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LA HISTORIA DE UNA MONTONERA Bandolerismo y caudillismo en Buenos Aires, 1826 por Rail O. Fradkin ino editores Argentina s. ‘eh 61 NCO UENO AMES, NeUMLCAARGENTHA Siglo veintiuno editores, s.a. de c.v. en0 94AGUA 2 OELZACIN COYOAEAN, fa MENCO. O. lo veintiuno de Espajia editores, s.a. (GNENENOEZ PDAL, 5B (2028) MADRID radi, Rail Onaldo Labisttia de won montonera handler y caso en ‘Buenos ies, 1826~Ined.-Buenos Aves Siglo NXI Eaitrer Argenins, 2065, ‘224 ps 2Teld cm. (Historia y clers 22 digit por Lac Alberto ase Isp 9671220559, 1, Historia Argentina. filo copa Portada: Peter Tjebbes Imagen de portada: Juan Carlos Morel, Caballeia gaucho, c, 1845 (© 2006, Siglo XXI Editores Argentina S. A. ISBN-10: 987-1220.55-8 ISBN-13: 978.987-1220.55-7 Impreto.en Artes Graficas Deleur Alte, Solier 2480, Avellaneda, ‘en el mes de agosto de 2006 F2auG 3 FF Hecho el depésita que marca ta ey 11.728 eee Impreso en Argentina -Made in Argentina Looe Indice Introducci6n. En busca de una montonera 1. Cipriano Benitez y su montonera Rumores y noticias Elasalto de Navarro EL fallido ataque a la Villa de Lujan Elfin de la montonera Larepresin La revancha de los vecinos 2, Los montoneros ante la justicia Un testimonio decsivo: la versi6n del coronel Izquierdo La primera versién de Benitez Benitez frente a la policia Una mujer frente ¢ la justicia La tercera dectaracién de Benitez La reina de las pruebas La sentencia .Cémo fueron juzgados los montoneros? 3, Anatomia de Ja montonera @Quiénes eran los montoneros? Ellider de la montonera La montonera y los vecinos ¢Cémo se reclutaron los montoneros? Otros expedientes, otras pistas 4. La montonera en contexto Las gavillas de salteadores La guerra, la frontera y las levas 25 25 32 36 37 4 42 49 BA 87 OL 70 17 79 82 89 90 95 98 110 19 128 126 180 La inestabilidad de los poderes locales ePor qué en el Oeste? Labradores, peones, bandidos y montoneros 5, De “facinerosos” y “cajetillas”: significados de Ja montonera El marco politico de la montonera Benitez y Rosas Narrativas de la montonera Epilogo. Bandidos, caudillos y montoneros Notas 203 introduccién. En busca de una montonera ‘Todo indicio de iniciativa autonoma de los grupos subalternos tiene que ser de inestimable valor para el historiador integral; de ello se desprende que una historia asi no puede tratarse mas ‘que monograficamente, y que cada monografia exige un ctimulo grandisimo de materiales a menudo dificiles de encontrar. ANTONIO Gramsct! En la madrugada del 13 de diciembre de 1826 un numeroso ‘upo armado invadié el pueblo de Navarro, en la frontera oeste le Buenos Aires. Lo comandaba Cipriano Benitez (0 Benites co- (0 también aparece en algunos documentos), un labrador afin- ado en esa frontera. Los atacantes, que proclamaban ser “monto- ineros” y “federales”, tomaron répidamente el control del pueblo, ‘apresaron y sustituyeron al comisario, intentaron hacer lo mismo .on el juez de paz y aunque no lo hallaron nombraron a otro en ‘su lugar, También detuvieron al recaudador de la Contribucién Di- recta y se apodcraron de la recaudacién, obligaron a los principa- Jes vecinos a firmar ur. papel en el que se comprometian a “auxi- iar” a los federales y les impusieron contribuciones. Durante todo ‘el dia y buena parte de la noche se dedicaron a reclutar nuevos miembros entre pobladores de la zona y buscaron conseguir las, més variadas adhesiones apelando a toda una gama de recursos pricticos y ret6ricos entre los cuales no falté la mencién a que el propésito del movimiento era deponer al gobierno. Al dia siguien- te, los montoneros intentaron repetir la operaciGn en la ecrcana Villa de Lujan. El intento resulté infructuoso: pese a que los vio- entos enfrentamientos Hegaron a producirse hasta en Ja plaza mis- ma de la Villa, la resistencia que ofrecieron vecinos y, sobre todo, las milicias comandadas por el coronel Juan Izquierdo, lograron derrotar a los atacantes. Los que no fueron muertos, heridos 0 apresados en el enfren- tamiento se dispersaron en varias direcciones y resultaron vanos los esfuerzos de Benitez por volver a reunirlos. Fracasado ese in- tento, trat6 de escapar hacia la frontera del Salado pero muy po- 10 RAUL ©. FRADKIN [JN BUSCA DE UNA MONTONERA, a co después era apresado y trasladado a la ciudad de Buenos Aires donde fue juzgado sumariamente y condenado a muerte. EI 13 de enero de 1827, la sentencia se llev6 a cabo en la plaza principal de Ja Villa de Lujén. politicos. Por tanto, es:e andlisis puede tener también una utilidad suplementaria: quiza podamos echar algo de luz acerca de asun- tos muy mentados en nuestra historiograffa: los mecanismos y mo- Kivaciones de adhesién popular a un caudillo y sus relaciones con ¢l bandolerismo. Buscaremos hacerlo, no a través de formulaciones igenéricas ¢ inverificabies, sino por medio de un estudio detallado, [circunscripto y especifico. El episodio se destaca por la ausencia de registro historiogré- fico. Sin embargo, estuvo lejos de pasar inadvertido para sus con- temporaneos y de algtin modo fue uno de aquellos en torno a los ales se forj6 una tradici6n interpretativa acerca de las montone- 'y de los vinculos entre caudillismo y bandolerismo. En este sen- tido, nuestro propésito no es sélo rescatarlo del olvido sino anali- Zarlo en profundidad yen detalle considerando que puede ser de ‘utilidad para interrogar y cuestionar las perspectivas que suelen primar en €l estudio de este tipo de fendmenos. En efecto, si nos contentéramos con considerar que se traté de un episodio prota- gonizado por una gavilla de salteadores estariamos replicando la Elsuceso, efimero y fugaz, habia llegado a su fin y el orden es- taba restablecido aunque la conmocién no habia sido menor ni para los vecinos de los pueblos ni para las autoridacles asentadas en la ciudad, Pero, zqué era lo que realmente habia sucedido? Se twataba tan s6lo de una simple banda de forajidos como Ia deseri- bicron los partes oficiales yla prensa del momento? De ser asi, :por qué haban adoptado esa modalidad de enfrentamiento tan deci- siva y abierta? Més atin, zqué habia llevado a Benitez ya sus segui- dores aun movimiento de esas caracteristicas? Qué nos puede de- cir un efimero acontecimiento liderado por un personaje sin duda marginal de la politica de la época y que no provenia de los gru- pos dirigentes de esa sociedad? Este libro intenta contestara estas preguntas. En las piginas que siguen el lector podrd toparse con la puesta en acto de una presun- in: que al circunscribir al maximo posible el foco de obser vacién y concentrar la atencién en un cimulo heterogéneo y abundante de documentos de muy diversa factura y disimiles origenes puede ser posible develar aspectos que de otro modo no serian observables Y discutir algunos problemas que han sido escasamente tratados. Un propésito central las anima; reponer una visi6n més realista y empi- ricamente fundada de un fenémeno decisivo del siglo Xx argen- tino como fue el de las montoneras,juna visi6n que se aleje de las visiones esencialistas y simplificadoras que han predominado. Conviene partir de una constatacién. Esos hechos pasaron pricticamente inadvertidos para la historiografia, salvo cuando dic- ron lugar a unas pocas y a veces equivocas referencias.? No fue asi para los observadores contemporaneos que compartieron la inter- pretacién que difundieron las autoridades: se trataba tan sélo de una “banda de facinerosos" Jun grupo de criminales que habjan pre- tendido disimular sus pérfidos propésitos con absurdos pretextos visidn de las autoridades de la época y tomariamos un camino que impediria descifrar otras facetas que se advierten apenas se pon- dera tanto su magnitud como la osadia de sus protagonistas. Algo ¢s claro: si era una gavilla de salteadores no era una gavilla cual- quiera. Si, en cambio, enfocamos el acontecimiento desde una perspectiva que pretenda comprenderlo s6lo desde el desarrollo de la lucha de facciones politicas en que se inscribi6, tendriamos también una visi6n limitada y sesgada que probablemente nos con- ucirfa a cerrar la cuesti6n con una aparente y convincente apela- cién a la capacidad de manipulacién de algunos lideres politicos. Con ello, dejarfamos de lado toda una gama de problemas relevan- tes y no podriamos dar cuenta de un hecho crucial: pese a la cre- ciente agitaci6n que caracterizaba el clima politico a fines de 1826 el episodio se distingue con nitidez pues el enfrentamiento ar- ado no era atin la forma que esa lucha adoptaba en el espacio naerense Ni mera acci6n de una banda criminal ni simple manifestacion dela lucha entre facciones elitistas: este episodio invita a una indaga- cién més compleja. Pero sabidas son las dificultades que presenta 2 RAGL 0. FRADI cualquier estudio histérico de Ia acci6n colectiva de los grupos s balternos. Con este propésito hemos realizado un cuidadoso r: treo en tres archivos" y reunido un conjunto de fuentes muy dive so y heterogéneo. Entre ellas se cuentan sumarios policial expedientes judiciales, partes de novedades, circulares oficiales, i formes de autoridades locales, peticiones de vecinos, comunicaci nes ¢ informacién periodistica. La voluminosa documentacién rei nida y las miiltiples facetas que ofrece el episodio nos ha llevado, optar por varias aproximaciones sucesivas y complementarias a tr vvés de las cuales intentamos ensayar diferentes estrategias de ind: gacién.* Para decirlo con las palabras de Jacques Revel intentam una “suerte de experimentacién [...] desplazando la mirada sob1 Jas fuentes y modificando en forma controlada nuestro sitio de o} servacién”? En otros términos, a diferencia de las imagenes hal tuales de las montoneras que han sido construidas a partir de k descripciones que ofrecieron sus oponentes y de textos escrit para ser publicados, nuestras evidencias provienen fundament: mente de documentacién inédita que, en su mayor parte, no taba destinada al conocimiento piblico. En cierto modo, nos ps mite asomarnos, por un instante, a las entrafas del poder. dentro de esa maraia, a los testimonios ofrecidos por acusadi sospechosos y testigos. De este modo, la trama documental es ca, densa y compleja. Por ello, nuestra exploracién se realizara varias direcciones intentando dar cuenta de las distintas facet de esta montonera En el capitulo 1 oftecemos una primera reconstrucci6n de | hechos que es, al mismo tiempo, una indagacién de las vision que construyeron tanto las elites locales como las urbanas. En capitulo 2 nos concentraremos en el modo en que fueron juzg: dos tanto Benitez como sus seguidores y en las pistas que ofrec: €s0s juicios para una indagaci6n mas profunda del episodio. En capitulo 3‘intentaremos realizar un analisis “interno” de la mo! tonera indagando los mecanismos de construceién de lidera reclutamiento y legitimacién de la montonera. En el capitulo 4 taremos de inscribir el episodio en el contexto preciso en que se senvolvid. Y en el Capitulo 5 buscaremos develar los posibles signit exiles deem montonenal Rate ealueres de upreacacioner cea jamos desde una perspectiva interpretativa que EN BUSCA DE UNA MONTONERA 18 se inscribe dentro de una preocupacién de mayor alcance: traba- tenta identificar y evaluar el repertocio de las formas de resistencia y de interve Cién de los grupos subalternos rurales inscribiendo esas formas de accién en sus condiciones de existencia y en las experiencias historias vividas. 7 No por obvia una aclaraci6n resulta necesaria. Esta no es una historia de las montoneras sino, tan s6lo, de una montonera. Pue- de, a primera vista, parecer poco. Poco? En realidad, y en gran medida por imperio de una arraigada tradicién, no es mucho lo que sabemos de las montoneras. Si se repasan las descripciones que los contemporsneos deja- ron de las montoneras puede advertirse que es mucho menos cla- 10 lo que el términa denotaba que las connotaciones que se le asig- naron, Aunque no podemos aqui realizar un inventario exhaustive de esas evidencias y de los usos de ellas que posteriormente hizo la historiografia, si parece necesario anotar algunas de sus notas principales. Una pista al respecto la ofrecen las definiciones que durante ‘el siglo XIX aparecieron en los diccionarios de la Real Academia Espafiola. La primera, de fines de la década de 1860, condens6 la percepcidn que habian desarrollado las elites latinoamericanas, montonera era “En la América del Sur el peloton de tropa irregu- lar de caballeria, compuesta exclusivamente de los semisalvajes que habitan las pampas de Montevideo, Buenos Aires y Chite™® La se- gunda aparecié al finalizar el siglo xix y.se mantuvo précticamen- te inalterable hasta 1970; ahora, la nueva definicién perdia énfa- sis “étnico” pero ganaba en amplitud geografica y en caracter politico: montonera seria un “Grupo o peloton de gente 4 caballo, que guerrea contra las tropas del gobierno en alguno de los estados de la América del Sur”? ‘Algo es claro: montonera es un americanismo, una de las no- vedades que las llamadas guerras de la indlependencia trajeron al vocabulario politico. Como lo corrobora la difusién del término e RAUL O. FRADKIN BE gusCA DE UNA MONTONERA 15 por casi toda la América del Sur espaiiola, no todas las nuevas pa- labras provenjan del pensamiento europeo y algunas expresaban la necesidad de nombrar, calificar y, hasta cierto punto, compren- der algunas de esas novedades. De este modo, a evicencia dispo- nible sugiere que el término surgié durante la década de 1810, que st. uso se generaliz6 muy répidamente en los Andes, Ghile y el Rio de la Plata y que seguia siendo de uso frecuente en el iltimo ter- cio del siglo xix y aun después. Se habilita asi un interrogante esa continuidad en el uso del término expresaba la del fenomeno que pretendia designar? O, en cambio, zno estaremos frente a la mis- ‘ma imagen de falsa continuidad y homogeneidad que también pre- sentan otros términos como el del caudillismo? Para sus contem- Pordneos, al menos, no habia dudas: era un mismo fenémeno cuyo ciclo de existencia se desplegaba a lo largo del siglo xix. } Sin embargo, varios obscrvadores tendieron a desplazar el mo- mento originario del fenémeno que describian desde las gucrras de independencia hacia las guerras civiles, aunque esa demarca- ci6n les era (y sigue siendo) extremadamente dificil de precisar. Por ejemplo, a fines de la década de 1840 José Maria Paz afirmaba que las montoneras habjan aparecido como una forma caracteris- tica de lucha entre los seguidores de Artigas? pero dos décadas_ después, Sarmiento pensaba la montonera como un movimiento que habfa surgido en los llanos riojanos hacia 1826, Con su sutileza habitual acotaba otra impresién que fungfa de auténtica hipstesis interpretativa: jovilizacién politica militar de los mundos campesinos y las ex- jeriencias forjadas a comienzos del siglo XIX dejaron sus marcas 19 los desarrollos posteriores. Asf, el siglo XIX hispanoamericano asistié a la emergencia de nucvos tipos de Tiderazgo, al despliegue ‘nuevas formas de movilizacidn y a una proliferacién sin prece- Jdentes del bandolerismo rural. ¥, en ambos hemnisferios, esos pro- [cesos produjeron movilizaciones de composici6n social heterogé- Inea asi como lo eran sus orientaciones politicas. Pero, de algtin Imodo, esos procesos de movilizaci6n politica se entrelazaban tam- bbign no sélo con las disputas feroces que la crisis de legitimidad bia abierto sino también con las estrategias de resistencia cam- Ipesinay la redefinicién de las relaciones de los campesinos con el lestado. Dos mbitos territoriales lo ejemplifican en plenitud. En la peninsula, la intensa experiencia de movilizacién politica desa- {rrollada durante la guerra de independencia se entrelazé con el ‘conflictivo despliegue de la revolucién liberal y ese contexto habi- Jité muy diversas formas de intervenci6n campesina y de forma- ‘cién de coaliciones sociales que signaron la historia espafiola du- rante el resto del siglo.!! En el Peri, la crisis de independencia abrié un ciclo de proliferacién de bandas y de montoneras que no habria de cerrarse hasta bastante después de la guerra del Paci coy que configuré un conjunto de experiencias de movilizacién muy diversas en sus crientaciones y alianzas.!? De esta manera, Guerrillas”, “partidas”, “montoneras” fueron términos que inundaron los discursos politicos hispanoamerica- ‘nos del siglo XIX. Sin embargo, es preciso recordar que el término montonera se incorpors a la historiografia a través de las descrip- ciones que dejaron sas contemporaneos en un denso entramado de textos dejados por viajeros europeos y norteameticanos, alusio- nes de la prensa politica de la época y memorias de lideres politi- os y/o jefes militares y los primeros ensayos biogrificos € historio- grificos que produjeron ellos 0 sus inmediatos continuadores.) Estas referencias resultan de indudable utilidad para indagar las percepciones que tuvieron las elites letradas de las montoneras pero no pueden ser lefdas como descripciones casi etnograficas. Ante todo, porque montonera era un término dotado de una tido Halperin Donghi, EL idioma espatiol ha dado a los otros la palabra guerila,apli- cada a partidario que hace la guerra civil, fuera de las formas, con paisanos y no con soldados, tomando a veces en sus de- predaciones las apariencias yla realidad también de la banda de salteadores ‘La palabra argentina montonera corresponde perfectamente a la peninsular de guerilla.” Sarmiento estaba advirtiendo acerea de un proceso de alcan- ce mayor y de una perspectiva amplia cuyas posibilidades seria bue- no volver explorar. En el imperio espanol, a ambos lacos del Atkan- tico, a crisis del antiguo régimen abris innovadores procesos de | fuerte carga despectiva y, como ha ad 16 RAUL O. FRADKI evocarlas era mentar a los “caudillos”.|° De este modo, si “caudi ilo” era el término elegido para denostar a un jefe politico atribuy yéndole un origen ilegitimo a su poder y un estilo “barbaro” al ejer cicio de su autoridad, “montonera” designaba una forma también] “barbara” de accién armada. Se instal6 asi una simbiosis comple! entre caudillos y montoneras En esta construccién dos temas resultaron inevitables. Uno fue resaltar tanto los lazos de obediencia y lealtad que mantenian los| ‘montonetos con sus lfderes como el fervor y el entusiasmo con que luchaban. Esos comportamientos fueron atribuidos al supuesto ata vvismo de los paisanos y no podia derivar sino en la negacién de su cardcter politico. En consecuencia, el “entusiasmo” de los monto heros era presentado como una manifestaci6n instintiva de su cie4 gaadhesién a un caudillo o como resultado de la capacidad de mas nipulacién de éste. En una formulacién mas tarda, pero no meno influyente, la explicacién se mantuvo inalterable aunque se centr en la obediencia con que los peones debian seguir a sus patrones transmutados en jefes politico-militares. Junto al cntusiasmo, muchos contempordneos reconociero! —no sin sorpresa— otro atributo de las montoneras: esa forma “barbara” de lucha terminaba siendo notablemente eficaz para en- frentar a los ejércitos regulares. Para explicar tamaiia eficacia ape- laron no sélo al fervor de los montoneros sino al conocimiento que tenian del territorio, a la flexibilidad organizativa que les per- mitfa constituir répidamente una fuerza numerosa 0 dispersarse con notable velocidad y a lo que percibfan como la notable violen- cia que desplegaban. En consecuencia, esas presentaciones termi- naban enfatizando los actos de “saqueo y pillaje” que practicaban. las montoneras y, casi inevitablemente, tendieron a asimilarlas a bandas de salteadores. De este modo, asi como caudillos y monto- neras eran inseparables, se generé otra simbiosis equivalente y complementaria entre montoneros y bandidos. Esta tradicién interpretativa empe76 a constituirse al mismo tiempo que el fenémeno comenzaba a desplegarse, fue incorpora- da por la historiografia y ha tendido a configurar una suerte de (riada inseparable entre caudillos, montoneros y bandidos. Por ejemplo, para Sarmiento “El gaucho sera un malhechor 0 un BUSCA DE UNA MONTONERA 1” lo, segtin el rumbo que las cosas tomen" mientras que, al mo tiempo advertia que “Rosas no ha inventado nada; su talen- ‘consistido s6lo en plagiara sus antecesores y hacer de los ins- Drutales de las masas ignorantes, un sistema meditado y coor ‘Lopez, en cambie, era mas rudimentaria. Artigas era un “ban- olero” y un “caudillo siniestro” acompaiiado “de malas gentes y ‘vagos 4 favor de un genio astuto y pérfido” y por oficiales que auténticos “forajidos” como “el negro Casavalle”, el “mulato nearnacién”, el “incio Amicho”. La montonera, por lo tanto, ve- nfa a expresar los atributos que Lépez asignaba a la poblacién del ral, esa “mezcla” de indios, mestizos 6 gauchos “més desmora- a y més brutal ahora, por el desorden revolucionario, que lo que habjan sido las tribus primitivas”.!? La perspectiva que desarrollé algo después José Marfa Ramos jfa tenia mayores pretensiones de interpretaci6n psicosocio- {que estuvo disponible por mucho tiempo. Conviene, por lo tan- {o, presentarla brevemente. La “multitud” de la que surgieron los ‘caudillos era “barbara y montaraz” y las montoneras “tenian sin Iduda cl dejo acre de la influencia de esa sangre [indigena]". Pa- fra Ramos no habia dudas: “su comin origen” se probaba por las. porracheras homéricas, la igualdad sin clases, sus armas y el odio ‘ala ciudad, residencia del extranjero, es decir, del espariol, su co- Jory hasta el tipo desu barba, de su mano, de su pie”, Esa multi- ‘tud —y su forma especifica, la montonera—era una “turba aven- turera y antisocial” formada por “mezclas y mestizaciones heterogéneas” de “indiadas turbulentas”, “desalmados montara- ces de las islas” y “gentes que habitaban las casuchas de paja y de construccién prehistérica”. Esa multitud “sin ley ni religién” te- fa en las “indiadas” a “su tejido conjuntive”. Sus integrantes “Po- sefan apenas una vaga nocién de independencia” pero no tenfan “ni el mas pequefio sentimiento de nacionalidad, ni menos, p- ra qué repetirlo, idea de aquel famosisimo gobierno federative que 18 RAUL O. FRADKW DE UNA MONTONERA 19 escritores avanzados, por no llamarlos con otro nombre, les har Todos empujados por méviles puramente personales, pasiones atribuido.” Para Ramos Mejia, por lo tanto, las montoneras nd _estrechas, nccesidades urgentes de la vida, pequefios semtimien- podian tener objetivos ni contenidos politicos y se trataba d “simples correrias de vagos y bohemios” en las cuales las multitu des terminaban imponiéndose a sus jefes y lo tinico que queria “era pelear y robar, sin sujeci6n y sin importarles un ardite cu: era Ia forma de gobierno que se estableciera o la provincia qu se sobreponia.” Sin embargo, fascinado por el especticulo que descri Ramos Mejia i creta atraccién del poblado, de la estancia rica, de la pulperia tentadora.!® tos hostiles o simpiticos [...] Ninguno sabe, ni del pais en que vive, ni la forma de gobierno que lo rige, ni siel hombre que lo manda es espaitol » turco, rey, presidente, director o triunviro, Ninguno conoce jefe 0 caudillo todavia, autoridad alguna que Jo obligue [..] ninguno pregunta a dénde vay a qué, porque el que va detras va siguiendo al de adelante por alguna de las ra zones expuestas; les dos, al que va a su cabecera, y todos, Ia se ‘Todo comenzaria con que “El mis caracterizado envia su mensaje al rancho inmediato para solicitar al paisano y a sus hijos, dos, tre © los que puedan concurrir”, Nos presenta asi una conjetural de cripeién de lo que los paisanos llamaban la “reunién”. Como un: cadena el mecanismo se reproduciria una y otra vez: “éste, a s compadre 0 aparcero, que no dista una legua de su casa y que por gratiuud de regalos y préstamos de caballos o de otra cosa, se sien: te movido a acompatarle”, A ellos se agregar una diversidad d sujetos: parientes de otros vecinos, “el acarreador que vaga por comarca sin ocupacién conocida”, “los hombres sin trabajo y sin objetivo de vida, estimulados por la grata perspectiva de la tropilla de caballos ajenos", “los que por algtin motivo tienen que salir del ago”, “los que sienten el aguijén de su espiritu aventurero", “Ios, cuatreros”, “los que desean andar por necesidad de sus miisculos”, “los desertores y los inconscientes”. Qué los movilizaba? En la pre- sentacién de Ramos s6lo tratan de “seguir a los otros que son sus amigos, sus paricntes o simplemente conocidos: obedecen al im- pulso que paulatinamente va moviendo a cada uno”. La montone- ra, de este modo, establece “un principio de comunidad” y a par- ir de ella se “establecera mas tarde la solidaridad general que hace hacerlos hasta cierto punto indestructibles”. La montonera seria asf una aglomeracién de diversos individuos dotados de muy di- versas motivaciones y lazos que constituye una entidad comple- tamente nueva, Sin embargo, todo el razonamiento apunta a una conclusién principal: ~ Las visiones de Lépez y Ramos Mejia, tan distintas pero tan convergentes, son s6lo dos ejemplos entre muchos que se podrian y que ilustran la impronta de aquella experiencia en la me- joria hist6rica de la clite porteia y sus intentos de elaboracién. ro no era el tinico relato en circulacién, Mientras tanto, los fo- ines populares estaban ofreciendo una imagen inversa de la jontonera, épicay remntica, que aun manteniendo como eje in- xrpretativo la oposicién entre montoneras y regimientos regula- invertia las valoraciones. Asi, Eduardo Gutiérrez oponia los ai tos de las montoneras a los que asignaba a los regimientos de jinea, enfatizaba su cardcter voluntario y destacaba que actuaban sin més disciplina y freno que su amor al caudillo”.!? Se trata tan sélo de ejemplos de tradiciones interpretativas que eguirin operando, mutando y transformandose por mucho tiem. 0 en Ia produccién historiogréfica. De esta manera, ambas ima- es rivales coexistieron de mal modo. Sin embargo, hacia los 10s veinte, y con mucha mayor fuerza desde la década de 1940, -omenz6 un ciclo de revalorizacién que legard a su climax en los tenta, con las conocidas implicaciones politicas y culturales. Es- revalorizacién de caudillos y montoneras (porque seguia impe- indo Ia idea de que eran inseparables aun analiticamente) se ;nsformé en el tema central de una produccién a medio cami- 10 entre el ensayo histérico y la polémica politica. Esta vasta liografia postul6 imzgenes transhist6ricas de las montoneras que ban desde presentar'as como una reaccién popular, espontanea 8 RAUL 0. FRADI ¢ instintiva de los pueblos del interior contra la “oligarquia por fia” (e, incluso contra el imperio briténico)'® hasta aquellas qq insistian en verlas como una reaccién anticapitalista, también i tintiva e incapaz de organizar la sociedad de un nuevo modo, Mientras tanto, una historiografia mas académica, pero con n cho menos capacidad de penetracién en el clima cultural, pre: taba a las montoneras como la manifestacién por excelencia d capacidad de manipulacién de sectores subalternos rurales parte de los caudillos apelando a relaciones de clientelismi proteccién; un séquito integrado por una peonada adscripta qu movilizaban los terratenientes y jefes militares, y cuyo senti politico estaba dado por esa manipulacién transformando poder privado en uno piiblico ante la ausencia de un poder i titucionalizado.”? Este itinerario deja un saldo si se quiere paradéjico. Cualq ‘ra que sea la naturaleza que se les asigne a las montoneras, no rece haber dudas de que se trat6 de un fenémeno social que bia sido decisivo en el desenvolvimiento de la lucha politica y u de las formas mas evidentes a través de las cuales se canaliz6 la tervencién popular en la politica. ¥, sin embargo, la naturaleza litica del fenémeno no fue indagada mientras que sus posibles sonancias sociales quedaron reducidas a formulaciones genéric y ahist6ricas. En otros términos, desde sus mismos origenes montoneras han sido mas que conocidas, pero interpretadas de modo tal que hacfa innecesario su conocimiento. En todo cas ninguna de esas perspectivas ofrecié un anilisis minucioso y piricamente consistente de las montonerasy todas compartian negacién comin: tanto Ia hip6tesis de una reaccién espontn como la hipétesis de la manipulacién tendfan a eludir la consid racién de la cultura politica campesina y sus modos especificos. interpretaci6n e interpelaci6n. En esas condiciones, los intent de conceptualizacién surgidos desde las ciencias sociales sin s tento empitico tampoco ofrecieron ni impulsaron estudios solic y sistematicos.”" Y los acercamientos que buscaron un enfoque novado y pretendieron indagar el mundo de las montoneras ‘mo un capitulo del llamado “bandolerismo social”, pese a se} rarse (y oponerse) tajantemente a las miradas criminalizadoras JBUSCA DE UNA MONTONERA a ppistoriografia decimondnica, no han podido superar la simbio- se aquella triada fundante.”” ; ‘Sin embargo, un repaso de textos recientes sugiere que las co- estan cambiando y tienden a orientar a la historiografia argen- hhacia una perspectiva més semejante a las que han primaco ‘a otras zonas de Latinoamérica. Algo parece claro: fenémenos uy distintos pueden esconderse detrés de la misma denomina- ‘6n de montonera Fenémenos distintos y precisamente localiza- dado que una manifestacién aparentemente andloga puede es- expresando tradiciones politicas y culturales diferentes en mntextos diferenciados. Asi, las montoneras no parecen asociar~ ‘con un determinado (y menos inalterable) alineamiento politi yy la evidencia latinoamericana muestra que las hubo “patriotas” “y ealistas”, “liberates” y “conservadoras”, “federales” y “centralis- ‘as’, Esta simple evidencia, por lo tanto, invita a verificar primero ¢ indagar y explicar después, no solo la identidad “federal” de las montoneras sino también los contenidos posibles de esa adhesi6n. Tampoco puede afirmarse que tuvieran una composicién social 0 éinica exclusiva y decir campesinas esté lejos de ser suficiente sin indagar los rasgos especificos de esos campesinos: las evidencias sugieren que aunque siempre se reclutaban en el medio rural hu: bo montoneras multiétnieas, otras en las que primaban los escla- vos fugados, aquellas predominantemente indigenas, pero tam- bién las que tenfan a campesinos criollos como protagonistas por excelencia, Por tiltimo, estos studios muestran que no siempre las montoneras eran pelotones “irregulares” de caballeria sino que frecuentemente las integraban fuerzas milicianas. Sin embargo, es- td constatacién tan decisiva no debiera levar a cerrar las posibili- dades de analizar aquellas experiencias que pongan en evidencia otra trama de relaciones y liderazgos. Por lo tanto, es preciso plantearse algunas preguntas: geran las montoneras espacios sociales que forjaran algtin tipo de identidad colectiva? ¢Cémo ce reclutaban sus integrantes? ¢Qué lazos socia- les los unian? uisicronaprehender) pueblo “fingiéndose ser monto- Jes hizo firmar un papel que “ rometidos| re cciarie Mena pera a ulie aun oficio que hicieron Jos que bajo suseribimos 4a ; ab I e. Mer rd, un change le Seek cee eel nuestra Provincia {A esos vecinos, ademis, les exigié contrib’ lo, que el comisario habia sido acca ie ne Siac, ciones “para auxiliar a su gente”. Es decir, que lejos de realizar un brado juez de paz y comisario “) Pheoes, que Habis saqueo generalizado, las contribuciones fueron exigidas a los vec eeren aareze quad 'y que eran Montoneros”. Be- nos principales —en especial a los pulperos— y s© anuncié que ela Cafada ae oa particas intentaron atacar su estan- sors cciones estaban dirigidas solo contra Ios “Europes y Extran reguridad que tengo egestas jeroe’. DIvecson tes c "il 4 que tengo en mis fuertes". A eso de las diez de la no- jeros”. Diversos testimonios cotnes Be satel Macho tarts jet ein gurrai ir aero eto del pueblo Tos robos fueron proibidos ba eyes adntea in anni Jo amenaza de fasilamiento y os montoneros recibieron esti red eed kee rdenes de su jefe de no afectar a los “hijos del pais’. Meién disponible en mail eae ee que Ia in- Ta primera autoridad en llegar a Navarro cuando ya Jos mon as lcaba que eran cuatro- toneros habian abandonado el pueblo fue el comisario Casal, We rescatar leconcl n sorprendido a Navarro. Conviene, quien se dirigié inmediatamente a la casa del alcalde don Manuel onclusién del informe de Belliera: Jose Santana en la que se habfan reunido unos vente vecinos) Te ‘orden6 reunir “aun por la fuer Go, Tras ello, le quité las Haves de la comisaria a Gil ee ere cal oe Nombradio por Benitez) ylo arresté, Hacia la una de la madirus le percon dauawinionnn el Pueblo & nadie fuada aparecié en el pueblo Pedro Galup con veintisiete vecined So nara siya aang que babia logrado movilizar en el Durazno pero éste se negé a ata es el cesnkenas 4 que tomaron porque era montonera. Tal podia servi al pueblo en caso necesario sin saber ciertamente el todo? atria es nada, el triunfo de sus pasiones Primero de que se componia la fuerza de los Ladrones", A eso de Ins dos, legé el capitin Manuel Segovia con sesenta blandengues Sin dud 3 1 bland in duda se trata de un relat ray de Lobos y junto alos hombres de Galup y su partida saligron al! gos después de saber desenlace yen el que Bellic ee ae Lote peter pero noo pdieron encontar. le det cst dedcihs cone ouiersiaccnonacio oon Segundo de Benites,y no de los que Policia persegufa con ermB acosaron apenas ruvo las primeras eaece athe wwe, tpeno por ser ladiGn gavillero™ BI 16 por Ia masiana legs al pue- desu informe podemos saber ee Pee Povronel Izquierdo, quien recibi6 a los presos. Una vez quel en el pueblo lo primero Se a an cores Casa le informe acerca de las dudas que le generabal lado “para dar ‘rincbio a mis fae ee chara eh Ss la ae del cura, Izquierdo ordené su arresto y trastado:a ERG tde las ocurrencias®. Tanta’ eae earns y ésperar eles E aber ido al I pla de cates Ciinatx no era.otro que sorprender mips Wee is siete dbl pea dds quan barar (0 BENITEZ. YSU MONTONERA 7 36 a: de qué'se trataba? de una banda de Jegarse en la propia plaza mayor. Sin embargo, todavia pa- todos las vecinos de la 70N® se emonera"? ‘Sino eran més que fa 15, el jefe de policfa seguia informando al gobierno que riminales y “seres miserables para qué solo habfan sacado “algtin dinero” a los pulperos “pagando rasta las reses"? n de la montonera vez derrotada Ia montonera intenté mantenerse unid: aust = ay El fallido ataque a Ja Villa de Luj prsobre Navarro. Pero fue s6lo por un momento y répidamen- Después de acrecentar sus pertrechos y el nimero de sus fees sg montoneros se dispersaron. Por lo que sabemos, Benitez fue espués de acrecentar st oe dial eros hacia la Villa de Layjan dome de su mujer —Juana Zapata—y, al parecer, pensaba esca- tvos Benitez dirigig aos arr del de diciembre, Los entre del otro lado del Salado para ir a buscar refugio a Los Gerri- pas terminado al comenzar la mafiana pues Jaya por entonces famosa estancia que Rosas tenia en Monte. tamientos parecer del comnisario Sempol informaba al gobierno ‘No fite feliz aquella nochebuena para Benitez: el mismo 24 de aa siete un parte el coms jembre fue apresado por un alcalde de barrio a quien crefa de de lo que alli habia sucedido: de irrumpieron en la mads fanza ya cuya casa habfa ido en busca de refugio. Desde allt . 1a como de cientoy tan- remitido inmediatamente a la Guardia de Lobos donde, a las En la madrugada de este ds, un — cane omit de la noche, en el calabozo del cuartel del Regimiento 6 de Ca- tos salteadores todos armados d¢ teree te eblo todo estaba leria de Linea, le fue tomada la primera declaracién que “por aia por su eid princi Pose tH ee aone calc acas Soe tea en alarma desde la noche antesior Po easy os puntos del Ya para entonces el detenido era nombrado porlas autoridades hhabianrecibido, bree una bzarra defensa. Noob ilitares como el “caudillo Cipriano Benitez”. Poco después fue tras- Gabldo,ytoree de Soe i Fitinereeoe inmvaniposes ado a la carcel de policia de la capital, donde el 31 de diciembre tante ella, no pudo evitarse que los facinero t6 nueva declaracién. Ese mismo dia, el jefe de policfa elev6 los tececlentes al ministro de gobierno —don Julian S. Agiiero— quien €] 2 de enero la derivé al jue de primera instancia Bartolo sién de la Plaza y se dirigiesen a derribar las puertas ce mi a say de D. Alvaro Barros, lo que no pudieron practicar sine ta primera por que en el momento cargé el Sor. Coronel D. Partida que dos horas antes habia Ie- ueto para que “juzgue breve y sumariamente al reo" al mismo tiem- Juan Taquierdo con wna Pan Lujan, Esta carga yla brava y )que le recomendaba “la pronta terminacién de esta causa”. Sol ado en 20x de oy el vecindari ls hizo poner en fi el juez no dudé en cumplir los deseos del ministro: al dia si abstinada defense, dando por resultado que de lag biente dispuso la orclen de prisién y el embargo de los bienes del ga por diferentes direcciones dando Po ta de quince 4 vein- ado y pronuncié su sentencia el 8 de enero. En ella consignaba villa quedaron en el campo y entre is oe we omisario ple Benitez era un caudillo de una banda de criminales y todas las Fer evento en calidad de pre.” ibles conexiones politica fueron desestimadas. de Navarro que le habjan tenido en cai El tramite judicial no habia tardado siquiera una semana y to- " es, In montonera habia pasado a contar fe siguis con el mismo vertigo. Dos dias después el agente fiscal del En un dia, entones i sae res pero ni aun asi pudo Beni fitimen aval6 Ia decision del juez recomendando a la Camara su con a un rea villa uunque los enfrentamientos Megara probacion. Al dia siguiente los jueces de la Camara de Apelaciones tex apoderarse illa a Al 38 RAUL O. FRADE (Alejo Castex, Miguel Villegas y Juan Cossia) ratificaron Ia sen cia y ese mismo dia el ministro Agitero ordené que se cumpli fe de policia que procediera a Tlevarla a cabo “con Ia calidad, pronta ejecucién y de que su cadaver sea puesto a la expecta piiblica en la horca’.!! La condena debfa cumplirse en el mis ugar de los hechos para cumplir su funcién de vindicta public pedagogia social. Yast se hizo, en la mafana del 19 de enero en plaza mayor de la Villa de Lujan. ‘La prensa de la época no dej6 dar cuenta de estos sucesos.Y 15 de diciembre aparecié en el Mensajero Argentino una nota tt “anvotos”. En él se informal: tina pata desalteadores ola audacia de penetra a pe pid Navas, yaresrande de aguel punto con olenca ope algunoshabantesinocents para abular sme: es al eaza de ata la Vila de Lan ements fecha verte encont elt excrento qu demandabs #9 ten- sor cprendo ado completamente deshecho yacicilado ee gc lor malades por un destacamento de mili sera dal oronelcomandanieD. Juan lqsirdo, quien en ane ofcal manifesta quealguncr de tos fgivos cor- Sheen los eardaleshaban sido press y que coninabs peniguiéndoles Elarticulista no dejé de extraer ensefianzas de los sucesos: Este hecho que ha tenido un desenlace tan pronto y feliz, pues 4 penas ha habido el intervalo de pocas horas entre Ia primer noticia del ataque al pueblo de Navarro, y haberlos es- tarmentado cn Lujén, puede cortar los males que se dejaban sentir por estos malvados que comenzaban 4 infestar la cam- pata. Con todo, el atrevimiento con que se han reunido pax ra hacer sus depredaciones prueba la necesidad que habia de poner remedios efieaces para aniquilarlos y hacer un castigo jemplar. Las medidas que el gobierno ha dispuesto al efec- to, limpiaran sin duda la campaiia de Iadrones: con todo re mientras que el juez Cueto no perdifa tiempo en comunicarle al 10 BENITEZ YSU MONTONERA 39 jendamos mucho 4 la policia el mayor celo en este asun- , porque en estos dias anteriores se han cometido algunos sxcesos, quir4s mas que en otros aiios en la misma estacién. Es verdad que al abrigo de los cardales casi toda vigilancia se hace initl; pero cl emperio de la autoridad, el severo castigo yy la continua accion de los comisarios, acobardaria a los mal= hechores y pondrfa en seguridad algunos puntos de la campa- fia, principalmente los del transito que no se podian frecuentar sin riesgo. El cardcter delictivo del movimiento quedaba enfatizado y el ico no aludfa a ninguna conexién politica. El dato es impor- te, en la medida en que se trata de un periédico que expresa- la facci6n politica gobernante. En este sentido, los sucesos fie presentados también como una excelente oportunidad para ypiar”, de una vez por todas, la campana. E128 de diciembre volvié a ocuparse del tema. Nuevamente articulo se titulé "MALEVOLOs”, informaba que habia sido apre- \dido “el caudillo Benitez, cabeza de la partida de Salteadores” roclamaba que “La campaiia esti enteramente libre de esta ga- ". EL de enero el periddico seitalaba que ya habjan entrado la cércel veintidés individuos y adelantaba que la causa se halla- en un estado bastante adelantado y pronto se tendria el resul- lo. Dias después, el 12 de enero, el periédico publicaba la sen- cia, sin mayores comentarios. Por su parte, The British Packet también se ocupé de los suce- - El 20 de enero reprodujo la sentencia judicial. Luego el perié- ico agrega: Esta sentencia fue cumplida el sibado pasado, en Lujan, y se es- pera que con la muerte de estos delincuentes el campo queda- 14 libre del terrible flagelo con el cual él y sus hordas acosaban «a pacificos habitantes, desde hace varios meses, de modo que ni los particulares ni las mismas autoridades ptiblicas merecian ningtin respeto de parte de ellos, hasta que, sobrepasando los limites que la prudencia dicta atin a los ladrones, se precipi- taron al destino final que hombres culpables de sus hazanias o RAUL O. FRADE (0 BENITEZ YSU MONTONERA 4 merecen tan plenamente y que una justicia no vindicativa habia presi demandado en vano durante tanto tiempo." Pero, al menos en este caso, era claro que no se trataba de una ple gavilla de salteadores, Ante todo por su-magnitud y por la idfa de sus acciones. De modo que exigié una amplia moviliza- in de todos los dispositivos represivos existentes. Ta montonera indujo al gobierno a adoptar varias medidas de nergencia y la més inmediata fue la formacién de dos comisarias jordinarias y méviles, cada una de las cuales contaba con una tacion de veinticinco hombres. A su vez, el gobierno buscé acen- pr su capacidad de controlar el movimiento de personas, espe- slmente en sus fronteras. Asi el 19 de diciembre el jefe de poli- fordené al comisario de San Nicolas que tomara medidas, las, firmes, para evitar que pasaran los “vagos de la campaiia” a nta Fe huyendo del servicio militar: La evidencia disponible su- fere que tras la derrota de los montoneros se acentué notable- snte la persecuci6n de vagos y desertores,de modo que para el #1 de diciembre el jefe de policia se quejaba de que la carcel pit- ica estaba “Ilena de facinerosos y se auumenta cada dia con los que inden por la Policia” al paso que se demora considerablemen- ‘el juzgamiento de los reos”. Entre las medidas de excepcién que sugeria el comisario estaba que no se interrumpieran los juicios sr las celebraciones de fin de aito mientras el gobierno le exigia alos jueces de primera instancia “la urgente atenci6n” a las cau- as con preferencia a las que lo demandan por su “naturaleza y “sin necesidad de pruebas”. Como vemos, las autoridad scendencia”. 1¢ de las elites urbanas— optaron p Podemos realizar una estimacién de las fuerzas inmediatamen- as posibles implicaciones poli te movilizadas contra la montonera. Al parecer desde la Guardia la montonera @ una mera Lujan, el coronel Izquierdo comands una fuerza de al menos incuenta milicianos. A su vez, desde Lobos se movilizaron unos De este modo, también este periédico analizaba la situa como una oportunidad para erradicar el “terrible flagelo” que nnfa asolando la campaiia en los tltimos tiempos y que habia ale zado tamatia osadia. Benitez era presentado como “el jefe de ny merosos bandidos que cometieron toda clase de depredacione’ ‘crimenes despiadados, con impunidad, durante mucho tiempo sus seguidores como “Iadrones”. ‘Sin embargo, a diferencia del periédico oficialista también go referencia a algunas de las dectaraciones que Benitez habia lizado aunque preferia desecharlas: Después de haber sido apresado, hizo una cantidad de declara- ciones que implicaban seriamente a varios respetables ciudada- nos de Buenos Aires, entre los cuales se encontraban algunos diputados al Congreso, ya 10s gobernadores de Santa Fe y doba, afirmando que habfa sido incitado y alentado por el pri- mero y que habia recibido seguridades de asistencia y coopera- cién del segundo, Estas afirmaciones, tan peregrinas © increibles, junto con sus contradicciones e incoherencias, fue- ron suficientes como para considerarlas falsas, sin necesidad de pruebas. yal parecer buena part. no profundizar la indagacion de k ticas y optaron por cireunscrib ion criminal. Mas atin, esos mismos sectores —y la nota pel distica asi lo corrobora— preferian ver en la derrota de 4 *gavilla de forajidos” una oportunidad de ordenar Ia camp: definitivamente: era el momento para acabar con “La histo ide las hazaiias de estos bandidos”, una verdadera “serie de I rribles y barbaros robos y asesinatos” ocurtidos en octubre y # viembre, y que las autoridades atribuyeron a esa banda. ‘cuenta reclutados por los comisarios entre “gente de su confian- 22° # A ellos habria que agregar el personal subalterno de los seis juzgados de paz de la zona (ocho alcaldes y unos cincuenta y ocho tenientes).° Es decir, que pueder: haberse movilizado unos 230 2 {0 BENITEZ Y SU MONTONERA ry manos, el padre, un tfo y un sobrino. Por ejemplo, el mismo 25 hombres cuando un regimiento miliciano de caballeria tenia p entonces cien efectivos. Pero la movilizacién, sin embargo, del de haber sido aun mayor: por lo menos deben sumarse los vein siete hombres que el recaudador de la Contribucién Directa loy reunir en la cafiada del Durazno, los veinte que convocé el al de de Navarro y una cantidad indeterminada pero numerosa vecinos que participaron en la defensa de la Villa de Lujan. Co viene advertir que ese dispositivo represivo era en gran parte di emergencia y bastante improvisado. Ello no es casual dadas las c cientes dificultades que tenia el reclutamiento de efectivos para k fuerzas policiales y que solfa llevar a seleccionar algunos miembs de la tropa entre los mismos perseguidos: por ejemplo, a fines enero de 1827 el comisario de Lujan informaba que habia recil do diecisiete presos de los cuales tomé cinco “para el completo su Partida”.*® Algo es bien claro: la estructura policial era ins ciente para afrontar desafios de esta magnitud y fue necesario m« vilizar el conjunto del aparato militar y miliciano de la zona y, m: aiin, a parte de la poblacién. diciembre el comisario Sempol remitia detenido a su hermano “creyéndolo sospechoso y también por haberme informado juez de Paz de esta Villa que ha poco que ha salido de la Carcel, ‘esa capital en donde estaba por ladrén y que puede muy bien, erse escapado de ella”: contra Juan no habia ninguna prueba jvo ser hermano de Cipriano y haber estado en la carcel. Dias :pués, lo mismo sucedia con su tio Martin, Todavia a fines de ero de 1827 el comisario de Monsalvo informaba que estaba tremando las medidas para detener a otro de sus hermanos, jonisio. En esta persecucién tuvieron un destacado papel los vecinos Jos pueblos y los comisarios y jueces de paz que entre ellos se clutaban y con quienes estaban indisolublemente ligados. En un forme fechado el 8 de enero el juez de paz de Lujan trazaba una ‘ca imagen de la familia Benitez y afirmaba que eran “todos (sin ,pcidn de sexo) conocidos ladrones y temidos en esta jurisdiecién smo el azote de la humanidad”: ‘el Pade y la familia, solo habitan su vecindario para dar abrigo a cuantos ladronesy forajidos se refugian allien clase de peones, uusurpando de este modo los demas el honroso titulo de Agricul- (ores y Propietarios con que cubren sus iniquidades mantenién- dose a expensas del vecindario. Estos son los mismos que, des- La revancha de los vecinos En su informe del 14 de diciembre el comisario de la Villa dé ‘Lujan habia destacado la reacci6n del vecindario: pués de previos y eausados en diferentes épocas, han promovido yhecho cabeza actualmente en latropa de ladrones que acaban de asaltar la Guardia de Navarro y esta Villa, comandado por uno de sus hijos llamado Cipriano y con él otros de la parentela. La masa de la poblacién esta actualmente reunida en la Plaza, animada toda del mayor entusiasmo: clama por que en el mo- ‘mento se hagan ejemplares sacrificando hoy mismo en desagra- vio del Pueblo las eabezas de todos los que han caido en nues- tro poder y suplican por que en el momento s¢ les provea de capital, de municiones y armamentos porque por relaciones contestes de los presos se sabe que el caudillo principal de la g2- villa (que es Cipriano Benites) espera momentos de cuatrocien- tos 4 quinientos hombres de auxilio de Santa Fe y Cérdoba."7 En su presentacién el juez no se olvidé de enfatizar que s6- Jo estaba “uniendo sus votos al de los principales vecinos y fami- Tias de esta jurisdicci6n” y la nota vino acompafiada con la firma de once destacados vecinos de la Villa: en su nombre reclamé que esa “raza de ladrones y asesinos” sea extirpada del partido y para ello propuso “la justa medida de subastar judicialmente” la propiedad de los Benitez “con el objeto de desarraigar hasta sus iiltimas afinidades” Tras la detencién de Benitez buena parte de la tarea defensi- va se volcé sobre la familia y en pocos dias fueron detenidos los, [ aan (0 BENITEZ YSU MONTONERA 4s Un sugestivo documento completa el panorama. Se trata, un romance anénimo, al parecer escrito en Lujan y de fecha it precisa, que oftece un detallado relato de los acontecimient Su contenido puede advertirnos acerca de la magnitud que hechos tuvieron para sus contempordneos. Para su autor, no hi diudas acerca de la composicién del grupo atacante: se trataba) ‘una gavilla de salteadores compuesta de famosos criminales. Navarro) y el pueblo es presentado como un todo, firme, uni- 'yaguerrido. La batalla es relatada en tono épico acentuando la icién entre la cobardia de los atacantes y la valentia de los de- lores: ante todo de los “milicianos aguerridos" y en especial de jefe, el coronel Izquierdo, De este modo, tras la “feroz jornada” ‘Villa vuelve a un estado de armonia y estalla en regocijo: ha tun triunfo del pueblo y sus familias. Pero no sélo de ellos: Erase un salteador famoso y guapo, Que pudo al fin lograr el ser cawlillo De algunos tan famosos salteadores Que en cardales vivian escondidos, Viles todos ladrones por supuesto Que arrastraban cadenas de delitos Y que errantes andaban por los campos Del gobierno y justicia perseguidos. Enseguida se acuerdan los humildes Que ha su Madre y Patrona le han debido Este grande favor entre muchos otros Que son de su Bondad brillante signos. Conocen que Maria de Lujan es Protectora admirable que ha querido ‘Amparar a su pueblo con la fuerza De su brazo terrible y patrocinio; P Yen esto se confirman; pues no hubo Hasta aqui, ninguna referencia a una montonera pers irc sete asggrta, nina Weslo descripeién de una trayectoria que implica una verdadera clave Mc parte deIoe ales que siguieron terpretativa del fenémeno: se trataba de una gavilla encabez alias leven el ore a " ‘ i leyes el orden constituido. por un “salteador famoso y guapo” que habia podido transfo fe en “caudillo”. El romance aclara que se proponian “saquear I Pueblos de Campafia” y cémo lo hicieron primero en Navarro dol de el jefe se proclamé coronel, apres6 al comisario y os soldads destituyé las autoridades locales y las reemplaz6 ademas de ex contribuciones. El autor de los toscos versos no escatimé adjeti para delinear con precisién los bandos enfrentados: de un lad Jos “famosos salteadores”, “Viles todos ladrones”, la “gavilla inf nal", los “ladrones, furiosos, inhumanos, atrevidos"; el “grupo malvados”, la “chusma’, el "grupo de bandidos”, la “turba de m: ditos" o “aquellos corazones tan impos”. Sobre su lider tampoc! tun “salteador famoso y guapo”, “caudillo”, “corifeo", “malvad« “carnicero”, “vil, cobarde y temeroso”. Enfrentindolos se alzan I portadores de la virtud: los pueblos de Navarro y, especialmen El de Lujan ““igilante” y ‘valeroso”. Justamente la mayor parte d romance est destinada a relatar y glorificar la resistencia de la Ila, Aqui no hay referencias a ninguna disidencia (como Por eso, el romance se detiene en relatar las “gracias accién, solemne le juran", c6mo al templo “concurren todos" y en espe- cial, las mujeres. El propio texto que tanto énfasis pone en resal- tar el cardcter delictivo de los salteadores no deja de presentar a Jos defensores de la Villa como leales al “orden constituido”. Mas ain: no deja de precisar una moraleja més secular: Orden, uni6n, respeto y abediencia Es preciso que unis al patriotismo Para que todos en vosotros vean Los fieles ciucladanos argentinos. Que la Iey respetais, que amadis cl orden, Yal Gobierno tratais de estar sumisos. Aunque todo el énfasis est puesto en destacar y subrayar el carécter meramente criminal del asalto, las connotaciones poli- 19584 46 RAUL O. FRADKIN, sRIANO BENITEZ Y SU MONTONERA a ticas de los hechos terminan por ser indudables. Pero también las sociales. anjeros y autoridades parece ser la dicotomfa basica que traz6 la yontonera. El objetivo de deponer a las autoridades locales se aso- Un primer punto es claro y preciso. El movimiento estuvo cla- ja entonces con el hecho de que el movimiento estaba impregna- ramente dirigido contra las autoridades locales judiciales y pol do de un fuerte sentimiento antieuropeo y antiextranjero, Dicho les, se proponia apresarlas, deponerlas y sustituirlas. En esto hay sentimiento, sin embargo, se combina con otros objetivos que pue- undnime consenso en todos los partes oficiales e indagatorias jux den haber sido movilizadores de la poblaci6n rural y concitado su diciales. Sin embargo, resalta un hecho: en ningiin momento se Simpatia, Se difunde asf un discurso de reparacién tanto que Be- postulé que el movimiento se dirigiera contra los curas 0 las auto- ‘nitez proclamé que sus seguidores serian satisfechos con las con- ridades militares 0 milicianas. Por el contrario, buscaron su adhe- Jbuciones impuestas “a los europeos", entre quienes estaban Ia sién. En segundo lugar, los asaltantes se identificaron como “mon- yyor parte de los pulperos. El sentido que transmite este discur- toneros” y como “federales”, Benitez sostenfa que tenfa cl apoyo so que tratamos de reconstruir fia una linea de demarcacién per- tanto de los gobernadores de Santa Fe y Cordoba como de los prin ‘amente compatible con Ia anterior y slo analiticamente dife- cipales lideres de la faccién federal bonaerense, y no dejé de pro- renciable. Kista se expresa menos en los dichos y mas a través de los clamar que su objetivo era “reunir gente de la Campafia para qui- hhechos y los gestos: hombres de la campatia enfrentados a los no- tar al Gobierno y poner a Don Juan Manuel Rosas"*! (aunque en tables de los pueblos. El contraste es nitido: no aparece ninguna este punto las versiones difieran respecto de si lo queria instalar referencia a que se hayan realizado asaltos, robos y menos saqueos como Comandante General de Campajia 0, como “Gobernador ‘en el ambito rural dénde sdlo encontramos referencias al rechata- de la Campaiia”). Hay también un tercer aspecto a resaltar: los tniento forzoso pero, muchas veces, combinadas con “envites". montoneros no sometieron al pueblo a un saqueo indiscriminado Si se retinen todas las versiones acerca de los dichos de Beni- sino que s¢ limitaron a exigir contribuciones forzosas y este com- tex se puede trazar el siguiente cuadro, La operacién en Navarro portamiento de la montonera implica una estrategia de alianzas, parece ser el primer paso de una mas amplia que luego debia se- consensos ¢ iddentificacién precisa de los enemigos. guir en la Villa y la Guardia de Lujan. Posteriormente debia dirigir- En consecuencia, si se retine el conjunto de evidencias hasta se hacia la capital para instalarse en Morén (el pueblo amenazado aqui presentadas puede trazarse un cuadro més complejo y menos por una “revolucion” en octubre) y desde allf pensaba comunicar- simple de la montonera. No s6lo no hubo actos de robo ni de sa se con Rosas. Bra Benitez, simplemente, un criminal que disfraza- queo generalizados sino que estaban firmemente prohibidos. Los ba sus propésitos aprovechando la coyuntura politica? O, en cam- principales afectados fueron las autoridades judiciales, policiales bio, gtan s6lo habia sido un mero instrumento de Rosas? Es € impositivas, las tres figuras contra las que se dirigié el ataque. Y todavia demasiado pronto para intentar una respuesta. Antes quiz convenga recordar que las tres eran figuras nuevas instala~ conviene tratar de escuchar las woces de Benitez y sus seguidores. das por el reordenamiento estatal de la década de 1820, aparecian ‘como los instrumentos de las nuevas exigencias que pesaban so- bre la poblacién rural y las tres tenfan sede en los pueblos de la campaiia, donde actuaban como emisarios del gobierno. Este com- portamiento adquiere mayor significado si se considera que el dis- curso de Benitez, marcé una crucial distincién entre los “hijos del pais” y los “extranjeros” entre quienes identificaba en primer Iu- gara “los Portugueses y Gallegos”. Hijos del pais enfrentados a ex- os montoneros ante la justicia Gémo eran juzgados los hombres? Para un sistema social, no hay mejor piedra de toque que ésta, Marc Buoca®® La policfa no demoré en cumplir la sentencia. A las seis y me- Ia tarde del 12 de enero une comisi6n policial parti6 hacia evando a Benitez. para ser ejecutado, Llegaron a la Villa a ‘de la madrugada y esa misma mafiana se llev6 a cabo la eje- j6n. Una vez que cumplié sus érdenes el comisario informé a superiores: En trece dias de dicho mes y afio se saeé al preso Cipriano Be- nitez de la Capilla y fue conducide con toda precaucién ala pla- za mayor de esta Villa de Lujin, donde esta colocada la horca fen que se ha de colgar y banquillo que se ha de fusilara los po- 603 pasos de su salida se le ley6 la sentencia en Alta vor del pti blico pregonero, y siguié la Carrera hasta dicho banquillo, don- de le fue leida la tercera ves la sentencia en los antedichos {términos;y se procedi6 a a terminaci6n de su vida; fue colocado en Ia horca, donde estuvo pendiente hasta las seis de la tarde, que fue descendido y mandado entregar el cadaver al cura de Luin, para que le hizo dar sepultura.*? Las actitudes que imperaron entre las autoridades frente a la mtonera no pueden desgajarse de la Sptica que ellas mismas ha- venido desarrollando ante el aumento de la criminalidad re y sobre ese mundo extrafio y desordenado, que era cmo per- ibian a la campaiia. Esa perspectiva habia informado las politicas trumentadas para construir un orden mas firme y que cobraron novado vigor a partir de 1825. Esas politicas se habfan orienta hacia una persecucién mucho mAs intensa de Ia “vagancia” y a sbtener tun control mucho més estricto de la movilidad de la pobla- i6n. Eran objetivos de dificultoso cumplimiento y para ello el go- \ierno exigia de las autoridades locales una actitud mucho menos — 50 RAUL ©. FRAD! tolerante y permisiva. Pero, ademés, implicaban una notable am pliacién de los contenidos de la figura delictiva de la *vagancia’ ‘que ahora abarcaba incluso a familias enteras y a un conjunto cad, de practicas sociales. Simulténeamente las dispos ciones oficiales iban dejando de diferenciar distintas penas para é mismo tipo de delitos segiin la “condicién” del imputado para ems pezar a construir una prescripcién mas afin a un perfil de clase. ‘A.su ver, destinatarios precisos de esas politicas eran también el niimero creciente de desertores y evasores del servicio que p Tulaban tanto en la ciudad como en la campaiia y para quienes s impuls6 una politica mucho més dura que incluyé reimplantacién de la pena de muerte. intimamente asociado a esos objetivos bia otro: la valorizacién de los recursos ganaderos convertidos los principales bienes de exportaci6n convencié a las autoridad acerca de la necesidad de imponer una dura penalizaci6n de lo robosy en especial del abigeato. Desde el Tribunal Superior de Justicia se propugnaba que “ castigo sea imponente”. A principios de mayo de 1825 habia pre sentado un proyecto de ley penal que contemplaba las opinion no s6lo de sus miembros sino también de los jueces del crimen de los fiseales. Este dictamen reclamaba que los castigos fuerai “prontos”, “severos” e “irremisibles” y aunque el proyecto no fue aprobado parece oportuno recordar que contemplaba la pena de muerte para el delito de robo con fuerza o violencia.®® La idea, por cierto, no era nueva: ya en 1811 un bando establecié por todo el tiempo que este Gobierno tenga por necesario” la pena de muer: te en la horca para todo los “robos calificados”, es decir, aquello: que incluyeran violencia contra las personas.*7 En el mismo sentido, ese tribunal se expidi6 el 5 de abril de 182 E] Tribunal de Justicia ha erefdo muy conveniente que al ejecu- tarse las sentencias criminales contra los reos de delites graves y especialmente las de muerte, se fijasen impresas sus sentencias cen los parajes puiblicos y en particular en los lugares donde se co- metieron los delitos para que la vindicta puiblica quede satisfe- cha y las penas produizcan el saludable efecto del escarmiento. § MONTONEROS ANTE LA JUSTICIA 5 Esta concepci6n, por cierto, no contenia ninguna novedad. nembargo, debe considerarse que si bien la pena de muerte no f una decisiGn excepcional en la época tampoco era una pricti _generalizada, Aunque el tema merece atin un estudio preciso y lado, la evidencia disponible sugiere que en la época virrei Ja aplicacién efectiva de la pena de muerte en Buenos Aires fue y limitada y que muchas veces las mdximas autoridades judicia- terminaron conmutando por otras penas algunas condenas a jerte emitidas por instancias inferiores. A fines de la colonia una je de normas regulaba las practicas punitivas: asi, el reo debia preparado para el “buen morir’ estando “en capilla” durante ‘menos tres dias y la ejecucién debia ser piiblica “para que los 5 que lo vieren, y lo oyeren, rec:ban ende miedo, y escarmien- segiin prescribia la legislacién castellana. A su vez, se habia es- cido que la pena debia ser ejecutada de dia y, en lo posible, n el mismo lugar donde se habia cometido el delito, salvo que la cuci6n pudiera ocasionar tumultos.%° Como vemos, s6lo algunas estas practicas fueron respetadas en el caso de Benitez. Ello, quizas, esté mostrando una modificacién ocurrida tras la oluci6n cuando parece haberse hecho mucho mas frecuente la cin de la pena de muerte. Después de los imborrables suce- 0 de 1812 que Hlevaron al cadalso a connotados miembros de la elite portefia afines a la contrarrevolucién, fueron condenados a muerte no s6lo los enemigos politicos sino también condenados onvictos por robos en gevilla, asesinato, violaciGn y desercién. Un into observador como Juan Manuel Beruti no dejé de anotar (en suerte de diario que iba llevando de los acontecimientos que le recian atenciGn) reiteradas referencias a las Iuctuosas ceremo- que se repetian en la ciudad. Una parece haberle causado un impacto particular e ilumina los cambios que sc estaban operando: EL 25 de febrero de 1825. Se ahorcé una negra como de edad de 22 aiios que asesin6 a su ama estanclo durmiendo, con unas tijeras que aunque no murié en el concepto de la negra la ma- (6; fue fusilada y después colgada. Unica mujer y primera que la excelentisima cémara de justicia después de la libertad de la patria ha quitado Ia vida; pues desde la fundacién de la Real Be RAUL O. FRAD Audiencia que fue el afio de 1785 en que ésta se estren6, y la primera que ahoreé fue una india, hasta este dia no ha sido ajus ‘ada oa sino ésta, en que han transcurrido sobre cuarenta, afios; la negra se llamaba Ignacia Rocha. Asi, la negra Ignacia suftié la misma pena capital a la que sometido Benitez. Y, conviene agregar, que entre noviembre de I y enero de 1827 hubo al menos otras tres condenas a muerte.*! ejecucién de Benitez buscé cumplir puntualmente el doble prop sito de “vindicta publica’ y “escarmiento” que se pretendia de la} na de muerte: fue llevado al mismo escenario de sus “erimenes” Villa de Lujén), fusilado y nego ahorcado y exiliado durante to el dia en la plaza mayor. Se cumplia asi una aspiracién compartie de los vecinos de la Villa y sus autoridades locales, del gobierno, ‘maximas instancias judiciales y la prensa de la ciudad. Sin embargo, conviene internarse en los dos largos expedi Jjudiciales a través de los cuales se juzg6 primero a Benitez y luego sus seguidores. Se trata de una suma de papeles de distinta natu zay facturaa través de los cuales es posible ir develando una serie d actitudes y procedimientos que buscaban orientarla pesquisa en direccién que, en buena medida, estaba ya predeterminada, Al mo tiempo, esos papeles parecen —por un instante, al menos—abrr ‘una ventana a una ocasién tinica e irrepetible: la de poder escuch las perdidas voces de los montoneros. Pero conviene no entusiasma se en demasfa. Como ya ha sido advertido en esos papeles la mayo parte de los sospechosos, acusados y testigos hubiera preferido ne aparecer registrados, Sus palabras fueron transcriptas a través de mediaciones de los escribientes y respondiendo a otras necesidades Ante ellas, se afronta la incertidumbre acerca de cuanto ha sido di cho efectivamente por quien ofrecia su testimonio y también resulta bien claro que mucho era lo que se jugaba a través de esas palabr La “sensaci6n de realidad” que por un instante ofrece su lectura 65 ilusoria, Hay que precaverse, pues como ha dicho Arlette Farge Lo importante no es saber si los hechos referidos tuvieron lugar exactamente de esa forma, sino comprender como se articulé la narracién entre un poder que la obligaba a ello, un deseo de con- fONTONEROS ANTE LA JUSTICIA 8 ‘yencery una prictica de las palabras de la que se puede intentar aber si adopta o no modelos culturales ambientales. Esos juicios fueron tramitados ante uno de los jueces de prime- nstancia con asiento en la ciudad de Buenos Aires, el doctor Bar- Jo Cucto. Se trataba de una instancia judicial instaurada en 1821 gs la disoluci6n de los Cabildos de Buenos Aires y Lujén y que ocu- aha el lugar de justicia ordinaria que hasta entonces habia desem- do la justicia capitular. Comparada con ésta, lajusticia de prime- instancia era una instancia judicial profesional, dedicada clusivamente a cumplir funciones judiciales y ejercida por funcio- arios de carrera, rentados y que disponfan de un saber especializa- Sin embargo, la mayor parte de las actuaciones, las pruebas y los eritajes eran obra de otro tipo de “funcionarios” que sélo asi pue- mn ser Ilamados por comodidad de lenguaje: los jueces de paz. que, sclutados entre los vecinos del partido de su jurisdiccién, transito- aban ni con remuneracién ni con un personal subalterno mini- yente capacitado. En un principio, entre 1892 y 1824, el gobier- ‘no provincial intento implantar esta justicia de primera instancia tam- bién en la campaia pero para el momento del juicio a los montoneros esa experiencia ya habia llegado a si fin y s6lo habia cuatro jueces de ‘este tipo, todos residentes en la ciudad, dos dedicados a las causas ci- vilesy dos alas criminales. Bra otra de las tantas evidencias de las enor- mes dificultades de construir un poder institucional firme y sélido en Ja campaia. Primero fue juzgado Benitez. Pero gqué era lo que se estaba juzgando? Aunque se trataba de un sistema judicial precodificado ¥; por lo tanto, de un sistema en el cual la caratula del expediente tenia menos incidencia en los procedimientos que debian regir eljuz- gamiento, igual resulta conveniente partir de ella para acercarnos al modo en que el juez concibié la causa: ‘Afi 1827, Criminal contra Cipriano Benitez, natural de la Villa le Lun ylabrador en el partido de la Guardia del mismo nombre. Por haber enganchado y sechucido malévolos para asaltarlos pueblos de ‘campaiia y trastornar el Gobierno Nacional, con otros atentados u RAUL. 0. FRADKIN ,0S MONTONEROS ANTE LAJUSTICIA 85 Como puede verse el juez necesitaba, primero y ante todo, fis juez, entonces, no esperaba s6lo informacién sino que el coronel jar el lugar social del acusado y, luego tipificar de algtin modo su frecicra una interpretaciGn de lo sucedido. Izquierdo parece ha- acusacin, En ella se expresa ya una ambigitedad intrinseca: Beni ber cumplido con sus expectativas: tez estaba siendo juzgado sumariamente por, al menos, un doble delito: por haber “enganchado y seducido malévolos para asaltar ‘1 asalto intentado sobre el Lujan no le cabe casi duda de que 10s pueblos” y por el propésito “trastornar” el poder. Sin embargo, cl origen y causales que pudo tener el movimiento, no fue otro toda la tramitacién del juicio tendié a demostrar que los supues- que el de robar con impunidad y su salvo, a favor de la muche- tos propésitos politicos de Benitez eran simplemente artimafias pa- ‘dumbre, los pueblos de campaiia, cohonestando el designio con ra esconder sus verdaderos fines, Con todo, un término hacia co- las apariencias de montonera. herente la calificacién del juicio y resolvia las ambigiiedades: Benitez habia “seducido malévolos” De ese modo, Izquierdo inscribia los sucesos dentro de una fr Esta cuestién se suscité desde un comienzo. Como ya vimos a penal ya través de ella reducia la inquietante cuestién de si era inicialmente, las autoridades locales y centrales percibieron los he- auténtica montonera 0 s6lo una “apariencia”. No habfa dudas: cchos de distinta manera: mientras para las primeras fue importan- 3c trataba de una simple banda de criminales, .No habia dudas? Qui- te descifrar si el grupo armado que las desafiaba era simplemente zAno convenga ser tan taxativos y prestar atencién a algunos de sus una banda de criminales 0 una auténtica montonera, la postura fundamentos: que prim6 entre las segundas fue que se trataba sencillamente de una banda de forajidos que venia asolando Ia campafia en los tlti- que esta presuncién, la tiene tanto por que Cipriano Benites ‘mos meses y que habia empleado una serie de estratagemas en apa- siempre ha sido un ladrén de campaiia, cuanto por que todos riencia politicas para encubrir sus verdaderos propésitos. Resolver los individuos que reunié en su chaera de la Laguna del Hino- esa cuestidn fue algo que debié afrontar el juez Jo, fueron ladrones conocidos, la mayor parte procesados, pe- nnados por la justicia, y algunos escapados del presidio; con cu- ya gente, salié a invadir los pueblos, llevandose por delante ya fuerza de amenazas tropelias y vejaciones 4 todos cuantos se le antojaba, as{ como a otros que verosimilmente se le agregarian Un testimonio decisivo: la version del coronel Izquierdo voluntariamente por ser del mismo temple. En ese sentido tuvo una importancia decisiva la versi6n que ofrecié el coronel de milicias Juan Izquierdo, justamente quien es- Asi, un “Tadrén de campaiia” reunié a un grupo de “ladrones tuvo a cargo de la acci6n. Su versiGn nos ha Hegado a través del in- conocidos” y a ellos se habrian sumado otros “del mismo temple”. forme que presenté inmediatamente después de la accién de de- Una banda de forajidos quedaba asi retratada. Pero el énfasis que rrotar a los montoneros y por la declaraci6n que efectué ante el Iuquierdo ponfa en su interpretacién ilumina que, al menos para juez. Por su importancia y riqueza informativa volveremos a esta f _ ¢l, una montonera era una cosa bien distinta de una banda crimi- version en mas de una ocasién. nal. Por Io tanto, cualquier connotacién politica quedaba descar- EL 4 de enero Cueto le requirié que “exprese cuanto sepa y tada y, en consecuencia, también cualquier necesidad de indagar que pueda contribuir a averiguar el origen y causales que dicho J sus posibles conexiones. En ese punto crucial, su intervencién fue Benitez haya tenido para cometer dicha invasién {a Lujan] y todas también decisiva. Para no dejar dudas, Izquierdo agrego: Jas demés violencias que habia hecho en el pueblo de Navarro”. El est intimamente persuadido, de que [Benitez] no contaba ni podfa contar con persona alguna de valimiento y suposicién; porque aunque figuraba contar con la fuerza del Gobernador de la Provincia de Cérdoba Bustos, que decia hallarse en el Sa- ce, con la del Gobernador de la Provincia de Santa Fe, que de- cia hallarse en persona en el Arroyo del Medio, con mil hom- bres que tenia Don Juan Manuel Rosas; y con quinientos hombres que tenia disponibles en el puerto del Tigre, partido de las Conchas, parte Ingleses el resto Paraguayos, ha resultax do ser una impostura; y jamas hombres de razén y buen senti- do, fuese cual fuese su alucinamiento yu plan, no hubieran re- currido a valerse de un instrumento tan nulo y desacreditado ‘cual por notoriedad lo es Cipriano Benites. En esa versi6n Benitez no s6lo “no contaba” con el apoyo de los “hombres de razén y buen sentido” sino que “ni podfa contar con ese sustento pues aqueéllos no se habrian valido de “un ins mento tan nulo y desacreditado”, En otros términos, Izquierdo hi blaba un lenguaje que le resultaba completamente afin a la just cia: a Benitez lo condenaba su “fama”. Las demés versiones: Izquierdo las descarté sin més tramite pero, al mismo tiempo, su. declaracién permite confirmar la intensa campaia de rumores: tratado de una verdadera “guerra de opinion”. que rodeé el accionar de la montonera y que debe de haber in- cidido en las dudas que suscit6 entre los vecinos. Parece haberse JMONTONEROS ANTE LA JUSTICLA 87 a esa hetcrogeneidad de vestimenta y armament, la monto- ra disponia de sefias de identidad, una blanca en el sombrero y “encarnada” en él caballo, Por otro lado, la composicién del po y algunas pruebas fehacientes le resultaban completamente sherentes con sus supuestos: (Que tanto mas le confirma en la idea de que era puramente ga- villa de.tadrones, cuanto que Ia gente que procnraha Renites, eran gatuchos ladrones segiin una carta dirigida por él y eserita por un tal Santos (alias Monigote) dirigida a dos vecinos cel Du- razno, que fue entregada a un teniente Alcalde que fue del Durazno llamado Martinez, cuyo nombre ignora, El testimonio de Izquierdo también advierte que Benitez no acept6 rapida y resignadamente su derrota, sino que habria inten- tado volver a reunir sus fuerzas para lo cual apeld a amenazas de fusilamiento y degiiello a quienes no lo siguieran, y hasta parece haber planeado por un momento un nuevo asalto a Navarro “pe- ro no pudo entrar en el pueblo por estar armado”, Sin embargo, el juez y cl gobierno adoptaron el niicleo de la interpretacién de Izquierdo: se trataba de “apariencias” para esconder el verdadero propésito estrictamente delictivo. La primera versién de Benitez Izquierdo aports también otras “pruebas decisivas” para de- mostrar que no se habfa tratado de una auténtica montonera. Por un lado, tomé muy en cuenta las apariencias trario todos trafan armas distintas; y que el distintivo que trafan cra una divisa blanca en la copa del sombrero, y una sefial en- carnada de trapo, en la testera del caballo. Asi, Izquierdo, al mismo tiempo que ponia en juego sus este- reotipos para analizar al grupo atacante (estereotipos que eran. parte indisoluble del ambiente social) no podia evitar mostrar que, que no tenian un armamento uniforme y met6dico; pues al con- Si testimonios como el de Izquierdo tuvieron un papel decisi- vo para definir el encuadre que el juez termin6 por dara los suce- 505, el nticleo basico del juicio estuvo conformado por las decla- raciones del propio Benitez y, en especial, por su confesién. Era una instancia que una arraigada tradicién jurfdica de raigambre inquisitorial consideraba “la reina de las pruebas”. Cipriano tuvo que afrontar al menos tres interrogatorios antes de realizar su confesi6n, El primero se efectué el 24 de diciembre de 1826 en el calabozo donde estaba alojado en la Guardia de Lo- bos. A las once de la noche Mariano Espinosa, el ayudante mayor del Regimiento 6 de Caballeria de Linea, le tomé una declaracién

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