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EL LIBRO DE LAS eS Guillermo OO In nce (CLO) BB a7 CABRERA INFANTE nacié en Gibara, Cuba, en 1929. Empieza er enema etter eta CRT eT Pico ante een CM eC em Sr tista, que incluso llega a encarcelarlo. Su primer libro, As/ en la paz como en la guerra, data de 1960. Mas adelante, tras ganar el Premio Biblioteca Breve en 1964, con Tres ae are a aR as se MST Pi RET on esa oe Ree Sus obras posteriores son: Vista del amane- cer en el Trépico (1974), O (1975), Exe mos de esti(o (1976), La Habana para un infante difunto (1979), Holy Smoke (1985, escrita en inglés), Mea Cuba (1993; Alfa- guara, 1999), Delito por bailar el chacha- chd (Alfaguara, 1995), Ella cantaba boleros (Alfaguara, 1996) y Vidas para leerlas (Al- faguara, 1998). Ha publicado, ademas, Preemie ees een meer et ed COM em aia oe dia todas las noches (Alfaguara, 1995) y Cine o sardina (Alfaguara, 1997). Recientemente ha sido galardonado con el Premio Miguel de Cervantes. Guillermo Cabrera Infante es una de las grandes personalida r Ceirec) ery Digitized by the Internet Archive in 2019 with funding from Kahle/Austin Foundation https://archive.org/details/ellibrodelasciud0000cabr EL LIBRO DE LAS CIUDADES Guillermo Cabrera Infante EL LIBRO DE LAS CIUDADES Guillermo Cabrera Infante Thomas J. Bata Library TRENT UNIVERSIY PETERBOROUGH, ONTARIO ALEAGUARA Qikop Geese aad U © 1999 Guillermo Cabrera Infante © De la traduccién de los capftulos 17, 18 y 21: Mercedes Garcia Lenberg © De esta edicién: 1999, Grupo Santillana de Ediciones, S. A. Torrelaguna, 60. 28043 Madrid Teléfono 91 744 90 60 Telefax 91 744 92 24 www alfaguara.com * Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara S. A Beazley 3860. 1437 Buenos Aires * Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara S. A. de C. V. Avda. Universidad, 767, Col. del Valle, México, D.F. C. P. 03100 # Distribuidora y Editora Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S. A. Calle 80 N° 10-23 Santafé de Bogota, Colombia ISBN: 84-204-3075-7 Depésito legal: M. 11.790-1999. Impreso en Espafia - Printed in Spain Cubierea: Rafa Safiudo / Raro, S. L. ‘Todos los derechos reservados. Esta publicacién no puede se reproducida, ai en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por, tun sistema de recuperacién de informacién, en ninguna forma ni por ningin medio, sea mecénico, foroquimico, electr6nico, magnécico, electrosptico, por forocopia, ‘o cualquier otto, sin el peemiso previo por escrito de la editorial A Miriam, mi vademécum wRoebiake jolt, Ojo pineal n. una excrecencia de la glandula pineal que forma como un ojo en la parte superior de la cabeza en cier- tos vertebrados de sangre fria. Collins English Dictionary al 6 eattencoxs nat on \esnig AO ufo midnics 2ttied syp beaiq alobedis, aston asad al ob-rolsqua orriey al re + ghstyie ah eobmrelorsy ot rend dl gnd alled Indice Prélogo del autor 3 1. Mi ventana pineal 15 2. Eppur si muove? ea 3. Taxi y sexo 53 4. Londres, un paseo al pasado i 5. Holmes sweet Holmes 67 6. La ceremonia del té 75) 7. Christmas en Londres 79 8. Miriam Gomez va de compras 87 9. Quien esta cansado de Londres 105 10. Eppur si muove! 111 11. Continuum de Londres 123 12. Bath no s6lo quiere decir bano 139 13. Brubru 147 14. Paris lue par 155 De 16. 72 18. OF 20. Zl 225 23, 24. El dulce martirio de San Sebastian La cuna del requiebro y del chotis La roca y el Papa Luna El muchacho de Torcello Alicia en el continente de las maravillas Metrépolis revisitada. Prosista en Nueva York Viva Las Vegas Sol sobre Miami Saliendo volando de Rio de Janeiro Oh Bahia 159 161 167 203 2A 225 247 251 261 Elogio de la ciudad El hombre no inventé la ciudad, mas bien la ciu- dad creé al hombre y sus costumbres. Urbanidad viene originalmente de la palabra latina para la ciudad. La ciu- dad como la conocemos se originé posiblemente en el Asia entre el sexto y el primer milenio antes de Cristo. Pero es en Grecia donde la ciudad-Estado 0 polis que la idea de la ciudad Ileg6 a su cumbre con lo que Aristételes llam6 «una vida comin para un fin noble». En Roma, crea- dora del imperio romano, la ciudad, Roma misma, edifi- cada originalmente sin plan ni orden, crecié hasta conver- tirse en un modelo de otras ciudades creadas a su imagen y semejanza. Bajo los Antoninos, Roma llegé a tener casi dos millones de habitantes, donde los ricos vivian en es- plendor y los pobres en la miseria, creando lo que hasta hoy dia se llaman cuarterias 0 solares. Pero la ciudad ha sido destruida mas de una vez por el hombre que creyé que la cred. Segtin la leyenda Ner6n incendiéd Roma, pero Roma fue reconstruida y vive hasta nuestros dias: la Gnica ciudad que es una leccién de historia. Las eras romanas viven en sus ruinas. Es, por su- puesto, la Ciudad Eterna. Otras ciudades como Berlin y La Habana han sido destruidas por la guerra o por la de- sidia de sus gobernantes. De hecho, La Habana hoy B El libro de las ciudades parece una ciudad derruida, no desde el aire como Berlin, sino desde dentro. Pero Berlin, como la Roma antigua des- pués del incendio, ha sido reconstruida, y La Habana guar- da una extrafia belleza entre las ruinas. Aunque, como Horacio, digo que las ruinas me encontraran impavido. Es asi que he buscado en otras ciudades el esplen- dor que fue La Habana. 1. Mi ventana pineal Alguien sentencié que la arquitectura era miisica congelada, aunque nadie ha dicho nunca que la musica sea arquitectura que se derrite. Sucedié ese verbum non facta porque Pater, padre de todos los estetas, dijo una vez que las artes aspiraban todas a la condicién de musica. Sin em- bargo se ha omitido siempre lo ms evidente: la arquitectu- ra, aparte de unos pocos libros, es la Gnica forma de his- toria posible. En algunos casos ni siquiera se conserva la literatura y queda la arquitectura sola como testigo mudo pero elocuente: un edificio vale mas que mil palabras por- que es una imagen dura que dura. Se puede pensar en el antiguo Egipto, en Persia y aun en esa China en que el pri- mer emperador destruy6 «todos los libros» para borrar el pasado, pero donde la nica construccién humana visible desde el punto de vista de los dioses, la Gran Muralla, no es la labor de ingenieros militares sino la obra imperecede- ra de Arquitectos Anénimos. De la solida época victoriana en Inglaterra sdlo quedan algunos preceptos de dudosa moralidad, he- chos obsoletos por el tiempo, las prolijas novelas de Dic- kens y, ultimo grito, las inntimeras comedias de Chaplin, Victoriana en movimiento. Pero permanece, visible atin en todas partes, la arquitectura con que Victoria Regina Db El libro de las ciudades inmortaliz6 a su difunto principe consorte en monumen- tos que pueden llamarse kitsch a la reina (Albert Memo- rial, Albert Hall) y de paso a ella misma (el museo de Vic- toria y Alberto) que definié la vida de todos los dias en terraced houses, que no son lo que parecen decir, en ews y en meras fachadas de andar por casas. Si la puerta es esencial para entrar (y salir) de una habitacién, no siempre han sido necesarias las ventanas. No hay edificio sin puerta pero los ha habido sin venta- nas: las piramides y los templos mayas y las casas de taba- co en Cuba. Los griegos, por su parte y por su arte, prefe- rian el 4gora abierta a las ventanas. Nunca ha habido, que se sepa, un impuesto a las puertas pero en Inglaterra hu- bo hace un tiempo un /ax a las ventanas pero no una tasa al té. Sin ir, literalmente, mas lejos, mi casa en South Ken- sington, a una pedrada del Valle de los Monumentos (léa- se Hyde Park), construida en tiempos de Victoria, tiene va- rias ventanas clausuradas como memoria de un tiempo de derrota. Pero tiene también una ventana gloriosa, Gloria- na se llama, que se abre a un orden de arcos, arquitrabes y paredes desnudas de ladrillo, de cuando el ladrillo no se hacia a maquina y hecho a mano era la alfareria que contribuia a la belleza exterior de la ciudad. Esa ventana, créanme, es como una revelacién. S6lo conozco otra ventana parecida y es una ven- tana medieval hecha renacentista por la voluntad de juego de su arquitecto anénimo. Es la famosa fenestra en la fa- chada de la casa de Jaime Coraz6n (Jacques Le Coeur) en Francia, en que se ve a un impertinente, curioso que des- pierta curiosidad, asomado a su ventana para siempre. Guillermo Cabrera Infante O por cinco siglos. El vecino mirén es una escultura de tamano natural y toda la ventana, que parece un balcén breve, no es mas que un elaborado trompe l'oeil. Cosa cu- riosa, mi ventana de Londres es un trompe l'oeil al revés. La ventana inglesa, ay, tan vieja como el reinado de los Tudores frios (y calientes: Enrique VIII, Isabel Pri- mera), debiera haber sido creada en Francia dos siglos mas tarde, cuando el Dr. Ignace Guillotin la propuso a la Asamblea en 1789. La ventana, que se conoce como sash window, es una verdadera guillotina doméstica y no po- cos han sido decapitados por ella sin haber tenido nunca una nuca aristocratica. Consiste esta maquina, que debie- ra llamarse la Louésette, en dos hojas verticales que des- cienden, una detras de la otra, al subir una de ellas, soste- nidas ambas mediante un cordén lastrado con una pesa de hierro maciza oculta. Abrir esta ventana fatal mas que un acto casero es una labor de Hércules. A la menor pro- vocaci6n (y aun sin ella) la cuchilla de arriba cae con la velocidad exacta para una decapitacién, como exigia el buen doctor Guillotin, revolucionario humanitario. Suele ser una cura radical para la torticolis y el artefacto debiera llevar una inscripcién en francés, Defense de se pencher au dehors. O, tal vez mas apropiado, un aviso dantesco: E pe- ricoloso sporgersi. (Este predmbulo con ventanas al fondo es sdlo para hablar de mi ventana, que es, la repeticién no es mia sino del edificio, una ventana al fondo.) Al revés de las ventanas fingidas de Hitchcock, todas trompe l'oeil (el cine no es mas que trompe l'oeil y sonido o trompe Voreille), la mia es una ventana discre- ta: nada ocurre en ella por tumulto, todo pasa por impli- 17 El libro de las ciudades cacién o ausencia. No es una ventana patética falaz ni da- da a la prosopopeya, mucho menos a la epopeya. Es una ventana inerte. No hay drama ni comedia ni mucho menos melodrama que presenciar a través de ella. Sdlo se ve la escudlida naturaleza de Inglaterra (o su representante: un Arbol seco todo el afio) y esa historia congelada que es la arquitectura. (Leer mas arriba.) Rara vez se ve a alguien (excepto por un albafiil asténico vestido con un mono blanco, vecinos furtivos y gorriones ubicuos) y los seres humanos dejan su huella por ausencia, como el palido fantasma y los peldafios espectrales en que convirtié para siempre en sombras, al proyectarlos, la linterna tragica de la Bomba a ese anénimo japonés que pintaba su casa de Hiroshima subido a una escalera cuando. Mas aca de los espectros esta mi ventana magica. Pintada de blanco marfil (0 tal vez blanco perla: las marcas registradas convierten hoy dia toda pintura en preciosa), tiene dos hojas fatidicas con ocho paneles de cristal cada una. Las hojas se abren al revés de las de un libro con el sabi- do esfuerzo titanico. La practica de este arte infernal mues- tra al sistema como enemigo no sélo de la naturaleza sino también, ay, del hombre. (Todos esos ayes representan re- cuerdos de pasados dedos.) Hacer entrar aire por esta ven- tana es invitar a las més tradicionales corrientes, que pare- cen venir directamente del mar del Norte a visitarte. Abrir la.ventana puede ser una gimnasia peligrosa, pero cerrarla atenta siempre contra la integridad fisica del inadvertido, de ahi las advertencias repetidas del experto. Dejarla estar es condenarse a ver el paisaje desde una prisién. Mi paisaje al fondo ayuda a esta condena: me siento siempre como Casa- nova condenado a cadena perpetua en los Plomos. Guillermo Cabrera Infante Frente a esta ventana hay una tupida pared de la- drillos desnudos que parecen sucios pero es grima del tiempo. Recuerdan al Londres de Doré, siempre sombrio. (Tal vez fuera el blanco y negro del grabado.) Mas alla de esta primera pared se extienden seis arcos vertiginosos. No sé si son enviajados, torales o de todo punto (ojo, to- mar nota: preguntar a Oscar Tusquets) bajo sus respecti- vos arbotantes. Tal sistema de tensores supondria una ca- tedral o al menos cualquier otra edificacién grandiosa: un museo por ejemplo. No hay tal. Arcos y arbotantes sopor- tan una casa de apenas cuatro pisos y su utilidad, como las volutas de la arquitectura neogética inglesa (0 sea, esa catedral de la ciencia que es el Museo de Historia Natural, ahi al doblar), es, como diria el ex esteta Theodor W. Ador- no, un mero adorno. Los arcos de ladrillo se suceden como un duro delirio 0 como la visién opiada del Pirenesi en sus Carceri. Al fondo no hay mas que una escalera de caracol (llamada spiral aqui, que tal vez viene de spy, espia de hierro) cuyas vueltas y volutas conducen directamente a la nada. Los arcos sucesivos son una vision diaria: mirar a su través produce vértigo histérico. Si uno (o dos) se alza un poco sobre su, mi,’asiento puedo ver, veo, al fondo una alta puerta de metal negro, siempre cerrada. ¢Qué ha- bra detras de la puerta? Mejor no saberlo porque a lo peor al otro lado estoy yo. A la derecha y por encima de la pared desnuda, sucia 0 vieja, hay un edificio sin puertas, con algunas ven- tanas clausuradas no por el tiempo sino por el hombre, ese inglés que se niega a pagar impuestos. Las otras ventanas, siempre cerradas, no dejan ver a nadie o no hay nadie que ver. Una ventanita, que debe ser de un bajfio breve, tiene 19 El libro de las ciudades un cristal sin fisuras, nevado, que en invierno, cerca de Na- vidad, produce una hermosa tautologia del ojo: nieve so- bre nieve. En la estacién violeta (otofio) se advierten unas estrias gruesas, tal vez un reflejo, que hacen a la ventana anacr6nica: deviene sibitamente art déco. En primavera, sobre tapias y muros y entre los ladrillos pardos, crece un musgo verde. Encima, a cuatro pisos sobre el traspatio, se alza otra pared de ladrillos, lisa, que sube en vertiginosa dia- gonal feliz hasta las chimeneas. Mas alla sélo esta el cielo —si no hay nubes. Las chimeneas aglomeradas recuerdan la altiva exhibicidn de una ceramica intitil. Nunca sale hu- mo por ellas y sin embargo esos potes no pueden ser otro adorno. En verano y solamente en verano la sombra de otra pared, que debe de dar a la calle lateral, proyecta un nitido horizonte de luz que corre paralelo al filo de la pared en diagonal. Parece entonces que todo (la pared, la som- bra, la cuchilla de luz que la limita) ha sido disefiado por un arquitecto supremo con un infinito cartabén invisible, como un horizonte inclinado. Pero no es la regla de Dios, es la regla del juego. (1991) 20 2. Eppur si muove? DE LONDRES CONSIDERADO COMO UNA TORRE DE BABEL DE PISA HECHA DE JELL’O Cuando me preguntan, como ocurre a me- nudo, ¢por qué se mueve Londres?, contesto con una caldeada teoria de balbuceos que nunca es muy esclarecedora que digamos. BARRY FANTONI No podemos prometerle que conoceré a Mick Jagger o bailaré el frog con Jean Shrimpton ‘0 que Mary Quant 0 John Michael le toma- ran las medidas para sus pantalones campana. Pero podemos sefalar en su direccién y decir- Je qué es lo que ellos representan. KARL DALLAS Dallas y Fantoni (ah como me gusta el sonido de ese diio, de ese dueto, que parecen personajes de Gilbert y Su- llivan) son el editor y el ilustrador de un librito, de un fas- ciculo que se llama, por supuesto, Swinging London, a guide to where the action is. Esta guia (no para sino de donde ocu- tre la acct6n) se publicé por primera vez en 1967, fue re- visada en 1968 y esta dedicada, entre todas las personas, a {Marshall McLuhan! Wow que al revés quiere decir wow y también wow en el espejo. David (Bailey) que engendré a Jean (Shrimpton) que engendré a Celia (Hammond) que no engendré a Twig- 21 El libro de las ciudades gy (delicado monstruo fabricado por ese Victor Fran- kenstein de la moda, Justin de Villeneuve) que finalmente fue suplantada por Penelope (Tree), de Ithaca, N.Y. Courreges que engendré a Mary Quant que prac- ticamente engendré las miles de shops, boutiques y tien- decitas que infestan Londres. Pero si Mary y David (como en la Biblia, como en el partido comunista, como en Ho- llywood nadie se llama por su apellido en Lwinging Sondon) inventaron a la Shrimp (o La Gamba como apropiada- mente (gamba = camar6n = pierna) traducen los madrile- fios) y la mini-falda como micro-filosofia de la vida coti- diana, Penelope Tree barrid con su falda ese presente hacia el pasado y ahora ella pasea su figura barbara, su porte extraiio y su nombre extranjero por dondequiera en Sw ng ng L nd n. La Tree ripid, hizo retazos la imagen de la muchacha moderna y saludable pero a la vez rechazé la ca- quéctica elegancia hermafrodita de Twiggy, y parece el negativo de Vampira —la piel casi negra de sol o de afei- tes, las ojeras blancas y el pelo cenizas. Un reverso mas: quien logre verle los tobillos por debajo de sus intermina- bles enaguas de gitana pop conseguira mucho més que el asombro de un turista escoptofilico que mire a cualquier starlet en micro-dress (o aun en no-dress) bailando no el frog sino el rock en la ultima discoteca abierta en Chelsea, la del Club dell’Aretusa. zDije el rock, el rock’n’roll? Si, la sensacién del mes —¢del mes?, jdel mes!— en Swxngxng Lxndxn, en Swyngyng Lyndyn, en Swinging London no fue el tiltimo de los Beatles ni la prisién de oro Rolling Stone por drogas ni la resurreccién, muerte y crucifixion del Maharishi Mahesh Yogi, sino la aparicion, ésa es la pa- labra, de Bill Haley con sus Cometas con su sempiterna 22 Guillermo Cabrera Infante quijada de comic-book, su buscanovio frontal, su sexof6n y una nueva tonada: One, two, three! Rock Around The clock (Cachancachin chichancachan I’m gonna rock-around-the clock-tonite! cha-chan cha-chan cha-chan-cachachanca- chachancachachancachachanchan.) Wow! La exclamacién perfecta. Mientras tanto, en el cuartel general de Mary Quant cuanto temblaban. «Oyeron, los Beatles abrieron una tienda.» Sién- tate a la puerta de tu boutique y verds desfilar los modelos de tu competidor convertidos en huevos hueros, periddi- cos de ayer, cadaveres sartoriales. Como en Penelope Tree los barbaros fueron como una solucién. Ahora que The Fool se ha ido —como diria ese Séneca del bolero, Lucho Gatica— «a navegar por otros mares de locura», puedo decir que lo conoci. (I knew him well, my dear Horace. A lo que puede responder Horatio: , Impavidum feriaent ruinae.) Conoci a Simon, el animador de The Fool, el grupo, cuando atin no era un grupo. En- tonces Simon se pronunciaba Séimon y no Simon, a la ho- landesa —Simon Posthuma, casi Simon Post-human. En- tonces no eran mas que una reducida tribu de gitanos de domingo, venidos de Holanda, de Amsterdam, sali- dos de entre las filas de los Provos. Entonces ni siquiera 23 El libro de las ciudades tenian una bicicleta blanca y vivian en un apartamento en ruinas (Impavidum et caetera) en Westbourne Terrace que por fuera seria una tipica casa inglesa de barrio que algu- na vez fue de alguna consecuencia pero por dentro (en el dentro de su apartamento, su phlat, la penetralia de Si- mon y Marijke, pronunciado no por casualidad casi como maraca, Maraika, Simon and Marijke que era como se co- nocia el grupo antes de ser The Fool) era una tienda mora, un apartamento (no una casa) de campajfia, un zoco que parecia un zoo Ileno de las mas variadas especies decora- tivas traidas vivas de todas partes del orbe artesano: al- fombras persas, signos santa, tablas y sitars acompafiadas por tambourines, tarogatos junto a zumbadores gobi-yan- tras, mientras los anfitriones vestian chilabas y caftanes, se tocaban con pajfiuelos de lunares y usaban botas de Cuban heels adornadas con motivos tantra. Wow!!! (Cuando mi mujer le pregunt6 a Marijke cémo conciliaba el presunto atuendo arabe con la evidente estre- Ila de David en su cuello, Marijke respondié con lo que a unas cuadras y unas décadas atras otro famoso residente de Baker Street habria calificado de elemental mi querido ‘Watson: «Nosotros (gesto que podria abarcar una secta) creemos que la ropa no debe tener fronteras ni razas, que debe ser un mismo idioma para todos». De como este espe- ranto sartorial, esta volapuk de la vestimenta se convirtié en la tltima lingua franca de Londres, se habla mas adelan- te cuando se cuenta cémo The Fool llegé a Baker Street.) La casa, con almohadones y tumbonas por todo asiento, olia, como toda habitacién hippie que se respete, a ese doblemente pastoso aroma oriental que es casi el olor del misterio: agarbatti y ghanga. 24 4 Guillermo Cabrera Infante AGARBATTI DE LINDE Ces batons d’encens se fabriquent a partir de diferentes herbes, résines et essences de Vambre, de la rose, de muse, etc., et par consequent ils ont une valeur inestimable en ce qui concerne la purification et imprégnation de V'atmosphére dans les chambres de malades, les mosquées, les temples, les hépitaux, les grandes salles et dans les autres lieux superpeupleés. MODE D’EMPLOY: Allumez le gros bout, éteindrez la flamme en la laissant briler sans flamme. PANDIT BANASSE, IMPORTATEUR DE L'INDE ¢eY la ghanga? it ts either smoked or eaten and is known as bhang, charas or ghanga in India, as hashish in Egypt and Asia Minor, as kef in northern Africa and as marijuana in the Western hemisphere. Encyclopaedia Britannica Simon y Marijke y Josje (prontinciese, casi a la ja- ponesa, Yoshi) vivian en esta casa donde nunca se echaba llave a la puerta porque no habia cerradura, convidaban a los pocos que conocian en Londres, fumaban y pasaban 23: El libro de las ciudades la huka como si fuera una bombilla de mate, luego servian cenas macrobiéticas (arroz silvestre, cerebro vegetal, ha- bas sin aceite, col cruda, quimbombé, ajies, frijolitos soya y quizds un poco de huevo cocido 0 algtin yogur 0 crema agria pero nada de ave ni de carne ni pescado) y después del té de Ceilan y otra vuelta de la pipa hacian mtsica en interminables escalas de apenas siete notas con las que Simon a veces entonaba un jati o hacia una breve gamaka sin llegar jamas a completar la raga en su shabnai, mien- tras Josje y Marijke al fondo lo acompafaban con pande- retas frecuentemente al unisono. Sobre una de las paredes se proyectaban luego movibles manchas al aceite ilumina- do, cuyas volubles geometrias se confundian a veces con la invariable asimetria de las grietas. La escena hace FADE OUT=FADE IN sobre uno de estos rorschachs escurridos y un afto después se puede leer en un ntimero especial del magazine del Sunday Times de- dicado al Underground, llamado por el periddico «The New Society», lo que sigue: Pase por la casa de George Harrison en Surrey y sus ojos se fijaran en su chimenea ricamente decorada toda ella con escenas brillantemente pintadas de exuberantes figuras reclinadas sobre una vegeta- cién languida. La misma flora y fauna crece sobre el piano de John Lennon y las guitarras y tambores del grupo The Cream. El mismo estilo se hace apa- rente en las cubiertas oniricas del nuevo LP de los Hollies y de la Incredible String Band. Si alguien pregunta de donde sacaron los Procol Harum su ropa de escena color escarlata o qué llevaba Ma- 26 Guillermo Cabrera Infante rianne Faithfull mientras se apresuraba por los salo- nes de la aduana del aeropuerto, la fuente de todo ese colorido es la misma: The Fool. En el negro absoluto entre fade y fade, Simon y Marijke de desconocidos inmigrantes habian pasado a ser mas notorios que cualquier grupo pop con la excepcion de los Beatles, los Rolling Stones y, tal vez, los Procol Ha- rum. A todas partes que iban, si no los seguia una mul- titud fanatica los perseguia una muchedumbre de ojos muchas veces frenéticos —porque ellos vestian el mismo atuendo arcoirisado en la casa y en la calle, de dia y de no- che, en invierno y en verano, pobres y... si, jricos! Ademas de que habian hecho la ropa, pintado los decorados y ac- tuado (y hecho misica) en una pelicula que lleva guién de este testigo ubicuo (gubicuo? Si, The Fool, ahora que un inglés, Barry Finch, se habia juntado —nadie se casa ya under ground— a Josje para formar el cuarteto, The Fool estaba en todas partes del yasabenqué y eran como sus dioses importados porque también estaban en su centro, que es como decir el Olimpo: ;Beatlelandia!), ademas de que vendian posters dibujados por Marijke y pintados por Si- mon (o viceversa), ademas de que su estilo sartorial co- menzaba a ser copiado dondequiera, The Fool abrieron la més nueva, influyente, rica, alegre, resonante, universal y amorosa (love is all you need) boutique de Londres, que es como decir el Mundo para el mundo pop. Igual que si afirmaran el pefién de Gibraltar con hormigon, la tienda no solo estaba financiada sino apoyada por esa fabrica de melodias y carisma que se llama popularmente The Bea- tles pero que en el registro de la Real Ciudad de Westmins- 27 El libro de las ciudades ter y de la City es conocida como The Apple Company, una raz6n comercial. Para formar el triangulo agudo de la mo- da (Carnaby Street en Soho fue la primera avanzada del progreso establecida por John Michael, King’s Road fue la otra cabeza de playa conquistada por Mary Quant en el centro de Chelsea) escogieron una calle que otro fanatico del atuendo en conjuncién con reflexivas melodias (de violin) y la iluminaci6n interior de la droga, hizo famosa: Baker Street. Ahora los Irregulares de la calle no sélo vivi- rian para el culto péstumo a Sherlock sino en el cultivo fu- turo de Simon —post-Holmes, Posthuma. Fue asi que la hipotenusa casi hizo naufragar a los anteriores catetos sartoriales, Baker Street empez6 a ser a King’s Road lo que antes fue King’s Road a Carnaby Street, y Simon y Marijke, Josje y Barry se mudaron para un barrio que en los tiempos heroicos del underground hubieran considerado anatema. Los cuatro que son The Fool viven y trabajan jun- tos detras de la linda puerta azul medianoche de- corada con estrellas de seis puntas amarillas, en Montagu Square. (Montagu Square, no lejos de la casa en que vivid Anthony Trollope y muy cerca del costado elegante de Hyde Park.) Desde que The Fool (toman su nombre del bufén de las cartas del tarot) legaron a Inglaterra hace un afio de Holanda via Africa del Norte, encon- traron que la manera en que visten, pintan y pien- 28 f Guillermo Cabrera Infante san se ha convertido en una parte muy influyente de la escena pop. (La ignorancia del bidgrafo deja ver por transpa- rencia la sabiduria del personaje biografiado. Simon po- siblemente aludié al tarot pero, si no estaba tomandole el pelo —o tal vez cumpliendo una verdadera funcién de enano de la corte, pulling his leg— al entrevistador, mos- traba una modestia de verdadero tonto, recordando tal vez lo que ocurrié a sus antepasados, los antiguos, artifices de la tonteria como sabidurfa, conociendo parece lo que ocu- rrié al Gltimio bufén real francés, LAngely, a quien el pa- rapeto del trono no protegié de la ira de sus dianas sarcés- ticas, desterrado de la corte por el propio Luis XIV «por impertinencia». Mas mas tarde.) Para Afio Nuevo, por la primera vez, sus ropas y pinturas estaran a la venta para todo el mundo. (Que Simon sabia lo que se trafa entre manos lo muestra la inauguracion de la tienda, que fue una exacta re- produccién de las feasts of fools del siglo xv, cuando los miembros de las sociedades de tontos seculares organiza- ban las celebradas sofies terminadas en verdaderos strip-tea- ses satiricos, donde los participantes al quitarse las togas eruditas mostraban debajo el abigarrado disfraz del buf6n.) * La sabiduria de nacién inglesa a veces produce obras maestras capaces de abochornar al espafiol —si los idiomas tuvieran vergiienza. Asi, mientras nuestro tomar el pelo es tirar de la pata, nadar y guardar la ropa se convierte en comer el pastel y conservarlo tambien, y entre la espada y la pared pasa de una tipica situacién de camorristas a ser reflexién metafisica: entre el diablo yel profundo mar azul 20) El libro de las ciudades La noche del coctel de apertura de The Apple Shop (bebidas: zumo de manzana, jugo de naranja y té) en di- ciembre pasado hubo como una culminacién: el péndulo del Londres Pop (y, por qué no decirlo?, del wnderground también) Ilego a su maximo punto de vaivén. Desde el Bentley decorado psicadélico’ de The Fool y los Rolls mul- tiplicados por cuatro de los Beatles hasta soturnos taxis y bastardos multicolores, toda clase de vehiculos transporté toda clase de gente hasta el ntimero 94 de la calle Baker, que hace lo que en La Habana Vieja se Ilamaba esquina de fraile —la parte més fresquita de la acera de la sombra. Ciertos descotes propiciaban la pulmonia a su casi caquéctica portadora mientras los abrigos de racoon, zorro rojo de Canada 0 zorra (no me pregunten cémo se determi- na el sexo en las pieles) de China, y no pocos minks y genets se frotaban magnificos contra el terciopelo sarnoso de afios comprado por una 0 dos libras en Portobello Road, el ras- tro o mercado de las pulgas local. Dentro de la tienda habia un calor tan marroqui como el aspecto de la ropa que se exhibiria a partir de mafiana. El saloncito de exhibicién y el s6tano, bajotienda mas que trastienda, preparados para tal vez cincuenta clientes en tiempos de rebaja, albergaron esa noche mis de trescientas personas —¢o debo decir persona- lidades? en esa confluencia social en que el Londres elegante y dandificado se dio cita con el underground y el mundo pop. A mi me habria gustado poder encontrar en cada uno de los rincones de Apple a los opuestos, encontrados genti locii de ese festin, fantasmas materializados, ma- * Como nadie sabe no ya traducir sino siquiera deletrear correctamente este término popularizado por el doctor Leary, propongo que psychedelic se es- ctiba psicadélico. Me gusta ese acercamiento a sicaliptico. 30 Guillermo Cabrera Infante nes que a veces son desmanes. Ver un Henry James de es- piritistas desaprobando un té casi a la hora de la cena, jridiculo!, y ademas ese barullo americano fundido a la anarquia continental no tiene nada que ver con la Dulce Albién. Gozar a un Oscar Wilde espiritual aprobando a un dandy particularmente bello —jpara caer en el horror de su error al comprobar que es Marianne Faithfull! Per- cibir a Verlaine, espirituoso, moviendo negativamente la cabeza al conocer la ausencia de alcohol, molesto porque la bohemia se bafia y perfuma. El cuarto man, Scott Fitz- gerald, como siempre espiritado y garrapateando apresu- rado una nostalgica lista de invitados: John, Paul, George y Ringo Mick Jagger Brian Jones Keith Richard Cynthia Lennon Patti Harrison Marianne Faithfull Cilla Black Suki Poitier The Bee Gees The Pink Floyd The Incredible String Band Nigel Waymouth Engelbert Humperdinck! Vidal Sassoon Arthur Brown Jean Shrimpton Pauline Forham El libro de las ciudades Alan Freeman Barry Miles John Hopkins Judi Simon Dee Mary Quant Victor Spinetti Richard Lester Edina Ronay Joe Massot Twiggy and Justin Richard Neville Tain Quarrier Henrietta Guinness Ben Carruthers Vic Singh Tony Hall Brian Walsh Jimi Hendrix The Procol Harum Michael Cooper Roe Dominguez Gala Mitchell John Pearse Genevieve Wate Vivian Ventura Mark Warman Denny Cordell Mim Scala Claire Gundry-White Sir William Piggot-Brown 32 Guillermo Cabrera Infante the Hon. Michael Pearson y Miriam G6émez y el ejército rebelde. (Quien no estuvo alli padecié el mal de Crillon —«Ah, bravo Crillon, jcuélgate! Hemos batido al confor- mismo en Apple y tt no estabas».) En un viejo cartoon de Punch dos labradores sajo- nes conversan no lejos de un castillo. Uno de ellos apare- ce sonriente mientras dice al otro, con cara de conocedor: «¢Sabes una cosa? Hoy termina la Edad Media». La efi- cacia del chiste viene de la cotidianidad de la situacién frente a la enormidad de sus implicaciones. La sonrisa del labrador informado no seria diferente si viniera a decir que su hija se casaba el domingo, el otro labrador parece dis- puesto a seguir arando, el castillo se ve solido, eterno, sin embargo todos estan presenciando si no una catastrofe al menos una crisis historica. Aunque la gestién del labrador no tiene visos de profecia —es un simple aviso, lo que hoy Ilamamos un anuncio—, el dibujo no esta muy lejos de aquella revelacion de Mark Twain que da la vuelta al mun- do en barco y escribe en su diario: «Hoy cruzamos la linea del Ecuador. Mary tomé fotos». Pero hay situaciones de una enorme consecuencia histérica que parecen triviales a sus espectadores —y aun a los protagonistas. Ninguna ilustraci6n mejor que la res- puesta que da Poncio Pilatos ya viejo cuando le pregun- tan por Jestis en El Procurador de Judea: «¢Jestis de Naza- reth? No, no recuerdo a nadie de ese nombre». 33 El libro de las ciudades Todos, nosotros y los de la lista, todos nosotros no sabfamos que esa tarde de diciembre terminaba una edad de oro. En ese momento todo era fiesta, jubileo, un even- to brillante, «alegre, envuelto en ese glamour de final feliz eternizado que produce el éxito». Alli, en Baker Street conquistada, nadie sospechaba que ese esplendor era un plano inclinado, que actudbamos como Agamendén acep- tando la alfombra roja para regresar a la casa de los Atri- das, que el convite era un desaffo a los dioses titulares de la calle. En aquella cima no podiamos ver que a partir de entonces todo seria decadencia. No se sabe con certeza cuando empezé el fin de esa edad de oro. Ni siquiera se sabe qué salié mal. Si se sabe que algo cedid, Hay mas que augurios, indicios 0 se- fales de humo. Hay pruebas, hechos, hitos hist6ricos — hasta hubo uno de los elementos de la tragedia, el anticli- max. Hay también rumores. Pero es mejor acudir a los hechos. La primera prueba pertenece al fiscal. Puedo tolerar los ruidos del pop y aun la fatuidad de sus practicantes. El pop se ha convertido en un ruido que dura todo el dia y asi es una forma de si- lencio. Lo que no puedo tolerar es los farfulleos de los intelectuales —el articulo serio en The Ti- mes sobre el Arte de los Beatles, los recientes pro- nunciamientos de Kenneth Tynan de que el nuevo LP de los Beatles es el acontecimiento artistico del aiio, la declaracion de Marshall McLuhan en una conferencia erudita sobre que «los Beatles nos Guillermo Cabrera Infante miran elocuentes con sus nuevos modos de per- cepcion sensorial». jDios nos coja confesados! Los Beatles no son mas que pelo, délares y cuatro condecoraciones reales... (Una version del infier- un Rin- go eterno batiendo las membranas del timpano, Cilla Black chillando sus constricciones laringeas en el interior del seno mastoideo, los canales semi- circulares anegados con los Procul Harum, los Sto- nes bloqueando como piedras la trompa de Eusta- quio. {Piojos electrénicos! no sonoro.) 45 r.p.m. por siempre jama: Esta parrafada forma parte de una larga diatriba aparecida, és verdad, entre los pilares del Establecimiento —las columnas de Punch. Pero el articulo (de mortuis?) esta firmado por Anthony Burgess, uno de los mas importantes escritores ingleses vivientes. Burgess es un iconoclasta, es cierto, y un compositor fracasado —mis que eso: él mismo confiesa que tuvo una vez un grupo de misica popular alla por los cuarenta. Pero también es un escritor de una honra- dez a prueba de demagogias. Burgess el cantor de Joyce con- siderado como un Homero dislalico en Re Joyce, Burgess el novelista inttil y brillante de Inside Enderby, Burgess el prolifico termina su articulo con esta condena: Y al mismo tiempo son muy poca cosa para el in- fierno... Ya estan bien castigados con ser lo que son. (Punch, 20 de septiembre de 1967) Esta frase lapidaria fue la primera piedra, pero antes hubo como un epitafio. Con la muerte stibita de Brian Eps- 35 El libro de las ciudades tein —descubridor, promotor, inventor casi del grupo— los Beatles iniciaron una visible decadencia —y ya se sabe que SL gira, 45 rp.m., en 6rbita eliptica alrededor de esta estre- Ila de cuatro puntas con pelos. Sin Brian jamds habriamos Ilegado a ser lo que somos. (Entrevista con Paul McCartney) 1967 fue un afio a la vez fausto e infausto para los Beatles. Nunca antes fueron més famosos 9 més ricos 0 més poderosos. A fines de afio, a solo cinco de haber for- mado Epstein el grupo, habian grabado 10 long-playings, 13 extended-playings, 20 discos sencillos, y habian vendi- do 210 millones de singles. En ese lustro sobrepasaron a figuras de viejo establecidas como Bing Crosby, Frank Si- natra y Nat Cole, y solamente los super6, por poco margen, Elvis Presley. Ni siquiera el mitico Bob Dylan, a quien una vez los Beatles imitaron, les seguia de cerca en po- pularidad mundial. El poder de los Beatles es no sélo fi- nanciero o melédico, también son como una suerte de su- cedaneo de los simbolos nacionales (en Tombucta, por ejemplo, John Bull es hoy un desconocido, mientras John Lennon es un /éte/, una deidad sonora), un sustituto de la realeza (en muchas partes del antiguo imperio los Bea- tles comparten el trono con Isabel II) y encarnacién de uno de los mitos de la raza, el arbiter elegantiarum sajon que aparece una y otra vez en la historia de Inglaterra: el fol- clérico escocés Andrew que dio su nombre al dandy y sus avatares histéricos —sir Walter Raleigh, Carlos II, Beau Brummel, Oscar Wilde y los dos eduardos reales, Eduardo 36 Guillermo Cabrera Infante VIL y el duque de Windsor. Como culminacién, los Bea- tes no sdlo influyeron profundamente en la moda sino en el modus —vivendi y operandi. Cuando John Lennon decla- «Somos mas populares que Cristo», estaba mas enun- ciando un hecho que vanagloridndose. Pero también estaba cometiendo un peligroso hybris. La frase por muy poco no fue otras famous last words, y aunque los Beatles se en- volvieron en el capullo cacofénico de las grabaciones (al suspender sus apariciones ptblicas poco después del faux pas ellos completaron el disefio de su laberinto carismatico: un centro misterioso, mitico y por tanto inaccesible, que es la isla de sus vidas privadas, rodeado por fosos de per- sonal aislante y cercado por circulos excéntricos de apari- ciones fugaces en un aeropuerto, un raudo Morris Coo- per con ventanas negras, un videotape (Love is all you need) hecho publico a escala mundial pero grabado en un impe- netrable sancta sanctorum de la BBC, un teatro con un le- trero que dice TODO VENDIDO, fuera y dentro sélo cuatro asientos ocupados, y mansiones con muros, zenanas y se- nescales) esa declaracién estaba pidiendo un ajuste de cuentas. Por supuesto, la vendetta se cumplié en el mo- eron de nuevo visibles. mento preciso que se hi Pocos acontecimientos ptiblicos ocurridos en In- glaterra en los tltimos cinco afios tuvieron la publicidad previa al estreno por la primera telemisora (BBC 1), a la hora tope (ocho y treinta de la noche), el dia mas domésti- co del afio anglosajén (26 de diciembre, boxing day), de una opera d’essordio: «El primer film producido, filmado, actuado, musicalizado, dirigido y editado por los Beatles», sin més intervencion extrafia que las posibles musas. (Pero es peligroso confundir a las piéridas con las hijas de Piero, On El libro de las ciudades esas nueve nifias que al retar a otras tantas diosas vieron su presuncién castigada con una hérrida mutacién en urra- cas: Wagner ist tot.) Magical mystery tour es un desastre casi total, y la Unica excusa posible en ese casi —que es solamente un desastre visual— es una pobre defensa porque el film pre- tendia ser una visualizacién del orbe musical de los Bea- tles. Es decir, una metafora de una metéfora. Es decir, una tautologia. (Parad6jicamente, la media docena de cancio- nes que intentaba servir de aura sonora a ese magico mis- terio en forma de viaje, ese sightseeing pretendidamente maravilloso, contiene sucesivamente una de las baladas mas embrujadoras que ha hecho el grupo, The Fool on the hill, un acabado ejercicio de nostalgia futura, Your mother should know, y la nica equivalencia musical jamas reali- zada del mundo arbitrario, sin sentido y fantasmal de la onirolalia carroliana, I’m the Walrus —la excelencia musi- cal evitando lo que el film demandaba: cerrar los ojos y contar hasta cien.) El dia de boxing los Beatles abrieron su caja de Pandora y el sésamo ciérrate lo pronuncié Ber- nard Levin, un columnista de un popularisimo diario ves- pertino, que escribié (inscribid) con su dedo clerical esta cruz de ceniza en la frente del fdolo: «El carisma de los Beatles acaba de agotarse anoche». Meanwhile, back in the shop las cosas no iban tan bien como debian —o como parecian. El éxito hacia olas. La tienda atrajo presuntos clientes que nunca se habian visto por los alrededores. Pero cuando los potenciales se hacfan clientes efectivos, la ropa mostraba una calidad ti- pica para los conocedores pero decepcionante para el com- 38 Guillermo Cabrera Infante prador. No es ganga todo lo que brilla en El Dorado. Fi- nalmente, The Fool, que nunca patticiparon de la sibita acogida a sagrado en los pagos del Maharishi («“Nosotros tenemos nuestro propio swam”, dijeron no sin orgullo», escribié el Sunday Times), rompieron mas 0 menos amiga- blemente con los Beatles y abandonaron The Apple Shop por la puerta trasera. Se irfan a evangelizar otras tierras. Simon llamado Séimon llamado Simon finalmente siempre tuvo algo de profeta. Lo of discutir un dia en su extrafio in- glés, mezcla de holandés, dialecto de Liverpool y jerga jive, apasionadamente, acaloradamente con Assheton Gorton, el director artistico de Blow-up, sobre una pared que lleva- ria un dibujo de Simon y Marijke amplificado. Fue en el set de Wonderwall y Simon temia que su extraordinaria mano para el dibujo se viera traicionada al crecer. No podia, por razones sindicales, pintar él mismo el mural, y la transfe- rencia del papel al panel habia que hacerla por proyeccién a escala. El intermediario seria eso que llaman en inglés un scenic artist —que en la pronunciacién de Simon sonaba mas a artista cinico que a escendgrafo. «Havlaré con el cini- cartist, 7zan», dijo Simon. «Cuando él hable conmigo vera que no soy el que hizo el dibujo, que yo no soy mas que la mano, que dibujan (sefialando a todas partes) a través de mi.» Esta mediumnidad grafica ha hecho a Simon un misionero: Amsterdam, Argel, Londres —y ahora Nueva York. Marijke, ya se ha visto, siempre fue una catequista de la moda y Josje y Barry se dejan arrastrar por el maestro que es el maelstrom del grupo. En este momento todos via- jan hacia América en su Bentley psicadélico. (Para miti- gar asombros puedo afiadir que el Bentley, como The Fool, abordé un barco de la Cunard Line en South Hampton.) 39 El libro de las ctudades ¢Qué es esto? El anticlimax prometido? ¢Un happy ending en que el vapor navega rumbo a un cielo que es un arco iris plastico? No, todo lo contrario. Pero antes, un paréntesis musical. (Swinging London, swinginglondon, swinginglon, swingin, s’wing, sin win.) Hubo algo mas, sin embargo, que el fiasco de Ma- gical mystery tour, Si en 1966 se demostré que los Beatles no podfan inventarse pero podian ser reproducidos en el aboratorio (vg. The Monkees), en 1967 tuvo lugar un fe- némeno que es usual en la composicién de una cancién pero que es todavia original en la fabricacién de un can- tante aun de un cantante popular. Este proceso nove- doso es en realidad una inversion: primero la letra, luego la musica. Gerry Dorsey era un mediocre cantante inglés na- cido en la India que hacia sours, sin magia ni misterio, por los clubs masculinos de Inglaterra. Hasta que su manager escuché —por azar— la obertura de Hansel y Gretel, la Opera, y dandose una palmada en la frente exclam6, That’s it! Se dedicaria en adelante el joven y mediocre Dorsey al bel? ¢Dejaria el mediocre y apuesto? ¢Desertaria el apuesto y mediocre Dorsey (sin parentesco con los hermanos Dor- sey) el mal canto por el bel canto? Nada de eso. Lo que izo Gordon Mills, su apoderado, fue cambiarle el nombre a su cliente y Gerry pas6 a llamarse Engelbert Humper- dinck. Como por arte de magia onomastica, de ahi en ade- ante todas sus cartas fueron triunfos. Exactamente en enero de 1967 aparecié el cantante en el London Palladium, coincidiendo con la salida de su disco Release me (Suél- teme). Fueron un solo éxito instantaneo. Release me llegé al 40 Guillermo Cabrera Infante numero uno en el diagrama de Top of the pops y Gerry, perd6n herr Humperdinck, se convirtié en omnipresencia en el programa Top of the pops. En diciembre, con otros tres hits mas a su haber, Engelbert fue declarado el can- tante del aiio, cantando siempre esa variedad del pop que se llama sweet corn, etiqueta que un traductor caritativo podria llamar dulce cursileria en espafiol. Preguntado por las causas de su éxito, Engelbert Humperdinck II fue sin- cero: «Creo que tifene algo que ver con mi nombre, ¢no cree?», dijo. What's in a name?, pregunto Shakespeare a Ju- lieta. Ahi tienen los dos la respuesta. Nada estd tan necesitado de éxito como el éxito. Una vez compuse una apologia de Londinium os- cillantis para una revista editada en Lutetia y una ilustre profesora de literatura latina quiso escribir indignada a «Cartas al editor» algo que sonaria asi: «Pero ¢cémo no habla su corresponsal de los verdaderos problemas socia- les de Inglaterra?». La protesta erudita no se escribid nunca y asi nunca pude responder a esa carta-protesta por boca de Oscar Wilde. No iba yo mas que a transcribir ese epigrama que dice que la reforma del atuendo es mu- cho mas importante que la reforma de la religién —con un apéndice supurado. La politica no es mas que la reli- gi6n por otros medios. Pero ahora, sin presiones demagégicas, puedo men- cionar de pasada a Enoch (el hijo mayor de Cain, que fundo la ciudad de su nombre en la provincia del Antiguo Testamento, que vivid, como todo héroe solar que se res- pete, 365 afios, tiempo en que engendré a Matusalem, 41 ff El libro de las ciudades héroe de casi césmica 0 cémica longevidad, Enoch escri- tor seudoepigrafico, Enoch hijo del sol aunque un ana- grama de su nombre sea la noche), ahora apellidado Po- well, que es un sintoma de que el péndulo de Londres atrasa —aunque tal vez un sintoma mayor 0 peor sea ver, de nuevo, tanta gente llevando ese atuendo que hace so- lamente un afio era como un desaffo reaccionario, indi- vidual a los colores tribales del swing: pantalén formal a rayas, negra chaqueta mafanera y bombin. Dallas y Fantoni se contentaran con afiadir una nota al pie de la pagina diciendo que I was Lord Kitchener's valet abrio una sucursal en King’s Road con la mona osadia de sustituir la palabra valet por cosita —I was Lord Kitchener's thing! (Wow.) O tal vez con sefialar que los Beatles planta- ron una rama de su Apple también en King’s Road. ¢Pero es que est4n ciegos al color blanco, al negro? Todos esos bom- bines soturnos, toda esa gente disfrazada de Sherlock Hol- mes y Watson yéndose en peregrinaci6n calvinista a las cata- ratas de Reichenbach para ilustrar con tableaux vivants un solo cuento de Conan Doyle, recibiendo una publicidad tremenda, mientras que Simon y Marijke (y Josje y Barry) son los nuevos peregrinos navegando hacia el Nuevo Mundo no en otro Mayflower pero si en el mes de mayo, ellos mismos las flores, jy nadie dice nada! ;Dallas y Fantoni! ;Dalas y Phantoni son lo que son! jPalas y Dantonis, Dalantonis —Daltonis! Ni siquiera vieron que como culminacién pin- taron el mural multicolor de Apple todo de blanco. Tampo- co oyeron las razones del ayuntamiento que declaré al fresco jolly good pero con el mismo aliento sentencié que estaba mejor en Carnaby Street o en King’s Road, ya que habia que conservar el caracter Georgiano de la esquina. Wow! Wow! Guillermo Cabrera Infante Tampoco vieron las otras sefiales del fracaso. A veces eran tan evidentes que tenfan que disfrazarse de sefales de éxito. Pero eran igualmente detectables —o debiera decir detestables? Tendré que apuntarlas con el dedo. Radio Carolline, Radio London, Radio Luxem- bourg ya no son mas: se fueron del aire, se desvanecieron. Las emisoras piratas ya no regalan su botin sonoro. Ahora hay un corsario en el aire, Radio One, de la BBC —pero la libertad de la anarquia musical, ese continuum pop, se perdi en el silencio. Lady Madonna vendié millones de discos pero no estuvo mucho tiempo en el primer lugar, ni aqui ni en USA: una victoria pirrica de la popguerra. Maharishi Mahesh Yogi, totalmente desconocido hasta el verano de 1967, después famoso de la noche a la mafiana porque los Beatles fueron a ofrle una charla, mas tarde mas famoso que Cristo por caminar junto a los Bea- tles, un poquito después casi tan famoso como Dios por- que caminaba delante de los Beatles, los guiaba, era su maestro, casi como decir el guru de los gurus, el guru-guru —y de pronto... tan humillado como una consorte musul- mana. Los periddicos de todo el mundo ya lo expresaron en su forma indiscreta, en letras de caja alta y ciento veinte puntos negras: BEATLES REPUDIAN AL MAHARISHI. (Maha- rishi, levantate y anda y... drop dead!) Brian Walsh y Sonia Dean eran la pareja perfecta de estos lares latentes —ella una bella modelo, él un bello actor. Andaban juntos por dondequiera, aun en el cine: ella anunciaba los helados en los comerciales del interme- dio, él hacia apariciones fugaces en films como The tou- B a El libro de las ciudades chables, Alfie, donde fue el ultimo amante de Shelley Win- ters con un método de actuacién que debia mas a Stekel que Stanislavsky. Todavia miro hacia atras con dulzura a los domin- gos de Wimbledon, pasados en su casa casi vacia, todos sentados por el suelo, mientras en el jardin jugaba con su sombra Hermann Hesse, un hermoso cachorro de boxer, y en el comedor con techo de invernadero, bajo el turbio cristal protector, se calentaban los havzsters, esos animales amables que jamds se insolentaban cuando una mujer al verlos gritaba y buscaba en vano una silla a que subirse, creyéndolos ratones. Desparramados por la sala estaban los huéspedes: Samantha Eggar, a veces, y su marido Tom Sterns, Ben Carruthers, Iain Quartier, Roman Polanski, Jack McGowran... En fin, ¢para qué seguir? ;Qué tiem- pos, sefiora profesora (perdén por la rima), qué tiempos! ¢Como iba nadie a acordarse de la sociologia, de la histo- ria pasando como el rio de Heraclito, de tanta turbulencia por venir, de aguas negras o blancas, cuando el péndulo del Big Ben se movia tan momentaneamente eterno, tan fugazmente estatico en cada uno de sus puntos de vaivén, cuando la Torre oscilaba tan sélida, cuando decidfamos que a través de la niebla del humo se ve mejor el paisaje interior, mientras en el tocadiscos nos prometian nuestros dioses campos de fresa para siempre? Ahora Brian y Sonia no son ya Brian y Sonia mas, y hasta han quitado su anuncio de los cines. Sonia tiene un hijo y Brian, un dandy irlandés, ha ido al encuentro de su antiguo artifice y se pasea por King’s Road con la sobri- na-nieta de lord Alfred Douglas, cé-devant Bosie. (Para los incrédulos un colofén pertinente: el heterosexualismo esta 44 Guillermo Cabrera Infante de moda —es por eso que el homosexualismo es legal ahora en Inglaterra.) Claudie Barre vino del Paris inmévil 0 repetido junto al Sena a Le Swingin London, a su corazén, a Chel- sea, buscando el secreto de su movimiento y la fama. Lo que encontré fue el secreto de la quietud —la muerte. Aunque por un momento lleg6 a ser famosa; su retrato estaba impreso en pasquines que la policia peg6 por todas las paredes de King’s Road buscando una pista de su presunto asesino. Sdlo conoci a Claudie un dia en casa de Iain Quarrier. Aparecié un momento a hablar con Mi- riamme, una modelo francesa que vivia con Iain entonces y que hoy esta de moda en Francia. Trafa un monéculo que era una margarita de pintura blanca, lentejuelas y pa- pel engomado, y por un momento su ojo tuvo un destello fétido. No pensé en Polifemo ni en marcianos ni en la glandula pineal porque Claudie, al presentarnos Iain, hi- zo un ruido de succién con sus dientes mas fascinador por inesperado que su ojo plateado. (Por un momento, por un momento dentro de un momento, pensé en The cat people, cuando la felina Elizabeth Russell interrumpe el banquete de bodas porque saluda asi a la novia: Moia ses- tra, y ella, Simone Simé6n, traduce entre escalofrios al explicar su terror al novio: «Me llam6 su hermana». Al salir, Ben Carruthers completé el circulo al advertirme: «Ten cuidado, que es una ninfémana».) No pude atender su consejo porque a la semana 0 a la semana y media Clau- die aparecfa en todos los periddicos de Londres (BEAUTI- FUL AU PAIR MURDERED) con esa sucinta fama efimera fa- tal que tienen, desde que Jack el Destripador mostré entrafablemente que Nerén es posible cada noche, las 45, A El libro de las ciudades victimas de un sadico. Claudie murié como nacié —des- nuda. Tara, Tara Browne, el honorable Tara Browne, he- redero de la fortuna Guinness, no tenia secreto que bus- car —él era el corazén de Londres Latente. Ademas de fabulosamente rico era bello y bueno: Dorian Gray antes del retrato original. Ademas de ademas tenia fama sin el riesgo del éxito: él era el séptimo Rolling Stones, ya que el sexto era Marianne Faithfull. Tara no pudo ser el prin- cipe azul que parecia, aunque era amante de una Blanca- nieves psicadélica, Suki Poitier: Tara se maté en su Lotus (para colmo apodado Elan) y Suki iba al lado —el epita- fio es cantado y se llama A day in the life, por Lennon y McCartney. Para reponerse, Suki se hizo novia de Brian Jones, drummer de los Rolling Stones y dandy neck plus ultra —y para un dandy el amor bien entendido siempre empieza por si mismo. Suki, decepcionada, intenté suicidar- se mientras filmabamos Wonderwall. Brian Jones fue cap- turado, como Duke Mantee, en el ultimo refugio de su bos- que petrificado —en noviembre fue procesado por fumar hashish y recibié una condena de nueve meses, suspendida por apelacién. También fueron procesados antes Mick Jag- ger y Keith Richard, y aunque los Rolling Stones, esta mis- ma semana, estan en el primer lugar con un single singular —los muchachos de antes ya no son los mismos. (Ayer, todavia, pasando en limpio estas paginas, me encontré a Brian a la salida del café Picasso, en King’s Road, venia con su atuendo pop, completo con cartera comando y setter. Le pregunté como iba su caso: «Mal, an, mal», me dijo. Al irse se despidié con su dulce saludo usual: «God bless». Traducido por «Dios te bendiga» es casi una blasfemia.) 46 Guillermo Cabrera Infante Clouds Have Faces, que el verano pasado parecia ser una colonia de moda(s) establecida en South Kensing- ton para siempre, quebré poco tiempo después que una pedrada jorobada y nocturna rompi6 sus vidrieras miste- riosamente (no hubo robo) una madrugada, y aunque aqui mismo frente a casa, en Spectrum, gocé de este lado del cristal uno de esos extrafos ritos que es un paseo de mode- los en Londres (para acentuar el simil ritual las modelos danzan, no caminan), pero el éxtasis de la elegancia y la be- lleza que afaden el movimiento a su canon no me impidié notar una cierta sonrisa indiferente en los fugaces especta- dores que segufan a poco su camino. Es cierto que las nubes tienen cara, como dice el nombre de la tienda difunta que parece el titulo de una canci6n pop, pero no es menos cierto que a veces las caras se nublan cuando se enumeran los fias- cos modistas —el promedio de vida comercial parece indi- car que finalmente toda boutique perecera. (Ahora mismo, en la television, a pesar del dia nublado y sofocante, las carreras de Ascot muestran un esplendor que a ratos parece eterno.) Los fracasos disfrazados de éxito son: Iain Quartier, el actor (Cul-de-sac, El baile de los vampiros, Wonderwall, Se- paration) que més parece una estrella de cine en SLondon, metido a productor, cruzando ahora en One plus one a los Rolling Stones con Godard, que casi equivale a poner mtisica a las diatribas de Cohn-Bendit y convertir sus impromptus de barricada en canciones-protesta. Ben Carruthers (que tuvo su momento de gloria clandestina al estar en la lista de sospechosos en el asesinato de Claudie) regresando a Holly- wood a protagonizar un film con Jimmy Brown. Gala Mit- chell yéndose a Italia a tratar de hacer el cine que no puede hacer en Londres, ella que con John Pearse eran como Adan nd El libro de las ciudades y Eva adolescentes de este paraiso artificial cuando los cono- cfen el célebre sotano de Trebovir Road, donde eran mis ve- cinos. El es el animador de Granny Takes a Trip, la anti- boutique que inventé vender no dernier cri sino nostalgia al poner de moda al rastro. John Pearse formando un grupo de pop mas al mismo tiempo que la tienda esta mudando su fa- chada: ahora en vez de la Betty Boop pop que tenfan inicial- mente, o el indio de moneda de niquel de hace meses, tiene un automévil real empotrado en el muro del frontis —y ese auto que sale de la tienda, de entre el cemento, parece que quisiera arrastrar la boutique en su fuga. Michael Cooper, el magico decorador de la caverna pop, el que ilumina el wnder- ground con luz estroboscépica, Propmeteo tratando de con- vertir la cémara oculta en hicida, después de su gran triunfo con la portada del album Sergeant Pepper en que cas6 a Na- dar con Madame Tussaud y tuvo de testigos a Marx, Lewis Carroll, Einstein, Sonny Liston, Diana Dors, Laurel y Har- dy, William Burroughs, Fred Astaire, Shirley Temple, Mae West, W. C. Fields, etcétera, etc., etc., ahora fabrica facsi- miles anamérficos de los Rolling Stones bailando sus dan- zas estaticas frente a engafiosas perspectivas de perspex, ya que no pudo hacer la pelicula que planed durante aftos con un guién de Terry Southern basado en un libro de nada mas y nada menos que Anthony Burgess —para volver al principio. (Ese no es el titulo del libro, el titulo del libro se puede traducir en La naranja que funciona como un reloj.) Para volver al Principio. Que es caminar hacia el final. Me encontré a Simon y a Barry (dénde quedarian Josje y Marijke?) en Soho frente al teatro donde exhiben 48 Guillermo Cabrera Infante No way to treat a lady. Ellos hacian la cola para entrar, yo salia con mi mujer y el escritor cubano Juan Arcocha. Miriam y Juan se perdieron entre los barriles de huevos centenarios y los pulpos secos y los sacos de frijol de soya y las latas de sopa de nido de golondrinas y de lichi en almibar espeso y las gruesas de chopsticks y una docena de vigilantes ojos rasgados de un almacén de co- mida china importada de Hong Kong, y yo me acerqué a saludar a los dos Fool. Simon comia una manzana y evi- tamos la tautologia de hablar de Apple. Me dijo que se iba a América, man, que fuera a visitarlo, que vivian to- davia donde siempre, mismo teléfono, san. Bye-bye. God bless. No lo hice nunca. Cuando empecé este articulo (com)prometido llamé a casa de Simon y por casualidad ese mismo dia se iban a tomar el barco. Simon no pudo 0 no quiso hablar conmigo (partying is such sweet sorrow) y me alegré porque pude hablar con Barry sin ldgrimas en la voz sobre una nota que habia en The Evening Standard de esa tarde y que trafa las fotos que ustedes al otro lado de la pagina veran perdidas entre estas columnas salomé6ni- cas. Las fotos estaban calzadas por estos pies: ANTES. La diosa mistica en su esplendor multico- lor en el exterior de la tienda de los Beatles, Apple, sonrfe serenamente sobre Baker St. DESPUES. La diosa mistica trasciende a otro plano —bajo una gruesa capa de pintura blanca. —Yes, it’s sad, isn’t it? —dijo Barry con tipico un- derstatement. 49 ff El libro de las ciudades Si, es verdad que es triste, es triste que es verdad, es verdad que es triste que es verdad que el blanco de Georgian London haya prevalecido sobre los colores del arcoiris plastico de pop London pop. Pero a la vez es un final justo. No porque el blanco sea simbolo del mal, sino porque es el color con que usualmente se entierra a la inocencia. Wow, se para la pagina (0 el lector) de cabeza y se lee MoM. Estas tres letras son, entre otras cosas, siglas de Moda 0 Muerte. ¢Se mueve Londres? Todavia se mueve pero pare- cen més estertores que vaivén, mas movimientos reflejos que sefiales de vida, més inercia que impulso. Si todavia ardiera podria pensarse en el ave fénix, pero el verano se promete solamente tibio y si hay fiebre seré la de la crisis. Los sinto- mas se anuncian en luz neén en Picadilly (ya no mas Psica- dilly), pero no son mas que efectos, ¢ricks, no tics. Como ulti- mo parte quiero seftalar algunas causas finales. De descubrir talentos extrafios a su pais de origen (como en el caso de Jimi Hendrix, que vino a Londres, lo vieron y como quien dice electriz6 con su guitarra erética al mundo pop), se pas6 aaceptar como Ultimo literalmente grito musical a una can- tante aborigen descubierta en Francia —Julie Driscoll, cuya primera gracia es un apodo que consiste en pronunciar su nombre Jool a la francesa. Para el pop doméstico fue como si Johnny Walker importara whiskey de Armagnac con una etiqueta que dice Jeannot Le Flaneur. Del Sw ng ng Lndny el éxtasis electronico del pop se pasé a la inmovilidad absolu- ta, al grado cero del vaivén, a la edad de piedra animica de 50 Guillermo Cabrera Infante la Meditaci6n Trascendental. Del girasol enfermo de Wilde y los tulipanes flaccidos, rosas languidas de los flower chil- dren se cambi6 al lirio mistico del Ganges, de las melenas rubias, rinicas al ensortijado dravida, de las caras saxona- mente lampifas o el lacio bigote de moda (efimera) o las recurrentes patillas victorianas a las barbas barbaras —fi- nalmente el tradicional rice pudding se hizo pilau rice. El acabése. y sabe Dios qué queda de nuestro Londres, mi Londres, tu Londres, y si su elegancia verde perdura... atardecer grand couturier. EZRA POUND CIUDAD QUE SE HUNDE Un corresponsal que advierte estas cosas me dice que Londres se esta convirtiendo en una ciudad capital de las torres vacilantes y los monumentos que se hunden. Primero reporta que el Big Ben, la torre del reloj, se inclina quince pulgadas hacia el lado noroeste mientras la torre de Victoria se inclina quince pul- gadas hacia el suroeste. El Monument en la City se inclina once y tres cuar- tos hacia el sur-suroeste. Y la Torre de Londres se mueve lentamente hacia el Tamesis. Todo el mundo sabe, por supuesto, que el puente de Londres se viene abajo. Tiene también una de- finida derrota hacia un lado. El libro de las ciudades Y aparentemente la catedral de San Pablo hace una lenta pero imponente gavota. El domo se le- vanta mientras el resto de la estructura se hunde gradualmente. De hecho, parece que Londres todo se hunde gra- dualmente —a una velocidad de nueve pulgadas por siglo. (La ironfa final es que esta nota sale hoy, el dia que acabo de copiar en limpio este articulo, terminado en Lon- dres, el 19 de junio de 1968. La noticia, el final, lo que sea, hay que agradecerlo, como tantas otras cosas, a ese tabloide, The Evening Standard.) 3. Taxi y sexo Llegué tarde al sexo y al taxi, a los que une algo més que esa equis culpable. Hasta que tuve veintitin afios no vine a coger (verbo que sonrojarfa a un argentino) un taxi. Lo mismo me pasé con las mujeres. Las causas prime- ras de lo elusiva que fueron las tltimas son complejas y hablo de ellas en otra parte. En cuanto a los taxis solamen- te motivos econdémicos me impidieron tomarlos hasta una madrugada de 1950 en que devolvi a una muchacha propi- cia a su casa en un taxi. Pero cinco afios més tarde era un empedernido viajero y no he parado de viajar en taxi desde entonces. En Londres, a partir de 1967, por razones perso- nales que se reducen a una forma de supersticién, no he vuelto a usar el metro y me desplazo siempre en taxi. Si el uso de coches regulares de alquiler nacié en el siglo pasado, es este siglo que ha visto nacer al taxi junto con el automovil. Ambos tuvieron su origen en Estados Uni- dos. (Para los amantes de las etimologias hay que decir que la palabra taxi y la palabra impuesto tienen idéntico origen. Esto es evidente en los paises de habla inglesa, pero en espa- fiol no hay mas que recordar la palabra tasa y enseguida se ve su semejanza con taxi.) Una vez intenté escribir un articulo sobre mi larga relacién con los taxis en muchas ciudades, con mi idea de $3 4 El libro de las ciudades que el taxi es en cada pais un reflejo de Ia vida nacional. Pensaba titularlo Por sus taxis los conoceréis. Menos am- bicioso o mas limitado voy a hablar ahora de los taxis de Londres. Antes quiero indagar a nadie el porqué de lo poco que ha sido usado el taxi en la literatura (con excepcion de la literatura americana y, tal vez Proust, que es una literatu- ra, para quien el taxi tiene tanta importancia en su monu- mental novela como en su vida), donde no hay equivalentes a la importancia que tienen los coches en las aventuras de Sherlock Holmes, por ejemplo. (Hay una novela de miste- rio francesa, que no he lefdo, que tiene el sugestivo titulo de Le taxi fantome.) Tal vez la mas intensa descripcién de un taxista (que tenia que ser de Paris) que recuerdo ocurre en un cuento de un autor muy menor, Francis Steegmuller: alli el chofer de taxi se revela como una criatura diabélica. Los taxis figuran con mayor prominencia en el cine que en la literatura, sobre todo en el cine americano. De alli viene la famosa frase-cliché tantas veces parodia- da: «Siga a ese taxi». Una pelicula menor de los afios cin- cuenta gira alrededor del conflicto de un chofer que quie- re tener su taxi propio y su mujer que quiere que su hija tenga una boda por todo lo alto. La relaci6n entre el taxi y el cine americano culmina con esa truculenta pelicula que se llama, apropiadamente, Taxi Driver, donde el taxista es espectador de la vida infernal de la ciudad primero, luego agente de la insania y finalmente angel vengador, reco- rriendo los barrios bajos con su espada flamigera. Pero mi escena favorita en un taxi del cine tiene lugar con el vehi- culo detenido y es un momento cumbre del viejo film Ale- xander’s Ragtime Band. Alli, uno de mis actores preferi- dos, John Carradine, el chofer, charla amablemente con 54 Guillermo Cabrera Infante Alice Faye, la pasajera, y su presencia casi siniestra al prin- cipio se resuelve en una bondosidad conmovedora, su conversaci6n sabia recordable a través de los aiios. Pero iba a hablar de los taxis ingleses, que son los que mejor conozco. Ningtn otro taxi del mundo aventaja a los taxis de Londres. Uniformemente negros (aunque comienza a haberlos de variados colores, incluso blancos, que es un color que uno asociarfa con un carro de leche o con una ambulancia), su exterior recuerda un Rolls Royce modesto, mientras su interior separa al pasajero del cho- fer con una combinacién de cristales y traspontines —para comodidad del pasajero y privacidad (palabra traducida del inglés y que tanto revela el caracter del pueblo inglés) no solo del viajero sino también del chofer. El taxista (Ila- mado usualmente cabbie para recordar a sus antepasados cocheros que conducfan cabs) habla casi siempre en ese dialecto de Londres, el cockney, que a primer ofdo parece ser impenetrable. Una de las formas de la relacion esta- blecida entre el chofer y su cliente es que la direccién de- seada se anuncia antes de penetrar en el taxi y al término del viaje se paga también desde la calle —es sorprendente que el clima inglés no haya erradicado esta costumbre. En el interior del taxi hay letreros discretos que aconsejan al pasajero sentarse tumbado hacia atraés para su «como- didad y seguridad». El confort del interior espacioso esta equilibrado por la claridad de sefiales en el exterior, que permite distinguir un taxi libre de uno que esta ocupa- do a una distancia considerable, ayudado el letrero lu- minoso por los dias grises de Londres. Por un dispositivo mecAnico particular los taxis pueden girar en un espacio més corto que otros vehiculos y asi dan vuelta en las mas f El libro de las ciudades estrechas calles con una facilidad que causa asombro al recién venido. Debo confesar que mi encuentro inicial con un taxi de Londres en 1963 fue un caso de amor a primer viaje y desde entonces cualquier pretexto es bueno para tomar un taxi —para escandalo de mi mujer que lo conside- ra una extravagancia. Asi con la renuencia de mi mujer a tomar taxis puedo regresar al principio, al taxi y al sexo, y recuerdo las palabras de un director de cine inglés, Alfred Hitchcock, que ha usado los taxis de Londres y de Francia y América de manera dramatica a veces, otras cémica pero siempre intrigante. Dice Hitchcock, hablando de mujeres mas que de taxis: «Definitivamente, creo que las mujeres mas inte- resantes, sexualmente, son las inglesas» y de esa declara- cién sobre la primera parte de mi tema, salta a la segunda parte, sin vacilacién: «Una muchacha inglesa, que parece una maestrica, es capaz de meterse en un taxi con uno y, para sorpresa tuya, probablemente le abrirén los pantalo- nes al hombre que la acompafia», Hitchcock, a quien su ca- tolicismo debfa convertir en un pacato, es més preciso en inglés que en mi espafiol sobre qué parte del pantalén abre la aparente maestrica inglesa en cuanto entra en un taxi con un hombre. Como dije antes he cogido, tomado muchos taxis en Londres, a veces acompaiiado por muchachas in- glesas (sdlo una de ellas parecia una maestrica), por muje- res de Londres —pero nunca, ay, me ha ocurrido que se me abalanzara mi compafera de viaje y me hiciera lo que le hicieron a Hitchcock el otro dia. Tengo que confesar que jamas he sufrido tan dulce avalancha. Es evidente que Alfred Hitchcock, ademas de originador del suspenso y del miedo, debe ser sumamente afrodisiaco —él 0 sus taxis. 56

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