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Hemorragia - Digestiva UCI
Hemorragia - Digestiva UCI
SATI/NECOCHEA
Hemorragia digestiva
Introducción
La hemorragia proveniente del tubo digestivo es un problema frecuente que se suele manifestar a través de una de tres
entidades: (a) hemorragia digestiva alta franca e intensa en un paciente relativamente joven que requiere internación,
(b) hemorragia digestiva baja menos intensa en un paciente mayor o (c) establecimiento de una hemorragia digestiva
alta en un paciente internado en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) con insuficiencia de varios órganos. El último
caso se tornó mucho menos frecuente debido al establecimiento temprano de la nutrición enteral, la mayor atención al
restablecimiento y el mantenimiento de la oxigenación y la perfusión sistémica, la contraindicación de fármacos ulce-
rogénicos y el uso diseminado de profilaxis farmacológica. La hemorragia digestiva alta significativa que determina la
internación de un paciente en la UCI es la presentación más frecuente y sencilla. La situación clínica más compleja se
desarrolla cuando el origen de la hemorragia digestiva (alta o baja) permanece incierto a pesar de la evaluación exten-
sa.
En forma independiente del origen, se identificaron varios factores clínicos asociados con mal pronóstico en los pacien-
tes con hemorragia digestiva: hemorragia amplia, coagulopatía, sangrado a partir de un sitio indefinido, edad avanzada
o presencia de insuficiencia de varios órganos. En forma específica, la combinación de la insuficiencia renal con la
insuficiencia del parénquima hepático se asocia con un pronóstico muy desfavorable. Además, también se demostró
que ciertos hallazgos endoscópicos específicos en la porción superior del tubo digestivo indica un riesgo más elevado
de recurrencia del sangrado y se describirán más adelante.
Evaluación Inicial
En los pacientes con hemorragia digestiva evidente, se deben evaluar los signos vitales, confirmar la estabilidad de las
vías aéreas y la ventilación adecuada e introducir una vía intravenosa en forma simultánea con la obtención de la
anamnesis. El desarrollo de un plan diagnóstico y terapéutico apropiado requiere la diferenciación de la hemorragia alta
de la baja. Esta distinción se suele llevar a cabo con facilidad a través de la anamnesis y el examen físico. La duración
y el volumen de la hemorragia, el antecedente de úlcera péptica o hepatopatía, el empleo de antinflamatorios no este-
roides y el consumo de alcohol son elementos fundamentales. La vía principal de salida de la sangre (oral o rectal)
también representa una información importante. El antecedente de vómitos de sangre rara vez se asocia con una
hemorragia digestiva baja y casi nunca procede de una fuente más allá de la porción proximal del yeyuno. En cambio,
la sangre roja eliminada a través del recto se puede deber a una hemorragia digestiva alta intensa o baja más lenta
pero, en ausencia de shock, casi siempre proviene de una porción inferior del tubo digestivo.
En el examen físico, la observación de palidez no es muy significativa para determinar la gravedad del sangrado. Sin
embargo, la detección de hematomas o ictericia puede ser clave en el diagnóstico de una coagulopatía subyacente, en
especial una insuficiencia hepática. Las malformaciones arteriovenosas cutáneas o en las membranas mucosas podr-
ían señalar el diagnóstico de un síndrome de Rendu-Osler-Weber. En escasas oportunidades se produce fiebre en los
pacientes con hemorragia digestiva, salvo en caso de infección concomitante. La taquipnea podría representar una
respuesta compensadora apropiada secundaria a la hemorragia y la acidosis metabólica, el resultado de la aspiración
de la sangre expulsada a través del vómito o sólo una manifestación de ansiedad. De la misma manera, la taquicardia
sugiere una depleción de volumen, pero se podría detectar en pacientes con pérdida mínima de volumen. La evaluación
del volumen intravascular se lleva a cabo con rapidez a través del examen del pulso y la respuesta de la presión arterial
a los cambios posturales. La reducción de 20 mm Hg en la presión arterial cuando el paciente modifica su posición
desde el decúbito supino a la de pie indica una pérdida del volumen intravascular del 20% o superior. La hipotensión
que se detecta en posición supina sugiere una pérdida del 40% del volumen circulante. El estupor o el coma se pueden
deber sólo a la hipotensión, pero también pueden reflejar una encefalopatía hepática. En los pacientes con alteración
del estado mental se suelen detectar los estigmas físicos de la cirrosis (p. ej., ictericia, ascitis, hemanangiomas aracni-
formes, “cabeza de medusa”, eritema palmar, ginecomastia, equimosis).
En forma independiente del origen de la hemorragia, se deben introducir por lo menos dos vías intravenosas periféricas
de gran diámetro (14 o 16) o una vía venosa central grande para permitir la administración rápida de líquido y sangre.
La vía venosa central no siempre es necesaria y podría no representar la mejor elección para la infusión de líquido,
pero puede ser útil para guiar la reposición de líquido. (La inserción de un catéter central de tres vías podría retrasar la
administración de líquidos porque sus tres vías poseen menor diámetro y mayor longitud y no logran las mismas veloci-
dades de infusión que las vías periféricas más cortas de mayor diámetro.) En el momento de la inserción de la vía intra-
venosa, se debe obtener sangre para determinar el hematocrito, la concentración de electrolitos y creatinina, las prue-
bas de funcionamiento del hígado, el tiempo de protrombina y el recuento plaquetario. También se deben enviar mues-
tras para su tipificación y para la evaluación de la compatibilidad cruzada. Los principios básicos del soporte de la circu-
lación y la transfusión se presentaron en los Capítulos 3 y 14, respectivamente; no obstante, algunos aspectos se de-
ben destacar. En primer lugar, el problema de la hemorragia digestiva grave es la depleción del volumen intravascular.
En consecuencia, el mejor tratamiento no es la infusión de vasopresores sino la reposición de cristaloides isotónicos
hasta conseguir sangre. Los coloides no proporcionan beneficios demostrables sobre los cristaloides a pesar de que se
necesita un volumen menor de líquido para producir un grado similar de expansión de volumen. Los coloides se asocian
con mayor riesgo de desarrollar reacciones alérgicas, no siempre están disponibles de inmediato y son entre 10 y 100
veces más costosos que los cristaloides para lograr la misma expansión del volumen. La reposición de sangre se desa-
rrolla en forma más apropiada con componentes específicos y se debe asociar con determinaciones seriadas del hema-
tocrito, el recuento plaquetario y el tiempo de protrombina. La sangre entera no es necesaria. La trombocitopenia o las
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deficiencias de los factores de la coagulación solubles se deben corregir de inmediato para permitir una hemostasia
adecuada. La prevención o la corrección de la hipotermia es un método simple carente de riesgos que permite optimizar
la función de la coagulación. Los objetivos razonables de la transfusión son alcanzar 50.000 plaquetas funcionan-
3
tes/mm , un tiempo de protrombina cercano al valor normal y un hematocrito aproximado de 25%. Si bien en etapa
reciente se evidenció que se pueden emplear umbrales más bajos para transfundir a los pacientes que no sangran sin
correr riesgos, durante la hemorragia parece sensato mantener una medida que compense la pérdida. En los pacientes
con deficiencia en el aporte de oxígeno, como por ejemplo con isquemia miocárdica reciente o accidente cerebrovascu-
lar, se pueden requerir hematocritos todavía más elevados.
En la mayoría de los pacientes con hemorragia digestiva alta, la colocación de una sonda nasogástrica u orogástrica en
forma delicada representa una medida segura y útil para controlar la velocidad del sangrado. Aunque con controversias,
algunas posibles excepciones serían los pacientes con várices esofágicas documentadas o bajo sospecha o con desga-
rros de Mallory-Weiss en los que, en teoría, la introducción de una sonda podría agravar el sangrado. Los pacientes con
alteración de la función del hígado se benefician con la evacuación de la sangre del intestino, dado que ésta podría
desencadenar una encefalopatía hepática, pero la sangre es un laxante excelente y en general no es necesario admi-
nistrar sustancias para acelerar su expulsión. El lavado gástrico no reduce la velocidad de la hemorragia digestiva alta
incluso aunque la solución se enfríe o se fortifique con vasoconstrictores.
Localización de la hemorragia
El examen del vómito, los contenidos gástricos y el aspecto de las heces contribuye a localizar el origen de la hemorra-
gia. La hematemesis es un signo confiable compatible con el diagnóstico de hemorragia digestiva alta. En los pacientes
sin hematemesis, la aspiración a través de una sonda nasogástrica ayuda a diagnosticar el origen de la hemorragia en
la porción superior del tubo digestivo y a determinar la actividad del sangrado. El paciente tiene menos probabilidades
de presentar una hemorragia digestiva alta si el material aspirado no contiene sangre fresca o por lo menos material “en
borra de café”, aunque hasta en el 15% de los pacientes con este tipo de hemorragia los aspirados gástricos son nega-
tivos. Estos aspirados “falsos negativos” se suelen asociar con un píloro competente que evita el reflujo de la sangre
procedente del duodeno hacia el estómago. No es necesario evaluar los contenidos gástricos en busca de sangre ocul-
ta, dado que esta prueba se puede asociar con resultados falsos positivos.
Si bien la hemorragia digestiva alta masiva puede ocasionar proctorragia de sangre roja y brillante, más del 90% de los
casos de hematoquecia se originan en un sector más bajo del tubo digestivo. La presencia de sólo 15 mL de sangre en
la porción superior del tubo digestivo puede determinar la positividad de la prueba de guayaco en las heces, pero la
verdadera melena (heces de color negro como el alquitrán producidas por la digestión de la sangre por los ácidos y las
bacterias) requiere una pérdida de más de 100 mL de sangre durante un período relativamente breve. Como la sangre
acumulada en el intestino acelera el tránsito, la melena no suele provenir de una hemorragia digestiva baja, salvo del
colon derecho. Con mayor frecuencia, la hemorragia significativa del colon derecho produce heces de color castaño,
mientras que el sangrado del colon izquierdo se asocia con la expulsión de sangre roja brillante por recto. La detección
de una mezcla de heces formadas por sangre roja brillante sugiere con intensidad el origen en la porción distal del co-
lon (colon sigmoideo o recto). Una vez determinada el área general donde se originó la hemorragia, se deben indicar
pruebas de diagnóstico específicas para aislar el sitio de la lesión.
Farmacoterapia. La somatostatina y el octreotide, su análogo sintético, son vasoconstrictores esplácnicos que además
inhiben la secreción de hormonas gastrointestinales. En los ensayos comparativos, el octreotide resultó ser más efecti-
vo que la escleroterapia o la ligadura con bandas elásticas y es superior a la vasopresina o al taponamiento con balón
para detener la hemorragia en las várices y para prevenir las recurrencias. Cuando se asocia octreotide (entre 25 y 50
mcg/hora por vía intravenosa durante entre 2 y 5 días) a escleroterapia por vía endoscópica, la tasa de recurrencia del
sangrado se reduce en forma adicional. Si bien el octreotide disminuye la perfusión renal, la resistencia vascular sisté-
mica y la motilidad intestinal, los efectos colaterales importantes se producen en forma infrecuente y son poco importan-
tes en comparación con los de su alternativa tradicional, las altas dosis de vasopresina. Por desgracia, al igual que con
la vasopresina, el taponamiento con balón, la ligadura con bandas elásticas por vía endoscópica o la inyección de es-
cleroterapia, no se pudo demostrar que el octreotide reduzca la tasa de mortalidad.
La vasopresina, que es el vasoconstrictor esplácnico más empleado, suele lograr el control inicial de la hemorragia a
través de la reducción del flujo sanguíneo portal en los canales vasculares colaterales, pero no se demostró que dismi-
nuya la incidencia de recurrencias del sangrado. (Se puede lograr el control de la hemorragia inicial en más del 50% de
los casos cuando se emplea vasopresina, pero hasta el 10% de los pacientes experimenta efectos colaterales poten-
cialmente fatales secundarios al tratamiento.) En general, la vasopresina se administra como infusión intravenosa conti-
nua a una velocidad de entre 0,2 y 0,8 unidades por minuto, que se infunden a través de una vena periférica y se con-
tinúan durante 24 horas después de la confirmación del cese de la hemorragia. (Las dosis empleadas para las várices
sangrantes son entre 5 y 20 veces superiores a las utilizadas en la actualidad para el shock séptico.) La administración
directa en la arteria visceral sangrante podría ser útil en los pacientes con hemorragia diverticular o de una úlcera pépti-
ca, pero no ofrece beneficios en las várices hemorrágicas. Las complicaciones asociadas con la vasopresina consisten
en arritmias (en especial bradicardia), isquemia miocárdica y mesentérica, insuficiencia cardíaca congestiva, accidente
cerebrovascular e insuficiencia renal. Los ensayos aleatorizados sugieren que el agregado de nitroglicerina a la vaso-
presina aumenta la tasa de éxito en el control de la hemorragia y disminuye el riesgo de complicaciones inducidas por
la vasopresina. En esta situación, la mejor manera de administrar la nitroglicerina es a través de una infusión intraveno-
sa continua con una dosis inicial de 40 g/minuto, que a menudo se titula hacia arriba hasta lograr una presión sistólica
de entre 90 y 100 mm Hg. Desafortunadamente, la vasopresina aislada o la combinación de vasopresina con nitroglice-
rina no permiten reducir la tasa de mortalidad asociada con esta entidad potencialmente fatal.
El propanolol se empleó en forma crónica para reducir el flujo sanguíneo portal y la presión portal, lo que a su vez dis-
minuye hasta un 50% el riesgo de recurrencias del sangrado en las várices secundarias a cirrosis durante el primer año
de tratamiento. Si bien el propanolol podría disminuir el riesgo de recurrencias de sangrado en los pacientes con vári-
ces, los -bloqueantes neutralizan las respuestas cardiovasculares compensadoras que se activan en presencia de
estrés y, en consecuencia, no se deben emplear para el tratamiento de las várices que sangran en forma activa.
Taponamiento de las várices. El taponamiento con balón controla la hemorragia esofágica en el 70 al 90% de los
pacientes, en muchos casos refractarios a otras modalidades. Como el taponamiento con balón sólo se puede emplear
durante 2 o 3 días, en todos los pacientes tratados de esta manera se debe considerar el tratamiento definitivo inmedia-
to en el momento de la inserción del tubo. Por desgracia, la mitad de los pacientes tratados con taponamiento vuelve a
sangrar en el momento de la descompresión. En la actualidad se prefieren los dispositivos con cuatro vías y balones
gástrico y esofágico (p. ej., tubo de Minnesota) sobre el tubo de tres vías de Sengstaken-Blakemore porque permiten
evacuar la porción proximal del esófago y de esta manera podrían reducir el riesgo de aspiración. Como los pacientes
en los que se considera la colocación de un tapón esofágico suelen estar hemodinámicamente inestables, a menudo
con alteración del estado mental y susceptibilidad a experimentar una aspiración, casi siempre se deben someter a
intubación endotraqueal. Durante la intubación se deben utilizar camisolín, guantes, barbijo y protectores oculares por-
que la mayoría de los pacientes están infectados con virus contagiosos que pueden ocasionar hepatitis.
El tubo de Minnesota se introduce a través de la boca y se conduce hasta el estómago. Luego se debe evaluar la posi-
ción del balón gástrico con radiografía antes de inflarlo para evitar una ruptura esofágica fatal. En las situaciones de
emergencia, el tubo se puede avanzar un mínimo de 50 cm antes de inflar el balón gástrico hasta 100 mL. Cualquier
molestia experimentada por el paciente indica que es probable que el balón esté en el esófago. Si el individuo tolera
bien el inflado del balón gástrico con 100 mL, éste se debe aumentar hasta 400 o 450 mL para luego ejercer una trac-
ción delicada contra la unión esofagogástrica. (La tensión se suele mantener mediante la fijación del tubo a un casco de
fútbol americano colocado sobre el paciente.) La tracción sobre el balón gástrico inflado suele ser una experiencia ate-
rradora para el paciente cuando una masa enorme semejante a una placenta compuesta por coágulos y líquido se
expulsa del estómago hacia la boca en forma inesperada. Este evento no se debe malinterpretar como un empeora-
miento de la hemorragia. El balón esofágico sólo se debe inflar si la hemorragia continúa a pesar de que el balón gástri-
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co está inflado y debe alcanzar una presión máxima de 40 mm Hg. Después de completar esta secuencia de inflado, es
importante confirmar la localización apropiada en la radiografía. El tubo debe permanecer en su lugar durante por lo
menos 24 horas tras el cese de la hemorragia, aunque nunca debe mantenerse durante más de 72 horas. Sin una
técnica y un control meticuloso, se producen complicaciones en un porcentaje elevado de los pacientes sometidos a
taponamiento con balón. La aspiración sigue siendo la complicación más frecuente a pesar de las modificaciones más
recientes en el diseño del tubo. El desplazamiento cefálico puede obstruir las vías aéreas superiores y este evento es
catastrófico en el paciente en el que la vía aérea no está asegurada. (Se deben guardar tijeras en la mesa de luz para
cortar el tubo de inmediato si se produce una obstrucción de la vía aérea.) La ruptura esofagogástrica, que es otra
complicación devastadora, en general se debe a la inserción inapropiada del tubo y el inflado del balón gástrico en el
esófago. La necrosis de la nariz, la boca y la mucosa esofagogástrica por presión también son frecuentes.
Obliteración de las várices. En la mayoría de los casos, la endoscopia con ligadura de las várices con bandas elásti-
cas o la inyección de un agente esclerosante (escleroterapia con inyecciones) se convirtieron en los procedimientos de
elección para las várices sangrantes porque por lo menos controlan la hemorragia en forma temporaria en más del 90%
de los pacientes. Desafortunadamente, esta opción no se puede emplear en todos los casos porque no siempre se
dispone de endoscopia en la situación de emergencia. El octreotide es una alternativa razonable si no se puede llevar a
cabo una endoscopia y también se puede utilizar como medida temporaria mientras se espera la llegada del endosco-
pista. La ligadura de las várices por vía endoscópica consiste en la colocación de bandas elásticas apretadas alrededor
de las bases de las várices para producir trombosis. Muchos endoscopistas consideran que la ligadura con bandas
elásticas es el método de elección para ocluir las várices porque es igual de efectivo que la escleroterapia pero produce
menos complicaciones. No obstante, la ligadura con bandas elásticas es más difícil de llevar a cabo que la esclerotera-
pia en los pacientes con hemorragia activa y, una vez en su sitio, se pueden desplazar en forma espontánea. La escle-
roterapia consiste en la inyección de un agente químico en las várices o el tejido circundante para producir una trombo-
sis rápida y fibrosis permanente. La escleroterapia y la ligadura con bandas elásticas se asocian con tasas de recurren-
cia del sangrado más bajas, que oscilan entre 20 y 30%, en comparación con el valor de entre 50 y 60% observado en
los pacientes sometidos a taponamiento con balón. La ligadura con bandas elásticas y la escleroterapia también redu-
cen los requerimientos de transfusiones y son menos peligrosas que la derivación realizada por vía quirúrgica en un
procedimiento de emergencia. (Sin embargo, en forma global, la tasa de supervivencia en el largo plazo es similar en
los grupos tratados con ligadura con bandas elásticas, escleroterapia o derivación.) Por desgracia, la escleroterapia y la
ligadura con bandas elásticas no son exitosas para todos los casos de várices esofágicas y en general no son efectivas
para las várices gástricas. Después de controlar el episodio hemorrágico agudo, más del 90% de los pacientes someti-
dos a escleroterapia o ligadura con bandas elásticas experimenta recurrencias, salvo que se repitan los procedimientos
hasta la obliteración de todas las várices.
Luego de la escleroterapia, en casi la mitad de los pacientes se producen complicaciones menores (fiebre, dolor toráci-
co y taquicardia). En el 15 al 40% de los casos se desarrollan complicaciones mayores, como por ejemplo (a) aspira-
ción, (b) disfunción pulmonar (síndrome de distrés respiratorio agudo del adulto) secundaria a aspiración, sepsis o es-
clerosantes y (c) problemas esofágicos locales (úlceras, perforación, estenosis, alteraciones de la motilidad y formación
de abscesos). Una complicación infrecuente, la perforación del esófago, puede ocasionar empiema, mediastinitis o
hematoma mediastínico. En ocasiones, la escleroterapia desencadena una bacteriemia. Si bien la ligadura con bandas
comparte el riesgo de aspiración y puede ocasionar una estenosis esofágica tardía, permite evitar los peligros de las
infecciones inducidas por las inyecciones o la toxicidad de los agentes esclerosantes.
Derivación descompresiva. En la actualidad se dispone tanto de opciones quirúrgicas como no quirúrgicas para con-
trolar las várices hemorrágicas a través de la reducción del gradiente de presión entre la vena hepática y la vena porta.
Estas derivaciones descompresivas son útiles para la hemorragia digestiva y son más apropiadas para los pacientes
con función adecuada del parénquima hepático y los que se consideran candidatos para el trasplante de hígado en el
futuro. Los procedimientos de derivación no mejoran la función hepática; en consecuencia, todas sus variedades repre-
sentan elecciones inadecuadas para los pacientes con trastornos graves en la función hepática.
La opción “no quirúrgica” empleada en forma más amplia es la derivación transyugular intrahepática portosistémica
(TIPS). Este procedimiento consiste en la introducción de una aguja desde la vena hepática hasta la vena porta y la
colocación de un alambre guía a través de ella. Después de la dilatación con balón, se inserta una prótesis endovascu-
lar sobre el alambre guía para reducir el gradiente de presión portohepática y, a su vez, la presión de distensión de las
várices gastroesofágicas. (Debido a las conexiones anatómicas, es evidente que la TIPS no puede ayudar a los pacien-
tes con várices secundarias a trombosis de la vena porta.) A menudo se vuelven a evaluar las várices con estudios de
diagnóstico por imágenes después de realizar la derivación y, si todavía están permeables, se deben embolizar con la
esperanza de reducir el riesgo de recurrencia. No hay evidencias que respalden que la TIPS pueda disminuir el desa-
rrollo de ascitis e hidrotórax hepático o que permita tratar el síndrome hepatorrenal. Las complicaciones potenciales son
la lesión renal inducida por el material de contraste, la hemorragia, la ruptura de la cápsula hepática (alrededor del 5%),
el empeoramiento de la encefalopatía hepática (entre 15 y 25%) y la muerte (entre 1 y 2%). Además, la inserción es
costosa y a menudo genera un gasto superior a 10.000 dólares. La permeabilidad de la TIPS en el largo plazo es esca-
sa y entre el 30 y el 70% de las derivaciones se obstruyen en 6 a 12 meses, lo que muchas veces determina la necesi-
dad de una revisión. Cuando se sospecha un bloqueo de la TIPS, la oclusión completa se puede identificar a través de
la ausencia de visualización del flujo en la ecografía con Doppler. Sin embargo, la medición precisa del gradiente de
presión a través de la derivación sólo es posible mediante cateterismo. Si bien la realización de TIPS puede detener el
sangrado en los pacientes de alto riesgo que no se pueden someter a ligadura con bandas elásticas o escleroterapia o
no responden a estos tratamientos, es probable que se deba considerar como un “puente” hacia el trasplante de hígado
y no como una solución para la hipertensión portal. Como la TIPS es sólo una solución temporaria para la hemorragia y
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se lleva a cabo en los pacientes con hepatopatías graves, su inserción se debe asociar con discusiones sobre la expec-
tativa de vida en los pacientes que no son candidatos a trasplantes.
Las derivaciones quirúrgicas se pueden clasificar en totales o “selectivas” de acuerdo con la magnitud del flujo sanguí-
neo derivado alrededor del hígado. Las derivaciones totales, como por ejemplo la portocava y la mesocava, representan
una anastomosis descompresiva de una porción de la vena porta hacia la vena cava inferior. El tamaño y la posición de
los vasos anastomosados determinan la presión vascular y el flujo sanguíneo que atraviesa el hígado. Cuando son muy
grandes, derivan casi todo el flujo sanguíneo portal procedente del hígado y se asocian con un riesgo elevado de ence-
falopatía e insuficiencia hepática. Las derivaciones más pequeñas se asocian con un riesgo más bajo pero podrían no
ser capaces de reducir el gradiente portohepático en forma suficiente para evitar el sangrado.
Los procedimientos más selectivos, como por ejemplo la derivación esplenorrenal o de Warren, descomprimen la circu-
lación portal a través de la unión de las venas esplénica y renal izquierda. Las derivaciones selectivas preservan mejor
la perfusión hepática y en forma simultánea disminuyen el riesgo de sangrado. En los centros con experiencia, las deri-
vaciones selectivas son las operaciones preferidas para la descompresión electiva pero requieren varias horas de cirug-
ía y, en consecuencia, no se pueden llevar a cabo en pacientes inestables. Por desgracia, las derivaciones selectivas
no mejoran la supervivencia en el largo plazo; no obstante, modifican la causa de muerte asociada con la hemorragia
digestiva, que pasa a ser la encefalopatía y la insuficiencia hepática. Los procedimientos quirúrgicos de derivación no
impiden la consideración del trasplante en un momento posterior.
Trasplante de hígado. Si bien el trasplante de hígado corrige la hipertensión portal, la indicación principal para este
tipo de trasplante es la insuficiencia hepática y no las várices hemorrágicas. En consecuencia, el trasplante de hígado
se debe reservar para los pacientes estables con insuficiencia del parénquima hepático. Los pacientes con reserva
hepática adecuada (de Childs A) se deben someter en primer lugar a un procedimiento de derivación selectivo antes del
trasplante de hígado. Los pacientes con enfermedad de Childs C, que es más grave, y sin otras contraindicaciones, se
deben someter al trasplante de hígado. Este procedimiento es complejo y costoso y se asocia con un riesgo significati-
vo de rechazo e infecciones oportunistas secundarias al inmunocompromiso requerido.
Fístulas aortoentéricas
En escasas oportunidades, los aneurismas de la aorta abdominal o los injertos protésicos en la aorta pueden erosionar
la pared del tubo digestivo y ocasionar una hemorragia masiva. A menudo se produce una hemorragia entre moderada
e importante que se detiene en forma espontánea pero “predice” una exsanguinación. Las fístulas aortoentéricas se
suelen desarrollar en la porción distal del duodeno y en ocasiones producen un sangrado pulsátil a través de la boca o
la sonda nasogástrica. La endoscopia y la aortografía son los únicos métodos disponibles en la actualidad para estable-
cer este diagnóstico, pero rara vez se pueden realizar antes de la muerte. En los pacientes con diagnóstico confirmado
o hemorragia incoercible de causa desconocida en un individuo predispuesto se debe llevar a cabo una laparotomía de
inmediato.
Malformaciones vasculares
La angiodisplasia es la forma más común de anomalía vascular entérica y abarca las malformaciones arteriovenosas y
las telangiectasias vasculares. Si bien la angiodisplasia se produce con mayor frecuencia en el intestino grueso, es una
causa común de hemorragia digestiva alta en los pacientes con insuficiencia renal, estenosis aórtica y enfermedad de
von Willebrand. Esta entidad sigue a la gastritis erosiva en frecuencia como causa de sangrado en los pacientes con
insuficiencia renal. La mayor parte de las malformaciones microvasculares que comprometen la porción superior del
tubo digestivo se localiza en el duodeno. El diagnóstico se lleva a cabo mediante angiografía o EGD. (El diagnóstico
con EGD puede ser difícil debido al pequeño tamaño de la mayoría de las lesiones, pero cuando se localizan, se pue-
den destruir con coagulación térmica.)
Función de la cirugía
Por desgracia, los pacientes que necesitan la cirugía con mayor intensidad son los peores candidatos quirúrgicos por-
que toleran en forma limitada la anemia y la hipotensión. En los pacientes con hemorragia digestiva alta relacionada
con la úlcera que no son candidatos apropiados para la cirugía, se debe considerar la inyección de adrenalina por vía
endoscópica y la coagulación térmica. La angiografía con embolización o la infusión selectiva de vasopresina también
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pueden ser útiles si se debe evitar la anestesia general. Hay ciertas indicaciones que determinan la realización de una
intervención quirúrgica en forma urgente en los pacientes con hemorragia digestiva alta: (a) vaso visible o que emana
sangre en la base del cráter de la úlcera, incluso aunque se haya controlado a través de métodos no quirúrgicos en el
momento inicial, (b) hemorragia intensa procedente de una lesión que perfora una víscera y (c) pérdida de sangre ma-
siva y continua procedente de cualquier fuente (más de 1.500 mL o entre 6 y 10 unidades de sangre durante las prime-
ras 24 horas).
Abordaje diagnóstico
La evaluación de la hemorragia digestiva baja es bastante más compleja que la de la hemorragia digestiva alta. En la
Figura 39-3 se presenta un esquema para la evaluación de la hemorragia digestiva baja y las pruebas diagnósticas
específicas se describirán a continuación.
Colonoscopia
Siempre que sea posible su realización, la colonoscopia después de la preparación meticulosa del intestino (que se
purga con solución de polietilenglicol) es el procedimiento de diagnóstico de elección que logra los mejores resultados
(entre un 70 y un 80%). Este método se realiza en la cama del paciente y revela la localización de la hemorragia en la
mitad o incluso las tres cuartas partes de los casos de hemorragia digestiva baja; además, si no permite arribar al dia-
gnóstico, no impide la realización de otros procedimientos en un momento posterior. Lamentablemente un volumen de
sangre en el colon muy grande y/o la falta la preparación adecuada (de purga previa a la colonoscopia) impiden un
examen colonoscópico adecuado. Como la observación se suele comprometer en forma significativa, la perforación
colónica es más probable en esta situación. Si no se arriba al diagnóstico después de la colonoscopia y la hemorragia
continúa en forma intensa o experimenta una recurrencia, se debe considerar la realización de una gammagrafía o una
angiografía. Cuando el sangrado persiste, la gammagrafía con glóbulos rojos marcados o la angiografía tienen las mis-
mas posibilidades de arribar al diagnóstico que la colonoscopia.
An giografía
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La angiografía diagnóstica requiere un radiólogo capacitado, un paciente con posibilidades de cooperar y una lesión
con sangrado intenso. Para revelar la extravasación del material de contraste, la velocidad del sangrado debe ser supe-
rior a 1 mL/minuto. La gammagrafía con glóbulos rojos marcados puede ser útil antes de la angiografía para guiar al
radiólogo hacia la región donde es más probable que se encuentre el sangrado. En teoría, este método contribuye a
reducir el tiempo del procedimiento y la carga de material de contraste necesaria. Las tasas de éxito para la detección
de los sitios sangrantes son muy variables y dependen de las características del paciente, la experiencia del angiogra-
fista y el origen del sangrado. Las ventajas de la angiografía son la localización precisa de la hemorragia en caso de ser
positiva, la capacidad de llevarse a cabo en un intestino no preparado y la opción de inyectar émbolos o vasoconstricto-
res para detener la hemorragia. La incidencia combinada de reacciones inducidas por el colorante, insuficiencia renal
secundaria al material de contraste, perforación vascular y embolia de colesterol producidas por este procedimiento se
aproxima al 10%, incluso en los centros con experiencia. En el futuro cercano, ciertas técnicas digitales que evolucio-
nan a gran velocidad, como por ejemplo la endoscopia virtual, podrían proporcionar mucha información.
Enema de bario
El enema de bario no es una prueba útil en la hemorragia digestiva baja porque sólo define la macroscopia de la estruc-
tura colónica. En consecuencia, aunque el material de contraste podría revelar enfermedad intestinal inflamatoria, diver-
ticulosis o carcinoma de colon, no puede comprobar que alguna de estas entidades sea el origen del sangrado y estos
estudios carecen de la resolución necesaria para definir la angiodisplasia o la úlcera rectal.
An giodisplasia
La mayor parte de las lesiones angiodisplásicas no sangra y se detecta en forma incidental durante una colonoscopia
realizada en un paciente anciano. No se definieron características específicas que permitan distinguir la hemorragia
asociada con la angiodisplasia de la asociada con los divertículos. Sin embargo, el sangrado venoso de la angiodispla-
sia suele ser más grave que el arterial de la diverticulosis. Es probable que la asociación entre la auscultación de soplos
compatibles con estenosis aórtica y la presencia de angiodisplasia, que se informó en el pasado, no sea significativa. Al
igual que la hemorragia de los divertículos, la angiodisplásica casi siempre se detiene en forma espontánea pero expe-
rimenta recurrencias con mayor frecuencia (entre 25 y 50%) que la diverticular. De la misma manera que la hemorragia
asociada con divertículos, la hemorragia angiodisplásica se origina con mayor frecuencia en el colon derecho y el íleon
terminal. La colonoscopia puede detectar las lesiones angiodisplásicas sangrantes en el 70 al 80% de los casos cuando
el colon se somete a una preparación óptima. La angiografía revela las malformaciones vasculares con menor precisión
(entre 35 y 70%) y, por desgracia, confirma la hemorragia con mucha menor frecuencia. Debido a la incidencia elevada
de recurrencias, se debe considerar la coagulación térmica por vía endoscópica, la inyección o la extirpación de la
porción de colon comprometido por vía quirúrgica si se detectan vasos angiodisplásicos.
1.
Pólipos y carcinoma de colon
El carcinoma de colon suele producir una pérdida de sangre lenta y continua en lugar de una hemorragia digestiva
masiva. Las neoplasias del colon izquierdo y el recto tienen más probabilidades de ocasionar un sangrado macroscópi-
co. Los síntomas premonitorios son la modificación de los hábitos evacuatorios, la producción de melena y el dolor
abdominal tipo cólico, con pérdida de peso o sin ella. El tacto rectal secuencial y la colonoscopia podrían revelar el
origen neoplásico de la pérdida de sangre.
Puntos clave
1. Los tratamientos profilácticos pueden reducir la incidencia de hemorragia digestiva alta en los pacientes
de alto riesgo (p. ej., ventilación mecánica en forma crónica, trastornos de la coagulación). Los métodos
profilácticos son la inhibición o la neutralización del ácido y el uso de protectores de la mucosa gástrica. No
obstante, el mejor método profiláctico parece ser el mantenimiento de una perfusión esplácnica adecuada y
la administración de alimentación por vía enteral tan temprano como sea posible de acuerdo con la toleran-
cia del paciente.
2. La hemorragia digestiva alta se suele distinguir con facilidad de la hemorragia baja a través de la anam-
nesis y el examen físico. Los vómitos de sangre representan un signo muy confiable compatible con la
hemorragia digestiva alta, mientras que la hematoquecia puede provenir de la porción superior o inferior del
tubo digestivo. La melena sugiere que el origen se encuentra en la región superior del tubo digestivo.
3. La EGD es un método rápido, seguro y preciso para diagnosticar el origen de una hemorragia digestiva
alta, permite llevar a cabo varias opciones terapéuticas (inyecciones, coagulación térmica) y proporciona
información útil para el pronóstico del riesgo de recurrencias del sangrado.
4. Excepto en las várices y las úlceras que contienen vasos visibles o coágulos sobre las lesiones, la ma-
yoría de las hemorragias digestivas se detiene en forma espontánea; por ende, se debe implementar un
tratamiento de sostén.
5. La hemorragia digestiva baja significativa es menos frecuente que el sangrado que se origina en la por-
ción superior del tubo digestivo. Si se puede evacuar el intestino, la colonoscopia permite arribar al dia-
gnóstico etiológico en la mayoría de los casos. En las lesiones de la porción inferior del tubo digestivo que
sangran en forma intensa, la angiografía o la gammagrafía con glóbulos rojos marcados representan opcio-
nes alternativas adecuadas para arribar al diagnóstico.