reconciliación del matrimo-
nio como “uno de los más extraordinarios momentos de toda la obra de Mur Oti en tanto
que combinación de imagen y sonido”.877 El sonido anunció a Luisa la traición de Enrique
y el mismo recurso sonoro le advertirá de su retorno.
Una noche que regresa a casa después de entregar la labor de costura, Luisa cree
oír a lo lejos el sonido de un piano y se detiene ligeramente (fig. 21). La música cesa y
la mujer continúa caminando. Pero las notas del piano en fuera de campo vuelven a es-
cucharse, esta vez con mayor sonoridad, y ella reconoce inmediatamente la melodía del
vals de Vidal. La cámara la acompaña en travelling cuando emocionada acelera la marcha
hacia su casa atraída por el magnetismo de esa música que se hace más y más audible
a medida que la mujer se acerca al lugar de donde procede (fig. 22). Se detiene frente
a la fachada del edificio para comprobar que la luz del salón está encendida (fig. 23) y
un espectacular movimiento de grúa la conduce hasta la entrada del bloque coincidiendo
con la progresiva elevación del volumen musical (figs. 23 A-B). Comienza a subir apre-
suradamente la escalera cuando las notas del piano ya han alcanzado el primer plano
sonoro (fig. 24), y se asoma a la puerta entreabierta de su casa (fig. 24A). La siguiente
imagen nos muestra a Vidal de espaldas tocando por enésima vez la melodía de su vals
(fig. 25). Luisa lo mira desde el umbral (fig. 26) y, conmovida, entra sigilosamente en la
876. De hecho, Braulio casi acaba convertido en héroe al morir en un accidente laboral, y repre-
sentar mejor que nunca la escena de su muerte, su auténtica especialidad como actor.
877. ZUNZUNEGUI, Santos, “Identificación de un cineasta. Lugar de Manuel Mur Oti en el cine
español”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PERUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel
Mur Oti, op. cit., p.36.
Figura 21 Figura 22
Figura 26B
878. No podemos dejar de reseñar la evocadora semejanza entre la carrera de Luisa que se
acerca como inducida por un imán a la música de su marido, y la de Emilia en Cielo negro que
también corre a reunirse con el padre atraída por el magnético sonido de las campanas.
Mur Oti degrada a la especie masculina y degrada aún más a sus congéneres
femeninas para después elevarlas al altar enunciado en los rótulos iniciales.
Son mujeres que se humillan, que frenan las estupideces de sus hombres, que
arreglan sus problemas, que trabajan para que ellos desarrollen su pseudo
creatividad, que se venden para poder comer y que renuncian a su indepen-
dencia para poder amar. No se pueden producir grandes sombras con una ilu-
minación tan débil.880
879. ZUNZUNEGUI, Santos, “Identificación de un cineasta. Lugar de Manuel Mur Oti en el cine
español”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PERUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel
Mur Oti, op. cit., p.37.
880. AROCENA, Carmen, “Las mujeres de Manuel”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PE-
RUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit., p.111.
la feminidad (tal como la entiende Mur Oti) pero no del feminismo, desde cuyos presu-
puestos teóricos se manifiesta Arocena. El penoso retrato de esos maridos inútiles y la
enervante e incomprensible paciencia de sus mujeres resultan patéticos a partes iguales,
pero sirven a Mur Oti para exponer lo que, según su criterio, debe (y no debe) ser un
matrimonio. El argumento que rige El batallón de las sombras sostiene que la buena mujer
tiene que permanecer en casa con la pata quebrada, pero que el marido debe igualmente
estar a la altura de su costilla y mantener a la familia si quiere llamarse hombre. Esa fi-
losofía social, consecuencia directa de la relación hombre-mujer establecida en la tetra-
logía cosmogónica, volverá a reflejarse en Una chica de Chicago, donde el registro
paródico vehiculado aquí a través de los personajes de los esposos alcanzará su grado
más grotesco y no dejará títere (masculino ni femenino) con cabeza.
Una chica de Chicago es una obra menor dentro de la filmografía de su autor, una
comedia escrita por el propio Mur Oti junto a Manuel Martínez Remis que presenta una
puesta en escena inane y rudimentaria en comparación con la densidad formal de sus filmes
anteriores. No obstante, la película se sitúa entre las variaciones del tema central de la te-
tralogía cosmogónica porque incluso en su elemental realización pueden detectarse ciertos
hallazgos visuales característicos del estilo de Mur Oti y, sobre todo, porque forma junto a
El batallón de las sombras un díptico temático en torno a la naturaleza del matrimonio.
Miguel Marías ha sido el primero en observar esta vinculación entre los dos filmes,
calificando a Una chica de Chicago “como una nota a pie de página, una postdata o una
apostilla humorística”881 que “relativiza un poco el mensaje de El batallón de las sombras,
trasladando a la comedia disparatada con base realista o costumbrista […] la reflexión
sobre las relaciones entre hombres y mujeres que en El batallón de las sombras adoptaba
la forma de requisitoria melodramática unilateralmente a favor de las mujeres”.882
Las mujeres de Gracia del Río, población manchega en la que se localiza la acción
de la película, reproducen el comportamiento de las habitantes del 47 Duplicado en El
batallón de las sombras, y son ellas las encargadas de sostener los hogares mientras sus
881. MARÍAS, Miguel, Manuel Mur Oti. Las raíces del drama / As raízes do drama, op. cit., p.129.
882. Ib., pp.134-135.
Aunque Mur Oti caricaturiza en clave paródica tanto los desmanes de la vieja so-
ciedad patriarcal española como los excesos de la visión moderna y feminista procedente
de ultramar, el cineasta gallego acaba decantándose claramente por el primer modelo. La
883. AROCENA, Carmen, “Las mujeres de Manuel”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PE-
RUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit., p.113.
884. Ya, Madrid, 21 de octubre de 1956.
885. Sinopsis de Una chica de Chicago en expediente administrativo nº 66-58 (Archivo General
de la Administración: caja 36/04788 - signatura 16.199).
irrealidad de la cultura americana queda patente desde los propios títulos de crédito, com-
puestos por una sucesión de estampas dibujadas de ciudades norteamericanas.886 Esa
impresión de falsedad se ratifica en el plano que abre la película. Un travelling lateral re-
corre un despacho en cuyas paredes cuelgan diversos cuadros de personajes célebres de
la historia estadounidense, mientras se escucha en off lo que parece una conversación en
inglés. El movimiento de cámara finaliza con la figura de don Genaro de cuyos labios pa-
recen brotar las palabras extranjeras, mientras mira a un fuera de campo donde aparen-
temente se encuentra su interlocutora. El ruido provocado por una travesura de su
asilvestrada hija Palmira rompe la ilusión de cosmopolitismo creada hasta el momento, y
descubrimos que las palabras del hombre proceden en realidad de un magnetófono sobre
cuyo sonido don Genaro estaba realizando un playback.887
Frente a la modernidad igualitaria de la cultura americana, la forma de vida espa-
ñola se presenta como heredera de una larga tradición que apenas ha sufrido variación
alguna a lo largo de los tiempos. Ese inmovilismo que caracteriza a la carpetovetónica
sociedad española se ilustra, como ha destacado Josetxo Cerdán888, a través del acertado
empleo de la profundidad de campo en dos secuencias de similar planificación que fun-
cionan a la manera de una rima.
Ante el salvajismo incontrolado de su hija don Genaro decide llevarla a América
para que sea educada en un lugar civilizado. Inmediatamente acude al casino a comuni-
cárselo a las fuerzas vivas del pueblo, el alcalde (Roberto Rey), el cura (Joaquín Roa), el
médico y el administrador de sus propiedades (José María Lado), que se hallan allí reuni-
dos jugando la partida de dominó. La figura de don Genaro aproximándose al local se ob-
serva nítidamente a través de la ventana gracias a la profundidad de foco (fig. 1). Cuando
llega a la mesa el hombre les muestra una revista americana que ilustra los últimos pro-
gresos aplicados a la educación infantil en Estados Unidos, que los capitostes del pueblo
tachan de ridículos. Mientras se desarrolla la discusión en el interior del casino la profun-
didad de campo permite percibir en segundo término a los niños del pueblo (entre ellos
la propia Palmira y Juan, el hijo del alcalde) jugando con el barro de la plaza (fig. 2), es-
tampa que refuerza los argumentos que don Genaro esgrime para intentar alejar a su
hija de esa bárbara influencia.
886. De hecho, y a pesar del título de la película, la larga estancia de don Genaro y su hija Pal-
mira en Estados Unidos es elidida de principio a fin, y las únicas secuencias desarrolladas fuera
de España están localizadas en Cuba, lo cual no carece de interés. La isla caribeña, segunda pa-
tria de Mur Oti, era en aquellos años (e incluso hoy) un bastión del patriarcado y el machismo
más cerriles, en consonancia con los postulados sociales imperantes en España. La visita de Pal-
mira a Cuba para participar en una competición de esquí acuático permite que los dos preten-
dientes de la muchacha, el cubano Óscar y el norteamericano Chester, expongan sus antitéticas
visiones en torno a las relaciones de pareja como aperitivo del enfrentamiento cultural que se
desatará posteriormente en Gracia del Río.
887. La mayor prueba de la defensa que la película realiza de la forma de vida española es sin
duda la nostalgia de don Genaro, que al final de su vida se retracta de sus anteriores opiniones
sobre el cerrilismo español y muere tratando de regresar a su patria.
888. CERDÁN, Josetxo, “Material memoria”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PERUCHA,
Julio (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit., p.64.
Figura 1 Figura 2
Figura 3 Figura 4
Figura 5
889. Esta idea de un pueblo dominado por el poder femenino ya había aparecido reflejada en
Puebla de las mujeres de Antonio del Amo (1953), donde las féminas consiguen con sus artima-
ñas que todos los forasteros que llegan a la población se casen con alguna de las muchachas y
se establezcan definitivamente allí. Asimismo, la contumaz resistencia de Palmira ante los re-
querimientos masculinos nos trae los ecos de otras dos mujeres indómitas: la Catalina del clásico
de William Shakespeare La fierecilla domada (The Taming of the Shrew), y el personaje inter-
pretado por Claudette Colbert en La octava mujer de Barbazul (Bluebeard´s Eighth Wife, Ernst
Lubitsch, 1938).
Los hombres, desesperados, deciden recurrir a su última arma: Juan (Javier Armet),
el hijo del alcalde que compartió juegos de infancia con Palmira y ahora es un importante
abogado de la capital. Juan es un adversario a la altura de Palmira: tiene estudios como
ella, vive en la ciudad y conduce un coche tan moderno como el de la muchacha, sin em-
bargo, es un defensor a ultranza de las viejas costumbres maritales españolas.
El primer paso de la ofensiva de Juan consiste en llevar a Palmira a ver sus tierras
antes de que las venda para tratar de convencerla del valor de lo ancestral en España y
hacerle entender las costumbres del pueblo. Allí le explica que en Europa la mujer no va
a la oficina o la fábrica para ayudar al hombre, sino que lo hace en casa lavando, fregando
y cocinando para él. Y le remarca la superioridad de España frente a América recordándole
que fueron los conquistadores españoles quienes colonizaron el nuevo continente.
La secuencia es especialmente interesante puesto que se aprecian en ella los ecos
de la tetralogía cosmogónica. Juan le anuncia que quizá sea él quien le compre la tierra,
puesto que, a diferencia de lo que ocurría en Orgullo con Laura y Enrique (que también se
conocían desde la infancia), sus fincas siempre estuvieron juntas sin vallas ni cercas, y él,
que es un “español romántico”, no quiere que ahora tengan que separarlas. Palmira escucha
su discurso mirando con interés al fuera de campo donde se encuentra el hombre (fig. 6).
Figura 6 Figura 7
Figura 7A Figura 8
Mur Oti subraya esa mirada femenina dilatando al máximo el contracampo del
hombre que no deja de hablar en off. A diferencia de lo que ocurría en las películas de
la tetralogía, el siguiente plano no nos muestra a Juan desde el punto de vista corres-
pondiente a Palmira (fig. 7), sin embargo, el travelling atrás que acompaña el movi-
miento de avance del hombre acaba reuniendo premonitoriamente a los dos personajes
en un solo plano (fig. 7A).
La vinculación entre la mujer y la tierra, y la voluntad del hombre de no separarse
de esta señalan que existe una especie de predestinación que ata a Palmira a ese lugar
y a ese hombre, tal y como sucedía con las mujeres míticas que la han precedido.
Cuando ella le recrimina la dureza del hombre español con la mujer, Juan coge
del suelo un terrón y se lo entrega a la muchacha pidiéndole que lo apriete. La mujer
no es capaz de deshacer su propia tierra y es el hombre quien convierte, con la fuerza
de su puño, la gleba en polvo. Es la prueba definitiva del argumento defendido por Juan:
la tierra (metáfora de la mujer) es dura, así que los hombres que la trabajan no lo han
de ser menos.
Parece, por tanto, que la situación doméstica que viven los matrimonios de Gracia
del Río es consecuencia directa de los conflictos esenciales y primitivos presentados en la
tetralogía, que se derivan de la naturaleza sexual de hombre y mujer. Por mucho que lo
intente, Palmira no va a poder sustraerse a la inercia natural que ha marcado los destinos
de las mujeres del pueblo, en un ciclo que se repite como una rueda, símbolo del movi-
miento inmóvil (fig. 8).
El último asalto
Figura 9 Figura 10
Figura 11
Palmira y Juan son los actores principales de dicha representación pero el pueblo,
perfectamente visible en segundo término, se interpone entre ellos como parte integrante
del nuevo matrimonio. Se produce así una inversión espacial en la rima de composiciones
diseñadas en torno a la ventana: si en la estampa inicial del casino las figuras de los pe-
queños Juan y Palmira se vislumbraban al fondo jugando con los demás niños (fig. 2),
ahora son ellos los que en su casa ocupan el primer término de la composición (que antes
correspondía a las fuerzas vivas), mientras el pueblo se mantiene en segundo plano.
Como delegados de ambas partes en la contienda les compete a ellos decidir el rumbo de
todas las relaciones conyugales de Gracia del Río, y ningún habitante quiere perderse de-
talle del momento en que Palmira consiga que Juan cocine y friegue o viceversa.
Ninguno de los dos parece dispuesto a claudicar. Tanto Palmira como Juan se
mantienen fuertes en sus posiciones de resistencia y pasan todo el día sin comer por
no acceder a cocinar. Cuando por fin llega la noche Juan parece cansado de la situación
y se coloca una cofia y un mandil dispuesto a preparar la cena. De esa guisa sale de
Figura 12 Figura 13
Desde un punto de vista cosmogónico, el macho primitivo debe ser un hombre para
que la especie no se extinga, algo de lo que Mur Oti ha venido advirtiendo a lo largo de
sus filmes. La mujer no puede estar sola (Un hombre va por el camino, Condenados, Or-
gullo) porque su destino natural es procrear. Y aquella que no esté capacitada para cumplir
su misión no tiene lugar como mujer en la sociedad (Milagro a los cobardes) y será mar-
ginada (Cielo negro). Para alcanzar su plenitud engendradora, la hembra no debe apare-
arse con machos impotentes (Condenados), ni con varones de sexualidad ambigua o
manifiestamente homosexual, que adopten los roles asignados al sexo opuesto (Fedra,
Una chica de Chicago). Por eso es fundamental que el hombre exhiba su virilidad y deje
constancia de ella asumiendo definitivamente el papel dominante que le corresponde
(Condenados, Duelo en la cañada, El batallón de las sombras):
el varón tiene que obligarse a imponer su autoridad sexual ante la mujer, que
es una sombra de su madre y de todas las demás mujeres (Morir… dormir… tal
vez soñar). El fracaso y la humillación planean constantemente sobre él. Nin-
guna mujer tiene que demostrar que es mujer de una forma tan inexorable
como tiene que demostrar un hombre que es hombre. El hombre tiene que ac-
tuar, o de lo contrario se acaba el espectáculo.890
890. PAGLIA, Camille, Sexual personae. Arte y decadencia desde Nefertiti a Emily Dickinson,
op. cit., pp.51-52. El paréntesis es mío.
891. Ib., p.39.
El resto de la filmografía de Manuel Mur Oti se completa con seis películas fruto de
diversos compromisos adquiridos con productores como José Luis Renedo, Cesáreo Gon-
zález o Espartaco Santoni. Se trata de películas de género y de vocación comercial (aun-
que sus resultados en taquilla fueran dispares) a las que Mur Oti dedicó, según el caso,
mayor o menor interés. Con todo, y pese a tratarse de trabajos eminentemente alimen-
ticios que se sitúan al margen del territorio marcado por los filmes ya analizados, algunos
de ellos acreditan por sí mismos cierta calidad narrativa y visual que merece ser reseñada,
o permiten evocar en distinta medida algunos ecos temáticos y formales de sus títulos
mayores.892
La crítica de Primer Plano elogió la labor de adaptación realizada por Coello y Mur
Oti y detectó cierta influencia del estilo de René Clair manifiesta en la recreación de la
sociedad pacense de finales del siglo XIX894:
¿Diremos que esa lúcida e inteligente representación de una época nos recuerda
a René Clair en ciertas películas? Lo diríamos si la intención no fuera muy dis-
tinta. En René Clair hay siempre un fondo de ternura cruel hacia una época
muerta. Mur Oti prefiere la broma colosal de retratar unos tipos y unas situa-
ciones más cargadas de humorismo desenfadado. Son las señoritas provincia-
nas chismorreras, el aristócrata progresista, los oficiales conquistadores, los
literatos, los oficinistas. En la película tienen más color, más incisiva silueta que
en la obra teatral.895
Figura 1 Figura 2
894. El propio Mur Oti había manifestado en la revista Triunfo que su película estaba “en la línea
Clair. El tema, en realidad, es bien próximo al que en su geografía emocional creó su Maniobras
del amor. Uniformes, pamelas, una deliciosa cursilería ambiental… La guerra empieza en Cuba,
desde mi punto de vista de director, quiere ser una narración tan leve como la historia que se
cuenta”. Nº 613, 13 de noviembre de 1957.
895. Primer Plano, nº 898, 29 de diciembre de 1957.
Figura 3 Figura 4
Figura 5 Figura 6
Tercera comedia de Manuel Mur Oti tras La guerra empieza en Cuba y Una chica de
Chicago, Pescando millones es sin duda la más irregular de las tres, pese a contar con el
protagonismo de Zori, Santos y Codeso, trío de humoristas de considerable reputación
en su época, a cuyo lucimiento estaba encaminado este prescindible e inane producto de
voluntad puramente comercial.
Apenas puede destacarse nada en Pescando millones: la trama es endeble y avanza
sin ritmo, los chistes y gags propios del género de la revista resultan flojos y repetitivos,
los números musicales carecen de interés y la presunta vis cómica de sus protagonistas
no se halla, nunca mejor dicho, en estado de gracia.
El paupérrimo material de partida no dejaba mucho margen de actuación a un Ma-
nuel Mur Oti que tampoco demostró ningún interés en el proyecto. Su realización imper-
sonal, perezosa y desganada se reduce a cumplir el expediente y hacer meramente visible
al espectador la acción que se desarrolla ante la cámara. En definitiva, no existe en las
imágenes de Pescando millones ningún rastro descrito hasta ahora del estilo murotiano.
El único interés que el filme podría acreditar tiene que ver con la circunstancia
de que, sin proponérselo, se adelantó unos años al retrato del paleto inocente y bona-
chón que viaja al caos de la gran ciudad. Un tipo netamente hispánico inmortalizado
por Paco Martínez Soria en las comedias costumbristas del desarrollismo que Pedro La-
zaga dirigió, con gran aceptación de público, durante la década de los años sesenta, y
cuyos títulos más emblemáticos son La ciudad no es para mí (1965) o El turismo es un
gran invento (1968).
La película aborda la dialéctica entre la vida rural y la vida urbana desde una óptica
un tanto maniquea, y desde luego muy alejada de la visión del campo como espacio mítico
predominante en la tetralogía cosmogónica. Al igual que en La aldea maldita (Florián Rey,
1942) o Surcos (José Antonio Nieves Conde, 1951), la ciudad es retratada como una jun-
gla donde los pobres paletos caen en la seducción del alcohol y las mujeres, amén de ser
miserablemente engañados por unos criminales que encarnan la podredumbre moral y el
mal radicados en los núcleos urbanos. Tal y como le sucedía a la familia Pérez en Surcos,
Braulio, Julio y Amalio también deben volver al pueblo avergonzados y vapuleados por la
ciudad. Sin embargo, la solidaridad que aún prevalece en el mundo rural permite que la
localidad de San Amalio de la Roca acoja, cual hijos pródigos, a los tres incautos con los
brazos abiertos. Esa bondad colectiva queda ilustrada al final del filme mediante unos
896. CERDÁN, Josetxo, “Material memoria”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PERUCHA,
Julio (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit., p.63.
planos semidocumentales que recogen el esfuerzo de los pescadores por ayudar a sus
compañeros.897
Estas pequeñas pinceladas sociales que reflejan muy superficialmente la escisión
que vivía la España de la época entre el mundo agrario y el urbano a causa del caudaloso
flujo migratorio, son según Manuel Vidal Estévez “la sugerencia más provechosa del dis-
curso de la película”. En su opinión, ese amago de visión social se insinúa en el plano en
que los tres catetos se plantean volver a casa. Mientras reflexionan caminando por una
especie de pasaje semisubterráneo, vemos circular a sus espaldas un rosario de carros
tirados por mulas y conducidos por trabajadores tocados con boinas (fig. 7).
Figura 7
897. Braulio ya había hecho gala de la generosidad inherente al arquetipo del paleto dándole di-
nero a su vecina la Joaquina para que comprara una máquina de coser. El personaje del usurero
Don Rodolfo es la única mácula que se advierte en la arcádica pedanía de San Amalio de la Roca.
Su avaricia, sin embargo, es combatida al unísono por la solidaridad de todos los habitantes que
rescatan de sus codiciosas garras la barca de los tres protagonistas.
898. VIDAL ESTÉVEZ, Manuel, “Convenciones y devenires”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y
PÉREZ PERUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit., p.81.
La última asociación entre Mur Oti y Berenguer dio como fruto este interesante
thriller en el que la fotografía del alicantino vuelve a ser uno de los valores más destaca-
dos. Basada en la novela A sangre fría de Luis Saslavsky, A hierro muere está, en opinión
de Carlos F. Heredero, “más cercana a la crónica negra que al enigma policíaco”899, puesto
que el relato pasa alternativamente del punto de vista de los dos asesinos al de la policía,
poniendo siempre en conocimiento del espectador toda la información acerca del crimen
y su investigación. Esa peculiaridad poco habitual en el género de intriga en el que se en-
cuadra el filme revela que el verdadero interés de Mur Oti se centra en explorar la des-
composición psicológica de los dos cómplices, atrapados en una red de traiciones,
suspicacias y temores tejida por ellos mismos. La iluminación de Berenguer, cargada de
claroscuros, se ajusta a la perfección a los cánones estéticos del cine negro y contribuye
decisivamente a crear la densa atmósfera de tensión que envuelve a los personajes.
Carmen Arocena considera que, como el resto de las mujeres murotianas esencia-
les, la protagonista Elisa (Olga Zubarry) carga con una hamartia o culpa primera.900 La
culpa inicial de Elisa se resume según sus palabras “en la equivocación en la elección de
su objeto amoroso”901, y por esa razón la emparenta con Soledad, protagonista de Duelo
en la cañada:
tanto Soledad como Elisa son dibujadas como mujeres incapaces de liberarse y
sobreponerse a la tragedia que las amenaza, cegadas por las palabras mascu-
linas. Así, Soledad creerá en las palabras de Ramón que la culpabilizan de un
crimen que no ha cometido. De igual manera, las palabras de amor de Fernando
engañarán a Elisa y la obligarán a ejecutar un asesinato que, en principio, no le
reporta ningún beneficio.902
Desde el mismo instante en que Elisa abandona la cárcel adivinamos que esa
mujer volverá a delinquir, dado que incluso en el exterior de la celda la cámara la mues-
tra a través de unos barrotes (fig. 8). Sin embargo, la protagonista de A hierro muere
está lejos de ser una heroína trágica determinada por el destino. En efecto, existen con-
comitancias entre Soledad y Elisa, aunque me parece que no son las señaladas por Aro-
cena. Soledad amó en el pasado a Ramón pero su auténtico objeto amoroso en el filme
es Carlos, al que elige por motivos más materiales que pasionales. Así también Elisa
decide voluntariamente iniciar una relación con Fernando (Alberto Mendoza), consciente
de que el hombre pretende asesinar a su tía (Eugenia Zúffoli). El amor es una cuestión
899. HEREDERO, Carlos F., Las huellas del tiempo. Cine español 1951-1961, op. cit., p.222.
900. Aristóteles definió este concepto como un yerro cometido por el héroe que desencadena la
tragedia.
901. AROCENA, Carmen, “Las mujeres de Manuel”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PE-
RUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit., p.100.
902. Ib., p.101.
secundaria en esa unión que casi puede considerarse un negocio, dado que es el bene-
ficio económico que el homicidio reportará a los dos lo que mueve esa seudo-pasión:
Fernando conseguirá mantener su boyante tren de vida, y Elisa accederá por vía matri-
monial a los lujos que siempre ha ambicionado. En definitiva, hombre y mujer son re-
tratados como seres igualmente codiciosos y carentes de escrúpulos, capaces de
traicionar a la persona que dicen amar.903
Figura 8
Podemos concluir, por tanto, que A hierro muere es una buena muestra de cine
negro español que no guarda lazos discernibles con el universo temático genuinamente
murotiano. Aun así, tal como ocurría con La guerra empieza en Cuba, la profundidad de
foco que caracteriza la planificación del filme permite vincularlo estilísticamente con otras
obras de su autor. En este caso, Josetxo Cerdán subraya la relevancia de algunos encua-
dres en profundidad en los que pequeñas figuras situadas al fondo acechan a la protago-
nista colocada en primer término.904 Esas imágenes representan la tentación de
deshacerse de la anciana enferma para alcanzar sus ambiciones económicas (fig. 9); el
miedo a que su crimen sea descubierto por los que le rodean (fig. 10); y la amenaza de
un pasado que sale a su encuentro en la persona del inspector de policía (Luis Prendes)
que la acorrala (fig. 11).
903. En el guión de Enrique Llovet Elisa no moría inmediatamente en el tren, sino que era tras-
ladada al hospital donde asumía sus equivocaciones. “¡No llores! ¡No valgo la pena!”, le decía a
su madre antes de expirar. Mur Oti suprime esa secuencia de la película, negándole la redención
a la avariciosa protagonista.
904. CERDÁN, Josetxo, “Material memoria”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PERUCHA,
Julio (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit., pp.70-71.
Figura 9 Figura 10
Figura 11
Según Cerdán,
Con idéntico valor semántico al que Cerdán les confería en Milagro a los cobardes
y Duelo en la cañada, las artificiosas composiciones en profundidad refuerzan el carácter
premonitorio del arranque del filme (fig. 8) y auguran para Elisa una condena segura que
se cumplirá sin posibilidad de indulto.
905. CERDÁN, Josetxo, “Material memoria”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PERUCHA,
Julio (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit., pp.70-71.
Loca juventud es una película a contracorriente por partida triple. De un lado, las
aventuras adolescentes del otrora niño cantor Joselito se sitúan en el polo opuesto del
universo cosmogónico trazado por Mur Oti en sus películas nucleares. No es de extrañar
que el propio cineasta renegara de ella por considerarla completamente ajena a sus inte-
reses artísticos y discordante con su anterior trayectoria fílmica.906
Por otro lado, la propuesta de Mur Oti para relanzar la carrera de Joselito tampoco
parece encajar en el ciclo de filmes protagonizado por la estrella infantil que Cesáreo
González había promovido en la década anterior. La imagen de un Joselito púber (pese
a contar veinte años), extremadamente culto, ataviado con traje y corbata, y de impro-
bable nombre Johnny, chocaba frontalmente con el icono del pobre niño huérfano de lím-
pida voz que, en los títulos dirigidos por Antonio del Amo, había encandilado a la sociedad
española de los años 50. Los valores sentimentales, religiosos y familiares encarnados
por el pequeño ruiseñor en sus primeras películas daban paso aquí a un inverosímil héroe
juvenil que se implicaba en una banda de gamberros al tiempo que conquistaba a mu-
chachas extranjeras.
Por útimo, Loca juventud se perfila como una propuesta claramente excéntrica en
relación con el resto de la producción fílmica española de la época, en un año, 1964, en
que el Nuevo Cine Español ya había empezado a dar sus primeros frutos.
Con todo, Santos Zunzunegui opina que la película
En efecto, Loca juventud no es más que un tradicional relato iniciático que pone en
escena el rito de paso que todo muchacho debe afrontar para aprender a asumir sus obli-
gaciones y alcanzar la condición de hombre.908 La película de Mur Oti sigue paso a paso
las etapas que, según las leyendas y costumbres ancestrales, el héroe debe cumplir en
su viaje hacia la madurez, y que Joseph Campbell condensó en su teoría narrativa del
906. CASTRO, Antonio, “Manuel Mur Oti, un intelectual amante del melodrama”, op. cit., p.63.
Véase el capítulo 11 de este libro.
907. ZUNZUNEGUI, Santos, “Identificación de un cineasta. Lugar de Manuel Mur Oti en el cine
español”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ PERUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel
Mur Oti, op. cit., p.39.
908. O de mujer, puesto que recordemos que Laura, protagonista de Orgullo, también hacía
frente a un itinerario similar.
monomito. Dichas fases se concretan en “una separación del mundo, la penetración a al-
guna fuente de poder, y un regreso a la vida para vivirla con más sentido”.909
En la primera parte del filme, Johnny, liberado por primera vez de la férrea disci-
plina a la que le somete su estricto padre (Luis Prendes), comete el error de integrarse
en un grupo de adolescentes que resultan ser unos vándalos. Las acciones delictivas de
sus amigos y su inmadurez al no denunciarlos, acarrean grandes perjuicios materiales a
los padres de Paola (Ingrid Simone), joven italiana de la que está enamorado. De modo
que para subsanar las consecuencias de su irresponsabilidad, e inducido por su padre-
mentor, Johnny decide abandonar la cómoda calma del hogar y trabajar para obtener por
sí mismo el dinero que los padres de su novia han perdido. El último tramo del relato se
centra en el regreso del muchacho convertido, tras su largo periplo como obrero, defini-
tivamente en hombre.
Dos planos ilustran formalmente el principio y el fin del trayecto iniciático de Johnny.
El primero nos muestra al protagonista hablando por teléfono, mientras a sus espaldas su
nuevo grupo de amigos devora la comida a la que él les ha invitado. La profundidad de
campo que mantiene el enfoque en todo el cuadro integra perfectamente al muchacho con
la pandilla de gamberros (fig. 12). Sin embargo, a medida que la cámara avance en tra-
velling y se aproxime al rostro de Johnny, la profundidad de foco irá reduciéndose progre-
sivamente. Así, el resto de adolescentes quedará difuminado y en segundo plano
pronosticando la decisión que el héroe juvenil afrontará en el futuro: la necesaria separa-
ción del libertinaje que representa “el clan” para asumir sus responsabilidades (fig. 12A).
El segundo plano corresponde al momento cumbre del periodo de pruebas que lo
conduce a su definitiva madurez, y en él vemos a Johnny marchando al frente de un grupo
de mineros mientras interpreta la canción Niebla (fig. 13). La masa proletaria que avanza
en solidaridad colectiva sustituye a la caterva de chavales del plano anterior, y refleja a
las claras en qué grupo ha decidido finalmente insertarse ese hombre que ya ha dejado
tras de sí su loca juventud.910
909. CAMPBELL, Joseph, El héroe de las mil caras. Psicoanálisis del mito, México D.F.: Fondo de
cultura económica, 1999, pp.40-41.
910. Mur Oti asocia aquí, como en El batallón de las sombras, la virilidad y la hombría con la ca-
pacidad de trabajo y la asunción del rol de garante económico.
Figura 13
No es del todo descabellado afirmar, por tanto, que si Loca juventud puede etique-
tarse como un «Joselito de autor» (autor que adopta las señas de identidad de Mur Oti),
es precisamente porque, con distinto signo y en menor grado que la tetralogía cosmogó-
nica, esta película también transita a su liviana manera por la vía del mito.
911. Destacan los dos amigos de la infancia que se alistan juntos (uno pobre y valiente, el otro
rico pero cobarde); el veterano que debe acompañar a los muchachos inexpertos; el intelectual
que se presta a la acción por sus convicciones patrióticas; el periodista aventurero; y el escéptico
que no le encuentra sentido a la lucha pese a demostrar tanta bravura como sus compañeros.
La película tampoco funciona como buddy film912, al estilo de títulos clásicos como
La patrulla perdida (The Lost Patrol, John Ford, 1934), porque los lazos de amistad entre
los personajes apenas llegan a desarrollarse, malogrando el aseado trabajo de presenta-
ción de caracteres de los primeros minutos de metraje. Solo el enfrentamiento entre el
sargento y Pablo (Jaime Sánchez), tras el que se esconde el respeto mutuo entre dos
hombres iguales, llega a esbozarse con algo de nitidez, aunque a la postre quede
desaprovechado.
En realidad, el guión original a cargo de José María Fernández Unsáin era aún más
endeble, patriotero y lacrimógeno que el que quedó finalmente plasmado en celuloide.
Entre las correcciones y modificaciones realizadas por Mur Oti, cabe reconocer el mérito
de haber eliminado algunos de los pasajes más burdos e increíbles escritos por Fernández
Unsáin.913 Pero también hay que reprocharle el terrible error de añadir la subtrama amo-
rosa entre el sargento y la coreana-americana, inexistente en el guión inicial. El episodio
pretende vehicular un mensaje pacifista de confraternización que nunca llega a concre-
tarse, y lo único que consigue es bordear, como muy bien señala Vidal Estévez, “ya no lo
inverosímil sino el ridículo”.914
Con todo, Mur Oti se permite incluir en El escuadrón del pánico un sorprendente
guiño a la tetralogía cosmogónica. Me refiero a la secuencia en que Evangelista (Félix
Monclova), el labrador jíbaro, recibe la carta de reclutamiento que le obliga a regresar al
ejército para combatir en Corea. Originalmente la escena comenzaba con un gran primer
plano de una azada cayendo sobre la tierra fresca, tras el cual un niño entregaba a su
padre un telegrama del gobierno americano. Evangelista moría hacia la mitad del metraje
y, según el guión de Fernández Unsáin, la película finalizaba con la imagen de su esposa
cogiendo un terrón de tierra, mientras se sobreimpresionaban las cruces de un cementerio
y la bandera de Puerto Rico.
Mur Oti mantiene la ocupación agraria del jíbaro pero nos los muestra labrando la
tierra con un arado tirado por dos bueyes (fig. 14). Su esposa (María Soledad Romero)
llega con la carta que le insta a volver al ejército. Los planos en contrapicado tomados
desde el suelo (fig. 15), y la figura de la mujer recortada contra un cielo cargado de nubes
(fig. 16) evocan inevitablemente las emblemáticas secuencias de las fecundaciones me-
tafóricas en Un hombre va por el camino y Condenados. “El gobierno cuenta conmigo
912. Película cuyo asunto central es la amistad que se establece entre dos o más hombres.
913. Entre los aciertos de Mur Oti destacan el protagonismo que le otorga al sargento como
líder del grupo, un personaje que en el guión primigenio moría a la mitad de la película. Suprime
además, con buen criterio, algunas secuencias especialmente flojas tales como las lamentables
reuniones del Estado Mayor, en las que la ignorancia del guionista en el terreno de la estrategia
y la práctica militares quedaba al descubierto. También se prescinde de la lacrimógena escena
en la que el capellán muere sobre el cuerpo del soldado malherido al que toma confesión, for-
mando ambos “una dramática cruz”; y del arrebato del coronel que contraataca ante la guerra
psicológica de los coreanos bramando que Puerto Rico no es esclavo del capitalismo yanqui,
mientras iza en la colina la bandera portorriqueña ante sus llorosos y emocionados soldados.
914. VIDAL ESTÉVEZ, Manuel, “Convenciones y devenires”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y
PÉREZ PERUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit., p.90.
porque sabe que todavía soy hombre” dice Evangelista, “es como si el coronel me dijera:
«Tú eres más duro que los muchachos nuevos»”. Con su esposa plantada en contrapicado
junto al arado, Evangelista deposita una piedra en el lugar donde deberá continuar la
faena cuando regrese. Después hombre y mujer se duchan abrazados para recibir el agua
seminal que consagra la unión de sus cuerpos (fig. 17).
Figura 14 Figura 15
Figura 16 Figura 17
Evangelista es, según el universo creativo de Mur Oti, el hombre más genuina-
mente viril de los que van a integrar el escuadrón, y por eso él será el único que regrese
con vida. A otros compañeros también les aguardan sus esposas, pero solo a él le esperan
la tierra y la mujer mítica plantada sobre ella. La película se cierra con el plano de Evan-
gelista retomando las riendas del arado allí donde dejó la marca de la piedra (fig. 18). Un
zoom de retroceso permite que la figura de la mujer entre en primer término mientras él
surca al fondo el duro terruño (fig. 18A). Una mujer cuya poderosa llamada ha conseguido
que su hombre regrese de una muerte segura.
Autorreferencia metatextual del propio Mur Oti a sus dramas rurales en una película
que discurre al margen completamente del sistema marcado por estos. Un guiño nostál-
gico a sus primeros (y mejores) filmes que no va más allá de la anécdota en una película
fallida y rutinaria, pero que da fe del enorme ego que el Genio vigués conservaba aún en
su época de decadencia.
6. LA ENCADENADA (1974)
Más de una década después de realizar A hierro muere, Mur Oti regresó al terreno
genérico de la intriga y el thriller con La encadenada, filme que cierra este ecléctico ca-
pítulo de trabajos alimenticios. Realizada en coproducción con Italia, se trataba de una
película de doble versión de corte erótico, que fundaba toda su sensualidad en la explo-
tación visual de los encantos de su protagonista, Marisa Mell.
El papel interpretado por la actriz austriaca es muy similar al de Elisa en A hierro
muere. Gina es también una mujer de pasado delictivo a la que se le presenta la oportu-
nidad de hacerse con una fortuna si sucumbe de nuevo a la tentación del crimen. Ambas
asesinan, mienten, sostienen turbulentas relaciones amorosas con fines meramente lu-
crativos, y, como era de esperar, ambas son finalmente castigadas.
No es, sin embargo, A hierro muere el filme de Mur Oti que más se aproxima a la
propuesta temática de La encadenada. Los guionistas Emilio Martínez Lázaro y Juan Tébar
pretendían pergeñar un homenaje a su admirada De entre los muertos (Vertigo, 1958),
y convirtieron el argumento de La encadenada en un amasijo de referencias extraídas del
filme de Hitchcock, donde rigen “la necrofilia, el deseo reprimido, la construcción neurótica
de la personalidad, los complejos edípicos o la (im)posible resurrección cuasi espectral
del objeto ausente”.915
915. FERNÁNDEZ COLORADO, Luis, “To be or not to be”, en CASTRO DE PAZ, José Luis y PÉREZ
PERUCHA, Julio (coords.), El cine de Manuel Mur Oti, op. cit., p.94.
Figura 19 Figura 20
Figura 21
Este pequeño juego de inversiones que he planteado entre los elementos comunes
presentes en ambas películas conduce a una última y decisiva diferencia entre los dos
hombres que las protagonizan. En el último filme de Mur Oti, Juan guiaba desde ultra-
tumba la narración de su propia vida, regresando al hogar donde construyó en su infancia
un cielo compartido con su madre. En La encadenada también es el relato de una difunta,
vehiculado a través del diario de la madre de Marcos, lo que gobierna los actos de Gina
y determina la estructura del filme. Solo al final descubrimos que es el perturbado mu-
chacho quien ha escrito el texto atribuido a la mujer. La madre era para Juan un Otro
inalcanzable del que solo podía disfrutar por medio de reminiscencias enclaustradas en
una casa, jamás a través de un placer real. Marcos, en cambio, va más allá y usurpa la
identidad de su progenitora, vampiriza el recuerdo de ese objeto de deseo primigenio
para apropiarse completamente de él. Lo que el joven quiere encerrar entre cuatro pare-
des no es una imagen inmaterial que acabe evaporándose, sino un cuerpo de carne y
hueso al que poseer físicamente. Eso es precisamente lo que consigue al final del filme
recluyéndose con Gina en su celda de castigo sin posibilidad de escape.
Estas vinculaciones de brocha gorda entre una película de encargo como La enca-
denada, basada en un guión ajeno y de vocación puramente comercial, y Morir… dormir…
tal vez soñar, testamento fílmico de Mur Oti en el que el propio cineasta reconocía impli-
caciones autobiográficas, demuestran que el gallego procuró no renunciar a sus marcas
de estilo ni siquiera en aquellos filmes que se desenvuelven a todas luces fuera de los cá-
nones de su peculiar universo creativo.
Vista de esta manera, la filmografía de Mur Oti dispondría sus filmes esenciales
no solo sobre el cuadrado inicial que instituye la tetralogía cosmogónica, sino también
sobre un cubo que surgiría de la proyección duplicada de aquel. El cuadrado primigenio
proyecta sus características (temáticas y formales) esenciales sobre el segundo cuarteto
formado por las variaciones, y ambos cuadrados, colocados frente a frente, se enlazarían
a la manera de un cubo. Los ocho filmes que se sitúan en los vértices de ese cubo ima-
ginario se apoyarían recíprocamente erigiendo el núcleo duro y primordial de la praxis
fílmica murotiana.
Cielo negro (unida por vínculos derivativos con Morir… dormir… tal vez soñar), man-
tiene con ese octeto de base una relación dual, habida cuenta que es a un tiempo com-
pendio y reflejo invertido del sistema murotiano, razón por la que podría situarse tanto
en el centro del cubo como fuera del mismo. Dicho de otra manera, Cielo negro (junto a
su inversión epilogal Morir… dormir… tal vez soñar) ocupa un lugar ambivalente en la car-
tografía fílmica que he trazado para evaluar la obra de Mur Oti, dado que con arreglo a
ciertos parámetros (caso de la prefiguración de algunos motivos fundamentales en su fil-
mografía como la escalera, la lluvia, la ventana o el espejo; y el empleo también presente
en Un hombre va por el camino de una cámara objetiva irreal que porta la mirada del
propio Mur Oti) se sitúa en el epicentro de su sistema estético; al tiempo que otros de
sus elementos constitutivos (una estrategia de fusión genérica opuesta a la de la tetralo-
gía; la ausencia de cualquier dimensión mítica y la naturaleza no deseable de su prota-
gonista, que encarna el arquetipo de Electra en lugar del de Eva) lo colocan al margen de
ese sistema cerrado que conforman sus ocho películas esenciales.
En lo que respecta a los seis títulos restantes que completan su filmografía todo
conduce a pensar que maniobran al margen de los filmes idiosincrásicamente murotianos,
si bien algunos de estos trabajos alimenticios se mantienen, en mayor o menor grado,
dentro de su órbita de influencia.
La compleja disposición topográfica de las películas de Mur Oti que se desprende
del análisis textual de las mismas, confirma que nos hallamos ante un caso excepcional
en la historia del cine español. En la introducción de este trabajo he señalado que casi
todos los historiadores, analistas y críticos que se han acercado a su obra fílmica coinciden
en este diagnóstico, aunque pocos de ellos han indagado en qué radica dicha singularidad.
Las páginas precedentes indican que la anomalía de nuestro cineasta tiene que ver pre-
cisamente con que ciertas de sus películas consiguen configurar un sistema temático, es-
tético y narrativo propio, con el hecho de haber puesto en pie lo que Santos Zunzunegui
denomina una poética visual, término que engloba “la identificación sistemática de los
rasgos constitutivos y pertinentes de un sistema estético y de significación”.916
Buena parte de las esforzadas páginas anteriores se han ocupado de describir los
pilares que sustentan esa poética. Solo quisiera destacar en estas últimas líneas tres de
las características que marcan a fuego la personalidad cinematográfica de Manuel Mur Oti
y dan fe de su vocación de outsider. Características heterogéneas (una atañe a su condi-
si, por ejemplo, el cine clásico de Hollywood o el neorrealismo (por citar única-
mente los movimientos repetidamente convocados para tratar de explicar al-
gunos de los fenómenos de polinización sufridos por el cine hispano) se cruzan
entre sí sobre el humus de nuestro cine, lo hacen (en las obras más interesantes
producidas por nuestra cinematografía) sobre la base de unas formas culturales
propias, enraizadas en la tradición nacional y dotadas, en la mayoría de los
casos, de gran raigambre popular.917
El cine de Manuel Mur Oti es buena muestra de estas maniobras de fusión puesto
que en él se aúnan provechosamente algunas formas procedentes de la herencia cultural
española tales como el sainete, el drama rural o la tragedia de Lorca, con otras referencias
foráneas que polinizan (empleando la metáfora de Zunzunegui) esa base tradicional his-
pana, caso del western americano o el melodrama (hollywoodiense y mexicano).
Por último, la tercera cuestión que merece ser reseñada concierne a las formas au-
diovisuales mediante las que Mur Oti puso en imágenes y sonidos su particular universo
917. ZUNZUNEGUI, Santos, Historias de España: de qué hablamos cuando hablamos de cine
español, Valencia: Ediciones de la Filmoteca, 2002, p.13.
temático, asunto que suscita más de una discrepancia. Porque, contra lo que algún crítico
sostiene918, la praxis fílmica de Mur Oti impugna de toda forma posible el concepto de
cámara invisible.
La manifiesta presencia de la cámara que hace suyo ese ver total característico de
lo que se denomina mirada objetiva irreal, las artificiosas composiciones en profundidad
de campo, los juegos de alternancia con el punto de vista, o el uso expresivo del fuera de
campo son, como ha revelado el análisis, los estilemas enunciativos primordiales de la
puesta en escena murotiana. Unos estilemas que se alejan en buena medida de los fun-
damentos de la enunciación clásica pero sin llegar a subvertirlos por completo. Y es pre-
cisamente en esa encrucijada (situarse a un tiempo dentro y fuera parece ser su seña de
identidad) donde reside la llave que permite descifrar su estilo.
Mur Oti se tenía a sí mismo por poeta, “sí, poeta siempre y tal vez únicamente
poeta. Y en fuerza de ser poeta he podido ser director de cine, que no es mala apoyatura
para ser director de cine el ser poeta, ya que el cine es una fórmula de arte”.919 Si acep-
tamos que la poesía tiene su razón de ser en la expresión estilizada del lenguaje puede
decirse que Mur Oti ejerció de poeta no solo sobre el papel, sino ante todo sobre el celu-
loide. En ese orden de cosas, su poética se caracteriza por la estilización de las formas
audiovisuales, por lo que podría encuadrarse dentro de lo que Franscesco Casetti califica
“régimen de escritura barroca”, basado “en la exploración de los extremismos y de la
marginalidad, donde sin embargo la diversidad de las elecciones se «mantiene unida»
por medio de transiciones y puentes”.920
No obstante, a tenor de lo dicho en las páginas precedentes considero que el con-
cepto manierista se ajusta mejor a la escritura fílmica de Manuel Mur Oti.921 En efecto,
sin llegar a los extremos del estilo barroco que tantas veces se le ha imputado, Mur Oti
diseña su particular universo formal “imitando aparentemente los modelos de la belleza
clásica” pero “rompiendo con sus reglas”.922 O lo que es lo mismo: sin llegar a romper
con las características de la enunciación clásica, Mur Oti fuerza hasta el límite los cánones
918. Según Miguel Marías uno de los rasgos distintivos del estilo de Mur Oti son sus “encuadres,
muy pensados y muy seguros, pero no rebuscados, retorcidos o forzados, y con su complemento,
los movimientos de cámara, siempre acoplados a desplazamientos de los actores o del centro
de gravedad dramática de cada escena, es decir, funcionales y nada ostentosos”. Y remata estas
declaraciones asegurando que el vigués defendía el concepto de “cámara invisible”. MARÍAS, Mi-
guel, Manuel Mur Oti. Las raíces del drama / As raízes do drama, op. cit., pp.70-73.
919. “Mirando hacia atrás sin ira”, entrevista a Manuel Mur Oti emitida en el programa Produc-
ción Española de TVE el 24 de octubre de 1983.
920. CASETTI, Francesco y DI CHIO, Federico, Cómo analizar un film, Barcelona: Paidós, 1991,
p.116.
921. Santos Zunzunegui y Jesús González Requena ya han empleado este apelativo para definir
el estilo de Orson Welles y Douglas Sirk respectivamente y aportan interesantes consideraciones
sobre lo que puede entenderse por manierismo en la escritura fílmica (ZUNZUNEGUI, Santos,
Orson Welles, Madrid, Cátedra, 2005; GONZÁLEZ REQUENA, Jesús, La metáfora del espejo: el
cine de Douglas Sirk, op. cit.).
922. ECO, Umberto y DE MICHELE, Girolamo, Historia de la belleza, Barcelona: Lumen, 2005,
p.220.
La torsión de las formas responde sin duda a la naturaleza visceral de Manuel Mur
Oti y, por ende, a la exaltada vehemencia con que abordaba sus proyectos artísticos:
“Yo hago cine porque amo al cine como a una mujer, porque me doy a ese cine como a
una pasión”.924 Mur Oti no solo amó al cine, también supo comprenderlo. Buen conocedor
de los mimbres expresivos del medio cinematográfico explotó sus potencialidades hasta
donde su voraz ambición artística y las circunstancias de su entorno se lo permitieron.
Vendedor, ganadero, novelista, poeta, dramaturgo, guionista… Mur Oti fue, ante todo,
un cineasta. Y lo fue en el sentido estricto de la palabra: un hombre que hacía cine. Que
no es poco.
A) COMO DIRECTOR
Sinopsis: Luis, un vagabundo sin rumbo fijo y de triste pasado que evita cualquier
atadura afectiva, llega en su camino hasta la inhóspita y solitaria cumbre de Monte Os-
curo, donde vive Julia, una joven viuda, con su simpática hija Blanca. Apiadado por la si-
tuación de la mujer, Luis decide quedarse unos días para ayudar a Julia en las labores del
campo. Sin embargo, los sentimientos que la viuda y la niña empiezan a despertar en él
le asustan y decide echarse de nuevo al camino. Pasa el tiempo y al contemplar en su
vagar los trigales crecidos, siente nostalgia de Julia y regresa a Monte Oscuro para que-
darse. Las críticas de los pueblerinos no se harán esperar. Luis prepara de nuevo su salida,
pero Blanca cae gravemente enferma. Ante la negativa del médico del pueblo a subir
hasta la casa de Julia, el propio Luis operará a la niña. El vagabundo es en realidad un
prestigioso cirujano de la capital que ha abandonado la profesión y su vida acomodada al
sufrir una tragedia: perdió en una misma noche a su esposa infiel (en un accidente de
coche junto a su amante) y a su propia hija, a la que fue incapaz de salvar en la mesa de
operaciones. Redimido del sentimiento de culpa tras sanar a Blanca, Luis se unirá final-
mente en matrimonio a Julia y se quedará en el pueblo donde ejercerá como médico.
Sinopsis: Emilia es una muchacha con problemas de vista que vive sola con su
madre viuda y debe mantener económicamente el hogar con su empleo de costurera.
Está enamorada de Fortún, contable de la casa de modas donde trabaja, para quien tra-
duce muchas cartas durante noches en vela que maltratan aún más su vista. Este la invita
una noche a la verbena, y ella, creyendo que él piensa declararle su amor durante la ve-
lada, roba un vestido de la boutique para tener un aspecto más presentable. Sin embargo,
Fortún solo quiere agradecerle sus traducciones y comunicarle que, gracias a ellas, ha
medrado y se va a marchar a trabajar a Valencia. Comienza a llover. La pareja se separa
fortuitamente y entre el tumulto, Emilia pierde sus gafas. Al día siguiente, su jefa descubre
la sustracción de la prenda y la despide. La joven, desesperada, pide a Lola, empleada de
la misma tienda y antigua novia de Fortún, la nueva dirección del hombre. Esta, con in-
tención de burlarse de Emilia, le da las señas de un primo suyo, que va devolviéndole las
cartas de la joven para diversión de las empleadas de la tienda. Lola además contrata a
López Veiga, un poeta en horas bajas, para que conteste a las cartas de Emilia en nombre
de un Fortún presuntamente enamorado de ella. El poeta llega incluso a pedirle en ma-
trimonio, sin saber que la noticia llena de alegría a la joven pero también a su madre que
está gravemente enferma. Al enterarse de dicha situación López Veiga, arrepentido, con-
fiesa el engaño a Emilia. Esta le obliga a hacerse pasar por Fortún para que su madre
muera con la ilusión de que su hija no se quedará sola. El rápido y esperado fallecimiento
de la madre de Emilia coincide con el anuncio del oculista de que su ceguera es inminente
e irremisible. La joven, enloquecida por tanta desgracia, se acerca al viaducto con la in-
tención de suicidarse, pero las campanas de una iglesia comienzan a repicar como si la
llamaran para disuadirla. Aún en trance, corre hasta la iglesia de San Francisco el Grande
donde, arrodillada, pide perdón ante la imagen de Cristo.
3. CONDENADOS (1953)
Sinopsis: Aurelia lucha afanosamente por sacar adelante las áridas y desoladas
tierras de su marido. Este se halla en presidio por haber matado a un hombre que había
mirado a Aurelia, y ahora ningún peón del pueblo se atreve a labrar las propiedades del
condenado. Un día llega Juan, un forastero dispuesto a fertilizar de nuevo las tierras de
Aurelia. La mujer lo contrata y entre ellos empieza a surgir una fuerte atracción, a pesar
de la incondicional fidelidad de Aurelia a su marido. Los hombres del pueblo lanzan a Juan
veladas amenazas para que se marche de allí, antes de que la nueva situación les acarree
a todos alguna desgracia, pero este, enamorado de Aurelia, ignora las advertencias. El
condenado José regresa de improviso cuando la hacienda se encuentra en su máximo
apogeo, y la relación entre ama y criado es más estrecha. La presencia de otro hombre
en su casa despierta de nuevo unos celos enloquecidos en el esposo y trata de demostrar
a Juan quién es el dueño de las tierras y la mujer mediante un duelo con el arado. Juan,
más fuerte físicamente, derrota a José, y este despide al gañán. Sin embargo, Juan se
niega a marcharse desoyendo los ruegos de Aurelia que teme una tragedia. El conflicto
desembocará en un desafío a navajas entre los dos hombres en el que José resultará mal-
herido. Cuando Juan se dispone a rematarle, Aurelia coge la navaja de su marido y mata
a Juan, para quedar, al igual que su marido, condenada ella también.
4. ORGULLO (1955)
(Gonzalo 1º), Félix Fernández (Abuelo), Beni Deus (Gonzalo 2º), María Francés (Clara),
Alfonso Rojas (Gonzalo 3º), Nicolás D. Perchicot (Jefe de estación).
- Estudios de rodaje: Cinearte, Ballesteros y C.E.A. (Madrid).
- Exteriores: Picos de Europa (Riaño), Mansilla, Posada de Valdeón, Anciles, Alcalá de
Henares y Talavera de la Reina.
- Laboratorio: Madrid Film y Ballesteros.
- Sistema sonoro: R.C.A.
- Estudios de doblaje: Ballesteros.
- Permiso de rodaje: 27 de agosto de 1954.
- Periodo de producción: 19 de agosto de 1954 - 26 de enero de 1955.
- Primera copia estándar: 27 de abril de 1955 (en Ballesteros).
- Metraje: 3.090 metros (doce rollos).
- Costo total: 8.303.890,14 pesetas según la productora / 6.240.000 pesetas coste es-
timativo aprobado por la Junta.
- Calificación administrativa: Primera A.
- Calificación moral: autorizada para todos los públicos.
- Estreno: 9 de diciembre de 1955, Carlos III y Roxy B (Madrid).
- Días en cartel en Madrid: 10 días.
- Festivales: Sección Oficial de la XVI Mostra de Venecia (1955). Retirada.
- Premios:
- Primer Premio del Sindicato Nacional del Espectáculo al argumento cinematográ-
fico El río (1953).
- Premio del Círculo de Escritores Cinematográficos a la mejor partitura de 1955
para Salvador Ruiz de Luna.
- Expediente de rodaje: 136-54 (Archivo General de la Administración: caja 36/04750,
signatura 13.820).
- Expediente de censura: 13.336 (Archivo General de la Administración: caja 36/03513,
signatura 34.514).
Sinopsis: Laura Mendoza regresa al pueblo donde vive su madre Teresa tras fina-
lizar una educación de diez años en París.Teresa es una mujer férrea que ha llevado la
hacienda que le dejó su marido con mano dura en un mundo de hombres, y espera que
ahora su hija la sustituya. Laura descubrirá el antagonismo que separa a su familia de la
de sus vecinos los Alzaga, debido a la propiedad del río que separa las tierras de ambos,
y que está dividido por una hilera de estacas que marca físicamente los límites de las dos
haciendas. Las disputas vienen de antiguo. Cuando Teresa y el ahora patriarca de los Al-
zaga, Luis, estaban a punto de casarse, una sequía desató la violencia entre las dos fa-
milias a causa de la propiedad del agua. Laura no hace caso de estas antiguas hostilidades
y se enamora de Enrique, primogénito y heredero de los Alzaga. Tras muchas discusiones,
Teresa y Luis acceden a la boda entre sus hijos, pero la víspera del enlace la sequía se
cierne de nuevo sobre las fincas. Los hombres de los Alzaga y Mendoza vuelven a ver pe-
ligrar su subsistencia y se desata una reyerta en la que muere el capataz de las Mendoza.
Laura decide tomar las riendas de su hacienda y emprende junto a sus hombres y sus
reses un peligroso ascenso hacia la cumbre de Monte Oscuro en busca del agua que los
salve. En ese intervalo de tiempo Teresa enferma. Enrique sube a la montaña a buscar a
Laura, pero para cuando la joven llega a la finca su madre ya ha muerto. Laura se queda
en casa vistiendo las mismas ropas que esta hasta que un día la lluvia comienza a caer
torrencialmente. El cauce del río aumenta y Laura y Enrique se encuentran cara a cara en
la barrera que separa las dos haciendas. Conscientes del mal que les ha traído mantener
su absurdo orgullo, arrojan al río los maderos que les distancian y se abrazan apasiona-
damente mientras el río se desborda a su alrededor.
5. FEDRA (1956)
Sinopsis: Estrella vive en Aldor, pueblo pesquero del Levante español, con su an-
ciano padre, que a pesar de ser ciego sigue ejerciendo de farero. Debido a su voluptuo-
sidad y espíritu libre Estrella es asediada por todos los hombres del pueblo y odiada por
las mujeres, especialmente por Rosa, la hermana de Vicente, tendero al que Estrella
vende collares de caracoles y que está perdidamente enamorado de la joven. Sin em-
bargo, ella siempre aparta a todos sus pretendiente. Un día llega al pueblo Juan, rico ar-
mador del norte que inmediatamente se enamora de la muchacha. Juan pide a Estrella
en matrimonio y ella queda en contestarle a la vuelta del inmediato viaje que el hombre
debe realizar. En ese intervalo de tiempo aparece en la playa Fernando, un muchacho
frío, preocupado únicamente por sus caballos y agobiado por la opresiva atmósfera del
pueblo. Estrella siente una salvaje atracción por ese joven que es precisamente el único
hombre del pueblo que parece no desearla. Cuando a la vuelta de Juan Estrella descubre
que Fernando es hijo suyo decide casarse con el armador para permanecer cerca del mu-
chacho. A partir de este momento Estrella someterá a su hijastro a un continuo acoso
que llega a su punto culminante un día en que, en ausencia de Juan, se insinúa con tanto
ardor a Fernando que este sale corriendo de la casa. Estrella le sigue en ropa interior
hasta la calle, ante la mirada atónita de todo el pueblo. Las murmuraciones corren como
la pólvora. Fernando comunica a su padre que se marcha de Aldor, pero Estrella reacciona
airada provocando la ira y la violencia de Fernando, que la golpea con su fusta. La joven,
magullada, hace creer a su marido que Fernando ha intentado violarla y este, en ven-
ganza, obliga a Fernando a acompañarlo en el barco una noche de tormenta que debe
salir a rescatar a unos pescadores en peligro. Juan deja a su hijo en cubierta expuesto a
la tempestad y este cae por la borda. La gente del pueblo, sabedora de que Fernando se
ha ahogado por culpa de las artimañas de Estrella, la persigue a través de los acantilados
y esta, en su desesperada huida, acaba despeñándose. Malherida, aún tendrá fuerzas
para acercarse al cadáver de Fernando que flota en el agua, y hundirse definitivamente
abrazada a él.
Sinopsis: Tras las paredes del edificio 47 Duplicado en Madrid habitan varias fa-
milias en las que los hombres se dedican sin ningún éxito a quehaceres artísticos y cre-
ativos: el actor Braulio, experto en morir en escena; el inventor Pepe, al que solo se le
ocurren ideas que ya existen; Damián, cerrajero artístico que no gana ni para comprar
calzado a sus hijos; y Enrique Vidal, pianista que ensaya una y otra vez la música de una
opereta recién compuesta. El contrapunto lo ponen sus abnegadas y afanosas esposas,
que cosen y planchan a destajo para sostener económicamente el hogar mientras ellos
desarrollan sus inútiles actividades. La película narra los avatares de estas cuatro familias,
así como del joven pintor que ocupa la buhardilla y muere de tuberculosis pese a los cui-
dados de Isabel; de la gruñona Doña Engracia, comadrona que dice odiar a los niños pero
hace las veces de madre protectora de toda la comunidad; o la prostituta Lola, que siente
desprecio por sí misma y decide regenerarse con la ayuda de sus vecinas. Al igual que
Lola, los hombres del edificio también acabarán redimiéndose al reconocer la deuda que
han contraído durante años con sus sacrificadas esposas, y empezarán por fin a trabajar
en empleos dignos y provechosos que permitan mantener a sus familias.
Sinopsis: Juanita y Adelaida son dos hermanas gemelas de aspecto idéntico que,
sin embargo, llevan vidas completamente opuestas. La primera, despreciada por su fa-
milia tras huir hace años con un hombre, se ha forjado una importante fama como cuple-
tista en Cuba, mientras que la segunda es la severa y rígida esposa del Gobernador de
Badajoz y auténtica mandataria de la ciudad. Juanita regresa a Badajoz y es inmediata-
mente confundida con su hermana. Aprovechando el error de los ciudadanos, la desen-
fadada joven autoriza diferentes actividades prohibidas por esta, y pone en peligro la
reputación de Adelaida al besarse en plena calle con el capitán de húsares Javier Romero,
lo cual levanta maliciosos chismorreos por la capital provinciana. Cuando Adelaida advierte
la presencia de Juanita en la ciudad le ofrece dinero para que se marche de allí sin que
nadie se entere de su existencia. Esta se niega y la Gobernadora ordena cerrar el café en
el que su hermana debía debutar. En venganza, Juanita suplanta a Adelaida en una tóm-
bola benéfica y, gracias a su simpatía y su arte cantando, se gana la admiración de los
habitantes de Badajoz. Tras el incidente, y sorprendida por la reacción de sus convecinos
ante su supuesta metamorfosis, Adelaida ofrece a Juanita todo su dinero para que aban-
done la ciudad definitivamente. Pero esta está encantada con las muestras de cariño re-
cibidas, en comparación con el trato despectivo o lujurioso que habitualmente le dispensan
en los cafés en los que canta, así que le ruega que le permita ocupar su lugar al menos
durante un día. Acto seguido vemos a la Gobernadora presidir diferentes eventos sociales
haciendo gala de la gracia y alegría que caracterizan a Juanita. En el baile celebrado en
honor de los voluntarios que van a la guerra de Cuba, el capitán Romero, sabedor de la
relación entre las dos hermanas, reconoce a Adelaida pese a que su comportamiento
había hecho pensar que se trataba de Juanita, y le pide la mano de esta. La verdadera
Juanita, a la que su hermana ha dejado encerrada, consigue escapar y llega al baile hecha
una furia. Pero gracias a su intervención Adelaida ha comprendido por fin que la extrema
severidad solo la aleja del cariño de la gente, y presenta a Juanita ante toda la sociedad
pacense anunciando el compromiso de esta con el capitán. Las dos mujeres sellan su re-
conciliación con un fraternal abrazo.
Sinopsis: Andalucía, 1890. Soledad Chacón, tonadillera cubana, actúa con enorme
éxito entre el público masculino en las ventas de Cádiz. La noche de su última actuación
en España antes de partir en barco hacia La Habana, Don Mariano, un viejo hacendado
Sinopsis: Braulio, Amalio y Julio, tres pescadores de San Amalio de la Roca, están
faenando en alta mar cuando encuentran un yate abandonado tras una tormenta. Consi-
guen remolcarlo con esfuerzo hasta el puerto del pueblo y ante tal hazaña el alcalde los
nombra hijos predilectos. Dado que nadie reclama el yate, el alcalde decide que los tres
pescadores vayan a Madrid a vender la embarcación. Los tres empeñan su barca para su-
fragar el viaje y se trasladan a la capital. El yate, que en realidad esconde un valioso car-
gamento de pieles, pertenece a una banda internacional de contrabandistas. Estos
localizan a los paletos a través de los periódicos que han publicado el hallazgo del barco,
y los agasajan con el propósito de engañarlos y recuperar el yate. Sin embargo, la policía
desarticula la banda y detiene a los delincuentes antes de que puedan ejecutar sus planes.
Los tres pescadores huyen de Madrid creyéndose cómplices de los criminales. Regresan
al pueblo en un camión de pescado y se esconden en casa del telegrafista. Avergonzados
por el engaño sufrido, pretenden emigrar a Venezuela y ganar allí el dinero que les per-
mita recuperar la barca empeñada. Sin embargo, el telegrafista pide ayuda por radio a
toda la flota pesquera de San Amalio de la Roca mientras ellos duermen. Los pescadores
del pueblo aportan toda la captura del día y recuperan la barca empeñada. Cuando Brau-
lio, Julio y Amalio se disponen a partir para Venezuela a escondidas de sus vecinos, se
encuentran con que todos les reciben con los brazos abiertos y les devuelven su embar-
cación. Los tres regresan finalmente a su habitual labor de pesca olvidándose de la lujosa
y disoluta vida que los millones del yate les habían metido en la cabeza.
noches por miedo a que este les escuche. Ana planea junto a Eliecer deshacerse de su
hijo, e incluso llegan a golpearlo y maniatarlo para que no salga de la casa a socorrer a
Jesús en su camino hasta el Gólgota. Cuando finalmente Cristo muere las tinieblas se
apoderan de Jerusalén y la tierra tiembla derrumbando las paredes de la casa. Las cruces
del Calvario se ofrecen a la vista de los cobardes iluminadas por la luz divina, y todos im-
ploran perdón ante el cadáver de Cristo arrepentidos por haber dudado de su divinidad.
Sinopsis: Elisa acaba de salir de la cárcel tras cinco años de condena por haber
sido cómplice de un criminal. Se emplea como enfermera en casa de Doña Sabina, una
vieja cantante de ópera aquejada del corazón, para la que la madre de Elisa trabaja de
ama de llaves. El sobrino de Doña Sabina, Fernando Sempere, mujeriego, jugador y único
heredero de la anciana, vive a costa de su tía a la que saca dinero para mantener un ele-
vado tren de vida. Sin embargo, Fernando tiene muchas deudas y necesita la fortuna de
su tía con urgencia. Seduce a Elisa y la convence para que ambos envenenen a la anciana
a cambio de casarse con ella y ofrecerle una vida de lujo. El plan sale mal y Elisa es des-
cubierta por el médico de Doña Sabina, que se presenta inesperadamente en la mansión.
Fernando asesina al doctor golpeándole en la cabeza con el atizador de la chimenea y
ambos se deshacen del cadáver. La policía sospecha del chófer del médico aunque no des-
carta la implicación de Elisa y Fernando en el crimen, de modo que el inspector Muñoz,
encargado del caso, siembra la desconfianza entre los cómplices haciendo saber a Fer-
nando que Elisa había estado en la cárcel, y a Elisa que Fernando mantiene una relación
de amor paralela con Luisa, una cantante de cabaret. Fernando trata de deshacerse de la
mujer instigando a la policía para que revelen a Doña Sabina el turbio pasado de Elisa.
La señora despide a la enfermera y cuando esta descubre que todo ha sido obra de Fer-
nando, asesina a Doña Sabina para que las culpas recaigan sobre él, puesto que él compró
el sulfato de estricnina que ha empleado como arma del crimen. Muñoz sospecha que la
muerte de la anciana está relacionada con el asesinato del doctor y ata cabos hasta llegar
a la conclusión de que la pareja es autora de ambos asesinatos. Solicita la exhumación
del cadáver de Doña Sabina para examinar sus restos y Fernando lo autoriza. Después,
convence a Elisa para que tome el mismo tren a Barcelona en el que viaja el chófer, primer
sospechoso del asesinato. Fernando sube al tren en la primera parada y trata de matar a
la mujer, con la intención de que la autopsia de su tía la incrimine a ella y esta, muerta
presuntamente a manos de su cómplice el chófer, no pueda delatarlo. Muñoz lo sorprende
en su intento de homicidio y consigue matar a Fernando. Sin embargo, no puede evitar
que antes de morir este dispare contra Elisa y acabe también con su vida.
- Productora: Producciones Trefilms (Madrid) 50% / Caribbean Films Inc. (Miami) 50%.
- Distribuidora: Trefilms.
- Productores: José Luis Renedo y José M. Márquez.
- Dirección: Manuel Mur Oti.
- Argumento y Guión: José Mª Fernández Unsáin y Manuel Mur Oti.
- Productora: Emaus Films S.A. (Madrid) 70% / Metheus Films SRL (Roma) 30%.
- Distribuidora: Difilms.
- Productores: Espartaco Santoni y Mario Siciliano.
- Dirección: Manuel Mur Oti.
- Argumento: Rafael Moreno Alba.
- Guión: Lazarus Kaplan (Juan Tébar y Emilio Martínez Lázaro), Manuel Mur Oti y Mario
Siciliano.
- Fotografía: José Luis Alcaine.
- Música: Carlo Savina.
- Montaje: Rosa G. Salgado.
- Decorados: José A. de la Guerra.
- Director de producción: Ignacio Gutiérrez.
- Ayudante de dirección: Jaime Bayarri.
- Secretaria de dirección: Isabel Mula.
- Auxiliar de dirección: Rafael Feo.
- Segundo operador: Alvaro Lanzoni.
- Foquista: Francisco J. Beringola.
- Auxiliar de cámara: Fernando Fernández.
- Ayudante de montaje: Rosario Sáenz de Rozas.
- Auxiliar de montaje: Julia Salvador.
- Ayudante de producción: Ángel Quintana.
- Auxiliar de producción: Ricardo García.
- Regidor: José Luis García.
- Foto-fija: Víctor Benítez.
Sinopsis: Gina es contratada como psicóloga por el millonario Alejandro para que
se encargue del caso de su hijo Marcos, que ha perdido la voz y sufre crisis nerviosas
desde que vio a su madre muerta. La mujer se instala en el pazo gallego de Alejandro,
donde descubre la importante colección de arte que el rico empresario atesora, y es tes-
tigo de la mala relación entre padre e hijo y de la obsesión enfermiza de Marcos por Alicia,
su madre, con la que Gina guarda un asombroso parecido. En las tierras del pazo hay un
antiguo monasterio construido por los templarios cuya joya más valiosa es un lujoso Grial.
La pieza depositada en el monasterio, sin embargo, es solo una réplica, puesto que el
original está custodiado en la caja fuerte de la mansión. Husmeando en la habitación de
Alicia, Gina encuentra su diario personal en el que retrata a Alejandro como un hombre
imperativo y brutal para el que la esposa es solo una esclava sexual. Alicia trató de pro-
tegerse de los deseos de Alejandro a través de su desmedido amor por Marcos, lo que
causó los celos de su esposo y el odio entre padre e hijo. El contenido del diario servirá
a la mujer para ir ganándose la confianza del muchacho, al tiempo que aumenta la atrac-
ción sexual que Alejandro siente por ella. Un día Richard, esposo de Gina, aparece en el
pazo. La mujer se llama en realidad Elisabeth y es ladrona de obras de arte. Richard ha
sido su cómplice durante años y le reclama parte del botín que pueda obtener en el pazo.
Ella le entrega, con la condición de que la deje en paz, una pulsera de Alicia que Marcos
le ha regalado, pero Richard empeña la pulsera en la misma tienda donde Alejandro la
compró. Este recupera la joya y despide a Gina pensando que ha robado el brazalete.
Gina debe acelerar sus planes para hacerse con el Grial y el resto de la colección de arte.
Consigue matar al empresario siguiendo las instrucciones escritas en el diario de Alicia,
que también había concebido un plan para deshacerse de su esposo, y después se ve
obligada a asesinar a Richard que ha regresado en busca de más joyas. Gina se convierte
en amante de Marcos y dueña y señora del pazo. Despiden a los sirvientes y el muchacho
le regala el Grial. Cuando las intenciones de la mujer se han cumplido, aparece Carlos,
hijo ilegítimo pero reconocido de Alejando y propietario de la mitad de su herencia. Carlos
ha descubierto la verdadera identidad y ocupación de Gina y sospecha que ella ha matado
a su padre. Le propone no denunciarla a cambio de que se conviertan en amantes. Ella
acepta y Carlos le informa de que su propósito es internar a Marcos en una clínica y mar-
charse con ella a América. El muchacho, verdadero autor del diario presuntamente escrito
por su madre, los ve en la cama y se enfurece. Mata a Carlos del mismo modo en que
murió Alejandro y se encierra con Gina en una celda de la que ya jamás podrán salir.
La memoria de Juan también repasa las principales experiencias sentimentales que po-
blaron su existencia: la iniciación sexual siendo un adolescente de la mano de la criada
Margarita; su primer amor, Anamari, con la que acordó en sus juegos infantiles que se
convertiría en la madre de sus hijos; y Luisa, su primera esposa, que falleció en la guerra
civil sin llegar a alumbrar al hijo que esperaba. A partir de entonces Juan vivió enclaus-
trado en el interior de la finca, rodeado de sus fantasmas. Una Anamari madura y desen-
cantada de la vida, regresó a la casa con la intención de rescatarlo del pasado y retomar
el noviazgo de la infancia, sin embargo, todos sus intentos fueron vanos. Las últimas re-
miniscencias vitales del protagonista corresponden precisamente a su apacible muerte
acompañado de Elena, su última esposa y la única que consiguió darle una hija.
B) COMO GUIONISTA
Sinopsis: Daniel, Luis, Rodrigo y Felipe son cuatro cadetes de la Academia General
del Aire de caracteres muy distintos pero unidos por una estrecha amistad. Daniel, alocado
y valeroso, es un excelente aviador aunque mal estudiante, mientras que Luis es un es-
tudiante ejemplar no especialmente dotado para el aire. Ambos se enamoran de Elena,
la hija del coronel, lo que siembra la discordia entre ellos. Con el fin de deslumbrar a
Elena, Daniel ejecuta unos arriesgados ejercicios sobre la casa del Coronel. Este, que lo
aprecia como a un hijo debido a la amistad que lo unió a su padre, le explica que el padre
de Daniel, también aviador, murió por saltarse las reglas de vuelo y hacer gala de un he-
roísmo temerario e inútil. Esto impresiona al muchacho que abandona su actitud atolon-
drada y se aplica en los estudios hasta convertirse en el primero de la clase. Luis
interpreta este cambio en Daniel como un intento de vencerle ante Elena, lo que provoca
un frío distanciamiento entre los dos amigos. Este enfrentamiento llega a su límite cuando
Daniel recibe el mando de una formación que va a efectuar prácticas aero-navales. Luis,
furioso, desafía a Daniel y lo tacha de cobarde cuando este rechaza pelearse con él. Du-
rante las prácticas la avioneta de Luis se incendia y cae en una sierra inaccesible bajo
una tempestad, lo que imposibilita su rescate. Daniel, contraviniendo las órdenes recibi-
das, sale a buscarlo en su avioneta y, arriesga su vida para salvar a Luis. Los dos amigos
se reconcilian pero Luis pierde momentáneamente la movilidad de las piernas a conse-
cuencia del accidente. Elena decide quedarse con Luis, y Daniel, generoso, les deja vía
libre para consagrarse por entero a su verdadero y único amor: la aviación.
Lado (Preston), Fernando Fernán-Gómez (Robert Marchand), Carlos Muñoz (John), Mary
Lamar (Jeanette Dupont), Julia Caba Alba (Sra. Winter), Jacinto San Emeterio (Albert),
Fulgencio Nogueras (Coronel Urbaneta), José Jaspe, Gina Montes, Lolita Moreno, Pilar
Vela.
- Estudios de rodaje: C.E.A. (Madrid).
- Laboratorio: Madrid Films.
- Sistema sonoro: Eurocord.
- Permiso de rodaje: 9 de junio de 1948.
- Periodo de producción: 26 de enero de 1949 – 16 de marzo de 1949.
- Primera copia estándar: 14 de julio de 1949.
- Metraje: 2.400 (ocho rollos).
- Costo total: 1.427.299 pesetas según la productora.
- Calificación administrativa: Segunda A.
- Calificación moral: autorizada para mayores de 16 años.
- Estreno: Junio de 1950, Capitol y Metropol (Barcelona) / 28 de agosto de 1950, Barceló
y Gong (Madrid).
- Días en cartel en Madrid: 7 días.
- Expediente de rodaje: 203-48 (Archivo General de la Administración: caja 36/04704,
signatura 13.117).
- Expediente de censura: 9.224 (Archivo General de la Administración: caja 36/03362,
signatura 34.363).
- Argumento y Guión: Manuel Mur Oti, Antonio Vich y José María Pemán.
- Fotografía: José Fernández Aguayo.
- Música: Manuel Parada.
- Montaje: José Antonio Rojo.
- Decorados: Eduardo Torre de la Fuente.
- Jefe de producción: José Luis Jerez Aloza.
- Ayudante de dirección: Joaquín Vera.
- Auxiliar de dirección: Joaquín Fernández.
- Secretaria de rodaje: Lucía Martín.
- Segundo operador: Julio Ortas.
- Ayudante de cámara: Jorge Herrero.
- Ayudante de montaje: Concepción Pino.
- Ayudante de decoración: Horacio Rodríguez.
- Ayudante de producción: Jesús Rancaño.
- Regidor: Pedro Escuder.
- Foto-fija: César Benítez.
- Atrezzistas: Pablo García y José Moreno.
- Sastrería: Miguel Gómez y Manuela García.
- Maquillaje: Francisco Puyol.
- Ayudante de maquillaje: Alberto Gutiérrez.
- Peluquería: María Teresa Gamborrino.
- Intérpretes: Aurora Bautista (Teresa), María Luz Galicia, Eugenia Zúffoli, Roberto Ca-
mardiel, Alfredo Mayo, Antonio Prieto, Rafael Durán, Jesús Tordesillas, José Moreno, An-
tonio Durán, José Luis Alvar, Maruja Tamayo, Marta Grau, José Bódalo.
- Estudios de rodaje: C.E.A. (Madrid).
- Laboratorio: Madrid Film.
- Permiso de rodaje: 7 de agosto de 1961.
- Metraje: 3.849 metros (catorce rollos).
- Costo total: 11.063.287,53 pesetas según la productora / 8.910.000 pesetas coste es-
timativo aprobado por la Junta.
- Calificación administrativa: Primera A (Interés Nacional).
- Calificación moral: autorizada para todos los públicos.
- Estreno: 14 de mayo de 1962, Rialto y Fantasio (Madrid).
- Días en cartel en Madrid: 49 y 21 días respectivamente.
- Expediente de rodaje: 130-61 (Archivo General de la Administración: caja 36/04834,
signatura 20.562).
- Expediente de censura: 24.560 (Archivo General de la Administración: caja 36/03899,
signatura 42.097).
afanes de reforma que la monja muestra indignada por la vida desahogada que sus com-
pañeras llevan en el convento, provocan dudas entre las autoridades eclesiásticas sobre
si Teresa es en realidad una santa o está endemoniada. El padre Borja, importante teólogo
jesuita, avala las buenas intenciones de Teresa y la autoriza a iniciar la reforma de la
Orden de los Carmelitas, según los votos de pobreza que ella desea recuperar. A pesar de
las hostilidades de sus compañeras y del propio pueblo de Ávila, consigue fundar el primer
convento de los Carmelitas Descalzos y obtiene el beneplácito del Concilio de Trento. Co-
mienza así su labor de fundación que la llevará a caminar por toda España. Los obstáculos
serán numerosos puesto que debe convencer a los reacios y enfrentarse a quienes se
descarrían, como la Princesa de Éboli. Sus adversarios llegan incluso a acusarla de man-
tener una relación ilícita con Fray Jerónimo Gracián, monje de Sevilla que la admira pro-
fundamente. Ambos demuestran ante el Santo Oficio la falsedad de dichas imputaciones
y continúan con la labor de fundación y reforma, hasta que Teresa muere, muchos años
después, extenuada por el trabajo.
Sinopsis: Las tropas del rey Felipe II llegan a la villa de Zalamea en su viaje desde
la capital del reino a Lisboa. Por mandato real todos los villanos tienen que dar alojamiento
y lo mejor de sus casas a las tropas del Rey. El capitán Álvaro de Ataide debe hospedarse
en la casa de Pedro Crespo, que es el villano de mejor situación económica y prestigio de
la villa. Crespo mantiene a su hija Isabel encerrada en las habitaciones interiores de la
casa para evitar el peligroso trato con los soldados, pero Álvaro de Ataide se vale de una
argucia para llegar hasta los aposentos de la muchacha. Este incidente provoca el primer
enfrentamiento violento entre Pedro Crespo y Ataide, que se resuelve con la orden del
jefe de la tropa, Don Lope de Figueroa, para que Ataide se hospede en casa de otro vi-
llano. Ante las incompatibilidades de villanos y soldados Don Lope decide reemprender la
marcha. Juan, el hijo de Crespo, se une a los soldados. Cuando las tropas han salido,
Ataide llega furtivamente a la casa de Crespo y secuestra a su hija Isabel. Crespo lo sigue
pero es apresado y atado a un árbol mientras Isabel es forzada por Ataide. Juan sorprende
al capitán y se bate con él hiriéndole en el hombro. Ataide es llevado a la villa para curarle
las heridas. Y Pedro Crespo también regresa, lleno de vergüenza, acompañado de su hija.
A su llegada recibe la noticia de que ha sido nombrado alcalde de Zalamea. Como alcalde
da orden de que encarcelen a Ataide, pero Lope de Figueroa vuelve exigiendo la inmediata
liberación del capitán. Ante la negativa de Crespo, Don Lope da orden de asaltar la cárcel
y el concejo, pero en ese momento llega a Zalamea el cortejo del rey Felipe II. El monarca,
enterado de lo ocurrido, pone paz y exige que el proceso pase a jurisdicción militar. Pedro
Crespo abre las puertas de la cárcel y aparece el capitán ya ejecutado. Felipe II acepta
como ejemplar la obra de Crespo y le nombra alcalde perpetuo de Zalamea. Pedro Crespo
se queda solo en la villa, puesto que su hijo Juan se une a los servicios del rey y su hija
Isabel toma los hábitos en el Monasterio de las Huelgas Reales.
Sinopsis: A principios del siglo V en los Pirineos españoles, el jefe de una tribu de
bárbaros debe elegir sucesor, pero el designado, Roderico, es un guerrero que está can-
sado de violencias. Klingsor, otro miembro de la tribu, le disputa el trono en una pelea en
la que Roderico muere. Su esposa, embarazada, quiere evitarle el mismo destino a su
hijo y huye a la montaña sagrada, de cuya cima saldrá un día la luz que alumbrará un
mundo nuevo en el que todos los hombres serán buenos. Sin embargo, no consigue llegar
hasta allí y, exhausta, da a luz en una caverna. Pasado el tiempo el niño se convierte en
un joven hermoso y salvaje que recorre los bosques cazando con su arco. Un día llega a
un lago en el que conoce a Anfortas, un hombre herido, y a su acompañante Gurneman-
cio. Este le cuenta la historia del Santo Grial, protegido en la montaña sagrada de Mont-
serrat por devotos caballeros. Klingsor, que se ha convertido en un pérfido mago, pretende
apoderarse de la reliquia aunque desconoce el secreto de su paradero. Por eso ha cons-
truido cerca de la Montaña Sagrada un castillo en el que hermosas muchachas que viven
bajo su poder atraen arteramente a los caballeros defensores del Santo Grial para que
caigan en la impureza. Anfortas quiso destruir el poder de Klingsor pero cayó en la ten-
tación femenina y el Mago le hirió con su lanza. La herida es incurable y el remedio solo
puede llegar si algún hombre resiste a la fascinación de las muchachas y le arrebata la
lanza a Klingsor. Gurnemancio conduce al joven al lugar donde se encuentra el Santo
Grial. Allí recibe el nombre de Parsifal, que significa simple y puro, y toma la decisión de
acabar con Klingsor y convertirse en el salvador que los caballeros aguardan. Se encamina
al castillo del mago donde resiste a todas las tentaciones que se le presentan, incluida la
de la hermosa Kundria, que se ha enamorado de él contraviniendo el mandato del mago.
Parsifal consigue arrebatarle la lanza a Klingsor y destruir el castillo, pero Kundria maldice
a Parsifal por haberla rechazado. El héroe vaga por los caminos realizando el bien, pero
su vanidad le impide finalizar su cometido de salvador tal como prometió a los caballeros.
Finalmente, y tras varias aventuras, algo en su interior le empuja a volver a la Montaña
Sagrada el día de Viernes Santo. Allí Parsifal sana definitivamente con la lanza a Anfortas
y todos los males que aquejan a los caballeros del Santo Grial desaparecen. Kundria,
arrepentida, le besa los pies y una nueva luz, perteneciente al Espíritu Santo, alumbra la
cueva.
3. WOLFRAM (1950)
Trueno, hombre chulesco y arrogante de oscuro pasado, para que se gane la confianza
del capataz y negocie con él sin que este sepa que trabaja para los franceses. Trueno
debe demostrar su hombría ante el capataz batiéndole en un pulso y consigue finalmente
cerrar un trato con él. Sin embargo, la noche en que se debe efectuar la transacción apa-
rece la Guardia Civil y el Trueno se ve obligado a huir sin el cargamento de wólfram que
ya había pagado. El hombre comprende enseguida que ha sido víctima de un engaño y
que la supuesta presencia de la Guardia Civil no ha sido más que una estratagema para
sustraerle la mercancía. El auténtico autor del robo es Vilariño, pianista de “La Alegría
Minera”, un hombre honesto enamorado de Luisa, que quiere darle una vida más tranquila
y acomodada. Luisa lo sabe pero no acepta el dinero. Además la acción de Vilariño ha
provocado un revuelo en el coto minero. Bernier quiere saber quién se ha hecho con el
cargamento para poder tenerlo a su servicio y presiona a Luisa para que se lo revele, co-
locándola en una encrucijada de difícil resolución. Un día, uno de los recuperadores pre-
gona durante una borrachera en “La Rosa de Fontao” que se han encontrado enormes
cantidades de wólfram en el yacimiento que él cuida, y el capataz decide acudir esa noche
a robar lo que se ha extraído durante el día para vendérselo a Bernier. Antes de partir, sin
embargo, discute con su amante Mariana y ella, despechada, comunica al Trueno las in-
tenciones del capataz. El Trueno decide ir a la mina antes que él para apoderarse del car-
gamento. Sin embargo, no son los dos hombres los únicos que pretenden robar el wólfram
de la mina alta. Dupont, lugarteniente de Bernier, está haciendo un doble juego y trabaja
también para los alemanes. Aunque Luisa no lo ha confesado, Dupont sospecha que ha
sido Vilariño quien robó el cargamento de Bernier y le obliga a acudir esa noche a la mina
para hacerse con el wólfram y entregárselo a los alemanes. Le amenaza asegurándole
que el francés le ha ordenado matar al que le robó la noche anterior y que si ahora no
roba para él ejecutará esas órdenes. Sin embargo, nadie conseguirá hacerse con el mi-
neral. Cuando el capataz y el Trueno se encuentran en el yacimiento con la misma inten-
ción de apoderarse del wólfram, se inicia un tiroteo entre los hombres de uno y otro, y la
mina explota. El Trueno es recogido por Bernier que está enfurecido: el capataz iba a
robar el wólfram para él y el Trueno lo ha estropeado todo. Le comunica que su siguiente
misión será deshacerse del capataz. Vilariño es detenido en la taberna de Luisa y cuando
sale libre acude al escondite del capataz para avisarle de que el Trueno le ha delatado
ante la policía. El hombre ha declarado que fue el capataz el único responsable de la vo-
ladura de la mina y de todas las muertes que esta ocasionó. El cacique planea huir a Por-
tugal pero antes debe dar un último golpe para conseguir el dinero necesario. Bernier
también se entera de las intenciones de su exsocio y ordena al Trueno que acuda al lugar
para deshacerse de él. El capataz obliga a Vilariño a acompañarlo, pero antes de marchar
este consigue hablar con Luisa para que avise a la policía de lo que va a ocurrir esa noche.
Vilariño es en realidad un agente que ha operado de incógnito para desarticular el tráfico
ilegal de wólfram en el coto minero. Trueno sorprende al capataz robando la mercancía
en el almacén y se desata un nuevo tiroteo que finaliza con la llegada de Luisa acompa-
ñada de los guardias. En la refriega mueren Trueno y Mariana, y el capataz resulta herido.
Bernier y Dupont son expulsados de España por sus actividades delictivas, y Luisa y Vi-
lariño terminan finalmente juntos, besándose en la frontera.
Sinopsis: En la casa del señor Núñez, su hijo Carlitos lee con entusiasmo una no-
vela policiaca desoyendo las reclamaciones de su hermana Isabel, que desea asistir a un
concierto para encontrarse con su pretendiente. El señor Núñez tiene que obligar a su
hijo a salir y, al quedarse solo, siente curiosidad por conocer el contenido de la novela,
que en realidad todos los habitantes de la casa, incluido el criado Bautista, leen a hurta-
dillas. Durante la noche todos sueñan su propia historia detectivesca mezclando elemen-
tos de la novela que han leído con los acontecimientos reales vividos en el concierto.
Carlitos desentraña el asesinato del pianista al que ha tenido que aguantar en el recital,
a manos del pretendiente de Isabel, salvando así a su hermana de la injusta acusación
que había recaído sobre ella. Isabel teje una trama misterioso-humorística que mezcla la
novela rosa y el asunto policiaco, en la que ella es una dama inglesa y su pretendiente el
detective y héroe. El señor Núñez, por su parte, tiene una pesadilla en la cual está a punto
de perecer estrangulado. Al día siguiente Bautista, el único que ha podido leer la novela
sin consecuencias, los despierta a todos con la rotura de la bandeja del desayuno. Los
protagonistas respiran con alivio al comprobar que todo ha sido un sueño y, en una súbita
y unánime reacción, van a buscar la novela para depositarla en el cubo de la basura.
6. VISIÓN (1951)
- Intérpretes: Ana Esmeralda (Antonia Mercé), George Raft (Marlef), Arturo Marín (Mec-
kel).
- Estudios de rodaje: Cinearte S.A. (Madrid).
- Presupuesto previsto: 4.000.000 pesetas.
- Solicitud del permiso de rodaje: 16 de abril de 1951.
- Expediente de rodaje: 63-51 (Archivo General de la Administración: caja 36/04725,
signatura: 13.796).
Sinopsis: Antonia Mercé, leyenda del baile flamenco, inicia su carrera a principios
de siglo en un pequeño teatro madrileño donde deslumbra a todos con su arte. Cuando
su padre, maestro de danzas del Teatro Real, lo descubre le prohíbe continuar bailando
allí, por considerar ese tipo de arte indigno para su hija. Sin embargo, el señor Mercé
sufre una hemiplejia y Antonia debe volver a los escenarios para mantener a su familia.
Se traslada a París, donde obtiene un enorme triunfo, y su fama la conduce hasta Rusia.
Allí inicia un idilio con Marlef, capitán de la Guardia de los Zares. Al estallar la Primera
Guerra Mundial este aconseja a Antonia que huya de allí, y en la despedida le entrega un
ramo de flores. En la frontera, la policía austriaca registra el ramo y encuentra un mensaje
secreto redactado por un peligroso espía. Antonia sufre una gran decepción al saberse
mero vehículo de las intrigas de Marlef, sin embargo, no le denuncia. Es encarcelada hasta
que el propio Marlef pone en peligro su vida para salvarla. Termina la guerra. Antonia no
quiere volver a bailar pero las necesidades económicas la acucian. Vuelve a París, aunque
allí ya nadie la recuerda. Una noche se reencuentra con Marlef, que ahora se llama Obbs.
El hombre la pone en contacto con Meckel, principal promotor artístico de París, y entre
los dos relanzan la carrera de Antonia, que es aclamada como la mejor bailarina del
mundo gracias a su interpretación de El amor brujo. Le detectan una enfermedad del co-
razón y el médico le aconseja que descanse de su ajetreada actividad. Su deseo es re-
gresar a su querida España acompañada de Obbs y Meckel, que rivalizan por el amor de
la bailarina. Sin embargo, acaba muriendo en Bayona coincidiendo con el estallido de la
Guerra Civil.
- Productora: CIFESA.
- Productor: Vicente Casanova.
- Dirección: Manuel Mur Oti.
- Argumento y guión: Carlos Blanco.
- Fotografía: Enrique Guerner.
- Música: Jesús García Leoz.
- Jefe de producción: Enrique Balader.
- Intérpretes: Aurora Bautista (Teresa), Eduardo Fajardo (Pedro), Virgilio Teixeira (Ro-
drigo), Nani Fernández (María Briceño), Manuel Luna (Don Alonso de Cepeda), Amparo
Martí (Reverenda), José Nieto (Capellán), Jesús Tordesillas (Provincial), Pastora Peña
(Doña Violante), José María Lado (Padre Daza).
- Estudios de rodaje: Sevilla Films (Madrid).
Sinopsis: Ávila, año 1531. Teresa, hija de Don Alonso de Cepeda, hidalgo y rico
hombre de la ciudad, es una muchacha rebelde e incorregible aficionada a leer y escribir
novelas de caballerías, y a buscar emociones y aventuras. Su padre piensa que ha tenido
algún devaneo indiscreto con Pedro, un joven que la pretende, y la lleva al Convento de
las Agustinas para que la escarmienten y domen su indisciplinado comportamiento. Teresa
da muestras de vanidad y soberbia ante las monjas que tratan de corregirla por la fuerza.
Solo la maestra de pupilas, María Briceño, comienza a orientarla hacia la oración mental
despertando en ella la vocación religiosa. Teresa obtiene permiso para acudir a la boda
de su hermana, y en la celebración Pedro le comunica que su padre le ha concedido su
mano. Sin embargo, la joven ya no parece tan segura de querer seguir ese tipo de vida.
Al principio se propone marchar a las Indias con su hermano Rodrigo, e incluso se prepara
vestida de armas para acompañarlo, pero tras una conversación con Antonio, su otro her-
mano sacerdote, comprende que su verdadero camino está en la religión e ingresa contra
la voluntad de su padre en el Convento de la Encarnación. Transcurren cuatro años. La
vida del convento es bastante laxa y disipada, las monjas llevan alhajas y reciben visitas
y obsequios de damas y caballeros. Teresa cree estar en pecado de vanidad porque esa
conducta le parece pecaminosa y piensa que ella estaría capacitada para enmendarla.
Para superar su pecado hace penitencias y ayunos voluntarios. Comienza entonces a es-
cuchar música en el interior de su cabeza y a experimentar extraños éxtasis en los que
sangra sin mediar herida. Aunque ella piensa que Cristo le ha encomendado la misión de
llevar su cruz y convertirse en su soldado más duro, la Reverenda, el capellán, el provincial
y el Padre Daza, importante teólogo inquisidor, opinan que la monja está en contacto con
el Diablo. Atormentada por las dudas, Teresa se presenta ante el Tribunal del Santo Oficio.
Confiesa que está endemoniada y solicita que la quemen en la hoguera. Daza, allí pre-
sente, corrobora el testimonio de Teresa y el Inquisidor Presidente decide encarcelarla
hasta que se instruya el proceso. Pero el jesuita Francisco de Borja se opone dado que
solo ve en las palabras de Teresa sinceridad, humildad, abnegación, heroísmo y amor,
que son obra de Dios y no de Satán. El jesuita la invita a que siga adelante con su idea
de reformar y el Tribunal deja marchar en paz a Teresa, que sale de la catedral de Ávila
convencida de que es la mano de Dios la que la guía en su único afán futuro: reformar
para recuperar la humildad de antaño.
- Productora: CIFESA.
- Dirección: Manuel Mur Oti.
- Argumento y guión literario: Carlos Blanco.
- Fotografía: Manuel Berenguer.
- Música: Jesús García Leoz.
Sinopsis: Siglo XVI. Aurora, una joven de buena familia es recluida por su padre
en un convento reformatorio con objeto de corregir su carácter intrépido e indisciplinado.
Allí es tratada con gran dureza por las monjas y la primera noche se escapa para asistir
a una recepción en Burgos, regresando después al convento. Doña María, que es la única
que la trata con cierto cariño, consigue que autoricen a Aurora a asistir a la boda de su
hermana. En casa, llevada de su espíritu varonil y aventurero, concibe la idea de irse a
las Indias con uno de sus hermanos. Pero el otro hermano, que va a tomar los votos re-
ligiosos, la disuade de dicha idea y ella, comprendiendo que Dios la llama, decide conver-
tirse en monja en contra de la voluntad de su padre. Durante los cuatro años de estancia
de Aurora en el lujoso convento de Santa María se percata del escaso espíritu religioso
que profesa la comunidad. Ello contrasta con su anhelo de superación y perfección, por
lo que nace en la joven la idea de reformar la vida religiosa. Por considerarse ella mejor
que el resto de la comunidad se cree en pecado mortal de vanidad, idea que fomentan la
Superiora, el Capellán del convento y otras altas jerarquías eclesiásticas que consideran
influjos demoníacos lo que en realidad no son sino destellos de la Gracia divina. Aurora
está convencida de que está endemoniada y ella misma se presenta ante el Tribunal de
la Santa Inquisición solicitando ser condenada. Pero el Padre Francisco de Borja le hace
ver que sus ideas son inspiradas por Dios y no por el Demonio y la exhorta a proseguir
en su anhelo de reforma. El Tribunal la absuelve y ella comienza su misión de seguir des-
calza a Dios para reformar las comunidades religiosas.
- Productora: CIFESA.
- Dirección: Manuel Mur Oti.
- Argumento y guión literario: Carlos Blanco.
- Fotografía: Manuel Berenguer.
- Música: Jesús García Leoz.
- Jefe de producción: Enrique Balader.
- Intérpretes: Aurora Bautista (Oliva), Giorgio Albertazzi (Lucio), Alfredo Mayo (Matías
Rincón).
- Estudios de rodaje: Sevilla Films (Madrid).
- Presupuesto previsto: 6.255.000 pesetas.
Sinopsis: Lucio y Oliva forman un joven matrimonio andaluz con pocos recursos
económicos que compra unas áridas tierras por poco dinero convencidos de que encon-
trarán en ellas agua que las haga fértiles. Sin embargo, el tiempo pasa sin que hallen el
agua por lo que se ven obligados a luchar desesperadamente por subsistir. Matías Rincón,
hombre rico del pueblo con el que la pareja tiene contraídas algunas deudas, pone sus
ojos sobre Oliva y aunque en un inicio ella le rechaza reiteradamente, al final accede a
sus requerimientos a cambio de un trabajo para su marido. Pero Matías Rincón idea una
broma pesada para el matrimonio: consigue que a cambio de cien pesetas Lucio acuda
en su lugar a la cita clandestina con Oliva debajo del puente. En la oscuridad los esposos
no se reconocen, de modo que los dos ignoran que el adulterio consumado por ambas
partes es falso. A partir de ese momento la vida de la pareja, perseguida implacablemente
por los remordimientos, se convierte en un infierno en la creencia de que se han engañado
mutuamente. Hasta que un día descubren la verdad. Entonces Oliva vuelve a citarse con
Matías Rincón debajo del puente. Allí coincide con Lucio, que también se presenta en el
lugar sin conocimiento de ella, y entre los dos matan a Rincón de sendos disparos.
Sinopsis: Basándose en las costumbres que los reyes de España tenían de otorgar
a sus vasallos grandes extensiones de terreno en México y Estados Unidos, James Adison
Peralta concibe la fabulosa idea de hacerse pasar por dueño y propietario de una gran
parte del territorio de Arizona. Para ello, se ve obligado a falsificar toda la documentación
referida a su genealogía a fin de convertirse en el único heredero del título de Barón de
Arizona. Alcanza su propósito y consigue vivir durante algunos años de las rentas exigidas
a los ocupantes de su pretendida propiedad. Estos, sin embargo, comienzan a indagar la
legitimidad del supuesto Barón y consiguen pruebas de su falsificación. Adison es sen-
tenciado a seis años de reclusión en la penitenciaria de Santa Fé, de la que sale al final
de su condena perdiéndose en la oscuridad y el olvido.
fin de que entretengan a los hombres de Vega mientras llegan los rebeldes. Sin embargo,
Vega ordena terminar la fiesta de madrugada sin que estos hayan hecho acto de presen-
cia. Ante el fracaso de su plan y sin esperanza alguna, Mariana se planta frente al jeep
de los justicieros cuando estos se disponen a partir y dispara contra ellos, matando a
Vega. Los demás habitantes del pueblo también abren las ventanas de sus casas y desde
allí rematan al resto del grupo para evitar que sigan impartiendo su ciega y arbitraria jus-
ticia por los alrededores.
cuando Carlos descubre lo mucho que él también ama a Marta y los dos se reconcilian
gracias al cuadro. Marta, la mujer del café, es ahora su esposa, y Carlos abandona junto
a ella la partida y el local dejando dibujadas en el mármol de la mesa las cuatro damas
de la baraja, con el rostro y la presencia que “la mujer” tuvo en cada episodio narrado.
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Nº 669, 9 de agosto de 1953.
Nº 684, 22 de noviembre de 1953.
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Nº 731, 17 de octubre de 1954.
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Nº 792, 17 de diciembre de 1955.
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Nº 842, 2 de diciembre de 1956.
Nº 864, 5 de mayo de 1957.
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Nº 930, 10 de agosto de 1958.
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Nº 1.128, 25 de mayo de 1962.
RADIOCINEMA
Nº 142, diciembre de 1947.
Nº 165/166, enero de 1950.
Nº 174, enero de 1951.
Nº 176, mayo de 1951.
Nº 178, agosto de 1951.
Nº 331, 1 de diciembre de 1956.
Nº 354, 4 de mayo de 1957.
Nº 388, 28 de diciembre de 1957.
Nº 471, 30 de marzo de 1961.
Nº 488, 27 de julio de 1961.
Nº 530, 17 de mayo de 1962.
Nº 531/532, 31 de mayo de 1962.
TELE-RADIO
Nº 261, 24-30 de diciembre de 1962.
Nº 266, 28 de enero – 3 de febrero de 1963.
Nº 271, 4-10 de marzo de 1963.
Nº 284, 3-9 de junio de 1963.
Nº 285, 10-16 de junio de 1963.
Nº 337, 8-14 de junio de 1964.
Nº 1.041, 5-11 de diciembre de 1977.
Nº 1.107, 11-17 de marzo de 1979.
Nº 1.134, 17-23 de septiembre de 1979.
Nº 1.136, 1-7 de octubre de 1979.
Nº 1.137, 8-14 de octubre de 1979.
Nº 1.180, 4-10 de agosto de 1980.
TRIUNFO
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pediente de censura previa nº 723, caja 36/04604, signatura 41.906).
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MUR OTI, Manuel, La lozana andaluza: una comedia, 1973 (Biblioteca Nacional, Salón
General y Sala Cervantes).
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blioteca Nacional, Salón General).
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Una novela policiaca (Antonio del Amo / Manuel Mur Oti / Carlos Serrano de Osma
/ Enrique Soler Costa, 1951. No realizada)
Expediente de rodaje: 13-51 (AGA: caja 36/04723, signatura 13.794).
Vayan al encuentro del campeón (película publicitaria para la marca PHILIPS pro-
ducida por Celta Films-M. Mur Oti y dirigida por Salvador Sanz, 1954).
Expediente de rodaje: 128-54 (AGA: caja 36/04750, signatura 13.820).
Expediente de censura (AGA: caja 36/03487).
El invento (película publicitaria para la marca PHILIPS producida por Celta Films-
M. Mur Oti y dirigida por Salvador Sanz, 1954).
Expediente de rodaje: 129-54 (AGA: caja 36/04750, signatura 13.820).
Expediente de censura (AGA: caja 36/03487).
Intermezzo (película publicitaria para la marca PHILIPS producida por Celta Films-
M. Mur Oti y dirigida por Salvador Sanz, 1954).
Expediente de rodaje: 130-54 (AGA: caja 36/04750, signatura 13.820).
Expediente de censura (AGA: caja 36/03487).