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Análisis textual

La nueva religión

Mario Bunge, 1987.

1. Lea el texto e identifique las ideas principales

(1)A mediados de nuestro siglo surgió una religión que hoy cuenta millones
de fieles. Como toda religión, es un sistema de mitos que atribuyen propiedades
extraordinarias a los seres que adora. Como toda religión, ha acabado por
institucionalizarse en poderosas organizaciones. Como toda religión, ha
penetrado en hogares y escuelas. Como toda religión, alienta en algunos
respectos y ata en otros.

(2)A diferencia de las demás religiones, la que nos ocupa rinde culto a
ciertos artefactos que encontramos en lugares no consagrados, tales como
laboratorios, comercios y oficinas estatales. Y, a diferencia de las demás
religiones, ha captado a las personas más prácticas del mundo: los científicos,
ingenieros y administradores. El lector ya adivinó: se trata del culto de los
ordenadores.

(3)Sería ridículo poner en tela de juicio la potencia y versatilidad de los


ordenadores, y por consiguiente su utilidad. Sería absurdo negar que su difusión
masiva está revolucionando la vida diaria, la economía y la cultura. Lo discutible
es la ideología que suele acompañar a la revolución de marras. Veamos por qué.

(4)Son artículos de fe de la nueva religión: que los ordenadores pueden


hacer cuanto hacemos los humanos, solo que mucho mejor; que el cerebro no es
sino un ordenador, de modo que la mejor manera de entenderlo es estudiar cómo
funcionan los ordenadores; y que los ordenadores terminarán por dominar al
hombre. Examinaremos brevemente estas tesis.

(5)Es verdad que los ordenadores pueden almacenar y elaborar


(“procesar”) cantidades prodigiosas de información. Pero es falso que puedan
reemplazar con ventaja al cerebro humano en todos los campos. Esto se debe a
que tiene, entre otras, las siguientes limitaciones.

(6)Primero, los ordenadores no plantean problemas nuevos sino que nos


ayudan a resolver problemas de ciertos tipos. Esta es una limitación clave porque
toda investigación o exploración, sea científica, técnica, humanística o artística,
consiste en investigar problemas.
(7)Segundo, los ordenadores carecen de iniciativa y de originalidad. Más
aún, no queremos que las tengan; se los diseña para que obedezcan instrucciones,
no para que las inventen.

(8)Tercero, los ordenadores carecen de intuición (flair, insight) para


imaginar y evaluar ideas nuevas. Más aún, no nos gustaría que poseyesen intuición,
ya que entonces no serían de fiar. Por el contrario, hacemos uso de ordenadores
para controlar nuestras corazonadas. En resumidas cuentas, no es verdad que
los ordenadores puedan hacer todo lo que podemos hacer los humanos.

(9)Tampoco es cierto que los cerebros funcionen como ordenadores. No


podrían hacerlo puesto que están compuestos por células vivas que satisfacen
leyes biológicas, no por objetos físicos. Para refutar la tesis de la semejanza
esencial entre cerebros y ordenadores basta recordar que estos solo elaboran
información: no la crean. Los ordenadores son dispositivos combinatorios
carentes de espontaneidad y creatividad. Incluso la memoria humana difiere de
la de un ordenador. La primera borra, agrega, reorganiza y a menudo embellece,
en tanto que el segundo conserva fielmente cuanto se le ha confiado.

(10)Como si esto fuera poco, la inteligencia humana no es puramente


combinatoria ni, en general, puramente racional: está íntimamente ligada a la
percepción y la afección. A diferencia de los ordenadores, somos capaces de
tomarnos algunas ideas a pecho y aun con pasión, lo que a veces nos ciega y otras
nos iluminan. Dadas estas diferencias, la estrategia de buscar entender el
cerebro en términos informáticos es fundamentalmente errada. El cerebro y sus
funciones mentales se van entendiendo a medida que se profundiza el estudio
del ser humano vivo.

(11)Finalmente, el temor (o la esperanza) de que los ordenadores terminen


por dominarnos es absurdo, ya que, en últimas instancias, quienes los controlan
son seres humanos. Basta desconectarlos para inactivarlos.

(12)Lo que sí debemos temer es que se abuse de los programas que dan
como resultados finales decisiones que afectan a nuestras vidas. Esto es de
temer porque, al habituarnos a delegar decisiones a ordenadores, podemos
delegar nuestra responsabilidad, convirtiéndonos en seres amorales. Al obrar de
esta manera olvidamos que los programas respectivos suponen principios
científicos, tecnológicos o morales falibles, por lo cual debiéramos revisarlos de
cuando en cuando. En otras palabras, el abuso de los ordenadores nos torna
dogmáticos sin advertirlo: nos acostumbramos a aplicar (vía ordenadores)
principios científicos, técnicos o morales, olvidando la necesidad de controlarlos,
revisarlos, enriquecerlos o abandonarlos.
(13)En resolución, los ordenadores no sienten ni dudan: no formulan
problemas ni tienen “olfato” para “ver” y sopesar ideas o actos: no tienen
corazonadas ni escrúpulos. Ni siquiera calculan por cuenta propia, esto es,
independientemente de los programas que los alimentan. Por estos motivos no se
equivocan al ejecutar instrucciones (a menos, claro está, que se les dé alguna
instrucción errada o se descompongan). Por los mismos motivos los ordenadores
son incapaces de crear y evaluar ideas y métodos radicalmente nuevos: son, por
decirlo antropomórficamente, conservadores y dogmáticos.

(14)La vida, en cambio, exige innovación y flexibilidad, y por esto también


critica, permanentes. Y estas no son computables, aun cuando el cálculo
interviene a menudo en la innovación y la crítica. El cálculo vale plata, pero la
intuición vale oro, y la originalidad – sea intelectual, artística o moral – no tiene
precio.

(15)Dado el enorme valor instrumental de los ordenadores, honremos a sus


diseñadores, constructores y programadores, y difundamos esas máquinas
maravillosas en fábricas, oficinas, escuelas y hogares. Pero impidamos que
contribuyan a aumentar el paro, y no tomemos en serio la religión del ordenador.
Este no es sino un auxiliar neutro. Al igual que las tijeras, puede usárselos para
trabajar o para herir; al igual que la escritura, puede usárselos para iluminar o
para ofuscar. El buen o mal uso que hagamos de los ordenadores depende
exclusivamente de nosotros.

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