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Hna.

Clare Crockett
Sola con el Solo

Hna. Kristen Gardner


Copyright © 2020 Fundación EUK Mamie

Fundación E.U.K. Mamie


Barrio S. Julián 20
39479 Zurita (Cantabria)
Tfno.: (34) 942 571536
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hermanaclare@hogardelamadre.org

Todos los derechos reservados.


Hecho el depósito que marca la Ley.

Depósito Legal: SA-498-2020


Primera edición: Septiembre 2020
ISBN: 978-84-09-23260-4

© Prohibida la reproducción parcial o total de este libro,


su tratamiento informático y la transmisión por cualquier forma o medio, ya sea electrónico,
mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del titular
del copyright.
Contents
Title Page
Copyright
Prólogo
Introducción
Teatrera desde la cuna
Sobre la alfombra roja de Derry
Dios entra en escena
Primer encuentro a solas con el Solo
Entre el mundo y Dios
La miseria llama a la misericordia
Sin mirar atrás
Un comienzo generoso
Blanca y radiante
Un mes en silencio con Dios
Hna. Clare María de la Trinidad
y del Corazón de María
Un instrumento en sus manos
Conquista de los jóvenes para Jesucristo
“Yo te llevaré sobre mis hombros”
La aventura de Irlanda
Desposada con el Solo
Un cheque en blanco para Dios
La Virgen vive entre nosotras
Tierra nativa, Tierra Santa,
tierra de misión
Intenso apostolado en Guayaquil
Llevar la cruz cantando
Por Ella, lo que sea
El Cielo se acerca
Últimos meses para el Señor
Al fin, sola con el Solo
Epílogo
Nota final
Prólogo
La Hna. Clare y yo volamos juntos en el último viaje de avión que ella
realizó. Yo partía de Guayaquil; ella de Quito. Yo, vivo, según la carne; ella,
muerta. Yo, relativamente cómodo en mi asiento de cabina, en clase turista;
ella, en una caja de madera sellada por otra caja de madera; los dos con el
mismo destino: el aeropuerto de Barajas (Madrid).
Unas horas antes de partir de Guayaquil, las hermanas nos
comunicaron desde España que ella iría en el mismo avión y que iba a ser
colocada en los almacenes del aeropuerto, camino de su patria: primero
Dublín, después Derry. Las hermanas me preguntaron si yo quería celebrar
la Misa con algunos de nuestros sacerdotes, Siervos del Hogar de la Madre,
y algunas hermanas, justamente allí, en esos almacenes. Lo gestionó todo el
capellán del aeropuerto. Allí, cansados por el viaje, delante del féretro de la
hermana, sobre el cual habían puesto tres rosas rojas con el cartel: “CLARE
CROCKETT” y algunas cosas más, pudimos celebrar una Misa por el
eterno descanso del alma de nuestra hermana.
Muy poco tiempo después, las hermanas y yo fuimos a visitar a su
madre, Margaret, y a sus dos hermanas. Ahora el escenario era una casa no
muy grande. Una vez que saludamos a la madre, que nos recibió con una
sonrisa doliente, le pedí si podía ver la habitación de la Hna. Clare. Una
empinada escalera de estrechos escalones conducía directamente hasta la
puerta de su habitación, después de un pequeño rellano. Era pequeña,
calculo que de no más de seis metros cuadrados: una ventana, una cama, un
armario. Y allí reconocí, en una percha, la chaqueta de cuero de color vino
tinto que a ella tanto le gustaba. La sacó Margaret. Me la mostró y la
depositó otra vez en el armario. Bajé las escaleras con cuidado, como si
hubiera pasado a un lugar de lucha espiritual.
Ciertamente, en aquella habitación se habían concentrado las luchas de
su alma contra el mundo, que trataba de fascinarla y seducirla; contra el
demonio, que quería llenarla de temores; contra su propia carne, que veía la
llamada de Dios a dejarlo todo como algo demasiado exigente para su pobre
debilidad; poco más o menos, las luchas que todos llevamos en nuestro
espíritu.
Varias veces han sido las que he visitado su tumba. Generalmente, una
tumba es un lugar triste, donde uno se llena de los recuerdos agradables
pasados junto a un ser querido y donde con facilidad se olvidan los
momentos de traición o de dificultad, aunque de esto que digo no estoy
totalmente seguro. Para mí, las visitas a la tumba de la Hna. Clare han
significado momentos de gracia. Han venido a mi memoria recuerdos
pasados de una vida de la cual he sido un espectador cualificado. Su
experiencia de Dios ha sido verdadera, porque ha sido coherente con la
verdad que Dios nos ha revelado de sí mismo, del hombre y del mundo.
Yo no puedo sino reconocer que su alma ha sido pareja a la de Sta.
Clara de Asís, cuyo nombre ha sabido llevar con garbo y congruencia.
Dicen de santa Clara que al final de su vida pronunció las palabras: “¡Oh
Dios, bendito seas por haberme creado!”. Probablemente, a la Hna. Clare no
le dio tiempo a decir una palabra para la posteridad, y si la dijo, nadie se
enteró, porque cuando llegó el terremoto del 16 de abril de 2016, a las 18,50
de la tarde-noche, en Playa Prieta, en la casa de las Siervas, que era la del
Colegio, nadie estaba a su lado para recoger las palabras finales. Pero un
poco antes sí estuvieron hablando sobre la muerte y la posibilidad de que
Dios las llamara en ese momento. Ella manifestó que estaba preparada para
cuando Dios dijese: “Ven, esposa mía, paloma mía”. No tenía miedo. Esto
sí que es una característica que conformaba su alma. Era una mujer
valiente, decidida y constante en aquello que emprendía cuando el amor la
empujaba. Y el amor siempre estuvo en su alma. También, como su
homónima santa Clara, pudo decirse a sí misma: “Vete en paz, ya que has
seguido el buen camino; vete confiada, ya que tu Creador te ha santificado,
custodiado incesantemente y amado con la ternura de una madre con su
hijo”[1].
Lee este libro que, sin duda, te va a hacer sonreír, a veces reír y a veces
llorar. Y que siempre, siempre, va a elevar tu alma adonde confiamos que
ella, con sus cinco hermanas que murieron, está: al Cielo.

Rafael Alonso Reymundo


11 de agosto de 2020
Santa Clara de Asís
Introducción
Dos años antes de la muerte de la Hna. Clare, las Siervas del Hogar de
la Madre estábamos preparando un libro con la historia de la vocación de
una docena de hermanas. A la Hna. Clare se le pidió escribir su vocación[2]
y ella eligió comenzar su relato con una narración divertida. ¿Qué mejor
manera de empezar este libro que con aquella misma anécdota?

«Cuando yo tenía 16 años, vino a mi ciudad un hipnotizador


conocido. Yo ya lo había visto otros años y me encantaba la función.
Quería que me hipnotizara a mí también. Antes de empezar el
espectáculo, el hipnotizador nos dijo que solo ciertas personas con
ciertos estados mentales podían ser hipnotizadas. A continuación, dijo
que toda la audiencia –éramos unas 800 personas– tenía que hacer un
sencillo ejercicio con las manos, al final del cual, los que quedaran
con las manos entrelazadas tendrían que subir al escenario, porque
ellos sí podían ser hipnotizados. Yo estaba con un grupo de amigos en
una de las primeras filas del teatro. Ninguna de sus manos quedaron
juntas; las mías tampoco. Pero yo actué como si estuvieran pegadas. A
coro, todos mis amigos, animosamente, me dijeron: “Sube, Clare, que
te va a hipnotizar”. Yo subí al escenario con unas 30 personas más.
Formamos una fila horizontal mirando hacia el público.

El hipnotizador se paraba delante de cada uno de nosotros y, con


la palma de su mano, tocaba cada una de nuestras frentes
rápidamente, diciendo con voz grave: “¡Relájate!”. Yo veía cómo
algunos se caían encima de una silla que estaba preparada para esa
gran caída detrás de ellos. A los que no se caían, el hipnotizador les
mandaba regresar a sus sitios mientras la audiencia les daba un
aplauso compasivo, ya que ellos no podían ser hipnotizados.

Llegó mi turno. Me hizo exactamente lo mismo que había hecho a


los demás, y me “caí” encima de la silla que tenía detrás. “Estoy
totalmente consciente –pensé–; no me siento hipnotizada”.
Efectivamente… Es que no estaba hipnotizada. A la cuenta de tres, el
hipnotizador nos dijo que teníamos que abrir nuestros ojos y que
estaríamos todavía bajo el efecto de no sé qué. De espaldas al público,
nos dijo mientras guiñaba el ojo: “Bueno, ya sabéis lo que tenéis que
hacer”. Ninguno de los que estaban en el escenario estaba
hipnotizado; o bien eran actores, o era gente como yo, capaz de seguir
el juego al “insigne hipnotizador”.

La audiencia, como me había pasado a mí en otras ocasiones,


creía totalmente que todos estábamos hipnotizados. El apogeo del
show llegó al final, cuando “don Relájate” dijo que iba a dar a cada
uno de los hipnotizados un regalo. Era un duende que solo nosotros
podríamos “ver y tocar”, nadie más. Este duende estaría con nosotros
hasta las doce del mediodía del día siguiente. Al bajar del escenario,
la gente me rodeó preguntándome cosas sobre el duende: “¿Qué ropa
lleva? ¿Tiene barba? ¿Cómo se llama? ¿Me está mirando ahora
mismo?...”. Todos me creyeron. Me fui a mi casa con el duende
“Dominic” y fui al instituto también con él. Los profesores, hasta los
más estrictos e inflexibles, terminaron tragándose el cuento.

Unos años después, yo estaba en casa con mi familia y unas


amigas. Allí estábamos todos metidos en la cocina, como buenos
irlandeses, bebiendo té mientras teníamos conversaciones que
empezaban por la frase: “¿Os acordáis de aquella vez que…?”,
seguida de una carcajada general y de palmetazos en las rodillas. Ya
que todos estábamos de tan buen humor, dije: “¿Os acordáis de
cuando yo actué como si estuviera hipnotizada y tuviera un duende?”.
Todos me miraron. Silencio total. “¿Os acordáis?”, repetí con una
risa nerviosa. “No, no. Tú tenías un duende de verdad, lo que pasa es
que, como estabas hipnotizada, ahora no te acuerdas… Pero sí, sí, lo
tenías en la palma de la mano”. Y todos empezaron a hablar a la vez,
convenciéndome de que era así.
Cuento esta historia porque cuando yo supe que Dios me estaba
llamando a la vida religiosa, nadie podía creerse que Dios llamara a
una chica como yo. Según muchos, era imposible que yo pudiera tener
vocación, sin embargo, sí que podía tener un duende. El escritor
Chesterton dijo: “Cuando se deja de creer en Dios, enseguida se cree
en cualquier cosa”. ¡Tremenda frase! ¡Triste realidad! Dios puede
llamar a quien quiera, como quiera, donde quiera… ¿Y por qué?
Porque es Dios. Nuestro fundador, en una poesía que escribió titulada
“¿Por qué a mí?” dice: “No preguntaré ya más por qué a mí,
simplemente reconoceré tu libertad y daré gracias sin parar”».

“Nadie podía creer que Dios llamara a una chica como yo”. Y, sin
embargo, Dios, en su libertad soberana, la llamó. Movida por su gracia, ella
respondió de todo corazón y dio su vida sin reservas. Esta es la historia que
se contará en este libro.
La Hna. Clare y yo conocimos el Hogar de la Madre más o menos al
mismo tiempo. ¡Éramos muy diferentes! Yo venía de un ambiente protegido
y muy religioso; solo había faltado una vez a la Misa diaria desde mi
Primera Comunión. Clare estaba inmersa en la mundanidad, pero había
experimentado el amor de Dios para con ella y quería cambiar. Uno de los
pasatiempos preferidos de Clare era intentar escandalizarme con palabrotas,
que todavía formaban parte de su vocabulario habitual. Para su sorpresa, mi
reacción a veces era simplemente un gesto inexpresivo o la pregunta: “¿Eso
es inglés?”. Ella se tronchaba de la risa al darse cuenta de que nunca había
oído esas palabras antes.
Las dos teníamos nuestros planes y sueños. Ella quería llegar a
Hollywood y yo quería ser escritora. El Señor irrumpió en nuestras vidas y
nos llamó a dejarlo todo por amor a Él. Después de luchas y dudas, cada
una entregamos nuestros talentos, poniéndolos en las manos del Señor y
dejando que Él nos usara como quisiera.
El día que cumplí 16 años entré de candidata en las Siervas. Clare, que
ya era candidata, me dedicó una canción. En ella, bromeaba afirmando que
yo había nacido santa, que dormía en una cama de piedras como penitencia
desde mi infancia, que rezaba 15 rosarios diarios y que era un modelo para
todas las candidatas. Toda la canción era una exageración, por supuesto,
pero creo que me veía como una candidata “ideal” para la vida religiosa.
Ahora, al descubrir hasta qué punto me superó en su entrega al Señor, solo
puedo llenarme de admiración y bajar humildemente la mirada.
¿Y por qué yo, de entre todas las Siervas, estoy escribiendo este libro?
Sí, la conocí personalmente, pero no tanto como otras hermanas... Sí, recogí
mucha información de su vida cuando hice el documental “O todo o nada”,
pero podría haber pasado esa información a otra… El Señor tenía sus
propios motivos. Déjame que te lo explique.
En el año 2012, mientras trabajábamos juntas en el estudio de
televisión del Hogar de la Madre, encontramos la grabación del momento
en el que la Hna. Clare había exclamado que quería ser monja famosa en su
primer Encuentro de Semana Santa, doce años antes. Le dije a la Hna. Clare
que quería enseñárselo a todo el mundo, pero ella estaba horrorizada. “Por
favor, no, eso no tiene nada que ver conmigo. ¡Era tan superficial…!”.
Acabé enseñándoselo a las hermanas, y todas nos reímos juntas. Dos días
después de su muerte, en abril de 2016, usé estas imágenes en un breve
vídeo en memoria de ella, y de nuevo podía sentir su mirada cómplice de
reproche y sus palabras: “Ya verás, me las pagarás”.
Al difundirse rápidamente la noticia de su muerte por la televisión y la
prensa, no podía evitar sonreír –en medio del dolor– al pensar en la nueva
fama de la Hna. Clare y lo vergonzoso que hubiera sido para ella. ¡Hacía
tiempo que había abandonado su sueño de ser famosa! Y, sin embargo,
desde ese día empezamos a recibir llamadas y correos de gente de todo el
mundo que quería compartir cuánto le había ayudado la historia de la Hna.
Clare. Sí, me hacía gracia… ¡hasta el día en que tuve que empezar a escribir
su biografía! Sacudía mi cabeza y decía: “Ahora me las está haciendo
pagar”. Las dos habíamos inmolado nuestros deseos al Señor, hasta el punto
de que no los deseábamos en absoluto, sino más bien lo contrario. Y ahora,
misteriosamente, ¡el Señor ha cumplido ambos!
Este libro está muy lejos de ser una biografía completa. Solo han
pasado cuatro años desde la muerte de la Hna. Clare y todavía quedan
muchos, muchísimos testimonios por recoger. No obstante, espero que este
libro permita a todos los que han oído hablar de su muerte y han visto el
documental “O todo o nada” conocerla mejor. Incluso aquellos que la han
conocido personalmente aprenderán mucho sobre la Hna. Clare, como me
ha pasado a mí. Por ejemplo, he comprendido el significado del lema que el
P. Rafael Alonso, nuestro fundador, le dio cuando hizo los votos perpetuos:
“Sola con el Solo”. Cuando el P. Rafael lo dijo por primera vez en 2010, y
hasta hace poco, era siempre un misterio para mí. La Hna. Clare, ¿sola? Es
verdad que era la única hermana que iba a hacer los votos ese año, pero
¡ella siempre estaba rodeada de gente! Su sentido del humor, sus historias
con chispa y su alegría contagiosa hacían que todo el mundo quisiera estar
con ella.
Ahora, después de haber escuchado horas y horas de entrevistas,
después de haber leído sus notas espirituales y haber conocido un poco su
vida interior, he empezado a entender lo que esa frase debió de haber
significado para ella. Cuando encontró a Cristo crucificado en aquel Viernes
Santo del año 2000, se encontró, de repente, sola ante Cristo, que estaba
solo en la Cruz, sufriendo por amor a ella. En ese instante, se vio despojada
de todas sus máscaras y se le reveló su miseria. Solo Dios podía mostrarle
quién era ella realmente y cómo podía conseguir la verdadera felicidad en
Él.
Algunos habrán observado que en el documental, la Hna. Clare parece
santa desde el momento de su conversión en el Viernes Santo. En este libro
los lectores descubrirán las batallas espirituales que afrontó la Hna. Clare
mientras el Señor la transformaba progresivamente. A lo largo de su vida de
Sierva, Dios le siguió mostrando –a veces en la soledad y en la oscuridad–
quién era ella y quién era Él. Sus encuentros a solas con “el Solo” le daban
fuerza para entregarse totalmente y con generosidad a Él por la salvación de
las almas, especialmente de los jóvenes, culminando finalmente en su
encuentro definitivo con Él.
Ahora, algunos detalles prácticos. A lo largo del libro he incluido con
frecuencia fragmentos de escritos de la Hna. Clare. Tenemos muchas cartas
suyas, además de seis cuadernos que utilizó para la oración, para copiar
notas de homilías o citas de los libros que estaba leyendo, o simplemente
para escribir sus reflexiones a lo largo de sus 15 años de Sierva del Hogar
de la Madre. Por desgracia, nos ha resultado imposible encontrar todas las
citas a las que la hermana hace referencia en sus notas. Hemos numerado
estos cuadernos del uno al seis, en orden cronológico. El primer cuaderno,
desde su tiempo como candidata, está casi todo en inglés. Como novicia,
empezó a escribir en español, pero con algo de “spanglish” (cambiando del
inglés al español a veces en medio de una frase). Después de su primera
profesión, pasó cuatro años en Jacksonville (Florida), donde volvió a usar el
inglés en sus notas. No obstante, una vez que volvió a España, en 2010,
poco a poco, espontáneamente tornó al español. En la versión española de
este libro, he incluido una nota cuando los escritos de la Hna. Clare han
sido traducidos del inglés. Si no hay ninguna nota, el original estaba en
español y la redacción es original de la Hna. Clare. Cualquier cursiva,
negrita o subrayado es suyo. Solo se han hecho ligeros cambios de
gramática o puntuación cuando ha sido necesario.
Para favorecer un texto breve y libre de interrupciones, al citar
entrevistas a miembros de su familia, amigos, Siervas u otros conocidos de
la Hna. Clare, he omitido las notas de pie de página con la fecha exacta de
la entrevista en cuestión. Sin embargo, cuando cito a la Hna. Clare, incluyo
el origen y la fecha de la entrevista, vídeo o texto. Todas las citas de la
Sagrada Biblia están tomadas de la Versión Oficial de la Conferencia
Episcopal Española de 2014.
Me gustaría agradecer, de forma especial, a la familia de la Hna. Clare
y a sus amigos de Derry su ayuda en este proyecto y su colaboración para
responder a preguntas y dar información sobre su infancia y juventud. La
ayuda de Thomas Gallagher ha sido también impagable, ya que nos acogió
en su casa durante nuestra estancia en Derry y compartió datos sobre la
historia de la ciudad y del país. Aquellos que conocieron a la Hna. Clare en
Estados Unidos, España y Ecuador han enviado sus recuerdos con mucha
disponibilidad. Os pido a todos los que leáis este libro que recéis por ellos,
para que sean generosos con el Señor, como aprendieron de la Hna. Clare.
La ayuda, el apoyo y las oraciones del P. Rafael, de la M. Ana, de
todas las hermanas, de mi propia familia y de todos aquellos que han escrito
asegurando sus oraciones han hecho posible que el libro pudiera estar
redactado e impreso en el menor tiempo posible. ¡Todo para gloria de Dios!,
como diría la Hna. Clare.

Hna. Kristen Gardner, SHM


15 de agosto de 2020
Teatrera desde la cuna
Capítulo 1

Clare Theresa respiró profundamente, abrió los brazos y se echó a


correr. El tapiz de hierba de la pendiente facilitó un veloz descenso,
dando rienda suelta a sus piernas hasta alcanzar el fondo del
“Bankin”, la colina que había justo detrás de su casa, entonces
cubierta por pequeñas margaritas. Una sonrisa de pura satisfacción se
esbozó en su rostro al girarse y ver que sus hermanas pequeñas la
imitaban.
Luego brincaron arriba y abajo un rato más. Cuando ya estaban
demasiado cansadas como para seguir, Clare empezó a coger
margaritas y a formar con ellas una cadena junto con sus hermanas.
Tras haber descansado un poco, Clare se dispuso a organizar la
jornada: “¡Todo el mundo a la cabaña!”.
Detrás de la casa de los Crockett, en el barrio de Brandywell, había
una pequeña caseta de unos dos metros cuadrados a la que se referían
como “la cabaña”. Allí se almacenaban toda clase de objetos: desde
piezas de bicicletas rotas hasta fragmentos de espejos rotos o mitades
de pinzas de la ropa…
—Shauna –dijo dirigiéndose a su hermana–, ¿puedes ir a llamar a
todos y decirles que estamos en la cabaña?
—Vale… –respondió a regañadientes.
Antes de salir de la cabaña, se volvió con una sonrisa pícara. ¡Se le
había ocurrido un negocio redondo!
—Pero… Solo si me prometes que hoy no me vas a echar de la
cabaña.
Clare, que ya no recordaba lo sucedido, se rio y dijo:
—Está bien. Trato hecho.
Si alguno de los niños no la escuchaba o se portaba mal, Clare hacía
una señal en la pared de la cabaña y escribía al lado el nombre del
rebelde. Quien tuviera tres marcas tenía que sentarse fuera como un
mendigo, esperando a que ella decidiese dejarle entrar de nuevo.
Entonces Shauna se dirigió obedientemente a las casas del
vecindario para llamar a los niños. Se preguntaba qué tendría en
mente su hermana para aquel día. En cualquier caso, con Clare la
diversión estaba asegurada. Por eso, ninguno de los niños solía
declinar sus invitaciones.
Una vez que todos los niños estaban reunidos en la cabaña, Clare les
contó el plan:
—Vamos a hacer un teatro. Yo seré la directora y vosotros tendréis
un papel importante. Una vez que lo hayáis aprendido bien, iremos a
todas las casas de Brandywell y les ofreceremos representar la obra
por una libra. ¿Qué os parece?
Y todos gritaron:
—¡Sí! ¡Genial!
—Bien, pues tú serás el policía, tú el ladrón…

Clare Theresa Crockett nació el 14 de noviembre de 1982 en Derry


(Irlanda del Norte), hija de Gerard Crockett y Margaret Doyle. Fue la
primera nieta de la familia materna. Nada más salir del hospital, su madre
puso a la recién nacida Clare en brazos de su abuelo que, al verla, exclamó:
“Esta niña tiene talento”. Y realmente lo tenía. Parecía que el teatro corría
por sus venas “desde el mismo día y la misma hora en que nació”, como
afirma Margaret, su madre.
Clare pasó los primeros años de su vida en casa de sus abuelos
maternos, rodeada de todos los hermanos de su madre, siempre atentos a la
más mínima necesidad suya. De hecho, Margaret llegó a pensar que pudiera
tener algún tipo de discapacidad en las piernas, ya que pasaba el tiempo y
no aprendía a andar. Después de varias consultas médicas, los especialistas
informaron a Margaret de que el verdadero problema de la pequeña Clare
era, simplemente, que no tenía la necesidad de desplazarse. Estaba tan
mimada por todos sus tíos que le bastaba señalar lo que quería para
obtenerlo inmediatamente.
Providencialmente, poco después de cumplir los dos años, dejó de
ocupar el centro de atención al llegar un nuevo bebé a la familia: Shauna. Y
tres años después, el Señor volvió a bendecir a Margaret y a Gerard con otra
hija: Megan. Las tres hermanas llegaron a estar muy unidas.
Durante su infancia, Clare era muy dicharachera y vivaz. Los vecinos
del barrio la recuerdan siempre sonriente. Era increíblemente extrovertida y
espabilada; tenía madera de líder. Su viva imaginación y su incesante
creatividad hacían de ella una gran coordinadora de juegos y actividades en
el vecindario. Hacía reír a todo el mundo con su sentido del humor y su
natural inclinación al teatro, incluso en las situaciones más ordinarias del
día a día.
La pequeña Clare, sin embargo, tenía muchos defectos de carácter. Su
orgullo infantiloide y su vanidad la llevaban con frecuencia a mentir y a
protagonizar rabietas. Se servía de cualquier oportunidad para atraer toda la
atención hacia sí. También fingía ser la hija perfecta, mientras se zafaba de
todo lo que podía y no dudaba en echar la culpa a los demás de los fallos
que ella misma había cometido. Era demasiado competitiva y no soportaba
perder. Quizás podemos ver en todo esto un incipiente anhelo de grandeza,
deseo que Dios purificará y transformará.
Se lo pasaba en grande con sus hermanas y con los niños del barrio.
Gozaban de todo tipo de pasatiempos: saltar a la comba, balancearse en
columpios improvisados colgados de las farolas y mucho más. Cuando
jugaban al escondite, las tres hermanas tenían un escondrijo secreto que
solo ellas conocían, al que llamaban “la madreselva”, que consistía en un
hueco grande detrás de un arbusto de esta planta. La Hna. Clare recuerda:
“Habíamos prometido no revelar nuestro secreto a nadie, ni siquiera a
nuestros mejores amigos” [3].
La misma Hna. Clare admite: “Como yo era mayor que mis hermanas,
siempre ganaba en los juegos. Podía correr más rápido que ellas; cuando
hacíamos concursos de colorear, estaba claro que yo era la ganadora, porque
podía colorear sin salirme de las rayas”[4]. Sin embargo, había otras
ocasiones en que ella perdía, con sus amigas o cuando sus hermanas
crecieron, y nunca lo llevó muy bien. Años más tarde, hizo una descripción
de lo que su prima pequeña hacía cuando perdía. Pero tanto Megan como
Shauna están de acuerdo en afirmar que es una descripción perfecta de lo
que hacía ella misma, y no su prima: “Cuando saltábamos a la cuerda, si
resultaba eliminada, se pasaba diez minutos gritando y negando que hubiese
hecho algo mal. ¡Agarraba la cuerda y se escapaba con ella! La película
siempre terminaba igual: mi prima corría calle abajo como un caballo
salvaje con la cuerda en sus manos y los demás la perseguíamos. Si
jugábamos dentro de casa y ella no ganaba, salía de la habitación donde
estábamos jugando dando un portazo”[5].
Cuando Clare y sus hermanas jugaban dentro de casa, su imaginación,
junto con su vanidad infantil, saltaba de un lado a otro: “Recuerdo que
cuando yo era pequeñaja, a mí y a mis dos hermanas nos encantaba
vestirnos con la ropa de mi madre. Me gustaba especialmente ponerme un
par de zapatos verdes de tacón alto que ella tenía escondidos al fondo del
armario. También nos poníamos algo de pintalabios rojo y, con la misma
barra de labios, nos hacíamos dos círculos rojos en los mofletes.
Pensábamos que estábamos guapísimas. Luego salíamos a jugar a la parte
de atrás de nuestro jardín y fingíamos que éramos actrices famosas”[6].
Margaret no toleraba en su presencia el mal comportamiento de
ninguna de sus tres hijas. Sin embargo, nunca sospechó todas las formas
que tenía Clare de escaquearse para que sus hermanas hicieran todo el
trabajo. Sus hermanas recuerdan que Clare tenía a su madre en la palma de
su mano. Hacía todo a escondidas y si alguna vez se asomaba Margaret,
Clare inmediatamente se levantaba y se ponía a trabajar como si lo hubiera
estado haciendo todo el tiempo. La castigaban poco en casa y nunca la
consideraron rebelde. Su padre también la recuerda muy obediente y para
nada problemática. Se las arreglaba para ser de una manera delante de sus
padres, mientras que actuaba de otra forma totalmente distinta con sus
hermanas o amigos.
Uno de los pasatiempos preferidos de Clare era saltar en la cama:
“Pasábamos horas jugando a que éramos campeonas olímpicas, yendo de un
extremo al otro de la cama”[7]. Obviamente, la mejor cama para saltar era la
de sus padres. En una ocasión, Clare rompió por accidente un marco de
fotos de la mesilla, que quedó hecho añicos. Sobre esto escribe: “Mis
hermanas no vieron lo que pasó, así que aproveché la ocasión para echarle
la culpa a mi hermana pequeña. Me inventé que ella estaba saltando con
tanta energía que se movió la cama y tiró el marco”[8]. Cuando su madre
llegó, Megan estaba llorando porque Clare había convencido a Shauna de
que era la culpable. Margaret creyó la historia y castigó a Megan, que ni
siquiera intentó explicar lo que realmente había pasado.
Sin embargo, no siempre conseguía salir airosa de todos los problemas.
En otra ocasión, las tres niñas estaban jugando en su habitación, en el piso
de arriba, sobre las literas. Clare colocó una escalera junto a la ventana y
Megan –que en ese momento tenía 4 o 5 años– se subió a la escalera, se
resbaló y ¡se cayó por la ventana! Milagrosamente, aterrizó en una maceta
con un ciruelo y no se hizo ni un rasguño. La familia estaba convencida de
que el Señor había mandado a un ángel para salvarla. Pero en esa ocasión,
Clare no tuvo escapatoria.
A pesar de estos y otros percances, Megan y Clare estaban muy
unidas. Megan era muy callada y tímida. No abrió la boca para hablar hasta
que no tuvo unos cinco años, quizás, en parte, porque Clare siempre
respondía por ella. Si Margaret preguntaba: “¿Tienes hambre, Megan?”,
Clare contestaba: “¡Sí, quiere galletas!”.
Una vez, mientras estaban jugando en la plaza, delante de su casa, un
perro le acercó el hocico. No la llegó a morder, pero montó tal escena que
su padre tuvo que salir a por ella y tumbarla en el sofá. Durante el resto del
día, todos tuvieron que ser sus sirvientes, pues aseguraba que no podía
caminar. Su madre comprobó que no tenía la más mínima señal en la pierna.
Clare dramatizó la situación hasta tal punto que incluso quería saltarse el
colegio al día siguiente. Pero eso era llevarlo ya demasiado lejos. A pesar
de los lamentos de Clare, Margaret la obligó a ir a clase.
A menudo salía de casa como “Clare” y entraba fingiendo ser otra
persona. Tomaba otra personalidad, con acento americano, por ejemplo, y
preguntaba: “¿Vamos a comer?”. La escena continuaba durante la cena con
comentarios como: “Esto está delicioso”, hasta que su madre finalmente se
cansaba y perdía la paciencia. “Mira, si vuelves a abrir la boca, te tragas el
plato”. Y entonces Clare volvía a su acento normal de Derry. Margaret era
una auténtica madre, llena de realismo humano. Hizo todo lo que pudo por
moderar cualquier extravagancia de su pequeña y talentosa hija.
Los sábados, las niñas tenían que ayudar con la limpieza de la casa. La
diligencia no era precisamente la virtud que destacaba en ella en esos
momentos. Esta es la descripción, escrita por la misma Hna. Clare, de cómo
procedían para realizar las tareas:

«Cuando yo era pequeñaja –y no tan pequeñaja–, mi madre, a


menudo, nos recordaba a mí y a mis hermanas que no era nuestra
esclava. Cada una de nosotras tenía un cargo que debía estar bien
hecho. Había veces que mis padres tenían que salir a hacer algo y
dejaban con un imán un gran papel en la puerta del frigorífico, donde
había una lista de cosas que había que hacer en la casa antes de que
volviesen. ¡A mis hermanas y a mí no nos gustaban esos papeles para
nada!

Si la casa no estaba limpia cuando ellos volvían, no nos permitían


jugar ese día. Teníamos dos modos de proceder cuando empezábamos
la “operación limpieza de la casa”: 1) hacer el menor esfuerzo
posible cuando limpiábamos; 2) hacer el trabajo lo más rápido que
pudiésemos.

Recogíamos la ropa que estaba tendida, estuviese o no seca.


Limpiábamos el polvo alrededor de los objetos de las estanterías sin ni
siquiera moverlos. Cuando barríamos la cocina, metíamos la suciedad
debajo del frigorífico, y así de mal casi todo»[9].

Los domingos, las tres niñas tenían que fregar los platos después de
comer. Esto es lo que solía pasar:

«Solo de ver el fregadero lleno de cacharros y la mesa llena de


platos y vasos nos desanimábamos.

¿Por qué los domingos no podemos comer solo bocadillos? Y nos


quejábamos a mi madre. Decíamos que en la tienda de la esquina
había una oferta de vasos de plástico. ¿No podíamos comprarlos? Mi
madre, por supuesto, no escuchaba nada de lo que decíamos. “No
seáis tan perezosas”, decía mientras cerraba la puerta y nos dejaba en
“platilandia”.

Fregar incluía limpiar la mesa y barrer el suelo. En total, lo que


teníamos que hacer era: fregar los platos, secarlos, llevarlos a su sitio,
barrer el suelo, limpiar la mesa y… ¡casi se me olvida!, limpiar el
fogón, que siempre tenía alguna mancha de tomate que no salía.

Para decidir quién iba a hacer cada trabajo, escribíamos los seis
cargos en trozos de papel y los poníamos en uno de mis zapatos. Yo los
agitaba y cada una cogía dos papeles. Muchos domingos estuvo a
punto de empezar la tercera guerra mundial en nuestra cocina, porque
a alguien siempre le tocaba hacer lo mismo durante tres semanas
seguidas. Por supuesto, la que tenía los trabajos fáciles estaba más
feliz que una perdiz, pero la que tenía que fregar y limpiar el fogón no
estaba tan contenta. Así que perdíamos media hora gritando y
protestando, hasta que mi madre venía y nos decía que si no
empezábamos en cinco minutos, no podíamos salir a jugar ese
día»[10].

Lo que la Hna. Clare no dice en su versión de la historia es cómo


chantajeaba a sus hermanas y les obligaba a hacer todo, mientras ella se
sentaba en la mesa y se limaba las uñas. Sus amenazas eran algo así como:
“Si no empiezas a limpiar la cocina ahora mismo, le contaré a mamá que le
has cortado el pelo a tu muñeca”. O bien, cuando se hicieron más mayores:
“Será mejor que te pongas con ello, o le diré a mamá que has estado
fumando de camino al colegio”[11].
Gerard, a veces, pedía ayuda a sus hijas cuando hacía arreglos en la
casa. Cuando estaba remodelando los dormitorios, había que arrancar el
papel de la pared y pidió a las tres niñas que pusieran el papel en la basura.
Margaret tenía que estar a menudo encima de ellas para asegurarse de que
realmente estaban ayudando a su padre. Shauna cuenta que, cuando sus
padres no estaban presentes, Clare se ponía a vigilar en la puerta, mientras
imitaba a su madre: “Voy a subir ahora mismo las escaleras. Espero que
esos papeles hayan desaparecido”. Por supuesto, no movía un solo dedo por
ayudar a sus pobres hermanas. Una vez no se dio cuenta y lo hizo cuando su
madre, silenciosamente, estaba subiendo las escaleras detrás de ella. De
repente, Margaret soltó un gran rugido asustando a Clare, que
inmediatamente afirmó que estaba trabajando con sus hermanas. De hecho,
insistió en que ella había sido la que había llevado la mayor parte de los
papeles a la basura.
Sus padres también recuerdan que siempre sacaba buenas notas en el
colegio y era siempre la mejor de la clase[12]. La enseñanza gozaba de gran
importancia en Derry en aquel momento, ya que era una puerta que abría
mil posibilidades: “Si eres buena en el colegio, podrás hacer lo que
quieras”[13]. Fue al colegio “Nazareth House School”, que dirigían las
Hermanas de Nazaret y que estaba solo a diez minutos andando desde su
casa.
Clare, normalmente, no le daba a su madre ningún problema a la hora
de hacer los deberes. Leer y escribir le encantaba, pero tenía una especial
aversión por las ciencias y las matemáticas, y si podía aprobarlas sin hacer
ningún esfuerzo, no se lo pensaba dos veces:

«Un día en clase yo vi que la profesora tenía un libro rojo que


decía: “Libro de respuestas”, y era de matemáticas. “Tengo que
conseguir ese libro –pensaba por dentro–, así no tardaré nada en
hacer la tarea y tendré más tiempo para jugar”. Durante el recreo,
cuando nadie estaba en clase, cogí el libro y lo metí en mi mochila.
(…)

Cuando llegué a casa, como siempre, tenía que hacer la tarea. En


media hora terminé todo (usando el libro de respuestas, por supuesto).
Mi madre puso cara de sorpresa cuando vio que había terminado la
tarea de mates y que las respuestas estaban bien. “¿Y eso?”, me
preguntó. “Es que ya entiendo”, le respondí.

Después de algunos días, mi profe notó que no tenía el libro. Yo la


vi varias veces registrar la clase buscando el libro y me ponía muy
nerviosa. “Voy a devolver el libro, pero todavía no”. Yo, en mi mente,
me decía a mí misma que no lo había robado, sino que solo lo estaba
usando un tiempito y ya lo iba a devolver.

La profe siempre revisaba nuestra tarea. Cada semana nos hacía


un examen sorpresa para ver si estábamos entendiendo las clases. Ella
vio que yo siempre hacía la tarea perfectamente, pero que en los
exámenes sacaba mala nota. Mi madre también vio la misma
situación. Me sentí entre la espada y la pared. Me iban a descubrir.
Incluso tuve una pesadilla de que el libro de respuestas se abría y me
tragaba»[14].

¡Y la pillaron! Sus planes no salieron como ella pensaba…


El hecho es que en el colegio, si encontraba un modo de hacer cosas
difíciles sin esfuerzo, las hacía. Copiaba los deberes de sus amigos –o les
dejaba a ellos copiar los suyos– si le daban algo a cambio. Era
increíblemente brillante y podía sacar buenas notas con poca dedicación,
pues lograba recordar en los exámenes casi todo lo que los profesores
habían dicho en clase sin tener que estudiar mucho.
Siempre estaba haciendo el payaso con sus compañeros de clase.
“Oye, Clare, imita a la señorita tal”. Podía imitar a todos los profesores
perfectamente y sus compañeros nunca se cansaban de ello. En primaria, las
religiosas de su colegio se percataron claramente de sus capacidades y
querían ayudarla a ser más diligente y a tomarse más en serio sus estudios.
Una observación de una de las hermanas se le quedó grabada en la
memoria: “Clare, los cacharros vacíos hacen mucho ruido”. Si siempre
estaba hablando y con la cabeza en las nubes, ¿cómo iba a aprender?
Sus compañeros recuerdan que algunos profesores incluso tenían
dificultades para mantener la disciplina sin perder la compostura. ¡Clare era
tan graciosa…! Muchas veces no sabían cómo reaccionar cuando les ponía
en situaciones difíciles pero divertidísimas. Algunos maestros tenían que
bajar la cabeza para disimular la risa.
Su familia tenía una identidad católica fuerte, muy ligada a su
identidad nacional de irlandeses. Eran de una fe sencilla, basada en la
tradición familiar. Desde el principio, Gerard y Margaret querían bautizar a
Clare. Tuvieron dificultades para convencer al sacerdote, ya que ellos no
estaban todavía casados[15]. Sin embargo, los jóvenes padres insistieron
tanto que el sacerdote finalmente aceptó bautizarla en secreto en la sacristía,
en la cercana iglesia de “Long Tower”. Aunque las decisiones que habían
tomado no estaban completamente en línea con las enseñanzas de la Iglesia,
no querían privar a la recién nacida de la protección de Dios.
Su imagen de Dios era la de un juez gigante que estaba allí arriba en el
Cielo cuidando de ellos, siempre y cuando no se comportasen mal. Dios
tenía el control total de todo y tomaba las decisiones, y ellos solo tenían que
aceptar. La misma Margaret, que por muchos años fue a Misa diaria,
describe su fe de este modo: “La religión lo era todo para nosotros; algo
muy distinto a lo que se aprende ahora. El temor de Dios estaba en
nosotros”. Iban a la Misa dominical para cumplir con su obligación con
Dios. En el colegio, Clare tenía Misa todos los martes, aunque luego
confesó que siempre estaba aburrida y distraída durante la Misa. Intentaba
matar el tiempo “mirando el pelo de la gente, sus narices… Todo menos
mirar al sacerdote y al altar”[16].
Como es costumbre en Irlanda, Clare se preparó para los sacramentos
en el colegio más que en la parroquia. En “Nazareth House School” recibió
la catequesis para la Primera Comunión, que hizo en 3º a la edad de siete
años, y para la Confirmación, también en primaria, a los once años. Quizás,
en parte, por su falta de interés, no era consciente de que estaba recibiendo
el cuerpo de Cristo y de que tenía que preparar su corazón para ello. Ya
había hecho antes su primera confesión, pero tampoco comprendió la
importancia del sacramento ni sabía examinar su conciencia para ver qué
pecados había cometido. Su entusiasmo por la Primera Comunión se
fundaba en los detalles exteriores de la celebración:

«Yo hice mi Primera Comunión el día 20 de mayo de 1990. (…)


Pero la falta de sueño era por otras razones muy distintas a las que
estáis pensando...

Tenía unas ganas locas de ponerme el vestido. Soñaba con el velo


y los guantes que iban a juego. Todos los días preguntaba a mi madre
si me lo podía probar. Y mi madre me respondía: “Ya te lo has puesto
tres veces, Clare, y con eso es suficiente”. Y yo le respondía: “Es por
si he crecido un poco desde ayer y me queda corto”. Me gustaba
ponérmelo, mirarme en el espejo e imaginar que era una princesa.
Pero llegó un momento en que mi madre no me hacía caso.

Como era un día muy especial, íbamos a tener una fiesta con la
familia para celebrarlo. Por supuesto, también me iban a hacer
muchas fotos con mi precioso vestido. Y por estas razones, yo tenía
como “mariposas en el estómago” el día anterior a mi Primera
Comunión»[17].

Sin embargo, su vida de fe en la niñez no se limitaba a la Misa de los


domingos. Su madre la llevaba a la iglesia cuando la parroquia organizaba
las 40 horas de adoración eucarística. La Hna. Clare relata: “Recuerdo a mi
madre con su libro de oraciones. Y el Santísimo Sacramento debía de estar
en el altar, pero yo no lo veía. Yo veía todas esas velas que tenía alrededor y
pensaba que las 40 horas eran para subir y contar las 40 velas que había en
el altar”[18]. Es comprensible que de pequeña no le gustara ir a las 40 horas.
En su infancia se rezaba en casa el rosario todas las noches: «Desde
que teníamos tres o cuatro años, teníamos que rezar el rosario de rodillas.
(…) Recuerdo que mi madre me pellizcaba el brazo y me decía: “¿Te
puedes callar ya?”»[19]. En algunas ocasiones, la Legión de María iba por el
vecindario con una imagen peregrina de la Virgen visitando las casas. La
familia Crockett rezaba en estas ocasiones el rosario con especial devoción,
aunque, generalmente, las tres niñas se quejaban cuando había que rezar, sin
apreciarlo lo más mínimo. La Virgen, sin embargo, había puesto su mirada
en Clare con afecto maternal.
Cuando tenía unos siete años, Clare iba a la iglesia con su madre y sus
hermanas durante la cuaresma. Todas las imágenes estaban cubiertas con
telas moradas. Subían al coro y desde allí rezaban el viacrucis. Se
proyectaban imágenes de la Pasión del Señor en una tela colocada en el
presbiterio, mientras los fieles cantaban: “Jesús, acuérdate de mí cuando
llegues a tu Reino”. Ella se sobrecogía hasta el punto de las lágrimas viendo
cuánto estaba padeciendo “ese hombre”, pero sin saber quién era o por qué
se sometió a tal sufrimiento.
La compasión que experimentó Clare ante las imágenes de la Pasión
de Jesús nos muestra lo profunda que era, en realidad, esta pequeña. Ella no
sabía que era Dios, que había sufrido para redimir a la humanidad caída.
Todo lo que alcanzaba a ver era que ese hombre padecía horriblemente. El
dolor humano nunca le dejó indiferente. Cuando más tarde le preguntaron si
se acordaba de la primera vez que se encontró con el sufrimiento, la Hna.
Clare contó una sencilla historia de su infancia, ciertamente, anterior a esta
visita a la iglesia con solo siete años. Estaba en la calle y vio a un señor
muy anciano caminando con dificultad, haciendo una mueca de dolor en
cada paso. La pequeña Clare se sentía destrozada al imaginarse el
padecimiento de este buen hombre. Se le estremecía el corazón al mirarle.
Su conclusión infantil fue: “Cuando sea mayor, quiero ayudar a las personas
para que no sufran tanto”. Veremos que esta sensibilidad y compasión la
acompañarán durante su vida y se irán haciendo más profundas.
Durante su crecimiento, Clare asistió a muchas prácticas piadosas. Sin
embargo, como ha quedado claro en la experiencia que contó más arriba, no
percibía por qué eran importantes o cuál era el significado que había detrás
de ellas. No llegaba a comprender cuánto la amaba Dios Padre, que la
palabra de Dios se hizo carne para redimirla, que había recibido el Espíritu
Santo para transformarla y guiarla interiormente... Ella participaba
exteriormente, pero la única motivación que tenía era la de cumplir con las
obligaciones y continuar una tradición.
Se dieron una serie de tragedias familiares que afectaron a la vida de fe
en la familia. Poco después de que Clare cumpliera ocho años, una de las
hermanas de su padre desapareció. Una semana después, su cuerpo fue
hallado en una zanja, cerca de un arroyo a las afueras de la ciudad. Dijeron
que se había ahogado, pero quedaron muchas preguntas sin responder y la
familia siempre pensó que se había tratado de un homicidio. Algunos años
más tarde, otra de las hermanas de Gerard murió junto a su marido y dos de
sus hijos en un incendio doméstico. La única hija que sobrevivió, sufrió
unas quemaduras terribles. “¿Por qué Dios permite esto?”, era la pregunta
que venía a su boca. “¿Cómo ha podido Dios llevárselos y dejar a su hija
sola en estas condiciones?”. Juan Pablo II, en su carta apóstolica sobre el
sufrimiento humano, escribe que, mientras que la belleza de la creación
abre al hombre a la existencia de Dios, “el mal y el sufrimiento parecen
ofuscar esta imagen, a veces de modo radical[20]”. Los padres de Clare
tenían dificultades para entender cómo Dios había podido permitir tales
males. Quizás la imagen de Dios como “juez implacable” que
arbitrariamente controla todo “desde allí arriba” fuera un obstáculo para un
profundo entendimiento de las tragedias. Es Cristo quien “nos hace entrar
en el misterio y nos hace descubrir el porqué del sufrimiento[21]”.
Parecía que ir a Misa los domingos había perdido ya su significado.
Sin embargo, Margaret continuaba enviando a sus hijas todos los domingos
por la mañana, aunque ella no fuera. Clare, que en este momento ya tenía
15 años, después de recoger el boletín parroquial, solía irse con sus
hermanas al parque que había junto a la iglesia y gastaban en cigarrillos el
dinero que les daban para poner velas. Y allí esperaban a que terminase la
Misa para volver a casa.
El trasfondo de la fe de la familia Crockett y su identidad católica
quedarán más claros en el próximo capítulo, cuando hablemos de la historia
de la ciudad de Derry y de sus conflictos internos.
Sobre la alfombra roja de Derry
Capítulo 2
La pequeña Clare caminaba por la calle de la mano de su madre para
ir a hacer un recado. De repente, su madre la agarró más fuerte y Clare
miró alrededor intentando descubrir cuál era el peligro. ¡Las aceras de la
calle y las farolas de la derecha estaban pintadas de rojo, blanco y azul! En
la zona donde ella vivía, sin embargo, eran siempre de color verde, blanco
y naranja. A pesar de su corta edad, entendió perfectamente lo que el
repentino cambio de color significaba. ¡Era una calle protestante! Sus ojos,
curiosos, escudriñaron ansiosos la calle para ver si conseguían divisar a
algún protestante. Su madre la agarró inmediatamente por la coleta y tiró
de ella hacia la izquierda dándole una severa orden: “No mires siquiera
estas calles protestantes, ¿me oyes?”.

Sería imposible comprender a la Hna. Clare, sobre todo su infancia y


adolescencia, sin acercarnos al contexto político e histórico que la rodeó.
Aunque narrar la historia de Derry está fuera del alcance de este libro,
tenemos que mencionar, al menos, los cimientos de la fundación de la
ciudad y explicar los eventos que llevaron a la tensión socio-política
reinante durante la infancia de la Hna. Clare.
La historia de la ciudad de Derry se remonta al siglo VI d. C., cuando
san Columba –primer monje irlandés que dejó su país para ser misionero–
fundó un monasterio en la colina de la isla Lough Foyle. Dios bendijo de
manera patente aquel lugar y, como dijo un sabio sacerdote de Derry:
“Cuando Dios bendice un lugar, nunca retira su bendición”[22]. Catorce
siglos después, Clare Crockett fue bautizada en la iglesia de Long Tower,
dedicada a san Columba y construida sobre el terreno del antiguo
monasterio. La colina que subía todos los días para ir al colegio y en la que
jugaba siendo niña era la misma que llevaba al monasterio de san Columba.
La ciudad fundada por un hombre de Dios y, por tanto, especialmente
bendecida por Dios, estaba igualmente destinada a ser diana del enemigo,
que siempre busca propagar la ambición, el odio y la hostilidad.
La ocupación inglesa de Irlanda empezó con la invasión
anglonormanda del siglo XII. Sin embargo, la población normanda se llegó
a integrar bastante bien en la cultura irlandesa. Los vínculos con Inglaterra
eran débiles y, con el paso de los años, Irlanda llegó a ser prácticamente
independiente; los señores de cada territorio se hicieron cada vez más
autónomos.
Durante el desarrollo de la reforma protestante, a principios del siglo
XVII, el rey Jaime I de Inglaterra envió un nutrido grupo de colonos
ingleses y escoceses a fundar una ciudad amurallada en Derry, sobre la
misma colina que san Columba había elegido para su monasterio. El
propósito era reforzar el poder británico en Irlanda, especialmente en la que
se percibía como zona más “rebelde”. Con la toma de control de Derry,
Inglaterra esperaba reprimir cualquier posible sublevación irlandesa contra
el nuevo Imperio Británico. Los ingleses dieron entonces a la ciudad el
nombre de Londonderry. A los irlandeses católicos no se les permitía vivir
dentro de la ciudad. Se les forzó a construirse casas en el terreno pantanoso
de la ladera occidental de la colina, por donde antiguamente pasaba un río.
Justo en esta región es donde se situará, siglos más tarde, la casa de Clare.
Las demás tierras del condado fueron divididas por el rey entre anglicanos
de su favor.
Ya desde el principio, la relación entre las dos poblaciones fue tensa.
¡La sed de poder y la ambición de mantenerlo corrompen fácilmente el
corazón del hombre! Aunque la población católica de Derry aumentó por
las migraciones agrícolas, a los católicos se les negó cualquier tipo de
representación política. La situación empeoró a comienzos del siglo XX con
la guerra irlandesa de independencia: los irlandeses tomaron las armas para
luchar por la libertad respecto a Gran Bretaña. En 1920, el gobierno inglés
aprobó una ley por la que Irlanda fue dividida en dos. Para absoluto
disgusto de los irlandeses, Derry se incluyó en el norte, a pesar de estar
situada en la orilla occidental del río Foyle que, supuestamente, hacía de
línea divisoria. Cuando la separación política se hizo realidad en 1921 y el
sur se independizó de Gran Bretaña, la mayoría de los irlandeses de Derry
se sintieron desolados al quedar aislados de sus paisanos y de su religión.
A estas alturas, la comunidad estaba dividida entre los nacionalistas,
que querían pertenecer a la nueva República Irlandesa y que eran en su
mayoría católicos; y los unionistas, que querían pertenecer al Reino Unido
y eran protestantes. Entre los nacionalistas había republicanos, que estaban
dispuestos –y de hecho lo hicieron– a tomar las armas para lograr la unidad
de Irlanda. Y homólogo fue el caso de los lealistas entre los unionistas.
Bajo el liderazgo de los unionistas, la vida de Derry llegó a ser muy
difícil para la población católica de las siguientes décadas. Había una clara
discriminación en el empleo: los puestos de gobierno no estaban
disponibles para los católicos y se animó a las empresas a no contratarlos.
Mientras la tasa media de desempleo en el norte era del 8% en ese
momento, en Derry se alcanzó el 20%. Había algunos puestos de trabajo
para mujeres en fábricas de camisas, pero el desempleo masculino se elevó
al 30%. Existía, simultáneamente, un problema inmobiliario, y los católicos
vivían hacinados. Un doctor recuerda haber visitado en los años 60 una casa
de dos habitaciones donde habitaban 26 personas.
El gobierno unionista no tenía ningún interés en resolver los problemas
de vivienda de la zona católica. De hecho, esto solo reforzaba su hegemonía
política, pues solo los dueños de las casas podían votar en las elecciones y
había un límite de un solo voto por casa. Si varias familias católicas vivían
en la misma casa, solo una persona podía votar. De esta manera, los
unionistas mantuvieron su dominio sobre la ciudad a pesar de que la
mayoría de la población –el 67%– era nacionalista. Cuando los jóvenes se
casaban y querían fundar su propia familia, tenían que continuar en casa de
sus padres, ya que se les negaba la posibilidad de buscar vivienda propia.
En muchos casos, la pobreza misma fue un factor decisivo: aquellos que
tenían ingresos bajos no podían pedir préstamos o hipotecas.
Inspirados por el Movimiento de Derechos Civiles de Estados Unidos
y de otros lugares, en 1960 los nacionalistas de Irlanda del Norte decidieron
exigir pacíficamente sus propios derechos. En la primera gran Marcha por
los Derechos Civiles de octubre de 1968, la multitud de nacionalistas fue
atacada inesperadamente por la policía, que bloqueó todas las salidas de las
calles de la zona. Se siguieron inmediatamente disturbios en los días
sucesivos. Comenzó así el periodo conocido como “Los Disturbios”.
Margaret y Gerard Crockett vivieron todos estos eventos durante su
infancia y adolescencia. En estas primeras etapas de la contienda, los
nacionalistas fabricaron bombas de petróleo e incluso recurrieron a lanzar
piedras, mientras que la policía local y los británicos les respondían con
proyectiles de plástico y gases lacrimógenos. Un policía lanzó los primeros
disparos del conflicto de Brandywell, en el lugar que una década más tarde
sería el barrio de Clare. A medida que iban cayendo víctimas, se abrieron
heridas sociales que serían después muy difíciles de curar. El abismo que se
originó entre la población católica y el gobierno británico se hizo
progresivamente más profundo, con enfrentamientos cada vez más
frecuentes.
El gobierno introdujo, en agosto de 1971, la reclusión: el
encarcelamiento sin juicio. Esto enfureció aún más a la población, ya que
fueron arrestados cientos de hombres en Irlanda del Norte sin ninguna
explicación. Con frecuencia, las familias no sabían si sus hijos habían sido
asesinados en los disturbios o les habían arrestado. El miedo y la angustia
dominaron esos días de silencio por parte del gobierno. Las protestas y
enfrentamientos violentos entre los jóvenes y la Armada Británica se
convirtieron en algo cotidiano. Las zonas de Bogside, Brandywell y
Creggan, que formaban el distrito sur, llegaron a ser una zona de riesgo para
la policía y el ejército; se formaron barricadas para mantenerlos fuera del
territorio.
El 30 de enero de 1972 se organizó una marcha contra la reclusión, que
luego fue conocida como “Domingo sangriento”. Hacia el final de la
marcha, los vehículos del ejército británico se dirigieron hacia los
participantes por detrás y, mientras la gente intentaba escapar, los soldados
dispararon. Trece hombres y jóvenes desarmados murieron a tiros en las
calles; otros fueron heridos. Una de las víctimas murió por un segundo tiro
mientras yacía herida. El odio y la ira se apoderaron de Derry. El P. Edward
Daly, que luego fue Obispo de Derry, de 1973 a 1993, estuvo presente
durante la marcha y trató de poner a una de las víctimas a salvo. Él sostiene
que Derry ya no fue la misma después de ese día. Después de un tiempo de
reflexión, el obispo Edward llegó a la conclusión de que la violencia estuvo
totalmente injustificada por ambas partes del conflicto y que nunca lograría
los objetivos previstos. Sin embargo, admite que, si hubiera sido joven y no
sacerdote en ese momento, no sabe cómo habría reaccionado; ¡lo que
habían presenciado era escandalosamente injustificado![23].
El movimiento republicano y el IRA[24] ganaron más reclutas que
nunca. Había una gran enemistad por ambas partes y cada vez más jóvenes
se unían a la fabricación de bombas y al diseño de tácticas de presión al
gobierno británico. Las huelgas de hambre de 1980-1981 de los prisioneros
republicanos dejaron un surco profundo en la población, ya que un gran
número de familias tenían miembros en prisión –incluida la de Clare,
aunque en un momento posterior–. Había gran obstinación en ambas partes
de la lucha. La muerte de diez jóvenes a causa de la huelga de hambre,
hombres que habían reivindicado y a los que se les había negado el
reconocimiento político, provocó una intensificación de las campañas
paramilitares y el aumento de las divisiones ya existentes dentro de la
comunidad.
Todo esto ocurrió justo antes del nacimiento de Clare, en 1982. “Los
Disturbios” no llegaron a detenerse hasta el Acuerdo del Viernes Santo de
1998, cuando Clare tenía 15 años, gracias a muchos factores políticos, pero
sin dejar de lado los religiosos. Gran parte de la comunidad, convencida de
que la violencia no era la solución, intensificó sus oraciones y organizó
marchas por la paz. La bendición del Señor estaba todavía sobre la ciudad y
Él, junto a san Columba, no iba a dejar al diablo la última palabra. Dios
empezaría a entrar en la vida de Clare algo más tarde gracias a los líderes de
uno de estos movimientos.
Aunque los padres de Clare y sus hermanas se vieron más afectados
que ella por los conflictos, tales acontecimientos, junto con el ambiente de
odio y amargura que se respiraba, tuvieron, necesariamente, un profundo
impacto en ella. El obispo Edward Daly escribió que las tristes divisiones
de la sociedad eran “hereditarias y, en algunos casos, irracionales”[25].
Podemos ver parte de esta irracionalidad en la prohibición que Margaret
hizo a su hija de mirar las calles protestantes, por ejemplo. Pero aunque a
veces sea irracional, este tipo de reacción es el resultado de experiencias
concretas vividas desde los dos lados de la población, que luego se
transmitieron a la generación más joven. Muchos estaban dispuestos a
tomar las armas y a morir por su país si fuese necesario, y transmitieron
estas convicciones a sus hijos.
Años más tarde, siendo ya hermana, la Hna. Clare describió cómo
vivió esta situación: «Por razones políticas hay una gran división en el norte
entre protestantes y católicos. Cuando vivía en mi país, este conflicto y la
discordia se podían palpar claramente. Siempre he vivido en una zona y en
una familia predominantemente nacionalista. Luchábamos por una Irlanda
libre, que consistía en una ruptura radical con Gran Bretaña. Quizás porque
he venido de una familia y de un entorno tan radical y guerrero, yo siempre
he sido una persona de “todo o nada”»[26].
Los disturbios callejeros y las bombas fueron muy frecuentes durante
1980. Aunque la violencia estaba empezando a disminuir un poco, al menos
en comparación con los años 70, el miedo seguía reinando. Su madre
recordaba su alegría cada vez que las niñas volvían a casa: “Dábamos
gracias a Dios cuando las teníamos en la puerta, porque quizás en otras
familias los hijos no volverían”. Puede que alguno lo considere un miedo
exagerado. Sin embargo, las muertes accidentales y de niños inocentes no
eran en absoluto una preocupación irracional para Margaret. Cuando ella
tenía 10 años, dispararon accidentalmente en la calle a una joven de 14
años, llamada Annette McGavigan, con el uniforme del colegio, mientras se
tomaba un helado. Cuando tenía 12, a pocas manzanas de su casa,
dispararon también accidentalmente a otra niña de la misma edad. Las dos
eran estudiantes del Colegio Santa Cecilia, a donde luego iría Clare. Era
fácil quedar atrapado en “Los Disturbios” sin buscarlo.
Clare y sus hermanas estaban bien entrenadas y sabían que tenían que
tirarse al suelo cuando escuchasen disparos o una bomba. Había muchos
secuestros y amenazas de bomba. La policía entraba frecuentemente en las
casas del vecindario para inspeccionar sin dar ninguna explicación. Los
jóvenes pasaban por la noche a recoger las botellas de cristal de la leche que
las familias del barrio dejaban en la puerta, para la producción de bombas
de petróleo. Cuando la policía se dirigía hacia el barrio de Clare, con
frecuencia recibía ataques con estas bombas. Quemaron un autobús cerca de
su casa. De camino al colegio, cuando había momentos de tensión, la
policía les paraba –porque eran católicas– para buscar explosivos en sus
mochilas. Su amiga Danielle recuerda que los soldados las invitaban a mirar
sus armas. Otro día, recuerda estar jugando fuera y que unos hombres
enmascarados pasaron delante de ellas y subieron a un edificio cercano.
Todo esto era la ciudad de Derry que Clare conocía y amaba. A pesar
de las dramáticas circunstancias, Clare, sus hermanas y sus amigas no se
encogieron por el miedo y la sospecha. De hecho, aunque conocían muy
bien el peligro real en que vivían, nunca tuvieron la impresión de ser niñas
y jóvenes desfavorecidas. Desde muy pequeñas tenían permiso para salir a
jugar a las calles en grupos e ir caminando al colegio. Sharon Doherty, una
amiga de secundaria de la Hna. Clare recuerda: “Teníamos hogares felices y
comunidades felices… No hubiéramos querido estar en otro lugar”.
Y Clare fue, sin duda, una chica alegre y feliz, llena de ambiciosos
planes para el futuro. La gente de Derry tiene muchos dones artísticos y
Clare no fue una excepción. Muy consciente de sus talentos, todas las
semanas tenía una nueva idea o un proyecto para el futuro, y sus padres solo
ponían los ojos en blanco y se reían. Animada por los profesores del
colegio, empezó a recitar poesía irlandesa en el festival tradicional irlandés
conocido como “Derry Feis”. También cantaba en un coro y hacía
actuaciones en el colegio. Le encantaba escribir. En un cierto periodo, su
sueño era llegar a ser escritora famosa. Tuvo una época en que dedicó
largas horas a escribir una novela situada en el contexto del hambre en
Irlanda.
Cualquier plan de futuro que se propusiera –ser escritora, cantante o
actriz– tenía siempre una motivación invariable: la fama. Ella iba a ser
famosa. Pronto, en secundaria, Clare decidió formar una banda con tres de
sus amigas más cercanas: Sharon, Danielle y Michelle. “Hablábamos del
día en que se vendieran estuches con nuestras fotos y calcetines con el
nombre de nuestra banda”[27]. Sharon confiesa que no tiene extraordinarios
talentos musicales, pero que Clare, de alguna manera, se las arregló para
convencerla. “¡Tú puedes, Sharon! ¡Tienes una voz increíble!”. Danielle fue
también relativamente fácil de convencer. Michelle, que cantaba fatal, fue
nombrada por Clare mánager de la banda, y se encargaba de preparar el té y
los aperitivos mientras las otras tres practicaban. El nombre de la banda era:
“Los ángeles eléctricos”. Y su primera canción, escrita por la misma Clare
fue: “Danos una oportunidad”. La actuación de inauguración fue en la fiesta
del 40 cumpleaños de un tío Crockett. Después, las niñas estaban eufóricas
y orgullosas de su éxito, pero nunca más les volvieron a pedir que cantaran.
Parece que no eran tan buenas como Clare creía al principio.
Con el paso del tiempo, Clare empezó a tener más claro que quería ser
actriz y, por supuesto, “no una actriz cualquiera, sino una actriz famosa”[28].
Le encantaba todo lo que tuviera que ver con el teatro: actuar, escribir, leer
y dirigir. Su meta era Hollywood. Su carácter de radicalidad –todo o nada–
se hizo patente aquí: “O actriz famosa en Hollywood o nada de nada”[29].
Se mantuvo firme en su sueño y nadie se atrevió a intentar convencerla de
lo contrario. Su hermana Shauna recuerda entre risas: “Tenía que conseguir
una chaqueta roja de cuero, porque pensaba que le iba a dar la fama solo el
hecho de tener una chaqueta roja de cuero”. Y la consiguió. De hecho, hay
muchas fotografías de Clare con la chaqueta puesta, incluso en su primer
viaje a España.
La fama no era su única meta; además iba a ser millonaria. Su amiga
Rachel la recuerda siempre diciendo: “Voy a llegar lejos y voy a llevaros a
todos conmigo”. Y mientras Sharon estudiaba, Clare se sentaba a su lado y
le escribía cartas: «Cuando esté conduciendo mi Lamborghini con Brian
Kennedy[30] y tú estés colocando estanterías en el supermercado del barrio,
diré: “Brian, para el coche, que Sharon está ahí dentro, no tiene dinero para
alimentar a sus niños. Su madre sigue fregando suelos; tiene que alimentar a
cinco”, y entraré y te daré un billete de cinco libras». Ahí podemos observar
su jocosidad y sentido del humor, pero se ve también el futuro que
vislumbraba para sus amigas y compañeras de clase. Sharon quería ir más
allá de este destino, pero Clare no encontraba la necesidad de dedicar más
tiempo a la escuela. ¡Estaba tan segura de que iba a ser famosa…! Una
actriz famosa no necesita todos esos conocimientos. En secundaria, se
aprovechaba de su inteligencia natural y de su creatividad para escribir una
redacción en quince minutos justo antes de la clase y sacar una buena nota.
En el instituto “Santa Cecilia”, donde cursó la secundaria, se ofrecía
teatro como una clase optativa. Ella se apuntó enseguida. Pronto, el teatro y
el inglés se convirtieron en sus asignaturas favoritas, eligiéndolas para el
examen de calificación nacional que se hace a los 16 años. El plan de
estudios en teatro era de un 70% de teoría y un 30% de práctica, y había
mucho espacio para la creatividad en la clase.
La profesora, Greta McTague, todavía recuerda el carisma, la simpatía,
la creatividad de Clare, su talento innato y su sentido del ritmo de la
comedia. Clare tenía una chispa especial y una gran capacidad para la
picardía. Greta la describe como “algo traviesa y con una gran capacidad de
diversión”. A Clare siempre le había gustado imitar diferentes voces y
acentos, y ahora había encontrado a una profesora que secundaba todas sus
ingeniosas ocurrencias. Clare era extravagante, le encantaba hacer una
actuación llamativa y colorida, pero nunca inapropiada; su elección del
momento era siempre perfecta. Greta disfrutaba de su presencia y de su
participación en clase. Clare, por su parte, admiraba mucho a su profesora,
la señorita McTague. Algunas de sus amigas dicen que Clare llegó incluso a
hacer un ídolo de ella.
Alrededor de los 14 años, Clare vio un anuncio en el periódico local
que decía algo así: “¿Sueñas con aparecer en la gran pantalla? Este curso es
tu oportunidad de ganar experiencia y recibir consejos para trabajar en la
industria de la televisión y el cine”. Enseguida se apuntó a este taller de
actores. Una parte importante del programa era aumentar la autoestima de
los estudiantes. Tenían que caminar alrededor de la habitación, con la
cabeza alta –era muy importante no bajar la cabeza en ningún momento– y
repetir: “Soy la mejor”. A los estudiantes se les decía: “Tú eres el mejor. No
hay nadie como tú. Nadie actúa mejor que tú”. Clare recordará después:
“Yo me lo creía, por supuesto”. Le habían hecho creer que era la mejor en
todos los sentidos: talento, posibilidades de futuro, imagen, belleza, etc.
Clare ya no era la misma al volver a casa después de esas clases. Exigía que
toda la familia se sentara en el sofá y la mirase, mientras ella les demostraba
todo lo que había aprendido. Sin embargo, tanta era la insistencia en que era
la mejor –contando con su seguridad natural– que muy pronto llegó a
convencerse de que no necesitaba las lecciones, porque ya sabía todo lo que
le estaban enseñando.
Después del curso, la invitaron a formar parte de una agencia de
interpretación. En esta agencia siguió recibiendo formación y tenía un
mánager que la llamaba cuando había una audición o un casting para una
película o un programa de televisión. También estaba pendiente de una
revista en la que se anunciaban nuevas oportunidades y otras audiciones.
Danielle recuerda haber ido a algunos castings con la Hna. Clare, en los que
pasaban horas esperando a que las llamasen. Clare disfrutaba cada minuto.
Se ponía a hablar con quien estuviese allí, sin ocultar que estaba convencida
de su inminente éxito. En un casting se presentaron 800 jóvenes y Clare lo
ganó. Todos los que la veían en acción estaban de acuerdo en que “Clare
llegaría muy lejos”. Había dos actuaciones que realizó en los castings y que
a menudo interpretaba a quien se lo pedía. La primera consistía en imitar a
una mujer loca que estaba aislada en una celda. Podía cambiar sus gestos y
la expresión de su cara en un instante, yendo de una mirada vacía a una risa
histérica incontrolable. En la segunda actuación, imitaba a la mujer de un
alcohólico cuando este llegaba a casa por la noche, borracho como de
costumbre, después de haber gastado los ahorros de la familia. Discutía con
él, le gritaba e incluso recibía una bofetada.
Su éxito inmediato confirmó su talento. Obtuvo su primer trabajo en el
“Canal 4” de Inglaterra a la edad de 15 años. Y en los años siguientes fue
presentadora de varios programas. Megan recuerda que una televisión les
envió a casa las tomas falsas de un programa sobre los derechos de los
animales. “Estaba grabando y había elefantes detrás de ella. Mientras
grababa, uno de los elefantes se acercó y le dio un golpe con la trompa, y
tuvieron que parar”. A todos les parecía divertidísimo, por supuesto. A
pesar de la insistente negativa de Clare, ellos lo ponían una y otra vez y se
lo enseñaban a sus amigos y familiares.
El “Canal 4” conserva en sus archivos uno de los programas que hizo
Clare durante ese tiempo, titulado: “El momento de mi vida”. En este
programa, a sus 16 años, Clare entrevistaba a adultos, en un intento de
entender las circunstancias en las que habían crecido y los ambientes que
les rodeaban. Después de preguntar a Sheila Hughes, una artista del teatro
de Belfast, sobre su infancia y juventud, Clare también respondió a alguna
de las preguntas de Sheila sobre su propia vida. En cuanto a lo que le
gustaría hacer después de la escuela, Clare afirmó: “Me encantaría actuar.
Es un trabajo duro, porque hay muchos actores y actrices que quieren
hacerlo a lo grande. Todo el mundo tiene este tipo de sueño, pero creo que
si lo mantienes el tiempo suficiente y estás verdaderamente convencido y
tienes confianza, entonces, tendrás éxito”.
No hay ninguna duda de que ella tenía la determinación, la confianza y
el talento para alcanzar el éxito. De hecho, ya se estaba haciendo realidad.
Su sueño estaba finalmente en un horizonte cercano. ¿Pero era feliz?
Dios entra en escena
Capítulo 3

Clare, a sus dieciséis años, colgó el teléfono y se desplomó sobre el


sofá, sin poder esconder su asombro. Shauna, que había oído toda la
conversación, susurró:
—¿En serio que Nickelodeon te va a ofrecer un trabajo? ¡Qué fuerte!
Clare asintió con la cabeza.
—Sí. Mi mánager dice que le han llamado de Nickelodeon
preguntando directamente por mí. Han visto algo de lo que he hecho y
me quieren ofrecer el papel de presentadora en una nueva serie que
van a producir. Quieren hacerme una entrevista por teléfono. Él dice
que esta es mi primera oportunidad real para llegar a la fama, ¡van a
poner carteles con mi foto por todas partes cuando lo anuncien!
—¡Con tu nombre: Clare Crockett!
Aquel momento de sorpresa no le duró mucho a Clare. Mientras
soñaba con su imagen en los anuncios de un programa de
Nickelodeon, se incorporó en el sofá y, elevando ligeramente la
barbilla, exclamó:
—No. Creo que me cambiaré el nombre. ¿Qué tal Wembley Doyle?
¡Es un nombre perfecto para una actriz!
Shauna alzó los ojos sin ni siquiera intentar adivinar si su hermana
iba en serio o no con lo de cambiarse el nombre.
—¿Wembley? ¡Ese es el nombre de tu perro! Yo diría que Clare
Crockett suena mucho mejor.
—Entonces tendrá que ser Clarabella Crockett –concluyó con una
sonora carcajada.

A pesar del entusiasmo inicial de Clare por la oferta, según pasaban los
días, su inquietud aumentaba más y más cada vez que pensaba en ello. Hizo
la entrevista y, como era de esperar, consiguió el trabajo, pero el caso es que
no estaba totalmente convencida. Había hecho diferentes actuaciones como
presentadora, obteniendo cada vez más éxito, pero percibía dentro de sí una
extraña sensación de vacío, incluso cuando se veía en la pantalla familiar en
los programas ya terminados y emitidos por la televisión. No podemos no
ver la mano providente de Dios que empezaba a guiar su vida,
permitiéndole sentir ese vacío e insatisfacción. Ella no sabía aún la causa de
esas sensaciones que experimentaba. Por entonces, nunca hubiera
imaginado que su inquietud persistiría hasta que Dios hubiera llenado su
corazón.
No tenemos mucha información sobre la propuesta exacta que le hizo
Nickelodeon, pero sabemos que era algo “grande”. Está claro que iba a ser
la presentadora principal de un nuevo programa para jóvenes, quizá en la
versión británica e irlandesa de Nickelodeon que se lanzó en los años 90
como el primer canal internacional de Nickelodeon. Shauna recuerda que
una de las razones principales por las que el mánager de Clare insistió en
ese trabajo era por la cantidad de dinero que le iban a pagar.
“Presentar programas no me va –fue su conclusión–; tengo que ser
actriz. Si realmente quiero llegar a Hollywood, tengo que dejar de aceptar
trabajos como presentadora. Eso no me satisface”. Entonces, llamó a su
mánager y le dijo que había decidido rechazar la propuesta de Nickelodeon.
Aunque Clare quería ser rica, no estaba dispuesta a traicionar lo que ella
consideraba su verdadera felicidad por dinero, por mucho que le
presionaran para hacerlo. Ya vemos aquí una cierta nobleza de su carácter;
no era tan superficial como para pensar que solo el dinero la llenaría. Poco
tiempo después, decidió también romper con su mánager, pues pensaba que
podía apañarse ella sola. Él le seguía insistiendo en la oferta de
Nickelodeon, pero ella ya estaba cansada de oírlo. Por entonces se hablaba
de que se iban a rodar en Derry dos películas sobre los eventos del
“Domingo sangriento”. Este sería un trabajo propiamente de interpretación
y no necesitaba la ayuda del mánager para que le dieran un papel. ¡Sería
famosa siendo una actriz en toda regla!
Si echamos un vistazo a los programas que Nickelodeon lanzó poco
tiempo después en Estados Unidos, encontramos, por ejemplo, “The
Amanda Show” (El show de Amanda), en octubre de 1999. La actriz
Amanda Bynes entró en el mundo de la fama para acabar pocos años
después en un hospital psiquiátrico con serios problemas de droga y
alcohol[31]. Años más tarde, la Hna. Clare hacía referencia a Amanda Bynes
como un ejemplo de cómo podría haber acabado ella misma si Dios no
hubiera entrado en su vida.
Ya hemos visto cómo Clare, en busca de realizar sus sueños, no estaba
muy interesada en los estudios. Bajar corriendo por los campos de
margaritas había perdido su encanto. Como adolescente, todo un mundo
nuevo pareció abrirse ante sus ojos: fiestas, discotecas, alcohol… Quería
divertirse y dar rienda suelta a su vibrante personalidad. Aunque en su
confirmación había firmado una promesa ante el obispo de no beber hasta
que no cumpliera 18 años[32], rompió tal promesa solo un año después, a los
12 años.
En los primeros años de la adolescencia, ella y sus amigas tenían
documentos de identidad falsos para intentar entrar en las discotecas [33].
Sin embargo, Clare tenía un rostro tan infantil que a menudo no la dejaban
entrar. Sus amigas se habían puesto de acuerdo sobre una rigurosa regla: si
a alguna de ellas le negaban el paso, entonces ninguna de ellas se quedaría
allí. Mientras se preparaban para salir, todas sus amigas ayudaban a Clare a
arreglarse para asegurarse de que el peinado y el maquillaje pudieran
disimular su cara de niña. A los 16 años, las salidas del sábado eran
sagradas para ella y sus amigas. Esporádicamente, salían también el viernes.
Su amiga Rachel ayudó a Clare a conseguir un trabajo los sábados en
un bar local para tener algo de dinero propio. Servía té y café a los clientes,
pero sorprendentemente habría preferido fregar los platos. ¿Por qué?
Porque de esa manera podría estar en el trasfondo pasándoselo bien sin
tener que estar pendiente de comportarse correctamente ante los clientes. Le
pagaban 20 libras a la semana, lo que le permitía comprarse alcohol y
tabaco.
Más tarde dijo la misma Clare: “Me era imposible vivir sin un paquete
de cigarrillos”. Había, sin embargo, una excepción: estaba dispuesta a
sacrificar algunos cigarrillos por “un bien mayor”. Cuando el lunes llegaba
a clase sin haber hecho los deberes del fin de semana, pedía a sus amigas
que le hicieran los deberes a cambio de algunos cigarros. Sus amigas
fumaban en el instituto a espaldas de los profesores. Cuando iba a fumar
con sus amigas, Clare disfrutaba escondiéndose detrás de la esquina donde
se ponían ellas e imitando la voz de algún profesor echándoles una
reprimenda. Siempre conseguía que sus amigas se murieran de miedo antes
de descubrirles la broma.
Por aquel tiempo, dos de sus amigas fueron a un retiro organizado por
un grupo católico de jóvenes llamado “COR” (“Christ in Others Retreat”),
que empezó en Estados Unidos y luego llegó a Irlanda. Los miembros del
grupo de Derry querían llevar esperanza y sanación a los jóvenes, muchos
de ellos heridos por el difícil ambiente causado por el conflicto norirlandés
de “Los Disturbios”. El retiro procuraba permitir a los jóvenes tener un
encuentro con Dios en la Eucaristía. A sus amigas les había tocado mucho
el retiro y hablaban constantemente de él. Le insistía: “Clare, tienes que ir.
¡Ha sido genial! Ha cambiado nuestras vidas”. Al final, la convencieron, a
pesar de su reticencia. Ella insistía en que la religión no le interesaba. Los
domingos seguía saliendo al parque que estaba cerca de la parroquia en vez
de ir a Misa. Sus amigas le dijeron que no se preocupara y le aseguraron:
“No es tan religioso”.
Y, de hecho, los fines de semana “COR” estaba centrado
principalmente en valores familiares, en ayudar a los adolescentes a
reconciliarse con sus familias y volver a descubrir el valor de la misma. En
la “sesión de queja” tenían que pensar en la lista de todas las ofensas y
malas obras que habían realizado en casa, y en la “sesión de afecto” se les
ayudaba a reconocer las cosas buenas presentes en sus familias. Era un
programa de jóvenes que trabajan para otros jóvenes, por lo que las amigas
de Clare fueron las guías en el retiro que hizo ella. En el retiro había
también una “madre” y un “padre”, dos adultos que ayudaban ese fin de
semana. Había momentos más desenfadados, con juegos, canciones y
representaciones, pero también había momentos en los que se ponía a los
adolescentes en contacto con el Señor y con la fe a través de la Misa, la
confesión y ratos de oración en la capilla.
Clare tenía 16 años cuando participó en el retiro “COR” de enero de
1999, en el centro carmelita de retiros de Termonbacca, en Derry. Su primer
pensamiento fue: “¡Dios mío, están todos locos!”. Aunque había
acompañado a su madre a la adoración cuando era pequeña, esta es la
primera vez que recuerda haber visto el Santísimo Sacramento expuesto
sobre el altar. El sacerdote que dirigía el retiro dijo a los jóvenes que el
Señor estaba realmente presente en la Eucaristía y que tenían que hablar
con Él. Debajo de la custodia, había una imagen del Señor con las palabras:
“Jesús, nuestro Salvador”. Clare se quedó mirando a lo que ella pensaba
que era un trozo de pan y luego se fijó en la imagen, preguntándose si el
hombre de esa imagen podría realmente estar también en la custodia. “¿Me
está mirando? ¿Me escucha?”, se preguntaba. El sacerdote había dicho que
tenían que hablar con Él, así que hizo un intento: “¿Qué tal?”. No tenía ni
idea de cómo rezar, pero su sencillez no pudo no conmover el Corazón de
Cristo.
Fue en el tiempo de silencio de aquella pequeña capilla cuando fue
consciente por primera vez de que Jesús quería hablar con ella. También
percibió que Él quería pedirle algo, como si sus palabras requiriesen algún
tipo de respuesta. ¿Qué podría ser ese “algo”? No estaba segura. De hecho,
estaba bastante confusa por toda la experiencia de “oír” a Dios que le
hablaba, y no pudo evitar preguntarse si se estaría volviendo loca. Al final
del retiro, se pidió a los participantes que escribieran sus propósitos. Clare
escribió: “Mi compromiso es intentar seguir en ‘COR’ e ir a Misa los
domingos, intentar ser mejor en casa y en clase”. Sin embargo, parece que
el Señor le estaba pidiendo más. Se le empezó a despertar la conciencia y
entendió que había muchos vicios en su vida que no agradaban a Dios y que
nunca la llevarían a la verdadera felicidad. Pero no estaba acostumbrada a
escuchar la voz de Dios, y había tanto ruido en su vida, interior y
exteriormente, que le resultaba difícil oírla. Él se había acercado a su
corazón y, a medida que ella se lo iba abriendo, su voz sería cada vez más
nítida.
Unos años después de esta experiencia, alguien preguntó a Clare qué
era lo más importante o quién ocupaba el primer puesto en su vida en el
momento en que hizo este retiro y ella respondió: “Yo”. Estaba inmersa en
una vida de orgullo y vanidad, y era difícil quitarse a sí misma del centro y
escuchar la voz de Dios. No obstante, este fue el primer encuentro de Clare
con Cristo como una persona real que la amaba y quería hablarle. En aquel
momento, ella no dio mucha importancia a esa experiencia, pero de alguna
manera empezó a rezar más.
Había hecho algunos amigos y empezó a ir regularmente a los
encuentros de “COR” que se tenían cada dos semanas. En una ocasión, unas
religiosas fueron a hablar a los jóvenes del grupo sobre la vocación.
Explicaron que Dios tenía un plan para cada persona y que la vocación es
una llamada a seguir a Jesucristo. Clare estaba en shock. Todo lo que decían
las hermanas le tocaba personalmente y parecía describir lo que ella ya
había experimentado en el retiro. Recordó que el Señor había querido
pedirle “algo”… Ahora, mientras la hermana explicaba lo que era la
vocación, reconocía que ella debía tener eso exactamente, pero aún no
entendía lo que eso conllevaba. Se acercó a una de sus amigas y le susurró
su pregunta. Su amiga contestó: “A ver… Tener vocación significa que
tienes que ser monja”. Clare casi se cae de la silla. Ser monja era la última
cosa que hubiera querido hacer en su vida. “Oh, las monjas tienen 82 años y
llevan gafas del tamaño de una ventana y rezan todo el día”. ¡Ella deseaba
ser famosa! La vocación era algo que, indudablemente, no quería. Entonces
dijo al Señor: “¡Tú sabes que mi vocación es ir a Hollywood! ¡Lo sabes
mejor que nadie!”. Después de este encuentro con las religiosas, decidió
que debía cambiar algunas cosas de su vida, especialmente las que ofendían
a Dios más claramente. Esta decisión duró solo unos días. Ese mismo fin de
semana salió y se fue de fiesta otra vez con sus amigas. Tampoco perseveró
mucho tiempo en su propósito de ir a Misa los domingos.
Aquel verano fue a un campamento con “COR” en una playa de
Donegal. Una noche en que los adolescentes no tenían ganas de irse a la
cama, los monitores se quedaron un rato con ellos y charlaron un poco
mientras se fumaban unos cigarrillos. “¿Hay un modo mejor de vivir?”; ese
era el tema de la conversación. Los adultos intentaban hacer ver a los
jóvenes que el alcohol y las fiestas no eran un buen modo de vida a seguir.
Thomas Gallagher recuerda cuánto se abrió Clare al hablar sobre su vida y
sobre las cosas que hacía. ¡Tenía tantas preguntas…! “¿Está bien lo que
hacemos?”, preguntó junto con los demás. Según avanzaba la conversación,
era evidente que los jóvenes no sabían a dónde dirigirse: “No conocemos
otra cosa”. El Señor respondería pronto a sus preguntas.
El curso siguiente, en el primer retiro “COR”, pidieron a Clare ser la
guía de un grupo y dar una charla a los nuevos jóvenes que habían llegado.
Mirando atrás se preguntaba: “Realmente no sé de qué hablé en las charlas
o qué testimonio di, pues, ciertamente, no tenía mucho que decir a nivel
religioso. Tenía un gran deseo de vivir, de llevar adelante mis proyectos y
mi meta, pero Dios no tenía, en absoluto, un papel central en mi vida”. Y
tenía razón. Tenemos una copia de la charla que dio al año siguiente, en
febrero de 2000, titulada “Realidad”. Clare habló de la realidad de volver a
la vida de cada día después de un retiro “COR”. Explicaba que había
pensado en dejar el grupo definitivamente, pero que en el fondo sabía que
tenía que permanecer y que el segundo fin de semana había sido mejor que
el primero. Ahora ella querría estar allí siempre, aunque eso supusiera “no
volver a salir el fin de semana”. “Y os digo que ese es un gran sacrificio…
No me importaba, porque, simplemente, me encantaba el ambiente y
pensaba que todo el mundo era realmente estupendo”. No mencionaba el
papel de Dios en su participación en “COR”, en parte, quizá, porque ni ella
misma era plenamente consciente del hecho de que Él era el que la estaba
guiando. Sin embargo, no cabe duda de que en la atmósfera de las
actividades del grupo había percibido una felicidad y una alegría que el
mundo no podía ofrecerle.
Vale la pena detenerse un momento a considerar cómo describen los
líderes de “COR” a Clare en ese tiempo. Leo McCloskey, que era el “padre”
del primer retiro de Clare, dice: “Lo más llamativo era verla sonreír: sus
ojos sonreían y ella se iluminaba”. El P. Roland Colhoun, sacerdote
encargado de “COR”, recuerda: “No podía pasar desapercibida en la sala.
Había unos 50 o 60 jóvenes en el retiro del fin de semana, pero a ella no le
perdías la pista. Era la alegría con patas”. Otros adultos que apoyaban
“COR” dicen que era como el flautista de Hamelín, siempre con un grupo
de gente a su alrededor que la seguía adonde fuera. Era como “una chispa,
llena de vitalidad y muy divertida”.
El Señor había puesto los ojos en ella. Desde el principio, Clare
experimentó de forma gradual la llamada que Dios le hacía a dejar el
mundo de pecado y, al mismo tiempo, a entregarse totalmente a Él. En las
entrevistas que tenemos en las que ella habla sobre estas primeras
experiencias de Dios, las dos cosas van siempre unidas. Dios entró en su
vida y le pidió todo. En su primer año de participación en “COR”, pasó por
momentos en los que quería cambiar de vida, pero no perseveró por más de
unos días –en el mejor de los casos–. Necesitaba que la gracia de Dios
entrara en ella y fortaleciera su voluntad. En efecto, la voluntad sin amor no
tiene fuerza. Su corazón aún no estaba lleno del amor de Dios que más tarde
la urgiría a llevar a cabo obras grandes y magnánimas. Ella se resistió, pero
al final el amor de Dios llegaría a conquistarla. Finalmente, se enamoraría
de Él y, voluntaria y alegremente, le entregaría todo su ser.
Primer encuentro a solas con el Solo
Capítulo 4

Vestida con su uniforme escolar –camisa blanca con corbata, jersey y


falda verdes– y acompañada por algunas amigas, Clare llamó al timbre de
la casa de los Gallagher. Esa misma mañana, Sharon le había dicho que
pasara a recoger el billete de avión para España. Aún no se lo podía creer:
¡un viaje gratis al sol de España! ¡Diez días de playas y fiestas…! Mientras
hablaba con sus amigas de lo bien que se lo iban a pasar, Sean abrió la
puerta y las invitó a pasar al salón, donde un grupo de personas estaba
rezando el rosario.
Clare y sus amigas irrumpieron en la habitación riéndose, pero
inmediatamente hicieron silencio al darse cuenta de lo que estaba pasando.
Clare recorrió rápidamente la sala con su mirada. Había unas treinta
personas, ¡la mayoría de la edad de sus padres o incluso mayores! ¿Y qué
era eso que tenían en la mano? ¿Un rosario? ¡Sí! También vio a dos
monjas con hábito blanco y a dos chicas con faldas largas. Con miedo a
escuchar la respuesta, no pudo evitar preguntar:
—¿Todos ustedes van a España?
A lo que contestaron con entusiasmo:
—¡Sí, vamos a la peregrinación!
—La… ¿qué? –tartamudeó Clare desesperadamente, mientras
clavaba sus ojos sobre su amiga Sharon, sentada entre la gente. Clare
se le acercó sigilosamente–. ¿Qué es esto? ¿Es algo religioso?
—Clare, olvidé decirte que es en un monasterio. Estas son las
hermanas que van a estar allí. Han venido a conocer a todos los que
van –susurró Sharon.
—¡Pues yo ya no quiero ir! –respondió Clare decididamente.
—Tienes que ir –insistió Sharon–, el billete está a tu nombre y ya lo
han pagado. Sería de muy mala educación que te eches atrás y les
hagas perder un dinero que no es tuyo...
Sin querer reconocer que Sharon tenía razón, Clare se sentó al lado de
su “despistada” amiga mientras el grupo continuaba con el rosario. Luego,
las hermanas se levantaron y explicaron en qué iba a consistir la
peregrinación.
En cuanto terminaron, todo el mundo empezó a hablar de las ganas
que tenían de participar en el viaje. Aunque seguía molesta por toda la
situación, no iba a permitir que sus amigas se murieran de aburrimiento
mientras los adultos seguían con su charlita “devocional”. Así que se puso
en pie de un salto, atrayendo todas las miradas hacia ella, y sacó
ceremoniosamente un chupa-chups de su bolsillo. Usándolo a modo de
micrófono, con aspecto grave y profesional, comenzó su actuación.
—Disculpe, ¿podría decir unas palabras para la BBC? –preguntó
Clare a la primera persona, perdiendo por un momento la compostura con
un ataque de risa ante la reacción de su interlocutor. Este accedió
amablemente–. Me he enterado de que va a participar en un viaje a España
en las próximas semanas. ¿Qué espera de este viaje?
A lo que el buen hombre respondió: —Las hermanas han venido para
hablarnos y explicarnos todo, y parece que va a ser estupendo… Estaremos
en Priego, en un monasterio, durante la Semana Santa, y luego visitaremos
Lourdes y otros lugares.
—¿Van a rezar el rosario? –preguntó Clare.
—¡Por supuesto! –respondió el hombre. Clare esbozó una fugaz
sonrisa forzada y se volvió hacia Sharon, entornando los ojos y
sacudiendo lentamente la cabeza a izquierda y derecha. Luego,
retomando su sonrisa televisiva, se acercó a una señora mayor con
aire muy piadoso–. Hola, soy reportera de la BBC, ¿sería tan amable
de decir unas palabras al micrófono?

Thomas Gallagher, organizador del grupo “COR” de Derry, conoció el


Hogar de la Madre[34] a través de su hermano Sean. Su hermano había
conocido a los Siervos en un viaje a Garabandal, un lugar de apariciones
marianas[35] en el norte de España. Más tarde, algunos hermanos y
hermanas estuvieron en Irlanda y se alojaron en casa de Sean y Thomas.
Durante aquella visita, fueron a hablar a su grupo de oración y dieron
testimonio en parroquias y colegios de la zona. Ambos hermanos estaban
impresionados por el carisma de esta nueva comunidad en la Iglesia. El
Hogar de la Madre, como explicaron los hermanos y hermanas, es el regalo
que el Señor quiere hacer a su Madre. También les llamaron la atención las
tres misiones del Hogar de la Madre: la defensa de la Eucaristía, la defensa
del honor de Nuestra Madre, especialmente en el privilegio de su virginidad
y la conquista de los jóvenes para Jesucristo.
El Hogar de la Madre organiza todos los años un encuentro de Semana
Santa para jóvenes y familias, buscando ayudarles a vivir ese momento
especial del año litúrgico en que se conmemora la Pasión, Muerte y
Resurrección del Señor en unión íntima con Él y con su Santísima Madre.
Al oír hablar del encuentro que se estaba preparando para la Semana Santa
del año jubilar 2000, Sean y Thomas decidieron organizar un grupo de
peregrinos que iría desde Irlanda. Era natural que animasen a algunos de los
jóvenes a unirse. Los adultos que participaron fueron muy generosos y
quisieron colaborar con el pago de los billetes de los jóvenes.
Sharon Doherty, una de las dos amigas de Clare que la habían invitado
a “COR” un año antes, se apuntó para ir a España. Sin embargo, unas
semanas antes del viaje, tuvo apendicitis y la tuvieron que operar, por lo que
ya no iba a poder viajar. Los monitores de “COR” le preguntaron si quería
que alguien fuera en su lugar. La primera persona que le vino en mente a
Sharon fue Clare y la llamó inmediatamente para preguntarle si quería ir.
Así fue la conversación de Clare con Sharon, en sus propias palabras:
«Un día me llamó mi amiga Sharon Doherty y me dijo: “Clare, ¿quieres ir a
España? Ya está todo pagado”. Yo pensé: “¡Un viaje gratis a España! Diez
días de fiesta bajo el sol de España”. Así que dije: “¡Pues claro que voy!”».
Cuando se dio cuenta de que era una peregrinación, ya era demasiado tarde
para echarse atrás. Comprendió que sería muy feo borrarse en el último
minuto, cuando ya alguien le había pagado el billete.
El día siguiente a la reunión en casa de los Gallagher, tuvo un segundo
encuentro con las Siervas. Las hermanas visitaron su instituto y pasaron la
mañana hablando por las clases. Clare quería salir de la clase de Sociología,
así que fue con algunas de sus amigas a ver a las hermanas. Les
sorprendieron, sobre todo, las dos jóvenes irlandesas que querían ser
hermanas. Después de la charla, Clare y sus amigas las pararon en el pasillo
y les hicieron un montón de preguntas: “¿Por qué lleváis falda? ¿Por qué no
lleváis pendientes? ¿Podéis ir al bar?”. Una de las dos contó su vocación a
las chicas y a estas les asombró que Dios pudiera llamar a una chica tan
normal.
Tres semanas después, el miércoles 19 de abril, Sharon fue a
despedirse de Clare y de los demás peregrinos, cuando estos embarcaron en
el autobús que les llevaría de Derry a Belfast. Sharon, en broma, se tocaba
la barriga como para mostrar su dolor de apendicitis mientras saludaba a
Clare, ya sentada en el autobús. Clare movió la boca, articulando
nítidamente las palabras: “Te mato”, a la vez que hacía el gesto de cortarle
el cuello. Sharon se rio pensando para sus adentros: “Menos mal que está
lejos, porque tal como está ahora, no podría con ella”.
Después de una breve escala en Bruselas, el grupo llegó al aeropuerto
de Madrid, y un autobús los trasladó al pequeño pueblo de Priego, en la
provincia de Cuenca, donde estaba situado el monasterio de san Miguel de
la Victoria[36]. Cuando el autobús alcanzó su destino, todos los hermanos y
hermanas salieron a recibir a los peregrinos y a darles la bienvenida. Como
era un poco tarde, les invitaron a cenar rápidamente, a situarse en las
habitaciones y a acostarse. Una de las candidatas[37] que estuvo sentada con
Clare y otras jóvenes mientras cenaban, recuerda que Clare estaba muy
callada. Cuando más tarde conoció mejor a Clare, se dio cuenta de lo
inusual y extraño de aquel silencio en ella. Danielle, amiga de Clare, hacía
miles de preguntas e incluso preguntó a la candidata cómo había decidido
dejar todo para ser hermana. Clare solo observaba el ambiente de alegría
entre los hermanos, las hermanas, los jóvenes y las familias. ¡Había mucho
que asimilar! Por primera vez Clare era consciente de que existía la Semana
Santa y, de repente, se encontraba en un monasterio del siglo XVI, perdido
en una sierra de España. Hacía un frío glacial –no había calefacción y los
muros de piedra conservaban mejor el frío que el calor– y, por lo que
parecía, iban a pasar todo el tiempo rezando.
El día siguiente, Jueves Santo, empezó todo el vaivén de actividades:
una hora de oración en la capilla, una charla sobre la Eucaristía, reuniones
por grupos, el rosario y la Misa “in Coena Domini”, seguida por turnos de
adoración durante la noche ante el monumento. Todo esto era nuevo para
Clare y se las arregló para quedarse al margen de la mayoría de las
actividades, pasando el tiempo en la habitación o fuera del monasterio,
tomando el sol y fumando. Sin embargo, no pudo librarse de la reunión por
equipos de ese primer día, pues Grace Silao, una joven candidata americana
encargada del grupo, entró para buscarla. El P. Rafael Alonso, fundador del
Hogar de la Madre, se unió al grupo y empezó a hacer preguntas a las
chicas. Grace traducía todo lo que decía el Padre al inglés e intentaba
traducir todo lo que decían las chicas al español, pero era imposible. ¡No
conseguía entender el acento de Derry! “Por favor, ¿puedes hablar un poco
más despacio? Es que no te entiendo”, repetía una y otra vez a las chicas,
que se reían y lo repetían otra vez. Al final, hacían falta dos traducciones
simultáneas: de inglés de Derry a inglés americano y de este a español. Y a
pesar de todo, el grupo consiguió comunicarse.
El tema de la reunión era la Eucaristía. La Hna. Isabel Cuesta estaba
presente en la reunión y describe a Clare como “aparentemente muy
superficial”, refiriéndose a que reflexionar no estaba entre sus prioridades.
Afirma la Hna. Isabel: “Se comportaba como una adolescente preocupada
solamente de mantener su imagen y de hacer de todo un chiste. Era muy
ocurrente, pero sus bromas las hacía en voz baja, creando complicidad con
sus amigas irlandesas y dando la impresión de estarse burlando de algo. No
participaba en las reflexiones del grupo; evidentemente no tenía nada que
aportar, porque no había asistido a la charla ni tampoco compartía la
atracción por las cosas espirituales. Nunca intervenía ni quería dar la
impresión de estar interesada. Se sentaba reclinándose exageradamente
hacia atrás y se reía por lo bajo con sus amigas”.
Sin embargo, en un momento dado de la discusión, se le pidió su
opinión y respondió: “Perdón, ¿qué es la Eucaristía?”. Además de mostrar
su falta de formación, la respuesta reveló que no se había enterado de nada
de lo que se había hablado en la reunión hasta ese momento, y no parecía
importarle. Como había declarado antes, no iba a Misa ni sentía necesidad
alguna de hacerlo. Sus amigas soltaron una risita, pero la mayor parte del
grupo se quedó en completo silencio. La candidata que había contado su
vocación en el colegio de Clare en Derry respondió a su pregunta con un
amor a la Eucaristía tan evidente que Clare no hizo ninguna broma.
Simplemente asintió y aceptó la clarificación[38].
Continúa la Hna. Isabel: “Creo que algo se abrió paso en su corazón
después de aquello. Su supuesta ignorancia e indiferencia eran, hasta cierto
punto, una pose. Sí que creo que la verdad, en la medida en que penetraba
en ella, hacía mella, y Clare tenía la suficiente coherencia como persona
para rendirse ante la verdad y ante las cosas superiores”. La reunión se
interrumpió bruscamente cuando, de repente, vieron desprenderse piedras
de la montaña sobre un merendero en el que un grupo de niños estaba
jugando en aquel momento. Milagrosamente, los niños consiguieron
escapar y sortear los peñascos que cayeron apenas a unos metros de donde
estaban. Todos los participantes del encuentro de Semana Santa dieron
gracias a Dios por haber protegido a los pequeños[39].
Clare no tenía pensado participar en los oficios del Viernes Santo, pero
al final entró en la iglesia gracias a la insistencia de uno de los miembros de
la peregrinación irlandesa: “Por respeto, deberías entrar. Hoy murió Dios
por ti”. En los días anteriores, Clare había visto en este hombre una
autenticidad que le admiraba realmente. Percibía que cuando él hablaba de
la fe y cuando cantaba y tocaba la guitarra, cumplía lo que decía y lo vivía
con sinceridad[40]. Esto la movió a aceptar su consejo, aunque fuera de mala
gana. Entonces entró en la iglesia y se sentó en un banco de atrás.
Ahora dejemos que sea Clare quien nos cuente con sus propias
palabras lo que pasó aquel Viernes Santo:

«Llegó el día de Viernes Santo. Asistí a los Oficios de este día con
una actitud totalmente pasiva. Se presentó el momento en que todos
los que estaban en la iglesia se pusieron en fila en el pasillo central de
la iglesia para la adoración de la cruz. Vi que algunos hacían la
genuflexión y después besaban los pies de Jesús clavado en la cruz.
Era la primera vez que veía algo así. Yo también me puse en la fila, no
movida por ningún impulso piadoso ni fervoroso; simplemente lo hice
porque era lo que tocaba hacer. Cuando fue mi turno, me puse de
rodillas y besé los pies de Jesús. Aquel sencillo acto no duró más que
unos diez segundos. Besar la cruz, algo aparentemente trivial, tuvo un
impacto muy fuerte dentro de mí. Tertuliano escribió: “En la acción de
Dios no hay nada que desconcierte la mente humana como la
desproporción entre la sencillez de los medios usados y la
grandiosidad de los efectos obtenidos”. Yo no sé explicar exactamente
lo que pasó, no vi ningún coro de ángeles ni ninguna paloma blanca
que venía desde el techo hacia mí, pero tuve la certeza de que por mí
el Señor estaba en la cruz. Y junto con esta convicción, me acompañó
un vivo dolor, algo similar a lo que había experimentado de pequeña
cuando hacía el viacrucis. Al regresar a mi banco, yo ya tenía una
huella dentro que no tenía antes. Yo tenía que hacer algo por Él, que
había dado su vida por mí»[41].
De repente, estaba sola con Cristo solo y vio que todos sus pecados le
habían clavado en la cruz, que ella había matado a Dios[42]. Esta idea le
pasó por la cabeza una y otra vez mientras volvía a su asiento. Al mismo
tiempo, Él suavemente le decía: “Te perdono”. ¿Cómo responder, sino
devolviéndole amor? Ella comprendía que tenía que darle toda su vida: “La
única manera en que yo podía consolar lo que yo estaba viendo en la cruz
era con mi vida. Ya no valía hacer chistes, ni hacer un teatro bonito para
consolarle. Nada, nada de lo que yo pudiera hacer podía consolarle, solo
darle mi vida” [43]. Mientras pensaba todas estas cosas, no podía dejar de
llorar, a pesar de la vergüenza que le daba.
Cuando terminó la celebración de la Pasión del Señor, Grace fue a
reunir a su grupo de chicas. Encontró a Clare de pie hacia la parte delantera
de la iglesia, temblando y llorando.
—Clare, ¿estás bien? –le preguntó Grace.
—Ha muerto por mí. Me ama –respondió Clare con los ojos llenos de
dolor y de lágrimas.
—Sí, Clare, Dios murió por todos nosotros –le contestó Grace.
Pero Clare volvió a repetir la misma frase otra vez:
—Ha muerto por mí. Me ama.
Entonces Grace se dio cuenta de que algo muy profundo estaba
sucediendo en el interior de Clare y que necesitaba hablar con alguien que
tuviera más experiencia. Grace acababa de llegar al Hogar de la Madre
hacía solo unos meses.
Entonces Grace le sugirió: “¿Quieres hablar con un sacerdote?”. Clare
respondió afirmativamente y Grace fue corriendo a la sacristía para ver si
encontraba al P. Rafael.
—Padre, Clare está llorando mucho y me repite todo el tiempo estas
palabras: “Ha muerto por mí. Me ama”. Le he preguntado si quiere hablar
con un sacerdote y me ha dicho que sí.
—Ve a llamarla –respondió él sin aire de sorpresa.
Después de invitar a Clare a ir hacia la puerta, los tres salieron fuera
para hablar. Clare seguía llorando sin parar. Grace trataba de traducir lo
mejor posible del inglés con fuerte acento de Derry y Clare explicaba que
no podía entender por qué hasta ese momento nadie le había dicho que
Jesucristo había muerto en la cruz por ella, por qué nunca le habían hablado
de la Eucaristía. Ahora sabía que sus pecados habían clavado en la cruz al
Señor. Luego confesó:
—Padre, mi plan era llegar a ser una actriz famosa, pero después de
esto, estoy confusa, porque creo que Dios quiere que sea “una de ellas”.
El Padre Rafael le preguntó:
—¿Qué quieres decir con “una de ellas”?
Entonces Clare señaló a las hermanas y dijo:
—Una de las hermanas.
El asunto de la vocación había salido en la reunión de la mañana.
Después de esta experiencia fuerte de la cruz de Cristo, ella sentía que tenía
que dar su vida totalmente a Dios y lo relacionaba con lo que se había dicho
esa mañana sobre la vocación a la vida consagrada. Luego preguntó
ingenuamente si podía ser una monja famosa. El Padre le habló de la
importancia de la humildad y de la obediencia. En el curso de la
conversación, la ayudó a entender la grandeza del amor de Dios por ella y la
inmensa gracia que había recibido de Él.
Después de hablar con el P. Rafael, corrió hacia una amiga y hablaron
brevemente fuera de la iglesia. Allí, la Hna. Isabel le oyó decir: “Le amo.
Le amo”. ¡Lo decía con tanta sinceridad y candor…! Hablaba
verdaderamente con el corazón. Algo inexplicable le había pasado a Clare
aquella tarde.
La siguiente actividad era una asamblea de todos los participantes del
encuentro para compartir testimonios y experiencias del día. En un
momento dado, el P. Rafael pidió si Clare podía acercarse y compartir su
testimonio. Resultó que no estaba presente, así que Grace fue a buscarla. En
cuanto llegó, cogió el micrófono y se presentó:
«Me llamo Clare. Tengo 17 años y soy de Irlanda». Entre frase y
frase dejaba un tiempo de silencio para permitir que la traductora
transmitiera sus palabras. «Estoy en el equipo 3 y hoy hemos hablado
sobre la vocación. Y yo he pensado: “¡Dios mío, tengo vocación! Pero
quiero ser famosa”». Todo el mundo se echó a reír y Clare se quedó en
pie disfrutando del alboroto suscitado por su comentario. Su deseo de
ser famosa hizo pensar a las hermanas y al Padre en una de las
primeras hermanas. El P. Rafael le dijo a Clare: “¡Como la Hna.
Conchi!”. Clare, mirando a la Hna. Conchi levantó su dedo pulgar en
señal de asentimiento y continuó. «Pero hace una hora yo quería ser
monja también. Así que me he dicho a mí misma: “Seré una monja
famosa”». Una vez más, se oyeron carcajadas y Clare sonrió,
esperando a que la gente se calmara para continuar. «Así que he
pensado que puedo ser una monja famosa. El P. Rafael me ha dicho
que venga a pasar 15 días con las hermanas y yo he dicho:
“¡Genial!”». De nuevo la sala prorrumpió en risas. La traductora
omitió la expresión “¡Genial!” y Clare le dijo que la tradujera,
causando otra risotada. «Así que ahora no sé qué hacer. Podría llegar
a ser famosa y ser realmente rica. O podría venir aquí y quedarme con
el P. Rafael y las hermanas. ¡Y estoy rezando a Dios para tomar la
decisión correcta!».
Se volvió a la traductora para preguntar cómo se decía “thank you” en
español y luego dijo: “¡Gracias!” y movió la mano saludando a la sala
mientras se volvía hacia el fondo de la misma.
¿Por qué había dicho Clare que quería ser una monja famosa? Años
más tarde, ella misma clarificó que no estaba queriendo hacer reír a la gente
sin más. Tan solo se expresó según su mentalidad de entonces: «Yo quería
ser una actriz famosa, pero después de la experiencia que tuve ese día con la
cruz, yo quería ser algo –tenía que hacer algo– muy grande por el Señor, y
al ver monjas, pensé: “Puedo ser una monja famosa”». Quería hacer algo
grande por el Señor y le resultaba obvio que la grandeza debía estar unida a
la fama. No sabía nada de la vida espiritual ni conocía las palabras del
Señor: “El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, que sea vuestro
servidor” [44], o aquellas otras: “Si uno quiere ser el primero, sea el último
de todos y el servidor de todos” [45]. Combinó espontáneamente sus propias
aspiraciones personales y esta nueva llamada del Señor. Lo curioso es que
de todas formas la Hna. Clare llegaría, efectivamente, a ser una “monja
famosa” después de su muerte.
Santa Teresita de Lisieux escribió: “Dios no ha querido que yo tuviese
un solo deseo que no viese realizado. Y no solo mis deseos de perfección”
[46]. Y la Hna. Clare, en 2012, copió en su cuaderno esta cita de san Claudio
de la Colombiere: “Cuanto más nos sometemos a la voluntad de Dios, más
condescendiente es Él con nuestra voluntad. […] No solo escucha nuestras
oraciones, sino que se adelanta a ellas, concediéndonos aquellos deseos de
nuestro corazón que nos hemos esforzado en reprimir por agradarle, y los
concede en una medida que jamás hubiéramos podido imaginar” [47]. ¡Y
esto es, precisamente, lo que hizo el Señor con el deseo de la joven Clare de
ser una monja famosa!
El encuentro de Semana Santa pronto llegó a su fin, pero la
peregrinación de los irlandeses continuaba. El autobús con los 30
peregrinos viajó al norte de España para quedarse en Barcenilla, donde el
Hogar de la Madre tiene una casa de actividades, y desde allí hicieron
excursiones a Lourdes, Covadonga, Santo Toribio de Liébana, Limpias y
Garabandal. Según pasaban los días, Clare se sentía cada vez más como en
casa. Su amiga Danielle recuerda: «Le encantaba. Yo no pude experimentar
lo mismo, porque yo me quería ir. Echaba muchísimo de menos la
comodidad de mi casa. Yo sentí: “Oh, esto no es para mí”. Y recuerdo
mirarla y decir: “¿Estás loca?”. Estaba tan callada al principio… Y luego,
de repente… salió de su concha».
El P. Rafael y algunos Siervos acompañaron al grupo en algunas
salidas. Clare, con frecuencia, se acercaba al P. Rafael, que estaba en la
parte delantera del autobús, y le hacía preguntas. Algunos de los adultos
llegaron a preocuparse de que Clare fuera impertinente y molesta, pero él le
respondía pacientemente a todas sus preguntas. El Señor le empezaba a
mostrar dónde se encuentra la verdadera felicidad y ella vio en el P. Rafael
la luz que podía indicarle el camino. Él le decía la verdad de forma clara y
sin miedo.
El último día, bastantes peregrinos del grupo entraron al Hogar como
miembros laicos. Clare también entró en el Hogar de la Madre de la
Juventud e hizo el compromiso de aprendiz, que suponía hacer cinco
minutos de oración cada día. Años más tarde, bromeaba irónicamente:
«Dije al Señor: “Quiero hacer algo grande por ti”, y entonces entré de
Aprendiz en el Hogar de la Madre. Y allí empezó nuestro camino: el del
Señor y el mío, cuando yo entré de Aprendiz». Era el nivel de compromiso
que solían hacer los niños. Se trataba de un pequeño primer paso, pero el
Señor estaba dispuesto a esperarla pacientemente.
Mientras se despedían, Grace le preguntó: “Clare, ¿vas a volver?”. Con
gran decisión respondió: “Sí, volveré”. El P. Rafael y las hermanas la
habían invitado a participar en una peregrinación en agosto, para ir a la
Jornada Mundial de la Juventud en Italia, y ella estaba muy entusiasmada
por participar. Después de un comienzo vacilante, la gracia de Dios había
empezado a transformarla, y ella, con toda sinceridad, deseaba volver.
Entre el mundo y Dios
Capítulo 5

¡Oye, Una!, ¿por qué no mandamos un mensaje a las hermanas y a


todos los de España? –preguntó entusiasmada Clare a su amiga Una
Gallagher, una de las chicas que había ido con ella a España.
—Por supuesto, puedes usar mi cuenta de correo si quieres –le
respondió su amiga Una. Las dos estaban planeando ir a la Jornada
Mundial de la Juventud en agosto con las hermanas.
Clare se sentó delante del ordenador y empezó a escribir. En el
asunto escribió: “yooooo”.
—Van a pensar que soy yo la que está escribiendo si pones eso en el
asunto –le interrumpió Una riéndose.
—No te preocupes, lo clarificaré –respondió Clare. Y continuó
escribiendo:
“HOLAAAAAAAA, SOY CLARE, DE IRLANDA. SÉ QUE ESTE ES
EL CORREO DE UNA, PERO… JUSTO HE PENSADO EN
MANDAROS UN PEQUEÑO CORREO PARA DECIROS QUE YO, O
NOSOTRAS, NO PODEMOS ESPERAR MÁS PARA VEROS A
TODOS OTRA VEZ. DECID UN GRANDE HOLAAAAAA A TODOS
LOS HERMANOS, LAS HERMANAS Y A LOS PADRES RAFAEL,
FÉLIX Y JUAN. ME TENGO QUE IR AHORA, PERO NOS VEMOS
PRONTO. YA SÉ UN POCO DE ESPAÑOL… SANTA MARÍA,
MADRE DE DIOS Y MADRE NUESTRA….
ADIOOOOOOOOOSSS
¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡ QUE PRONTO SERÁ HERMANA CLARE!!!!!!!!!!” [48].

El Viernes Santo, Clare vio claramente que el Señor había muerto en la


cruz por todos sus pecados. Tuvo la oportunidad de confesarse el Sábado
Santo e hizo el propósito de cambiar cuando volviese. Más tarde escribió:
«Aunque recibí esta gracia tan grande, no es que empezara enseguida a
hacer penitencia y a cambiar de vida. Todo lo que uno dice a Jesús cuando
ha recibido una gracia fuerte –sea en un retiro, en una peregrinación o en un
encuentro–, todo esto que le decimos incluso con lágrimas cuando estamos
“encima del monte Tabor”, también lo tenemos que recordar, volverlo a
decir y vivirlo cuando “bajamos del monte”, cuando volvemos a nuestra
vida cotidiana, a nuestro ambiente. Decía santa Edith Stein: “El
Crucificado, entonces, nos mira y nos pregunta si aún seguimos dispuestos
a mantenernos fieles a lo que prometimos en una hora de gracia”»[49].
En los meses que siguieron a la gracia de aquel Viernes Santo, Clare
no era capaz de devolver la mirada a Cristo crucificado y prometerle
fidelidad a esa gracia. Su determinación y sus deseos de seguirle eran muy
vagos. Hubo muchos momentos en los que quería, simplemente, volver a
ser “normal” y vivir “a su manera”. Sin embargo, en ningún momento
titubeó en su intención de volver a España en agosto para unirse a la
peregrinación de la JMJ en Italia. Solo tenía que encontrar un modo de
pagar el viaje.
Una de las profesoras de “Santa Cecilia”, que pertenecía al Hogar de la
Madre, formó en el colegio un grupo llamado “El pequeño Hogar de la
Madre”. A la hora de comer, se juntaba con las adolescentes para rezar el
rosario. La Sra. Sweeney llevaba una copia de la Revista HM, leían los
artículos y hablaban sobre ellos. Clare no se unía a las reuniones, pero de
vez en cuando se presentaba, aunque solo fuera para mencionar sus planes
de volver a España en agosto o algo similar.
Después de terminar el curso, Clare participó en la peregrinación anual
de Derry a Knock para rezar por la paz, una tradición que ya tenía diez
años. Thomas Gallagher invitó al P. Félix López, Superior General de los
Siervos, y a otros tres hermanos a volar hasta Irlanda y unirse a la marcha.
Knock es un lugar en el que tuvo lugar una aparición del Cordero de Dios y
de la Virgen, acompañados por san José y san Juan Evangelista, en el siglo
XIX. Los irlandeses tienen un profundo y filial amor a la Virgen de Knock,
su Reina y su Madre del Cielo. Los 193 km de marcha desde Derry se
distribuyen en cinco jornadas. El P. Félix recuerda una conversación que
tuvo con Clare uno de esos días mientras esperaban a que el resto del grupo
llegase al destino. A pesar de que Clare daba a veces la impresión de ser
más bien superficial, el P. Félix percibió que, cuando hablaba sobre su
supuesta llamada a la vida religiosa, no jugaba alocadamente con la idea de
la vocación; había un fundamento real en sus palabras. Clare experimentaba
realmente una llamada y tenía el corazón abierto.
Algunas semanas después, el 7 de agosto, Clare viajó por segunda vez
a España para unirse a la peregrinación a Italia con el Hogar de la Madre.
No tenía ni idea de quién era el papa Juan Pablo II ni qué era una Jornada
Mundial de la Juventud, ¡pero ella se apuntaba! Un matrimonio que había
estado en el encuentro de Semana Santa le ayudó a pagar su billete y la
peregrinación.
La mañana del 8 de agosto, después de la Misa y del desayuno, el P.
Rafael, algunas hermanas y un grupo de chicas –de España, México, Irlanda
y Estados Unidos– se montaron en el autobús y empezaron su larga travesía
hasta Italia, parando por el camino en Lourdes para encomendar la
peregrinación a la protección de la Virgen. Durante las dos siguientes
semanas, el grupo visitó Turín, Milán, Florencia, Siena, Asís, Loreto y
Pompeya, entre otras ciudades, antes de llegar a Roma para ganar el jubileo
en “San Pedro”.
En las peregrinaciones del Hogar de la Madre suele haber tiempo para
la oración y el encuentro con Dios, pero también hay tiempos para cantar
con alegría y para compartir experiencias. La superficialidad y la
mundanidad son un gran obstáculo para recibir todas las gracias que el
Señor tiene preparadas. Clare, que nunca había estado en una peregrinación
de este tipo, no sabía que era necesario dejar el mundo a un lado y buscar el
silencio interior para oír la voz de Dios. Durante los trayectos en autobús,
solía sentarse atrás con otras chicas de habla inglesa y se divertía cantando
canciones de películas, hablando sobre sus programas de televisión y sus
cantantes favoritos; estaba empapada de mundanidad. Ese era el único
modo que conocía de pasárselo bien y para ella era algo inocente. En las
visitas a las distintas ciudades, estaba más interesada en las tiendas y en los
recuerdos que en las iglesias y en los santos. Sin embargo, el Señor se abrió
paso en medio de esa disposición nada buena y le habló al corazón. La
llamada se hizo más fuerte y clara: “Quiero que vivas como las hermanas:
en pobreza, castidad y obediencia”. No es que oyera una voz pronunciando
exactamente tales palabras, pero tenía la certeza de que Dios la estaba
llamando y de que esa llamada se estaba haciendo más específica: el Señor
quería que viviese en pobreza, castidad y obediencia.
Allí, en la parte trasera del autobús, subía el volumen de la música de
su walkman, intentando ahogar la voz de Dios, pero le era imposible.
Entonces, se acercaba a la primera fila de la derecha, donde se sentaba el P.
Rafael. La Hna. Elena Braghin, una hermana italiana que sabía inglés,
acudía para traducir. Durante esas conversaciones en el autobús, Clare abría
su corazón al P. Rafael, contándole cosas de su infancia, de su familia, de su
ambiente, de su estilo de vida, de sus sueños y ambiciones… de todo.
“Padre, no soy buena. He hecho sufrir mucho al Señor”. El Padre recuerda,
en particular, una conversación que tuvo con ella de camino a la cueva de
san Miguel, localizada cerca del Monasterio del P. Pío de San Giovanni
Rotondo.
Su deseo de seguir la llamada de Dios era sincero. El P. Rafael era muy
franco con ella e iba al grano; no le escondía las exigencias de la vida
religiosa. Tendría que hacer votos: de pobreza, que suponía dejar atrás todos
sus sueños de riquezas y fama, desapegándose de todas las cosas materiales,
incluidos los cigarrillos; de castidad perfecta, que significaba dejar a su
novio y darle total y exclusivamente su corazón a Dios; y de obediencia,
que sería, probablemente, el más difícil de los tres votos, ya que tendría que
someter su voluntad a la de Dios y renunciar a su independencia,
aprendiendo la verdadera humildad. Cuando le expuso las grandezas y las
renuncias de la vida consagrada, Clare dijo que sí inmediatamente, que eso
era lo que ella iba a hacer. Pero cuando volvió a su sitio, todos los “no”
concretos que su “sí” implicaba, empezaron a bombardearle la mente, y se
le hacía un imposible. Entonces se levantó y volvió al asiento del P. Rafael
con todas sus dudas y preguntas.
El Padre le habló también de la humildad: para obedecer tenía que
aprender a ser humilde. Parecía que Clare no hubiera oído antes esta
palabra. “¿Qué es eso? ¿Una tienda de ropa?”, preguntó. El Padre intentó
explicarle que la humildad consiste en moderar nuestro deseo de excelencia,
en buscar el último puesto, en someterse a Dios, en saber que dependemos
de Él en todo. Esto estaba muy lejos de lo que le habían enseñado en el
mundo del teatro: pensar que era la mejor y que nadie se le podía comparar.
En su mentalidad, el orgullo y la vanidad no eran vicios sino virtudes. No
podía entender que la humildad fuera buena ni posible. El Padre le dio
ejemplos del Evangelio y de la vida de los santos. Clare empezó a
comprender la radicalidad del mensaje evangélico. Esto le supondría un
largo proceso de aprendizaje y años de purificación, pero en aquella
conversación con el P. Rafael en el autobús la semilla quedó plantada.
Durante el viaje, Clare compró un mechero verde en forma de váter.
Presionando una palanca, la tapa se abría y del interior del inodoro salía la
llama. Le hacía mucha gracia y se lo iba enseñando a todo el mundo. En
una de las paradas en la gasolinera, se acercó también con él al P. Rafael,
que ya la había observado mientras se lo mostraba a las chicas.
—¿Estás apegada a ese mechero?
—No, no lo estoy –respondió Clare, sorprendida por la pregunta,
mientras lo escondía instintivamente de la vista del Padre.
El Padre, sonriendo, le dijo:
—Tú quieres ser hermana, pero cuando seas hermana tendrás que dejar
todas las posesiones terrenas. Este es un buen momento para empezar. ¿Me
das el mechero?
Clare, que quería demostrar que le resultaba indiferente, respondió:
—Sí, aquí está, cójalo.
Y, abriendo la mano, se la tendió. El P. Rafael comprendió que era una
pose.
—No, tienes que decidir libremente darle el mechero a Dios y
desapegarte de él. San Juan de la Cruz dice que no importa si un pájaro está
atado por un pequeño hilo o por una cuerda, el hecho es que no puede volar.
Y necesitamos quitar esos apegos, incluso los más pequeños, que nos
impiden dar todo nuestro corazón al Señor.
—¿Qué va a hacer con él si se lo doy? –preguntó Clare, esforzándose
por aparentar estar impasible ante lo que pudiera responder. Varias chicas
empezaron a juntarse en torno a ellos para ver qué estaba sucediendo.
—Lo voy a lanzar al campo, por detrás de la autopista.
—No, usted no se atrevería a hacer eso.
—Sí, lo haría –le aseguró el Padre con calma.
Clare no estaba aún segura de si el Padre lo haría o no, pero como no
estaba dispuesta a bajar la cabeza y a admitir su apego, le dijo: “Vale,
hágalo”, mientras ella misma le depositaba el mechero sobre su mano
extendida.
Todas las chicas empezaron a gritar: “¡Tírelo! ¡Tírelo!”.
El Padre, mirando de nuevo el rostro cada vez más desafiante de Clare,
lanzó con fuerza el mechero al campo que quedaba al otro lado de la
autopista. Era imposible recuperarlo.
Clare casi le saltó al cuello por el enfado, pero en lo profundo de su
corazón sabía que no se trataba solo de un mechero. El mechero significaba
el mundo y todo lo que se le pedía dejar atrás, significaba la fama y el
dinero, significaba las diversiones mundanas y los placeres. Ella era
consciente de que tenía que renunciar a todo ello y, por lo tanto, tenía que
aceptar lo que acababa de pasar y desearlo ella también.
El quinto día de la peregrinación, el grupo tuvo la oportunidad de
conocer a un sacerdote italiano que tenía una gran vida de unión con Dios.
Con la ayuda de un traductor, durante una conversación con él, Clare
comentó: “Me da miedo preguntarle si tengo vocación, porque si me dice
que no…”.
El sacerdote la interrumpió a mitad de la frase: “Si alguien te lo ha
dicho ya, es suficiente. No necesitas que te lo repitan”.
Clare levantó la cabeza con sorpresa: “Entonces, ¿puedo hacerlo?”.
El sacerdote continuó: “Yo no puedo predecir el futuro, solo te digo:
corre… por los caminos de Dios, corre como corrías por las praderas de
margaritas… Más de una vez has corrido por esa colina con los brazos así,
abiertos”, afirmó mientras extendía los brazos.
Clare no disimuló su asombro. ¿Cómo podía saber este sacerdote
italiano, al que no había visto antes, que cuando ella era pequeña solía subir
y bajar la colina cubierta de margaritas que había detrás de su casa?
El sacerdote continuó: “Este es un signo de Dios, de que puede decirte
muchas cosas, también que has sido llamada. Te ha amado con un amor
eterno. ¿Entiendes, niña? Por eso te he dicho: corre. No tengas miedo. El
Señor tiene que luchar contra nosotros, porque nuestro amor propio es muy
fuerte. […] Sé que ahora vais a ir a Asís. […] Háblale a santa Clara sobre
nuestra conversación, que querías preguntarme sobre tu vocación y que
ahora le pides a ella una respuesta. Porque nuestra vida, cuando se la damos
a Dios como cristianos, es una fuente continua de bendiciones, para
nosotros mismos y para los demás”[50].
Ella le escuchó atentamente, manteniendo una sonrisa serena durante
toda la conversación. “Esto es una señal de Dios, de que puede decirte
muchas cosas e incluso llamarte”. Su gran duda era si ella podía realmente
escuchar la voz de Dios. Esta incertidumbre ya se manifestó en su primer
retiro de “COR”, cuando experimentó que Jesús quería decirle algo y ella
pensó que se estaba volviendo loca. Y aun así, su único miedo al pensar en
preguntar a aquel sacerdote sobre la vocación era que le dijese que no la
tenía. Esta conversación le confirmaba que Dios podía hablarle y que la
podía llamar[51]. Después de haber hablado con él, no perdió su expresión
de paz y alegría.
La peregrinación llegó a su fin. Había estado marcada por la lucha de
Clare entre el mundo y Dios. Ella quería decir sí, pero temía que iba a ser
imposible para ella. ¡Y lo era! Solo Dios podía darle la fuerza. Él imprimió
esta verdad en su corazón durante esas dos intensas semanas. Durante el
año siguiente, se le grabó más profundamente y de una manera más
dolorosa, ya que le permitió experimentar su incapacidad para responder a
la llamada.
La miseria llama a la misericordia
Capítulo 6

“Por favor, abróchense los cinturones”, señaló la azafata con un gesto


a Clare y a Ruth, su amiga pelirroja. Era el 24 de agosto. Las dos chicas
acababan de subirse al avión que les llevaría de Bilbao a Bruselas, donde
embarcarían en otro avión con destino a Belfast.
–Oye, Ruth, adivina qué hermana es –dijo Clare mientras
gesticulaba con la mano y repetía: Ya sabes…
Ruth, partida de risa, respondió:
–¡La hermana Elena! ¿Te acuerdas cuando nos contó su historia?
Tenía novio y su novio conducía una moto. No me lo puedo creer.
Clare se giró y miró por la ventana:
–Pero lo dejó todo…
–¿Tú estás segura de que quieres hacer lo mismo?
–Sí, voy a ser hermana.
–Pero si hace tres semanas estabas determinada a ser actriz…
¿Cómo puedes cambiar de idea tan fácilmente? ¿Estás realmente
segura? –objetó Ruth.
–Sí, lo haré –afirmó Clare rotundamente. Unos segundos después,
añadió: Pero no será tan sencillo como pensaba dejar de fumar y de
beber…
Las dos permanecieron calladas unos cinco minutos, cada cual
inmersa en sus propios pensamientos.

Después de la peregrinación, Clare estaba decidida a terminar su


último año de secundaria en Irlanda, para después regresar a España y dar
su vida completamente a Dios. Sabía que tenía que cambiar muchas cosas
en su vida y empezó a dar pasos concretos en esa dirección. Sus padres
estaban impresionados por la transformación y se preguntaban qué le habría
pasado. Su hija mayor, que antes se quejaba porque la obligaban a ir a Misa
los domingos, volvía de un viaje por Italia y, voluntariamente, quería ir por
su cuenta no solo los domingos, ¡sino todas las tardes! Esto habría sido
digno de ver. También empezó a ser más amable con sus hermanas y se
ofrecía para ayudar en casa.
Todos estos cambios fueron fáciles para Clare en un primer momento.
Las gracias que había recibido durante la peregrinación estaban todavía
frescas en su alma. Sin embargo, según fueron pasando las semanas, todo le
empezó a resultar cada vez más difícil. Pronto dejó de ir a Misa todos los
días y, después de un tiempo, también los domingos. Como ella explicó
después: “No tenía fuerza porque no le pedía al Señor que me ayudase”.
Luego, Clare citaba a san Agustín para describir su experiencia durante ese
año: “Con el peso de mis miserias, volví a caer en estas cosas terrenas y a
ser reabsorbido por las cosas acostumbradas, quedando cautivo en ellas”
[52]. El peso de sus antiguos hábitos y la atracción por todo lo que el mundo
ofrece –fama, bienestar, placer– superaba sus fuerzas.
Cuando empezaron las clases, en septiembre, dijo a sus amigas: “¡Voy
a ser monja!”. Pero nadie la tomó en serio y ella lo transformó en una
broma: iba a ser una monja famosa y se llamaría Hna. Clarabella[53].
Parecía que disfrutaba con la expresión de sorpresa de la gente cada vez que
daba la noticia. Resulta curioso que la mayoría de sus amigas ni siquiera
recuerdan que dijera algo sobre querer ser monja hasta que un año después
se fue para ser hermana. El humor era el camino por el que Clare se
comunicaba generalmente con los demás, pero con frecuencia no se trataba
más que de una máscara tras la cual escondía lo que verdaderamente había
en su interior.
Cuando Clare estaba con las amigas con las que había ido a España,
que podían entender su experiencia, hablaba de su deseo de volver. Sin
embargo, con el resto de amigos, o no lo mencionaba o lo escondía detrás
de sus bromas. El Señor tuvo que purificarla de esta doblez y hacerle ver
quién era verdaderamente: “El muro (de confianza en uno mismo) tiene que
ser derribado en orden a conocer verdaderamente a Dios y conocerte a ti
misma. Esto fue lo más difícil para mí: dejar que Dios quitara todas mis
máscaras y me mostrase lo que realmente soy” [54].
Pronto empezó otra vez a salir y a beber con sus amigos, algo habitual
en la cultura local. Algunos lectores quizás se pregunten qué tenía de malo
que saliera con sus amigos y se divirtiera. ¡Eso lo hacen todos los jóvenes!
Una de las mentes más brillantes de la historia de la Iglesia, santo Tomás de
Aquino, explica que la embriaguez es un pecado muy grave, porque con
ella “el hombre se priva conscientemente del uso de su razón”[55]. La razón
es lo que caracteriza a los seres humanos y lo que nos permite hacer actos
de virtud y evitar el pecado. Como recalca una de las mejores amigas de
Clare, cuando estaban bebidas no solían tomar las mejores decisiones: “Las
cosas que, cuando estamos bebidas, quizás pensamos que son las mejores,
son realmente las peores cosas que se nos pueden ocurrir”.
Clare sabía que el Señor la quería totalmente para Él, y todavía
continuaba buscando atención en otro lugar. Había muchos chicos por los
que Clare, según sus amigas, se había vuelto loca ese año. No se trataba de
relaciones serias, pero sí que a Clare le gustaban uno o dos chicos de su
edad de modo particular y salió con ellos. Parece que durante varios meses
estuvo saliendo con alguien mucho mayor que ella, si bien las mejores
amigas de Clare nunca llegaron a saber si existía o si era todo una
invención. Si existía, parecía, ciertamente, que había hecho de él un ídolo.
Clare experimentaba con frecuencia el vacío. Podía estar en una
habitación rodeada de gente, con todas sus amigas, pero se sentía
completamente fuera de lugar. Sabía que no estaba donde debía estar,
aunque a menudo era el centro de atención y el alma de la fiesta. Con el
paso de los meses, este vacío se acrecentó y todo lo que antes pensaba que
le hacía feliz le dejó de satisfacer. Al mismo tiempo, no podía olvidar su
experiencia con las hermanas. Cuando estaba sola en su habitación, solía
escuchar las canciones de las hermanas en español y su alma se trasladaba a
España. Durante esos momentos, todas las experiencias que había vivido
con Dios volvían a un primer plano. Recibió una gracia particular mientras
miraba una imagen del Señor en su habitación y escuchaba las canciones de
las Siervas.
Tal vez fue esta misma lucha la que le llevó a consumir tanto alcohol
ese año. Ella y sus amigas solían beber en casa de una de ellas antes de salir
de bares. A veces ya estaba borracha incluso antes de salir, habiendo bebido
mucho más que sus amigas. Cuando llegaban a los bares, Clare enseguida
se ponía “polatic”, palabra irlandesa que indica estar ebria hasta el punto de
no poder hablar y, a menudo, necesitaba que alguien la ayudase a volver a
casa. Empezó a querer salir más a menudo que el resto de sus amigas.
Como ellas solo salían los sábados por la noche, empezó a salir con el
hermano mayor de una de sus amigas.
Clare no lograba entender por qué sufría tanto. Su batalla interior la
llenaba de frustración. ¿Por qué no podía ser como todo el mundo? “Me
gusta mi vida. Me gusta mi carrera de actriz. Me encantan mis amigos. Me
encanta todo lo de este mundo. ¿Por qué me sigues persiguiendo?”, clamaba
a Dios cuando estaba sola, con los ojos llenos de lágrimas. Y Él respondía
en su interior: “No quiero que mueras. Te quiero para mí. Tu corazón tiene
que ser mío por entero”. La batalla a veces se hacía visible exteriormente.
Su amiga Rachel recuerda que ella y Clare iban caminando con frecuencia
por la calle el domingo por la mañana con resaca. Cuando pasaban delante
de la iglesia, Clare a veces le decía: “¡Voy a ir a Misa!”, y cinco segundos
después: “No, vamos a casa de tal o de tal otra. Cojo un boletín dominical
para llevarlo a casa y decir que he estado en Misa”. El simple hecho de
pasar por delante de la puerta de la iglesia era demasiado para ella algunas
veces.
Sin embargo, el Señor no se rindió. A pesar de que ella intentaba
escapar de Él, parece que no hay indicios de una firme decisión de
abandonarle y de dejar de lado su voluntad respecto a ella. Estaba dividida
entre dos mundos y dos amores. Cristo le había mostrado su gran amor por
ella y le había indicado el camino de la verdadera felicidad, pero ella
todavía no estaba dispuesta a aceptar los sacrificios que implicaba alcanzar
esa felicidad. La batalla arreciaba en su interior, ya que ella titubeaba e
intentaba acallar todas las experiencias que había vivido con Dios y buscaba
el placer a su manera.
Una noche, el Buen Pastor se metió incluso en una discoteca para
rescatar a su amado y perdido cordero. Clare estaba, como siempre, de
fiesta con sus amigas. Había bebido y, por accidente, vertió su copa sobre la
falda de una amiga. Las dos fueron juntas al servicio. Como Clare se
encontraba mal, entró a vomitar. Había tres baños y ella se metió en el del
medio. Estando dentro, pensando que iba a vomitar, sintió, de repente, que
alguien la estaba mirando. Fue una impresión tan fuerte que
inmediatamente alzó los ojos pensando que su amiga había entrado en otro
de los baños y la estaba observando desde arriba para ver qué estaba
haciendo. Pero no vio a nadie. Era el Señor quien la estaba mirando.
Entonces le habló al corazón con estas palabras: “¿Por qué me sigues
hiriendo?”.
Sabía que el Señor estaba ahí. La seguía mirando. Ella describe su
mirada como “algo que te desgarra”. Estaba llena de miedo, porque incluso
cuando cerraba los ojos sabía que Él estaba allí. Entendió que estaba
crucificando al Señor, clavándolo una vez más a la cruz con todos sus
pecados, con sus borracheras y con su vanidad. Y empezó a llorar. Después
comparaba la mirada del Señor hacia ella en ese momento con la que tuvo
hacia Judas en el Huerto de Getsemaní, una mirada llena de amor y, sin
embargo, colmada de dolor a causa de su traición: “Eres mi amigo. ¿Puedes
hacerme esto?”. Le impresionaba también su humildad; había bajado hasta
el baño de una discoteca para hablarle a ella. Dios estaba deseando hacer lo
que fuera para llegar a su alma y darle otra oportunidad.
Tuvo experiencias similares en los meses siguientes. Estando una vez
sentada en un bar con sus amigas, sintió, de repente, su mirada y las mismas
palabras: “¿Por qué me sigues hiriendo?”. Recuerda una ocasión en que
asistió bebida a Misa y, aun así, se levantó para recibir la comunión.
Después se estremecía recordando este terrible acto de sacrilegio. No
obstante, le asombraba la misericordia del Señor y su amor inquebrantable.
Él no le reprochó sus pecados, sino que la buscaba cada vez más.
Un año después, estando ya en España como candidata, escribió:

«¡Cuántas veces, Señor, te he ofendido! ¡Cuántos domingos me he


quedado en la cama y no he ido a Misa, donde querías que te
recibiera! ¡Cuántas veces te he hecho sufrir, Señor! He sido injusta
contigo. ¡Cuántas veces, Señor, te he negado, te he vuelto la espalda,
he usado tu nombre en vano, no he rezado, te he odiado, porque no
conseguía lo que yo quería! ¡Qué impura era, qué vaga, qué
vanidosa…! Y lo sigo siendo. Y necesito tu ayuda, Señor… ¿Por qué
estoy siempre pensando en el mundo? ¿Por qué, Señor? Es nada. He
sido herida por el mundo tantas veces… y lo quería; mientras Tú
nunca me has herido y no te quería»[56].

Fue durante ese año cuando consiguió su primer papel en una película.
¡Ya no tenía que conformarse con el papel de presentadora de televisión!
¡Ahora iba a actuar de verdad! Consiguió una interpretación secundaria,
como enfermera, en un documental grabado por la BBC que narraba los
hechos del Domingo Sangriento[57]. Iba a salir en una escena rápida, pero
suponía un comienzo. El director del casting reconoció su talento y se
ofreció para ayudarla en todo lo que pudiera. Aunque solo iba a aparecer en
pantalla durante unos segundos, este papel le abriría las puertas para llegar
lejos y alcanzar la fama que anhelaba.
Podemos imaginarnos con qué entusiasmo hizo su maleta para volar a
Manchester (Inglaterra), hacia febrero o marzo de 2001, y participar en la
película. ¡Sus sueños se hacían finalmente realidad! ¡Iba a ser famosa! ¡Y
rica! Conocería también a actores famosos. Una vez que llegó a
Manchester, un chófer privado la recogió del aeropuerto y la condujo a un
hotel de cinco estrellas. Allí le dieron las llaves de la habitación y un
horario de eventos. Esa noche habría una cena en el restaurante del hotel.
¡Estaba deseando que llegara el momento!
Aquella primera noche, el director del casting la presentó al director de
la película, a los actores… Clare se sentía como en el paraíso. La mañana
siguiente empezó el rodaje. La encargada del vestuario le enseñó el traje de
enfermera que tendría que ponerse durante el rodaje. Otra persona se
encargaba de su maquillaje y de peinarla, mientras Clare no movía un solo
dedo. ¡Y le pagaban por tratarla así! A Clare le encantaba ver cómo las
cámaras grababan las otras escenas, mientras los actores profesionales
estaban allí. Fue todo impresionante. Por fin, ¡lo tenía todo!
Las primeras noches de su estancia en Inglaterra, Clare salía por la
noche y bebía. Una noche bebió demasiado, así que decidió no salir la
siguiente tarde. Volvió sola a su habitación del hotel. Sentada en la cama, se
puso a mirar el horario del día siguiente y, de repente, empezó a llorar y a
llorar. Ella misma describe posteriormente aquella experiencia con estas
palabras:

«Recuerdo que lloré horas y horas, y no podía parar. Sentía en ese


momento que lo tenía todo: tenía muchos amigos, tenía novio, estaba
teniendo mucho éxito en el mundo de la actuación, tenía dinero...
¡Podría haberlo hecho muy bien! Sentí en ese momento que lo tenía
todo y, al mismo tiempo, sentí un gran vacío dentro de mí. Sabía que lo
que estaba haciendo nunca me iba a llenar. Recordé la llamada del
Señor: “Quiero que vivas así”. Sabía que hacer lo que Él me había
dicho, lo que me había pedido, era el único modo de llenar ese gran
agujero»[58].

Hubo otros momentos de los años anteriores en que se había sentido


vacía, pero siempre llegaba a la conclusión de que esta vaciedad se llenaría
cuando llegase a Hollywood, cuando finalmente fuese una actriz famosa.
Pero ahora… estaba a punto de conseguir todo eso y estaba más vacía que
nunca. Todo lo que había pensado que le haría feliz era realmente una
decepción.
Y, en esa circunstancia, recordó la llamada de Dios. Recordó cómo le
había dicho que quería que viviese en pobreza, castidad y obediencia, como
Sierva del Hogar de la Madre. Y ella había puesto muchas otras cosas por
delante de Dios. Por eso estaba tan vacía. Ya no podía negarlo. En ese
mismo instante, tomó la “determinada determinación” –como decía Sta.
Teresa de Ávila–, de seguir la voluntad del Señor.

«Fue entonces cuando yo dije a Dios: “¡Se acabó!, la paz que yo


he encontrado contigo y en el Hogar no la encuentro en ningún otro
sitio; yo tengo que dar este paso, y es ahora o nunca”. Ciertamente, es
verdad lo que dijo San Buenaventura: “Voluntas Dei, Pax nostra”, la
voluntad de Dios es nuestra paz»[59].

Entonces, decidió que en cuanto acabase el instituto lo dejaría todo


para ir a España. Sabía que su familia no iba a estar muy conforme con su
decisión. Su madre tenía planeado un viaje a Fátima (Portugal). Unos días
antes de irse, Clare se acercó a ella y le dijo: “¿Sabes qué, mamá? Voy a ser
monja”. Y su madre le respondió: “¡Sí, ya…!”. Y continuó con lo que
estaba haciendo. Margaret se había acostumbrado a ignorar los vaivenes de
los caprichos de su hija sin darles mucha importancia: “La semana que
viene ya ni se acordará”. Y Clare no se atrevió a mencionarlo de nuevo.
En abril, Clare aprovechó la oportunidad de volver a España para la
Semana Santa[60]. Yo estaba en el mismo grupo que ella ese año, a pesar de
que era algunos años más joven, y el P. Rafael venía siempre para unirse a
nuestras reuniones por equipos. El tema del retiro de ese año era una carta
recién publicada por Juan Pablo II, “Novo millennio Ineunte”, pero
raramente lo tratábamos directamente, ya que el Padre dirigía la reunión y
nos hacía muchas preguntas. A menudo se volvía hacia Clare y le
preguntaba sobre su año en casa, en Irlanda, sobre las dificultades que había
encontrado. Hablamos de cómo la música puede ayudar o dañar a un joven
en su vida espiritual y sobre muchas otras cosas. Cada vez que el Padre nos
hacía alguna pregunta, nos quedábamos en silencio y nos avergonzábamos
o no sabíamos cómo responder, pero Clare siempre tenía una respuesta. En
un momento dado, recuerdo que él le dijo: “Tienes que aprender la
humildad”, y ella respondió sin vacilar: “¡Pero si ya soy humilde!”. El
grupo estalló en una carcajada. Todas sabíamos que la gente humilde no va
por ahí declarando lo humilde que es. Pero Clare estaba empezando su vida
espiritual y le quedaba mucho por descubrir. Estas reuniones con el P.
Rafael le dieron materia abundante para pensar.
Cuando se acabó el encuentro, fuimos al norte de España con las
hermanas para pasar con ellas algunos días. Durante el viaje en furgoneta,
Clare nos contó las dificultades que había tenido durante el año anterior,
que su familia no iba a aceptar su vocación y que planeaba volver a España
en junio. Ella ya preveía muchas dificultades en los dos meses sucesivos,
pero esos nueve días en España sirvieron para que se fortaleciera en su
determinación de volver y darle todo al Señor.
Anne Gallagher, que había viajado a España con su familia y con
Clare, nos da algunos detalles que nos pueden ayudar a entender lo que
estaba pasando en el interior de Clare cuando se fue de España: “El vuelo
salía desde Madrid, así que tuvimos que quedarnos en un hotel, porque no
volábamos hasta el día siguiente. […] Y Clare y yo compartíamos
habitación. […] Ella empezó a hablar de las ganas que tenía de volver a
España, de volver al Hogar de la Madre. Su decisión era firme. […] Era
obvio que estaba determinada a volver”. Clare ya había previsto una posible
oposición por parte de sus padres y declaró que estaba dispuesta a huir si
era necesario. Anne, que también era madre, animó a Clare a hablar con su
madre y explicarle todo antes de tomar decisiones drásticas. Luego, rezaron
el rosario las dos juntas antes de irse a dormir.
A su regreso a Irlanda, Rachel, la mejor amiga de Clare, empezó a
tomarla en serio al ver que estaba ahorrando dinero. A pesar de que nunca
había sido capaz de hacerlo, ahora estaba dispuesta a reservar un dinero
para el billete. Estaba tan determinada que, en palabras de su amiga:
“hubiera sido capaz de venderte su pierna derecha si pensase que eso la
aproximaba más a España”. Rachel llegó incluso a pensar que Clare se iba a
España para huir de los problemas. Al no haber experimentado nunca una
vivencia similar a la suya, no podía imaginarse la motivación real de la
decisión de Clare: la llamada de Dios.
Un día, Clare anunció su decisión en el instituto, mientras estaban
esperando junto a las taquillas: se iría a España para ser monja después de
los exámenes. Todo el mundo se echó a reír. Sin embargo, ella siguió
insistiendo, haciendo que el resto empezara a percibir que iba en serio, al
menos, en lo de ir a España. Lo de ser monja no creían que fuese en serio.
Estaban convencidos de que estaría fuera algunas semanas y después
volvería. ¿Cómo iba a querer ser monja? “De todos nuestros amigos, Clare
era la última persona que dirías que sería monja, la última, la última de la
lista”, recuerda una de sus amigas. “Si pusieras en fila a todo el colegio,
nadie hubiera escogido a Clare”, señala otra. Recordaban a las monjas que
conocían e insistían: “No, no es posible que te hagas como ellas”. Su idea
de candidata ideal a la vida religiosa era la de una chica callada y piadosa,
no una chica tan divertida y alocada como Clare.
Tenían una visión errada de la vida religiosa al pensar que Dios solo
puede llamar a la gente callada. ¡Él puede llamar a quien quiera! Al mismo
tiempo, hay que admitir que gran parte de su incredulidad estaba bien
fundada. Su estilo de vida, ciertamente, no era reflejo de una mujer que
quería ser monja. Clare diría después: “Cuanto más incoherentemente vivía,
más parecía llamarme”[61]. Hasta que no se dio totalmente al Señor no fue
capaz de dejar atrás definitivamente la vida de pecado.
Muchos de sus profesores también estaban preocupados. Ellos veían
un celo repentino y temieron que fuese un nuevo capricho dramático de
Clare. Sharon, la amiga que la invitó a ir con ella a España la primera vez,
gritaba de frustración: “¡Estás malgastando tu vida!”. Clare podía entender
sus reacciones. No se enfadaba cuando los profesores o sus amigas
intentaban convencerla de que cambiase de idea. Ella escuchaba impasible,
como diciendo: “Te escucho, pero no importa. Estoy decidida”. Después
afirmó: “Yo sabía, con una fuerza que no venía de mí, lo que tenía que
hacer” [62]. No se trataba de una cabezonería, sino más bien de una gracia de
Dios que la sostenía. Le hubiese encantado compartir todas las experiencias
que había tenido con el Señor en España y en Italia, pero nadie le hubiese
entendido. Ese momento llegaría más adelante.
Para su examen final de teatro, Clare tuvo que escribir y representar un
monólogo. Ella eligió el personaje de una religiosa llamada M. Pedro, de
una comedia ambientada en un internado de un convento de los años 50.
Era una monja muy dura y severa, que caía fatal a sus alumnos. En la
descripción de su personaje, Clare escribió que tenía “muy arraigadas
costumbres” y que “no era muy compasiva ni sensible hacia los demás”. La
razón por la que eligió a este personaje, en sus palabras, fue: “Aunque sea
seria, su seriedad es cómica, por eso he elegido ese monólogo”. Resulta
irónico que eligiese a un personaje que retrataba una visión de la vida
religiosa tan distante de la que ella misma estaba a punto de abrazar. Como
la actuación de Clare fue tan divertida, le pidieron hacerla de nuevo a
mediados de mayo en una fiesta de fin de curso, antes de que todos se
disgregasen por los exámenes.
Había comprado su billete para el 18 de junio, dos días después de
acabar los exámenes, sin esperar siquiera a los resultados. Después del
último examen, el 16 de junio, decidió no salir con sus amigas a un bar para
celebrarlo, sino ir a casa y hacer las maletas. Todavía no le había contado a
su familia sus planes. Tenía miedo de su reacción; ella no era la única
dramática de la familia. Por lo tanto, pensó en irse sin decírselo a nadie.
Después de hacer la maleta, se fue a casa de su amiga Rachel con todo el
equipaje. “No te puedes ir sin decírselo”, insistieron Rachel y su madre. “Es
injusto para tu familia”. Sin duda, guiadas misteriosamente por la mano de
Dios, Rachel y su madre se negaron a que se quedara con ellas. Clare tuvo
que volver a casa y armarse de valor para explicarle a su familia lo que iba
a hacer. “Entonces empezó otro tipo de película”, escribió más tarde[63].
Clare misma, en su propia vida, comenzó a vivir y a interpretar el papel
principal de lo que parecía una historia de cine. Primero se lo dijo a sus
padres. Luego, sus padres llamaron a sus hermanas y pidieron a Clare que
les explicase por qué se iba. Ellas tenían dieciséis y trece años en ese
momento.
Una vez superado el primer shock al oír el anuncio de Clare,
empezaron a quitarle importancia con bromas: "Volverás dentro de una
semana", le dijo Megan. “¿Tú crees que te van a dejar fumar en el
convento? No vas a durar nada”. “Estoy segura que solo nos está
engañando… Lo pasa, en realidad, es que habrá conocido a algún chico en
España y está haciendo que se va a España para ser monja”, era la teoría de
Shauna. A todos les consolaba pensar que Clare estaría de vuelta en unas
semanas.
Sin embargo, su padre estaba muy preocupado. ¡Clare era muy joven!
Y este era un cambio en la orientación de su vida… Tenía que estar pasando
algo raro, algún tipo de hipnosis o lavado de cerebro. A Clare le dolió la
acusación de que era demasiado joven: “¿Dónde dice en la Biblia que el
Señor exija tener 21 años para seguirle?”[64]. Sin embargo, en ese momento,
no discutió. Sabía con certeza que tenía que ir a España. Después, cuando
estuvieran preparados para escucharla, ya les explicaría su llamada. Este no
era el momento.
Probablemente, a quien más afectó el anuncio fue a su madre.
Margaret estaba totalmente destrozada por el hecho de que su hija quisiera
dejarles e irse tan lejos. La veía con una gran determinación. Clare se
oponía deliberada y abiertamente a la voluntad de su madre. Nunca antes
había cometido un acto tan claro de rebelión. Eso es lo que hizo a Margaret
darse cuenta de que algo serio motivaba a su hija a irse y que no iba a ser
fácil que cambiara de opinión. Su frustración se tornó pronto en furia:
“Daba unos gritos que temblaba la casa”, recuerda Megan. A Margaret se le
ocurrían diferentes argumentos y estrategias para hacer que Clare se
quedara en casa. Cuando todos sus intentos de convencer a Clare fallaron,
la esperanza de Margaret estaba en hacer parar a Clare en casa de sus
abuelos paternos de camino al aeropuerto. Clare estaba muy unida a su
abuela, a la que nunca sería capaz de abandonar.
Clare no era indiferente a lo que estaba sucediendo a su alrededor. En
su interior combatía una intensa batalla. Meses después, estando en oración
ante el Señor en España, escribió: “Les he hecho sufrir mucho, Señor, y
solo espero que esto sea lo correcto. Solo puedo confiar en que me
mostrarás el camino verdadero”[65]. Ella veía que estaba haciendo sufrir a
su familia, pero sabía que tenía que seguir al Señor. Él había dicho: “En
verdad os digo que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos o
hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, que
no reciba ahora, en este tiempo, cien veces más […] y en la edad futura,
vida eterna” [66]. Clare lo sabía: “Dios sabe lo que hace, nosotros solo
tenemos que fiarnos de Él” [67]. Recordando este momento, la Hna. Clare
explicó: “Y yo lo explico como si estás en un acantilado y tú sabes que
tienes que saltar, y tienes un montón de miedo, pero sabes que tienes que
saltar porque el que te va a coger es el Señor”[68].
Sin mirar atrás
Capítulo 7

18 de junio de 2001. Fuera de la cocina, en el pasillo, está Margaret


Crockett postrada, literalmente, ante su hija mayor: “¡Clare, por favor!
¡Por favor, no!”. Sus sollozos clamorosos interrumpieron la desesperada
súplica. Trató de respirar hondo mientras las lágrimas seguían corriendo
por las mejillas. “¡No nos dejes! ¡Eres mi hija mayor! ¿Así me pagas todo
lo que he sufrido y hecho por ti?”.
Clare le respondió con calma: “Mamá, lo siento, pero tengo que
hacerlo”.
Margaret gimió: “Si vas a salir por esa puerta, más te vale hacerlo en
un ataúd…”.
Shauna, que estaba en el piso de arriba llorando, bajó y ayudó a su
madre a ponerse en pie.
Esta escena se había repetido a lo largo de toda la mañana. Habían
acudido amigos y vecinos, todos ellos con la intención de convencer a
Clare de que se quedara. ¿Cómo podía explicar su vocación si, apenas
abría la boca, la asediaban con duras acusaciones, lamentos hostiles y
lágrimas amargas? Algunas amigas suyas decidieron no ir a despedirse,
por no cargar aún más de dramatismo aquel momento. El único consuelo
de Clare era que todo estaba a punto de terminar. ¿Hubiera tenido fuerza
para soportar esta tensión durante un mes?
Margaret, mientras se agarraba a Shauna para ponerse en pie,
manifestó un último deseo: “Solo te pido que pases a despedirte de tus
abuelos”.
Sin contestar, Clare subió a su habitación para procurarse un
momento de tranquilidad. Allí rezó interiormente: “Señor, dame fuerza”. Ya
había estado en casa de sus abuelos maternos la noche anterior para
despedirse y esa misma mañana su padre la había llevado a casa de los
paternos. No sabía si podría resistir otra visita a sus abuelos.
Media hora después, se subió al coche con su padre para ir al
aeropuerto.
“Pasamos por casa de la abuela, ¿verdad?”, preguntó su padre
rompiendo el silencio.
Clare asintió. Ya se veía la casa a lo lejos. Su abuelo estaba fuera, en
el porche… Y allí estaba también su abuela, junto a la ventana. Los ojos se
le llenaron de lágrimas. “¡Señor, qué duro es esto! No sé si puedo”. Sintió
que sus fuerzas flaqueaban. “Papá –dijo con firmeza–, no pares”. Él la
miró asombrado, pero obedeció en silencio. “Señor, confío en Ti”, fue la
oración que a Clare le surgió espontáneamente.
Tras la facturación en el aeropuerto, pararon en un restaurante para
comprar algo de comer. Entonces, Gerard hizo su último intento de
convencer a su hija para que se quedara: “Clare, aún podemos volver a
casa… ¿Estás realmente segura?”. Ella miró a su padre a los ojos, dolida
por su incapacidad de comprender su decisión: “Papá, lo tengo que
hacer”.
Cuando terminaron, se dirigieron hacia el control de seguridad y la
aduana. Allí le dio su último adiós y accedió a la zona de los pasajeros. Al
cabo de unos instantes, oyó, de repente, la voz de su padre, que clamaba:
“¡Clare! ¡Clare! ¡Clare!”. Aquel grito le traspasó el alma como una
espada. Era cada vez más fuerte e insistente… Hasta que se quebró y no fue
capaz de seguir… Era su última oportunidad para persuadirla de que no se
fuera. Clare sabía –con una certeza que solo podía venir de Dios– que no
podía mirar atrás. Prosiguió su camino hasta la puerta de embarque.
En medio de toda la angustia, experimentó claramente el consuelo del
Señor, que le hacía comprender que Él sería su madre, su padre, su idioma,
su país… Solo tenía que confiar y avanzar por esa vía, sin mirar atrás.

El P. Rafael y dos candidatas fueron al aeropuerto a recoger a Clare.


Llegó el lunes 18 de junio de 2001, por la tarde. Una vez en Zurita[69], todas
las hermanas salieron a recibirla con una calurosa bienvenida, lo que le hizo
sentirse en casa enseguida. Estuvo contando al Padre y a las hermanas
algunas de las pruebas que había sufrido en los últimos días, y todos la
animaron a confiar en el Señor y a agradecerle que le hubiera dado la fuerza
para permanecer fiel a su llamada.
El Padre le preguntó si quería entrar como candidata de las Siervas el
11 de agosto, fiesta de Sta. Clara de Asís, y a ella le encantó la idea. Desde
ese momento formaría parte oficialmente de la comunidad de Siervas. Sería
el primer paso de un largo proceso de formación. A los dos años de
candidatado seguirían otros dos años de noviciado, cinco de votos
temporales y, finalmente, los votos perpetuos, si tanto ella como la
comunidad habían discernido que esa era su vocación.
Más tarde, Clare fue a la “casita”, una pequeña casa al lado del nuevo
noviciado de las Siervas, donde viviría con las candidatas. En ese momento
había allí siete candidatas, cuatro de las cuales iban a entrar al noviciado en
el mes de julio. Yo misma llegué al día siguiente con otras tres chicas de
Estados Unidos.
La casa del nuevo noviciado estaba por entonces en construcción. Por
las mañanas, íbamos caminando cinco minutos hasta la casa de las
hermanas profesas para hacer la oración ante el Santísimo expuesto. Luego
volvíamos y pasábamos el día en el nuevo noviciado, ayudando a las
hermanas a pintar y a rejuntar las paredes de la casa. Había momentos en
los que Clare estaba entusiasmada con el trabajo y otros en los que no tanto.
La Hna. Karen McMahon, irlandesa, entonces novicia, entró un día en la
“casita” y se encontró allí a Clare fumando, con los pies encima de la mesa,
mientras el resto de las chicas estaba trabajando. En tono de broma regañó a
Clare: “¡Viva Irlanda! ¡Vaya… Cómo estás dejando al país!”. Clare, con
toda calma, le contestó con una risita entre dientes, mientras bajaba los pies
de la mesa: “Sí, sí… Ya voy”.
Por la tarde, las chicas de habla inglesa teníamos clase de español.
Empezamos con vocabulario muy básico y con la conjugación de los verbos
en presente. Era divertido estudiar con Clare, porque constantemente hacía
bromas y se reía con las palabras que iba aprendiendo en español. Por algún
motivo, “gusano” y “ajo” le resultaban especialmente graciosas. Solía
repetir sus vocablos favoritos en español, incluso en contextos en los que no
venían a cuento en absoluto. Más tarde, siendo ya candidata, las clases
dejaron de ser una novedad y se le pasó el primer entusiasmo, con lo que
sus bromas –con frecuencia destinadas a boicotear la clase o el tiempo de
estudio– dificultaban la concentración y el aprendizaje de todas. Recuerdo
que un día incluso se escapó de la sala de estudio con otra candidata para ir
a dar una vuelta.
Hacia las siete de la tarde, solíamos tener una reunión de formación
con el P. Rafael. Normalmente empezaba con una cita de algún libro, el que
estuviera leyendo en esos días, o con una pregunta espontánea, y de ahí
partía el diálogo. Todo el mundo podía participar, ya que el fin era que
aprendiéramos a pensar y a reflexionar, y el Padre guiaba la conversación.
Los temas variaban mucho: desde los consejos evangélicos –pobreza,
castidad y obediencia–, a la vida espiritual y de oración, las virtudes, etc. A
Clare le gustaban mucho estas reuniones y siempre intervenía. Justo
después de la reunión teníamos la misa y luego las chicas volvían a la
“casita” para cenar.
Durante los primeros días en Zurita, Clare gastó todos los cigarrillos
que había traído. Sabía que una vez que entrase como candidata, en agosto,
tendría que dejar de fumar definitivamente. Unos cinco días después de su
llegada, hicimos una peregrinación a Lourdes. Dado que las novicias de
segundo año iban a hacer sus primeros votos el 2 de julio, el P. Rafael había
decidido llevarlas a Lourdes como parte de la preparación para su entrega al
Señor. Como había plazas libres en los coches, algunas de las chicas
pudimos ir con ellas. Tuvimos que levantarnos pronto, porque Lourdes
estaba a cinco horas en coche y era un viaje de ida y vuelta en el día. Al
cabo de unas dos horas, paramos para desayunar en una gasolinera. Las
hermanas empezaron a sacar los vasos de plástico, pan, leche y café. En vez
de comprar la comida por el camino, habían preparado todo para llevarlo
desde casa, como siempre; así era más barato. Cuando terminamos el
desayuno, empezamos a recoger todo para marcharnos, pero no
encontrábamos a Clare. De repente, la vimos a unos cuantos metros de
distancia, hablando con un hombre que acababa de aparcar y que tenía un
paquete de cigarrillos en la mano. Efectivamente, Clare le estaba pidiendo
con gestos un cigarrillo. Al verle fumar, la tentación se hizo demasiado
fuerte y no pudo resistir. Yo fui corriendo hacia él con otras chicas e intenté
disuadirle –en inglés– de que le diera tabaco. Aquel señor, que debió de
divertirse con aquel grupo de americanas escandalizadas, le dio el cigarrillo
mientras nosotras gritábamos: “¡No!”. Clare nos ignoró y pidió al hombre
que le diera fuego. Sin mostrar la más mínima sombra de remordimiento,
nos sonrió mientras se colocaba el cigarrillo entre los labios y empezaba a
fumar. No puedo evitar pensar que le satisfizo más el dramatismo de la
escena que el cigarrillo en sí. ¡El Señor tuvo mucha paciencia con ella en
estos primeros momentos!
Sin embargo, dejar de fumar y tener que hacer trabajo físico fueron las
pruebas más ligeras a las que tuvo que enfrentarse en los principios. El
Señor le tenía dispuesta una nueva y dolorosa dificultad, para probarla y
pedirle que renovara su “sí” y su decisión de seguirle.
Después de la jornada en Lourdes, ayudó a las demás chicas y
candidatas en la intensa preparación del campamento que iba a tener lugar
del 3 al 13 de julio. Sería su primer campamento con el Hogar de la Madre.
El 2 de julio viajamos a Priego (Cuenca) para la ceremonia de votos de las
hermanas. Al día siguiente, al comienzo del campamento, Clare recibió una
llamada que la descolocó. Su abuelo, James Doyle, había fallecido
repentinamente. Era el mismo abuelo ante el que no paró para darle el
último adiós… ¿Habría muerto en gracia? ¿Cómo lo estaría llevando su
abuela? ¿Y su madre? Estas ideas la atormentaban mientras se dirigía al
aeropuerto para asistir al funeral.
Clare volvió a Irlanda para acompañar a su familia y rezar por su
abuelo. Fue un momento muy difícil y doloroso para la familia, pues
estaban todos muy unidos. La viuda era la que estaba sufriendo más; su
salud parecía decaer por momentos. Clare pasó esos días en casa de su
abuela, para ayudarla en lo que necesitase y hacerle compañía.
Su familia empezó a elaborar planes y estrategias para retenerla. Por lo
que hemos podido averiguar, parece que su modo de defenderse de ello fue
agigantar teatralmente su religiosidad e incluso inventar historias de cómo
era la vida con las hermanas. Cabe recordar que Clare aún no había
alcanzado la madurez en la vida espiritual y que su deseo de ser fiel se
mezclaba con el goce de ser el centro de atención y de causar impacto entre
sus amigos y familiares con actitudes e historias exageradas.
En cualquier caso, al cabo de un día o dos, su familia estaba
convencida de que nunca volvería a España. Aparte de todas las razones ya
argüidas anteriormente para persuadirla de que se quedara en casa,
añadieron, esta vez, algunas más. Estaban seguros de que ya no se les
escaparía.
“¡Clare, te necesitamos para que cuides de la abuela!”, insistía su
familia. “La abuela te necesita. Como tú te fuiste, el abuelo se murió de
pena. ¿Vas a matar también a la abuela?”.
Clare empezó a dudar. Pesaba sobre ella un sentimiento de culpa.
¿Cómo podía abandonar a su abuela? ¿No sería un pecado contra la
caridad? S. Ignacio de Loyola dice que el demonio suele presentarse como
ángel de luz, y eso es precisamente lo que hizo en esta ocasión. Poco a
poco, empezó a sentirse en la obligación de permanecer allí y cuidar de su
abuela.
Entonces llamó a España y pidió hablar con la Hna. Elena. Le contó
todo lo que había sucedido, lo mucho que le debía a su abuela y que esta la
necesitaba. “Así que no voy a volver a España”, concluyó. Enseguida, la
Hna. Elena sospechó que el demonio podría estar aprovechándose de esta
situación para tentar a Clare y la ayudó a ser consciente de lo que podría
significar esa decisión a largo plazo. Si no volvía ahora, ¿tendría la fuerza
de hacerlo dentro de unos meses, contando con que su familia seguiría
presionándola? Sabía bien que los suyos no la dejarían volver tan
fácilmente ni en unos meses ni incluso en unos años.
Desgraciadamente, muchos han rechazado o abandonado la llamada
del Señor precisamente porque han cedido a presiones procedentes de su
familia y de sus amigos. El Señor dice: “Si alguno viene a mí y no pospone
a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus
hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío [70]”. Estas son
palabras duras, pero son las palabras de Jesús. En otra ocasión, cuando un
joven preguntó al Señor si podía seguirle después de enterrar a su padre, es
decir, después de cuidar de su padre hasta su muerte, Jesús le respondió:
“Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de
Dios” [71].
Sí, responder a la voz de Dios implica dejar a los que se ama para
seguir a Jesucristo. Ese amor se eleva a un nivel sobrenatural. Y aunque
ellos no lo reconozcan en un primer momento, una vocación religiosa es
siempre una bendición inmensa para todos nuestros seres queridos. De
hecho, un amor verdadero hacia nuestros parientes exige fidelidad a lo que
el Señor nos pide. La salvación de los miembros de nuestra familia, que es
su verdadero bien, podría depender, en parte, de nuestra entrega al Señor y
de nuestras oraciones en su favor.
En el caso de Clare, era evidente que la prioridad de la familia no era
la salud de la abuela, sino retener a Clare en casa, es decir, impedir su
seguimiento de Cristo. Sus propios hijos eran los primeros responsables del
cuidado de la abuela, vivían cerca y podían hacerlo con mucho cariño. San
Pablo dice: “Llevamos este tesoro en vasijas de barro” [72], y la vocación es
ese gran tesoro que tenemos que proteger. La Hna. Elena ayudó a Clare a
ver esto. Después de la conversación, Clare decidió responder a su llamada.
Sabía que tenía que confiar en que Él cuidaría de su abuela y del resto de la
familia. Sin embargo, esta convicción no le dio la facilidad para hacer lo
que tenía que hacer.
Clare sintió que no tenía la fuerza necesaria para decirle a su abuela
que se marchaba ni para explicarle el porqué. Sabía que tenía que irse, pero
estaba tan desgarrada interiormente que le asustaba la posibilidad de
derrumbarse y ceder si su abuela insistía en que se quedara. Clare llamó a
un taxi para que la recogiera en casa de su abuela y así poder ir al
aeropuerto a la mañana siguiente. Aquella noche, cuando su abuela empezó
a hablar de los planes para el día siguiente: “Podemos ir a comprar y
después...”, Clare solo asintió.
Al día siguiente, a la hora establecida, cogió su maleta y, en silencio,
caminó de puntillas hacia la puerta, asegurándose de no hacer ruido al
abrirla. ¡Ya estaba el taxi esperándola! Quizá por el nerviosismo, cerró la
puerta de la casa con un golpe fuerte, despertando así a su abuela, que
empezó a gritar su nombre: “¡Clare! ¡Clare! ¿Dónde vas?”. ¡Eso era
exactamente lo que ella había querido evitar! Clare sintió que se moría, pero
sabía lo que tenía que hacer. Sin mirar atrás, caminó hacia el coche, se
metió y cerró la puerta.
Cuando las hermanas fueron a recogerla al aeropuerto, Clare las estaba
esperando fuera con rostro sombrío y un cigarrillo en la boca. Era obvio que
estaba sufriendo. El Señor le había dado la fuerza de voluntad necesaria
para volver, pero no había sido fácil. La lucha interior era todavía muy
intensa. De vuelta con las hermanas y en la “casita”, el Señor la consoló y la
sanó interiormente. Ella había querido escogerle por encima de todo lo
demás y el Señor recompensó su generosidad. El tiempo voló y enseguida
llegó el 11 de agosto, fiesta de Sta. Clara de Asís, el día fijado para la
entrada de Clare como candidata. El acto se realizó durante la misa, a las 10
de la mañana, en Barcenilla (Cantabria).
Durante el rito de este acto, la M. Ana, superiora general de las
Siervas, preguntó a Clare: “Querida hermana, ¿qué nos pides?”. Clare
respondió: “Que me permitáis experimentar un tiempo lo que es vuestra
vida consagrada y que juzguéis de mi aptitud para seguir a Cristo en las
Siervas del Hogar de la Madre de todos los hombres, Madre de la
juventud”. Luego afirmó que deseaba vivir en pobreza, castidad y
obediencia, y vivir en comunión y en comunidad con las Siervas.
Todos respondieron “amén” y Clare se arrodilló para leer la fórmula de
entrada:
“Señor Jesucristo: He oído tu voz que me dice: “¡Sígueme!”, “El
que quiera venir en pos de Mí que se niegue a sí mismo y me siga”.
Me comprometo a seguirte como Sierva del Hogar de la Madre de
todos los hombres, Madre de la juventud, y me ofrezco para realizar la
obra de tu regalo a tu Madre y nuestra Madre…”.

La M. Ana encomendó a la nueva candidata a la Hna. Rocío, que sería


su formadora durante aquellos primeros momentos en que aprendía la vida
de una candidata a las Siervas del Hogar de la Madre. El P. Rafael concluyó
el rito con una oración y la bendición. Fue un día de alegría y fiesta. ¡Clare,
por fin, se había entregado a Dios! Su sonrisa radiante era manifestación de
su alegría interior. A partir de aquel día, iba vestida con una falda como
signo de su consagración.
Al final de un cuadernito, en cuyas primeras páginas había escrito
Clare las oraciones de consagración matutinas del Hogar de la Madre, anotó
en esta época una plegaria que es clara expresión de los deseos más íntimos
de su corazón en aquel momento en que acababa de dejar su país, su
familia, sus amigos y todo lo que amaba, para seguir a Dios:

«Querido Señor: Por favor, vela sobre toda mi familia y sobre


todos los que han sido buenos, generosos y amables conmigo. Te pido
especialmente por los Gallagher, que han sido gente excepcional y que
necesitan mis oraciones; por mi madre, mi padre y mis dos hermanas,
que aún no te han “encontrado” realmente. Te pido que toques
intensamente sus corazones. Te pido por todas las personas del mundo
que ponen otras cosas por delante de Ti y no tienen ningún respeto por
Ti. Te pido por las personas que me han herido y por aquellas a las
que yo he herido. Te pido por los sacerdotes y para que haya más
vocaciones a la vida religiosa. Te pido por los que han muerto, para
que puedan descansar en paz. Te pido por todos los que son pobres,
están enfermos y solos, especialmente por los ancianos. Te pido
especialmente por el Hogar de la Madre, las Siervas, los hermanos y
Padres, que me han hecho tan feliz. Te pido por mí, para que pueda
llevar una vida buena y llegar a ser una Sierva fiel, que no haga otra
cosa más que pensar en Ti. Amo a mi Señor, mi Dios, mi verdadero
amigo y Padre. Te quiero, María, pide por mí y vela sobre mí, y pide
también a Mamie [73] que ruegue por mí. Gracias por todo».
Un comienzo generoso
Capítulo 8
Había pasado casi un mes desde la entrada de Clare en las Siervas.
Todas las hermanas y candidatas se hallaban en el monasterio de Priego
para celebrar los votos perpetuos de las tres hermanas que iban a hacer
entrega de toda su vida a Nuestra Madre en el día de su cumpleaños, el 8
de septiembre.
Cada una estaba ocupada en una tarea: limpieza, cocina, flores para
la ceremonia... En medio de todo esto, la M. Ana se acercó a Clare y, con la
ayuda de una hermana que hizo de traductora, le dijo: «Estaba pensando
que sería un buen momento para cortarte el pelo un poco. La Hna. Reme
puede hacerlo ahora, si quieres».
La cara de Clare expresó su lucha interior.
La M. Ana se rio: «No te lo tienes que cortar del todo! Eso es un
sacrificio que el Señor te pedirá más adelante, cuando entres al
noviciado… Ahora son solo unos dedos. ¿No quieres hacerlo como un
regalo de cumpleaños para la Virgen? ».
Un poco de mala gana, Clare accedió y subió las escaleras para ir a
cortarse el pelo. Lo tenía todo recogido en una coleta y la Hna. Reme cogió
las tijeras y le cortó algunos dedos, colocando el mechón sobre las manos
de Clare: «Todavía tengo que seguir cortando y nivelando, pero ¿por qué
no vas primero a dejar esto a los pies de la Virgen y a ofrecérselo?».
Clare, ahora un poco más animada que antes, caminó hacia la imagen
de la Virgen situada en la esquina de la habitación y dejó el pelo a sus pies.
Se paró por unos momentos, miró la estatua y rezó interiormente: «Aquí
está mi regalo de cumpleaños para ti. Por favor, ayúdame a verte como mi
Madre, ¡¡¡porque realmente lo quiero!!!».

Clare empezó su vida de candidata con gran ímpetu y generosidad. Sin


embargo, no siempre le fue fácil luchar contra su independencia. Tuvo que
aprender a usar su libertad para hacer lo que Dios pedía de ella en cada
momento, a través de sus superiores, y no solo lo que le apetecía. Después
de una lucha inicial –que, a veces, se manifestaba también al exterior–
acababa por obedecer, porque quería hacer lo que el Señor le pedía. Poseía
una voluntad firme, aunque, quizá, también demasiada confianza en sus
propias fuerzas. El Señor se encargaría de purificar esto poco a poco.
Su horario como candidata estaba repartido entre ayudar a las
hermanas en la pequeña imprenta, donde se elabora la revista del Hogar de
la Madre; trabajar en la huerta o en la construcción del nuevo noviciado; la
formación espiritual e intelectual y la oración.
Durante sus primeros meses de candidata rezó con perseverancia,
pidiéndole al Señor que la limpiase y purificase. Escribió esta reflexión:
«Parece que ya no estoy pensando tanto en el futuro y, poco a poco, me
estoy librando de mis apegos. Señor, necesito que me ayudes a desapegarme
absolutamente de todo»[74].
San Ignacio de Loyola explica en su primera anotación que el
propósito de los Ejercicios Espirituales es «preparar y disponer al alma para
sacarla de todas sus tendencias desordenadas y, después de haberla sacado,
buscar y encontrar la voluntad divina». Al principio de la vida espiritual,
esto es lo que debe hacer el alma. Clare, como candidata, también tenía que
eliminar los apegos y afecciones desordenadas de su corazón para poder
amar a Dios sobre todo y, después, a todas las demás personas y cosas en
Él. ¡Era una tarea difícil! Los criterios del mundo los tenía aún muy
presentes. Pero ella estaba abierta al Señor y le pidió ayuda. Poco a poco, Él
empezó a transformarla.
La Virgen María sería clave en su transformación espiritual. En el
Hogar de la Madre se vive una espiritualidad de relación filial con Nuestra
Madre y Ella se hace presente en la vida diaria de todos sus miembros:
«Ella vive entre nosotros». Al mismo tiempo, su Inmaculado Corazón se
convierte en un refugio estable para los miembros del Hogar: «su corazón
es nuestro hogar». Clare anhelaba esta sincera e íntima relación con la
Virgen Santísima. Nuestra Madre, paulatinamente, se lo concedió. Clare,
espontáneamente, recurría a su Madre celestial en busca de ayuda para
superar sus dificultades y soportar las purificaciones en su vida diaria:

«En esta oración he estado hablando con la Virgen, nuestra


querida Madre, que es como un caramelo ante el que no te puedes
resistir, y Nuestra Madre me ha hablado, diciendo: “El Señor está
contento contigo, pero estará más contento cuando mejores”.

Madre nuestra, ayúdame a ser una hija agradecida y querida tuya.


Mi devoción a ti no es ni la mitad de generosa de lo que es tu amor a
mí. Tu amor puro hacia mí ha pasado a menudo desapercibido y no te
lo he devuelto. Ahora deseo hacer reparación por tan profunda
ingratitud. Tú eres, de hecho, la Madre perfecta. Ayúdame a
abandonar mis faltas diarias y seguirte por fin en el camino hacia
Dios»[75].

Otro apoyo adicional en su vida espiritual fue su santa protectora. El P.


Rafael da a todos los miembros del Hogar de la Madre un santo protector y
el de Clare fue santa Teresa del Niño Jesús. Santa Teresita parece haber
estado muy presente en su vida, incluso antes de conocer el Hogar de la
Madre, porque era la patrona de su grupo de jóvenes en Derry (COR). Su
familia también rezó una novena a santa Teresita cuando Clare se fue de
casa, pidiendo que volviese. Parece que la santa respondió de una manera
diferente: fortaleciendo a Clare en su vocación. Los santos conceden las
peticiones que están en la línea de la voluntad de Dios y de nuestro
verdadero bien. Al principio, Clare tuvo dificultades para “conectar” con
santa Teresa, ya que esta siempre fue buena, muy dulce y delicada. Sin
embargo, Clare le pedía ayudaPor ejemplo, en septiembre de 2001, escribe
en su cuaderno una oración al Señor que dice: «Envía a santa Teresa del
Niño Jesús a ayudarme en la imprenta»[76]. Y según fueron pasando los
años, fue desarrollando una fuerte devoción a ella, dándose cuenta de que,
aunque exteriormente pareciese dulce y mema, interiormente era fuerte
como un león.
Cuando Clare era candidata, muchas chicas jóvenes fueron a vivir a la
casita. Como tenía un don impresionante para llevarse bien con todo el
mundo, sin importar la cultura o la edad, sabía hacer que se sintiesen
acogidas y como en casa, y siempre encontraba la manera de hacerles reír si
encontraban dificultades o no encajaban bien.
La formación intelectual y espiritual es una prioridad en la vida de la
candidata. Además de las reuniones diarias de formación con el P. Rafael,
Clare tenía clases de español, reuniones de formación semanales para
candidatas y clases de Catecismo. Tenía una gran sed de saber sobre Dios y
sobre la vida religiosa. Mientras trabajaba en la imprenta hacía canciones
para aprenderse los mandamientos y los sacramentos. Siempre decía que
nunca había memorizado estas verdades básicas de la fe y que, aunque lo
hubiera hecho en algún momento de su infancia, ya hacía mucho tiempo
que lo había olvidado[77]. Mientras estuve en la casita con ella, a menudo se
acercaba a preguntarme sus dudas “teológicas”: «¿Cómo puede Dios ser
uno y tres a la vez?».
Además de preguntarme estas dudas, le gustaba también bromear
conmigo –¡y no solo conmigo!–. Un día, ella y Bernadette Claire, una chica
que había llegado a España en enero de 2002 para estar con nosotras
algunos meses, estaban trabajando fuera. Yo estaba dentro de la casita
estudiando. Clare le dijo a Bernadette: «Tengo un plan. Ve y pregúntale a
Kristen si puedo usar su ordenador. Ella te va a preguntar que para qué lo
necesito. Dile que no lo sabes y que venga ella a preguntármelo. La estaré
esperando aquí con la escalera».
Bernadette accedió y fue corriendo a la casita a decirme que Clare
quería usar mi ordenador. El hecho de que reaccionase exactamente como
Clare esperaba, muestra no solo lo bien que me conocía, sino también lo
perspicaz que era cuando conocía a la gente. «¿Para qué lo necesita?»,
pregunté. Y tal y como Clare había planeado, Bernadette me respondió que
no lo sabía y me invitó a ir yo misma a averiguarlo. Cuando me acerqué a la
esquina donde estaba trabajando Clare, de repente, vi una escalera caerse, y
Clare con ella. Muy asustada, grité: «¡Clare!, ¿estás bien?». Y entonces
estalló en carcajadas. ¡Había empujado la escalera al suelo y actuó como si
ella también se estuviera cayendo! Ese había sido su plan desde el principio.
Con frecuencia se inventaba juegos durante las comidas. Un día
escribió todos nuestros nombres en trozos de papel y cada una teníamos que
coger uno. Después, debíamos intentar ser esa persona durante toda la
comida. A ella le tocó ser Sara Lozano, una candidata de España, y
Bernadette tenía que imitarme a mí. Clare fue, obviamente, la primera en
empezar a hablar. Empezó con una frase típica de Sara: «¿Alguna quiere
más pan? ¡Hay más, no os preocupéis!». Solo con esa frase, todas
empezamos a reírnos. Después, Bernadette empezó a imitar mis frecuentes
ataques de asma, mientras las demás se partían de risa. Clare no olvidó que
era Sara y continuó siendo ella, no dando paso a la hilaridad como el resto
de nosotras. La conversación había sido en español hasta entonces, pero en
ese momento, se giró y le dijo en inglés a Bernadette, con mucha calma,
como lo hubiera hecho Sara: «Kristen, ¿quieres agua?» Esto provocó que
todas se rieran más y, al final, Clare también estalló en una gran risotada.
Inventaba canciones para distintas hermanas o para momentos u
ocasiones diferentes. Por ejemplo, tenía una canción para animar a las
candidatas que tenían que volver a la universidad los lunes, después del fin
de semana. Tenía también una melodía breve y ridícula para casi todas las
hermanas. Estos son algunos ejemplos:

«Hermana Rocío, formadora de candidatas; esta mujer es santa.


Se nota al mirarla a la cara. Ahora tiene 35, y eso ya es bastante
mayor. Hermana Rocío, Sierva del Hogar» [78].

«Hermana Grace, Hermana Grace, la monja loca del espacio. Ella


es de allí pero ahora está aquí. Entonces con nuestro Señor ella no
tiene miedo. Dididoo. Dididoo»[79].

«Hermana Leti, le encantan los espaguetis, es de México. Ella


come muy despacio. Trabaja en la imprenta, su color favorito es el
magenta»[80].

También se inventaba canciones para enseñar a los niños a ofrecer


cosas al Señor. Estoy segura de que eso también le ayudó a ella misma, ya
que Bernadette recuerda haber cantado esta canción con Clare trabajando en
la construcción:
«Cuando estoy contenta, cuando estoy triste,
cuando me siento bien o me siento mal,
cuando hay sol o cuando hay lluvia,
cuando gano o pierdo el juego,
esto es lo que le digo al Señor:
A ti te ofrezco todo, a ti te ofrezco todo»[81].
Se inventó también un personaje llamado «Carlitos», un niño bizco al
que siempre se le caían los mocos. Empezaba a hablar como Carlitos en
cualquier momento, incluso cuando estábamos preparándonos para ir a la
cama. Entonces nos uníamos y le hablábamos como si fuéramos sus padres
o sus hermanos, animándole a irse rápido a la cama, a ser paciente mientras
esperaba para pasar al baño, etc. Después, Clare añadió otro personaje
llamado Nicasia, que era una niña insoportable que hablaba con Carlitos.
Era impresionante cómo cambiaba tan fácilmente de una personalidad a
otra. El P. Rafael tenía a menudo conversaciones con Carlitos y con Nicasia
después de comer. Solían representar un concurso de radio en el que se daba
a los niños la oportunidad de ganar una bicicleta naranja. Nicasia siempre
acababa llorando y las hermanas, a veces, se reían hasta el punto de
derramar también lágrimas.
A Clare le encantaba vernos reír y realmente traía alegría a la
comunidad. Sin embargo, era consciente del hecho de que sus intenciones
estaban mezcladas; en parte, quería ser el centro de atención. Llevaba
siendo el centro de atención desde que era pequeña y no era tan fácil
purificar esa inclinación. La Hna. Karen McMahon, que fue su formadora
durante su segundo año de candidata, la animaba a no actuar como Carlitos
a no ser que se lo pidiese explícitamente el P. Rafael. Seguramente hizo el
esfuerzo de poner en práctica el consejo de la Hna. Karen, aunque se le
hiciera difícil. Y de hecho, con el paso del tiempo, llegó a ser reacia a
actuar de Carlitos[82].
Durante la oración, Clare escribe al Señor sobre su deseo de
purificación:
«He pasado mucho tiempo –la mayor parte de mi vida– queriendo
ser el centro de atención. Ahora quiero ser humilde, tener humildad,
pero aún quiero ser reconocida. Te quiero, Señor; quiero quererte más,
quiero abandonarme completamente en ti.[83]»
Poco a poco, el Señor empezó a purificarla, a enseñarle la verdadera
humildad. Empezó a descubrir más y más su debilidad y su nada, y lo
dependiente que era de Dios. Así empezó a transformarla, también en sus
sentimientos y afectos. Ya no estaba tan segura de sí misma como antes.
Llegó hasta el punto de observar, llena de sorpresa, que estaba empezando a
sentir vergüenza cuando le pedían hacer ciertas cosas (como Carlitos) o a
hablar ante la gente. Nunca había experimentado esto antes.
Ella fue también muy generosa y tomó parte activa en su purificación.
Sus dos formadoras durante el candidatado, la Hna. Rocío y la Hna. Karen,
recuerdan su clara determinación: «Cuando ella veía algo, iba a por ello,
aunque fuese difícil, incluso si eso significaba sufrimiento». Durante estos
primeros años, actuaba más bien movida por el orgullo de pensar: «He
decidido hacerlo y lo voy a hacer», confiando demasiado en sus propias
fuerzas. Sin embargo, según su cuaderno de oración de ese tiempo, está
claro que ella sabía que dependía totalmente de la gracia del Señor. Nunca
se cansó de pedirle que le diese fuerza y humildad.

«Señor, tengo mucho amor propio. Quieres que te ofrezca mucho,


me pides que haga cosas por amor a ti, y cuántas veces te he
rechazado. Ayúdame, Señor, a hacer todo por amor a ti. Ayúdame
Señor, ayúdame Señor, ayúdame Señor»[84].

«Señor, te suplico me ayudes en lo que sea que pueda sufrir, te


suplico que me des la disposición del corazón que tanto deseo de
hacer lo que quieras e ir a donde quieras, en cualquier momento, sin
excepción»[85].

El Señor le respondió dándole oportunidades concretas para madurar y


crecer en humildad mediante las personas que la guiaban. No fue
automático y, con frecuencia, fallaba. Pero no se puede crecer en humildad
sin humillaciones. Durante una de las reuniones diarias con el P. Rafael, él
se giró hacia Clare y le dijo: «¿Te has dado cuenta de que entras en la
capilla de forma arrogante, con la cabeza alta, como si fueras la persona
más importante en el mundo?». De primeras, Clare se sorprendió y apenas
daba crédito a lo que oía. Pero no dejó que su orgullo cerrara su corazón a
lo que el Padre le estaba señalando. Compartió con todas que en sus clases
de teatro le habían enseñado a decir: «¡Soy la mejor!», mientras caminaba
con la cabeza alta para demostrar confianza en sí misma. Explicó que no se
había dado cuenta de que continuaba haciendo lo mismo, incluso cuando
entraba en la capilla. El P. Rafael le dijo que tenía que purificarse de esa
actitud e intentar entrar en la capilla con humildad delante del Señor.
La conversación acabó ahí, pero en los días y en las semanas
siguientes pudimos ver que estaba haciendo el esfuerzo de seguir el consejo
del Padre: siempre tenía la cabeza inclinada hacia abajo cuando entraba en
la capilla. Casi exageraba demasiado solo para hacer una simple
genuflexión. Pero así era ella: o todo, o nada. Esta nueva actitud de
humildad y adoración estaba reflejada también en sus posturas durante la
oración. Se notaba que estaba realmente en la presencia de Dios.
Trabajar en la imprenta era también una escuela de humildad. Las
máquinas, aunque de buena calidad, eran bastante antiguas. La tinta se
añadía manualmente y había que estimar la cantidad de cada color y
probarla. A medida que se probaba la combinación de los colores, se
probaba también la paciencia de cada hermana o candidata. A veces, había
que imprimir algunas páginas de prueba hasta conseguir la combinación
perfecta de colores. Como el papel era caro y los recursos eran escasos, esto
solía convertirse con frecuencia en un proceso frustrante, especialmente al
principio. Cada revista se alzaba y grapaba a mano. A pesar de su
dedicación, los nombres de las hermanas de la imprenta no aparecen en
ningún sitio. Nada menos gratificante a los ojos humanos ni más escondido
que trabajar en la imprenta.
Clare había crecido en un ambiente en el que el odio y la violencia
eran comunes. Ahora debía cambiar su corazón y aprender a amar sin
excepciones. Una hermana siempre se preguntaba por qué Clare se
presentaba como irlandesa y no como inglesa si era de Irlanda del Norte,
que pertenecía al Reino Unido. Ingenuamente, le preguntó: «Pero, vamos a
ver, ¿tu pasaporte es inglés o irlandés?». Clare se puso muy seria y la miró
fijamente a los ojos en silencio. Después de unos segundos respondió: «Si
le haces esa pregunta a otro miembro de mi familia, te aseguro que te
mata». Se dio la vuelta y se fue sin más explicaciones.
Obviamente, esa hermana no tenía una idea clara de los conflictos
históricos de Irlanda del Norte y el impacto que estos habían tenido sobre la
población local y su identidad nacional. No sabía nada del Acuerdo del
Viernes Santo de 1998, que puso fin a los problemas y permitió a los
católicos tener un pasaporte irlandés. Sí que se dio cuenta, sin embargo, de
que su pregunta había tocado una herida abierta y se aseguró de no volver a
sacar el tema. Sin embargo, cuando Clare volvió a ver a esta hermana,
estaba igual de sonriente que siempre, como si nada hubiese pasado. La
pregunta le había ofendido en el momento, pero no tuvo un efecto en su
relación.
En la oración, Clare le solía pedir al Señor: «Ayúdame, Señor...
Permíteme amar a aquellos con los que tengo más dificultad, permíteme
amarlos, Señor»[86]. Necesitaba aprender a amar a todas las hermanas que
el Señor le había dado, pero también quitar todos los restos de hostilidad
que se habían formado en su corazón. Una hermana inglesa, la Hna. Emma
Haynes, señala que nunca tuvo ninguna dificultad en la relación con la Hna.
Clare a lo largo de los siguientes años. Verdaderamente, el Señor le dio un
corazón nuevo.
Aunque parezca sorprendente, a Clare le costaba dejar el ambiente
“protector” de la casita y acompañar a otra hermana, incluso solo al
supermercado, por ejemplo. Había siempre música de fondo y, con
frecuencia, las canciones eran en inglés. Se las sabía todas y le traían
recuerdos de su vida mundana: de las fiestas a las que iba, de sus amigos,
sus planes... Ella resistió firmemente. El hecho es que Clare siempre estaba
con una canción en la cabeza. Necesitaba purificarse de toda la música del
mundo. En la casita, escuchábamos con frecuencia música de diferentes
artistas católicos durante los cargos. Así Clare aprendió canciones buenas
que le ayudaron a purificar su mente de la música del mundo. Estaba
siempre tarareando algo y, a menudo, prorrumpía en un canto. La nueva
música levantaba su alma a la oración en lugar de distanciarla de Dios.
El Señor también empezó a desapegarla de su imagen exterior. Antes
de entrar de candidata, tenía una chaqueta de cuero color vino tinto que
siempre había dicho que le llevaría a la fama. Ahora llevaba la ropa que le
habían dado las hermanas: ropa heredada de candidatas anteriores. Había un
jersey en particular que no podía soportar. Bromeando, convencía a las
chicas de que su abuelo llevaba uno justo igual. Cuando, durante una
actividad del Hogar de la Madre, una chica le dijo que su jersey le
recordaba al de su abuelo, Clare no veía la hora de contárselo al resto de las
chicas. Consiguió contar la historia de una forma tan dramática que toda la
casita acabó llorando de la risa. Siempre bromeaba y hacía reír con cosas
que le costaban particularmente; así evitaba quejarse, pues realmente quería
que el Señor le ayudase a dejar su vanidad a un lado y a crecer en el amor a
Él.
Hizo también el esfuerzo de superar otros malos hábitos que tenía,
como morderse las uñas. Desde que era pequeña, Clare se había mordido
las uñas “hasta el hueso”. Quería dejarlo, pero le parecía imposible. El P.
Rafael le aconsejó que intentara usar guantes para romper con ese hábito.
Clare no dudó en poner en práctica sus consejos. Como los guantes le
recordaban a los mimos, cuando se encontraba con una hermana, muchas
veces, de pronto, comenzaba a actuar como un mimo en una comedia
silenciosa. Pero los guantes solo funcionaban cuando los llevaba puestos.
Nunca superó totalmente ese hábito. Era una batalla constante. Quizás el
Señor utilizó este pequeño fracaso para mantenerla humilde[87].
Al principio, una de las cosas más difíciles para Clare fue la relación
con su familia. Ella seguía en contacto con ellos por teléfono y por carta,
pero todavía no la entendían ni apoyaban su decisión. Los meses pasaban y
ellos veían que ella no volvía a casa, tal y como esperaban que sucediese,
por lo que comenzaron a pensar que había sido raptada o que le habían
lavado el cerebro. No habían tenido la misma conversión que Clare y no
podían comprender ni imaginar la obra de la gracia de Dios en su alma,
tampoco que había sido Dios el que la había llamado para dejar atrás todo
lo que amaba en este mundo. Ella deseaba intensamente que ellos pudiesen
conocer a Dios y el pensar que estaban lejos de Él le dolía profundamente.
A finales de octubre, el padre de Clare la llamó por teléfono y le
expresó su deseo de visitarla. Clare no sabía qué esperar. Incluso advirtió al
P. Rafael de que su padre venía para vengarse de aquellos que habían
capturado a su hija. Gerard, por su parte, estaba todavía preocupado de la
partida de su hija. Quería ver por sí mismo dónde estaba y cómo eran las
hermanas. Le pidió al hombre más religioso que tenía entre sus amigos que
le acompañara para ayudarle a evaluar todo.
Llegaron el 13 de noviembre, justo a tiempo para el 19º cumpleaños de
Clare, que era al día siguiente. Al principio no quería que nadie fuera a por
ellos al aeropuerto, pero las hermanas insistieron y, finalmente, Clare y otra
hermana les recogieron. Clare tenía una mezcla de emociones muy intensa.
Estaba nerviosa porque no sabía cómo iba a reaccionar su padre al conocer
al P. Rafael y a las hermanas.
Sin embargo, Gerard se lo pasó genial con las hermanas, riéndose sin
parar. Encontró a su hija “radiante y llena de vida” como nunca, y pudo ver
que estaba realmente feliz, a pesar de la pobreza material que había elegido.
Varias veces, durante la visita, ofreció a su hija un cigarrillo, pero ella
respondió firmemente: «Ahora soy candidata y no fumo». El último día,
cuando se estaba despidiendo, quizás para aliviar la tensión del momento,
Clare le preguntó: «¿Dónde está ese cigarrillo que me ofreciste antes? ¿Me
das uno?». Y riéndose, mientras subía al avión, Gerard respondió: «No,
ahora es demasiado tarde. Ya dijiste que no».
Se emocionó cuando las otras candidatas cantaron una canción que
habían preparado para el cumpleaños de Clare. En el avión de vuelta, su
amigo le dijo: «Gerard, creo que es una cosa buena lo que está haciendo».
Esto alivió realmente sus preocupaciones y su corazón estaba más ligero a
la vuelta que a la ida.
Los meses continuaron y Clare pasó su primera Navidad con las
hermanas en España. El 1 de enero de 2002, las hermanas se fueron de
misiones, en grupos de cuatro o cinco, a diferentes ciudades de España.
Tenían que salir a las calles y hablar a los jóvenes, invitándolos a una
actividad el último día de la misión. Clare fue a Palencia con la Hna.
Conchi, una de las tres primeras hermanas, cuyo ejemplo conmovió
profundamente a Clare. «Nos dirigimos a las calles. Estaba impresionada de
lo espontánea que era la Hna. Conchi, ¡¡paraba a todo el mundo!! Pero me
di cuenta de que así es como debería de ser. Debería imitarla… Hablamos
con mucha gente a la que sabíamos que, en el fondo, no les interesaba. He
aprendido a no juzgar por las apariencias, porque hemos recibido algunas
sorpresas…». Y después de todo un día de apostolado, añadió: «Nos hemos
divertido mucho. Me sentía más valiente»[88]. Ella aprovechaba cada
experiencia para aprender y crecer.
Mientras estaban en Palencia, el grupo se quedó con unas religiosas
Agustinas. La comunidad era muy viva y animada, y a Clare le gustó
mucho conversar con las hermanas. Le costó irse y volver a Zurita.
«Cuando nos hemos ido hoy, tenía un nudo en la garganta. No quería irme.
Ha sido muy duro. Sigo pensando que no será la última vez que las vea».
Estaba muy cautivada por su alegría y sus cantos. Ellas le preguntaron por
su vocación y cómo decidió entrar con las Siervas, y ella les hizo partirse de
risa con su historia. Al irse de Palencia, estaba confundida y atravesó una
crisis en su vocación. Se había encontrado tan bien con las Agustinas…
¿No sería ese su sitio? Se dio cuenta de que necesitaba ayuda y decidió
abrir su corazón al P. Rafael. Después de un tiempo de discernimiento,
Clare concluyó: «Al final me he dado cuenta de que me atraía porque yo era
el centro de atención… ¡¡¡Mi sitio está con las hermanas!!! »[89]. Había
disfrutado de la atención recibida de las Agustinas y esto la había
confundido. También había experimentado esta “atención” en el Hogar de
la Madre al principio, pero ahora ya estaba menguando. Se había convertido
en un miembro normal de la comunidad. Y el demonio, al que le encanta
presentarse como ángel de luz, quería distraer a Clare de su verdadera
llamada.
El Señor pronto tuvo una nueva prueba para ella. Parece haber sido la
batalla más dura a la que tuvo que enfrentarse durante su candidatado.
Hacia finales de enero de 2002, la película sobre el “Domingo
Sangriento” se estrenó y su madre fue al estreno en Derry. Este fue el
primer salto a la fama de Clare como actriz. El rodaje había tenido lugar un
año antes y, finalmente, la película ya estaba terminada. Margaret habló con
el director de casting de la película, que había sido el mánager de Clare
después del rodaje. Le contó que su hija se había ido a España para ser
monja y él, inmediatamente, decidió intentar contactar con ella para
convencerla de que volviese.
Su mánager llamó por la tarde, cuando estábamos todas en la primera
casa de las hermanas en Zurita para la reunión y la Misa. El teléfono estaba
en la entrada, justo fuera del comedor donde teníamos la reunión, así que
pudimos escuchar cómo el tono de voz de Clare, con un acento marcado de
Derry, empezó a elevarse a medida que avanzaba la conversación. Cuando
colgó, entró en el comedor y, con su característica espontaneidad y apertura,
refirió al P. Rafael y a las hermanas toda la conversación. Su mánager le
había contado el estreno de la película y le había dicho que ahora tenía otro
papel para ella y que esta vez no sería un papel pequeño. ¡Esto le abriría las
puertas para ascender por la escalera del éxito! Hollywood estaba a la
vuelta de la esquina. Él insistió en que ya era hora de poner los pies sobre la
tierra y abandonar esa disparatada idea de quedarse en un convento en
España. Podría usar el dinero que ganase para una buena causa y dárselo a
las hermanas. Clare defendió valientemente su vocación durante todo el
tiempo e incluso le colgó el teléfono antes de que acabara la conversación.
Sin embargo, la llamada le había afectado bastante.
Se volvió al P. Rafael y le preguntó: «¿Y si volviera para hacer una o
dos películas grandes…? Luego podría traer todo el dinero para el Hogar de
la Madre, para actividades…». El Padre la miró en silencio, con una mirada
llena de afecto paternal. Y entonces repitió las palabras que el demonio
había utilizado para tentar a Jesús: «Todo esto te daré, si te postras y me
adoras» (Mt. 4, 9). Clare entendió. Sabía lo que tenía que hacer. «Vale, me
quedo. Pero déjeme disfrutar durante dos minutos de la idea de que podría
haber aceptado este papel y haber sido famosa».
Después expresaba con frecuencia su inmensa gratitud al P. Rafael por
su orientación. Él nunca dudó de que la mano de Dios estaba
verdaderamente detrás de su vocación y la confianza que mostró siempre
por ella le dio una gran fuerza en los momentos de dificultad.
Su mánager continuó llamando durante las sucesivas semanas, pero, en
todo momento, ella permaneció firme. Todo lo que había deseado estaba
colgando de un anzuelo justo delante de sus ojos. La tentación era muy
fuerte y la batalla interior persistió un tiempo. La idea de que podría actuar
en películas para ayudar a los demás, volvía una y otra vez. Además, ¡sería
famosa! El Señor, sin embargo, le ayudó a comprender que aunque el fin
fuese bueno –el ayudar a los demás–, los medios no eran los que Dios
quería que usase. Solo podría ayudar realmente a los demás si hacía la
voluntad de Dios. Por lo tanto, se negó a morder el anzuelo y a ceder a la
tentación de seguir el camino de la fama, que su corazón todavía anhelaba
en secreto. Había encontrado el verdadero amor en el Señor. Él era el único
que podía satisfacer y llenar su corazón.
Antes de venir a España, Clare tenía ya un plan para llegar a ser
famosa. Tenía talento y sabía cómo utilizarlo para conseguir la fama que
deseaba: usando sus dones “a su manera”. Nunca había querido trabajar en
programas de niños ni voces de títeres o marionetas, ya que lo consideraba
como la actuación más baja y más humillante posible. Una “actriz real”
tenía talento para hacer cosas mucho mayores. Pero esta humillante tarea
era precisamente la que el Señor le iba a pedir.
Alrededor del año 2000, un estudio de televisión católica que cerró nos
ofreció su equipo. El P. Rafael había sentido la llamada a trabajar con
medios de comunicación. Sabía que era una manera óptima para llegar a los
jóvenes y vio esta oferta como una señal de que eso era lo que el Señor
quería. Empezamos a aprender cómo usar las cámaras, editar vídeos… Uno
de los primeros proyectos fue un programa llamado “Hogarilandia” para
niños. Allí iba a haber una sección con juegos y necesitábamos a alguien
que se disfrazase de mariposa. El papel de la mariposa “Pinturina” era dar
los premios a los niños que ganaban. ¿Y quién fue elegida? ¡Clare! No le
gustó mucho la idea. En su espontaneidad, siempre nos decía: «¿Os lo
podéis creer? ¡Voy a vestirme de mariposa!». Pero lo hizo por amor a Dios
y por la salvación de las almas. Este deseo de hacer la voluntad de Dios fue
lo que le dio la motivación y la fuerza para hacerlo.
Poco después también actuaría con un disfraz de lata de refrescos en
un programa para enseñar inglés a los niños. En un correo que me escribió
por mi cumpleaños en 2003, cuando volví a casa a Estados Unidos para un
examen, me contó sobre el rodaje: «¿Sabes qué? El viernes vamos a grabar
“Fizzy and Chip”. ¡Qué suerte!, ¿verdad? ¡Viva la voluntad del Señor!»[90]
Lo más curioso es que ninguno de los dos programas llegaron a
terminarse ni a emitirse. El Señor solo lo utilizó para su purificación y
santificación. Fueron oportunidades que le dio para mostrarle su amor.
Quiero concluir este capítulo con una oración que Clare escribió en
forma de poema. Expresa bien lo que había en su corazón durante estos dos
años:
«Perpetuo perdón
Todos los días, Señor, caigo.
Tu hija más débil, con imperfección
tras imperfección.
Solo a ti, Buen Dios, puedo llamarte.
Tú, mi única consolación,
me amas en medio de mis caídas,
cuando mi corazón parece endurecido
y Tú, oh Señor, me perdonas con tu perpetuo perdón.

Soberbia como soy, vengo ante ti.


Por muy imperfecta que sea, Tú me amas.
Tú, Padre mío, al que acudo.
Cuando llamo, cuando te anhelo,
me abres la puerta.
Señor, allí me encuentras, con el corazón lleno de tristeza,
y me confortas, oh Señor, con tu perpetuo perdón.
Me purificas, Señor, con tu perpetuo perdón.
Y me perdonas, Señor, con tu perpetuo perdón»[91].
Blanca y radiante
Capítulo 9

«¡Qué día tan bonito!», le dijo Clare a Bernadette, que acababa de


entrar en las Siervas como candidata hacía unos días. En ese campamento
del Hogar de la Madre se había organizado una marcha al mar, y ahora,
después de la larga caminata, por fin habían llegado a la lejana y deseada
playa. Las dos descansaban plácidamente sentadas en la arena. La mayoría
de las chicas estaban nadando; otras, jugaban en la orilla. Solo faltaba una
semana para que Clare y otras tres jóvenes entraran al noviciado de las
Siervas con la correspondiente toma de hábito.
«¡Es un día perfecto para tomar el sol!», -murmuró Clare. Y sin
pensárselo más, se tumbó en la suave arena de la playa con su camisa y su
falda larga. Bernadette permaneció sentada en silencio.
Unos minutos después, la jefa del campamento vino corriendo: «¡Clare,
Clare! ¡Levántate! ¿Qué haces? ¿No ves que todas las chicas van a querer
tomar el sol también? ¡Esto es un campamento, no son vacaciones en la
playa!».
Clare obedeció inmediatamente y se levantó, pero Bernadette percibió
su frustración. Una vez que la jefa estaba fuera de su campo de visión, la
futura novicia dijo: «¿Sabes? Nunca más podré tomar el sol». Bernadette
no estaba segura de qué debía responder. Clare miraba las olas chocándose
con la orilla y continuó: «Y nunca más podré nadar… y nunca más podré
salir. ¿Sabes lo que he soñado esta noche? He soñado que salía de fiesta.
Primero me preparaba… ¡recuerdo todos los detalles! Me puse purpurina
en el pelo… me maquillé…» y como si se despertase nuevamente de ese
sueño, reaccionó con madurez a pesar de sus tentaciones exclamando: «¡El
diablo me está trayendo todos estos recuerdos! ¡Qué difícil es seguir al
Señor!».
Clare no siempre vio el noviciado en tales términos. Aunque hubo
períodos de tentación y desánimo, y aunque el demonio la atacaba más
fuertemente en los momentos previos a las grandes decisiones, ella esperaba
con ansias el día en que, por fin, pudiera dejar definitivamente el mundo y
tomar el hábito de las Siervas.
El periodo de formación de las candidatas es muy flexible, va de seis
meses a seis años, dependiendo de la situación específica de cada joven.
Después de un año de candidatado, el P. Rafael y la M. Ana hablaron con
Clare sobre la entrada al noviciado. La Madre pensaba que era mejor para
ella continuar madurando y creciendo en la vida espiritual como candidata
durante un año más. Más adelante, la Hna. Clare reconoció que le ayudó
mucho confiar en la M. Ana y ver la voluntad de Dios en su decisión. Al
año siguiente, en abril de 2003, se anunció que Clare entraría al noviciado
junto con otras tres jóvenes, el 16 de julio, fiesta de la Virgen del Carmen.
Un mes antes, Clare viajó a Irlanda para visitar a su familia y
explicarles el paso que iba a dar. Fue la primera vez que volvía a casa desde
su entrada como candidata. Aunque estaba muy contenta de ver a todos, fue
una experiencia agridulce, ya que su familia todavía no entendía su
vocación. Ella quería compartir la alegría de su entrega definitiva a Dios,
pero ellos la intentaban convencer constantemente de que se quedara en
casa. Le informaron de que no irían a la ceremonia de su entrada al
noviciado en España.
El viaje duró cinco días. Ella prefirió que la visita fuese solo para la
familia y los amigos más cercanos que quisieran acercarse a la casa.
Cuando volvió a España, el P. Rafael le preguntó cómo había ido. Varios
Siervos y Siervas estaban presentes. Clare explicó lo difícil que había sido y
lo contenta que se encontraba al estar de vuelta. Entonces, el Padre le
preguntó: «¿Has fumado?». Clare hizo una pausa. Mientras intentaba
responder, se echó a llorar, confesando que había fumado dos veces[92]. El
Señor le permitió experimentar lo débil que era, a pesar de sus buenas
intenciones. Por doloroso que fuese este fracaso para ella, confirmaba, una
vez más, su firme convicción de que solo Dios podía santificarla. Ella tenía
que confiar en el Señor y no en sus propias fuerzas mientras se preparaba
para el importante paso de la entrada al noviciado.
Clare abrió su corazón al Señor ante el Santísimo Sacramento unos
meses antes de su entrada: «Señor, yo quiero darte mi vida, mi corazón, mi
cuerpo, mi alma, mis palabras, mis miradas, mis acciones, mis canciones,
mis pensamientos, ¡todo! Quiero vaciarme y tengo que vaciarme, pero
sabes que duele un montón, porque tengo mucho orgullo, soberbia, vanidad,
impureza, pereza, insinceridad, falsedad. Soy como una oveja, no perdida,
porque te he encontrado, sino como una ovejita loca. Todavía me encuentro
buscando la consolación y la felicidad en las cosas que no son “Tú”.
Ayúdame a vaciarme de mí para llenarme de ti, de tu bondad, tu sinceridad,
tu benignidad, tu paciencia, tu caridad»[93].
La entrada tuvo lugar en Priego (Cuenca, España), en el mismo pueblo
en el que recibió la gran gracia de la conversión. Por la mañana, las cuatro
jóvenes tuvieron un retiro con el P. Rafael y por la tarde fue la entrada.
Después del Evangelio, las candidatas se retiraron a la sacristía para
cambiarse y salir ya vestidas con el hábito blanco. En la homilía, el P.
Rafael recordó a las nuevas novicias que no estaban dejando todo por nada,
sino por “Uno” que lo es todo: «Cristo ha prometido daros el ciento por uno
en esta vida y, al final, ¡la vida eterna! El mundo os mira como si fuera una
desgracia. “¡Pobrecitas! ¡Son tan inteligentes! ¡Tan guapas! ¡Qué
desperdicio!”. Pero no han entendido nada». Las animó a cultivar una
relación íntima con Cristo en la Eucaristía. Su primera misión era adorar a
Dios como Dios. Una religiosa no puede adorar al mundo ni adorarse a sí
misma, sino solo a Dios, les recordó el Padre.
Clare quería vivir este consejo durante su noviciado. Su purificación
espiritual fue incluso más profunda: purificación de su amor a las criaturas
y del amor a sí misma. Sin embargo, esta purificación no es un objetivo en
sí misma. Ella la buscaba como un medio para alcanzar su fin, que era amar
a Dios como su todo y ser transformada en Él. Esta petición de un corazón
indiviso y de una total transformación en Cristo caracteriza su oración
durante el noviciado:

«Llévame a ti, Padre eterno. Arranca mi corazón, transfórmalo en


el corazón de tu Hijo. Transfórmalo en amor puro. Quema mi corazón
con la llama eterna de tu amor para que viva solo de amor,
transfórmame en Él, que es amor y que al final pueda morir de amor»
[94].

«El Señor me dice: “Quiero que me mires siempre a mí. ¡Mírame


siempre! Porque si no me miras, no puedo transformarte en mí”»[95].
Después de la entrada al noviciado, la Hna. Clare y las otras tres
nuevas novicias volvieron con la Hna. Reme, maestra de novicias, a Zurita
(Cantabria), donde iban a vivir los siguientes dos años. Vivían en la primera
casa de las Siervas en Cantabria y las hermanas profesas vivían en una casa
más grande, que estaba todavía en proceso de construcción, a solo cinco
minutos a pie.
El horario de un día normal en el noviciado de las Siervas, cuando
estaba la Hna. Clare era:
6:30 am:Levantarse.
7:00 am: Ángelus, ofrecimiento del día y laudes.
7:20 am: Desayuno (en silencio, con lectura espiritual).
7:45 am: Adoración.
8:45 am: Cargos de la casa.
9:30 am: Trabajo.
12:00 pm: Pausa para rezar el Ángelus.
2:00 pm: Hora Intermedia y comida.
3:30 pm: Fregar platos/tiempo libre.
4:00 pm: Reunión de formación con la Hna. Reme.
5:00 pm: Estudio.
7:00 pm: Reunión de formación con el P. Rafael.
8:00 pm: Misa.
9:15 pm: Cena en silencio.
9:45 pm: Oración.
10:15 pm: Completas.
10:30 pm: Descanso.

Las primeras y las últimas horas de cada día se pasan en silencio, de


manera que podamos abrir nuestro corazón a Dios y desarrollemos una
relación de intimidad con nuestro Esposo y Señor. El resto del día
transcurre en constante actividad y formación. Nuestro silencio establece el
tono para las horas siguientes y nos permite profundizar en todas las
actividades por amor a Dios y en un espíritu de oración, sin ser absorbidas
por lo que vemos, oímos o hacemos durante el día.
Durante los cargos, lavamos los platos, ponemos la lavadora y
limpiamos la casa. Tenemos asignados diferentes cargos cada semana y
todas las hermanas se turnan para hacer todos los cargos, desde la novicia
hasta la superiora. También hacemos turnos para preparar la comida.
Mientras la Hna. Clare era novicia, una hermana profesa y una novicia
cocinaban cada día. Así, cuando le tocaba cocinar a la Hna. Clare, ayudaba
a la profesa a cocinar para ese día.
En su primer año de novicia, la Hna. Clare trabajaba en la imprenta los
martes y los viernes por la mañana. El resto de la semana, ayudaba a las
hermanas con la Revista HM en la sala de ordenadores, archivando
artículos, buscando fotos para nuevos artículos u otras tareas diversas.
Circunstancias o eventos inesperados “interrumpían” con frecuencia su
horario, pero estaba siempre dispuesta a hacer lo que se necesitaba en cada
momento. Cuando las hermanas de la imprenta iban con retraso, con
frecuencia se le pedía ayuda en otros días o en otros momentos del día.
Durante la jornada, cada hermana saca tiempo para rezar el rosario mientras
trabaja, por eso, en la imprenta, la Hna. Clare solía rezarlo junto a las otras
hermanas.
Después de la comida, que normalmente se hacía en el noviciado, las
novicias tenían una reunión de formación sobre la vida religiosa con la Hna.
Reme. Luego tenían un par de horas de estudio del Catecismo de la Iglesia
Católica. En el segundo año de noviciado de la Hna. Clare, cuando yo
estaba en mi primer año[96], el plan de estudios varió un poco. Estudiamos
los documentos de Concilio Vaticano II y un libro de introducción a la
Teología, llamado “Teología y Sensatez”, de F. Sheed. Los martes por la
mañana, también durante el primer año de la Hna. Clare, D. Jesús Amieva,
un sacerdote y teólogo de la diócesis de Santander, venía a darnos clases de
Teología Moral Fundamental y de Sacramentos. Durante el tiempo de
estudio, estudiábamos también los libros que D. Jesús nos había asignado
para esas clases.
Fue un gran desafío para la Hna. Clare pasar dos horas enteras
estudiando. Como hemos visto, durante el instituto estaba más centrada en
pasárselo bien con sus amigos que en aprender y estudiar. No creo que
nunca se sentase a estudiar durante dos horas seguidas. Ciertamente, hubo
una mejora entre el candidatado y el noviciado. Como candidata, cuando se
supone que estaba estudiando español, constantemente nos interrumpía para
hacer bromas. Como novicia, sin embargo, hizo el esfuerzo de estudiar en
silencio, tomando notas e intentando recordar lo que había aprendido.
Algunos días teníamos solo una hora de estudio por las tardes, porque
teníamos que ayudar en otros trabajos, como partir pollos y prepararlos para
congelar. Nos reíamos mucho con esta tarea, porque ninguna de nosotras
habíamos tenido antes un pollo entero en nuestras manos y teníamos que
aprender a seccionarlo bien en trozos pequeños. La Hna. Clare, a menudo
cogía la cabeza del pollo y empezaba a cacarear, a cantar o a hablar con voz
de gallina.
Por las tardes, justo antes de Misa, todas las hermanas y candidatas
teníamos una reunión con el P. Rafael. Estas reuniones le llevaban hacia una
profunda reflexión y le servían como fuente de alimento para su alma.
Mientras las novicias estaban en la capilla después de la cena, el P.
Rafael, a veces, pasaba por el noviciado cuando iba de camino a su casa,
para dar a las novicias lo que san Juan Bosco llamaba las “buenas noches”,
que consiste en una breve reflexión para ir a acostarse con un pensamiento
piadoso.
Todos los jueves por la noche tenemos turnos de adoración, para
acompañar al Señor en su Pasión y hacer reparación por todos los que no le
aman. No es siempre fácil mantenerse despiertas con Él, velando y rezando.
Esto es lo que la Hna. Clare escribió en su cuaderno un jueves por la noche,
en su empeño por no quedarse dormida:

«Bueno, Señor, ¿qué te digo, sino perdón, mil veces perdón, por no
siempre aprovechar estas ocasiones delante de ti las noches de los
jueves? Mientras el mundo duerme, yo debo velar y amar. ¡Qué pobre
soy! ¡Qué enferma estoy! ¡Cómo hago sufrir a mi alma que tanto
desea amarte! ¡Hazme amar! ¡Hazme amar! Me muero sin ti, me
muero. Enséñame a amarte en la Eucaristía. Tú me has llamado para
seguirte. ¡Ayúdame! Yo sé que lo haces, porque Tú eres bueno. ¡Eres
bueno conmigo! No lo merezco»[97].

La Hna. Reme recuerda que la Hna. Clare siempre estaba llena de


alegría, haciendo bromas de todo. A menudo era difícil para ella, como
maestra de novicias, el percibir cuándo la Hna. Clare estaba en serio o en
broma. Por ejemplo, durante la primavera, la Hna. Clare tenía alergias. A
veces, cuando estaba fuera trabajando en la huerta, entraba y le contaba a la
Hna. Reme que tenía alergia, exagerando sus estornudos, hasta el punto de
que la Hna. Reme no podía evitar empezar a reírse. La Hna. Clare,
entonces, volvía a la huerta, contenta de haber hecho reír a la maestra de
novicias. Mientras tanto, a la Hna. Reme, le costaba discernir si la novicia
bromista tenía verdaderamente alergia o no.
Sin embargo, visto en el tiempo, es obvio que la Hna. Clare no tenía
una actitud superficial y que estaba verdaderamente abierta e intentando
aprender. Dios empezó a quitarle las máscaras de superficialidad, los muros
que había construido, para dejar su verdadero yo al aire y estar lista para ser
transformada por la gracia en la imagen de su Hijo. En la fiesta de la
Epifanía, el P. Rafael nos suele dar un santo protector y una frase para ese
año. Durante el noviciado, una de las frases que el Padre le dio fue:
«¡Siempre con alegría, pero sin superficialidad!». El P. Rafael y la Hna.
Reme podían percibir su progreso en la vida espiritual y su creciente unión
con el Señor al hablar con ella personalmente, a pesar de la impresión que
seguía dando de cierta superficialidad. El Señor empezó a pulirla y
perfeccionarla poco a poco:

«Él va quitando todas mis máscaras, quita todo, rompe los muros
que he construido. Me deja sin nada, sin ninguna defensa. A veces, sin
palabras. Solo mi nada, mi miseria. Desde ahí, desde la humillación
de lo que soy –no imprescindible, no importante, no “necesitada”– la
última, me hace participar en lo que Él es. Me hace sentir mi barro,
polvo absoluto, porque desde ahí quiere levantarme. “Exalta a los
humildes”, pero duele»[98].

Sabía que Él le permitía ver su miseria para exaltarla, y ella había


experimentado cómo Él la transformaba. Su reacción ante estas impresiones
es ofrecerse completamente a Dios como un sacrificio vivo:

«Tengo muy arraigado dentro de mí, en el fondo de mi alma y de


mi ser, el deseo de ser una con Dios. Tengo una sed inmensa de un
corazón indiviso. A veces siento como que Él crece en mí, está en mí.
Le siento casi debajo de mi piel. Sin embargo, siento cómo crezco
también en mi miseria, me veo muy miserable. Cuando leo las cosas
sobre Dios me siento profundamente conmovida. Ahora, en este
tiempo, me atrae mucho la liturgia. Sé y quiero descubrir más el
carácter profundamente litúrgico de mi ser como religiosa.

Ofrecerme con Él que se ofrece, ser hostia con la Hostia, ser liturgia
viva, obedecer. Dejar mi voluntad (inmolación de lo que yo quiero),
para hacer la voluntad de Dios. Y así, poco a poco, a pesar de mis
pecados, desarrollo este “ser liturgia” en mí»[99].
La Hna. Reme recuerda que podía pedir cualquier cosa a la Hna. Clare,
porque siempre era obediente y estaba dispuesta a hacer cualquier tipo de
trabajo, incluso las tareas más humildes. El Señor, a veces, mandaba a esta
novicia obediente, humillaciones que la purificaban en su amor propio. Era
un poco torpe con los trabajos manuales. Tuvo que aceptar que otras
hermanas eran más fuertes o más competentes que ella. Sin embargo,
perseveró en hacer lo que se le pedía, haciendo una pequeña broma o
exagerando su torpeza, sin frustrarse cuando las cosas no le salían tan bien
como pretendía.
Una de las humillaciones que le permitió el Señor ocurrió en la sala de
ordenadores. Había estado trabajando por la mañana en los artículos de la
revista. Después, por la tarde, la hermana encargada de la revista fue a mirar
un artículo en el ordenador, pero… ¿dónde estaba la carpeta? Había
desaparecido totalmente. No estaba ni siquiera en la papelera del ordenador.
Llamó a la Hna. Clare, que no tenía ni idea de lo que había pasado. Pero era
la única que había trabajado en ese ordenador y nadie lo había tocado desde
entonces. Parecía claro que ella, sin querer, había eliminado la carpeta.
Todos los artículos escritos para las futuras ediciones de la revista habían
desaparecido.
El Señor permite estos incidentes para enseñarnos la humildad. Las
humillaciones deben ser aceptadas con resignación y alegría. Ella escribe:
«Tengo que ir abajo, como el agua, aunque me duele, aunque es duro. Lo
quiero»[100]. En 2005, hacia el final del noviciado, escribe: «A veces,
muchas veces, es fácil, muy fácil decir: “¡Sí! Yo quiero que Cristo entre en
mí”. Pero esto no ocurre en 5 minutos. No te pones delante del sagrario y
dices: “¡Ya!” y se acabó. Ya lo tienes dentro. En mi experiencia, es una
operación bastante dolorosa. Para que Cristo viva en mí, para que habite en
mí, para que sea dueño total de mi alma, tiene que pisar, aplastar la
serpiente, el hombre viejo, el yo “Clare Crockett”, y esto duele mucho,
mucho, a veces muchísimo. Tiene que “hacer limpieza” de todo lo que no
es Él. ¡Que es mucho, por cierto! Y hay veces, cuando el yo desgraciado va
corriendo tras las cosas que Él está intentando sacar de mi alma, de mí. Mi
voluntad, mis gustos, mis apegos, mis ideas, mis planes… y, de verdad,
cómo escuece esto. Y, aunque sé que es para mi bien, ¡¡cómo escuece!! Eso
no significa que cuando digo: “Que yo muera y que tú vivas” lo esté
diciendo en broma, ¡no! Lo digo de verdad; pero, por favor, dame tu fuerza,
tu gracia, tu amor, a tus santos, a tu Madre, tu corazón, para que no tenga
miedo. Para que pueda “abrir las puertas de par en par” a ti»[101].
Años después, todavía recordaba su noviciado como un tiempo
marcado por las humillaciones: «El Señor me ha mostrado algo que tengo
que cambiar. He vuelto a tener la misma experiencia de humillación que
tuve en el noviciado. He llorado al Señor»[102].
Muy al principio, el P. Rafael le había dicho que necesitaría ser
humilde y ella había respondido que sería humilde y obediente. Y ahora el
Señor le estaba enseñando la verdadera humildad. Dolía, pero era necesario.
Tuvo también varios momentos de gran oscuridad, en los que el Señor
le permitió dudar de su llamada. Cuando ella le habló al Padre sobre una de
esas tentaciones, él rezó sobre ella y le pidió al Señor que le diese la gracia
de ser siempre fiel a su vocación. Ella describió esta oración como
«preciosa, inventada por él». Poco después de esto, escribió en su cuaderno:

«En la oración, después de decir al Señor que siempre quiero


hacer su voluntad –me guste o no, lo que sea, siempre quiero hacerla,
cantando alabanzas a Él–, sentí que el Señor me escuchaba. Me
llevaba a su corazón eucarístico con mucha ternura y amor. Me ponía
la cabeza ahí donde también salía un montón de luz y rogaba por mí al
Padre. La luz que salía de su corazón era el Espíritu Santo, una luz de
amor. Nuestro Padre escuchaba a su Hijo que rezaba por mí»[103].

Después de luchar por comprender las nociones básicas de la Trinidad


en sus estudios como candidata y novicia, el Señor ahora le permite
experimentarle como Trinidad en su oración.
El P. Rafael siempre la animaba y fue un instrumento de Dios para ella
a lo largo de su vida de Sierva. Aun así, no podemos olvidar que la fuerza
principal que la movía a perseverar era el amor a Dios sobre todas las cosas.
El amor que sabía que tenía el Señor por ella. Algunas semanas después,
rezó: «Señor, ¿quién soy yo para ti?». Y ella sintió que le respondía: «Muy
amada de mi corazón, mi pobre instrumento a quien quiero con locura»[104].
Él le había mostrado en aquel Viernes Santo que había muerto en la cruz
por amor a ella. Ahora, sabía que Él continuaba amándola locamente y
redimiéndola, a pesar de sus miserias y pecados.
Debo decir que las batallas espirituales no eran perceptibles al exterior.
Estaba tan alegre como siempre. Constantemente estaba haciendo algo para
hacernos reír. Cuando el Padre se lo pedía, ella representaba a sus
inolvidables personajes de Carlitos y Nicasia. Tenía también, con
frecuencia, conversaciones con Teo, un personaje que hacía otra hermana.
A veces, los domingos, las hermanas que sabían tocaban algo al piano, y
solía pasar que, cuando una hermana tocaba una pieza de música clásica, la
Hna. Clare se levantaba y, con cara seria, se ponía al piano como para tocar
una pieza todavía más famosa. Su porte serio, con la música improvisada
que tocaba, hacía reír a todos a carcajadas.
Era cómica en sí misma, incluso cuando no lo pretendía. Un día,
durante la comida en silencio, la Hna. Clare estaba leyendo la lectura de
comedor en voz alta y cambió el nombre de una mujer: en lugar de
Mercedes Salisachs, dijo Mercedes Salchicha. ¡No pudimos evitar reírnos!
Nos costó un buen rato volver al recogimiento y al silencio. Otro día, en la
comida, descubrimos que, a pesar de sus cinco años de geografía en el
colegio, no había aprendido nada. No sabía dónde estaba Monaghan[105] en
relación a su ciudad de Derry; o si Madrid estaba al norte o al sur de
Cantabria, donde vivíamos en España. Pensaba que Dinamarca era la
capital de Alemania y no sabía que había que pasar por Francia para ir de
España a Italia por tierra. En cuanto vio que su ignorancia nos parecía
graciosa, en vez de estar avergonzada y cortada, empezó a dar más ejemplos
de cosas que no sabía, o a preguntar para revelar su ignorancia. Pasamos el
resto de la comida riéndonos.
Pasó varias semanas en nuestra comunidad de Priego, donde teníamos
una casa para ancianos. Normalmente había cuatro profesas en esa
comunidad. En una ocasión, ella y otra novicia sustituyeron a dos hermanas
durante el tiempo de Navidad. Una tarde, las dos novicias estaban solas
sirviendo la cena y llevando a los abuelos, como afectuosamente les
llamábamos, a la cama. Las dos hermanas profesas tenían una cita con el
dentista y tardaban en llegar. Cuando llegaron, se sorprendieron de ver las
luces encendidas y a todos los abuelos todavía levantados. Las pobres
novicias habían tenido dudas sobre las medicinas que tenían que dar a cada
abuelo y habían decidido esperar a las hermanas para evitar cometer un
error peligroso. Los abuelos, que normalmente se hubieran puesto de mal
humor por tener que esperar más de lo normal para acostarse, ¡esta vez no!
La Hna. Clare les tuvo allí cantando villancicos alegremente, con una
imagen del Niño Jesús.
Como novicia, tuvo la oportunidad de hacer varias peregrinaciones:
dos viajes a Fátima, dos a Roma, una visita para venerar las reliquias de
santa Teresa de Lisieux cuando las llevaron a Madrid, un viaje a Toledo, a
Covadonga y a Barbastro, donde está el seminario de los claretianos que
fueron martirizados durante la guerra civil española… Hubo también otras
peregrinaciones cortas y todas fueron una fuente de gracia.
La Hna. Clare recibió dos visitas de su familia durante el noviciado: la
primera fue de su madre y su tío Danny, que era su padrino. En la segunda
visita, volvieron con sus hermanas y su sobrino pequeño. Aunque sus
familiares seguían intentando convencerla para que volviera a casa, les
ayudó mucho ver dónde vivía y conocer a las Siervas. La Hna. Clare se
ponía bastante nerviosa y tensa durante sus visitas, preocupada
excesivamente de cómo se llevarían su familia y la comunidad. A pesar de
sus miedos, todo fue bien desde el principio y el sentido del humor de Derry
hizo reír a las hermanas de la mañana a la noche. El deseo más grande de la
Hna. Clare era que su familia se encontrase con el Señor y Nuestra Madre.
Se puso feliz cuando su tío decidió ir a confesarse y cuando sus hermanas
sintieron la presencia de la Virgen en los pinos de Garabandal; estaba muy
agradecida a la Virgen por haberles dado esa gracia. Por su parte, la madre
de la Hna. Clare estaba impresionada positivamente por los cambios que
veía en su hija. Ahora comía todo lo que le ponían delante y daba gracias a
Dios por ello. Antes era muy melindre en el comer, y ahora eso lo había
superado.
Es de especial mención el viaje a Roma. El Señor nos concedió la
gracia inmensa de pasar un mes de nuestro noviciado en Roma, entre
febrero y marzo de 2005. La comunidad de Roma se tenía que cambiar de
casa y se trasladaba al centro de la ciudad. La localización era perfecta, pero
la casa precisaba una seria reforma. Las cuatro hermanas de la comunidad
necesitaban mucha ayuda para limpiar, pintar y preparar todo. Las novicias
estábamos más que contentas de poder echarles una mano. Por las mañanas
trabajábamos en la casa[106] y por las tardes recibíamos clases de las
hermanas profesas sobre patrística, vida consagrada y sobre la vida y obras
de santa Teresa de Ávila. Los fines de semana los aprovechamos para ir de
peregrinación por Roma, Siena, Asís y San Giovanni Rotondo.
Nuestra estancia en Roma coincidió con el último mes de vida del
papa Juan Pablo II y tuvimos la gran suerte de poder ir al Hospital Gemelli
para verle por la ventana durante el Ángelus. Fue poco después de la
traqueotomía que le practicaron y, por eso, la experiencia fue muy intensa.
La Hna. Clare escribió en su cuaderno: «Hemos ido al Hospital Gemelli, el
hospital donde estaba, para verle. Aunque solo vi su mano agitarse y un
tercio de su cara, casi me saltaron las lágrimas, ¡y no fui la única! ¡Era
como si el Señor estuviese allí! ¡Yo le quiero mucho!» [107]. Fuimos
también a la Misa de clausura de los Ejercicios Espirituales de la Curia
Romana. Era la primera vez que la Hna. Clare veía al cardenal Joseph
Ratzinger y le cogió mucho cariño.
Cuando terminamos de hacer el traslado a la nueva casa, volvimos a
España. Sin embargo, pronto íbamos a regresar a Roma, ya que el Señor nos
concedió la gracia de estar también presentes un mes después de la muerte
del papa Juan Pablo II[108], para la elección del nuevo Papa. La Hna. Clare
estaba totalmente convencida de que iba a ser elegido el cardenal Ratzinger.
Durante todo el viaje a Roma (unas 20 horas en furgoneta), repetía una y
otra vez que iba a ser él. La Hna. Sara Lozano, que también era novicia,
sabía alemán, así que la Hna. Clare le iba preguntando cómo decir
diferentes cosas en alemán. Quería ser capaz de decirle algo a Ratzinger en
alemán cuando fuera elegido Papa. La Hna. Sara le enseñó una canción de
niños en alemán sobre un elefante en el bosque, y la hna. Clare cambió letra
por: «Habemus Papam! Ratzinger, Ratzinger!».
La primera tarde del cónclave y todo el día siguiente estuvimos en la
plaza de San Pedro esperando ver la “fumata” blanca. A veces, la Hna.
Clare nos hacía reír imitando perfectamente la voz del cardenal Ratzinger.
En la tarde del segundo día del cónclave, fue elegido el Papa, y el cardenal
protodiácono anunció: «Habemus Papam: Eminentissimum ac
reverendissimum Dominum, Dominum JOSEPHUM…» y la Hna. Clare
exclamó: «¡¡¡RATZINGER!!!». Y yo pensé: «Probablemente hay muchos
cardenales que se llaman José». Pero el cardenal continuó: «Sanctæ
Romanæ Ecclesiæ Cardinalem RATZINGER». Estaba eufórica de alegría.
Todos lo estábamos.
Al día siguiente, en la comida, todas dijimos que nos gustaría mucho ir
a ver al nuevo Papa. Sin embargo, no iba a ser posible hasta la Misa de
inauguración del pontificado, que tuvo lugar varios días después. El P.
Rafael decidió que podíamos ir, al menos, a rezar el rosario a la plaza de
San Pedro, para ver su ventana desde allí. Esperábamos ver al Papa, sin
querer aceptar que era prácticamente imposible. Elegimos un lugar
estratégico para sentarnos y rezar el rosario en el lado izquierdo de la plaza,
para tener una buena vista de la ventana del pontífice. De repente, un
hombre vino corriendo hacia nosotros gritando: «¡El Papa está ahí!»,
señalando hacia el lado derecho de la plaza. Pasó a nuestro lado y siguió
corriendo en dirección opuesta a aquella donde, supuestamente, estaba. Nos
levantamos enseguida, pero antes de que pudiésemos reaccionar, la Hna.
Clare estaba ya en medio de la plaza. Quería ver al Papa como fuera. La
Hna. Conchi estaba justo detrás de ella. El P. Rafael y el resto de nosotras
empezamos también a correr. Yo iba al final con otra hermana, las dos un
poco incrédulas: «Ya, claro… ¿Cómo va a estar allí el Papa? Es imposible.
Además, ese hombre estaba corriendo en dirección opuesta. Si el Papa
estuviese ahí, ¿por qué no corría hacia donde estaba él?». A pesar de
nuestro escepticismo, fuimos hacia la multitud que rápidamente se había
formado a las afueras del lado derecho de la plaza. ¡Resultó que el Papa
realmente estaba ahí! Había ido a su antiguo apartamento para recoger sus
cosas. Cuando llegamos, estaba todavía dentro, pero las personas que
estaban fuera nos aseguraron que en cualquier momento iba a salir para
volver al Vaticano. La Hna. Clare, gracias a su velocidad, había llegado a
colocarse en primera fila. Cuando Ratzinger pasó, ¡tenía una vista perfecta!
Unos días después de haber vuelto de este viaje, empezamos nuestro
mes de Ejercicios Espirituales que realizamos en el noviciado, siguiendo el
método de san Ignacio de Loyola. Este mes nos da la oportunidad de
apartarnos de todas las distracciones y estar solo con Dios, lo que nos
permite conocernos mejor a nosotras mismas y, lo que es más importante,
conocer y amar a Dios más en profundidad. En el camino de vuelta a casa
desde Roma, paramos en Lourdes para encomendarnos a la Virgen y poner
en sus manos nuestros Ejercicios.
El silencio comenzó la tarde del 1 de mayo, el primer día del mes
dedicado a la Virgen María. Pasamos la tarde en Garabandal rezando el
rosario y, una vez más, pidiéndole a Ella que velase por nosotras con
cuidado maternal durante el siguiente mes de silencio y oración.
La Hna. Clare pasó la semana después de volver de Roma meditando
la homilía de la Misa de inauguración del papa Benedicto. El Señor la
tocaría con algunas de estas ideas durante los primeros días de Ejercicios,
como pronto veremos.
Un mes en silencio con Dios
Capítulo 10

Son las tres y media de la tarde. Las cinco novicias que están haciendo
su mes de Ejercicios Espirituales acaban de terminar la comida y tienen
tiempo libre para la siesta. Tan solo una novicia está levantada. Está a
solas con el Señor en la capilla, una capilla diminuta, la primera capilla de
las Siervas, la capilla donde los Siervos habían empezado exactamente
quince años atrás. Es sencilla: paredes blancas, bancos de madera muy
simples, un Sagrario de plata en una balda sobre el altar, nuestra imagen
de la Virgen María a la derecha y un crucifijo a la izquierda. Junto al
crucifijo, la frase: “Ámame y sígueme”, que el P. Rafael había pedido que
estuviese ahí durante los Ejercicios Espirituales.
Arrodillada ante el Sagrario, cantaba al Señor en voz alta con el
cancionero entre las manos. Canción tras canción, apenas notó lo rápido
que pasaba el tiempo. Entonces se postró con la frente sobre el suelo,
mientras interiormente suplicaba al Señor que perdonase todos sus pecados
y los pecados del mundo entero. Le rogó que le concediese un corazón
indiviso, lleno de amor a Él, y la gracia de llegar a ser una con Él: “Sé que
la voluntad de Dios para mí es que sea una santa Sierva, que esté muy
unida a Él, dispuesta a sufrir todo y a ir a cualquier sitio por amor a
Él”[109].

La Hna. Clare siempre recordaba su mes de Ejercicios Espirituales


como el tiempo en el que había comprendido realmente lo que ella era:
¡nada! Sin embargo, este descubrimiento no la llevó a la desesperación;
aunque entendió que no era nada, sabía que Dios era todo, y que «la nada en
el todo es todo». Así nos lo recordaba con frecuencia el P. Rafael, citando a
santa Catalina de Siena[110]. Nuestro fundador nos daba dos meditaciones y
dos charlas al día. El mes de Ejercicios estaba estructurado en cuatro
“semanas”, que podían durar entre tres y diez días, dependiendo del
progreso de las novicias, y terminaban con un día de descanso, en el cual
hacíamos una breve peregrinación o excursión. El Padre nos aconsejó que
le escribiésemos una nota cada día con un resumen general de cómo había
ido el día: en qué habíamos meditado, las gracias que el Señor nos había
concedido y si nuestras almas estaban en consolación o en desolación.
Luego nos llamaba para hablar con él si lo necesitábamos.
Los temas que se trataban en la primera semana de Ejercicios eran: el
fin de nuestra vida, los novísimos y los siete pecados capitales. Al final,
quien se sentía movida a hacerlo, podía hacer una confesión general. Fue
entonces cuando la Hna. Clare se humilló una vez más ante Dios,
pidiéndole que perdonase todos sus pecados pasados y presentes. Desde ahí,
el Señor empezó a levantarla, dándole a comprender su amor a través de su
vida, su Pasión y su Resurrección. Una vez que ella entendió su nada, Dios
empezó a transformarla para que pusiera a su servicio los dones que le
había dado, sin atribuirse nada a sí misma.
Primera semana: 1-10 mayo 2005
El Padre empezó los Ejercicios diciéndonos que no teníamos que tener
miedo, porque los Ejercicios no serían un silencio vacío. Nuestro silencio
iba a estar lleno del diálogo con Dios y de las experiencias de su gran amor
y de su misericordia. Teníamos que abrir nuestras almas a Dios y quitar
todo lo que le impedía habitar en nosotras.
Nos explicó que el propósito de los Ejercicios Espirituales era
vencerse uno a sí mismo y poner en orden su vida. Para superarnos a
nosotras mismas, primero teníamos que conocer nuestros defectos y
miserias. Este sería el tema central de la primera semana.
Después de esta meditación, la Hna. Clare escribió en su cuaderno las
respuestas a algunas de las preguntas que el Padre había hecho:

«¿Quiero vencerme a mí misma? Sí. ¿Qué es lo que me hace


sufrir? No ser reflejo de Él, no ser como Él. Mi mucha falta de caridad
y humildad»[111].

Durante el tiempo libre, después de la primera hora de oración, el


Padre nos dio la tarea de ir leyendo los salmos y escribir de qué trataba cada
salmo. La Hna. Clare llegó a los tres primeros salmos:
«Salmo 2 – Pide la conversión de los poderosos… Un salmo muy
adecuado para la sociedad y el mundo de hoy.

Salmo 3 – “Mas tú, Yahveh, escudo que me ciñes…”. Aun en mi


humillación y la nada que soy, que a veces me hace sentir “nada”, sé
que es para la Gloria, su Gloria. Él me sostiene, me lleva a cuestas.
Tengo que bajar la cabeza para que Él pueda mantenerla alta. Desde
la humildad descubro mi dignidad (no lo entiendo ahora muy bien
pero sé que es la verdad)» [112].

Del tercer día (3 de mayo) tenemos la nota que escribió al P. Rafael.


Podemos ver cómo se sentía llamada a guiar a las ovejas del rebaño del
Señor hacia Él. Su noviciado iba a acabar pronto y tendría que poner en
práctica esta llamada con un intenso apostolado que duraría hasta su
muerte. Ella todavía no sabía los planes que el Señor tenía para ella, pero
sabía que ya podía llevar a Dios a la humanidad haciendo por amor sus
tareas diarias, como trabajar en la huerta.

«Los días anteriores a los Ejercicios Espirituales he estado usando


la homilía del papa Benedicto donde habla sobre su nuevo cargo como
sucesor de Pedro. Este hombre, para mí, es un gran ejemplo y me hace
querer buscar y amar con más profundidad la verdad. Bueno, leyendo
la homilía he recibido muchas luces que me siguen ayudando en estos
Ejercicios.

El Señor me ha hecho saber que yo existo para mostrar a Dios al


hombre con mi ejemplo, con mi vida, con mi grado de entrega y no
solo con palabras. Siento una llamada fuerte y clara a participar de
alguna manera en la misión del Papa. Tengo que ser un subpastor que
tiene que llevar a la oveja descarriada (a los hombres, especialmente
a los niños y a los jóvenes) sobre mis hombros y llevarles al agua de la
vida: mostrar a Dios a los hombres. Siento también la llamada de ser
pescador de hombres y, con la red del evangelio, con el ejemplo de mi
vida, sacar del agua de la muerte a las almas, para que tengan vida en
el que es la verdadera vida: mostrar a Dios al hombre. “Ser ejemplo
para el rebaño” (1 Pe. 5) ¿Puedo mostrar a Dios a los hombres
quitando hierba en un rincón de la huerta? El Espíritu me decía que
sí, si yo lo hago unida a Jesús y ofreciendo esta acción, con la ayuda
del Espíritu Santo, por la salvación de los hombres y la unidad de la
Iglesia, al Padre. Aunque yo no lo perciba, Dios, por esta acción mía,
se mostrará al hombre. Estoy mostrando a Dios al hombre sin ver al
hombre.

Al mismo tiempo que el Señor me permite entender estas cosas,


hay otras cosas que me hace sentir y escribir, aunque no entiendo del
todo. Tengo un deseo muy grande de ser una con el Señor, de dejar que
Él viva en mí, y Él también lo quiere... Me hace sufrir el no ser reflejo
de Él y mi mucha falta de humildad y el amor pobre que le tengo. Me
parece que cuanto más le conozco, más siento la pobreza de mi amor.

Mientras leía el salmo 3, el Señor me hizo sentir el amor grande


que tiene por mí a pesar de lo que soy. “Mas tú, Yahveh, escudo que
me ciñes, mi gloria, el que realza mi cabeza”… “Me despierto, pues
Yahveh me sostiene”. Sé que me hace sentir mi nada porque es para su
gloria. Él me sostiene, me lleva a cuestas muchas veces. Me dice que
tengo que bajar mucho más la cabeza, para que Él la “re-alce”.
Desde la humildad descubro mi dignidad (no tengo ni idea de lo que
esto significa, pero sé que es la verdad). Después de estas palabras del
Señor he llorado de una alegría y paz profundas, porque Él es muy
bueno conmigo. Me ha dejado descansar en su pecho.

He rezado el rosario sentada en la hierba, cerca de la casa. Hubo


un momento en que los árboles se movían mucho con el viento y sentía
que Dios estaba ahí. Me daban ganas de gritar, gritar de verdad: “¡Te
amo!”. A punto estaba de hacerlo, pero como había gente pasando
con bicicletas y a lo mejor me podían oír, no sabía si era muy
prudente…

Después de la comunión sentí al Señor dentro de mí y sentía como


un profundo amor y mi radical dependencia de Él. “Respiro tu aliento
cuando me falta para vivir” [113]. Ha sido un día de gracias, muchas
gracias»[114].

Después de una meditación sobre el pecado (el pecado de los ángeles,


el de Adán y Eva y los pecados del hombre en general), escribió en su
cuaderno:

«Cómo sufre tu corazón por el pecado. Qué dolor cuando los


ángeles que Tú has creado para tu servicio y gloria se rebelan contra
ti, ¡qué dolor de mi Dios Bueno! Cómo has sufrido al ver a tus
primeras criaturas hacer caso a la voz del Maligno e ignorar la tuya,
que dice la verdad. “Es un Dios injusto, dictador, envidioso,
posesivo… Podéis ser como Dios vosotros. Come…”, y comieron y
dañaron el tierno corazón de Dios. Cómo sufres, mi Dios Trino y Uno
por mí, por mi pecado. ¿Has llorado por mí? ¿Te he hecho llorar,
Señor? Ahora lloro yo por hacerte a ti llorar. Te he hecho mucho
daño? “Sí, hija, me has hecho daño” -me dice el Señor-, pero con una
voz misericordiosa, de alguien que ha sufrido. No me siento
reprendida sino perdonada, parece que lo dice con mucha compasión.
Ayúdame a odiar el pecado que Tú odias, que me mancha y me aleja
de ti. No quiero darte más espinas, no quiero que mi Dios llore por mí
(Ps. 36)»[115].

El 4 de mayo, la meditación de la mañana fue sobre el infierno, y ella


escribió su meditación en su cuaderno:

«He dejado que Él me mire. Me miraba, yo lloraba. Me decía:


“Hija, no llores más, tus pecados te son perdonados. No peques más”.
Creo que el Señor ha permitido que vea un poco de lo que es el
infierno. Oía muchos gritos como de frustración y angustia, y dentro
de mí me sentía mal, como cuando no quieres oír una cosa y te tapas
las orejas para no oírlo, porque te hace daño y te da como un sentido
de angustia y asco también. Había también niños gritando “no
quiero”, como cuando no quieren hacer algo que sus madres mandan
y se ponen histéricos, pues así. Sentía también que había gente como
rascándose fuertemente la piel y haciéndose daño, pero seguían
haciéndolo. Había como una persona con cabeza de caballo, haciendo
sonido de caballo muy fuerte, hombres con cuerpos torcidos,
cardenales pisando sus cruces, curas gritando, monjas rasgando sus
hábitos. Veía cómo el Señor me agarraba fuertemente de la mano al
lado del lago. Veía cómo gritaba los nombres de la gente en el lago
que iban hacia la cascada grande. Al gritar sus nombres, unos hacían
gestos feos, de rechazo, otros le escuchaban, otros justamente antes de
caer en la cascada cogieron la mano del Señor. No sé explicar lo que
sentía el Señor al ver a las almas condenándose. Él seguía llamando,
aunque muchos, la mayoría de los que estaban en el lago, le
ignoraban. Querían ir a la cascada. Pero pido con lágrimas al Señor
que no me deje caer en la tentación, ni en pecado mortal, ni en venial.
Le vi en Getsemaní con el peso del pecado. Vi cómo he dejado muchas
veces al demonio acariciarme y cómo lo hace con los que duermen.
Las almas religiosas no están libres. Siento la necesidad de ser
limpiada del pecado y hacer penitencia, a veces siento confusión, no
sé por qué. “El espíritu está pronto, pero la carne es débil”. Al entrar
en mi habitación para hacer la cama, me he postrado rostro en tierra y
sentía la necesidad de pedir piedad para los pecadores y para mí
misma»[116].

La Hna. Clare habló con el P. Rafael por la tarde y él le dio permiso


para hacer varias penitencias. Ella escribió que las ofrecía por tres
intenciones: primero, en reparación por sus propios pecados y los pecados
del mundo entero, pidiendo especial misericordia por los pecados
cometidos dentro de la Iglesia; segundo, para que el Señor le diese la gracia
de tener un corazón indiviso y que su alma pudiera estar totalmente unida a
la suya; tercero, para que ella pudiese identificarse con Él. Unos días
después, escribió también en su cuaderno que sentía la necesidad de hacer
penitencia para “castigar a este cuerpo que tantas veces se ha postrado ante
mis gustos, ante lo que quería yo” [117].
El 5 de mayo, el tema de la meditación de la mañana fue el juicio final.
Se dirigió espontáneamente a la Virgen y a los santos, pidiéndoles su ayuda
cuando llegase el momento:

«Sentía que tenía que rezar a San Patricio para que, de alguna
manera, interceda por mí a la hora de la verdad, como él lo ha
prometido a la gente de Irlanda; a santa Teresita, para que me ayude a
confiar, a no caer jamás en el pecado mortal ni en los escrúpulos; a
san Josemaría Escrivá, para que me ayude a ser santa[118]; y a Juan
Pablo II, para que me ayude en esta vida a dar todo, a entregarme
como él, totalmente, y a ser también TOTUS TUUS» [119].

Y explica en la nota que escribió al P. Rafael ese día cómo se dirigió a


la Virgen:

«Hoy, en la meditación sobre el juicio final, me puse de rodillas


ante Nuestra Madre. Estaba yo apoyada en sus rodillas. Yo la miraba
y Ella me acariciaba la cara. Me veía muy pequeña delante de Ella. Yo
le dije: “Mamá, ayúdame a hacer siempre la voluntad de tu Hijo, por
amor a Él y por temor a Él”. Ella respondió: “Hija mía, no temas a mi
Hijo, teme el pecado. Mira lo que hace. No es mi Hijo quien condena,
sino el pecado (cometido). No juegues con el pecado”… Me ha hecho
mucho bien esta meditación. (…)

Por la tarde me encuentro más seca, no dejo de mirar al Señor ni


de moverme de donde estoy. Siento cómo, sin palabras, Él lo
comprende y, con tal de que alce a Él la mirada de vez en cuando, está
contento. Durante la meditación, intentaba traer imágenes de la
Pasión del Señor, ya que el Señor, en cualquier paso de la Pasión, es
ejemplo perfecto de humildad. Me ha ayudado una frase del papa
Benedicto: “La humillación de Jesús es la superación de nuestra
soberbia. Con su humillación nos ensalza”.

El Señor no deja de mostrarme mi miseria, pero yo confío que me


dará la gracia de una conversión fuerte y de que, al final de los
Ejercicios, me parezca un pelín más a Él» [120].

Después de la meditación del juicio final, el P. Rafael empezó una


serie de meditaciones de cada uno de los pecados capitales, empezando por
la soberbia. En la nota al Padre que acabamos de leer, podemos ver cómo la
Hna. Clare recurrió a la Pasión para encontrar a Cristo como ejemplo de
humildad. En los siguientes dos días, hubo meditaciones sobre la ira, la
envidia, la pereza y la lujuria. En su nota al P. Rafael del sábado 7 de mayo,
después de esas meditaciones, ella escribió:
«Durante la meditación sobre la envidia, el Señor me ha mostrado
cuánta miseria tengo. Sentía fuertemente un odio y un asco de mi
pecado. Al ver mis muchos pecados lloré de dolor y de vergüenza.
¡Qué feo y horrible es el “yo”! He visto que tengo que rechazar
radicalmente mi voluntad y abrazar con todo mi ser la cruz. El Señor
me mostró que no tengo que imaginar la cruz como una enfermedad
grave (aunque podría ser), sino la pequeña cruz o cruces que Él me da
cada día –que puede ser sentarme al lado de una hermana que hace
un montón de ruido cuando come, por ejemplo–, y en estas
circunstancias me da la oportunidad de practicar la paciencia y el
amor a la cruz. ¡Qué pobre soy! ¡Qué poco me parezco a Él! Sé que
solo abrazando la cruz seré verdaderamente libre: libre para amar,
libre para servir. Quiero ser un trabajador diligente, pronto, dócil y
disponible en la viña del Señor. Que Él nunca me tenga que decir:
“¡Sierva perezosa!”, sino “¡Bien, sierva buena y fiel, entra en el gozo
de tu Señor!”.

Me veo como un pobre perrito feo, que está lleno de piojos (mis
defectos y pecados), que oye a veces a su dueño llamándole, pero
como un perro sordo va hacia su propio vómito. Pero cuando este
perro hace caso a su Dueño y se pone a sus pies, el Dueño, aunque el
perro esté manchado y sucio y lleno de piojos, no tiene miedo ni asco
de tocarlo, sino que ama y sonríe a su pobre perrito que está tan
enfermo. ¡Cuánto bien me hace ponerme a sus pies, ponerme delante
de Él en el Sagrario y simplemente estar ahí, porque solo con su
mirada me cura!

Me ha encantado una frase que usted dijo en la homilía, que no me


acuerdo ahora mismo, algo sobre una llama que ha dejado el alma
herida por el amor o algo así. Y también me ha consolado saber que el
Señor me conoce totalmente y con toda mi miseria me ha elegido,
sabiendo perfectamente lo que estaba haciendo.

Por la tarde, en la meditación sobre la lujuria estaba más


distraída, el demonio me atacaba mucho. Intentaba pensar en Jesús
delante de Herodes, ya que ahí se ve lo que es la lujuria: Herodes,
esclavo de esta pasión; y lo que es la pureza. El Señor ni le miraba.
Pedí la gracia de siempre mortificar la mirada y cualquier otro
sentido que me pueda hacer caer en este pecado» [121].

El P. Rafael nos ofreció la oportunidad de hacer una confesión general


de los pecados de toda nuestra vida. Sabíamos que el Señor ya nos los había
perdonado, porque habíamos confesado esos pecados en el pasado. Sin
embargo, después de las meditaciones de los pecados capitales, muchas de
nosotras sentimos el deseo de hacer una confesión general para renovar
nuestra contrición y para dejar atrás nuestros pecados de una vez para
siempre. La Hna. Clare experimentó esta confesión general como una
gracia enorme del Señor, en la que su miseria y su nada eran envueltas por
la misericordia y el amor de Dios. Más tarde diría que la experiencia de la
primera semana, que acabó con la confesión general, había sido tan fuerte
que si no hubiese vivido esta experiencia en silencio, a solas con el Solo,
nunca hubiera sido capaz de soportarla.
Y así terminó la primera semana de Ejercicios Espirituales. El 10 de
mayo tuvimos nuestro primer día de descanso y pasamos el día con la Hna.
Reme. Por la mañana continuamos en ambiente de silencio, mientras
hacíamos los cargos en la casa, trabajábamos en la huerta, etc. La Hna.
Clare, por ejemplo, limpió el garaje después de fregar los platos. Escribe:
“Por la mañana, todas estas acciones se las he ofrecido al Padre por medio
del Hijo, para la salvación de las almas y la unidad de la Iglesia” [122].
Durante la comida, hablamos y compartimos experiencias de los Ejercicios.
Y por la tarde fuimos a rezar el rosario a unos acantilados junto al mar.
Empezó a llover durante el primer misterio (algo que ocurre con frecuencia
en Cantabria) así que tuvimos que volver a casa y terminar el rosario
durante el viaje de vuelta. La Hna. Clare escribió un resumen de su estado
interior durante ese día: “A pesar de que a veces mis sentimientos eran de
inquietud o tristeza, mi voluntad estaba muy unida a la de Dios.
Experimentaba una paz y una alegría profundas”[123].
Segunda semana: 11-18 mayo 2005
En la segunda semana, las meditaciones fueron todas sobre la vida de
Cristo, basadas en los evangelios. El Padre empezó hablando de la
Encarnación y del nacimiento de Jesús, y después continuó con su vida
pública.
Esta es una de sus reflexiones sobre la meditación de la vida pública de
Jesús:

«En esta meditación, al decir el nombre de Jesús, le vi andando


con san Pedro hacia donde estaba la barca de san Pedro. Era una muy
pequeña y sencillita. El Señor quería estar solo para hablar con su
Padre. San Pedro le deja la barca y pregunta qué tiene que hacer
ahora. El Señor le dice que se reúna con los otros apóstoles y unos
discípulos, y que por la tarde va a predicar en la sinagoga, que allí le
verían. Empieza a remar hasta que está solo en medio del lago
estrecho. A los lados hay como laderas que son un poco empinadas.
Hay hierba y árboles delgados. Yo estoy de pie ahí al lado. El Señor
me ve y se acerca con la barquita. Subo a la barca con su ayuda y no
decimos nada. Rema un poco más hasta que estamos en medio del
lago. Me mira lo que a mí me parece mucho tiempo. Yo no le miro.
Parece que ve mi interior totalmente. De hecho, lo ve: yo estoy delante
de la Eucaristía y desde ahí siento la misma mirada. Después de un
tiempo, me dice: “¡Qué pobre eres, Clare!”. Yo espero un rato y digo
con toda mi alma: “Jesús, confío en ti”, y empiezo a llorar. Me aprieta
Jesús contra su corazón, lloro con mucha fuerza. Es como si estuviese
llorando mi alma. Yo aquí en la capilla derramo unas lágrimas
silenciosamente, pero me veo en la barca llorando muchísimo, sin
decir nada al Señor, siento que me dice que no llore más. Otra vez me
siento enfrente de Él. Después de un rato, me dice: “Sígueme”. Miro a
la Eucaristía y me parece que lo dice desde ahí también. Ve lo que soy
y Él, de alguna manera, confía también en mí” »[124].

Un día que el P. Rafael no pudo venir, la Hna. Reme nos dio la


meditación de san Ignacio sobre las dos banderas. Teníamos que elegir a
quién queríamos seguir verdaderamente: a Cristo o al demonio. No hay un
punto medio. La Hna. Clare escribió:

«Papá, eres tan bueno... Eres suma bondad, eres la bondad misma.
Padre infinito, Padre eterno, mi Padre, mi Creador. Jamás permitas
que me olvide del amor que tienes por mí. Todo lo tienes planeado,
toda la vida está escrita en tu libro eterno. No me dejes salir de la
bandera de tu Hijo. Ayúdame a ser humilde. Necesito tu mano para
ayudarme a subir estas escaleras hasta llegar a la humildad.
Protégeme, ayúdame, mándame tu Espíritu, que es mi fuerza, para que
siempre esté con tu Hijo. Líbrame del mal. Amén»[125].

Durante la segunda semana, el P. Rafael repetía con frecuencia uno de


los preámbulos de la meditación de la Encarnación: “pedir conocimiento
interno del Señor, que se ha hecho hombre por mí, para que más le ame y le
siga”. La Hna. Clare sintió muy fuertemente que el Señor le decía: “Ámame
y sígueme”. El Padre repetía esta frase con frecuencia durante las
meditaciones y decidió ponerla en la pared de la capilla, al lado del
crucifijo. Llegó a ser una especie de lema de nuestros Ejercicios.
Esta semana de Ejercicios terminó con una peregrinación al santuario
de Nuestra Señora de Covadonga, donde empezó la Reconquista de España
en el siglo VIII. Por la tarde visitamos el pueblo donde íbamos a tener el
campamento en julio. Un sacerdote, amigo del P. Rafael, nos enseñó los
alrededores y conocimos a algunos de los habitantes del pueblo. La Hna.
Clare escribe sobre este encuentro: «Hemos conocido a gente sencilla de
sus pueblos. Uno de ellos me impresionaba mucho. El buen hombre se
llamaba… Tenía una sencillez y humildad que me hizo llorar de santa
envidia y comparar mi vida tan soberbia con la suya. Era majísimo, y para
mí ha sido una gracia conocerle»[126]. Termina su reflexión de ese día con
un breve examen de conciencia: «A pesar de mis esfuerzos de unión con el
Señor, a veces caí en el egoísmo»[127].
Tercera semana: 19-24 mayo 2005
El Señor tenía muchas gracias preparadas para la Hna. Clare en esta
tercera semana, en la que meditamos la Pasión. Profundizó más en el
misterio de la Redención, descubriendo de nuevo lo perjudicial que es el
pecado y cuán grande es el amor de Dios por nosotros: «Hija mía, no sabes
lo que han hecho en mi cuerpo, no lo puedes imaginar, por eso necesito tu
amor»[128]. Ya no se veía a sí misma simplemente como la que ofendía a
Cristo; ahora sentía de nuevo la llamada a amarlo y consolarle en los
momentos dolorosos de su Pasión.
En una de las primeras meditaciones de esta semana, sobre la Última
Cena, escribió:

«La reacción que tuvo Pedro cuando el Señor le iba a lavar los
pies es como un eco de san Juan Bautista: “Soy yo el que debe ser
bautizado por Ti, ¿y tú vienes a mí?”. Jesús responde: “Déjame
ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia”. La “justicia”
salvífica de Dios. Mi reacción muchas veces es la misma: “¿Y Tú me
buscas a mí y me llamas a mí?”. Hay veces cuando no entiendo, no
entendemos lo que hace el Señor. He aquí la confianza y la humildad:
no lo entiendo, pero lo acepto, sabiendo que Él siempre ve más allá y
todo lo que hace es para el bien de su hija»[129].

En la meditación de la oración de Jesús en el huerto de Getsemaní,


llama la atención cómo la Hna. Clare suplicó al Señor una y otra vez que le
concediese la gracia de experimentar lo que experimentó su corazón en ese
doloroso momento; y Él respondió. Fue entonces cuando recibió la gracia
de percibir la suciedad del pecado y experimentar gran repugnancia:

«Al ponerme yo allí en Getsemaní con el Señor, pedí que me dejara


sentir lo que estaba sintiendo. Lo pedí llorando y con todo mi corazón,
sabiendo que si ponía todo mi ser en la súplica, con una intensidad tal,
el Espíritu Santo sería incapaz de negarse a intervenir con toda su
fuerza. Y así fue. El Señor me ha permitido ver y sentir lo que Él
estaba viendo y sufriendo en este momento. He visto el asco del
pecado, cómo es de terrible, que hace al mismo Cristo llorar, postrado
en tierra, temblando. He visto misas negras, gente rompiendo la
Eucaristía, uno sentado encima del crucifijo, gente gritando “Te odio”
a Dios, niños abandonados, bebés abortados en cubos de basura,
cardenales sin fe, cardenales que quieren destruir la Iglesia,
sacerdotes recibiendo al Señor en pecado mortal, sacerdotes sin fe,
sacerdotes con mujeres, con religiosas, religiosas que no obedecían,
jóvenes con camisas feas con imágenes malas del Señor y de la Virgen,
jóvenes en discotecas, drogados, borrachos, matrimonios rotos,
violencia en las casas, superficialidad, sagrarios abandonados, fieles
recibiendo al Señor en pecado mortal, de rutina, ancianos
abandonados, ancianos abusados violentamente, ancianos muriendo
de soledad y frío, los humildes tratados injustamente por los
poderosos, sacerdotes, religiosos y fieles siendo torturados por causa
de la fe, la muerte de varios curas por sus enemigos, robos, adulterios,
también he visto algunos de mis pecados.
Sentía que tenía que acercarme al Señor. Lo que le podía ofrecer
era muy poco, mi amor no es nada en comparación con el suyo. Tenía
que consolarle con lo poco que yo tenía, tengo. El enemigo estaba a su
otro lado, me miraba y decía que me iba a destrozar. El Señor estaba
postrado, con la mano derecha estaba cogiendo tierra en su mano. El
brazo izquierdo estaba extendido con la palma de la mano mirando
hacia el Cielo, en actitud de ofrecimiento al Padre. Yo puse mi mano
en este, el Señor me agarró con mucha fuerza, estaba temblando. Sufrí
yo allí con Él, le pedí perdón. He hecho la promesa de nunca dejarle y
le pedí que nunca me dejara.

Durante todo este tiempo había una mosca o dos constantemente


en mi cara, en mis manos, y aunque me cubrí la cara parecía que
querían entrar allí para distraerme todo el rato. Yo vi cómo era el
demonio. Me quedé mucho rato después llorando, pues he visto la
gravedad del pecado. El Señor me ha mostrado un poco de lo que ha
sufrido, y después de un rato tenía que decir “ya”; si no, creo que
podía estar llorando todo el día. Yo temblaba también después, no
quería moverme de donde estaba. Me sentí verdaderamente como si
alguien me hubiese dado una paliza. Espero acordarme toda la vida de
esta gracia para que jamás caiga en el pecado, para que ame al Señor
más que cualquier persona/cosa en este mundo ¡Él es la verdad!
»[130].

Durante otra meditación sobre el juicio de Jesús ante Caifás, escribió:

«Me puse a los pies del Señor allí en la cárcel del piso de abajo de
la casa de Caifás. Le decía: “Yo creo, adoro, espero y os amo, y os
pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no os
aman”. Le podía oír respirar profunda, lentamente. Me decía como un
pobre: “Ámame”. Yo quiero, aunque mi amor es muy pobre, pero yo te
lo ofrezco. Después me encontré con la Virgen y, llorando, yo la
abracé y me quedé allí un rato. Que todo esto sea para la mayor
gloria de mi Dios y me haga entregarme más y más a su voluntad,
devolverle todo lo que tengo, poniendo todo en sus manos y dejándole
llevar las riendas de mi vida. ¡Líbrame del pecado! ¡Líbrame de mí
misma!
Al ver al Señor siendo llevado desde la casa de Caifás, donde
estaba mucho tiempo en la cárcel, hasta donde Poncio Pilato, le
llevaban como un cordero, con cuerdas, atado como si fuera un
hombre peligroso. Yo estaba bastante cerca de Él y grité: “¡Gracias,
gracias, gracias por hacer esto por mí. Ayúdame a hacer lo mismo por
Ti! ¡No te merezco, pero te necesito!”. Este grito vino desde lo
profundo de mi alma. Le contemplo ante Pilato, ante la muchedumbre
en la flagelación y la coronación de espinas. Le seguí allí donde le han
puesto la corona y, mientras los soldados estaban hablando fuera,
entré y le limpié la saliva que tenía entre su frente y su nariz. Después
me postraba delante de Él, diciéndole: “Tú eres mi Rey, quiero que
seas Rey de mi corazón, de mis pensamientos, de mis acciones, de mi
vida. Quiero que seas el centro de mi vida. Creo que Tú eres el Hijo de
Dios, creo que Tú eres el Mesías, creo que Tú eres la segunda persona
de la Santísima Trinidad, creo que haces esto para salvarme, creo en
tu misericordia, creo en tu amor por mí. No permitas jamás que me
separe de Ti, no permitas que ninguna criatura tenga parte de mi
corazón. Dame un corazón indiviso. No dejes entrar nada entre tu
Corazón y el mío, jamás, jamás. Ayúdame siempre a escoger la corona
de espinas. Déjame estar siempre contigo y que esto no sea
simplemente unas palabras bonitas o unos sentimientos piadosos y
momentáneos, sino que verdaderamente me convierta y que fije
siempre mi mirada en Ti”. Sentí que el Señor me miraba con una
mirada de amor y gratitud. Me pregunté si, aunque yo le causé tanto
dolor con mis pecados, le consolaba con mi deseo grande de amarle.
Antes de decirle algo, Él, apoyado contra la pared me decía:
“Consuélame” »[131].

El 24 de mayo terminó la tercera semana y tuvimos el día de descanso.


La Hna. Clare describe lo que hicimos en sus propias palabras: «Por la
mañana fuimos a ver más montañas aquí en Cantabria. Subimos una
montaña y estuvimos allí más de una hora, cada uno por su cuenta. Hicimos
meditación sobre el dolor de la Virgen. Después comimos con las hermanas
de Zurita. Por la tarde tuvimos una reunión en Barcenilla con jóvenes de
América, la misa, la cena en silencio y las buenas noches»[132].
El viaje a las montañas fue muy bonito, pero recuerdo lo impactante
que fue ir a Barcenilla por la tarde, donde había un grupo de jóvenes
americanas visitándonos y, de repente, estar rodeadas de mucha gente
hablando. Estábamos tan inmersas en nuestra unión con Dios y en las
meditaciones de su Pasión, que era difícil volver a tanto ruido de repente.
Gracias a Dios, no nos distrajo totalmente y volvimos pronto a nuestra casa
para terminar nuestra última semana de silencio.
Sin embargo, una nueva sorpresa nos esperaba al día siguiente.
¡Tuvimos un segundo día de descanso! La Hna. Clare lo explica de esta
manera: «La divina providencia ha querido que después de la oración
hiciésemos un poco de trabajo (yo fregué) y después fuimos a Oviedo a
comer con un hombre llamado José y el P. Jeremías»[133]. Resultó que el P.
Rafael había intentado localizarlos para hacerles una visita el día anterior,
pero no había tenido noticias de ellos y, entonces, nos habíamos ido de
excursión a las montañas. Pero ellos devolvieron la llamada al día siguiente
y el P. Rafael decidió que debíamos ir, así que lo hicimos. El P. Jeremías
Rodríguez era un religioso Pasionista que ayudó a las hermanas en los
principios, como delegado de religiosas de vida activa de la diócesis de
Santander, y que las acompañó en el viaje a Tierra Santa, durante el cual
hicieron sus primeros votos. Fue una gran bendición poder conocerlo, ya
que falleció poco después.
Cuarta semana: 26-28 mayo 2005
En esta última semana, que realmente fueron los tres últimos días, las
meditaciones fueron de la Resurrección de Cristo. El P. Rafael nos habló
sobre cada una de las apariciones de Jesús a sus discípulos. En la de Emaús,
el Padre citó la carta apostólica de Juan Pablo II: “Mane nobiscum,
Domine”, escrita algunos meses antes para el año de la Eucaristía. «La luz
de la Palabra ablandaba la dureza de su corazón […]. En el camino de
nuestras dudas e inquietudes, y a veces de nuestras amargas desilusiones, el
divino Caminante sigue haciéndose nuestro compañero para introducirnos,
con la interpretación de las Escrituras, en la comprensión de los misterios
de Dios... sus palabras suscitan en ellos el deseo de permanecer con
Él…»[134].
Después de escuchar este texto, la Hna. Clare comenzó una oración de
petición, pidiendo penetrar en la palabra de Dios:
«Señor, Santo Espíritu, os pido el don de entendimiento para que
pueda profundizar más y más en tu Sagrada Palabra; para que te
pueda conocer y amar más y mejor. Para aplicar esta palabra y
enseñanza a mi vida. Que tu palabra queme mi corazón. Quiero
amarla y vivir de ella. Ayúdame a no caer en la pereza y en la
impaciencia a la hora de leerla o meditarla. Gracias por el ejemplo
que me das en los papas que sinceramente te buscan y siempre
profundizan en tu palabra. Hazme como ellos, no para saberme muy
lista, ni para la gloria humana, sino sinceramente para amarte más y
amar y buscar más la verdad, que eres Tú.

Dios, os pido la gracia o el fruto de la castidad, de tener un


corazón indiviso, libre de las criaturas y de lo que no es vosotros. Que
yo os elija a vosotros primero, siempre, que me ocupe de estar con
vosotros siempre. Os pido que grabéis en mi corazón y en mi alma que
tengo que ser sola de vosotros y haced que siempre me acuerde de que
me esperáis –bueno, Jesús en el Sagrario, para estar un rato con Él–.
Y esto es lo mejor que puedo hacer cuando tengo algún tiempo, o
también estar a solas con vosotros. Concédeme esta gracia que es tan
esencial, creo, en la vida de la Sierva.

Dame la gracia de nunca tener miedo de dar testimonio de ti, de


jamás esconder el rosario cuando salgo, o cualquier libro. Ayúdame a
comprender mi dignidad como hija de Dios y de nunca tener
vergüenza de ti, que has muerto por mí, que me has creado por
misericordia de la nada, que me guías y me inspiras en todas mis
buenas decisiones, que me das la fortaleza para ser testigo.

Ayúdame a nunca huir del lobo.

Te pido, mi Dios Bueno, la gracia de la contemplación y el


recogimiento, para que en todo vea tu rostro y me lleve a alabarte,
glorificarte, adorarte y amarte. Que sepa que estás dentro de mí y que
siempre hablándote, contemplándote, pueda ser reflejo de Ti, de tu
bondad, de tu misericordia, de tu entrega, de tu paciencia… Mírame y
concédeme esta gracia»[135].

Y terminaron los Ejercicios. La Hna. Clare había adquirido un


conocimiento más profundo de sí misma y de su nada, junto con un
conocimiento profundo de la Trinidad y un deseo más intenso de llegar a
ser una con Dios, sin otro amor ni deseo en su corazón más que solo Él. Es
interesante notar la cercanía de su unión con la Trinidad, con las tres divinas
personas, y no solo con Cristo, la segunda persona. En esta última nota de
su cuaderno podemos ver que habla a Dios en plural. Está hablando con las
tres personas. Cuando hablemos del momento de sus primeros votos,
veremos cómo empezó esta relación con la Trinidad y cómo la marcó.
Hna. Clare María de la Trinidad
y del Corazón de María
Capítulo 11

La Hna. Reme, maestra de novicias, estaba atareada con sus


ocupaciones habituales. A pesar de toda la actividad y de que las hermanas
venían a preguntarle cosas continuamente, pudo darse cuenta de que
llevaba un buen rato sin ver a una de las novicias: a la Hna. Clare. Una de
las hermanas que trabajaban en la imprenta se acercó a ella y le preguntó:
“¿Va a venir esta mañana la Hna. Clare a ayudar en la imprenta?”.
¿Dónde podría estar la Hna. Clare? La Hna. Reme dio una vuelta por
la casa y por el jardín. ¡Ni rastro de ella! El único lugar que le faltaba por
mirar era la capilla. Abrió la puerta despacio: allí estaba la novicia
perdida, de rodillas, echa un mar de lágrimas; ni siquiera reaccionó
cuando su maestra abrió la puerta de la capilla. La Hna. Reme se arrodilló
al lado de la aparentemente desconsolada novicia y, tras un momento de
silencio, le preguntó: “¿Qué te pasa?”.
“¡Ay, Hna. Reme! La Trinidad vive dentro de mí. ¡Realmente es así!”.
Entonces miró hacia un icono que estaba sobre el sagrario y que una de las
hermanas había pintado recientemente, que representaba al Padre, al Hijo
y al Espíritu Santo.
La Hna. Reme sonrió y dio gracias a Dios en su interior por las
gracias que derramaba continuamente en las novicias. Y le contestó: “Sí,
ese es el don que se nos dio en el bautismo con la gracia santificante. Da
gracias a Dios por permitirte experimentar esta gran verdad de nuestra
fe”. La Hna. Clare asintió y se levantó mientras se secaba las lágrimas de
los ojos: “Y ahora es mejor que me vaya a trabajar, ¿verdad?”.

Cuando el tiempo del noviciado llegaba a su término, la Hna. Clare iba


a hacer la profesión temporal de los votos de pobreza, castidad y obediencia
por un año. Como Siervas, además de estos consejos evangélicos, hacemos
un cuarto voto de defender la Eucaristía y el honor de la Virgen Santísima,
especialmente en el privilegio de su virginidad, en nuestras vidas y con
nuestras vidas. Es en la primera profesión cuando elegimos nuestro nombre
religioso: por ejemplo, “de la Cruz”, “de Jesús”, “de la Madre de Dios”, etc.
Cada hermana elige el nombre después de haber rezado y reflexionado, y
hace la profesión de sus votos con este nuevo nombre religioso,
añadiéndolo al nombre de bautismo y al nombre de la Virgen María. El
nombre religioso completo de la Hna. Clare era: Hna. Clare María de la
Trinidad y del Corazón de María.
¿Cómo eligió “de la Trinidad y del Corazón de María”? Acabamos de
ver una de las experiencias que le ayudaron a discernir la voluntad de Dios
respecto a su nombre. Sin embargo, ya en su primer año de noviciado había
recibido la gracia de experimentar la unión con Dios Padre, que luego
relacionó con esta segunda vivencia de la inhabitación de toda la Trinidad.
Tuvo lugar durante la adoración ante el Santísimo en una semana de
Ejercicios Espirituales en noviembre de 2003. Estaba meditando una frase
de Sta. Margarita de Cortona, santa franciscana que, como la Hna. Clare,
tuvo una fuerte conversión después de haber vivido muy lejos de Dios:
“Soy su hija, me lo ha dicho... Oh, infinita dulzura de mi Dios”. La Hna.
Clare escribió:

«¡Bendito sea Dios! ¡Bendito sea su santo nombre! En esta


meditación he experimentado lo que Sta. Margarita de Cortona dijo
cuando exclamó: “Oh, infinita dulzura de mi Dios”. Esta meditación
ha consistido solo en que el Padre me decía (muchas veces): “Hija
mía”, y yo: “Abba”. He permanecido en esta unión amorosa toda la
hora... He derramado lágrimas de amor y alegría. ¡Viva la filiación
divina! ¡Abba mío, te amo! »[136].

Al lado de este párrafo, con otro bolígrafo, añadió: “Hna. Clare María
de la Trinidad. Tienes que ser de la Trinidad”. Parece que después de esta
segunda experiencia de la Trinidad, la Hna. Clare lo revisó y añadió la nota
a la primera. Estas palabras: “Tienes que ser de la Trinidad”, se las dijo el P.
Rafael cuando ella le comentó sus experiencias. Lo explica en una nota de
su cuaderno durante los Ejercicios de mes, después de la meditación de la
Transfiguración. Aquí vemos cómo la experiencia de la vida de la Trinidad
en su alma era una gracia que el Señor le concedía frecuentemente en estos
años de noviciado:

«Papá, aunque yo no lo merezco y soy una hija ingrata, Tú me has


hecho experimentar a veces el monte Tabor, la gloria de Cristo y de la
Trinidad dentro de mí, en lo profundo de mi alma. Allí encontraba yo
la paz, allí encontraba yo el amor, allí encontraba yo una profunda
alegría que hizo a mi espíritu exclamar en el silencio del alma: “Me
quedo aquí para siempre. ¡Qué bien se está aquí!, donde todo es
resplandeciente, donde están el gozo, la felicidad y la alegría, donde el
corazón disfruta de absoluta tranquilidad, serenidad y dulzura” [137],
donde vi a Cristo, junto con el Padre y el Paráclito [138], donde Él
pone su morada y dice al entrar: ‘Hoy ha sido la salvación de esta
casa’”.

Allí entendí yo por qué el Padre me había dicho que yo tenía que
ser de la Trinidad. Yo no puedo subir a este monte que está en mi alma
si el Señor no me lleva allí y, a veces, aunque yo lo intento, no puedo
entrar allí sola. La verdad es que no entiendo cómo me ha dado a mí
esta gracia, que muchas veces es mi alimento y mi seguridad –yo sé
que he estado allí, he sentido la grandeza y la gloria del Padre dentro
de mí–, si soy tan complicada y reflejo tan poco a su Hijo, cuando me
tengo que bajar del monte”[139].

A veces le parecía increíble que Dios realmente viviese en ella. Tenía


la tentación de pensar que esta experiencia de su presencia era solo fruto de
su imaginación. Después sintió que el Señor le dijo: “¿No crees en mi
palabra? Si alguno me ama, guardará mi palabra y mi Padre le amará, y
vendremos a él y haremos morada en él” [140]. Ella, que todavía no estaba
totalmente convencida, escribe: “Es verdad, y te he experimentado dentro
de mí, pero cuando leo, por ejemplo, la experiencia de Sta. Teresa de Jesús
y otros santos, me cuesta mucho creer que vives en mí como en ellos. Tú
me entiendes, ¿verdad?”. Como seguía con sus dudas, el Señor le dijo: “Yo
habito en las almas que están en gracia. Yo vivo en ti, acéptalo”. Aunque
ella se sentía muy nada y muy pobre, Él realmente vivía en ella y era la
fuente de “todo lo bueno y bello” que había en su alma.
En la fiesta del Inmaculado Corazón de María, al final de su segundo
año de noviciado, la Hna. Clare escribió en su cuaderno la historia completa
de la segunda parte de su nombre: “del Corazón de María”. Al inicio
explica que tuvo una experiencia muy fuerte de la presencia de la Virgen al
comienzo de su segundo año de noviciado. Esta duró alrededor de 5 o 6 días
y permitió que se enamorase totalmente de María como Madre suya. Un
sacerdote italiano acababa de hacernos una visita y, hablando de la Virgen,
había exclamado: “¡È Mamma! ¡È Mamma!”, que significa: “¡Es mamá!
¡Es mamá!”.

«Así lo experimento yo, que para mí era más que maestra, más que
madre, era “Mamma”, era mi tesoro y mi amor. Me hizo sentir esta
herida de amor en el alma durante estos días y continuamente tenía
ganas de llorar de amor, de alegría, de gratitud. Estaba en este tiempo
trabajando en la imprenta con la hermana Leti, y estaba yo flotando.
Hay una imagen de la Virgen tras el tendal, en el jardín, y mirándola a
veces mientras trabajaba se me inflamaba el corazón. Decir su
nombre o hablar sobre Ella en estos días me llenaba más de una
ternura y de un gozo inexplicables.

Veía claramente que yo tenía que ser de Ella, que la tenía que
incluir en mi nombre religioso. Entonces pensaba: de la Trinidad y de
María, porque sentía que tenía que ser de Ella en totalidad y, como
cuando pronunciamos el nombre de Jesús, estamos diciendo con esto
todo lo que Él es, lo mismo pasa con el nombre de María, en su
nombre se incluye: “mamma”, amor, tesoro, consuelo, refugio, roca,
etc. Pero hablando con la hermana, me decía que a lo mejor no
pegaba Clare María de la Trinidad y de María. Tenía que pedirle otro
nombre. Pensaba yo… Pues… del Corazón de María, porque como el
Corazón también es como un símbolo de la totalidad de la persona,
pues podría ser eso, pero no sabía. Una noche en la adoración del
jueves sentía que el Señor me decía: “Clare María de la Trinidad y del
Corazón de mi Madre”, pero dudaba si era el Señor o era mi
imaginación. Así que seguía pidiendo luz a la Virgen. Cuando una
mañana estaba en la oración (era un día de fiesta de la Virgen, y
normalmente en estos días rezamos el rosario con canciones en
comunidad), yo decía a la Virgen: “Vale, si quieres que me llame del
Corazón de María, hoy tenemos que cantar la canción de “Madre,
eres tu más bella que el sol”. Me encantaba esta canción y me hizo y
hace llorar muchas veces. Será la señal para que sepa yo que este
tiene que ser parte de mi nombre[141]. Al terminar la oración, la
hermana que tenía que elegir las canciones este día, eligió la canción
de “Madre, eres tú…”. Yo casi me muero. Miraba a la Virgen y sentía
que sonreía. Así que esto es lo que me pasó.

Sé que soy muy querida por su Corazón y algunas veces me ha


dejado descansar allí »[142].

Al inicio de su vida como Sierva, ella había pedido a la Virgen que le


ayudara a amarla como madre, y ahora la Virgen había respondido de forma
muy clara, más clara de lo que hubiera podido imaginar. Ahora sabía, sin
lugar a dudas, que era hija de Nuestra Madre del Cielo. El refugio de la
Hna. Clare, su “hogar”, debía ser el Corazón Inmaculado de la Virgen
María.
Después de mucho estudio y oración, después de tantas reuniones de
formación y de tantas horas de trabajo, después de consolaciones tan
grandes que hacían surgir lágrimas y de purificaciones tan intensas que le
hacían experimentar su propia nada, la Hna. Clare estaba preparada para
hacer sus primeros votos. Los hizo en Priego, en la misma capilla del
monasterio donde había besado los pies del Cristo crucificado aquel Viernes
Santo del año 2000. Ahora se arrodillaba ante el altar, consagrando su vida
a Dios:

«[…] Yo, Hna. Clare María de la Trinidad y del Corazón de


María, me consagro totalmente al Señor […] haciendo plena,
consciente y libremente por un año:

El voto de castidad perfecta, como ofrenda voluntaria de todo mi


ser al servicio del Reino de Dios.
El voto de pobreza evangélica, como signo de que Cristo pobre es
y será mi única riqueza y mi único tesoro.

El voto de obediencia, como ofrecimiento incondicional de mi


fidelidad a la Iglesia católica, a sus enseñanzas y a Todos lo que en su
nombre la dirijan, como representantes de la autoridad que solo viene
de Dios.

Quiero además añadir: El voto de defender en mi vida y con mi


vida la presencia real de Cristo en la Santísima Eucaristía y la
virginidad maternal de la Virgen María, con el compromiso firme y
estable de trabajar para que toda la juventud encuentre en la
Eucaristía y en María Virgen el ideal de toda su vida cristiana.

Me entrego a Ti, Señor, con todo lo que soy y tengo. Me consagro a


Ti con todo lo que pueda ser y tener.Tal cual soy me doy a Ti ahora y
por siempre, como Sierva del Hogar de la Madre».

Al final de la ceremonia, la hermana que estaba grabando con la


cámara de vídeo hizo una breve “entrevista” a los Siervos y Siervas que
habían profesado votos. La Hna. Clare dijo: “Acabo de hacer votos de
primer año y estoy muy contenta. Mi nombre religioso es Hna. Clare María
de la Trinidad y del Corazón de María, y la verdad es que tengo que dar
muchas gracias a Dios por este don tan grande que me ha dado, el don de la
vocación, especialmente con las Siervas. Quiero dar muchas gracias a Dios,
a nuestra Madre, a todos los santos… Y nada, que recéis por mí...”. Aquí la
Hna. Clare interrumpió su idea para exclamar: “¡Ay, qué pena!”, recordando
la necesidad que tenía de oraciones, ya que era muy débil y pobre, pero
continúa: “que recéis por mí para que sea fiel y sea un instrumento dócil en
las manos de la Virgen y del Señor”.
Por la mañana, antes de la ceremonia, el P. Rafael había dado una
meditación sobre la Transfiguración, basada en una reflexión de la
exhortación apostólica “Vita Consecrata”, del papa Juan Pablo II. Al final
de la escena de la Transfiguración, el evangelio nos dice: «Jesús,
acercándose a ellos, los tocó y dijo: “Levantaos, no tengáis miedo”». Juan
Pablo II explica que los consagrados son tocados por Dios. Hay momentos
en los que queremos exclamar con san Pedro: “¡Qué bien se está aquí!”,
como la Hna. Clare había escrito cuando tuvo la experiencia de la Trinidad
en su interior durante los Ejercicios Espirituales. Pero también hay
momentos en los que tenemos que pasar del monte Tabor al Calvario. Cristo
ahora invitaba a la Hna. Clare a bajar del monte. Su noviciado se había
acabado y tenía que salir y ser Cristo para los demás. Tendría que
perseverar en esa unión íntima con Cristo –estar a solas con el Solo–, en
medio de la jaleosa actividad de una vida al servicio de los demás. Y su
corazón estaba pronto. Pidió al Señor y a la Virgen que la usaran como su
dócil instrumento y que ella no pusiera obstáculos a su obra.
Justo después de los votos, se fue a su primer destino como profesa:
Belmonte, un pequeño pueblo de la provincia de Cuenca (España), donde
pasaría algunos meses. En Belmonte llevamos una residencia para niñas que
tienen situaciones familiares difíciles. Acuden al colegio del pueblo, pero
viven con nosotras en un ambiente de familia, con el Señor y Nuestra
Madre en el centro de todo. La Hna. Clare se incorporó a mitad de curso.
Todo era completamente nuevo para ella, pero llegó con gran ilusión y con
un deseo sincero de aprender de la experiencia de las otras hermanas.
Participó en todas las actividades: los cargos de la casa, ayudar a las
niñas con sus deberes, planear actividades divertidas para ellas los fines de
semana… Las hermanas también atendían a su formación espiritual,
guiándolas en los momentos de oración en la capilla, llevándolas a misa
diaria, teniendo reuniones sobre la vida espiritual, etc. Tanto ella como las
demás hermanas también daban catequesis en la parroquia del pueblo.
Hay muchas historias graciosas de estos meses, como sus
descubrimientos de conceptos básicos al ayudar a las niñas pequeñas con
sus deberes. Un día, después de mirar rápidamente las tareas de las niñas
para ese día, se acercó a una de las hermanas con cara de incrédula, casi
escandalizada, por lo que había leído: “Hermana, las niñas aseguran que su
profesora ha dicho que el agua puede encontrarse en estado sólido, además
de líquido y gaseoso. ¡Pero eso es de locos! ¿Cuándo has visto agua
sólida?”. Cuando la otra hermana le recordó la existencia del hielo, la Hna.
Clare soltó una gran carcajada y volvió corriendo al aula con las niñas.
Estaba muy preocupada por su falta de formación y de conocimientos
básicos. De joven nunca había tomado en serio sus estudios. Y ahora,
cuando las chicas estaban estudiando tranquilamente y no necesitaban
ayuda, ella buscaba momentos para estudiar con sus libros. Un día, una
hermana la encontró mirando fijamente un mapamundi.
–¿Qué haces, Hna. Clare?
–Estoy intentando aprender las ubicaciones de los continentes. Es una
pena, pero perdí mucho tiempo cuando era estudiante y ahora no sé dónde
está Europa en el mundo.
Las niñas de Belmonte tenían tiempo de estudio en su horario y
estudiaban en unos escritorios en las salas de estudio en el primer piso. La
Hna. Clare se encargaba del estudio de las pequeñas, pero a veces la
hermana encargada de las mayores enviaba a alguna de ellas a la Hna.
Clare, si se portaba mal y distraía a las demás. Había una niña, en particular,
que tenía un carácter muy difícil por problemas psicológicos graves, debido
a una compleja situación familiar. Las otras chicas mayores se burlaban con
frecuencia de ella, y eso la ponía nerviosa y hasta violenta. Las hermanas
decidieron que estudiase siempre en la sala de las pequeñas. La Hna. Clare
buscó maneras de ayudarla y de infundir en ella un deseo de aprender.
Pronto consiguió concentrarse para poder hacer los deberes y así progresar
en los estudios.
Otra anécdota de esta época pasó a la historia. La Hna. Clare estaba
lavando la ropa de las niñas en la lavandería y encontró un gran escarabajo
entre la ropa al sacarla de la lavadora. Inmediatamente pensó que las niñas
habían puesto un escarabajo de plástico en la lavadora o en el bolsillo de
alguna prenda, para gastar una broma a las hermanas. Entonces, lo cogió y
lo envolvió en un pañuelo de papel y se lo metió en el bolsillo, pensando en
devolver la broma a las chicas. Las niñas tenían siempre mucho respeto a
las hermanas, pero no nos tenían miedo. Sabían que podían gastar una
broma inocente a las hermanas sin ser castigadas por ello. Pero eran
conscientes también de que las hermanas se la devolverían con otra broma
más graciosa aún.
El caso es que fue pasando el tiempo y la Hna. Clare se había olvidado
de que llevaba el escarabajo en su bolsillo. Estando en la sala de estudios
con las pequeñas, de repente, empezó a notar un mal olor y miraba a su
alrededor para descubrir de dónde venía. Había una niña que venía de una
familia muy pobre, que vivía en una caseta sin luz ni agua corriente.
Cuando llegó al colegio, no sabía cómo ducharse ni entendía la necesidad
de hacerlo. La Hna. Clare le había enseñado con mucha paciencia las
prácticas diarias más básicas de higiene. Hasta le llegó a escribir una lista
detallada de todo lo que tenía que hacer cada día para mantenerse limpia.
Su primer pensamiento, por lo tanto, al percibir el olor, era que esta niña
necesitaba un recordatorio. Pero antes de poder hacerlo, fue a sacar algo del
bolsillo y… allí estaba el “supuesto” escarabajo de plástico. El pañuelo
apestaba y estaba manchado de un líquido asqueroso que soltaba el cuerpo
en descomposición de lo que ya había descubierto que era un escarabajo
real. Fue corriendo al otro estudio, donde estaba una hermana con las
mayores, y exclamó: “Hermana, ¡qué pitufa!”. Quiso decir: ¡Cómo atufa! o
¡qué pestazo!, pero mezcló las dos expresiones y dijo “pitufa”, lo que hizo
la situación más cómica aún.
Durante la cuaresma, con la ayuda de otra hermana, la Hna. Clare
preparó un viacrucis para los jóvenes del pueblo. Escogieron fotos de la
película “La Pasión de Cristo” para proyectarlas y prepararon canciones
para cada estación. Después, ella escribió una reflexión en su cuaderno.
Continuaba recibiendo fuerza y motivación de la meditación de la Pasión de
Cristo:

«Hoy en el salón parroquial hemos visto un viacrucis con


imágenes de “La Pasión del Cristo”. Cuando veo estas imágenes
siento dentro de mí un profundo dolor: 1) de verle sufrir, siendo Él tan
bueno y dócil y 2) al ver mi falta de generosidad y mi poco amor. Sé
que esta es la verdad. Cuando veo al Señor en esta película siento la
presencia, casi veo al Padre. Quiero confiar, quiero creer, quiero amar.
Quiero estar dentro de ti, tan dentro que ya sea Tú. Quiero estar en tus
cosas. Quiero darme a ti, volcarme hacia ti, quererte por todos los que
no te quieren. Quiero identificarme e ir a ti cuando sufro, cuando no
entiendo. Quiero buscarte cuando me siento sola, cuando te escondes
de mí. Quiero ser tu esposa»[143].

La estancia de la Hna. Clare en Belmonte llegaba a su fin.


Experimentaba a veces dificultades para amar y educar a estas niñas y
jóvenes. Muchas de ellas carecían de madurez afectiva, por las situaciones
familiares tan difíciles que vivían. Las hermanas de Belmonte tienen que
equilibrar una disciplina firme con el amor que a estas niñas les falta en sus
propias familias. Como en todos nuestros apostolados, procuramos
asegurarnos de que solo el Señor esté en el centro de nuestros corazones y
que amemos a las chicas como el Señor las ama, en el orden correcto. Al
final de los meses que pasó en Belmonte, la Hna. Clare escribió un resumen
de su experiencia:

«“Venid a Mí todos los que estáis cansados y yo os aliviaré”. Mi


tiempo aquí en Belmonte, Señor, me ha enseñado y me está enseñado
que “todo se pasa y solo Dios basta”. Aquí veo que si no estoy
centrada en Ti, me vuelvo loca y triste… Veo y entiendo que si uno no
tiene y hace el esfuerzo de tener un corazón indiviso, el corazón se
vuelve más y más esclavo, arrastra con él cadenas pesadas. San Juan
de la Cruz dice que hay que dejar lo finito para amar lo infinito y que
aunque me empujen hacia abajo o me tiren hacia abajo, ¿qué más da?
Estoy en mi centro. Estar en Ti es todo, soluciona todo y quita todo el
mal que hay en mí.

Me vas purificando en el amor… Quieres que yo me purifique de


todo amor humano y, como soy tan tonta, pues me lo tienes que
enseñar haciéndome sufrir. Sé que es por mi bien. Guarda mi corazón
solamente para ti, Señor, y para tu Stma. Madre. Quiero huir de las
criaturas y sumergirme en ti»[144].

En el verano de 2006, después de terminar el curso en Belmonte, la


Hna. Clare estaba de nuevo en Zurita y ayudaba en todo lo que se
necesitaba. Durante este verano hizo muchas grabaciones del programa
televisivo “Hi Lucy” con la Hna. Grace, que ya habían empezado a grabar
en diciembre de 2005. En español ya llevábamos varios años produciendo
un programa que se llamaba “Buenas Noches, Teo”, en el que el P. Rafael,
nuestro fundador, tenía una conversación breve, de unos 15 minutos, con
una marioneta, una especie de avestruz naranja, a la que una hermana daba
vida. A los niños de habla española de todo el mundo les encantaba, y
decidimos hacer un programa similar para los niños de habla inglesa. Por su
talento artístico, la Hna. Clare fue seleccionada inmediatamente para hacer
la voz del títere, que sería un avestruz rosa llamado Lucy. No fue fácil para
la Hna. Clare aceptar esta obediencia, ya que nunca había querido actuar
como locutora y, mucho menos, hacer la voz de una marioneta. ¡Era un
papel tan pobre y sin importancia en el mundo artístico…! Pero se embarcó
en la tarea que le fue encomendada con una generosidad total, aceptando la
humillación. Como de costumbre, cuando algo le era difícil, ella lo
convertía en broma y hacía a todos reír. Esta actitud le ayudó a aceptar la
situación con alegría y sin quejas [145].
La Hna. Ana María, que había preparado los guiones para el programa
en español, pasó todos los textos a la Hna. Clare, que los reelaboraría con
gran creatividad para el mundo anglosajón. Al final del verano de 2006, la
Hna. Clare y la Hna. Grace habían grabado más de 60 programas. La
EWTN mostró gran interés en Lucy en los siguientes años, y las hermanas
seguirían grabando, llegando a un total de 110 programas. La Hna. Clare
preparó los primeros guiones en papel con una letra muy clara, para
asegurarse de que la Hna. Grace pudiera entender todo. Cada programa
duraba entre 10 y 15 minutos. Algunos de los títulos de los primeros
programas fueron: “Los santos”, “El perdón”, “La superstición”, “El Cielo”,
“La presencia de Dios”, “Acudir a María”, “La paciencia”, “Ofrecerlo
todo”, “El sufrimiento”, “El bautismo”, “La mentira”, “La murmuración”…
La Hna. Grace tiene muchos recuerdos de las horas que pasaron juntas
grabando en nuestro pequeño estudio casero de Barcenilla (Cantabria). Al
principio, a la Hna. Grace le resultaba difícil estar delante de las cámaras y
se quedaba con frecuencia en blanco, teniendo que parar el programa para
pensar qué iba a decir. Esta fue una gran prueba para la paciencia de la Hna.
Clare. Pero en vez de mostrar su frustración, la Hna. Clare siempre animaba
a la hermana a continuar y a no preocuparse si tenían que empezar de
nuevo.
En “Hi Lucy”, la Hna. Grace se sentaba como profesora en el
escritorio de su aula de clase y Lucy venía de visita a contarle algo que le
había pasado. Después tenían una breve conversación. La Hna. Clare
manejaba la marioneta de pie, subida a una mesa que había detrás de una de
las “paredes” del escenario, mientras hacía la voz de Lucy. Era tan buena
actriz que le surgían espontáneamente todo tipo de respuestas creativas a las
explicaciones de la Hna. Grace, igual que pasa con los niños en la realidad.
Esto desconcertaba a la Hna. Grace y la despistaba. “¡Eso no estaba en el
guion, Hna. Clare!”. Pero la Hna. Clare respondía: «Así hacen los niños.
Puedes estar hablando de una virtud o de cómo rezar, y ellos te interrumpen
con algo que se sale totalmente del tema, como: “Tengo un perro amarillo”.
Tienes que responderles y después seguir con tu tema…». La Hna. Clare se
metía totalmente en su papel de Lucy. Una vez que parte del escenario de
detrás de la Hna. Grace empezó a desplomarse encima de ella, Lucy
exclamó: “Hna. Grace, los niños del piso de arriba están saltando y por eso
se caen las cosas”. ¿Cómo iba a poder aguantarse la risa la Hna. Grace?
Las dos hermanas pasaron horas y horas grabando. En un momento
dado, la Hna. Grace se dio cuenta de que ella estaba cómodamente sentada
en un escritorio del escenario, mientras que la Hna. Clare estaba de pie todo
el tiempo, en una postura bastante incómoda. Tenía que inclinarse por
encima de la falsa pared del escenario para mover los palos con los hilos de
Lucy.
–Hna. Clare, ¿no quieres que te consiga una silla, para que, al menos,
puedas apoyarte?
–No, no te preocupes, estoy bien.
Poco tiempo después, la Hna. Grace insistió de nuevo:
–¿Seguro que no quieres una silla?
–No, no, estoy bien. Además, se caería de la mesa. ¡No te preocupes!
–Pero no me gusta ver a una hermana mía cansada mientras yo estoy
sentada cómodamente.
–Hna. Grace, ¿no puedo ofrecerlo por todos los niños que vayan a ver
este programa?
Y a eso, ¿qué podía responder la Hna. Grace? Solo podía reconocer
que la Hna. Clare tenía razón. No se limitaba simplemente a aceptar la
situación incómoda; iba más allá y ofrecía cada minuto de ella por la
salvación de las almas.
La Hna. Clare añadió: “Además, a ti no te gusta estar delante de las
cámaras y estás sudando porque hace mucho calor, así que tú también tienes
algo que ofrecer”.
Las dos siguieron con el siguiente episodio con este espíritu de
sacrificio, rezando por todos los niños que verían los vídeos.
Entre medias de cada programa, con frecuencia, la Hna. Clare y la
Hna. Grace tenían que esperar pacientemente mientras las hermanas
encargadas de la parte técnica preparaban todo. Como siempre, la Hna.
Clare buscaba la forma de alegrar y hacer reír a las demás. Las dos
“estrellas” de este programa eran expertas en imitar a los demás, y a veces
hacían un pequeño juego que consistía en imitar a distintas hermanas y
adivinar quiénes eran. La Hna. Clare una vez comentó: “Espero que
podamos imitar al Señor y a nuestra Madre igual de bien que imitamos a las
hermanas. Tendremos que pasar muchos años en el purgatorio si seguimos
así”.
Para muchas hermanas, esta actitud bromista y juguetona es lo que
más destacaba de la Hna. Clare en esta época. Puede que a algunas les
pareciera incluso algo superficial, como si aún disfrutase de ser el centro de
atención. Sin embargo, los que la guiaban espiritualmente sabían bien que
había un amor intenso y profundo en lo más íntimo de su corazón, un amor
que, poco a poco, iba purificándola de todo resto de ostentación frívola. El
Señor la estaba transformando poco a poco en Él y ella anhelaba esta
transformación, que culminaría durante los últimos años de su vida.
Durante el verano de 2006, la Hna. Clare leyó las cartas del jesuita
español P. Segundo Llorente, que fue misionero en Alaska más de 40 años,
y que había fallecido en el año 1989. Se convertiría en un gran amigo de la
Hna. Clare y ella recibiría inspiración con frecuencia de sus cartas y
escritos. Copió un párrafo entero de una carta del P. Llorente a las
Carmelitas. Está claro que quería llevar a su vida las actitudes que describió
el P. Llorente.

«El santo es un milagro de la gracia. Hace lo que hacen los muy


buenos, pero lo hace mejor o hace más: un poco más de humildad, un
poco más de burro de carga, un poco más de refinamiento en la
caridad, fervor más bullente, más visitas al Sagrario y más largas,
más tiempo de rodillas; no se disculpa o se disculpa menos, en el beso
al crucifijo pone unas onzas más de cariño, cuando mira a Dios lo
hace con una sonrisa más encantadora; la ausencia de Dios la mata o
poco menos; el celo de la gloria de Dios y la salvación de las almas le
pone el corazón en ascuas»[146].

En agosto hizo la semana de Ejercicios Espirituales en silencio que


tenemos cada año. Como siempre, fue un tiempo de cercanía con el Señor
para la Hna. Clare:

«¿Quién soy yo para que pienses en mí? Grande es tu amor.


Grande es tu misericordia, grande es tu nombre en toda la tierra.
Valgo mucho a los ojos de Dios. No perdonó a su propio, a su único
Hijo por mí. Le debo tanto: como Tú te has olvidado de ti mismo
totalmente por amor a mí, dame la gracia de olvidarme a mí misma
por amor a ti. Hacerte hombre no te bastó, tu humildad… Te haces
pan. No te canses de bajar y bajar para mostrar tu amor. Ayúdame a
responder a ese amor» [147].

Durante esta semana, un día salió por la tarde durante el tiempo libre a
la colina que está detrás de nuestra casa de Barcenilla. Estuvo allí, en
conversación con el Señor, un poco desanimada al ver todas sus miserias.
Habló con Él sobre su Transfiguración y acabó en lágrimas, al pensar en
todas las razones por las cuales no podía ser transfigurada en Él. Tenía este
profundo deseo de identificación total con Cristo, pero veía muchos
obstáculos dentro de ella misma que no permitían que esto llegara a una
realidad. Entonces experimentó que el Señor le decía con gran ternura: “Yo
te amo. Eres muy querida por mi corazón. No te desanimes, hija mía, mi
hija. No te canses de levantarte de nuevo. Estoy contigo» [148].
Durante estos Ejercicios Espirituales, el P. Rafael la llamó a ella junto
a otras tres hermanas a su despacho un día. Les anunció que en octubre ellas
abrirían una nueva comunidad en Estados Unidos, en la parroquia de la
Asunción, en Jacksonville (Florida). Podemos ver su disposición de aceptar
la voluntad de Dios para con ella en esta nota que escribió hacia el final de
los ejercicios:

«Yo te quiero amar a ti más que a nadie, y amándote a ti amo


también a todos los hombres. Y porque te amo a ti, amo tu voluntad y
amo la vida y todo lo que Tú permitas en mi vida, lo bueno y lo malo,
porque Tú me amas, y yo te amo y lo acepto. Y porque te amo a ti, amo
todos los lugares donde Tú me mandas, porque todo proviene de tu
amor, porque Tú eres AMOR»[149].

La Hna. Clare había querido ir a Estados Unidos para ser actriz famosa
en Hollywood. Ahora el Señor la enviaba allí para evangelizar. Después de
renovar sus votos por un año el día 8 de septiembre, fiesta de la Natividad
de la Virgen, la Hna. Clare ya estaba lista para su nuevo encargo.
Un instrumento en sus manos
Capítulo 12

Un inquieto alumno de preescolar no podía evitar mirar por la


ventana mientras coloreaba. A pesar de lo divertidas que eran las
actividades de clase, la bonita mañana soleada en Jacksonville
(Florida) le hacía querer salir fuera a jugar. La niña que estaba a su
lado siguió su mirada hasta que vio algo que la dejó asombrada.
–¡Señorita Valbuena! –gritó la pequeña– ¡Hay ángeles en el patio!
Antes de que la profesora pudiera reaccionar, el resto de los niños
había corrido hacia la ventana.
–¡Ángeles! –gritaron todos con alegría.
–¡Hala! Nunca había visto a un ángel de verdad –exclamó un niño.
–¿Usted cree que vienen a visitarnos? –preguntó otro a la maestra.
Shirley Valbuena caminó pausadamente hasta la ventana por detrás
de los niños. Había cuatro hermanas con hábito blanco cruzando el
patio, justo por delante del ventanal del aula. Sonrió al darse cuenta
de que los niños nunca habían visto a religiosas con hábito. Ella
misma tampoco había tenido ocasión de conocerlas.
–Sí, vendrán a visitarnos –les tranquilizó, mientras les animaba a
volver a sus sitios y seguir coloreando.

En octubre de 2006, las Siervas fundaron dos comunidades nuevas:


una en Jacksonville (Florida, Estados Unidos), en la parroquia y colegio de
la Asunción, y la otra en una escuela en Playa Prieta (Manabí, Ecuador). El
P. Rafael y la M. Ana volaron hasta Estados Unidos con la Hna. Clare y las
otras hermanas que formarían estas comunidades. Después de una corta
estancia en Florida, el Padre y la Madre dejaron allí a las cuatro hermanas
en su recién fundada comunidad y continuaron su viaje hacia Ecuador.
En cuanto llegaron a Jacksonville, las hermanas recibieron una
calurosa acogida en la parroquia de la Asunción. Llevaban veinte años sin
la presencia de religiosas, pero el convento seguía allí, esperando a una
comunidad. El piso inferior del convento había sido ocupado por las aulas
de preescolar, pero el párroco, el P. Fred Parke, se aseguró de que
prepararan el segundo piso del edificio para las Siervas. Estaba muy atento
a las necesidades de las hermanas, ofreciéndoles mucho más de lo que ellas
podían esperar. Las hermanas, entre las cuales no había ninguna
estadounidense, descubrieron pronto que el estilo de vida norteamericano
está orientado hacia la comodidad y el bienestar: la suavidad de las toallas y
de las sábanas, los cómodos sofás en los que recostarse, el aire
acondicionado para no pasar calor y evitar la humedad de Florida, etc.
¿Cómo podrían ellas coger su cruz y seguir al Señor si todo era tan fácil y
cómodo? Las hermanas pensaron en cosas pequeñas que podían hacer para
no perder la radicalidad de su voto de pobreza. Todos los sofás de la casa
desaparecieron y decidieron no usar el aire acondicionado en casa ni en el
coche, como un sacrificio por el Señor, que había escogido, Él mismo, vivir
en pobreza. Habían fundado allí con un verdadero deseo de evangelizar y de
salvar almas, no para establecerse cómodamente en un país rico desde el
punto de vista material.
La Hna. Clare se reía mucho con las otras hermanas según iban
descubriendo las muchas diferencias entre Estados Unidos y Europa. Les
llamó la atención que todo fuera tan grande, desde las tazas del desayuno
hasta los coches. La disciplina en las aulas del colegio fue una sorpresa muy
positiva. Todas las mañanas, cuando las hermanas entraban en las clases, los
niños se ponían inmediatamente de pie y decían todos a una: “Buenos días,
Hna. Clare”, “Buenos días, Hna. Ruth”, o el nombre de la hermana que
fuese. Estaban también impresionadas por el comportamiento de los niños
antes, durante y después de la Misa semanal del colegio. “No se oía ni una
mosca”, escribieron en un correo a otras comunidades un mes después de
llegar.
Tan pronto como pudieron, las hermanas empezaron a pasar por las
clases y a ponerse de acuerdo con los profesores, para establecer los
horarios de sus visitas. El plan era visitar cada clase al menos una vez a la
semana, durante la hora de religión. La Hna. Clare era la única de las cuatro
hermanas cuya lengua nativa era el inglés, y pronto le asignaron las clases
desde preescolar hasta segundo de primaria. Su don para comunicarse y
relacionarse con niños tan pequeños iba a salir pronto a la luz.
Ella lo abordó con gran alegría y entusiasmo, deseosa de trabajar por el
Señor y de llevar a todos los niños y jóvenes a Él. La oscuridad que había
experimentado cuando estaba lejos del Señor aún seguía fresca en su mente.
Ansiaba ayudar a los jóvenes a no caer en sus mismos errores o sacarlos del
lodazal si ya se habían precipitado. El Señor dijo una vez a la M. Teresa de
Calcuta: “¡Cómo duele, si supieras…, ver a estos pobres niños manchados
de pecado. Añoro la pureza de su amor… Sácalos de las manos del
maligno”. La Hna. Clare copió esta cita en su cuaderno y le pidió al Señor
ser como la M. Teresa y que le concediera la gracia de ver a las personas de
su alrededor como “almas que tengo que llevar hacia Ti” [150].
Era plenamente consciente del hecho de que su propia relación con
Dios debía estar firmemente arraigada para poder transmitir a Dios a los
demás. Poco después de llegar a Jacksonville, escribe: “Se nota muchísimo
cuando una habla por hablar, y cuando una habla y está verdaderamente
convencida de lo que está diciendo, porque lo vive… Para dar a Dios a los
demás, para ayudar a mis hermanas, tengo que estar llena de Él; si no, una
se queda con la sensación de que falta contenido de vida” [151].
¿Cómo era un día normal para la Hna. Clare y la nueva comunidad de
hermanas en Jacksonville?
Horario
5:45 Levantarse
6:10 Laudes
6:30 Desayuno
6:55 Adoración
8:00 Misa
8:45 Limpieza de la casa/clases
12:00 Ángelus, hora intermedia y comida
15:00 Termina el colegio
16:00 Trabajo en casa/preparación de las clases
19:15 Lectura espiritual
19:45 Vísperas
20:00 Cena
20:30 Fregar
20:50 Oración
21:20 Completas
21:45 Dormir
Al igual que en el noviciado, las mañanas y parte de la tarde (desde la
lectura espiritual hasta la misa del día siguiente) transcurrían en silencio,
para permitir que cada hermana pasase tiempo a solas con Cristo, su
Esposo. El resto del día estaba lleno de visitas a clases y de apostolado. Las
actividades no estaban limitadas a la parroquia de la Asunción, pues pronto
invitaron a las hermanas a hablar a niños y adolescentes en otros colegios y
parroquias, e incluso en universidades.
La Hna. Clare tenía un don especial para captar la atención de los
niños cuando visitaba las clases. Aunque podía improvisar fácilmente –a los
niños les encantaba todo lo que decía–, la Hna. Clare siempre intentaba
sacar tiempo para preparar las clases lo más cuidadosamente posible. Una
vez se presentó en clase con un dibujo muy simple de una ballena, que abría
la boca y se tragaba al pobre Jonás. Con cosas muy sencillas conseguía
acaparar la atención de los niños para hacerles llegar el mensaje. Era muy
creativa para encontrar el modo de que recordaran lo que habían aprendido
durante la clase, ya fuera haciendo una canción pegadiza o un juego rápido.
Pronto descubrió que los niños (¡e incluso los adultos!) no podían
entender su marcado acento de Derry. Casi inmediatamente, haciendo uso
de su talento de actriz y de su habilidad para imitar cualquier acento,
empezó a hablar con acento americano. ¡Algunos nunca habrían imaginado
que no era de EE.UU.!
Todos sus pequeños alumnos, que ahora son jóvenes, recuerdan lo
divertidas que eran las clases de la Hna. Clare y cómo conseguía suscitar su
entusiasmo en los distintos aspectos de la fe. Recientemente, las hermanas
preguntaron a uno de los chicos si ella les habló del martirio. Él respondió:
«Sí, lo hizo. Estábamos en segundo. Mencionó que el martirio es algo
especial que recibes de Dios cuando mueres por tu fe. Y nosotros nos
preguntábamos: “¡Hala! ¿Podría yo ser tan valiente si llegase el
momento?”. Ella nos aconsejó permanecer firmes en la fe, para que, si
llegaban esos momentos, pudiéramos estar preparados».
La Hna. Clare también enseñó a los niños a buscar la protección de la
Virgen María llevando el escapulario de Nuestra Señora del Carmen. Uno
de ellos recuerda: «Nos animaba mucho a llevar el escapulario. Y la
recuerdo explicando que era como meterse en una burbuja que nos protege
de Satanás. Con el paso de los años he ido aprendiendo más cosas sobre el
escapulario y su poder, pero ella realmente fue la que hizo surgir en mí la
devoción al escapulario, y se lo agradezco».
Los niños, ciertamente, se tomaban en serio los consejos de la Hna.
Clare y sus recomendaciones. Ella misma se quedaba impresionada muchas
veces de la sencillez y del candor de su fe, y de cómo Dios mismo trabajaba
en sus corazones. Hubo un acontecimiento que sorprendió tanto a la Hna.
Clare que decidió escribir un artículo para la Revista HM.

«Estaba en una clase de primero de primaria explicando el papel


del Papa en la Iglesia y cómo tenemos que ayudar al Santo Padre
rezando por él.

–¿Cómo nos vamos a acordar de rezar por él? –preguntó un niño


pequeño.

–Aquí en el colegio –contesté–, cada vez que pases por delante de


una foto del Papa puedes rezar un padrenuestro o un avemaría por él .

Y con esa respuesta se quedaron todos satisfechos.

Unos días después cuando fui a esa misma clase, la profesora me


paró en la puerta y me dijo: “Lo siento hermana, pero no están todos.
Hay tres niñas que salieron al baño hace quince minutos y todavía no
han vuelto”. Yo sabía que a algunas de ellas les gustaba hacer pompas
con el jabón del baño y me estaba imaginando el panorama. “Déjame
ir a echar un vistazo”, le dije.

Según caminaba por el pasillo, al dar la vuelta a la esquina, vi a


las tres niñas arrodilladas con las manos juntas y los ojos cerrados, y
estaban susurrando algo al unísono.

–Señoritas, ¿qué estáis haciendo? –les pregunté.

–¡Estamos rezando por el Papa, Hna. Clare!


Yo miré a las tres niñas de seis años y luego alcé los ojos hacia la
pared que tenían enfrente. Y allí, colgado de la pared, había un cuadro
del Papa.

–¿Recuerdas que nos dijiste que si veíamos una imagen del Papa
debíamos hacer una oración por él?

–Sí, me acuerdo, pero no es necesario estar aquí quince minutos.


Eso es demasiado tiempo. Además vuestra maestra está preguntándose
dónde estáis.

–No llevamos aquí mucho tiempo. Antes hemos rezado ante las
otras tres imágenes del Papa que hay en ese pasillo –dijeron
señalando el pasillo que llevaba desde su clase hasta el baño.

¡Yo no me había dado cuenta de que había otras tres imágenes del
Santo Padre en el mismo pasillo! ¡Si todos nos acordásemos de rezar
por el Papa con la misma devoción con la que estos niños lo hacían…!
»[152].

La inocencia de la fe infantil permitía frecuentemente a los niños


penetrar en verdades muy profundas a una edad muy temprana. Un día, en
la clase de educación infantil, la hermana estaba contando a los niños la
historia de cuando Jesús anduvo sobre las aguas. Al final del relato,
preguntó: “Entonces, ¿por qué pensáis que Pedro casi se ahoga?”. Y un
niño respondió: “Porque dejó de mirar a Jesús. Y es como nosotros, no
podemos ser buenos si dejamos de mirar a Jesús”.
No todas las historias que la Hna. Clare contaba de sus visitas a las
clases eran tan piadosas. Durante la comida, con frecuencia hacía reír a
carcajadas a las hermanas cuando imitaba las voces de los niños y contaba
anécdotas sobre sus preguntas espontáneas y sus reacciones.
Un día, la hermana estaba con los niños de educación infantil. Una
niña que llevaba un rato observándola se le acercó y le dijo:
“Hermana, tienes agujeros en las orejas, pero ¿dónde están tus
pendientes?”. La hermana respondió: “Ya no llevo pendientes,
porque se los he dado a Jesús”. Y la niña exclamó: “¡Hala! ¿Jesús
lleva pendientes?”.
Un niño de primero de primaria preguntó a la hermana: “Hermana,
¿qué vamos a hacer en el Cielo?”. Y otro niño se adelantó a
contestarle: “Pues va a ser genial, porque Dios nos va a empujar
muy alto, muy alto en los columpios y ¡no nos vamos a marear!”.
La Hna. Clare pidió a los niños de primero que escribieran en un papel
las preguntas que quisieran hacer a Dios. He aquí algunas de sus
preferidas:
¿Cuánto mides?
¿A qué sabe el cuerpo de tu Hijo?
¿Pecaré algún día?
¿De dónde has sacado todos los poderes que tienes?
¿Ves la tele?
¿Qué haces todo el día en el Cielo?
Los niños recuerdan lo atenta que era con cada uno de ellos. Notaba
enseguida si algún niño en particular no se encontraba bien o estaba
teniendo un mal día. Entonces se inventaba una historia o contaba un chiste
solo para hacerle reír. La Hna. Clare estaba convencida de que muchos de
los problemas de comportamiento en los niños tenían como raíz un
problema familiar. A veces, algunas dificultades conductuales
aparentemente sin solución, se resolvían con una breve pero profunda
conversación con la Hna. Clare.
Un niño de primero que normalmente estaba tranquilo y se comportaba
bien empezó a pasar por una difícil situación familiar. Su comportamiento
fue empeorando gradualmente hasta que empezó a tener reacciones
violentas hacia los demás niños. Un día tuvo un enfrentamiento con otro
niño en la clase. La maestra y la directora intentaron que se calmara, pero se
ponía cada vez más agresivo y acabó escapándose al patio. La directora
decidió dejarle allí un rato. Tanto ella como algunos profesores intentaron
acercarse, pero nadie conseguía aplacarlo. Finalmente, la directora llamó a
casa de las hermanas y pidió que la Hna. Clare hablase con aquel niño. La
Hna. Clare bajó inmediatamente y se dirigió hacia el niño, que le permitió
aproximarse. Después de una breve conversación con la hermana, el niño se
fue a pedir perdón a la directora, a los profesores y a su compañero. Los
adultos estaban impresionados de que un diálogo tan corto hubiese logrado
un cambio de actitud tan radical. Otra hermana preguntó después a la Hna.
Clare qué le había dicho. Ella respondió: “Le pregunté si quería hacer daño
al corazón de la Virgen y clavarle espinas”. El niño negó con la cabeza.
“¿Quieres quitarle las espinas que le has clavado?”. Y él asintió. “Entonces
–prosiguió la Hna. Clare–, si quieres quitar esas espinas del corazón de
Nuestra Madre, primero tienes que pedir perdón a las personas que has
ofendido”. El niño estaba de acuerdo. Así de sencilla había sido la
conversación.
Había en la clase de segundo un niño que no hablaba nunca. No tenía
ningún impedimento físico y la Hna. Clare estaba convencida de que tenía
un bloqueo psicológico provocado por alguna experiencia traumática en
casa. Encomendándolo a las oraciones de las hermanas, se propuso ayudar a
este niño para que aprendiese a comunicarse.
Una de las lecciones que preparó para esa clase fue sobre el
sacramento del Bautismo. Mientras ella enumeraba los efectos del
Bautismo con su usual entusiasmo, los niños estaban fascinados de la
grandeza del regalo que habían recibido. Nuestro pequeño amigo mudo
empezó a sentir deseos de bautizarse, ya que no había recibido el
sacramento. Después de la clase, el tímido niño se acercó a la Hna. Clare y
le dijo con voz ronca: “Hna. Clare, quiero bautizarme”.
Desde ese día, hablaba normalmente con la Hna. Clare, aunque solo
con ella, y empezó a recibir catequesis para bautizarse. Poco a poco,
empezó a hablar también con los demás. En el momento de su bautismo al
final del año escolar, se había vuelto mucho más comunicativo y feliz.
Por otra parte, la Hna. Clare no estaba atenta solo a los niños, sino
también a sus padres, a los profesores y a todo el personal del colegio.
Hacía todo lo posible por saludar a la gente, pero no solo para tener una
conversación superficial sobre el tiempo; no tenía miedo de preguntarles
sobre su vida de oración y les animaba a pasar tiempo con el Señor todos
los días.
Tanto el claustro de profesores como los fieles de la parroquia
recuerdan el gran amor de la Hna. Clare por la Eucaristía, que, de alguna
manera, brillaba en todo lo que hacía. La Hna. Clare estaba realmente
deseosa de poner a los niños en contacto con Jesús en la Eucaristía. Ella
misma sufría mucho cada vez que había un abuso contra el Santísimo
Sacramento. Su conciencia de la presencia real de Jesús en la Eucaristía no
era solo intelectual. Se sentía profundamente herida cuando veía que otros
no le amaban ni le trataban con la misma delicadeza que ella había
observado y aprendido a cultivar en el Hogar de la Madre[153]. En sus
primeros meses en Jacksonville, fue invitada junto a las otras hermanas a
otra parroquia para una vigilia de oración, y en lugar de usar una custodia
digna, el sacerdote expuso el Santísimo Sacramento en un ordinario vaso de
cristal. La Hna. Clare no pudo contener las lágrimas. También le dolía
cuando entraba en la capilla de adoración perpetua en la parroquia de la
Asunción y veía que habían dejado solo a Jesús.
Los niños pronto captaron esta sensibilidad, al hablarles la Hna. Clare
y las hermanas sobre la Eucaristía y llevarles a visitar a Jesús a la capilla de
la adoración. Cuando preparaba a los niños de segundo para su primera
confesión y su primera comunión, les enseñaba a evitar el pecado,
especialmente el mortal, a toda costa. Puso en sus corazones un deseo
ardiente de recibir a Jesús y de amarlo como ella lo hacía. La presencia real
de Jesús en la Eucaristía era una verdad muy sublime como para que estos
niños tan pequeños la entendieran, pero la Hna. Clare lograba ayudarles a
comprender que lo que parecía pan ya no era pan sino el Cuerpo, la Sangre,
el Alma y la Divinidad de Jesús.
Cuando llevaba a los niños a la capilla de la adoración, practicaba la
genuflexión con ellos fuera de la capilla, para que, una vez dentro, los niños
supieran cómo mostrar su amor y reverencia al Señor mediante este gesto
corporal. En su segundo año en la Asunción, a la Hna. Clare se le ocurrió la
idea de empezar un grupo de oración para los niños después del colegio.
Los niños de primero y de segundo que quisieran, podían quedarse quince
minutos después del colegio un día a la semana. Esta es la carta que escribió
a los padres para contarles su idea y pedirles permiso.
«Queridos padres:
El año pasado, durante la clase de religión, llevé a muchos de
vuestros niños a nuestra capilla (en el convento) para hacer un rato de
adoración. Cuando ellos vienen, abrimos las puertas del sagrario y les
permitimos rezar delante del Señor en el Santísimo Sacramento.
Intento enseñarles cómo hablar con Jesús, pero también lo que es más
importante: cómo escucharle. ¡Porque el Señor habla!
He llevado a los niños a la capilla de la adoración, y la gente que
estaba allí rezando estaba conmovida de ver cómo estos pequeños
rezan y la fe con que lo hacen. Sin embargo, allí los niños no pueden
rezar en voz alta ni cantar al Señor (porque hay otras personas
rezando), pero sí pueden hacerlo en nuestra capilla.
Los niños me preguntan constantemente: “Hna. Clare, ¿cuándo nos
vas a llevar a ver a Jesús en vuestra capilla?”, pero como no siempre
es posible hacerlo durante el tiempo de colegio, he pensado en
empezar un grupo de oración después de la escuela para los niños
desde educación infantil hasta segundo de primaria.
Jesús dijo: “Dejad que los niños se acerquen a mí”, y pienso que
consuela al corazón de Dios el ver a estos niños rezar. Dicho esto, el
grupo de oración empezará el martes 23 de octubre, desde las 14:45
hasta las 15:15. Recogeremos a los niños y luego los llevaremos para
que podáis recogerlos a las 15:15.
Si queréis dar permiso a vuestros hijos para venir, os pido que
rellenéis el siguiente formulario. Por favor, devolved esta hoja antes
del viernes, para que sepamos a quiénes tenemos que recoger y en qué
curso están.
Que el Señor y nuestra Madre os bendigan y os protejan siempre,
Hna. Clare» [154].
Las hermanas esperaban unos quince o veinte niños para el grupo de
oración, ¡pero pronto fueron más de sesenta! El grupo de oración se dividió
y se les dieron dos horarios: la mitad de los niños el martes y la otra mitad
el viernes. Dos hermanas iban a recoger a los niños a la salida del colegio y
los llevaban a la capilla. Allí, cantaban una canción juntos (durante ese año
los niños casi siempre pedían: “Our God is an awesome God”) y las
hermanas abrían las puertas del sagrario para que los niños pudiesen ver la
Eucaristía en la custodia. La Hna. Clare u otra hermana[155] les contaba una
historia para ayudarles a darse cuenta de que estaban verdaderamente en la
presencia de Dios[156]. La Hna. Clare tenía un don increíble para ayudar a
los niños a captar la presencia de Jesús y para guiarles en su oración. Les
dejaba unos minutos en silencio para que ellos pudiesen hablar y escuchar a
Dios por sí mismos. Años después, los estudiantes todavía recuerdan esos
momentos: «Ella siempre nos recordaba que teníamos que escuchar lo que
Jesús tenía que decirnos. “Hablad con Él, pero aseguraos de que escucháis,
porque Él tiene cosas muy importantes que deciros”. Y eso se me quedó
grabado».
Después había tiempo para hacer peticiones en voz alta. Algunas de
ellas eran conmovedoras (por mi hermano pequeño, que le duele la tripa;
por mi mamá, que hoy está triste), algunas eran extraordinariamente
divertidas (por Mickey Mouse y por mi nuevo cepillo de dientes amarillo) y
otras eran teológicamente problemáticas (por mi perro que está en el Cielo).
La Hna. Clare siempre escuchaba pacientemente cada petición mientras
hacía aclaraciones simples, con gran caridad, cuando era necesario.
–Hermana, ¿puedes decirle algo a Jesús? –susurró un niño a la Hna.
Clare durante la adoración.
–¡Pero puedes decírselo tú mismo! Él te está escuchando –respondió la
Hna. Clare.
–No, no. Quiero que se lo digas tú.
–Vale –dijo la Hna. Clare– ¿qué quieres que le diga?
–¡Dile que me gusta su sombrero! –respondió el niño señalando a la
custodia y los rayos dorados que salían alrededor de la Hostia.
Los niños, verdaderamente, empezaron a crecer en su relación con el
Señor y tenían una auténtica devoción a la Eucaristía, donde Él está
presente. Un lunes, la Hna. Clare estaba caminando hacia la capilla de la
adoración con un grupo de niños. Al pasar por la iglesia, uno de los niños
vio algo blanco que llamó su atención. “¡Hna. Clare! –gritó–. ¡Es una
Hostia!”. La hna. Clare se dirigió hacia allí con un nudo en la garganta y vio
que, en efecto, había una forma consagrada debajo del banco. “Debe ser una
forma que alguien dejó aquí el fin de semana después de la Misa, sin darse
cuenta de que Jesús está verdaderamente en la Eucaristía”, dijo para calmar
a los niños, mientras cogía despacio la Hostia en sus manos con gran amor
y devoción, y se la llevó al sacerdote.
Cuando volvió a la iglesia, se encontró que todos los niños se habían
arrodillado espontáneamente alrededor del banco donde había estado Jesús.
Movida casi hasta las lágrimas por la fe y reverencia de los alumnos, la
Hna. Clare se arrodilló junto a ellos y empezó una oración de reparación al
Corazón de Jesús. Esos niños consolaron a Jesús aquel día por los pecados e
irreverencias que muchos cometen.
La Hna. Clare también transmitía a los niños su amor a la Virgen
María. A veces llevaba a la clase al patio y sentaba a los niños en un
círculo. Se quitaba el rosario de veinte misterios que llevaba sujeto al
cinturón y lo ponía en el centro del círculo para que cada niño pudiese usar
parte del rosario cuando rezase. Ella les explicaba que cada avemaría era
como una rosa para la Virgen. “Y con cada rosa que le damos, quitamos una
espina de su corazón”.
Dos años después de su llegada a Jacksonville, un grupo de niños se
acercó a la Hna. Clare para decirle que querían hacer algo más por amor a
la Virgen María, y el rosario fue lo primero que les vino en mente. La
conclusión de esa conversación fue la necesidad de fundar un nuevo grupo
en el colegio de la Asunción: el “Club del Rosario”. Al principio eran cinco
o seis niños los que se unieron a la Hna. Clare después de clase, pero pronto
comenzaron a incorporarse otros más. Un día a la semana, la Hna. Clare
rezaba un misterio del rosario con ellos, cantaba una canción y les daba una
breve reflexión sobre la Virgen. Sin embargo, a veces la Hna. Clare tenía
otras responsabilidades y no podía asistir. ¡Pero a ellos no les importaba! Se
reunían de todas formas, rezaban su misterio del rosario y cantaban. Algún
niño incluso se sintió en cierta ocasión inspirado para levantarse y hacer
una pequeña reflexión, como lo haría la Hna. Clare. Siempre que alguien
expresaba su asombro por el éxito del “Club del Rosario” y sus frutos
espirituales, la Hna. Clare repetía: “¡Fue idea de ellos! ¡Fue su idea!” [157].
Pronto, los miembros del “Club del Rosario” dejaron de caber en la
capilla de las hermanas y empezaron a rezar fuera. Ser parte del “Club del
Rosario” era algo considerado “chulo”, y no solo para los niños de primero
y segundo, sino para los de todas las edades. Muchos recuerdan que
empezaron a ir al “Club del Rosario” con doce o trece años. Y algunos de
los niños que iban ni siquiera eran católicos.
Cuando el “Club del Rosario” se hacía fuera, las hermanas tenían una
imagen de la Virgen para que los niños pudiesen mirar a Nuestra Madre
mientras rezaban. La estatua, sin embargo, no reflejaba mucho la belleza de
María. Es más, la Hna. Clare la encontraba bastante fea. En una ocasión, se
distrajo al caer en la cuenta, una vez más, de lo fea que era. En ese mismo
momento, una niña pequeña corrió hacia ella y le dijo: “¡Hna. Clare, Hna.
Clare, la Virgen se parece a ti!”. En vez de la sonrisa complaciente que
esperaba la niña, se encontró con una carcajada de la Hna. Clare. A ella le
gustaba contar a las hermanas esta historia cada vez que quería hacerlas reír.
El Señor le gastaba este tipo de bromas para purificar cualquier resto de
vanidad que pudiera quedar en su alma.
Nadie, ni siquiera la Hna. Clare, podía dudar de que Dios la usaba
como instrumento. Era evidente que tenía un don para llegar a los niños y
entusiasmarlos con la fe. Aunque ella estaba contenta de contar las
anécdotas de cómo los niños abrían sus corazones a Dios, el Señor le
concedió la gracia de no atribuirse a sí misma estos logros. La vanidad no
entró en su corazón. Era como si todo le resbalara.
Era capaz de permanecer en la humildad y en la verdad, porque sabía
que todos sus aparentes éxitos eran, en realidad, obra de Dios y no suya.
Cada vez que alguien hablaba bien de ella, procuraba incluso hacer algún
gesto de humillación, como bajar la mirada. Si alguien la alababa
directamente en su presencia, ella ponía una cara cómica, haciendo como si
estuviera probando algo insípido. Había recorrido ya un largo camino desde
sus días de actriz, en que mantenía la cabeza alta y repetía: “¡Soy la mejor,
soy la mejor!”.
Cuando la gente comentaba: “¡Cuánto aprenden los niños contigo!”, o
“Mira cuánto ha cambiado este niño gracias a ti”, ella nunca hablaba de sí
misma o de cómo lo había conseguido. La mayoría de las veces cambiaba
discretamente de tema.
En marzo de 2008, durante su semana de Ejercicios Espirituales en
silencio, escribió la siguiente frase de san Leopoldo Mandic en su cuaderno:
“Ya ves, Señor, que no estoy en condiciones de ayudar a esta persona…
Nada puedo darle. Llena mis manos con tu gracia”[158]. Había leído esta cita
en un libro del P. Tadeusz Dajczer, titulado “Meditaciones sobre la fe”. Él
habla de cómo san Leopoldo rezaba con el gesto de las manos vacías, e
imploraba a Jesús que se las llenase con su gracia, para poder así ser su
instrumento. Y esto es verdaderamente lo que la Hna. Clare quería hacer en
Jacksonville. Tenía la firme convicción de que estaba vacía y no tenía nada
que dar si el Señor no la llenaba con su gracia, como de hecho había estado
haciendo desde el día de su conversión, el Viernes Santo del año 2000. Ella
siempre mantuvo la convicción de su miseria y de su nada, y su total
dependencia del Señor para cualquier acto bueno. Esta era su salvaguarda
contra el orgullo y la vanidad.
Su preocupación constante durante estos años era: ¿Están todas estas
personas acercándose realmente al Señor o han sido solo cautivadas por la
Hna. Clare? Ella era consciente de que tenía un don y que a los niños y a las
personas de todas las edades les atraía su alegría y su sentido del humor.
Pero su deseo más profundo era que descubriesen el amor de Dios, como le
había sucedido a ella, y no llevarlos hacia sí misma, pues de este modo
traicionaría el fin para el que estaba en Jacksonville: conquistar almas para
Jesucristo.
Conquista de los jóvenes para Jesucristo
Capítulo 13
Las hermanas de Jacksonville y un grupo de estudiantes universitarias
hicieron una peregrinación a pie hasta el Santuario de Nuestra Señora de
la Leche, en San Agustín (Florida). Se acercaba la fiesta de la Inmaculada
Concepción y querían hacerle este regalo a Nuestra Madre en su fiesta. El
santuario está construido en el lugar donde los misioneros españoles
celebraron la primera Misa de acción de gracias en Estados Unidos, en el
siglo XVI.
El grupo empezó su marcha en la parroquia de San Pablo, en
Jacksonville, a 48 kilómetros del santuario. Por la tarde pararon a mitad de
camino en casa de unos amigos, para pasar allí la noche. Todo el mundo
estaba agotado y sudoroso, con la cara quemada por el sol, los músculos
doloridos y ampollas en los pies. Nadie tenía ganas de hablar ni de hacer
nada.
La Hna. Clare observó durante varios segundos las caras de las
chicas y se dio cuenta de que había que hacer algo para levantar el
espíritu. No quería que el demonio se aprovechase de ese momento para
crear desánimo y destruir los frutos espirituales de la marcha. Las
peregrinaciones suponen sacrificios y ofrecer los sufrimientos al Señor.
Para que esto dé fruto hay que vivirlo con alegría.
Aunque estaba tan cansada como el resto, la Hna. Clare, de repente,
saltó y se fue hacia un grupo de chicas. Con un marcado acento del sur,
comentó: “¿Sabéis una cosa? Al andar os parecéis a mí”. Y entonces
empezó a caminar como un vaquero ridículo, haciendo que toda la sala se
echara a reír al ver a la monja del oeste y reconocerse en la imitación.
“¿Y sabes cómo caminas tú?”, preguntó señalando a una de las
chicas. Todo el mundo siguió riéndose mientras hacía la segunda imitación.
Una chica preguntó: “¿Cómo te llamas?”. La Hna. Clare se giró hacia ella
muy seria y respondió sin vacilar: “¿Yo? Me llamo John Wayne”. Y
continuó con sus andares del oeste, acompañados de la persistente risa de
las chicas.
Las actividades de las Siervas en la comunidad de Jacksonville no se
limitan al colegio y a la parroquia de la Asunción. Nuestra tercera misión es
la conquista de los jóvenes para Jesucristo, así que cualquier oportunidad
para trabajar directamente con ellos es bien recibida. Con frecuencia, piden
a las hermanas hablar en institutos de secundaria y en universidades de la
zona.
En septiembre de 2007, invitaron al P. Fred Parke, párroco de la
Asunción, a dar una charla sobre el catolicismo en una universidad local,
durante la clase de “Religiones del Mundo”. Sabía que podía hacer una
buena introducción sobre Cristo y la Iglesia, pero pensaba que las hermanas
añadirían un plus a su exposición. El testimonio de la vida religiosa permite
a los estudiantes ver una respuesta verdadera y radical del mensaje
cristiano. La mayoría no había visto nunca a monjas con hábito. A medida
que el P. Fred y las hermanas se desplazaban por el campus, los estudiantes
se quedaban asombrados. “¡Parecía que hubiéramos salido de una nave
espacial!”, recuerda el P. Fred. Llegaron a la clase donde les esperaban unos
cuarenta alumnos. Eran de muchas religiones distintas, excepto del
catolicismo. Había chicos de otras denominaciones cristianas, budistas,
musulmanes, ateos, agnósticos... Después de que el P. Fred hiciese una
introducción, la Hna. Clare habló sobre el significado de la vida consagrada
como religiosa: los votos que hacemos, nuestra vida diaria, la importancia
de la Eucaristía, etc.
Después de haber explicado el voto de castidad, un estudiante
preguntó: “¿Quieres decir que no practicáis sexo?”. La Hna. Clare
permaneció imperturbable. No estaba escandalizada por esta ni por ninguna
otra pregunta, y respondió con aplomo: “No, hay cosas más importantes”.
Habló de su vida como actriz: “Tenía todo lo que hay ahí fuera, pero
no me daba la verdadera paz”. Estaba tan convencida, precisamente, porque
casi les igualaba a ellos en edad, tenía 25 años en ese momento y estaba
llena de vida y entusiasmo. Después de una hora acabó la lección, pero los
estudiantes no querían irse. El P. Fred se hizo a un lado. Los jóvenes se
reunieron alrededor de las hermanas y continuaron haciéndoles preguntas.
Cuando se iban, varios estudiantes se les unieron caminando por el campus
hacia la furgoneta. ¡El P. Fred no había visto algo así jamás! El profesor
volvió a invitar a las hermanas a otra clase la semana siguiente y en
ocasiones posteriores.
La Hna. Clare escribió un correo al P. Rafael sobre una visita a la
universidad en octubre del año siguiente:

«Los jóvenes sabían que yo, antes de ser hermana, estudiaba


teatro y quería ser actriz. Entonces, han preguntado si podía contar mi
vocación y hablar de cómo podemos usar nuestros talentos para la
gloria de Dios.

Había unos cuarenta jóvenes universitarios y la verdad es que


estaban muy atentos. Les he contado mi vocación (se han reído
mucho), pero también aproveché la oportunidad para “meter caña”.

Les he hablado del terrible peso de la superficialidad y de cómo la


televisión, la música, etc., les está comiendo el coco; que las chicas no
son objetos y los chicos no son cerdos, entonces, ya era hora de dejar
de actuar como si lo fueran. Asentían con la cabeza.

Querían que yo hiciera una actuación, un “skit” lo llamamos en


inglés. En eso veía un poco de peligro, porque pueden pensar que
todavía soy actriz o que soy simplemente una hermana “guay” o
graciosa, y no se trataba de eso. Yo iba allí a dar testimonio de la
misericordia del Señor y no para hacer amigos y hacer un “show”. Y
esto se lo dije a ellos.

Así que, en vez de actuar, hemos llevado un montaje de unos 2-3


minutos sobre el verdadero sentido del amor (…). Yo creo que les ha
tocado (…).

Rece por nosotras, Padre, para que hagamos todo eso por la
gloria de Dios y la salvación de las almas. Tenemos muchas ganas de
trabajar con los jóvenes»[159].
Desde el principio, las hermanas de Jacksonville invitaban a chicas
jóvenes a su casa para lo que llamaban “SisterBucks”, café con las
hermanas, los domingos por la tarde. Con frecuencia hablaban también a los
jóvenes de la parroquia y organizaban actividades del Hogar de la Madre
para chicas, como reuniones, retiros, peregrinaciones y campamentos de
verano.
Sus veranos estaban siempre llenos de actividades, para llevar a los
niños y a los jóvenes a Jesucristo. En el verano de 2007, fue a España para
renovar sus votos por tres años y después volvió para los campamentos, uno
en Florida y otro en New Hampshire. Las hermanas ayudaron también en el
campamento de día de la parroquia de la Asunción. En el verano de 2008,
participó en dos campamentos en Florida y una peregrinación a Nueva York
para visitar el santuario de los mártires de América del Norte. Durante el
mes de julio, las hermanas también ofrecieron actividades para adolescentes
tres veces a la semana, para que tuvieran algo productivo que hacer durante
el verano. En 2009, junto con todas las hermanas, fue a España en junio
para los Ejercicios Espirituales y el 25º aniversario de la fundación de las
Siervas. Después volvió a Estados Unidos para dos campamentos, uno para
niñas pequeñas en Florida y otro para chicas en Georgia, en las Montañas
Smokey.
Todas estas actividades eran oportunidades que el Señor daba a la Hna.
Clare para entregarse por la salvación de los jóvenes. La Hna. Clare tenía
un deseo insaciable de llevar más y más almas jóvenes a Cristo. Como
describí en la anécdota del principio del capítulo, la Hna. Clare tenía un don
para elevar el tono general, incluso en las situaciones más difíciles. Otro
ejemplo de este talento fue su improvisado programa de televisión durante
un campamento: “La vida con el Hogar”.
Una tarde, durante un campamento, cuando todo el mundo estaba
cansado después de las actividades del día y del calor húmedo de Florida,
las chicas empezaron a quejarse. No querían cantar, y las hermanas no
sabían qué hacer para mejorar la situación. Una, por ejemplo, pensaba que
lo mejor era mandar a las chicas a la cama. La Hna. Clare se levantó con
una mirada de determinación y agarró el micrófono. No iba a permitir al
demonio tener la última palabra del día con ese espíritu de quejas y de
melancolía. Junto con la Hna. Grace, llamó a las chicas para el espectáculo
“La vida con el Hogar”.
–¡Buenas tardes a todos los que nos estáis viendo en directo, en “La
vida en el Hogar”! –comenzó, después de subir al escenario entre aplausos
y una música introductoria–. Estoy aquí, con la Hna. Grace Silao, la
presentadora que me acompaña y estamos retransmitiendo en vivo desde
Madison, Florida.
–Cámaras, por favor, aseguraos de que grabáis las caras de todas estas
señoritas que han venido al estudio para estar con nosotras esta noche –
interrumpió la Hna. Grace.
-Saludad a las cámaras. Seguro que vuestras familias os están viendo –
les exhortó la Hna. Clare.
A las chicas les encantó el espectáculo improvisado y empezaron a
saludar realmente a las “cámaras”. La Hna. Grace a veces se ponía nerviosa,
porque no sabía qué más decir después, pero la Hna. Clare la tranquilizaba:
“No te preocupes. Tú sígueme la corriente”. Entonces, las dos empezaron a
llamar a diferentes chicas para que subieran al escenario de la televisión
(una de las mesas del comedor) y hacerles una entrevista sobre las
actividades del día, sobre sus reflexiones de la reunión o del lema del
campamento. También las sacaron a cantar, a hacer karaoke, etc. Se recibían
“llamadas en directo” de fuera del estudio a través del walkie-talkie. Las
chicas se reían mucho, pero la Hna. Clare y la Hna. Grace procuraban,
además, elevar las conversaciones y hacerles reflexionar. Aquí comenzó lo
que luego se convirtió en tradición durante los campamentos.
En su apostolado con jóvenes, uno de los temas favoritos de la Hna.
Clare era la autenticidad en contraste con la superficialidad. Insistía mucho
a las chicas en que tenían que ser sinceras, aplicando su propia “etimología”
para hacerles entender el significado de manera más gráfica. Les explicaba
que la palabra “sincera” estaba formada por dos palabras: “sin” y “cera”, es
decir, sin cera, sin máscara, sin hipocresía y falsedad[160]. Tenemos que ser
verdaderamente nosotros y no un personaje del escenario. Debemos seguir
nuestras convicciones y ser fieles al Evangelio, sin preocuparnos de lo que
los demás piensen de nosotros. Cuando somos superficiales estamos más
pendientes de la apariencia de nuestra imagen exterior y de nuestras
máscaras que del verdadero bien de nuestras almas.
Ella había luchado por vencer su propia superficialidad durante el
periodo de candidatado y noviciado, dejando que Dios le quitase las
máscaras y le mostrase quién era realmente. Ahora se mostraba ante los
jóvenes increíblemente genuina: “Todo lo que decía y hacía era propio de
ella. Era auténtica. Todo lo que hacía lo llevaba a cabo con todo su ser y no
tenía miedo a dejar que todo el mundo supiese quién era y que era
propiedad de Dios. Defendía al Señor y a la verdad con todo su ser”[161].
La Hna. Clare rechazaba lo que era directamente superficial, pero eso
no quiere decir que estuviese constantemente dando charlas sobre la
Santísima Trinidad. Como estamos viendo, aprovechaba las cosas más
simples para bromear con los jóvenes y hacerles sentir en casa. Un ejemplo
clásico de esto son los nombres indios. En el verano de 2007, en España, la
Hna. Clare pasó un tiempo en Las Presillas, un pueblo que está a pocos
minutos de Zurita, ayudando en la construcción de la casa nueva de los
Siervos con un grupo de chicas. Mientras trabajaban, solían tener algunas
conversaciones profundas y otras divertidas. Eran tareas duras, pero la Hna.
Clare las hizo también amenas. En un momento dado, empezaron a
inventarse “nombres indios”. La Hna. Clare le dio a Sasha Smith el nombre
de “Pelo Loco”, por lo salvaje y rizada que era su cabellera; y a Kelly Foht
le asignó el nombre de “Humo Potente”, porque siempre hacía breves
descansos para fumarse un cigarro. Todas estas bromas tenían su trasfondo.
Esta chica, que ahora es la Hna. Kelly, escribe: “Allí en Las Presillas paraba
para fumar, incluso durante el tiempo de trabajo y, en vez de regañarme,
hacía la vista gorda. Lo convirtió en una broma, poniéndomelo como
nombre indio. Esto no significa que estuviera de acuerdo con mi vicio, pues
recuerdo que a veces me preguntaba si no era capaz de dejar de fumar por
amor al Señor, pero nunca me lo decía de forma que me sintiera juzgada por
ella”. Sasha le dio a la Hna. Clare el nombre de “Palo Azul”, por su hábito
de trabajo azul y el pico o la pala que siempre tenía en sus manos.
El verano siguiente, Sasha fue de peregrinación con las hermanas a
Nueva York. La peregrinación giró en torno a los indios americanos del
norte, ya que visitaron el lugar de nacimiento de santa Katerina Tekakwitha
y el Santuario de Nuestra Señora de los Mártires, donde tres misioneros
jesuitas fueron martirizados a manos de los indios. Después de escuchar la
historia de los nombres indios, las chicas le pidieron a la Hna. Clare un
nombre. Y así nació la tribu india. En todas las actividades futuras, cada vez
que llegaba una chica nueva, le avisaban: “Hna. Clare, tal chica y tal otra no
tienen nombre indio”. La Hna. Clare asentía con la cabeza y miraba
atentamente a la nueva chica. Decía que tenía que esperar a que le llegase la
inspiración. Y en algún momento del día llegaba la tal inspiración y les
asignaba el nombre. Era algo tan simple como absurdo, pero ayudaba a
crear un ambiente de alegría y de unidad en el grupo. Una vez que tenías tu
nombre indio, eras, indudablemente, parte del grupo. En un viaje, la Hna.
Clare y las chicas escribieron la canción: “¡Somos una tribu, somos una
tribu, somos una tribu en este mundo!" A modo de ejemplo, estos son
algunos de los nombres indios de varias chicas e incluso hermanas:
Melocotón Risueño, Toro Bailarín, Tormenta Silenciosa, Pavo Real
Sentado, Mansa Paloma, Pájaro Rojo, Ardilla Feroz, Bosque Veloz, Tortuga
Voladora, Pavo Tranquilo... Lo impresionante es que los nombres encajaban
a la perfección con la personalidad de cada una.
Muy ligada a la superficialidad y a la autenticidad estaba la
mediocridad, otro tema favorito de la Hna. Clare. Uno de los miembros del
grupo de jóvenes de la Asunción recuerda lo fuerte que les hablaba la Hna.
Clare. “¿Te crees bueno solo porque vas a Misa los domingos? ¿Qué haces
cuando no estás en la iglesia? En el libro del Apocalipsis, Dios dice que si
no eres ni frío ni caliente, te vomitará de su boca (cf. Ap. 3, 15)”. Ella
confiaba que el Espíritu Santo iba trabajando en sus corazones para
ayudarles a entender estas palabras aparentemente duras. Como le escribe
en un correo al P. Rafael: “Esa es una de las cosas que he aprendido aquí,
que hay que decir la verdad sin miedo. Y he visto el poder que tiene la
palabra de Dios en las almas y cómo trabaja el Espíritu Santo a través de
nosotras”[162].
Decía la verdad sin temor, pero también con amor. Cuando hablaba
claro y retaba a los jóvenes, ellos percibían con nitidez que lo hacía por
amor a ellos, buscando la salvación de sus almas. La Hna. Clare llevaba
estas reflexiones de la mediocridad a cosas concretas, como la música.
Usaba con frecuencia un documental sobre los peligros de la música rock.
Pedía a las jóvenes que reflexionaran sobre el ritmo y la letra de las
canciones que escuchaban y cantaban. Les hacía ver cómo el ritmo en sí
estaba diseñado para mover a la sensualidad y la letra de las canciones era
directamente pecaminosa. Una joven eliminó mil canciones de su iPod
después de una marcha con las hermanas. Otra borró todas menos diez, de
sus más de trescientas canciones.
Ni siquiera la música cristiana era suficiente para la Hna. Clare. Les
decía a los jóvenes que no podían solo escuchar música cristiana; debían
transformarla en una oración sincera. Si estaban cantando sobre entregar sus
vidas al Señor, tenían que ser auténticos. De lo contrario, les insistía, sería
mejor no cantar. Una de sus canciones favoritas en aquel momento era “Let
it be done unto me”, de Danielle Rose, sobre las palabras de la Virgen en la
Anunciación: “Hágase en mí”. Para ella, cantar era una forma de rezar y
permanecer unida al Señor mientras trabajaba y hacía tareas en casa.
Una vez oyó a otra hermana dar una charla basada en un artículo del
dominico francés Garrigou-Lagrange sobre las almas retardadas. Estas
almas no crecen debido a su negligencia y a su pereza espiritual. Son
“buenas personas” pero no son generosas con el Señor. Constantemente
ponen límites a lo que tienen que darle y no llegan a ser los santos que están
llamados a ser. Le encantó la charla e inmediatamente pidió una copia para
poder usarla ella con los jóvenes. Garrigou-Lagrange escribe: “Ciertas
almas, como consecuencia de su negligencia o pereza espiritual, nunca
salen de la edad de los principiantes para continuar en la de los proficientes;
son de esas tales, almas retardadas, algo así como esos niños, más o menos
anormales, que no atraviesan con felicidad la crisis de la adolescencia y
que, aunque no continúan siendo niños, no llegan nunca al completo
desarrollo de la edad adulta” [163]. Las dos causas principales de este retardo
en el crecimiento son la negligencia en las cosas pequeñas y el rechazo a
hacer sacrificios. La Hna. Clare utilizaba sus talentos de actriz para imitar a
las chicas y darles ejemplos de esta pereza espiritual. Conseguía que se
troncharan de risa mientras parodiaba a estas almas retardadas, pero el
mensaje llegaba: ¡Tenemos que ser santos! ¡Es todo o nada! No podemos
permanecer en la mediocridad. Tenemos que luchar con todas nuestras
fuerzas contra los obstáculos que nos impiden crecer. Tenía una capacidad
impresionante para decir la verdad clara y directamente, sin esconder o
disminuir su realidad. Sin embargo, lo hacía con tal sentido del humor que
lo convertía en algo fácil de aceptar, a pesar de que, a menudo, implicaba un
gran cambio de vida.
La Hna. Clare hablaba a las jóvenes sobre la forma de vestir y la
importancia de la modestia y de la castidad. Les decía que se preguntasen a
sí mismas, cuando se mirasen al espejo por la mañana: “¿Cuántas almas
irán al infierno hoy por mi culpa?”. Algunas podrían haberse ofendido por
estas palabras. La Hna. Clare explicaba lo que quería decir pacientemente,
pero sin aguar nunca la verdad. Sabía que, normalmente, no tenían la
intención de hacer pecar a otros cuando iban vestidas de forma poco
modesta, pero les ayudaba a entender que su vanidad podía tener efectos
fatales en otros, llevándoles al pecado de impureza, sin importar la
intención que tuvieran las chicas.
Muchas acudieron a la Hna. Clare en busca de dirección espiritual.
Ella hacía todo lo que podía para ayudarlas a crecer en su relación con el
Señor sin negarle nada. La Hna. Clare les daba una lista de cosas en las que
trabajar para crecer en la vida espiritual y quitar los obstáculos que el
demonio y el mundo les ponían en su camino. Una chica guarda muchas
cartas y notas que la Hna. Clare le escribió. Este es un ejemplo de una “lista
de tareas” que la Hna. Clare le escribió después de una conversación con
ella. Veía que esta joven necesitaba un corte radical con todos sus amigos
para poder dejar atrás el mundo del pecado y vivir en gracia.

«COSAS QUE DEBO HACER CUANTO ANTES. POR EJEMPLO,


¡MAÑANA!

- ¡Cerrar la cuenta de Facebook!

- Cambiar la cuenta de correo

- Llamar al P. N. y quedar con él ESTA SEMANA (¡antes del


domingo!)

* Cosas MUY IMPORTANTES que hacer:

- Confesarse todas las semanas

- Rezar la coronilla de la Divina Misericordia todos los días y el


rosario, pidiendo la gracia de tener un CORAZÓN LIBRE para poder
hacer la voluntad de Dios».

La Hna. Clare estaba también firmemente convencida de que la


recepción frecuente de la Eucaristía era fundamental para el crecimiento de
la vida espiritual. A menudo era muy exigente con los jóvenes en cuanto a
su asistencia a Misa, animándolos encarecidamente a hacerlo a diario, si era
posible. Una joven que había hecho un compromiso en el Hogar de la
Madre que incluía la asistencia a Misa diaria llamó a la Hna. Clare para
informarla de que, al iniciar su nuevo curso escolar, se había dado cuenta de
que el único modo que tenía de ir a Misa los viernes era levantándose a las
5:00 am. Estaba convencida de que despertarse tan pronto resultaba ridículo
y que la Hna. Clare estaría de acuerdo en que no pasaba nada por faltar a
Misa solo un día a la semana. Sin embargo, para su sorpresa, la Hna. Clare
fue muy firme con ella. Le recordó el amor del Señor en la cruz y todos los
sufrimientos por los que pasó, precisamente, un viernes. Lo menos que
podía hacer para consolarle en la cruz era hacer ese esfuerzo los viernes por
la mañana para ir a Misa.
Otra joven relata que la Hna. Clare “era muy severa cuando hacía falta
serlo, pero luego era muy amable y delicada cuando era necesario” . La
describe como una madre espiritual. La Hna. Clare sabía relacionarse con
las chicas de secundaria y de la universidad que estaban luchando contra las
cosas del mundo, porque ella misma había estado metida en todo eso y
sabía cómo ayudarlas a salir.
Socorrió a muchas jóvenes con dificultades más específicas y
complicadas, como la anorexia. Creía firmemente en el poder de la oración.
Insistía en la importancia de la oración y pedía oraciones por las jóvenes
con las que trataba, para que fueran capaces de cambiar de forma de pensar
y lograran la fuerza necesaria para convertir su vida. La misma Hna. Clare
rezaba intensamente por aquellas que le habían sido confiadas. El Señor le
concedió la gracia de saber con certeza que realmente escuchaba sus
oraciones y que no debía dudarlo jamás:

«Ayer recibí una gracia. El Señor me habló muy claramente. He


estado rezando por una chica de aquí (Jacksonville) –que sufre
mucho– para que vuelva al Señor (…) y así pasó. El Señor me dijo:
“Yo te oigo. Yo te oigo. Yo te escucho, Clare. No lo dudes”»[164].

Había momentos en la dirección espiritual en los que el heroísmo de la


Hna. Clare salía a la luz. Un día, una joven estaba hablando con la Hna.
Clare y, obviamente, no sabía que la hermana se encontraba mal. Pero, de
repente, mientras conversaban en el patio, la chica notó que la Hna. Clare se
ponía pálida y le preguntó si se encontraba bien. No le dio tiempo a llegar a
un servicio y vomitó allí mismo. Como es natural, la chica le dijo después
que podían dejar la conversación para otro día, cuando ella se sintiera
mejor. Al llegar a casa, la Hna. Clare contó a las hermanas lo que le había
pasado y, bromeando, imitaba a algunos niños que habían pasado justo en
ese momento y le habían preguntado: “Hna. Clare, ¿estás bien?”.
La Hna. Clare había sufrido antes dolores de cabeza, pero cuando llegó
a Jacksonville, ya hacía tiempo que no los tenía tan fuertes. Le volvieron
alrededor de su tercer año en Jacksonville. En el verano, durante una visita
a España, le pidió consejo a una neuróloga amiga nuestra, contándole sus
síntomas y preguntándole si eran migrañas. La doctora inmediatamente
reconoció los síntomas de las migrañas y le dio algunos consejos para
aliviarlas.
La Hna. Isabel Cuesta, que fue superiora de la Hna. Clare en su tercer
año en Jacksonville y después también en Valencia, cuenta que la Hna.
Clare afrontaba las migrañas de esta manera: “No le daba mayor
importancia, es decir, no hablaba de ello. Le parecían normales, como el
precio a pagar, como algo que el Señor le pedía. Y ella no tenía ninguna
intención de no tomarlo”. Un año o dos después, solía pedirle al Señor que
rompiera sus planes y, por eso, cuando le venía una migraña, no podía
decirle que no. Si Él quería romper sus planes y permitir que fuese difícil o
imposible para ella llevar a cabo otras actividades, lo aceptaba con todo el
corazón o, al menos, lo intentaba.
La Hna. Clare usaba sus talentos teatrales para esconder su malestar.
Informaba a su superiora y se tomaba la medicina que le dieran, pero los
que estaban a su alrededor normalmente no se enteraban. A veces tenía que
acostarse y descansar, pero nunca mostró una actitud de autocompasión ni
de estar centrada en su propio dolor. Tan pronto como podía, se levantaba y
continuaba con sus tareas.
¿De dónde sacaba la fuerza para aceptar los sufrimientos con tanta
alegría y espíritu de fe? Ella misma responde en un correo enviado al P.
Rafael:

“Lo que me da mucha fuerza es meditar en la Pasión del Señor.


Cuando lo hago, siento de verdad la nada que soy. El otro día,
meditando en su Pasión, sentí su mirada que me penetraba hasta el
fondo de mi ser. Dentro de mí había un dolor muy profundo, porque
veía el poco amor que tengo por Él y cómo le ofendo. Pero al mismo
tiempo, sentí una paz y una fuerza que todo me daba igual y sentía que
podía hacer cualquier cosa por Él.
Aunque me hace ver mi pequeñez, veo al mismo tiempo su
grandeza y su misericordia, y en eso me apoyo” [165].

La meditación de la Pasión del Señor era su fuente constante de


fortaleza: ¿cómo responder a tanto amor?

“Esta mañana, al meditar la Pasión, me he quedado con el Señor


en la cárcel. Lloraba de verdadero dolor por todo lo que he hecho y
hago. Mis infidelidades han hecho esto a mi Señor.

Sentí cómo la Virgen me ha dado sus manos para llorar dentro de


ellas. Ella recogía mis lágrimas para darlas al Señor. Siento un
profundo dolor, pero a la misma vez una paz... Me he quedado con Él,
le cantaba, le acompañaba, le he pedido perdón y fuerza para no
ofenderle ya más. Me ha dicho que haría todo esto otra vez por mí.
¡Dios mío, ayúdame a responder a este amor! ¡Líbrame de lo que me
ata!

Que siempre tenga a Cristo, a Cristo crucificado ante mí. Todo es


nada, eso es lo que siento cuando le contemplo en su Pasión, cuando
estoy aquí, delante del mismo Jesús en la Eucaristía. ¡Tú eres todo!”
[166].

Por estar tan convencida de su nada y de su total dependencia de Cristo


y de su misericordia, Él pudo, poco a poco, transformarla por su gracia. El
día de sus votos perpetuos se acercaba. El año siguiente estaría lleno de
tentaciones y dificultades. Parecía que el demonio estaba planeando nuevas
formas de atacarla y desanimarla. El Señor permitiría esta prueba para
purificar su amor y para liberarla de todo lo que le ataba e impedía que
volara a Él.
“Yo te llevaré sobre mis hombros”
Capítulo 14

Eran las 8 de la mañana en la parroquia de la Asunción. Cuatro


Siervas del Hogar de la Madre acababan de terminar su hora de adoración
en la capilla y pasaron a la iglesia para la Misa. La Hna. Clare fue la
última en entrar. Al arrodillarse, le venían distracciones de todas partes y
estas siguieron al comenzar la liturgia.
“¡Qué petarda soy! No puedo concentrarme…”, pensó con un poco de
frustración. De repente, vio que había una señora mayor en el banco de
delante de ella que no podía arrodillarse. Parecía tener dificultades para
mantenerse en pie.
A veces, la mejor manera de luchar contra una distracción es
convertirla en oración. Eso es exactamente lo que hizo la Hna. Clare.
“Esta señora es Jesús para mí. Señor, eres Tú”, le dijo la Hna. Clare en su
corazón.
En ese mismo instante, la señora se dio la vuelta, tomó las manos de la
Hna. Clare entre las suyas y comenzó a besarlas frenéticamente. Sin
soltarle la mano, rezó el padrenuestro en voz alta (parece ser que estaba un
poco sorda) y repetía: “Gracias, gracias, gracias”.
Las otras hermanas intentaban contener su risa, pero la Hna. Clare
trataba de reprimir las lágrimas. ¡Era el Señor mismo quien le había
besado las manos y le había dado las gracias!
“Señor, siempre te doy muy poco o casi nada y SIEMPRE me das
demasiado. ¡Y hasta me das las gracias! Tu humildad me deja totalmente
humillada”.

Desde el principio de su vida espiritual, la Hna. Clare había sido


consciente de su propia miseria y de la abundante misericordia de Dios. El
Señor derramaba en su alma constantes gracias y signos de su amor, como
el descrito más arriba. Como ya hemos visto, con frecuencia escribía en su
cuaderno que el Señor le hablaba, la instruía, le corregía y la consolaba.
Describe una y otra vez que se conmueve hasta las lágrimas al pensar en el
amor del Señor para con ella. Le había concedido muchas gracias de unión
con Él y le había dejado experimentar con frecuencia su presencia trinitaria
dentro de ella.
La Hna. Clare estaba profundamente agradecida por estas gracias. Sin
embargo, era también consciente de que el Señor hace pasar a las almas por
una prueba profunda y dolorosa que se llama “noche del alma”, en la que
estas experiencias hermosas y los consuelos desaparecen. Conocía los
escritos de san Juan de la Cruz sobre este tema y había probado ya con
frecuencia esta sequedad, en la que se siente el silencio de Dios[167]. Desde
su conversión se había estado esforzando mucho por hacer penitencia y
purificar su amor. Y lo seguía haciendo, pues veía aún sus imperfecciones y
sus miserias. Algunos, quizás, se sorprenderán de que la Hna. Clare
percibiera que estaba llena de miseria y pecado después de nueve años de
vida religiosa. El P. Rafael usa con frecuencia un ejemplo para explicar esta
realidad: nuestro corazón es como una habitación sucia. Cuando la luz de
Dios llega a nuestra alma, las ventanas están cubiertas de barro y mugre.
Primero tenemos que quitarlo, para que ese rayo pueda entrar por las
ventanas. Solo entonces podemos empezar a limpiar la suciedad y el polvo
de los muebles. Cuanto más iluminada esté nuestra alma, más partículas
podremos ver. Al progresar en la vida espiritual, el Señor nos da cada vez
más luz para ver nuestros defectos y apegos, en orden a que los podamos
superar. Si nos mostrase toda nuestra miseria desde el inicio, caeríamos en
la desesperación.
Como hemos visto, hasta este momento, la Hna. Clare había hecho
grandes esfuerzos para eliminar el polvo y la suciedad de su alma. Desde el
noviciado, su deseo más profundo era llegar a ser una con Jesucristo, ser
totalmente transformada en Él, tener un corazón indiviso. Sin embargo,
seguía experimentando que su corazón estaba dividido. Copió este pasaje de
san Juan de la Cruz donde el santo da ejemplos de los apegos que pueden
impedir que un alma vuele hacia Dios: “Estas imperfecciones habituales
son: como una común costumbre de hablar mucho, un asimientillo a alguna
cosa que nunca acaba de querer vencer, así como a persona, vestido, libro,
celda, tal manera de comida y otras conversacioncillas y gustillos en querer
gustar de las cosas, saber y oír y otras cosas semejantes. (…) Tanto me da
que un ave esté asida a un hilo delgado que a uno grueso, porque, aunque
sea delgado, tan asida se estará a él como al grueso, en tanto que no le
quebrare para volar” [168].
Y aquí hay otra de las muchas citas que copió, que expresa su deseo de
ser una con Dios y de no querer nada más que lo que Él quisiera: “El alma
tiene que carecer de todos los apetitos, por mínimos que sean, para llegar a
la divina unión. Y la razón es porque el estado de esta divina unión consiste
en tener el alma, según la voluntad, con tal transformación en la voluntad de
Dios, de manera que no haya en ella cosa contraria a la voluntad de Dios,
sino que, en todo y por todo, su movimiento sea voluntad solamente de
Dios. (…) Si el alma quisiese alguna cosa que no quiere Dios, no estaría
hecha una con la voluntad de Dios, pues el alma tenía voluntad de lo que no
tenía Dios” [169].
Este deseo de unión con Dios es lo que motivaba su obediencia diaria.
Sabía, sin embargo, que no podía lograr la perfecta unión con Dios por sus
propios esfuerzos ni llevar a cabo esta purificación por su propia cuenta. El
mismo Señor tenía que purificar su alma, tal vez hasta el punto de
permitirle sentirse completamente abandonada por Él. La siguiente oración
surgió espontáneamente de sus labios: “Purifica mi amor, Señor, para que
yo pueda tener un amor puro y limpio. Para que yo pueda amar a los otros
con tu amor. Ama en mí, ya que yo no sé amar” [170].
Perseveró en la petición al Señor de que purificara su amor. No había
duda de que esta purificación sería dolorosa. En enero de 2009 copió en su
cuaderno esta cruda descripción de cómo Dios purifica al alma, del libro
“Santo abandono”, de Dom Vitalis Lehodey:

«Profundamente heridos por el pecado, nos parecemos a un


enfermo que tiene un miembro gangrenado. Estamos persuadidos de
que no hay para nosotros remedio sino en la amputación, mas no
tenemos valor para hacerla con nuestras propias manos. Dios, cuyo
amor no conoce la debilidad, se presta a hacernos este doloroso
servicio. En consecuencia, nos enviará contradicciones imprevistas,
abandonos, desprecios, humillaciones, la pérdida de nuestros bienes,
una enfermedad que nos va minando: son otros tantos instrumentos
con los que liga y aprieta el miembro gangrenado, le hiere la parte
más conveniente, corta y profundiza bien adentro hasta llegar a lo
vivo. La naturaleza lanza gritos; mas Dios no la escucha, porque este
rudo tratamiento es la curación, es la vida. Estos males que de fuera
nos llegan, son enviados para abatir lo que se subleva dentro»[171].

Cuando se acercaban sus votos perpetuos, el Señor finalmente aceptó


su petición de purificación y poco a poco permitió a la Hna. Clare entrar en
una terrible oscuridad espiritual. Podemos ver signos del principio de este
proceso en el otoño de 2009, pero llegó a su punto más álgido a principios
de 2010. Llegó a dudar de la autenticidad de todas las gracias que había
recibido, incluida la propia llamada. No solo estaba destrozada por las
dudas, sino que se sentía tan débil que apenas podía encontrar fuerzas para
continuar. Después describió esta oscuridad como una de las dos
tentaciones más grandes contra su vocación; la primera había sido la
propuesta de su mánager cuando era candidata.
Para entender cómo purificó el Señor a la Hna. Clare en su oscuridad,
podemos seguir sus pasos a lo largo del curso escolar 2009-2010, que fue el
anterior a sus votos perpetuos.
Después de un mes y medio en España, volvió a Jacksonville en julio
de 2009 con grandes deseos de generosidad:

«Estos días con toda la comunidad han sido una gracia. Las he
sentido a todas y al Padre como mi familia. Cuesta la separación, pero
¡adelante!

Señor, te pido que engrandezcas mi corazón para poder amar mi


comunidad este año. Dame la gracia de ser alegre y no ser una carga
para la comunidad. (…)

Te pido perdón, Señor, por mi corazón tan roto y dividido. Por


favor, dame un corazón indiviso y virginal para poder amarte sobre
todas las cosas. Quiero hacer tu voluntad, pero la quiero hacer con
todo mi ser. Y yo sé que eso es lo que Tú quieres de mí. ¡Ayúdame!
Digo “amén” a todos tus planes para mí este año»[172].

En octubre, después de dos meses de curso en Jacksonville, escribió un


correo al P. Rafael. Acababa de recibir noticias de su familia y estaba llena
de alegría por su intención de asistir a sus votos perpetuos al año siguiente.
Aunque quizás en ese momento no se daba cuenta, hay signos claros en sus
notas sobre su vida de oración de que Dios la llevaba a la noche del alma.
Experimentaba dificultad y sequedad en la meditación y, al mismo tiempo,
sentía gran sed de Dios y deseo de estar con Él[173]. Habla también de
oscuridad interior: “mi oscuridad”. Al final de la carta, menciona el tercer
signo que describe san Juan de la Cruz: el alma ya no puede meditar
discursivamente, sino que está simplemente de forma pasiva en la presencia
de Dios, mientras Dios purifica su alma. Ella describe este proceso como un
permanecer al pie de la cruz, dejando que la sangre de Jesús la limpie.

«Querido Padre:

Ya empieza la cuenta atrás para los votos perpetuos... No me lo


puedo creer que ya me toca. Estoy muy consciente de lo que voy a
hacer y solo pido al Señor la gracia de ser fiel.

Cada día experimento mi miseria y pequeñez en comparación de la


belleza y grandeza de Dios. Me ayuda una oración de san Agustín que
dice: “Miserable de mí, ¿cuándo podrá mi cortedad e imperfección
convenir con tu rectitud? Tú verdaderamente eres bueno y yo, malo;
Tú, piadoso, yo, impío; Tú, santo, yo, miserable; Tú, justo, yo, injusto;
Tú, luz, yo, ciego; Tú, medicina, yo, enfermo; Tú, suma Verdad, yo,
todo vanidad”.

Es curioso, a veces me cuesta la oración por la sequedad o lo que


el Señor permite, pero a la misma vez me encanta estar delante de Él y
no quiero irme. Me cuesta ir y me cuesta dejarle. Qué raro, ¿no?

Lo que estoy meditando ahora, y me ayuda mucho, es la parábola


del hijo pródigo. Me hace mucho bien mirar el cuadro de Rembrandt,
porque me identifico totalmente con el hijo que estaba perdido, roto y
vacío, no solamente en mi vida pasada, sino incluso a veces ahora.
Necesito arrodillarme delante del Padre muchas veces. La verdad es
que solo encuentro paz cuando me apoyo en Él, cuando voy delante de
Él con todas mis miserias y dejo que Dios sea Dios, quien me ama y
me perdona incondicionalmente. No siempre entiendo su amor y su
misericordia, porque la mía está tan débil y manchada... A veces,
parece como si quisiera demostrar a Dios que mi oscuridad es
demasiado grande como para vencerla. Pero experimento que Dios me
pide que confíe en Él y, cuando hago eso, entonces tengo paz y
libertad.

Sé que la vida religiosa es un camino de radical abandono en las


manos de Dios, y lo quiero vivir cueste lo que cueste, porque esto es lo
que Dios quiere de mí. Los escritos de Santa Edith Stein me ayudan
mucho también. Ella dice: “La virginidad no es renunciar al hombre
para abrazar a Dios, sino que es abrazar a Dios para abrazar a todo
hombre... La virginidad tiene que caracterizarse, sobre todo, en el
amor por Cristo, en la alegría que nace de una vida unida a Cristo, en
la simple disponibilidad al sacrificio, en la paz íntima”. Ella me ha
ayudado a ver los votos evangélicos no como renuncia, sino como
liberación; son para mí un camino de verdadera libertad. Todo me
parece más fácil cuando hago lo que tengo que hacer, sea lo que sea,
por la salvación de las almas y en reparación por mis propios
pecados. Sé que muchas almas dependen de mi fidelidad y
generosidad.

Pensar en la Cruz y en la Pasión me da fuerza para hacer lo que


Dios me pide. En la oración a veces no digo nada al Señor, pero me
pongo al pie de la cruz y dejo que su sangre me limpie, me fortalezca y
me purifique. (…)

Gracias por todo.

Hna. Clare»[174].

El 1 de noviembre, justo unas semanas después de escribir este correo,


la Hna. Clare estaba muy distraída durante la oración. Se sentía oprimida
por un peso muy grande. Escribe que quiere “desaparecer y olvidar todo”.
Sin embargo, se volvió a su Madre del Cielo y a las experiencias que había
tenido de su amor maternal en Garabandal (España). Y la Virgen le
respondió. «Cerré los ojos e imaginé que estaba en los pinos de Garabandal.
Había una presencia fuerte de la Virgen. Ella, de pronto, estaba allí. Cogió
mi cabeza y la puso sobre su corazón. Yo sentí que sufría por mí, pero a la
misma vez tenía mucha compasión, a pesar de lo poco que la amo. Esto me
hace sufrir. Pero pude quedarme allí con ella mucho tiempo» .[175]
En su 27º cumpleaños, dos semanas después, el Señor le permitió
experimentar también su amor y su presencia de manera muy patente. A lo
largo del día, le fue enviando pequeños signos de su amor. Incluso tuvo el
detalle gracioso de cantarle: «Después de la comunión, ese día sentí que el
Señor me cantaba en broma: “Te he amado con un amor eterno. Te he
llamado y eres mía”». Dice “en broma”, porque las hermanas se habían
reído mucho juntas comentando lo irritante que les resultaba la melodía de
esa canción. Por la tarde, las hermanas fueron a la “Resi”, una residencia de
estudiantes del Hogar de la Madre [176], donde las jóvenes habían preparado
una celebración de cumpleaños para la Hna. Clare. Cuando llegó, lo
primero que encontró fue una alfombra de pétalos de rosa desde la puerta
principal hasta el sagrario [177], en la capilla:

«Me senté en la capilla un momento con el Señor para agradecerle


todo. Las chicas tocaron la canción “Pursue me” mientras estaba ahí,
y mi deseo de pertenecer al Señor, de amarlo, era muy fuerte. Sentí
que verdaderamente me decía, o yo le dije: “No te elegí yo a ti; Tú me
has elegido a mí, oh Dios, en tu misericordia”. Lloré pensando solo
por un segundo en la misericordia de Dios y mi miseria en responderle
(para dar fruto abundante)… ¡¡Te amo, Señor!! ¡Gracias por todo lo
que haces por mí!»[178].

El 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción, marcaba los


nueve meses que faltaban antes de los votos perpetuos de la Hna. Clare, que
tendrían lugar el 8 de septiembre, fiesta de la Natividad de la Virgen, es
decir, su cumpleaños. Nuestros votos perpetuos son siempre en esta fecha,
porque cada hermana es un regalo que el Señor le quiere hacer a su Madre.
Durante el verano, la Hna. Clare se preguntó: “¿Qué es ser regalo? Los
regalos, normalmente, son algo que agrada a la persona que lo recibe.
¿Agrado a la Virgen?” [179]. Ahora, exactamente nueve meses antes de sus
votos perpetuos, la Hna. Clare le pedía a la Virgen que la guardase en su
seno con el Niño Jesús y le ayudara a formar en ella la imagen de su Hijo,
copiando la letra de una canción a la Virgen que cantamos con frecuencia:
«Madre, en tu seno
me quiero esconder.
Tu amor, Virgen María,
será quien haga nacer
al Hijo de tus entrañas,
al Salvador de Israel,
envuélveme en tu pureza,
renueva todo mi ser.
Haz que sea todo suyo,
has de engendrarle otra vez.
Madre, he aquí a tu Hijo,
necesito tu “hágase”.
MADRE, CONFÍO EN TI,
INMACULADA MADRE DE DIOS.
MADRE, TAN SOLO TÚ
PUEDES FORMAR EN MÍ SU MISMO CORAZÓN.
MADRE, CONFÍO EN TI,
INMACULADA MADRE DEL AMO»[180].

Cuando se acercaba la Navidad, la Hna. Clare quería hacer un esfuerzo


consciente para vivir la solemnidad del nacimiento de Jesús con profunda
alegría y amor, sin superficialidad. Le rogó a Jesús que conquistara su
corazón para Él “de una vez por todas”[181]. El 23 de diciembre escribe sus
intenciones:

«Señor, esta Navidad no quiero centrarme en la música, ni en las


personas que van a estar con nosotros ni en nada temporal. Quiero, y
es el sincero deseo de mi corazón, mirarte, contemplarte, tener un
encuentro con tu misericordia salvadora. Quiero entregarme
totalmente a los demás como te entregas Tú a mí en la Navidad.
Ayúdame, Señor, sabes lo débil y coja que soy. Toma mis deseos y, por
tu gracia, hazlos realidad. “Grita de alegría... El Señor ha eliminado
el juicio contra ti... Él ha venido a renovarte con su amor” (Cf. Sof. 3,
14-18). Que cualquier alegría sin ti sea un peso, Señor»[182].

Sin embargo, en la oración del día de Navidad se quejó al Señor: «Otra


Navidad que he estropeado». Ella explica que se había “equivocado” el día
anterior al no morir a sí misma, al no ser humilde y alegre, al enfadarse
porque las cosas no habían salido como ella quería, etc. Continúa: «He dado
más importancia a las criaturas que al Creador. Esto me quita la paz, pero a
veces parece incontrolable. ¡Kyrie, eleison! Él solo respondió: “La Navidad
no ha terminado todavía”» .[183]
En medio de lo que ella describe como su miseria, el Niño Jesús estaba
todavía pendiente de ella y le concedió una gracia. La noche anterior,
durante la Misa del Gallo en Roma, una mujer había saltado la valla y había
empujado al papa Benedicto XVI al suelo. Después de ponerse en pie,
humildemente, continuó la procesión de entrada hacia el altar con lágrimas
en los ojos. La Hna. Clare escribe: «¡Ojalá yo tuviera su amor y su
humildad! Me ayudó pensar en cómo trataron al Señor durante su Pasión, y
todo esto me llevó a ver cómo no soy humilde. Nuestro Dios es un Dios
HUMILDE y los que le aman verdaderamente son como Él»[184].
Al comenzar el año nuevo, su gran prueba se acercaba. El Señor
preparó a la Hna. Clare infundiendo en su alma grandes deseos de cruz.
Durante uno de nuestros retiros mensuales, escribió:

«Yo no sé por qué, pero tengo gran hambre y sed de la cruz.


Pensar en ella me da paz. Es como un imán que siempre atrae mi
alma»[185].

El Señor también la preparó mediante el libro de lectura espiritual que


estaba leyendo en ese momento, que hablaba de la oración de la mano de
dos de los santos protectores del Hogar de la Madre, santa Teresa de Ávila y
san Juan de la Cruz. El libro se llamaba “Fire Within”, de Thomas Dubay.
El autor explica el significado de la noche del alma con gran claridad.
Describe también cuáles son los signos más frecuentes de que Dios conduce
al alma hacia la noche. Esto permitió a la Hna. Clare comprender, al menos
intelectualmente, que la oscuridad que empezaba a invadir su alma estaba
provocada por el amor de Dios, a pesar de la angustia que ella
experimentaba. Frecuentemente, copiaba citas de este libro en su cuaderno.
Una semana después del retiro mensual, escribió un correo al P. Rafael
y a la M. Ana, en el que expresa lo “pobre y mísera” que se veía. Escribe
cómo este descubrimiento es a la vez una humillación y una gracia:

«Lo que experimento, e igual no sé explicarlo bien, es que Dios me


deja en mi propia suciedad y oscuridad hasta que lo acepto y lo
reconozco y respondo con amor y generosidad. Cuando estoy
humillada, experimento que Él me levanta, me da ánimo, me sostiene,
me da fuerza. No son sentimientos que tengo, sino que es como un
empuje espiritual a darme totalmente, a centrarme en Dios y no en mí
misma»[186].

Les explica sus distracciones, la sequedad y vaciedad que


experimenta continuamente en la oración y cómo el pensar en la Cruz
y en la Virgen de Garabandal era lo único que le daba alivio. Sin
embargo, misteriosamente, su alma deseaba la cruz:

«Mi alma realmente tiene hambre y sed de la Cruz de Cristo.


Cuando entro dentro de mí misma, allí es donde encuentro mi paz, al
pie de la Cruz. Allí pongo mi vida, mis caras de perro, mis
impaciencias, mis vanidades, mis tonterías y niñerías, mi soberbia,
todo lo malo que hay en mí, y pido perdón y misericordia. Pido que la
sangre que cae del Señor en la Cruz me toque y me limpie [187]. Creo
firmemente que la Cruz es victoria sobre el pecado y, como dice santa
Edith Stein (ella me ayuda mucho): “Quien toma el camino de la cruz,
comienza por expiar su propio pecado”. Sabe que solo la Cruz puede
librarla de ello, porque es el “arma” necesaria en la lucha contra el
mal. Me parto de la risa porque después, cuando realmente el Señor
me da un poco de cruz, ¡menuda cara pone la niña!, pero esto me sirve
también para humillarme».

Para terminar su correo, pide oraciones y expresa sus deseos para el


día de los votos perpetuos:

«El día que haga mis votos perpetuos quiero darme completamente
a Dios para hacer, con un corazón dócil y libre, lo que Él quiere de mí
para siempre. Quiero que Él, en su gran Bondad, tome mi alma y la
una íntimamente con la suya y la de su Madre. En este día, quiero
decir “SÍ” de una vez por todas. Rece para que no me distraiga, para
que no quite mi mirada de Él. ¡Necesito muchas oraciones! No
entiendo por qué el Señor y Nuestra Madre me han elegido, pero con
todo lo que soy y tengo quiero ser Sierva de verdad».

La oscuridad y la angustia espiritual continuaban creciendo con el paso


de las semanas. Copió en su cuaderno: «El proceso de vaciamiento está en
curso. La oración es desoladora y dolorosa, y se caracteriza por la aridez y
la distracción»[188]. Trataba de confiar en que el Señor estaba haciendo su
obra, aunque ella no pudiese ver nada: «Debemos insistir en que el vacío de
esta noche es solo aparente, porque, en realidad, el alma se está llenando de
una gran infusión benéfica de luz y amor»[189].
Justo siete meses antes de sus votos perpetuos, la oscuridad y la
confusión eran abrumadoras. Por una parte, estaba rodeada de niños y
jóvenes que la querían y recibían luz de ella, y ella nunca dejó de hacer el
esfuerzo de sonreír y entregarse. Pero los últimos vestigios de su amor y de
su fuerza parecían agotarse. Si el Señor continuaba ignorando sus súplicas,
si continuaba abandonándola en su miseria, ella no tendría otra opción que
admitir la derrota.
Un viernes de febrero, durante la Misa en la iglesia de la Inmaculada
Concepción, en Jacksonville, la Hna. Clare, casi desesperada, le rogó al
Señor una vez más que fuera en su ayuda: «¡Señor, Tú eres el que me ha
traído hasta aquí, ayúdame!». Él no respondió. La dejó, una vez más, en la
oscuridad. Parecía que nunca más iba a responderle. Ante su silencio, la
angustia de la Hna. Clare se hizo insoportable: «Señor, lo siento, pero
tendré que irme». Entonces, el Señor vino en su socorro, justo después de
haber tocado fondo. Tras la consagración, sintió su mirada y estas palabras
con enorme claridad: «Si no puedes caminar, Yo te llevaré sobre mis
hombros, pero no me dejes». Su voz era tan real y tan clara que no podía
dudar de que era el Señor[190]. Ella, muchas veces, se había visto como la
oveja perdida que el Señor busca y encuentra[191]. Ahora, el Señor le
confirmaba que Él la llevaba sobre sus hombros, si ella no era capaz de
andar por sí misma, y que Él quería –e incluso parecía necesitar– su
compañía. El Señor le suplicaba humildemente que se quedase con Él y no
lo abandonase. Ella se quedó confundida por su amor misericordioso para
con ella, por su inexplicable deseo de estar con ella. Sus palabras tan
sencillas y, a la vez, potentes infundieron en su alma la gracia para
perseverar.
Pero el Señor no había terminado. Después de rogarle que no lo dejara,
le preguntó: «Clare, ¿dónde está tu amor?». Ella respondió: «Señor, no
tengo amor». Podemos imaginar lo doloroso que tuvo que ser para ella ser
testigo de su abundante amor por ella y tener que admitir que ella no tenía
amor que darle. No tenía nada que darle. No había duda de que su pobre
amor estaba siendo purificado y estaba creciendo, aunque ella era incapaz
de percibirlo en ese momento.
La Hna. Clare siguió sufriendo. Tres días después, escribió en su
cuaderno:

«Oscuridad, confusión, tristeza, dificultad, falta de ánimo. Así es


como me encuentro. He dudado de si tenía vocación. Estoy cansada,
estoy vacía. Pero mi conciencia no me deja tranquila: “Tú eres libre;
tú puedes irte, pero sabes que lo que debes hacer es aceptar la cruz y
confiar en que Dios te dará la fuerza para hacer todo lo que Él pida
de ti”.

A veces no quiero escuchar esto. Como dice la canción: “No te


quiero dejar, no te quiero decepcionar. Quiero echarme a volar…
Estoy pegado al polvo”.

No puedo negar que cuando veo a un alma entregada a Dios en


medio de la oscuridad, dolor y vacío, su pobre “sí” a su invitación de
llevar la cruz es algo que me admira y pienso que es muy hermoso.
Ojalá yo pudiera hacerlo. Ojalá pudiera amar y dejar todo y a todos.

A veces, simplemente, deseo desaparecer.

No puedo negar que cuando veo una foto de Siervas haciendo


votos perpetuos y pienso en la frase: “No hay amor más grande que el
que entrega su vida por sus amigos” (Jn. 15, 13), me conmuevo
profundamente, porque sé que eso es lo que Dios quiere que yo haga.

Es difícil decir: “Aunque esta llamada es dura, Tú lo mereces


todo”. Lo digo, pero me duele cuando lo hago»[192].

En medio de su oscuridad, la Hna. Clare encontró fortaleza en la


Escritura, rezando con los salmos: «Cuando invoqué al Señor, Él escuchó
mi voz y me salvó de los enemigos»[193].
Cuando alguien le preguntaba si estaba nerviosa por los votos
perpetuos, ella respondía negativamente, pero afirmaba que sentía una gran
responsabilidad y la importancia de decir “sí” al Señor para siempre.
Durante el encuentro de Semana Santa, organizado por el Hogar de la
Madre del 31 de marzo al 4 de abril, la Hna. Clare invitaba a la gente con
entusiasmo a acompañarla en ese día tan importante. “¡Estáis invitados a mi
boda el 8 de septiembre! ¿Queréis venir?”. “¿Quieres venir y ser la niña que
tira las flores?”, le preguntó a una niña pequeña, que inmediatamente se
entusiasmó con la idea. Ahora que sabemos las dificultades por las que
estaba pasando la Hna. Clare, su entusiasmo y alegría son aún más
sorprendentes.
¿Era solo una pose? ¿Estaba utilizando sus talentos de actriz para
fingir? No. Como escribió en febrero: “Es difícil para mí decir: aunque esta
llamada es difícil, vale la pena. Lo digo, pero me duele cuando lo hago”. Y
ahora, aunque le costaba, ella expresaba su alegría y su entusiasmo por los
votos. A nivel de emociones, sentía que no tenía amor, pero quería
demostrar con sus acciones que quería al Señor. San Alberto Hurtado
escribió: «No hay solo que darse, sino darse con la sonrisa. Canta y avanza.
La abnegación total es alegría perpetua». A pesar de sus pruebas, esta
abnegación total y su alegría, purificarían y aumentarían su amor a medida
que se acercaba el momento de hacer sus votos perpetuos.
Ella había expresado en su correo al P. Rafael y a la M. Ana, en el mes
de enero, su deseo de decir “sí de una vez por todas” el día de sus votos
perpetuos. No quería que los votos fueran una farsa exterior, sino que quería
entregarse sinceramente a Él. Sin embargo, el Señor tenía que purificarla
para que se diera cuenta de que no consistía solo en su propia determinación
y decisión. “Señor, no tengo amor”, se había visto obligada a reconocer
después de estos momentos de oscuridad. Ahora era más consciente de que
no podía hacer nada sin Él. Él era quien le daría la fuerza para entregarse
del todo. Él la llevaría sobre sus hombros.
La aventura de Irlanda
Capítulo 15

Los campamentos de verano del año 2009 habían terminado y había


un buen grupo de hermanas en Jacksonville. Acababan de terminar de
comer y la Hna. Clare estaba fregando los platos con otras hermanas.
Quedaban ya muy atrás aquellos años de la adolescencia en los que
chantajeaba a sus hermanas si estas se negaban a fregar los platos por
ella.
Ahora, entre risas y bromas, fregaba los platos por amor al Señor. No
tenía ninguna dificultad. Mientras se hacían con la montaña de cacharros,
la conversación giraba en torno a las actividades de verano.
–¡Las hermanas de Roma están ahora mismo en California de
peregrinación por las misiones franciscanas con chicas! ¡Tenemos que
acordarnos de rezar por ellas! –señaló una hermana.
–¿Y qué peregrinación podemos hacer nosotras el año que viene? –
preguntó la hermana Clare–. El año pasado fue Nueva York, este año
California…
–¿Qué tal Irlanda? –sugirió otra hermana–. A las americanas les
encanta Irlanda.
Inmediatamente, la Hna. Clare y las otras hermanas se entusiasmaron
con la idea y empezaron a sugerir diferentes lugares que podían visitar en
Irlanda.

Durante ese año, el Señor mantuvo a la Hna. Clare muy ocupada, y


seguro que eso le ayudó a no agobiarse con las tentaciones y a no
preocuparse de sus pruebas interiores. Como dice el refrán, “el ocio es el
taller del diablo”. En agosto de 2009, al inicio del curso escolar, a las
hermanas se les ocurrió la idea, mientras fregaban los platos, de hacer una
peregrinación a Irlanda el siguiente verano. La Hna. Clare escribió
inmediatamente al P. Rafael para contárselo y enviarle el primer borrador
del itinerario. La misma línea del asunto del correo refleja ya su
entusiasmo: «Padre!!!!» y la cantidad de erratas muestra su entusiasmo y
urgencia por enviar el correo lo antes posible[194].

«¡Padre!

¡Hemos tenido una idea genial! Preparado, listo, ya…

¿Por qué no hacemos una peregrinación a Irlanda el verano que


viene?

Padre, esto atrae muchííííísimo. Es el sueño de todas las jóvenes


de aquí. Ya hemos preguntado a algunas de ellas qué piensan y ¡están
entusiasmadas!

Ya hemos mirado el mapa y hay un montón de sitios donde


podemos ir. A ver qué piensa…

Vuelo hasta el aeropuerto Shannon –hay vuelos desde Nueva York


al aeropuerto Shannon– ¡por tan solo 100 dólares!

Y a continuación hace un esquema con los nombres de distintos


lugares que podrían visitar: Limerick, Cork, Waterford, Dublín, Donegal,
Knock, etc.

¿Qué piensa? Padre, entre las cinco hermanas de Irlanda y los dos
Siervos, podemos fácilmente conseguir sitios donde quedarnos. Sería
bueno también para Irlanda y el mundo entero (¡Qué rollo tengo!,
¿verdad?). Pero aquí estamos entusiasmadas con la idea, que vino de
pronto, por cierto, cuando estábamos fregando los platos después de
la comida.
Si cree que es algo que podemos hacer y quiere más información
sobre el asunto, díganoslo y, si está aprobada la idea, ya podemos
anunciarlo a las jóvenes de aquí (ya sabe, a los americanos les gusta
tener todo planeado casi un año antes).

Bueno, esperamos su respuesta.

Que Dios le bendiga.

Hna Clare»[195].

Al día siguiente por la mañana, recibió respuesta del Padre dando su


aprobación y añadiendo, además, algunas ideas de la Hna. Karen
McMahon, que estaba en España. ¡Y comenzó la preparación! Anunciaron
el viaje desde el principio como una “peregrinación espiritual a una tierra
de santos y eruditos” y se fijó una fecha para el mes de junio. Cinco días
después de anunciarlo, 17 jóvenes ya habían respondido mostrando interés.
Conforme iban pasando los meses, avanzaba la organización y se
concretaban todos los detalles del viaje.
Desde el principio estaba entusiasmada con la posibilidad de que el
mismo P. Rafael acompañara a las hermanas y a las chicas en la
peregrinación como capellán. Cuando el P. Rafael se excusó diciendo que
no sabía inglés, la Hna. Clare le insistió en que las hermanas podían
traducirle.
Es importante tener en cuenta que ella nunca dio por hecho que iba a
ir. Sabía que, por la obediencia religiosa, el hecho de proponer una idea no
significa, necesariamente, que seas tú la hermana designada para llevarla a
cabo. De hecho, en varios correos que escribió refiriéndose a este tema, se
ve cómo no se incluye a sí misma en la peregrinación, sino que se sitúa en
una actitud de indiferencia ante ello. En el primer correo electrónico,
cuando hizo la lista de los lugares que podían visitar en la peregrinación,
escribió que Donegal está solo a 45 minutos de Derry. «Si quieren una taza
de té irlandés, en mi casa están invitados…». Ella hablaba del grupo sin
incluirse, porque sabía que dependía de lo que el Señor decidiese a través
de sus superiores. En otro correo de octubre de 2009, el P. Rafael parece
entonces convencido de acompañarlas en la peregrinación, junto con el P.
Colum Power, Siervo del Hogar de la Madre, originario de Cork. La Hna.
Clare le pregunta: «Ustedes y las hermanas, ¿pueden ir 1 o 2 días antes?».
Incluso ahora, que está encargada de organizar la peregrinación, continúa
hablando de las hermanas que irán, sin incluirse, y sin preguntar si ella va a
ir o no. Su intención no era ir a Irlanda ella misma, sino dar a estas chicas
jóvenes la gracia y la oportunidad de acercarse al Señor y Nuestra Madre.
Con el paso de los meses, los planes se iban consolidando, y muchas
personas generosas, amigos del Hogar de la Madre de Irlanda, ayudaron a la
Hna. Clare a encontrar sitios en los que alojarse durante la peregrinación.
Al final, iría un grupo de 37 chicas[196].
En ese tiempo, llegó una noticia que nos llenó de entusiasmo: ¡el
Hogar de la Madre iba a recibir el decreto de aprobación del Pontificio
Consejo para los Laicos en Roma! El evento tendría lugar, precisamente,
durante los días fijados para la peregrinación. La Hna. Clare estaba
contentísima por la noticia, aunque, al mismo tiempo estaba apenada,
porque eso significaba que el P. Rafael no podría acompañarlas en la
peregrinación. A principios de mayo le pidieron que comprara los billetes
de avión para las Siervas y los Siervos que iban a ir a la peregrinación: la
Hna. Clare, la Hna. Karen McMahon y la Hna. Bernadette Clair (las tres
irlandesas); algunas candidatas; el P. Colum Power y el P. Dominic Feehan
(dos Siervos irlandeses) que les servirían como capellanes.
El 10 de mayo, la Hna. Clare escribió al P. Rafael y le dio noticias
sobre la peregrinación, al tiempo que le decía que no se había olvidado de
los votos perpetuos:

“Aunque tenemos las clases y distintas actividades y eso de la


peregrinación, soy muy consciente de que voy a hacer los votos... A
veces me vienen preguntas como: ¿Seré fiel para siempre? ¿Estoy
dispuesta a vivir los consejos evangélicos para siempre? ¿Estoy
dispuesta, como el Señor me dice mucho, a coger mi cruz, a morir a mí
misma?...

Al entrar de candidata, novicia y hacer votos temporales, creo que


nunca he sentido tanta, no sé cómo decirlo, sé que la palabra
‘gravedad’ no es precisamente la que quiero usar aquí, pero es lo que
experimento, lo que voy a hacer es algo muy serio: votos perpetuos
con Dios.

Yo creo que le he contado antes que Él es para mí como un imán


que siempre me está atrayendo hacia Él, e incluso quiero usar la
palabra ‘arrastrar’, porque experimento que eso es lo que hace con mi
alma. Yo a veces pongo impedimentos y me dejo vencer interiormente
por la rebeldía, pero no dura mucho, porque Él no lo permite.

Padre, sé que soy libre, y el Señor me lo recuerda, pero no le


puedo dejar, pase lo que pase, se sufra lo que se sufra, todo es tan
poco en comparación de lo que Él me da DIARIAMENTE…” [197].

Todavía tenía sus momentos de oscuridad, pero Él constantemente la


conducía y le recordaba su amor. La libertad es un tema que tenía muy
presente durante estos meses. Sabía que el Señor le había dado libertad
total, pero sabía, a la vez, que no podía dejarlo, como queda claro en el
correo al P. Rafael. La verdadera libertad solo la encontraría en el Señor.
Por eso, Él le dijo en febrero que la llevaría sobre sus hombros si ella no
podía continuar por sí misma. El Señor quería otorgarle una total y absoluta
libertad en Él. Una semana después escribió una nota en su cuaderno con
una indicación de que quedaban justo cuatro meses para sus votos
perpetuos:

«4 meses para los votos perpetuos:

El amor es sacrificado; no superficial ni sentimental.

Está claro que si el hombre no es libre (si no se posee a sí mismo),


no puede amar (que es darse a sí mismo). Pero también está claro que
si no ama, no puede ser realmente libre. La libertad está hecha para el
amor, y libertad sin amor tiene poco sentido y es inútil.

¿Me doy cuenta de la libertad que Dios me está dando?»[198].


Al inicio de ese año había copiado una frase del libro “Caminando por
valles oscuros”, del P. Walter Ciszek, subrayando las siguientes partes: “La
mayor sensación de libertad, junto con la paz del alma y una sensación de
seguridad permanente, llega cuando un hombre se abandona totalmente
para seguir la voluntad de Dios”. A medida que sus votos se acercaban,
reflexionaba cada vez más y más en esto, y en cómo “la verdadera libertad
no significa otra cosa que permitir que Dios opere en el alma sin
interferencias”.
A finales de mayo voló a España con otra hermana. La peregrinación a
Irlanda iba a empezar el 15 de junio. Durante esas tres semanas en España
antes del viaje, terminó de preparar la peregrinación, ayudó en lo que se
necesitaba y también reflexionó sobre su vida.
El 10 de junio copió esta frase del P. Walter Ciszek:

«Durante los largos años de aislamiento y sufrimiento, Dios me


llevó a una comprensión de la vida y de su amor que solo pueden
comprender aquellos que la han experimentado.

Me había quitado muchos de los consuelos externos, físicos y


religiosos, en los que los hombres confían, y me ha dejado un núcleo
de verdades aparentemente simples para guiarme.

Y, sin embargo, ¡qué profunda diferencia habían hecho en mi vida,


qué fuerza me dieron, qué valor para seguir adelante! ».

Luego comenta:

«He descubierto que el Señor quiere hacer lo mismo conmigo:


despojarme de todas las consolaciones externas y dejarme con este
amor de las verdades simples, para que ellas guíen el resto de mi vida:

1. Él es Dios y es real.

2. Su providencia guía mi vida.


3. Tengo que coger mi cruz y vivir en pobreza, castidad y
obediencia.

4. Él me dará la fuerza para hacer lo que me pide»[199].

Hay que prestar mucha atención a esta lista, simple pero fundamental.
En estos momentos de desolación y confusión, estas son las cuatro verdades
a las que siente que el Señor le pide que se aferre a toda costa.
Después, ese mismo día, en otro momento reflexiona sobre la falta de
paz y la tristeza que estaba experimentando:
«¿Cuál es mi infelicidad?
–mi falta de generosidad
–mi falta de dominio de mí misma
–mis tontos caprichos y pequeñas esclavitudes
–mi falta de amor verdadero
–mi falta de verdadera libertad
–mi miedo al sufrimiento».
Concluye con esta oración: «Señor, mira lo que me hace infeliz y ten
compasión de mí. Líbrame de todo esto, de mis apegos egoístas, para que
pueda estar libre para un mayor servicio, para tu servicio. Amén» [200].
Y con este deseo de liberarse de su egocentrismo para entregar su
espíritu totalmente a Dios y servirle a Él, viajó a Irlanda para juntarse allí
con las chicas que volaban desde Estados Unidos. También iba a volver a
ver a su familia.
Aquí está el horario de lo que ella llamó: “La aventura de Irlanda
2010”:
Día 1 (15 junio): llegada al aeropuerto de Shannon. Comida en
Ennis, Co. Clare. Visita a El Burren (un parque nacional), los
acantilados de Moher y el pozo de santa Brígida. Pasamos la noche en
Liscannor.
Día 2 (16 junio): La Roca de Cashel y la Abadía de la Santa Cruz.
Pasamos la noche en Cork.
Día 3 (17 junio): Día en Cork. Visita a Berrings Mass Rock, el
Castillo y la piedra de Blarney, Gougane Barra. Noche en Cork.
Día 4 (18 junio): salida de Cork para visitar Waterford. Visita al
oratorio de san Declan, Ardmore Round Tower, Mount Melleray
Abbey y la Gruta en Cappoquin. Pasar la noche en Waterford.
Día 5 (19 junio): Viaje hacia el norte de Dublín. De camino,
visitar el monasterio en Glendalough. Pasar la noche en Dublín.
Día 6 (20 junio): Visita a Dublín: Catedral de san Patricio, Book
of Kells in Trinity College[201]. Noche en Dublín.
Día 7 (21 junio): Viaje hacia Downpatrick. Visita Inch Abbey y la
tumba de san Patricio. Pasar la noche en Down.
Día 8 (22 junio): Viaje hacia Derry vía Omagh. En Omagh, visitar
Ulster American Folk Park. Noche en Derry.
Día 9 (23 junio): Por la mañana, un breve paseo por la ciudad de
Derry y después partir a Knock. Visita al santuario de Nuestra Señora
de Knock.
Día 10 (24 junio): Croagh Patrick. Noche en Knock.
Día 11 (25 junio): Desde Knock nos volvemos a Liscannor.
Día 12 (26 junio): De Liscannor al aeropuerto de Shannon.

La Hna. Clare era la responsable de la organización y dirección de la


actividad. Su primera misión era recordar a las chicas que se trataba de una
peregrinación y no de un viaje turístico. Al cuarto día, en Waterford, vio la
necesidad de tener una reunión con ellas para recordarles esto. Muchas de
las chicas se quejaban de que estaban cansadas o de que no les gustaba la
comida. Había oído también conversaciones en el autobús con comentarios
como este: “me gustan tus cejas”. Estas superficialidades no tenían cabida
en una peregrinación de verdad.
La reunión fue en esta línea: “Estamos aquí en Irlanda de
peregrinación, que significa que estamos buscando encontrarnos con Dios.
Si no queréis vivir esto como una verdadera peregrinación, no tiene sentido
que continuéis. Os llevo al aeropuerto de Dublín mañana. Si no vais a
aprovechar las gracias que el Señor quiere daros, volveos a casa. No quiero
oír más quejas. Si decidís que queréis cambiar de actitud, empezad por
hacer el esfuerzo de conocer a las demás y hacer nuevas amigas, en lugar de
estar con las que ya conocéis. Intentad estar atentas a las necesidades de las
demás y sed las primeras en servir y ayudar”. Fue una charla muy intensa,
pero ella sabía que si no cerraban la puerta al diablo, él tiraría por la borda
todos los frutos de la peregrinación.
Lo impresionante es que las chicas aceptaron su corrección y hubo un
cambio inmediato de actitud. Reconocieron que la corrección procedía de
su amor por ellas[202]. El venerable P. Tomás Morales, un jesuita español
que fue director espiritual del P. Rafael durante muchos años, solía decir:
«Al joven, si se le pide poco, no da nada; si se le pide mucho, da más». Y
así sucedió en esta peregrinación: ella pidió mucho y la mayoría dio más.
Según iban visitando los diferentes sitios, la Hna. Clare, con
frecuencia, se sorprendía de que muchos de los lugares que ella esperaba
que fuesen de oración y peregrinación, como el Monasterio de san Kevin en
Glendalough, se habían transformado en puntos turísticos o se utilizaban
con fines políticos. Ese profundo dolor que la Hna. Clare experimentaba les
recordaba a las chicas el que había sufrido el Señor al contemplar la ciudad
de Jerusalén. Ya en Estados Unidos, durante los preparativos de la
peregrinación, la Hna. Clare se había entristecido al descubrir que muchos
de los sitios relacionados con santos ahora pertenecían a iglesias
protestantes, como la catedral de San Patricio, en Dublín. Y aun así, decidió
visitar esta catedral con las chicas, ya que fue construida sobre el lugar
donde san Patricio bautizó a los primeros cristianos en Irlanda. Al llegar, se
encontró con una tienda en medio de la catedral. No había sagrario y la
iglesia estaba llena de turistas hablando en voz alta. Se le rompió el corazón
y comentó que, si hacía otra peregrinación a Irlanda, no volvería allí[203].
El grupo hizo la subida de dos horas a Croagh Patrick, la montaña
donde san Patricio hizo penitencia y ayunó durante cuarenta días. La Hna.
Clare empezó a subirla muy rápido, con gran entusiasmo. Sin embargo, el
final fue duro. La última parte era empinada y, debido a su calzado, empezó
a resbalarse. Gracias a Dios, se encontró con Miriam, candidata de Estados
Unidos, que era alta y fuerte, la cual le echó una mano para llegar hasta
arriba. A pesar de este percance final, la Hna. Clare fue una de las primeras
en llegar a la cima. Se sentó, entonces, en una roca y observaba cómo iban
llegando las demás. Hacía bromas de sus caras de dolor y se reía con ganas.
Más tarde, imitó la reacción de cada una al llegar, remedando las diferentes
expresiones y repitiendo los comentarios que cada persona había hecho.
Una de las chicas, al ver una señal que invitaba a los peregrinos a
arrodillarse y rezar siete padrenuestros, siete avemarías y un credo, se puso
rápidamente de rodillas para hacerlo. La Hna. Clare no había visto la señal,
pero luego se acercó a la joven con gran sencillez para agradecerle que se
hubiera arrodillado en la cima de la montaña, ya que este gesto le ayudó a
ella a hacer lo mismo.
En el autobús, con frecuencia se ponía delante y cogía el micrófono
para contar historias a las chicas y hacer diferentes actuaciones e
imitaciones y, de esta forma, conseguir que se rieran. El conductor era un
protestante de un pequeño pueblo de una zona unionista de Irlanda del
Norte. Estaba muy sorprendido, primero por las mismas hermanas, pero
también por las chicas, al ver que se divertían tanto en el autobús de una
manera tan sana. Nunca antes había llevado a un grupo como este. Le
impresionó especialmente el testimonio de la Hna. Clare, que contó un día
su vocación a las chicas durante el viaje.
La Hna. Clare estuvo muy pendiente de él y de su sensibilidad. Por
ejemplo, visitaron diferentes lugares relacionados con los mártires católicos
irlandeses, uno de los cuales era la Roca de Cashel, una catedral donde los
habitantes católicos de la zona habían sido masacrados junto a su párroco
por la armada inglesa, a mediados del siglo XVII, después de haberse
refugiado allí. Son considerados mártires porque prefirieron morir a
convertirse al protestantismo y reconocer al rey inglés como cabeza de la
Iglesia. Cuando el conductor escuchó esta historia quedó muy
impresionado. La Hna. Clare le explicó que no tenían nada en contra de los
protestantes, pero que esos acontecimientos eran hechos históricos. Al día
siguiente, el grupo visitó “Berrings Mass Rock”, el lugar donde, durante el
tiempo de la persecución, se celebró Misa en secreto, y donde un sacerdote
había sido martirizado. En otro momento de la peregrinación, la Hna. Clare
le preguntó al P. Colum si tenía alguna sugerencia para dar una charla a las
chicas en el autobús. Él le ofreció un artículo sobre la persecución de la
Eucaristía en Irlanda, con casos concretos de torturas brutales y martirios
llevados a cabo por el régimen inglés protestante. Ella respondió que no
quería dar esa charla en el autobús estando presente el conductor.
Es sorprendente lo que la Hna. Clare cambió en este aspecto. Desde
que era una niña, le había sido inculcado un odio profundo por todos los
protestantes. Sin embargo, al entrar en las Siervas, había aprendido que
tenía que tener un amor universal, deseando la salvación de las almas y
perdonando en el Señor todo lo que tuviera que ser perdonado. Y ella,
verdaderamente, había perdonado, hasta el punto de que ahora se
encontraba con un protestante del norte de Irlanda y era capaz de estar
pendiente de él, de su sensibilidad religiosa, evitando abrir heridas.
Ciertamente, no había olvidado su origen católico. Las injusticias que
habían ocurrido no le eran indiferentes. Durante la peregrinación, David
Cameron, el primer ministro del Reino Unido, emitió una disculpa oficial
por los disparos “injustificados e injustificables” del llamado “Domingo
Sangriento” en Derry, 38 años antes. La Hna. Clare se acercó al P. Colum
para preguntarle si había escuchado la noticia. Ella no era políticamente
indiferente. Y aun así, el Señor había cambiado su corazón y la había hecho
estar atenta a la sensibilidad de un protestante, queriéndolo en el Señor.
El conductor estaba particularmente asustado al entrar en la ciudad
natal de la Hna. Clare, el día octavo de la peregrinación, ya que la matrícula
del autobús revelaba su procedencia de una localidad protestante. Estaba
convencido de que le iba a pasar algo al autobús. Él mismo tenía miedo de
bajarse, especialmente cerca de Bogside y Brandywell. La Hna. Clare pidió
a su familia que estuvieran pendientes de él. Al final, hasta aceptó la
invitación de la Hna. Clare para asistir a sus votos perpetuos y viajó con su
familia a España en septiembre de ese año.
Cuando estaban llegando a Derry, la Hna. Clare se levantó de repente
con emoción, señalando la colina de Brandywell: «¡Esa es la colina donde
el sacerdote italiano me vio corriendo con los brazos abiertos!». Se refería a
la peregrinación del año 2000 en Italia, donde aquel sacerdote le confirmó
en su decisión de ser hermana[204]. Al llegar, por la tarde, el grupo se dirigió
a Termonbacca, un centro carmelitano de retiros de Derry, para encontrarse
con la familia y los amigos de la Hna. Clare. El P. Colum celebró Misa para
todos y luego pasaron a una habitación donde habían preparado algo para
cenar. Los ojos de la Hna. Clare se llenaron de lágrimas mientras saludaba a
todas aquellas personas tan queridas por ella y por las que había estado
rezando todos esos años. ¡Había pasado mucho tiempo! Para muchos era la
primera vez que la veían con el hábito. Ella iba de un lado a otro saludando
a todo el mundo, pero encontró tiempo también para tener conversaciones
privadas.
Todo el mundo quería hablar con ella y contarle cómo estaba. Algunos
de los niños estaban nerviosos y preguntaban a sus madres: «Pero ¿cómo
tenemos que llamarla?». Las monjas son muy sagradas para la gente de
Derry y tenían casi miedo de acercarse a ella. Pero la Hna. Clare era
totalmente natural, se acercaba a ellos y les decía: «No soy diferente. ¡Sigo
siendo la misma de antes!», y sacaba todas las expresiones de Derry para
que se sintieran cómodos: “What’s the craic?” (¿Qué tal?) ¡Recuperó
inmediatamente su marcado acento de Derry!
Después entraron en una sala donde todo el mundo se sentó en círculo.
La Hna. Clare contó su historia. Cuando empezó, se le llenaron los ojos de
lágrimas y se volvió a las chicas americanas para pedirles que cantasen una
canción antes de seguir[205]. Incluso para sus familiares más cercanos, era la
primera vez que escuchaban el proceso completo de su vocación y por qué
había decidido ser Sierva. Fue un momento de profunda emoción, pero
también de risas. Su narración, como de costumbre, se interrumpía
constantemente por carcajadas.
Su hermana Shauna ha manifestado lo confortante que fue para ella oír
de labios de la Hna. Clare la motivación que había detrás de su decisión.
Ellos estaban convencidos de que la habían raptado o sometido a un lavado
de cerebro. Escuchar la historia de la intervención repentina de la gracia de
Dios en su vida fue para ellos emocionante y, a la vez, tranquilizador. Fue
Dios el que había pedido a Clare que los dejara y no ningún ser humano o
fuerza natural. A su amiga Sharon –que antes le había dicho que estaba
arruinando su vida– quedó tan impresionada por su historia que le dijo que
había tomado la mejor decisión de su vida. Su amiga Rachel se daba ahora
cuenta de que Clare había estado “viviendo allí su sueño”, mientras que en
su casa pensaban que era una monja miserable. Un primo de la Hna. Clare
se acercó a ella y le dijo: «Clare, yo te conocía antes de ser monja y al verte
ahora así solo puedo decir que, o estás loca, o Dios existe realmente». La
propia Hna. Clare estaba muy sorprendida de ver cómo el poder de la gracia
de Dios estaba trabajando en las almas de su familia y amigos mientras les
hablaba y les daba su testimonio.
Al día siguiente, después de Misa, el P. Roland Colhoun, que había
sido el párroco de la Hna. Clare, dio un tour a las chicas por la iglesia de
san Columba. Después, su tío Danny las llevó a visitar las murallas de
Derry y Bogside. Todas las chicas estaban muy impresionadas de ver el
ambiente y cómo había sufrido la gente de Derry. Como el ritmo de la
peregrinación era tan intenso, hacía tiempo que las hermanas no
encontraban un momento para rezar en silencio delante del Santísimo
Sacramento. La Hna. Clare dijo que ya no podía seguir más tiempo sin
hacer oración, así que las hermanas se quedaron en la iglesia rezando
mientras el tío Danny les daba el tour. Después de casi una hora de oración,
las hermanas fueron a la casa de la Hna. Clare para pasar más tiempo con su
madre.
La última parada del grupo antes de partir hacia Knock fue la
residencia donde vivía la abuela materna de la Hna. Clare, la misma a la
que había cuidado después de la muerte de su abuelo. Era la abuela con la
que había pasado tanto tiempo cuando era pequeña y a la cual quería
mucho. Tenía demencia y ya no reconocía a nadie. De hecho, Megan
afirma: «No conocía a mi madre, no nos conocía a ninguno de nosotros, y
eso que trabajábamos con ella, la visitábamos todos los días». Pero tan
pronto como la Hna. Clare entró con su hábito blanco, la anciana dijo:
«Aquí está mi Clare». No hubo ninguna vacilación. La Hna. Clare estaba
muy contenta de ver a su abuela y la trató con mucho cariño. Las chicas
cantaron algunas canciones para los ancianos que vivían en la residencia y
pasaron tiempo con ellos mientras la Hna. Clare estaba con su abuela.
Después de una breve visita, llegó la hora de despedirse. Su madre, sus
hermanas y una prima, iban a verla en Knock dos días después. La Hna.
Clare sabía que, Dios mediante, vería a sus padres y hermanas, y a otros
familiares, en sus próximos votos en septiembre. Después de subir al
autobús y haber recorrido poca distancia, la Hna. Clare vio que su padre
salía de un bar para despedirse de ella. El autobús paró y ella bajó. Volvió
con una expresión de profundo sufrimiento y lágrimas en los ojos. Pero
¿qué hizo? Inmediatamente agarró el micrófono y empezó a cantar: “Let it
be done unto me”, repitiendo las palabras del “Fiat” de la Virgen. Una vez
más, se dio completamente a Dios, poniendo a su familia en sus manos,
pidiéndole que los cuidara y que los llevase de vuelta a Él.
Después de la visita a su familia, una chica de la peregrinación le
preguntó: «¿No estás preocupada por tu familia? Has tenido un cambio
completo de corazón y estás viviendo totalmente para Dios, pero tu familia
está rodeada de toda esa violencia y no tienen la misma relación con Dios
que tú». Y la Hna. Clare respondió con las palabras con las que el Señor
habló a santa Teresa de Jesús: «Ocúpate de mis cosas y yo me ocuparé de
las tuyas»[206]. Ella sabía que se estaba encargando de Él, de los asuntos de
Dios, y estaba haciendo la voluntad de Dios para ella. Él cuidaría de ella y
de los suyos, de todas las personas queridas que llevaba en el corazón.
Confiaba en que Él los llevaría de vuelta a Dios, que era su preocupación
más profunda.
La siguiente y casi última parada fue el Santuario de Nuestra Señora
de Knock. ¡Qué reconfortante debió haber sido para la Hna. Clare llegar a
un santuario de la Virgen y esconderse bajo su manto, buscando su
protección materna! Y la peregrinación llegó a su fin. El Señor había
derramado muchas gracias en los corazones de las chicas, del conductor del
autobús y también en los corazones de la familia y amigos de la Hna. Clare.
Cuando se despidió y agradeció a los Siervos su ayuda, la Hna. Clare
les pidió oraciones por sus votos perpetuos, ya a tan solo dos meses.
«Necesito sus oraciones, por favor. Soy muy débil… y capaz de traicionar
mi propia felicidad». De vuelta a España, empezó la preparación para sus
votos. El diablo la acecharía «como león rugiente, buscando a quien
devorar»[207].
Desposada con el Solo
Capítulo 16

Era la mañana del 8 de septiembre de 2010. Por fin había llegado el


día de los votos perpetuos de la Hna. Clare y su corazón estaba en paz. Los
votos iban a ser en Priego (Cuenca), donde diez años antes había
empezado todo. Dio un largo paseo con su madre alrededor del monasterio.
Con su brazo apoyado sobre el hombro materno, tuvieron una larga
conversación, llena de risas. Las dos tenían un gran sentido del humor;
parecía casi una competición por provocar la risa más fuerte.
A un cierto punto, se sentaron en la capilla del Santo Cristo.
–Si quieres, puedes venirte a casa con nosotros –le dijo Margaret–.
Basta que les digas que no vas a hacer los votos y que te vuelves ahora a
casa.
La Hna. Clare dejó un breve momento de silencio antes de responder,
cosa que su madre interpretó como un posible sí y, temiendo que su hija se
avergonzara de dar la noticia a las hermanas, Margaret se ofreció a
facilitárselo:
–Puedo entrar y decir: “No va a hacer los votos”. Y ¿qué van a
hacer?
La Hna. Clare respiró profundamente y sonrió:
–Esta es la vida que he elegido y soy feliz. Mamá, venga, alégrate por
mí.
Margaret no quería rendirse. ¿Era su hija realmente sincera o estaba
actuando? Era difícil de averiguar y, mientras miraba fijamente a los ojos a
su hija, respondió resueltamente:
–No me voy a alegrar por ti. Te quiero en casa.
A pesar de todas sus dudas y tentaciones, a pesar de haber estado en
peligro de dar la espalda al Señor, a la hora de la verdad, Él siempre le
daba a la Hna. Clare la fuerza para decir que sí, para ser fiel, para confiar
en que su amor la conquistaría. Ella sabía bien que no se debía a sus
fuerzas, sino a la misericordia de Dios. Aquí, una vez más, el Señor
derramó en su alma una gran seguridad. Esta vez no hubo dudas. La
sonrisa desapareció de sus labios. Sabía que no convencería a su madre.
Sencillamente, tenía que darle una respuesta decisiva:
–Bueno, mamá, no voy a volver a casa.
Estas palabras fueron como una bofetada en su cara; no podía
entender a su hija. ¿Cómo podía Clare ser feliz? Quizás por una
motivación un poco egoísta, Margaret la quería en casa.
La Hna. Clare suavizó nuevamente el tono y trató de explicarle algo
más:
–Mamá, solías importunarnos constantemente hablándonos sobre
nuestra fe, y yo no te quería escuchar. Pero luego, cuando encontré al
Señor, finalmente entendí lo que tú me habías estado diciendo todos
aquellos años en los que yo no te hacía caso.

Después de la peregrinación a Irlanda, las Siervas en España


estábamos muy ocupadas. Dos jóvenes entraron como candidatas (una de
ellas había participado en la peregrinación a Irlanda), un grupo de hermanas
hizo votos el 2 de julio y otro grupo entró al noviciado el 16 de julio. A
finales de este mes, se tuvo una primera tanda de Ejercicios Espirituales en
la que la Hna. Clare ayudó a servir. Pasó toda la semana cocinando,
sirviendo las comidas y limpiando la casa, todo en silencio, por supuesto,
para no distraer a las hermanas durante su oración y meditación.
A principios de agosto fue a nuestra comunidad de Priego para
sustituir a hermanas en la vivienda tutelada que gobernábamos allí: dos
semanas más de servicio silencioso. Mientras cuidaba a esos ancianos,
necesitados de amor, la Hna. Clare reflexionaba sobre los votos perpetuos
que se acercaban y le pedía fuerza al Señor. Había recibido mucha luz el
año anterior a través de los escritos de santa Edith Stein. Y ahora había
empezado a leer un libro con sus escritos espirituales. En una carta a sus
hermanas carmelitas con ocasión de la fiesta de la Exaltación de la Santa
Cruz, día en que ellas renuevan sus votos, santa Edith Stein escribe sobre
los votos religiosos: «El Salvador hoy nos mira, nos sondea solemnemente
y nos pregunta a cada uno de nosotros: ¿Serás fiel al Crucificado?».
La Hna. Clare, después de leer esto y hacerse esta misma pregunta,
copió en su cuaderno todo el párrafo. «Considera cuidadosamente lo que
prometes. Hacer y renovar votos es un asunto terriblemente serio. Le haces
una promesa al Señor del cielo y de la tierra. Si no tomas de verdad en serio
tu deseo de cumplirla, caerás en poder del Dios vivo».
¿Era consciente de lo “terriblemente serio” que era hacer votos? ¿Y
estaba ella decidida de verdad a cumplirlos, para no caer en poder del Dios
vivo? La responsabilidad pesaba sobre ella. Antes de su conversión estaba
convencida de que la fidelidad de por vida era imposible. Ahora sabía que
era posible; ¡había leído las vidas de los santos! Pero ¿era posible para ella?
Mientras seguía adelante en la lectura, hubo un cambio en el tono de Edith
Stein y sus palabras se volvieron más compasivas y comprensivas.

«¿Estás alarmado por la inmensidad de lo que los santos votos


requieren de ti?

No tienes que alarmarte. Lo que has prometido está, ciertamente,


por encima de tu débil, humano poder. Pero no está por encima del
poder del Todopoderoso: este poder se hará tuyo si te confías a Él ».

Este paso a un tono más comprensivo no se basa en un sentido de


compasión ante la debilidad humana, sino más bien en la confianza en la
capacidad de Dios para dotar a los hombres de su poder. ¡Qué consuelo
debió de experimentar la Hna. Clare al leer estas líneas! ¡Su deseo más
profundo era amarle hasta su último aliento y luego por la eternidad!
Incluso si la fidelidad de por vida fuera imposible en todos los demás casos,
ella tenía que confiar en que Él la sostendría en sus fuertes manos; ella creía
firmemente que Él tenía el poder de otorgarle la fidelidad.
Reflexionó sobre el voto de obediencia y cómo nos ayuda, en vista de
nuestra ciega y débil voluntad humana[208]. Ella escribió esta oración al
Señor expresándole sus más profundos deseos, así como sus más profundos
miedos:

«Señor, este es mi deseo, el deseo más profundo de mi alma:


dejarme llevar por tu verdad y tu voluntad, y no por mis debilidades y
pasiones humanas.
Ten piedad y compasión de mí mientras hago mi voto de obediencia
perpetua a ti.
La idea me asusta, porque conozco mi propia fragilidad pero
confiando en tu fuerza y en el Espíritu Santo, “echaré las redes” »
[209].

Una tarde durante la Misa, mientras las hermanas daban gracias después
de la comunión, la Hna. Clare no dijo nada al Señor. Él se hizo muy
presente y ella experimentó que inclinaba el oído a sus palabras tranquilas,
como si deseara escucharla con gran amor y entusiasmo[210]. Lo que salió
de las profundidades de su alma fue un simple: «Te quiero, te amo.
Ayúdame». Ella escribe: «No sentí que tuviera que decir nada más, ya que
Él conoce todos los miedos, las luchas y todo lo que tengo dentro de
mí»[211]. Él conocía sus ansiedades, sus preocupaciones, sus luchas
interiores, pero también conocía sus anhelos más profundos. Ella le había
pedido no distraerse el día de sus votos perpetuos «con criaturas o cosas
externas»[212]. Él todavía tenía que purificar su amor.
Del 25 al 30 de agosto hizo los Ejercicios Espirituales en silencio. Era
la preparación final para sus votos y no sería fácil. El día antes de comenzar
escribe:

«Cualquier sentimiento piadoso que tenía hace una o dos semanas


ha desaparecido. Me distraigo en la oración y después de la
comunión. Sin embargo, todavía trato de practicar la caridad y las
virtudes»[213].

Y copió dos citas del libro del P. Walter Ciszek, “Caminando por valles
oscuros”, que seguía ayudándola en estos momentos:

«En el fondo de cada uno de nosotros se queda una pequeña duda,


un pequeño nudo de miedo al que nos negamos a hacer frente o
admitir incluso ante nosotros mismos, que te dice: “¿Y si no fuera
así?”. Tenemos miedo a abandonarnos totalmente en las manos de
Dios, por temor a que no nos coja cuando caigamos».

«Realmente, no es cuestión de confiar en Dios o no, porque


deseamos mucho confiar en Él; en realidad, es cuestión de nuestra
creencia última en su existencia y su providencia, y exige el acto más
puro de fe».
El primer día de Ejercicios fue relativamente tranquilo. Pero en el
segundo día comenzó a sentirse aturdida por los ataques del diablo: «¿Es
falso todo esto? ¿Son falsas todas las experiencias que he tenido? ¿Son
falsas mis oraciones y deseos? ¿De dónde vienen? ¿Son reales? Porque
casi siempre hago lo contrario de lo que escribo. ¿Soy falsa? ¿Es real lo
que experimento? Si todo esto es falso, ¿por qué no me voy»[214].
Se pregunta qué sentido tiene continuar si todo lo que ha
experimentado ha sido falso. ¿Le hablaba Dios realmente o era todo
producto de su imaginación? Su alma estaba inmersa en oscuridad y no
podía ver con claridad. Las experiencias del amor de Dios para con ella,
como la del primer Viernes Santo, le parecían increíblemente lejanas. Ella
veía una contradicción en sí misma: deseaba entregarse a Dios y, sin
embargo, casi nunca podía cumplir sus deseos al pie de la letra. ¿Era falsa
ella misma? ¿O era porque sus experiencias con Dios no habían sido reales?
Todas estas dudas la asaltaron durante estos días de silencio.
Me viene a la mente la imagen que usaba santa Teresita sobre el mar
tempestuoso. Las olas, en la superficie de su alma, se agitan y giran sin
descanso, pero en las profundidades más insondables, hay una certeza que
la Hna. Clare no puede negar ni tampoco llegar a comprender totalmente.
Aquellas verdades sencillas que había experimentado en junio y que tenían
que guiar su vida cuando el Señor la despojaba de todo consuelo externo,
permanecían todavía allí, a saber, que Dios es Dios y que Él es real; que su
providencia guiaba su vida; que tenía que aceptar su cruz viviendo la
pobreza, la castidad y la obediencia; y que el Señor le daría la fuerza para
hacer lo que Él le pidiera.
Santa Teresita misma había experimentado un mar así de tormentoso el
día anterior a sus votos que, curiosamente, también tuvieron lugar un 8 de
septiembre. La santa escribe: «La noche anterior surgió una tormenta en mi
alma como nunca antes había visto. Hasta entonces, no me había venido
ninguna duda sobre mi vocación y, obviamente, era necesario que yo
experimentara esta prueba. Por la noche, mi vocación me pareció como un
sueño, una quimera... La oscuridad era tan grande que solo podía ver y
comprender una cosa: que no tenía vocación. ¡Ah! ¿Cómo podría describir
la angustia de mi alma?»[215].
El Señor permitió que la Hna. Clare continuara en esta oscuridad
durante varios días. Ella sabía cuál era la respuesta: la confianza. Tenía que
fiarse, sabiendo que el silencio de Dios era para su bien. Jesús mismo había
guardado silencio en la cruz; un silencio que le gritaba a ella y a todos:
“¡Mira el amor!”. La Hna. Clare reflexiona y escribe:

«Unos judíos, después del holocausto de la II Guerra Mundial,


decían al Señor: “Nosotros seguiremos creyendo en Ti”… a pesar de
tu terrible silencio. Dios, esta humildad y perseverancia tiene que
conmover tu Corazón.

Mantenme fiel en tu silencio. Ayúdame a escuchar tu silencio.

¿Qué me dice tu silencio?

Silencio de Dios
Silencio que hiere
Silencio que escucha
Silencio que mira
Silencio que habla con acontecimientos
Silencio que grita en mis adentros:
“¡Mira el amor!”
Silencio del Señor
Silencio que me llama al silencio
Silencio creador
Silencio Redentor
Silencio que grita en mis adentros:
“¡Mira el amor!”»[216]
Al tercer día, después de una mañana de profunda confusión, la Virgen
vino a rescatarla. La Hna. Clare abrió el libro de santa Edith Stein y leyó
esta oración: «Como Madre de Dios, ella elige las almas que quiere llevar a
su Hijo amado y revestirlas con túnica de novia para su honor y gozo».
Lo vio como una señal clara de Nuestra Madre. Sintió, de repente, sin
ninguna duda, su presencia materna, abrazándola, dándole paz,
tranquilizándola, como lo hacen las madres cuando sus hijos lloran. «Mi
pequeña alma –sintió que la Virgen le decía–, estoy contigo siempre. No lo
dudes».
Los Ejercicios siguieron adelante y la purificación también. El Señor
quería mostrarle lo que realmente había en su corazón para que ella pudiera
volverse humildemente a Él y pedirle la curación. Copió esta frase de san
Agustín en su cuaderno: «Nos hieres para sanarnos y nos matas para que no
nos muramos lejos de ti»[217].
Después reflexiona:

«¿Cómo hiere el Señor? Mostrándome la verdad de quién soy yo y


la falta de amor que tengo. Sin embargo, esta luz también es curativa,
porque veo lo que tengo que hacer o cómo tengo que cambiar. El
Señor, cuando me muestra estas cosas (esta vez desde la cruz), me da
una gracia/consuelo para vivir las exigencias del amor»[218].

Examina su amor:

«Sé que el problema no es que no sé amar, solo tengo que escuchar


mi conciencia, mirar a la cruz y sé que amar es DARLO TODO,
TODO, DAR. No es que no sepa amar, sí sé. El problema es que elijo
no hacerlo. Elijo la soberbia por encima del amor. No puedo
simplemente amar en algunas cosas, tengo que amar TOTALMENTE,
en todas las cosas. Qué difícil es “tener los mismos sentimientos de
Cristo” [219], pero quiero hacerlo; sé que así es como amaré.

Señor, no te pido que me enseñes cómo amar, te pido que me


ayudes a amar.

Si amara y sirviera –ya que “el amor es servicio en acción”–


pensaría en los demás antes que en mí misma, siempre me pondría a
mí misma la última, siempre»[220].

Experimentaba que el Señor quería limpiarla de todas estas miserias


que no podía quitarse ella sola:

«Sentía que el Señor me decía: “¿Qué traes a la cruz?”. Y yo


respondía: “Mis miserias, mis pecados, mis idioteces soberanas, para
que me puedas limpiar”. Levanté mis manos con todas estas cosas
hacia Jesús en la Cruz. Él bajó una mano de la cruz y puso mi cabeza
en la herida de su costado. “Tener los sentimientos de Cristo” es lo
que pasaba por mi cabeza. Sentía que Él me limpiaba y me
alimentaba, como una madre alimenta a su bebé, con la sangre de su
costado herido. Desde arriba me miraba con una mirada tan seria de
amor y me decía: “Hija mía, sabes lo mucho que te amo. Clare, te
amo”. Lo decía con una gran intensidad y con un amor de
predilección»[221].

La Hna. Clare sabía que la paz volvería solo si mantenía su mirada en


Cristo Crucificado para aprender de Él cómo obedecer a la voluntad del
Padre.
¡Los Ejercicios llegaron a su fin y solo faltaba una semana para sus
votos! Una joven que estaba de visita en ese momento para discernir su
vocación le preguntó a la Hna. Clare después de los Ejercicios si tenía
ganas de hacer los votos perpetuos. Esperando que la Hna. Clare le
expresara una alegría desbordante, se sorprendió de la sobria pero sincera
respuesta. La Hna. Clare le dijo que no tenía grandes sentimientos de
emoción o entusiasmo, pero que sabía que esa era la voluntad de Dios y, por
lo tanto, quería hacerlos.
Su familia iba a llegar el 6 de septiembre a Madrid. Un grupo de
hermanas tenía que ir allí unos días antes, así que la Hna. Clare viajó con
ellas para aprovechar el viaje. Ella le había pedido al Señor la gracia de
visitar a las Carmelitas de La Aldehuela (Getafe, Madrid), que es un
convento fundado por santa Maravillas de Jesús en el año 1961, y Él
respondió de una manera muy providencial. Durante estos días en Madrid
tuvo la oportunidad de estar con las Carmelitas y de participar con ellas en
la oración de Hora Tercia y en la Misa.
Y fue aquí donde el Señor le dio la gracia definitiva que alejó de su
corazón de una vez por todas las oscuras nubes de incertidumbre:

«He recibido una gracia al oír a las Carmelitas rezar, al ver cómo
son verdaderos sacrificios agradables a Dios. He experimentado,
rezando ahí en su capilla, que todo esto es real, Dios existe y me llama
y yo le tengo que responder. Sus vidas escondidas en Dios me
asombran y pensar en cómo están tan enamoradas del Señor me hace
querer amarle y dar más»[222].
A la Hna. Clare le impactó especialmente una historia sobre las
Carmelitas que las hermanas le contaron. Santa Teresa de Jesús se había
dado cuenta de que el Domingo de Ramos, después de ser aclamado por la
multitud en Jerusalén, el Señor regresó a Betania para comer. Betania está a
unos 3 km de Jerusalén y, por lo tanto, santa Teresa interpretó que, a pesar
de haber sido recibido con ramos, canciones y alabanzas, nadie invitó a
Jesús a comer en Jerusalén ese domingo y tuvo que regresar a Betania, a la
casa de sus amigos. Por eso, las Carmelitas siempre invitan a Jesús a comer
el Domingo de Ramos. ¿Cómo lo hacen? Al comienzo de la comida, sirven
sus platos como todos los días. Luego, cada hermana, voluntariamente,
devuelve a la olla lo que quiere ofrecer a Jesús. ¡Obviamente, la olla se
llena de nuevo! De antemano, buscan una familia pobre y esa familia está
fuera esperando. Cuando todas han terminado, sacan la comida que no han
comido y se la dan a aquella familia. Así quedan llenas de alegría, porque
Jesús ha sido invitado a comer, en la persona de esos pobres, aquel
Domingo de Ramos.
El amor por el Señor que ellas tenían le impresionó y le ayudó a querer
amarlo y a dar más de ella misma. En muchos sentidos, la vida de las
Carmelitas era aún más radical y sacrificada que la de las Siervas. Quizás,
precisamente, por esta razón, su alegría era innegable, desbordante.
Al día siguiente, 5 de septiembre, copió el salmo 4 en su cuaderno
durante la oración, y escribió:

«Señor, tres días hasta mis votos perpetuos. Dame paz y serenidad.
Conquista mi corazón de nuevo y dame la firme convicción en la fe de
que mi vida es para Ti, que tengo que entregarme totalmente a Ti.

Por favor, estate conmigo en un modo muy íntimo ese día. ¡Y la


Virgen también! Derrama sobre mi familia muchas gracias, la gracia
de la fe, y protégelos»[223].

El P. Rafael y la M. Ana llegaron ese día junto con más hermanas, y


todos pudieron saludar a las Carmelitas en el locutorio, agradeciéndoles su
hospitalidad durante el año anterior. La Hna. Clare contó a las Carmelitas su
vocación, al tiempo que les pedía oraciones por sus votos perpetuos.
También hizo brevemente una representación de Carlitos con el P. Rafael,
haciendo reír a las Carmelitas.
Su familia llegó el 6 de septiembre y viajaron todos a Priego, Cuenca,
donde iba a hacer sus votos. En cuanto llegó su familia, estaba tan ocupada
que no tenía tiempo para sí misma, cosa que agradeció mucho.
Constantemente hacía de traductora para ellos, mostrándoles los alrededores
o simplemente haciéndoles reír. Y, en medio de todas las bromas, intentaba
decir cosas que pudieran ayudarles a acercarse a Dios. Su alegría era
palpable. Después de los días que pasaron con ella, no podían negar que era
feliz. Fue sorprendente para ellos, pero vieron que era así. Su madre todavía
tenía una preocupación en el fondo de su corazón: ¿Y si está actuando y
disimulando? Siempre había sido buena actriz... Y siempre había sido
independiente y decidida. La verdad es que no quería que su hija fuera feliz
lejos de ella; quería que volviera a casa con ellos. Sin embargo, en la
conversación relatada al comienzo del capítulo, hemos visto cuán firme y
con qué afecto respondió la Hna. Clare a su madre. No era cuestión de
terquedad. Aunque fue difícil de entender para su familia, la verdadera
razón de su perseverancia era la llamada del Señor. Después de la
purificación por la que acababa de pasar, se mostró más convencida que
nunca de que el Señor era quien la quería allí, quien la sostenía y le daba
fuerzas. Él había mostrado su amor por ella en la cruz cuando la llamó. Y
ella no pudo sino responder con amor hasta el sacrificio.
Antes de la ceremonia, la Hna. Clare tuvo la oportunidad de hablar con
nuestra superiora, la M. Ana, sobre todas las dudas y oscuridades que había
experimentado durante los Ejercicios y en las semanas anteriores. Cuando
la M. Ana sonrió y le dijo: «Tienes una vocación de Sierva como una
catedral», la Hna. Clare se llenó de alegría. Era una última confirmación de
labios de su superiora de que estaba en su sitio[224]. La madre también
añadió que –por todo lo que le contaba– iba “por buen camino”.
Al inicio, los votos de la Hna. Clare iban a celebrarse en la iglesia
parroquial de Priego, dedicada a san Nicolás de Bari. Sin embargo, hubo un
cambio de planes y la ceremonia acabó siendo en la iglesia del Monasterio
de S. Miguel de la Victoria. Esto fue una gracia para la Hna. Clare, puesto
que iba a poder decir su “sí” definitivo al Señor exactamente en el mismo
lugar donde Él le había mostrado su amor la primera vez: “Sí, te quiero a
ti”.
Algunas hermanas se metieron con ella, diciéndole que seguro que iba
a llorar durante la ceremonia. Ella se rio, pero les aseguró que no lloraría.
No era una persona que soliera llorar en público. Además, después de la
sequedad espiritual de las semanas anteriores, era totalmente impensable
que se emocionara. Sin embargo, «mientras leía el ritual y en cuanto
comenzó la ceremonia» ya estaba llorando. Como ella misma escribió más
tarde: «Sabía que lo que estaba a punto de hacer era muy grande y para
siempre. No tenía miedo, pero me sentía extremadamente pobre y pequeña
ante Dios»[225].
La ceremonia empezó. Su familia estaba sentada en los primeros
bancos de la iglesia y también asomaron a los ojos de algunos de ellos las
lágrimas. Después del evangelio, el P. Rafael, que presidía la Misa,
preguntó a la Hna. Clare: «Querida hermana, ¿qué pides a Dios y a su santa
Iglesia?». Y ella respondió: «Servir al Señor en las Siervas del Hogar de la
Madre, todos los días de mi vida».
La homilía del P. Rafael comenzó con una cita de la Escritura: «La
misericordia del Señor llena la tierra», y lo aplicó a la vida de la Hna. Clare.
Respondía exactamente a lo que ella estaba diciendo al Señor en su interior
en ese mismo momento, como explicó más tarde: «La única cosa que podía
pensar durante la ceremonia o que podía decir al Señor era: “Ten piedad de
mí”, porque Él me está llamando a una cosa muy grande y yo sé que por mí
misma no podría hacerlo. Y sé dónde he estado en mi vida, de dónde me ha
cogido el Señor y ha tenido muchísima misericordia conmigo. Muchísima.
Lo que estaba diciendo hoy el Padre en la homilía era clavado»[226].
El Padre siguió predicando y dijo que muchos pensaban que la vida de
la Hna. Clare era una desgracia. ¿Cómo podría una joven tan guapa como
ella, con tantos talentos para la música y la actuación, dejar todo y
entregarse a Dios? «¡Pero no! –gritó–. ¡No han entendido nada! ¡Es la
mayor gracia que hay! Una desgracia sería haberse entregado a Dios y
después volverse como el perro al vómito. ¡Eso sí que sería una inmensa
desgracia! Pero el que ha conocido el amor de Dios, el perdón y la
misericordia de Dios, ya no gusta de otras cosas que antes le entretenían y
le daban un contento, que nada más pasar, dejaba el alma amarga, triste y
sola. Sola, inmensamente sola»[227].
Después le dio el lema para sus votos perpetuos, como siempre hace
con cada grupo de hermanas. «El lema tuyo va a ser este: “SOLA CON EL
SOLO”. Ya no estarás sola, ¡nunca estarás sola! En ti se cumplirá también –
se va cumpliendo– la palabra de Jesús: “Y sabed que Yo estaré con vosotros
todos los días hasta la consumación de los siglos”. Su amor es eterno y su
amor es infinito, lo dice San Pablo: “Aunque nosotros seamos infieles, Él
permanece fiel”».
La Hna. Clare era la única hermana que quedaba del grupo que había
entrado al noviciado con ella. Sin embargo, este “Sola con el Solo” no era
solo porque hiciera sus votos sola. El P. Rafael se inspiró en aquel
encuentro que la Hna. Clare había tenido diez años antes, el Viernes Santo,
con Cristo Crucificado. Había sido un encuentro a solas con el Solo. Es la
soledad del encuentro entre el alma y Dios que todas las almas deben vivir.
El P. Rafael quería que ella siempre recordara que el centro de su corazón
tenía que permanecer en soledad para encontrarse con el Solo:

«Pero ¡entiéndelo bien, hermana!, solo Jesucristo tiene que estar


en ese centro, ¡nadie más!, ¡ninguna criatura! Harías un daño
irreparable a tu alma si pusieras a otro que no fuera Cristo. Él te ha
elegido para que seas toda, sola y siempre suya de esta forma, que es
la vida consagrada, que es participación ya del Cielo».

La noche antes de que santa Teresita de Lisieux entrase al noviciado, le


escribió una nota a una de sus hermanas en la que explicaba: «Jesús [...]
quiere que esté sola, sola con Él, para unirme más íntimamente»[228]. Así
como la aplicación más obvia del lema era que la Hna. Clare era la única
que quedaba de su generación, también en el caso de santa Teresita, la razón
más aparente de esta frase parece ser el hecho de que su propio padre iba a
estar ausente en la ceremonia que iba a tener lugar al día siguiente. Pero
santa Teresita eleva esto y ve en ello una llamada a la intimidad con Cristo,
que es exactamente a lo que el P. Rafael animó a la Hna. Clare en su
homilía. Santa Teresita, su santa protectora, ciertamente intercedía por ella,
ya que todos los fieles presentes en la ceremonia estaban a punto de
pedírselo a ella y a todos los santos, en los pocos minutos que restaban para
llegar al momento de la letanía de los santos.
Inmediatamente después de la homilía, como parte del ritual, la Hna.
Clare se quitó las sandalias como un signo de su nada y total pobreza ante
Dios. Ella respondió a una serie de preguntas, prometiendo luchar para
alcanzar la caridad perfecta y observar la castidad, la obediencia y la
pobreza, en imitación de Jesucristo y su Madre. Prometió gastar su vida
generosamente al servicio del Pueblo de Dios, especialmente de los
jóvenes. Este compromiso definitivo, que hizo en este día iba a permanecer
especialmente cerca de su corazón y la empujaría a entregarse, a pesar de
las dificultades exteriores e interiores.
La Hna. Clare se postró en el suelo mientras se cantaban las letanías de
los santos, pidiendo para ella su intercesión y la de los ángeles del Cielo.
Ella escribió: «Mientras me postraba en el suelo, solo podía decir: “Señor,
por favor, ten piedad de mí”».
Luego rezó de rodillas la fórmula de la profesión perpetua,
consagrándose totalmente al Señor hasta el final de su vida. Colocando su
mano sobre el libro sagrado pidió la ayuda de Dios y la de los santos
evangelios y se dirigió al altar para firmar de su puño y letra los votos que
acababa de pronunciar.
La Hna. Clare volvió a arrodillarse ante el altar y el P. Rafael extendió
sus manos sobre ella pronunciando la bendición solemne. La Hna. Clare
escribió después: «Lloré cuando el Padre rezó por mí, y el Padre se
emocionó también al ver la misericordia de Dios». Cuando el P. Rafael le
pidió al Señor que derramara su Espíritu Santo sobre ella, estaba tan
conmovido que tuvo que detenerse por un momento para contener la
emoción antes de poder continuar: «Mira, Señor, a esta hija tuya, a quien
has llamado según tu providencia, y derrama sobre ella el Espíritu Santo,
para que pueda cumplir fielmente con tu ayuda lo que hoy, llena de alegría,
ha prometido».
Seguidamente, le entregó la cruz que llevaría colgada sobre su pecho a
partir de ese momento. Había sido hecha por las hermanas, pintada a mano
por delante con la Eucaristía y las iniciales del Ave María, y con una
reliquia de los mártires Claretianos de Barbastro incrustada por detrás. La
reliquia era una señal de que iba a vivir su vida en clave martirial, lista para
dar testimonio de Cristo incluso con su sangre. A la Hna. Clare le había
conmovido la historia de estos mártires cuando siendo novicia, visitó su
convento y prisión, y también cuando se leyó su martirio durante los
Ejercicios Espirituales del año anterior. Ella escribió en ese momento:

«Está siendo una gracia muy grande para mí la lectura del


comedor sobre los mártires de Barbastro y la guerra civil. Se muere
como se vive. No se improvisa el amor para Cristo cuando llegue, el
momento de la entrega total, el dar la vida. Yo veo que tengo que amar
y morir mucho, con prisa, con urgencia… No tengo que mirar a nadie,
sino a Cristo y yo en Él. ¿Cómo puedo dar la vida si estoy todo el
santo día mirándome a mí misma? ¡Es todo o nada!

Durante el tiempo de siesta me fui encima de la colina detrás de


Barcenilla. El Señor me dijo, cuando ya estaba sentada arriba: “Tú
me importas, ¿sabes? A ver, ¿qué es lo que escribirías tú?” (…)
Durante la comida, en la lectura de comedor, hemos leído lo que cada
Padre y hermano dejó escrito antes de morir: “¡Viva Cristo Rey!”,
“¡Viva el Corazón de María!”, “¡Perdono a los que me matan!”,
“¡Viva la Congregación!”, “¡Viva la fe católica!”, etc. Yo dejaría
escrito: “Perdóname, Señor, por no haberte amado como debía y
como Tú mereces. Te doy las gracias por esta oportunidad que no
merezco para decirte “sí” y “te amo” “de una vez por todas” »[229].

Ahora llevaría constantemente una cruz con su reliquia en el pecho,


para recordarle en cada momento de su vida que debía repetir ese “sí”
definitivo, de una vez por todas, ese “Te amo” que había pronunciado el día
de sus votos perpetuos.
Todas las Siervas de votos perpetuos allí presentes se levantaron para
darle un abrazo fraterno, como signo de que ya formaba parte de modo
definitivo de la comunidad. Las lágrimas se volvieron cada vez más
efusivas a medida que las hermanas pasaban, una por una. Al mismo
tiempo, trató de sostener su velo con una mano para que no se le cayera. La
última hermana que le dio un abrazo fue la Hna. Grace, que se reía mucho
al ver a su pequeña hermana llorar tanto después de haber dicho que nunca
lloraría. Después del abrazo, la Hna. Grace le lanzó un pañuelo a la cara, lo
que hizo a la Hna. Clare reírse también[230].
El P. Rafael concluyó esta parte de la ceremonia con una solemne
declaración: «Ratifico que formas parte de la Comunidad de las Siervas del
Hogar de la Madre, para que desde ahora todo lo tengáis en común».
En el momento después de la comunión, la Hna. Clare estaba muy
recogida en oración. Permaneció de rodillas, cubriéndose la cara con la
mano para aprovechar ese momento íntimo de comunión con Cristo en el
“día de bodas”. Más tarde, las hermanas le darían a la Hna. Clare un dibujo
de ella en los brazos del Señor, que describió como un «dibujo que resume
mi relación con el Señor y cómo Él está con nosotros siempre... (es la foto
de nuestra boda), que apreciaré y me ayudará para el resto de mi vida»[231].
En lugar de una sola canción, la Misa concluyó con dos canciones
finales, ambas en honor de la Virgen. La primera fue “Madre, eres tú más
bella que el sol”, la canción con la que la Virgen le había confirmado su
nombre religioso durante el noviciado. La segunda fue el himno a Nuestra
Señora de Knock, patrona de Irlanda. Cuando esta última había terminado,
el P. Rafael se acercó a la Hna. Clare con dos rosas y le sugirió regalárselas
a los miembros de su familia, que estaban todos llorando. Ella rápidamente
se acercó a su familia y dio a sus dos hermanas las dos rosas rojas, haciendo
que interrumpieran sus lágrimas con una carcajada. Luego se acercó al
ramo de flores de delante del altar y sacó algunas de las margaritas,
dándoselas a sus padres y a los otros miembros de su familia presentes.
¡Hasta el conductor del autobús de la peregrinación de Irlanda recibió una
margarita! Todo el mundo se echó a reír cuando puso la margarita en la
oreja de su tío Danny.
Una vez fuera de la iglesia, todos la saludaron y la felicitaron. La
celebración continuó hasta la noche. Después de la cena, las hermanas le
cantamos canciones y organizamos un juego con su familia. La Hna. Clare
escribió después: «Estaba abrumada y humillada por el amor tan sincero
que recibí de las hermanas. Todo lo que me habían preparado ese día y la
celebración de después de los votos no podía haber sido más bonito ni más
lleno de amor. Las canciones que escribieron para mí, especialmente la
última, me conmovieron profundamente. El ver a todas las hermanas
cantarme me llevó a gritarles con un profundo amor y gratitud: “¡No os
merezco!”»[232].
Creo que merece la pena copiar aquí la canción que las hermanas le
escribimos; es un resumen de la llamada del Señor y las gracias que le había
dado durante su camino hacia Él. Incluso preparamos la traducción al
inglés, para que sus padres pudieran leerla mientras nosotras cantábamos en
español:
Recuerdas ahora aquel día
en que tu amiga no viajó
y tú te dijiste a ti misma: “¡Madre mía,
por lo menos, en España habrá sol!”.
En este mismo monasterio,
tus sueños nos contaste con humor.
Querías atraer los aplausos del mundo
y atrajiste la mirada del Señor.
De lejos fue llamada quien
yacía en la oscuridad.
Su corazón se consumía sin sentido
hasta que el Señor la rescató.
Una noche de vacío…
Desde lo alto te miraba el Señor.
Inclinado sobre tu miseria, su voz resonó:
“¿Hasta cuándo herirás mi Corazón?”.
Aun tratando de resistirte,
un camino falso te llevó
a un mundo de ensueño que lo prometía todo.
Y ese todo defraudó tu corazón.
Y al final voló. La luz venció
rompiendo todas las cadenas.
Su alma ardiente se arrojó
en el fuego de su Esposo
y la vida en sus manos entregó.
Hna. Clare, escucha bien
lo que te cantan tus hermanas:
Desde el Cielo la Virgen está sonriendo,
pues le gusta tanto su regalo.
Fue el Padre el que supo entender
que cierta era tu llamada.
Ahora, toda la comunidad de Siervas
se alegra de tenerte como hermana.

Y de hecho, tan pronto como las hermanas terminamos de cantar, la


Hna. Clare gritó: «¡No os merezco!». Ella escribe: «Me siento tan
endeudada e indigna de todo esto. ¡Jesús, Mamá, ayudadme a responder a
esta llamada!»[233].
Veremos en los capítulos siguientes cómo Jesús y María continuaron
ayudándola para poder responder a esta llamada. Ella vivió los votos que
profesó ese día con tanta generosidad que nos sentimos indignas de tenerla
por hermana. Somos nosotras quienes ahora le gritamos llenas de gratitud:
“¡No te merecemos!”.
Un cheque en blanco para Dios
Capítulo 17

Por la mañana temprano, el 6 de octubre de 2010, la Hna. Clare y la


Hna. Ruth María estaban metiendo sus maletas en el coche. Su vuelo de
Madrid a Miami iba a salir en unas horas y otras dos hermanas iban a
llevarlas al aeropuerto. Mientras estaban hablando y riendo, de repente, la
cara de la Hna. Clare cambió y exclamó:
–¿Sabes qué? Sé que no voy a ir a Estados Unidos.
–¿Qué? –preguntó la Hna. Ruth María incrédula–. ¡Pero si estamos
a punto de salir hacia el aeropuerto! ¡Pues claro que vamos!
–No sé –respondió ella con calma–, es que presiento que no voy a ir.
No sabiendo qué contestar a eso, la Hna. Ruth María sonrió y añadió
un simple comentario:
–Bueno, ya veremos qué nos tiene preparado el Señor.
Y se subieron al coche.

A finales del mes de agosto, las hermanas recibieron sus destinos para
el siguiente curso. La Hna. Clare iba a volver a Jacksonville, donde había
estado sirviendo al Señor durante los últimos cuatro años. Sin embargo,
después de sus votos pasó un mes en Zurita. Hubo cambios en varias
comunidades y pasaba el tiempo. La Hna. Clare no sabía con seguridad
cuándo volvería a Estados Unidos y lo que el Señor querría de ella ese año.
En esas semanas pudo conocer mejor a su santa protectora, santa
Teresa de Lisieux, gracias a una buena biografía[234] que tuvo ocasión de
leer. De hecho, un día nos hizo reír a todas anunciándonos en la comida
que, por fin, había descubierto algo que tenía en común con santa Teresita,
y esto era que ella imitaba a los sacerdotes que predicaban a su comunidad.
La carcajada general fue inmediata.
Pero –bromas aparte– también reflexionó sobre su vida espiritual y
cómo podía aprender de santa Teresita. Una muestra de ello es esta cita que
copió en su cuaderno: «El amor se alimenta de sacrificios. Cuanto más se
niega el alma las satisfacciones naturales, tanto más desinteresado se vuelve
su cariño» [235].
Empezó a pedir al Señor y a la Virgen que no la volvieran a enviar a
Jacksonville (Florida, EEUU). Quería ofrecer ese sacrificio como renuncia
a una “satisfacción natural”, para que su corazón fuera verdaderamente
indiviso para el Señor. Confiaba en que Él la guiaría a través de la
obediencia, aceptando o rehusando su sacrificio. No era por falta de amor
hacia todos los niños y demás personas que había conocido en Jacksonville,
a los cuales amaba. Al contrario, era por la grandeza de su amor por lo que
quería ofrecer ese sacrificio. Sabía que el Señor lo aprovecharía para
producir abundante fruto por vías imperceptibles y desconocidas, si era su
voluntad aceptarlo.
Enseguida supo que, efectivamente, volvería a Estados Unidos. Un día
antes de volar, en la capilla de las hermanas de Móstoles (Madrid), escribió:

«Solo quiero, en este día de acción de gracias –5 de octubre–


decirte con fe: “Gracias”, porque todo lo haces bien, Señor. Dame tu
fuerza, tu paz, a tu Madre, para que pueda hacer con fidelidad lo que
esperas de mí este año»[236].

Sin embargo, tenía la intuición interior de que todavía era posible que
el Señor aceptara su sacrificio. A la mañana siguiente, dos hermanas de la
comunidad de Móstoles la llevaron junto con la Hna. Ruth María al
aeropuerto. Antes de volver a casa, verificaron que el vuelo seguía en pie y
que estaba todo en orden. Y lo estaba. Por tanto, se despidieron de ellas y
las dejaron en el mostrador de facturación. La señorita del control revisó el
pasaporte de la Hna. Clare y vio que no tenía el tipo de visado adecuado
para poder volar a Estados Unidos. Su primer visado era válido hasta 2012,
pero el hecho de que hubiera dejado Estados Unidos en un momento
específico del proceso de inmigración había cambiado las cosas. Cuando
llamó a la M. Ana para comunicarle lo que había pasado, la Madre pensó
que le estaba gastando una broma –cosa habitual en ella–. Pero la Hna.
Clare insistió: “¡No, de verdad! ¡No me dejan volar!”.
Al día siguiente escribió:
«La Hna. Ruth María y yo fuimos a coger el avión a Jax. ¿Y qué
pasó? ¡No me dejaban volar! No puedo entrar en los Estados Unidos
porque no tengo el visado adecuado.

¿Qué quieren decirme el Señor y la Virgen con eso? Que siempre


me escuchan» [237].

Entonces, ¿dónde quería el Señor que le sirviera? La semana siguiente


escribió que era Sierva para ir “adonde la Madre me necesite en su Hogar.
(…) He venido aquí por el Señor y para darle gloria donde Él vea
oportuno”[238]. Intentó mantener el corazón abierto, dando a Jesús y a su
Madre total libertad para enviarla adonde ellos quisieran. Su experiencia
con el viaje fallido a Estados Unidos le mostró que Dios podía poner todo
patas arriba cuando Él quisiera. Entonces, empezó a rezar cada día: “Señor,
descolócame”. Decidió dar al Señor un cheque en blanco y firmarlo con su
nombre, para que pudiera pedirle lo que quisiera. Esta oración se convirtió
para ella en una constante, incluso en las cosas pequeñas de cada día:
“Señor, descolócame”. A lo largo del año siguiente, ofrecería al Señor su
cheque en blanco todas y cada una de las mañanas.
El 1 de noviembre de 2010 se iba a fundar una nueva comunidad en
Valencia (España). Ese verano, el P. Rafael había sentido que el Señor
quería que abriésemos una casa allí y las cosas se habían movido muy
deprisa. El obispo había dado permiso y en septiembre ya teníamos
vivienda para las hermanas. La Hna. Clare iba a formar parte de esta
comunidad, gracias al repentino cambio de planes del Señor en su vida. Las
cuatro Siervas que iban a Valencia trabajarían como asistentes de los
capellanes en dos hospitales de la ciudad. Tras su llegada, empezó a abrirse
la oportunidad de realizar otros apostolados en colegios y parroquias[239].
El mismo día de la fundación la Hna. Clare escribió: «Empezamos la
fundación en Torrent, Valencia. Tengo mucha alegría y quiero hacer un
esfuerzo grande de ser todo para todos»[240].
El primer día de trabajo en el Hospital Clínico Universitario de
Valencia estuvo lleno de aventuras. La Hna. Kelai Reno acompañó a la Hna.
Clare, que llevó la Eucaristía a los pacientes que habían solicitado recibir al
Señor. Le llevaba en la píxide, debajo de su escapulario blanco, cerca de su
corazón. Ese primer día se perdieron varias veces, acabando incluso en la
zona de urgencias. Pero en todos los lugares donde iban a parar, la gente era
muy amable y a muchos les hacía gracia encontrarse con dos monjas
perdidas por el hospital.
En un momento dado, mientras caminaban por el pasillo intentando
adivinar dónde se encontraban, una mujer joven salió de una habitación con
los ojos llenos de lágrimas y corrió hacia ellas: “¡Mi padre acaba de morir!
¿Podéis venir, por favor?”. Las hermanas aceptaron inmediatamente y la
mujer les explicó que acababa de pedir al Señor que enviase a alguien a
ayudarla y que se había encontrado con las hermanas justo al salir de la
habitación. No se refería a la asistencia médica –ya había enfermeras en la
habitación–, sino a la atención espiritual. Estaba sola, sin la presencia de
ningún otro miembro de la familia.
La Hna. Clare le dijo: “Has venido buscando ayuda. Tú pensabas que
nosotras éramos las que te íbamos a ayudar, pero es el Señor mismo quien
ha venido a consolarte y a estar con tu padre”. Y sacó la píxide de debajo de
su escapulario. La mujer empezó a llorar de nuevo cuando se dio cuenta de
que la Hna. Clare llevaba al Santísimo. Entonces las tres se arrodillaron al
lado de la cama de su padre y la Hna. Clare empezó a rezar por su alma.
Después de guardar nuevamente el Santísimo debajo de su escapulario,
preguntó a la mujer si creía en Dios. Esta respondió que, hasta ese momento
no creía, pero que estaba impresionada por la providencia de Dios en su
vida a través de este suceso, justo en el momento de la muerte de su padre.
La misma Hna. Clare estaba muy tocada por este hecho. Dios había
conducido sus pasos perdidos hacia ese preciso punto y en ese preciso
instante, para llevar al Señor a esta mujer y rezar por su padre. Él siempre
va en nuestra búsqueda y viene a encontrarnos cuando le necesitamos,
dondequiera que estemos.
La Hna. Clare quería estar disponible para todo lo que Él necesitase en
cualquier momento. Cada vez que su superiora le pedía hacer algo, su
respuesta era inmediata: “¡Pues claro!”, seguido de una sonrisa. Y esta
respuesta era invariable, incluso cuando la superiora sabía que iba a pedir a
la Hna. Clare algo difícil para ella. ¿Cómo podía no responder de este modo
si había firmado un cheque en blanco para el Señor esa mañana? En
Valencia había mil cosas que podían surgir a lo largo del día. La casa de las
hermanas había sido un enorme convento de monjas dominicas, ¡demasiado
grande para una comunidad de solo cuatro hermanas! Tenían la posibilidad
de usarlo para retiros de laicos varias veces al año. Las hermanas tenían que
limpiar la casa y preparar las cosas antes y después de cada retiro. El
extenso jardín también requería mantenimiento. Tareas manuales como el
trabajo en el jardín no eran su “especialidad” a nivel natural, pero se
dedicaba a ellas toda entera, como hacía con cualquier otra tarea.
Un día, mientras salía a tirar la basura, el Espíritu Santo le puso en la
mente la oración del prefacio de la celebración eucarística: “En verdad es
justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en
todo lugar”. Entendió que debía darle gracias, ¡incluso mientras iba a tirar
la basura! Escribió algunos meses después: “Es una frase lapidaria y una
verdad (…) que me ayuda a dar gracias a Dios en vez de fastidiarme,
sabiendo que, como hija suya, es mi deber darle gracias siempre y que va en
ello mi salvación”[241]. El recuerdo de esta frase le daba fortaleza para dar
gracias en los momentos difíciles en vez de quejarse.
En los primeros meses, las hermanas se turnaban en sus visitas al
Hospital Clínico Universitario de Valencia. A partir del 5 de enero,
empezaron a visitar también el Hospital Militar de Mislata, a las afueras de
Valencia, que acababa de abrir un departamento para atender a pacientes
con enfermedades crónicas. A la Hna. Clare se le asignó ese hospital. A
finales de enero, escribió un correo al P. Rafael sobre su trabajo allí:

“Le escribo para contarle qué estoy haciendo por estas tierras de
Valencia. Ahora yo estoy en el Hospital Militar. Es un hospital para
enfermos crónicos. Allí hay gente que ha intentado suicidarse, gente
con cáncer terminal, sida terminal, esquizofrénicos, gente que no
puede moverse. Hay mucho sufrimiento, y allí nos han llevado el Señor
y la Virgen.

Desde hace cuatro años no ha habido ninguna presencia de curas


ni monjas allí. Tienen una capilla, pero está cerrada (estamos rezando
para que la abran pronto). En este hospital, como es de larga estancia,
hay gente que lleva allí 6, 7 meses y mucha gente que está sola; no
tienen a nadie. Gracias a Dios, tenemos la libertad de poder entrar en
todas las habitaciones (solo hay 36) y hablar con todos. Los jefes del
hospital nos han abierto las puertas de par en par. Todavía no
podemos llevar la comunión a los enfermos, pero estar con ellos, rezar,
escucharles, hacerles sonreír, para ellos significa mucho” [242].
Al principio del año había pedido al Señor la gracia de ser “todo para
todos”, como san Pablo[243]. Y en el hospital tuvo la oportunidad de ponerlo
en práctica, amando a todas y cada una de las personas sin excepción.
Durante los cargos y tareas de la casa, siempre hacía las cosas rápidamente
y a conciencia, como para pasar a otra cosa lo antes posible. Sin embargo,
cuando estaba con los pacientes, nunca tenía prisa. Sabía que el Señor
quería que estuviese con esa persona en ese momento y ser “toda” para
ellos, con alegría. Lo que hablaba con ellos era muy variado: podía ir desde
cómo cultivar tomates a cómo cocinar cierto plato. Las conversaciones con
los pacientes no siempre eran de su interés personal, pero incesantemente
trataba de establecer una relación con ellos. El Señor le había confiado esas
almas para que las ayudase a ir al Cielo.
La Hna. Clare siempre había querido tocar la guitarra. Cuando era
pequeña, uno de sus tíos le había regalado una y empezó a aprender a
tocarla. Sin embargo, no era muy perseverante en practicar y nunca fue más
allá del rasgueo de los acordes básicos. Siendo candidata, se decidió a
aprender de nuevo. En Jacksonville asistía a las clases de música con los
alumnos de la escuela del Colegio de la Asunción y practicaba. En Valencia
empezó a dedicar tiempos libres para practicar: cinco minutos por aquí,
quince minutos por allá… Ninguna de las demás hermanas de esa
comunidad tocaba la guitarra, así que había una necesidad real. Pronto
empezó a llevar la guitarra al hospital. Ella y otra hermana pasaban por los
pasillos y habitaciones, invitando a los pacientes a venir al vestíbulo a
cantar: «¿Por qué no vienes un “poquet”?» [244]. No sabía valenciano, pero
le encantaba lanzar alguna palabra para mostrarles su cercanía y su interés
en aprender su lengua. Les hacía reír con su uso arbitrario –y con frecuencia
incorrecto– de las palabras en valenciano.
Cuando estaban todos reunidos solía tocar las canciones que había
practicado, también les pedía cantar canciones que ellos supieran o incluso
que las tocasen, si sabían tocar la guitarra. Virginia Pérez, trabajadora social
del hospital, recuerda que un paciente que “estaba siempre de mal humor,
que siempre reñía a las enfermeras, que estaba siempre refunfuñando,
estaba tocando la guitarra”. Dado que el Hospital Militar era más bien
pequeño y los pacientes permanecían un largo periodo de tiempo, era la
situación perfecta para crear un ambiente de familia entre los enfermos.
Desde el principio, la Hna. Clare quiso encontrar el modo de obtener el
permiso para abrir la capilla del hospital. ¡Era tan importante para los
pacientes tener Misa! Al cabo de un mes lo consiguió y se celebraba la
Misa una vez a la semana. Si había pacientes que no tenían ningún familiar
que les pudiera llevar a Misa, ella y la otra hermana se daban una vuelta e
iban recogiéndolos y llevándolos a la capilla en silla de ruedas o, incluso, en
la cama de ruedas, si el personal del hospital no les había puesto en la silla
de ruedas.
De los pacientes que conoció la Hna. Clare hay dos cuya historia se ha
quedado especialmente grabada en la memoria de las hermanas. El primero
es Paco, un hombre que estaba en la fase terminal de sida. Tenía cerca de 40
años de edad, era taciturno y muy testarudo. Cuando se decidía a decir algo,
casi siempre era un “no”. En las primeras visitas de la Hna. Clare ella era la
única que hablaba, pero lo hacía como si le conociera de toda la vida. En
sus monólogos, le contaba historias para intentar arrancarle una sonrisa. Las
que más le tocaban y le hacían abrirse eran las historias sobre la familia de
la Hna. Clare. Escribía ella al P. Rafael:

«El otro día pregunté al hombre joven que se está muriendo de


sida qué es lo que está aprendiendo con las visitas de las monjas, y él
ha dicho: “A reír”. Le he preguntado que cuándo fue la última vez que
había reído, y dijo que hace muchos años» [245].

Sin embargo, no se limitaba solo a contar historias divertidas. También


le daba muestras exteriores de cariño. Estaba consumido por esta
enfermedad que había contraído por el uso de drogas y su cuerpo estaba
deformado. No podía caminar, ni sentarse, ni moverse por sí mismo.
Apenas podía usar sus manos. Con frecuencia, ella le ofrecía un vaso de
agua –pues no podía coger el vaso y beber por sí mismo– o ponerle un
caramelo en la boca, sin mostrar preocupación por entrar en contacto con él.
Por desgracia, había gente que le trataba como si pudiera contraer el sida
solo con acercarse. Luego, entre risa y risa, preguntas como esta empezaron
a tocar su corazón, aunque al principio no daba muestras de ello: “Paco, ¿tú
crees en Dios?”. “¿Tú sabes cuánto te quiere Dios?”. “¿Tú sabes que si
estamos nosotras aquí es porque Él responde a tus peticiones y quiere
ayudarte?”. La Hna. Clare expresa su alegría en este correo que escribe al P.
Rafael dos semanas después del ya mencionado arriba:
«Después de 24 años, el hombre se confesó con el P. N., recibió la
unción de enfermos y el Padre le impuso el escapulario. Luego,
cuando nosotras fuimos a verle, estaba radiante, cambiado, y dijo que
quería comulgar. Ahora le llevamos la comunión todos los días y la
recibe con mucha devoción. (…) Padre, este hombre, Francisco
(Paco), no habla con nadie, solo con nosotras. (…) Hasta hace dos
semanas era un hombre sin esperanza, sin fe, sin alegría, sin Dios, y
ahora parece otro.

Desde que vamos a visitarle, al final de la visita yo a veces le


preguntaba: “Paco, ¿qué te traemos?”. Y al principio decía: “la
guitarra”. Una semana después le repetí la misma pregunta y me dijo:
“la libertad” (quería salir del hospital, pero está totalmente
deformado por el sida). Después de confesarse, le digo: “Paco, ¿qué
te traemos?”. Se nos quedó mirando y dijo: “vuestra presencia y la
comunión”. Así que allí vamos a verle todos los días, le llevamos la
comunión, rezamos con él, leemos algo de la Biblia, le contamos cosas
del Hogar, de las conversiones de los Siervos y las Siervas. Él escucha
mucho y, de vez en cuando, dice cosas él también.

Rece mucho por él, Padre. Se siente muy humillado con esta
enfermedad e incluso hay [gente] que le trata como si fuera un
leproso, y él se da cuenta. Ojalá, si Dios quiere, un día usted le pueda
ver y hablar con él. Solo quería contarle eso para que vea la
misericordia infinita de Dios y la belleza de un alma que acepta esta
misericordia» [246].

El segundo paciente, un hombre llamado Rafael, era un caso grave de


esquizofrenia. La Hna. Clare se hizo amiga suya rápidamente. En sus visitas
con otra hermana, él empezaba a contarles historias fantásticas que eran
exageradas o totalmente inventadas. Después de escuchar pacientemente
durante un rato, la Hna. Clare solía interrumpir: “¡Ay, fantasma!”. Él
suspendía el relato y se quedaba mirándola fijamente unos segundos.
Luego, una sonrisa asomaba a su cara y empezaba a reír. Otras veces
componía canciones y poesías sobre la Hna. Clare, como si ella fuera un ser
celestial o la Virgen María. En medio de su relación simpatiquísima, ella era
capaz de guiar la brumosa mente de Rafael, señalándole la verdad y la
realidad de un modo en que él lo entendiese y aceptase. Le ayudaba –en
tanto en cuanto se lo permitía su capacidad mental– a llegar a la aceptación
de Dios. Empezó a recibir la Eucaristía con gran devoción[247].
El trabajo en el hospital era muy intenso: cinco horas al día –de lunes a
viernes– estaba en contacto con este mundo del sufrimiento. Cada paciente
era distinto y tenía su propia historia y sus problemas. Con frecuencia
ayudaba a los moribundos en su lecho de muerte, rezando por ellos y
dándoles las últimas palabras de aliento. Había deseado ayudar a los
enfermos y ancianos desde que era niña, cuando había visto a un señor
mayor cruzar la calle con dificultad. Sin embargo, siempre estaba la
tentación de ser absorbida por todo esto. De hecho, hacia el final de febrero,
escribió: «Señor, durante este mes he estado muy distraída, despistada por
un torbellino de pensamientos, de personas… enfermos».
Por aquel tiempo, una de las hermanas de la comunidad soñó con una
especie de laguna que estaba dentro de una cueva grande. Dentro de la
laguna había muchas personas que tendían sus manos en petición de ayuda.
Ella estuvo a punto de alargar su mano para ayudarles, pero se dio cuenta de
que si lo hacía, la arrastrarían también a ella al agua. Entendió que tenía que
encontrar el modo de ayudarles sin permitir ser apresada por sus problemas.
A la Hna. Clare le impactó mucho ese sueño y lo recordaba con frecuencia.
Comprendió que tenía que ayudar a los pacientes del hospital, llevándoles
consuelo y alegría, pero que no podía dejarse apresar por sus necesidades.
Sabía que debía permanecer en su sitio, como religiosa, totalmente dedicada
a Dios, mientras atendía a los enfermos.
Esta no fue su única prueba durante aquel año en Valencia. Tuvo varias
tentaciones contra la fidelidad a su vocación, además de momentos de
inquietud interior y sufrimiento, causados por su propia miseria y falta de
amor. En esos momentos, se volvía hacia el Señor suplicándole que tuviera
misericordia de ella y que diera luz a su alma oscurecida: «Señor, Tú sabes
que una de las cosas que más me hace sufrir interiormente es mi pobre
corazón despistado, mal centrado, mirando a las criaturas. Quita la paz del
alma, es una espina, una molestia que deja un poso amargo en el alma.
Estoy cansada de estar mirando a las criaturas. Estoy harta. ¡Qué engaño y
decepción! ¿Cuándo voy a aprender?» [248]. Esta cita, del libro “Por las
sendas de la caridad”, le dio claridad: “Es sabido que en este camino,
cuanto más alta es la meta que el alma se propone alcanzar, más se esfuerza
el demonio en hacerle desistir de su empeño”. Y entendió que estos
sufrimientos, causados por su falta de amor, eran una purificación para
limpiar su alma y prepararla para el encuentro definitivo con Dios:

«En el purgatorio el alma sufre. Al purificarme, mortificarme en


este tema, es normal que tenga guerra dentro, es normal que duela y
sufra. No llego a lo que mi corazón desea (solo Dios), no llego a la
meta si no trabajo luchando contra mis inclinaciones egoístas y
desordenadas.

Señor, Madre, ¡no dejéis que el demonio venza sobre mí! ¡Vosotros
me habéis elegido! ¡Sostenedme!»[249].

Al final de un día muy difícil escribió:

«He ido a la capilla y me he postrado en el suelo delante del


sagrario, como símbolo de mi miseria y el barro que soy. Pedí perdón
al Señor y le dije: “Señor, si Tú no amas en mí, yo no puedo hacer
esto”. Él me dio las gracias por venir a decirle esto; “Pero no, Señor,
¡GRACIAS A TI por aguantarme!”»[250].

Sufría, porque veía qué poco amaba al Señor y Él le permitía ver sus
defectos, para que permaneciera humilde y luchara contra ellos. Sin
embargo, sabemos por los testimonios de las hermanas que vivieron con
ella durante aquel año, que en su vida se veían verdaderos cambios. La
gracia del Señor realmente la estaba transformando. La Hna. Isabel Cuesta,
su superiora aquel año, la describe como totalmente “pegada al Señor”.
Siempre iba a Él y le contaba todo lo que pasaba en su alma. Cuando metía
la pata en algo, le decía: «Señor, me avergüenzo de mi manera de tratarte»
[251]. Él era su Esposo y quería tratarlo con amor. Sabía que cada acción
suya y su disposición durante el día, o fomentaba esa relación o hería su
corazón:
«Mi querido Señor, Dios mío, perdona todas las idioteces soberanas
que digo. Siento con todo mi corazón haberte herido. Me encantaría
decirte: ¡Voy a cambiar! Pero sé lo que soy y no puedo hacerlo sin ti.
“Puedes tomar mi corazón si no te molestan las cosas rotas”.
Perdóname, Señor, Tú eres Dios. Yo soy nada. Aquí estoy… ¡a tus
plantas! »[252].
Asimismo, estaba abierta a aprender las lecciones que el Señor quisiera
enseñarle a través de los enfermos del hospital y de la gente con la que
trataba. Una vez hizo una visita a la habitación de un hombre joven que
había tenido un grave accidente. Tendría que estar postrado en cama de por
vida y no iba a poder recuperar el habla. Sería como un niño pequeño en el
cuerpo de un hombre para el resto de su vida. Estaba casado y tenía dos
hijos pequeños. A la Hna. Clare le impresionaron particularmente la
fidelidad y la dedicación de su esposa. Esta mujer contó a las hermanas:
«Cuando nos casamos, prometí que le amaría y cuidaría de él en la salud y
en la enfermedad, hasta que la muerte nos separase». La Hna. Clare admiró
la fidelidad y generosidad de esta mujer y la ternura y amor con que trataba
a su marido. Tiempo después, la Hna. Clare reflexionaba sobre cuál era el
ideal de su vida. Llegó a esta conclusión: «El mío es tener un corazón libre
para el Señor y amarle mucho. Pienso que si tuviera un marido haría todo
para hacerle feliz. Lo mismo tengo que hacer con Jesús, tener detalles de
esposa –sonreírle, hacerle sonreír, escucharle, preguntarle cómo está,
mirarle con amor, decirle mucho que le amo, que lo que Él quiera...»[253].
Sus hermanas de comunidad percibieron una profundización del amor
de la Hna. Clare hacia el Señor. Siempre había tenido el don de hacer reír a
la gente. Pero ahora, las hermanas veían que ya no lo usaba para atraer la
atención hacia sí o, simplemente, para divertirse. La motivación que estaba
detrás de sus bromas y risas se había convertido ahora en caridad. La Hna.
Isabel, al comparar el tiempo pasado con la Hna. Clare en 2008 en
Jacksonville con su experiencia ese año en Valencia, observa: «En
Jacksonville todavía tenía esa manera de ser de buscar siempre la broma, en
realidad, de buscar la diversión casi como un “añadido”. De alguna manera,
se le perdía algo de vida interior en echarle sal a la vida. En Valencia era
como si no buscara ese “plus”; su interés parece que había cambiado de
foco, me parece que estaba absorbida por otra actividad más interior. No le
interesaba el “añadido”».
Su amor a Él, aun con todo lo pobre que ella pensase que fuera, era
genuino. Le impulsaba a amar a los demás y, a su vez, su testimonio
incentivaba a los demás a amar a Dios. El P. Luis Torregrosa, capellán del
Hospital Clínico Universitario por aquel entonces, hizo una buena
descripción de ella y de su tiempo en Valencia cuando dijo: «Era una
religiosa totalmente enamorada del Señor, y lo contagiaba, con toda
sencillez y naturalidad». Ella suplicaba una y otra vez a Dios que le diera la
gracia de tener un corazón indiviso para Él, un amor “más fuerte y
desinteresado” hacia Él. Realmente, el Señor la estaba llenando de su amor,
aunque poco a poco. ¡Ella era la única que no llegaba a darse cuenta!
La Virgen vive entre nosotras
Capítulo 18

Era por la tarde y había tiempo de estudio en el Colegio María


Inmaculada de Belmonte (Cuenca, España). Como de costumbre, las chicas
mayores estaban un tanto distraídas durante el estudio, pero, al menos,
algo estaban consiguiendo hacer.
Unos días antes, la Hna. Clare había comentado a una de las
hermanas: “Creo que en esta casa falta un poco de alegría”. Las hermanas
acababan de llamar la atención a las chicas por haber dejado sus
habitaciones y el pasillo hechos un desastre. Desde entonces, las chicas se
habían esforzado, y sus habitaciones estaban mucho más ordenadas… Pero
la Hna. Clare sintió que el Señor quería que ella ayudara a levantar el
ánimo y mejorar el ambiente.
–Tengo un plan –declaró la Hna. Clare riendo para sus adentros al
imaginar el resultado de su proyecto–. ¡Seguro que las chicas se van a
reír!
Explicó todo a las hermanas al tiempo que se dirigía a su primer
escondite. Mientras las chicas seguían estudiando, la Hna. Ana entró en la
habitación, interrumpió el estudio y reclamó la atención de las presentes
con un tinte teatral.
–¡No me lo puedo creer! Otra vez están vuestros armarios
completamente desordenados. ¿Cuántas veces hay que decir las cosas?
¿Cuándo vais a aprender a ser limpias y ordenadas? Ahora mismo os voy a
llevar, una a una, a vuestra habitación, y vamos a ver si entendéis lo que
quiero decir.
Las chicas no se lo podían creer. ¡Se habían esforzado tanto en
limpiar y ordenar sus habitaciones...! La Hna. Ana se acercó a una de las
chicas que, de mala gana, se puso de pie y la siguió hasta la habitación.
Al entrar, la Hna. Ana continuó: “Estoy muy decepcionada. Echa un
vistazo a tu armario y dime si se puede llamar ‘orden’ a eso”.
Cuando la chica abrió la puerta del armario, la Hna. Clare –que
estaba escondida dentro con una cámara para grabar su reacción– saltó
fuera, gastándole una broma a la chica, que no pudo más que echarse a
reír.
Unos días después, montó un vídeo con todas las reacciones, titulado:
“The Risa Experience”.

El verano de 2011 había sido muy ajetreado para la Hna. Clare. En


mayo tuvo la gracia de viajar a Roma para la beatificación del papa Juan
Pablo II. En junio hizo Ejercicios Espirituales en silencio y en agosto
participó en la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid, con el papa
Benedicto. A finales de agosto y principios de septiembre, pasó diez días en
nuestra casa de Alcalá de Guadaíra, Sevilla, para sustituir a las hermanas y
que estas pudieran ir a hacer los Ejercicios.
Vio todas estas experiencias como un don de Dios y le dio gracias por
ello. Ante todo, recibió una gracia durante los Ejercicios Espirituales que
marcaría su modo de vivir el curso siguiente. Ella misma lo explica en un
correo que escribe al P. Rafael:

«En unos Ejercicios que hice en Barcenilla el Señor me dio la


gracia de estar muy recogida interiormente y me dejó descansar en su
Corazón. Experimenté tanta paz, gozo y amor que le decía al Señor
que tenía ganas de gritar: “Te amo”, a lo que el Señor me respondió:
“Grítamelo con tu vida”.

Cuando el Señor me da la gracia de estar dentro de Él o


experimentar el abrazo de Dios Padre o la mirada de la Virgen, estas
gracias me hacen anhelar estar con ellos. Cuando estamos las Siervas
juntas con usted, o celebramos una fiesta, o tengo que hacer algo que
me gusta, aunque todas estas cosas son agradables, la alegría o la
felicidad que dan no son nada en comparación del gozo profundo que
Dios da fuertemente al alma. Eso me ayuda a pensar que “Todo
pasa... Solo Dios basta”.
O como decía el P. Segundo Llorente: “Los únicos consuelos que
llenan el alma de verdad y nunca perecen son los divinos, nunca los
puramente humanos”. Ciertamente, los mejores momentos de mi vida
han sido con el Señor.
Así que nada: “Grítamelo con tu vida”. Estas palabras me vienen
a la cabeza a veces cuando estoy haciendo algo con las hermanas, en
una sobremesa, cuando tengo que hacer algo que no me gusta, cuando
hace frío, cuando estoy cansada...»[254].

En septiembre, recibió el destino para el nuevo curso: Belmonte


(Cuenca), donde había pasado unos meses justo después de su primera
profesión. Las hermanas nos ocupamos allí de una casa para chicas con
dificultades familiares. Ese año había 18 chicas; la menor tenía seis años y
la mayor, diecisiete. Apenas cuatro días después de su llegada, escribió:
«Este año el Señor me destinó a Belmonte. Al llegar nos dio la
“bienvenida” la Virgen de Gracia, patrona del pueblo. Llegamos aquí el día
de su fiesta, el 10 de septiembre. Tengo mucha paz y estoy muy
contenta»[255].
El hecho de que las hermanas llegaran a Belmonte en la fiesta de
Nuestra Señora de Gracia, patrona del pueblo, no era una coincidencia. La
presencia de la Virgen iba a ser especialmente fuerte a lo largo del curso.
Ella sería la verdadera Reina y Madre de la casa, como las hermanas le
habían pedido al llegar. Ella les ayudó a crear un verdadero ambiente de
familia. Las Siervas se ocupaban de todas las necesidades de las chicas:
físicas, emocionales y espirituales. Les ayudaban a estudiar, las educaban,
lavaban su ropa, jugaban con ellas y les organizaban estupendas fiestas de
cumpleaños. Pero la tarea más importante era cuidar de su vida espiritual,
animándolas a obtener fuerza de los sacramentos y la oración.
Desde el principio, la Hna. Clare estuvo “en su salsa”. El trabajo en
Belmonte era perfecto para llevar a cabo su deseo de darle todo al Señor. Le
encantaba no tener tiempo para sí misma[256], como escribió al P. Rafael
unas semanas después de su llegada: «Muchas veces pido al Señor que
nunca me deje descansar aquí en la tierra, que mande mucho trabajo,
porque cuando estoy trabajando por Él no tengo tiempo para pensar en mí
misma y perder el tiempo. Aquí en Belmonte nos ha mandado bastante
trabajo. Me encanta llegar al final del día cansada, pero con una alegría
interior, sabiendo que si estoy cansada es por servirle a Él» [257]. La vida en
comunidad de las hermanas también le ayudó. Escribió al P. Rafael: «En la
comunidad, yo experimento que nos ayudamos unas a otras. Hay mucha
alegría y paz y nos reímos bastante» [258]. Esta alegría y paz entre las
hermanas era lo que les permitía transmitir esos frutos del Espíritu Santo a
las chicas.
Constantemente se le ocurrían canciones, teatros, bromas… cualquier
cosa que pudiera elevar el ánimo de las chicas. Las canciones solían ser
tonterías que no decían nada de especial profundidad, pero eso ayudaba a
que las chicas se rieran. Un ejemplo de ello es una canción lenta y
romántica sobre Belmonte que inventó poco después del comienzo de
curso:
«Belmonte (Belmonte)
Belmonte (Belmonte)
Te quiero (Belmonte)
Te necesito (Belmonte).
Belmonte (Belmonte)
Belmonte (Belmonte)».
Otras veces eran igual de simples, pero con un texto más profundo,
como “La Rescatadora”, compuesta para un festival en la fiesta de la
Inmaculada Concepción en diciembre:
«Todos metemos la pata algunas veces
y en vez de decir “no”, decimos “yes”
y lo que hacemos no está bien.
En nuestras vidas la hemos visto actuar
y por eso es que le queremos cantar.
Ella siempre nos viene a rescatar.
Rescatadora, Madre siempre fiel.
Rescatadora, gracias por tu ayuda cada día.
Rescatadora, no te escondas más…
“La rescatadora”».
Esta última palabra la decía en un suspiro, con estilo de guasa.
Al principio del curso ella era la única hermana de la comunidad que
tocaba la guitarra. Perfeccionó su habilidad para tocar con mucha rapidez y
adquirió gran agilidad. Cuando en enero se incorporó a la comunidad otra
hermana que también tocaba la guitarra, se quedó impresionada de cómo la
Hna. Clare se inventaba los acordes; no los tocaba de la forma tradicional.
¡Y sonaba bien igualmente! Una de las canciones que aprendió a tocar
aquel año fue una canción sevillana a la Virgen del Rocío: “Viva Andalucía,
la rosa que escogió…” y las chicas siempre le pedían que la tocase. Y la
cantaría en muchas otras ocasiones, incluso posteriormente en Ecuador.
A la Hna. Clare se le asignó ayudar a las niñas más pequeñas en su
tiempo de estudio. En general, no les interesaba mucho aprender. Ella
constantemente se inventaba ideas para ayudarlas a estudiar y hacer que el
tiempo de estudio no fuera un completo aburrimiento[259]. Cuando tenían
que aprender cosas de memoria para los exámenes, la Hna. Clare se
inventaba canciones para memorizar lo que tenían que estudiar. También las
sacaba al patio para hacer una pausa y que se movieran un poco o tocaba la
guitarra y cantaba con ellas.
Una de las hermanas cuenta que era divertido ver a la Hna. Clare reñir
a las chicas cuando sacaban malas notas. Inmediatamente ponía su cara de
“enfado”, que incluía alzar una ceja y decir cosas como estas: “¿Y qué vais
a hacer cuando seáis mayores? Nadie va a querer contrataros, ni siquiera
para barrer la calle o ser cajera de un supermercado… porque no sois
responsables. ¡Tenéis que ser mujeres de verdad! Eso es lo que Dios
quiere”. A veces no le resultaba fácil ponerse seria, especialmente cuando
sabía que la chica no estaba siendo rebelde a propósito. Tenía que tener
cuidado de no mirar a la otra hermana, porque, si lo hacía, corría el peligro
de reírse de la cara de “enfado” y su ceja elevada. Evidentemente, si ellas
empezaban a reírse, las niñas estaban encantadas.
Había, sin embargo, otros momentos en los que la Hna. Clare no tenía
ningunas ganas de reírse cuando se trataba de corregir a las chicas. A veces
no sabía qué hacer para ayudarlas a cambiar de actitud. En una ocasión, una
hermana se encontró a una de las niñas pequeñas fuera de la sala de estudio
mirando a una imagen de la Virgen, con una expresión de dolor en su rostro.
La Hna. Clare la había mandado allí para hablar con la Virgen, para que
Ella obrase el milagro en su alma, dado que todos los intentos humanos
habían fracasado. Escribió a la Madre sobre estas dificultades:

«Sabes que un día hace poco (yo estoy en el estudio con las
pequeñas), yo veía que llevaban como una semana no haciendo un
esfuerzo en el estudio, haciendo los deberes malamente, etc. Y todos
los días de esta semana en particular empezamos el estudio con la
charla: “Si no sois responsables…”. Después de unos días ya cansa
un poco. No estaba desanimada, pero un poco harta sí. El Señor en la
oración me dijo que yo no tengo derecho de cansarme y bajar los
brazos, que yo el día de mis votos perpetuos le he dicho que yo quería
“gastarme” por la juventud. ¿Y ahora qué? Claro, cuando el Señor te
dice algo así y bastante seriamente, o te espabilas o… Igual parece
una cosa pequeña, pero me hizo y me hace reaccionar, darme. Ojalá
pudiera hacer la vida más fácil para los demás, especialmente para
las hermanas»[260].

Otra reflexión que le ayudó a no desanimarse cuando las chicas eran


irresponsables o se comportaban mal era recordar la misericordia que el
Señor constantemente tenía con ella. En un correo a la M. Ana escribió:

«Una cosa que yo veo es que nunca puedo dejarme llevar por la
falta de virtud: el enfado, la ira, el cansancio… cuando trato con las
chicas. Es verdad que meten la pata, es verdad. Son plastas y hay
épocas en que te pueden sacar de quicio, pero yo no soy mejor que
ellas. El Señor tiene mucha más misericordia conmigo. No puedo
juzgarlas y juzgar sus intenciones, solo Dios sabe, pero sí tengo que
corregirlas cuando hay que corregirlas, pero con mansedumbre, con
amor y, si el Señor lo quiere, con gracia. Para mí es importante
intentar siempre ver el lado bueno de la situación y reír. Reír hace
mucho bien y creo que es importante que cuando estamos en
comunidad, especialmente aquí, que riamos»[261].

San Juan Bosco usó un método preventivo en su labor con los jóvenes:
en vez de esperar a tener que corregir su mal comportamiento, se adelantaba
y hacía todo lo posible para ayudarles a desear el bien. Aplicar este método
era algo que le salía casi espontáneamente –o mejor, por obra del Espíritu
Santo–. Era muy importante no dejar que la tristeza entrase y echara raíces
en los corazones de las chicas. En cuanto ella o una de las hermanas
notaban que las chicas estaban “en baja” o que algo estaba fallando en el
ambiente general, empezaba a planear algo para levantar el ánimo y
ayudarles a seguir en la lucha por la santidad.
A mitad de noviembre se dieron cuenta de que el demonio estaba
tentando a las chicas con la tristeza. Para evitar que la actitud de queja se
extendiera entre ellas, a la Hna. Clare rápidamente se le ocurrió una
solución: ¡La mafia de María! Durante varias semanas, las hermanas
aparecían de repente en el comedor con chaquetas negras y un sombrero por
encima del hábito con música “de mafia”. El primer día, después de su
aparición, la Hna. Clare explicó quiénes eran y cómo iba el asunto, con una
buena dosis de teatro. “Somos la mafia de María. Somos sus más cercanos.
Cuando Ella necesita algo, acude a nosotras”. ¡Las chicas se partieron de la
risa desde el primer momento! Luego ella siguió explicando cómo iba el
juego. Era un modo simple de romper la rutina y elevar el ambiente general.
Una vez, más avanzado el curso, las chicas se fueron al colegio y
dejaron sus habitaciones hechas un desastre. Y tampoco habían hecho bien
ninguna de las tareas de casa. A las hermanas se les ocurrió un plan.
Cuando las chicas volvieron del colegio, se encontraron con que las
hermanas habían titulado el resto del día de la siguiente manera: “Un día en
los zapatos de las monjas”. Había una nota para cada chica en la puerta de
su habitación con una explicación de lo que tenía que hacer. A cada chica se
le dio una tarea o cargo que, normalmente, hacían las hermanas, como
doblar la ropa en la lavandería. Así pues, una hermana llegaba en un
momento dado imitando a las chicas. Por ejemplo, buscando frenéticamente
entre la ropa que la chica estaba doblando, desdoblando y arrugando todo.
A la hora de cenar, tenían que servir a las hermanas y las hermanas se
comportaban mal, cogiendo la comida con la mano directamente de las
bandejas o pidiendo más comida sin decir “gracias”. Las chicas se echaron
a reír al ver a las hermanas imitándolas, pero sirvió como toque de atención.
A la Hna. Clare se le ocurrió también un teatrillo para el final de la jornada.
Al día siguiente había una excursión con barbacoa planeada para las
chicas. La Hna. Clare partió con el primer grupo de chicas y enseguida salió
el segundo grupo con otra hermana. La Hna. Ana Mª Lapeña, superiora,
llamó por teléfono a la Hna. Clare poco después de haber salido y le dijo
que otra vez las chicas habían dejado sus habitaciones hechas un completo
desastre. Las hermanas habían intentado corregirlas de forma graciosa, pero
no habían hecho el más mínimo esfuerzo por cambiar su comportamiento.
La Hna. Ana dijo que iban a tener que cancelar la salida. No tenía sentido
pasar todo el día divirtiéndose si habían hecho caso omiso de la corrección
del día anterior. Cuando la Hna. Clare terminó de hablar con la Hna. Ana,
todo lo que dijo fue: “No me lo puedo creer”. Inmediatamente, pidió a todas
las chicas ponerse a su alrededor y les dijo muy seria lo decepcionadas que
estaban las hermanas porque no habían aprendido la lección del día anterior.
Volvieron a casa caminando en silencio y al llegar las mandaron a su
habitación.
Sabía que las chicas tenían buena intención; simplemente habían sido
demasiado perezosas para poner en práctica lo aprendido. La Hna. Ana
recuerda que la Hna. Clare tenía un don para “desdramatizar” situaciones,
realmente impresionante si recordamos que de jovencita era una teatrera.
Aunque sabía que ese día tenían que estar castigadas, se le ocurrió una idea.
Las hermanas podrían escribir una carta a cada una de parte de la Virgen y
pasársela por debajo de la puerta, animándolas a mejorar y a cambiar. Hacia
el final de la tarde, una vez que habían tenido tiempo de reflexionar sobre
su mal comportamiento, planeó una cena divertida con las chicas para que
no se desanimasen demasiado. Su amor a las chicas la movió
espontáneamente a poner en práctica el consejo de San Pablo: “Padres, no
exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan el ánimo” [262].
Un caso especial de cómo la Hna. Clare ayudaba a las jóvenes a
superar la tristeza y el desaliento fue el de una chica de trece años. A pesar
del hecho de que ya llevaba cuatro años en Belmonte con las hermanas,
nunca había creído realmente en Dios. El verano de 2011 había sido
tremendamente difícil para ella. Llegó a Belmonte con una fuerte depresión
y su autoestima estaba por los suelos. Durante todo el primer mes en el
colegio, nunca sonreía ni entraba en relación con las hermanas ni con
ninguna de las chicas. Más tarde, la Hna. Clare le dijo que parecía que no
sabía sonreír. Muy pronto la Virgen transformaría a esta adolescente con la
ayuda de la Hna. Clare.
En otra ocasión, las hermanas habían organizado un “rosario
internacional” y varios grupos de chicas, con la ayuda de una hermana,
tenían que preparar un misterio del rosario en un idioma concreto. El grupo
de la Hna. Clare iba a rezar el misterio en irlandés y esta joven estaba en su
grupo:

«No sé en qué momento sucedió, pero de pronto, me encontré


riendo como nunca con ella, después de meses de completo silencio. Y
a través de ella, en ese momento sentí que la Virgen María, Nuestra
Madre, me daba su amor de una forma tan potente que me quedé
traspuesta. Quien no ha experimentado nunca ese amor no puede
hacerse una idea de lo profundo que llega. A partir de ese momento yo
me convertí. Quería ser buena, agradable a los ojos de Dios, y la Hna.
Clare me guiaba en ello».
La Virgen transmitió su amor a esta chica a través de la alegría de la
Hna. Clare, abriendo su joven corazón a la esperanza. Y este no fue el único
momento en que la Virgen se hizo presente de modo especial durante aquel
año. Hubo innumerables ocasiones.
Ninguna de las chicas o hermanas que estaban en Belmonte aquel año
olvidarán jamás la peregrinación a Lourdes de marzo de 2012. Muchas de
las chicas estaban deseando ir a Lourdes unos días, pero no había sido
posible. Ese año, el Patronato del Colegio María Inmaculada dio permiso al
principio del año para hacer el viaje a Lourdes. Las hermanas esperaron
hasta el 11 de febrero, fiesta de Ntra. Sra. de Lourdes, para hablar de ello a
las chicas. Convocaron a todas en una sala grande en la que cada una tenía
que esperar para tener cita con el “médico” (una de las hermanas). Luego, el
“médico” diagnosticaba la enfermedad espiritual de cada chica y le
informaba de que tenían que ponerla en una “camilla” (un colchón) sobre el
que bajaba la escalera para encontrarse con el “médico jefe”, que era la
Virgen. Mientras las chicas se deslizaban rápidamente por la escalera
encima del colchón (riéndose y gritando), las hermanas cantaban una
canción que la Hna. Clare había inventado con música “country” y que
decía: “Nuestra Señora de Lourdes, Señora de nuestras almas, ven y cúrala”
[263]. Debajo de la estatua de la Virgen había un pequeño cuenco con agua
de Lourdes, con la que las hermanas rociaban a cada chica. Al final del día,
después de un momento de oración silenciosa ante la Virgen, las chicas se
llenaron de emoción al encontrar a los pies de la estatua ¡una invitación a
Lourdes!
El mes siguiente fue todo de preparación para el viaje. La Hna. Clare
era la encargada de encontrar alojamiento en Zaragoza (España), su primera
etapa, y luego en Lourdes. Empezó a hacer llamadas telefónicas,
desempolvando todos sus recuerdos del francés que estudió en el colegio…
Y lo que no recordaba se lo inventaba. Era muy difícil, pues todo era muy
caro y su presupuesto era muy limitado. Llamó a parroquias, colegios,
conventos y casas de peregrinos. En un momento dado, llamó a una
comunidad de religiosas que había conocido en Valencia, sabiendo que
tenían comunidades en Francia. Desgraciadamente, la casa más cercana a
Lourdes estaba a seis horas. Pero la hermana que habló con la Hna. Clare la
animó: “No te preocupes. Encontraréis a un ángel que hablará español y
francés, y él os ayudará”. Lo dijo con tal convicción que la Hna. Clare sabía
que esas palabras eran proféticas y del Señor. Confiaba en que encontrarían
a un ángel que les ayudaría en Lourdes. Pronto se resolvió el problema del
alojamiento, pues un amigo del Hogar de la Madre pagó una casa en la que
podrían alojarse en Lourdes, ¡a solo 5 minutos de la gruta!
El día 15 de marzo era el primer día de la peregrinación. Por la
mañana, la Hna. Clare escribió en su cuaderno: «Esta tarde (si Dios quiere),
vamos a empezar nuestra excursión a Lourdes. Yo me encuentro un poco o
un bastante “fría” interiormente» [264]. Sin embargo, unas semanas antes
había sentido que la Virgen le pedía ir a las piscinas. Nunca lo había hecho
–aunque ya había estado en Lourdes cinco o seis veces– “Primero, porque
me daba corte y, segundo, porque no me llamaba la atención” [265]. Pero
ahora escribe: “Yo quiero hacerlo, cueste lo que cueste por 1) Amor a Ella;
2) Como una prueba de mi confianza en Ella; 3) Con la esperanza de ser
curada de lo que Ella me quiera curar” [266]. Ella reza para no vivir la
peregrinación a Lourdes “de una manera superficial, buscando mis propios
intereses y mi propio bien”. Y pide: “Señor, yo te pido por las intenciones
de las otras hermanas aquí y por las chicas. Danos la gracia –a todas– de
experimentar a tu Madre y enamorarnos totalmente de Ella” [267].
El viaje en autobús era muy largo, unas 9 o 10 horas. En un momento
dado, el conductor se perdió, resultando aún más largo el trayecto. Todas las
hermanas se pasaron el viaje hablando, cantando y jugando con las chicas.
Hacían entrevistas con ellas al micrófono, ayudando a crear una atmósfera
alegre y de expectación al acercarse el encuentro con su Madre del Cielo en
Lourdes. Entonces fue cuando la Hna. Clare inventó un superhéroe tonto y
cómico llamado Sor Clor: “Es más fuerte que un búfalo blanco, salta más
alto que un conejo, es más inteligente que el príncipe del bosque…” [268]. El
contenido de las historias era siempre ridículo, como la historia de una
monja que al cruzar la calle saltaba un charco. Pero adornaba el relato con
tantas descripciones graciosas que las chicas se partían de la risa sin parar.
Lo primero que hicieron al llegar fue visitar las piscinas. No había casi
cola, y pudieron entrar todas con bastante rapidez. La Hna. Clare fue la
primera de las hermanas en entrar, respondiendo generosamente a la
petición que había sentido de parte de la Virgen unas semanas antes.
Escribe así:

«Me incliné delante de Ella ofreciéndole mi vida. Ella estaba muy


presente. Yo le pedía la gracia de estar loca por Ella y de poder hacer
lo que Ella pida de mí siempre. Hay cosas que la Virgen nos puede
pedir que parecen locuras a los ojos del mundo, pero yo sé que hay
que estar dispuesto a dar este paso e incluso a “hacer el ridículo” si
Ella lo pide. Pidió a santa Bernardita que comiera hierba allí en la
gruta ¿Pidió una tontería, una locura? No. Ella sabe lo que
hace»[269].

Después de esto, se perdieron otra vez mientras intentaban llegar a la


casa donde se iban a alojar. La Hna. Clare había encontrado un sitio para
Pedro, el conductor, en una casa de peregrinos que dirigía una comunidad
religiosa. Cuando llamó varias semanas antes para reservar la habitación,
aún no sabía el nombre del conductor, así que la reservó a su propio
nombre. A causa del retraso que llevaban por las horas que habían pasado
intentando encontrar la ruta a Lourdes, la Hna. Clare se dio cuenta de que
iban a llegar más tarde de lo previsto. Intentó llamar a las religiosas de la
casa de peregrinos de Lourdes para avisarlas de que Pedro llegaría más
tarde, pero le fue imposible contactar con ellas. Después de dejar a las
chicas con tres hermanas en su lugar de alojamiento, la Hna. Clare con otra
hermana acompañaron a Pedro a la casa de peregrinos. Era ya muy tarde.
Entraron y encontraron todas las luces apagadas en la recepción. ¿Qué
hacer? De repente, apareció un sacerdote con una sotana negra y elegante.
La Hna. Clare susurró a la otra hermana en español: “Se parece a san
Josemaría Escrivá”. Él oyó el comentario y explicó en español –con apenas
un poco de acento francés– que pertenecía al Opus Dei. La Hna. Clare
pensó para sus adentros: “¿Será este el ángel que estábamos esperando, que
hablaría francés y español y nos ayudaría?”. Entonces ella explicó que el
conductor de su autobús tenía que alojarse allí, pero ellas no sabían cuál era
su habitación. Aquel sacerdote estaba alojado allí también, pues estaba
dando un retiro a un grupo de jóvenes en Lourdes, pero les dijo que no se
preocuparan, fue al mostrador de recepción y echó un vistazo a las reservas.
“¿Se llama Pedro Crockett?”, preguntó. La Hna. Clare no pudo ocultar su
asombro. ¿Cómo podía estar escrito el nombre de Pedro en el registro si no
se lo había dicho a nadie? Consiguió responder: “Sí, se llama Pedro”.
El sacerdote miró las llaves. “Aquí hay un montón de llaves. Le voy a
dar la llave de la habitación que está al lado de la mía. Así, si necesita algo,
me puede llamar”. Luego se fue a la cocina a buscar algo para que Pedro
pudiera cenar. Pedro estaba un poco preocupado por cómo podrían volver
las hermanas a su alojamiento. El sacerdote, que se llamaba P. Marc, se
ofreció a llevarles él mismo, para que Pedro pudiera cenar y descansar un
poco.
Mientras iban de camino, la Hna. Clare preguntó al P. Marc si estaría
dispuesto a hablar a las chicas, y él accedió. Nada más llegar, llamaron a la
puerta y dos hermanas abrieron. La Hna. Clare anunció con alegría: “¡Es el
ángel!”. El P. Marc solo se encogió de hombros con una sonrisa, mientras
las hermanas le invitaban a pasar. Era como si supiese que Dios le había
mandado allí. Pudo hablar un rato con las chicas, animándolas a limpiar sus
almas con una buena confesión. Antes de irse, les dio la bendición: “En el
nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo y de los Santos Ángeles”,
haciendo un guiño a las hermanas mientras añadía la última parte.
Ya era bastante tarde, sobre las 10 de la noche. Con la intensidad de
todos estos eventos del día, resultó que las hermanas no habían comido
nada desde la mañana. Normalmente, en situaciones de este tipo, la Hna.
Clare habría sufrido como consecuencia, automáticamente, una migraña.
¡Pero esta vez se encontraba bien! La Hna. Clare flotaba de ilusión como
una niña pequeña, emocionada por la indiscutible intervención de Dios en
los sucesos del día.
Al día siguiente, la Hna. Clare fue con otra hermana a la casa de
peregrinos en la que Pedro se alojaba. Pudieron hablar con las hermanas
que dirigían la casa y la Hna. Clare empezó a explicar lo que había pasado.
“Sentimos haber llegado ayer tan tarde. Intentamos llamar...”. La religiosa
la interrumpió: “Sí que llamasteis. Una de vosotras me llamó y me dijo que
os habíais perdido y me dijo el nombre del conductor”. De nuevo la Hna.
Clare estaba en shock. “¿Cómo era la voz?”, preguntó. “Era una voz de
mujer, una voz muy dulce...”, respondió la religiosa.
Ni la Hna. Clare ni ninguna de las hermanas había conseguido
contactar con estas religiosas el día anterior. Y, no obstante, las religiosas
sabían que iban a llegar tarde, y además conocían el nombre de Pedro, cosa
que era totalmente imposible que supieran. Era evidente que la mano de la
Virgen estaba detrás de todo esto. Y como buena Madre siguió
manifestando su presencia a lo largo de toda la peregrinación. Ella estaba
presente incluso en los más mínimos detalles. Después de una excursión por
la montaña, empezó a caer una lluvia torrencial en el mismo momento en
que subían al autobús. En otra ocasión, llegaron justo a tiempo para la Misa
a pesar de los retrasos imprevistos de la salida en bus. ¡La Virgen lo tenía
todo perfectamente calculado!
A la vuelta escribió: “¡Ay, qué pena al irme de Lourdes! ¡Quería
quedarme allí contigo, Señora! Gracias por la paz y la alegría/gozo interior
que me has dado y que noto más ahora que he regresado y estoy aquí en
Belmonte” [270]. El visitar un santuario de la Virgen siempre le traía a la
memoria Garabandal y la llenaba de deseos de tener pronto un santuario allí
también: “Señora, por intercesión de tu siervo e hijo san Josemaría
Escrivá[271], danos la gracia de poder construir muy pronto el santuario de
Garabandal. ¡Cómo se nota que tú has estado presente en estos sitios! (...)
Dame luz para ver por qué me has llevado allí. Quiero confiar en ti siempre.
Vive con nosotras aquí” [272].
Un día, poco después de volver de Lourdes, la Hna. Clare estaba
ordenando el trastero de Belmonte con su superiora, la Hna. Ana. En un
momento dado, la Hna. Clare se volvió hacia ella y le dijo: “Hermana,
quería pedirte perdón por no haberte ayudado en el autobús”. La Hna. Ana
casi no podía ocultar su asombro. ¿De qué podía estar hablando? Se había
pasado todo el viaje de ida y de vuelta organizando juegos, hablando con las
chicas, cantando… ¡sin parar! “Perdón por no ayudar a hacer la canción
para la Virgen cuando estábamos llegando a Lourdes”, añadió la Hna. Clare
para clarificar.
Entonces la Hna. Ana recordó que hacia el final del viaje, cuando
estaban a solo dos horas de Lourdes, ella había tenido la idea de hacerle una
canción a la Virgen. Justo después de coger el micrófono y lanzar la idea,
había un montón de curvas y muchas de las chicas (y hermanas) empezaron
a marearse. Ella había sugerido distintas melodías y palabras, pero como
todas se encontraban tan mal, había decidido dejarlas descansar y se había
sentado. Poco después, llegaron a Lourdes. Toda la peregrinación había
estado tan repleta de alegría y bendiciones que la Hna. Ana ni se acordaba
ya de la canción. “Ah, no te preocupes”, respondió la Hna. Ana. “Estabais
todas mareadas, es normal”. La Hna. Clare contestó: “No, hermana, debería
haberme esforzado más”.
¿Por qué estaba la Hna. Clare tan arrepentida por un detalle tan
pequeño? Ella no quería dar solo lo que era “razonable” desde un punto de
vista humano; quería obedecer por amor al Señor, fuera lo que fuera lo que
se le pidiera. Probablemente, es la obediencia lo que más destacó en ella ese
año.
Cuando nombraron superiora a la Hna. Ana, esta se preguntó si la Hna.
Clare tendría dificultad en obedecerla. Si mirásemos las cosas desde un
punto de vista humano –sin la visión sobrenatural de la fe–, podría verse
así, pues la Hna. Ana era más joven y eso podría significar menos
experiencia como hermana. Sin embargo, la preocupación de la Hna. Ana
desapareció enseguida. Cada vez que pedía a la Hna. Clare hacer algo,
siempre respondía con un alegre “¡Pues claro!”, disponible para todo lo que
se necesitase. Dice la Hna. Ana: “Vi en ella lo que profesamos: obediencia
pronta, alegre, universal y constante”.
Su obediencia no era pasiva ni se limitaba a hacer lo que le decían.
Como hemos visto en las diferentes situaciones hasta ahora, siempre estaba
pendiente de sugerir ideas que pudiesen ayudar a las chicas. Sin embargo,
no insistía en sus ideas. Si la Hna. Ana decía que no a alguna de sus ideas,
por el motivo que fuera, la Hna. Clare nunca daba muestras de frustración,
sino que lo aceptaba con paz.
Durante ese año hubo dos santos en particular que ayudaron a la Hna.
Clare a tener esta actitud de total disponibilidad. Escribe al P. Rafael:

«Tengo dos ayudantes que quiero mucho y me animan mucho:


santa Teresa (claro) y el P. Segundo Llorente. Este verano leí el libro
de cartas a las carmelitas del P. Llorente y me hizo mucho bien. Es un
hombre enamorado del Señor, entregado, un hombre de oración y a la
misma vez muy humano y con un sentido de humor que te partes de la
risa. Ahora mismo estoy leyendo un libro suyo: “40 años en el Círculo
Polar”, y me está ayudando mucho. Me acuerdo de él de vez en
cuando durante el día y le pregunto: ¿Cómo lo ve? ¿Qué haría usted?
Y, de verdad, he recibido gracias por medio de él. Pienso en cosas que
él ha hecho por el Señor y me llena con un deseo muy grande de hacer
lo mismo y de ser como él» [273].

Y en otro correo de unos meses después termina con una cita del P.
Segundo Llorente que le ayudó mucho:

«Termino con algo que he leído recientemente del P. Segundo


Llorente ¡Qué hombre! ¡De mayor quiero ser como él! Dice: “Yo digo
tembloroso a la vez y valiente: ‘Señor, úsame como quieras, cuando
quieras y donde quieras, sin parar mientes en mis quejas necias. Por
ríos y tundras, por hielos y arbustos, llévame de noche o de día. No te
fallaré jamás aunque me coman vivo. Todo por ti’. Y como que oigo
allá dentro en no sé dónde: ‘Segundo, no digas tontadas. Calla y
sigue’”.
Yo también digo cosas así al Señor y me responde de la misma
manera: obras son amores» [274].

Más adelante, explicaba cómo le ayudaba Santa Teresa de Jesús:

«En la oración estoy usando una sección de las Obras Completas


de Santa Teresa que se llama “Las Relaciones”. Desde que empecé a
leerlo me ayuda muchísimo a estar en el Señor. Hay varias cosas que
el Señor dijo a la Santa que he leído y meditado. Hay días que tengo la
sensación de que Él me lo está diciendo a mí también, por ejemplo:

“Vesme aquí, hija, que Yo Soy; muestra tus manos” y parecíame


que me las tomaba y llegaba a su costado, y dijo: “Mira mis llagas.
No estás sin mí. Pasa la brevedad de la vida”.

“No trabajes tú en tenerme a mí encerrado en ti, sino de


encerrarte tú en mí”.

“No resistas, que es grande mi poder”.

Al pensar en estas cosas me hace recordar que tengo que vivir mí


día en otro nivel; que, aunque esté con las chicas en el estudio, en el
comedor, en las diferentes actividades que hacemos, primero tengo que
estar con el Señor. Y para estar con Él en medio del jaleo, cositas tan
pequeñas como hacer despacio la señal de la cruz, cantarle una
canción en voz baja, echar una mirada al crucifijo o al cuadro que
está colgado en la pared, ir rápidamente a la capilla a hacer una
genuflexión y decirle: “No me olvido de ti”…, estas cosas tan
pequeñas significan mucho para el Señor y para mí también»[275].

Estos actos de amor al Señor no se limitaban a breves oraciones o


mociones exteriores. También intentaba hacer sacrificios, ofreciéndole
pequeñas cosas que le costaban:
«El otro día, aquí, tuve una experiencia nueva: comer callos y
oreja de cerdo… Le aseguro que ese día unas cuantas almas fueron en
vuelo directo desde el Purgatorio al Cielo. Otros momentos en los que
las almas del Purgatorio me quieren mucho son: cuando tengo que
levantarme por la mañana (¡cuánto cuesta!, ¿eh?); cuando tengo que
repetir mil veces a las niñas de segundo de primaria que 10 o 7, no
son 60; cuando doy 100 vueltas a la casa buscando la llave del
trastero y resulta que estaba en mi bolsillo todo el tiempo; cosucas así
que el Señor en su providencia permite, para ver qué tal me va»[276].

La Hna. Clare era consciente de que el aspecto principal de su vida era


su relación con el Señor y el tiempo a solas con Él en la oración. Pasó
muchas horas meditando sobre el hijo pródigo durante ese año y sufría al
ver qué mal respondía a la misericordia de Dios. Escribió en su cuaderno:

«Veo que me falta mucha generosidad, que me muevo por


simpatías y comodidad. Me olvido de ti, no hago las cosas por ti. No
creo o no me fío de tu misericordia» [277].

Pero el Señor le enseñó pronto que tenía que aceptar su propia miseria
y no ser orgullosa en su deseo de ser perfecta. Escribió al P. Rafael:

«Por mucho tiempo pensaba que, para que el Señor me pudiera


mirar, yo tenía que ser perfecta. Como caía tanto y me veía tan
imperfecta, no entendía por qué el Señor permitía eso. De verdad,
pensaba que si estaba tan manchada de pecado era difícil para el
Señor simplemente mirarme y para mí era difícil mirarle a Él. Sentía
(y a veces siento) que le defraudo, y me avergüenzo del amor tan pobre
y miserable que le tengo. Un día experimenté que el Señor, algo
dolorido, me dijo: “No son los que están sanos los que tienen
necesidad de médico, he venido a salvar a los enfermos”.

En la parábola del hijo pródigo dice que cuando el padre vio a su


hijo “salió corriendo” a su encuentro, algo que el Señor siempre hace
conmigo. Sigue diciendo: “Lo abrazó y lo cubrió de besos… El hijo
empezó a decirle...”. “Empezó”, no pudo continuar, porque los besos
del padre lo impidieron. Esta manera de actuar que el Señor tiene
también conmigo, enseñándome siempre con una delicada ternura y
una paciencia inagotable que su misericordia es muchísimo más
grande que mi miseria y pecado; que el Señor mira menos mis faltas
que el provecho que saco de ellas si las empleo para humillarme ante
Él y hacerme pequeña y bondadosa»[278].

Después de todas estas experiencias y lecciones del Señor y de la


Virgen, el curso en Belmonte llegó a su fin. Había experimentado que el
Señor le había pedido dar hasta que le doliera[279], como la pobre viuda del
evangelio, e hizo el esfuerzo de actuar así. Estaba especialmente dolida por
el hecho de no haber conseguido rezar el rosario tan fielmente como le
hubiera gustado: «Me duele mucho saber que ha habido días que no he
tenido este detalle con la Virgen» [280]. Y resume su experiencia de ese año
con estas palabras escritas en su cuaderno:

«¡Ya casi termina el curso aquí! La verdad es que me gustó mucho


estar aquí, pero estoy dispuesta a hacer lo que Tú quieras. Me acuerdo
a veces de las palabras de Don Marc –el ángel–: “Cuando vienen las
dificultades, arrimo el hombro y digo: ‘Sí, Señor, lo que Tú quieras’”.

¡Gracias por los buenos ejemplos que has puesto en mi camino,


que me ayudan y animan a seguir! ¡Gracias por tu perdón incansable!
¡Gracias por todo lo que has hecho por mí en este curso! ¡Gracias por
las mil oportunidades que me has dado y la confianza que has puesto
en mí a pesar de todo!

–Ahora vienen los ¡ayes! …


¡Ay, si te pudiera amar más!
¡Ay, si te pudiera tener más presente durante el día!
¡Ay, si te pudiera decir cosas cariñosas cuando estoy sola!
¡Ay, si pudiera tener más fe en ti!
¡Ay, si pudiera tener horror y miedo a ofenderte!
–Ama en mí, Señor. Mi amor está tan manchado…» [281].
Tierra nativa, Tierra Santa,
tierra de misión
Capítulo 19

Era uno lluvioso 19 de agosto, justo dos días antes de la fiesta de


Nuestra Señora de Knock, y un coche se detuvo en el mismo santuario
donde la Virgen María y el Cordero de Dios se aparecieron. Cuando
Margaret Crockett abrió la puerta del coche y salió, se quejó una vez más a
su hija Megan: “No puedo creer que me hayas convencido para venir
aquí…”. “Será genial, mamá”, replicó Megan mientras su novio Andrew
cerraba el vehículo y caminaban hacia el santuario.
Los tres se sentaron en las sillas metálicas situadas justo en frente de
la capilla de la aparición, mirando en silencio a la estatua de la Virgen.
Megan estaba intentando disimular lo nerviosa que estaba y no podía dejar
de mirar alrededor cada cinco minutos para ver quién entraba en el
santuario. Eran casi las once de la mañana.
A pesar de que era Megan la que estaba al acecho, fue Margaret quien
las vio. “Mira a esas monjas. Se parecen a las monjas de nuestra Clare”.
Dos hermanas de blanco acababan de entrar por la puerta del santuario y
estaban mirando en torno, como buscando a alguien.
Megan no pudo guardar más el secreto y gritó: “¡Es nuestra Clare, es
nuestra Clare!”.
Las dos religiosas de blanco se dirigieron apresuradamente hacia
ellas.
“¿Es ella? ¿Es realmente nuestra Clare?”, preguntó Margaret sin
poder contener su emoción. Megan rio: “¡Sí, sí!”. Su Clare estaba ahí,
delante de ella. Después de reírse de la expresión de desconcierto de su
madre, la abrazó y le dio un beso con afecto. Finalmente, cuando Margaret
se repuso de la emoción, la Hna. Clare señaló a la Hna. Bernadette: “Su
hermana se acaba de casar y la he acompañado a la boda. Por eso estoy en
Irlanda. Llamé a Shauna para decirle que iba a estar aquí, ¡y hemos
planeado toda esta sorpresa!”.
Tras un año de intensa actividad en Belmonte, el verano de 2012 pasó
muy rápido para la Hna. Clare: después de un campamento en Ávila, volvió
a nuestra casa en Zurita. Iba a ser su último verano en España. Cada vez
más, el Señor le pedía que no se guardase ni un segundo para ella. A
mediados de julio escribió: «Gracias por la llamada constante y fuerte que
me haces de ser alegre y animosa» [282]. Sintió que el Señor le pedía usar su
don de alegría y humor no solo cuando saliese espontáneo y natural, sino
también cuando requería esfuerzo. Copió en su cuaderno esta nota: «Dar
alegría a los demás será frecuentemente la mayor muestra de caridad, el
tesoro más valioso que damos a los que nos rodean». Y esto también era un
acto de amor al Señor, «estar alegres es una forma de dar gracias a Dios por
los innumerables dones de cada día» .[283]
A veces alegraba a los demás simplemente siendo el hazmerreír. Ese
verano hicimos la reconstrucción del tejado de la primera casa. La hierba
estaba muy alta en la parte de atrás de la casa, donde ella estaba pintando
algunas vigas de madera. En un momento dado pisó mal, se tropezó y se
cayó al suelo. Se había torcido el pie. Como si hubiera caído en batalla, hizo
saber a las hermanas de alrededor que necesitaba ayuda. Su tobillo se
hinchó inmediatamente y un grupo de hermanas la sacó del campo en
hombros como si fuese una campeona de las Olimpiadas, gritando:
¡Hermana Clare! ¡Hermana Clare!”. Poco después tuvo una reacción
alérgica y se le hinchó también la cara, alrededor del ojo. ¡Era digno de ver!
Aprovechaba cualquier oportunidad para hacer reír a las hermanas
tropezándose con las muletas y poniendo caras ridículas para exagerar su
cara ya deformada por la hinchazón.
Con un tobillo torcido ya no era apta para los trabajos de construcción;
tuvo que adaptar su horario a su nueva situación. Un día se preparó una
reunión de formación para todas las hermanas. Los cambios en las
comunidades se acercaban, así que eligió el tema de la confianza en la
divina providencia.

«¿Por qué cuando va a haber un cambio dudamos otra vez de Él?


Si amas a una persona no puedes decirle: “Te amo, pero no me fío de
Ti”. No tiene sentido. Entonces, eso me hace preguntarme: ¿hasta qué
punto amo realmente a Dios?» .[284]

Durante la reunión, la Hna. Clare compartió sus reflexiones del libro


“El abandono confiado a la Divina Providencia”, de san Claudio de la
Colombière. El libro le había ayudado en las semanas anteriores y quería
compartir con todas las hermanas lo que había aprendido.
A mediados de agosto viajó a Irlanda con la Hna. Bernadette e hizo
una breve visita a su familia. Esta sería la última vez que les iba a ver.
Planeó una sorpresa para su madre, y sus hermanas afirman que “estuvo
realmente como ella era”. Fue tan natural y espontánea que parecía que
nunca se había ido. Ellas guardan un afectuoso recuerdo de aquella visita.
Allí pudo conocer a su sobrina, la pequeña Lily Clare, a quien se ganó
rápidamente a pesar del miedo inicial de la niña.
De vuelta en España, pasó una semana “sola con el Solo”: Ejercicios
Espirituales. Durante el año anterior, el Señor le había empezado a enseñar
que estaba demasiado preocupada por conseguir una perfección exterior. En
vez de desanimarse por sus faltas, las aprovechó para humillarse. Mientras
leía un libro sobre la tibieza, vio la grandeza del amor con que el Señor la
llamaba y se dio cuenta de que no siempre respondía con generosidad a su
amor. En estos Ejercicios experimentó que el Señor quería que se humillase
delante de Él haciendo una confesión general de los pecados de toda su vida
con un sacerdote que estaba ayudando en los Ejercicios. Después de alguna
resistencia, respondió generosamente e hizo la confesión. «Quiero
consolarte de verdad, quiero hacer este acto de humillación por puro amor,
arrepentimiento y reparación»[285]. Y el Señor nunca se deja ganar en
generosidad:
«Siento paz y grandes deseos de ser de Dios. Casi no he llorado en la
confesión, pero, Señor, estoy arrepentida de verdad. Protégeme, porque
ahora el demonio va a por mí. Hoy vuelvo a darte otro cheque en blanco.
Hoy vuelvo a abrir mi corazón a ti, para amarte como nunca te he amado.
Mi corazón es tuyo, mi mente es tuya, mis pensamientos son tuyos. Pídeme
lo que sea. ¿Qué más que todo, ya, si no tengo nada mío? POSÉEME
JESÚS, POSÉEME MARÍA»[286].
La meditación de la Pasión, al día siguiente, ayudó para reafirmar estos
deseos en su corazón, y su oración “poséeme Jesús” venía una y otra vez a
sus labios:
«Jesús, poséeme; Madre, llévame a tu Hijo en la cruz. Imaginaba
que junto a la cruz había una escalera. Subí y llegué hasta el rostro de
Jesús. Le hablaba al oído: “Jesús, me estás salvando, gracias, te amo.
Tú sabes lo que soy, sabes todo de mí, pero apoyada en tu gracia, en tu
Espíritu, en tu mirada, quiero darte mi vida; quiero ayudarte a salvar
el mundo; quiero, con todas mis limitaciones, estar contigo en la cruz;
quiero vivir contigo para siempre en el Cielo; quiero, como Tú lo estás
haciendo, hacer la Voluntad de nuestro Padre. Ánimo Jesús, estás
salvando el mundo”. Después de mirarle a los ojos, Él me miraba a
mí. Él estaba contento. No me dejes olvidar esta gracia y tu mirada.

Sé que lo que le he dicho no es ninguna broma ni nada superficial.


No puedo hacer nada de lo que he escrito si Él y la Virgen no me
ayudan»[287].

Cuando acabaron los Ejercicios descubrió de qué modo el Señor quería


unirla a su plan de salvación: como misionera en Ecuador. Su destino fue
Guayaquil, una comunidad de Ecuador que había sido fundada el año
anterior. Curiosamente, tuvo la intuición de que el Señor la estaba llevando
allí a completar su entrega y a prepararla para el encuentro definitivo con
Él.
Pero antes de salir el Señor tenía una gracia especial preparada para
ella. Las dos acompañamos al P. Rafael y a la M. Ana a la fundación de una
nueva comunidad en Macael (Almería), a más de diez horas de
Santander[288]. Fue en este viaje cuando tuvo una de sus migrañas más
fuertes. En cuanto llegamos tuvo que acostarse y estaba tan mal que no
pudo ni asistir a la Misa de apertura. Fue el primer día –después de varios
años de estar recibiendo a diario la comunión– que no pudo recibirla, y lo
sufrió mucho, aunque con gran confianza en el Señor.
Esto sucedió justo una semana antes de una peregrinación a Tierra
Santa. Era la segunda vez que el Hogar de la Madre organizaba una
peregrinación a la tierra del Señor. Yo estaba entre el pequeño número de
hermanas que iban a ir. Durante el viaje de vuelta de Macael, estuvimos
hablando de Tierra Santa y la Hna. Clare dijo, sin traza de envidia: «¡Qué
gracia! Creo que si me hubieran dicho que iba a ir a Tierra Santa moriría de
alegría. ¡Imagina lo que es estar en la tierra de Jesús y de María, en los
mismos lugares donde ellos vivieron y anduvieron!». El Señor vio su
corazón y quiso satisfacer su deseo concediéndole esta gracia.
Algunos días antes del viaje, mis padres, que se iban a unir a nuestra
peregrinación, tuvieron que cancelar su viaje y ofrecieron sus billetes a las
hermanas. La M. Ana pensó, inmediatamente, que fuesen a Tierra Santa las
hermanas que pronto se marcharían a Ecuador, a finales de ese mes. Lo
echó a suertes entre las posibles hermanas que tendrían que irse y salieron
la Hna. Clare y Hna. Thérèse. La Hna. Clare estaba abajo en la cocina; la
M. Ana la llamó y le dio la sorpresa. Cuando bajó de nuevo a la cocina, no
pudo evitar exclamar: «¡Voy a Tierra Santa!». Durante todo el día estuvo
repitiendo: «¡No me lo puedo creer, no me lo puedo creer! ¡Voy a la Tierra
del Señor!».
El primer día de la peregrinación, en casa de la Virgen en Nazaret,
escribió: «Yo no merezco estar aquí. ¿Qué quieres decirme con todo esto?
¡Soy vuestra! (…) Espero conocerte y amarte más y mejor»[289]. La Hna.
Clare era consciente del inmenso regalo que el Señor le había hecho. De
entre todas las hermanas que podrían haber ido, ¡el Señor la había escogido
a ella! Desearía haber llevado al resto de hermanas con ella. Como eso era
imposible, decidió hacer una lista con los nombres de todas las Siervas.
Dobló el papel y se aseguró de llevarlo a todos los santos lugares con ella.
Puso el papel sobre cada sitio, rezando por cada una de las hermanas. Se
acordó de ellas, especialmente, el tercer día de la peregrinación, cuando
pudo renovar sus votos en la casa de la Virgen, en el mismo sitio donde Ella
había dicho su propio “sí”.

«Mañana, en tu casa, renuevo mi pobre “sí”. Mírame con


compasión y haz que sea un “sí” auténtico, grande y generoso. Te pido
esta gracia para mañana. Haz que ame tanto que solo vea a tu Hijo y
la bondad y tu amor para los demás.

Aquí en esta casa, Señor, el ángel dijo a tu Madre: “para Dios


nada hay imposible”; te pido que me des la sed para buscarte siempre
y unirme a ti pronto; que Tú, Jesús, y Tú, María, seáis todo para mí.
Para ti, Padre, nada hay imposible. Dame un nuevo corazón en la
casa de María, haz que mi corazón se pierda dentro del suyo, haz que
pueda vivir con el corazón de la Virgen y ver con sus ojos»[290].
En el Calvario, el Señor le dio lo que ella consideró la gracia más
grande de la peregrinación. Allí el Señor había muerto por ella, y ella sintió
que había respondido muy pobremente. Pensó para sí misma: sería una gran
gracia poder confesar mis pecados aquí, en este mismo lugar. Al día
siguiente, 11 de octubre, el día de apertura del Año de la Fe en toda la
Iglesia, pudo hacerlo.
Después de salir del Santo Sepulcro y besar la piedra donde estuvo
depositado el cuerpo del Señor, pudo confesarse. Cuando entró en el
confesionario, el sacerdote le dijo: «Te he estado esperando». Lloró con
lágrimas de verdadero arrepentimiento por sus pecados «por primera vez en
mucho tiempo en la confesión»[291]. El sacerdote le dijo: «Chiquitina, Dios
sabe que no le podemos amar con el mismo amor con que Él nos ama».
Luego le preguntó qué pecado creía ella era el que menos le dejaba “ser”
ella misma y cuál era el que más le hacía sufrir a Jesús. Ella respondió que
pensaba que su «falta de fe y amor real, entregado» . Él le dijo que Dios
tiene «entrañas de misericordia». La Hna. Clare sintió verdaderamente la
presencia de Dios en este sacerdote. Inmediatamente se levantó y fue al
Calvario. Allí lloró por su falta de amor en el mismo lugar donde Él le
había dado –y continuaba haciéndolo– su perdón y su salvación. Conversó
con el Señor:

«Señor, lo siento por mis infidelidades».

«Mi niña, yo estoy contento de que tú estés aquí conmigo»[292].

Estaba entristecida por la clara tensión que había entre las distintas
religiones. Los cristianos que viven en Tierra Santa, son con frecuencia
tratados con menosprecio. ¿Cómo es posible que Cristo venga a salvar a la
humanidad y, sin embargo, en la misma tierra donde vivió, el odio y el
orgullo sean tan visibles? En el mismo Calvario experimentó este dolor,
aumentado por la oposición entre los cristianos. En cierto momento, cuando
estaba rezando allí, el sacerdote ortodoxo que estaba de guardia empezó a
reprender a los peregrinos católicos por estar unos segundos más besando la
roca del Calvario donde el Señor murió por todos nosotros. La Hna. Clare
se puso de pie con determinación y se hizo a un lado para hablar con él. La
conversación fue en inglés: «¿Eres cristiano?». Él respondió
afirmativamente. «Yo también. Somos hermanos, ¿sabes?».
Él permaneció en silencio, mirándola atentamente. La Hna. Clare le
extendió la mano. Él la aceptó y se la dio, y luego ella se fue. Ella había
vivido en primera persona la experiencia de la división religiosa en el norte
de Irlanda. Ahora, según iba estando más cerca del Señor, Él llenaba su
corazón con sus mismos deseos y estaba consternada por la falta de unidad
entre los cristianos. Unas horas antes de su muerte en cruz en el Calvario, el
Señor rezó: «Que todos sean uno»[293].
Había en nuestra peregrinación un grupo grande de peregrinos de
habla inglesa y todas las hermanas que hablaban inglés hacían turnos para
traducir del español las explicaciones del guía y las homilías. A mitad de la
peregrinación, la Hna. Clare se resfrió, pero continuó sin quejas traduciendo
cuando era su turno. Yo nunca pensé en sustituirla. Sin embargo, dos días
después, ¡también cogí el resfriado! Era muy difícil pensar tan rápido para
traducir todo lo que se decía. Después de un rato, sentí que ya no podía
continuar. La Hna. Clare se dio cuenta de mis dificultades y en seguida vino
a mi lado y se ofreció a sustituirme para traducir.
Llegamos a Madrid el 13 de octubre. Poco menos de una semana
después, la Hna. Clare iba a volar a Ecuador con el P. Rafael, la M. Ana y
otras dos hermanas. Algunos Siervos estarían también en el mismo vuelo,
ya que iban a abrir una nueva comunidad en Guayaquil ese mismo mes de
octubre. La Hna. Clare estuvo en Madrid dos días con las otras dos
hermanas para obtener el visado para Ecuador y después volvieron a Zurita
otros tres días antes del vuelo. Cuando vio la foto de su visado exclamó:
«¿Esta soy yo? ¡Mirad mis ojos! ¡Se están cayendo!». Nos enseñó la foto y
exageraba: «¡Mis ojos están casi en mi nariz!». Mientras nos reíamos,
continuaba diciendo: «¿Por qué no me habíais dicho que mis ojos se
estaban cayendo? Sí, sí, reíros, pero esperad y ya veréis, en unos años
estarán aquí», y se señalaba la boca. Estaba sorprendida de ver que se
estaba volviendo “mayor”, a pesar de que estaba cerca de cumplir 29 años.
Lo convirtió en una broma para reírse y hacer reír a las hermanas.
El 19 de octubre voló a Ecuador. En el viaje leyó un libro de la vida de
san Pío de Pietrelcina. La Hna. Gema Díaz, que estaba también destinada en
la comunidad de Guayaquil, recuerda cómo en un punto del vuelo tuvieron
una conversación sobre las actividades y el trabajo que hacen las hermanas
en Ecuador. La Hna. Gema había estado en Ecuador, en una comunidad
diferente, algunos años antes. Era obvio que iba a haber bastante trabajo. La
Hna. Clare dijo: «Me preocupa un poco que el exceso de trabajo pueda
vaciarnos espiritualmente». Y las dos hablaron de la importancia de tener
cuidado para que la actividad no les absorbiese y que estuviesen centradas
en el Señor.
Intenso apostolado en Guayaquil
Capítulo 20

Era un día caluroso y húmedo en Ecuador, como es habitual en la


región litoral del país. Una comunidad de Siervas, vestidas con su largo
hábito blanco, acababa de entrar en una iglesia para asistir a Misa. Estaba
abarrotada de fieles. Las hermanas se abrieron paso entre la gente que
estaba de pie al fondo de la iglesia y, dejando atrás varias filas de bancos,
se dirigieron hacia delante. Tenían la esperanza de encontrar algún hueco
libre donde estar de pie más cerca del altar.
Mientras se acercaban a la parte delantera de la iglesia, la Hna. Sara
María miró hacia atrás y se dio cuenta de que la Hna. Clare no la seguía.
Se dio la vuelta intentando buscarla y la localizó sentada en el último
banco. Parecía estar hablando con alguien. La Hna. Sara María volvió
atrás para esperarla.
La Hna. Clare estaba hablando con un hombre que tenía la cara
desfigurada y los miembros retorcidos. Él y la Hna. Clare eran los únicos
que estaban sentados en ese banco, ya que el resto de la gente evitaba a ese
hombre; quizás por miedo o debido a su mal olor.
Al notar que la Hna. Sara María había vuelto, la Hna. Clare la miró y
luego miró a ese pobre hombre con compasión. Sabiendo que debía
reunirse con el resto de la comunidad, con mucha delicadeza tomó la mano
retorcida del hombre y se despidió, intentando transmitir el amor de Dios a
aquel solitario marginado de la sociedad.

La sensibilidad de la Hna. Clare hacia el sufrimiento y el dolor ajenos


salió a la luz una vez más cuando llegó a la ciudad de Guayaquil, en octubre
de 2012. Al principio, no podía ocultar su asombro. «¿Alguien vive
realmente en esta chabola?», preguntó al ver unos tablones de madera
sujetando un techo de aluminio[294]. Había visto fotos y vídeos del trabajo
que las hermanas venían haciendo en Ecuador desde 2003, pero verlo en
persona fue una experiencia completamente diferente.
Aunque la pobreza material le resultaba impactante, sabía que su
primera misión en Ecuador era llevar almas al Señor. Poco después de su
llegada, escribía al P. Rafael:

«Me he acoplado muy bien aquí. No es ningún mérito mío pues me


es fácil adaptarme donde sea: con los ricos de los Estados Unidos, los
pobres de Ecuador, los moribundos en los hospitales de Valencia o las
niñas excesivamente vivarachas de Belmonte. Realmente experimento
que cualquier comunidad es mi hogar. Aun así, no me deja de llamar
la atención aquí una pobreza casi querida (digo “querida”, porque se
ve que la gente se ha acostumbrado a vivir en un nivel muy bajo y no
quiere salir de allí), y también hay una gran pobreza no solamente
material, sino moral e intelectual. Y en medio de todo esto, aquí estoy
yo. ¿Para que? pues para hacer lo que Dios quiere y ayudarle a salvar
las almas de nuestros hermanos ecuatorianos»[295].

Asimismo, sabía muy bien que, como misionera, tenía que ser humilde
y fiel a las cosas pequeñas para llevar almas al Señor, por eso, pidió a la M.
Ana que rezara por ella:

«Reza por mí para que sea fiel y humilde. Sé perfectamente que si


no soy fiel en las pequeñas cosas de cada día estoy atando las manos
al Señor y a la Virgen. Sé que de mi fidelidad y docilidad dependen
muchas almas y, si quiero ayudar las almas de aquí, tengo que ser fiel
y humilde»[296].

Las Siervas tienen tres comunidades en Ecuador: Chone, fundada en


2003; Playa Prieta, fundada en 2006 y Guayaquil, fundada en 2011, un año
antes de que llegara la Hna. Clare. Las hermanas de Guayaquil vivían en un
pequeño apartamento de dos habitaciones en “El Cóndor”, un barrio a solo
quince minutos andando de la parroquia de Ntra. Sra. de Loreto. Las
Siervas colaboraban con los Siervos del Hogar de la Madre que dirigían la
parroquia, ayudando en la catequesis y en la atención pastoral. Ocho meses
después de la llegada de la Hna. Clare se comenzó a construir una casa para
la comunidad de hermanas en un terreno de “El Cóndor”, detrás de la
capilla dedicada al Divino Niño Jesús de Praga.
El estilo de vida que tenemos las Siervas nos ayuda a sentirnos en casa
en cualquier lugar al que vayamos: el Señor y Ntra. Madre son nuestro
refugio y las hermanas son nuestra familia. Sin embargo, a la Hna. Clare le
resultaba especialmente fácil adaptarse a situaciones nuevas, como escribió
al P. Rafael. Casi de inmediato, se sintió como si siempre hubiera vivido en
Guayaquil. Hacía preguntas para aprender las costumbres de la ciudad y
rápidamente aprendió algunas canciones folklóricas, por ejemplo: “Con mi
gorrito de papel, ¡soy Juan Pueblo! Azul y blanco es mi bandera, ¡soy Juan
Pueblo!”.
De igual modo, captó rápidamente el acento de Guayaquil y aprendió
palabras y expresiones que no se usan en España o, al menos, lo intentó.
“Guácala” es una expresión que se usa en Hispanoamérica para expresar
desagrado, asco o rechazo. La Hna. Clare entendió que esta palabra
significaba “chulo” o “genial”, quizá por su parecido con la palabra “guay”
que se usa en España y empezó a decir “guácala” cuando veía algo que la
asombraba, hasta que alguien le avisó de que esa palabra no se empleaba
así. Tenía tales ansias de entablar relación con los ecuatorianos que estaba
dispuesta a correr el riesgo de cometer un error[297].
Sin embargo, la Hna. Clare nunca llegó a acostumbrarse a ciertos
alimentos ecuatorianos. Describía el cilantro como “unas hierbas que aquí
lo echan a todo y que a mí me están llevando al Cielo”. También le costaba
mucho comer “humitas”, un plato típico sudamericano que consiste en una
pasta de maíz envuelta en las mismas hojas de la mazorca. No escondía
estas dificultades a las hermanas. Solía poner una cara de horror –
bromeando– cuando alguna hermana llegaba con este regalo que alguna
familia les había preparado. Una vez, al llegar la hora de comer, la Hna.
Clare se sirvió una porción y media de humitas para ofrecer ese sacrificio al
Señor[298].
En Ecuador el curso escolar empieza en abril, así que cuando la Hna.
Clare y la Hna. Gema se unieron a la comunidad de Guayaquil, ya estaban a
mitad de curso. Inmediatamente se metieron de lleno en toda la actividad,
haciéndose cargo de clases de religión y catequesis. Cada día las hermanas
se levantaban a las 4:50. Después de laudes y el desayuno en silencio,
tenían una hora de adoración en la diminuta capilla de su casa, excepto los
fines de semana, que la tenían en la capilla del Divino Niño de Praga. A la
Hna. Clare siempre le había costado madrugar y cuando la alarma sonaba
antes de las 5 de la mañana era todo un sacrificio.
«Jesús, ayúdame a no quejarme, a aprovechar las cosas que me
cuestan (levantarme antes de las 5 a.m.), viendo estas cosas como algo
que Tú me pides para mi crecimiento espiritual»[299].

En cuanto terminaba la hora de adoración, las hermanas salían


corriendo a las diferentes actividades del día. La Misa era por la tarde y
cada día de la semana hacían cosas distintas. El lunes era el día que tenían
para preparar las clases, la catequesis, los retiros y más tiempo para las
tareas de casa. Los martes, miércoles y jueves por la mañana, daban clases
de religión en el colegio de la Consolata en “El Fortín”, área situada en las
afueras, al norte de Guayaquil. Se trata de una zona de invasión, es decir,
una extensión de tierra de propiedad pública o privada ocupada en masa en
una noche por cientos de familias que montan allí sus cabañas de bambú. A
finales de los años 90, un misionero italiano fundó el colegio de la
Consolata para que los más de mil niños de esa zona de invasión tuvieran
acceso a la educación básica.
La Hna. Clare daba clase de religión a los niños más pequeños, de
entre 5 y 8 años. Enseguida se le pidió que diera también clase de inglés, lo
cual significaba no tener apenas horas libres. En cada clase había de 30 a 40
niños y todos estaban deseando que llegase la hora de la clase de la Hna.
Clare. En cuanto la veían llegar, sus caritas se iluminaban y todos gritaban:
“¡¡¡Hermanita Clare!!!”. La clase siempre empezaba con una oración y una
canción con la guitarra. Las canciones más populares eran: “La oveja
perdida”, de Valivan, y una canción dedicada al Ángel de la Guarda. Los
niños daban a la Hna. Clare sus mejores pegatinas para la guitarra, que
pronto se llenó de ellas[300]. Cuando cantaba, la hermana captaba su
atención y les tranquilizaba. Usaba otros trucos creativos para captar el
interés de los niños distraídos, como el de empezar a ladrar como un perro o
hacer –improvisadamente– el sonido de otro animal. Cuando tenía tiempo
para preparar las clases, llevaba una ficha para colorear o un dibujo que les
cautivara y les ayudara a aprender la lección del día. Si no tenía tiempo para
prepararla, se inventaba algo, poniendo toda su creatividad e imaginación al
servicio de Dios, para ayudar a estos pequeños a conocer la verdad y a
desear el bien.
Cuando la Hna. Clare estaba especialmente feliz por algo relacionado
con el Señor o con la Virgen, transmitía su entusiasmo a los niños. El 2 de
julio de 2014, el Hogar de la Madre recibió el permiso para celebrar la
Solemnidad de Santa María Siempre Virgen por primera vez en la historia
de la Iglesia. Había ya una fiesta para su Maternidad Divina, para su
Inmaculada Concepción y para su Asunción, pero el dogma de su Perpetua
Virginidad no tenía una fiesta específica. El Vaticano aprobó los textos
litúrgicos que el Hogar de la Madre preparó y presentó, y nos dio permiso
para celebrar esta gran fiesta. La Hna. Clare estaba tan feliz de poder
celebrar esa solemnidad que después de la Misa no paraba de sonreír. Al día
siguiente compartió espontáneamente esa alegría con los niños en clase y
les habló de la solemnidad y del privilegio de la virginidad de María.
Escribió a la M. Ana sobre ello en un email:

«Ayer, en mis clases con los pequeños les conté sobre la fiesta y
ellos también se entusiasmaron. ¡Menudos “Vivas” gritaron a la
Virgen! » [301].

Y continúa contándole un poco sobre las clases:

«Cuando vengas con el Padre en septiembre tengo un montón de


anécdotas de ellos para contaros. Hay muchas almitas que quieren
mucho al Señor. Me acuerdo cuando estaba en Jacksonville, en la
Asunción, y todos los niños querían ser monjas y curas, pero aquí no
es así… quieren ser policías y “mamitas”… Está bien, cada uno tiene
su camino, jeje» [302].

En Ecuador, las hermanas, raramente se encontraban en ambientes con


aire acondicionado y el colegio de la Consolata no era una excepción.
Después de la intensidad de las clases, procurando mantener la atención de
los niños, las hermanas solían hacer una pausa para descansar en un
pequeño apartamento, situado dentro del colegio, que las hermanas usaban
cuando estaban allí. La hermana a la que le tocaba cocinar solía aprovechar
esos momentos para preparar la comida. Una candidata que estuvo
ayudando a la Hna. Clare recuerda que un día, al final de una clase, se
dirigió a la casa para beber agua y tomar algo, pero se dio cuenta de que la
Hna. Clare no la seguía. Se volvió para ver si alguien la había parado para
preguntarle algo. Pero no, solo se había quedado jugando con los niños en
el patio durante el recreo.
La Hna. Mercedes Ramos, superiora en Guayaquil por aquel entonces,
se dio cuenta de que eso no había sido una ocurrencia de ese día. La Hna.
Clare casi siempre se quedaba a jugar con los niños o, simplemente, para
escucharles y hablar con ellos o con los profesores, en vez de ir a casa a
tomarse un vaso de agua o descansar.
La Hna. Clare conocía a cada uno de los niños y rezaba por ellos.
Muchas veces contaba a las hermanas historias de ellos y buscaba la manera
para ayudarles. A veces llevaba a algún niño en particular a las hermanas.
Hacía que el niño se presentase, contase algo a las hermanas e hiciese la
monería que sabía. De este modo, las hermanas aplaudían y mostraban su
entusiasmo, y el niño se iba feliz y sintiéndose importante.
Para los pequeños todas las hermanas eran la “Hna. Clare”. Cuando
veían pasar a cualquiera de las cuatro hermanas, empezaban a gritar
alegremente: “¡Hermanita Clare! ¡Hermanita Clare!”. Muchas veces
ofrecían a la Hna. Clare parte de su merienda, cosa que a ella siempre le
impresionaba. ¡Tenían tan poco que comer ya de por sí! Ella siempre se
mostraba muy agradecida, pero insistía en que debían comer ellos su
merienda. Un día, un niño pequeño se estaba comiendo un yogur y quiso
ofrecer la mitad a la Hna. Clare. Insistió tanto que al final decidió aceptar el
regalo. Se lo llevó a casa y se lo enseñó alegremente a las hermanas:
«¡Mirad, hoy un niño me ha dado este regalo!». Las hermanas sonrieron y
le dijeron que no era una buena idea comerse ese yogur ya bastante
caldeado por el calor. Ella se lo ofreció: «¿De verdad que no lo queréis?
¡Estoy segura de que está delicioso! Si vosotras no queréis, yo me lo
comeré todo. No quiero tirarlo...». De nuevo las hermanas le
desaconsejaron que se lo comiera, pero ella empezó a hacerlo llevándose
una cucharada llena a la boca mientras decía: «Mmmm… es delicioso… no
queréis reconocerlo, pero apuesto a que estáis deseando probarlo...». Más
tarde, cuando empezó a sentirse mal y las hermanas, bromeando, le
recordaron el “delicioso yogur”, se rio y reconoció que, efectivamente, no
debía habérselo comido.
A pesar de sus mejores esfuerzos, a veces, le invadía el cansancio.
Después de pasar toda la mañana de pie, cuando se subía en la camioneta
con las hermanas para volver a casa, muchas veces caía rendida por el
sueño mientras rezaban el rosario. Al llegar, las hermanas bromeaban con
ella: “¡Buenos días, Hna. Clare!”.
Al principio de su estancia en Guayaquil, los martes por la tarde
estaban libres y tenían tiempo para trabajar en casa y preparar actividades.
Al cabo de un año, les pidieron llevar un programa de radio de una hora en
directo en una radio católica de Guayaquil, Radio Santiago. En un primer
momento, la Hna. Mercedes lo vio como un compromiso laborioso y no
sabía si tendrían tiempo para preparar bien los programas. Enseguida, la
Hna. Clare se ofreció para colaborar aportando su creatividad: «¡No
tardaremos tanto en prepararlos, yo puedo ayudar!». Y así, las hermanas se
comprometieron a llevar este programa semanal: «Joven, ¡levántate!». La
Hna. Clare preparaba el guion. Ella era una estudiante universitaria llamada
Clara que hacía preguntas a la hermana que entrevistaba. Otras dos jóvenes
solían participar para ayudar e intervenir en ciertos momentos del
programa. Se trataban distintos temas: vidas de santos, apologética,
testimonios y experiencias de un viaje misionero o peregrinación… y un
largo etcétera. El programa se retransmitía los martes por la tarde, y luego,
después de la Misa de la parroquia de Loreto, las hermanas daban
catequesis y formación a los padres de los niños que se preparaban para la
Primera Comunión.
Los miércoles por la tarde, las hermanas iban directamente del colegio
de la Consolata en “El Fortín” a la Universidad del Espíritu Santo, una
universidad católica privada, para hacer apostolado con los jóvenes del
campus. Empezaban una conversación con los estudiantes que se
encontraban y les invitaban a actividades, como catequesis de confirmación
para los que no hubieran recibido el sacramento y estuvieran interesados.
Incluso hacían encuestas para ver si los estudiantes creían en Dios o iban a
Misa, y esto servía de excusa para empezar una conversación. Si un grupo
de estudiantes quería recibir catequesis de confirmación, dos hermanas
daban la catequesis mientras las otras dos hacían apostolado. El índice de
respuestas no era muy alto, así que hacía falta mucho valor para perseverar.
A la Hna. Clare le encantaba este apostolado y hacía pósteres y tarjetas para
invitar a los jóvenes a las reuniones y retiros. Solía poner la excusa de que
era irlandesa para llamar la atención de esos estudiantes universitarios, pues
la mayoría quería mejorar su inglés y tener una conversación con un
angloparlante nativo.
Al cabo de un mes de su llegada, la Hna. Clare estaba en el patio del
campus terminando una conversación con un grupo de estudiantes, cuando
divisó a lo lejos a dos chicas, sin duda estudiantes de arquitectura, pues
llevaban carpetas gigantes y reglas. La hermana fue a acercarse a ellas pero
en cuanto se dieron cuenta se dieron la vuelta y empezaron a andar
rápidamente en dirección opuesta. Divertida por la obvia “táctica de
escape”, la Hna. Clare adivinó el edificio al que se dirigían, cogió un atajo
en esa dirección y se escondió detrás de una palmera. Justo cuando pasaban
por delante de ella, salió de su escondite y se presentó ante ellas:
–¿Están huyendo de una monja?
–¡No, no! –respondieron con vergüenza, mientras la Hna. Clare se
reía.
–Tenemos que ir a clase –se excusó una de ellas.
A la otra, la situación le pareció cómica y tenía mucha curiosidad por
saber qué quería la monja.
–¿Quieren aprender a ser mujeres de verdad? –preguntó la Hna.
Clare–. ¿Por qué no vienen a una reunión que tenemos los miércoles a las
3:30?
Dijeron que irían el siguiente miércoles, pero la Hna. Clare las caló
más allá de la superficie.
–Espero que no hagan lo mismo que el resto de las cobardes de por
aquí que me dicen: “Sí, sí, hermanita, iré” y luego no aparecen. Todas
tienen miedo de conocer al Señor.
La conversación se quedó ahí y las dos chicas fueron a la reunión el
miércoles siguiente; no querían ser consideradas unas cobardes. El Señor
empezó a actuar en sus corazones. Una de ellas había empezado a dejar de
lado la fe católica y a poner en duda la existencia de Dios. Las reuniones le
ayudaron a recuperar la fe y a acrecentarla. El Señor recobró a una oveja
que estaba alejándose. Actualmente es Sierva del Hogar.
La mayoría de los estudiantes de la Universidad del Espíritu Santo son
de familias ecuatorianas acomodadas. Las hermanas iban allí a evangelizar,
porque tanto los ricos como los pobres tienen necesidad de Dios. La misma
joven de la historia anterior recuerda su impresión cuando preguntó a la
Hna. Clare sobre el hábito: «¿Cuántos hábitos tienen?». La Hna. Clare
apuntó con sus dedos a sus pies y se señaló de abajo arriba hasta la cabeza,
y dijo: «¿Ves todo lo que llevo? Nada, nada de esto es mío. Soy pobre. Ni
siquiera el hábito que llevo es mío. Pertenece a la comunidad. No poseo
nada». Luego hizo una pausa y sonrió al ver la reacción de la chica: «¿Pero
sabes una cosa? Soy libre. Y tengo más alegría que si poseyera el mundo
entero». La chica estaba acostumbrada a ver pobreza, sin embargo esta
respuesta le resultó asombrosa. Nunca hubiera imaginado que alguien
pudiera “desear” la pobreza, y mucho menos que esta pobreza voluntaria
pudiera ser liberadora. Al acercarse más a las hermanas descubrió que
abandonar posesiones mundanas por amor del Señor da realmente gran
libertad.
Después del apostolado en la universidad, las hermanas iban a Misa y
a confesarse a la iglesia de San Josemaría Escrivá de Balaguer[303]. La Hna.
Clare siempre había tenido una gran devoción a este santo. Recibió muchas
gracias en aquella iglesia durante sus dos años en Guayaquil,
particularmente el día de su fiesta del año 2013, en que pudo besar su
reliquia y obtener una indulgencia plenaria. Le pidió esta gracia: «ser
realmente fiel a mi vocación, con un corazón indiviso» [304]. El sacerdote,
en la homilía, repitió las palabras de san Josemaría: «Nunc coepi», es decir,
“ahora empiezo”. Estas palabras estaban realmente impresas en su mente y
en su corazón: nunca debemos cansarnos de empezar de nuevo en la lucha
por la santidad.
Los viernes por la mañana, ella y otra hermana iban a un colegio en
otra zona de invasión de la ciudad llamada “Isla Trinitaria”, que era aún
más pobre que “El Fortín”. La Hna. Clare daba clases de inglés a niños de 7
a 12 años en el colegio Sta. Rosa de Lima. El nivel cultural era muy bajo y
aprender inglés parecía un desafío imposible, pero se le ocurrieron modos
de ponérselo más fácil, por ejemplo, escribiendo las palabras como suenan
en inglés, transcritas “a la española”. Por ejemplo, para escribir: «Good
morning, how are you?», ella ponía: «Gud mornin, jau ar yu?». Así, los
niños aprendían la pronunciación correcta en inglés.
Para un profesor, uno de los retos más difíciles es encontrar modos de
motivar a los chicos para que aprendan. Lo que la Hna. Clare hacía era
escogerse a los niños más revoltosos de la clase para que la ayudasen como
secretarios y les pedía sostener el texto de la canción mientras ella tocaba la
guitarra, por ejemplo, o borrar lo que había escrito en la pizarra. Pero se dio
cuenta de que ni siquiera los alumnos más inteligentes se esforzaban en los
estudios. Muchos chavales estaban resignados a una vida de crimen y
delincuencia. Muchas chicas caían en los brazos del primer chico que se les
declaraba y terminaban embarazadas en plena adolescencia.
Una vez en la clase de inglés a los alumnos de séptimo (el primer
curso de secundaria), trató de incentivarles con estas palabras: «Si aprenden
inglés, cuando viajen a Estados Unidos podrán hablar con la gente de allí».
Pero ellos respondieron: «¿Y para qué, hermana? Nunca vamos a viajar a
Estados Unidos».
Más tarde, le dijo a la secretaria del colegio: «Estos chicos no tienen
sueños. Hay que enseñarles a soñar. Si no tienen sueños, van a quedarse en
la miseria y en la mediocridad. Una persona que deja de soñar pierde el
deseo de seguir adelante». La Hna. Clare intentaba inculcar en los alumnos
el deseo de hacer cosas grandes, simplemente a nivel humano. Se dio
cuenta de que si no tenían una motivación básica, humana, para hacer
grandes cosas, sería difícil que desarrollaran la magnanimidad espiritual y
el deseo de hacer cosas grandes para Dios.
Los viernes por la tarde, la Hna. Clare tenía catequesis en la parroquia
de Loreto. Sabiendo que la hermana tenía un don especial para tratar a los
niños, los Siervos pusieron en su grupo a los niños problemáticos de
Primera Comunión. Al final, tenía casi 20 niños, uno de los cuales era
sordomudo y otro tenía retraso mental. Era tan difícil que a veces
exclamaba: «¡Sé que tengo un don, pero hay tantos que no puedo hacerlo
sola!». Cuando era posible, una de las candidatas la acompañaba para
echarle una mano. San José era el patrono del grupo. Cada día, la catequesis
empezaba con la recitación de la oración a san José que cada niño había
copiado en su cuaderno. Y siempre se terminaba con una breve visita a la
capilla para enseñar a los niños a rezar y a tener una relación cercana con el
Señor, pues esta era siempre su principal preocupación.
La Hna. Clare siempre iba preguntando por ahí para saber quién había
ganado el último partido: el Emelec o el Barcelona. Una de las candidatas
se preguntaba: «¿Se puede saber por qué a la Hna. Clare le interesa tanto el
fútbol ecuatoriano?», pero la primera vez que la ayudó como asistente de
catequesis descubrió el motivo: las vidas de los chicos giraban en torno al
fútbol. Muchas veces empezaban a llorar cuando su equipo perdía. La Hna.
Clare aprovechaba los resultados de algún partido concreto para atraer su
atención y enseñarles varias lecciones de vida espiritual. En concreto, no le
gustaba el lema de un equipo: “Barcelona, ídolo de Ecuador”. Cuando veía
que los chicos estaban demasiado obsesionados con el fútbol, partía de ese
lema para explicar que “ídolo” significa “dios falso”. Les dejaba muy claro
que tenían que poner a Dios en el centro de sus vidas, ¡no el fútbol! En la
pausa de catequesis, los niños siempre querían jugar al fútbol. Ella les
acompañaba fuera, delante de la iglesia, y hacía de árbitro y comentarista a
la vez.
Después de más de un año con estos niños, cuando se acercaba la
Primera Comunión, le preocupaba que los niños no supiesen realmente que
Jesús está presente en la Eucaristía. Se le ocurrió un plan para comprobar si
lo entendían. Al principio de la catequesis siguiente escribió en la pizarra:
«La Eucaristía representa el Cuerpo de Cristo». Preguntó a cada chico, uno
a uno: «¿Qué es la Eucaristía? ¿Esta frase es cierta?». Cada uno de ellos
repitió lo que estaba escrito en la pizarra. Unos pocos dudaron, pero
decidieron seguir lo que decían sus compañeros. Cuando los niños
terminaron de contestar, gritó con énfasis: «¡La Eucaristía no representa a
Cristo y ya está! ¡Es el verdadero Cuerpo de Cristo!». Los chicos se
quedaron en silencio mientras la Hna. Clare miraba a cada uno a los ojos.
Al final, respiró profundamente. Luego continuó repitiendo, una vez más,
las verdades de fe sobre la Eucaristía. Esta vez lo explicó tan clara y
contundentemente que les sería muy difícil volverlo a olvidar.
Sin embargo, seguía preocupada: «¡No saben a quién van a recibir!».
Decidió empezar una misión eucarística: los últimos minutos de cada hora
de catequesis los dedicarían a la Eucaristía. Les contaba un milagro
eucarístico o una anécdota de un santo en relación con la Eucaristía para
ayudarles a darse cuenta, a través de estas historias, de que Cristo está
realmente presente. Luego iban a visitarle a la capilla. Muchas veces
repetía: «Si terminan la catequesis y no saben todo del programa pero le
conocen a Él, seguirán viniendo después de la comunión e irán aprendiendo
más; pero si terminan sabiendo cosas sin conocerle, lo perderán todo».
Los sábados por la mañana eran los momentos más impredecibles de
toda la semana. Siempre había un retiro, o una peregrinación u otra
actividad. En caso contrario, siempre tenían cosas que hacer en casa, como
preparar clases o corregir exámenes. Al avanzar la obra de la casa de las
hermanas, hubo también trabajo allí. Para abaratar el coste de la
construcción, las hermanas y las chicas más cercanas a ellas ayudaban con
el trabajo. Los sábados por la mañana (y cualquier otra mañana libre) se
dedicaban a pintar las paredes y a enlosar. El hábito azul de trabajo de la
Hna. Clare pronto se llenó de salpicaduras de pintura blanca. Llegaba a casa
llena de entusiasmo: «¡Hemos terminado de pintar la capilla!», «¡Los baños
están terminados!», «¡Ya solo queda una habitación!».
Los sábados por la tarde, la Hna. Clare dirigía el ensayo del coro. El
párroco anterior, que había invitado a las hermanas a fundar la comunidad
en la parroquia de Loreto, había sido el director del coro y había dado
ciertas normas. Cuando se fue, confió el coro a una pareja de novios. Ellos,
al conocer a la Hna. Clare y ver su don para la música, inmediatamente le
pidieron que fuera ella la directora. Y así lo hizo, pero mantuvo las normas
del P. Francisco: quien quisiera participar en el coro tenía que vivir en
gracia, asistir a todos los ensayos y ser puntual.
Los jóvenes del coro enseguida quisieron y admiraron a la Hna. Clare.
Tenía, a la vez, talento para dirigir y gracia para tratar con ellos. Les enseñó
canciones nuevas, algunas que ella ya conocía y otras que encontró en
internet.
Pronto añadió otra norma “de su cosecha”: «Aquí cantamos para Dios
y para la Virgen, nada de venir a lucirse. El que quiera lucirse, que se vaya a
otro coro; este es para cantar para Dios». Una vez, algunas personas de la
parroquia cambiaron la posición de las sillas del coro. Cuando la hermana
llegó, empezó inmediatamente a mover las sillas y los micrófonos a su lugar
habitual. «Hna. Clare, ¿por qué cambias todo? La nueva posición es mejor
para el coro y la gente puede veros mejor». «Eso es precisamente lo que no
quiero», respondió. «Esto no es un concierto para que la gente venga a
vernos. Estamos aquí para cantar para Dios y no para llamar la atención.
Tienen que mirar a Dios que está allí», concluyó señalando al sagrario. Los
talentos eran para su gloria. Quería ayudar a otros a usar sus talentos no
para el propio honor y vanidad, sino para mayor gloria de Dios. Mantener el
coro en un lado les ayudaría a recordarlo.
En la Semana Santa de 2014 se reunió con el coro una mañana para
ensayar las canciones de la liturgia de esos días. Empezó a explicar la
canción que iban a ensayar y la importancia de la música en la liturgia de
esa semana, la más importante del año. Intentaba hacer que se centraran,
pero seguían hablando entre ellos o mirando el móvil. No era la primera vez
que esto sucedía. Era obvio que no tenían claras sus prioridades. Entonces,
la Hna. Clare gritó: «¡Si no queréis estar aquí, iros! ¡No tenéis ni idea de lo
que pasa esta semana! Jesús está aquí en el sagrario. Él dio su vida por
vosotros, ¡y a vosotros os importa un pimiento!». Después de eso, se fue de
la habitación. Lissette Falcones, que era candidata, la siguió enseguida.
Cuando bajaron a la iglesia, la Hna. Clare se arrodilló ante el sagrario.
Lissette se arrodilló a su lado. La Hna. Clare la miró y le dijo con lágrimas
en los ojos: «Lo siento, Lissette, pero tenía que decirlo. ¿Es que no tengo
razón? No se dan cuenta de que Cristo murió por ellos. No saben lo que
pasa esta semana ni lo que eso significa».
Durante la Misa, entre canción y canción, animaba al coro a tener una
actitud de recogimiento para participar en la Misa con todo el espíritu. No
permitía que se hablase ni cuchichease. Era muy estricta en eso y no
vacilaba en echar a gente del coro si era necesario. En más de una ocasión
acabó diciendo a todo el coro que se fuese. Prefería cantar sola a permitir
que el hecho de estar en el coro se convirtiera en una distracción que
impidiera vivir bien la Misa. La norma de estar en gracia y confesarse antes
de Misa en caso de que no lo estuvieran, era muy importante para ella. La
vida de los jóvenes tenía que ser coherente con lo que cantaban. Solo a
través de esa autenticidad podrían comunicar a Dios cuando cantaban.
Los domingos por la tarde estaban dedicados a los grupos de chicas y
adultos del Hogar de la Madre. La reunión con las chicas era justo después
de comer y la de adultos un poco más tarde. Las hermanas se turnaban para
llevar la reunión, que trataba sobre temas relacionados con la formación en
la fe, el crecimiento en las virtudes o cómo superar las dificultades en la
vida espiritual. Cuando la Hna. Clare estaba en el grupo de chicas, solía
llevar la guitarra y cantar una canción al principio y otra al final. Muchas
veces las chicas pedían las mismas canciones todas las semanas, pero ella
nunca se quejaba. Una vez, una hermana le preguntó si no se cansaba de
cantar siempre lo mismo y ella replicó: «Muchas veces, cuando algo nos
cansa es porque va a hacer que estas personas lleguen más al Señor».
Cuando no había una petición en particular, en vez de elegir una canción
que le gustaba a ella, preguntaba al Señor: «Dime Tú que tengo que cantar
en este momento que pueda ayudar al resto». Si alguien le daba las gracias
por la canción que había cantado, la Hna. Clare le decía que diese las
gracias al Señor. Con frecuencia reflexionaba: «El Señor no tiene que
dejarme ver el motivo por el que me pide cantar una canción concreta, pero
tiene el detalle de dejarme ver que, si yo hago lo que Él me está pidiendo,
eso es lo que hace bien al resto».
Los temas favoritos de la Hna. Clare para charlas o reuniones seguían
siendo la mediocridad, la hipocresía y el ponerse “máscaras” según el
ambiente. Ella notaba que muchas jóvenes actuaban como si quisieran ser
santas cuando estaban con las hermanas, pero luego, cuando estaban con
sus amigos, eran personas totalmente distintas. Le entristecía ver cómo
usaban las redes sociales. Un día, retó a todas las chicas: «¿Quién se atreve
a darme su cuenta de Facebook para que yo pueda enseñar a todo el mundo
sus fotos y comentarios?». Solo una chica hizo alarde de no tener nada que
esconder y la Hna. Clare le dijo: «Vale, ¿entramos?». Se le caía la cara de
vergüenza.
Las jóvenes percibían su autenticidad y, con frecuencia, se dirigían a
ella para pedirle consejo en la dirección espiritual. Utilizaba ejemplos de su
propia infancia y juventud para ayudar a las chicas y hacerles salir de los
mismos peligros en los que ella había estado[305]. Muchas veces les decía:
«Primero, Dios; segundo, Dios; tercero, Dios y cuarto, todo lo demás». Y
no solo hablaba de teorías, también las animaba a la acción. Una mañana, la
Hna. Clare llamó por teléfono a una de las chicas que dirigía
espiritualmente. La joven era una brillante estudiante universitaria y un
miembro comprometido del Hogar de la Madre:
–Vamos a hacer una vigilia de oración en honor de la Virgen esta
noche. ¿Puedes venir?
–No, Hna. Clare. Hoy no puedo ir. Me encantaría, pero tengo
muchísima tarea…
–Si vienes, será un bonito regalo para la Virgen.
–De verdad que no puedo, no me daría tiempo a terminar la tarea para
mañana…
Y así se acabó la conversación. Unos minutos más tarde, la Hna. Clare
llamó otra vez.
–¡Es por la Virgen! ¡Tienes que venir!
La chica, a regañadientes, dijo que iría. ¿Cómo podía decir que no?
Preguntó a qué hora era y acudió a la vigilia. La Virgen recompensó su
generosidad, como la Hna. Clare esperaba, y pudo hacer su tarea casi sin
esfuerzo.
En otra ocasión, tuvo lugar una conversación parecida, pero esta vez se
trataba de una actividad para jóvenes. La Hna. Clare sabía que esa chica
podría ayudar mucho y dar buen ejemplo a las chicas nuevas, así que la
llamó:
–¡Tienes que venir!
–Soy estudiante y tengo la responsabilidad de terminar mi trabajo…
–Sí, pero también has hecho un compromiso en el Hogar de la Madre
de la Juventud y Dios es lo primero.
La conversación fue un poco tensa. La Hna. Clare tenía una respuesta
para cada excusa y, al final, la chica decidió ir. Por la tarde, cuando terminó
la actividad, ella volvió a casa de las hermanas y, cuando estaba a punto de
irse, la Hna. Clare se acercó y le dijo:
–¿De verdad tienes mucha tarea?
–Sí, hermana. Es de inglés, que ya sabes que me cuesta un montón…
–Sí, lo sé –asintió la Hna. Clare comprensiva.
La chica se despidió, salió y bajó las escaleras. Al cabo de unos
segundos, la Hna. Clare corrió al balcón y la llamó.
–¿Y qué querrá ahora? Tengo que darme prisa o no voy a dormir nada
esta noche –pensó.
–¡Si quieres, me han dado permiso para ayudarte con tu tarea! –gritó la
Hna. Clare desde el balcón.
¡Por supuesto que quería! Pasaron unas tres horas juntas y
consiguieron hacerlo todo. La chica estaba inmensamente agradecida y
había aprendido la lección: pon a Dios en primer lugar y Él se ocupará de
todo lo demás. La Hna. Clare era muy exigente con los jóvenes, pero no era
indiferente a sus dificultades. Habían conseguido hacer la tarea mucho más
rápido juntas que si lo hubiera hecho la chica sola. Para ello, la Hna. Clare
renunció al poco tiempo que tenía para terminar de corregir exámenes.
Vivía la actitud de confianza en Dios que exigía de aquellas a las que dirigía
espiritualmente. Confiaba en que el Señor le daría el tiempo que necesitaba
para terminar su propio trabajo si era generosa con su prójimo.
Ella sabía que tenía un don especial para trabajar con jóvenes:
«Reconozco humildemente que tengo el don (aunque a veces para mí es
como una penitencia) de caer bien a la gente y, en particular, a las chicas»
[306]. Este don facilitaba a las chicas el abrirse enseguida con ella, pero al
mismo tiempo, la Hna. Clare veía el peligro de que la buscasen a ella en vez
de al Señor. Esto se podía dejar pasar al principio, pero especialmente en la
dirección espiritual tenía que purificarse pronto, de lo contrario era
imposible ayudarlas realmente:

«Me parece importante por qué una chica elige una hermana
determinada para que sea su guía. Sé que algunas veces puede ser
porque simplemente “me cae bien” y allí entra el tema de la
afectividad. Algo que puede ser bueno en un principio, el hecho de que
la chica tiene confianza para hablar contigo, tiene que ser purificado.
Creo que es fundamental que este primer impulso sea purgado, porque
si no, no hay dirección espiritual, sino una búsqueda camuflada de
uno mismo. En algunos casos de chicas que hablaban conmigo llegaba
un punto en que yo claramente veía que la meta de la chica no era la
santidad, sino que estaba demasiado pendiente de mí: si la saludo o no
la saludo, llamadas de atención estando ella excesivamente triste para
que le pregunte qué le pasa, etc. A algunas las he animado a hablar
con otra hermana y así lo han hecho. En esto, Padre, soy bastante
cortante. No descortés, pero seria… Yo, francamente, no tengo ningún
interés en guiar a ningún alma, bastante tengo con lo mío propio, que
cada día me veo más nada y más necesitada, pero sé que el Señor y la
Virgen nos pide este servicio de guiar las almas hacia ELLOS»[307].

Tenía un atractivo tal que las personas siempre querían estar con ella.
Muy consciente de esto, estaba siempre atenta para asegurarse que de
verdad estaba ayudando a cada una de las almas que dirigía a acercarse al
Señor. Si tenía que decirle a una chica que hablara con otra hermana, lo
hacía. Buscaba su verdadero bien y no quería que su persona se interpusiera
en ello. En otros casos, cuando veía que una joven tenía una gran lucha en
la vida espiritual y ya había hecho todo lo que estaba en sus manos, se
dirigía a su superiora y le decía: «Hermana, lo único que falta es hacer
penitencia», y pedía permiso para ofrecer un sacrificio, suplicando al Señor
que tuviera misericordia de esa alma en particular.
En un correo al P. Rafael, escribe:

«Yo estaba pensando en cada día de la semana ofrecerlo por un


grupo de jóvenes en particular: lunes, las chicas del Hogar; martes,
los niños de mis clases; miércoles, las almas que de alguna manera
tengo que ayudar; jueves, los jóvenes que sufren de algún vicio;
viernes, los jóvenes de la parroquia, especialmente los del coro»
[308]. Y en otro correo le pide: «Recen mucho por las jóvenes. El
demonio las ataca fuerte, fuerte, usando el látigo de la impureza; es
una peste, de verdad»[309].

La vida de la comunidad de Siervas de Guayaquil era indudablemente


intensa. No tenía tiempo para sí misma. Un día, durante la comida, una
hermana habló del exceso de actividad en la comunidad y del peligro de ser
engullidas por ello y de cómo esto podía “pasar factura” a su relación con el
Señor. La Hna. Gema recordó en ese momento la conversación que tuvo en
el viaje de avión a Ecuador, cuando la Hna. Clare había expresado su
preocupación por esto mismo. Ahora, sin embargo, después de un tiempo
considerable y de su experiencia en Ecuador, exclamó: «A mí no me agobia
para nada, al contrario, me ayuda, porque eso me impide darme vueltas a mí
misma y quedarme en mis pobres problemas». Esta total entrega al Señor a
través de un apostolado muy intenso la acompañaría hasta la muerte.
Llevar la cruz cantando
Capítulo 21

La Hna. Clare estaba muy atenta a las palabras que el sacerdote decía
en la homilía. Tenía la impresión de que la misma Virgen María estaba
presente no solo allí, en el santuario de Schoenstatt, como Madre tres veces
Admirable, en la imagen que tenía delante de ella, sino también dentro de
su alma.
El sacerdote explicó: «Hace poco fui de peregrinación a Tierra Santa.
Fue una gracia muy grande visitar el pozo de la Virgen en Nazaret. Ella iba
allí a coger agua todos los días. Quizás incluso ¡varias veces al día! Fue un
gran regalo estar sentado allí, en ese lugar santificado por la presencia de
la Virgen y cerrar los ojos y pensar en cómo trabajaba…».
La Hna. Clare también había visitado recientemente el pozo de la
Virgen en una peregrinación a Tierra Santa y le era fácil imaginárselo de
nuevo. Después de la Misa fue a confesarse. Como penitencia, el sacerdote
le pidió que se sentara en el santuario y mirase a la Virgen a los ojos
durante algunos minutos. Los minutos pasaron y la Hna. Clare seguía
mirando a su Madre. Le suplicó a la Virgen que la purificase con su mirada
virginal. Le pidió ayuda para ver las cosas como Ella las veía. Con sus ojos
todavía fijos en el rostro amoroso de la Virgen María, repitió interiormente
las palabras de un poema del P. Rafael: «Vengo a ti, Madre de
Misericordia, en este atardecer, herido y sucio por la lucha. Pero no vengo
derrotado, pues conservé la fe como mi mayor tesoro»[310].
Estaba agradecida al Señor y a Nuestra Madre por el día de silencio.
Era el primer día del mes de mayo de 2013, mes dedicado a María. Había
recibido fuerza para continuar con mayor amor, como siempre ocurría en el
retiro mensual[311].
◆◆◆

Mientras conversaba con el Señor durante el retiro, la Hna. Clare


expresó mediante esa poesía cómo se sentía herida y sucia por la batalla. Y,
sin embargo, no había sido vencida; el demonio no había ganado la batalla
en ella. ¿A qué lucha se refería? En el capítulo anterior vimos un resumen
de su actividad exterior en Guayaquil. Dirigimos ahora la mirada a su vida
interior y a momentos concretos de dificultad y de gracia. En enero de
2013, justo tres meses después de llegar a Ecuador, le abrió su alma al P.
Rafael:

«Le cuento que el demonio no me deja en paz, quiere devorarme


como sea. Con razón el profeta Job decía: “Milicia es la vida del
hombre sobre la tierra” »[312].

Su oración era terriblemente seca. El Señor no se manifestaba


sensiblemente, y ella sufría al pensar que podría estar ofendiéndole y siendo
infiel a las gracias que Él le había dado. Además, dudaba si estaba haciendo
el esfuerzo suficiente para rechazar las tentaciones y distracciones que la
asaltaban:

«Yo estoy bien, Padre, animada. Espiritualmente, la oración me


cuesta. Ya hace “harto tiempo” como dicen por aquí, que
sensiblemente no experimento nada en los ejercicios de piedad: la
Misa, el rosario, el rezo de las Horas, la oración»[313].

«Muchas veces experimento en mí la letra de una canción que


cantamos con bastante frecuencia a la Virgen: “Acuérdate Madre”.
Hay una parte que dice: “quise volar alto, pero estoy en el suelo…”.
La lucha contra una misma dura toda la vida, ¿no? ¿O hay algún
momento en que el amor propio y el hombre viejo te dejen ya en paz?
Me da la impresión de que soy peor que cuando empecé. Como digo,
pida por mí para que pueda tener un alma muy grande para el Señor,
ojalá fuera como la de san Juan Pablo II»[314].

Aunque nos puede sorprender su impresión de que era peor que al


principio, es típico en las almas que se acercan al Señor y están siendo
purificadas. Él les permite ver su miseria cada vez más claramente. Esto
causa, obviamente, gran sufrimiento, ya que ellas quieren agradarle en todo.
Además, Él permite sequedad en la oración para estimular al alma a buscar
al Dios de las consolaciones y no las consolaciones de Dios, como muchos
santos y autores espirituales han dicho a lo largo de los siglos.
La siguiente cita del P. Raniero Cantalamessa le dio luz a la Hna.
Clare. Se la envió al P. Rafael en un correo, explicándole cómo iba su vida
de oración:

«La oración y la meditación me estaban costando. Una cosa que


me ayuda es algo que decía Cantalamesa: “Cuando nos encontramos
en una situación de distracciones crónicas, que ya no depende de
nosotros el poder controlar, que nuestro pensamiento vaya donde
quiera, pero que nuestro cuerpo permanezca en oración. Y si no
puedes hacer otra cosa, pon de rodillas a tu pobre hermano cuerpo y,
alzando los ojos al Cielo, di a Dios: ‘Señor, mi cuerpo te reza’.
Entonces intento estar de rodillas todo el tiempo posible para que el
Señor y la Virgen vean que no quiero abandonarles» [315].

Y realmente la Hna. Clare pasó su tiempo en la capilla de rodillas en


el duro suelo, ofreciéndole al Señor la inmolación de la postura de su
cuerpo en estos momentos en que le resultaba imposible rezar con el
corazón. Apoyaba sus brazos en una de las sillas plegables de plástico, ya
que todavía no había bancos con reclinatorio en la capilla. Estar de rodillas
era también el modo de evitar quedarse dormida durante la hora de oración
a las 6 de la mañana o durante los turnos de vela de los jueves por la noche,
aunque no siempre salía victoriosa. La fatiga acumulada de las intensas
actividades, a menudo, superaba su débil humanidad, a pesar de que
normalmente dormían unas siete horas. Cuando la Hna. Clare se metía en la
cama solía quedarse dormida enseguida. Si la superiora decía alguna vez a
las hermanas: «Si me aseguráis que vais a ser muy rápidas mañana por la
mañana, nos podemos levantar algunos minutos más tarde», entonces, la
Hna. Clare saltaba enseguida: «¡Por supuesto, por supuesto! Esos cinco
minutos son sagrados». Las hermanas se reían de su entusiasmo por pensar
en dormir solo cinco minutos más.
Esa no fue la única ocasión en que las hermanas se rieron de su propio
cansancio. Quedarse dormida durante la oración de la noche no era un
suceso aislado. Al principio de Completas, hay un momento de silencio
para el examen de conciencia individual. Luego, la hermana que dirige las
oraciones ese día empieza el “Yo confieso ante Dios todopoderoso…” y
termina el examen. Después se recitan los salmos. Una noche que la Hna.
Clare llevaba las oraciones, al terminar las Completas, las hermanas estaban
todavía en la capilla rezando, cada una en silencio, despidiéndose de Jesús.
De repente, la Hna. Clare se puso en pie y dijo: “Yo confieso…”, como para
empezar a rezar Completas de nuevo. Todas las hermanas estallaron en
carcajadas. Estaba claro que la Hna. Clare se había quedado dormida y,
cuando se despertó y se dio cuenta de que todas estaban en silencio, pensó
que todavía no habían rezado Completas.
Aunque en el momento se reía, estas situaciones la humillaban. Un
viernes por la mañana escribió: «Anoche por primera vez en muuuucho
tiempo no me he quedado dormida en la vela»[316]. Le avergonzaba también
su incapacidad de rezar fielmente el rosario cada día. Como hemos visto,
cuando las hermanas rezaban juntas en la camioneta, con frecuencia se
quedaba dormida. En medio de esta batalla, intentaba confiar en el Señor y
no desanimarse. Cuando era incapaz de rezar el rosario en medio de sus
actividades diarias, decía: «Yo rezo avemarías y después la Virgen lo
arregla». Intentaba vivir la lucha con alegría: «Mi ángel de la guarda
frecuentemente me recuerda que no es igual cantar [una canción] sobre la
cruz que llevar la cruz cantando, ¡qué listo es!, ¿eh? »[317].
Y aquí llegamos a otra prueba que el Señor permitió que viviese.
Escribe al P. Rafael:

«Otra tentación que sufro mucho, bueno la verdad es que ni sé si


es tentación o purificación –allí me puede ayudar usted a verlo claro–,
es la tristeza. Padre, es curiosísimo cómo la gente o las hermanas casi
siempre me asocian con la alegría: “Lo van a pasar genial con la
Hna. Clare”; “Hermana, nos partimos de la risa contigo”; “Anda,
haz Carlitos” (o cualquier otra tontería de las mías); “Hermana,
usted transmite mucha alegría…”; cuando, con toda sinceridad,
Padre, y solo Dios lo sabe, me siento tan lejos de todo eso. Y es
realmente una lucha ser, estar alegre y dar esta alegría. Es una cosa
que Dios me pide SIEMPRE. Le doy unos ejemplos. En la sobremesa
me dice: “Empieza una conversación, haz una cara tonta o cuenta
algo para que las hermanas sonrían”; en una actividad que estamos
haciendo con los jóvenes o adultos: “Enséñales un juego, coge la
guitarra, canta”; y así siempre: “sonríe, saluda, habla”.
Leí una cosa de Segundo Llorente que me ayudó mucho. A él
también le pasaba la misma cosa. Dice él, después de recibir una
carta de una mujer que le dijo que transmitía mucha alegría: “Lo del
espíritu alegre no deja de ser aleccionador; pues resulta que me
ahogan de vez en cuando tristezas y vivo días cuajados de amarguras
interiores. Lo que hago es sobreponerme a todo ello, echarme en los
brazos del Señor, dejar que el globo ruede vertiginosamente por los
espacios, tararear y aguardar que pase el nubarrón” [318].

Yo sé que el demonio es el eternamente triste y propio del mal


espíritu es entristecer, producir oscuridad del ánima, turbación en
ella, moción a las cosas bajas y terrenas, inquietud de varias
agitaciones y tentaciones, moviendo a infidencia, sin esperanza, sin
amor, hallándose toda perezosa, tibia, triste y como separada de su
Criador y Señor, etc. Sin embargo, yo tengo paz, no tengo como
turbaciones de conciencia, me confieso con frecuencia, intento
obedecer y confiar en Dios, tengo buena relación con las hermanas en
la comunidad. Entonces, ¿por qué esta melancolía? ¿Es una prueba
del Señor? ¿Es una purificación? Y no es algo que me pasa solamente
ahora, llevo años con este peso interior. Hacer un acto de alegría en
estos momentos, realmente me cuesta. ¿A usted le ha pasado alguna
vez?

Le cuento todo eso y le digo que el Señor no deja de consolarme,


animarme… No quiero tampoco que piense que estoy aquí con una
depresión profunda. Me río con muchas ganas y estoy con la misma
guasa de siempre; además, a la hora de enseñar a niños, tienes que
olvidarte de ti mucho y ser bastante dinámica y hacer cosas divertidas
para que realmente captes su atención y aprendan y se apasionen por
el bien y la verdad»[319].

Todos los que conocieron a la Hna. Clare en Guayaquil dan testimonio


una y otra vez de su alegría contagiosa. Nadie hubiese adivinado que estaba
abatida por una tristeza interior. Quizás el Señor permitió esta batalla para
completar la purificación de su alma. Ella le había rogado que le diese un
corazón indiviso para ayudarla a hacer todo solo para su gloria. Le había
dado al Señor permiso total para entrar en ella y tomar el mando: «¡Entra en
mí! No sé ni cómo tengo el corazón ni la puerta, pero te doy permiso para
abrir la puerta de un manotazo y entrar» [320]. Ahora, este peso interior
causaba en ella una repulsión a ser el centro de atención o a tener que usar
sus dones para hacer reír a los demás. Tenía que hacer el esfuerzo de estar
alegre solo porque el Señor se lo pedía: «Es una cosa que Dios me pide
SIEMPRE…» [321]. Sus talentos ya no estaban contaminados por el amor
propio.
La noche de Navidad, la sala parroquial de Loreto estaba llena de
mesas decoradas para la cena, pero el ambiente general no compartía este
aire festivo. En ese momento, se le pidió a la Hna. Clare que fuera a animar
a todos con el micrófono. Ella miró a Sandra, una candidata que estaba
sentada a su lado, y comentó: «No tengo ni idea de qué decir. Cuanto más
pasa el tiempo, más me cuestan este tipo de cosas» [322]. Rápidamente se
puso en pie y agarró el micrófono. Sandra se quedó impresionada de ver el
resultado. La Hna. Clare pasó más de una hora contando chistes,
organizando concursos, hilando historias… todo con un espíritu
sobrenatural que elevaba las almas de los presentes. Todos terminaron
alegres y riéndose. El Señor la había usado como instrumento para llevar la
alegría de su nacimiento a la parroquia en aquella Navidad. Estaba siempre
dispuesta a ayudar cuando se lo pidiesen, pero si el Señor no la necesitaba,
la Hna. Clare prefería permanecer escondida. Ya no llamaba la atención
innecesariamente.
Escribió al P. Rafael:
«El Señor y la Virgen siempre salen a mi encuentro iluminando mi
pobre alma a través de cosas que leo. La M. Angélica habla del “don
de la aridez en la oración”. Me identifico totalmente con lo que
escribe. Dice: “Para la mayoría es una experiencia desgarradora. Es
una paradoja, pues el alma se confunde cuando se da cuenta de que,
cuanto más se esfuerza, Jesús parece estar más lejos. ¡Qué extraña
es una vida espiritual que lleva a un alma al fuego solo para hacerla
sentir que se congela!…
Hay momentos en la vida cuando Dios parece estar muy cerca. El
sol de su amor ilumina brillantemente. Nuestro corazón está
exultante y nuestro ser se pierde en la alegría de su presencia. Sin
embargo, en otros momentos, su presencia se disipa como niebla
matinal y nos encontramos temblando de frío. Incluso si todo el
mundo nos amara y aplaudiera, todo sería como si nada, pues el sol
de nuestra vida –Dios– parece haberse ido, y nuestra alma no puede
ser consolada más que por Él”»[323].
A pesar de sentir que la gente la quería, la elogiaba, disfrutaba de su
presencia e incluso recibía luz y guía a través de ella, experimentaba que
todo eso no era nada si Dios no estaba con ella. Solo la presencia del Señor
la confortaba. A través de esta purificación, Él terminó de conquistar su
corazón. Todos los aplausos no eran nada sin el sol de su vida, Dios.
Durante su segundo año en Guayaquil, la Hna. Clare escribió al P.
Rafael y a la M. Ana para compartir su alegría de las noticias que acababa
de recibir:

«Hoy día, la hermana me dijo que voy a ir al Puyo. ¡Qué alegría!


Recen para que sea generosa, para que ponga en práctica lo de
olvidarme a mí misma para dar vida»[324].

El año anterior, un grupo de hermanas habían conocido a un misionero


del Vicariato Apostólico de Puyo, en la provincia de Pastaza, Ecuador, que
había pasado gran parte de su vida explorando una zona de la selva
amazónica para encontrar y atender a las distintas comunidades dispersas de
la tribu indígena de los Shuar. El Hogar de la Madre organizó un viaje
misionero para trabajar con estos indígenas, que estaban muy necesitados
de ayuda tanto material como espiritual.
Ahora la Hna. Clare comunicaba su alegría a las otras hermanas de la
comunidad: «¿Habéis oído? ¡Voy a ir al Puyo!». Y escribió: «Desde que
supe que iba a ir al Puyo, supe que Dios me quería llevar allí por alguna
razón, para enseñarme algo o para crecer en amor a Él. También sabía que
no iba a ser fácil. Eso de ir al baño en el campo, no lavarte, comer la
chicha[325] y otras cosas… hace que la naturaleza grite: “¡Ay madre!”, pero
espiritualmente deseaba ir y darme a estas personas como un acto de amor a
Dios y a la Virgen» [326]. Consiguió superar su disgusto natural por las
incomodidades de la expedición gracias a su gran celo apostólico. Su
manifestación exterior con respecto a la misión fue el entusiasmo y una
gran alegría.
El viaje misionero tuvo lugar del 17 al 22 de febrero de 2014. La Hna.
Clare fue incluida en un grupo que visitaría dos comunidades indígenas:
Sharupi y Shakay. El grupo lo formaban, además de la Hna. Clare: el P.
Rafael (un misionero polaco), la Hna. Ruth María, Enrique (un estudiante
de Playa Prieta), Jazmina y Mercedes (dos de las jóvenes que estuvieron
después con ella en Playa Prieta en el momento del terremoto)[327] y
Jessenia (una joven de Chone). Otro grupo se les uniría en la primera parte
del viaje. El camino hacia la primera comunidad, donde pasarían los dos
primeros días, fue un descenso de dos horas por un camino embarrado. El
camino a la segunda comunidad, donde iban a estar otros dos días, era más
corto en distancia, pero era una caminata cuesta arriba por senderos también
embarrados. Los caminos estaban llenos de troncos de madera para facilitar
la marcha. Sin embargo, con frecuencia la madera estaba tan húmeda que,
exploradores de la selva inexpertos como nuestros misioneros se caían
constantemente.
Mientras la Hna. Clare caminaba por la selva, cantaba y bromeaba con
las chicas. A menudo las botas se quedaban atrapadas en el barro, haciendo
de cada paso una ardua tarea. La Hna. Clare ponía una expresión de triunfo
y afirmaba que ella no tenía ninguna dificultad en absoluto. «Mírenles,
apenas pueden mover sus pies. ¡Los míos son ligeros como plumas!».
Mientras las chicas se reían, no convencidas del todo, la Hna. Clare
comenzó a caminar más rápido para persuadirlas. Aunque daba algunos
pasos más rápidos, tenía tantos problemas como el resto. En un momento
dado, se resbaló y cayó de lado. Estaba tan hundida en el barro que ni
siquiera podía levantarse por sí sola y sus compañeras tampoco podían
ayudarla, porque estaban partidas de la risa. Se rieron tanto que al final
Enrique tuvo que ir en su ayuda. Después, cada vez que las hermanas o las
chicas la miraban, no podían sino reírse, ya que su hábito azul era ahora
marrón, totalmente cubierto de barro. Cuando el sacerdote la vio más tarde,
preguntó: «Hermana, ¿qué ha pasado?». Y ella respondió riendo: «No, no
es nada, es que me gusta jugar con el lodo».
La Hna. Clare tuvo sus ocasionales momentos (y bastante irónicos) de
“súper-misión”, especialmente cuando había tensión o cuando se daba
cuenta de que los jóvenes tenían la tentación de quejarse. Sin embargo, no
todo era broma. En un cierto momento en que sus botas estaban
completamente atrapadas en el barro, se giró hacia la chica que tenía al lado
y dijo: «El barro es como el pecado: una vez que te atrapa quiere dejarte ahí
y revolcarte, pero siempre hay una salida. Y solo saldrás si te dejas ayudar y
confías en el Señor».
Después de la agotadora marcha, el grupo, por fin, divisó la
comunidad Shuar: un círculo de 14 casas de madera de una sola habitación
con tejados de ramaje. Inmediatamente, un grupo de niños entusiasmados
les había visto y se acercaron para jugar. Su malnutrición y falta de higiene
se hacían evidentes. Una de las chicas del viaje misionero dejó su mochila y
fue corriendo hacia ellos para saludarlos, como si no hubiera gastado todas
sus fuerzas durante la caminata. La Hna. Clare decidió seguirla, pero
primero le quitó la mochila a la chica que tenía al lado y la invitó también a
ir con ella. Los misioneros fueron a correr y jugar con los niños, muchos de
los cuales tenían los estómagos hinchados debido a la dieta, que consistía
casi exclusivamente, en yuca y plátanos. Muchos de ellos tenían también
heridas infectadas por la falta de jabón y de agua limpia en la aldea. Los
niños estaban tan acostumbrados a estas condiciones miserables que parecía
que no se daban cuenta. Corrían descalzos, radiantes de alegría por la
llegada de los nuevos misioneros. Usaban su pobre español para
comunicarse, susurrando entre ellos en su lengua nativa shuar.
La misión consistía en invitarles a participar en la catequesis, la
confesión y la Misa. La mayoría estaban ya bautizados, pero tenían muy
poca formación y no eran del todo conscientes de lo que significaba
verdaderamente ser cristiano. Mostraban poco interés a lo que se les
ofrecía: «Sí, madrecita, estaré allí», respondían muchos, pero a la hora de la
verdad, no aparecía ninguno. Al día siguiente, los misioneros empezaron a
visitar las casas. No había luz eléctrica, ni muebles, ni armarios. La ropa
estaba dispersa por el suelo. La “cocina” estaba hecha de tres troncos en
medio de un habitáculo donde encendían un pequeño fuego. Todo estaba
muy sucio y desordenado. Las vigas de madera que sostenían el techo, a
menudo escondían tarántulas gigantes.
En una de las casas que visitaron, una mujer estaba haciendo la famosa
chicha. La Hna. Clare pudo ver cómo la mujer elaboraba la bebida. Después
de cocer la yuca en agua y dejarla enfriar, movió la mezcla con la mano
derecha, cogió algo de yuca y se la metió en la boca, masticándola
enérgicamente mientras continuaba mezclando el resto del brebaje con la
mano. Cuando la yuca que tenía en la boca adquiría la textura adecuada, la
escupía en la olla y cogía más yuca para repetir el proceso. La mujer
explicó que hacía esto hasta que la yuca estuviese bien masticada y,
entonces, la dejaba fermentar durante la noche. La Hna. Clare apenas podía
ocultar sus náuseas. Beber chicha es una costumbre muy importante para
los Shuar. Solo se la ofrecen a las personas que aceptan y acogen. Cuando
se les ofrece chicha a los misioneros es una señal de que los indígenas están
dándoles la bienvenida a la comunidad. Si los misioneros rechazan la
bebida, los indígenas lo interpretan como un acto de rechazo a su amistad.
Solo los niños fueron a la cita la primera tarde. La Hna. Clare enseñó
catequesis a las niñas sobre la Creación. Estas fueron las palabras que la
Hna. Clare escribió en la pizarra[328]:
«Preguntas:
1. ¿Quién ha creado todas las cosas?
2. ¿Qué significa crear?
3. ¿Qué es lo más importante que Dios ha creado?
4. ¿Qué podemos hacer nosotros que no pueden hacer los
animales?»
Mientras las hermanas caminaban por el área abierta de la comunidad,
por la tarde después de la Misa vieron un fuego a distancia. ¡Los adultos
estaban reunidos alrededor del fuego! La Hna. Clare y la Hna. Ruth María
se miraron y se dijeron: «¡Esta es nuestra única oportunidad!».
Inmediatamente fueron para allá, donde encontraron al líder de la
comunidad con algunos hombres y dos mujeres hablando y bebiendo su
chicha, y se unieron a la reunión. Los indígenas les dejaron claro que no
estaban interesados en conversar con las hermanas y empezaron a hablar en
Shuar entre ellos, un signo claro de su rechazo hacia ellas. Entonces, la
Hna. Clare y la Hna. Ruth María empezaron a hablar en inglés en voz alta.
Los indígenas no se lo esperaban. La conversación en inglés picó su
curiosidad y empezaron a abrirse y hablar con las hermanas y con los otros
misioneros que se les habían unido. A medida que la conversación
continuaba, a la luz del fuego, las mujeres sacaron más chicha y se la
ofrecieron a los misioneros, ¡una buena señal! Pasaron una taza grande de la
bebida fermentada y se esperaba que todo el mundo diese al menos un
sorbo. Cuando le tocó a la Hna. Clare, aceptó la taza con una gran sonrisa y
siguió hablando con mucho ánimo. La Hna. Ruth María apenas podía
contener su risa; era obvio que la Hna. Clare no quería dar un sorbo a la
bebida y que los distraía a propósito. Sorprendentemente, ningún Shuar
notó que no había bebido nada de chicha y tranquilamente pasó la taza a la
siguiente persona.
El viaje estuvo lleno de aventuras y actividades. Bañaron a los niños
en el río y les quitaron los piojos. Una vez, mientras quitaban piojos en el
río, los indios avisaron de que tenían que salir corriendo porque había una
boa gigante por la zona. En la segunda comunidad que visitaron, los
misioneros, incluidas las hermanas, jugaron al fútbol con los Shuars. La
Hna. Clare estaba impresionada de que los indígenas parecía que nunca se
cansaban, pues estuvieron corriendo de un lado para otro del “campo de
fútbol” toda la tarde.
Hubo también más oportunidades de beber chicha. Durante un
desayuno, le sirvieron a cada uno una taza de chicha con un extraño trozo
de carne roja, que tenía todavía mechones de pelo negro, con un enorme
hueso que sobresalía en el centro. Era claramente un animal salvaje que los
hombres de la tribu acababan de cazar. Las hermanas se miraron con
sorpresa: ¿qué podría ser? Era mejor no pensarlo. La Hna. Clare guiñó un
ojo a una de las chicas, como animándola a ofrecerlo. Cuando llegó a la
chicha, tuvo la tentación de irse a jugar con los niños para no beberla. Miró
alrededor para ver si había alguna ventana, esperando encontrar un
momento para tirar la asquerosa bebida. Pero experimentó que el Señor le
reprochaba interiormente: «Clare, has venido aquí a entregarte». Se las
arregló para tragárselo, intentando que los indígenas no notasen que le
daban arcadas.
En otra ocasión, los indígenas pusieron delante de cada misionero un
pescado medio crudo que estaba recién pescado. La Hna. Clare afirmó
después que podía sentir los ojos de la criatura mirándola. Y por supuesto,
¡había chicha! Jazmina, que entró de candidata en las Siervas un año
después, estaba sentada a la derecha de la Hna. Clare. Normalmente
Jazmina ni siquiera soportaba que sus amigas bebieran de su mismo vaso,
sin embargo, al darse cuenta de que a la Hna. Clare le daban arcadas cuando
intentaba beber la chicha, agarró la taza de la Hna. Clare y se la bebió. A lo
largo del viaje, la generosidad de Jazmina edificó verdaderamente a la Hna.
Clare, que utilizó los ejemplos de la actitud de la joven durante ese viaje
para animar a otras a ser generosas con el Señor.
Cuando la misión terminó, la Hna. Clare desbordaba de alegría
sobrenatural. Cada parte del viaje había sido un sacrificio para ella. No
tenía atracción natural hacia este tipo de aventuras. Llegó a casa con
picaduras de bichos en cada centímetro de su piel y tuvo problemas
estomacales durante algún tiempo, como le pasa a la mayoría de las
hermanas cuando vuelven de estas misiones. Sin embargo, todos los
sacrificios eran nada para ella comparados con la alegría que el Señor
derramó en su alma. Escribió a la M. Ana:

«Sí, Madre, la “Puyo Experience” ha sido ¡una gracia


grandísima! Creo que jamás olvidaré este don que el Señor me ha
dado allí. Es como una de estas gracias que te marcan muy por dentro,
como cuando fui a Tierra Santa, mis votos perpetuos y así, otras
gracias fuertes que el Señor me ha dado (…).

Me sorprendió con qué naturalidad podía vivir todo en aquellas


comunidades. Estaba tan contenta que las cosas que debían costarme
me parecían tan pequeñas y tan nada que no eran impedimentos.
Experimenté que el Señor estaba allí con nosotros, que no tenía que
quejarme de nada y hacer un buen ambiente en todo. La verdad es,
madre, que como tienes que olvidarte tanto de ti misma, Dios te llena
mucho. También las otras personas de mi grupo me dieron mil vueltas
con su ejemplo y sus superaciones.

Experimenté también que realmente quería a estos indios. Son


gente preciosa (ya sé, suena como una cursilada) pero no sé qué otra
palabra usar, y su cultura también es hermosa. Ahora viven en la
miseria total, pero su inocencia y sencillez es algo que llama la
atención.

Me encantaría si todos pudiesen tener esta experiencia»[329].

En su cuaderno escribió:

«Todavía estoy viendo por qué el Señor me mandó allí. Algo de la


humildad me quería enseñar: busca siempre el último puesto. Ha sido
una gracia muy grande. Tengo muy vivo en la memoria el pueblo
Shuar de las comunidades Sharupi y Shakai»[330].

De todo lo que el Señor le enseñó en Puyo, lo que más destacó fue la


humildad. Esto marcó el tiempo que pasó en Guayaquil. Durante la primera
cuaresma que vivió allí, reflexionó sobre la virtud de la humildad y su
relación con la capacidad de perdonar. El verano después de la misión en
Puyo, en julio de 2014, encontró una lista de consejos de la M. Teresa de
Calcuta de cómo obtener humildad. Explica al P. Rafael lo que el Señor le
pedía:

«Un día cogí un librito de la madre Teresa de Calcuta y empecé a


leer un capítulo sobre la humildad. Padre, cada vez que tengo que dar
una meditación, una charla, una reunión, pido mucho al Señor antes
que Él actúe y hable en mí, que no sea Clare la que habla sino Él por
mi medio. Le pido que la gracia que pueda tener a la hora de explicar
las cosas, no lleve a las almas hacia mí, sino hacia Él. Me humillo
mucho delante de Él y la Virgen antes de hablar y le digo que este acto
de obediencia sea para su gloria. Entonces, quería reflexionar sobre la
humildad, porque sin esta virtud no hago ningún bien a las almas, sino
más bien, daño. Leí de la madre Teresa estos medios para ser
humildes:

“- Hablar de sí tan poco como sea posible,


- ocuparse de sus propios asuntos,
- evitar la curiosidad,
- no querer arreglar los asuntos de los demás,
- aceptar las contradicciones con buen humor,
- pasar por alto las faltas de otros,
- aceptar el reproche aun cuando seas inocente,
- ceder a la voluntad de los demás,
- aceptar los insultos e injurias,
- aceptar ser desatendido y menospreciado,
- ser gentil y dulce aun cuando provoquen a uno,
- no buscar ser admirado y amado,
- no escudarse nunca tras la propia dignidad,
- ceder en las discusiones aun cuando uno tenga razón,
- elegir siempre lo más difícil...”.

Y recibí una luz de que yo tenía que vivir con todas mis fuerzas
estas 15 cosas, pero a lo bestia, y examinarme mucho sobre cada una
de ellas. Experimento que el Señor me lo pide»[331].
Nuestra superiora general, la M. Ana Campo, dice que una hermana
humilde siempre se lleva bien con su comunidad y que una hermana
orgullosa siempre tiene problemas con las demás. Una chica le preguntó un
día a la Hna. Clare si las hermanas discutían alguna vez. Había tal alegría
entre ellas que parecía demasiado bueno para ser verdad. La Hna. Clare
respondió: «Cuando uno vive para agradar a Dios, las diferencias con otras
personas se hacen más ligeras, porque uno sabe ceder. Tienes que aprender
a ceder por amor a Dios. Y por eso, es mucho más fácil vivir en una
comunidad, cuando Dios está en el centro, que en una familia normal, si
todo el mundo va buscando sus propios intereses».
La vida de comunidad en Guayaquil durante esos dos años fue un
verdadero regalo del Señor. A finales de 2014, le pidieron a la Hna. Clare
que compartiese una gracia que el Señor le hubiera dado ese año. Su
respuesta espontánea fue la bendición de la vida de comunidad. Después de
terminar actividades intensas, cuando llegaba el momento de estar
solamente con las hermanas, experimentaba que su alma descansaba
verdaderamente. Solía decir: «Nunca había estado en una comunidad en la
que fuera tan fácil hacer reír a las hermanas».
La Hna. Clare se aseguró de llevar la alegría de la vida comunitaria
también a las candidatas. Les mostraba su interés por conocer y querer a
cada una. Para chinchar, las llamaba la “Mafia de Guayaquil”, pero además
de bromear con ellas también les contaba cosas serias. Una tarde, mientras
iba con Sandra a la parroquia para limpiar, ataviadas con escobas y
fregonas, la Hna. Clare compartió con ella una gracia que había recibido
una vez: mientras barría durante los cargos, le vino a la cabeza una larga
lista de cosas que tenía que mejorar y experimentó que el Señor le decía:
«Vive cada momento como si hubieras nacido solo para hacer lo que estás
haciendo en ese instante y entrégamelo a mí como si fuera lo único que te
queda para darme». El Señor quería que dejase de preocuparse por sus
miserias y empezase a vivir el momento presente por amor a Él. Sandra
nunca olvidó este consejo. Muchas de las historias de estos últimos
capítulos son de las memorias de conversaciones de Sandra y de otras
candidatas con la Hna. Clare.
Las migrañas de la Hna. Clare continuaron en Guayaquil y, a veces,
tenía que retirarse de las actividades para descansar un rato. Gracias a Dios,
había descubierto una medicina que se producía en Estados Unidos y que le
aliviaba bastante si cogía la migraña a tiempo. Las hermanas de Florida le
enviaban la medicación cuando había un viaje misionero desde Estados
Unidos. Ella nunca se quejaba de su dolor. De hecho, una de las hermanas
de la comunidad se enteró de que sufría migrañas más de un año después de
vivir con la Hna. Clare.
Un día, la Hna. Clare empezó a sentir un extraño cosquilleo en uno de
sus brazos y, a veces, se le quedaba completamente dormido. La Hna. Clare
se lo dijo a la Hna. Mercedes, pero insistió en que no tenía que ir al médico
si iba a ser caro. Sabiendo que la Hna. Clare era de todo menos
hipocondríaca, la Hna. Mercedes la llevó al médico lo antes que pudo. La
Hna. Clare tuvo que tumbarse en la camilla mientras el médico movía sus
pies de un lado a otro y le hacía diferentes pruebas. Para disimular la
vergüenza que sentía, la Hna. Clare hacía comentarios graciosos mientras él
la examinaba. En un momento, le pidió que se quitara las sandalias y se
pusiera de pie junto a la pared. Empezó a medirla. «¡Tienes una pierna más
corta que la otra! Esto afecta al nervio que pasa por el brazo». Ella se reía
mucho de esto: «¡Gracias a Dios que soy monja! Esto es sin duda una
broma del Señor. Si hubiese descubierto esto en el mundo, imaginaos los
titulares: “La actriz Clare Crockett con una pierna más corta que la otra”».
Cuando vio a las otras hermanas, la Hna. Clare se puso derecha y les pidió
que la miraran y descubrieran lo que estaba mal. Después de dar un par de
pistas, descubrieron su secreto y la Hna. Clare se reía mientras decía:
«¡Estoy mal hecha!». Recordaba su juventud y la importancia que le había
dado a la perfección de su apariencia física, y ahora había descubierto que
estaba «mal hecha». La solución fue fácil: de ahora en adelante tendría que
llevar un alza en un zapato.
En septiembre de 2014, el trabajo de construcción de la casa de las
hermanas se intensificó y se aproximó a su fin. El P. Rafael y la M. Ana
iban a ir a Ecuador en octubre para estar presentes en la Misa de
inauguración de la capilla de la casa nueva de las hermanas. La Misa la iba
a celebrar el entonces arzobispo de Guayaquil, Mons. Arregui. Las
hermanas estaban muy entusiasmadas mientras terminaban los últimos
retoques y preparaban las cosas para la mudanza.
Durante este tiempo, escribe al P. Rafael:

«Leímos una frase el otro día que intento repetir con frecuencia y
sin fariseísmo al Señor, más que nada después de comulgar, dice así:
“Por todo lo que ha sido, gracias; por todo lo que será, sí” »[332].

Ella había dado su sí a todo lo que pudiera llegar y pronto el Señor le


pediría poner en práctica este “sí” con alegría. En octubre, la Hna. Clare iba
a dejar la comunidad de Guayaquil y se uniría a las hermanas que estaban
en Playa Prieta. Iba a ir a sustituir a la Hna. Ruth María, que se iba a España
con el P. Rafael y la M. Ana. Al recibir la noticia, la Hna. Clare miró a los
ojos a su superiora y respiró profundamente. La Hna. Mercedes comprendió
inmediatamente lo difícil que esto era para la Hna. Clare. ¡Habían trabajado
tanto en la casa, con sus propias manos… Habían tenido tantas ideas de
apostolado en su nueva casa; por fin iba a haber espacio para las reuniones
con jóvenes y otras actividades…! Pero el Señor le pedía dejarlo todo y ni
siquiera llegar a dormir una noche en la nueva casa.
El P. Rafael y la M. Ana llegaron y la nueva casa fue inaugurada;
seguidamente, todas las hermanas se fueron a los Ejercicios Espirituales
anuales que los dirigía el P. Rafael y después de los cuales la Hna. Clare se
iría a Playa Prieta. Más tarde, ella diría que el hecho de ser destinada a
Playa Prieta fue un regalo del Señor. Él había querido dejar claro que el
trabajo que había hecho en la casa de Guayaquil y los planes de apostolado
tenían que ser solo por su amor. Incluso, había tenido el detalle de pedirle
que lo dejara todo, justo cuando se iba a inaugurar la casa. El mensaje del
Señor para la Hna. Clare era claro y ella lo recibió sin titubear. Podemos ver
aquí la visión sobrenatural de la Hna. Clare a la hora de obedecer. En vez de
preguntarse por qué sus superiores le pedían cambiar de comunidad justo en
ese momento, ella le preguntaba al Señor qué quería decirle Él con este
cambio. Sabía que Él era el que guiaba las decisiones de sus superiores y
podía verle en ellos. Respondió a esta prueba con un sí incondicional de
aceptación, cantando mientras llevaba la cruz, como lo había prometido:
«Por todo lo que ha sido, gracias; por todo lo que será, sí».
Por Ella, lo que sea
Capítulo 22
“Hermanita Clare, hermanita Clare”, gritaban los niños mientras la
Hna. Clare se apresuraba por llegar a casa. Era su turno de hacer la
comida y quería empezar a pelar algunas patatas entre clases. El recreo
acababa de empezar en la Unidad Educativa Sagrada Familia. Al pasar
por allí, los estudiantes más pequeños le agarraban su blanco escapulario
por detrás, mientras otros le preguntaban si podían ayudarla a llevar sus
cuadernos o marcadores[333]. Cuando llegaron a casa, entró en la capilla
con ellos:
—Ahora –les exhortó, mientras abría bien los ojos y miraba a cada
niño–, escuchen atentamente: tienen una oportunidad increíble. ¡Pueden
pasar unos minutos con Dios! Díganle lo que quieran. Les está escuchando.
Si de verdad se quedan en silencio y cierran los ojos, ¡Él les escuchará!
Entonces miró al sagrario y se los confió al Señor con un guiño.
Mientras salía de la capilla, le pidió a la Hna. Merly, que estaba
trabajando cerca, que les echase un vistazo. Luego la Hna. Clare subió las
escaleras corriendo, saltando de dos en dos. ¡No había tiempo que perder!
El edificio de cuatro pisos tenía la capilla del colegio en el piso de abajo,
algunas clases en el segundo piso y la casa de las hermanas en el tercer
piso. El cuarto piso era un pequeño apartamento que a veces se usaba para
albergar a voluntarios y misioneros.
La Hna. Merly se asomaba cada cinco minutos a la capilla para
observar a los pequeños, que tenían sus manos juntas en oración y sus ojos
cerrados. ¿Qué les había dicho la Hna. Clare para mantenerlos así de
callados?
Pronto, la Hna. Clare estaba de vuelta y preguntó: “¿Se han portado
bien?”. “Ni una sola palabra”, afirmó con sorpresa la Hna. Merly.
“¡Así me gusta!”, sonrió la Hna. Clare mientras iba a la parte
delantera de la capilla para cantar una canción con los niños a la Virgen
antes de volver al patio con ellos.
A pesar del nombre del lugar –Playa Prieta– no hay ninguna playa
cerca. Un pequeño río fangoso pasa por la zona rural, que está llena de
palmeras y varios árboles frutales. Las Siervas fundaron una comunidad en
Playa Prieta, Manabí, en 2006 para llevar la dirección de un colegio de la
zona, a petición del arzobispo de Portoviejo. Aunque la escuela parecía
estar a punto de cerrarse, con mucho esfuerzo y confianza en la providencia
de Dios, las hermanas consiguieron sacar adelante el colegio y lo
nombraron “Unidad Educativa Sagrada Familia”. Cuando la Hna. Clare
llegó, el colegio ya daba la posibilidad de cursar también bachillerato,
permitiendo así a los alumnos continuar allí hasta su preparación para los
estudios universitarios. A diferencia de otras escuelas privadas de la zona,
la “Unidad Educativa Sagrada Familia” tiene un coste de matrícula muy
bajo, lo que facilita la asistencia de estudiantes de familias pobres. Aun así,
muchos de los estudiantes reciben becas para pagar la cuota mensual de
veinte dólares.
La Hna. Clare llegó el 20 de octubre de 2014, justo después de las
vacaciones del primer semestre. El colegio tenía alrededor de 400 alumnos
en ese momento, desde los 3 hasta los 18 años. Poco después de su llegada,
la Hna. Clare escribe a la M. Ana:

«Aquí en Playa Prieta todo va muy bien, gracias a Dios. Estoy


muy contenta… Reza por mí para que desde mi relación con Jesús
pueda llevar a los niños y jóvenes y a todos los que el Señor pone en
mi camino hacia Él»[334].

La Hna. Clare cogió todas las clases de la Hna. Ruth María: clases de
inglés para todas las edades y clase de religión para los alumnos de
bachillerato. Horario completo, ¡como siempre! Al poco de su llegada, las
hermanas comenzaron a escuchar, durante las comidas, un audiolibro sobre
la vida de san Juan Pablo II. Escribió a la M. Ana para explicarle lo mucho
que le estaba ayudando el libro:

«Por la mañana estamos escuchando el audiolibro de la vida de


San Juan Pablo II. Contaban una anécdota que me ha ayudado mucho
y me sigue ayudando. En uno de sus viajes, había un día que había
muchísimo ajetreo, movimiento de un sitio a otro, etc., Joaquín
Navarro Vals preguntó al Santo Padre: “¿Está cansado?”, a lo que el
Santo Padre respondió sencillamente: “No lo sé”. Estaba tan olvidado
de sí mismo que ni se daba cuenta de si estaba cansado o no. En la
oración, el Señor me hizo ver que allí está la santidad realmente, en
salir siempre de mí misma, no pensar en mí misma, ni en cómo estoy.
Yo le dije al Señor que la verdad es que sí me doy cuenta si estoy
cansada o si tengo hambre o lo que sea, cierto, es que igual no puedo
responder como Juan Pablo II, pero yo sí puedo decir realmente que
no importa como estoy, no importa si estoy cansada, no importa si me
gusta tal actividad, no importa. Tengo que darme siempre con alegría
y entusiasmo. El Señor me lo pide»[335].

A las 7:30 de la mañana, los niños llegaban al patio y formaban filas


por cursos para empezar el día rezando juntos. Los alumnos de bachillerato
iban a la capilla para tener un tiempo de oración delante del Santísimo
Sacramento. La Hna. Clare siempre iba a la capilla para empezar y terminar
la oración de los mayores con una canción con la guitarra. Luego volvía
corriendo a clase. Como en Guayaquil, la guitarra era parte esencial de sus
clases[336].
El primer día de clase de inglés con los de 3º de bachillerato (chicos de
16-17 años), empezó diciendo: «Where there’s a will, there’s a way»
(Donde hay una voluntad, hay un camino). En general los estudiantes se
resignaban a estudiar inglés como una obligación, convencidos de que no
les iba a servir para nada. La Hna. Clare hizo todo lo posible para
motivarlos. Una joven recuerda: «No queríamos que terminara esa hora». Y
otra: «Mis compañeros podían enfadarse con muchos profesores, pero con
la Hna. Clare nunca».
El tutor de cada clase era el profesor encargado de mantener el
contacto con los padres, recibiendo las notas de los alumnos y ayudándoles
personalmente si era necesario. La Hna. Clare fue nombrada tutora de
décimo (alumnos de 13-14 años). Poco después de llegar, iban a tener lugar
las “Olimpiadas” (torneo de fútbol de todo el colegio). Cada clase tenía un
nombre de equipo y una bandera. Los de décimo ya habían escogido su
nombre con la Hna. Ruth María: “Los santos rebeldes”. Aunque la Hna.
Clare al principio protestó, al final decidió dejar ese nombre, añadiendo
solo una condición: «Vale, podéis ser “Los santos rebeldes”, pero al mismo
tiempo vais a ser mis “pollitos”. Y yo seré la “mamá gallina”». Cada vez
que llegaban para un juego, la Hna. Clare, como tutora, iba primero y todos
los demás detrás, cacareando y agitando sus codos como pollos. Bastantes
tuvieron que superar heroicamente la vergüenza, pero todos lo hicieron.
Espontáneamente, los chicos dibujaron algunos pollitos y una gallina en su
póster con el nombre «Los santos rebeldes». Mientras jugaban, la Hna.
Clare se sentaba cerca y gritaba: “¡Vamos, pollitos! ¡Podéis hacerlo!”.
A la mañana siguiente algunos estudiantes se colaron en la clase de la
Hna. Clare, antes de un partido, y dibujaron una horca con un pollo
colgando de ella. La Hna. Clare respondió luego entrando en su clase y
picoteando a los estudiantes como si fuera una gallina defendiendo a sus
polluelos. Y las bromas inofensivas continuaron. Desde esa semana, su
clase era conocida como “los pollitos de la Hna. Clare”. Si otros profesores
estaban preocupados por algún alumno de décimo, hablaban con la Hna.
Clare y le decían: “Hermana, tu pollito no ha hecho los deberes en más de
una semana”, o “Si tu pollito no pasa este examen, voy a tener que
suspenderle”. La Hna. Clare hacía siempre todo lo posible para defender a
sus pollitos. Pero cuando llegaba al aula les decía: “Miren, les he defendido
y he dicho que mejorarían, ahora no pueden fallarme. Será mejor que
estudien y pasen este examen».
Por supuesto, sus pollitos eran adolescentes típicos. El mundo
comenzaba a abrirse ante ellos y habían caído en muchas de sus trampas. La
Hna. Clare lo percibió inmediatamente y su gran deseo era ayudar a sus
pollitos a entender que solo Dios podía satisfacer sus deseos de felicidad.
Un día, cuando ya estaba próximo el examen, la Hna. Clare expresó su
preocupación a las hermanas: «Han recibido muchas oportunidades. No sé
por qué no están respondiendo. Quizás tengo que hacer una novena y
ofrecer más sacrificios por ellos». Se le ocurrió también una idea nueva:
podía prometerles un viaje si aprobaban los exámenes. Empezó a buscar
lugares posibles que visitar y descubrió que el Santuario de Sta. Narcisa de
Jesús, una santa ecuatoriana, estaba solo a tres horas. Cuando anunció el
viaje a los estudiantes, les indicó las condiciones y les dijo que estaría
dispuesta a pasar por alto uno o dos exámenes, pues sabía que para algunos
sería imposible aprobar matemáticas, incluso si se esforzaban al máximo.
Aunque no a todos les entusiasmaba la idea de ir de peregrinación para ver
a un santo, la Hna. Clare estaba tan animada que, pronto todos ellos estaban
deseando que llegase. Ella estaba convencida de que el viaje mataría dos
pájaros de un tiro: les motivaría a estudiar para aprobar y, una vez en el
viaje, el Señor derramaría gracias y les ayudaría en su vida espiritual.
Realmente estudiaron mucho y se las arreglaron para aprobar todos los
exámenes. Así pudieron ir a la peregrinación con la Hna. Clare. Era un viaje
de un solo día, pero tuvo gran impacto en los jóvenes estudiantes. Ella les
contó su vocación junto con otras historias divertidas, como cuando fingió
tener un duende y se lo llevó a la escuela. Ese viaje les ayudó a abrirse más
a la Hna. Clare. Le contaban sus dificultades, buscaban su consejo…
Muchos de ellos volvieron a casa con verdaderos deseos de cambiar de vida
y dejar atrás sus pecados.
Hubo también otro momento crucial durante el año y medio que estuvo
con ellos, y es que sus pollitos habían caído en la trampa de la
murmuración. Lo que más le dolía a la Hna. Clare era la hipocresía, pues
decían una cosa delante de las hermanas y otra delante de sus compañeros.
El día que lo descubrió entró en clase bastante enfadada. Nunca antes la
habían visto así. Lo que más les impactó fue ver su decepción. Mientras les
corregía, las lágrimas corrían por sus mejillas. Al ver que no había signos
de arrepentimiento, durante los siguientes tres días no hubo bromas ni
canciones en clase; ella se limitaba a mirar el libro y explicar la lección.
Había una chica en esa clase que se llamaba Valeria[337], cuyo deseo
más profundo era llegar a ser Sierva. Valeria no pudo contener sus propias
lágrimas al ver a la Hna. Clare llorando mientras les corregía en clase. La
joven, emocionada, se acercó a ella y le preguntó qué podía hacer. La Hna.
Clare, que sabía bien que Valeria no había participado en la murmuración,
le dijo: «Reza por tus compañeros. Eso es lo único que puedes hacer».
Valeria –que recordaba muchas veces a santo Domingo Savio–, pidió
permiso para llevar la chaqueta puesta durante las horas de colegio, a pesar
del terrible calor, como sacrificio por sus compañeros. Quizás muchos de
los frutos del trabajo de la Hna. Clare con sus pollitos fue gracias a las
oraciones y los sacrificios de Valeria, pues no pasó mucho tiempo para que
toda la clase se reuniera y pidiese perdón.
Los pollitos de la Hna. Clare no eran los únicos alumnos difíciles de la
escuela. Los de noveno (12-13 años) eran también muy irresponsables en
sus estudios. Intentaban boicotear la clase hablando entre ellos o haciendo
preguntas impertinentes sin parar a los maestros. Cuando le preguntaron a
la Hna. Clare cómo mantenía el control con los de décimo respondió: «No
lo sé… Solo tengo presente lo que le dijo la Virgen a san Juan Bosco: “No
con golpes sino con amor. Si les hablas de la verdad con verdadero amor,
responderán a lo que les estás pidiendo”». Un día, la Hna. Merly, tutora de
noveno, pidió a la Hna. Clare que les diese una segunda oportunidad en el
examen de inglés. La Hna. Clare respondió: «Ya les he dado otra
oportunidad. Les dije que sacrificaría mi receso y estaría disponible para
reforzar la lección y responder a sus preguntas. ¿Y quién apareció? Solo un
alumno. Ya han tenido su oportunidad». Realmente, la Hna. Clare quería
ayudarles a aprender, pero también quería que madurasen. Si se negaban a
aprovechar las oportunidades que les daba, tenían que asumir las
consecuencias.
Un día se le ocurrió una idea: «¿Por qué no empezamos un coro aquí
en el colegio? ¡Algunos de nuestros estudiantes cantan muy bien!». Explicó
que el coro podría preparar las canciones para la Misa semanal del colegio.
Los niños podrían hacer algo constructivo durante el recreo y, al mismo
tiempo, no terminarían todos manchados y sudados. Fue por las clases
anunciando: «¡Vamos a empezar un coro! ¡El “casting” será el viernes
durante el receso, en el salón de actos!». Nunca hubiera esperado que un
tercio del colegio se presentara a las pruebas. La Hna. Merly estaba en la
secretaría y vio por la ventana a un grupo de cinco niños pasar hacia el
salón. Luego vio a dos más y luego a diez… ¿A dónde iban todos? Cuando
se dio cuenta de que todos esos niños iban a la prueba de coro, se apresuró
para ver si la Hna. Clare necesitaba ayuda. Cuando llegó, estaba subida en
el escenario, rodeada de unos 100 niños entusiasmados y trataba de
organizarlos: «¡Las voces altas por aquí y las voces bajas aquí!», gritaba. En
medio de toda la confusión, la Hna. Clare no perdió de vista a un niño ciego
que quería formar parte del coro. «Tu tarea va a ser sujetar mis papeles. ¡Es
una tarea extremadamente importante!». Y ahí estaba él, con los papeles en
las manos, orgulloso de ayudar a la Hna. Clare mientras ella continuaba con
la organización del coro. Dándose cuenta de que iba a ser imposible
dividirlos en sopranos o altos, acabó alineándolos por estatura como si los
niños más altos fueran los sopranos y los más bajos las voces bajas. Eso es
todo lo que pudo hacer el primer día. Sin embargo, a medida que los
ensayos continuaban, solo los más interesados perseveraron y el coro se
hizo más serio.
Cuando la Hna. Clare iba caminando por el patio durante el recreo, se
podía ver a menudo a un niño de 14 años con discapacidad intelectual justo
detrás de ella. Le dedicaba tiempo, escuchándole mientras él le contaba
cómo había sido su día, casi siempre repitiendo las mismas cosas que había
dicho el día anterior. La Hna. Clare sabía ser exigente cuando era necesario.
Si él se quejaba: “Mis compañeros de clase me han quitado el cuaderno”,
ella le miraba seriamente y decía: “Pero ¿qué les has hecho tú antes?”. Y él
bajaba la mirada y reconocía que no se había portado bien. Le encantaba
tocar la guitarra y se apuntó a las clases que organizó la Hna. Clare durante
un tiempo para los estudiantes. Algunos de los estudiantes mayores
ayudaban, mientras ella, pacientemente, enseñaba a cada niño a poner los
acordes correctamente.
Normalmente, las hermanas tenían tiempo para preparar clases,
deberes y exámenes por la tarde. La Hna. Clare era muy organizada y
responsable, siempre tenía las notas a tiempo para el tutor correspondiente.
Escribía comentarios personales en cada examen, para dar a los alumnos
consejos sobre cómo mejorar y animarles a seguir esforzándose. A pesar del
tiempo empleado en sus observaciones personales, se las arreglaba para
calificar muy rápido. Estaba siempre disponible para lo que la superiora
necesitase en cada momento. También hacía constantemente favores a las
hermanas siempre que veía una oportunidad. Aunque ella cogía siempre
todos los libros que iba a necesitar a lo largo del día, para evitar tener que
estar subiendo las escaleras de nuevo, no dudaba en subir corriendo si se
daba cuenta de que otra hermana se había dejado algo arriba. Antes de que
las hermanas tuvieran tiempo para reaccionar, la Hna. Clare ya estaba en el
primer piso para coger lo que hiciera falta.
De entre las estudiantes del colegio, había un grupo numeroso que
pertenecía al grupo de jóvenes del Hogar de la Madre y tenían una serie de
compromisos, como la oración, la lectura espiritual y la dirección espiritual.
Para ir a Misa diaria en Portoviejo, algunas de ellas se subían a la parte de
atrás de la camioneta de las hermanas. Después de un retiro en noviembre
de 2013, le dieron un nombre especial a su grupo: “HM YPEP”, las
iniciales de “Hogar de la Madre: Yo prefiero el Paraíso”. En Portoviejo
había también una residencia del Hogar de la Madre para universitarias[338],
algunas de las cuales eran antiguas alumnas del colegio, y allí vivían
también las candidatas, que iban a Playa Prieta a pasar el fin de semana con
las hermanas.
Los domingos, las chicas tenían las reuniones de formación con las
hermanas, seguidas de un partido de fútbol. La Hna. Clare siempre jugaba
con ellas. Su afición al fútbol parece haber empezado durante su año en
Belmonte, en 2012. Era muy competitiva, aunque siempre lo hacía de
broma. En una ocasión, justo cuando parecía que el otro equipo iba a ganar,
la Hna. Clare se cayó al suelo, haciendo un gesto de dolor mientras se
agarraba el tobillo. Las chicas y las hermanas empezaron a reírse, dando por
hecho que estaba actuando, pero la Hna. Clare preguntó riéndose: “¿Nadie
va a ayudarme?”. Se había torcido el pie y ya estaba hinchándose. Era el
mismo tobillo que se había torcido tres años antes, en el verano de 2012,
antes de ir a Ecuador. Después de descansar un poco, su tobillo mejoró,
pero nunca se recuperó del todo. Y la Hna. Clare pronto empezó a jugar al
fútbol de nuevo, a pesar de tener débil el tobillo. Les decía a las hermanas:
“Aunque me duele… ¡yo sigo jugando!”. El partido no era lo mismo si las
hermanas no estaban. Para la Epifanía de 2016, el grupo de chicas pidió a
las hermanas que escribiesen una carta a los Reyes Magos para pedirles
regalos, como es tradición en España, y la Hna. Clare, además de otras
cosas, pidió “unas pilas para que no me canse cuando juegue al fútbol”.
Los fines de semana, la comunidad de Siervas también ayudaba al
párroco con las catequesis[339] y llevando la comunión a los enfermos o a
los mayores de la zona. En este correo a la M. Ana, la Hna. Clare comparte
sus reflexiones sobre este apostolado:

«Vamos a dar la comunión a una abuelita pobre de 105 años. Vive


en una casa de caña con casi nada. No puede andar sin la ayuda de
dos palos que sirven de muletas. El suelo de su casa también es de
caña y lleno de aberturas. El otro día, cuando estaba con ella, me
decía: “Madrecita, la primera cosa que yo hago cuando abro mis ojos
por la mañana es hacer la señal de la Santa Cruz y dar gracias a Dios
por un nuevo día”. Casi se me salen las lágrimas. Pasa el día solita en
su casa, no se puede mover y allí la encuentras sonriendo y dando
gracias a Dios. Este testimonio y esta anécdota que leía el otro día al
preparar la clase de religión para los alumnos de 1º de bachillerato,
han sido dos patadas en el trasero para mí. Plinio el Joven (37-113),
que fue gobernador romano en Bitinia, el año 112, en carta al
emperador, hablando de los cristianos que se negaban a ofrecer
sacrificios al emperador, dice que “se reunían al amanecer para
cantar himnos a su Cristo”. Esto me hizo pensar: ¿Cómo me levanto
yo por la mañana? ¿Cómo rezo laudes? A veces tengo la sensación de
que el Señor me pone las cosas muy fáciles y no aprovecho bien ni el
tiempo ni las circunstancias.
Todas estas cosas me hacen ver qué lejos estoy de lo que debo ser,
y por mi excesivo orgullo me desanimo. Ya lo sé, ¡muy mal! Reza por
mí. Más que nada, Madre, me cuesta mucho centrarme en la Misa y
esto me hace sufrir también. (…) Después de comulgar, simplemente,
como en el dibujo que las hermanas me han hecho cuando hice mis
votos perpetuos, apoyo mi frente en el Corazón de Jesús, le pido
perdón y le pido que ame Él en mí»[340].

Con frecuencia repetía: «Vives la Misa como vives la vida y vives la


vida como vives la Misa». Le dolía cuando se daba cuenta de que se había
distraído en Misa. El Señor la llamaba a hacer el esfuerzo constante de vivir
mejor la celebración eucarística y estar unida a Él durante el día, en la Misa
y fuera de ella. El P. Félix López, Superior General de los Siervos, visitó
Playa Prieta en una ocasión y dio una charla sobre el Sagrado Corazón de
Jesús a los miembros del Hogar de la Madre. En cierto momento, la
conversación giró en torno a la Eucaristía y a la Misa. La Hna. Clare hizo
una pregunta que reveló las preocupaciones que tenía en su corazón: «Pero
Padre, si cada Eucaristía es infinita, es Dios mismo, ¿por qué no nos
convertimos de una vez con una sola Eucaristía? ¿No bastaría una sola
comunión?». El P. Félix respondió sabiamente que cada persona recibe la
Eucaristía de acuerdo a su capacidad y su disposición. Sí, la fuente, la
Eucaristía, es infinita, pero si el recipiente de tu corazón es pequeño, recibes
una pequeña cantidad de agua viva de esa fuente. ¡Cómo debe haber
empujado esto a la Hna. Clare a pedirle al Señor que ensanchase su corazón
para que Él pudiera transformarla en Él de una vez por todas!
Un día iban la Hna. Sara María y ella, que llevaba la píxide con el
Santísimo, a llevar la comunión a los enfermos a algunas casas. Al entrar en
una casa, la píxide se cayó al suelo y se abrió, y la Eucaristía se cayó por
tierra. Las hermanas, profundamente afligidas, se arrodillaron
inmediatamente recogiendo cada Hostia con gran afecto. Miraron bien para
asegurarse de que no quedaban partículas pequeñas, ya que Cristo está
enteramente presente en cada partícula. Con sus ojos llenos de lágrimas, la
Hna. Clare besó el suelo donde se habían caído las formas, cubriendo su
boca de tierra. Cuando se puso de pie parecía no importarle haberse
manchado la cara y los labios, así que la Hna. Sara María la ayudó a
limpiarse la cara. En las siguientes casas a las que fueron, la Hna. Clare no
podía dejar de llorar, así que la Hna. Sara María dio la comunión al resto de
los enfermos. Mientras las lágrimas le caían por los ojos, la Hna. Clare
susurraba una y otra vez: «¿Por qué te haces esto, Señor? ¿Por qué,
Señor?». Su humildad le impresionaba: se había quedado en la Eucaristía
por amor y ahora ¡a ella se le había caído! ¡Era su Dios y Señor!
Su celo por el Señor se manifestó en muchas otras ocasiones. Una vez
estaba rezando en la catedral después de Misa y una mujer se acercó para
intentar venderle algo. La Hna. Clare entendía la situación de pobreza, pues
ella misma en Guayaquil tuvo la experiencia de tener que vender cosas en la
calle con las jóvenes del Hogar de la Madre para recaudar fondos para
actividades o para la casa nueva, y sabía lo difícil que era. Pero la iglesia no
es un lugar adecuado para ello. Primero, respondió con calma a la señora:
«No tengo dinero, pero rezaré por usted». Frustrada por su pía respuesta, la
señora empezó a gritar a la Hna. Clare: «¡Qué vergüenza! ¡Es monja y
debería ayudarme!». Algo cambió en la Hna. Clare, y parecía como si el
Señor le hubiese dicho: «Defiende mi casa». Se levantó y gritó: «¡Esta es la
casa de Dios, una casa de oración! No puede vender cosas aquí e
interrumpir a la gente que está rezando». A las hermanas y a las jóvenes
presentes, la escena les recordó al Señor mientras expulsaba a los
mercaderes del templo: «Mi casa es casa de oración»[341].
Durante su primer año en Playa Prieta, las hermanas se enteraron de
que un pariente de dos estudiantes del colegio estaba gravemente enfermo.
Aunque este hombre nació en un ambiente católico, rechazaba a la Iglesia
por ciertas situaciones escandalosas que había vivido. Constantemente
blasfemaba contra Dios y no soportaba escuchar nada sobre la religión.
Solía tratar a las hermanas con respeto, pero intentaba evitarlas siempre que
podía. Al escuchar la noticia, la Hna. Clare exclamó: «¿A qué esperamos?
Si va a morir, ¡tenemos que ir!». Cuando entraron en la casa, el enfermo
comenzó inmediatamente a insultar a las hermanas y preguntarles: «¿Para
qué están aquí?». Blasfemaba y repetía una y otra vez: «¡El demonio, el
demonio!». La Hna. Clare susurró a la Hna. Merly: «El demonio está aquí.
¡Reza!». Sacó un crucifijo con una medalla de san Benito y empezó a
caminar hacia él sosteniendo la cruz. Cuando vio que el enfermo fijaba su
mirada en el Señor crucificado, ella dijo con calma y firmeza: «Estoy aquí
porque quiero ayudarle, pero si quiere, puedo irme. Si trata así a la gente,
nadie va a querer ayudarle». Con esto, se calmó y escuchó en silencio. Las
hermanas empezaron entonces una conversación con él y le preguntaron
cómo estaba. Sin vacilaciones, llevaron la conversación a la fe,
preguntándole si quería poner su alma en paz con Dios. Él se resistía. Nada
parecía romper el muro que había construido entre Dios y él. La Hna. Clare
empezó a preguntarle: «Pero usted antes iba a Misa, era monaguillo, ¿no? Y
pertenecía a la Legión de María, ¿verdad?». El hombre empezó a llorar y
reconoció que había sido miembro de la Legión de María y había rezado
muchos rosarios. La Hna. Clare le enseñó una estampa de la Virgen y él
empezó a llorar aún más. Rezaron el rosario y él lo rezó con ellas. Al final,
la Hna. Clare le dio una medalla milagrosa junto con la estampa, y las clavó
en la mosquitera de alrededor de su cama: «Lo dejo con la Virgen». El
hombre seguía llorando. Entonces la hermana añadió: «¿Qué diría si le
traigo un sacerdote para que le visite?». Ella tenía la esperanza de que
aceptara y finalmente se confesara. Él respondió: «No lo sé». La Hna. Clare
se rio y dijo: «Vale, vale. Veremos a ver qué podemos hacer».
Cuando salieron se giró hacia la Hna. Merly: «¡No ha dicho que no!
¡Es un milagro! ¡Tenemos que traer a un sacerdote!». Llamaron a varios
sacerdotes, pero no consiguieron encontrar a ninguno dispuesto a atender al
moribundo. La Hna. Clare volvió más tarde ese día y siguió ayudándole a
examinar su conciencia y pedir perdón al Señor por todos sus pecados. ¡Era
una persona totalmente diferente! Murió poco después. Su familia dijo a las
hermanas que había muerto con la mirada fija en la estampa de la Virgen y
que les había pedido que le pusieran la medalla milagrosa en su camisa. En
sus últimas horas les dijo: «Recen el rosario, por favor. Ayúdenme a rezar».
La Virgen utilizó a la Hna. Clare como instrumento para rescatar a esta
oveja perdida que la había querido tanto cuando era joven.
A lo largo de este año el Señor habló a la Hna. Clare en la oración
animándola a seguir amando y dándose. Frutos visibles como este fueron,
ciertamente, un estímulo, pero se vio tan necesitada de la misericordia de
Dios que el Señor tuvo que enviarle recordatorios de su ayuda. En
diciembre de 2014 escribió a la M. Ana:

«Un día, en la oración, experimenté que el Señor me animaba


diciendo que mientras yo siga intentándolo jamás cejará en su gracia.
Es algo que ya sabía, pero cuando el Señor te lo dice de una manera
tan tierna, da mucha fuerza»[342].

El Señor nunca cesó de darle gracias para empezar de nuevo, para


perseverar a pesar de las dificultades. Estaba siempre atenta a lo que el
Señor quería decirle a través de los libros que estaba leyendo, de las
circunstancias y eventos de su vida… a través de las pequeñas cosas. Le
habló muy claramente de la importancia de la obediencia en sus primeros
meses en Playa Prieta:

«Quizás, durante la cuaresma, una de las gracias más grandes que


he recibido fue algo que Scott Hahn escribió en su excelente libro:
“Señor, ten piedad”. Dice así: “Lo que Dios pedía a Adán y Eva era
un profundo acto de la voluntad –unir su voluntad a la voluntad de
Dios– sacrificando así los deseos más bajos de sus cuerpos y sus
almas, sus corazones y sus mentes…”. Esto, junto con algo que Jesús
dijo a Sor Josefa Menéndez: “La obediencia es el velo debajo del cual
tú debes desaparecer…”, me llenó de mucha alegría. Experimenté que
a través de la obediencia, cuando hago la voluntad de Dios, soy
verdadera y auténticamente LIBRE. En cada acto de obediencia, el
Señor me pide lo mismo que a Adán y Eva: unir mi voluntad a la suya,
para así sacrificar lo más bajo de mí y para hacer mi corazón más
grande. Claro que hay obediencias que me cuestan, pero entiendo que
siempre son para mi bien. Si quiero “tener los mismos sentimientos de
Cristo”, debo desaparecer»[343].

¿Qué actos de obediencia eran difíciles para ella? Quizás uno de los
más difíciles seguía siendo levantarse pronto por la mañana. En otro correo
escribe:

«Les confieso una cosa… a mí me cuesta bastante levantarme a la


hora que nos levantamos aquí: las 5 a.m. Especialmente cuando no
hay colegio y nos levantamos a esta hora, es un pequeño grande
suplicio. Para el mes de mayo rezamos el rosario de la aurora,
“mañanita muy mañana”, o sea, a las 5 a.m. El primer rosario cayó,
por ser el uno de mayo, en un primer viernes. Claro, como los jueves
por la noche tenemos la vela y luego levantarnos antes de las 5 para
rezar el rosario, la Hna. Estela decía que no sabía si íbamos a ir y nos
dijo: ¿vamos? Me salió del alma decirle que por supuestísimo, ¿cómo
no íbamos a hacer este sacrificio por la Virgen? Por Ella, lo que sea.
En este momento, la inconfundible voz del Señor me decía: “Hija mía,
¿por qué no tienes esta actitud cuando por obediencia yo te llamo
para levantarte todas las mañanas? Para mi Madre harás este
sacrificio, ¿y para mí, que soy Dios, no lo harás si yo te lo pido hasta
tu último día aquí en la tierra?”. Me dejó con la boquita
cerrada»[344].

Al día siguiente, el sábado, no había clases ni procesiones, y aun así se


levantaron a las 5 de la mañana. Escribió: «Me levanté enfadada,
enfadada»[345]. Al empezar la oración todavía estaba enfadada. La superiora
leyó las lecturas de la Misa, como siempre hacemos al inicio de la oración.
A la Hna. Clare se le quedó grabada esta frase del evangelio: «Lo que pidáis
en mi nombre os lo daré»[346]. Hizo el esfuerzo de pedirle al Señor la gracia
de la conversión, a pesar de los sentimientos de enfado que todavía
experimentaba. «Para calmarme, cogí el libro de “Combate Espiritual” [347],
buscando fuerza, luz y paz. Una frase, nada más abrirlo, me ayudó: “Ad
maiora nati sumus”, para acciones mucho más elevadas hemos nacido. (…)
Jesús, me cuesta morir, me cuesta morir»[348].
Escribió después a la M. Ana y al P. Rafael la explicación de esta frase
y cómo la había ayudado:

«Es una frase que decían los antiguos cuando querían desechar,
con gesto magnánimo, lo que les parecía mediocre, vulgar, mezquino:
¡para cosas mayores he nacido! Y ¿por qué me ha ayudado tanto?
Porque en la oración entendí que todo lo que hago y especialmente lo
de levantarme a las 5 de la mañana, tengo que convertirlo en un
“sacrificio de alabanza”, tengo que elevar este acto que me cuesta
tanto en algo grande. Dios me pide este sacrificio, porque hará algo
grande con ello. Salí de la oración con esta seguridad, “ad maiora
natus sum”»[349].

El Señor le estaba pidiendo grandes cosas. El amor de la Hna. Clare


por la Virgen también la motivaba a hacer grandes cosas, como hemos visto
en más de una ocasión. Durante su tiempo en Ecuador, creció el amor por
su Madre del Cielo, en el Cajas. Las hermanas descubrieron este santuario
de la Virgen, la Guardiana de la Fe, en 2013. Está situado en los Andes, en
un Parque Nacional llamado Cajas, en la provincia de Azuay, muy cerca de
la ciudad de Cuenca (Ecuador). El obispo de Ambato autorizó la
construcción del Santuario de El Cajas en 2002. Se construyó una capilla
simple de madera al lado de la estatua de la Guardiana de la Fe, que está
sobre una roca.
La Hna. Clare visitó el santuario por primera vez cuando estuvo en la
comunidad de Guayaquil, en febrero de 2014. En esa ocasión, experimentó
que la Virgen intercedía para ayudarla a alcanzar un aumento de fe[350].
Después, desde Playa Prieta, visitó el santuario en otras ocasiones. El grupo
de chicas del Hogar de la Madre de Playa Prieta había recibido muchas
gracias allí antes de que llegara la Hna. Clare. En febrero de 2014, la Hna.
Estela Morales, superiora de la comunidad de Playa Prieta, había escrito
una poesía para ellas titulada “Prefiero el Paraíso”, el nombre que habían
elegido para su grupo. Repartió una copia a cada una con la imagen de la
Virgen Guardiana de la Fe. Posteriormente, la Hna. Clare puso música a la
poesía, y llegó a ser una canción importante para las chicas. La música,
simplemente, le vino como inspiración. La primera noche que la cantó para
las jóvenes, le pidieron cantarla una y otra vez, y le pedían que la cantara
siempre que había posibilidad.
La Hna. Clare describió la canción con estas palabras: «A veces,
cuando la Virgen o el Señor te dan una gracia, es difícil responder a lo que
te piden por miedo. De eso va la canción». La Hna. Estela escribió la poesía
como una expresión de la experiencia de las chicas en El Cajas. Tenían
miedo de decir sí al Señor pero con la presencia de Nuestra Madre
encontraron la fuerza para superar ese miedo y responder con generosidad a
las gracias recibidas, prefiriendo el Cielo a las cosas del mundo: «Prefiero
el Paraíso». Esta es la letra:
En la fría noche del alma que duerme
y llora su dureza, un sí iluminó la oscuridad.
El corazón joven, que temblaba ante la entrega,
se volvió fuerte al toque de tu caricia.
Y llegó la mañana, clara como nunca,
al cobijo de una Madre, Guardiana de la Fe,
en el recinto sacro donde un corazón se inclina,
y se tiembla de amor y se ofrece la vida.
Ahora todo ha cambiado, remanso de paz, inocente alegría.
Por fin pudieron dar aquello que su Dios pedía.
“Prefiero el Paraíso”, fue el grito de dentro.
Se perdió el miedo a dar, a entregarse, a morir para vivir.
Y la Madre sonríe y abraza a sus pequeñas,
en el valle silencioso donde todo habla de Ella.

Cuando la Hna. Clare llegó a Playa Prieta, se metía con las chicas por
su “exagerado” amor hacia esta advocación mariana. Sin embargo, dos
semanas después de llegar a Playa Prieta, las hermanas organizaron un viaje
sorpresa a El Cajas para las jóvenes. Fue entonces cuando la Hna. Clare
tuvo una experiencia fuerte de la presencia de la Virgen. Después de un
momento de oración, se acercó a las chicas brillando de alegría y con aire
misterioso. Las chicas sonrieron y preguntaron: «¿Ahora entiende por qué
estamos locas por Nuestra Madre en El Cajas?». La Hna. Clare respondió
afirmativamente y todas empezaron a reírse de la alegría. Cuando se
levantaron para irse, la Hna. Clare exclamó: «¡No podemos irnos sin cantar
una canción final a la Virgen!». Su corazón estaba tan lleno de
agradecimiento a su Madre del Cielo que empezó a cantar con todas sus
fuerzas: «¡Gracias a ti, a ti, a ti! ¡Gracias a ti, a ti, a ti!». Después de esta
ocasión, las hermanas y las chicas sabían siempre que cuando escuchaban a
la Hna. Clare empezar esta canción iba dirigida a Nuestra Madre. Ya
cuando se iban, la Hna. Clare miró hacia la imagen de la Virgen y gritó:
«¡¡¡Guapa!!!». Había más gente presente, pero a la Hna. Clare no le
importó. Los respetos humanos no iban a impedirle mostrar el amor por su
Madre del Cielo.
El viaje de ida y vuelta fue también una ocasión para el apostolado. Se
lo explicó en un correo al P. Rafael: «Normalmente en las
peregrinaciones[351], Padre, yo cojo la guitarra y me pongo allí delante para
cantar con las chicas, contar algunas historias y animar el autobús. También
intento sentarme con todas las chicas, no tengo silla fija, voy pasando y
hablando con todas»[352]. En una peregrinación, una hermana se le acercó y
le dijo: «Hna. Clare, recuerda que tienes que dar clase el lunes cuando
vuelvas a Playa Prieta. Quizás debas dejar de cantar y guardar tu voz para la
clase». La Hna. Clare había estado cantando varias horas y su voz estaba
tan ronca que ya no podía llegar a algunas notas de las canciones. La Hna.
Clare respondió: «Da igual, hermana, el Señor me lo pide y no puedo no
hacerlo». Estaba segura de lo que el Señor le pedía en ese momento y
confiaba plenamente en que el Señor le daría la “voz” para la siguiente
actividad, si Él la necesitaba entonces. Las hermanas notaron en ciertas
ocasiones que su voz volvía repentinamente cuando surgía la necesidad[353].
El Cajas tiene una altura de 3.500 metros sobre el nivel del mar. El
cambio repentino de altitud durante el viaje en autobús con frecuencia causa
mal de altura, con síntomas como mareo, dolor de cabeza, dolor de
estómago, vómitos y dificultad para respirar. La Hna. Clare no fue una
excepción. Aunque a veces tenía que ir en la parte delantera del autobús
para recuperarse, normalmente intentaba hacer lo posible para seguir
cantando y hacer apostolado. La Hna. Karen acompañó al P. Rafael y a la
M. Ana a un viaje a Ecuador en abril de 2015. Le edificó la actitud de
generosidad y olvido de sí de la Hna. Clare a lo largo de la peregrinación al
Santuario de El Cajas. A pesar de los esfuerzos de la Hna. Clare para
intentar ocultar que no se encontraba bien, la Hna. Karen, que la conocía
muy bien, pudo notar que tenía dolor de cabeza y malestar durante todo el
viaje. No obstante, transmitía alegría y amor por las chicas a través de las
canciones y conversaciones mantenidas durante horas. Cuando llegaron,
después de despedir a las chicas, la Hna. Clare entró en casa de las
hermanas, puso la guitarra en la esquina y se desplomó en una silla.
Obviamente estaba agotada. El P. Rafael, que también estaba extenuado
después de la intensa peregrinación, miró a la Hna. Clare, exclamando:
«¡Lo que hay que hacer por las almas!». La Hna. Clare levantó la mirada
hacia su padre espiritual y consiguió responder: «Sí, Padre». La Hna. Karen
tuvo la impresión de estar en presencia de dos grandes almas. Como firmó
la Hna. Clare en un correo al P. Rafael en 2013: «¡Vivan las almas grandes
que solo buscan la gloria de Dios!»[354].
En otra ocasión, la víspera de la fiesta de Pentecostés, las hermanas
pasaron toda la noche en vigilia de oración delante de la Virgen de El Cajas,
pidiéndole su intercesión para recibir los dones del Espíritu Santo. Las
hermanas en España estaban haciendo lo mismo en Garabandal. La Hna.
Clare escribió a la Virgen:

«Pido, Mamá, en la vigilia de esta noche, no perderte jamás. Te


tengo y te pierdo, te tengo y te pierdo. No quiero perderte ya jamás. No
pido algo sensible, no pido sentirte; pido tenerte siempre, estar en ti
siempre. Lo que se tiene que perder soy yo, para perderme en ti. Te
pido sinceramente esta gracia. Pido que todas mis mezquinas
bagatelas se pierdan en segundo lugar y que a ti, con tu maravillosa
realidad, te coloque en el primer lugar»[355].
Y después del viaje escribió al P. Rafael y a la M. Ana:

«El día domingo por la tarde llegamos de estar con la Virgen en El


Cajas. Pasamos la noche con Ella y con Jesús para la vigilia de
Pentecostés. Hacía mucho frío pero no importaba, al estar con Ella y
estar acompañada por el deseo de verla feliz, el frío, como que lo
sientes y no lo sientes. Me entienden, ¿verdad? Antes de regresar a
Portoviejo, varias de las que estuvimos allí experimentamos que
Nuestra Madre nos dio las gracias por nuestro esfuerzo»[356].

Cuando experimentaba que Nuestra Madre le agradecía su esfuerzo,


ella quería responderle con una acción de gracias por todo lo que Ella les
había dado. Aunque llevaba toda la noche cantando quiso cantarle una
última canción, ya con una voz muy ronca: «¡Gracias a ti, a ti, a ti! ¡Gracias
a ti, a ti, a ti!». La Hna. Clare estaba realmente dispuesta a hacer cualquier
cosa por la Virgen María: «Por Ella, lo que sea», ¡incluso renunciar a una
noche entera de sueño! Era tan poco en comparación con todo lo que
Nuestra Madre le daba a ella constantemente…
El Cielo se acerca
Capítulo 23

Una mañana de septiembre de 2015, las hermanas de Playa Prieta


madrugaron para cargar la camioneta con todo lo necesario para las
convivencias de chicas que tendrían lugar en Jipijapa.
La Hna. Estela pidió: «¿Pueden ir dos hermanas detrás?». Antes de
que pudiera terminar la frase, la Hna. Clare ya había saltado a la parte
trasera descubierta de la camioneta. La Hna. Merly la siguió enseguida.
Viajar en la parte descubierta siempre era emocionante para las hermanas
recién llegadas o para los grupos misioneros que estaban de visita, pero
pronto perdía su novedad y encanto. Posiblemente la Hna. Clare quiso
hacer un acto de caridad hacia las otras hermanas, ya que eso significaba
sentarse en el suelo duro en vez de en un asiento, pegar un brinco en cada
bache, acabar cubierta de polvo y suciedad, y tener que asegurarse de que
todo el material que llevaban no saliese volando y se cayera de la
camioneta.
Al comenzar el viaje, la Hna. Clare propuso un juego: «A ver quién
encuentra más figuras en las nubes». Usando su gran imaginación,
enseguida encontró un árbol, un elefante, una mariposa y decenas de otras
cosas. Después de un rato, acabaron las dos mareadas –otra consecuencia
inevitable de ir detrás– y la conversación siguió por otros derroteros.
«Qué bonito está el cielo, ¿verdad?», exclamó la Hna. Clare. «Pero
eso no es nada comparado con lo que el Señor nos tiene reservado en el
Cielo. ¿Cómo será cuando estemos todas las Siervas allí, en el Cielo?».
Cada una empezó a imaginar cómo sería el Cielo y a decir cuánto le
gustaría ver al Señor y a la Virgen. «¡Y Nuestra Madre estará allí! ¿Cómo
crees que saldrá a recibirnos?», preguntó la Hna. Clare.
De repente, una de las sartenes gigantes que estaban entre las cosas
de la camioneta se cayó del vehículo a la carretera. La Hna. Clare aporreó
el cristal de la ventanilla para avisar a las hermanas de lo que había
pasado. «¡Gracias a Dios, cuando lleguemos al Cielo ya no tendremos que
ir como los gitanos, con sartenes que se nos caen!», rio la Hna. Clare.

Desde el inicio de su vida como Sierva, la Hna. Clare tenía claro que
su meta en esta tierra era la unión con Dios en el Cielo. De candidata dijo:
«Me enamoré de Él… Y mi motivación era esta: estar unida a Dios para
siempre»[357]. A lo largo de los años, al ir creciendo su deseo de una unión
perfecta y definitiva con Dios, iba creciendo también su deseo de la vida
eterna.
En 2011, cuando estaba en Valencia trabajando en los hospitales,
escribió en su cuaderno:

«Ayer fuimos a ver a Ana, una chica del hospital clínico que tiene
un cáncer terminal y está en sus últimos momentos. Me ha
impresionado muchísimo y me hizo pensar en la muerte, en mi propia
muerte. Santa Inés antes de morir dijo: “Voy hacia ti, a quien siempre
he buscado y amado, a quien siempre he deseado”. ¿Yo tendría la
misma actitud a la hora de mi muerte? ¿Puedo decir estas palaras de
Sta. Inés ahora, en mi vida? Si tengo miedo a la muerte es porque no
estoy viviendo bien la vida. “Es que, Señor, Tú tienes que ser TODO
para mí, si no es así, todo lo que soy y hago no tiene sentido. Lléname,
Señor, sé mi todo” » [358].

Según pasaban los años, el Señor iba purificando y transformando a la


Hna. Clare. Todo rastro de miedo fue absorbido por su anhelo de ser
finalmente una con su divino Esposo: «Estoy cansado de no ser tuyo. Estoy
cansado de no ser Tú»[359]. Comentando esta frase que había leído, escribió
al P. Rafael: «Parece, a veces, que uno avanza en años de servicio al Señor.
Cuantos más años pasan, más ve lo que le falta, más quiere estar unida al
Señor y más ve que no está»[360].
Tenía la intuición de que no viviría mucho tiempo, e incluso de que
moriría a la misma edad en que murió Él. Cuando la Hna. Merly, que era
casi un año mayor que la Hna. Clare, cumplió 33 años en enero de 2015,
ambas hermanas comentaron que 33 años era la plenitud de la vida, la edad
en que el Señor murió. «Sería muy bonito morir a los 33», afirmó la Hna.
Clare. Y luego añadió guiñando el ojo: «Pero tú vas a tener que cumplir
34». Después de que la Hna. Clare cumpliese los 33 en noviembre, la Hna.
Merly bromeando comentó: «Hermana, prepárate, porque ahora te toca a ti
cumplir los 34». Y la Hna. Clare contestó: «Yo nunca cumpliré 34». No era
fácil distinguir cuándo la Hna. Clare iba en serio y cuándo estaba de broma.
El hecho es que en otras ocasiones declaró algo parecido. Quizá el Señor le
permitió tener esa intuición en su corazón, aunque sin la certeza absoluta.
Esto le ayudó a vivir el momento presente con una generosidad radical, sin
preocuparse por el futuro.
En octubre de 2015 hizo los Ejercicios Espirituales anuales en silencio
con el Señor. El P. Rafael viajó a Ecuador para dirigirlos. En la primera
meditación, dijo a las hermanas que en esos Ejercicios tenían que tener un
encuentro a solas con el Solo: «Eres la esposa de un Crucificado. ¿Te
crucificas con Él verdaderamente?». Es curioso que hablara del lema que
había dado a la Hna. Clare para sus votos perpetuos. Estos iban a ser sus
últimos Ejercicios Espirituales.
Como siempre, las meditaciones sobre la Pasión tocaron
profundamente a la Hna. Clare. Después de la meditación sobre la oración
de Jesús en Getsemaní, escribió:

«Pensé en la mirada de Jesús hacia el alma de Judas cuando le


traicionó. De la misma manera, Jesús me miró: “¡Cuánto deseo
limpiarte!”. Él tenía muchas ansias, ¿Jesús lloraba? Yo sí lloraba.
Estábamos los dos. Bajé la cabeza mucho, porque Dios estaba allí.
¡Sácame…! Y le nombré lo malo que había en mí. Lo imploraba con
lágrimas. Jesús me escuchó. Sobre mí me hizo un exorcismo:

¿Renuncias a Satanás, a sus imaginaciones, sus engaños, sus


huidas? ¿Renuncias a ti mismo, tus pensamientos, afectos, tus
pecados, etc.? ¿Crees en mí? ¿Crees en mi amor por ti? (…)

¿Crees que tienes a mi Madre como tu Madre? Como decía a mi


hija Catalina[361] te lo digo ahora a ti: “Tú eres nada y la nada en el
Todo, es todo”. A vista de tus miserias y pecados te prohíbo
desesperarte. (…)
Al meditar en Getsemaní, queriendo ser un consuelo para Jesús,
veía mi realidad y lo que le voy a fallar en el futuro. Él me dijo: “El
futuro solo existe en tu cabeza, pensando en el futuro no vives la
realidad. Solo existe el momento presente. Ámame ahora. Mi gracia te
basta”»[362].

En esos últimos meses, el Señor no dejaba de recordar a la Hna. Clare


que podría morir pronto y que lo diera todo y le amara en el momento
presente. También intensificó la purificación final de su alma: «El Señor me
pide amarle con MÁS INTENSIDAD y que le dé rienda suelta en lo de la
purificación de mi alma»[363]. En enero de ese año 2015 había leído la vida
de una santa colombiana, Laura Montoya, canonizada por el papa
Francisco. La Hna. Clare se sintió muy identificada con un escrito de santa
Laura: «Mi espíritu fue pura ausencia de Dios sin que me faltaran
manifestaciones de su amor y su presencia…». La Hna. Clare escribió a la
M. Ana sobre esta experiencia:

«A veces, Madre, es como si no tuviera fe, o tengo la impresión de


que no la tengo. Es rarísimo: a veces experimento, a la misma vez, una
necesidad muy fuerte de Dios y un vacío o repugnancia por las cosas
espirituales y, aunque haya paz en mí, también hay esta guerra. A
pesar de todo este barullo, no me faltan, como decía la santa
colombiana, “manifestaciones de su presencia y amor”»[364].

Estas manifestaciones de su presencia y amor podían ser cosas muy


sencillas. Una vez mencionó qué maravilloso sería beberse un vaso de
limonada fría y, pocos minutos después, llamó a la puerta alguien que traía
limonada para las hermanas. También había gracias espirituales, como las
mencionadas en el capítulo anterior en El Cajas. El Señor y la Virgen
estaban siempre presentes, manifestando su amor. Y, sin embargo, al mismo
tiempo experimentaba oscuridad y una aparente ausencia de fe que le hacía
sufrir inmensamente. En los meses de julio y agosto de ese mismo año, el
Señor permitió que pasara cinco semanas de una densa oscuridad. Lo
describe de este modo:

«¿En qué consiste esta “oscuridad bastante nebulosa”? En no


querer absolutamente nada, ni Dios ni el mundo. No pierdo la fe
porque sé que Dios existe, pero llegar a experimentar a la misma vez
la necesidad de Dios y no quererlo... No querer vivir ni morir;
simplemente desaparecer. Sentirme inmensamente enferma, pobre y
nada. La oración en este estado es dolorosa, pero mi alma necesita
orar. Por fuera no se nota (espero), pero yo misma noto que mi
debilidad me arrastra, me derrumba y no vivo en tensión de santidad y
unión con Dios»[365].

San Juan de la Cruz, cuando habla de las señales con que Dios purifica
a un alma, dice que el Señor «en ninguna cosa le deja engolosinar ni hallar
sabor» [366]. Eso es exactamente lo que la Hna. Clare experimentaba: «el no
querer nada, ni de Dios ni del mundo» [367]. Él quería purificar su amor
propio, que aún ocupaba demasiado espacio en su corazón. Y lo hizo
arrojando cada vez más luz sobre su debilidad: «Mi debilidad me arrastra,
me derrumba»[368]. Escribe, «¡Ay… mi pobre y miserable corazón!
¿Cuándo estaré libre de mis pasiones y amores desordenados?»[369]. En
medio de esta oscuridad, en que su pecaminosidad parecía tan evidente, el
sacramento de la confesión era una gran ayuda, infundiéndole nuevas
fuerzas, alegría y deseo de continuar en la lucha. Una noche, mientras leía
la exhortación apostólica “Redemptionis donum” de san Juan Pablo II,
recibió una gracia enorme de ver cómo el Señor realmente la estaba
redimiendo de todas sus miserias:

«Una noche, antes de ir a la cama, en la capilla leí la frase: “En


Él está abundante la redención”, y experimenté una luz muy grande
dentro de mí. Experimenté que desde la Eucaristía, el Señor, con
mucho vigor, me lo decía. Esto me pasó el día 18 de agosto y hasta el
día de hoy esta verdad me da tanta paz y profunda alegría… Cada vez
que estoy delante de la Eucaristía, con certeza sé que el Señor me está
redimiendo. A raíz de esta gracia y gran luz, el Señor me mostró que
mis imperfecciones continuas y los defectos que me afligen son
ventanas preciosas por las cuales entran torrentes de luz para
iluminar mi miseria y hacerme conocer mi absoluta impotencia. Dios
permite la oscuridad para limpiarme, para curarme gradualmente de
mi necia complacencia en mí misma y para inducirme a poner TODA
mi confianza en Él.
Con todo esto, el Señor me muestra lo que soy, pero en estas
semanas con una luz muy grande me muestra lo que me ha dado: la
vocación. De manera especial, me ha hecho ver el gran favor que ha
tenido conmigo concediéndome hacer un voto de castidad. El Señor
me mostró la grandeza de esta virtud, como dice “Perfectae
Caritatis”: “Ha de estimarse como un don eximio de la gracia, pues
libera de modo singular el corazón del hombre” [370]. ¡Cuánta
misericordia y qué regalo más grande! Cada vez más, el Señor me
enseña que mi unión y matrimonio con Él es según el espíritu… “El
que se une al Señor se hace un solo espíritu con Él” (1 Cor. 6, 17) Yo
pido esto mucho al Señor, que me una a Él.

Al estar delante del Amor Eucarístico yo sé que el Señor me quiere


dar muchas gracias redentoras. Deseo amar a Dios con todo el
corazón. Quiero que Él sea todo para mí, y así se lo digo. En la
oración casi no le tengo que decir nada, experimento que solo con
mirarle en la Eucaristía me está redimiendo: “En Él está abundante la
redención”. Hay incluso días que experimento que Jesús quiere
meterme dentro de la Eucaristía y allí, claro, nada más existe en este
momento. “Jesús, toma mi corazón y fórmalo, toma mi mente y
transfórmala, toma mi voluntad y confórmala a la tuya” es una
oración que me sale decirle con mucha frecuencia y ojalá sea
realidad. Después de este tiempo de oscuridad tengo una fuerte
presencia del Señor Jesús durante todo el día»[371].

Providencialmente, el Señor condujo las lecturas y conversaciones


hacia el tema del martirio en la comunidad de Playa Prieta:

«Estamos leyendo en el comedor el libro de los mártires de


Barbastro. Me impresiona muchísimo el obispo Florentino Asensio.
¡QUÉ HOMBRE! Aun cuando estaba en la cárcel esperando el
momento de su martirio hacía penitencia. Daba su comida a los otros,
prefería no dormir en el colchón en el suelo, rezaba mucho tiempo de
rodillas. Se da y se da y se da. Podía haber dicho: “ya estoy sufriendo
bastante al estar aquí, trataré por lo menos de dormir bien, comer
bien…”, pero este hombre vivía en otra onda. ¿Cómo llegó allí?,
preguntaba yo al Señor en la oración. ¿Cómo llegó a amar como Dios
ama? Experimenté que el Señor me dijo que recibió la gracia del
olvido de sí totalmente hasta dar su vida por Jesús, por su
perseverancia, y la importancia que daba a la oración. Estos días me
viene mucho a la mente que debo rezar por las hermanas que morirán
mártires, no sé por qué, pero creo que es algo que va a pasar en un
tiempo no muy lejano. ¡Que Dios nos pille confesados! como dicen mis
queridos españoles»[372].

En 2014, varios grupos islámicos habían comenzado a ganar fuerza en


Oriente Medio y los cristianos estaban sufriendo enormemente. Muchos
cristianos, tanto consagrados como laicos, ancianos y jóvenes, prefirieron
arriesgar sus vidas y aceptar el martirio antes que renegar de su fe. Las
hermanas estaban horrorizadas de que tuviera lugar una persecución
religiosa tan violenta. Al mismo tiempo, les estimulaba la fe firme en Cristo
de nuestros hermanos del Medio Oriente. ¡Qué ejemplo para los cristianos
de Occidente, tan afectados por la mediocridad! En España, nuestras
hermanas habían comenzado a hacer vídeos breves para generar conciencia
acerca de la situación de la Iglesia perseguida. Las hermanas de Playa Prieta
mostraron los vídeos a los miembros del Hogar y a los estudiantes de
nuestro colegio, quienes enseguida quisieron empezar una campaña para
recoger fondos y ayudar a sus hermanos sufrientes, además de rezar por
ellos. La Hna. Clare aprendió dos canciones sobre la persecución y el
martirio. Enseñó las canciones a los niños y jóvenes del colegio. Una la
había compuesto un Siervo del Hogar de la Madre, el P. José Luis Saavedra,
sobre los mártires de Barbastro, y la otra se titulaba “Soy nazareno”, de
Maxi Larghi.
En estos últimos meses de su vida, el Señor permitió que tuviera
algunos pequeños problemas de salud que la unirían más a su cruz y la
harían reflexionar sobre la fragilidad de la vida humana. Su voz estaba
siempre ronca y con frecuencia se quedaba afónica después de una mañana
de clases. Nunca prestaba atención a esto y el Señor siempre “le devolvía la
voz” cuando lo necesitaba. Alrededor de diciembre de 2015, empezó a tener
además algunas dificultades respiratorias y una tos persistente, cansándose
a veces después de dar solo unos pasos.
En adviento de 2015, cuando se preparaba para recibir al Señor en
Navidad, escribió en su cuaderno: «En navidad “nace el amor”, ¿seré capaz
de acogerlo?»[373]. En estos momentos en que sentía que su cuerpo estaba
tan débil, experimentaba también que su alma estaba en ruinas. Sentía que
el Señor quería que su alma estuviera reducida incluso al polvo, igual que
había deseado san Maximiliano Kolbe. Solo entonces, cuando hubiera
alcanzado la verdadera humildad, la Virgen podría esparcirlo por todo el
mundo.

«Hace poco tuvimos un retiro en silencio y me impresionó leer lo


que san Maximiliano Kolbe deseaba: “Consumarse en polvo por la
Inmaculada y que este polvo fuese llevado por el viento al mundo
entero; solamente entonces se cumpliría plenamente el sacrificio por
la Inmaculada”. El retiro tuvo lugar el primer domingo de adviento.
Yo, en la capilla, estaba leyendo una cita del profeta Jeremías 31, 1-3,
que decía: “Volveré a edificarte y serás reedificado”. Pensaba: donde
hay ruinas, el Señor construye. Vi mi alma como en ruinas y cómo el
Señor, que pronto vendrá, viene a reedificarme. Restáurame. Sin
embargo, al leer que san Maximiliano quería ser menos que ruinas,
“polvo”, como decía deseaba ser él, pensé que el Señor y Nuestra
Madre me querían dar una lección sobre la importancia de la
humildad. Ser nada para que el Señor realmente pueda ser el Todo.
Qué cosa, pensaba, llegar a desear ser “polvo para la Inmaculada”.
¿Qué ha encontrado este santo en la Inmaculada para querer
sacrificarse por entero por Ella? Dentro de mí ya notaba una
presencia de la Virgen e inspirada por el Espíritu Santo empecé a
preguntar: ¿Quién eres, Inmaculada?

En un libro de testimonio de un obispo en los campos de


exterminio nazi[374], después de explicar todas las humillaciones y
cosas horrorosas que tenían que sufrir, él decía que “el hecho es que
todos recordamos con toda claridad que, precisamente, los días de
alguna fiesta de la Virgen solían ser días apocalípticos en el campo de
concentración… Era como si de improviso alguno hubiese roto las
cadenas de las fuerzas del mal”. Padre, tuve un deseo muy grande de
conocer a la Inmaculada y empecé desde aquel día, todas las
mañanas, a pedir esta gracia: conocer a la Inmaculada y ser polvo
para Ella. Me di cuenta de que justo había empezado a hacer esta
petición nueve días antes de la solemnidad de la Inmaculada. Cuando
le llegue este email ya habrá pasado la vigilia, pero ojalá esta noche
me una mucho a Ella y me conceda esta gracia. Rece por mí»[375].

Cuando la Hna. Clare supo que la comunidad de Jacksonville (Florida)


visitaría Ecuador esas Navidades, expresó su alegría en un correo al P.
Rafael: «¡Que alegrííííííía que vienen por acá nuestras hermanas de
Jacksonville para la Navidad! Vamos a ser un montóóóóóón»[376]. Cuando
llegaron y se juntaron con todas las comunidades de Ecuador, había más de
treinta Siervas. Las hermanas pasaron esos días compartiendo experiencias
y animándose unas a otras en el camino de santidad.
Todas las Siervas de Jacksonville de aquel año conocían
personalmente a la Hna. Clare por haber coincidido con ella en otras
ocasiones. Algunas hacía ya tres años que no la veían y se encontraron con
que el Señor la había transformado: «Siempre había sido graciosa y
virtuosa, pero había algo diferente en ella». Cuando hablaba o cantaba, era
la Hna. Clare de siempre, pero cuando estaba en silencio o escuchando una
conversación, era como si estuviera rezando. Había una fuerte presencia de
Dios en ella. Por su mirada, estaba claro que sus pensamientos se habían
vuelto hacia el Señor.
La Hna. Mary Donovan, superiora de Jacksonville en aquel tiempo,
estaba impresionada por lo “gastada” que estaba la Hna. Clare: su cara, su
voz, su delgadez… Volver a ver a la Hna. Clare al cabo de varios años fue
como un examen de conciencia que le hizo preguntarse: «¿Realmente estoy
dando todo lo que puedo por la salvación de las almas?». La Hna. Kelai
Reno, que había vivido con ella en Valencia y Belmonte, reflexionó: «Me
gritaba su humildad y cómo ella se estaba tomando intensamente en serio el
camino de perfección y santidad».
El día de Navidad fueron a visitar una casa de recuperación para
mujeres con experiencias difíciles, como la droga o la prostitución. No
todas las hermanas cabían en la camioneta, así que la Hna. Clare y la Hna.
Megan volvieron a casa andando. En un momento dado de la conversación,
la Hna. Megan expresó espontáneamente su asombro ante la generosidad de
la Hna. Clare: «¡Tu voz y tu vida están tan desgastadas como tu cruz!». La
Hna. Clare bajó la mirada hacia la cruz pintada a mano que recibió en sus
votos perpetuos; ya no quedaba casi rastro de la pintura. Apenas se veían el
cáliz y la Eucaristía. Respondió con sencillez: «Cualquier hermana haría lo
mismo», quitando la atención de sí misma y expresando su admiración por
las hermanas.
Tuvieron la oportunidad de estar en las clases de las hermanas de Playa
Prieta y participar en el festival de Navidad con todos los alumnos. Dos
hermanas de Estados Unidos sabían hacer malabares e hicieron una
actuación. Después, todos los alumnos empezaron a gritar: “¡Hermana
Clare!” sin parar, pidiendo que saliera e hiciera malabares. Ella,
inmediatamente, agarró una escoba y una botella de agua con una expresión
muy seria, como si fuera a hacer el truco más impresionante. Luego,
empezó a balancear la escoba arriba y abajo, lanzó la botella al aire y la
volvió a coger, girándola varias veces sobre sí misma. Finalmente, se
inclinó haciendo una reverencia y... ¡los chicos estallaron en aclamaciones
aún mayores que las que habían dado a las hermanas malabaristas!
El día en que las hermanas de Estados Unidos debían ir a Guayaquil
para coger el avión al día siguiente, durante la adoración de la mañana la
Hna. Clare le dijo a la Virgen: «Mamá, hoy puedes pedírmelo todo». Ese
mismo día, su superiora decidió mandarla a Guayaquil a que le hicieran
unas pruebas médicas. Nuestra Madre, ciertamente, iba a pedirle mucho ese
día: el viaje inesperado a Guayaquil –que dista 3 horas de Playa Prieta–, el
calor, el agotamiento y la consulta en el hospital.
Por la noche, después de volver del hospital, la Hna. Clare se unió a las
hermanas de Guayaquil y EEUU para cenar, e invitaron también a las
candidatas. Como iba a ser su última noche juntas, pidieron quedarse un
poco más de tiempo antes de ir a dormir, y una hermana preguntó si la Hna.
Clare podía tocar unas canciones con la guitarra. No sabían lo cansada que
se sentía ni que había vuelto del hospital por problemas respiratorios.
Inmediatamente, la Hna. Clare cogió la guitarra. Podría haber pensado:
«Estoy agotada. Acabo de venir de hacerme pruebas a causa de la tos y de
la dificultad respiratoria. Hay otras hermanas que pueden cantar y tocar la
guitarra». Tenía otro buen motivo para no tocar: no tenía la letra ni los
acordes allí. De hecho, en los vídeos grabados esa noche, es evidente que
tiene que parar varias veces para recordar cómo era el texto de la canción.
Pero no, no quiso echarse atrás. Le había dicho a la Virgen esa mañana que
podía pedirle todo y quería darlo todo hasta el final. A medida que las
hermanas pedían más y más canciones, parecía como si la Hna. Clare
cantase más y más fuerte. Casi gritaba, más que cantar. La Hna. Mercedes,
superiora de Guayaquil, que sabía por qué estaba la Hna. Clare en
Guayaquil y cómo estaba, no pudo contener las lágrimas al ver a la Hna.
Clare tocar la guitarra esa noche con una generosidad total hacia el Señor y
una caridad desinteresada hacia las hermanas.
Una de las canciones que tocó en aquella velada fue “Los jóvenes
macabeos”, cuya música había compuesto ella. El texto era un poema
escrito por la Hna. Estela, como en el caso de “Prefiero el Paraíso”. La
canción exhorta a los jóvenes a no dejarse seducir por las mentiras que el
mundo les ofrece y a ser valientes para defender la verdad, incluso hasta la
muerte, como los siete hermanos del libro de los Macabeos. La canción
termina hablando de la Virgen, capitana de nuestro ejército, que conduce a
la juventud a la victoria del amor. Esa noche, mientras la Hna. Clare
cantaba la última línea, “¡María, por ti y siempre contigo!”, interrumpió un
momento la canción y dijo: «Esto es lo que tenemos que cantar cuando nos
estén matando». El martirio estaba muy presente en su mente. Veía a la
Virgen como la que le daría la fuerza a ella y a las hermanas “ahora y en la
hora de nuestra muerte”, como rezamos en cada avemaría.
Se despidieron antes de irse a dormir, ya que a la mañana siguiente la
Hna. Clare se tenía que volver temprano a Playa Prieta, porque había junta
de profesores. Sabían todas que la Virgen les había concedido una gracia
especial al permitir que todas las hermanas de Jacksonville fueran a
Ecuador por Navidad. No podían evitar preguntarse el porqué de esa gracia
y lo que significaría todo aquello. Fue una despedida muy emocionante.
Una hermana recuerda que, al despedirse de la Hna. Clare con un abrazo,
ella exclamó: «¡Hasta el Cielo!», y realmente iba a ser su última despedida.
Cuando la Hna. Clare recibió los resultados de las pruebas médicas,
todo era negativo. Parecía que sus dificultades respiratorias eran
consecuencia de una fuerte alergia. Se tomó las medicinas que le habían
mandado y el problema pasó.
Había alguna otra hermana en las Siervas que, sin embargo, sí tenía
problemas más graves de salud. Después de recibir la noticia, un día en la
comida, hablaron de quién sería la primera Sierva que moriría y cuán dura
sería esa noticia para toda la comunidad. Y de este modo y de otros,
providencialmente, durante los meses de enero y febrero, de vez en cuando,
el Señor guiaba sus conversaciones hacia el tema de la muerte.
Y no solo dirigía los pensamientos de las hermanas en esta dirección,
sino también los de las jóvenes en formación para ser Siervas. La Hna. Sara
María era la encargada de la formación de las candidatas y aspirantes que
vivían en la residencia de Portoviejo, a quince minutos de la casa de las
hermanas. Iba a viajar a España y permanecer allí dos meses, y justo antes
del viaje a finales de febrero[377], tuvo una última reunión de formación con
las chicas. Les habló muy fuertemente de que tenían que aprovechar el
tiempo de cuaresma de ese año, ya que podría ser su última cuaresma.
Curiosamente, las mismas candidatas y chicas de la residencia tenían
también conversaciones sobre la muerte. Un día, Jazmina, Mayra y María
Augusta exclamaron: «¡Tenemos que estar preparadas! El Señor podría
llamarnos en cualquier momento. ¿Y si muriéramos mártires?
Mayra, que tenía un temperamento muy fuerte, pidió: «Tenéis que
taparme la boca y poner un cartel en mi pecho que diga “Perdono”, porque
si veo a los perseguidores haciendo algo a las hermanas, no sé si podré
controlarme».
Viendo que Mercedes estaba muy callada, le preguntaron: «¿Y tú, qué?
¿Quieres morir mártir ya?». «No, yo quiero morir con el hábito puesto y
con votos perpetuos», respondió ella. A lo que las otras contestaron:
«¿Qué más da? Deberíamos estar preparadas ya, como candidatas».
Después resultó que Mercedes fue la única de las cuatro candidatas que
sobrevivió al terremoto, y unos meses después sintió que el Señor le
recordaba esas palabras.
Valeria, la joven de quince años que había entrado como aspirante en
las Siervas en octubre no estuvo presente en esa conversación, pero solía
decir con frecuencia: «¡Sería tan bonito morir por el Señor con las
hermanas!». Catalina, una joven de 23 años que se había convertido poco
antes[378], también vivía en la residencia y deseaba ser Sierva. Antes de que
la Hna. Sara María viajara a España, Catalina le dio una tarjeta que decía:
«¡Hasta el Cielo! Gracias, gracias, gracias». La Hna. Sara María había
tenido un papel importante en la vida de Catalina, ayudándola a descubrir al
Señor y la existencia del Cielo.
Las Siervas que van a Ecuador son conscientes del grave peligro que
suponen los terremotos. Los temblores –movimientos de menos de 7.0 en la
escala de Richter– son frecuentes. Cada cierto tiempo, las hermanas se
despertaban con un temblor en medio de la noche y tenían que salir de la
casa. Una noche, al volver a casa después de una evacuación, la Hna. Clare
comentaba riéndose: «Si alguna vez hay un terremoto de verdad, no lo
vamos a contar, porque imagínate bajar las escaleras… No nos dará
tiempo». Los tres pisos de escaleras se hacían interminables en el intento de
salir corriendo. Sabían, ciertamente, que era una posibilidad, pero ponían
sus vidas en manos de Dios. Él es el Señor de la vida y de la muerte. Él
elige el tiempo más favorable para cada alma. Y como hemos visto el
Señor, ciertamente, había empezado a preparar las seis almas que quería
llevarse consigo.
Últimos meses para el Señor
Capítulo 24

Las hermanas y las candidatas se encontraban en aquel momento en


la capilla, ante el Señor en la Eucaristía. La Hna. Clare, de pie ante ellas,
les exhortaba a pedir a la Virgen, la Reina Madre, que intercediera por
ellas ante su Hijo, el Rey. Se le había pedido preparar el retiro en silencio
de ese mes.
«Para poder amar, hemos de reconocer que nos falta amor. Pídele a la
Virgen María que le diga a Jesús: “No tienen vino. ¡No tienen amor!”». Al
final de la meditación animó a las hermanas a vivir su vocación con
generosidad. «No tienes que mirar atrás. Tienes que vivir el momento
presente. Aunque seas candidata, aunque seas profesa de votos temporales
o perpetuos, si el Señor te ha llamado, vive cada momento como tienes que
vivirlo».
Al terminar de dar la meditación se dirigió hacia la cocina, en el piso
de arriba. De repente, se para en seco en el rellano de la escalera;
experimenta que el Señor le pide volver a la capilla y tocar una canción, un
poema escrito por el P. Rafael, titulado: “¿Por qué a mí?”. Era algo
extraño, ya que en nuestros retiros no solemos cantar después de una
meditación. Pero el Señor se lo pedía… ¿Cómo iba a decir que no? La
Hna. Clare dio media vuelta y bajó la escalera para tocar la canción:
A veces me pregunto:
¿Por qué a mí,
en medio de tanta gente,
me escogiste?
¿Por qué a mí?
Y quiero saber la razón
de tu elección
y no encuentro explicación
a la pregunta: ¿Por qué a mí?
Y no puedo negar
que esto fue así,
que me miraste, me sedujiste;
¿Por qué a mí?
La noche se hizo clara de repente;
me estremecí pensando:
¿Por qué a mí?
Y quiero saber la razón
de tu elección
y no encuentro explicación
a la pregunta: ¿Por qué a mí?
Tu libertad, Señor,
es la única razón
que encuentro a la pregunta:
¿Por qué a mí?
¿Acaso no puedes Tú elegir
a uno entre cien, a uno entre mil?
No preguntaré ya más
¿por qué a mí?
Simplemente reconoceré
tu libertad y daré gracias,
daré gracias sin parar.

Cuando terminó el retiro, aquel domingo del mes de enero, se contaron


algunas gracias recibidas. La Hna. Clare les refirió que a lo largo del día
había sentido que el Señor y Nuestra Madre le pedían varias cosas muy
concretas, como poner un mensaje de parte de la Virgen al lado de sus
platos, en la comida. Cuando les habló de la canción, añadió: «No sé por
qué tenía que cantarla, pero estoy segura de que era para alguien en
particular». Nadie dijo nada y la conversación pasó a otro tema, pero
Mercedes, candidata, estaba convencida de que la canción era para ella,
aunque era demasiado reservada para decirlo. Cuando la Hna. Clare las
estaba animando a vivir su vocación con generosidad, Mercedes recordó
una gracia que el Señor le había dado a través de la canción “¿Por qué a
mí?” y experimentó el amor del Señor hacia ella cuando la Hna. Clare
volvió a la capilla unos minutos después para tocar justo esa canción.
Mercedes se quedó asombrada al ver la docilidad de la Hna. Clare al
Espíritu Santo.
La cuaresma empezó el 10 de febrero, coincidiendo con el fin del año
escolar en la Unidad Educativa Sagrada Familia. La Hna. Clare escribió al
P. Rafael: “Quiero ser generosa”[379] y le habló sobre un libro que estaba
leyendo:

«Estoy leyendo un libro que me está haciendo mucho bien, aunque


lo he juzgado mal e injustamente por la portada cutre que llevaba. Se
llama “Relatos de un peregrino ruso”. Le transcribo algo con lo que
me identifico y es una gracia de Dios… “Hay momentos en que siento
un fuerte deseo de entrar en mí mismo, pues experimento que la
oración agita mi corazón y tengo la necesidad de calma y de silencio
para dejar que esta llama se eleve libremente dentro de mí…”[380].
También el autor habla de intentar que nuestra vida sea “como una
respiración del nombre de Jesús, repitiendo continuamente dentro de
mí: Señor Jesucristo, ten piedad de mi”. En eso estamos, Padre»[381].

Trataba al Señor con gran confianza e intimidad: «Estos días, en la


oración, me está ayudando el Señor a poner todo delante de Él, hablar las
cosas con Él, llorar las miserias y flaquezas con Él»[382]. Empezó a utilizar
las visiones de la Pasión de Cristo de la beata Ana Catalina Emmerich para
meditar durante la oración. Escribió hablando al Señor: «Jamás podré
profundizar suficientemente en tu grandísima humildad, siempre
[grandísima], pero de una manera especial durante tu Pasión»[383].
Al mismo tiempo, seguía trabajando intensamente para conquistar las
almas de los jóvenes para Jesucristo. En el mismo correo de febrero al P.
Rafael, escribió: «Intento dejar claro siempre que soy un simple
instrumento, que mañana puedo morir o me puedo ir» [384]. Del 9 al 16 de
marzo iba a tener lugar un campamento de chicas en Jambelí, provincia de
Santa Elena. La jefa del campamento de ese año era Catalina, joven
convertida de 23 años. El papel de la Hna. Clare era apoyar y guiar a
Catalina y a las otras chicas que iban a ser jefas de unidad. El lema de ese
año era una cita de san Maximiliano Kolbe: «Véncete y vencerás en el
Corazón de la Inmaculada». Puesto que toda la Iglesia estaba celebrando el
Jubileo de la Misericordia, el tema estaba centrado en las obras de
misericordia corporales y espirituales.
“Sor Clor”, la cómica monja superhéroe, fue un éxito una vez más y
las chicas le pidieron que contase sus historias e hiciese su actuación una y
otra vez. Estaba contenta de poder usar su sentido del humor para hacer
buen ambiente. Un día en que las mayores estaban preparando las
manualidades, llegó la Hna. Clare y se sentó con ellas. Era obvio que le
aliviaba poder descansar un poco. Confesó riendo que había conseguido
escapar de las niñas pequeñas que no la dejaban en paz ni un minuto. Las
mayores soltaron una risita y comentaron: «En serio, Hna. Clare, no
sabemos cómo lo haces». Poco después, las pequeñas encontraron su
“escondite” y llegaron corriendo hacia ella, gritando su nombre. Parecían
grabadoras: «¡Hermana Clare! ¡Hermana Clare!». Las mayores estaban a
punto de decir que dejaran en paz a la Hna. Clare, pero ella se rio, las miró
e hizo un gesto como para decir “está bien”. Pacientemente, salió corriendo
para jugar con las niñas.
Uno de los días, la reunión por equipos iba a ser sobre el Purgatorio,
pero a algunas de las jefas de unidad les parecía un tema difícil de explicar
y querían cambiarlo. A la Hna. Clare no le convencía la decisión: «Es muy
importante decir a las chicas que no tenemos que contentarnos con
salvarnos e ir al Purgatorio. ¡Tenemos que esforzarnos por ir directamente
al Cielo! No podemos conformarnos con lo mínimo, tenemos que luchar
por la santidad y por lo máximo: dar todo a Dios». Les dejó claro que no
hemos de ver el Purgatorio como una excusa para ser mediocre, diciendo
que ya terminaré de limar esas imperfecciones allí... La Hna. Clare misma
deseaba ir directamente al Cielo a ver a Dios sin pasar por el Purgatorio. Su
entusiasmo cuando les hablaba de ello infundió en las jóvenes el deseo de ir
al Cielo y luchar por la santidad.
Una de las jóvenes, de poco más de veinte años, llamada Erika, estaba
participando en el campamento para acompañar a su sobrina de nueve años.
Había sido miembro del Hogar de la Madre durante muchos años, pero
desde hacía algún tiempo había abandonado la práctica de la fe. Mientras
hablaba con una amiga suya, llegó la Hna. Clare con la guitarra y le dijo:
«Te voy a dedicar una canción». Se sentó y tocó una canción titulada
“Confieso”. La letra de la canción dice, entre otras cosas: «Confieso,
confieso a todos los que estáis aquí, que he recibido más de lo que di... que
es mucho más sencillo hablar que hacer…». Al terminar la canción, la Hna.
Clare se levantó y dijo: «Esto es para ti, con todo mi afecto, porque hueles
que apestas. ¡Miserable!».
Erika la miró en shock: «¿Cómo puedes decir eso si no sabes nada de
mi vida?».
La Hna. Clare contestó: «Basta mirarte para saber lo que hay dentro.
No me hace falta hablar contigo para saberlo», y se fue musitando: «Tengo
cosas mejores que hacer».
La chica se enfureció, pero la Hna. Clare no se preocupó lo más
mínimo. Erika había recibido tanto del Señor y de la Virgen… ¡tantas
peregrinaciones, campamentos y retiros! La Hna. Clare vio claramente que
solo algo fuerte la haría reaccionar y despertar de su letargo espiritual.
Esa noche, las jefas de unidad del campamento habían organizado un
juego nocturno sobre los siete pecados capitales. Las chicas tenían que
superar una serie de pruebas que les ayudasen a reflexionar sobre el horror
del pecado. Muchas de las chicas chillaban y se lo estaban pasando bien, a
pesar de la seriedad del tema. Según iba avanzando el juego, Erika se sintió
cada vez más abrumada por el peso de sus pecados. Fue a quejarse a la Hna.
Clare: «Esto no es un juego. Yo no quiero jugar más». La Hna. Clare
insistió en que tenía que seguir. Ella obedeció, pero constantemente la
bombardeaban los recuerdos de las ofensas que había hecho al Señor.
Simplemente, no podía jugar. Volvió a la Hna. Clare, quien esta vez le dio
permiso para no jugar y la mandó a la capilla, donde estaba expuesto el
Santísimo. Erika se sentó al fondo de la capilla sin atreverse a mirar al
Señor en la Eucaristía. La Hna. Clare entró y se sentó a su lado. Después de
unos segundos de silencio, la Hna. Clare le susurró:
–¿Por qué no puedes mirar al Señor?
Erika contestó: No sé... no puedo mirarle.
–Es la vergüenza del pecado –sugirió la Hna. Clare.
–Debe de ser...
–Vamos a hacer un examen de conciencia.
Erika asintió débilmente y la Hna. Clare cogió un papel con un examen
de conciencia y le explicó pacientemente cada línea. La ayudó a reflexionar
y a sentir dolor por sus pecados. Erika empezó a darse cuenta de cuánto
estaba ofendiendo al Señor con su vida. Al final, la Hna. Clare le preguntó:
«¿Quieres confesarte?». Ya habían tenido confesiones al principio del
campamento, pero Erika no había querido hacerlo.
–Sí, pero si voy a seguir como antes, ¿qué sentido tiene? –preguntó
Erika, abrumada por su debilidad, aunque realmente arrepentida.
–No tienes que pensar en el después, sino en lo que el Señor te pide
ahora. ¿Tú qué sabes si va a haber un después, si este va a ser tu último
campa, el mío…?
Erika accedió a confesarse en cuanto hubiera una oportunidad. Antes
de que se fuera a la cama, la Hna. Clare le dijo: «Intenta no pensar en nada
esta noche que te haga retroceder… Pídele al Señor que te mantenga fiel en
tu propósito».
Al día siguiente por la mañana, la Hna. Clare dio una pequeña charla a
las chicas en la capilla. Les habló de la confesión y de la resolución de no
pecar más. Explicó que el deseo de cambiar no es suficiente, que tenemos
que estar dispuestas a elegir los medios que nos permitirán perseverar. Al
final de la charla anunció que tenía una sorpresa: habría la posibilidad de
confesarse después de Misa. Luego se acercó a Erika y le preguntó si
prefería confesarse antes de la Misa. La joven dijo que sí, quería vivir la
Misa con paz y recibir al Señor en la Eucaristía.
–Pero, Hna. Clare, voy a tardar un rato -repuso Erika. No quería que
todo el campamento tuviera que esperar por su causa.
–No te preocupes –contestó la Hna. Clare–, ¡mantendré a las chicas
entretenidas!
Cogió la guitarra y se puso a cantar con ellas mientras Erika se
confesaba.
Cuando recibió la absolución –casi una hora después–, Erika estaba
radiante de alegría. Recibió la Eucaristía después de dos años sin hacerlo.
Cuando terminó el campamento todas las chicas querían hacerse una
foto con la Hna. Clare. Normalmente la Hna. Clare lo evitaba, excusándose
con una broma y poniéndose a recoger las cosas del campamento. En esta
ocasión, en cambio, dijo que sí a todas las fotos. Es increíble la cantidad de
chicas que tienen fotos con la Hna. Clare en este campamento. Hacía
incluso “fotos-bomba”, saltando en el último segundo para salir en las fotos
que se estaban haciendo las chicas. Parece que el Señor la movió
interiormente a aceptar la incomodidad de dejarse sacar una foto tras otra
para que todas las chicas tuvieran un recuerdo de su presencia en el
campamento y de todas las gracias recibidas.
Cuando se estaban despidiendo, Erika se subió en el autobús con una
amiga sin haber dicho adiós a la Hna. Clare. La Hna. Clare subió al autobús
con cara de decepción: «Qué malas personas que sois. ¿No os despedís?».
Erika riéndose contestó: «¡Pero si nos vamos a ver pronto!». «Eso nunca lo
puedes saber», dijo la Hna. Clare. Y añadió: «El Señor espera tu respuesta y
fidelidad, nos vemos en el Cielo». Y de hecho esa fue la última vez que se
vieron [385].
La Semana Santa llegó poco después del campamento. Las
comunidades de Playa Prieta y Chone organizaron un encuentro en el
colegio para los miembros del Hogar de la Madre de la provincia de Manabí
del 24 a 27 de marzo. El P. Kevin Deakin fue desde Guayaquil, donde vivía,
para ocuparse de la atención espiritual del encuentro. En esa semana, la
Hna. Clare dirigió el coro. Como de costumbre, su voz estaba ronca. Un
día, antes de Misa, se acercó a las hermanas y les susurró con un hilo de voz
y tronchada de la risa: «Hermanas, por favor, rezad. ¡Mirad qué voz tengo!
¡Y tengo que cantar ahora!». Gracias a su confianza en Dios y en las
oraciones de sus hermanas, pudo cantar con todas sus fuerzas.
El Viernes Santo siempre había un viacrucis de tres horas por la
localidad de Playa Prieta. La ruta elegida para ese año era un camino difícil
con cuestas empinadas. Aura, miembro del Hogar de la Madre de la
Juventud, había decidido no ir. No se encontraba bien y solo la idea de
pasar tres horas bajo el sol abrasador de la tarde le agobiaba. La Hna. Clare,
que no sabía nada de sus planes de no participar, se acercó a ella y le dijo:
«Ofrezcamos el viacrucis por las chicas de Manta». Aura había pasado ese
año haciendo apostolado en su universidad en Manta e invitando a las
hermanas a dar charlas y reuniones a las chicas que ella invitaba. Estaba
intentando formar un grupo del Hogar, pero no era fácil. ¿Cómo podía Aura
decir que no a la propuesta de la Hna. Clare?
A pesar de la constante actividad durante todo el encuentro de Semana
Santa, la Hna. Clare experimentaba un gran deseo de estar con el Señor y de
pasar tiempo con Él en el silencio. Repetía esta oración de san Agustín:
«Dinamismo de mi alma, entra en ella, amóldala a ti para mantenerla y
poseerla sin mancha ni arruga. Esta es mi esperanza»[386]. Durante la
Semana Santa siempre acompañamos al Santísimo en el Monumento y
hacemos turnos de vela desde el Jueves Santo por la noche hasta el Viernes
Santo. Ese día, después de la frugal comida, hubo tiempo libre para la
siesta. La Hna. Inmaculada, de la comunidad de Chone, fue rápidamente a
la capilla para ver si había alguien con el Señor y encontró en la capilla al P.
Kevin y a la Hna. Clare, que le había esperado para hacerle una pregunta
sobre la liturgia de ese día. El P. Kevin dijo que había ido para despedirse
del Señor antes de irse a descansar.
La Hna. Clare se volvió hacia la hermana y susurró: «¿Hay alguien que
vaya a quedarse con el Señor?». La Hna. Inmaculada contestó: «No, yo he
venido a ver si alguien se iba a quedar y, si no, me quedaba yo». «No te
preocupes -dijo la Hna. Clare-, yo me quedo». «Pero ¿no estás cansada?
¿No necesitas descansar?», le preguntó la Hna. Inmaculada sabiendo que
estaría agotada después del campamento de la semana precedente, la
preparación del encuentro, la falta de sueño de la noche anterior y el largo
viacrucis bajo el sol… Pero la Hna. Clare contestó con firmeza: «No, no.
¡Estoy bien! ¡Yo me quedo!». Esto le permitía pasar tiempo con el Señor,
respondiendo al deseo de su corazón, aunque contrario al deseo de su carne.
La noche anterior había escrito en su cuaderno: «Esta noche, al traer a Jesús
desde la iglesia a esta capilla, sentía en mí un fuerte deseo de estar con Él y
no dejarle en la capilla»[387].
A solas con el Solo, le preguntó qué podía darle como consuelo a sus
sufrimientos en la Pasión. Poco antes de Semana Santa habían anunciado
una nueva misión a Puyo y las hermanas animaban a los jóvenes a ser
generosos con el Señor. Los que quisieran ir tenían que apuntarse con
rapidez. Las hermanas no sabían quiénes de ellas iban a ir. Después de su
primer viaje misionero a Puyo dos años antes, la Hna. Clare siempre había
dicho que volvería “solo” si el Señor se lo pedía. ¡Había sido tan difícil para
ella en todos los sentidos! Ahora, sin embargo, el Viernes Santo, decidió
ofrecerse a Él y pedirle que la llevase. Quería presentarle este acto de amor
el mismo día en que Él le había manifestado su gran amor 16 años antes.
Antes de la Vigilia Pascual, la Hna. Clare animó al P. Kevin a cantar la
despedida de la Misa: “Podéis ir en paz, aleluya, aleluya”. No pudo
contener la risa cuando el Padre intentó cantarlo… No salía con la nota
adecuada. Cuando se despidió de las hermanas al día siguiente, el Padre dio
las gracias a la Hna. Clare por su ayuda con la liturgia y los cantos. Ella
respondió alegremente: «Todo para la gloria de Dios». Y cambiando
rápidamente de tema comentó: «Padre, ¡qué pena que no haya aquí una
comunidad de Siervos!». El P. Kevin sonrió y exclamó: «¡Yo me apuntaría
enseguida!».
En Playa Prieta, las hermanas siempre tenían dificultad para conseguir
a un sacerdote que fuera al colegio a confesar a los alumnos. No había Misa
diaria en el pueblo y a veces les costaba encontrar una Misa en la zona. La
Hna. Clare siempre se acordaba de un hombre que se había arrepentido de
sus pecados, pero había muerto sin recibir la absolución porque no pudieron
encontrar a un sacerdote disponible para confesarle. Todas las hermanas
deseaban que los Siervos fundaran una comunidad cerca de Playa Prieta que
atendiera el colegio y la zona de alrededor[388].
El último día del encuentro de Semana Santa, las hermanas
proyectaron el testimonio de la Hna. María de Guadalupe Rodrigo, SSVM,
que había sido misionera durante más de 20 años en Oriente Medio y estaba
en Alepo (Siria) cuando empezó el conflicto. En el vídeo habla de su
experiencia allí, con historias concretas del testimonio de los cristianos de
aquella zona y de su fidelidad a Cristo. La Hna. Clare escribió a la M. Ana
el 7 de abril:

«He visto ya tres veces el testimonio largo de la Hna. Guadalupe


(la religiosa del Verbo Encarnado) y me ha hecho muchísimo bien.
Gracias a ella pienso mucho en nuestros hermanos perseguidos, rezo
por ellos y realmente experimento que tanto el testimonio y la
coherencia de la hermana, como la fe y la fuerza de los «nazarenos»,
como les llaman en Siria, me ayudan a entregarme durante el día.

Tengo constantemente en mi cabeza una canción escrita por un joven


de Argentina sobre los cristianos perseguidos. La canción se llama
«Soy nazareno». No sé si la habéis escuchado; merece la pena. Está en
Youtube. El cantautor se llama Maxi Largui. Como digo, realmente
experimento que su entrega, sus sufrimientos y sus oraciones me
ayudan y ¡me sacuden! Si un día el Señor y Nuestra Madre quieren
que fundemos en uno de estos países donde nuestros hermanos están
siendo perseguidos, yo estaría encantada de ir a ayudarles. Tengo
mucha alegría de ser cristiana y de pertenecer a una familia (una
Iglesia) que ¡olé su sangre! »[389].
La Hna. Clare cantó esa canción muchas veces en las últimas semanas
de su vida y le dio mucha fuerza. En Irak, los grupos islámicos marcaban
las puertas de las casas cristianas con la letra árabe ‘‫( ’ن‬nun). El Corán
habla despectivamente de los cristianos como “nazarenos” y esta es la
primera letra de esa palabra en árabe. La canción alaba su valentía y
disposición de morir antes que renegar de Cristo. Su ejemplo y radicalidad
la empujó a desear también la misma radicalidad en su propia lucha por la
santidad.
Las arenas del desierto se han mojado
con la sangre y las lágrimas de Dios.
En su marcha, las tinieblas van tiñendo
las banderas con el negro del terror.
Caí en Irak y caí en Siria,
pero ahora estoy de pie.
Aunque me tiemblan las rodillas,
yo camino por mi credo y me apuntala aquí la fe.
Soy nazareno, nazareno.
Llevo un anuncio en mi voz que habla de resurrección,
y cuando muero, no muero,
porque fui marcado con la letra «nun»
en mi alma por Dios. […]
Pocos días después del Domingo de Pascua[390], la Hna. Clare y otra
hermana llevaron a las chicas y candidatas de excursión a una playa aislada
de Manta. Fueron once chicas; para cinco de ellas sería su última excursión:
María Augusta, Jazmina, Mayra, Valeria y Catalina. La mayoría de las
chicas iba en la parte trasera de la camioneta y las hermanas estaban dentro
con el resto de las chicas. Karolina Vera, que estaba detrás, recibió un
mensaje de WhatsApp de la chica que conducía la camioneta: «Vera, ¿esto
qué es?». Se volvió hacia la ventanilla para mirar dentro de la camioneta y
se encontró con los ojos de la Hna. Clare mirándola. Supo que el mensaje lo
había escrito ella. Karolina contestó al mensaje: «No entiendo lo que quiere
decir». La Hna. Clare contestó: «Ahhh, Vera, tienes que ser auténtica».
Entonces Karolina entendió: la foto de su perfil era un “selfie” que se había
hecho con un grupo de amigos en una fiesta y su estado decía: «Somos
muñecos de papel adictos al fuego». Estaba conscientemente poniendo su
alma en peligro y alardeando de ello.
Cuando se bajaron de la camioneta, Karolina intentaba evitar a la Hna.
Clare, pero era imposible. La Hna. Clare se fue directa a ella: «Karolina,
esto es serio. ¡Tú no eres esa!». Pero ella se dio la vuelta como si no hubiera
oído nada.
Después de jugar juntas al fútbol, rezaron el rosario. Luego, algunas
chicas se bañaron y la Hna. Clare empezó a aprender a conducir la
camioneta, ¡pero se quedó atascada en la arena! Encontró un momento para
sentarse con Karolina y hablar seriamente sobre la cuestión: «En esa foto no
veo a la Karolina que conozco. ¡Esa no eres tú! Estás intentando llenar tu
vacío con cosas mundanas, pero ese vacío no puede llenarse ni con alcohol,
ni con amigos, ni con fiestas. Solo Dios lo puede llenar, Vera. ¡Solo Dios!».
La conversación continuó y, al final, añadió: «Entiendo por qué te molesta,
pero te lo digo porque te quiero y quiero ayudarte». Luego, la Hna. Clare le
quitó el gorro a Karolina y se lo puso ella. A pesar del propósito de
Karolina de mantenerse seria, no pudo evitar echarse a reír cuando vio a la
Hna. Clare llevando su gorro.
La conversación fue interrumpida de repente por gritos de alegría.
Catalina había encontrado un pez gigante dando coletazos en la orilla y
algunas chicas la ayudaron a capturarlo. La Hna. Clare y Karolina vieron
perfectamente toda la escena desde donde se encontraban, sentadas encima
de unas rocas con vista a la playa, y animaban a las chicas. El evangelio de
ese día era del capítulo 21 de san Juan y la Hna. Merly gritó: «Chicas,
¿tenéis pescado?» [391]. ¡Por fin, lo cogieron! No podían parar de reír. Las
chicas empezaron a abrir el pescado y a limpiarlo; querían llevárselo a casa
y comérselo. Jazmina dijo: «¡Con este pescado ya me he ganado el Cielo,
porque esto es asqueroso!».
La jornada llegó a su fin y todas volvieron a Playa Prieta llenas de una
alegría que solo el Señor puede dar. Según pasaban los días, la Hna. Clare
sintió que el Señor quería que escribiese una carta a Karolina. La idea le
parecía un poco ridícula, ya que se veían casi todos los días, pero no podía
negar que el Señor le pedía escribir. Mientras le daba el papel a Karolina,
dijo: «Me da mucha vergüenza hacer esto, pero el Señor me lo ha pedido y
yo obedezco, aunque no entienda». Solo el Señor sabía que iba a morir
exactamente una semana después y que esto se convertiría en un testamento
espiritual.

«Querida Karola:

¡Cambiar CUESTA! y ¡luchar CANSA!

Acuérdate de la primera vez que fuiste al Puyo. Te mandaron a la


comunidad de Yan-Pis –¡la más difícil!–. ¿No es cierto que casi te
quedaste a medio camino en una de las comunidades anteriores?
¿Sabías que algunas personas, incluyendo al P. Pedro, te iban a
dejar allí antes de llegar a tu meta (Yan-Pis)? Sin embargo, sacaste
fuerza de donde parecía que no había y aunque te COSTABA y TE
CANSABA, ¡¡LLEGASTE!!

Aprende de esta lección… «Párame bola»[392]. ¡¡MERECE LA


PENA!!!!

Nunca, nunca, NUNCA te alejes de Dios y de la Virgen. Si lo haces


estás fregada. En serio. Eres buena gente y puedes dar y cambiar
mucho. Lo sé. ¡Adelante, no tengas miedo!

Hna. Clare

“Si nos negamos a cambiar, rechazamos la persona que debemos


ser”» [393].

Durante el viaje misionero a Puyo, el Señor había mostrado a Karolina


que Él recompensa a las almas que se esfuerzan por superar los obstáculos.
Había entendido que su verdadera meta es el Cielo y que tenía que estar
dispuesta a hacer sacrificios para llegar y llevar a otras almas consigo.
Arriba del todo de la carta, la Hna. Clare había añadido una sugerencia para
el nuevo perfil de Karolina en WhatsApp: la letra árabe ‘‫ ’ن‬y las palabras
“Soy nazarena”.
En estas dos semanas después de Pascua, las hermanas estaban
atareadas preparando el nuevo año escolar. Las inscripciones se abrían el
lunes 18 de abril. Había mucho que pintar y limpiar en el colegio. Gracias a
Dios, las chicas y candidatas estaban aún de vacaciones y un grupo de ellas
se quedó en casa de las hermanas para echarles una mano con lo que hiciera
falta. Esa última semana el Señor llevaría a cabo la preparación final de sus
elegidas antes del encuentro con Él.
Al fin, sola con el Solo
Capítulo 25

Era la mañana del 11 de abril de 2016. Había estado lloviendo


durante las últimas 24 horas. Se había extendido la noticia de que se
acercaba el fenómeno del Niño, así que la Hna. Clare y la Hna. Thérèse se
fueron rápidamente a Portoviejo para comprar comida en conserva. En
cuanto volvieron, Anahún, un vecino que era miembro del Hogar de la
Madre, llegó corriendo: «¡Hay que mover las neveras del bar del colegio al
primer piso! ¡Han abierto la presa y toda esta zona se va a inundar en unos
minutos!».
En un primer momento, a las hermanas les costó creerlo. Ya no
llovía y parecía que el peligro había pasado, pero Anahún insistió.
Entonces, varias chicas fueron a ayudarle a mover las neveras, mientras
las hermanas preparaban el resto del colegio para la inundación: cerraron
las puertas de las aulas del colegio para que la corriente no arrastrase los
pupitres y las sillas; recogieron los documentos más importantes del
despacho de la administración del colegio y los subieron a su casa.
La Hna. Estela se dirigió a la Hna. Clare: «Vamos a coger arena para
intentar bloquear la entrada principal». Mientras caminaban hacia el
portón con la arena, de repente, vieron entrar agua de la calle al recinto
del colegio. Entonces las hermanas intentaron poner la arena en montones
frente a la entrada.
–¡La arena no funciona! –observó la Hna. Clare.
–Es verdad, vamos a probar con piedras –contestó la Hna. Estela,
que no imaginaba la cantidad de agua que estaba aún por llegar.
Un hombre llamado Demetrio llegó corriendo y, señalando la
camioneta blanca de las hermanas, gritó: «¡Tenemos que sacar la
camioneta de aquí!». La Hna. Estela hizo señas a la Hna. Thérèse y a la
Hna. Clare, y ambas corrieron hacia la camioneta para llevarla a un lugar
más alto, fuera del terreno del colegio. Luego, la Hna. Estela fue a
trasladar el Santísimo de la capilla del colegio a la del tercer piso.
Después de aparcar la camioneta, las dos hermanas caminaron de
vuelta al colegio por las calles inundadas. El agua ya les llegaba un poco
más arriba de las rodillas y había una corriente tan fuerte que arrastraba
troncos y ramas de árboles. Los hábitos mojados hacían más dificultoso
avanzar por el agua. La Hna. Thérèse se agarró a la Hna. Clare mientras
intentaban abrirse paso lentamente por las aguas tumultuosas.
–¡Aaaah! No sé si voy a llegar –gritó la Hna. Thérèse, pues una
rama le había golpeado fuertemente las piernas y estuvo a punto de
tirarla al suelo.
–¡No grites! Yo también me voy a caer –dijo la Hna. Clare,
intentando sostenerla.
Antes de llegar al colegio, la corriente se había vuelto especialmente
intensa. Un tronco arrastrado por el agua llegó flotando hacia la Hna.
Thérèse y le dio un golpe, separándola de la Hna. Clare, que
inmediatamente se lanzó hacia ella, la agarró y juntas consiguieron llegar
por fin hasta la entrada del colegio.
El agua fluía con fuerza hacia el terreno y las dos hermanas se
aferraron al portón de ingreso. Jazmina, Mayra y María Augusta estaban
vigilando. En cuanto vieron a las hermanas agarradas al portón, fueron a
través de la corriente para ayudarlas. Cuando, finalmente, llegaron a la
entrada de la casa, había agua hasta las rodillas en el interior. Los bancos
de la capilla del colegio flotaban junto a otros muchos objetos.

Tras dos días de lluvias torrenciales, el 11 de abril de 2016, fue abierta


una presa a 50 km al este de Playa Prieta para soltar el exceso de agua. El
río que pasa por Playa Prieta recibió de golpe esa enorme cantidad de agua
y empezó a desbordarse, arrastrando con la corriente ramas y troncos de
leño. Poco más arriba de Playa Prieta, en Pimpiguasí, el río se bloqueó a
causa de las ramas acumuladas. Cuando retiraron la palizada, a las 11:30 de
la mañana, toda el área se inundó. La Hna. Estela aconsejó a las chicas que
se fuesen e intentasen llegar a su residencia de estudiantes, situada en una
zona menos inundada. María Augusta, candidata encargada de la residencia,
se resistía: «Hermana, queremos quedarnos y estar con ustedes. Si insiste,
podemos intentar ir a Portoviejo, pero no creo que lo logremos, porque las
carreteras estarán inundadas. Y aunque lo consigamos haremos todo lo
posible por venir aquí todos los días y eso sería mucho más peligroso que si
nos quedamos». Al final, la Hna. Estela les permitió quedarse. Eran María
Augusta, Mayra, Jazmina y Mercedes, que eran candidatas; Valeria,
aspirante de quince años; Catalina[394] y Guadalupe[395], miembros del
Hogar de la Madre. María Augusta tenía razón; habría sido muy difícil
llegar a Portoviejo. De hecho, según seguía subiendo el nivel del agua, las
hermanas se dieron cuenta de que ellas mismas no podrían salir de Playa
Prieta para ir a Misa a Portoviejo.
La oscuridad parecía triunfar aquella tarde. Ni un solo rayo de sol
traspasaba los densos nubarrones. La electricidad se había ido poco después
de comenzar la inundación. Nadie sabía cómo se desarrollaría la situación o
cuán peligrosa llegaría a ser. Las hermanas y las chicas intentaron que el
desaliento no las abrumase, mientras miraban el colegio desde lo alto de la
terraza. Todo estaba sumergido en agua y lleno de barro, y el nuevo curso
escolar estaba a punto de comenzar. También tenían que aceptar que ese día
no podrían ir a la Eucaristía, fuente y culmen de su vida espiritual. Era
difícil mantener el habitual clima de alegría en medio de tanta desolación
material y espiritual. Sin embargo, Nuestra Madre del Cielo no iba a dejar
que sus hijas cayeran en la trampa del demonio e inspiró a la Hna. Estela la
idea de rezar todas juntas un rosario.
En el segundo piso, al final de la larga terraza exterior, había una
imagen de la Virgen de Garabandal con la siguiente frase de su último
mensaje a Conchita: «Dime cosas de mis hijos. A todos los tengo bajo mi
manto». Como el sol se había puesto, encendieron velas para iluminar a la
Virgen. La comunidad se reunió alrededor de la imagen y rezaron el rosario
serenamente, con canciones después de cada misterio. Mientras recitaban
las avemarías, la Virgen, poco a poco, levantó las sombras que pesaban
sobre ellas. La Hna. Clare tocó canciones de Garabandal con la guitarra.
Todas cogieron las velas y, con aire de fiesta, empezaron una procesión
desde la imagen de la Virgen de Garabandal a otras imágenes del Señor y de
Nuestra Madre que estaban por la casa. Se llenaron de paz y alegría. Ella
había aplastado la cabeza de la serpiente en sus corazones[396].
Cuando concluyó el rosario, la Hna. Estela decidió hacer una Liturgia
de la Palabra y distribuir la comunión. Varios laicos que iban a Misa diaria
hicieron el esfuerzo de atravesar el agua y el barro en medio de la oscuridad
para llegar a casa de las hermanas y unirse a la celebración. Poco antes
habían reflexionado juntos sobre la valentía de los cristianos de Siria. Al
reunirse para rezar a la luz de las velas en la oscuridad de la noche,
enseguida pensaron en sus hermanos perseguidos y se sintieron muy unidos
a ellos. Esta pequeña comunidad de hermanas y laicos estaba también
ardiendo en amor al Señor y dispuesta a superar graves peligros para ser
nutrida con el Pan de los Ángeles.
A la mañana siguiente, las hermanas se dieron cuenta de que iban a
necesitar algo más que simples cubos para sacar el agua del terreno del
colegio. Por fin, los bomberos les dejaron una bomba de agua, sin la cual
esa labor habría sido imposible. Al retirarse el agua, las aulas y todo el
colegio quedaron cubiertos por una gruesa capa de barro. Todas empezaron
a trabajar para limpiar el colegio, conscientes del hecho de que podrían
abrir otra presa causando una nueva inundación. Pero ¿qué podían hacer?
Nada más que confiar en que estaban en manos de Dios.
Nadie puso en duda por dónde había que empezar: la capilla del
colegio. Querían asegurarse de que el Señor tuviera una digna morada. Las
hermanas y las chicas quitaron el barro de los bancos, los lavaron y los
subieron al segundo piso del edificio por si venía otra inundación. Cuando
por fin la capilla estuvo limpia de barro, la Hna. Estela decidió esperar antes
de volver a reservar allí el Santísimo. Toda la semana siguieron utilizando
la capilla de las hermanas que estaba arriba, empezando cada día con una
hora de adoración ante la Eucaristía, como de costumbre.
Al cabo de tres días, el agua se había retirado en su mayor parte en
toda la zona y, finalmente, pudieron ir a Portoviejo. Fueron a Misa por la
mañana temprano el jueves y el viernes. La Hna. Clare, además, pudo
confesarse, aprovechando uno de los viajes a Portoviejo para coger agua
potable. El P. Francesco Rizzo, misionero italiano que ejercía el ministerio
en la parroquia del Espíritu Santo de Portoviejo, la confesó por última
vez[397]. Él recuerda que la hermana tenía un gran deseo de perfección. No
buscaba la perfección confiando en su propio esfuerzo o llevada por una
cierta vanidad espiritual; su motivación era claramente amar al Señor y
nada más. «[La Hna. Clare] me preguntaba: “¿Y esto qué le parece? ¿Será
pecado?”, porque deseaba que la presencia de Cristo la transformara por
completo y que no hubiese en ella ninguna sombra, ninguna barrera para la
acción que el Señor pudiese realizar en ella».
En el colegio hubo muchos daños y pérdidas. Todas las paredes de las
aulas que habían estado pintando en las últimas semanas se habían
estropeado a causa del agua y del barro. En medio del desaliento,
reafirmaron su convicción de que no era tan importante hacer tal o cual
tarea, sino el amor con el que la habían hecho y los frutos espirituales que
habían obtenido de ella. Cuando entraron en las aulas se encontraron con
que el barro les llegaba hasta los tobillos. Primero sacaron el barro
ayudadas por una manguera y escobas, y luego se pusieron a limpiar.
Tuvieron que cepillar las paredes para quitar el lodo. Aunque la parte
inferior de las paredes se quedaba marrón por el barro, al menos estaban
limpias. También lavaron los pupitres y las sillas que no se habían
destrozado.
Todas participaron en la operación de limpieza con alegría
sobrenatural y generosidad. Desde el momento en que la Virgen María
había triunfado en sus corazones, ningún trabajo se les hacía demasiado
difícil; ningún desafío podía abatirlas. La Hna. Clare, con alegría, elevaba
sus corazones cantando mientras trabajaban, hacía reír a todas con sus
bromas y comentarios y les recordaba que ofrecieran su cansancio por la
salvación de las almas. Pero no era la única. Cada una de ellas
generosamente dio su “sí” al Señor en esos días. No se oyó ninguna queja.
Si había una dificultad o estaban al final de una larga mañana de trabajo,
alguien gritaba: «¡Vamos a ofrecerlo por las almas del Purgatorio!» o
«¡Vamos a ofrecerlo por tal y tal cosa!». Y el resto respondía: «¡Sí, a por
ello!» y seguían trabajando, incluso con más intensidad que antes.
Comentaban: «Teníamos que haber ido al viaje misionero a Puyo, ¡pero
ahora este es nuestro Puyo!». El Señor había aceptado el ofrecimiento de la
Hna. Clare del Viernes Santo.
Un vecino que estaba ayudando a las hermanas a bombear el agua
fuera del patio de delante de la casa exclamó: «Voy a contar hasta tres y
necesito que todas, a la vez, empujéis el agua hacia la bomba». La Hna.
Clare y las chicas corrieron a coger los diferentes objetos que tenían para
empujar el agua: escobas, cepillos, etc. Había un par de tablas de madera
con palancas que había construido uno de los hombres que ayudaban a las
hermanas para poder arrastrar una gran cantidad de agua y barro de una sola
vez. Eran los instrumentos más eficaces, pero también eran muy pesados.
La Hna. Clare fue corriendo hacia uno de ellos para coger lo más pesado
aunque estaba visiblemente agotada[398].
Durante esta semana, trabajaban por las mañanas, haciendo una pausa
para tomar algo a las 11 y recuperar fuerzas. Luego continuaban el trabajo
hasta la hora de la comida, a la 1:30. Un día durante la comida, la Hna.
Clare representó lo que le había pasado esa mañana cuando había ido con la
Hna. Thérèse a comprar a Portoviejo. Como Playa Prieta aún estaba
inundado, se pusieron botas de agua para salir de casa. En esa ocasión, la
Hna. Thérèse se había llevado las sandalias, pero la Hna. Clare se olvidó de
coger las suyas. Tuvo que entrar en la tienda con sus grandes botas
amarillas. Cuando lo contó, hizo partirse de risa a todas, con su exagerada
imitación de la reacción de la gente que la vio entrar en la tienda y la
miraba de arriba abajo. No le importaba mucho que la gente la mirase,
estaba orgullosa de las botas de color amarillo brillante que el Señor le
había dado esos días. En otro momento de la comida la Hna. Clare se
dirigió hacia Mercedes, sentada enfrente de ella, y la llamó, de repente,
interrumpiendo su conversación: «¡Mercedes!, recuerda esto: cuando seas
hermana, tu nombre será “Hna. Mercedes María de la Cruz”». Mercedes no
sabía en ese momento qué pensar, pero era obvio que no era una broma.
Parecía algo que la Hna. Clare había sentido en su corazón y que el Señor
quería que dijera[399].
Después de comer, trabajaban hasta las 5 de la tarde. Uno de los
encargos de la Hna. Clare era informar a los Grupos Misioneros del Hogar
de la Madre (GMHM, asociación para fines de caridad y evangelización) de
las varias situaciones de pobreza y organizar un equipo local de voluntarios
para asegurar que los donativos llegaran a las familias necesitadas. Pasó
varias tardes de esta semana visitando a familias pobres de la zona para ver
los daños causados por la inundación y encontrar modos de ayudarles.
Estaba muy impresionada al volver de la primera visita a las familias:
«Hermanas, no podéis ni imaginar la situación que están viviendo esas
familias. No tienen colchones, ni fuegos para cocinar. ¡Han perdido todo!».
Ese jueves, con las fotos que habían mandado desde Playa Prieta, se publicó
una noticia en la página web del Hogar de la Madre para pedir donativos.
Las hermanas y las chicas estaban deseando que llegara la tranquilidad
de las últimas horas de la tarde, después del duro trabajo. Así que aprendían
a tocar la guitarra, se reían y cantaban con la Hna. Clare, veían vídeos de
H.M. Televisión para formarse o, simplemente, hablaban de algún tema.
Todas experimentaban una gran necesidad de estar juntas y compartir
experiencias. A las 7 de la tarde rezaban juntas el rosario pidiendo a
Nuestra Madre que viviera entre ellas y les diera su alegría.
El viernes por la mañana, la comunidad de Chone llegó para echar una
mano a las hermanas. Habrían querido llegar antes, pero la inundación de
las carreteras lo había hecho imposible. Llevaron comida en abundancia
para distribuirla entre las familias necesitadas, gracias a la generosidad de
los benefactores de GMHM. Las últimas fotos de la Hna. Clare son de este
día. Fueron tomadas mientras cargaba bolsas de provisiones en la
camioneta. A la Hna. Teresa Castilla le impresionó mucho ver a la Hna.
Clare después de aquella larga mañana de intenso trabajo. Recuerda:
«Estaba guapísima. Estuve casi a punto de decírselo, pero no se lo dije. Yo
no me explico cómo después de tanto trabajo y tan duro –porque se notaba
el cansancio en las hermanas– tenía tanta alegría. Y no solo alegría, sino
como una expresión que le daba una belleza especial». Era la belleza que el
Señor proporciona a aquellos que se dan enteramente a Él. Había cogido su
cruz y le había seguido, trabajando hasta el agotamiento cada día. La misma
Hna. Clare había dicho en una entrevista antes de sus votos perpetuos: «Una
cosa que el Señor me ha enseñado es que el que pierde su vida y el que se
olvida de sí mismo y el que muere a sí mismo es feliz»[400]. Y había escrito
unos meses antes:

«¡Soy feliz, feliz, feliz! aunque hay días que muchas cosas me
cuestan. Merece la pena dar la vida a Dios, que es tan grande. Esto es
lo que mi corazón siempre ha anhelado y que ningún amor humano, ni
plan, ni cosa ha podido llenar»[401].

Aunque la comunidad de Chone tenía previsto quedarse en Playa


Prieta todo el fin de semana, surgió un imprevisto por el que tuvieron que
volver a Chone ese mismo viernes por la mañana. La comunidad de
Guayaquil se ofreció para ir a ayudar a las hermanas a terminar de limpiar
el colegio ese fin de semana. Las matriculaciones empezaban el lunes y la
Hna. Estela les dijo que no se preocupasen, que con la ayuda de las chicas y
otros alumnos y vecinos lo conseguirían.
El sábado 16 de abril usaron una bomba más potente con una larga
manguera para quitar la densa capa de barro que cubría el patio de las aulas.
Muchos libros de la biblioteca del colegio estaban completamente
estropeados por el barro y el agua. Mientras las chicas seleccionaban los
libros que no se podían recuperar, de repente, apareció la Hna. Clare con un
carrito. Lo llenó con los libros mojados y llenos de barro, lo empujó fuera y
lo vació en la basura. Cuando empezó a parecer cansada, al cabo de varios
viajes, las chicas le ofrecieron reemplazarla para que pudiera descansar. La
Hna. Clare las miró con una cara de pena irónica: «¡Ni hablar! ¡No tenéis ni
idea de cómo se conduce este carrito!».
Esa mañana, un poco más tarde, Mayra y Valeria estaban limpiando
una gran estantería llena de enciclopedias. La madera se había debilitado
por estar varios días en agua y, al intentar quitar el barro de debajo de la
estantería, toda la estructura se desplomó encima de ellas. La Hna. Clare
estaba cerca y empezó a gritar pidiendo ayuda, pues no podía levantar las
baldas ni los libros ella sola. La Hna. Estela y las chicas que estaban
trabajando fuera, al principio creían que era una broma y la Hna. Clare tuvo
que gritar: «¡Chicas, es en serio!», y acudieron corriendo a ayudar. Valeria y
Mayra estaban bien, aunque un poco doloridas. Gracias a Dios, las baldas y
los libros habían caído sobre sus espaldas y no sobre sus cabezas.
Cuando se juntaron para la comida, la Hna. Estela quiso reflexionar
sobre lo que les había ocurrido a las dos chicas esa mañana. «¿Qué habría
pasado si Mayra y Valeria hubiesen muerto en ese pequeño accidente de la
biblioteca? No, mejor: ¿qué pasaría si todas las que estamos aquí
muriésemos hoy? ¿Estaríamos preparadas?». La semana había sido tan
intensa y habían afrontado tantos peligros que sus mentes entraron casi con
naturalidad en el tema de la muerte. La misma Hna. Clare, al contar a las
hermanas de Chone cómo se inundó la casa y cómo la corriente estuvo a
punto de arrastrarla con la Hna. Thérèse, comentó con sencillez y una
sonrisa: «Hermanas, podría haber muerto». La conversación de ese sábado
giró alrededor de esa pregunta de la Hna. Estela. Mayra respondió:
«Hermana, no estoy preparada. Tendría que pasar mucho tiempo en el
Purgatorio...». Entonces, la Hna. Estela le recordó: «Pero piensa en todas
las indulgencias plenarias que has obtenido en este Año de la
Misericordia». «Es verdad...», contestó Mayra, «Vale, entonces, creo que
estoy preparada».
Una de las chicas dijo que tenía miedo a morir. Otras empezaron a
imaginar cómo morirían, manifestando que no les gustaría morir ahogadas o
quemadas en un incendio. Con su sinceridad característica, Valeria afirmó:
«Yo no tengo miedo a la muerte. Si hubiera muerto esta mañana, creo que
habría ido al Cielo. En realidad, ¡ojalá pudiera ir al Cielo a ver al Señor!».
Por su parte, Catalina dijo: «Si el Señor me llamara ahora, creo que tendría
misericordia de mí, porque he hecho lo que tenía que hacer hoy». Cada
hermana o chica añadía su propia reflexión. Cuando llegó el turno de la
Hna. Clare, dijo: «Yo no tengo miedo a la muerte, ¿por qué le voy a tener
miedo si me voy a ir con el que siempre he anhelado estar toda mi vida?».
Años antes, la Hna. Clare había escrito en su cuaderno que quería tener la
misma actitud que santa Inés en el momento de su muerte: «Voy hacia ti, a
quien siempre he buscado y amado, a quien siempre he deseado» [402]. Su
respuesta a la pregunta de la Hna. Estela es un claro eco de estas palabras
de la santa.
Karolina Vera también estaba presente en esta conversación, pues
había estado ayudando a las hermanas toda esa semana y la habían invitado
a quedarse a comer. Al escuchar esos comentarios en silencio, pensó para
sí: «No, no. No estoy preparada. ¡Antes tengo que confesarme!».
Por la tarde, la Hna. Clare se acercó a Karolina y le preguntó:
–¿Quieres confesarte? –y viendo la mirada interrogativa de Karolina,
la Hna. Clare continuó hablando-. No estás en gracia, ¿verdad?
–¿Y usted, cómo sabe eso? –preguntó Karolina. ¡No había dicho ni una
palabra sobre ello!
–Porque lo veo en tu mirada… ¿Quieres confesarte o no?
–Sí –contestó Karolina poco entusiasmada. No podía negar que
necesitaba confesarse.
–Ven un poco antes de la Misa. Hablaré con el sacerdote.
Después de una breve siesta, todas se prepararon para ir a Misa de 5 en
la iglesia de Playa Prieta, como cada sábado. La Misa y las lecturas eran las
del cuarto domingo de Pascua, domingo del Buen Pastor: “Mis ovejas
escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen” [403]. Al llegar, la Hna.
Clare fue a la sacristía a hablar con el sacerdote, que accedió a confesar a
Karolina antes de la Misa. La Hna. Clare esperó y esperó, pero Karolina no
llegaba. Cuando solo quedaban dos minutos para el comienzo de la Misa, la
Hna. Clare volvió a la sacristía: «Por favor, Padre, espere unos minutos
más. Es muy importante». El sacerdote asintió. Al salir de la sacristía, miró
hacia el fondo de la iglesia. Allí estaba Karolina de pie fuera del edificio.
La Hna. Clare la llamó: «¡Corre, corre, que el Padre te está esperando!».
Fue lentamente hacia la hermana y le preguntó: «¿Quién es el sacerdote?».
Cuando oyó la respuesta, Karolina dijo: «No, no. No me voy a confesar».
La Hna. Clare estaba visiblemente apenada y contestó bruscamente: «Haz
lo que te dé la gana». Karolina supo que había cometido un error. La Hna.
Clare entró para avisar al sacerdote de que podía empezar la Misa.
Después de un momento de oración en silencio para dar gracias por la
Eucaristía, prenda de la gloria futura[404], todas estuvieron unos minutos
hablando con los vecinos fuera de la iglesia. Karolina se acercó a la Hna.
Clare para intentar excusarse por no haberse confesado. Al principio, la
Hna. Clare no quería escucharla, pero Karolina insistió:
–Es que no puedo confesarme con ese sacerdote.
–Estás pensando a nivel humano. Das demasiada importancia a quién
es este sacerdote en particular o si tienes confianza con él y te preocupas de
lo que va a pensar de ti. Pero en el sacramento de la confesión es Cristo
quien te perdona, no tal o cual sacerdote… El problema es que tú no
entiendes la importancia de la vida de gracia. ¿Qué pasaría si te murieses
ahora? ¿Dónde irías? ¡Piénsalo! He hecho el esfuerzo de convencerle para
que te confesara, pero tú te lo tomas todo como un juego.
–No, no estoy jugando contigo ni con Dios –intentó excusarse de
nuevo Karolina.
–¡Vera, no entiendes la importancia de la vida de la gracia! No
entiendes lo mucho que el Señor te quiere. Y no entiendes lo mucho que yo
te quiero –terminó la Hna. Clare, mirándole a los ojos. Y se fue.
En ese momento, sonó el teléfono de Karolina. Lo descolgó y empezó
a hablar. Al dar unos pasos, la Hna. Clare se volvió y miró a Karolina con
una expresión de decepción. Sin poder contener esa mirada, Karolina se dio
la vuelta y siguió hablando por teléfono. Estaba enfadada, porque la Hna.
Clare no había aceptado sus disculpas y le costaba reconocer su error.
Karolina y un grupo de chicas volvieron a la iglesia para cumplir su
compromiso de oración en silencio ante el Señor. Las hermanas y las chicas
que vivían con ellas volvieron a casa. La Hna. Clare bajó al segundo piso
para tener clase de guitarra con María Augusta, Mayra, Valeria y Catalina;
estaban justo enfrente de la imagen de Nuestra Señora de Garabandal. La
Hna. Merly y la Hna. Estela fueron arriba, al piso de las hermanas, a fregar
los platos mientras la Hna. Thérèse se ocupaba de la ropa. Jazmina ayudó
en la cocina después de asomar la cabeza un momento en la clase de
guitarra. Guadalupe y Mercedes tenían que hacer algo en el ordenador que
estaba en el comedor.
Otra chica llamada Erika fue a casa de las hermanas después de Misa.
Cuando llegó, la Hna. Estela le dijo que, si quería, podía subir a la capilla
de las hermanas para rezar. Después de 20 minutos, el padre de Erika llegó
para recogerla y, aunque otras veces le hacía esperar para poder completar
la media hora de oración que le correspondía según su compromiso, esta
vez bajó corriendo las escaleras para irse a casa. Karolina y las otras chicas
terminaron el tiempo de oración en la iglesia. Karolina subió a casa de las
hermanas a preguntar a la Hna. Estela algo rápido. Le habían invitado a
pasar la noche con las chicas que estaban viviendo en casa de las hermanas,
pero en vez de quedarse y ayudar a la Hna. Clare con la clase de guitarra,
como solía hacer, decidió irse a su casa a recoger sus cosas para luego
volver a pasar la noche con ellas. El grupo de chicas se despidió y todas se
fueron. Eran las 6:50 de la tarde.
Guadalupe y Mercedes se asomaron por el balcón para ver a la Hna.
Clare y a las chicas tocando la guitarra. Sus caras estaban radiantes de
alegría mientras cantaban “Prefiero el Paraíso”. La canción era perfecta
para principiantes porque solo tiene cuatro acordes sencillos. La Hna.
Thérèse podía oírlas desde donde estaba con la ropa. La última canción que
oyó tocar a la Hna. Clare fue “All the people said Amen”, de Matt Maher:
“Give thanks to the Lord for His love never ends…” [405].
A las 6:58, justo dos minutos antes de que todas bajaran adonde
estaban la Hna. Clare y las chicas para rezar juntas el rosario, sintieron un
temblor. La Hna. Estela, la Hna. Merly y las chicas se quedaron de piedra y
se miraron unas a otras. Los cristales de las ventanas empezaron a
repiquetear y el movimiento se hizo más violento. Guadalupe exclamó:
«¡Es un temblor!». La Hna. Estela les dijo que salieran de la casa, mientras
iba corriendo en dirección opuesta, hacia la capilla. «¿Voy contigo?», gritó
la Hna. Merly, a lo que respondió la Hna. Estela: «¡No, ve a ayudar a
Mercedes!». Mercedes tenía una lesión en la pierna y no podía bajar sola las
escaleras. La Hna. Estela quería coger el Santísimo y bajarlo. Había hecho
voto de defender en su vida y con su vida la Eucaristía y no podía dejarlo
ahí. Guadalupe, que también había ido a ayudar a Mercedes, pudo oír a la
Hna. Clare y las chicas correr por el pasillo abierto hacia las escaleras[406].
La tierra dejó oír un rugido atronador mientras se abría bajo sus pies y la
casa empezó a hundirse. La Hna. Estela no pudo llegar al sagrario; la Hna.
Merly, Mercedes y Guadalupe, frenaron antes de bajar los escalones porque
se dieron cuenta de que la escalera estaba cediendo y, en unos segundos,
todas quedaron sepultadas bajo los escombros.
Algunos vecinos estaban todavía hablando fuera de la iglesia cuando
empezó el terremoto. Desolados, fueron testigos del derrumbamiento de la
casa de las hermanas y sabían que todas ellas estaban dentro. El pánico les
sobrecogió y fueron corriendo a sus casas para asegurarse de que sus
familias estaban bien. Pronto se corrió la voz de que la casa de las hermanas
se había derrumbado. Vecinos, amigos de las hermanas, parientes de las
chicas que estaban atrapadas dentro y exalumnos de la Unidad Educativa
Sagrada Familia empezaron a llegar. Karolina llegó corriendo a la casa,
siendo una de las primeras en llegar. Cuando vio el edificio de cuatro pisos
reducido a escombros, comenzó a llorar desconsoladamente. No fue la
única.
Había pasado ya más de media hora desde el terremoto y las réplicas
eran inevitables. También llegaban noticias de que la presa podría romperse
y era peligroso quedarse en la zona, pero un improvisado equipo de rescate
decidió correr el riesgo. Empezaron a gritar llamando a las hermanas,
aunque no tenían esperanza de oír ninguna respuesta. Uno de ellos dirigió
los faros de la camioneta de las hermanas hacia las ruinas. Mientras seguían
llamando, Karolina distinguió una voz que respondía debajo de los
escombros. Era la superiora, la Hna. Estela. En vez de gritar
desesperadamente –había estado media hora atrapada bajo los escombros,
sin saber si alguien iría a rescatarla– intentó calmar al desesperado equipo
de rescate: «Tranquilos, ¡no lloréis!». Les aseguró que estaba bien y que la
Hna. Thérèse estaba cerca de ella. Gracias a su voz serena y a sus golpes en
el cemento, rápidamente los hombres localizaron la zona en la que ella y la
Hna. Thérèse estaban atrapadas. ¿Pero cómo llegar a ellas? Poniendo sus
propias vidas en peligro, los hombres buscaron espacios vacíos entre los
escombros y se adentraron, teniendo mucho cuidado de no pisar la zona en
la que la Hna. Estela estaba golpeando. El más mínimo movimiento de un
bloque de cemento en la dirección equivocada podía ser fatal. Al haber
corrido a la capilla a salvar al Señor, la Hna. Estela estaba ya muy cerca del
sagrario. La misma Hna. Thérèse había sido arrojada hasta la capilla de
manera misteriosa y el altar la salvó, sirviéndole de escudo contra el techo y
las paredes, que cayeron encima. De esta manera, el equipo de rescate, al
acercarse a ella, pudo encontrar, providencialmente, la píxide con el
Santísimo y entregársela en mano antes de que saliera gateando por el
hueco que habían abierto. A la Hna. Estela la rescataron poco después.
La Hna. Merly, Guadalupe y Mercedes habían caído a la vez bajo el
dintel de la puerta, antes de entrar en el rellano de la escalera. La Hna.
Merly intentaba que las chicas no cayeran en la desesperación, animándolas
a rezar por los demás en vez de dejarse llevar por la angustia: «Mucha gente
está muriendo ahora en este terremoto. ¡Tenemos que rezar para que no
vayan al infierno!». Estaban heridas y atrapadas en posturas muy
incómodas, inmovilizadas por los bloques y ruinas, pero se fueron
calmando mientras rezaban. La Hna. Merly incluso las animó a cantar una
canción a la Virgen. Mientras cantaban juntas con sus débiles voces, la Hna.
Merly pedía a la Virgen que no permitiera que se desesperaran. A la Hna.
Merly le resultaba cada vez más difícil respirar, pero intentaba que las
chicas no se dieran cuenta. Pedía interiormente al Señor ser ella la última en
morir, para poder animar a Mercedes y Guadalupe hasta el último momento.
De repente, empezaron a oír voces de hombres llamándolas. Nadie podía oír
sus intentos de respuesta. La Hna. Merly ya no tenía fuerza para gritar, pero
Guadalupe gritó lo más fuerte que pudo. Cuando por fin el equipo de
rescate logró oírlas y localizarlas, tardó aún un tiempo en llegar hasta ellas.
Finalmente, consiguieron sacarlas tirando de cada una de ellas hacia fuera,
con mucho cuidado. La Hna. Merly fue la última en ser rescatada y
recuerda que se habría asfixiado si hubiera permanecido allí solo unos
minutos más.
Llegaron varios sacerdotes para ofrecer ayuda. En cuanto Karolina vio
a los sacerdotes, supo lo que tenía que hacer. Al ver los escombros, estaba
segura de que había sido gracias a las oraciones de la Hna. Clare por lo que
no se encontraba ella también bajo el edificio. Las oraciones de la Hna.
Clare la habían salvado de morir en pecado mortal. Ahora tenía una
segunda oportunidad. Se acercó a un sacerdote y le pidió que la confesara.
Y recibió de nuevo la vida de la gracia de Dios en su alma. En otro
momento de esa noche, fue con dos jóvenes al hospital de Portoviejo a
llevar a una hermana y a una chica que estaban gravemente heridas. Muchas
calles estaban bloqueadas por edificios que se habían derrumbado y los
postes eléctricos y los cables se habían caído. Cuando consiguieron llegar al
único hospital que aún estaba en pie, se encontraron con un caos total, pues
estaba colapsado por una cantidad enorme de heridos. Una enfermera
consiguió algo de hilo para coser las heridas de la hermana, pero sin las
medidas higiénicas adecuadas.
Las cuatro hermanas de Guayaquil sintieron también el terremoto,
aunque estaban más lejos del epicentro, el cual estaba ubicado en
Pedernales. En cuanto recibieron la noticia del derrumbamiento de la casa
de Playa Prieta, se fueron para allá. Sabían que era peligroso. Había réplicas
y muchas carreteras y puentes se habían hundido. ¿Pero cómo podían no
arriesgar sus vidas para socorrer a las hermanas que necesitaban ayuda? La
comunidad de Guayaquil y otros miembros del Hogar de la Madre llegaron
hacia las 2 de la madrugada[407]. Las hermanas heridas fueron llevadas a
Guayaquil para recibir una mejor atención médica.
La búsqueda continuó a lo largo de la noche y durante toda la mañana
y la tarde siguientes. Cuando el equipo de rescate gritaba los nombres de las
chicas y de la Hna. Clare, no había respuesta. Todos sus esfuerzos por llegar
al primer piso eran en vano, porque no tenían la maquinaria adecuada para
mover los enormes bloques de cemento. No había forma de ponerse en
contacto con los servicios de emergencia y no localizaban una compañía de
construcción que pudiera prestarles una máquina para mover los bloques de
hormigón; todas las respuestas eran negativas. En un intento desesperado, el
equipo de rescate encontró una excavadora en un lugar de construcción y la
trasladó al lugar de los escombros. Finalmente, después de horas y horas
rebuscando, se encontraron los cuerpos de la Hna. Clare y las cinco chicas.
El Señor las había llamado para Él.
Así como la Hna. Clare había hecho los votos perpetuos ella sola,
también ahora ella era la única hermana que el Señor elegía para llevársela
con Él, a quien había buscado a pesar de la oscuridad, a quien amaba con un
corazón indiviso, a quien deseaba tan ardientemente. Ahora estaba,
verdaderamente, a solas con el Solo.
El dolor de todos los presentes como de los ausentes fue inmenso. En
medio de nuestra aflicción, la promesa de Nuestra Madre llamada
“privilegio sabatino” nos consolaba: la Hna. Clare y las chicas llevaban el
escapulario y la Virgen María promete llevar al Cielo, el sábado siguiente a
su muerte, a aquellos que mueran con él puesto. ¡Y habían muerto
precisamente un sábado! ¡Qué señal de su cuidado y amor maternales!
Confiamos en que Nuestra Madre del Cielo haya recogido a sus amadas
hijas, que el Señor le había dado como regalos.
Años antes, la Hna. Clare había soñado con su muerte y había contado:
«Vi una escalera muy, muy alta que yo tenía que subir… La Virgen alargó
su mano y me ayudó a subir. Mientras iba subiendo, cada vez más alto,
sentía cada vez más alegría. ¡La Virgen era gigante! ¡Era como si Ella
llenase todo el Cielo! ¡La alegría y la felicidad eran inmensas!».
Epílogo
-¡Marta, tenemos el proyecto perfecto para ti! Este parque necesita
vida y color. ¿Por qué no pintas un mural en la pared?
Marta, una joven arquitecta española que estaba de viaje misionero
para ayudar a las hermanas ese verano de 2015, no escondió su alegría. Le
encantaba pintar y estaba contenta de alegrar el colegio con su talento.
-¡Claro, hermana! Pero ¿qué quieres que pinte?
La Hna. Estela pensó durante un momento.
-No lo sé. ¿Qué piensas?
-¿Por qué no pinto la parábola de la oveja perdida? –propuso
Marta.
Le encantaba ver a la Hna. Clare tocando la canción del Buen
Pastor en sus clases. A través de esta canción, los niños parecían
experimentar de primera mano el drama de la oveja desobediente que
no confiaba en el pastor, la valentía del pastor que rescataba a la
oveja de la boca del lobo, y la alegría de la “fiesta” que hacía el
pastor para celebrar el retorno de la oveja perdida.
-Buena idea –respondió la Hna. Estela.
Marta se puso manos a la obra. Los niños, durante el recreo, estaban
entusiasmados viendo los primeros dibujos de Marta en el muro.
-¿Qué vas a pintar, Marta?
-La parábola de la oveja perdida –como la canción que canta la
Hna. Clare con vosotros.
-Ah, pero ¿dónde está la Hna. Clare?
Uno tras otro, los niños que veían a Marta pintando le reclamaban
que incluyese en el mural a la Hna. Clare en la fiesta que el pastor hacía al
final. Representaba la alegría del Cielo y la sobreabundancia de amor del
Pastor por la oveja que había recuperado. ¿Cómo podían imaginar los
niños una celebración en el Cielo sin la Hna. Clare tocando la guitarra?
“Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo
les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi
mano”.
(Jn. 10, 27-28).

La mayor parte de la pared que rodeaba el recreo cayó durante el


terremoto, pero hubo una sección que quedó intacta: aquella en la que se
veía a la Hna. Clare cantando con todo su corazón y tocando la guitarra.
Encima de ella aparecían escritas estas palabras: “¡Bienvenidos a casa!”,
mientras celebraba la llegada de la oveja perdida al Cielo. La Hna. Clare y
las cinco chicas que estaban con ella murieron, precisamente, en la víspera
del domingo del Buen Pastor. El Señor no quería que olvidásemos que Él
conoce a sus ovejas y les da la vida eterna[408].
Cuando la noticia de la muerte de la Hna. Clare llegó a su familia en
Irlanda, inmediatamente pidieron que fuese enterrada en su pueblo natal de
Derry. Era tal su sufrimiento y su pena que no podíamos negarnos. El P.
Rafael, nuestro fundador, estaba convencido de que la presencia de la Hna.
Clare en Derry sería una fuente de gracias para los irlandeses. Ella nunca
había olvidado a su familia y a su país. Durante la última conversación
telefónica de Margaret con su hija, la Hna. Clare, de repente, la interrumpió
y le dijo con una ternura inusual: «Te quiero, mamá, ¿lo sabes?». La Hna.
Clare rezaba constantemente por su familia y por Irlanda, pidiéndole al
Señor que buscase y rescatase a las ovejas perdidas. De hecho, con
frecuencia hablaba con el P. Rafael sobre su deseo de fundar comunidades
de Siervos y Siervas en Irlanda para evangelizar a los jóvenes y llevarlos de
vuelta al redil. A los cuatro años de la muerte de la Hna. Clare, hemos
abierto ya tres comunidades de Siervas y una de Siervos en Irlanda.
Llevó tiempo conseguir los permisos y los papeles para que los restos
mortales de la Hna. Clare volasen a Irlanda. El P. Rafael y la M. Ana
viajaron a Ecuador inmediatamente después del terremoto, pero no
pudieron acercarse a sus restos, que estaban en Quito. El vuelo de regreso a
España del fundador y la superiora fue el 28 de abril. Después de retrasos
imprevistos, mientras esperaban en el aeropuerto, recibieron la noticia de
que el ataúd de la Hna. Clare viajaría con ellos en el mismo avión, haciendo
escala en Madrid y continuando después a Dublín[409]. Durante la escala, el
P. Rafael obtuvo, providencialmente, el permiso de celebrar Misa ante los
restos mortales de la Hna. Clare, como él mismo ha narrado en el prólogo.
La misma Hna. Clare se había considerado medio española[410] y el Señor le
permitió hacer esta breve parada en España antes de continuar a su patria.
El funeral en Irlanda tuvo lugar el 1 de mayo, con la presencia de tres
obispos irlandeses, incluido Mons. Edward Daly, que había sido el Obispo
de Derry durante los conflictos. El obispo actual de Derry, Donal
McKeown, recibió su ataúd cuando entraba en Derry y dijo unas breves
palabras de condolencia en el funeral. El dolor de su familia y de sus
amigos era muy profundo, pero una sensación de orgullo, igualmente
profunda, crecía simultáneamente en ellos. Cuando anunció por primera vez
su entrada en las Siervas, la Hna. Clare sintió que muchos preferían creer en
duendes que creer que Dios podría llamar a una chica como ella. Y, sin
embargo, solo quince años después, sus compatriotas reconocían la
autenticidad de su llamada y la heroicidad de su respuesta generosa.
Muchos jóvenes dieron, y siguen dando, un paso más: “Si el Señor la
rescató a ella de la boca del lobo, también me puede rescatar a mí. Si ella
pudo hacerlo, ¿por qué yo no?”.
En Playa Prieta, el colegio se reconstruyó pronto y ahora es más bonito
que nunca. Actualmente, una comunidad de Siervos atiende la localidad y el
colegio, como soñaba la Hna. Clare. Se ha construido una capilla en el
mismo lugar donde la Hna. Clare y las chicas entregaron sus vidas al Señor.
¡Muchos comentan que parece más una casa de retiros que un colegio!
Aquellos que lo visitan experimentan la presencia de la Virgen de un modo
muy especial. Lo que era un desierto en abril de 2016 ahora ha sido
transformado en un oasis. En el mismo sentido, la trágica muerte de la Hna.
Clare, que causó mucho dolor y sufrimiento al principio, ha llegado a ser
una fuente de gracias para muchos.
Poco antes de su muerte, una joven compartió con la Hna. Clare sus
luchas para vivir en gracia y seguir al Señor. La Hna. Clare le confió a ella
las palabras que el Señor mismo le había dirigido en un momento de
dificultad: “Si tú no puedes caminar, yo te llevaré sobre mis hombros, pero
no me dejes”. Miró a esta joven y exclamó: “Si tú no puedes caminar, yo,
Hna. Clare, te llevaré sobre mis hombros, ¡pero no le dejes!”.
Quizás, la Hna. Clare también quiere dirigirnos estas palabras a
nosotros. De hecho, personas de todo tipo y de todas partes del mundo nos
aseguran que la Hna. Clare les ha ayudado. Almas desesperadas al borde
del suicidio han recuperado la esperanza. Estudiantes universitarios
perdidos en el vicio han recibido fuerza para volver al Señor. Católicos
tibios han recuperado el deseo de ser santos y amar a Dios con todo su
corazón. Chicos jóvenes se han sentido inspirados a entregar su vida a Dios
y entrar en el seminario. Chicas jóvenes han decidido dedicar sus vidas a
Dios en varios institutos religiosos. Incontables seminaristas y religiosos
nos han dicho que la Hna. Clare ha salvado su vocación justo cuando
estaban pensando que no tenían otra opción que dar la espalda a Dios.
¿Cómo el “sí” de una sola mujer puede traernos tantos frutos
espirituales? El teléfono sigue sonando y siguen llegando correos de gracias
recibidas. Parece casi desproporcionado. Y, sin embargo, el Señor nos llama
a todos y cada uno a ser santos, a participar de su redención y a contribuir a
la salvación de las almas. Quizás no todos tenemos talentos artísticos.
Quizás no somos tan graciosos y extrovertidos como ella. Y aun así, si
permitimos a Dios entrar en nuestras vidas, si le buscamos y le amamos, si
nos entregamos a Él sin reserva y luchamos por la santidad a pesar de
nuestra debilidad, Él nos transformará. Él amará en nosotros y a través de
nosotros, nos llevará a Él, e incluso llevará a las ovejas perdidas a su rebaño
a través de nosotros, igual que hizo y hace la Hna. Clare.

“Mi corazón es tuyo, mi mente es tuya, mis pensamientos son


tuyos.
Pídeme lo que sea” [411].
Hna. Clare

“Sé perfectamente que si no soy fiel en las pequeñas cosas de cada


día estoy atando las manos al Señor y a la Virgen. Sé que de mi
fidelidad y docilidad dependen muchas almas” [412].
Hna. Clare
Este libro se publicó como regalo de cumpleaños
para Nuestra Madre del Cielo,
en la Solemnidad de su Natividad,
el 8 de septiembre de 2020, 10º aniversario
de los votos perpetuos de la Hna. Clare.
[1] Proc. III, 20
[2] Al final, la historia de la Hna. Clare no fue seleccionada para el libro, pero estamos muy
agradecidos de que la escribiese.
[3] Hna. Clare Crockett, Revista H.M. Zoom+, nº 71, sección: “Cuando era pequeñaja”.
[4] Ibíd., nº 88.
[5] Hna. Clare Crockett, Revista H.M. Zoom+, nº 88, sección: “Cuando era pequeñaja”.
[6] Ibíd., nº 44.
[7] Ibíd., nº 92.
[8] Ibíd.

[9] Ibíd., nº 69.


[10] Ibíd., nº 35.
[11] Sus hermanas ahora se sorprenden al enterarse de cómo había cambiado, pues siendo ya
religiosa era la primera en adelantarse para escoger los trabajos más difíciles.
[12] Hay que tener en cuenta que luego, en secundaria, la misma Hna. Clare afirma que nunca
hacía los deberes, sino que pedía a otros que se los hiciesen a cambio de cigarrillos o de cualquier
otra cosa.
[13] Nota que Margaret escribió a su hija Clare en un retiro que esta hizo a los 16 años.
[14] Hna. Clare Crockett, Revista H.M. Zoom+, nº 97, sección: “Cuando era pequeñaja”.
[15] Gerard y Margaret se casaron unos dos años después del nacimiento de Clare.
[16] Clare Crockett, entrevista para el programa “Caminos de Dios”, H.M. Televisión (2003).
[17] Hna. Clare Crockett, Revista H.M. Zoom+, nº 50, sección: “Cuando era pequeñaja”.
[18] Hna. Clare Crockett, testimonio el autobús durante la peregrinación a Irlanda de 2010.
[19] Ibíd.
[20] San Juan Pablo II, Carta Encíclica “Salvifici Doloris”, nº 9.
[21] Ibíd., nº 13.
[22] Esta frase la acuñó Neal Carlin, fundador de la comunidad “Columba” de Derry en 1981.
[23] Edward Daly, “Mister, are you a priest?”, pág. 199, (Dublin: Four Courts Press, 2000).
[24] Al final de los años 60, surgió el “IRA Provisional”, un organismo paramilitar que
promovió el uso de la violencia para restaurar la unión del norte de Irlanda con el resto de Irlanda.
[25] Edward Daly, “A Troubled See: Memoirs of a Derry Bishop”, pág. 141, (Dublin: Four
Courts Press, 2011).
[26] Hna. Clare Crockett, testimonio escrito de 2014.
[27] Hna. Clare Crockett, Revista H.M. Infantil, nº 33, sección: “Cuando era pequeñaja”.
[28] Hna. Clare Crockett, entrevista para el programa “Creados para amar”, H.M. Televisión
(2010).
[29] Ibíd.
[30] Era uno de sus cantantes preferidos en aquella época.
[31] Siendo ya hermana, cuando oía hablar a los jóvenes de su deseo de ser actores famosos,
hacía todo lo posible por disuadirlos. Estaba convencida de que el ambiente mismo de ese mundo
pondría sus almas en gran peligro, por muy buenas intenciones que pudieran tener.
[32] Ver la foto del obispo en el momento de la promesa. El obispo es el entonces auxiliar de
Derry, Mons. Francis Lagan. Ella tiene el pelo ondulado y lleva un chaleco de color azul marino. Al
salir de casa dijo a Michelle: “Parezco un mánager con ropa de Dunnes”.
[33] Ver foto del documento de identidad falso.
[34] El Hogar de la Madre fue fundado en el año 1982 por el P. Rafael Alonso Reymundo,
sacerdote diocesano de Toledo (España). Los Siervos del Hogar de la Madre y las Siervas del Hogar
de la Madre fueron aprobados a nivel diocesano en España en el año 1994. Todo el Hogar de la
Madre recibió aprobación pontificia en junio de 2010, como Asociación Pública Internacional de
Fieles.
[35] Estas apariciones de los años 60 todavía no han sido aprobadas por la Iglesia, pero tampoco
condenadas; están a la espera de un estudio profundo. Si alguien desea más información, le
recomiendo que lea la tesis doctoral del P. José Luis Saavedra, titulada: “Garabandal”.
[36] Este monasterio se construyó en acción de gracias por la victoria de los cristianos en la
batalla de Lepanto en 1571. Fue habitado por los franciscanos alcantarinos durante varios siglos.
Actualmente pertenece al obispado de Cuenca y se utiliza para retiros y otras actividades. Allí se
conserva la imagen del Santísimo Cristo de la Caridad, muy venerada en toda la comarca.
[37] Las candidatas son las jóvenes que han dado el primer paso para formar parte de las
Siervas.
[38] Clare explicó más tarde que respetó la respuesta sincera de la candidata, pero no
experimentó ninguna iluminación sobrenatural.
[39] El P. Rafael, reflexionando posteriormente sobre el evento, comenta: “Imaginad que
hubiéramos comenzado aquel año jubilar del año 2000 con la muerte de uno, dos o incluso tres niños.
Habría sido tremendo. Pero lo que es aún más misterioso es que no solo no inauguramos el año con la
muerte de un niño, sino que lo inauguramos con la conversión de esta joven que estaba en la reunión
con nosotros cuando sucedió el derrumbamiento”.
[40] Tenemos, incluso, un vídeo de la Hna. Clare cantando a su lado en un rosario durante ese
encuentro de Semana Santa.
[41] Testimonio escrito de 2014.
[42] Clare Crockett, entrevista para el programa “Ways of God”, H.M. Televisión (2003).
Traducido del original en inglés.
[43] Hna. Clare Crockett, testimonio de agosto de 2011.
[44] Mt. 20, 26.
[45] Mc. 9, 35.
[46] Sta. Teresa del Niño Jesús, Manuscrito A, 81.
[47] San Claudio de la Colombiere, “El abandono confiado en la Divina Providencia”. Copiado
en el Cuaderno nº 4, 6 agosto 2012.
[48] Correo del 15 mayo de 2000.
[49] Testimonio escrito de 2014.
[50] Transcrito del vídeo de la peregrinación a Italia del año 2000, en los archivos de HM
Televisión.
[51] La Hna. Clare siempre se refería a esta conversación como una gracia y una confirmación.
Sin embargo, no fue esto lo que la motivó a entrar. El Señor se sirvió de instrumentos para ayudarla,
pero Clare dio el paso como una respuesta a la llamada de Dios que ella había experimentado
personalmente.
[52] San Agustín, “Confesiones”, Libro X, Cap. XL, citado en el testimonio escrito de la Hna.
Clare de 2014.
[53] Con frecuencia escribía notas para sus amigas firmando como “Hermana Clarabella”.
[54] Hna. Clare Crockett, carta a Suzy Donovan, 4 diciembre 2009. Traducido del original en
inglés.
[55] ST II-II, q. 150, a. 2, resp.
[56] Hna. Clare Crockett, Cuaderno nº 1, 1 noviembre 2001. Traducido del original en inglés.
[57] La Hna. Clare nunca decía el nombre de la película cuando contaba su vocación. Ella decía
que era una película que transmitía odio y violencia, y no quería que los jóvenes fuesen a buscarla,
por curiosidad, para ver su actuación.
[58] Hna. Clare Crockett, entrevista de radio, diciembre 2006. Traducido del original en inglés.
[59] Testimonio escrito de 2014.
[60] Del 11 al 15 de abril de 2001.
[61] Hna. Clare Crockett, testimonio durante la Semana Santa de 2008. Traducido del original
en inglés.
[62] Testimonio escrito de 2014.
[63] Ibíd.
[64] Entrevista para el programa “Ways of God”, H.M. Televisión (2003).
[65] Cuaderno nº 1, 13 septiembre 2002. Traducido del original en inglés.
[66] Mc. 10, 29-30.
[67] Testimonio escrito de 2014.
[68] Testimonio de agosto de 2011.
[69] Zurita es un pequeño pueblo de Cantabria (España) donde las Siervas tienen su primera
casa y el nuevo noviciado que se construyó más tarde.
[70] Lc. 14, 26.
[71] Lc. 9, 60.
[72] 2 Cor. 4, 7.
[73] Elisabeth Van Keerbergen, conocida cariñosamente como Mamie, fue una madre espiritual
para el Hogar de la Madre. Falleció el 4 de agosto de 1994.
[74] Cuaderno nº 1, 13 septiembre 2001. Traducido del original en inglés.
[75] Ibíd., 1 noviembre 2001. Traducido del original en inglés.

[76] Ibíd., 13 septiembre 2001.


[77] Todavía conservamos uno de sus “exámenes” de la clase de sacramentos. ¡Sacó un 5!
Todavía necesitaba trabajar más duro y aprender más. A una de las preguntas responde ella que no
sabe la respuesta, pero que está de acuerdo con lo que escriba Kristen Gardner en su examen. Leer
esto ahora me ha hecho reír mucho.
[78] Las canciones rimaban en inglés: “Hna. Rocío, the former of the candidates, this woman is
a Saint. You can tell by looking at her face. Now she’s 35 and that’s really old. Hna. Rocío, Servant
Sister of the Home.”
[79] Original: “Sister Grace, Sister Grace, the crazy nun from outer space. She was from there,
but now she’s here. So with our Lord, she has no fear. Dididoo. Dididoo…”
[80] Original: «Hna. Leti, she loves spaghetti. She is from Mexico. She eats really slow. She
works in the “imprenta”, her favorite color is “magenta”».
[81] Original en inglés: “When I’m happy, when I’m sad, when I feel good or I feel bad, When
there’s sun or when there’s rain, When I win or lose the game, This is what I say to the Lord; To you
I offer it all, To you I offer it all.”
[82] Después, como hermana, cuando en Ecuador le pedían hacer Carlitos, afirmaba que
Carlitos había muerto y que solo el P. Rafael podía traerlo de nuevo a la vida.
[83] Cuaderno nº 1, 1 noviembre 2001. Traducido del original en inglés.
[84] Ibíd., 27 octubre 2001.
[85] Ibíd., 2 noviembre 2001.

[86] Ibíd.,, 27 octubre 2002.


[87] Años después, cuando visité Ecuador, me mostraba con orgullo sus uñas, para que viera
cómo habían crecido. Sin embargo, el “triunfo” nunca fue definitivo.
[88] Cuaderno nº 1, 1 enero 2002. Traducido del original en inglés.

[89] Es decir, con las Siervas. Cuaderno nº 1, enero 2002. Traducido del original en inglés.
[90] Correo a Kristen Gardner, 7 mayo 2003. Traducido del original en inglés.
[91] Cuaderno nº 1, sin fecha. Traducido del original en inglés.
[92] Su hermana Megan encontró las colillas de los cigarrillos en su habitación después de que
se fuera. Cuando habló con ella por teléfono le dijo: “Entonces, fumaste cuando estuviste aquí…”, y
Clare le preguntó: “¿Cómo lo sabes?”. Y las dos se rieron cuando Megan le dijo lo que había
encontrado y que Clare ni se había molestado en esconderlas o tirarlas a la basura. Su padre recuerda
haberle ofrecido un cigarrillo, pero ella se había mantenido firme al exterior delante de su familia.
Sin embargo, no lo consiguió a escondidas.
[93] Cuaderno nº 1, 13 febrero 2003.
[94] Hna. Clare Crockett, Cuaderno nº 2, 28 noviembre 2003.
[95] Ibíd., 4 octubre 2004.
[96] En julio de 2004, otra hermana y yo entramos al noviciado y nos unimos a las otras
hermanas que estaban entonces en su segundo año.
[97] Cuaderno nº 2, 24 noviembre 2004.
[98] Ibíd., 1 mayo 2005.
[99] Ibíd., 14 diciembre 2005.

[100] Cuaderno nº 1, sin fecha.


[101] Cuaderno nº 2, 30 abril 2005.
[102] Hna. Clare Crockett, Cuaderno nº 3, 12 mayo 2008.
[103] Cuaderno nº 2, 25 enero 2005.
[104] Ibíd., 15 febrero 2005.
[105] Una ciudad conocida en Irlanda, de donde es la Hna. Thérèse Ryan.
[106] Le gustaba mucho cantar mientras trabajábamos y puso música a las letanías de los santos.
Era una melodía muy alegre que nos permitió ir rezando a los santos que espontáneamente venían a
nuestra mente, para pedirles ayuda en el trabajo.
[107] Cuaderno nº 2, 5 abril 2005.
[108] Escribe sobre el día de su muerte: «Primero, por la mañana, después de la oración, la Hna.
Reme nos ha dicho que el Papa se estaba muriendo. Yo fui a mi habitación, me puse de rodillas
delante del crucifijo y empecé a llorar. Me salía decir al Señor: “Ayuda a tu Iglesia”. Sentía como si
alguien muy cercano a mí estuviera muriendo». Cuaderno nº 2, 5 abril 2005.
[109] Cuaderno nº 2, 5 mayo 2005.
[110] Durante los Ejercicios, leímos la vida de santa Catalina de Siena escrita por el Beato
Raimundo de Capua.
[111] Cuaderno nº 2, 2 mayo 2005.

[112] Ibíd.

[113] Cita de una canción de Gonzalo Mazarrasa, “Cristo, Dios y hombre”.


[114] Nota al P. Rafael Alonso, 3 mayo 2005.
[115] Cuaderno nº 2, 3 mayo 2005.
[116] Ibíd., 4 mayo 2005.
[117] Ibíd.
[118] Tenía mucha devoción a san Josemaría Escrivá desde que leyó “El hombre de Villa
Tevere”, cuando era candidata. Todos los días nos contaba las cosas nuevas que iban pasando en el
libro. Una tarde empezó a llorar en la cena porque había leído el capítulo de su muerte, y nos contó
cómo fue con todo detalle.
[119] Cuaderno nº 2, 5 mayo 2005.
[120] Nota al P. Rafael Alonso, 5 mayo 2005.
[121] Nota al P. Rafael Alonso, 7 mayo 2005.
[122] Cuaderno nº 2, 10 mayo 2005.
[123] Ibíd.
[124] Ibíd., 14 mayo 2005.

[125] Ibíd., 15 mayo 2005.


[126] Ibíd., 18 mayo 2005.
[127] Ibíd.
[128] Ibíd., 21 mayo 2005.
[129] Ibíd.
[130] Ibíd., 21 mayo 2005.
[131] Ibíd., 23 mayo 2005.
[132] Ibíd., 24 mayo 2005.
[133] Ibíd., 25 mayo 2005.
[134] San Juan Pablo II, Carta Apostólica “Mane nobiscum, Domine”, nº 2 (15 octubre 2004).
[135] Cuaderno nº 2, 28 mayo 2005.
[136] Ibíd., 30 noviembre 2003.
[137] La Hna. Clare aquí copia un texto de San Anastasio Sinaíta, obispo. Está tomado de la
segunda lectura del Oficio Divino para la fiesta de la Transfiguración.
[138] Aquí la Hna. Clare interrumpe la cita de San Anastasio para hacer una comparación con
su propia experiencia de la Trinidad y, a continuación, retoma la cita. El original del santo dice en
lugar de esto: “donde vemos a (Cristo) Dios, donde Él, junto con el Padre, pone su morada […]”.
[139] Ibíd., 30 mayo 2005.
[140] Ibíd., 11 junio 2006.
[141] Ella pidió a la Virgen que se cantase esa canción particular durante el rosario. Pero la
Virgen quiso responderle antes y darle la señal que pedía en la oración de la mañana, y se lo confirmó
de nuevo en el rosario.
[142] Cuaderno nº 2, 4 junio 2005.
[143] Ibíd., 31 marzo 2006.
[144] Ibíd., 12 junio 2006.
[145] Un año más tarde, cuando “Hi Lucy” ya se estaba emitiendo en EWTN, la Hna. Clare
escribió al P. Rafael desde Estados Unidos: «Hola Padre, ¿sabe qué? Pues que “Hi Lucy” ya sale en
la Madre Angélica todos los martes. Hay gente que viene y dice: “He visto a una monja de vuestra
orden en la tele hablando con un pájaro rosa”. Yo me parto de la risa, porque cuando era actriz
siempre decía que nunca trabajaría con marionetas, y mira lo que el Señor me tiene haciendo.
¡Bendito sea Dios!» (8 septiembre 2007).
[146] P. Segundo Llorente. Copiado en el Cuaderno nº 2, verano 2006.
[147] Cuaderno nº 2, 30 agosto 2006.
[148] Ibíd., 31 agosto 2006.
[149] Ibíd., 1 septiembre 2006.
[150] Cuaderno nº 3, 26 julio 2008.
[151] Cuaderno nº 2, 26 octubre 2006.
[152] Hna. Clare Crockett, “...Porque de ellos es el Reino de los Cielos”, Revista HM, nº 163,
noviembre-diciembre 2011.
[153] Nuestra primera misión es la defensa de la Eucaristía.
[154] 17 octubre 2007.
[155] Llevar el grupo de oración era un cargo semanal. Aunque había sido idea de la Hna. Clare,
la intención era atraer a los niños a Jesús, no solo a la Hna. Clare. Por lo tanto, las hermanas hacían
turnos.
[156] En Jacksonville, las hermanas han encontrado unas hojas con las historias de varios
milagros eucarísticos y una nota arriba con la letra de la Hna. Clare: “A los niños les encantan estas
historias antes de entrar en la adoración”.
[157] El Club del Rosario siguió adelante en la Asunción incluso después de la partida de la
Hna. Clare. Muchos de los niños llevaron la oración del rosario a sus propios hogares. En algunas de
esas familias aún hoy continúan rezándolo juntos.
[158] Cuaderno nº 3, 30 marzo 2008.
[159] Correo al P. Rafael Alonso, 5 octubre 2008.
[160] En 2009 copió una cita en su cuaderno, tomada del libro “Contemplando a la Trinidad”,
del P. Raniero Cantalamessa, que expresa muy bien esta idea: “Hipocresía significa hacer de la vida
un teatro en el que la gente actúa para el público; significa llevar una máscara, dejar de ser una
persona para convertirse en un personaje. Y hay una gran diferencia entre persona y personaje. El
personaje es la corrupción de la persona. La persona es una cara; el personaje es una máscara. La
persona es desnudez radical; el personaje es todo ropa, todo maquillaje. La persona es autenticidad y
esencialidad; el personaje es ficción y artificio. La persona sigue las convicciones; el personaje recita
un guion. La persona interpreta la vida como un camino por el desierto; el personaje solo conoce el
pequeño espacio del escenario. La persona es humilde y noble; el personaje es engorroso y difícil de
manejar”. La cita se encuentra en el Cuaderno nº 3, sin fecha.
[161] Annemarie Naiman, entrevista del 26 de diciembre de 2016. Annemarie conoció a la Hna.
Clare en 2006, poco después de que esta llegara a Jacksonville. Más tarde descubrió su vocación a las
Siervas, durante el tercer año de la Hna. Clare en Jacksonville.
[162] Correo al P. Rafael, 24 mayo 2007.
[163] Garrigou-Lagrange, Reginald, OP, Las tres edades de la vida interior, Ed. Palabra, Col.
Pelícano, 11ª edición. Vol. I, Cap. 20, pág. 531.
[164] Cuaderno nº 3, 2009.
[165] Correo al P. Rafael, 24 mayo 2007.
[166] Cuaderno nº 3, 29 marzo 2008.
[167] Así lo expresa en el Cuaderno nº 2, 28 agosto 2006: “Señor, hay veces que tengo el
espíritu tan bajo... Días en que el sueño me domina y ni te puedo mirar. Hay otros días en que ni te
puedo hablar, no tengo ninguna palabra para decirte”.
[168] Copiado en el Cuaderno nº 3. La cita está tomada de san Juan de la Cruz, Subida al Monte
Carmelo, Lib. I, cap. 11.
[169] Cf. San Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo, Lib. I, cap. 11.
[170] Cuaderno nº 3, 28 marzo 2008.
[171] Ella lo copió en inglés en su cuaderno.
[172] Cuaderno nº 3, 7 julio 2009.
[173] San Juan de la Cruz, La noche oscura, cap. 9. Algunos meses después, la Hna. Clare copió
en su cuaderno un resumen de estos signos.
[174] Correo al P. Rafael, 14 octubre 2009.
[175] Cuaderno nº 3, 1 noviembre 2009.
[176] El Hogar de la Madre procura formar residencias de chicas jóvenes que estudian o
trabajan, para que, juntas, puedan ayudarse a vivir la fe y el apostolado, con un horario de oración,
liturgia, Misa, etc.
[177] Esta residencia del HM recibió permiso del obispo para custodiar en una capilla el
Santísimo Sacramento.
[178] Cuaderno nº 3, 14 noviembre 2009, traducido del original en inglés.
[179] Ibíd., 7 julio 2009.
[180] Copia la canción completa en su cuaderno.
[181] Cuaderno nº 3, 14 diciembre 2009.
[182] Ibíd., 23 diciembre 2009. Traducido del original en inglés.
[183] Ibíd., 24 diciembre 2009. Traducido del original en inglés.
[184] Ibíd., 25 diciembre 2009. Traducido del original en inglés.
[185] Ibíd., 9 enero 2009.
[186] Correo al P. Rafael y a la M. Ana, 14 enero 2010.

[187] Es la misma idea que ya expresó al P. Rafael en octubre.


[188] Traducido del original en inglés. “Fire Within”, Thomas Dubay, S.M. (San Francisco,
Ignatius Press, 1989), pág. 164-165.
[189] Ibíd., pág. 165.
[190] La Hna. Clare manifestó más tarde su asombro de cómo un gran Señor, Dios mismo,
pudiera pedir y suplicar a una pobre criatura que no lo dejase.
[191] Así lo expresa en el testimonio escrito de su vocación de 2014: “¿No es verdad que el
Buen Pastor dejó a las noventa y nueve ovejas para ir a buscar la oveja despistada? Pues lo mismito
hizo conmigo”. De igual modo, en el Cuaderno nº 1, 13 febrero 2002, citado en el capítulo 8.
[192] Cuaderno nº 3, 15 febrero 2010. Parte del original en español y parte traducida del inglés.
[193] Antífona de entrada del jueves después de ceniza (cf. Sal. 55/54, 17-20). Citó este salmo
después de lo que había escrito el 15 de febrero.
[194] Las erratas se han corregido para una mejor comprensión del texto.
[195] Correo al P. Rafael, 12 agosto 2009.
[196] El hecho de que quedasen algunas plazas libres entristeció a la Hna. Clare.
[197] Correo al P. Rafael, 10 octubre 2010.
[198] Cuaderno nº 3, 17 mayo 2010.
[199] Hna. Clare Crockett, Cuaderno nº 4, 10 junio 2010. Traducido del original en inglés.
[200] Ibíd.
[201] Es un manuscrito muy antiguo.
[202] Otro momento en el que corrigió fuertemente a las chicas tuvo lugar una noche, cuando un
grupo local hizo un baile irlandés para ellas. En un momento dado, las chicas se pusieron de pie para
unirse al baile, pero una de ellas empezó a desvariar y se puso a moverse de un modo completamente
diferente al resto, con trazas de impureza. La Hna. Clare, delante de todas las personas que estaban
allí, le gritó y le ordenó que parase de bailar. Vio la gravedad del pecado y no lo toleró de ninguna
manera.
[203] De hecho, en la peregrinación decidió no entrar en Down Cathedral por este motivo.
Rezaron fuera, delante de la tumba de san Patricio, pero no entraron. De igual modo, optó por no
visitar Raholp Church.
[204] Ver capítulo 5.
[205] La canción era: “It’s Jesus that you seek when you dream of happiness ”(Es a Jesús a
quien buscas cuando sueñas con la felicidad). Varias personas se levantaron y salieron para llorar.
[206] Santa Teresa de Jesús, Las moradas, 7.3. El Señor dijo algo parecido también a Sta.
Catalina de Siena: “Piensa en mí y yo pensaré en ti”.
[207] 1 Pe. 5, 8.
[208] Santa Edith Stein. Nota completa copiada por la Hna. Clare: “Es el corazón amoroso de tu
Salvador quien te invita a seguirle. Él exige tu obediencia, porque la voluntad humana es ciega y
débil”.
[209] Cuaderno nº 4, 14 agosto 2010. Traducido del original en inglés.
[210] Aquí hace una paráfrasis de un poema de santa Edith Stein, titulado: “Permaneceré
contigo”, que la Hna. Clare copió entero en su cuaderno el 8 de agosto, un mes antes de sus votos
perpetuos.
[211] Cuaderno nº 4, 8 agosto 2010 (traducido del original en inglés).
[212] Ibíd., 9 agosto 2010.
[213] Ibíd., 24 agosto 2010.
[214] Ibíd., 26 agosto 2010. Traducido del original en inglés.

[215] Santa Teresita de Lisieux, “Historia de un alma”, Manuscrito A, 76.


[216] Cuaderno nº 4, 26 agosto 2010.
[217] San Agustín, “Confesiones”, Cap. 2, Lib. 2.
[218] Cuaderno nº 4, 30 agosto 2010. Traducido del original en inglés.
[219] Hace referencia a Flp. 2, 5. Ella lo cita en inglés: “Put on the mind of Christ”.
[220] Cuaderno nº 4, 29 agosto 2010. Traducido del original en inglés.
[221] Ibíd., 29 agosto 2010.
[222] Ibíd., 4 septiembre 2010.
[223] Ibíd., 5 septiembre 2010. Traducido del original en inglés.
[224] Sta. Teresita de Lisieux recibió una confirmación semejante durante una conversación con
su maestra de novicias al manifestarle sus dudas de última hora.
[225] Cuaderno nº 4, 10 septiembre 2010. Traducido del original en inglés.
[226] Vídeo del testimonio después de sus votos perpetuos, archivo de HM Televisión, 8
septiembre 2010.
[227] Homilía del P. Rafael Alonso, archivo de HM Televisión, 8 septiembre 2010.
[228] Pasado el tiempo, se le hizo esta observación al P. Rafael y él respondió que no tenía esto
en mente cuando dio el lema a la Hna. Clare en sus votos. Es interesante ver cómo el Espíritu Santo
le movió.
[229] Cuaderno nº 3, 29 junio 2009.
[230] ¿Por qué lloraba tanto? Sus familiares le preguntaron después, convencidos de que era
porque no quería hacer sus votos. Ella les explicó: «Lloraba porque estaba feliz de lo que iba a hacer.
No lloraba porque estaba triste, lloraba porque, finalmente, iba a hacerlo».
[231] Cuaderno nº 4, 10 septiembre 2010. Traducido del original en inglés.
[232] Ibíd.
[233] Ibíd.

[234] “Everything is grace: The Life and Way of Therese of Lisieux” (Todo es gracia: Vida y
Camino de Teresa de Lisieux), por Joseph F. Schmidt, FSC.
[235] Santa Teresa de Lisieux, “Historia de un alma”, 237.
[236] Cuaderno nº 4, 5 octubre 2010.
[237] Ibíd., 7 octubre 2010.
[238] Ibíd., 15 octubre 2010.
[239] Cabe decir también que la casa era muy grande y había estado en desuso durante un
tiempo, por lo cual siempre era necesario realizar trabajos de limpieza, arreglos varios, cuidar de la
huerta y de un gran jardín. ¡Desde luego no faltaba el trabajo!
[240] Cuaderno nº 4, 1 noviembre 2010.
[241] Correo al P. Rafael, 28 octubre 2011.
[242] Correo al P. Rafael, 31 enero 2011.
[243] 1 Cor. 9, 22.
[244] En español: “un poquito”. La Hna. Clare quería referirse a “un rato”.
[245] Correo al P. Rafael, 31 enero 2011. Lo que escribe a continuación muestra su
preocupación por llevar a los enfermos a Dios: “Yo sé que no estamos allí simplemente para hacer a
la gente sonreír o hacer una labor social, yo rezo para que a través de nosotras conozcan al Señor, que
vuelvan a la Iglesia, que se confiesen, comulguen, reciban la unción de enfermos, todo... Pero poco a
poco”.
[246] Correo al P. Rafael, 15 febrero 2011.
[247] Es interesante observar que su psiquiatra consideraba la presencia de la Hna. Clare como
una terapia de primera clase. Y cuando el paciente fue dado de alta, la misma psiquiatra se encargaba
de echar al correo las cartas que Rafael escribía a la Hna. Clare.
[248] Cuaderno nº 4, 12 diciembre 2010.
[249] Ibíd.
[250] Ibíd., 4 enero 2011.
[251] Ibíd., 5 enero 2011.
[252] Ibíd.
[253] Correo al P. Rafael, 27 enero 2012.
[254] Correo al P. Rafael, 27 enero 2012.
[255] Cuaderno nº 4, 14 septiembre 2011.
[256] “Le encantaba”, se entiende en el plano sobrenatural, no natural.
[257] Correo al P. Rafael, 28 octubre 2011.
[258] Ibíd.
[259] También usaba su creatividad para hacer más divertidos otros momentos difíciles del día,
como el momento de levantarse de la cama por la mañana. Había veces en que iba a despertar a las
chicas y se ponía en medio del pasillo a cacarear como una gallina. Las chicas saltaban de la cama y
corrían para ponerse en la fila para entrar en el servicio. Otras veces, mientras acompañaba a las
chicas al colegio, empezaba a cantar y estas chicas la seguían.
[260] Correo a la M. Ana, 20 marzo 2012.
[261] Correo a la M. Ana, 20 marzo 2012.
[262] Col. 3, 21. Fue en este momento cuando pensó en la idea del vídeo “The Risa Experience”
para ayudar a las chicas a reírse y, probablemente, a seguir desdramatizando la reprimenda de los días
anteriores.
[263] La Hna. Clare se inventó la música de la canción, pero no la terminó. Cantó la primera
parte a las hermanas y les preguntó si tenían alguna idea para terminarla. A ella nunca le faltaba
creatividad. Es evidente que quería involucrarlas a todas en la composición de la canción.
[264] Cuaderno nº 4, 15 marzo 2012.
[265] Correo a la M. Ana, 20 marzo 2012.
[266] Cuaderno nº 4, 15 marzo 2012.
[267] Ibíd.
[268] Tiempo después, en Ecuador, la Hna. Clare explicaría el significado de esta introducción a
las historias de Sor Clor, queriendo mostrar con ello que todo era un chiste. Por eso dirá que Sor Clor
no es fuerte. “Salta más alto que un conejo”, pero los conejos no saltan muy alto, así que Sor Clor en
realidad no puede saltar muy alto…“Es deportiva”, queriendo decir “deportista”, que tampoco lo era.
En definitiva, toda la historia de Sor Clor era algo cómico con lo que la Hna. Clare se presentaba
como un falso superhéroe para hacer reír a las demás.
[269] Correo a la M. Ana, 20 marzo 2012.
[270] Cuaderno nº 4, 21 marzo 2012.
[271] Menciona a san Josemaría Escrivá de Balaguer no solo por su devoción a él, sino también
porque a la vuelta del viaje pasaron por el Santuario de Torreciudad, construido bajo el impulso de
este santo.
[272] Cuaderno nº 4, 21 marzo 2012.
[273] Correo al P. Rafael, 28 octubre 2011.
[274] Correo al P. Rafael, 27 enero 2012.
[275] Correo al P. Rafael, 28 octubre 2011.
[276] Ibíd.
[277] Cuaderno nº 4, 29 diciembre 2011.
[278] Correo al P. Rafael, 27 enero 2012.
[279] Unos años antes, la Hna. Clare había copiado esta cita de Sta. Teresa de Calcuta para una
chica en Jacksonville: “Amar es dar hasta que duela”. Y añadió otra cita: “Cuando te has vaciado de
ti misma, puedes llenarte de Dios”.
[280] Correo a la M. Ana en 2012, copiado al final del Cuaderno nº 4.
[281] Cuaderno nº 4, 12 junio 2012.
[282] Cuaderno nº 4, 18 julio 2012.
[283] Ibíd.
[284] Ibíd., 6 agosto 2012.
[285] Ibíd., 31 agosto 2012.
[286] Ibíd.
[287] Ibíd., 1 septiembre 2012.
[288] De hecho, el viaje fue aún más largo, alrededor de 15 horas, debido a que hubo que hacer
frente a una gota fría. Nos encontramos fuertes y torrenciales lluvias, puentes caídos y tramos de la
carretera anegados por el agua, que nos obligaron a desviarnos varias veces. Recuerdo a la Hna.
Clare con una chaqueta sobre su cabeza, porque las migrañas que sufría eran muy fuertes y no podía
tolerar nada de luz. De vez en cuando, se la levantaba y me preguntaba: “¿Qué ves ahora?”. Y
después se lamentaba: “¡Me estoy perdiendo una aventura!”. Y volvía a su oscura cueva dentro de la
chaqueta.
[289] Hna. Clare Crockett, Cuaderno nº 5, 7 octubre 2012.
[290] Cuaderno nº 5, 7 octubre 2012.
[291] Ibíd., 11 octubre 2012.
[292] Ibíd.

[293] Jn. 17, 21.


[294] La Hna. Sara María comenta que cuando la Hna. Clare hizo esa pregunta fue justo antes
de visitar esa “casa”. Una vez dentro, saludó a la familia y les trató con total naturalidad, ocultando la
impresión que le causaba su pobreza, por caridad hacia ellos.
[295] Correo al P. Rafael, 11 noviembre 2013.
[296] Ibíd.
[297] A las personas mayores solía presentarse como “Hna. Clara”, para facilitarles que
pudieran entender y recordar su nombre.
[298] El día de su cumpleaños en 2013, las candidatas le gastaron una broma, presentándole un
plato que tenía el aspecto de “humitas”, pero cuando lo abrió, se encontró dentro “corviches”, que le
encantaban. Se rieron mucho de su cara cuando lo vio.
[299] Cuaderno nº 5, cuaresma de 2014.
[300] Es de notar que muchas de las pegatinas habían sido un regalo de la Hna. Clare a los
niños, pues en los viajes misioneros desde EEUU llegaban pegatinas y otras cosas que la Hna. Clare
usaba en sus clases.
[301] Correo a la M. Ana, 4 julio 2014.
[302] Ibíd.
[303] Los demás días de la semana, las hermanas iban a Misa por la tarde a la parroquia de
Loreto. Los jueves tenían la Misa en la capilla de “El Cóndor”.
[304] Cuaderno nº 5, 27 junio 2013.
[305] Una joven recuerda: «Ella ponía esos ejemplos para que yo viera la actuación de Dios en
su vida, las gracias que le dio, muchas de estas, dolorosas pero necesarias. Todo esto me daba fuerzas
para caminar, responder y ver que si el Señor pide algo, Él da la gracia».
[306] Correo al P. Rafael, 22 febrero 2016.
[307] Ibíd.
[308] Correo al P. Rafael, 6 agosto 2014.
[309] Correo al P. Rafael y la M. Ana, 28 enero 2014.
[310] Justo un día después del retiro, las hermanas de España enviaron una nueva música que
habían puesto a este mismo poema del P. Rafael que ella había rezado. La Hna. Clare escribe a la M.
Ana: «Por supuesto, al oír la canción, yo estaba flotando. Madre, Ella tiene un montón de
“detallucos” así conmigo, es por demás». (16 mayo 2013).
[311] Como resumen de su experiencia en este retiro escribió: «Este día de retiro me dio mucha
fuerza y me dejó totalmente enamorada de Ella», correo a la M. Ana Campo del 16 mayo 2013.
Decía de los retiros mensuales en general: «Ayer tuvimos nuestro retiro en silencio. Me vino muy
bien. Aunque tenemos adoración todos los días y también tenemos nuestro tiempo de silencio, parar
todo e ir a otro sitio (cuando se puede) para estar con el Señor siempre hace mucho bien». Correo al
P. Rafael y a la M. Ana, 26 marzo 2013.
[312] Correo al P. Rafael, 11 enero 2013.
[313] Correo al P. Rafael, 19 agosto 2013.
[314] Correo al P. Rafael, 6 mayo 2014, justo después de la canonización de Juan Pablo II.
[315] Correo al P. Rafael, 5 junio 2014.
[316] Cuaderno nº 5, 12 marzo 2014.
[317] Correo al P. Rafael y a la M. Ana, 26 marzo 2013.
[318] “En la desembocadura del Yukón” por el P. Segundo Llorente.
[319] Correo al P. Rafael, 11 enero 2013.
[320] Cuaderno 5, 24 diciembre 2012.
[321] Correo al P. Rafael, 11 enero 2013.
[322] Sandra, con su carácter expansivo, se entusiasmó haciendo un comentario que daba por
hecho que a la Hna. Clare le encantaba hacer este tipo de cosas y por eso la hermana le dijo esto
añadiendo: «A ti sí te encanta hacer este tipo de cosas, ¿verdad? Ya verás cómo eso cambiará».
[323] Correo al P. Rafael, 19 agosto 2013.
[324] Correo al P. Rafael y M. Ana, 28 enero 2014.
[325] La chicha es una bebida típica de la tribu Shuar, fermentada con saliva.
[326] Correo a la M. Ana, 5 marzo 2014.
[327] Jazmina falleció con la Hna. Clare y a Mercedes se la pudo rescatar de los escombros.
[328] Estas palabras se pueden ver en una foto al final del capítulo.
[329] Correo a la M. Ana, 5 marzo 2014.
[330] Cuaderno nº 5, febrero de 2014.
[331] Correo al P. Rafael, 29 julio 2014.
[332] Correo al P. Rafael, 19 septiembre 2014. La cita es de “Réquiem por Nagasaki: La historia
de Takashi Nagai”, de Paul Glynn.
[333] En España se les llama rotuladores.
[334] Correo a la M. Ana, 23 diciembre 2014.
[335] Ibíd.

[336] En su segundo año en Playa Prieta, empezó a enseñar inglés a los niños de 3 a 5 años.
Juntó a dos cursos. Tenía tres clases con ellos cada semana. El primer día les enseñaba, por ejemplo,
los colores y les ayudaba a aprender el significado y la pronunciación correcta. El segundo día, les
enseñaba una canción con los colores. Y el tercer día les enseñaba un vídeo para reforzar lo que
habían aprendido. Las hermanas recuerdan cómo resonaban con frecuencia en el colegio las voces de
los niños cantando con la Hna. Clare.
[337] A mediados del segundo año de la Hna. Clare en Playa Prieta, los abuelos de Valeria, sus
tutores, le dieron permiso para entrar como aspirante en las Siervas del Hogar de la Madre a pesar de
su joven edad. Valeria estaba en casa de las hermanas el día del terremoto y murió con la Hna. Clare.

[338] María Augusta, Jazmina, Mayra, Catalina y Mercedes vivían en la residencia y estaban en
casa de las hermanas el día del terremoto.
[339] La Hna. Clare ayudaba en la catequesis de los padres de los niños que iban a recibir un
sacramento. La Hna. Kelly Pezo nos da información sobre esto: «Después del terremoto, me tocó dar
la catequesis a los padres [en Playa Prieta]… Unos padres que habían tenido a la Hna. Clare como
catequista decían que la hna. Clare era una cosa excepcional. Que antes, cuando tocaba catequesis,
normalmente venían “arrastrando los pies”, pero cuando la catequista era la Hna. Clare, toda la
semana estaban deseando venir para escuchar lo que les tenía que decir. Decían ue se morían de la
risa, pero que aprendían muchísimo y se acercaban a Dios. ¡Qué alegría me daba escuchar estas
cosas!».
[340] Correo a la M. Ana, 11 enero 2015. Termina el correo con este comentario: «Para mí es
una bendición muy grande estar aquí. Gracias a Dios, como la Virgen nos tiene muy ocupadas, no
puedo pensar en mí misma».
[341] Mt. 21, 13.
[342] Correo a la M. Ana, 23 diciembre 2014.
[343] Correo al P. Rafael y a la M. Ana, 8 abril 2015.
[344] Correo al P. Rafael y a la M. Ana, 27 mayo 2015.
[345] Cuaderno nº 5, 2 mayo 2015.
[346] Cf. Jn. 14,13.
[347] “Combate espiritual”, por Lorenzo Scupoli.
[348] Cuaderno nº 5, 2 mayo 2015.
[349] Correo al P. Rafael y a la M. Ana, 27 mayo 2015.
[350] Lo curioso es que la Hna. Clare no sabía que la advocación de la Virgen era «Guardiana
de la Fe» hasta que llegó. Le había pedido a la Virgen esta gracia antes de saberlo.
[351] La Hna. Clare tenía siempre la misma actitud de generosidad en todos los viajes y
peregrinaciones que hacían, no solo en El Cajas. Una experiencia memorable fue un viaje a
Guayaquil en julio de 2015, cuando el papa Francisco fue a Ecuador. No tenían entradas pero
providencialmente fueron invitadas a participar en el coro y pudieron ver al papa muy de cerca.
[352] Correo al P. Rafael, 10 diciembre 2015.
[353] Otras veces hacía zumo de limón, por ejemplo, para intentar recuperar la voz.
[354] Correo al P. Rafael Alonso, 11 enero 2013.
[355] Cuaderno nº 5, 23 mayo 2015.
[356] Correo al P. Rafael y a la M. Ana, 27 mayo 2015.
[357] Entrevista para el programa “Ways of God”, H.M. Televisión (2003). Traducido del
original en inglés.
[358] Cuaderno nº 4, 14 enero 2011.
[359] Esta frase la copió en su cuaderno el 11 de noviembre de 2015, tres días antes de cumplir
33 años.
[360] Correo al P. Rafael, 7 diciembre 2015.
[361] Se refiere a Sta. Catalina de Siena.
[362] Hna. Clare Crockett, Cuaderno nº 6, 13 octubre 2015.
[363] Correo al P. Rafael y a la M. Ana, 15 septiembre 2015

[364] Correo a la M. Ana, 11 enero 2015.


[365] Correo al P. Rafael y la M. Ana, 15 septiembre 2015.
[366] San Juan de la Cruz, “La Noche oscura del alma”, Cap. 9.
[367] Cuaderno nº 6, 9 agosto 2015.
[368] Correo al P. Rafael y la M. Ana, 15 septiembre 2015.
[369] Cuaderno nº 6, 9 agosto 2015.
[370] En el mes de septiembre reflexionó mucho sobre la castidad y el gran don que Dios le
había hecho a través de ella. Hay muchísimas páginas de sus cuadernos con citas que copió sobre este
tema.
[371] Correo al P. Rafael y la M. Ana, 15 septiembre 1015.
[372] Correo al P. Rafael, 18 julio 2015.
[373] Cuaderno nº 5, 5 diciembre 2015.
[374] Kazimierz Majdanski, “Un obispo en los campos de exterminio: historia de una
fidelidad”.
[375] Correo al P. Rafael, 7 diciembre 2015.
[376] Ibíd.
[377] La Hna. Sara María viajó a España en febrero de 2016 con la Hna. Mercedes Ramos, de la
comunidad de Guayaquil. Su vuelo de vuelta era el 16 de abril. El Señor, en su providencia, no quiso
que estuviera presente en el momento del terremoto, pero quiso que estuviera allí para ayudar
después.

[378] Ya hay un libro publicado sobre la vida de Catalina, titulado: “¿Y yo puedo ir al Cielo?”,
escrito por la Hna. Sara María Jiménez.
[379] Correo al P. Rafael, 22 febrero 2016.
[380] Para entender el sentido de esta cita, ayuda ver otra traducción de esta obra: “Yo sentía un
gran deseo de recogerme en mi interior. La oración hervía en mi corazón y sentía necesidad de calma
y de silencio para dejar a esta llama subir libremente, y para ocultar un poco las señales externas de la
oración, lágrimas, suspiros y movimientos del rostro y de los labios”. El peregrino ruso escribe esta
frase en un momento en que está hablando con alguien y siente la necesidad de irse para recogerse,
ya que siente que la oración le agita el corazón, o le hierve el corazón; es decir, le viene la necesidad
de rezar y tiene que buscar la calma y el silencio para poder orar libremente.
[381] Correo al P. Rafael Alonso, 22 febrero 2016.
[382] Cuaderno nº 6, 18 febrero 2016.
[383] Ibíd., 24 febrero 2016.
[384] Correo al P. Rafael, 22 febrero 2016.
[385] La confesión de aquel campamento fue para Erika el punto de partida de una nueva vida
en la gracia de Dios. El terremoto de un mes después continuaría la transformación comenzada en su
alma durante el campamento.
[386] San Agustín, “Confesiones”, X, LI.
[387] Cuaderno nº 6, 24 marzo 2016.
[388] Solo tres meses después del terremoto, los Siervos fueron, a petición del obispo, a
encargarse de la cura pastoral de esa zona. El P. Kevin formaría parte de esta nueva comunidad.
[389] Correo a la M. Ana Campo, 7 abril 2016.
[390] 1 abril 2016.
[391] Cfr. Jn. 21, 5: “Muchachos, ¿tenéis pescado?”.
[392] Una expresión usada en Ecuador para pedir que le presten atención a uno.
[393] Carta a Karolina Vera, 9 abril 2016.
[394] Catalina tenía planeado ir a su casa en Tosagua ese lunes, pero después de la inundación
decidió quedarse y ayudar a las hermanas.
[395] En realidad, Guadalupe no estaba en la casa cuando tuvo lugar la inundación, pero iba de
camino. Karolina y Catalina salieron para ir a su encuentro y ayudarla a llegar al colegio. Karolina
pasó todo ese primer día y noche con las hermanas y chicas, y los días siguientes estuvo todo el día
ayudándolas.
[396] Cfr. Gen. 3, 15.
[397] La potabilizadora de agua del colegio se había estropeado a causa de la inundación y él les
dijo que podían ir y llenar garrafas grandes de agua. La Hna. Clare aprovechó esta visita para
confesarse.
[398] La Hna. Clare no era la única que corría a coger lo más difícil. Todos los presentes en esa
semana, recuerdan que a Catalina también se la veía siempre usando una de esas tablas pesadas.
[399] Cuando Mercedes, después del terremoto, viajó a España para entrar en el noviciado,
recordaría esas palabras y elegiría “de la Cruz” como nombre religioso, recibiendo mucha luz de la
meditación de la cruz en su vida.
[400] Entrevista para el programa “Creados para amar”, HM Televisión, 2010.
[401] Correo al P. Rafael y la M. Ana, 15 septiembre 2015.
[402] Cuaderno nº 4, 14 enero 2011.
[403] Jn. 10, 27.
[404] Dios concedió a la Hna. Clare recibirle como viático en esa última Misa. Pudo tener una
pregustación de ese deseado encuentro y el Señor le dio el alimento final para las últimas horas de su
peregrinación por este mundo. Cuántas veces, en ese momento de unión tan estrecha con el Señor,
había traído a la mente el dibujo de sus votos perpetuos, reclinando la cabeza sobre su pecho.
¡Cuánto deseaba estar por fin sola con Él!
[405] “Dad gracias al Señor, pues su amor no tiene fin...”.
[406] Había partes de la casa totalmente abiertas, sin ventanas, lo cual facilitaba oír lo que
pasaba en otro piso.
[407] Las hermanas que estaban en Chone, lugar más cercano a Playa Prieta, no pudieron llegar
aquella noche debido al bloqueo de las carreteras.
[408] No pretendo suplantar el juicio de las autoridades de la Iglesia Católica sobre la santidad
de la Hna. Clare; no me corresponde a mí decir si ella y las otras cinco chicas están o no en el Cielo.
Simplemente, hago unas afirmaciones basadas en las virtudes teologales de la fe y de la esperanza en
la existencia del Cielo y lo que el Señor ha prometido a los que le siguiesen: “Yo les doy la vida
eterna; no perecerán para siempre” (Jn. 10, 27).
[409] Habíamos intentado ya solicitar el permiso para acompañar los restos de la hermana, pero
nos habían dicho que era imposible. Cuando los medios humanos fallaron, el Señor mismo intervino.
[410] En un correo al P. Rafael, el 19 de agosto de 2013, la Hna. Clare escribe: «La verdad es
que me considero ya mitad irlandesa, mitad española = Irlañola. Llevo casi la mitad de mi vida entre
ustedes».
[411] Cuaderno nº 4, 31 agosto 2012.
[412] Correo a la M. Ana, 14 julio 2014.
Nota final

Este libro se publicó como regalo de cumpleaños


para Nuestra Madre del Cielo,
en la Solemnidad de su Natividad,
el 8 de septiembre de 2020, 10º aniversario
de los votos perpetuos de la Hna. Clare.

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