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Las acciones performativas occidentales tienen sus precedentes a principios

del siglo XX con la primera velada futurista en Trieste, ciudad en conflicto


por ser fronteriza entre Italia y Austria. El 12 de enero de 1910 en el Teatro
Rosseti Marinetti, vociferó contra el culto a la tradición, la comercialización
del arte y canto de alabanzas a la guerra patriótica. Mientras Armando Mazza
introducía al público provinciano el Manifiesto futurista, este evento dio pie
a un medio que efectivamente aseguraba la perturbación del público
complaciente. En Zurich, en 1916 fue fundado el cabaré Voltaire donde
ocurrían las actividades dadaístas y donde poetas, pintores, músicos y otros
artistas comenzaron a buscar un lugar para ejecutar su arte.
Podría decirse que las intervenciones en vivo de artistas
latinoamericanos o de sus precursores no occidentales, han tenido lugar
desde la época pre-colombina con rituales y celebraciones culturales o la
exhibición misma de sus cuerpos bajo condiciones coloniales.
A lo largo de las últimas cuatro décadas del siglo XX, la performance
se desarrolló y consolidó cómo medio artístico, en éstas acciones fue
frecuentemente habitual el uso de materiales frágiles, deteriorados, sucios e
inservibles que documentaron (de un modo real no simplemente ideológico),
una protesta contra la concepción de museo de arte en donde la idea
permanente era que la tarea del artista consistía en producir objetos para que
fueran preservadas, protegidas y cuidadas. También se puede observar cómo
el cuerpo es utilizado como soporte signo y experiencia directa donde se
traslada todo problema representacional (piense en teatro donde un actor
interpreta un personaje) al plano de la presentación (piense en eventos del
día a día: estornudar, presentarle el novio a la familia, tener que ir al
baño…). Cabe anotar que en los años setenta el arte conceptual se
encontraba en su apogeo y con él su intento de liberar la obra de arte de su
papel como objeto económico. […]

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