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El amor a sí mismo, el amor como ofrenda y el amor oblativo

La señal de que lo conocemos, es que cumplimos sus mandamientos. El que dice: “Yo lo
conozco” y no cumple sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero
en aquél que cumple su palabra, el amor de Dios ha llegado verdaderamente a su
plenitud. Ésta es la señal de que vivimos en Él. El que dice que permanece en Él, debe
proceder como Él. Queridos míos, no les doy un mandamiento nuevo, sino un
mandamiento antiguo, el que aprendieron desde el principio: este mandamiento antiguo
es la palabra que ustedes oyeron. 1 Juan 2, 3-7

El tema de la caridad como virtud es característico de la enseñanza de Juan.

La virtud implica una disposición habitual a obrar según el bien, es una gracia que viene de
Dios y a la vez es una tarea que brota de un corazón generoso que responde a este
movimiento interior de amor, buscando inclinar la balanza del actuar humano, de manera
habitual según este modo.

Una virtud es un hábito bueno. Un hábito se consigue por la repetición de actos que han
generado una segunda naturaleza, una vestimenta dentro de nosotros que nos capacita,
en este caso, a amar de manera habitual. La virtud de la caridad es una capacidad
connatural en nosotros mismos para amar de modo tal que no se puede ya vivir si no es de
esa manera.

Por eso el Papa Benedicto XVI comienza su primera Carta Encíclica con las palabras del
apóstol: DEUS CARITAS EST, Dios es amor. Y es justamente esta presencia de Dios amor la
que nos invita a nosotros a vivir al estilo de Dios: en el amor. Este Dios amor es el que sale
a nuestro encuentro cada día.

El amor es un elemento esencial en el cristianismo. Quien no ama no puede decir que


conoce a Dios, dice Juan, porque Dios es amor. Quien dice que lo conoce y no ama al
hermano, es un mentiroso y la verdad no está en él.

San Juan hace un tratado acerca de la premisa DIOS ES AMOR. Juan no es un teórico ni un
filósofo abstracto, sino que es alguien que ha experimentado en sí mismo esta presencia
de amor que le permite conocer a Dios y ser conocido por Él. Vivir en conocimiento hondo
y profundo de los hermanos es lo que lo habilita para tener bases sólidas, que lo vinculan
de una manera fresca con todo lo que rodea su vida. Entonces se habla de luz que vence
las tinieblas. El que vive en el amor no vive en el egoísmo, está apartado del odio y
desaparecen de su corazón las sombras. Vive en la luz. El amor de Dios viene a encarnarse
en gestos concretos, en actitudes, en nuestra manera de pensar, en la orientación habitual
de la vida.

El hábito es como un ropaje. De ahí que se dice “lleva puesto tal o cual hábito”. Cuando un
hábito es bueno, la persona se hace virtuosa porque tiene una natural disposición a estar
orientada al bien. El hábito de la caridad implica amar en las cosas simples de cada día, en
gestos de reconciliación, en diálogo sincero, en capacidad de comprendernos a nosotros
mismos y a los demás, en el servicio, en el vínculo fraterno, en la escucha serena de los
otros, en las expresiones concretas de cariño. Amar y descubrir que en ese amor está
escondida la presencia de Dios que ha venido a quedarse y a poner su tienda en medio
nuestro.

Benedicto XVI, en la Encíclica antes mencionada, dice que hay tres movimientos que
identifican el camino de nuestra madurez en el amor.

El primer movimiento es Dios que viene hacia nosotros, como la fuente del amor que nos
suscita la capacidad de amar. Juan sitúa en Dios al amor, llegando a afirmar que Dios es
Amor. Juan es el único autor del Nuevo Testamento que da esta definición de Dios, y lo
dice porque Dios es espíritu y el espíritu es el amor entre Dios y el Hijo.

Juan habla de Dios como Luz, como Pan, como Agua Viva. Pero la definición de Dios es que
es Amor. Es distinto decir “el amor es Dios”. “Dios es Amor” no quiere decir que el amor
sea Dios. No podemos confundir a Dios con cualquier amor, sino que justamente es en
Dios donde los amores que hay en nosotros son renovados.

Juan habla con una profunda intuición, que nace de un conocimiento que brota de una
experiencia interior del misterio. Y en este sentido, San Juan es un místico, porque en esta
vivencia del misterio nos mete a todos nosotros en ese mismo encuentro que él nos ofrece
desde lo que ha visto y oído, lo que ha tocado con sus manos.

No dice solamente Dios ama, o Dios nos amó. Mucho menos dice que el amor es Dios.
Dice “Dios es Amor”. No cualquier amor puede ser por nosotros endiosado, sino sólo aquél
que reconocemos ha nacido de Dios y que de Él viene. Y que se concreta de muchos
modos: amor de amistad; amor de vida como alianza, en el noviazgo, en el matrimonio;
amor de entrega exclusiva a Dios en la vida consagrada; amor de servicio, de diaconía;
amor de filiación; amor de amistad, que nos permite reconocer de modo particular este
don maravilloso de la presencia escondida de Dios que lo renueva todo.

La verdadera amistad es la que se construye desde este lugar nuevo de alianza que es
Dios, que al amar se entrega a sí mismo hasta dar la vida. Es el amor de amistad en
plenitud. “Nadie tiene amor más grande –dice el Señor– que aquél que da la vida por los
amigos.” Y lo dice también dentro del marco del evangelio de Juan. La clave de este cuarto
evangelio es que todos estos modos de ser del amor tienen una única fuente: Dios.

Quien quiera renovar su vida en el amor y vincularse con mayor comprensión, mayor
servicio, con una más cálida recepción de los demás, con una salida más decidida de sí
mismo para el encuentro con los otros, superando las diferencias y obstáculos, debe
hacerlo en y desde Dios.
Ésta es la novedad: quien quiera crecer hacia la plenitud del amor como posibilidad de ser,
debe hacerlo en Dios. Este modo de amar en Dios nace en el reconocimiento y la
experiencia de que Él me amó primero y dio su vida por mí para rescatarme, para
salvarme.

El segundo movimiento que Benedicto XVI plantea es la caridad en cuanto respuesta de


parte nuestra, el amor como ofrenda. Tiene que ver con nuestra capacidad de responder a
ese amor de Dios, saliendo de nosotros mismos como deudores del amor. Y en cuanto
vamos cubriendo esa deuda, la caridad se hace respuesta en nosotros. Rompiendo el
egoísmo y la agresividad, podemos vincularnos con los demás de una manera casta,
íntegra, con todo nuestro ser puesto en un mismo sentido, en un mismo eje, con
capacidad de donarnos responsablemente. El amor nos hace castos, es decir, integra toda
nuestra persona y, gracias a eso, podemos responder a la invitación que Dios nos hace, con
la altura con la que somos invitados a participar del misterio.

El ejercicio libre y responsable de la caridad supone personas integradas en Dios, capaces


de donarse a sí mismas. La respuesta que damos al amor de Dios no puede ser de una
parte nuestra, sino que nuestro yo más hondo y profundo que ama, cualquiera sea la
actividad que realizamos, debe estar integrada en ese yo.

No es suficiente realizar un determinado servicio o actividad apostólica para que estemos


verdaderamente vinculados al amor, sino que deber ser toda nuestra persona la que se
entregue y ame. Por eso, Dios nos reconcilia con nosotros mismos, nos ama interiormente
y nos capacita para responder amando al amor que Él nos da.

Tercer movimiento: este amor frente al cual tenemos nuestra deuda y al que estamos
llamados a responder de manera integral e integradora de nuestra persona, es amor
oblativo. Es un amor que tiene capacidad de entregarlo todo, hasta la propia vida. Esta es
la perfección en el camino del amor, que comienza por el amor a sí mismo, luego por amar
a los otros como nos amamos a nosotros y, al fin, amar a todos, también a los enemigo,
amar hasta dar la vida. Son los diversos niveles del amor.

Esta repuesta al amor no puede ser de cualquier forma, sino que es con la fuerza del amor
que viene de Dios. Es una gracia y hay que pedirla: la gracia de estar integrados
interiormente para dar respuesta personal, completa, oblativa.

En Jesús tenemos no solamente una invitación a vivir de este modo, sino que además
tenemos un testimonio de ejemplaridad que nos estimula a amar con la gracia que Él nos
da, para obrar como Él obra. El Señor que entrega la vida nos abre un camino con su
testimonio y nos habilita con su gracia para poder actuar como Él.
Él pagó por nosotros, por vos y por mí. Lo hizo entregando la vida, para que nosotros
hiciéramos lo mismo, imitándolo. Él nos capacita para ello; estamos guiados y movidos no
por nuestra voluntad sino por esa gracia que Jesús nos da. Es el amor de Jesús en el que
somos llamados a vivir en el amor de Dios.
Hay una diferencia en el planteo del amor que hace Jesús a como venía siendo presentado
en el Antiguo Testamento. Allí era “amar al otro como a ti mismo”. Jesús no excluye este
nivel, sólo que enseña que el mejor modo de amar es amando en Dios y desde Dios.
Porque Él ha venido a instalarse en medio nuestro. Jesús presenta, como motivo y norma
de nuestro amor, su misma persona: “como yo los he amado”, hasta dar la vida por
ustedes. Esta enseñanza es la que permite decir que existe un modo de amor cristiano,
amor en Cristo. Sólo estamos capacitados para amar hasta dar la vida cuando
reconocemos la gracia que Dios nos regala para amar a su estilo. Y para eso, hay que
dejarse amar por Dios. El que se deja querer y sostener por Dios, se capacita para amar en
Dios y entonces puede vivir un amor cristiano hasta dar la vida.

El amor es cristiano cuando lo hacemos desde Jesús. La palabra de Jesús “como yo los he
amado” nos invita a no inquietarnos ni desesperar por pagar las deudas de amor que
tenemos cada uno de nosotros, porque Dios nos amó primero y a la vez Él nos capacita
para el amor.

Monseñor Karlic decía que no todos estamos capacitados para ser buenos deportistas,
buenos científicos o economistas. Pero sí estamos todos capacitados para amar, porque
Dios está con nosotros, Jesús ha puesto su morada en nosotros.

La crecida conciencia de que Dios nos habita interiormente y nos ama es la que nos
capacita para amar hasta dar la vida. No hay amor cristiano que no tenga previamente un
reconocimiento del amor de Cristo por mi persona.

Te invito a dejar de lado las resistencias que oponés para no dejar a Dios decirte cuánto te
quiere. Dedicale un tiempo a escucharlo, a recibirlo, a dejarte moldear por su amor, a no
tener miedo a los momentos de zozobra y tristeza, de lucha y trabajo. Porque como dice
San Pablo, nada puede separarnos del amor de Dios.
HORA SANTA

ORACIÓN DE AGRADECIMIENTO

Señor Jesús. gracias por quedarte con nosotros.


Y por invitarnos a estar contigo.
No somos capaces de comprender lo que significa tu presencia eucarística.
Eres luz, eres fuerza, eres amor.
Ahora nos pides amor, pero tú nos amas primero.
Agradecemos también tu presencia en los hermanos.
No queremos olvidar que muchos en este momento se sienten solos, están
enfermos, son perseguidos, apenas pueden sobrevivir.
Es un Getsemaní muy actual y muy vivo.
Tú estás ahí. También nosotros queremos estar con ellos: contigo en ellos, Señor.

LECTURA: - Lc. 22, 14-20


Cuando llegó la hora, se puso a la mesa con los apóstoles; y les dijo: «Con ansia he
deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer; porque os digo que ya no la
comeré más hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios». Y recibiendo una copa,
dadas las gracias, dijo: «Tomad esto y repartidlo entre vosotros; porque os digo que, a
partir de este momento, no beberé del producto de la vid hasta que llegue el Reino de
Dios». Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Este es mi
cuerpo que es entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío». De igual modo,
después de cenar, la copa, diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre, que es
derramada por vosotros.

UNA LECCIÓN DE AMOR

El Maestro quiso demostrar lo más profundo y hermoso de su enseñanza sobre el amor en


el marco de una cena, la cena que recordaba la Pascua, la gran fiesta de los judíos. Todo lo
que iba a decir y lo que iba a hacer tenía relación con el Paso de Dios, que devuelve la vida
y la libertad. Quería decir que Dios sigue pasando entre nosotros, seguía ofreciendo su
mano liberadora.

Toda esta presencia y todo este amor generoso de Dios nos lo enseñó con el gesto que hoy
llamamos Eucaristía; él hablaba de la fracción del pan y la copa repartida. Cogió un pan y
lo partió. Decía, así es Dios, como un pan que se parte, y se ofrece en comida. Se rompe mi
cuerpo para que comáis y entréis en comunión con todos.

Lo mismo con la copa. Mi sangre es mi vida que se ofrece por amor, que purifica y redime.
Es una lección de amor oblativo: Es darse totalmente y entregarse por los amigos, ser
capaz de dejarse matar por los amigos, hacerse aliento para sus amigos, es perdonar y dar
la vida incluso por sus propios enemigos. El que come este pan recibe la fuerza para
entregarse totalmente, para ser capaz de ofrecer su vida, de gastarla, de dejarse romper
por los demás.

Es una lección de amor de comunión: Se consigue la unión máxima entre aquellos que se
aman, entre Dios y el Hombre. Al hacerse comida y bebida para nosotros, el Maestro no
sólo quería saciar nuestra hambre y nuestra sed, sino que quería lograr la común-unión, la
identificación perfecta, como se da entre la persona y el alimento. No solo se come un
cuerpo y se bebe una sangre, sino que se comulga un espíritu, capaz de transformar la
vida. todos los que comulgan el pan y el vino deben comulgar entre sí.

ORAMOS:

Vamos a celebrar el banquete:


es una fiesta de amistad,
porque vosotros sois mis amigos;
- No volveremos a comer juntos
hasta que lleguemos a la casa del Padre – .
Primero os lavaré los pies, así,
y bien quisiera lavaros el alma.
Es signo de amor humilde, hecho delicadeza y servicio.
Hacedlo así.
Rezaremos después a Dios para darle gracias
y que nos siga bendiciendo.
El agradecimiento es amor lúcido y humilde.
Vivid en gratitud.
El primer plato serán las lechugas y la verdura amarga.
El sufrimiento nos acompaña siempre.
Es amor maduro y solidario.
Plato fuerte es el cordero,
el que quita el pecado y la esclavitud con su sangre,
el que convierte el sacrificio en comunión.
Anuncia a otro Cordero de pasión y de pascua,
signo de amor redentor y entregado.
Pero fijaos en el pan y la copa,
serán mi recuerdo y mi regalo.
El pan es mi cuerpo: mirad que se parte y se rompe.
El vino es mi sangre: mirad que se derrama.
Es mi vida, soy yo, es todo mi amor.
Si coméis de este pan, os llenaréis de mi vida.
Si bebéis de esta copa, rebosaréis de mi espíritu.
cada vez que lo hagáis, celebraréis mi Pascua.

LECTURA: Jn. 15, 9-16


Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si
guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los
mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Os he dicho esto, para que mi gozo
esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado. Este es el mandamiento mío: que os améis
los unos a los otros como yo os he amado.

Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si
hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su
amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he
dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros,
y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo
que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda.

AMOR DE HERMANOS

Muchas cosas dijo Jesús en aquella tarde, pero en lo que más insistió es en lo que
llamamos el mandamiento del amor. Utilizó palabras entrañables. Sois mis amigos, no
siervos. Y se sintieron, y nos sentimos fácilmente amigos y hermanos, en este ambiente.
Que os queráis siempre así, decía. Que permanezca siempre el amor entre vosotros, que
no haya nada capaz de romper esa armonía. Lo más hermoso que se puede contemplar en
la tierra es el amor de los amigos, la unidad de los hermanos. Cuando un grupo vive esta
comunión, se empieza ya a vivir en el cielo. Es la imagen más perfecta de Dios.

Y como ejemplo se nos pone el mismo Jesús. No es un discurso sobre el amor, os digo que
os améis unos a otros como habéis visto aquí; que os améis unos a otros como yo os he
amado y os estoy amando. Son palabras que deben estar grabadas a fuego en nuestro
corazón. Amar no es una obligación, es más, es cuestión de vida o muerte. Nos dice, si
queréis vivir, tenéis que amar, tenéis que amar mucho; si queréis vivir en plenitud, tenéis
que amar como yo.

DECÁLOGO DEL AMOR.

1. Respetar a los demás: no hacer o decir nada que les moleste.


2. Acompañar.: siempre hay personas que sufren soledad. Siempre hay personas que
necesitan alguien que les ayude a pasar la calle, a subir una escalera, que les llame por
teléfono, etc. El tiempo empleado en hacerles compañía es siempre bien empleado.
3. Callar: Dos no riñen, si uno quiere. Para que haya corriente es necesario que dos
ventanas estén abiertas enfrente... Saber callar por el bien de los demás es la manera de
evitar los conflictos, aunque se tenga razón.
4. Pequeños detalles con todos, aunque no los tengan contigo.
5. Servir: La vocación del cristiano es servir. Nuestra honra es servir. Ningún cristiano debe
exigir ser servido, aunque sea el jefe.
6. Aceptar las personas como son. No esperar a que sean como deberían ser, sino
aceptarlas como son de hecho. Son un proyecto de Dios. La partitura que Dios nos dio,
nadie la ha tocado o nunca la ha tocado bien del todo: sólo Jesús y María.
7. No exigir a nadie mis derechos. Hemos de luchar para que todos tengan los derechos
debidos. Exigir los derechos propios es egoísmo. Exigir los derechos de los demás puede
ser caridad y justicia.
8. Atender especialmente a las personas abandonadas, enfermas, pobres...
9. Olvidarse de sí y de los propios planes para servir al que lo necesita.
10. No hablar mal de nadie. Fuera los comentarios y los chismes.

ORAMOS CON LA IGLESIA

- En este día te pedimos, Padre, por todos los hombres que no son amados.
Escuchamos, Padre, y haznos sentir la fuerza de tu amor.
- Te pedimos por todos los que sufren: los enfermos, los que se sienten solos, tantas
víctimas de la injusticia, de la violencia, de la guerra, del desamor. Que les llegue tu
consuelo y fortaleza.
Escuchamos, Padre, y haznos sentir la fuerza de tu amor
- Pedimos por ti Iglesia Santa para que viva el amor de Jesucristo y actualice sus palabras,
sus gestos y signos.
Escuchamos, Padre, y haznos sentir la fuerza de tu amor
- Por las diversas Iglesias cristianas, para que desde la fracción del pan y la oración
caminen hacia la unidad deseada por Jesucristo.
Escuchamos, Padre, y haznos sentir la fuerza de tu amor
- Por todos los que hacemos esta celebración, para que sepamos compartir, hacernos pan
y lavar los pies a los hermanos. Y bendigamos y pidamos por todos aquellos en lo están
haciendo en nuestra sociedad herida.
Escuchamos, Padre, y haznos sentir la fuerza de tu amor

MIRAOS PADRE E HIJO

“La cabeza tienes inclinada para oírnos y darnos besos de paz, con la cual convidas a los
culpados, siendo tú el ofendido; los brazos tendidos, para abrazarnos; las manos
agujereadas, para darnos sus bienes; el costado abierto, para recibirnos en sus entrañas;
los pies enclavados, para esperarnos y para nunca poder apartar de nosotros...

Tú nos amas, buen Jesús, porque tu Padre te lo mandó, y tu Padre nos perdona porque tú
se lo suplicas. De mirar tú en su corazón y voluntad, resulta que me amas a mí, porque así
lo pide tu obediencia; y de mirar Él tus pasiones y heridas, procede mi remedio y salud,
porque así lo piden tus méritos, ¡Miraos siempre, Padre e Hijo, miraos siempre sin cesar,
porque así se obre mi salvación”.
(S. Juan de Ávila: “Tratado del amor de Dios”)

-Padre nuestro...

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