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Miguel Ángel Ramos Padilla es profesor

de la Facultad de Salud Pública y


Administración de la Universidad Peruana
Cayetano Heredia. Coordinador del
“Programa de Hombres que Renuncian a
su Violencia”. Sociólogo egresado de la
Pontificia Universidad Católica del Perú, y
con grado de Maestro en Demografía
otorgado por El Colegio de México.
Especialista en temas de población y
desarrollo, salud sexual y reproductiva,
masculinidad y violencia de género. Es
coautor de los libros “Violencia sexual y
física contra las mujeres en el Perú”.
Estudio multicéntrico de la OMS sobre la
violencia de pareja y la salud de las
mujeres, Lima, 2002 y “Entre el Placer y
la Obligación”. Derechos sexuales y
reproductivos de mujeres y varones de
Huamanga y Lima. Lima, 2003.
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ÍNDICE

Agradecimientos 6
Prólogo 7
Introducción 9
Masculinidades y Violencia de Género: Elementos conceptuales 13
Aspectos metodológicos 34

Capítulo I. Varones que ejercen violencia física y/o sexual contra sus parejas 41
Lucas: “Tenía derecho a pegarle porque le hablaba y no me entendía” 41
Manuel: “Sentía que me ha faltado, por eso la ira me corroe, la ira me transforma” 48
Mateo: “Pienso que por temor a que la golpee, no camine alegremente con otro” 57
José: “Buscaba que otra vez no se comporte así, trataba de corregirla” 64
Ricardo: “Luego de pegarle me sentía más tranquilo, así me desfogaba” 69

Capítulo II. Varones que ejercen violencia emocional 83


Francisco: “No la golpeo, le doy su mal mirada, la trato con indiferencia 83
Lucho: “De repente, si me responde ahí puede haber golpe, pero no me
responde” 88
Leonardo: “No le controlo económicamente, ella me da cuenta hasta el último” 93
Carlos: “Impongo mis ideas, porque el varón tiene más razón que la mujer” 99
Palito: “Debe pedir permiso, soy el jefe de la familia, merezco respeto” 103
Percy: “Nunca dejo que salga sola, porque tengo miedo de que me saque la
vuelta” 108

Capítulo III. Varones que no ejercen violencia contra sus parejas 121
Ignacio: “Siempre he sido un contestatario, hasta para las cosas de las mujeres y 122
del amor”
Chino: “Si ella se molesta, saber en qué momento callar y hablar me ha dado 130
bastante”
Noel: “Nuestra relación está basada en el diálogo, hay cosas que cada uno tiene 137
que ceder”
Santos: “Vivir en relaciones armoniosas con mi pareja fue más por la influencia de 142
mis padres”
Roberto: “Lo que hago es no hacerle caso, me callo y que reniegue sola” 147

Reflexiones finales 160

Bibliografía 165
Agradecimientos

El contexto favorable para que esta investigación fuera posible se debió al esfuerzo de una
serie de voluntades que creyeron en la utilidad de un estudio sobre la violencia de género desde la
mirada de los hombres, en la realidad peruana. Mi primer agradecimiento va para Nancy
Palomino, la coordinadora de la Unidad de Sexualidad y Salud Reproductiva de la Facultad de
Salud Pública y Administración de la Universidad Peruana Cayetano Heredia, quien desde un
principio me alentó con el proyecto y tuvo un papel protagónico en las gestiones para conseguir el
apoyo financiero. Posteriormente, la lectura crítica de mis avances, desde su mirada feminista,
ayudó a mejorar el material que presento. También reconozco el apoyo de las autoridades de la
Facultad de Salud Pública y Administración de la Universidad Peruana Cayetano Heredia quienes
siempre me brindaron un respaldo institucional y un espacio adecuado para la ejecución del
estudio.

Estaré siempre agradecido a mi querido amigo Benno de Keijzer, investigador mexicano y


activista por los derechos sexuales y reproductivos y por la erradicación de la violencia de género
desde el trabajo con hombres, que con mucha paciencia y meticulosidad leyó el primer borrador;
los aportes que hizo a este trabajo han sido fundamentales para mejorar la calidad del producto
final. También agradezco los agudos comentarios críticos de mis amigos José Olavaria,
importante investigador chileno teórico de la masculinidad, y de Eloy Neira, filósofo peruano, que
con su rigurosidad académica contribuyeron a darle mayor coherencia a mis reflexiones.

Esta investigación se realizó con la cooperación de la Fundación Ford y en especial gracias a


la gestión de Gaby Oré, en ese tiempo responsable del Programa de Desarrollo Humano y Salud
Reproductiva, quien desde el principio confió en la importancia de esta iniciativa y de su
potencialidad como insumo para alimentar una propuesta de trabajo reeducativo con varones en el
Perú desde la perspectiva de género.

Agradezco a los varones que participaron en el estudio, pues sin su disposición a confiarnos
sus historias de vida, sus sentimientos y malestares – en varios casos nunca antes contados –,
esta investigación no hubiera podido realizarse. También mi agradecimiento a Mabel Caro en
Lima, y Julio Lazo en la ciudad de Cusco quienes, gracias a su gran conocimiento de las
comunidades donde se ejecutó la investigación, nos permitieron realizar los contactos con los
hombres que participaron en el estudio. A la vez, quiero expresar mi agradecimiento póstumo a
Luz Marina Monteagudo quien también nos brindó un apoyo invalorable en la búsqueda de
participantes y en lograr su consentimiento para la participación en el estudio en la ciudad de
Cusco. Esta mujer, tan comprometida en la labor de promoción y desarrollo en los sectores pobres
de su ciudad, nos dejó definitivamente el año pasado.

Mi agradecimiento al trabajo cuidadoso de edición de Mariella Sala y de Iván Larco en el diseño


de la carátula.
Prólogo

Esta es una investigación necesaria, no sólo para el contexto peruano sino para el
Latinoamericano. Necesaria porque hay que recuperar e incluir la voz de los hombres mas allá de
la visión reduccionista y generalizante de verlos sólo como agresores o perpetradores de
violencia. Incluir su voz no equivale a darle todo el crédito a su palabra. Investigar y recuperar su
voz sirve para tener una perspectiva de género más completa y relacional en torno al fenómeno
de la violencia en la pareja.

¿Cómo entender la violencia de género si no es investigando también a los hombres, su


historia de construcción de género, su experiencia y su narrativa? ¿Cómo atender la violencia,
además del indispensable trabajo con las víctimas, si no es trabajando también con los que
generalmente la perpetran? Además del trabajo de empoderamiento con niñas y mujeres jóvenes,
¿cómo lograr una prevención de fondo de la violencia desde la construcción de las relaciones de
equidad, si no es sensibilizando y promoviendo la reflexión también con hombres jóvenes y niños?

La larga trayectoria de Miguel Ramos como investigador, como docente y como hombre hace
de esta investigación y su publicación una consecuencia lógica de la misma. No es de extrañar
que, aparte de su trabajo académico, impulse desde hace tres años el Programa Hombres
Renunciando a su Violencia en diversas zonas de Lima como parte de su apuesta por el trabajo
con hombres hacia la equidad de género.

Esta investigación necesariamente parte de la perspectiva de género con el fin de no dar una
explicación desde la patología o puramente psicológica, sino incluyendo las relaciones de poder
que se establecen en la pareja. Así, la perspectiva de género permite profundizar en las razones y
las emociones de los hombres involucrados. El autor no se conforma con analizar las formas
físicas y sexuales de la violencia, sino que se aventura a analizar también las emocionales que
suelen ser más difíciles de percibir pero que contribuyen a diversas formas de control de la pareja.

El texto final logra una perspectiva de la historia particular de los entrevistados al recuperar los
procesos de socialización en especial en la familia y su relación temprana con la violencia ya sea
como víctima y/o como testigo. Se intenta entender hasta qué punto estas experiencias sirven
para predecir la violencia conyugal futura. El estudio también da buena cuenta de la trayectoria de
la relación de pareja y de lo que sucede en algunos de sus ámbitos más importantes como el
trabajo económico y doméstico, la crianza, la sexualidad y la administración de los recursos.
Estas historias se dan dentro de un contexto sociocultural y económico que el autor también busca
recuperar y analizar en los contrastes y semejanzas que se dan entre los hombres del Cusco y los
de Villa El Salvador.

Este trabajo viene a dar un necesario complemento a los intentos de cuantificar la violencia a
partir de encuestas donde se escapan los procesos personales y sociales que dan cuenta del
fenómeno. Desde un abordaje cualitativo la violencia conyugal emerge como una manifestación
de las relaciones de poder, como una construcción que logra ciertos efectos y privilegios para los
hombres, pero también costos para ellos sintetizados en el concepto de malestar.
Este libro abona entonces no sólo a la compresión científica y académica de la situación y
trayectoria de los hombres en la violencia conyugal, sino que da además pistas para programas
de prevención e intervención con hombres y también para políticas públicas en este campo en
América Latina. Es necesario felicitar a la Universidad Cayetano Heredia y a la Fundación Ford
por su visión al apoyar este esfuerzo.

Benno de Keijzer
México, Octubre de 2005
Introducción

Los orígenes del presente libro pueden remontarse a 1999 cuando fui invitado a codirigir
un estudio cuantitativo en Lima y Cusco sobre la violencia contra las mujeres de parte de
sus parejas, que formaba parte de un estudio multicéntrico en ocho países del mundo,
coordinado por la Organización Mundial de la Salud.1

A medida que avanzaba en dicha investigación, fueron cayendo muchos de los prejuicios
que tenía sobre el tema. La imagen que había construido del agresor era la de un hombre
de ceño fruncido y siempre iracundo, generalmente de bajo nivel educativo. Si bien cada
vez que escuchaba o leía de algún caso de violencia contra la mujer me indignaba, me
parecía un problema muy lejano a mi experiencia personal y al círculo de personas con
quienes interactuaba cotidianamente.

Dos casos en especial, que sucedieron durante el periodo de la investigación, me


conmovieron profundamente. Se trataba de dos amigas, las dos profesionales, con
quienes inicié, en momentos distintos, lo que parecía una conversación de rutina. En
ambos casos bastó que les contara sobre el trabajo en el cual estaba involucrado, para
que inmediatamente empezaran a relatarme, por primera vez, el drama que estaban
viviendo o habían vivido. Una de ellas era violentada física y emocionalmente de manera
sistemática por su pareja, quien también era profesional; la otra, había sido violada por su
padrastro, un educador con una reputación más allá de toda sospecha, a la edad de 13
años, en el seno de una familia de clase media. Descubrí entonces que estaba rodeado
de casos similares que hasta ese momento habían pasado desapercibidos para mí.
Posteriormente, la investigación también fue propicia para que varias de las mujeres que
actuaron como encuestadoras, todas ellas profesionales, se animaran a contar sus
respectivas historias de maltratos y se dieran fuerzas para romper el silencio en el cual
estuvieron atrapadas por mucho tiempo.

Los resultados de la encuesta en los dos ámbitos del estudio no hicieron más que
corroborar cuán generalizado era este problema, aunque el equipo no había imaginado
su real magnitud. El conocer que una de cada dos mujeres en Lima, y dos de cada tres
mujeres en Cusco, eran agredidas física o sexualmente por sus respectivas parejas
masculinas, nos demostraba con evidencias la existencia de un fenómeno social masivo
que, según estos mismos resultados, atravesaba todos los estratos socioeconómicos y
todos los niveles educativos. Otro resultado importante que obtuvimos es que no resulta
cierto que la ingesta de alcohol sea la causa de la violencia, puesto que los hombres
violentan al margen de que estén ebrios o sobrios.

1
El equipo de investigación estuvo conformado por investigadores de la Universidad Peruana Cayetano Heredia y el Centro de la
Mujer Peruana Flora Tristán y los resultados de esta investigación fueron publicados en el año 2002 en el libro “Violencia Sexual y
Física contra las Mujeres en el Perú. Estudio multicéntrico de la OMS sobre la violencia de la pareja y la salud de las mujeres”.
Estas conclusiones tan preocupantes me llevaron a indagar sobre lo que se estaba
haciendo por enfrentar el problema en el país. Visité algunas ONGs que trabajan en el
tema, y también los Centros de Emergencia Mujer del Ministerio de la Mujer y Desarrollo
Social (CEM – MIMDES), donde percibí cierto desánimo y frustración de varias de las
profesionales que atendían psicológicamente a las mujeres víctimas del maltrato y/o las
acompañaban legalmente en sus procesos ante los tribunales. Aunque la ley contra la
violencia familiar y sexual había sido mejorada permanentemente, las rutas que seguían
las mujeres denunciantes estaban cargadas de obstáculos impuestos por operadores de
los servicios de atención (médicos legistas, policías de ambos sexos, fiscales y jueces)
quienes en su mayoría compartían una visión machista y patriarcal de la realidad y que,
por lo mismo, se coludían con los agresores, haciendo que muchos de estos casos se
quedaran en el camino. Los pocos procesos judiciales que llegaban a su término
culminaban con una sentencia nada disuasiva de una multa irrisoria que, incluso en
algunas circunstancias, podía afectar económicamente a los otros miembros de la familia,
y que además en pocos casos se hacía efectiva. En ese periodo conversé con algunas
mujeres que se acercaban a los CEM pidiendo asesoría para las denuncias que
presentaban por el maltrato de sus parejas, las cuales me manifestaron que no deseaban
que ellos fueran a la cárcel, sino que sólo se los conminara a detener la violencia.

Esta situación hizo que me preguntara qué se estaba haciendo con los hombres,
protagonistas principales de este problema, más allá de perfeccionar las medidas
punitivas. Si el problema es tan masivo claramente se deduce que responde a una cultura
que justifica la violencia, a pesar que los discursos oficiales la condenen. En este
contexto, el solo trabajar por empoderar a las mujeres – esfuerzo que descubrí que
también es escaso en nuestro medio a pesar de su importancia – cuando el problema es
de dos, puede llevar a la ruptura de la relación y de esta manera a la resolución
momentánea de la situación para algunas mujeres. Sin embargo, al no tener los hombres
alternativas ni oportunidades para pensar de manera distinta, ni otros modelos de ser
hombres que los que aprendieron desde el nacimiento, probablemente volverán a iniciar
un nuevo ciclo de violencia con la próxima pareja. Igualmente, con una prevalencia tan
alta de violencia, no sería nada raro que esta mujer separada se vuelva a unir con otro
posible agresor. La respuesta fue que en este país nada se estaba haciendo por
involucrar a los hombres de manera responsable en este proceso de cambio.

En otros países de América Latina algo se estaba realizando y había que conocer de
estas experiencias para aprender de ellas. Gracias al apoyo de la Fundación Ford, pude
visitar diversas experiencias de trabajo con hombres agresores en Argentina, Brasil, Chile
y México, y la de hombres latinos en Canadá. Me referiré sólo a mis experiencias en dos
lugares, porque tienen fuertes implicancias en mi decisión de investigar el problema
desde el lado de los hombres, es decir, teniéndolos a ellos mismos como mis
informantes.

Apenas llegado a Santiago de Chile fui invitado a una reunión en la sede de FLACSO
donde se presentaba una investigación sobre el problema de la violencia contra las
mujeres en Chile. Al final de la misma conocí a un psicólogo que me invitó a participar en
un taller sobre masculinidad y violencia en un barrio de Santiago. Acudí a la cita donde
me encontré con un grupo de hombres muy amables, e incluso muy parecidos a los
participantes de la reunión anterior. Varios incorporaban algunas anécdotas personales a
la discusión y se referían de manera muy cariñosa a sus esposas e hijos. Sólo al final me
extrañó que firmaran unos registros con un sello especial. Preguntado el amigo psicólogo
me contó que todos eran agresores enviados por los tribunales de manera obligatoria a
asistir durante cuatro meses a estas sesiones reeducativas. Empecé a preguntarme
entonces qué ocurría con estos hombres, tan cordiales, tan “común y corrientes”, que
hablaban de sus parejas tan afectuosamente y, a la vez, actuaban violentamente contra
ellas y en repetidas oportunidades, a tal punto que eran denunciados judicialmente. El
otro tema desconcertante para mi, y que fue también el motivo de que no me diera cuenta
en qué grupo me encontraba, fue que todos condenaban la violencia hacia la mujer, lo
que me llevó a investigar cómo interpretaban estos hombres sus actos violentos, tan
contradictorios con sus discursos.

La otra experiencia que tuvo fuertes implicancias en mi decisión de llevar a cabo el


estudio que a continuación presento, fue mi paso por los grupos de hombres que organiza
y facilita el Colectivo de Hombres por Relaciones Igualitarias A.C. – CORIAC de la ciudad
de México. Desde otro modelo de intervención, muy distinto al que conocí en Chile,
donde se incide fundamentalmente en el aspecto cognitivo, aquí se develan y desmitifican
creencias machistas desde la identificación y expresión de las emociones. Tuve la
oportunidad de escuchar entonces historias personales de violencia, cargadas de deseos
de control y poder, las cuales estaban mezcladas con trayectorias de mucho malestar y
dolor. Esto hizo que me preguntara por qué si sus experiencias infantiles – al haber sido
testigo de la violencia de sus padres contra sus madres y contra ellos mismos – habían
sido tan dolorosas como lo señalaban, reproducían los mismos patrones con sus parejas.
Por qué, además, si les producía tanto malestar maltratar a sus parejas, como ellos
mismos aseguraban, lo seguían haciendo.

En las historias personales contadas por los participantes, aparecían formas de


relacionarse y patrones de conducta violentas tan naturalizadas, tan aceptadas
culturalmente, que se hacían invisibles para ellos mismos, haciéndose difícil que
identifiquen diversas expresiones de su violencia.

Todas estas preguntas y situaciones apuntaban a realidades muy complejas que había
que conocer más en profundidad si pretendíamos alimentar estrategias eficaces de
trabajo con varones que suscitaran cambios reales y duraderos. Resultaba fundamental
conocer y analizar las experiencias de vida desde la niñez para comprender los diversos
hitos en las historias personales en que se va naturalizando la violencia, en un contexto
en que la sociedad en su conjunto reproduce la creencia en la superioridad masculina y la
posición de autoridad del hombre sobre la mujer.

Por último, cinco años atrás, fui invitado a participar en un grupo de hombres que se había
formado con el apoyo de la ONG feminista Manuela Ramos para reflexionar sobre las
vivencias de nuestras masculinidades. Cada uno de los participantes tenía un
compromiso social por el respeto a los derechos humanos, y en la vida cotidiana se
esforzaba por entablar relaciones equitativas con sus respectivas parejas. Sin embargo,
me sorprendió que al contar las historias personales, varios de los presentes hicieran
mención de los contextos tan violentos que les tocó vivir, tanto como testigos del maltrato
cotidiano de sus padres contra sus madres, como contra ellos mismos. Desde entonces
me he preguntado cuáles son los procesos por los que pasan estos hombres que los
impulsa a nadar contra la corriente, no reproduciendo una cultura patriarcal de
superioridad masculina y de subordinación femenina. La idea de investigar también a
este tipo de hombres me pareció útil, porque nos podría proporcionar elementos que
contribuyan al desarrollo de un trabajo reeducativo con quienes ejercen violencia,
aprendiendo de estas experiencias.

Si bien al principio mi propósito era estudiar a estos dos tipos de hombres, en la


investigación surgió un tercer grupo, que no violentaba física ni sexualmente, pero que
utilizaba diversas formas de violencia emocional con tal eficacia que no hacía necesario el
uso de formas más brutales de sometimiento de la mujer. Durante el proceso de
investigación pude darme cuenta que constituía un poderoso baluarte para el sistema de
dominación masculino, precisamente porque su poder estaba aún basado en la
hegemonía, es decir en la aceptación de las relaciones de subordinación por parte de
hombres y mujeres.

Este trabajo, por lo tanto, está dividido en tres capítulos, correspondientes a tres tipos de
hombres en relación con la violencia: los que ejercen violencia física y/o sexual contra sus
parejas, aquellos cuyo ejercicio de sometimiento se basa en la violencia emocional y, por
último, los hombres que no ejercen violencia contra las mujeres. Sin embargo, debo
anotar que esta tipología se basa sólo en las características predominantes de estos
hombres, buscando desarrollar algún tipo de diferencias en su accionar y en sus procesos
vividos, pues, como veremos, dentro de las estructuras patriarcales que compartimos
serían muy pocos los hombres que estarían exentos del ejercicio de alguna forma de
violencia basada en el género. En cada capítulo se hace un seguimiento retrospectivo de
la vida de los sujetos, para lo cual describimos las diversas etapas anteriores a la vida
conyugal: las vivencias infantiles en la familia de origen, donde los varones presenciaron
la relación violenta o no del padre contra la madre, donde también padecieron o no la
violencia que ejerció contra ellos cada uno de sus padres u otros familiares; la
experimentada en el ámbito extradoméstico, y la de la etapa de noviazgo, para luego
hacer un análisis de las relaciones en la convivencia conyugal. Los relatos de vida nos
permitieron una lectura vertical en la que se da cuenta del proceso de construcción y
reconstrucción de los discursos de los sujetos, a través de diferentes momentos de su
ciclo de vida. A la vez, hicimos una lectura horizontal, para posibilitar la búsqueda de
significados compartidos en todos los relatos, pero también para ubicar interpretaciones
singulares de los propios actos.

Los resultados de este estudio pretenden contribuir a que los diversos actores sociales e
institucionales mejoren la comprensión del fenómeno de la violencia de género desde
una perspectiva integral y afinen sus propuestas programáticas con el objetivo de
erradicar toda forma de violencia contra la mujer. A nosotros, en especial, nos da bases
más sólidas para crear espacios donde los hombres agresores se comprometan a
renunciar a su violencia y que en este proceso sientan que lo hacen, no sólo por el
bienestar de sus seres queridos, sino fundamentalmente por el de ellos mismos.

Lima, enero de 2006


Masculinidades y violencia de género: Elementos
conceptuales para abordar el problema

En diversos ámbitos de discusión, académicos, políticos, sociales, judiciales y coloquiales,


es común utilizar el término violencia para referirse a una variedad de hechos en los que
es utilizada la fuerza contra una o más personas, con intenciones diversas respecto a
quien realiza estos actos y con consecuencias distintas para quienes los sufren. Otras
acciones, a pesar de sus consecuencias negativas, iguales o mayores que las anteriores,
no son catalogadas como violentas por sus grados de sutileza o naturalización. Hay
discusiones sobre si la violencia es consubstancial con el ser humano o es una práctica
aprendida; si su ejercicio está reducido a un grupo de personas con trastornos
psicopatológicos o es una práctica generalizada que responde a construcciones
socioculturales y a la necesidad de reproducir desigualdades sociales; si la violencia sólo
causa daño a quien es víctima de ella o si quien ejerce violencia también es arrastrado
por las consecuencias negativas. Estas posiciones contradictorias nos exigen tomar una
posición y plantear una propuesta conceptual, que en buena parte está basada en los
aportes anteriores de varios expertos sobre el tema.

La violencia

Diversos autores están de acuerdo con definir la violencia como el ejercicio del poder
mediante el uso de la fuerza – ya sea física, sexual, verbal, emocional, económica o
política – que afecta de manera negativa la integridad física o psicológica de la otra
persona, si se trata de relaciones interpersonales, o que anula el potencial de realización
colectiva, si se trata de violencia social o política. Hay quienes plantean que la violencia
emerge de lo más hondo de la naturaleza de todos los seres humanos, y ha sido más bien
el desarrollo cultural, el de las instituciones y el avance en las legislaciones vigentes en
cada país los que se han constituido en frenos de las conductas violentas y que han
permitido una mejora en la convivencia entre las personas. Estas afirmaciones confunden
violencia con agresividad. Esta última es el recurso instintivo de todo ser por preservar la
vida, resistir o enfrentar un medio adverso que le impide satisfacer sus necesidades
básicas.

La violencia no representa sólo un conjunto de agresiones, por más que produzca daño
físico o psicológico a quien lo recibe, sino que estas agresiones tienen una
intencionalidad: la de controlar, intimidar y someter al otro (Jacobson & Gottman, 2001), y
quebrar su voluntad hacia los propios designios, justamente intentando anularlo en su
calidad de “otro” (Corsi, 1995)

Sin embargo, para que la violencia pueda ser ejercida, no basta la voluntad de someter al
otro, tienen que haber condiciones de posibilidad, que se basan en la existencia de un
desbalance de poder físico, económico, político o cultural. Entonces, la violencia es
desatada por quien ostenta ese mayor poder cuando interpreta que su posición de
superioridad está en peligro o encuentra obstáculos para el ejercicio de ese poder.

Por otro lado, quienes se encuentran en una posición subordinada, no son entes
meramente pasivos, pues desarrollan una serie de estrategias de resistencia ante la
violencia sufrida, las cuales pueden encerrar un alto componente de agresividad y causar
daño. Esto hace que el poder no constituya una posesión inmutable, sino que existe en
tanto se hace ejercicio de él2. La posibilidad de ejercer violencia varía según la posición
que el sujeto ocupe dentro de las jerarquías y por la situación específica que tenga en
determinado momento de la vida (M. Ramírez, 2002). El mantener una relación autoritaria
y de sometimiento exige a quien detenta el poder, que sus actos tengan un alto
componente violento en sus diversas manifestaciones, donde la violencia física puede ser
utilizada de manera efectiva, o permanecer en un estado latente.

Uno de los mitos más generalizados es el de considerar que la violencia emerge


inevitablemente como la forma de resolver los conflictos de intereses que aparecen en
toda interacción social o interpersonal. Quienes conciben que existe un cordón umbilical
entre conflictos y violencia, plantean que para prevenir la violencia habría que evitar que
surjan los conflictos. Pero, definitivamente, como individualidades diferentes, incluso
como colectividades diferentes, siempre tendremos diversidad de intereses, deseos y
valores y esto hace casi inevitable el conflicto en cualquier interacción social. Lo que es
evitable es resolverlo violentamente. Es posible, mediante la puesta en juego de
conocimientos, aptitudes y habilidades comunicativas, lograr acuerdos entre las partes,
donde haya concesiones mutuas y satisfacción de ambas partes (Corsi, 1994). Pero, para
ello, la condición sigue siendo que las negociaciones sean desde un plano de
horizontalidad y no desde el poder, pues desde esa posición la violencia sí resulta
inevitable.

La violencia de género

Una de las desigualdades sociales que aún afronta la humanidad es aquella que se erige
sobre una diferencia biológica en el plano de las características sexuales. Cuando
hablamos de género, no solamente estamos aludiendo a pertenecer a determinado sexo,
sino a la valoración que social y culturalmente se le otorga a cada ser humano de acuerdo
a sus características sexuales y cómo, a través de esa valoración, se construye una
desigualdad social.

Por sus características biológicas las mujeres han sido convertidas socialmente en
cuerpos especializados en la maternidad y en la reproducción. Mientras tanto, el varón,
con órganos sexuales externos y carente de la capacidad de desarrollar vida humana en
su interior, aparece desligado de esa actividad reproductiva. Su rol asignado socialmente
es el de ser proveedor del ámbito reproductivo, a través de actividades productivas en la
esfera de lo público. Su dominio de lo público, lo único socialmente considerado como
creativo, le otorga poder frente a las mujeres, seres especializados en la reproducción,
aspecto que es poco valorado en el mundo social y económico.

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Las actividades reproductivas no son consideradas creaciones culturales, pues se
considera que todo les fue dado así por la naturaleza (Lagarde, 1992). Nuestro sistema
de géneros considera que la pertenencia a cualquiera de esas clasificaciones hace a los
sujetos absolutamente distintos entre sí, cada cual con un conjunto de cualidades,
aptitudes, esquemas y destrezas diferenciadas, siendo las del género masculino las más
valoradas socialmente. Mediante un largo proceso de socialización, en el cual la sociedad
en su conjunto se pone en juego, los roles a jugar por cada género aparecen como
“naturales” e inmutables y por tanto, no se cuestionan.

Gracias al avance de los estudios teóricos con perspectiva de género, se ha demostrado


fehacientemente que las características asignadas al género son aprendidas y todo lo que
es ser mujer o ser hombre, es histórico (M. Lagarde, 1992). Hace varias décadas Simone
de Beauvoir afirmaba que “no se nace mujer, se llega a serlo” señalando con esto que las
características de las mujeres no son innatas, sino producto de un proceso de
socialización orientado por concepciones sociales determinadas (Beauvoir, 1999).

Esta construcción social que otorga mayor poder a los hombres y plantea una posición
subordinada a las mujeres, es la base de la violencia de género. Los hombres, que han
construido su identidad masculina fuertemente ligada al ejercicio de la autoridad sobre las
mujeres basados en una supuesta superioridad, ejercen violencia contra ellas cuando
interpretan que esta autoridad es cuestionada o se presentan obstáculos para su ejercicio.
Sin embargo, la violencia también puede ser dirigida hacia otros hombres que se alejan
del modelo heterosexual masculino porque una de las formas en las que se construye la
masculinidad hegemónica es mediante la competencia entre los mismos varones y dentro
de esta perspectiva existe la necesidad de derrotar y someter a otro hombre como
muestra de mayor virilidad. Así por ejemplo, dentro de la cultura masculina hegemónica
en América Latina, el que un varón tome el rol sexual activo frente a otro varón, es una
demostración de mayor virilidad, pues incluso es capaz de someter sexualmente a otro
varón, el cual es feminizado, por tanto desvalorizado y estigmatizado3.

En términos generales podemos definir la violencia de género como todos los actos de
agresión física, sexual y emocional, que se desarrollan en un contexto de desequilibrio de
poder basado en la manera como se construyen los géneros en nuestra sociedad, a
través de los cuales quien detenta el mayor poder busca doblegar la voluntad del otro u
otra para mantener el ejercicio de ese poder cuando encuentra resistencias. Dado que
por razones sociales y culturales existen relaciones asimétricas de poder favorables a los
varones, la violencia mayormente ha sido dirigida en contra de las mujeres, y también,
aunque en menor medida, contra varones considerados más débiles, los cuales se alejan
del estereotipo hegemónico del varón heterosexual.

Bases estructurales de la violencia de género

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Las relaciones de dominación y subordinación que tienen como base las desigualdades
de género, si bien se expresan en la interacción de individuos concretos, no empiezan ni
terminan en ellos, sino que forman parte de una cultura hegemónica, la cual consiste en
un sistema de valores, actitudes y creencias que sostienen un orden establecido y los
privilegios de quienes detentan el poder, en este caso los hombres. Se trata de una visión
del mundo que es difundida en los diversos niveles de la vida cotidiana a través de un
largo proceso de socialización que en cada individuo empieza desde el nacimiento mismo.
Forman parte de un imaginario colectivo que es compartido no sólo por los hombres, sino
también por quienes tienen una posición subordinada, es decir por las mujeres (M.
Ramírez, 2002).

Hay que tener en cuenta, como concluye Roberto Castro, que esta posición de
subordinación de las mujeres no se inicia en la relación conyugal. Existe un proceso de
desempoderamiento de las mujeres desde la experiencia en sus familias de origen (la
madre jugaría un papel crucial en la pedagogía de la sumisión y en la frustración de
proyectos de superación y autonomía personal). (Castro, 2004). Estos contenidos
culturales circulan en todas las instituciones que forman parte de la sociedad – tales como
la familia, la escuela, el vecindario y los grupos de amigos, los centros laborales,
instituciones estatales, iglesias, etc. – los cuales son medios eficaces para la socialización
de cada sujeto, y para reproducir las relaciones de dominación. Igualmente, son estas
mismas instituciones las que justifican la violencia de género, cuando las mujeres
transgreden la normatividad social que sostiene la dominación masculina, dejando hacer y
dejando pasar el maltrato contra ellas, produciendo en muchas de las mismas, un
sentimiento de estar atrapadas y sin salidas.

A este sistema de dominación de género, como un todo, se le ha denominado patriarcal,


porque alude al poder conferido socialmente a los hombres sobre las mujeres, cuya
reproducción es garantizada institucionalmente y mediante una normatividad social que
permite que las relaciones jerárquicas se autorregulen. Se denomina machismo al
conjunto de creencias, actitudes y conductas basadas en la supuesta superioridad de lo
masculino frente a lo femenino, y en el rol de autoridad de los hombres sobre las mujeres.
Constituye toda una constelación de valores y patrones de conducta que afecta todas las
relaciones interpersonales, el amor y el sexo, la amistad y el trabajo, el tiempo libre y la
política (Castañeda, 2002). Si bien hay una gran cantidad de hombres que no comparten
la visión hegemónica, directa o indirectamente también ganan con esta hegemonía, ya
que se benefician de los dividendos del patriarcado, en lo que se refiere, por ejemplo, al
honor, al prestigio y al derecho a dar órdenes (Connell, 2003). También obtienen
ganancias materiales por la forma en que está estructurado el sistema patriarcal, por
ejemplo, en el sistema inequitativo de remuneraciones que favorece a los hombres, o en
las mayores facilidades de ascenso a puestos de decisión política, al margen de las
posturas individuales.

La hegemonía del patriarcado que norma la conciencia y las prácticas de hombres y


mujeres, hace que no sea necesario ser varón para ser machista, porque el machismo no
es un atributo personal sino una forma de relacionarse. Por lo tanto, podemos encontrar
hogares regidos por las reglas del machismo, en los cuales no hay un solo hombre. El
machismo no necesita de hombres y mujeres como tales: sólo necesita de sus roles. Lo
único que requiere es una relación de poder basada en la desigualdad (Castañeda, 2002).
En tanto las posibilidades de ejercer violencia están asociadas a las diferencias en la
posición de la jerarquía social que puede variar en el tiempo y por las condiciones
específicas en que se dan las relaciones (enfermedad, posición de clase social, edad,
personalidad, etc.), los hombres no siempre y en toda circunstancia son dominadores,
sino puede haber situaciones en que ellos sean los débiles o subordinados (M. Ramírez,
2002).

Sin embargo, la posición económicamente dependiente de muchas mujeres que no


realizan labores remuneradas, o el menor ingreso económico de otras que sí están
insertas en el mercado laboral, las hace menos autónomas y más vulnerables frente al
poder masculino. De la misma forma, la normatividad social, que las hace principales
responsables de las actividades reproductivas domésticas, obliga a quienes se insertaron
en el mercado laboral a una doble jornada de trabajo y a tener menor margen de
maniobra para el desarrollo personal4. Además, la menor fuerza física respecto al hombre,
cuyo desbalance es incrementado por cierta minusvalía psicológica de origen cultural5,
configuran las bases de un desequilibrio de poder que dificulta que las mujeres puedan
ejercer violencia contra los hombres y someterlos, a pesar de posibles deseos personales.

La violencia es parte del sistema de dominación, y al mismo tiempo es señal importante


de su debilidad. Una jerarquía que estuviera fuertemente legitimada no tendría que hacer
uso de la fuerza para imponerse. Pero quizá más que cualquier otra desigualdad, las
relaciones de género configuran espacios contradictorios, inseguros, siempre en tensión.
No se trata de relaciones similares a los de los amos y las esclavas, sino entre personas
con libre albedrío que actúan en el marco de una normatividad social que constriñe pero
que a la vez otorga márgenes de maniobra dependiendo de correlaciones de fuerzas
entre hombres y mujeres. Los hombres son conscientes que las mujeres son portadoras
de ciertos poderes que emergen de sus propias características biológicas, como es el
engendrar vida en sus propios cuerpos permitiendo o no a los hombres que se realicen
como padres; o poderes emanados del mundo de los afectos, especialmente en los
vínculos que establecen con los hijos, campo donde pueden volverse dueñas absolutas y
sabias manipuladoras a fin de contrarrestar el poder masculino, aunque esto no
necesariamente signifique poner en peligro la hegemonía del hombre (Thomas, 1997). Sin
embargo, esta hegemonía está siendo cuestionada de manera creciente por las mujeres,
gracias a una serie de transformaciones estructurales que refuerzan sus capacidades de
resistencia. La respuesta violenta de los hombres, sobre todo la física, señala tendencias
hacia la crisis del sistema de géneros en nuestra sociedad que más adelante vamos a
desarrollar.

La violencia conyugal

En esta investigación nos centraremos en el análisis de la violencia de género que es


ejercida en el marco de las relaciones de convivencia conyugal entre un hombre y una
mujer. Esta violencia, que llamamos conyugal, alude a todas las formas de abuso que
tienen lugar en las relaciones entre quienes sostienen o han sostenido un vínculo afectivo

4
Estos constreñimientos no sólo se presentan como acciones externas, sino incluso internas, es decir
mediante sentimientos de culpa que la obligan a frenar sus deseos de preocuparse por ella misma bajo el
temor de ser tildada o de pensarse como “madre desnaturalizada”.
5
Al respecto, Giddens cuenta la historia de un deportista quien cambia de sexo, y al ser visto como mujer y
ser tratado por lo mismo como una persona físicamente débil, se va percibiendo a sí misma de igual forma,
a tal punto que ya no es capaz ni de cargar sus maletas, a pesar de la fortaleza física que mantiene por su
práctica deportiva de alto rendimiento (Giddens, 1989).
relativamente estable. Se denomina relación de abuso aquella forma de interacción que,
enmarcada en un contexto de desequilibrio de poder, incluye conductas de una de las
partes que, por acción o por omisión, ocasionan daño físico y/o psicológico al otro
miembro de la relación (Corsi, 1995). En tanto que, por razones sociales y culturales
anteriormente señaladas, los hombres son los que generalmente detentan ese mayor
poder, la violencia ha sido dirigida principalmente hacia las mujeres.
La violencia por parte de la pareja contra la mujer, está constituida por “actos de coerción
y agresión física, sexual y emocional, realizados sin importar la ubicación física donde el
acto sucedió y que afecta de una manera negativa el bienestar, la integridad física o
psicológica, la libertad o el derecho al desarrollo completo de una mujer” (Güezmes,
Palomino y Ramos, 2002).
El ejercicio de la violencia dentro de la relación conyugal, en muchos casos aparece
contradictoriamente sobre la base de un vínculo afectivo que no necesariamente
desaparece. Esta situación dibuja un escenario complejo que los estudios de género, y
dentro de ellos los estudios de masculinidades, han intentado aclarar. Éstos han
permitido develar, a través de la escucha a los mismos hombres, la manera cómo se ha
construido el género masculino y el papel que juega la violencia en esa construcción.

La construcción de la masculinidad y la violencia de género

Apenas el recién nacido es identificado por sus genitales como varón, la sociedad se
pondrá en movimiento para inculcarle lo que entiende por ser varón, alentándole algunos
comportamientos y reprimiéndole otros, fomentándole ciertas convicciones de lo que es
ser varón y haciéndole sentir que pertenece a un colectivo masculino que ostenta
determinados privilegios, superioridad, poder y autoridad frente al colectivo femenino
(Marqués, 1997).
Desde muy niño será preparado para cumplir un rol de dominación en su relación con las
mujeres, para ejercer autoridad frente a ellas y para proteger su pureza sexual del acecho
de otros varones que como él, serán también capacitados para la competencia y la
conquista6.
Un aspecto fundamental de la preparación a la cual son sometidos los varones es lograr
que ellos no muestren signos de debilidad, tanto frente a los pares, como ante quienes se
impone la autoridad y, junto con ello, que sus decisiones aparezcan lo más racionales
posibles. Así, la expresión de diversos sentimientos como el temor, el dolor, la tristeza, la
ternura, el afecto, la compasión, el deseo de ser protegido, etc., son considerados
femeninos y contraproducentes para los objetivos de control y dominio y por tanto hay que
reprimirlos.
La minimización frecuente que hacen los hombres que ejercen violencia de las
consecuencias de su violencia contra sus parejas, podría estar en relación a la poca
sensibilidad desarrollada como parte de la construcción de la masculinidad hegemónica.
El negarse a muchas necesidades de los cuerpos haría que éstas no sean identificadas y
con ello se perdería la capacidad del autocuidado, dependiendo entonces de los cuidados

6
Los hombres, en tanto asociados al mundo exterior, protegen políticamente la pureza de las mujeres. El
honor de un varón, del que depende su reconocimiento público como varón y por tanto su autoestima , está
comprometido en la pureza sexual de su madre, esposa, hijas y hermanas, caso contrario sería objeto de
ridículo y de oprobio (Fuller, 1997)
femeninos. Esto haría a su vez remota la posibilidad de percibir y atender las
necesidades de otros cuerpos. La “insensibilidad masculina”, esa falta de capacidad
inculcada de no percibir una diversa gama de sentimientos en los varones, haría que
tampoco puedan ser percibidos en los demás, pues actuaría como una “coraza”
(Kaufman, 2002) tanto hacia los otros(as) como hacia ellos mismos7. Muchos hombres
se sienten como si estuvieran encerrados en sí mismos; tienen el deseo de acercarse a
otras personas pero se sienten incapaces. Es como si a lo largo del proceso de
crecimiento hubieran aprendido a dejar atrás su ser emocional (Seidler, 2000)

Qué hace, por ejemplo, un niño que cada vez que dice sentir miedo recibe como reacción
el enojo de sus padres. Poco a poco aprenderá a reprimir esa sensación, y quizá hasta la
percepción del temor, en sí mismo. Dentro del modelo machista de la masculinidad, el
verdadero hombre no debe tener miedo, y si lo siente no debe mostrarlo de manera
alguna, porque de lo contrario se asemejará a los rasgos de debilidad femenina. Como
señala Castañeda, el miedo es una reacción adaptativa que nos ayuda a frenar cualquier
emergencia. Si este proceso natural es frenado porque “los verdaderos hombres no le
temen a nada”, entonces puede tomar acciones imprudentes al no escuchar los mensajes
de peligro que le está enviando su organismo, o puede registrar emociones diferentes que
de alguna manera se sobreponen al miedo. Así, muchos hombres sienten y expresan
cólera, rabia, cuando en realidad tienen miedo. Del mismo modo, la ira funciona como un
disfraz: parece que la persona está enojada, pero en realidad sólo está triste, aburrida o
desilusionada (Castañeda, 2002). También la expresión de tristeza o dolor denota
vulnerabilidad y debilidad, entonces el verdadero hombre no puede darse el lujo de
expresarlos, bajo la pena de ser ridiculizado por los otros hombres o bajo el temor que
estas debilidades puedan ser aprovechadas por las otras personas, consideradas como
subalternas, para resistir a su autoridad.

No es que estos sentimientos desaparezcan, aun cuando no logran ser sentidos


conscientemente, simplemente se frenan o no se les permite desempeñar un papel pleno
en las vidas de los varones. Desde la niñez se va construyendo el sentido de culpabilidad
por hacer o expresar lo que está prohibido y el temor a perder la autoestima, es decir la
valoración positiva de si mismo, formándose de esta manera un super ego represivo de
constante vigilancia psicológica y conductual, lo cual constituye un acto de violencia
perpetua contra uno mismo8. Son sentimientos contradictorios que conforman el mundo
subjetivo de los varones, en donde las sensaciones de poder y privilegios se mezclan con

7
Contrariamente, según Bourdieu, la llamada intuición femenina, o esa mayor sensibilidad concebida como
un atributo “natural”, no es propia de las mujeres, sino de todos los seres subordinados. Esta resulta de la
atención y vigilancia continuas que se requieren para anticipar los deseos de los poderosos, y evitar así el
castigo (Bourdieu, 2000).
8
Norbert Elías, hace el mismo planteamiento de manera contundente, respecto al proceso que se desarrolla
en todos los seres humanos: “En cierto modo, el ser humano parece enfrentarse a si mismo. ‘Oculta sus
pasiones’, ‘desmiente a su corazón’ y ‘actúa contra sus sentimientos’. Se reprimen la alegría o la inclinación
momentáneas en consideración del prejuicio que se puede sufrir si se cede a aquellas. Tal es, por tanto, el
mecanismo por el que los adultos –ya se trate de los padres o de otras personas- crean un ‘super yo’
estable en los niños desde pequeños. La incitación momentánea de carácter instintivo o emotivo, aparece
reprimida en cierto modo a causa del miedo que produce el prejuicio que ha de producirse hasta que,
finalmente, este miedo se convierte en una costumbre contrapuesta a los modos de comportamiento e
inclinaciones, incluso cuando no hay nadie presente que los suscite, al tiempo que las energías de estas
inclinaciones se orientan en un sentido inocuo que no está amenazado por ningún tipo de prejuicio” (Elías,
1994. Pag. 484)
la del malestar. Con esto, el niño no está simplemente aprendiendo un rol de género,
sino que se está convirtiendo en parte de ese género. Todo su ser, en mayor o en menor
grado, será masculino (Kaufman, 1997).
Pero, se hace necesario el desfogue de estos sentimientos, aunque por la falta de vías
seguras de expresión, todas ellas se transformarán en ira y hostilidad, las únicas
expresiones emocionales socialmente permitidas, pues son funcionales a su rol
dominante (Kaufman,1997). Los hombres aprendieron desde niños que la expresión de
ira y enojo no sólo es aceptable, sino altamente provechosa: el hecho de enojarse los
enaltece frente a los demás niños, y también es una gran estrategia frente a las niñas,
quienes harán todo lo necesario para contentarlos. Los varones comprueban que en
muchas ocasiones no es necesario usar la fuerza física para imponerse. Basta con
expresar ira para atraer la atención de los demás y “hacerse respetar”. Este privilegio que
las mujeres no poseen, les da un margen de poder decisivo en todas sus relaciones
interpersonales (Castañeda, 2002)
Sin embargo, la expresión de la ira no podrá hacerse en cualquier circunstancia, pues
podría correr peligro su integridad física si esta es desatada ante otros con igual o más
poder que él. El miedo a perder el control significa que la liberación de sentimientos sólo
deberá tener lugar en una situación segura y ésta se da en el ámbito familiar, frente a las
mujeres, consideradas seres con menor poder social y músculos más débiles, por lo que
no le representan una amenaza psíquica ni física (Kaufman, 1989).
¿Qué situaciones producen en estos varones esas expresiones de ira que los llevan a
ejercer violencia contra sus parejas? Una de ellas, es el inmenso temor a perder su
posición de poder y dominio en las relaciones conyugales. Un varón que fracasa en el
intento de obtener que su esposa reconozca su autoridad última sobre ella y sobre la
familia, pierde su condición masculina, es un “saco largo” (Fuller, 1997), apelativo popular
peruano que alude a que no se es suficientemente hombre. Por lo general, esta
inhabilidad de mantenerse como superior tiene un castigo, siendo entonces víctima del
oprobio y de la vergüenza por no haber dado con la medida que se espera en todo
hombre. Llamarlo “mandilón” en México es una forma de definirlo como inferior por no
imponerse (A. Ramírez, 2000). Estos hombres permanentemente se sienten amenazados
en su autoestima y su poder, así cualquier situación conflictiva dentro del hogar los lleva a
sospechar y temer que pueden perder el control de la relación, lo que les provoca un
estado de gran tensión (momento al que algunos han denominado riesgo fatal9), e
intentan retomar rápidamente el control con el uso de la fuerza (Corsi, 1995). En un
instante, en décimas de segundo, deciden que tienen que luchar para recuperar su
identidad de superior, su supervivencia y control, y lo hacen de manera violenta (A.
Ramírez, 2000). La violencia proporciona, por lo menos, una vivencia temporal de poder.

Una de las razones a la que más recurren los varones agresores para explicar y justificar
sus actos de violencia contra las mujeres son los celos que sienten ante cualquier
sospecha, real o imaginaria de un acto de infidelidad de parte de la pareja. Estos
hombres se sienten dueños de la sexualidad de sus parejas, y del control que logren
ejercer sobre aquellas, dependerá el reconocimiento de su masculinidad por parte de sus
pares. La virilidad de un varón depende en parte del comportamiento de su mujer. Se
considera poco viril a un hombre que no sabe “cuidar a su mujer”, de ahí la enorme
humillación y vergüenza del hombre cuya esposa le es infiel: ahí donde una mujer
engañada es una víctima, el marido engañado es una figura patética que no ha sabido
9
Al respecto ver CORIAC, 2002.
satisfacer a su mujer ni vigilar sus movimientos, y esto afecta en lo más hondo su honor
masculino (Castañeda, 2002). Como él siempre está en posición de conquista de otras
mujeres, cree que su pareja será presa fácil de otros hombres, que como él están en el
mismo propósito, esto al margen de si ella quiera o no acostarse con todo hombre que
encuentra, pues asume que ella es un ser débil e incapaz de tomar decisiones, por lo que
supone que se dejará seducir por cualquier hombre (A. Ramírez, 2000). En estos casos,
la violencia es utilizada como un acto preventivo que disuade de cualquier intento, más
imaginario que real, de infidelidad. Se trata entonces de una violencia preventiva, más
que sancionadora: es el “por si acaso” (Amorós, 1990). Es frecuente, en estos casos, la
utilización de la violencia sexual como un intento desesperado de apropiarse del cuerpo
de ella, dándole de esta forma al varón una sensación momentánea de control y poder.

Como dice Castañeda, la emoción de la vergüenza es la razón primera y principal de toda


violencia. El propósito de la violencia es disminuir la intensidad de la vergüenza y
reemplearla, en la medida de lo posible, por su opuesto, el orgullo, asegurando así que en
este caso el varón no se sienta desbordado por ella. La vergüenza sería el talón de
Aquiles del machismo. Es el punto más débil de la psique machista, porque al hombre
machista le importa sobremanera lo que piensan de él los demás, y es
extraordinariamente sensible a cualquier señalamiento (Castañeda, 2002). La
sensibilidad de estos hombres resultaría sumamente selectiva, estando referida
fundamentalmente a situaciones en las que percibe con mucha suspicacia que está en
peligro de ser desenmascarado como un menos hombre por no lograr alcanzar lo que la
sociedad espera del verdadero hombre, tal como afirma Kimmel (1997), poniéndolo en
alerta cualquier fragmento de información que le haga revivir los momentos de dolor por
las veces que fue humillado por lo mismo, fundamentalmente durante la infancia. Este es
un elemento que intentaremos ahondar con especial cuidado en esta investigación.

En las últimas décadas la imagen del “macho” al estilo de las películas de charros
mexicanos, donde se presentaban modelos estereotipados del sometimiento absoluto de
las mujeres por parte de varones quienes defendían su honor y superioridad mediante el
ejercicio cotidiano de la violencia física, ha sido devaluada. Las reivindicaciones de
igualdad de oportunidades para las mujeres, enarboladas por el movimiento feminista a
nivel mundial, han avanzado en conquistas importantes, y hace tiempo forman parte de
los discursos oficiales la condena a toda forma de discriminación y violencia contra la
mujer. Gracias a ello se han promulgado leyes específicas contra la violencia doméstica
hacia la mujer y se desarrolla una deslegitimación de su práctica en la mayoría de los
países. Sin embargo, ocurre un desfase entre la prohibición oficial a la violencia contra la
mujer y las prácticas cotidianas, lo que ha producido la convivencia de un doble discurso;
por un lado, el de la condena pública y por otro, el de la permisividad soterrada del
entorno en el ámbito cotidiano de lo privado.

En un estudio sobre masculinidades en el Perú, Fuller encuentra permanencias y


cambios, respecto a la violencia conyugal. Así, a pesar que los varones de clase media
de Lima se perciben a sí mismos como democráticos en sus relaciones de pareja y
probablemente intenten serlo, el principio de autoridad última del varón sigue vigente.
Según la mayoría de los testimonios, las decisiones deben ser tomadas en común, pero
si ella no accede con razonamientos él seguirá adelante, lo que puede conducir al
enfrentamiento entre ambos, aunque pocos reconocen haber utilizado la violencia.
Mientras en Cusco, donde se reconoce más hechos de violencia contra las mujeres, estas
agresiones están cada vez más desprestigiadas porque consideran que los animaliza, al
no haber impuesto su autoridad por la fuerza persuasiva de la razón. El acto violento
ocurriría en un lapso en el que dejaron de ser ellos mismos. En estos testimonios hay
elementos contradictorios donde la violencia está cada vez más deslegitimada pero
perdura un contexto donde la autoridad respecto a la mujer sigue siendo un pilar
fundamental de su reconocimiento social como varón, entonces, la violencia constituye un
último recurso de dominación, de salvar el honor y el prestigio social, al costo de
producirle sentimientos de culpa y propósitos de no volverlo a cometer (Fuller, 2001). Al
respecto, Gutmann encuentra en varones de sectores populares de México una condena
en sus discursos a la violencia contra la mujer y un cambio de actitudes frente a ella, pero
descubre que aunque las actitudes puedan cambiar, no necesariamente llevan a un
cambio en el comportamiento (Gutmann, 2000).

Qué ocurre entonces en este número creciente de hombres que por un lado condena la
violencia y que por otro decide utilizarla ante la aparición de algún conflicto en el que se
pone en cuestión la autoridad masculina. El recurso de la violencia en muchas ocasiones
aparecería, al igual que diversos comportamientos que se establecen en las relaciones
entre géneros – como lo señala Bourdieu refiriéndose a la violencia simbólica, pero que
se aplica a la violencia física también – a manera de resortes en lo más profundo de los
cuerpos. No siempre se realizarían como actos voluntarios, conscientes, premeditados,
sino como un disparador que se limita a desencadenar las disposiciones duramente
inscritas en lo más íntimo de los cuerpos, por el inmenso trabajo previo de inculcación y
de asimilación de las relaciones y estructuras de dominación que el orden social ha
realizado en ellos10 (Bourdieu, 2000). Esto explicaría el que muchos hombres actúen
impulsivamente, distinguiendo automáticamente al objeto de su agresión, que casi
siempre será alguien con menos poder físico y social y que culturalmente es subalterno.
Hay fibras muy sensibles en los hombres que están en lo más recóndito del inconsciente,
que cuando son tocados producen dolor, miedo, sentimientos que no son reconocidos, y
son confundidos con la ira, haciendo que en facciones de segundo se decida violentar.
Como lo señala Seidler, uno de los aportes de Freud precisamente fue demostrar cómo
las emociones y los sentimientos pueden actuar en un nivel inconsciente y por lo tanto,
más allá de nuestra percepción consciente. Este fue un descubrimiento importante que
ayudó a cuestionar el dominio del racionalismo que insiste en que las razones de las que
somos conscientes proporcionan las “causas” de nuestro comportamiento. (Seidler,
2000).

Lo psicológico versus lo social: Una falsa dicotomía

Existe cierta tendencia a minimizar o desestimar la importancia que tendría el estudio de


los comportamientos individuales para las Ciencias Sociales, porque éstos
corresponderían al campo de la psicología, entendiendo que la dimensión psicológica de
los individuos es lo intrínsecamente particular, lo que existe con absoluta autonomía de
los procesos históricos y sociales. En este trabajo consideramos la dimensión psicológica
y a su expresión en los comportamientos individuales, no como instancias ajenas a la

10
Entiendo que Bourdieu se refiere a la dimensión psicológica de los seres humanos y a un plano más allá
de lo consciente cuando se refiere al desencadenamiento de las disposiciones inscritas en lo más íntimo
de los cuerpos. Consideramos en este trabajo que lo psicológico es una dimensión fundamental de lo
corporal, pues es el impulso íntimo de los cuerpos, ya que sin esa dimensión estaríamos ante cuerpos
inertes, es decir ante cuerpos muertos.
realidad social, sino como una de las dimensiones a través de las cuales también se
manifiesta aquella.

En primer lugar, fundamentando la importancia del estudio de los comportamientos


individuales, hay que decir que, en cada acción individual y en cada historia de vida se
expresa lo social. Específicamente, en cada comportamiento violento se manifiestan las
construcciones socioculturales de género, las desigualdades sociales y las organizaciones
jerárquicas. También está expresada la manera en que interactúa cada individuo con las
instituciones sociales creadas históricamente para reproducir y perpetuar esas estructuras
sociales hegemónicas de acuerdo a los intereses de quienes detentan el poder en la
sociedad. A la vez, esos comportamientos están impregnados de las experiencias de
interacción con otros individuos en cuyas acciones también se expresa la realidad social.
Sin embargo, la interacción con las instituciones y las personas produce una gama
importante de posibilidades y experiencias diversas, cuyo resultado condiciona una
tendencia mayoritaria a perpetuar la situación hegemónica, pero no siempre deriva en la
reproducción de la misma. Esto ha hecho que puedan existir contraculturas emanadas de
quienes se sienten perjudicados por el estatus quo, las cuales también interactúan con las
hegemónicas, haciendo que los individuos de acuerdo a la diversidad de sus experiencias
también produzcan comportamientos diversos. Todas ellas, aún los transgresores,
forman parte de manera dinámica de la realidad social.

En segundo lugar, enfrentar la tarea de comprender un problema eminentemente social,


como es la violencia basada en el género, circunscribiéndonos sólo al estudio del sistema
patriarcal, a la cultura y creencias que reproduce, a la manera como se traslucen en la
conciencia de los individuos y en las acciones de los mismos, resulta absolutamente
incompleta, si no tenemos en cuenta que los comportamientos de los seres humanos no
sólo responden a actos conscientes, sino que también con gran fuerza a lo que se ha
llamado el ámbito de lo inconsciente, donde las emociones, también impregnadas de lo
social juegan un papel fundamental. Norbert Elías ha señalado, de manera muy
fundamentada, que toda investigación que quiera entender la conciencia de los seres
humanos, sus ideas “sin considerar al mismo tiempo la estructura de los impulsos, la
orientación y la configuración de los sentimientos y de las pasiones sólo conseguirá
resultados limitados puesto que ignorará necesariamente gran parte de lo que es
imprescindible para la comprensión de los seres humanos. La racionalización de los
contenidos de la propia conciencia, así como los cambios estructurales de las funciones
del yo y del super-yo, resultarán difícilmente comprensibles para la reflexión posterior en
tanto la investigación se limite a los contenidos de la conciencia y a las formas del yo y el
super-yo con ignorancia del cambio correspondiente de las estructuras afectivas e
impulsivas. Solamente se alcanza una comprensión verdadera de la historia de las ideas y
de los pensamientos cuando, además del cambio de las relaciones interhumanas, se
estudia la estructura del comportamiento, el entramado de la estructura espiritual en su
conjunto” (Elías, 1994. Pag. 494).

La probable resistencia a estudiar, desde las ciencias sociales, los impulsos


inconscientes, los sentimientos y las emociones, se debería a que éstos son considerados
absolutamente ahistóricos ya que enfocan las estructuras psíquicas del ser humano
contemporáneo como si se tratara de algo inmutable y que no ha sufrido proceso alguno y
como si la orientación de los seres humanos por medio de los impulsos inconscientes
tuviera forma y estructura propias. Al respecto Norbert Elías señala que el sistema
emotivo del individuo se transforma de acuerdo con los cambios de la sociedad y la
transformación de las relaciones interhumanas. Las formas en que los seres humanos
acostumbran a convivir se transforman y, por lo tanto, cambia su comportamiento, se
modifica su conciencia y el conjunto de su estructura impulsiva. Las “circunstancias” que
se modifican no son algo procedente del “exterior” de los seres humanos: son las
relaciones entre los propios seres humanos. Elías afirma que, a lo largo de la historia, y
consecuentemente con el entramado de dependencias en que transcurre toda una vida
humana, también se moldea de modo distinto la “physis” del individuo en conexión
inseparable con lo que llamamos su “psique”. Añade que en cada individuo concreto la
configuración de su orientación impulsiva y la de su orientación del yo y del super-yo se
modifican en su conjunto en el curso del proceso civilizatorio en correspondencia con una
transformación específica de las relaciones entre los seres humanos (Elías, 1994).

Con todo lo anteriormente expuesto no queremos caer en un determinismo social sino


enfatizar la gran importancia que los procesos sociales tienen en todas las dimensiones
de los seres humanos, no sólo a nivel colectivo sino también individual. No negamos el
papel que jugarían las características innatas o de herencia genética en cada individuo,
como por ejemplo el temperamento, pero consideramos que éstas solo brindarían
potencialidades que facilitarían o dificultarían las respuestas frente a los estímulos que
cotidianamente le presenta el medio, pero de ninguna manera las determinan. Son más
bien las décadas de experiencias cotidianas en un contexto histórico y social determinado
las que resultan preponderantes en el comportamiento humano, específicamente en el
ejercicio de la violencia de género, como discutiremos a continuación.

Elementos que condicionan el ejercicio de violencia física contra la pareja

Todos los hombres vivimos inmersos, en mayor o menor grado, en un sistema patriarcal y
nos alimentamos de una cultura machista hegemónica que mediante “hábitos normativos
sociales”11 establece roles por género, desigualdad social por razones de género y trata
de reproducir cotidianamente la subordinación de la mujer y la dominación masculina. Sin
embargo, no todos ejercemos violencia física o sexual. ¿Qué hace que unos hombres la
utilicen de manera cotidiana y otros no?

Uno de los elementos importantes sería el aprendizaje. Niños que fueron testigos de
violencia del padre contra la madre y contra ellos mismos, reproducen de adultos esos
mismos comportamientos aprendidos. Como señala Martha Ramírez, antes de ser
agresores, estos hombres vivieron relaciones asimétricas y ocuparon posiciones
subordinadas en la escala social en la niñez, lo que más tarde formaría parte de sus
representaciones de poder basado en las jerarquías. Los hombres, al igual que las
mujeres, han mantenido posiciones subalternas y padecieron formas de subordinación, de
parte de sus padres, familiares, maestros. Desde esta posición, aprendieron a mirar y

11
Llamamos “hábitos normativos sociales” a la conformación de un discurso moral basado en jerarquías
asignadas por la naturaleza o por designios divinos, que norma la vida cotidiana de las personas y que se
manifiesta en hábitos considerados correctos y que supuestamente están referidos a lo que se considera un
comportamiento normal. Estos, no necesariamente se expresan en la conducta de los individuos, pues los
hábitos pueden, con variable frecuencia, ser transgredidos, pero actúan como coacciones no sólo externas,
es decir de parte de su entorno social, sino también como coacción interna, a la manera de una
autointerpelación de lo bueno o malo de su accionar, y que generalmente no producen actitudes críticas
ante tales normalizaciones, a pesar del dolor y el malestar que puedan experimentan los sujetos por su
cumplimiento o su contravención. (Palomino, Ramos, Valverde y Vásquez, 2003)
registrar en su imaginario que la imposición de criterios, arbitrarios o no, es ejercida por
los varones sobre las mujeres y los niños, aun en contra de su voluntad. Aprendieron a
respetar, es decir, a no retar la posición del padre-controlador. Y a pesar de que estas
imposiciones muchas veces fueron con violencia física y les produjeron un gran malestar,
existía en el horizonte la promesa de que algún día serían hombres adultos y estaría
abierta la posibilidad de ejercer ese poder (M. Ramírez, 2002), y de utilizar la violencia en
el caso que los miembros de su familia, especialmente “su mujer”, pongan obstáculos a
su posición de controlador y regulador de la dinámica familiar.

En los hogares donde cotidianamente fue espectador de violencia, percibió que a pesar
del gran malestar y dolor que producía a su madre, ella aceptaba la violencia y todo volvía
a la calma; y cómo ella estaba siempre dispuesta a hacer lo que le pidan, e incluso
adelantarse a los requerimientos del padre para tenerlo contento. Cuando fuera adulto,
actuaría bajo estos patrones, pues en su experiencia le resulta más fácil la posición del
padre, pues siempre está la madre para responder y solventar las necesidades del
hombre. El hombre aprende que tiene que encontrar una mujer que abandone sus
propias necesidades para satisfacer las del padre-esposo, y que la violencia siempre será
un recurso necesario cuando no logra lo esperado por otros medios (A. Ramírez, 2000).

En varias investigaciones se demuestra que cuando el hombre ha sido espectador de


violencia del padre contra la madre cuando niño, y cuando él mismo ha sufrido maltratos,
se incrementa la posibilidad que de adulto reproduzca esa dinámica. Pero también se
presentan casos en que no ocurre así, como por ejemplo, hombres que por reacción
desarrollan actitudes no violentas y hacen cuanto pueden para no parecerse a su padre
violento. Esto nos indicaría que lo que realmente ocurre sería algo más complejo que la
mera imitación de las acciones ajenas y, por cierto, que la sola influencia cultural.

Donald Dutton, prestigioso filósofo, psicólogo y psicoterapeuta de hombres agresores en


Estados Unidos y Canadá, luego de muchos años de experiencia en el campo, llegó a la
conclusión que los hombres que maltratan físicamente a su parejas de manera cíclica en
el contexto de la intimidad, tenían características psicológicas que los distinguían de otros
hombres que, a pesar de haber sido testigos y víctimas de violencia durante la infancia,
no eran a su vez agresores. Estos hombres agresivos experimentaban profundas
depresiones, celos delirantes y una ira desproporcionada. Indagando en sus historias de
vida, encontró que ellos no sólo habían sido víctimas de maltratos en la niñez sino que
estos castigos eran mayormente sin motivo, además eran humillados en público y
rechazados. Este rechazo no sólo era del padre, sino que una madre intermitentemente
agredida, resultaba incapaz de dar todo el afecto y el apego que el niño requería (Dutton,
1997).

Dutton analiza las consecuencias de cada una de estas experiencias en la estructura


psíquica del individuo. En primer lugar, cuando se nos avergüenza, nuestra identidad se
ve amenazada, mellando profundamente nuestra autoestima. En segundo lugar, castigar
a un niño sin que él pueda determinar exactamente lo que ha hecho mal, provoca que
considere que lo “malo” es él mismo, él es despreciable, indigno de ser amado en un
sentido global. En cambio, los castigos que no son públicos ni caprichosos ni humillantes
no parecen dejar huellas tan duraderas. El sentimiento de rechazo a su corta edad, como
también lo señala Ramírez, les resultaba incomprensible y les provocaba dolor emocional.
Este rechazo no sólo involucraba la negativa del padre a tener algún tipo de interacción
física directa con el hijo sino también el desentenderse de la responsabilidad material,
educativa y afectiva de los niños (M. Ramírez, 2002). A la vez, cuando un niño no
encuentra a su madre, trata de conseguir que vuelva a su lado llorando a gritos. La ira es
la primera fase de la reacción de un niño a la separación. Es una ira que nace del miedo
a la pérdida. Si no consigue que vuelva o sólo lo logra por periodos limitados caerá en la
depresión y creará en él un duelo permanente (Dutton, 1997).

¿Cómo se trasladan estas características en el comportamiento dentro de las relaciones


de pareja? Los hombres que han pasado vergüenza harán cualquier cosa para evitar que
les vuelva a suceder. Ante la afrenta más leve reaccionan instantáneamente con una ira
manifiesta o furor humillado. La humillación es la experiencia de quedar en una posición
inferior. Entonces, ésta se convierte en ira cuando una persona siente que el modo de
resolver el problema es poner cabeza abajo la estructura de su humillación. Es decir que,
cuando una persona se encoleriza, pasa a ocupar una posición superior. En segundo
lugar, los celos son el terror al abandono, el terror de perder a la madre, que, a su debido
tiempo, se transforma en el terror de perder a la pareja. Entonces, ante cualquier miedo
al abandono, ya no llora, sino rompe objetos o golpea. Pero aunque su conducta sea
distinta, el objetivo es el mismo: recobrar el control sobre la separación por medio de la
acción física. (Dutton, 1997).

Concluye este autor señalando que si bien la cultura machista es importante, ésta influye
sólo después que se ha formado la personalidad, y no lo hace de modo parejo en los
niños seguros e inseguros. La sociedad puede proporcionar actitudes negativas hacia las
mujeres, sentido de superioridad frente a ellas y la aceptación de la violencia como medio
de resolver conflictos. No obstante, los muchachos que tienen una identidad segura no
asimilan automáticamente las influencias culturales: rechazan algunas por completo y
eligen partes de otras. En el caso del golpeador cíclico, concluye que la violencia surge
de la combinación de la humillación provocada por el padre, el apego ambivalente a la
madre (que sólo por momentos está disponible) y la socialización vinculada a los roles
sexuales. Así por ejemplo, se utiliza la ira para disimular el miedo y el rechazo que
arrastramos por los hechos descritos desde la infancia, porque son muestras de poca
virilidad dentro de la cultura machista. Entonces la ira externaliza el conflicto dirigiendo la
atención hacia fuera; si culpamos a otra persona, en este caso de menor poder social, no
necesitamos sentir vergüenza o culpa (Dutton, 1997).

Si bien los planteamientos de Dutton son un aporte que nos permite comprender la
ligazón entre las historias personales y la violencia masculina, consideramos que aún se
mantienen algunas interrogantes. Qué pasa con los hombres que reportan no haber sido
castigados arbitrariamente, tampoco humillados ni abandonados por sus progenitores,
pero que sí fueron testigos de maltratos a su madre de parte de su padre, y ahora ellos
reproducen cíclicamente la violencia física contra sus parejas. O en otros casos en los
que no fueron testigos directos del maltrato de su padre contra su madre, pero sí
observaron este comportamiento en el contexto social próximo, y actualmente agreden a
sus parejas. Lo que estaría demostrando esta experiencia tan diversa es que sigue
siendo la cultura hegemónica machista y el sistema de dominación masculina en su
conjunto, la condicionante más importante de las conductas violentas de los hombres.
Muchos de los sentimientos de vergüenza, dolor y malestar durante la infancia señaladas
por Dutton, han sido experimentados en mayor o menor medida por los hombres en
general, aun sin un padre que los humille y sin una madre que los abandone, simple y
llanamente como consecuencia de la manera en que han sido socializados, teniendo que
dar pruebas permanentes de masculinidad y temiendo ser ridiculizados y desvalorizados
por el medio porque sus comportamientos no responden a lo que socialmente se espera
de ellos como hombres. Como dice Kimmel, seguimos sintiendo vergüenza ante
cualquier posibilidad que otros hombres nos desenmascaren y pongan al descubierto ante
el mundo que no tenemos la capacidad de alcanzar los estándares de los verdaderos
hombres (Kimmel, 1997), y en muchas ocasiones cubrimos la vergüenza con actos de
violencia contra quienes sentimos el poder para hacerlo. Si además tenemos un padre
arbitrario en sus castigos, que nos avergüenza en público y nos abandona, se agrava aun
más el problema. Los hallazgos de Dutton nos darían pistas para entender cómo las
condiciones específicas de cada trayectoria de vida crearían diferencias entre agresores,
en los grados del control que ejercen sobre las mujeres, en la letalidad de sus maltratos
físicos, en la frecuencia de la violencia, etc.

Para complejizar aun más el abanico de posibilidades, podemos encontrarnos con


hombres que partieron de contextos familiares de mucha humillación y abandono cuando
niños, pero que en la actualidad no ejercen violencia física ni sexual. Como el mismo
Dutton señala, hay muchas otras experiencias que pueden romper la cadena de la
violencia entre dos generaciones, por lo que nuestra investigación tuvo especial cuidado
en indagar dentro de cada trayectoria de vida estos hitos. Así por ejemplo, muchos niños
maltratados quizá no hayan tenido la necesidad o la oportunidad de ejercer violencia física
de adultos pues las mujeres se comportan como ellos esperaron que lo hagan, o utilizan
otras estrategias más sutiles de violencia para mantener su autoridad, aunque el maltrato
físico siempre estaría latente, para cuando estas otras menos brutales no resulten en
vistas al objetivo del control y el sometimiento. Otros pueden haber sufrido la influencia
de lo que se llaman factores de protección, es decir, de acontecimientos favorables
capaces de mitigar los efectos de las experiencias negativas tempranas. Como por
ejemplo, oportunidades formativas distintas extra familiares, relación con personas e
instituciones que les ayudaron a experimentar formas más democráticas de relación de
pareja y vivieron sensaciones más gratificantes, etc. De otro lado, no haber sido testigos
de violencia entre los padres, y haber estado inmersos en vínculos afectivos familiares
positivos y en relaciones democráticas, condicionará indudablemente una tendencia a
buscar reproducir estas formas en el futuro hogar aunque nada garantiza que el ejercicio
de la violencia no se suceda cuando no se sepa resolver conflictos porque antes no se
experimentaron y el medio presione hacia demostraciones de superioridad masculina.

Otras formas de violencia contra la mujer: los micromachismos o el machismo


invisible

Nos preguntamos si es posible sustraerse a todo tipo de violencia, incluyendo la


emocional, en el marco de estas estructuras de dominación masculina. Según Montoya,
investigador nicaragüense, el hecho que algunos hombres sean “no violentos” no significa
que sean no machistas, pues también las prácticas no violentas coexisten con las
creencias masculinas tradicionales. Algunos comportamientos no violentos se basan en
creencias machistas tales como que el golpear a la mujer es antimasculino porque las
mujeres son “seres débiles” (Montoya, 1998). En estos casos, dada la relación jerárquica
y autoritaria que establecen con sus parejas, la violencia está siempre latente. Olavarría
dice que los hombres que no han sido violentos, “tienen la posibilidad de serlo, son
poseedores del recurso” (Olavarría, 2001).
Garda señala de manera sugerente que la violencia es la parte más desagradable de la
hegemonía masculina, y que dado el proceso reflexivo al cual tienen acceso un mayor
número de mujeres, ellas concluyen que es mejor dejar a estos hombres que continuar
con ellos. Así, la violencia, siendo la forma más torpe de sometimiento a las mujeres,
pone en riesgo todo el sistema de dominación. Los privilegios de los que disfrutan los
hombres pueden obtenerse por medios no violentos, porque la violencia de los hombres
es parte de la dominación masculina, pero la dominación masculina no es sólo violencia
de los hombres (R. Garda, Ined.).

Otro esfuerzo que hemos hecho en esta investigación, fue también el de indagar en las
historias personales de quienes aparentemente no maltratan y descubrir si existen formas
más sutiles de dominación, a algunas de las cuales Bonino (1995) ha denominado
“micromachismos”, es decir prácticas de dominación masculina en la vida cotidiana del
orden de lo “micro”, de lo casi imperceptible, lo que está en los límites de la evidencia.
Algunos micromachismos son conscientes y otros se realizan con la “perfecta inocencia”
de lo inconsciente. Esto es lo que en otras palabras Bourdieu llamó la violencia simbólica;
es decir, donde la dominación ha sido tan internalizada que no representa conflicto alguno
para quien la ejerce y es aceptada como natural por las mujeres (Bourdieu, 2000).

Entre los muchos ejemplos de micromachismos señalados por Bonino están: Los que
aprovechan la dependencia afectiva y el pensamiento "confiado" de la mujer para
chantajearlas emocionalmente, provocando sentimientos de confusión y culpa. Los
requerimientos abusivos solapados que apelan a roles femeninos tradicionales como lo
que significa ser “una buena madre”, o “una buena esposa”, para desanimarla en intentos
de desarrollo personal o aumentar las atenciones hacia él. Los que controlan todos sus
movimientos con el pretexto que las quieren y desean protegerlas. Los que desvalorizan
sistemáticamente las opiniones de las mujeres haciéndolas sentir que nunca tienen la
razón, impactando desfavorablemente en la autoestima y la autocredibilidad. Los que
usan la fama de violentos, para mediante gestos, posturas corporales, aumento de voz,
advertirles que algo podía pasarles si no se someten a sus designios, etc. (Bonino, 1995).
Según Castañeda, el machismo está tan profundamente arraigado en las costumbres y el
discurso que se ha vuelto casi invisible cuando no despliega sus formas más flagrantes,
como el maltrato físico o el abuso verbal (Castañeda, 2002).

Muchas de estas formas sutiles de poder y control están tan naturalizadas que son
utilizadas por la mayoría de hombres, aun por los que consideran que sus relaciones de
pareja son democráticas o se esfuerzan honestamente por serlo. Pero también las utilizan
cotidianamente los hombres que ejercen violencia física. Una buena parte de ellos inicia
su labor de demolición psicológica con algunas de estas prácticas y luego que éstas no
logran su cometido recurren a la violencia física como última instancia. Por último, en los
actuales momentos, en el que se experimenta un aumento del poder personal de las
mujeres, por su mayor nivel educativo, por su irrupción masiva en el mercado laboral, por
su mayor posibilidad de movimientos y menor sujeción a las actividades de crianza con el
significativo descenso de la fecundidad, un buen número de varones recurre a maniobras
sutiles de poder para restablecer el status quo. Bonino las ha denominado
micromachismos de “crisis”, entre las cuales se cuentan las amenazas de abandono,
comportamientos auto lesivos que apelan a la predisposición femenina a la compasión, al
cuidado, etc. (Bonino, 1995).
Violencia y crisis del sistema de géneros – Crisis de la masculinidad

A partir de los años ochenta, en América Latina se iniciaron una serie de cambios
estructurales en los ámbitos sociopolítico, económico y del desarrollo científico,
específicamente en el campo de la salud, que han tenido importantes repercusiones en el
desarrollo personal de las mujeres, y que han aminorado las desventajas en relación a
los hombres. Este proceso ha alcanzado incluso a los sectores populares y se caracteriza
por un encadenamiento entre cada uno de sus componentes, los cuales se retroalimentan
mutuamente.

Así, las corrientes internacionales en pro de los derechos humanos y de los movimientos
feministas confluyeron en poner en la agenda de los gobiernos y de las agencias
internacionales, acciones que propendían a la igualdad de oportunidades entre hombres y
mujeres, al acceso equitativo a la educación de estas últimas, a la salud, al derecho a
decidir sobre sus cuerpos, específicamente en lo que se refiere a la reproducción y la
sexualidad. Coincidieron, con intereses distintos por cierto, con el esfuerzo de algunos
países desarrollados de alentar políticas de disminución de la fecundidad, y que a la vez
promovieron el “boom” de los métodos anticonceptivos. En los espacios nacionales el
incremento en la educación de las mujeres, su mejor acceso a los medios de
comunicación que mostraban modelos de familias pequeñas, unido al empeoramiento de
la situación económica que hacía cada vez más difícil la manutención de una prole
numerosa, crearon las condiciones para la aceptación y el uso de métodos
anticonceptivos modernos. Esto ha producido que en la actualidad, en las principales
ciudades, la disminución de la fecundidad se acerque al nivel de reemplazo12. A su vez,
se crean las condiciones para que un masivo número de mujeres, incluidas las de
sectores pobres, que ya no estaban atadas a la crianza ininterrumpida por décadas,
irrumpiera masivamente en el mercado de trabajo. La mayoría de ellas se sintieron
obligadas a buscar nuevas fuentes de recursos por la crisis económica que se inaugura
en esa época – con el agotamiento del modelo de sustitución de importaciones y las
políticas económicas de ajuste estructural – que había reducido drásticamente la
capacidad adquisitiva de los ingresos masculinos, o había lanzado a la calle a sus
maridos como desocupados, o simplemente les ofrecía trabajos esporádicos.

¿Qué efectos han tenido estos cambios estructurales en las subjetividades masculinas?
Varios de los espacios públicos considerados netamente masculinos – que constituían
fuentes importantes de poder como el laboral que además le imprimía el sello indiscutible
de proveedor a la identidad masculina – eran invadidos por las mujeres. Ahora resultaba
que no sólo dejaban de ser los únicos proveedores sino que muchos habían perdido tal
condición y este rol era asumido por las mujeres. De la misma forma, con la caída de la
fecundidad se liberaba a la mujer, por lo menos en parte, de la atadura de los hijos y de
su anclaje en el espacio doméstico, lo que constituía el derrumbe paulatino de una de las
formas de control de los movimientos femeninos por parte de los hombres. Ciertamente,
en la mayoría de veces ha significado para la mujer una doble jornada de trabajo, ya que
no se ha podido liberar de las tareas domésticas a pesar que trabaja fuera del hogar y no
recibe apoyo en estos menesteres por parte del hombre. Sin embargo, al tener un

12
Se habla de nivel de reemplazo cuando la Tasa Neta de Reproducción, es decir el número de hijas que
una mujer espera dejar en promedio durante su vida fértil, es igual a 1.
menor número de hijos, las cargas domésticas son menores, lo que le permite salir al
mercado laboral, y esto significa una mayor libertad de movimientos, además de lograr
una relativa autonomía económica.

Si a esto unimos el hecho que los métodos anticonceptivos modernos quitan de las
manos y de la voluntad de los hombres la regulación de la fecundidad (los métodos
tradicionales del ritmo, coito interruptus, e incluso el condón, dependían
fundamentalmente de la voluntad masculina), se traza un escenario de inseguridad para
algunos hombres porque sienten que la sexualidad de las mujeres se escapa de su
control, ya que aducen que podrían relacionarse sexualmente con otros hombres sin
mayor temor, pues no habría el peligro de salir embarazadas13. Otro hecho cambiante en
las últimas décadas ha sido el aumento de los niveles educativos de las mujeres,
haciéndolas potencialmente capaces de asumir cargos y posiciones en los espacios
públicos a los que antes sólo podían acceder los hombres.

Ya no les van quedando a los hombres elementos tangibles que confirmen su


superioridad sobre las mujeres. Esta situación provoca a un buen número de hombres un
conflicto que los hace sentir socialmente devaluados. Al momento en que las mujeres
conquistan el espacio público, hay hombres que advierten que su status quo se ve
amenazado por sujetos a los que, en su interior, siguen considerando inferiores. Su
reacción inmediata e inconsciente es demostrar su superioridad a través de la violencia,
de facto o simbólica (Montesinos, 2002). En una investigación realizada por B. García y O.
De Oliveira, encontraron que los contextos familiares de mayor violencia física eran
aquellos en los que la mujer se hacía responsable de la manutención del hogar, estando
presente el marido. Estas investigadoras interpretan que, al sentirse fracasados en su
papel de proveedores, los maridos reafirman su autoridad utilizando la violencia como
último recurso (García y De Oliveira. 1994). Hay que tener en cuenta que los hombres
siguen considerando como una característica fundamental que los realiza como hombres
adultos y plenos su capacidad de garantizar materialmente la reproducción de la familia y
se sienten frustrados porque la sociedad, que sigue alimentando culturalmente esa
normatividad social, no les brinda oportunidades para el cumplimiento de ese rol.

Muchos de estos procesos arriba mencionados están alimentando un cambio cultural


hacia la igualdad de oportunidades y derechos entre hombres y mujeres, y hacia el
reconocimiento de la igualdad de capacidades intelectuales y de eficiencia productiva.
Pero, por otra parte, se vive un retraso para negar la superioridad masculina en el
consciente o inconsciente de muchos hombres. Esto provoca, según Rafael Montesinos,
la interiorización de un proceso conflictivo que, más que aprovechar los beneficios de
relaciones genéricas menos oprimidas por los valores patriarcales, sume a los miembros
del género masculino en una situación nada cómoda. Muchos hombres no saben cómo
superar los restos de una cultura tradicional que todavía los influye en su forma de percibir
el rol que han de desempeñar en su relación con el otro género (Montesinos, 2002). Sin
embargo, hay que anotar al mismo tiempo, que existe en nuestros países un número
creciente de hombres, aunque no representan la mayoría, que han asimilado los cambios
señalados como una oportunidad para desarrollar relaciones más equitativas con sus
parejas y el ejercicio de sus paternidades, no sólo en sus roles de proveedores, sino

13
En dos investigaciones que realizamos anteriormente, una en tres ciudades del Perú (Ramos et al., ined.),
y la otra a lo largo de diversas áreas rurales (Ramos, 2003 ), encontramos cómo los varones participantes
en ambos estudios relacionan la utilización de métodos anticonceptivos modernos con su temor a la
infidelidad femenina
logrando estrechamientos afectivos con sus hijos a través de involucrarse cotidianamente
en la crianza, percibiendo con ello muchas satisfacciones y crecimiento en su madurez
como seres humanos.

En general, los cambios estructurales experimentados en las últimas décadas han puesto
en crisis no sólo a la masculinidad hegemónica, sino a las formas en que se estructuró la
vida de hombres y mujeres durante gran parte del siglo XX. Olavarría plantea que se trata
de una crisis de las relaciones de género, que en el caso de los varones se estaría
manifestando como crisis de la masculinidad (Olavarria, 2004).

La violencia y el malestar de la masculinidad

El sistema patriarcal indudablemente nos da poder y nos otorga privilegios a los hombres.
Pero, junto con ello, un sentimiento de malestar recorre todas las etapas de las
trayectorias de vida masculinas. Según M. Kaufman, el poder de los varones está viciado
ya que la manera como se ha armado ese mundo de poder, causa dolor, aislamiento y
alienación tanto a las mujeres como a los hombres. Con esto no se quiere equiparar la
situación de los hombres a la de las mujeres, sino sólo decir que esas relaciones de poder
también tienen un alto costo para los mismos hombres (M. Kaufman, 1997).

Hay que entender que el poder que se asocia a la identidad masculina, es un poder social
otorgado simbólicamente a los hombres, el cual nos es impuesto desde el momento
mismo del nacimiento y que para ejercerlo nos exigen cumplir con una serie de
características, muchas de las cuales incluso van contra las naturalezas individuales y,
por tanto, resultan coercitivas para los mismos hombres.

Desde la infancia, muchos varones experimentamos la imposición de formas de


comportamiento socialmente señaladas como masculinas, so pena de castigos físicos y
humillaciones que nos causaron un gran malestar. Algunos también fuimos víctimas de
maltratos físicos como forma de imponer criterios y aceptación de la autoridad paterna y
materna, los que produjeron en nosotros dolor y resentimiento, sobre todo los que
recibimos sin comprender el por qué de los mismos. Durante la adolescencia la mayoría
de los hombres respondimos al malestar de reprimir toda manifestación de sentimientos y
comportamientos considerados socialmente como femeninos, reforzando
exageradamente las características de la masculinidad hegemónica, donde el ejercicio de
la violencia era aplaudida entre los pares. En esta etapa, se acrecentó el temor de ser
avergonzados o humillados delante de otros hombres o de ser dominados por hombres
más fuertes. Era también la etapa cuando con mayor fuerza sentimos el terror de ser
desenmascarados por otros hombres por no cumplir con los estándares de los verdaderos
hombres y estuvimos muy pendientes de la aprobación de los pares, porque de ellos
dependía la afirmación de nuestra masculinidad.

Durante la adultez, el ejercicio de autoridad nos otorgó el disfrute de privilegios, pero el


malestar se volvió frecuente por los actos que cometían quienes estaban supuestamente
bajo nuestras órdenes y que interpretamos que ponían en cuestión nuestra posición de
poder. La violencia entonces fue utilizada para reestablecer el orden supuestamente
quebrantado y esto nos otorgaba una sensación de poder y de desfogue de la ira
creciente. Pero inmediatamente estos sentimientos se mezclaban con el miedo al
rechazo y al abandono femenino, con la culpa por el daño causado; hubo arrepentimiento
y sentimos frustración porque una vez más se rompía la posibilidad de establecer
relaciones de afecto. Entonces ocurrieron sentimientos ambivalentes y conflictivos de
poder y dolor.

A la par del disfrute de privilegios que otorga el poder, el costo que los hombres sentimos
cuando ejercemos violencia contra nuestras parejas es muy alto, pues lejos de resolver
los problemas interpersonales, tienden a cerrar los canales de comunicación entre las
personas y toda posibilidad de negociación. Cuando nuestra esposa, hijo o hija dejan de
hablar con nosotros por temor a ser agredidos, se rompen los vínculos afectivos y de
confianza, y sentimos aún más el malestar de la soledad.

El mayor margen de movimientos en espacios diversos que actualmente tienen las


mujeres, crea a muchos hombres inseguridad, y el temor a ser engañados por otros
hombres, constituye uno de los sufrimientos más recurrentes. Los celos se presentan
como uno de los componentes de mayor frecuencia en el padecer masculino. Imaginar la
infidelidad de la esposa aterra porque significaría perder el valor como hombres. Por un
lado, ser desplazado por un hombre más viril que uno y perder el control de la mujer; por
otro, ser pasto del escarnio, de la humillación y la vergüenza de los demás que nos verán
como un “menos hombre”.

Otro de los mandatos sociales que está causando mucho malestar a nosotros los
hombres es el de ser proveedor económico, el cual está duramente inscrito en el
imaginario masculino. El “mantenido” no es bien visto y su imagen se desvaloriza porque
es considerado como un hombre incompleto, incapaz de asegurar el bienestar material de
los suyos. Como hemos observado en una investigación anterior14, el desempleo y el
subempleo tiene repercusiones muy negativas, no sólo en la salud mental de los
hombres, sino también en otras dimensiones de su vida como, por ejemplo, en la vivencia
de su sexualidad, expresada en una serie de disfunciones sexuales que a la vez, como en
un círculo vicioso, los hunde en una mayor depresión. Las consecuencias pueden ser
aún más graves, como lo señalado por algunos estudios que relacionan incremento de
suicidios masculinos con el deterioro de las condiciones que permiten el acceso al
mercado de trabajo. Estos estudios muestran cómo, por un lado, de cada cuatro suicidios
tres son masculinos, por otro, que por lo menos en una parte de éstos, la causa más
frecuente podría estar relacionada al hecho de sentir que habrían fracasado como
proveedores.15

Algunos programas de intervención con varones que ejercen violencia contra sus parejas
en América Latina y en especial en el Perú16, nos muestran que quienes llegan de manera
voluntaria y creciente a los talleres, son hombres con un inmenso dolor a cuestas, sin otro
modelo de ser varón que el que aprendieron desde la infancia, y desesperados porque
están a punto de ser abandonados por sus parejas, hijos e hijas, o ya lo fueron. Ellos
narran, entre otras cosas, que el ejercicio de la violencia era un recurso desesperado para

14
RAMOS, Miguel. 2003. “Salud mental y violencia estructural en varones de sectores urbanos pobres” En:
Cáceres, Cueto, Ramos, Vallenas (Coordinadores). La salud como derecho ciudadano. Perspectivas y
propuestas desde América Latina. Universidad Peruana Cayetano Heredia. Lima, Perú. Pags. 309 – 318.
15
Al respecto ver De Keijzer, 2003 y Hernández, 1989. También podemos encontrar referencias a la
relación entre suicidio masculino y desempleo en el célebre trabajo de Durkheim “El Suicidio”.
16
Nos referimos al Programa de Hombres que Renuncian a su Violencia, que es ejecutado por la
Universidad Peruana Cayetano Heredia, con la colaboración del Colectivo de Hombres por Relaciones
Igualitarias A.C. – CORIAC, de la Ciudad de México.
retener a sus parejas por el temor de ser abandonados o engañados (que en la mayoría
de los casos resultaban situaciones ficticias), y cómo, esos mismos actos, empujaban
inexorablemente a profecías auto cumplidas.

De acuerdo a otra investigación que realizamos recientemente (Palomino, Ramos,


Valverde y Vásquez, 2003), aún la mayor parte del malestar masculino es producido por
la distancia entre sus realidades y los estándares exigidos para ser considerados como
“verdaderos” varones. El estereotipo de la masculinidad hegemónica, que pocos pueden
alcanzar, sigue siendo un modelo al que aspira alcanzar la mayor parte de los varones,
porque continúa siendo valorada socialmente. La distancia que nos separa del modelo
pretende ser llenada con violencia contra los y las demás, pero también contra nosotros
mismos. Para que se avizoren cambios reales en los hombres, deberemos sentir que con
el modelo de masculinidad hegemónica también nosotros los hombres estamos
perdiendo. En esta investigación también exploraremos las interpretaciones que hacen
los hombres que se esfuerzan por desarrollar relaciones equitativas con sus parejas
respecto a las ventajas que disfrutan, en comparación a relaciones de poder y privilegios
anteriores o que experimentaron en sus respectivas casas paternas.
Aspectos metodológicos

La presente investigación tiene por objetivo una aproximación exploratoria, descriptivo-


analítica, a los discursos de los varones respecto a sus experiencias cercanas o lejanas
en el ejercicio de la violencia contra la mujer. Buscamos comprender en primer lugar, la
manera en que los varones atribuyen sentido y significados a sus relaciones de pareja, a
los juegos de poder, autoridad, sumisión y a las estrategias de adecuación y resistencia
en la relación entre los géneros; y en segundo lugar, queremos entender los significados y
la lógica que subyace en el ejercicio de la violencia contra la mujer. También nos interesa
conocer los significados que le dan a sus relaciones de pareja, los varones que
básicamente no recurren a la violencia para resolver los conflictos y la manera en que
interpretan sus actos de equidad y democráticos, en un contexto de estructuras sociales
jerárquicas y autoritarias y de una cultura machista. En tanto nuestro propósito es explorar
el mundo subjetivo de los individuos, la utilización de los métodos cualitativos resulta lo
más adecuado.

La técnica cualitativa que se ajusta mejor a la necesidad de explorar las experiencias


individuales es la entrevista en profundidad. Esta técnica nos permitirá generar
información sobre la relación existente entre los significados y las prácticas de los actores
en torno a estos temas.

Para abordar la complejidad de la violencia masculina, se hace necesario hacer un


seguimiento retrospectivo de la vida de los sujetos. Para ello, el estudio incluyó las
diversas etapas anteriores a la vida conyugal: las vivencias infantiles en la familia de
origen, en donde los varones presenciaron la relación violenta o no del padre contra la
madre, donde también padecieron o no la violencia que ejerció contra ellos cada uno de
sus padres u otros familiares; la experimentada en el ámbito extradoméstico, y la de la
etapa de noviazgo. Vista de esta manera, como señala Martha Ramírez (2002), la
violencia conyugal aparece como una parte mas de la problemática, por lo que el abordaje
de diferentes momentos de la vida de los hombres permitió trazar una trayectoria social
que se gesta desde la más temprana socialización y que se va construyendo de manera
compleja, ambivalente y conflictiva.

Los relatos que nos permitieron reconstruir las vidas de los individuos articulan la realidad
de una vida personal dentro de un contexto social determinado. La experiencia subjetiva
de un individuo a lo largo de su vida es el producto de un tiempo histórico, en el que se
crean determinadas normas y valores sociales, esencialmente compartidos con la
comunidad de la que forma parte el sujeto. Los relatos de vida nos permiten una lectura
vertical en la que se da cuenta del proceso de construcción y reconstrucción de los
discursos de los sujetos, a través de diferentes momentos de su ciclo de vida. (Palomino,
Ramos, Valverde y Vásquez, 2003). A la vez, hicimos una lectura horizontal, para
posibilitar la búsqueda de significados compartidos en todos los relatos, pero también
para ubicar interpretaciones y significados singulares de los propios actos.
Población y muestra de estudio

Los dos lugares donde se desarrolló el estudio fueron: el distrito popular de Villa El
Salvador en la ciudad de Lima y en la zona noreste del distrito de Cusco y los distritos de
San Jerónimo y Santiago, en Cusco, todas zonas constituidas por un importante número
de asentamientos humanos populares con una alta proporción de población pobre. La
población de estudio está compuesta por varones de 25 a 49 años que viven en zonas
urbano populares y que se ubican en los estratos socioeconómicos de pobreza y extrema
pobreza.

Se consideró trabajar en estas dos ciudades principalmente porque esta investigación fue
motivada por los alarmantes resultados de prevalencia de violencia física y sexual
encontrados en un estudio reciente que ejecutamos en estas mismas ciudades17. Nuestro
objetivo fue seguir algunas de las pistas que nos dejaba el estudio cuantitativo, pero a
diferencia de éste cuyos informantes fueron las mujeres, en esta oportunidad
exploraríamos el mundo subjetivo de los hombres.

Se trabajó con varones mayores de 25 años, porque a partir de esta edad


considerábamos que era más factible encontrar a hombres con cierta trayectoria de
convivencia conyugal. El límite superior de este rango de edad fue fijado porque en el
estudio en mención la prevalencia de la violencia contra la mujer a partir de los 50 años es
comparativamente más baja18 y suponíamos que los eventos violentos, si se dieron,
correspondían a etapas bastante anteriores, cuyo recuerdo podría estar mermado por el
tiempo, y aún más si nuestra intención era ingresar al mundo subjetivo de los sentimientos
y emociones.

Elegimos a la población en situación de pobreza y extrema pobreza, a pesar que la


violencia física y sexual atraviesa a todos los estratos socioeconómicos, porque las
precarias condiciones de vida, entre las que destaca el desempleo y subempleo
masculino, y la falta de alternativas institucionales de apoyo y protección para las mujeres
de estos estratos, constituían ingredientes distintos que provocaban una mayor
vulnerabilidad para estas poblaciones.

En nuestro diseño de investigación la meta fue entrevistar a un máximo de diez varones


en cada ciudad, cinco de ellos con problemas de violencia física y/o sexual, y cinco
varones que no recurrían a la violencia contra la pareja y que mantenían buenas
relaciones conyugales.

Cuando diseñaba la estrategia de captación de informantes, alguien me sugirió que fuera


a los puestos policiales para contactar con agresores, pues de lo contrario sería difícil
ubicarlos. Aduje que no sería necesario, puesto que en el estudio en mención, la
prevalencia de vida de la violencia física o sexual por parte de la pareja alcanzaba el 51%
en Lima y el 69 % en Cusco, por tanto esperaba que de cualquier selección al azar, por lo
menos el 50% tuviera experiencias de ambos tipos de violencia. Los únicos criterios de
inclusión que proporcioné a las personas que nos ayudaban a establecer los contactos en
las zonas populares fueron: que pertenecieran al rango de edad mencionado, que

17
Guezmes, Palomino y Ramos, 2002.
18
Al respecto ver: Ramos, 2004.
tuvieran experiencia de convivencia conyugal actual o pasada, y que no participaran en
organizaciones de lucha contra la violencia.

En Lima, cuando había completado los primeras seis relatos de vida no tenía un solo caso
de hombres que no ejercieran violencia física o sexual. Tuve que solicitar a las personas
que me apoyaban en el campo que a partir de entonces fueran más selectivos, indagando
entre vecinos y familiares cercanos sobre los antecedentes de violencia que hubiera
trascendido en las relaciones conyugales y sobre las buenas relaciones de pareja que el
entorno percibía para los posibles candidatos a participar en el estudio. De esta forma
pudimos ubicar a un grupo de hombres que se esforzaban por mantener relaciones
equitativas y democráticas con sus parejas y que no utilizaban la violencia para resolver
conflictos a su favor. Sin embargo, hubo algunos que aparentemente cumplían con estas
condiciones, pero que anteriormente habían violentado físicamente y ahora utilizaban
otras formas de violencia como la emocional. Por sus concepciones machistas
fuertemente arraigadas, era muy probable que la violencia física resurgiera en cualquier
momento. De esta manera llegamos a completar 13 relatos: siete con casos de violencia
física y o sexual, cuatro sin violencia contra la pareja y dos sin violencia actual pero con el
peligro latente de su resurgimiento.

En la ciudad de Cusco inicié la captación de informantes de la misma manera que en


Lima, pero alertado por la experiencia anterior, luego de los cinco primeros relatos –
donde todos, por cierto, presentaban una secuencia de actos violencia física y/o sexual
contra la pareja – me detuve. Al igual que en Lima, afiné los criterios de selección y usé
los mismos recursos para captar a hombres que no maltrataran físicamente a sus parejas
y que a la vez tuvieran relaciones democráticas con ellas. No obstante, fui acumulando
casos de hombres que al inicio de su relación habían utilizado la violencia física y/o
sexual, y que posteriormente chantajeaban a sus parejas con la posibilidad de volver a
utilizarla. Ellos combinaban una serie de actos de violencia emocional con tal
contundencia que las respuestas de resistencia eran muy débiles, y de esta manera
lograban el mismo propósito de la violencia física o sexual, que es la del ejercicio del
poder, pero con mucha mayor efectividad. Al no cumplir con el propósito de conseguir
algún hombre que estableciera relaciones de equidad con su pareja, decidí no hacer más
de trece entrevistas, cantidad similar a las efectuadas en Lima. Sin embargo, esta última
resultó un caso singular en todo sentido, pues se trataba de un hombre que tenía el
propósito de mantener relaciones democráticas y libres de violencia, pero que era
constantemente violentado emocionalmente por su pareja. Los 13 relatos quedaron
entonces repartidos de esta manera: cinco casos con violencia física y/o sexual, seis
casos de violencia física al inicio de la relación y luego violencia emocional, un caso de
sólo violencia emocional, y uno donde no se encontró actos de violencia alguna contra la
pareja. Debo aclarar que en todos los casos en los que se ejerce violencia física y/o
sexual, también se utiliza la violencia emocional

En un principio mi propósito fue indagar sobre la existencia o no de actos de violencia


emocional – mucho de ellos imperceptibles e incluso inconscientes – de los hombres que
no ejercían violencia física o sexual y que intentaban desarrollar relaciones equitativas
con su pareja, o que eran combinadas con el maltrato físico para quienes ejercían este
tipo de violencia. Sin embargo, la presencia de este grupo de hombres, con ideas
machistas fuertemente arraigadas, que no necesitaban el uso de la violencia física para
conseguir el mismo objetivo de someter a sus parejas, y quienes mantenían un poder casi
absoluto y muy poco cuestionado, llamó fuertemente mi atención, porque el análisis de
sus trayectorias de vida contribuía de manera importante al entendimiento de la lógica de
la violencia de género.

Al analizar cada uno de los casos, me pude dar cuenta que en varios de los relatos no
existían elementos nuevos que contribuyeran a la diversidad de experiencias en torno al
ejercicio o no de la violencia en sus diversas manifestaciones. Así que decidí incorporar
al análisis solamente aquellos que aportaran datos nuevos, quedando de esta forma 16
casos, 7 de Lima y 9 de Cusco:

Hombres cuyos relatos de vida fueron incorporados al análisis

Nombre Edad Tipos de violencia que Ciudad


ejercen actualmente contra
sus parejas
Lucas 32 Física Lima
Ricardo 31 Física y sexual Lima
Manuel 36 Física Lima
Mateo 42 Física y sexual Cusco
José 29 Física Cusco
Francisco 38 Emocional Cusco
Lucho 43 Emocional Cusco
Leonardo 39 Emocional Cusco
Carlos 30 Emocional Cusco
Palito 33 Emocional Cusco
Percy 41 Emocional Cusco
Poeta 48 Sin ejercicio de violencia Lima
Santos 29 Sin ejercicio de violencia Lima
Chino 37 Sin ejercicio de violencia Lima
Noel 32 Sin ejercicio de violencia Lima
Roberto 36 Sin ejercicio de violencia Cusco

¿Quiénes son los varones participantes en el estudio?

Las edades de los participantes en este estudio oscilan entre los 29 y 48 años. A
excepción de uno, la totalidad tiene por lo menos algún año de estudios secundarios, y
seis tienen estudios superiores, destacando entre ellos dos profesores. A diferencia de
estos dos últimos que tienen un trabajo estable, aunque muy mal remunerado que los
hace ubicarse entre la población pobre, la mayoría de estos hombres trabaja en diversos
oficios de manera eventual, con periodos largos en los que no consiguen trabajo. Incluso
hay tres participantes que tienen su propio negocio, pero que al tener clientes de manera
esporádica, se mantienen permanentemente en una situación económicamente precaria.
Tanto en lo que respecta a las características educativas, como en lo que atañe al
subempleo, la situación es muy parecida entre ambos ámbitos del estudio.

En el caso de sus parejas, éstas han cursado por lo menos algún año de educación
secundaria, seis de ellas tienen algún año de estudios superiores, dentro de las cuales
hay una profesora. Sus características educativas son muy similares a las de los
hombres en ambos lugares. Sólo una de estas mujeres se dedica exclusivamente a las
labores domésticas, el resto tiene ingresos económicos por actividades diversas, dentro
de las cuales se destaca el comercio realizado preferentemente mediante una tiendita en
la misma casa, o también desarrollan actividades artesanales en su misma vivienda. En
este aspecto tampoco hay diferencias entre Lima y Cusco.

Todos los participantes tienen dos hijos como promedio en Lima y tres hijos en Cusco.
Sólo en los tres casos de Lima donde hay ejercicio de violencia física, los hombres han
tenido más de una conviviente. En todos los demás, sólo ha habido una experiencia de
convivencia. En cuatro casos comparten la vivienda con otros familiares, y en el resto
viven solamente con sus hijos.

Aspectos éticos

Se aseguró que el consentimiento informado implique una participación voluntaria en el


estudio, sin coerción de ningún tipo, con la posibilidad de los entrevistados de retirarse en
el momento que lo desean e informarlos debidamente sobre los objetivos del estudio y su
participación en el mismo.

La confidencialidad durante y después de la realización de los relatos de vida implicó que


la información recogida no altere el derecho al anonimato de estas personas, ni defraude
la confianza otorgada para su participación en el estudio. Para ello se tuvo cuidado que
los relatos fueran realizados en privado y además se desarrollaron mecanismos de
seguridad sobre las grabaciones y transcripciones, y todo aquello que permitiera la
identificación de las y los participantes del estudio. Por ejemplo, desde el principio se
pidió a cada participante que escogiera un seudónimo diferente a su nombre real y se
alteraron algunos datos sociodemográficos de los entrevistado/as que podrían identificar a
los sujetos, para protegerlos de posibles efectos que sus declaraciones podrían tener en
su entorno.

Las zonas de estudio

Villa El Salvador - Ciudad de Lima

El 28 de abril de 1971 se inició una de las más grandes invasiones de terrenos en la zona
sur de la ciudad de Lima, tomando los pobladores sin techo algunos terrenos eriazos en
un lugar denominado Pamplona y otros de propiedad privada en las zonas residenciales
de Monterrico y San Borja, alcanzando en pocos días una magnitud incontrolable de más
de siete mil familias. El cerco policial y las actividades represivas fracasaron ante la
decisión de los pobladores, y después de tensas negociaciones con las autoridades, se
aceptó su traslado a las zonas desérticas de Lurín, a 8 kilómetros más hacia el sur de
este lugar. El 12 de mayo de 1971 comenzó a poblarse el nuevo asentamiento con miles
de chozas precarias construidas de esteras. Los pobladores sin agua, sin luz, sin medios
de transportes, rápidamente se organizaron con el apoyo del gobierno, formando la
Comunidad Autogestionaria de Villa El Salvador - CUAVES. Esta organización, junto con
los técnicos gubernamentales participaron en el diseño urbano y en la conducción de la
población que participó activamente en la realización de obras comunales de apertura de
calles, adaptación del terreno, construcción de centros educativos, y unos años más tarde
en los trabajos de electrificación y agua potable (CUAVES, 1984). Actualmente, Villa El
Salvador alberga a unas 350 mil personas. A pesar de ser uno de los más grandes
bolsones de pobreza de la gran Lima, es también uno de los asentamientos populares
que gracias a la iniciativa organizativa y decisión participativa de sus pobladores ha
conseguido en menos años que otros asentamientos populares similares, un alto grado de
consolidación urbana. En la actualidad la mayoría de las viviendas cuenta con
electricidad, agua potable y desagüe
Cuenta con una Federación de Mujeres muy activa por la defensa de los derechos
ciudadanos de las mujeres. Motivados por la dinámica emprendedora de esta población
en un contexto de pobreza, es que diversas ONGs tienen presencia mediante proyectos
de desarrollo con participación de la comunidad.

En la actualidad hay 2 hospitales del Ministerio de Salud y uno del Seguro Social, cada
uno de los cuales cuenta con servicio de salud mental y atención a víctimas de violencia
familiar, y varios centros de salud, además de puestos policiales, uno de los cuales es una
comisaría de mujeres especializada en acoger denuncias de violencia contra la mujer.
Igualmente existe una Red Distrital de Prevención y Atención del Maltrato Infantil y
Violencia Familiar, conformada por instituciones de base (comedores populares,
defensorías escolares), ONGs (TIPACON, Quipus, Médicos sin Fronteras, el Centro de
Psicoterapia Psicoanalítica de Lima), la Parroquia (con un Centro Parroquial de Salud
Mental), entidades estatales (el Centro de Emergencia Mujer del Ministerio de la Mujer, el
Instituto Nacional de Bienestar Infantil y Familiar, la Comisaría de Mujeres, la Fiscalía y
Juzgado mixto para procesos civiles y penales, el Ministerio de Salud) y Municipio de Villa
El Salvador (con la Defensoría Municipal del Niño y el Adolescente). Esta Red tiene por
objetivo realizar actividades de prevención de la violencia familiar y han organizado varios
talleres de capacitación y actividades de sensibilización. Sin embargo, todos estos
servicios siguen siendo insuficientes para la inmensa población que actualmente alberga
este asentamiento, que para el año 2000 se estimó en 355,055 habitantes (INEI-
PROMUDEH- FNUAP, 1998).

Los lugares de residencia de los entrevistados en la ciudad de Cusco

Uno de los lugares de residencia de una parte de los entrevistados es el distrito de


Santiago, el cual se encuentra localizado al centro de la ciudad de Cusco. En 1950 inicia
un proceso de poblamiento continuo y de desarrollo urbano, a raíz del terremoto de ese
año. A partir de entonces, en un proceso continuo hasta 1967, se desarrollan una serie de
invasiones de terrenos por parte de habitantes pobres y sin casa. Actualmente, Santiago
es el segundo distrito de mayor concentración poblacional de la ciudad, estimándose que
para el año 2000 contaba con 75,636 habitantes (INEI- PROMUDEH- FNUAP, 1998).
En el distrito predominan las actividades terciarias de comercio y servicios, que en
conjunto absorben a más del 50% de la PEA, con una alta proporción en el sector
informal. Las actividades industriales son las segundas en importancia, a pesar de su
desarrollo incipiente, ya que está conformada principalmente por pequeñas unidades
empresariales de tipo artesanal, las cuales están centradas básicamente en las ramas de
madera y muebles, metal mecánica y construcción. También en este rubro destacan los
tejidos de punto, la cerámica, joyería, trabajos en pieles, cuero y piedra.
Las condiciones de vivienda de la población de las zonas urbano populares del distrito es
crítica, ya que un buen porcentaje de casos se encuentra en estado de precariedad
(autoconstrucción en zonas de riesgo), tugurización e insuficiente dotación de servicios de
agua, desagüe, electricidad, transportes, limpieza pública y seguridad. El recojo de basura
se hace sólo en el casco urbano central y en las urbanizaciones residenciales, mientras
que en los barrios urbano populares carecen de este servicio a pesar de que pagan
mensualmente por el mismo (Porcel et al. 1992).
Cuentan con una comisaría de la mujer, donde se especializan en acoger denuncias de
violencia contra la mujer. Dentro de la jurisdicción distrital se ubica el Hospital Lorena, con
servicios de salud mental y atención a la violencia familiar. Además hay 6 puestos de
salud y un centro de salud, pero que no cuentan con atención especializada en salud
mental y para casos de violencia familiar.

El otro lugar de procedencia de los entrevistados es la zona noreste del distrito de Cusco.
Éste es uno de los lugares más antiguos de residencia popular de la ciudad, ya que su
ocupación empieza a darse en los años 50 con las familias que quedaron sin vivienda, por
efecto del terremoto de ese año, quienes comenzaron a ocupar las partes bajas de las
laderas del Valle del Cusco, hasta llegar en la actualidad a un nivel de saturación. Se
estima que para el año 2000, la población de esta zona de la ciudad alcanzaría los 26000
habitantes (Laurent, 2000).

Si bien la mayor parte de las viviendas tienen servicio de agua potable, el 40% están
abastecidas por horas. Respecto al desagüe: 13.7% de viviendas no tienen conexión a
red y 23.4% usan el campo (Laurent, 2000).

Una buena parte de la PEA de esta zona de la ciudad se dedica a actividades de


comercio y servicios, y en segundo lugar. a actividades manufactureras, especialmente
artesanales. Se ha estimado que el subempleo alcanza al 62.5% (Laurent, 2000).

La población de esta zona de la ciudad hace uso de la infraestructura de servicios que


existe en la ciudad de Cusco. El hospital Regional se ubica a 20 minutos en transporte
público y a 30 minutos a pie. Hay un programa de Salud Mental para la atención de casos
de violencia familiar. Hay otros dos centros de salud cercanos, uno de los cuales cuenta
también con servicios de salud mental y atención a casos de violencia familiar. Hay una
comisaría cercana, pero no cuentan con una comisaría de la mujer. El Centro de
Emergencia Mujer (CEM) del MIMDES, está ubicada en el centro de la ciudad, no existe
en la zona Noreste, pero se ubica a una distancia de 20 minutos en transporte de la zona.

Se ha creado una Coordinadora de Mujeres de la zona Noreste COMUZONE, siendo uno


de sus objetivos el desarrollo de estrategias comunitarias de prevención de la `violencia
familiar. Principalmente desarrollan actividades de prevención de la violencia familiar y
promoción de los derechos, aunque también prestan servicios gratuitos de orientación y
referencia de casos de violencia familiar. Las Defensoras cuentan con un carnet
respaldado por la Policía de la Familia y la Mesa Regional de Lucha Contra la Violencia
de Cusco.
Capítulo I

Varones que ejercen violencia física y/o sexual contra sus


parejas

Al iniciar cada una de las entrevistas, nada en la apariencia de estos hombres nos hacía
presuponer que estábamos ante quienes ejercían violencia contra sus parejas. Hombres
comunes y corrientes, en general muy amables, escuchaban atentos los propósitos del
estudio y consentían contar por primera vez sus experiencias de vida. Muchas de éstas
ya habían sido olvidadas porque estaban referidas a la etapa de la niñez y aparentemente
no jugaban papel alguno en sus vidas. Sin embargo, diversos episodios al ser
verbalizados por primera vez, se descubrieron como heridas no cicatrizadas (en algunas
ocasiones, sus recuerdos eran interrumpidos por sollozos que revelaban el inmenso dolor
que arrastraban y que habían tratado por años de cubrir) y que se constituían en puntos
de referencia importantes para comprender el ejercicio actual de la violencia.

Relatos de episodios violentos contra sus madres, donde ellos eran testigos impotentes y
aterrorizados; historias de maltratos y humillaciones hacia ellos mismos, con ausencias
afectivas y abandonos desde la temprana infancia – todo esto en un contexto de precarias
condiciones materiales de vida que los obligaron en la mayoría de los casos a sobrevivir
por sus propios medios, y de asimilación de creencias de superioridad machistas muy
arraigadas – influyeron notablemente en sus prácticas cotidianas de violencia, donde se
mezcla el ejercicio de poder y el disfrute de privilegios, con sentimientos de malestar y
sufrimiento. Haciendo un recorrido por sus vidas, podremos notar que la violencia
conyugal constituye una pieza más de una problemática mayor de experiencias violentas
que empobrecen la vida humana de hombres y mujeres.

Las cinco historias que a continuación presentaremos – tres referidas a hombres de Lima,
las de Lucas, Ricardo y Manuel; y dos de la ciudad de Cusco, que comprende los relatos
de Mateo y José – nos muestran una variedad de trayectorias de vida, sus relaciones con
el actuar violento, los sentimientos contradictorios de poder y dolor en quien ejerce
violencia, y las diferencias existentes entre agresores.

LUCAS, 32 AÑOS. “Tenía derecho a pegarle porque le hablaba y no me entendía”

Lucas no logró terminar la educación secundaria; actualmente realiza diferentes oficios de


manera eventual, hay periodos en que está ocupado y en otros pasa varias semanas sin
trabajo. Tuvo dos parejas con quienes convivió, a la primera la abandonó con dos hijos
luego de numerosos episodios de violencia y un presunto acto de infidelidad de parte de
ella. Con respecto a su segunda pareja, luego de varios sucesos de violencia, fue ella
quien optó por abandonarlo y marcharse con sus dos hijos a la casa de su madre.
Actualmente, Lucas ha iniciado una tercera relación.

Si bien nació en la ciudad de Trujillo, migró a la ciudad de Lima con toda su familia siendo
apenas un recién nacido, y casi inmediatamente después, todos ellos lograron
establecerse en Villa El Salvador. Su familia de origen estuvo compuesta por sus padres
y cuatro hermanos, de los cuales uno es producto de una anterior relación de su madre.
Uno de los motivos de conflictos frecuentes entre sus padres era porque su padre quería
corregir al que no era su hijo y castigarlo físicamente, y su madre buscaba defenderlo,
aduciendo que por no ser su hijo recibía un trato discriminatorio. Esto era motivo
suficiente para que su padre la golpeara. En otras ocasiones llegaba borracho y cualquier
pretexto era bueno para maltratar a su madre. Lucas refiere que sufrió mucho con estos
episodios, percibía que su padre estaba equivocado porque las razones que desataban la
violencia física eran injustificadas, pero se sentía impotente para defender a su madre.

Me daba pena mi mamá, a veces quería defenderla pero no podía, estaba chibolito.
Yo pensaba que mi papá no estaba en su razón, pero qué podía hacer pe’, yo tenía
miedo, no le agarraba cólera, tenía miedo. Me ponía a llorar, me asustaba más, no
podía hacer nada, era muy pequeño, tenía ganas de defender a mi mamá pero no
podía.

Los maltratos físicos que ellos recibían de su padre eran considerados como de distinta
índole. Luego de los momentáneos sentimientos de odio y rencor, asumían que el castigo
había sido justo porque en reiteradas ocasiones desobedecían sus órdenes, lo cual
confería a su padre el derecho a castigarlos de esa manera. Por tanto, esto no constituía
motivo alguno para que el afecto por él disminuyera.

No quería encontrarnos en la calle jugando, y ya pue’, a veces venía temprano del


trabajo y nos encontraba en la calle y nos pegaba. Le tenía bronca ese rato, un
poco de odio en ese momento que me pegaba, pero así lo quiero, es mi padre. Yo
justificaba ese trato porque repetido lo desobedecía.

Su padre nunca les mostró afecto, porque su trato era muy frío y distante. Lucas tuvo
sentimientos encontrados frente a la figura severa y emocionalmente lejana de su padre
pues por un lado le infundía respeto y admiración, pero por otro, tenía una rabia contenida
por la violencia contra su madre. Su madre era muy cariñosa y condescendiente con ellos,
dándoles lo que ellos le pedían, incluso a escondidas del padre.

Cuando sus hermanos y él llegaron a la adolescencia, se sintieron con la fuerza suficiente


para enfrentar al padre, cuyos maltratos hacia su madre siempre les parecieron
arbitrarios. En una oportunidad todos juntos lo amenazaron con pegarle si volvía a golpear
a su madre, y lo conminaron a que solucionaran sus conflictos con el diálogo. Esto fue
decisivo para que cesaran por completo los episodios de violencia física en la casa.

Cuando ya crecimos y cuando mi papá intentó pegarle, le defendimos a mi mamá


pe, como decirle le pusimos el parche a mi papá, que no le pegara pe, si le pegaba
le íbamos a pegar nosotros. Una vez le empujábamos no más, le agarrábamos así,
como ya era grande tenía fuerza ya lo agarrábamos, que no tenía por qué pegarle
pe, por qué no le habla, si fácil es, hablando se soluciona, así le decíamos pues.
Desde la primera vez que sacamos las garras ya nunca más, discutían nada más,
hasta ahorita, cualquier discusión, ya no le pone la mano.

Durante la adolescencia empezó a frecuentar las discotecas junto con sus amigos. En
esos ambientes resultaban habituales las riñas entre muchachos disputándose a alguna
chica. Lucas aduce que él nunca empezó una pelea y si tuvo que pelear fue para
defenderse y para hacerse respetar por los demás, lo cual justificaría su actuación
violenta.

En esa época tuve pleitos así en fiestas, discotecas. Así por chicas que venía el
enamorado, así de celos y nos peleábamos pue’. Tenía que defender y no dejarme
que me peguen, sino toda la vida me van a pegar. Yo nunca empecé, yo espero
que primero me falten para reaccionar, no me gusta faltar así, injustamente, por las
puras, pero si me buscan, ya reacciono. Tienen que agredirme físicamente, no por
insultos, tenían que tocarme.

A los 15 años tuvo su primer romance con una chica de la misma edad, con quien se
inició sexualmente. Sin embargo, el hecho que ella tuviera experiencia sexual previa,
provocó la inseguridad de Lucas, la que fue acrecentada por la supuesta actitud coqueta
de la muchacha frente a otros chicos. Las escenas de celos eran constantes y en varias
oportunidades la golpeó. Lucas menciona que además del malestar que le ocasionaba la
probable infidelidad y el temor al “qué dirán” los demás, la razón que desataba su mayor
furia y la agresión física contra ella era que no le hacía caso, que no reconociera su
autoridad.

Yo a veces lo cacheteaba porque era muy coqueta con los hombres, o la


encontraba a veces abrazada con alguien, ella decía que es amigo, yo le digo
“cómo va a ser tu amigo si estás abrazada”, “no, pero yo soy así”; por eso la
cacheteaba. Estaba con celos pe, me molestaba verla así, y se lo pedía que no lo
volviera hacer y lo volvía hacer. Claro, había que conversar primero,” no debes
hacer esto, se ve mal en calle, pueden decir que estás con otro”, “ya”, me decía,
pero lo hacía, entonces ahí reaccionaba. Yo sentía que no me hacía caso, que no
le importo, que no toma en cuenta lo que le digo, pue’.

Lucas señala que la violencia física contra la mujer se justifica como medida última para
reafirmar su autoridad y restablecer el orden por él impuesto, cuando otras como la
advertencia verbal no funcionan. En el siguiente diálogo hace una clara distinción del
objeto de su agresión: alguien quien asume que le pertenece y quien está bajo su
autoridad – no cualquiera – lo cual le otorgaría el derecho a corregirla, siendo éste un
elemento interesante que descubrimos en el ejercicio de la autoridad y del poder.

E- ¿Pero el que no hiciera caso a lo que decías justificaba que le pegaras?


L- Es que así desfogaba mi cólera. Pienso que tenía derecho a pegarle porque ya
le había hablado y no me entendía, yo veía que era la única manera. Tengo
derecho porque cuando le pido algo dice: ya sí, sí lo vamos hacer, nos ponemos de
acuerdo y no lo hace.
E- Por ejemplo, si a un amigo le pides que haga algo y no te hace caso ¿lo
agredes?
L- No, pues
E- ¿Cuál es la diferencia entonces?
L- Que la otra es mi mujer pe
E- ¿Es decir que te pertenece y tienes autoridad sobre ella?
L- Claro. El amigo es un amigo simplemente y si no lo hace no importa, puedo
discutir o gritarle simplemente, pero usted me está hablando de mi pareja.
Estos conflictos continuaron por algún tiempo, hasta que Lucas llegó a la conclusión que
por más violencia que aplicara no lograba doblegarla, pues ella mantenía una actitud libre
en la forma de relacionarse con otras personas. Así que decidió terminar con esa relación.

Bueno, terminé con esa chica por su carácter, yo le hablaba, la cacheteaba y


bueno lo seguía haciendo así, ya me cansó de explicarle o de golpearla y no me
hacía caso, seguía con su mismo comportamiento y opté por estar con otra chica.

Anduvo luego con varias chicas, relaciones que duraban muy pocos meses. Por ese
entonces se inició con sus amigos en el consumo de drogas, lo cual lo llevó a un
submundo de violencia cotidiana donde había que defenderse del abuso de otros más
fuertes que intentaban apropiarse de la droga de los otros. Sintió que tocaba fondo y
decidió salir de esta adicción ingresando a una iglesia evangélica en Villa El Salvador que
ofrecía, mediante la oración y el trabajo, recuperar a drogadictos. Es en ese contexto que
conoce a la que fue su primera esposa. Era hermana de un compañero de grupo, con
quien inicia una relación aprovechando las visitas que ella hacía al recinto eclesial.
Ambos se sentían muy enamorados y decidieron vivir juntos. Para superar una posible
negativa de los padres de ella, planificaron tener un bebé, por lo que no se cuidaron en
sus relaciones sexuales. A los cuatro meses del inicio de su relación, ella salió
embarazada. Sus padres no se opusieron a su convivencia, porque tal vez les causó
confianza el hecho que él provenga de la iglesia.

Al principio vivieron en la casa de los padres de ella, pero muy rápidamente consiguieron
un terreno por invasión y se fueron a vivir solos. Es el momento en que empezaron los
problemas de convivencia. Según Lucas, cuando volvía de trabajar no había realizado los
quehaceres del hogar e incluso el bebé se hallaba totalmente descuidado. Al principio
conversó con su pareja y la conminó a cumplir con sus obligaciones domésticas pero la
situación no mejoró y él sintió que no era obedecido, por lo que consideró justo recurrir a
la violencia física.

No hacía sus cosas, mi hijo nació, lo tenía sucio, le hablaba, me sentaba a


conversar una hora, dos horas a explicarle las cosas, venía al día siguiente igualito
mi hijo sucio, ella tirada durmiendo, una ociosa, irresponsable, no hacía las cosas.
Entonces la cacheteaba pues, primer le hablo y no me hace caso, me insultaba, le
gritaba, y al día siguiente lo mismo. En ese momento sentía cólera y le pegaba
porque no hacía lo que yo había dicho pe’. Eran sus obligaciones como madre de
familia, mi obligación es salir a buscar la plata y ella mantener el hogar, limpio,
arreglado, humilde pero limpio.

A pesar de todo, Lucas refiere que se sentía muy enamorado de ella y esta situación
hacía que luego de recurrir a los golpes contra ella, al verla sufrir, se compadeciera y el
malestar también lo invadiera. Pero, cuando se veía reiteradamente desobedecido, la
indignación lo llevaba, primero a la violencia verbal y luego, si no lograba someterla,
recurría indefectiblemente a la violencia física.

Luego de pegarle le pedía disculpas porque yo también me sentía mal, me daba


pena pe, se quedaba llorando, y la quería pe. Pero en el momento de cólera que
me entraba, encontraba todo desordenado, ahí me encendía. Había ocasiones en
que le gritaba no más y no la golpeaba, la insultaba, pa’ que haga las cosas.
Como la quería me aguantaba un poco la cólera, le gritaba, ya no la golpeaba,
tenía ganas, pero me las aguantaba y lo único que hacía, desfogaba mi cólera
gritándola, insultándola. Si no hacia caso, no había alternativa más que pegarle.

Cansado de no lograr mantener el orden que quería imponer y el respeto a la autoridad


que exigía, a pesar de la violencia que ejercía para ese propósito, opta por abandonarla.
Sin embargo, promete no descuidar su responsabilidad de proveedor.

Ya cansado de hablarle, cachetear y discutir, todo pelea, opto por regresar a mi


casa. Le dije, me voy a mi casa, haz lo que quieras, te voy a dejar tu plata no más
p’al bebe, y has lo que quieras,

No obstante, él dice que seguía enamorado de ella, razón por la cual poco después opta
por reconciliarse. Es en esa coyuntura que empieza a recibir información de vecinos sobre
actos de infidelidad de su pareja, que él dice comprobar por algunas supuestas marcas
dejadas en el cuerpo de ella. Esto lo llena de celos, y más que por el amor que aún siente
por ella, le duele el saber que un cuerpo y una sexualidad que le había pertenecido a
exclusividad ha sido invadido por otro hombre. También la vergüenza lo corroe y le
produce un gran malestar por quedar ante los ojos de los demás como un marido
engañado, con la connotación de menor hombría que trae aparejada. Vuelve entonces la
agresión física contra ella, esta vez ya no para corregirla porque luego de ello la deja
definitivamente sino, probablemente, aunque no lo plantea explícitamente, para saldar
una afrenta, para lavar el honor mancillado.

Mis vecinos ya me habían dicho que entraba con un hombre ahí. Sentí vergüenza
pue’, que estén hablando de mi, cachudo, algo así. Un día la encuentro toda
marcada pues con chupetes, me dio cólera y le golpeé. “Porque tú me has dejado,
por eso lo he hecho”, me dijo. La golpeé y me salí pe. Me dolió que me lo haiga
hecho eso ¿no?, porque la quería. Me dolía más el que haya estado con otro
hombre, porque yo he sido su primer pareja, ya que otra persona la toque así, me
sentía dolido.

Poco tiempo después la mujer lo va a buscar anunciándole que estaba embarazada y que
el hijo que esperaba era suyo, pero por los antecedentes de infidelidad, él no lo quiso
reconocer. Hasta el momento, continúa pasando manutención sólo para el primer hijo.

Durante un año mantuvo relaciones esporádicas con varias muchachas hasta que en una
oportunidad cuando trabajaba pintando una casa, conoció a la hija de la dueña, siete años
menor que él, que por entonces tendría unos 25 años. Anduvieron de enamorados por
espacio de ocho meses, tras los cuales decidieron vivir juntos por lo que él la llevó a vivir
a la casa de sus padres. Meses después, estando ambos de acuerdo en tener hijos, ella
salió embarazada. Los problemas conyugales aparecieron a los ojos de Lucas cuando su
pareja empezó a no reconocer su autoridad, a no tomar en cuenta sus decisiones
respecto a la manera cómo administrar la casa y a recurrir permanentemente a su madre
para escuchar sus consejos. Esto lo enervó y luego de varias advertencias, recurrió a los
golpes en diversos momentos, aunque Lucas intenta minimizarlos aduciendo que fueron
pocas veces.

Pocas veces le pegué, dos veces no más. Por eso pue’, por terca, o sea, le
objetaba cosas que son y ella decía “no, mi mamá dice que esto es así y asá”,
entonces, o sea, “¡ tú no me consideras a mí, lo que digo cero!”, (ella respondía:)
“no, es que mi mamá dice y mamá tiene razón tú no”. Una cosa conversábamos
así, y yo decía esto es azul, y ella decía: “no, mi mamá dice que esto es rojo y rojo
tiene que ser”. Yo sentía cólera pe, porque todo era mamá nada más.

Lucas siempre se sintió superior a ella, con el monopolio de la razón, tanto por ser
hombre, como por considerar que era mayor y, por tanto, con más experiencia. Esto
hacía que no tomara en cuenta la opinión de ella y deseara ser obedecido sin replicar.
Para hombres como Lucas, como dice Marina Castañeda, cualquier desacuerdo siempre
irá mucho más allá del problema específico por resolver: siempre estará en juego,
también, el derecho a tener la razón (Castañeda, 2002)

Siempre creo que tengo la razón como jefe y ella no, porque soy mayor que ella y
tengo más experiencia en lo que me ha pasado, así, por esas cosas, por esos
motivos tiene que hacerme caso.

Utilizaba, además de la violencia física, otras formas más sutiles para castigarla por no
haber respetado sus órdenes y para tratar de doblegarla. Una de ellas era mediante el
chantaje emocional, usando la indiferencia.

Cuando estoy molesto con ella, la ignoraba así, llegaba a la casa, yo seguía con
mis cosas que estaba haciendo, no le hacía caso simplemente lo que me decía.
Era como una forma de castigarla pues por lo que no me había hecho caso.

Otra forma de violencia emocional que usaba frecuentemente era obligarla a prestarle
servicios a sabiendas que ella estaba indispuesta, con el solo fin de demostrar su
autoridad.

Sí, le he pedido cosas cuando ella estaba cansada, para que se sienta mal, para
que me haga las cosas. Me sentía autoritario en ese momento, que tenía autoridad
sobre todo, nada más.

El control de los movimientos de ella, también era otra forma mediante la cual Lucas
buscaba afianzar la dominación sobre su pareja, y considera que tenía derecho a hacerlo
por estar ella bajo su tutela.

Cuando salía a algún lado me pedía permiso, porque era su esposo, pe, el padre
de su hijo y vivía conmigo y depende de mí ¿no?

Sin embargo, afirma que nunca utilizó el chantaje económico, pues todo el dinero que
ganaba se lo daba a ella. Siempre la consideró mejor administradora del dinero que él, y
en eso sí confiaba plenamente.

Más que nada el dinero se lo ponía a su disposición porque lo sabía administrar


ella, más ahorradora que yo es, porque ella lo hacía durar la plata más que yo.

Tampoco impidió que ella trabajara fuera de casa, porque la dura realidad económica así
lo exigía
Nunca le impedí que trabaje. No, la dejé que trabaje no más, ella ha trabajado
pocas ocasiones pero, corto tiempo, pero la he dejado que trabaje, era mejor para
nosotros pe’.

El periodo de violencia física también coincidió con uno de desempleo para Lucas. Éste
era un ingrediente que ella usaba para desautorizarlo y más bien, a pesar de las distintas
estrategias de dominación seguidas por Lucas, no aceptarlas y, en cambio, seguir las
instrucciones de su madre. De esta manera, en el contexto de constantes conflictos, ella
opta por dejarlo

Terminamos por las discusiones esas. Como en ese momento a veces no tenía
trabajo y su mamá le decía vente p’ acá, déjalo a ese hombre, si nunca te va dar
nada, si no tiene trabajo, y ella le hacía caso. Le dije: tu madre o yo, ella me dijo:
mi madre. “Bueno, si te sientes mejor allá, anda pue”.

Si en medio de la discusión Lucas aceptó que se fuera, poco después no se resignó a ser
abandonado y optó por usar el chantaje emocional amenazando con matarse si no
conseguía que ella volviera. Estos artificios surtieron efecto en varias ocasiones,
haciendo que ella regresara, pero rápidamente surgía la dinámica anterior de conflicto y
violencia, lo que hacía que ella volviera a casa de su madre.

Yo quería que vuelva conmigo y ella no quería, y ya pue’, le dije me voy a matar,
así, tratando de alguna manera para convencerla. Yo no quería quedarme solo. Me
sentía impotente pe, de no poder llevármela. Le inventaba me voy a matar, y a
veces, me accedía pe, y nos íbamos a la casa.

En una de las oportunidades en que volvió con él, dado que a instancias de su madre
había dejado de usar la “T de cobre” bajo el supuesto que ya no tenía relaciones
sexuales, nuevamente salió embarazada. Él pensó que sería motivo suficiente para
retenerla a su lado, pero ella siguió firme en su deseo de no continuar con él. En la
actualidad, Lucas ya se resignó a perderla, pero continúa arrastrando por ello
sentimientos de impotencia y gran malestar. En este contexto, ha vuelto a iniciar su
tercera relación de pareja, aunque aún no han decidido convivir.


Desde muy pequeño, Lucas fue desarrollando una convicción respecto a que los
hombres son superiores por razones puramente naturales, lo cual le conferiría una
posición de autoridad frente a la mujer, a quien concibe con poca capacidad racional y
con necesidad de ser tutelada. Piensa que este rol de autoridad, que desde muy niño
admiraba del padre, le otorga el derecho de establecer un orden en el ámbito doméstico,
pero también la responsabilidad que éste se cumpla. Junto con ello, muy tempranamente
fue construyendo una racionalidad de las violencias consideradas injustas o justas. Las
primeras surgen de la arbitrariedad total, como cuando su padre llegaba borracho y con
cualquier pretexto absurdo le pegaba a su madre. También son aquellas que no contienen
un fin “pedagógico”, es decir sin primero “dialogar” – que en este caso significa para
Lucas que la mujer acepte las razones del hombre y/o advertir previamente – antes de
pasar al maltrato físico. Las segundas son utilizadas, según Lucas, como último recurso,
cuando las advertencias no surten efecto y tienen como finalidad restablecer el orden
trastocado repetidamente, lo cual significa a la vez recuperar la autoridad no reconocida.
Siempre debe quedar claramente establecido, inclusive a los ojos de quien recibe el
castigo, que la causa es un mal comportamiento dentro de la lógica establecida por el
varón, y por tanto, ser aceptada como bien merecida por la mujer. Como cuando
consideraba justificado el castigo que recibía de su padre por violar las reglas que éste
había impuesto.

Esto nos da pie a pasar al segundo aspecto que atraviesa esta lógica: no están
divorciados el amor que se tiene por una persona y la violencia desatada contra ella,
siempre que se encuadre en el marco de lo considerado como justo; tanto él estando en
posición de víctima, como cuando su padre lo castigaba y planteaba que a pesar de eso
su amor por aquel permanecía incólume; como estando en el papel de maltratador,
cuando expresa permanentemente sentirse muy enamorado de sus parejas agredidas.
La violencia que ejerce contra una persona que ama, si bien le permite mantener
privilegios cuando logra la subordinación, también le produce malestar, por lo que incluso
les suplica que se sometan y no lo obliguen a recurrir a la violencia física, porque por
encima de todo está su rol como autoridad y su responsabilidad como garante del orden
por él establecido. Infelizmente para él, ninguna de sus parejas compartió este modo de
pensar y actuar, desarrollando estrategias de resistencia o de rebeldía total, que llevaron
al fin de la relación. Lucas sigue pensando lo mismo, se muestra desconcertado por la
actitud de las mujeres y sumido en la inseguridad por no haber sido capaz de imponerse
como hombre, lo cual también le ocasiona un constante malestar. Es muy probable que
con la tercera pareja el ciclo de la violencia se repita.

MANUEL, 36 AÑOS. “Sentía que me ha faltado, por eso la ira me corroe, la ira me
transforma”

Manuel hizo algunos años de educación secundaria pero no la terminó. En la actualidad


trabaja eventualmente como chofer de taxi y en algunas ocasiones también como
instructor de manejo. Ha tenido dos relaciones de convivencia: con la primera tuvo una
hija, pero ella lo dejó luego de ser víctima de una serie de incidentes de violencia física.
Con la segunda, con quien actualmente convive, tiene tres hijos pequeños, y aunque
según dice la frecuencia de la violencia ha disminuido respecto a su primera relación, ésta
no ha cesado. Ella combina sus actividades domésticas con esporádicas labores de
comercio en su vivienda o de manera ambulatoria

Fue el cuarto de cinco hermanos varones. Cuando su padre se unió con su madre, ella ya
había tenido otros dos hijos que al parecer abandonó. Esto resultó un misterio del cual su
madre nunca quiso hablar pero fue motivo de conflictos cuando su padre le echaba en
cara este hecho tratándola de “mundana”, “maldita” y “basura” por ser una “madre
desnaturalizada”. Desde que Manuel tiene memoria, las palizas a su madre eran
constantes, por múltiples motivos. El más fuerte era provocado, según relata, por los
celos paranoicos del padre, que no permitía que su pareja tuviera contacto con persona
alguna fuera de la casa. Así, empujada por la precariedad económica en que vivían, pues
el marido eventualmente tenía trabajo como albañil, en unas ocasiones salía a vender
pescado y el cónyuge aparecía iracundo donde estuviera, rociaba la mercadería de
kerosén y a puntapiés la devolvía a casa; en otras, instalaba un precario puestito de venta
de “raspadilla”, inmediatamente enterado del asunto, su padre acudía al lugar, rompía y
arrojaba todos los productos y nuevamente a empellones y golpes la arrastraba a su
vivienda. Porque la comida estaba salada o con poca sal, o porque estaba fría,
empezaba una de las tantas masacres que muchas veces terminó con lesiones en la
cabeza, rostro y fracturas de manos y brazos de su madre. A pesar de eso ella siempre lo
soportó estoicamente y nunca lo denunció, dándole al hijo una imagen de sumisión
femenina. Mientras tanto, los hijos eran los aterrados e impotentes testigos de estos
sucesos, y el odio y el rencor de cada uno de ellos hacia su padre fueron crecientes.

Le pegaba bien duro y nosotros presenciábamos asustados, o a veces la encerraba en su


cuarto metía llave y ¡pum!... los golpes, los gritos, y nosotros no podíamos, éramos
impotentes de hacer algo. Sentíamos rencor y odio a él, hasta ahorita yo tengo bastante
resentimiento.

La relación con los hijos no fue mejor, pues los maltratos físicos y las humillaciones eran
frecuentes, no encontrando ellos motivo alguno que los justifiquen. Esto ocasionó en
Manuel una gran inseguridad en relación a si actuaba correcta o incorrectamente, y
también respecto a sí mismo pues lo hacían sentir despreciable e indigno. Tampoco
tuvieron experiencia afectiva o fraterna alguna de parte del padre. Manuel considera que
la actitud abusiva del padre no tenía correspondencia con el respeto que sus hijos le
brindaban. En este caso estaría confundiendo respeto con el temor que les producía su
presencia. Éstas fueron otras razones para que el odio contra su progenitor fuera aún
mayor. El recuerdo de esos momentos le hace revivir el dolor que sentía y así lo expresa.

Siempre él nos marginaba, hasta nos ponía apelativos que era uno drogadicto, que el otro
era maricón, que el otro era asesino, que el otro era ratero, y eso lo comentaba a la gente y
cuando nos veía pasar escupía, o sea, nos trataba pero de lo peor. Nunca nos ha hecho un
cariño de padre hacia un hijo. Nos llevaba a trabajar, a que me sacara el ancho19 con él
construyendo, pero cuando cometíamos una falta en trabajo nos gritaba ¡inútiles, puta
pa’qué sirven!, hablaba las groserías y media, y a correazo limpio nos agarraba. No
sabíamos qué habíamos hecho de malo y no era justo, yo siempre lo he respetado y nunca
he dado un motivo para que me pegara por gusto, me sentía de lo peor… (Solloza)…
Hasta ahora siento cólera, odio, un fuerte resentimiento contra él.

Contrariamente, él cuenta que con su madre la relación fue de amor y afecto. Percibieron
sus hijos en ella mucha abnegación para evitar a toda costa que sufrieran hambre y
siempre tuvieran lo mínimo indispensable para sobrevivir, a pesar de la gran precariedad
económica. Su madre también utilizó el castigo físico, pero Manuel encuentra justificable,
en todos los casos, ese proceder, porque a sabiendas infringían las normas establecidas
por ella. No era un comportamiento arbitrario como el del padre, sino pensaban que era
producto de un interés por su bienestar y un deseo por corregir. En este caso, el respeto
al que alude Manuel tiene una connotación distinta a la que usa cuando se refiere a su
padre, entonces se trata del reconocimiento de una autoridad que a sus ojos actúa con
justicia, que le permite comprender la relación existente entre su acto trasgresor y el
castigo.

No sentía rencor, al contrario, le pedía disculpas, ya no lo voy a volver hacer, y no lo


hacía, yo la respetaba, hasta ahora. Yo consideraba que estaba bien, lo tenía bien

19
“Sacar el ancho” es una expresión popular que, en el contexto de este testimonio, alude a un
sobreesfuerzo, inclusive a costa de la propia salud
merecido porque yo no le había dicho, porque mi mamá se preocupaba - Yo no sé dónde
estás, me preocupa y vienes tan frescamente

En una oportunidad, cuando Manuel tenía 16 años, encontró a su padre golpeando a su


madre que ya aparecía con el rostro totalmente ensangrentado. Se abalanzó contra su
padre para detenerlo, pero éste lo recibió con un golpe en el rostro que le hizo perder el
conocimiento. No pasó mucho tiempo luego de ese suceso y en otra oportunidad similar,
uno de sus hermanos mayores que estaba presente se enfrentó al padre, lo agredió y lo
botó de la casa. Desde entonces, éste ya no se atrevió a agredir a la madre porque
rápidamente intervenían los hermanos, frente a lo cual no le quedaba más que desarrollar
otros tipos de agresiones para desahogar su impotencia, pero ya con menor impacto.

Por desquitarse rompía las lunas de la casa, tiraba piedras a la puerta, -¡rateros,
fumones20, que ustedes están en mi casa!

A esa misma edad, llevado por amigos del barrio, ingresa a formar parte de una pandilla
juvenil. Hasta ese momento Manuel cuenta que era una persona pacífica, tímida y con
una muy baja autoestima, producto de la terrible experiencia familiar que cotidianamente
vivía. La pandilla fue el espacio donde se sintió libre por primera vez y aceptado por los
demás, y sus ansias de reconocimiento lo llevaron a querer destacar en el grupo, con las
acciones más intrépidas y los actos más violentos. Estuvo envuelto en múltiple peleas
callejeras por el control territorial de zonas con otras pandillas, cayó en numerosas
detenciones policiales, y así se fue forjando una imagen de respeto en este submundo.
Señala que nunca participó en asaltos y robos de ninguna clase, pero que sí se introdujo
en el ambiente del consumo de droga. Para alimentar dicho consumo, trabajó en
múltiples ocupaciones y oficios desde temprana edad, y pocas veces realizó pequeños
hurtos en su propia casa.

En ese periodo anduvo con varias chicas y tuvo diversas experiencias sexuales. Cuando
andaba por los 19 años conoció a la que fue su primera pareja estable. Ella tenía 16 años
y cursaba por las noches estudios secundarios. Se enamoraron y ella empezó a faltar al
colegio porque salían juntos durante las noches; en algunas oportunidades se quedaban a
dormir en casa de algún amigo, incluso a veces desaparecían por algunos días. En una
de esas ocasiones que no volvió a casa por varios días, la madre de Manuel los fue a
buscar y al encontrarlos la emprendió a palos contra él, pero también contra la chica a
quien le desprendió un pedazo de oreja al jalarle un arete. Este hecho violento fue motivo
para que los padres de ella buscaran conversar con ambos y los presionaran para que se
decidieran a establecer una relación más estable. Es así como inician su convivencia
viviendo en casa de los padres de ella. Hay que anotar cómo algunas circunstancias
ajenas a la voluntad de la pareja, los apuran a convivir sin haber logrado probablemente
un mínimo de conocimiento mutuo, y sin haber compartido y conciliado objetivos comunes
como pareja.

Al principio todo marchaba bien en la relación, los suegros les consiguieron un carrito para
la venta de sándwiches que juntos expendían en el centro de Lima. Los problemas se
iniciaron cuando a los dos meses ella salió embarazada. Manuel afirma que aún no
deseaban tener hijos, pero no utilizaron método anticonceptivo alguno. Ella estaba
decidida a interrumpir ese embarazo, pero él se opuso con múltiples argumentos

20
Apelativo popular asignado a los consumidores de droga
moralistas y religiosos, y al final pidió el apoyo de los suegros para que la convenzan. A
diferencia de su pareja, es muy probable que Manuel sí buscara ese embarazo, como
forma de afirmarse como varón adulto, teniendo en cuenta que este hecho tiene un valor
fundamental dentro de la masculinidad hegemónica. Las razones que ella aducía para no
querer tenerlo eran de índole económica y de ver truncadas sus aspiraciones de seguir
estudiando y de progresar. El chantaje emocional de Manuel y de los padres de ella fue
tal que a regañadientes aceptó proseguir con el embarazo. A medida que éste avanzaba
ella no quiso continuar sus estudios y, según Manuel, se le veía muy deprimida y
desganada.

El punto de quiebre para el inicio de la escalada de violencia se da a partir del nacimiento


de su hija. Los roles que se establecen, o por lo menos Manuel los presupone, son los
estrictamente tradicionales: él como único proveedor y ella en la atención al hogar. Pero,
a los ojos de él, la conducta de su pareja se torna displicente en el cuidado de la niña y de
los quehaceres domésticos. En las primeras ocasiones en que notó el descuido, quiso
imponer su autoridad con llamadas de atención en tono airado, recalcando el papel que le
correspondía a cada uno, y que al igual que él, ella estaba obligada a cumplir.

‘¡Vengo de sacarme el ancho del trabajo y mira, no te encuentro, la bebe está cochina,
está sucia y no le lavas, no le cambias, qué es eso, no limpias el cuarto, la cama
destendida!, ¿yo tengo que venir a hacer eso?, ¡si pa’eso estás tú, pa’eso te quedas tu ahí
en la casa!, ¡y yo por qué tengo que venir de trabajar a barrer, a limpiar, a tender la cama,
o a cocinar!- así le llamaba la atención.

De acuerdo al testimonio de Manuel, su pareja continuó con la misma actitud de desgano,


que se inicia con la aceptación forzada del embarazo, y supuestamente adoptó una
postura de rebeldía negándose a cumplir con las tareas domésticas. Manuel interpretó
este comportamiento como desafiante a su autoridad y se iniciaron los golpes en una
espiral creciente que ella, en la medida de sus menores posibilidades físicas, intentaba
repeler también con golpes, pero obviamente las contusiones y lesiones las sufría
generalmente ella.

Se iba a la calle y no le cambiaba el pañal, no la lavaba, no le daba de comer, lloraba, se


escaldaba y venía frescamente y puu ahí si la chancaba, pum, pum, ya pues, - Oye, que
esto, que el otro-, nos mechábamos, nos peleábamos, me rompía la ropa, yo la agarraba a
palos, la agarraba a patadas, a cachetadas. Le llegaba a hinchar la cara, le dejaba un ojo
morado, le dejaba marcas, le jalaba el pelo.

Cuando Manuel es confrontado con su experiencia infantil, haciéndosele notar que estaba
reproduciendo exactamente el mismo cuadro que tanto dolor y odio le había producido y
que hasta ahora le ocasiona resentimiento, replica que es un impulso que brota
incontenible desde lo más hondo de su ser, a pesar que afirma que es malo hacerlo. No
quiere justificar su actitud violenta, por eso se arrepiente, además manifiesta que
comportarse de esa manera le produce malestar. Pero el hecho de sentir que su autoridad
no es respetada y que el orden por él instituido (o por la normatividad social que él
garantiza) es trastocado, tienen más peso que sus sentimientos de culpa, entonces se
desconoce, ya no es él, en sus palabras “se transforma” y la violencia le resulta un
recurso desesperado para buscar imponerse.

E: Cuando eras chico odiabas a tu padre porque le pegaba a tu madre y ahora haces lo
mismo que él
M: Lo hago, no sé por qué, siento un impulso, una fuerza que, no quiero hacer eso pero lo
hago. Sentía cólera, ira, rabia. No más, después me arrepentía. Me molestaba que esté
conversando ahí en la esquina. Sentía que me ha faltado pe’, y no la he encontrado donde
debería estar ella en su casa, de que no haya atendido a mi hija. Por ese motivo la ira me
corroe pe, la ira me transforma. No pienso, pucha, si mi padre fue así no le voy a pegar, no
voy hacer lo mismo que él.
E: ¿Pero crees que era justo que le pegaras porque te ha faltado?
M: No era justo. Un hombre no puede maltratar a una mujer pues, sentirse hombre
pegándole... Después de pegarle, mal me siento porque no debería pegarle, ella era mi
compañera, la quería… Sí, es malo pegarle, no sirve pegar a una mujer, pero, en el
momento no puedo frenar la cólera, me descontrolo francamente.

Manuel suplica a su pareja que no le dé motivos para volver a utilizar la violencia, pues se
sentiría obligado a desatarla sobre ella, si no cumple con sus obligaciones domésticas
socialmente asignadas, no le presta determinados servicios e intenta escapar a su control.
Entonces, si hay que recurrir a la violencia, la culpa es de ella por haber “fomentado el
desorden”. Aquí el discurso se vuelve contradictorio, porque pide perdón por una acción
que considera una obligación que inexorablemente tiene que cumplir, y por tanto, está
justificada. Es probable que haya una mezcla de información sobre lo inadecuado de la
violencia contra la mujer pero no interiorizada, y un sentimiento de afecto a la persona que
se maltrata, como cuando algunos padres expresan que les duele castigar físicamente a
sus hijos porque los quieren, pero es su obligación corregirlos de esta forma, ya que no
conocen otra.

Después de pegarle le decía: mi amor te lo suplico perdóname, ya no lo voy a volver hacer,


voy a tratar de comprenderte, pero no salgas, si tú quieres salir muéstrame un afecto
haciéndome las cosas, tu hija al menos que esté contigo, que esté limpio el cuarto y que
me prepares mi comida, y me dejes mi comida servidita. Tenía realmente el propósito de
no volverle a pegar, pero siempre había motivos. Yo no me consideraba malo, ella es la
que fomenta el desorden.

La violencia se daba a pesar que vivían en la casa de los padres de ella, porque existía la
complicidad de ellos con Manuel a quien le daban la razón. En una ocasión – que fue la
gota que derramó el vaso para la tolerancia de su pareja – en contubernio con sus
suegros, la rapó y la mantuvo amarrada con la intención que no saliera a la calle. Ella
logró huir y desapareció dejándolo con su hija. Cuenta que la buscó desconsolado por un
buen tiempo, que sufrió mucho con ese abandono porque la quería, hasta que decidió que
era en vano insistir y volvió a la casa de su madre. Pero deja a su hija con los suegros, a
pesar del abandono en que supuestamente estaba, dejando constancia que su malestar
fundamentalmente estaba relacionado con la pérdida del control de la relación.

Sus padres me dieron autorización de cortarle el pelo. La amarré de pies y manos, pa’qué
le hice eso, se puso un turbante pum, se mandó mudar, me dejó con mi hija. Yo lloraba
bastante, puff, yo soy más sentimental, lloraba demasiado ueon, estaba bien templado de
ella pe’, estaba enamorado de mi señora, pucha que, mucho, demasiado. Hasta que me
resigné y vine pa’mi casa, vendí mi televisor, todas las cosas me lo traje, vendí, no le dejé
nada de cólera, no le dejé nada, ahí se quedó. Mi hija se quedó allá, sí.

Manuel señala que por buen tiempo se sintió muy deprimido, junto al dolor por la pérdida
de alguien por él querido, pensaba que había sido incapaz de imponerse como varón y
que su referente de realización como tal, es decir su hogar, irremediablemente se había
hundido. Entonces volvió a las drogas y al alcohol como válvula de escape.
Un tiempo después, la hija de una vecina que había vivido por más de cinco años en
Arequipa y estaba de vuelta, se le acerca en una fiesta, conversan, rápidamente
congenian e inician un romance. En un principio la madre de ella estuvo de acuerdo con
esa relación, tanto que inclusive le ayuda a conseguir trabajo en una compañía de
seguridad. Mantuvieron sólo dos meses de noviazgo y decidieron casarse e irse a vivir a
la casa de la madre de Manuel. Ella salió embarazada tres meses después y luego del
nacimiento de su hijo se iniciaron los problemas conyugales. Al igual que en su anterior
relación de convivencia, los conflictos se suceden porque ella, en su opinión, no cumple
con los quehaceres domésticos a cabalidad, frente a lo cual Manuel no se siente
obedecido e interpreta que es desafiada su autoridad. Vuelve a utilizar la violencia física
para restablecer ese orden resquebrajado y de esa manera consigue imponerse,
entonces, a sus ojos, todo vuelve a la normalidad, a como las cosas “deben ser”, y a
disfrutar de los privilegios de ser servido y obedecido.

Le pegaba porque no hacía las cosas igualito, no le daba el biberón a la hora, no lo


cambiaba también, pues, pero después, como le digo, entendía y ya lo hacía, lo hacía bien
bacán, me atendía, me daba, normal.

Los hechos violentos generalmente ocurren en el contexto en el que Manuel llega a su


casa cargado negativamente por problemas en su centro de trabajo, donde
probablemente se cuida de no desatar su cólera de manera violenta por no ser un lugar
seguro para él. Lo que desde su perspectiva considera un desorden doméstico, constituye
un detonante para desfogar sus frustraciones apelando a la violencia contra quien puede
hacerlo, es decir, contra su pareja, abusando de su mayor poder.

Por cólera, de cólera le pego pues, estaba asado21 porque a veces no ganaba o en la
chamba me presionaban y querían que me quedara otro servicio más y venía asadazo y
más este problema de la casa uff, me incrementaba todo y pum me motivaba. Y así es, así
es el problema, ¡pa! le metía una patada, una cacheta, un puñete, pero no en la cara sino
en la espalda, pero ya después me arrepentía y le decía, es un problema así, más que un
momento de desahogo, buscaba así un momento de, una salida buscaba, una salida.

La alternativa de no violentarla, cuando interpreta que su autoridad, con las


desobediencias de ella, está en cuestión, le resulta muy difícil pues le produciría mayor
malestar, que se desprende del poderoso deseo de imponerse, de no mostrar debilidad
ante una falta que mella su identidad masculina y lo haría sentirse humillado. La violencia
busca ser disuasiva causando daño para que no vuelva a suceder.

E: Y si en ese momento no le pegaras, ¿qué sucedería?


M: O sea, yo siento que si no le pego, si no le meto un viaje, no voy a estar tranquilo, me
voy a sentir muy mal, no me voy a desahogar.
E: ¿Y por qué la intranquilidad?
M: Por la impotencia de no poderle pegar y de hacerle daño.
E: ¿Entonces querías hacerle daño, por qué?
M: Si, porque me ha faltado pe, me ha faltado y no lo puedo permitir.

Pero también hay sentimientos de malestar que brotan luego de haber ejercido violencia.
Aunque éstos y el arrepentimiento que muestra, más que nacer de la empatía hacia ella
estarían más vinculados al temor a que se rompa el vínculo amoroso – a ya no ser

21
Muy molesto
querido; en definitiva, a ser abandonado como en su anterior relación – más que asumir
que el hecho es condenable en sí mismo. Porque a reglón seguido sigue justificando su
violencia con el argumento que el orden por él impuesto ha sido quebrantado y frente a lo
cual no quedaría más que imponerlo a la fuerza.

Mal, luego me sentía mal, porque ella me mostraba indiferencia. Me arrepentía y le pedía
perdón. ‘Que por qué eres así, por qué eres asá, debes hablar’, ‘pero mira cómo quieres
que te hable si, no encuentro nada, vengo de allá del trabajo mal humorado y vengo acá a
tener otro tipo de problemas’.

Luego de las muestras de arrepentimiento y el pedido de perdón, su esposa lo disculpaba,


con la invocación de que no volviera a suceder. De esta forma se iniciaba un nuevo
periodo de calma, hasta un nuevo conflicto que no tardaría en aparecer.

Ella me decía que no lo volviera hacer, que por favor tratemos de entender mejor y esto.
“Bueno, voy hacer lo que tú me dices, ya no va a haber problemas entre nosotros”, y así
pasaba buen tiempo, uff, pasaba el tiempo y normal seguíamos

Manuel relata que la última vez que le pegó a su pareja fue hace un año, en una
oportunidad en que regresando del trabajo no la encontró en casa y sus tres hijos estaban
solos. A medida que pasaba el tiempo, no puede precisar cuánto, sentía que su cólera iba
en aumento. Cuando ella llegó no le dio opción alguna de justificar su salida sin el permiso
que él supone debía solicitarle.
En sus palabras se trasluce que él está al tanto del discurso antimachista y de la condena
a la violencia contra la mujer, pero por encima de ello están sus deseos de castigar el
desafío a su autoridad y restablecerla. Al parecer, fue la última vez que ella se atrevió a
transgredir el ordenamiento por él dispuesto, y desde entonces se instaura, a los ojos de
Manuel, la paz que tanto anhelaba, es decir la sumisión completa que no pudo conseguir
en su anterior relación. A partir de ese momento para él todo marcha bien.

Sentí cólera, rabia, no le di opción a reclamos, no le di opción a que ella se manifestara.


Le pegué, le metí una patada y una cacheta y un palazo, listo, santo remedio, para que no
lo vuelva hacer. A mí solamente me llevó la cólera, la cólera y quería desquitarme, no me
interesó si yo soy machista, que porque me imponga como varón que soy, no, eso no. Me
dio cólera que haga eso y no me gustó, y sin consultar, por qué ha salido, no me dice
nada. Después de eso ya no lo volvió a hacer, pa’qué, está ahí en su casa, ya yo voy, veo
a mis hijos, ella también, conversamos, salimos a veces.

Manuel afirma que nunca forzó sexualmente a su esposa y siempre respetó su voluntad.
Sólo en una ocasión en que quiso experimentar con otras variantes del acto sexual recibió
el rechazo de ella, lo cual lo avergonzó, porque pensó haber transgredido los límites de lo
socialmente esperado en las relaciones sexuales con la esposa, es decir, sólo las
posiciones tradicionales y la actitud pasiva de ella. Según señala, siempre tiene en
cuenta los deseos de ella y sólo tienen relaciones sexuales cuando ambos así lo quieren.
En numerosos hombres las expectativas sexuales en la relación con su pareja resultan
altamente contradictorias, pues por un lado buscan escoger para esposas a mujeres
vírgenes y sin experiencia sexual, con una educación tradicional de fuertes represiones en
este ámbito, por el miedo a la infidelidad; pero luego se quejan que ellas sean sumamente
pasivas y que sus relaciones caigan en la monotonía, además, y éste es otro ingrediente
de la contradicción, si ellas se apartan del molde tradicional, toman la iniciativa y se
vuelven más activas sexualmente, brotan las inseguridades masculinas y vuelve el miedo
a ser víctimas de la infidelidad.

Ella quiere un acto sexual pasivo, o sea, tranquilo, no demostrarle agresividad. Sólo una
vez yo le demostré así un acto sexual este, bastante posesivo, grotesco, no, y no le gustó
a ella, para qué, no le gusta la grostedad, le gusta lo pasivo, lo tranquilo, la relación sexual
normal. Francamente me dio vergüenza, me fui de pepa, me fui de cara, no debí hacer eso
con ella, es mi esposa. Después normal, los dos sólo tranquilizamos nuestros ansias,
normal. Si me dice no quiero, no me molesto, no la puedes obligar.

El miedo a la infidelidad es un fantasma que permanentemente ronda a hombres como


Manuel y les exige asumir conductas totalmente controladoras con sus parejas, vigilando
sus movimientos, intentando saber en cada momento dónde están, no permitiéndole dejar
el ámbito doméstico sin su compañía. Para estos hombres todas las mujeres, débiles por
naturaleza, son presas fáciles de hombres que como él siempre están al acecho para
conquistarlas.

E: ¿Si alguna vez, por ejemplo, ella quiere ir al cine con una amiga, se lo impides?
M: No la dejo simplemente, ella tiene que salir conmigo, sino, no sale.
E: ¿Por qué?
M: Porque, simplemente y llana razón que no, no me gustaría. De repente la chica la vaya
a influir en algo pues, en irse por ahí, quedarse, no sé. Siento celos, me quedaría mal, de
repente la chica la motiva a otra cosa.
E: ¿Temes que te pueda sacar la vuelta?
M: Si. Así que mejor que no. No es que desconfíe de ella, pero de los otros sí, porque
también uno es podrido, yo soy requete paseado así, mal pensado, pienso mal, para
evitarme ese problema

Una característica que se repite en varios hombres maltratadores, es que por un lado
asumen actitudes muy controladoras y por otro dicen no dudar en entregarles a sus
parejas todo lo que ganan, en base a la percepción que las mujeres son muy buenas
administradoras de los pocos recursos económicos familiares. Además, se perciben a sí
mismos como débiles e incontrolables cuando se dan las condiciones para gastar el
dinero en alcohol, mujeres, droga, etc., descuidando sus roles como proveedor.

No le limito el dinero. No, yo le doy, la cantidad que yo gano le doy, y yo sé, si yo tengo
dinero me lo gasto, pero mejor yo le digo que ella administre y que compre lo necesario
para los bebes, alguna cosita que les falte.

Un número creciente de hombres controladores, como en el caso de Manuel, buscan que


sus parejas trabajen, o en el peor de los casos se ven obligados a aceptar que ellas lo
hagan, porque su rol como únicos proveedores hace ya varios años que se ha visto muy
limitado por la falta de trabajo y/o por el bajísimo nivel de las remuneraciones que los
hace sentir que solos no pueden cumplir con ese mandato social.

Yo de preferencia quisiera que trabaje, que realmente me apoye, porque yo solo ya no


puedo. Contratamos una chica, caramba le pegamos tanto y que se quede al cuidado de
mis hijos, solamente para que le cocine y los vea nada más, y que ella trabaje, pero no
pue, ella no trabaja, ella no me apoya en el aspecto del trabajo, yo bailo con mi pañuelo22,
como dicen pues.

Un cambio que se percibe también, es que junto a roles tradicionales de género y al


ejercicio de la violencia, se dan casos en que hay más disposición de los varones en
participar en las tareas domésticas, aunque aún no se las asuma con naturalidad, y haya
cierta desconfianza al no saber cuál será la reacción del medio (de allí la risa defensiva).

Siempre la apoyo, yo lavo la ropa, cocino a veces, por ejemplo hoy día he venido de lavar
ropa de mis hijos, he estado lavando ropa (risa)


Desde muy niño Manuel experimentó la violencia, y aprendió que es la forma como se
resuelven los conflictos a favor de uno, ya sea con objetivos deleznables y arbitrarios
como los de su padre, o con razones justificadas cuando se trata del castigo que deberá
imponer una autoridad cuando se ha trastocado el orden establecido, como en el caso de
su madre. Se identificó con esta última de quien además sentía que le transmitía mucho
amor. Así, aprendió e interiorizó que el castigo físico y el afecto que sientes por la
persona a quien maltratas, no caminan separados cuando la razón es justa. Los
maltratos que recibían su madre y él y sus hermanos, de parte del padre, nunca fueron
aceptados, porque siempre le parecieron injustos, y unido al desamor y al desprecio que
sintieron de parte de él, sólo le produjeron humillación, vergüenza, rencor y odio. Sin
embargo, también experimentó en carne propia la sensación de poder que otorga el
ejercicio de la violencia, aunque éste sea gratuito, como en el caso de su participación en
la pandilla juvenil y le sirvió, según su testimonio, como medio para aumentar su pobre
autoestima, producto de esas humillaciones recibidas de su padre. Aprendió que las
agresiones contra otros era el medio para ejercer dominación frente a quienes se le
oponen, y así evitar padecer él mismo la violencia y, sobre todo, no volver a ser humillado
y avergonzado, lo que en el fondo es su mayor temor.

Durante la entrevista también fluyen aseveraciones contra la violencia hacia la mujer que
denotan que tales discursos también le han llegado y constituyen un ingrediente más de
sus sentimientos encontrados en torno al ejercicio de la violencia. Es muy probable que
piense que la condena a la violencia contra la mujer es la actitud políticamente adecuada
pero que se resiste a aceptarla interiormente, y frente al investigador, que asume tiene
esa posición, trate de presentarse como políticamente correcto. Esto lo hace decir y
desdecirse en la justificación que ensaya respeto al ejercicio de la violencia contra su
pareja. Él sigue pensando que actúa con justicia pues es su deber mantener el orden que
él como autoridad ha establecido. A su primera pareja le suplica que no provoque su
violencia desafiando su autoridad, pues de lo contrario se verá inexorablemente obligado
a castigarla.

Es aquí también cuando se mezclan distintos malestares en el ejercicio de la violencia.


Primero, el que le ocasiona maltratar a un ser que dice que ama (esto queda
expresamente claro en su primera relación); segundo, el malestar que le causa percibir
que con la violencia física puede dejar de ser querido y abandonado (como en el caso de

22
“Cada uno baila con su pañuelo” es una expresión que alude a la manera como se baila “La Marinera”,
baile nacional, y significa que cada uno se las arregla solo.
su segunda relación); tercero, el malestar que siente porque reconoce que pegar a una
mujer es malo y, en sus propias palabras, uno no puede sentirse hombre pegando a una
mujer; por último, el malestar que le produciría no castigar de manera ejemplar y
disuasiva a su pareja cuando se siente desobedecido y cuando tiene muy interiorizado
que es su deber hacerlo para imponer su autoridad y donde, en última instancia como
aprendió en su paso por la pandilla, se jugaría probablemente su autoestima. Hay que
tener en cuenta las palabras que utiliza Manuel como una muletilla para explicar sus
hechos de violencia: “es que me ha faltado”, eso probablemente le estaría haciendo revivir
las humillaciones recibidas del padre, y el deseo de no volver a pasar por ese trance
humillante. Entonces, el evitar este último malestar es el que más peso tiene en el
comportamiento violento de Manuel. Si no logra ejercer el control de la relación aún con la
violencia física, como en su primera relación, el malestar se acrecienta y el espiral violento
también, mientras si logra su cometido, el de someter a la pareja, como en su segunda
experiencia conyugal, todos los demás malestares se disipan.

Las ansias controladoras de Manuel también son contradictorias y por eso presentan
resquicios que otorgan cierta libertad de movimientos a su pareja, debido a necesidades
económicas. Por un lado, su inmenso temor a ser víctima de infidelidad de parte de su
pareja y el miedo a ser abandonado por otro, lo hacen controlar sus movimientos y sus
relaciones amicales. Hay que tener en cuenta el bajo nivel de autoestima de Manuel, que
él mismo admite en su testimonio, producto de toda su experiencia de vida. Por otro, las
necesidades económicas y el reconocimiento que él solo no puede enfrentar el rol de
proveedor, lo obligan a considerar que ella también debe salir a trabajar, aunque esto
signifique la pérdida del control absoluto. Esto, unido al hecho que reconozca que ella es
la única que puede administrar eficientemente los pocos recursos económicos que él
consigue, lo cual también le otorga a su pareja alguna libertad de movimientos, hacen que
el mundo real en que se mueve Manuel le produzca aún más inseguridades a sus
necesidades de dominación y control. Por ahora, gracias al ejercicio de la violencia,
siente que todo lo mantiene bajo control, consiguiendo restablecer sus privilegios, y
logrando una situación que ampliamente disfruta. En el último año, ante la sumisión de
ella, aduce que no se ha sentido obligado a desatar la violencia física, pero ésta se
mantendrá latente hasta la próxima ocasión cuando vuelva el inevitable conflicto.

MATEO, 42 AÑOS. “Pienso que por temor a que la golpee, no camine alegremente con
otro”

Mateo vive en la ciudad de Cusco, no terminó la secundaria, pero sí aprendió varios


oficios; primero, el de mecánico de automotores y posteriormente, el de técnico
electricista que es el que actualmente desempeña, aunque pasa periodos en los que no
encuentra clientes y se mantiene desempleado. Convive hace 20 años con una mujer de
la misma edad que él, de quien se enamoró sin saber que era separada y tenía dos hijos,
situación que sigue siendo motivo permanente de conflictos. Ella eventualmente
comercializa algunos productos y la relación que necesariamente debe entablar con el
público le crea a Mateo muchas inseguridades respecto a la fidelidad de su pareja, siendo
también fuente de conflictos. De su relación tienen cuatro hijos que ahora son
adolescentes. Tiene un amplio record de maltratos físicos y emocionales contra su pareja
y numerosas denuncias ante la policía, algunas de las cuales han llegado a procesos
judiciales que siempre terminaron en conciliación.

Nació en Quillabamba – La Convención, ciudad ubicada en la selva alta de Cusco.


Cuando apenas era un recién nacido sus padres se separaron. A su madre, que debía
trabajar para sobrevivir, no le quedó más remedio que entregarlo a la abuela, que vivía en
la provincia de Acomayo, para que lo criara. Mateo nunca conoció a su padre, y a su
madre la veía una o dos veces al año cuando por pocos días iba a visitarlo. Nunca
entendió por qué lo abandonaron sus padres y siempre sintió el vacío de afecto de cada
uno de ellos pues, además, ni la abuela ni algunas tías solteras que vivían con ella, le
dieron el cariño que necesitaba, lo que, según Mateo, afectó su autoestima.
Contrariamente, eran muy rigurosas en los castigos físicos frente a cualquier falta que
cometiera como cuando el ganado que llevaba a pastar se escapaba e ingresaba a
terreno ajeno, de esta manera lo disuadían de que se distrajera jugando. De la misma
forma, en la escuela los maestros fueron muy severos con él, fue acostumbrándose a que
el maltrato físico era el modo de castigar el incumplimiento de las tareas escolares o sus
travesuras infantiles.

A partir de los 15 años se inició en las relaciones sexuales con algunas muchachas que,
como él, llevaban su ganado a pastar al campo, siendo todas esas experiencias
pasajeras. A los 16 años aprende el oficio de mecánico automotriz ayudando en un taller
de mecánica. Esto le permite independizarse de la tutela de la abuela y alquilar un cuarto
para vivir en el pueblo. Algunos años después, consigue ser contratado por el Ministerio
de Transportes como mecánico, pudiendo viajar con este trabajo a varios lugares.

Cuando tenía 22 años fue enviado a trabajar a Puerto Maldonado, donde conoció a la que
ha sido durante todos estos años su conviviente. Ella, una mujer de su misma edad,
trabajaba en un bar ubicado muy cerca del lugar donde él vivía. Se hicieron amigos y se
sintieron muy atraídos decidiendo prontamente convivir. Estando casi un año juntos,
Mateo se enteró por una hermana de ella que llegó a visitarlos que su pareja era
separada y que tenía dos hijos los cuales vivían con el padre. Esto le significó una gran
sorpresa y, aunque le recriminó a su pareja su falta de sinceridad para con él, sentía que
la quería y la necesitaba, así que decidió continuar la relación. Pocos meses después ella
salió embarazada a pesar que se cuidaba con procedimientos caseros como los lavados
vaginales. Si bien aún no lo esperaban, Mateo recibió la noticia con satisfacción, pues
constituía para él la mejor prueba de que se había realizado como un hombre pleno.

Bueno tampoco estuvo mal (que saliera embarazada), sino que más hombre me he
sentido.

Los siguientes tres hijos llegaron de la misma forma, combinando prácticas


anticonceptivas tradicionales y modernas las cuales en algún momento fallaron, y aunque
afirma que ninguno de ellos fue planificado, en todos los casos los esperó con mucha
satisfacción.

Desde los primeros tiempos de la convivencia se iniciaron los conflictos que culminaban
en actos de violencia contra su pareja. El detonante para ejercer violencia ha sido la
inseguridad, el gran temor a no ser querido. Así, desde su concepción machista
fuertemente interiorizada, en cada servicio que él esperaba recibir como hombre y que no
era atendido, en cada falta a las obligaciones domésticas de su pareja, o en cada demora
de ella al volver a casa, Mateo interpretaba señales de desinterés por él y por tanto que
se estaba fermentando la posibilidad del abandono. Entonces, su sufrimiento se volvía
intenso e iba creciendo a medida que transcurrían los minutos.

Sí, le he pegado, a raíz de a veces, por falta de que, a veces la comida no estaba a tiempo
como debe ser, o de repente tarde llega, algo así. Um, es que pienso que anda por ahí, o
algún sitio, o más conversa con los vecinos, y me da cólera, tengo los sentimientos de que
puede pasar algo… de repente temor que llegamos a separarnos, así más o menos.
Cuando llega tarde, um, bueno, me pongo un poco celoso. Pienso que por ahí con alguien
está conversando, alguien está filtiando, o le está dando la hora… Internamente sufro.

Con la violencia busca amedrentarla para impedirle cualquier movimiento o relación


personal que no esté previamente controlado por él, para que ella lo sirva prestamente y
con esto, supuestamente, minimizar sus sentimientos de inseguridad.

E- ¿Qué buscas golpeándola?


M: Quiero poner en la recto, que debe caminar, no debe conversar mucho, saber dónde
está, de repente tratar de satisfacer lo que yo necesito, eso es lo que quiero. Así intento
corregirlo, a veces con gritos así. Pienso, que con el temor que la golpeo, de repente no
haga otras cosas.

Un aspecto que ha incrementado enormemente su inseguridad y su sufrimiento cotidiano,


es el pensar que no ha sido el primero en la vida de su pareja. Generalmente muchos
hombres buscan que la futura esposa, al momento de conocerla, sea virgen, por el miedo
a que si ella tiene experiencias sexuales previas, puede ser comparado con los otros y
temen perder en esa imaginaria competencia. Esto ocurre con mayor fuerza cuando se
trata de un hombre con tan baja autoestima como la que acepta en su testimonio Mateo,
entonces el temor a ser abandonado por otros hombres mejores que él lo atormenta
permanentemente.

E: ¿Por qué se siente tan inseguro de la fidelidad de ella?


M: O sea que me recuerdo cosas pasadas. Um, que tenía su marido
E: ¿Que ha estado con otro antes que usted, y eso le hace sufrir?
M: Um … sí. Pienso de repente quiere caminar así más o menos con otro hombre, tal vez
mejor.

Existe otro hecho que aumentó aún más su inseguridad y sus celos. Luego de tener el
cuarto hijo, pensaron que no podían seguir teniendo más porque su situación económica
ya resultaba muy agobiante. Mateo a veces conseguía trabajo y pasaba largos períodos
de para. Así que decidieron que ella se hiciera una esterilización quirúrgica. A partir de
entonces los celos se han incrementado y los fantasmas de la infidelidad le rondan con
más frecuencia. Aquí se repiten las mismas actitudes contradictorias y sentimientos
encontrados de muchos hombres que, por un lado, no desean tener más hijos, pero por el
otro, no permiten que sus parejas usen métodos anticonceptivos modernos porque temen
perder el control de la sexualidad de ellas23

Pienso que camina con ganas de sacarme la vuelta, o sea, que aprovecha, porque ligamos
luego de tenerlo mi último hijo, y le hicimos operar para que no tenga hijo más. O sea,
puede estar con otro sin temor a tener hijo y tengo desconfianza.

* % + . " & 1
Cuando su pareja se siente acosada, reacciona agresivamente insultándolo y
humillándolo, inclusive en público, haciendo alusiones a su fea apariencia, lo cual
acrecienta su inseguridad y deseos de violentarla para revertir la situación a su favor

M: Ella me trata de menospreciar, humillarme, me habla así, por ejemplo, que yo soy un
feo y otras cosas, por ejemplo, que yo tengo cara renegada, así más o menos, si.
E: ¿Y se lo ha dicho delante de otras personas?
M: Sí
E: ¿Y cómo se ha sentido usted cuando ha ocurrido eso?
M: Muy incómodo y me molesto mucho

Las palizas que desata contra su pareja son, en todos los casos, por simples sospechas.
Cualquier situación que la vincule indirectamente con alguien del sexo masculino es
interpretada con un indicio de infidelidad, entonces el temor lo abraza, y golpeándola
siente momentáneamente que de esta forma logrará disuadirla a que no lo abandone por
otro.

Eh, una vez ha traído un pantalón de un hombre y ahí la golpeé. O sea, que había llegado
con su bulto y dentro de ese bulto estaba un pantalón24, entonces, sentí celos. Así, para
que por temor no vuelva a cometer.

Pero este sentimiento es ambivalente, pues frente a la reacción de ella de llorar y desear
irse de la casa, renace nuevamente el temor a ser abandonado y entonces se arrepiente y
piensa que el problema se empeora. A pesar que razona que está mal maltratar a quien
es su compañera y con quien se tiene un vínculo afectivo, continúa justificando el maltrato
como forma de someterla, pero cada vez está menos seguro de la eficacia de la violencia,
pues el peligro del abandono se hace real y porque genera la respuesta agresiva de su
pareja.

E: ¿Luego de golpearla usted qué siente?


M: Me arrepiento a veces. Cuando comienza a llorar, o se pone triste, y quiere irse donde
sus padres así, siempre me he arrepentido
E: ¿Por qué se arrepiente?
M: Porque con ella paso, día y noche, malo o bueno
E: ¿Entonces, no existen motivos que justifiquen pegarle a la mujer?
M: Es que quiero ponerla en recto, pero también peor creo que es.
E: ¿Por qué es peor?
M: Porque, no sé qué, más se empeora la problema. En, a veces llegamos hasta
enojarnos, hasta meternos la mano, por eso.

Sin embargo, en ocasiones en que lo ha amenazado con irse, ha vuelto a utilizar la


violencia física para someterla, a pesar de ser conciente de las consecuencias
contraproducentes en relación a su objetivo.

Cada vez que me menciona que se quiere ir me cansa, una vez le tiré un lapo

Otras situaciones que le hacen pensar que los hechos empeoran con la violencia hacia su
pareja, son las denuncias policiales y la apertura de procesos judiciales en su contra. Sin
embargo, al parecer, éstos de por sí no han sido disuasivos, ya que la figura de la
conciliación que anteriormente estaba incorporada en el proceso judicial, hacía que

24
Ella de vez en cuando lava ropa en otras casas para ayudarse económicamente.
muchas veces la mujer se sintiera presionada a perdonar a su agresor, en una
negociación asimétrica y con nulas alternativas de escape para ella. Esta situación podía
repetirse al infinito y el agresor salir liberado con la sola promesa de no volver a
cometerla. Así ha sucedido y en varias oportunidades en el caso de Mateo y su pareja.

M: Varias veces me ha denunciado


E: ¿Cuál fue la causa de las denuncias?
M: Um, o sea porque agredía a mi esposa. Por los chismes o porque conversaba con los
vecinos, tal vez, me enojaba, respondía mal. Me ha denunciado, a veces borracho llegaba
y de repente le pegaba y una serie de cosas.
E: ¿Y qué ha pasado con esas denuncias?
M: Conciliamos, nos hicieron hacer una acta de compromiso, eh, con una multa, no se
cuánto era, cincuenta (Soles) creo. Al final lo rompemos eso, reconciliamos, vamos a vivir,
tranquilo.
E: ¿Qué hizo para que ella conciliara, y aceptara volver con usted?
M: Um, simplemente conversamos, trato de disculparme, que no iba ocurrir, así
E: ¿Pero, esto ha ocurrido varias veces?
M: Um, me denunció tres veces. Igual siempre conciliamos

Mateo confiesa que sólo en una ocasión forzó sexualmente a su pareja. En esa
oportunidad nuevamente su inseguridad hizo que interpretara la negativa de ella como
una consecuencia de una probable infidelidad. Entonces los celos provocaron sus
deseos de castigarla violándola y de esta forma intentar retomar el control de una
sexualidad que la sentía esquiva.

Ah, una vez le he forzado sexualmente yo. Hace 8 meses más o menos. Realmente ella no
quiso y de repente no más la agarré a la fuerza. Yo decía, de repente tiene otro o ha hecho
con alguien por eso no quiere, no, algo así. En ese momento sentí cólera o de repente así
los celos. Ajá, y la agarré a la fuerza.

Pero la experiencia le causó malestar, porque pensó estar haciendo algo indebido. Mateo
piensa que forzar sexualmente a una mujer, por más que sea su esposa, es malo y eso le
ocasiona sentimientos de culpa. Es probable que en ocasiones similares en las que la
inseguridad respecto al control de la sexualidad de su pareja lo envuelva, nuevamente
utilice la violencia sexual para imponerse y para tener una sensación temporal de poder.

E: ¿Y luego de hacer la relación sexual a la fuerza, usted qué sintió?


M: No me sentía bien. Porque pienso que no estamos haciendo como debe ser.
Entrevistador: ¿Pero no piensa que la mujer siempre tiene que aceptar al varón aunque
ella no quiera?
M: Um, no creo.
E: ¿Y luego, cuál fue la reacción de ella?
M: Bueno, de repente internamente renegar lo que era, más o menos, sí, pienso que
renegado quedó.
E: Y usted me dice que se sintió mal. Pero ¿no se sintió desfogado?
M: No

Tratando de entender los argumentos contradictorios en torno a la justificación o no de la


violencia contra la mujer, encontramos en primer lugar una actitud contraria a la violencia
física, pero no hacia la violencia verbal. Sin embargo, trata de justificar que en la práctica
ejerza violencia física contra su pareja, a pesar de estar en contra de ésta, por la pérdida
del autocontrol en ese momento a lo que denomina “nerviosidad”. Pero “puesto contra las
cuerdas”, su argumento de por qué se frena frente a otros en situaciones similares,
considera que lo hace porque con la única persona que puede ejercer poder es con su
pareja.

E: ¿Usted piensa que los hombres tienen derecho a pegarle a sus parejas cuando
consideran que ellas han cometido una falta?
M: No, no hay derecho de pegarle porque sí, yo pienso más bien que hay que conversar, y
si no acepta, agredir, así, verbal.
E: ¿Qué está ocurriendo entonces cuando un hombre piensa que no es correcto pegarle a
una mujer, pero de todas maneras le pega?
M: Pienso que es por la nerviosidad de ese rato.
E: ¿Y si por ejemplo, piense que su jefe en el trabajo o un amigo le han faltado, igual que
su mujer, ahí la nerviosidad le lleva a pegarle a ellos también?
M: No
E: ¿Y por qué sí a su mujer?
M: Es que es mi mujer, con otros no tengo ese vínculo.

Desde hace poco menos de un año que Mateo no ha vuelto a maltratar físicamente a su
pareja y en eso ha tenido que ver el deterioro físico de ella causado por dos hechos: el
primero, fue una operación a la vesícula de la cual no quedó del todo bien; meses
después, un accidente de tránsito que le ocasionó diversas fracturas y de las cuales no se
ha recuperado totalmente. Tiene miedo que al golpearla pueda agravarse algunas de sus
dolencias, y contiene las ganas de hacerlo.

Continúa sintiendo gran malestar cuando no logra tener bajo control los desplazamientos
de su pareja, sus temores a una posible infidelidad resultan bastante paranoicos y son
para él fuente de sufrimiento incesante.

Quiero saber siempre dónde está, porque quiero verlo cómo camina todo. A veces pienso
que, siempre una escapada se da, a un restorant tal vez, o alguien lo está esperando.
Cuando no se dónde está me siento muy incómodo, entonces pienso que alegremente con
otro anda.

Al parecer, su pareja se resiste al sometimiento que Mateo quiere imponerle y desarrolla


sus actividades tratando de ignorar sus exigencias de autoridad, pero no se libra de la
violencia verbal que descarga sobre ella y con la que intenta volver a someterla.

E: ¿Le pide permiso para salir?


M: A mí nunca me pide
E: ¿Y usted quisiera que le pida?
M: Um, sí quisiera.
E: Y cuando no le pide permiso ¿cómo se siente usted?
M: Renegado, pienso dónde va, por qué está andando por ahí. Por esos motivos la insulto.

Mateo utiliza diversas formas de maltrato emocional en su casa, siendo una de ellas el
asumir decisiones sin tomar en cuenta la opinión de ella, lo cual es justificado con el
simple argumento que es el hombre de la casa y ese estatus le da el privilegio de hacerlo.
En sus palabras existe también el temor a ser dominado por las mujeres, y de allí su
necesidad imperiosa de reafirmar su estatus de autoridad.

E: ¿Toma decisiones sin consultar con ella, en cuestiones que a ella también le concierne?
M: Siempre tomo sin consultarla. Porque realmente nuestra conversación no cabe. A
veces me contradice, entonces no entramos de acuerdo, entonces, mejor no le digo nada y
lo hago.
E: ¿Cree que tiene derecho a hacerlo sin consultarle?
M: Oh, sí. Porque soy varón de la casa y yo soy el que mando y no puedo dejarme
mangonear25.

Otras formas de controlar y someter a la pareja son: el no permitirle trabajar fuera del
hogar, impedirle que salga sin él, prohibirle que vea a determinados familiares por el
temor que la indispongan contra él, etc.

-Le he prohibido que vea a sus hermanos porque daban malos consejos y le habían dicho
que se separara de mí, algo así, entonces por eso prohibí.
-No quiero que trabaje fuera de la casa, porque tiene que estar en la casa.
-No dejo que vaya sola a una fiesta, ni al cine, siempre tiene que ir conmigo.

La actitud de Mateo con respecto a su pareja va en contra de su precaria situación


económica pues durante periodos está sin trabajo y por tanto sin ingresos. Entonces, a
pesar de las prohibiciones, ella busca ingresos adicionales trabajando esporádicamente
como vendedora ambulante o lavandera, frente a lo cual sólo le queda a Mateo rumiar su
malestar.


Éste es el perfil de un hombre, que si bien no tuvo el referente directo del maltrato de su
padre contra su madre como en otros casos, pues ellos estuvieron ausentes, aprendió del
entorno cómo la violencia puede ser un medio de ejercicio de poder y de sometimiento.
Mateo experimentó en carne propia desde muy niño los castigos físicos de parte de sus
parientes cercanos y de sus profesores en la escuela y el objetivo disuasivo que
buscaban. Junto con ello, su experiencia infantil carente de cariño habría quizás influido
en forjar una personalidad muy insegura y con una escasa autoestima. Hay que tener en
cuenta también lo que significó para su amor propio el sentirse abandonado por ambos
padres y por tanto, el sentimiento de rechazo que fue incubando desde su corta edad, lo
cual le resultaba incomprensible y provocaba un gran dolor emocional.

Sus actitudes machistas que no esconde y la forma de pensar autoritaria hacia las
mujeres, de la misma forma, fueron aprendidas de la observación del entorno social, más
que del contexto familiar inmediato donde se crió entre mujeres. Habiendo constatado
que las mujeres también pueden ser muy violentas y ejercer poder, como lo hicieron con
él cuando niño, probablemente existe el miedo que esto vuelva a suceder y de allí
también la necesidad de reafirmar permanentemente su autoridad y el ejercicio de poder.

Nancy Chodorow (1999), afirma que los niños que, como Mateo, no tienen un modelo
paterno cercano, buscan contraponerse a todo lo femenino para identificarse como
varones. Su masculinidad se construirá básicamente en un antagonismo hacia la mujer,
más que en una identificación con el hombre. Por lo tanto, un niño varón sin padre
tenderá a adoptar con más facilidad las actitudes misóginas que le ayudarán a
diferenciarse de las mujeres en general. Sin embargo, consideramos que Mateo y niños

25
Manipular, conseguir someterlo, ponerlo a disposición de ella
en circunstancias similares – en el contexto social en el que viven, más allá del familiar –
tienen muchos referentes del comportamiento de dominación y sometimiento de los
hombres en relación a las mujeres, los que le permiten construir su masculinidad
identificándose con estos hombres y no sólo en antagonismo con las mujeres.

La pareja de Mateo resultó una especie de salvavidas en sus ansias de ser querido, al
cual debería asirse desesperadamente. Su permanente temor a ser abandonado, a dejar
de ser querido lo atormenta y se convierte en un perenne sufrimiento y en una
permanente pesadilla. Sus celos, que básicamente surgen del temor a perder el control
de la sexualidad de su pareja, producto de la manera en que se construye social y
culturalmente la relación entre los géneros, se ven incrementados por el terror al
abandono, y como lo señala Dutton y Golant (1997), por el terror de perder nuevamente a
la madre, que, a su debido tiempo, se ha transformado en el terror de perder a la pareja.
Entonces, ahora que piensa que tiene el poder de hacerlo frente a una mujer, social y
culturalmente considerada inferior, utiliza la violencia de la forma que aprendió desde
niño, para disuadir cualquier intento de abandono, que en la práctica resulta imaginario y
probablemente producto de su muy baja auto valoración. Sin embargo, se da cuenta que
esa forma desesperada de retener a su pareja le resulta ambivalente a sus fines, porque
si bien logra controlar su movilidad, a la vez ella ha amenazado con dejarlo y esa
posibilidad incrementa aún más su malestar.

Al igual que en otros hombres golpeadores, Mateo plantea que no está bien pegar a una
mujer porque es su compañera de toda la vida a quien le tiene afecto, pero
inmediatamente se justifica aduciendo que es la única forma que conoce para corregirla
en la desatención hacia él y en atemorizarla para que no lo abandone con otro. Por ratos
ensaya otra justificación aduciendo que es producto de un momento que llama de
“nerviosidad”, pero él mismo reconoce que ésta sólo se da con quien puede ejercer poder
y en este caso, sólo con su esposa. Por el momento, el deterioro físico de su pareja lo ha
frenado en el intento de agredirla físicamente, entonces utiliza la agresión verbal y otras
formas de abuso de poder para controlarla. De su relato se desprende que las estrategias
de resistencia de su pareja hacen que sus intentos no sean del todo posibles y esto lo
llena de un malestar que se va acumulando y en algún momento estallará. Muy
probablemente, su imaginario temor al abandono, por esas prácticas violentas que buscan
revertirla, se convertirá en una profecía auto cumplida.

JOSE, 29 AÑOS. “Buscaba que otra vez no se comporte así, trataba de corregirla”

José estudió la secundaria completa y actualmente trabaja de manera independiente en


un taller de zapatería en la ciudad de Cusco. Hace cuatro años inició una relación de
convivencia y tiene dos niños. Su pareja, que también tiene secundaria completa, trabaja
en una pequeña tienda de abarrotes que funciona en el primer piso de su casa. José
confiesa que en sólo dos oportunidades utilizó el maltrato físico contra su pareja, la última,
un mes antes de la entrevista, pero cotidianamente ejerce otras formas de control y
violencia emocional hacia ella.

Nació en Arequipa y vivió en esa ciudad hasta la edad de siete años que es cuando la
familia decide mudarse a la ciudad de Cusco, porque su padre recibió una oferta de
trabajo más conveniente. Fue el penúltimo de nueve hermanos, cuatro de los cuales
fueron hombres y cinco, mujeres. Durante su infancia no pasaron grandes apuros
económicos, su padre trabajaba en un camal, donde además del sueldo que le pagaban,
le permitían comercializar con el cuero y la lana de algunos animales que sacrificaban.
Los problemas conyugales entre sus padres se suscitaban porque su padre bebía alcohol
cotidianamente y cada vez que llegaba a casa en estado etílico, se iniciaban las
discusiones con su madre a quien no le gustaba verlo ebrio y terminaban en maltratos
físicos contra ella. José presenciaba esas escenas con mucho malestar y sus intentos de
evitarlas eran vanos, pues su padre lo obligaba a mantenerse al margen.

Cuando veía eso sentía amargura, ¡por qué están peleando ustedes, parecen chiquillos!
Yo quería solamente separarles pe. Decía mi papá: ¡No te metas, tú anda allá, tú no
sabes!, me mandaba a rodar.

José sentía mucha angustia cuando veía a su padre ebrio porque sabía que se
reiniciaban las tormentas en casa y se propuso evitarlas. Así, se convirtió en una especie
de guardián de su padre, calculando la hora de su salida para presentarse en el trabajo y
disuadirlo de que no vaya a la cantina con los amigos. Cuando no podía evitarlo,
esperaba pacientemente para ayudarlo a llegar a casa sin contratiempos. Esto hizo que
su padre le tuviera mucho afecto y así José lo sintió. Sin embargo, el único que lo castigó
físicamente fue él, su madre nunca. José justifica esos maltratos porque eran causados
por transgresiones a sus obligaciones o desobediencias cometidas.

Mi padre sí me ha pegado, o sea, por lo que no le hacía caso, ¿no?, o de repente le


contestaba o he cometido el error, ¿no?, por eso me está sobando, o sea, me está
pegando, ¿no? Mi mamá no, mi mamá no me ha pegado, hay veces me llamaba la
atención, también tiene derecho porque es mi madre.

Cuando llegó a la adolescencia las discusiones de sus padres continuaron, pero no volvió
a presenciar violencia física, aunque cada vez que éstas se iniciaban el temor de José a
que las agresiones contra su madre empezaran crecía a medida que pasaban los minutos
y un gran dolor lo invadía.

Yo pensaba de repente van a pelear, que puede haber problemas. Yo sentía un gran dolor,
o sea, que no pase nada, ¿no?, o sea, dolor, que no pase nada.

Durante la adolescencia se dieron varias ocasiones en las que se lió a golpes con otro
muchacho cuando se sintió agredido, no sólo para defenderse sino también para
demostrar a los demás que no se dejaría someter, en última instancia que no sería un
“pisado”, es decir, un “menos hombre” y, por tanto, no se convertiría en objeto de burla y
escarnio de los demás hombres.

En una ocasión jugando fulbito, ambos hemos saltado a cabecear la pelota. Yo también le
codié, de eso él reaccionó y me mandó un lapo. Si, es por eso que yo reaccioné, no me
quedé atrás. Si no reacciono los amigos miran mal, ¿no?, este pata no sabe pelear, es
este callado, critican pe, te tienen pisao, dicen.

Su primera enamorada la tuvo a los dieciocho años. Era una muchacha de la ciudad de
Quillabamba de la misma edad que él. Con ella se inició sexualmente, aunque esta chica
ya había tenido experiencia sexual previa. Este hecho le creó mucha inseguridad a José,
así que permanentemente sospechaba que ella le era infiel. En una oportunidad que la
esperó escondido en la puerta de su trabajo, vio que ella se embarcaba en un taxi con un
hombre, lo cual le ocasionó una crisis de celos. Poco después que la tuvo al frente la
violentó físicamente como un acto de represalia y terminó con ella.

Ella ya había sido una chica recorrida, había tenido otros, y eso me molestaba porque a
mí no me gusta pe. No confiaba en ella. Una vez yo he ido a esperarla a su trabajo, y le vi
subirse a un taxi con un chico y yo me escondí, y la he seguido pe, y se ha ido hacia abajo,
es por eso que yo le pateé.

Luego de estar con ella tuvo un par de enamoradas con quienes anduvo por muy poco
tiempo. A la edad de 23 años conoció, en la fiesta de promoción de un colegio, a la que
actualmente es su esposa, quien en ese entonces tenía 19 años. Mantuvieron una
relación de enamorados por un año, hasta que a José, que por entonces trabajaba como
técnico de mantenimiento en la sanidad del ejército, lo enviaron a trabajar a Lima. Por
nueve meses no se vieron, sólo se comunicaron por teléfono, y el deseo de estar juntos
los motivó a decidirse a iniciar la convivencia. Ella viajó a Lima y al cabo de año y medio
de vida conyugal quedó embarazada. Convinieron que era mejor para ella continuar el
embarazo en Cusco para contar con el apoyo familiar. Pero ella no quiso viajar sola y
menos estar sin él, así que José se vio obligado a renunciar a su trabajo y a emprender el
regreso al Cusco junto a su pareja. Un año después de tener a su hijo, nuevamente salió
embarazada a pesar que, como aduce José, se cuidaban con preservativos. La
posibilidad de tener otro hijo de manera tan inmediata y en una coyuntura en la cual no
tenía un trabajo estable, ocasionó que José presione a su pareja a interrumpir el
embarazo. Sin embargo, ella se opuso y tuvo el apoyo de la mamá de él, quien incluso les
ofreció criarlo si ellos no podían hacerlo, todo lo cual hizo que José se resignara a tenerlo.

Durante su aún corta convivencia se han sucedido una serie de conflictos que tienen
como lugar común el hecho que ella no respete la autoridad que él quiere imponer, o que
sienta que su autoridad quiere ser rebasada y quedar él como “el pisado” en la relación,
fantasma que lo persigue desde la adolescencia, al igual que a muchos hombres. En dos
ocasiones ha utilizado la violencia física, cuando la violencia verbal no bastó para
imponerse.

Desde un principio siempre había discusiones, no le gustaba a ella que le digan algo. O
sea, digamos, yo le llamaba la atención, ahí mismo me contestaba. A veces discutíamos,
en dos veces he llegado a meter la mano porque ya no me aguantaba. O sea, porque no
me entendía, me gritaba, me quería mandonear.

Los intentos de la mujer de resistir al comportamiento irresponsable de José y a la falta


de respeto a su familia, son interpretados por él como obstáculos y formas de control a
sus privilegios masculinos de vivir sin dar cuenta a nadie de sus actos. Esta actitud
desafiante de su esposa le provoca malestar porque pone en entredicho su posición de
autoridad, entonces intenta en primer lugar someterla mediante la violencia verbal -
“primero le hablé”- como no lo consigue, utiliza la violencia física. El hecho que ella resista
a la agresión física hace que José, en su afán de someterla a como de lugar, culmine con
una paliza contra ella.

Hace un año tuve una discusión, vine borracho, de eso no más ella dijo: -¡Eso, vienes
borracho, paras tomando, tus amigos que te den de comer pe!-, así me dijo, ¿no?. O sea,
me amargué pe. ¡Por qué tú me tratas así!, le dije, ¿tú sabes muy bien que mis amigos me
dan de comer? Yo sentí amargura pue. Primero le hablé ¿no?, y me gritó: -¡Aaah te vas!-,
me botó del cuarto, ahí me amargué, le mandé su cachetada, de eso, de eso me ha
respondido, con la silla me a golpeao, y por eso yo le he pegado más.

José sabe que su proceder es incorrecto, él mismo repudiaba el comportamiento violento


de su padre contra su madre en similares circunstancias, pero más pueden sus ansias de
imponerse. Pide perdón y promete no volver a hacerlo, trata de evadir en algo su
responsabilidad por el hecho de estar ebrio, pero a reglón seguido justifica su actuación
dando por sentado que fue provocado e implora que no vuelva a desafiar su autoridad,
porque de lo contrario probablemente, muy a su pesar, se vería nuevamente obligado a
ejercer violencia para reestablecer la autoridad.

Después me arrepentí, porque es, como estaba mareado, me arrepentí, entre mí decía,
cómo he podido actuar de esa manera. Me disculpé, le he pedido perdón a ella, ya no va
volver a pasar esto, pero por favor tampoco me respondas así.

La segunda oportunidad ocurrió un mes antes de la entrevista. Todo empezó porque una
tarde no permitió que ella encendiera el televisor mientras él escuchaba en la radio su
partido de fútbol, un privilegio masculino que no es concedido en los mismos términos
cuando ellas quieren hacer lo mismo. Ella se molestó y comentó que ya estaba reuniendo
un dinero para comprarse su propio televisor. José intenta desvalorizar las formas de
resistencia de su pareja, calificándolas peyorativamente de “zonzeras”, pero las siente
como un desafío a su autoridad. No responde en ese momento con violencia, pero se
empieza a cargar de malestar.

De eso nomá, que me ha empezado hablar zonzeras, no, que voy a comprarme un
televisor a colores, que estoy juntando para eso, que guárdatelo, que ya no queremos. Me
estuve aguantando no más.

A la mañana siguiente, luego de jugar un partido de fútbol regresó a casa algo mareado
pues estuvo bebiendo con sus amigos. Encontró a su padre a quien le invitó a tomar una
cerveza, así que salió de la casa a comprar una botella y cuando volvió, su esposa que
había estado presenciando la escena, le cerró las dos puertas de acceso a la casa. José
interpreta las actitudes de resistencia a sus actos de prepotencia como provocaciones que
se van acumulando y que llega un momento en que siente la necesidad de responder
violentamente

De eso pe yo me amargué, entré y le mandé su lapo, ¡Por qué me cierras la puerta si


sabes muy bien que estoy acá!, por eso nomá. O sea, me acordé pe, lo que me estaba
haciendo ya de más antes.

Con el maltrato físico busca amedrentarla, que no vuelva a atreverse a poner en cuestión
su autoridad, que no se resista a someterse.

E: ¿Con esa cachetada qué buscabas, le querías probar algo?


J: O sea, que otra vez ya no se comporte así. Trataba de corregirla pe.

En la conversación siguiente queda claramente establecido que el ejercicio de la violencia


contra su pareja lo hace desde un contexto en el que se da un desbalance de poder a su
favor, y no sería capaz de actuar de la misma manera, ante una afrenta similar, si es que
no se diera esa condición, salvo el riesgo de poner en peligro su integridad física.
E: Te pongo un ejemplo, si hubiera sido tu hermano o un amigo, quien te hubiera cerrado
la puerta, ¿le hubieras tirado la cachetada?
J: No
E: ¿Por qué en el caso de tu esposa y no en el caso de otra persona?
J: Es que en el caso de otra persona es diferente. Es que tú no le puedes meter a otra
persona la mano, porque si yo le metería la mano de repente me responde.
E: ¡Ah ya!, ¿y tu esposa no te responde?
J: De repente podría responderme, también.
E: Pero no temes esa respuesta, porque sabes que no te produce mayor daño.
J: Um… no pue.

José está convencido que es deber del esposo corregir a la esposa, como si se tratara de
una menor de edad, y si ella se muestra rebelde llegará un momento en el que será
necesario imponerse usando el castigo físico.

J: A las mujeres en su momento hay que pegarles, cuando ellas se exceden mucho
E: ¿Y si no le pegas cuando consideras que es el momento de pegarle?
J: Seguiría comportándose igual pue
E: ¿Sientes que es tu obligación hacerlo?
J: Claro. O sea, yo como su esposo pue, ¿no?

En varias ocasiones, luego de alguna fuerte discusión o cuando ha sido agredida


físicamente, su esposa lo amenaza con irse lejos o se va por algunos días a casa de sus
padres. José debe ir a pedirle perdón y rogarle que vuelva. Hasta el momento ella ha
aceptado las disculpas y los propósitos de enmienda. Sin embargo estas amenazas de
abandono le crean mucho malestar a José y sus celos se incrementan. Así, cada vez que
ella sale de la casa para participar en actividades de las organizaciones del barrio,
llámense vaso de leche y comedor popular, los celos lo invaden y el miedo a ser
abandonado por otro hombre se apodera de él. Esto hace que quiera saber siempre
dónde está, a qué hora sale y regresa y el malestar cuando desconoce su exacto
paradero o se demora más de lo acordado va en aumento.

De repente ella me miente ¿no?, de repente está diciendo a tal parte y no va, porque yo,
cuando ella no viene, yo voy a buscarla. De repente estará con alguien ¿no?. Siento celos,
me siento muy mal, porque una vez me dijo ella, -“Un día de estos me voy a ir lejos”-, me
dijo, yo me pongo a pensar, de repente se puede ir con alguien.

Cuando se presenta la ocasión de acudir a una actividad social en el barrio o fuera de


éste, no la deja salir si es que no va acompañada por él. Si él se siente indispuesto o no
quiere salir, tampoco acepta que ella vaya sola, por el temor a la infidelidad. Hasta el
momento ella no ha desafiado su autoridad en ese sentido y, por tanto, aún no se han
presentado conflictos al respecto.

A pesar de la concepción autoritaria y jerárquica con la que actúa José, como en el caso
de otros hombres maltratadores, está muy dispuesto a colaborar en las actividades
domésticas y afirma participar cotidianamente en ellas.

Muchas veces ella me dice, ¿no?, hay harta ropa para lavar hijo, vaya lavando tú, yo voy a
cocinar, ya, voy lavando, hay veces, hay que lavar los dos, me dice, ya lavamos los dos
Igualmente, asegura que nunca le restringe el acceso a lo que él gana y es más bien ella
la que administra los ingresos familiares, porque tiene la absoluta confianza que lo hará
bien.


El ciclo de la violencia que José instaura con su esposa, es exactamente igual y con los
mismos motivos que el que ejercía su padre respecto a su madre. A pesar de rechazar
cuando niño esas actitudes paternas, porque le causaban un profundo dolor, aprendió que
esa era la forma de someter a las mujeres y que en ese ejercicio se jugaba su identidad
como varón. Él percibe que es una especie de contrapunto de poderes, y que si no es él
quien se impone, ella lo hará, y no puede permitirlo, pues aparecer como el “pisado”, “el
que se deja mangonear”, sería estar devaluado como hombre, y como en la pugna entre
adolescentes, ser pasto de la burla de los demás.

Sin embargo, tiene pensamientos contradictorios y sentimientos encontrados porque


piensa, por un lado, que no está bien pegar a una mujer recordando la experiencia entre
sus padres, pero por otro, considera que es su deber imponerse, corregir a su pareja, lo
que significa cortar todo atisbo de rebeldía y falta de obediencia a sus órdenes. Percibe
que esa empresa no es fácil, porque ella desarrolla una serie de estrategias de
resistencia, entonces esos pensamientos y sentimientos contradictorios lo hacen suplicar
a no ser obligado a ejercer violencia, para lo cual ella deberá someterse sin chistar.
Nuevamente, en este caso, encontramos diversos malestares que se sobreponen: el que
se siente cuando piensa que su autoridad es desafiada y debe imponerse por cualquier
medio, el malestar que siente cuando reconoce que luego de un acto violento su pareja se
aleja de él y teme que el abandono sea definitivo, por último, el malestar que siente
cuando no castiga a su pareja al pensar que si no pone freno de manera disuasiva, ella
seguirá burlando su autoridad, y entonces va acumulando su malestar hasta estallar
violentamente en cualquier momento. El mayor malestar es cuando, a pesar de la
violencia desatada por él, su pareja no acepta someterse. Con el ejercicio de la violencia
busca la sumisión y cuando la consigue los malestares desaparecen. Pero éste, al
parecer, no es el caso de José, ya que su pareja despliega una serie de estrategias de
resistencia y es muy probable que al sentirse asfixiada por el férreo control con el cual
José intenta evitar que ella lo deje, termine en algún momento por alejarse definitivamente
de él.

Por otro lado, también es evidente en esta experiencia que es posible avanzar en el
cambio de los roles tradicionales de género, como es la mayor participación de los
hombres en los quehaceres domésticos, y quedar incólume el ejercicio del poder, que es
la esencia misma de la desigualdad de género.

RICARDO, 31 AÑOS. “Luego de pegarle me sentía más tranquilo, así me desfogaba”

Ricardo sólo pudo terminar la educación primaria y se dedica eventualmente a ser


cobrador de microbuses o taxista, para lo cual alquila un auto por horas. Su esposa, con
quien convive hace diez años, es profesora en un colegio. Su vida desde muy pequeño
transcurrió en un ambiente de violencia, no sólo familiar, sino también delincuencial. Hay
que advertir que éste es un caso distinto al de la mayoría de las situaciones de violencia
que se circunscriben principalmente al ámbito doméstico. Se trata de alguien quien es
violento con todo el mundo y con un prontuario antisocial. Su pareja, luego de uno de los
tantos actos de violencia que sufrió, lo dejó por un tiempo, lapso en el cual Ricardo
convivió con otra mujer. Tiene tres hijos pequeños, dos de la primera pareja y una de la
segunda. Actualmente vive con la primera, quien volvió con más fortalezas personales y le
ha puesto condiciones para mantenerse con él, pero los conflictos continúan y los hechos
de violencia también, aunque éstos se presentan más esporádicamente.

Antes que él naciera, su madre había quedado viuda con cuatro hijos, y posteriormente,
tuvo un eventual romance con un hombre del cual quedó embarazada de Ricardo. Este
hombre, en ese entonces, mantenía simultáneamente relaciones con otras mujeres y
nunca convivió con su madre. Era un alcohólico y muy irresponsable, por lo que nunca vio
por él. Ricardo nació en Villa El Salvador y toda su vida la ha pasado ahí. Cuando era
niño recuerda con mucho dolor y rabia las veces que llegaba su padre a la casa
exigiendo que lo dejaran entrar y estar con su mamá que ya nada quería saber de él.
Entonces derribaba la puerta a patadas, sacaba a la fuerza a Ricardo y se lo llevaba a
rastras, con la única finalidad de chantajear a su madre. Ricardo se sentía avergonzado y
humillado e intuía que no significaba nada para su padre, acaso sólo un medio utilizado
para dominar a su madre. En muchas ocasiones presenció aterrorizado las palizas que le
daba a ella, y sintió una gran impotencia por no poder defenderla. Creció odiando al
padre y cultivando unas ansias muy grandes de venganza contra él.

Uy, en varias oportunidades, la pateaba a veces en el suelo, le dejaba tirada. Yo, en ese
momento tenía miedo, puta que yo le tenía un terror al viejo. Le tenía cólera, ese rato
quería ser grande, quería ser adulto, pa’ defender a mi vieja y darle duro a él, porque eso
es lo que yo sentía, yo siempre decía “de grande lo voy a matar”, pero nunca llegó a
suceder porque me dejó muy pequeño.

Cuando tenía unos trece años, le avisaron que su padre fue encontrado muerto en el río.
Todo hizo suponer que fue producto de un ajuste de cuentas del esposo y/o familiares de
una mujer casada con quien andaba de amoríos. Ricardo afirma que no le afectó en lo
absoluto esa muerte y que, más bien, se sintió vengado y con una sensación de alivio.

Apenas pudo terminar la primaria porque vivían en situación de extrema pobreza y no


tenían con qué solventar los costos que demandaban sus estudios. Es así que, cuando él
contaba con 11 años, su hermana mayor que tenía un puesto de ropa en una feria
comercial en el centro de Lima, lo lleva a que le ayude en el negocio. Resultó una
oportunidad para desarrollar su vida sin el control que su madre imponía. Inició su
participación en pandillas callejeras juntándose con otros chiquillos que también
provenían de Villa El Salvador y fue frecuente encontrarse en medio de una gresca con
otras pandillas, donde eran utilizadas piedras, botellas y armas punzo-cortantes. Era
cotidiano el ambiente de violencia en que vivía y la única lógica que imperaba era hacer el
mayor daño posible al contrincante de turno, sentirse así poderoso y probablemente
aumentar, de esta forma, una autoestima decaída por toda la experiencia de
humillaciones que arrastraba.

En ese rato solamente tenía ganas de agredirlo, acabarlo, acabar con el que estaba
peliando. Porque se me venía, nos peleábamos todo y si venía yo cogía una botella, un
vidrio, lo que había y, quería, o sea, quería dejarlo así ya como para que no me conteste,
no reaccione, para sentirme más pe.

Se embriagaba constantemente desde los 11 años y las necesidades de abastecerse de


alcohol lo llevaron a asaltar a los transeúntes, quitarles dinero y sus pertenencias que
luego vendía a los reducidores.

Desde muy pequeño recibió castigo físico de su madre, pero principalmente de su


hermana mayor. Generalmente, las razones estaban vinculadas con los pequeños hurtos
de dinero que él hacia dentro de la casa. Nunca aceptó estos castigos, aparentemente
por lo que, como él mismo afirma, no había en él valor moral alguno que le hiciera aceptar
su culpa, que robar era malo, y entonces sólo avivaron su odio y deseos de venganza. Ya
adolescente, en uno de esos episodios de maltratos contra él, se sintió con la fuerza
necesaria para repeler la agresión utilizando aún más violencia contra la hermana, y sin
mostrar un ápice de pesar.

Puta, qué cólera sentía, yo decía algún día voy a crecer, yo entre mí decía voy a crecer, y
hasta que un día así pue crecí, me quiso tocar ya, le metí uno nomá, bien duro, así quedó
hinchado. Desde ahí mi hermana nunca más me puso la mano. Luego de haberle pegado
me sentí más tranquilo. No tuve remordimiento.

Posteriormente a ese episodio supo que el esposo de su hermana lo estaba buscando


para pegarle, esto lo impulsó a buscar un arma de fuego que tenía escondida y fue a su
encuentro descerrajándole a quema ropa dos tiros, que para la suerte del cuñado, no
dieron en el blanco pues Ricardo estaba muy borracho.

La única vez que sintió algo de arrepentimiento, dice, fue cuando agredió a su propia
madre. El hecho sucedió porque en una oportunidad llegó ebrio a la casa y sacó sin
permiso la radio grabadora de su hermano y continuó consumiendo licor. Luego de horas
volvió a la casa sin el artefacto que había perdido por el estado en que se encontraba. Su
hermano, con el apoyo de su madre quien estaba cansada de tantos incidentes similares,
lo denunció a la policía. Fue detenido y cuando lo soltaron volvió a emborracharse y en
ese estado buscó a su madre para increparle y agredirla en venganza. Pasado el efecto
del alcohol, y bajo la incriminación del entorno próximo, se sintió muy mal por lo que había
hecho.

¡Qué clase de madre eres!, mentándole todos los ajos y agarré y le metí una piedra acá,
¡pom! le tiré y le abrí toda la ceja. Luego me sentía mal porque, después se pasa la
borrachera, todo ¿no?, y ya todo el mundo me decía: -Oye, tu mamá está con parche, le
has cagado su cara-, y me sentía mal, me sentía mal, me sentía apenado de lo que le
había hecho a mi madre.

Otros miembros de su familia también recibieron palizas de su parte cuando osaron


interponerse en su camino. Dado los constantes hurtos en la casa, su madre había
prohibido que él entrase cuando ella no estuviera. Así, en una ocasión en que llegó a su
casa, su hermano no le quiso abrir, entonces subió por el techo e ingresó, tomó una vara
de metal y molió a golpes al hermano dejándolo inconsciente.

Ricardo se inició sexualmente durante su adolescencia teniendo relaciones


homosexuales. Aduce que lo hacía por dinero, entablando relaciones con hombres
quienes le pagaban sus favores. En este caso tampoco señala prejuicio moral alguno y,
como en otras situaciones, siempre el fin justificó los medios. Pero también reconoce que
lo hacía por placer, y que en ese entonces no hacía distingos en el sexo de la persona
con quien mantenía relaciones.

Eso era a cambio de algo, porque te sacaban de misio26, te ibas a comer, puta, pollo a la
brasa no comía cualquiera. O sea, ese tiempo de excitación, puta que, se cruzara quien se
cruzara creo que se lo…

Tuvo también muchas relaciones sexuales pasajeras con diferentes muchachas, pero es
a los 21 años cuando conoce a la que actualmente es su pareja. Ella vivía en su mismo
barrio, era hija de un obrero de una ensambladora de carros y para el entorno donde
vivían era considerada como una familia “de plata”. En el momento en que inician el
romance, ella estudiaba educación en un instituto superior. Cuando los padres de la chica
se enteraron de esa relación trataron de prohibirla, pero ellos se siguieron viendo a
escondidas. Al principio, la muchacha se resistió a tener relaciones sexuales, y cuando las
iniciaron, ella al muy poco tiempo salió embarazada porque no tomaron precauciones
para evitarlo.

En ese entonces, Ricardo continuaba participando en la pandilla y en actos


delincuenciales para hacerse de dinero fácil. En una oportunidad en que se quedaron sin
dinero para seguir tomando, decidieron salir a asaltar y robar a alguien en la entrada del
mismo Villa El Salvador, con tal “mala suerte” que el agraviado resultó ser un miembro de
la policía que en estado etílico volvía a su casa. La policía organizó una redada por las
inmediaciones, siendo apresado Ricardo y la mayoría de sus compinches. Fue
sentenciado y enviado a prisión, donde permaneció por espacio de dos años.

Inmediatamente luego de salir de prisión, Ricardo decidió postular para recluta del
ejército, siendo aceptado y permaneciendo un año en esa institución. Su pareja y su hija,
que ya tenía un año, vivían en casa de los padres de ella. Una vez egresado de las
fuerzas armadas se puso a laborar en diversos oficios de manera eventual. En este
contexto deciden por primera vez convivir y eligen hacerlo en casa de la madre de
Ricardo. El problema fue que ella no se llevó bien con la suegra, y por ese motivo se
mudaron a un pequeño departamento que alquilaron en el mismo Villa El Salvador.

Desde el principio los actos de violencia física contra su pareja se sucedieron uno tras
otro. Uno de los motivos más frecuentes era el no encontrar que los servicios domésticos
referidos a él no fueran de su completa satisfacción. En ese entonces se sentía muy
indignado, la llenaba de insultos y la agredía físicamente, sintiéndose luego de eso
satisfecho por haber desfogado su enojo.

-Mira pues mierda no puedes cuidar la ropa!..


-(Ella se justificaba) Ha sido una casualidad, sabes que no tengo experiencia de lavar-
-¡Pero tienes que tener cuidado!-, renegaba iba y ¡paa! le metía una patada y salía, y me
iba nomá. O sino, estaba así a mi lado, le metía un puñete así en la espalda ¡pum!, se
ponía a llorar, yo me iba tranquilo, así me desfogaba.

26
El término popular “misio” es un diminutivo de “misionero”, con la connotación de pobreza que expresan
estos clérigos. La palabra “misio” alude entonces a muy pobre y juega también al parecido fonético con la
palabra “miserable”.
En varias oportunidades y en medio de una discusión, cuando ella se sentía violentada,
trataba de responder agresivamente intentando humillarlo sacando a colación el hecho de
ser una profesional y él un “don nadie” de quien no comprendía por qué se pudo
enamorar. Esto humillaba a Ricardo y lo enfurecía aún más, resolviendo esta afrenta con
más golpes y de esta manera recuperaba su posición de poder.

En ese momento, me daba cólera porque, o sea, yo me sentía ofendido cuando me


hablaba así. Yo me levantaba ¡Qué dices put...! y ¡pom!, le golpeaba ¿no?, le metía
patadas a veces.

El desbalance educativo y en el estatus ocupacional entre ambos, le creaba a Ricardo


mucha inseguridad que se traducía en celos y en un afán de controlar las relaciones que
entablaba y sus más mínimos desplazamientos fuera de casa. La relación que ella
mantenía con sus padres le producía una gran tensión, porque sabía que sus suegros no
lo aceptaban y siempre la inducirían a abandonarlo, así que le prohibió verlos. Sin
embargo, ella nunca le hizo caso, y éste fue un motivo de múltiples golpizas, cuya
intención fue doblegar su voluntad y afirmar su autoridad.

2 (Yo le decía) ¡Qué haces por acá!,


2 No, vengo de donde mi mamá
2 ¡No me interesa que estés donde tu mamá, tienes que estar en la casa, a mí no me
gusta, sabes que ellos hablan mal de mi! ¡fua! le metía puñetes, patadas y me iba con
los amigos.

En varias oportunidades, incluso, la violencia la desató contra sus suegros, gritándoles


improperios desde la calle y rompiendo los vidrios de las ventanas de su casa.

Cada vez que ella no volvía de su centro de trabajo a la hora calculada en que
supuestamente debería llegar, Ricardo se llenaba de angustia, y dentro de sus fantasías
aparecían múltiples escenas de infidelidad. Su experiencia de mujeriego le hacía más
tormentosa la espera, ya que se imaginaba a su pareja como presa fácil de otros
conquistadores como él, pero con más atractivos y merecimientos. La violencia física era
la forma en que Ricardo creía tener controlada a su pareja disuadiéndola, mediante el
temor, de cualquier posible intento de infidelidad.

Ya me entraba la cólera, ¡Qué tiene que estar en la calle! Temía de repente a que me
sacara la vuelta. Mi inseguridad era por lo que me decía que ella era profesional, yo decía
va encontrar a alguien, a un profesor. Como yo he sido bastante inquieto, o sea, sé
bastante de la calle, no falta por ahí alguien que le esté afanando, y ya pe era bien celoso,
y donde la encontraba le metía su… hasta en la calle. Ya va a aprender, va aprender a
golpes, aprenderá pe, decía.

En repetidas ocasiones la humilló públicamente arrastrándola de los cabellos de la calle a


su casa, cuando la encontraba conversando inclusive con las vecinas.

Siguiendo la misma dinámica que desde niño, afirma que luego de maltratar físicamente
nunca tuvo sentimientos de culpa, ni cuestionamientos de que lo actuado era bueno o
malo. Más bien sentía, con ese acto, afirmar su autoridad cuestionada lo cual le producía
satisfacción. El hecho de nunca disculparse y esperar que ella tome la iniciativa se refleja
en que siempre tuvo la convicción de que ella estaba en falta y que él hizo lo que tuvo que
hacer frente a esta situación de insubordinación.
Luego de eso me sentía así tranquilo, ya satisfecho por haberla golpeado ya, y bien
orgulloso todavía, porque ni siquiera le hablaba, nada, ella tenía que dar la iniciativa pa’
hablarme, todo eso.

La violencia sexual fue recurrente en los casos en que él llegaba borracho deseando tener
relaciones sexuales y ella se negaba porque le repugnaba tenerlas en esas condiciones.
La tomaba por la fuerza y de esa manera lograba imponerse. En ocasiones en las que él
estaba sobrio, su pareja nunca se negó a sus requerimientos, aunque Ricardo no está
seguro si era porque también lo deseaba o por miedo a su reacción violenta.

Por ese entonces, aproximadamente a la edad de 23 años, conoció a otra chica un poco
menor que él e inició un romance con ella. Es en ese contexto que en una oportunidad
regresó borracho a su casa y sin motivo aparente, haciendo alarde de abuso de poder, la
emprendió a golpes contra su pareja, además de romper los vidrios de la ventana, antes
de volver a marcharse. Probablemente fue la gota que derramó el vaso, pues cuando
luego volvió ya no la encontró, se había marchado con sus cosas y con su hija.
Posteriormente se enteró que había viajado a Trujillo, al norte del Perú, para vivir con
unos tíos. Ricardo, si bien no se esperaba esa reacción, no se amilanó y aprovechó más
bien para invitar a su nueva pareja a convivir con él. Esta muchacha no estaba enterada
de que era un hombre comprometido y con una hija, y mostrándole que vivía solo la
convenció. No pasaron muchos meses cuando empezó a sentir la nostalgia de su
primera pareja y sobre todo añorar a su hija. Así que logró comunicarse con ella y por
primera vez pedirle perdón, en ese momento trató de justificarse aduciendo que cuando
la golpeó estaba bajo los efectos del alcohol, y le prometió no volver a violentarla. Es
frecuente que muchos agresores se escuden en el alcohol para evadir su responsabilidad,
pero ya hay muchos trabajos que demuestran que es un error culpar al alcohol de la
violencia. Cualquier cosa que haga una persona que se encuentra bajo la influencia de
un desinhibidor forma parte de su repertorio de conductas aprendidas, y hasta aquí
hemos conocido largamente la trayectoria de los hábitos violentos de Ricardo27

Yo entablé comunicación, ya con ella pidiéndole disculpas ya no lo voy a hacer, mira, la


verdad he estado mareado, no sé por qué, puta que, se me ha cruzado los chicotes28

Su pareja lo disculpó, pero le pidió que se fuera a vivir con ella a Trujillo donde su familia
le conseguiría un trabajo. Se sintió atado por su nueva pareja, así que con una serie de
engaños fue diluyendo su decisión, pues su primera pareja no estaba enterada de su
relación paralela. Informada por alguien que Ricardo convivía con otra mujer, decide
volver a Lima y ponerlo en la disyuntiva de escoger entre ella y la otra. Él opta por
contarle la verdad a la segunda pareja y su deseo de volver con la primera, pero ante eso
ésta le confiesa que está esperando un hijo de él y que no podía abandonarla. Ricardo la
engaña diciéndole que no es por la mujer que se va sino por su hija y le promete que
cuando la niña crezca un poco más volvería a ella. Así, reinicia la relación con su anterior
pareja, quien casi inmediatamente también sale embarazada. En la práctica siguió
frecuentando a la otra mujer, y aunque él argumenta a su pareja que es sólo para llevarle
el sustento económico a su otra hija, ésta es ahora la principal causa de constantes
conflictos.

27
Al respecto ver Dutton y Golant, 1997.
28
“Cruzar los chicotes” es lo mismo que “hacer corto circuito”, frase que se utiliza para señalar la situación
de los locos, y en este caso para disculparse por no saber lo que hizo.
Los celos de su pareja hacen que no acepte que él visite a la otra mujer y que intente
poner en duda su paternidad para evitar que él cumpla con sus responsabilidades como
proveedor de ese otro hogar. Para ello utiliza las diatribas no sólo contra la otra pareja
sino también contra la niña. Esto enfurece a Ricardo, siente cariño por su otra hija y le
duele que la insulten, y en algunas ocasiones, pero con menos frecuencia, recurre a los
golpes para acallarla.

¡Esa es de la calle, quién sabe que si es tuyo!, todo eso me dice, y llegamos a discutir. La
vez pasada sí llegué a la mano, porque me seguía gritando sobre la bebe. Como yo le
decía, - tengo que ir a darle algo, tiene derecho a comer-, ¡No, que cómo sabes que es tu
hija, de repente es una bastarda! Me dolió, estaba molesto, cómo se va a meter con la
criatura, y le metí una patada y me fui.

A diferencia de antes, luego que maltrata físicamente siente mucho temor a ser
abandonado, pues ya lo ha sido y esto lo impulsa a disculparse. Afirma que le tortura la
idea de no volver a ver a sus dos hijas, cuyo cariño por ellas supuestamente constituye su
gran debilidad, y sabe que no son sólo palabras, sino que ella ya demostró que cumple lo
que dice. Resulta paradójico que una persona que ha desarrollado tanto desapego
afectivo pueda encariñarse de esa forma con sus hijas, es posible que esté buscando
alianzas estratégicas con las niñas para chantajear emocionalmente a la madre. Sin
embargo nos faltan elementos para afirmarlo y habría que darle el beneficio de la duda.

Le pedí disculpas, más que nada por el miedo que ya no me deje entrar a la casa, porque
ella también se agarra con mis hijas, ya no me deja verlas. Es sólo por eso. -¡Ya no vas a
ver a tus hijas!-, y lo cumple, ve, porque se encierra y se va, se mete a la casa de su
mamá, y yo no llego a la casa de su mamá, ya y le pedí las disculpas y nuevamente con la
bebita, la bebita es chiquitita, bien bonita, y yo no quiero pues eso, más por la bebita.

Ricardo percibe una mayor fortaleza de su esposa y un carácter más autónomo, lo cual ha
significado un importante freno a la cotidiana escalada de violencia anterior.

En esta segunda etapa con mi esposa, ella se ha puesto más fuerte, como se dice, se ha
quitado la venda de los ojos, incluso me dice: -Sabes, que si no podemos seguir bien, ya tú
haz tu vida, vete de aquí-. Pero yo ya no quiero irme de la casa.

Ricardo dice ya no sentirse enamorado de su pareja y que esto también contribuiría a que
el control que ejercía sobre ella se hubiera relajado. Según él, no ha vuelto a experimentar
la tortura anterior de los celos. Pero a reglón seguido nuevamente aduce que no le pega
porque ella lo chantajea con abandonarlo, llevándose a sus hijas.

Antes, qué voy a permitir que la llamen por teléfono, ahora llaman, dicen de parte de un
amigo, hay una propuesta de trabajo acá en un colegio, yo he regresado a la casa y no le
he encontrao, y cuando ella ha llegado ya ni le he hecho escena de celos nada. Es que
ella ya no me importa creo. Sí, porque yo creo que ya con mi esposa también la relación
se ha endurecido, tanto como de ella pa’ yo, ahora, claro que ya no soy tan agresivo con
ella, por lo que ella se agarra (me chantajea con irse) con las bebes.

Sin embargo, en el hipotético caso que él descubriera un acto de infidelidad por parte de
su pareja, deja entrever que su reacción sería muy violenta, pero no tanto por los celos,
sino probablemente por sentirse burlado y/o afectado en su autoestima.
Si me entero de que me está sacando la vuelta, no sé cuál sería mi reacción, porque ella
me dijo “Así como tú haces tus cosas, qué tal si algún día yo te lo hago”, y yo le contesté:
¡Te mato!, -“Y cómo yo no te he matado”, me dice. Pero no, no he sentido celos, será hasta
que, bueno, si mis ojos ven de repente, será (que en ese momento) me sienta afectado,
¿no?

En todos los casos, ella sigue evitando cualquier comportamiento que dé motivo a la más
mínima sospecha de infidelidad por el gran temor a la reacción violenta de Ricardo. Por
lo tanto, aunque tiene mayor margen de movimientos, el control sobre ella persiste.

Si ella habla con otro hombre no lo hace en mi presencia. Ella no lo haría en mi presencia,
o sea, no se pone así en el plan de conversar porque sabe de repente el tipo de carácter
que tengo ¿no?, evita.

Es interesante que un hombre tan violento como Ricardo, que utiliza además diversas
formas de violencia emocional, no recurra al chantaje económico y comparta la casi
totalidad de lo que gana con su pareja.

Yo lo que saco en el día, suponiendo que gane 30 soles en un día, o 25, yo me quedo con
5 y 20 le doy.

Ricardo mantiene la mala fama en todo el barrio de ser muy malo y violento. Pocos días
antes de la entrevista había protagonizado otro de los tantos hechos violentos con no de
los vecinos que intentó frenar sus actos matonescos. La advertencia que profirió uno de
sus amigos fue clara, no se interpongan en su camino, aunque les afecten, pues de lo
contrario la pasarán muy mal.

Uno de mis amigos le dijo: -No te metas con ese loco, ese loco se raya, puta que, no para
hasta que te deje en el suelo-, le dijo, ya


Como dijimos, éste es un caso distinto al de la mayoría de casos de violencia que se
circunscriben principalmente al ámbito doméstico. Ricardo, desde pequeño forjó un
comportamiento de sobrevivencia en medio de diversos contextos de violencia. La actitud
violenta del padre y su desinterés absoluto por él, salvo para utilizarlo como medio de
chantaje contra la madre, probablemente mellaron muy profundamente su autoestima, y
en sus ansias de imponerse bajo cualquier medio ante cualquiera que osara ponerse en
su camino, evitando así la posibilidad de nuevas humillaciones. Con la pandilla aprendió
que la mejor forma de defenderse de la agresión era asestar los golpes primero con la
mayor contundencia posible que impidiera la reacción de los otros. De esta forma fue
construyendo una imagen de respeto en el submundo delincuencial y aprendiendo que
ésta era la única vía para imponerse y lograr sus objetivos cayera quien cayera. En ese
ambiente sus actos estaban signados por la amoralidad, sin un sentido de lo bueno o lo
malo, lo justo o injusto de su proceder. Por eso mismo, nunca aceptó un castigo por algo
que hubiera cometido en agravio de otros o por romper alguna regla disciplinaria, pues
siempre lo interpretó como una agresión ante la cual había que responder con mayor
contundencia. En la misma lógica, tampoco ha tenido sentimientos de culpa luego de
maltratar a alguien porque son interpretados como actos de sobrevivencia, ante alguien
que obstaculiza la satisfacción de sus deseos o que impide su reconocimiento como
superior.

Lo único que desde siempre ha podido frenarlo fue su análisis de la correlación de


fuerzas: ahora no tengo capacidad de responder, pero cuando crezca ya verán. Además,
el hecho que supuestamente emerjan de él sentimientos de cariño y ternura, sobre todo
hacia sus hijas, resulta desde su lógica una especie de “Talón de Aquiles”, su lado débil,
que su pareja logró captar como estrategia de resistencia, y actualmente lo usa para
aminorar la escalada de violencia contra ella. Sus pedidos de disculpa no son actos de
contrición por algo que piense que estuvo mal hacerlo, sino sólo de aceptación de sus
límites y un acomodo a las circunstancias donde siente que perdió el nivel de poder que
antes tuvo.

Es probable que el actual desinterés por ella esté en relación al resquebrajamiento del
modelo de sometimiento que es en definitiva el modelo de pareja que mantiene
internalizado. Sin embargo, la violencia contra su pareja siempre está latente – y ella lo
sabe por lo que se cuida para “no provocarlo”, manteniéndose de esta forma algún nivel
de control – pero al menor descuido emergerá, aunque no sabemos cuál será esta vez el
margen de tolerancia de parte de ella.

Ricardo es de las personas que difícilmente cambiarán hacia un modelo más democrático
y equitativo de ser varón, y sólo frenarán su violencia tanto si su pareja como la sociedad
le da señales claras que no lo van a permitir, esto significa el abandono y/o medidas
punitivas eficaces. La presión social del medio en contra de toda forma de violencia
contra la mujer también resultaría disuasiva, como cuando todos los que le rodeaban,
familia, amigos, incluso sus pares de la pandilla le increparon por haber golpeado a su
madre, porque aún dentro de los códigos manejados en ese submundo “la madre es
sagrada” y fue la única vez que sintió mucho malestar y arrepentimiento por sus actos.

Reflexiones generales sobre los hombres que violentan físicamente

Las trayectorias de vida de cada uno de estos cinco hombres tienen muchos elementos
en común, y son principalmente éstos los que han condicionado más las actitudes
violentas contra sus parejas. Se trata fundamentalmente del ambiente patriarcal,
jerárquico y autoritario en el que vivieron desde el momento mismo del nacimiento: en el
hogar, en la escuela o en la pandilla de adolescentes. Esta experiencia les imprimió esa
convicción de superioridad frente a las mujeres, enseñándoles a la vez que la violencia
era un medio eficaz para mantener y reproducir autoridad y privilegios, y la posibilidad de
transformar la vergüenza y el temor al ridículo por cualquier hecho que vulnere su
posición de autoridad, en sensación de poder.

Los rasgos particulares de cada historia ciertamente producen matices distintos en las
formas de relacionarse con sus parejas y en el tipo y/o intensidad de la violencia que
desatan contra ellas. Sin embargo, todos ellos utilizan la violencia para mantener la
autoridad sobre las mujeres, cuando sienten que es cuestionada o está en peligro de
perderse. Las experiencias singulares durante la infancia tienen influencia en la
percepción e interpretación diversa de los hechos que pueden ser considerados como
atentatorios del poder y control masculino, condicionando que algunos hombres sean más
suspicaces que otros y que los periodos entre violencia física y no violencia sean más
cortos o más largos.

Existe en estos hombres un constante temor a ser ridiculizados y humillados por los otros
hombres (reales o imaginarios), por no haber logrado mantener la autoridad frente a las
mujeres, que es lo que socialmente se espera del verdadero hombre, y el miedo a ser
desvalorizado (o sentirse desvalorizado), empuja al ejercicio de la violencia. Éste es el
trasfondo generalizado en los cinco casos estudiados. Sin embargo, las historias de
Mateo – donde el abandono de sus padres y el ambiente de desamor que vivió desde
niño – y de Ricardo – que soportó graves humillaciones de parte de su padre –
probablemente incidieron en formar en ellos una autoestima más baja que el promedio.
Por esta razón, la suspicacia ante probables hechos que los hagan sentirse humillados es
más continua que en otros hombres. El temor a ser avergonzados es tal que inclusive
realizan actos de violencia “preventiva” para disuadir a sus parejas de imaginarios intentos
de abandono, infidelidad o desafíos a su autoridad.

La historia de Ricardo nos muestra que existen diferencias marcadas entre agresores, lo
cual tiene implicancias en el manejo del problema. Los rasgos que presenta este hombre,
en cuanto al objeto de sus agresiones, a la variedad de las motivaciones de su violencia, y
a los efectos en él de sus actos, difiere de los demás hombres estudiados. Ricardo es
violento con todo el mundo y no sólo con su pareja; si bien la mayor parte de la violencia
que ejerce es para afirmar su poder y privilegios, especialmente si percibe obstáculos
para su ejercicio, también lo hace como un acto gratuito y abusivo de poder, es decir, aún
cuando no se presentaran tales obstáculos. Disfruta del ejercicio de la violencia sin el
más mínimo remordimiento y carece de una conciencia moral que le permita discernir
entre lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto. Según la literatura especializada (por
ejemplo: Jacobson y Gottman , 2001 y Dutton y Golant, 1999), que ha analizado casos
similares, mantendría un perfil psicológico que linda con lo psicopático y que por los
mismos estudios, sabemos que representa a un grupo minoritario de agresores. Creemos
que es de los hombres que difícilmente cambiaría, porque carece de remordimientos,
mientras que en la mayoría de los hombres entrevistados el remordimiento produce
malestar y constituye uno de los elementos en el que puede basarse la búsqueda de
cambios. Ricardo se acomoda a la correlación de fuerzas, si ésta le es desfavorable
retrocede y se adecua, esperando una nueva oportunidad para atacar.

A diferencia de Ricardo, en todos los demás casos de este estudio, el objeto de la


agresión es únicamente la propia pareja – también contra los hijos e hijas, aunque
obtuvimos poca información sobre esto – reconociendo en general, y de manera explícita,
que es así por el estatus de autoridad que sienten que socialmente les es conferido. Pero
también porque consideran que sólo con la pareja pueden desatar la violencia, pues
existe un desbalance de poder a su favor. En circunstancias extra domésticas, donde
estuvieron expuestos a sufrir humillaciones, no actuaron de manera violenta, porque
pensaron que podían perder en el intento de imponerse.

En estos cuatro casos, está muy interiorizada la diferencia entre el ejercicio de la violencia
por razones justas e injustas. Desde muy niños aprendieron que el poder de los hombres
se expresa en su papel de garantizar, en última instancia, un orden que se basa
principalmente en el cumplimiento de roles tradicionalmente asignados a cada género y a
cada edad. Intuyeron también, que la edad constituía un componente de esa jerarquía, lo
cual hacía que cualquier adulto, ya sea la madre, abuelos o demás parientes, tengan
poder y autoridad frente a los niños. El no cumplimiento de esos roles por parte de
cualquier componente subalterno de esa jerarquía tiene un castigo, el cual incluye el
maltrato físico. Éste fue intuido como doloroso, pero necesario para mantener este orden.
A pesar del malestar que les producía la violencia física contra ellos, cuando pudieron
identificar la trasgresión que habían cometido, la asumieron con resignación y no
consideraron que esos actos les restara el afecto entre ellos y sus padres o madres.

Sin embargo, esta lógica patriarcal que era inculcada por los mayores, era rota por actos
violentos arbitrarios cometidos por los hombres, principalmente contra sus madres y en
algunos casos contra ellos. El no identificar la razón del castigo físico, que observaban o
sufrían en carne propia, les producía una mezcla de desconcierto, dolor, indignación,
impotencia, por verse sin fuerzas para evitar esa violencia y por lo mismo fueron
acumulando sentimientos de venganza contra sus padres. Esta violencia siempre fue
rechazada por considerarla injusta. A pesar que en la mayoría de los casos la violencia
contra sus madres la intuían de esa manera, aprendieron que era potestad de los
hombres pegar a las mujeres, cuando ellos consideraran que ellas trastocaban dicho
orden y amenazaban con ello la autoridad masculina.

En todos los hombres, a excepción de Ricardo, el violentar a sus parejas – a pesar de


considerar que era su obligación hacerlo para corregirlas por algo que trastoca el orden
establecido y por ende desafía su autoridad – les causa malestar. Las causas de este
sentimiento son diversas, en general aducen que pegar a alguien que quieren (todos
afirman amar a sus parejas) produce remordimientos. El símil es con el caso de padres
que consideran que es su obligación castigar físicamente a los hijos para corregirlos, pero
sienten lo mismo al hacerlo porque los quieren.

En segundo lugar, se sienten mal porque la mayoría de ellos afirma que es malo pegar a
las mujeres. Esto se plantea como contradictorio con lo anterior, pues lo justo aparece
como malo. Aquí, muy probablemente, ha llegado la prédica desde la corriente de los
derechos humanos y de la equidad de género que recusa toda forma de violencia contra
la mujer y que es transmitida como discurso oficial por las diversas instancias de la
sociedad, incluidos los medios masivos de comunicación. Sin embargo, aún poco se ha
trabajado a través de los mismos en develar y recusar los pilares fundamentales sobre los
cuales se erige la identidad masculina, el poder y la autoridad sobre las mujeres. Esto
último está duramente enraizado en lo más íntimo de los seres humanos, más allá de lo
consciente, por un largo proceso de socialización. Entonces, conviven las concepciones
de que es malo pegar a las mujeres y la necesidad de corregirlas cuando trastocan el
orden establecido por los hombres, pero al estar atada la segunda tan fuertemente en la
identidad masculina, al final se impone, a costa de producir remordimientos. Preguntados
los hombres por lo que pasaría si ante un hecho en el que se consideran “faltados”, no
ejercen violencia contra sus parejas, responden que se sentirían muy mal, por no haberse
impuesto, porque sienten temor a ser dominados por las mujeres; varios plantean que
ellas los quieren “mangonear”, lo cual les haría percibirse socialmente devaluados como
hombres.

En tercer lugar, sienten malestar cuando ejercen violencia, porque saben que las mujeres
en respuesta tienen la posibilidad de abandonarlos. Esto les significaría la destrucción de
su centro de realización como proveedor, como autoridad, en resumen, como varón pleno,
y esta posibilidad los aterra. Sin embargo, el miedo al abandono es una constante en la
mayoría de los hombres que ejercen violencia contra sus parejas, principalmente en
aquellos que sufrieron ausencia y desamor por parte de sus padres y que les produjeron
una auto valoración muy baja. Es el caso de Mateo, quien en cualquier acto que escape
de su control visual, o de servicios que no le son dispensados como él lo exige, interpreta
intentos de abandono, que lo mantienen en un constante sufrimiento y dolor. Al final, los
intentos de controlar violentamente a las mujeres por miedo al abandono, convierten el
abandono en una profecía auto-cumplida, porque es la única forma que encuentran varias
mujeres de evitar la asfixia y de arriesgar sus vidas. El temor al abandono es
experimentado en mayor o menor medida por los hombres agresores, pues es
considerado como la posibilidad de un fracaso en sus intentos de imponer su autoridad, o
de perder en la comparación con otros hombres cuando fantasean que las mujeres se irán
con otros y entonces sienten que se acercan al abismo de la vergüenza de ser
desvalorizados como hombres.

Uno de los mayores sufrimientos de la mayoría de estos hombres es el temor a la


infidelidad de sus parejas, generalmente sin bases reales, y más bien bajo la concepción
machista que las mujeres son débiles por naturaleza, y sucumbirán ante el acoso de
cualquier varón que como ellos siempre estarán en afán de conquista. El temor a ser
comparados con otros hombres los aterra, su inseguridad los lleva a pensar que en esa
comparación siempre perderán, de allí el malestar que les produce que sus parejas hayan
tenido experiencias sexuales previas, y no se detienen a pensar que fueron ellos los
escogidos. Las actitudes controlador de estos hombres que lindan con lo paranoico,
empujan en muchas ocasiones a las mujeres a librarse de ellos buscando otras
relaciones. Varios de los actos de violencia sexual cometidos contra sus parejas, han sido
provocados por el intento de controlar el cuerpo y la sexualidad de las mujeres, cuando
interpretaban sus negativas al acto sexual como resultado de imaginarias infidelidades.
De esta forma tenían por lo menos una sensación momentánea de poder sobre ellas. En
todos los casos relatados, esa sensación duró solo un instante, luego de lo cual sufrieron
remordimientos y malestares por su proceder.

Es importante señalar que en los cinco relatos presentados, las parejas de estos hombres
desarrollaron diversas estrategias de resistencia a los intentos de sometimiento a las que
se vieron expuestas, con mayor o menor éxito. Hay casos en los cuales, como le ocurrió a
Lucas, ninguna de sus parejas se sometió finalmente a sus designios, a pesar de las
duras palizas que recibieron, que terminaron con el abandono por parte de él por no lograr
imponerse, o por ser abandonado, lo cual lo llena de malestar, pero mantiene su actitud
autoritaria, y en su tercer intento de relación el ciclo de violencia es probable que empiece
tarde o temprano. El caso de Manuel es una medalla de dos caras; en su primera
relación no pudo someter a su pareja, a pesar de los intentos violentos y de la complicidad
de los propios padres de ella, y al final la mujer terminó por abandonarlo. En su segunda
relación, luego de diversos intentos de resistencia de su pareja, logró imponerse
violentamente, y desde ese momento todo marcha “bien” para Manuel; a sus ojos, su
relación se tornó armoniosa. Éste es principalmente el objetivo del ejercicio de la
violencia, restaurar la normalidad de acuerdo a la visión e intereses masculinos, buscando
que las mujeres se sometan y los hombres mantengan sus privilegios. En los casos de
Mateo y José, sus parejas desarrollan diversas estrategias de resistencia, siendo la
amenaza de abandonarlos o el abandono efectivo como en el caso de la esposa de José,
la de mayor éxito en sus intentos de detener la violencia hacia ellas. Mientras que, en
ambos casos, los intentos de responder violentamente han sido contraproducentes para
ellas, pues terminaron en soberanas palizas. En el caso de Ricardo, las estrategias de
resistencia de su pareja están centradas en la amenaza de abandono, utilizando a sus
hijas para ello, al descubrir que el cariño que les tiene Ricardo es su punto débil, lo cual
ha tenido éxito en disminuir la violencia hacia ella. No existe entonces, en ninguno de los
casos indefensión femenina, y son precisamente los actos de resistencia de las mujeres al
poder y control de los hombres, los que les crean a ellos el mayor malestar. A pesar que
el riesgo es que se incremente la violencia contra ellas mediante formas más brutales,
esas acciones son las únicas posibilidades de las mujeres de disminuir, frenar o huir del
ciclo de la violencia.

En conclusión, el primer gran malestar de estos hombres es constatar que las cosas no
discurren como ellos esperan, es decir, que sus parejas, sin necesidad de que ellos les
reclamen, estén atentas a sus necesidades para servirlos. O que ellas limiten por
“iniciativa propia” sus movimientos y relaciones amicales e incluso familiares al punto de
no despertar las inseguridades masculinas y provocar sus celos. Cuando las situaciones
no ocurren de esta manera, aparece el malestar. Son inundados por pensamientos de
probables infidelidades, de posibles abandonos, de pérdida de amor hacia ellos, de
intentos de someterlos y de no respetar su autoridad. Entonces los invaden los
sentimientos de miedo al abandono, dolor de no ser queridos, temor a ser humillados, por
no saber imponerse como hombres. Hay que considerar que todos estos sentimientos
fueron vividos por estos hombres desde su primera infancia con mucha intensidad, por lo
que desarrollan en mayor o menor medida suspicacias exacerbadas, y tan es así que
cualquier fragmento de información que les haga revivir hechos pasados, consciente e
inconscientemente activa sus defensas29. Entonces se dan dos alternativas posibles: la
primera, violentar y con ello someter a la pareja volviendo al estatus quo esperado. Esto
tiene un costo, como ya hemos dicho, porque también produce malestar, ya que la víctima
es alguien a quien uno quiere, y cada vez más la prédica de la no violencia los hace
pensar que están obrando mal. Sin embargo el costo de no violentar, que es la segunda
alternativa, en términos de malestar, es percibido o imaginado como mayor, porque
significa abdicar del estatus de autoridad, en definitiva, de su identidad masculina. Para
estos hombres pues, la decisión es clara: deciden ejercer violencia. Si con ello logran el
sometimiento de sus parejas, todos los malestares se amainan, todo vuelve a la
normalidad esperada y sus relaciones conyugales son consideradas armoniosas, al
margen del malestar que ellas experimenten30. El problema para estos hombres es
cuando sus parejas no se someten a pesar de la violencia, sobre todo porque las
suspicacias se vuelven paranoicas y poco a poco nada del comportamiento de ellas les
satisface. El malestar de estos hombres se agrava, la espiral de violencia crece y el
temor al abandono recrudece, porque saben que las mujeres pueden dejarlos, intentan
entonces disuadirlas preventivamente con más violencia, las suspicacias se acentúan y lo
que probablemente no era real y sólo estaba en la imaginación de estos hombres, se va
concretizando porque muchas de estas mujeres inician la búsqueda de estrategias de
huida, entonces el sufrimiento vuelve mayor.

En todos los relatos se trasluce que estos hombres, en su propósito de someter a sus
parejas, utilizan simultáneamente otras formas de violencia diferentes a la física y/ sexual.
El chantaje emocional, el impedimento a que mantengan relaciones con amistades

29
Al respecto ver Goleman, 2000
30
Hay que tener en cuenta que a la mayoría de estos hombres no se les ha dado la oportunidad de
desarrollar su sensibilidad. Si les es muy difícil identificar la diversidad de sus propios sentimientos, más allá
de la cólera o rabia cuya expresión les está socialmente permitido, menos podrán identificar las emociones
de dolor y tristeza, de las personas que los rodean.
propias e incluso con familiares cercanos, la violencia verbal, el control de sus
desplazamientos e incluso el chantaje desesperado de auto infringirse lesiones para
recurrir a la compasión, son algunas de las múltiples formas de violencia que buscan el
mismo cometido: mantener el poder y el control de la relación. Algunas se anteponen a la
violencia física y sólo cuando no resultan se recurre a éstas; otras se usan
simultáneamente con la física, como por ejemplo la violencia verbal; y otras, luego de una
agresión física, son usadas para evitar el abandono o exigir que la pareja vuelva como,
por ejemplo, en el caso de las amenazas de suicidio que utiliza Lucas.

Es curioso que en ninguno de los cinco casos se evidencie claramente el uso del chantaje
económico para someter a la pareja. Más bien, todos los hombres afirman que entregan
casi el íntegro de sus ingresos a sus esposas, porque consideran al unísono que ellas son
mejores administradoras de los pocos recursos económicos. Seguidamente, se
consideran irresponsables por naturaleza, pues el dinero en sus bolsillos significaría
dilapidación en alcohol y mujeres. Es muy probable que esta actitud haya cambiado
debido a que todas sus parejas, aunque sea esporádicamente, trabajan y logran recursos
económicos propios. En ese caso, cualquier intento de chantaje económico sería ineficaz,
pues incluso en algunas situaciones se han convertido en principales proveedoras. Todos
ellos aceptan que sus parejas trabajen, por la dura realidad económica que les toca vivir.
Incluso Mateo que es contrario a que su pareja trabaje, se ve obligado a aceptar a
regañadientes esta situación, porque él sólo encuentra trabajo esporádicamente, a costa
que esta situación le produzca más inseguridad y malestar. Sin embargo, la mayoría de
las mujeres trabaja en negocios ubicados en la propia vivienda, lo que de alguna manera
significa el mantener cierto control por parte de los hombres. Justamente, en una
investigación sobre dinámica familiar y calidad de vida en América Latina, Brígida García
encuentra que el ejercicio del trabajo por cuenta propia realizado en la vivienda por las
mujeres, que les exige realizar tareas domésticas de manera simultánea, es el que se
asocia a menores cambios en los procesos de toma de decisiones (García, 1995). Esto
de alguna manera podría explicar también que el sólo hecho de tener ingresos
económicos propios, no signifique el descenso de la violencia contra ellas.

Por último, otra característica novedosa en estos hombres es su mayor disposición a


colaborar con las tareas domésticas con sus parejas, a pesar de la concepción autoritaria
y jerárquica con que actúan, y de hecho, varios de ellos relatan que participan
cotidianamente en tales menesteres. Es probable que los largos periodos de
desocupación en los que están y las labores extra domésticas de sus parejas los estén
obligando a asumir esas tareas antes consideradas como estrictamente femeninas y
desvalorizadas para los hombres. Sin embargo, ninguno de esos actos cuestiona el
ejercicio de la autoridad y del poder, que son la esencia misma de la desigualdad de
género.
Capítulo II

Varones que ejercen violencia emocional

Nuestro propósito inicial fue analizar las trayectorias de vida de hombres que no ejercían
violencia física contra sus parejas. Tratamos de indagar los hitos que nos permitieran
comprender cómo era posible sustraerse de prácticas violentas en un contexto de
dominación masculina, donde la violencia contra la mujer resulta un recurso socialmente
aceptado para imponerse. Nuestros contactos tenían la clara consigna de ubicar a
hombres que por la información proporcionada por la vecindad, amistades y parientes
cercanos, tuvieran buenas relaciones con sus parejas y no se supiera de prácticas de
violencia física hacia ellas. A medida que discurría la conversación con la mayoría de
estos hombres, nos dimos cuenta de su arraigada posición machista, jerárquica y
autoritaria, que no difería mayormente de los hombres que ejercen violencia física y/o
sexual. La diferencia estaba en que ellos, para mantener su posición dominante,
utilizaban diversas prácticas de violencia emocional con bastante éxito, lo que hacía que
no tuvieran que recurrir al maltrato físico o sexual. En algunos de los casos relatados se
ubicaron acontecimientos de violencia física o sexual, pero éstos generalmente ocurrieron
en el inicio de la convivencia. Y bastaron para que durante años, tan sólo recordándoles
esos hechos, con algún gesto, acto o frase, lograran someter a las mujeres.
Con el propósito de encontrar en la ciudad de Cusco algunos relatos de hombres que
tuvieran relaciones equitativas y horizontales con sus parejas, fuimos acumulando casos
como los que describimos arriba. En nuestra búsqueda apenas identificamos en esta
ciudad a uno que llenara los requisitos de hombre no violento y que será expuesto en el
siguiente capítulo.
Aunque no lo teníamos planificado de antemano, el descubrir a este grupo de hombres
nos permitió enriquecer el conocimiento de las múltiples formas en las que discurre la
dominación masculina, y que en este propósito resultan aún más contundentes que el
conseguido por el ejercicio de la violencia física o sexual.

FRANCISCO, 38 años. “No le golpeo, le doy su mal mirada, la trato con


indiferencia”

Francisco vive en la ciudad de Cusco, tiene estudios de secundaria completa y trabaja


como mecánico en su propio taller. En algunas oportunidades también labora como chofer
de camiones de carga Tiene una relación de convivencia de 13 años y cuatro hijos,
algunos de los cuales están ingresando a la adolescencia. Su esposa trabaja atendiendo
en una picantería ubicada en su misma vivienda. Ellos viven en casa de los padres de él,
donde también residen algunos de sus hermanos con sus respectivas familias. Si bien en
su relación, según Francisco, no ha existido ningún episodio de violencia física, sí utiliza
otros mecanismos de violencia emocional frente a su pareja, los cuales son suficientes
para mantener el control de la relación.

Nació en la provincia de Quispicanchi. Es el tercero de siete hermanos. Cuando tenía


tres años de edad, él y su familia se mudaron a la ciudad de Cusco. Afirma que nunca fue
testigo de violencia física entre sus padres. Sin embargo, Francisco percibió a su madre
como muy sumisa ante la autoridad del padre, siempre dispuesta a hacer lo que él le
pedía con la intención de mantenerlo contento.

Se llevó bien con sus padres y sintió el cariño de ellos. Incluso mantuvo mucha cercanía
con su padre, sobre todo en sus vacaciones que era cuando lo ayudaba a trabajar con el
camión. Desde muy niño tuvo un carácter dominante, esto le trajo algunos problemas con
sus compañeros de colegio y con los profesores que constantemente le amonestaron,
aunque nunca fue víctima de castigos físicos. Pero sí los sufrió de parte de su padre y
madre cuando se portaba mal, y siempre lo consideró y aceptó como normal.

Cuando uno se comportaba mal mi papá nos pegaba, mi mamá también, pero muy poco. Uno
que se portaba mal y tenía que llevarlo a pecho (aceptarlo), ¿no?, porque la culpa lo tenía yo
mismo.

Durante su adolescencia tuvo numerosas enamoradas y a los 17 años experimentó su


primera relación sexual con una de ellas. A su actual pareja la conoció a los 24 años, con
ocasión de su regreso al colegio el que había abandonado por dedicarse a trabajar. Ella
era tres años menor que él y vecina del barrio. Mantuvieron una relación de enamorados
por espacio de dos años, luego de lo cual, una vez terminado el colegio, Francisco tuvo
que marcharse a trabajar a Puerto Maldonado por un año. A su regreso sintieron que
seguían queriéndose y decidieron retomar su relación. Poco tiempo después ella salió
embarazada y, aunque no lo habían planificado aún, ambos recibieron la noticia con
agrado. Este acontecimiento aparentemente forzó la convivencia, en un momento en que
su padre enfermó, por lo que decidieron vivir en la casa paterna para estar cerca de él. Al
poco tiempo el padre murió, pero ellos consideraron que les era económicamente
conveniente quedarse a vivir en la misma casa.
Francisco siempre desarrolló una relación autoritaria con su pareja. El primer conflicto
fuerte que tuvieron fue a raíz de un hecho accidental que lo alteró sobremanera. Su hijo
ya había cumplido un año cuando una tarde, al volver a casa, su pareja le informó
consternada que sin darse cuenta había lavado su Libreta Electoral dentro de su camisa y
se había estropeado. Inmediatamente pensó que ella no le tenía la suficiente
consideración y respeto y se sintió enfurecido, así que la insultó a gritos y actuó de
manera intolerante.

La insulté, cómo le digo, me amargué, ¿no?, le dije, ¡yo tanto estoy gastando en esto y tú
me vas a malograr mis documentos, acaso tengo tiempo para estar perdiendo para sacar
nuevo!. Le dije unas palabras gruesas.

Su pareja se marchó muy resentida a la casa de sus hermanas, quienes le aconsejaron


que lo abandone, dándole la posibilidad de viajar a Lima donde vivían otros familiares.
Cuando él fue a buscarla aún molesto y reclamarle que vuelva, no consiguió que ella
cambie su determinación. Esta actitud de ella denotaría no estar dispuesta a tolerar la
violencia y a una decisión radical para no volver a soportarlo. Estuvieron dos años
separados, periodo en el cual sentía que la familia de ella ponía una barrera para que se
reconcilien. Francisco se sentía dolido y extrañaba a su hija pero por orgullo tampoco
intentó buscarla. Fue ella quien, de vuelta a Cusco, lo buscó y retomaron la relación.
Posteriormente, los hijos se sucedieron uno tras otro, llegando a tener actualmente cuatro.
Los conflictos han seguido ocurriendo, entre otras cosas, por discrepancias en la manera
de educar a los hijos. Él piensa que su pareja tiene mayor responsabilidad de educarlos
adecuadamente pues es quien permanece mayor tiempo en el hogar.

La última discusión que he tenido era sobre el caso de mi hijo varón, del mayor, está
comportándose un poquito mal, el chibolo comenzó a irse, a perderse, a jugar al nintendo.
Como yo estoy en el taller y ella en casa con ellos, no le controla un poquito. Sí, le reclamé
pue, que estás combinada (en complicidad) con ese chibolo de trece años, que esto, que el
otro.

Cuando percibe que ella no acepta o cuestiona su autoridad, tiene deseos de pegarle y
piensa que ésta sería una reacción normal masculina, pero se reprime de hacerlo,
volcando su cólera en insultos y saliendo de la casa abruptamente.
En rato de discusión tengo ganas de pegarle, como varón puedo reaccionar
también pero, a veces como es mujer no es igual, ¿no?, por eso yo digo, hay veces
le mando rodar, más vale mandarle rodar, ¿no?, y me salgo de la casa, ya de ahí
de 10 minutos o media hora vuelta regreso, trato de conversar, de fastidiarla.

Francisco no ejerce violencia física contra su pareja porque considera que las mujeres
son seres más débiles y que, por lo tanto, sería una cobardía hacerlo. Además, por las
graves consecuencias en la integridad física que acarrearía un acto de violencia de un
hombre contra una mujer.

La mayor parte de casos los varones somos muy toscos, ¿no?, somos brutos, que
cualquier cosa podemos cometer en el momento de cólera, de repente le mando un buen
puñete, que esto que el otro, le puedo fracturar algo, ¿no?, motivo de eso es lo que uno se
acobarda de golpearla a la mujer. Sería ya muy cobarde que le meta su golpe el varón.

Pero sí cree que se justificaría la violencia física contra la mujer sólo si existiera un caso
de infidelidad. Ésta debería ser la forma en que un hombre corrija a su mujer y que le
sirva de escarmiento.
Si uno le puede encontrar con otro hombre, ya sería muy diferente ahí, ¿no?, habría una
reacción siempre. De repente llamarla a ella misma y darle, para que aprenda. Ahí sí yo la
golpearía. Sería el único.

A sus hijos les ha pegado cuando se portan mal, descargando de esa manera el enojo
que estos actos le producen aunque hay sentimientos ambivalentes, pues aduce que
ahora ya no lo hace con los menores y que prefiere conversar con ellos.
Sí, yo le tiré la cuera a mis hijos, por su mal comportamiento en el colegio. Claro, ahora ya
no, como ya tiene sus trece años, así, uno tiene que hablarle, que esto. Pero a los
menores tampoco.

Francisco considera que su esposa es una buena administradora del dinero, tanto de lo
que él le da como de lo que ella gana, por lo que en la mayoría de los casos confía en sus
decisiones de cómo gastarlo. En pocas ocasiones, cuando ha juzgado poco adecuado
algún gasto, ha sentido la necesidad de intervenir autoritariamente e imponer su decisión.
Si bien no le impide salir a su esposa, siempre insiste en saber dónde está ella, no tanto
porque sospeche que le pueda ser infiel, sino porque busca controlar que cumpla con sus
responsabilidades domésticas.
Claro que insisto en saber en todo momento donde está ella, porque a veces, ella debe estar
junto con sus hijos en casa, no puede estar donde sea, mientras uno esté trabajando ella debe
estar en casa siempre. Cuando regreso, a veces, no encuentro y pregunto, ¿no? ¿dónde está
tu mamá?, ha salido, ¿cómo?, ¿dónde ha salido y no vuelve hasta ahora? No es que piense
en otra forma, no creo, no, porque a mí me amarga es que hay veces le deja solo a los
chibolos y no regresa rápido, entonces es cuando yo me amargo, ¿no?.

Existe otra forma cotidiana de maltrato psicológico a su pareja, que ocurre cuando llega a
casa luego de tener problemas con sus clientes con quienes tiene que reprimir sus
emociones y acumular malestares, pues de lo contrario tendría mucho que perder, pero
se desfoga con ella. La insulta, la grita, la trata con indiferencia y se niega a apoyarla en
cualquier actividad doméstica. Ésta es una forma bastante común que tienen muchos
varones de expresar en forma de enojo las frustraciones y humillaciones recibidas en
otros lugares, en un espacio seguro como el hogar, donde la mujer no le significa peligro
físico o psíquico alguno. Su insistencia en negar que utiliza la violencia física, daría pie a
pensar que en ocasiones sí la utiliza, aunque no tenemos forma de constatarlo.

Sí, la trato con indiferencia, cuando estoy amargo en el taller, a veces me hacen amargar
los clientes, entonces, vengo y me desfogo en la casa. O sea, le doy su mal mirada, su mal
trato, no, hay veces me dice, que ayúdame que esto, y no le ayudo, me subo al cuarto, me
pongo a dormir. No le ayudo, claro no le maltrato en golpes nada así, no. Y yo me voy al
cuarto, vengo amargo, ayúdame esto en la cocina, no tengo tiempo, que esto, me subo,
estoy cansado.

En cuanto a su participación en las tareas domésticas, Francisco está dispuesto a ayudar


a su pareja, siempre y cuando ella esté imposibilitada de hacerlo, pero no de manera
cotidiana.
Sí le acepto, cuando uno tiene su tiempo, sí le acepto. Cuando es necesario, que ella está
ocupada o necesita una mano en ahí, yo estoy ahí para ayudarla.

Un aspecto clave para entender el por qué del maltrato emocional, está en su necesidad
de afirmar permanentemente su autoridad y hacer sentir en casa que quien manda es él.
Considera que el hombre debe mostrar su autoridad principalmente como corrector,
cuando percibe que las cosas en casa no marchan bien y es su obligación imponer el
orden.

E: ¿En el caso de su relación, alguno de los dos es el que ejerce autoridad sobre la
pareja y sobre el resto de la familia?
F: Claro, en casa yo mando, ¿no?, yo le digo, sabes que esto, toma ya, toma el dinero, tú
me haces esto.
E: ¿Usted cree que es importante para un varón, dentro de su casa, mostrar que es él
quien manda?
F: Claro, pero no mucho
E: No mucho, ¿cómo es eso?
F: O sea, siempre y cuando el hombre tiene que mandar, cuando las cosas ve como
están, si no está andando bien formadas, entonces, uno tiene que ponerse un poco más
drástico y decir, esto lo solucionamos así, así, así, y el que domina soy yo.
E: ¿En algún momento ha percibido que ella no acepta su autoridad?
F: No
E: ¿Ha quedado en claro que usted es el jefe?
F: Sí, sí

Se resiste a ponerse en la situación hipotética de que su autoridad no sea respetada, le


parece inconcebible, y tampoco quiere expresar cuál sería su actitud frente a tal situación
E: Si en reiteradas veces encuentra que su pareja no le hace caso, ¿qué sucedería?,
¿cuál sería su actitud?
F: Um no creo que eso sucedería, no, suficiente sería en uno y dos veces que uno le
dice, estar riñendo pa’ que haga las cosas, entonces, no aprende. No sé.

Francisco considera que ambos tienen sus propios roles los cuales deben ser cumplidos a
cabalidad. Su rol es el de ser autoridad en su casa, y nadie puede cuestionarla si él
asume sus funciones como proveedor, como padre, como esposo, correctamente. Sólo
sería justo ponerla en entredicho si él fuera un irresponsable
Puede ser capaz de no aceptarme (como jefe), siempre y cuando el hombre, también, no esté
haciendo las cosas buenas, ¿no?, ahí tendría que la mujer, también, ponga sus actitudes,
también fuertes.

Su imagen ante los demás, como autoridad en la casa, es muy importante, por lo que
hace alarde de ello públicamente, siendo las bromas pesadas, los chistes sexistas una
forma para ello. Estas actitudes se manifiestan principalmente frente a la presión que
ejercen los pares para que desarrolle actos que demuestren que quien manda es él,
siendo ésta una manera de afirmar ante los demás su masculinidad y lograr el
reconocimiento social.

Ayer no más estaba trabajando con un cliente, es un amigo, y pasó mi mujer y me dice: -Mira,
ha pasado tu esposa, que esto, le tienes miedo, saco largo. ¡Idiota negro de mierda!, le digo,
porque regresó mi esposa de lo que hizo compra de la tienda y le dije a ella: -¡Tú que haces
acá afuera, qué haces, por qué no vas a la casa!-, le dije, así de broma. Yo le dije a él, ¿no?,
¿a mí que mi mujer me va dominar, me va pisar?, a mí no. – ¡Ya vaya rápido a hacer el
almuerzo, ahorita vengo!-, le dije. Claro ¿no?, para que el otro diga que, normal, el otro se
mataba de risa, yo también estuve matando de risa ese rato.

El caso de Francisco demuestra que no siempre el rechazo a la violencia física contra la


mujer, es el resultado de una actitud equitativa, o de respeto a los derechos de la mujer,
sino que es una muestra más de hombría, de sentirse poderoso frente a un ser mas débil,
por lo cual una agresión física sería un acto de cobardía. Él observó, desde niño, cómo su
madre se acomodaba a los gustos y necesidades del padre y no lo contrariaba. Cuando
adulto, él actúa bajo estos patrones pues siempre deberá estar su pareja para responder
y solventar sus necesidades. Él buscó y encontró una mujer que abandonara sus propias
necesidades para satisfacer las suyas. Para entender la violencia en forma relacional,
habría también que indagar en la historia previa de ella, probablemente una experiencia
de sumisión al padre y a los hermanos de parte de las mujeres de la casa y, como señala
Roberto Castro (2004), en los hitos de desempoderamiento que también experimentó.

Sin embargo, la violencia física se mantiene en un estado latente; en primer lugar, porque
él plantea algunas justificaciones para su ejercicio, como en el caso de la infidelidad,
donde la permisividad social para lavar el honor manchado de manera violenta es un acto
viril, siendo lo contrario convertirse en presa del escarnio y burla de los demás. Hay que
tener en cuenta la importancia que le da a la opinión de sus pares respecto al ser capaz
de mantener su rol dominante. En segundo lugar, porque hasta el momento le basta con
la violencia emocional para mantener el control de la relación y para imponer el orden
según sus criterios. Él no quiere ponerse en el caso que no logre hacer respetar su
autoridad mediante los procedimientos cotidianos de maltratos psicológicos, y tampoco
quiere especular sobre su actitud si esto ocurriera. Junto con ello hay que tener cuenta lo
que manifiesta respecto a que cuando se enfada con su pareja siente deseos de pegarle
pero que se reprime por las razones dadas anteriormente. Es probable, entonces, que si
alguna vez tiene que elegir entre sus sentimientos de culpa por haberle pegado a un ser
más débil, y su necesidad de afirmarse como autoridad, no cabría duda que elegiría la
segunda opción.
Es probable también que su actitud contraria a la violencia contra la mujer esté
influenciada por su experiencia infantil de no violencia de su padre contra su madre.
Pero, al igual que en su caso, su padre desarrolló una relación jerárquica y autoritaria
frente a su madre quien aceptó sumisamente tal condición, y supuestamente por eso no
habría necesitado el uso de la fuerza.
La utilización de la violencia emocional para quien se siente con autoridad y dominio
frente a los demás y no percibe peligro en su integridad física o psíquica por sus actos,
hace como en el caso de Francisco, que éstos aparezcan como justos en algunas
ocasiones cuando actúa frente a lo que considera infracciones en las responsabilidades
de los demás, pero también arbitrarios o injustos cuando su poder es utilizado para
maltratar a su familia como desahogo frente a iras acumuladas en otros ámbitos menos
seguros para él.

LUCHO, 43 años. “De repente, si me responde ahí puede haber golpe, pero no me
responde”

Lucho vive en la ciudad de Cusco y trabaja como comerciante independiente, actividad


que combina con trabajos de reparación de artefactos eléctricos. Tiene dieciséis años de
convivencia y dos hijos varones, ambos adolescentes. Su esposa trabaja también como
comerciante en una tienda ubicada en su misma vivienda. En su relación ha existido un
solo hecho de violencia física que él lo considera accidental, pero utiliza este episodio
para amenazar cotidianamente a su pareja, además de otros mecanismos de violencia
emocional, los cuales resultan suficientes para mantener el control y afirmarse como
autoridad en el ámbito doméstico.
Nació en Chucuito – provincia del departamento de Puno, siendo el cuarto de siete
hermanos. Su padre fue un pequeño ganadero y su madre se dedicaba a las labores
domésticas. Desde muy pequeño presenció el maltrato físico al que fue sometida su
madre por parte de su padre. Borracho o sobrio, siempre encontraba razón para
agredirla, siendo uno de los principales motivos de conflicto cuando ella le reclamaba sus
constantes actos de infidelidad. Lucho recuerda con mucho dolor esos episodios y la
impotencia que sentía al no poder proteger a su madre. Las relaciones con su padre
fueron siempre conflictivas. Lucho era un muchacho travieso; en oportunidades se
apropiaba de algún dinero de su padre, por lo cual era frecuentemente castigado
físicamente. Él reconoce que ese castigo era justo aunque cuando lo golpeaba, se sentía
muy mal y quería huir.

Cuando me pegaba lloraba y siempre pensaba en irme ahí mismo, pero él tenía razón, mucha
razón tenía, porque me gustaba agarrar las cosas de mi padre.

A los seis años su madre murió, y hasta ahora él sigue pensando que fue a causa de las
golpizas que le propinaba su padre. Al poco tiempo, su padre se volvió a casar y se fue
de la casa, quedándose la hermana mayor al cuidado de él y sus hermanos. El abandono
del padre también lo vivió con profundo dolor y resentimiento, pues sintió que él y sus
hermanos no eran considerados y, aunque Lucho no lo quiera decir, es probable que haya
impactado negativamente en la valoración de sí mismo.
A los diez años de edad decidió escaparse a la ciudad de Tacna a buscarse la vida junto
con otro amigo, huyendo de un ambiente donde recibía poco afecto y consideración.
Trabajó en una casa como empleado doméstico, pero sólo le daban un lugar para dormir
y comida, sin pagarle. A los 16 años ingresó a trabajar a una panadería donde
permaneció hasta los 18 años de edad que fue cuando lo levaron y tuvo que hacer
obligatoriamente el servicio militar por dos años. Un poco antes de eso, en la escuela
nocturna donde estudiaba, conoció a su primera enamorada con quien se inició
sexualmente. Poco antes de terminar el servicio militar, ella desapareció y nunca volvió a
encontrarla, lo que le produjo una gran tristeza.
A su actual pareja la conoció a los 21 años, cuando se fue a trabajar en la extracción de
oro en los ríos de la selva de Madre de Dios, poco después de su experiencia militar. Ella
era cocinera de una las compañías que laboraban en la zona. Al tercer mes de iniciar la
relación, salió embarazada, no había sido planificado pero tampoco se cuidaron.
Decidieron tener al bebé y esta situación precipitó el inicio de su convivencia, para lo cual
viajaron a la ciudad de Cusco que es el lugar donde ella nació y en el cual se encontraba
su familia. Luego de un pequeño periodo en las casa de los tíos de ella, buscaron un
lugar para vivir solos.
Para Lucho, sus relaciones son armónicas y libres de todo tipo de violencia y dice que
valora mucho a su pareja como persona.
Yo me comprendo bastante con mi señora, porque ella es bien hábil pa’ todo, o sea, es
bien inquieta, te conversa, nos conversamos, todo, y hasta ahorita tampoco con ella nunca
nos hemos peleado, nunca, ni tampoco hemos tenido enfrentamiento por levantamiento de
voz casi mucho, no mucho, no, ni tampoco ni pelear nada.
Pero más adelante reconoció que hubo una ocasión en que le pegó, como reacción al
dolor que le causó un acto agresivo provocado por su pareja mientras ambos jugaban.
Aunque Lucho minimiza el hecho al aducir que también fue jugando, su pareja no lo
consideró así, quedó muy afectada, y tuvieron que hacer esfuerzos para reconciliarse.

Una fecha simplemente le tiré un lapo, uno solo por jugar, después de jugar me peñiscó aquí
fuerte, entonces me dolió, reaccioné, de repente reacción tengo un poquito violento, en la calle
todavía fue eso, desde ahí no, hasta ahorita que recuerde que no. Ella lloró sí, me voy, pero si
simplemente fue una cachetada, como no era mucho, conversamos y tranquilo.

Éste hubiera pasado como un episodio sin mayor trascendencia, si no fuera porque le
advierte constantemente que puede utilizar el mismo argumento de maltrato físico que
tanto disgusto le causó anteriormente a ella, convirtiéndose implícitamente ese recuerdo
en una amenaza mediante la cual logra controlar a su pareja. Reconoce que podría
utilizar la violencia física si con eso no logra su cometido, pero hasta el momento no ha
sido necesario.

Bueno, a veces yo pongo a su sitio. Le digo ¡cállate, sino mira ah, cállate tranquilo, nada más,
si no, te mando lapos, no sigas, oye ¡no me molestes! De repente, si me responde ahí puede
haber, pero no, no me responde.

Uno de los motivos de conflicto es cuando él castiga físicamente a sus hijos y ella intenta
defenderlos. En ese momento se llena de ira porque siente que lo desautoriza y tiene
ganas de pegarle. No lo ha hecho porque ante las primeras amenazas, ella se somete.

Es que ella, cuando llamo la atención a mis hijos, o sea defiende. A veces quiero pegarle y a
veces cuando le estoy pegando mucho ella ataja. Entonces yo digo: -¡No te metas, porque
yo te mando un, a ti más te voy a mandar un lapo, no, a ti no más te voy a pegar!-, así no más,
en ese momento así soy, reacciono, me enfurezco. Sí, lo puedo dar un golpe, lo puedo dar,
para que no se meta, no me desautorice. Entonces ella se aleja, pero ya dejo de pegar
también ya.

Otro motivo de conflicto es cuando piensa que ella no cumple con sus quehaceres
domésticos de manera adecuada y, principalmente, cuando éstos están relacionados con
el servicio que estima debería dispensarle a él. Para Lucho es deber de ella estar
siempre pendiente de sus necesidades para servirlo y estima que menoscaban su
posición como jefe si no lo hace. En esos casos siente que la ira le produce deseos de
pegarle pero se reprime de hacerlo y se desfoga tirando cosas y rompiéndolas, con la
intención de amedrentarla, constituyendo éste uno de los casos más flagrantes de
violencia emocional.

Hay momentos que yo soy un poquito nervioso, cuando me amarga ella, así cualquier cosa le
rompo, un plato, así, o sino una taza lo tiro, así. Ése es porque cuando una comida, por
ejemplo, a veces está fría. Me molesta, ese momento me amargo. ¡Por qué no calientas!,
¡Está fría, por qué no calientas, qué pasa! pucha no, hasta una fecha le he tirado comida a la
pared, así. Dos veces pasó eso. Ella debe saber a la hora que llego y tenerla caliente. Yo
francamente renegaba, pucha, quería pegarle también a ella, como nunca le pego, no tengo
ese costumbre de pegarlo, me aguanto ahí.

Él reconoce que no sólo es reprobable el pegar a una mujer – y por eso evita hacerlo –
sino que también lo son sus explosiones de ira con manifestaciones violentas, pero cada
vez que siente que cuestionan su autoridad, actúa impulsivamente, aunque luego se
arrepienta de haberlo hecho.

Cuando te enfureces, cuando te reniegas, cuando estás con ese nervios, a veces te da
cualquier cosa hacer ese rato, para después al poco rato estás pensando, te arrepientes
después, ¿por qué he hecho, qué ha pasado? Es tarde pue, como se dice.

El discurso de la condena a la violencia física contra la mujer, al parecer, ha calado en el


pensamiento de Lucho. Esto lo hace contradecirse, pues anteriormente planteó que si ella
le saliera respondona frente a una recriminación que él le hiciera, probablemente usaría la
violencia física. Sin embargo, en otro momento niega esa posibilidad y dice más bien
que, ante reiteradas faltas contra su autoridad, preferiría más bien alejarse y no utilizar el
maltrato físico.

E: Y si tu esposa no fuera tan hacendosa como tú lo cuentas, por ejemplo, tú llegas a tu


casa y te encuentras que no hace los quehaceres del hogar, ¿cuál sería tu actitud?
L: Bueno, yo no soportaría a las mujeres que no me hacen caso, creo que yo me iría, no
más, eso pienso.
E: ¿Y se justificaría en ese caso que le levantes la mano?
L: No creo, yo me iría, pienso. Como no hay ese cariño, no hay nada que hacer, entonces,
por qué tengo que maltratar. Tranquilo nos separamos, tranquilo me voy, eso es mi
pensamiento.

Por otra parte, está convencido que es justificable la violencia física cuando se trata de un
caso de infidelidad por parte de su pareja. Aduce que no podría soportar el malestar que
le produciría el no haberle pegado si ocurre una trasgresión de ese tipo. Pero aún, en
este caso, su discurso es contradictorio, pues duda entre la justificación racional y el acto
impulsivo como reacción del momento.

E: ¿Hay alguna causa que justifique que un esposo pueda pegarle a su esposa?
L: Bueno, de repente, por celos, cuando está sacando la vuelta, por ejemplo.
E: ¿Si tú te enterases que tu esposa te saca la vuelta, sería justificable pegarle?
L: De repente, porque ese pensamiento de que está con él, cada rato voy estar pensando,
no me va a salir de mi cabeza eso, celos pe, entonces, no creo, no soportaría, tranquilo yo
me voy, esa mi idea pe.
E: ¿Pero primero le pegarías y después te irías o simplemente te irías?
L: De repente ese rato reacción tomo, pe, si la encuentro ahí si, puedes reaccionar, como
soy un poco nervioso, puedes reaccionar, por qué no, pa’ soportar esto no creo.

Lucho utiliza el maltrato físico para corregir a sus hijos, por actos que considera
censurables, como por ejemplo, apropiarse sin consentimiento del dinero de los padres.
Hay que recordar que él mismo era castigado por su padre por similares motivos y
actualmente encuentra justificable haber sido corregido de esa manera. Este es, por tanto,
un procedimiento aprendido y fuertemente interiorizado. Sin embargo, también en este
caso, su actitud es ambivalente pues repite el discurso que considera socialmente
adecuado del rechazo al maltrato a los niños y sus consecuencias, y sobre la necesidad
de dialogar en vez de pegar.

E: ¿Consideras que es necesario pegar a tus hijos para que no hagan eso?
L: Este, no, no es bueno. Después pasa media hora, una hora, ¿por qué le pego?, digo,
es necesario hablar no más, a veces con el pegar hasta terco parece que se vuelve, o
sea, curtido como se puede decir, entonces, el niño ya no siente cada vez que le pegas.
Entonces, es mejor hablar, pegando lo maltratas, hasta de repente esa reacción de odios
entre papá y el hijo.

Pasando a otros aspectos de la relación, Lucho también se muestra como un esposo


controlador. En la práctica considera a su pareja como a una menor de edad, sin criterio
para discernir qué amistades les son convenientes o no y, por tanto, él tiene que hacerlo
por ella, y se cree con el derecho de prohibir en los casos que le parecen inadecuadas.

Bueno, sí le puedo prohibir que vea amistades. Sí, sí le he dicho, tiene su amiga, yo le
prohibí porque yo conozco la señora cómo camina (se refiere a que la percibe como muy
coqueta con los hombres), puede pe en algunas cositas contagiarlo ¿no?, por esa cosita
nada más.

Cuando indagamos si le molesta que hable con otros hombres, responde que nunca se ha
dado ese caso, y cuando lo quisimos poner en esa situación hipotética, planteó que su
actitud sería inquisidora, pero se negó de manera cortante siquiera a ponerse en esa
situación, dejando entrever un conflicto enorme frente a esa posibilidad.
E: ¿No te molestas cuando ella habla con otro hombre?
L: Nunca ha hablado, nunca he visto hablar.
E: Y si la vieras hablar con otro hombre
L: Hay que preguntar todo, no, nunca he visto, nunca he visto.

Respecto a su rol en los quehaceres domésticos, él lo asume siempre y cuando ella no


se encuentra en casa. Lo acepta como un complemento y apoyo a su esposa y en
circunstancias especiales.
Hago cosas de la casa sólo cuando no está ella, por ejemplo, antes trabajaba otro negocio,
cuando estoy trabajando, yo cocinaba así, porque ella tenía otro trabajo, yo sé que estaba
viniendo cansada, yo llegaba temprano, cocinaba, sí, limpiaba. Y actualmente más o
menos, yo salgo a las seis, llego a las siete, entonces ella ahorita está en la casa, pe.

El dinero no constituye una vía de control, ya que ambos trabajan y tienen ingresos
económicos. Lucho aporta parte de su sueldo para determinados gastos en la casa y
para el resto confía totalmente en que ella administra bien sus ingresos y los gastos.

Éste es uno de los pocos casos donde un testigo infantil de violencia física del padre
contra la madre, sin que medie otra experiencia impactante que le muestre otro modelo a
seguir, no reproduzca en sus relaciones de pareja la misma dinámica violenta. Podría
estar influido por la idea que la violencia física contra su madre fue la causa de su muerte
y, por tanto, el temor a las consecuencias lo reprima a hacerlo. Mas su actitud autoritaria
lo ponen permanentemente al filo de la violencia física y específicamente, cuando percibe
que su autoridad es cuestionada o cuando considera que no es atendido adecuadamente.
Probablemente, los recuerdos del abandono del padre y su falta de consideración hacia
él, hayan mellado su autoestima y su susceptibilidad esté a flor de piel tratando de
contrarrestar autoritariamente cualquier atisbo de desatención hacia él. En muchas
ocasiones refiere que si su pareja no hiciera caso a sus amenazas procedería a
maltratarla físicamente. Pero, hasta el momento, le ha servido la violencia emocional para
mantener el control y el dominio de la relación. Éste es un ejemplo claro de cómo en
algunas ocasiones basta un solo hecho de violencia física para mantener el control de la
situación, recordándole implícitamente, en tantas ocasiones como fueren necesarias, este
suceso y la posibilidad de repetirlo si no se sometiera a sus deseos y decisiones.
Es posible también que los mensajes de la no violencia contra la mujer hayan calado en
él, haciendo que se reprima. Hemos notado en varias partes de su discurso una actitud
ambivalente y contradictoria tanto respecto a la violencia contra la mujer como contra los
hijos. Aunque en este último caso, mientras siga valorando en su propia experiencia el
castigo físico como correcto si éste es justo, continuará con la misma dinámica, aunque
discursivamente se contradiga.
Su actitud es controladora respecto a las relaciones que ella entabla, y no se han
suscitado nuevos conflictos simplemente porque no se ha dado la ocasión, ya que ella se
cuida de no provocarla. Su actitud negativa a ponerse en una situación hipotética en
donde su pareja amplíe su espectro de relaciones personales cotidianas a otros varones,
y no estamos hablando siquiera de amicales, nos hablan de una atmósfera de control
estrecho y violencia física latente.

LEONARDO, 39 años. “No le controlo económicamente, ella me da cuenta hasta el


último”
Leonardo vive en la ciudad de Cusco, a pesar de tener estudios superiores, aunque no
completos, sólo consigue trabajos eventuales como albañil. Mantiene una relación de
convivencia de 13 años y tiene cuatro hijos. Su esposa trabaja como artesana en su
propia casa. Según cuenta, no ha existido episodio alguno de violencia física entre ellos,
pero sí una actitud autoritaria contra su pareja y múltiples muestras de violencia
emocional, a través de las cuales mantiene el control de la relación.

Nació en Tinta, distrito de la Provincia de Canchis, donde vivió hasta la edad de 11 años.
Es el tercero de tres hermanos varones. Sus padres se dedicaron a la agricultura y
ganadería y cuando niño, a pesar de tener una vida modesta, nunca le faltó lo esencial
para alimentarse y vestirse. Sus padres frecuentemente mantenían discusiones y fue
testigo de innumerables agresiones físicas de su padre contra su madre, casi siempre por
los mismos motivos, cuando su padre consideraba que su madre no cumplía a cabalidad
las tareas que él le había encomendado. Leonardo sufría por esos acontecimientos y se
sentía muy afectado e impotente para evitarlos. Actualmente, piensa que probablemente
esas experiencias le han ocasionado algún trauma psicológico.
Yo presencié cuando le pegaba y como todo niño grita, pue, atajábamos. Me sentía
ofendido, molesto, dañado, porque desde luego que todo niño tiene miedo a su padre, no
hay forma como a veces intervenir. Pensaba, por supuesto, que eso no podía ser bueno,
que era muy malo, que estaba haciéndonos un daño, nos traumaría pue, en cierto caso.

Sin embargo considera que la relación con su padre fue buena, sintiendo a la vez su
afecto, pero también su rigor frente a actos de indisciplina. Si bien cuando niño no los
aceptaba, ahora evalúa esos castigos físicos que sufría, como justos y adecuados para
corregirlo.

Mi padre, bastante me quería a mí. Era cariñoso, por decir, cuando estuve en la escuela,
cualquier trabajito siempre me lo hacía, traiga te lo dibujaré, me daba un afecto más
especial, de repente mucho más que a mis mayores. De vez en cuando nos castigaba, mi
padre decía en una la miel y en otra la hiel, entonces, para que uno pueda ser algo
correcto ¿no?, si había algo, un error, entonces tenía que haber mi sanción. Sí, me daba
mis cueras, tal vez porque no le obedecía yo, o no lo hacía lo que él me decía. Bueno, veo
que en realidad, un padre si trata de corregir para su bien, es necesario de hacerlo, aunque
como todo niño simplemente gritaba, lloraba y, desde luego diría que estaría muy mal
¿no?

Cuenta que las relaciones que entabló su madre con todos sus hijos, y en especial con él,
fueron muy buenas, llenas de dedicación y cariño. A diferencia de su padre, ella nunca
los castigó físicamente. Cuando él tenía 11 años, su padre adquirió una casita en Cusco
con la intención de que tuvieran más acceso a mejores colegios de educación secundaria.
Cuando todos los hijos llegaron a la adolescencia, la violencia contra su madre cesó, pues
en cualquier discusión inmediatamente intervenían los hijos y evitaban el desenlace
violento.

Ya yo estaba jovencito, mis hermanos mucho más jóvenes, por tanto ya las peleas entre
ellos, ya se había acabado. Los hijos siempre por algún riña o por algún disgusto que
tenían teníamos que intervenir, de esa manera también mi papá de repente habrá puesto a
reflexionar y decir: -Ya mis hijos son jóvenes y hasta aquí fue todo-, entonces ya no hubo
esos disgustos.

Su primera y única enamorada ha sido su actual esposa, con quien empezó su relación
cuando ambos tenían 16 años y aún estaban en el colegio. Estuvieron de enamorados
por espacio de ocho años, y a los cuatro años de haber iniciado esa relación, ella salió
embarazada. Aduce que el embarazo no fue planificado y se dio justo en el momento en
que él ingresaba al servicio militar de manera voluntaria, algo que ambos ya lo tenían
conversado, pues siempre le atrajo la vida militar. Durante el año y medio que duró su
internamiento ella vivió en casa de sus padres. Aún luego de su salida del servicio militar,
por un tiempo más no vivieron juntos aunque siempre se veían. A raíz de que la madre
de Leonardo se enfermó y no había quien la atienda, es que le pide a su pareja que vaya
a vivir con él para que lo apoye en su cuidado y de esa manera iniciaron su vida conyugal.
En ese entonces él estudiaba en un instituto superior pedagógico, pero a raíz de la
muerte de su madre que acaeció poco después, se sumió en una profunda tristeza y no
quiso continuar con sus estudios. Ya por entonces combinaba los estudios con una labor
de albañil con trabajos eventuales, oficio el cual ha venido ejerciendo hasta el momento,
aunque por temporadas se encuentra desempleado.

Precisamente, uno de los frecuentes conflictos de pareja se origina en su inestabilidad


ocupacional y en las carencias económicas que ello trae aparejado. Otro origen de
conflictos son los celos de ella que para Leonardo son absolutamente infundados y que se
presentan cuando en algunas ocasiones él sale a buscar trabajo y ella no le cree,
sospechando que la está engañando con otra. En esos casos ella le reclama
explicaciones en forma airada, utilizando insultos. En esos momentos Leonardo se siente
muy enfadado y tiene deseos de golpearla, pero se reprime. Lo que hace en cambio es
romper violentamente las cosas que están a su alrededor con la intención, por un lado,
de desfogarse, y por otro, de amedrentarla y atemorizarla para que no vuelva a hacerlo.
Al parecer, con esto le ha bastado hasta el momento para controlarla, pues es muy
probable que de no lograrlo utilizaría la violencia física.

Rompí la ventana, boté mis cosas de mi escritorio, mis documentos, eso fue todo. Esto a
raíz de que me celó con una señora, entonces yo dije no es así, cuando ya me levantó en
términos soeces entonces tuve que actuar. Sentí una amargura total, sé que podía
generar una pelea, pero, yo preferí hacerlo eso, desfogarme de esa manera que golpearla,
y hacerla temer, así me pareció en ese momento, porque sino, debería haberle golpeado,
de repente.

Cuando su pareja lo recrimina por no conseguir trabajo, él se siente disminuido como


hombre, por no lograr cumplir con su rol de proveedor, y en esos casos también realiza
demostraciones violentas destrozando las cosas a su alcance.

Realmente, me siento bien forzado, porque yo pudiendo trabajar, a veces no consigo.


Cuando ella me reclama me siento un poco cobarde, siento, en mi calidad de varón a
veces no hay, entonces me dirá que yo soy un incapaz, qué se yo, la forma como ella me
dice, y de esa forma también me desfogo.

Las razones que da para no utilizar la violencia física contra su pareja, son de dos clases.
Por un lado, desde el punto de vista del costo económico, por las consecuencias
negativas en la salud e integridad física de ella y por los costos que le acarrearía su
recuperación, además de la imposibilidad de cubrir el vacío que dejaría en las actividades
domésticas cotidianas.

Ir al golpe físico hacia ella no, no estoy en condiciones para hacerlo eso. Le diré por qué,
porque, una oportunidad quien va sufrir daños o quien va sentirse mal va ser ella, y quién
va sufrir los gastos sería yo, porque una vez ella postrada, ¿quién se hace cargo?.

Por otro lado, rechaza la violencia física por el impacto traumático que sufrirían sus hijos y
el mal ejemplo que les daría en su propia formación. Hay que recordar que Leonardo
considera que su experiencia infantil ha sido traumática a causa de la violencia y se ha
propuesto no volver a repetirla en sus hijos.

Bueno, la violencia, hoy por hoy, por la situación que cursamos, ya se ha hecho casi
normal, pero pienso de que es algo negativo para los hijos, puesto que los hijos son los
víctimas, psicológicamente ellos serían los víctimas, entonces, no sería dable de que
haigan problemas, es una cosa no educable, ni tampoco imitable ¿no?.

A pesar de haber vivido en un ambiente de maltrato físico durante la infancia y habiendo


podido asumirlo como una conducta normalizada para mantener la autoridad en el hogar,
Leonardo afirma que evita usarlo. Considera que las oportunidades que tuvo de
educación superior fueron claves para rechazar la violencia física. Estas facilidades no la
tuvieron sus otros hermanos, los cuales sí tienen problemas de violencia física contra sus
parejas.

Sería gracias a mi inquietud de siempre estar con la lectura, o al grado de instrucción que
he podido tener, tal vez no muy avanzado, pero tuve la suerte de estar en un centro
superior, entonces, tal vez son los factores para que yo no actúe de esa manera
violentamente. Mi hermano mayor sí le pegaba a su esposa, y al extremo que ellos han
llegado a separarse, por vía legal se han separado.

Sin embargo, el discurso de Leonardo es contradictorio, pues a la vez considera que


existen situaciones en que sí se justificaría la violencia física contra la mujer. Una de ellas
es cuando en reiteradas oportunidades la mujer no cumple con las obligaciones
domésticas, a pesar de haber existido el diálogo de por medio. Aunque él habla en tercera
persona, se extrae de este diálogo que en circunstancias similares utilizaría la violencia
física contra su pareja como último recurso, y que no lo hace porque aún no se ha
presentado la ocasión en que su autoridad haya sido repetidamente burlada.

E: ¿Usted cree que hay algún un motivo que justifique pegarle a una mujer?
L: De repente no le hace las cosas como debe ser, o si el almuerzo no está a su hora.
E: Por ejemplo, si usted llega a su casa y encuentra que su mujer no ha hecho los
quehaceres del hogar, no ha cocinado para usted, ¿utilizaría la fuerza para hacerle
entender?
L: No creo, no lo haría. Por ejemplo, mi señora no sé si no sabe planchar o es que no le
gusta planchar, mi prenda jamás lo plancha. Me reniego, me disgusto, ¡hasta cuándo no
vas aprender, por lo menos a plancharme algo del cordel, algo presentable!, le digo.
Entonces de repente así ha podido pasar con mi hermano, ¿no?, tantas mujeres que a
veces no saben lo que es planchar tampoco.
E:¿ Si la mujer descuida sus quehaceres del hogar permanentemente, justifica que el
marido le pegue?
L: Claro, por qué no, porque de vez en cuando debe de haber golpe.
E: Entonces ¿es deber del hombre pegarle a la mujer cuando ocurre eso?
L: No deber, no llamaríamos deber, de repente casos, porque tampoco es deber de la
mujer que esté abandonando sus cosas. Ahora, para esto siempre hay diálogo, ahora, si
ella evade los diálogos...
E: Ahora, si ella no hace caso a los diálogos, ¿qué pasaría?
L: Bueno, qué podría hacer el varón, de repente darle su golpe, después de un maltrato
verbal siempre viene el golpe.

Además, puesto en situación contraria, donde él es el infractor a sus responsabilidades de


proveedor, según los roles tradicionales, no acepta que pueda recibir igualmente castigo
físico de parte de la pareja. Se escuda en una respuesta cínica que las cosas están así
establecidas por el machismo.
E: Y al revés, veamos, un varón que permanentemente no lleva el sencillo a la casa, no
estaría cumpliendo su función de varón, ¿eso justificaría que la mujer le pegue?
L: No creo, no.
E: Pero, ¿por qué si al revés?
L: Bueno, de repente por el machismo, ¿no?

La otra circunstancia en que considera justificado usar el maltrato físico contra su pareja
es cuando ocurre un acto de infidelidad, lo cual constituye a sus ojos otra falta de respeto
grave

Sí justifico que le pegue, por ejemplo, cuando la mujer tiende a errar, teniendo su marido
se pone a estar con otro varón. Es una falta de respeto, infidelidad, ¿no? Juega con los
sentimientos del varón, mientras que el varón va trabajando y la mujer feliz.

En torno a otros aspectos de su relación conyugal se muestra controlador, en algunos


casos, abiertamente y en otros, de manera sutil. Así, argumenta que no le pone
restricciones a las amistades que pueda entablar ella, pero sólo lo permite siempre y
cuando éstas se realicen al interior de su casa y de esta manera probablemente tener la
posibilidad de mantener un cierto control del contenido de las mismas y del tipo de
relaciones que entable.

No le impido, siempre yo le digo hazlo pasar a sus amigas, no me gusta que estén en la
calle, yo les digo haz pasar.

Por un largo tiempo prohibió a su esposa tener contacto con su familia porque, en una
ocasión que él la había maltratado verbalmente de manera muy dura, acto que Leonardo
minimiza, ella fue a quejarse a su familia y todos ellos fueron a increparle su conducta.
Actualmente, si bien permite que su pareja visite a sus familiares, no deja que ellos
vengan a verla a su casa.

Sí, le he impedido que los vea, por disgustos que hemos tenido, vino su padre, su madre,
sus hermanos, me hicieron un lío total, porque simplemente le había gritoniado a su hija.
Entonces dije ¡ya, tu madre, tu padre han querido pegarme, entonces ya pue, o
terminamos acá o estás con tu madre y tu padre!, le dije, sí… dije eso. Pero fue por un
tiempo, actualmente normal va ella donde su papá, su mamá, sus hermanos.

Si ella tiene que hablar con otro hombre, le exige estar presente y que hable en voz alta
para poder controlar el contenido de la conversación. Tiene temor a que le sea infiel.
Cuenta de una ocasión que le produjo mucho malestar y dolor, cuando encontró a su
pareja hablando en voz baja con un vecino, sospechó que detrás había el ánimo de
engañarle, a pesar de las aclaraciones que ella le hizo. Es interesante notar cómo un
acontecimiento como éste le significa un acto evaluador de su rol como hombre y lo llena
de inseguridades sobre si está a la altura de las exigencias sociales.

En una oportunidad sí sospeché. Parece que así conversaban a voz bien bajo con el
esposo de una de sus amigas, cuando yo me aproximaba. Sí, entonces ya tuve que llamar
la atención. Simplemente dije que si hay algún diálogo que sea a voz abierta. Sentí un
disgusto, que realmente no me agradó, me sentí bien ofendido, sentimentalmente bajo.
Claro, destrozado psicológicamente me sentí porque, yo dije, pucha estoy grave, en algo
yo estoy fallando, o yo no estoy cumpliendo mis funciones por acá. No, yo le tuve que
decir de frente, si tú me juegas de esta manera lo único que nos queda es, hasta aquí no
mas, porque si yo voy a descubrir que tú…, la puerta está abierta al rato que tú gustes, si
yo no estoy de acuerdo a ti. Ella dijo que sólo ha venido a solicitar que le preste algo de la
casa, pero no le creí.

En los aspectos económicos existe alguna forma sutil de control. Si bien no le limita el
acceso a los ingresos familiares, dice confiar plenamente en ella, porque le da cuenta de
cómo gasta el dinero de manera detallada y, por tanto, él no tendría necesidad de ningún
procedimiento explícito de control. Hay que tener en cuenta que en un ambiente
controlador y de sometimiento, los subordinados tienden a adelantarse a los
requerimientos de los dominadores para evitar su enojo y los peligros a su integridad
física, siendo ésta una estrategia de adecuación para resistir.

No le limito, yo le doy lo que tengo, yo le llevo a la casa ahí le digo: -Tú distribuye esto- Es
que no le puedo yo limitar porque a veces ella, lo que hace la compra, hace su relación.
Entonces cuando vuelve me dice, -Mira esto he utilizado en esto, en esto-, saca su cuenta
del pasaje hasta el último ¿no?, ida y vuelta ¿no?, entonces, no hay de que desconfiar.

Respecto a su participación en los quehaceres domésticos, aduce no tener problemas en


colaborar con ella en las circunstancias que lo necesite

Si, llámese lavar la prenda o pelar las papas en la casa, sí coopero ahí.

Cuenta que también recibe presiones de sus pares para que muestre más explícitamente
su autoridad en casa y para que utilice con mayor frecuencia la violencia física contra su
esposa. Frente a eso él resume con mayor claridad su posición, su rechazo al maltrato
físico, el cual es justificable sólo como último recurso en casos graves, los cuales fueron
detallados líneas arriba.

Yo únicamente les digo de que depende a la actitud de la mujer, ¿no?, porque sin motivo
tampoco uno no puede actuar, tendría que ser anormal, tendría que ser un motivo bien
fuerte para poner la mano encima, ¿no? Puesto que, como le vuelvo a decir, no soy
amante del maltrato físico.

La actitud de Leonardo contra la violencia física hacia la pareja, podría significar algún
avance, frente a otros varones que la utilizan en cualquier circunstancia en que sienten
que su autoridad está en cuestión. También resulta interesante la forma como una
conducta naturalizada desde la infancia de violencia física contra la mujer, puede ser
reprimida, aunque no necesariamente cambiada, gracias al acceso a un ambiente de
estudios superiores, sobre todo si está referido a los estudios superiores pedagógicos,
donde probablemente percibió de manera más explícita la condena a la violencia física.

Pero también está claro que la violencia física permanece latente y podría ser utilizada,
con justificación de por medio, cuando Leonardo perciba que las faltas a su autoridad se
tornan graves, frente a lo cual la utilizaría como último recurso.
Su actitud jerárquica y autoritaria de la relación de pareja está muy arraigada y los
conflictos surgidos hasta el momento los ha podido resolver mediante la violencia
emocional, cuyo objetivo ha sido imponerse buscando amedrentarla y/o controlarla. Los
mensajes que le deja son claros, unos más sutiles que otros, los cuales pueden
sintetizarse en: “puedes hacer lo que quieras mientras yo pueda observar y saber lo que
haces”, “puedes actuar según tu criterio mientras no me contradigas”. O sea, detrás de
una aparente libertad hay un condicionamiento que no necesita expresarlo, pero que la
mujer intuye, y se esfuerza por acomodarse a los deseos de él.

Otro elemento que permanece en la base de la posibilidad de violencia física, pero que
hoy es resuelta con el maltrato psicológico, son las inseguridades de Leonardo respecto al
cabal cumplimiento de sus roles como varón que el modelo hegemónico impone. En cada
conflicto surgido por los problemas de precariedad económica o de sospechas de
infidelidad, se siente evaluado y muy inseguro de cumplir con lo que socialmente se le
exige a los hombres, tanto como proveedor, como en las relaciones sexuales. Esto es
motivo de mucho malestar y alimenta de manera permanente el peligro de violencia física.

CARLOS, 30 años. “Impongo mis ideas, porque el varón tiene más razón que la
mujer”

Carlos vive en la ciudad de Cusco, tiene algunos años de estudios superiores que no
culminaron, actualmente trabaja como taxista y eventualmente toca en un grupo musical
que es contratado para animar fiestas. Tiene una relación de convivencia de 8 años y una
hija. Su esposa, que también tiene educación superior incompleta, trabaja como
comerciante en una tienda ubicada en su misma vivienda. Durante el periodo de su
relación ocurrió, según relata, un solo hecho de violencia física contra su esposa, el cual
no se volvió a repetir, pero sí utiliza otros mecanismos de control haciendo uso de la
violencia emocional.

Nació en la provincia de Chumbivilcas, donde vivió hasta los 11 años, momento en el cual
se trasladó a la ciudad de Cusco a vivir con sus hermanos mayores, que años antes
habían sido trasladados por sus padres, con la intención que sigan estudios secundarios.
Es el último de ocho hermanos. Hijo de un pequeño ganadero, cuenta que durante su
infancia tuvo lo necesario para no sufrir de carencias básicas. Según relatos que pudo
recoger, antes que él nazca, su padre maltrataba físicamente a su madre pero al parecer
la violencia cesó porque los hijos mayores ya entraron a la adolescencia. Por esta razón,
él no fue testigo de violencia física contra su madre, más sí de discusiones entre ellos.
La relación con su padre fue muy distante, sólo se mostraba un tanto afectuoso cuando
volvía de los largos viajes que hacía para vender su ganado, pero cotidianamente no se
relacionaba mucho con sus hijos. La relación con su madre, en cambio, fue más bien
cariñosa, aunque cuando él y sus hermanos se portaban mal los castigaba físicamente, lo
que ellos aceptaban como algo natural. Por el contrario, su padre nunca les pegó.
Sí recibía siempre unos castigos, natural cuando uno estudiaba mal o se comportaba mal.
De sobar nada más, pero no, no era mucho, un chicotazo y nada más. Mi mamá es quien
me ha pegado, mi padre nunca me metía la mano.

Su adolescencia transcurrió en la ciudad de Cusco, conviviendo con sus hermanos


mayores, pues sus padres se quedaron en la provincia. Al poco tiempo de llegar, un
amigo lo invitó a formar parte de un club juvenil parroquial donde Carlos considera que
tuvo ocasión de recibir una formación en valores positivos de responsabilidad y de
alejamiento de vicios como la droga o el alcohol. Su afición por la música lo hizo también
popular y durante la adolescencia y primera juventud tuvo varias enamoradas, aunque no
experiencias sexuales. A los 21 años se inició sexualmente con una chica con quien tuvo
una esporádica relación y a quien consideró una mujer “fácil”, pues estaba con varios a la
vez.
Poco tiempo después conoció a su actual pareja quien cantaba en el coro parroquial. Le
atrajo mucho de ella su manera de ser tan recatada, seria y “digna” comparada con las
chicas “jugadoras” con quien anteriormente había estado. Luego de dos años de
enamorados decidieron convivir, así que alquilaron una casita y luego de poco tiempo
salió embarazada, lo cual fue buscado por ambos.
Carlos cataloga su relación de pareja como buena, aunque con altibajos. Reporta un solo
hecho de violencia física varios años atrás. Fue con ocasión de una parrillada donde
asistieron juntos, en la que él le pegó por celos en medio de todos los asistentes. Lo
señala como un hecho muy desafortunado, causado por el gran malestar e inseguridad
que le produjo el hecho que su esposa entable conversación y cierta empatía con otro
hombre. El temor a ser abandonado y burlado y el creerse con el derecho de impedir lo
que consideraba como inminente, fueron más poderosos que su temor a hacer un
papelón o “roche” como él lo expresa.

Un caballero que le invitaba mucho la cerveza, yo le dije “no tome”, “no, si es fiesta” (dijo
ella), y le recibió dos vasos, así no más ella no toma. Yo pensé que si me emborracho se
puede ir así con el otro, y sentía amargura de que me pudiera sacar la vuelta, entonces
dije: “no, mejor ahí nomás, entonces se me calentó la cabeza y ya le golpeé pue, se me
salió el indio, le di un lapo delante de la gente ¡pam!, fue un rochazo pue.

Inmediatamente después se sintió muy avergonzado pues siempre había tenido una
imagen de alguien muy comedido ante los demás. Además sentía vergüenza de sí
mismo y desconcierto por la contradicción entre lo que decía y hacía, puesto que en
muchas ocasiones había predicado la confianza mutua que debería existir entre toda
pareja. Nótese que la vergüenza es más por la falta de confianza en su pareja que por el
acto violento en sí.

Después dije: -Pero pucha qué cosa he hecho-, me sentí mal, o sea, remordimiento de
conciencia, cómo pude actuar así, si yo mismo pregonaba, le decía a mis cuñados o a mis
amigos, “desde el momento en que tú ya tienes algo con una persona, ya es algo serio,
eso que estés pensando mal de ella”, o sea, me puse a pensar ¿no?, en eso que les decía
ahora he caído.
La principal mortificación de la esposa fue por la vergüenza de exponerse ante los ojos de
los demás como indigna por estar unida a un hombre que, por ser absurdamente
intolerante, es indigno. Carlos ensaya una justificación de su acto violento en los celos
que sintió. Para su pareja también lo injustificado no fue el hecho mismo de la violencia,
sino los celos de Carlos, puesto que ella debería de estar libre de toda sospecha, dada su
trayectoria de recato muy bien conocida por él.

Ella me dijo, cómo me has hecho quedar mal ante mis amigos, mis amigas, ahora qué
piensan, que eres lo peor, con qué tipo de hombre me he metido, ése es un salvaje. Le
dije: “Sabes qué, pucha disculpa”, le expliqué que me sentía mal, se me vino el ataque de
celo y ahí nomá se me fue eso. Me dijo: “Son tantos años que vivimos y vas a pensar eso,
a mí no me has conocido en la discoteca” -. Yo tranquilo nomás, poco después
solucionamos todo, ya.

Este hecho tuvo consecuencias posteriores, pues aunque nunca más se hizo explícito el
control por parte de Carlos, inhibió a su pareja a querer frecuentar reuniones sociales.
Incluso, a partir de entonces, ella se auto reprime no permitiendo que ningún hombre se le
acerque a conversar cuando él está presente. Piensa que es una situación negativa y
preocupante pues ante los ojos de los demás él da la imagen de una persona violenta e
intolerante. Sin embargo, ese es el discurso de Carlos, ante el cual habría que
preguntarse qué tanto sigue alimentando ese temor en su pareja mediante mensajes
soterrados y acepta como cómoda esta situación, dada su actitud controladora y
autoritaria, como veremos más adelante.

Ella un poco que se cohibe desde lo que pasó ¿no?, y un poco que se avergüenza de salir
con los amigos -No, de repente tú reaccionas- siempre tiene presente esa ocasión
cuando le pegué. Sí, por eso con los amigos un poco que ella, desde esa vez, se
distanció. Yo digo, ándale nomá, qué problema, pero a veces siento que cuando un amigo
se acerca, ella se escapa, entonces, le digo, no: Anda nomá, pucha, qué va pensar, que
verdad yo soy un salvaje.

Analizando otros aspectos de la relación, Carlos abriga sentimientos de superioridad


frente a su pareja, lo cual le resulta natural por el solo hecho de ser hombre. De esta
forma, considera que siempre tiene la razón y menosprecia las ideas que provengan de
ella y lo contradigan, porque aprendió como hombre que así debe de ser.

E: ¿Consideras que siempre tienes la razón, impones tus ideas, suponiendo que las de ella
están siempre o casi siempre equivocadas?
C: Yo creo que sí. A todos nos pasa eso, siempre tenemos ese tic de tener la razón en
todo, ¿no?, como quien dice, el varón es el que más razón tiene que la mujer, creo, por lo
que he visto así, ¿no?
E: ¿Por qué?
C: No sé, por el hecho de ser hombre, así, más creo
E: ¿Qué sientes cuando ella plantea ideas que te contradicen?
C: Un poco de menosprecio se puede decir a la idea que ella tiene.
Esto hace también que en muchas oportunidades, cuando piensa que ella lo va a
contradecir, tome decisiones de manera unilateral en aspectos que concierne a ambos,
tales como en la educación de los hijos, en gastos para el hogar, etc.
Sí, sí tomo decisiones sin su consentimiento. Eh, por el hecho de no compatibilizar, ¿no?,
de no tener las mismas ideas a veces. Por ejemplo, le puse a mi hija en un colegio
particular en contra de la voluntad de ella, porque decía que era caro, pero igual pe, yo dije
si yo trabajo voy a correrme con el gasto. Ella no quería, qué tanto vamos a gastar, así,
ella se opuso, después ya, se convenció.

Carlos plantea que no tiene inconveniente alguno en participar en los quehaceres


domésticos para apoyar a su pareja cuando lo requiera, en algunas ocasiones incluso
cuando ella no se lo pide o se opone. Le resulta fácil hacerlos porque toda su vida, al vivir
lejos de sus padres, tuvo que resolver las necesidades domésticas por sí mismo. Hay
ocasiones en que otras mujeres se admiran de su actitud en comparación a lo que sucede
con sus maridos, pero él muestra ese comportamiento como normal y sin prejuicios.

Hago tareas de la casa, desde pequeño, con mis hermanas así, cada uno dependió de sí
mismo, siempre nos ha puesto como concepto eso que, cuando fuéramos grandes nunca
dejemos de lavar nuestra propia ropa, y siempre cuando hay que meter mano a la cocina,
yo me entro nomá, a veces sin decirle, a veces me dice: -¡Qué!, pa’ qué entras-, así no, a
veces un poco que sus primas le dicen que mi esposo no hace eso, yo le digo yo siempre
he sido así, si eso es así

Carlos considera que pegar a una mujer es malo, en cualquier circunstancia, aunque
cuando discuten tiene deseos de agredirla físicamente. Ha descubierto como alternativa
para evitarlo el retirarse de la casa y volver luego, cuando los ánimos se han enfriado,
para conversar calmadamente. Aduce que, a pesar de no haberse puesto de acuerdo en
que ésa será la táctica para evitar la violencia, ella no lo considera como una agresión
más, porque lo conoce muy bien.
Cuando discutimos fuertemente, me voy, salgo de la casa y hasta que todo se tranquilice.
En caliente uno puede reventar. Luego vuelvo y le digo -a ver, ya ahora que está todo frío
cómo es el asunto- Que en caliente es un poco fuerte, así. Cuando me salgo ella no se
enfurece porque me conoce. Ya muchas veces, hemos tratado muchos temas y siempre yo
he hecho eso

Pero su rechazo a la violencia física contra la mujer no es contundente, plantea que no


sabe cómo reaccionaría si su esposa incurre reiteradamente en faltas a su rol tradicional
de ama de casa, o le es infiel, pues hasta el momento eso nunca ha ocurrido. Su posición
es ambigua, ya que por un lado rechaza aún en esos casos la violencia y plantea que si
se dieran tales hechos preferiría terminar la relación, por otro intenta justificar los casos de
violencia física contra la mujer, poniéndola como la causante de esa reacción masculina.

Yo he visto, las mujeres mismas provocan (que les peguen), el hecho mismo de que se
van con otro (hombre), otro puede ser que no les hacen caso, no les atienden bien (a sus
maridos). Me tendría que poner en ese caso para saber cómo reacciono, pero no sé, la
verdad es que no justificaría. Simplemente ya pe, no me trata bien, tranquilamente me
retiro. Yo siempre a mi esposa le digo, si a mí no me tienes presente, es porque no hay
nada. Tengo un amigo que su esposa se dedica a vagar, le mete un somnífero al hijo y
ella se va a la fiesta, y el esposo ahí trabajando, y al día siguiente llega, ve todo eso,
entonces, ahí veo que la golpea, pero no sé, la verdad es que tendría que estar ahí, ¿no?.
Recibe frecuentemente presiones de parte de los amigos que le incitan a pegar a la mujer
para hacerse respetar. Pero Carlos siempre tiene salidas para eso, retándolos a hacer
eso con sus propias parejas y no dar consejos a otros que, como él, fueron formados en
un ambiente ausente de violencia física entre esposos.

Los amigos sí que me comentan, oye, hay que meterles su chiquita ¿no?. Yo
simplemente les digo, si tú quieres hacerlo, hazlo con tu esposa, así, nada más. A mí mis
padres me han formado de distinta forma, nunca los he visto pelearse.

Éste es el caso de alguien quien creció en un ambiente de no violencia física entre sus
padres, que además, por las oportunidades de participar en agrupaciones dirigidas por la
Iglesia que predican un mensaje de paz, y tal vez por su paso por la universidad donde se
podría observar un horizonte más amplio en las relaciones humanas, tenga claro que la
violencia física contra la mujer es algo malo y repudiable. Pero es también la situación de
alguien que la única vez que su conciencia supuestamente no violenta fue puesta a
prueba, en un acontecimiento considerado como grave en la afirmación de la identidad
masculina hegemónica como es el de la infidelidad (o sólo la posibilidad de ella),
reacciona violentamente contra su pareja. Por eso mismo él repite que no se siente
seguro de cuál sería su reacción si volviera a ponerse en situaciones similares, e intenta
veladamente justificar tal accionar por la conducta de las mujeres.
La vergüenza es grande para quien incluso predica las relaciones de mutuo respeto y
confianza que deben prodigarse las parejas entre sí y a la vez actúa con violencia contra
su pareja. Incluso se siente avergonzado de aparecer ante los demás como controlador
de su pareja, y por eso dar la imagen de “un salvaje”. Pero, por otro lado, mantiene muy
internalizado un sentimiento de superioridad masculina y de su rol de autoridad frente a
las mujeres. Él cree que las mujeres son intelectualmente deficientes e irracionales y,
por lo tanto, si ella contradice su opinión, no es porque ella pueda tener una razón válida,
sino porque no entiende y, por tanto, en sus propias palabras, es pasto de su
menosprecio. Resulta entonces muy probable que ante casos en los que perciba en
peligro su identidad como superior vuelva a actuar violentamente, a costa de los
sentimientos de culpa y de lo embarazoso que resultaría la situación frente a un
comportamiento cada vez más aceptado como no adecuado socialmente.

PALITO, 33 años. “Debe pedir permiso, soy el jefe de la familia, merezco respeto”

Este hombre, que quiso identificarse como Palito, vive en la ciudad de Cusco. Primero,
estudió en un Instituto Superior Tecnológico de donde egresó como técnico agropecuario
y posteriormente ingresó a la universidad para cursar estudios de ingeniería agrónoma
pero no los culminó. Actualmente está desocupado, pero anteriormente trabajó como
técnico agropecuario y chofer de camión de carga. Tiene una relación de convivencia de
4 años y dos hijos pequeños. Su esposa, que también cursó estudios superiores de
ingeniería agrónoma y no los culminó, trabaja como comerciante en una tienda ubicada
en su misma vivienda. Durante el periodo de su relación ocurrió un solo hecho de
violencia física contra su esposa y otro de violencia sexual, los cuales, según afirma, no
se volvieron a repetir. Sin embargo, sí utiliza otros mecanismos de control haciendo uso
de la violencia emocional.

Nació en Yucay, distrito de la provincia de Urubamba, a una hora de la ciudad de Cusco,


donde vivió hasta los 22 años. Fue el tercero de siete hermanos, hijo de un agricultor
pobre que no podía afrontar con sus ingresos las necesidades básicas de su familia. Por
eso su infancia estuvo llena de carencias materiales que pudieron ser medianamente
solucionadas gracias al apoyo de sus abuelos. En este periodo, si bien fue testigo de
discusiones entre sus padres, una sola vez lo fue de violencia física contra su madre. Se
produjo porque en una oportunidad su madre salió muy temprano al mercado a vender
sus hortalizas y no volvió sino hasta muy pasado el mediodía, descuidando la preparación
de alimentos para el esposo y los hijos. Cuando volvió fue duramente recriminada por el
esposo, discutieron y ella fue víctima de maltrato físico. Palito por ese entonces tendría
unos ocho años y recuerda que ese episodio le causó mucho dolor, temor a su padre y
sentimientos de culpa por lo que le estaba sucediendo a su madre, aunque no entendía
por qué.

Sentí lo peor, lo único que hice llorar pue, como nunca había visto ese tipo de peleas. Lloré
porque en ahí, a mi mamá le vi llorar. Me causó sentimiento, pena por mi mamá porque
estaba llorando y de repente por nuestra culpa estaba pasando esas cosas. En ese
momento no se qué pensaba, estaba tan aturdido que no podía hablar, ni mirarlo a mi
papá. No sé, pucha, daba ganas de escapar de mi casa.

Señala que la relación con su padre fue buena, una mezcla de afecto y disciplina, no
acostumbraba pegarle sino sólo reprenderlo duramente, aunque en una sola ocasión lo
castigó físicamente.

Una sola vez mi papá me corrigió, me sobó, pero de ahí también, yo para qué decir,
también siempre mi papá nos ha criado así, o sea, con rigor también cuando nos
portábamos mal. Mi relación con mi padre siempre fue lo mejor, había cariño, nos daba
todo, nos daba lo que tenía.

Tuvo una adolescencia tranquila, y durante ese periodo mantuvo relaciones de pareja
esporádicas, aunque recién se inició sexualmente a los 19 años con una chica que
conoció en el Instituto Tecnológico donde había ingresado. Con ella estuvo un par de
años hasta que terminó sus estudios, pues posteriormente viajó a la ciudad de Cusco
para estudiar ingeniería agrónoma y la dejó de ver. Luego de otras relaciones
esporádicas, inició una relación de pareja con una compañera de estudios. Le atrajo
mucho de ella su espíritu emprendedor y desde el primer momento ambos se sintieron
muy enamorados.

Luego de apenas tres meses de haber iniciado su relación decidieron convivir, pues les
era incómodo mantener relaciones en la misma casa donde convivía con todos sus
hermanos. Hasta el momento su padre lo mantenía, pero cuando decidió convivir le
cortaron las mesadas. Gracias a haberse graduado como técnico agrario pudo trabajar y
estudiar y tener lo mínimo necesario para mantener su nuevo hogar. A los pocos meses
de convivencia, su pareja salió embarazada. Ambos aún no hubieran querido tener un hijo
pero sólo usaban el método del ritmo y en una oportunidad éste falló. Aún no estaban en
condiciones económicas de tener hijos, por eso Palito insinuó a su pareja interrumpir el
embarazo, pero ella se enojó mucho con él y no aceptó siquiera discutirlo, por lo cual el
embarazo continuó y cuenta que a él no le quedó más remedio que aceptarlo. Palito
relata que hasta ese momento ella no aceptaba utilizar métodos modernos, de esta
manera poco tiempo después salió nuevamente embarazada. Actualmente, combinan el
método del ritmo con el uso del preservativo.
Su relación en general la cataloga como buena, aunque no ajena de conflictos. Confiesa
que en una sola ocasión le pegó, hecho por el cual ella guarda hasta ahora resentimiento.
Sucedió cuando al regresar de un largo viaje de trabajo no la encontró en su casa donde
él esperaba encontrarla y recibir sus atenciones. Lo primero que sintió fueron celos,
imaginándose que en ese momento le estaría siendo infiel.

Yo pensaba, qué hará pe todos los días, yo dije, sino estoy acá, pucha y encuentro, ni
siquiera ha pensado que yo iba a llegar ese día, porque un día después iba a llegar, me he
adelantado, y no estaba, pe, y eso un poco celos creo que me dio esa vez. Pensé que
podía estar con otro de repente.

Llamó a casa de sus hermanos y al saber que estaba allá, le exigió que volviese
inmediatamente, pero ella se demoró más de lo que podía soportar la paciencia de Palito.
La desobediencia que percibió en ella, unido a los celos que experimentaba, lo enardeció
aún más, y cuando volvió le increpó duramente y al no aceptar ella sus reproches sintió
que no respetaba su autoridad y la golpeó.

Estaba un poco celoso, y se demoró bastante pe, le he esperado casi como una hora, y le
he vuelto a llamar -, ya en eso me amargué. Sentí que no quería hacerme caso ¿no?,
porque yo inclusive le llamé hasta dos, hasta dos veces, no venía inmediatamente. Llegó
y me empezó a discutir, y en eso no sé cómo, se me fue un lapo. Ella no me ha
contestado nada, no me ha dicho nada, se puso a llorar, y de ahí como le vi llorar, pucha,
agarré el carro y seguí mi viaje.

Posteriormente, a medida que disminuía su enojo sintió remordimientos, porque pudo


analizar calmadamente que no había razón para sentir celos ya que realmente había
estado en casa de sus hermanos, y que su enojo y la violencia utilizada eran injustos.

Ya en el camino, yo mismo estaba ahí, con un remordimiento que no debía hacer, con la
culpa adentro ¿no?, no debía hacerle eso, porque ella me estaba diciendo la verdad. Ya
regresando de viaje, ya, le hice sus bromitas, pero un poco que estaba molesta nomá,
bueno, pero ya pasó pe, ahora normal.

Palito en varios pasajes de la entrevista se muestra en contra del uso de la violencia física
hacia la mujer. Da cuenta de los innumerables mensajes que ha recibido desde su niñez
respecto a lo nefasto de ese accionar y expresa temor en que ésta pueda causar la
desintegración de su hogar.
E: ¿Crees que está bien que un hombre trate de arreglar las cosas en su hogar pegando a
su esposa?
P: Yo pienso de que las cosas se debe actuar conversando, y nunca con la violencia, eso
me ha enseñado, inclusive, desde mis papás ¿no? Si hay violencia se rompe la familia,
hasta a veces puede llegar a separarse.
E: ¿Tiene miedo que eso ocurra?
P: Sí, tengo miedo, que todo el trabajo que se ha trabajado hasta hoy día vaya al agua y es
un problema ¿no?, y peor los niños, pue, cómo quedan...

Pero también hace la distinción entre la violencia que es justificable y la que no. Mas ese
discurso que deslegitima el uso de la violencia contra la mujer lo hace contradecirse en
relación a la existencia o no de causales que justifican dicha violencia. Cuando se le hace
notar las incoherencias de su discurso, ensaya un argumento que intenta distinguir entre
lo que él piensa y en su comportamiento violento, de carácter impulsivo, frente a un acto
como la infidelidad que convencionalmente vulnera las fibras íntimas de la masculinidad
hegemónica.
E: ¿Crees que podría existir alguna causa que justifique que un hombre le pegue a su
esposa?
P: Claro. Cuando la mujer te saca la vuelta. Y no solamente pegarle, sino hay que
dejarlo…. um….no pegarle, yo, mi política sería, no pegarle, sino decirle hasta acá y punto,
nunca más.
E: Al principio me dijiste que se justificaría pegarle
P: Pero yo tengo un momento en que, de repente cuando estaría amargo, ahí si, hasta no
sé qué le puedo hacer, pero cuando estoy así tranquilo, normal, no creo.

En una oportunidad en que llegó borracho a su casa, ante la negativa de ella de tener
relaciones sexuales, la violó. Palito relata que en ese momento no le importó la voluntad
de ella, sino sólo satisfacer sus deseos sexuales, y se sintió con el poder de hacerlo
porque se trataba de su esposa, condición que él piensa que le da el privilegio de hacer
uso y abuso de su cuerpo, mientras que con cualquier otra mujer, ante las mismas
circunstancias, él es conciente que no lo haría.
E: ¿Alguna vez le has forzado a tener relaciones sexuales cuando ella no quería?
P: Sí, ha sido una sola cuando llegué borracho, será pue, unos dos años. Llegué, yo le
había dicho de que quiero hacer el amor y ella no quería, -No, mañana, mañana-, me
decía, -No, estate sano-, me decía, -¡No, yo quiero hacer el amor ahora!-, Le he
recriminado pe, -¡Oye, qué tienes!-, así y le forcé pe, y lo hemos hecho.
E: ¿Qué pensaste cuando te dijo que no?
P: Lo único que pensaba era satisfacerme… No me importaba que ella no quisiera, pue,
sino lo único era satisfacer mi necesidad, lo que yo quería.
E: Claro, pero si estuvieras con otra mujer que no fuera tu esposa, ¿hubieras querido
satisfacer tu necesidad y la hubieras forzado?
P: No creo
E: ¿Entonces, cuál es la diferencia?
P: Um, bueno, porque es mi esposa.

Palito sabía que esa forma de actuar era injustificable pero lo hizo. Actuó desde su
posición de poder y probablemente también ayudado por el alcohol que desinhibe y
permite anular la censura moral para actuar en forma que se considera arbitraria y
abusiva en la mayoría de las situaciones. Además, a diferencia de otras circunstancias
ajenas al ámbito doméstico, su accionar no le representaba peligro alguno para su
integridad física y/o psíquica. Sólo reflexionó sobre lo negativo de su actuación cuando
percibió el daño y el dolor que estaba causando y se frenó, arrepintiéndose luego por lo
que había hecho.

Cuando le forcé a hacer el amor ella estaba llorando, y yo estaba haciendo el amor, y en
eso, ¿qué cosa es esto?, pucha, no estamos de acuerdo, mejor me bajo y me duermo
mejor tranquilo y no terminé. Um, lo peor, no debí hacer eso. Lo peor es que, o sea, soy
un torpe pue, soy un torpe, no debí hacer eso, no debo actuar de esa manera.

Es probable que hasta ese momento su pareja nunca se haya negado a tener relaciones
sexuales con él, al margen de sus deseos, y en esta ocasión lo hizo sólo porque estaba
borracho. En un estudio anterior se dio cuenta que un alto porcentaje de mujeres en
Cusco, que incluso considera que no pueden negarse a una relación sexual cuando lo
solicite el esposo aún cuando ellas no lo deseen, piensa que se justifica su negativa
cuando él está ebrio (Güezmes, Palomino y Ramos. 2002). Habría que preguntarse qué
pasaría si ella, respondiendo a sus deseos, se negara a tener relaciones sexuales, al
margen de su estado etílico.

Luego lo dejamos así no más, pero siempre ella me decía de que nunca hagas estas cosas
cuando estás borracho. Desde esa vez, bueno, si estoy con mis tragos, yo llego a mi casa,
a mi cuarto, a mi cama tranquilo.

En cuanto a otros aspectos de su relación de pareja, se muestra controlador del tipo de


relaciones que ella entabla. Así, por una desavenencia que tuvo con la familia de ella, por
mucho tiempo le impidió que los viera. Además, exige que le pida permiso cada vez que
desea salir de su casa, porque se siente con el poder y la autoridad para hacerlo.

E: ¿Exiges que ella te pida permiso para salir a algún lado?


P: Eso sí, debe pedir permiso, ¿no?
E: ¿Por qué?
P: Porque yo soy el jefe de la familia, merezco respeto, creo.

Palito considera que las decisiones importantes de la casa las debe tomar él, porque
además de ser el jefe, actúa racionalmente, mientras que ella no tendría esta capacidad.
Pero sí acepta que ella es una buena administradora de los gastos de la casa y confía
plenamente en ella, por eso nunca le pide cuentas al respecto y más bien regula los
gastos que realiza él.

De que yo tenga siempre la razón en mis decisiones, sí creo, porque yo siempre actúo con
la cabeza fría. Ella a veces es, cómo le puedo decir, ella a veces lo toma a la ligera las
cosas, pero en llevar las cuentas, así, ella es más inteligente que yo. (Por eso) nunca le he
pedido cuentas a ella, claro, más bien ella a veces me pide, cuando a veces estoy
gastando así

Participa con frecuencia en actividades domésticas, tales como lavar o cocinar, considera
que cuando ella lo requiera él tiene el deber de apoyarla.
Afirma que generalmente no utiliza los maltratos físicos para corregir a sus hijos, lo ha
hecho un par de veces de manera muy leve, mientras que en la mayoría de casos sólo los
amenaza y con eso le basta para controlarlos.

Éste es el caso de un hombre que ha asumido conscientemente que todo acto de


violencia física contra la mujer es malo, e inclusive tiene presente los peligros que su
dinámica produce en contra de la armonía y unidad de su familia, que él trata de cuidar.
La relación que entabla aparece a sus ojos como armónica, porque el nivel de control que
ejerce sobre su pareja y el grado de subordinación conseguido es tal, que probablemente
no ha necesitado, desde la perspectiva de la masculinidad hegemónica, el uso de mayor
violencia.
Palito es de los hombres que manejan un doble discurso, por un lado dice que en algunas
cosas su esposa es más inteligente que él, pero simultáneamente afirma que ella es
desatinada e inmadura y que él siempre tiene la razón. En ese contexto frente a cualquier
actitud que contradiga las decisiones tomadas unilateralmente por él, el peligro de
violencia física estará latente. Por eso, en las pocas veces que su pareja desafió su
autoridad, utilizó la violencia tanto física como sexual contra ella. El sentirse con un gran
desbalance de poder a su favor y el saberse que posee el rol de autoridad indiscutible, le
da licencia para actuar violentamente. Palito no garantiza cómo actuará si se presentara
otra ocasión en que sintiera que la actitud de su pareja mella su identidad masculina de
autoridad o su honor a través de la infidelidad, es probable que la violencia se vuelva a
repetir, a pesar de su consciente rechazo. Él hace la separación entre el ámbito cognitivo
de recusación al maltrato físico o sexual, y el del impulso incontrolable hacia la violencia
que ocasiona el saberse herido en las fibras más profundas de su identidad masculina.
Su arrepentimiento y sus sentimientos de culpa lo colocan en un círculo vicioso del cual
no ha aprendido a escapar.

PERCY, 41 AÑOS. “Nunca dejo que salga sola, porque tengo miedo de que me
saque la vuelta”
Percy vive en la ciudad de Cusco, no tiene estudios secundarios completos y trabaja
como albañil de manera eventual y también como zapatero. Tiene una relación de
convivencia de 20 años y tres hijos adolescentes. Su pareja, que tampoco terminó sus
estudios secundarios, trabaja como vendedora ambulante. Si bien en los primeros años
de la convivencia hubo varios episodios de violencia física y sexual, por lo que podríamos
haberlo clasificado entre los hombres que agreden físicamente, hace aproximadamente
diez años – según afirma – que estos hechos no se han repetido y desde entonces
mantiene el control de la relación en base a diferentes muestras de violencia emocional.
Nació en la provincia de Urubamba, y es el mayor de tres hermanos. Cuando apenas
tenía cuatro años murió su padre sirviendo como soldado en el ejército, y su madre, que
por entonces era muy joven, no podía criarlos a los tres. Los abuelos paternos que vivían
en la ciudad del Cusco optaron por llevárselo y criarlo sólo a él. Fue testigo de
innumerables maltratos físicos y psicológicos contra su abuela de parte de su abuelo.
Éste se dedicaba a la bebida y a pesar que tenía negocios que le proporcionaban un
buen ingreso, regateaba el dinero que le daba a la abuela. Percy vivió estos episodios
violentos con mucho dolor e impotencia por no poder hacer algo para protegerla.
Siempre le vi que le pegaba a mi abuelita y juntos salíamos afuera, dormíamos afuera
hasta que mi abuelito se vuelva sano. Yo me amargaba, renegaba, decía cómo no soy
grande para defenderla. A lo menos yo sufría bastante, porque no había una tarde que a
mi abuelita no le hacía llorar. Mi abuelita cumplía con lo que le alcanzaba para la comida,
pero él estaba comiendo bien y comenzaba, se exaltaba un poco, ¡por qué hablas en ese
idioma!, ¡pa!, agarraba el plato de sopa en su cara lo arrojaba.

El abuelo nunca le proporcionó apoyo económico para sus gastos escolares y personales,
por lo que desde muy niño tuvo que trabajar ayudando a cargar bolsas en los mercados y
haciendo “mandados” para los vecinos. Acudía a la escuela sin zapatos, con ropa muy
maltratada y sucia porque no tenía con qué cambiarse, por lo que era pasto de las burlas,
del desprecio y del maltrato físico de sus demás compañeros.
A partir de los doce años se sintió con fuerzas para enfrentarse a su abuelo y evitar que
siga maltratando a su abuela, lo cual resultó importante para el cese de la violencia. A los
catorce años se inició como ayudante en obras de construcción, oficio que sigue
practicando. Cuando empezó a recibir un salario de manera regular, se inició una etapa
de constantes borracheras durante los fines de semana con sus compañeros de trabajo.
Descuidó sus estudios en el colegio y muchas veces fue reprobado. A los quince años
fue invitado por un tío a ser su ayudante en un taller de zapatería en Lima. De esta
manera aprendió el oficio, pero no permaneció mucho tiempo, ya que inició un romance
con una de sus primas. Era su primera relación de pareja y también con ella inició sus
primeras experiencias sexuales, pero sus tíos los descubrieron y por esa razón fue
enviado de regreso al Cusco.
Hasta los veinte años mantuvo relaciones esporádicas con varias muchachas, y sólo de
una se sintió muy enamorado pero, según su testimonio, él afirma que ella lo abandonó
por otro hombre y esto lo sumió en una profunda tristeza, melló enormemente su amor
propio y se dedicó a la bebida como forma de evadir esa realidad que creía que era la
última oportunidad amorosa en su vida. Es en este contexto en que inicia una relación
con quien poco después se convertiría en su pareja conyugal.
La conocía de toda la vida pues era su vecina, aunque hasta el momento no se había
fijado en ella porque le llevaba cinco años de edad. Cuando él contaba con 21 años y ella
con 16, inician un primer acercamiento amoroso en una fiesta familiar que en el
transcurso de los días se convierte en una relación de pareja. Pocos meses después ella
le anuncia que estaba embarazada, pero él asume una actitud indiferente ante tal
situación porque consideraba que no estaba preparado y tampoco se sentía enamorado.
Por eso opta por huir, aprovechando un ofrecimiento para trabajar en otra provincia.
Faltando poco tiempo para el alumbramiento y enterado el padre de la chica que él estaba
de visita en Cusco, fue a verlo para confrontarlo con la disyuntiva de asumir su
responsabilidad u olvidarse para siempre de ese hijo por nacer. En ese momento Percy
optó por negar cualquier tipo de compromiso con la chica. Pero transcurridos los días,
una oleada de remordimientos le vino a la mente, le sonaron insistentemente las palabras
de la abuela como un reproche, consideró que debería asumir sus responsabilidades y
decidió volver. Así, se presentó ante ella y sus padres y les comunicó su deseo de formar
una familia.

Algo me enseñó también mi abuelita de que cuando hay hijo hay que ser responsable, hay
que ser responsable ya, entonce esa palabra me acordé yo y dije pue, entonces tengo que
asumir.
La muchacha, que siempre estuvo muy enamorada de él, aceptó de buena gana y de esta
forma iniciaron su vida en pareja. Muy rápidamente llegaron el segundo y tercer hijo
porque, a pesar que no los tenían planificados, no se cuidaban31. Durante los primeros
diez años de convivencia Percy continuó con sus borracheras de fin de semana, además
mantuvo relaciones amorosas paralelas. Según narra, en ningunos de estos casos su
esposa se llegó a enterar, aunque por los comentarios y reproches que le hacía, era
probable que lo sospechara.
En esta etapa también se sucedieron varios hechos de violencia contra su pareja. Todas
tenían como denominador común la necesidad de demostrar, ante sí mismo y ante los
demás, que quien tenía la autoridad en la casa era él. Buscaba amedrentar a su pareja y
dominar la relación, para que no ose siquiera cuestionar lo que él mismo consideraba
reprobable, es decir, sus borracheras y sus infidelidades en caso lo descubriesen.
Una fecha, yo me recuerdo bastante, a mi esposa lo pegué cuando se perdió una gallina y
no cuidó, entonces, por eso le agarré a lapos ¡por qué no cuidas!, diciendo… La intención
simplemente que me tenga miedo, porque, por entonces esas fechas como estaba
tomando y estaba pensando también otras cositas, entonces, alguna vez si me coge algo,
entonce, cómo me va a tener miedo, no me va decir nada, entonce buscaba pretexto ¿no?,
para siempre enojar.

En esta ocasión además le pareció justo y se creyó con el derecho, dado su rol de
autoridad, de castigar físicamente a alguien subordinado con la intención de corregir algo
que trastocaba el orden del hogar. Junto con ello, sintió la necesidad de demostrar su
poder ante quienes lo rodeaban, más allá del ámbito familiar, dando señales explícitas de
que quien mandaba era él.

Simplemente tenía ganas de pegarle, o sea, amargo, renegaba, o sea, me sentí él más -
más, el máximo de la casa para ella, pegarle porque de esta casa no debe desaparecer
nada. Ese rato pensé que era justo pegarle, porque ella no cuidó y además quería que
escuchen mis vecinos de que yo roncaba en la casa, que soy el que grito en la casa.

Luego se inició la etapa del remordimiento por la agresión. Percy tomó conciencia de que
estaba reproduciendo la misma dinámica violenta que tanto le hizo sufrir durante su niñez,
ocasionando ahora dolor a su mujer y sus hijos, y prometió sinceramente no volverlo a
cometer. Hay que anotar, según el relato de Percy, la actitud fatalista y resignada de la
mujer ante un mundo en el que no encuentra salidas ni protección para ella por lo que
pone su suerte en manos de su dominador.

Al día siguiente dentro de mí decía, cómo le he pegado, porque ella también ha sufrido
bastante, yo también he sufrido, entonces, por una gallina, no creo que valía la pena que
esté así. Me recordé la vida que yo tenía en mi niñez. Porque como mi abuelito venía a
pegarle, mi abuelita sufría, entonces, yo pienso que ella también sufrirá pues igualito. Mi
hijo también ha visto que lo he pegado, entonces, mi hijo también lloraba, ella decía por
qué me pegas, por qué me maltratas, por una gallina... Conversamos, ella me dijo: “ya está
bien, pero que no pase otra vez. Si por una gallina tú me metes la mano, qué podré hacer
porque estoy acostumbrada a sufrir”, me dijo, “si sería una mujer intocable ya me hubiera

31
En un estudio reciente encontramos que esa falta de planificación aducida por los hombres sería
aparente, pues hasta alcanzar el número ideal de hijos, que en algunos casos es de dos y en algunos de
tres hijos, dejan que los hechos transcurran. Luego de ese número sí se preocupan, porque se pondría en
juego su capacidad como proveedor, e insisten que la pareja se cuide con métodos más eficaces (Palomino,
et al. 2003).
ido a quejar a mi papá, pero lamentablemente mis papás también no toman interés de mí,
entonces, tendré que soportarte nomás”, me dijo. Dije, “discúlpame, no va pasar en otra
vez”.

No pasaron más de tres meses cuando le volvió a pegar. Nuevamente sintió que
cuestionaban su autoridad y ponían obstáculos al ejercicio de privilegios, inclusive los que
denotan irresponsabilidad. Percy narra cómo emergieron los sentimientos de cólera y la
necesidad de afirmar su dominación, sin acordarse de sus propósitos de enmienda.

Sí, después en otra vez, dos meses, tres meses creo que pasó, también lo pegué porque
llegué a la casa y me dijo descansa nomás, entonces, no quiso que salga, entonce, lo
pegué porque no me dejó salir a tomar, porque había baile, había ambiente, o sea, quería
disfrutar. Simplemente me olvidé de mi promesa, me amargué, o sea, de un momento a
otra se me salió la amargura, no sé de dónde me salió fuerza y lo agarré, y lo dejé ya así
llorando.

Vuelve a señalar la necesidad de demostrar su masculinidad ante los ojos de los demás,
dando muestras explícitas de su autoridad, para que no quepa la menor duda de ello y no
ser acusado de dominado por su mujer, es decir, de un “menos hombre”.

O sea, quería que me tenga miedo ¿no?, que me deje caminar. Ante los que me escuchan
también. Yo sabía que los vecinos me escuchaban, porque, el que hacía antes caso a su
esposa la palabra era saco largo ¿no? Ése es así, dominao por su mujer, así, entonces,
no me gustaba esa palabra. Mis amigos podían decir -Ya sé por qué no habrás regresado
porque tú eres saco largo, tú eres así, dominao por tu mujer-. Entonces, esa es la
palabra que me remordía, mi mujer me decía que no, y que no, yo tenía que ir y lo pegué.

Nuevamente, pasado el incidente, relata que los remordimientos lo colmaron por seguir
reproduciendo situaciones de dolor vividas durante su niñez que él mismo las rechazó, los
sentimientos de culpa lo invadieron por haber reincidido en la violencia a pesar de sus
propósitos de enmienda. Fue tal su vergüenza que no se atrevió a pedir disculpas
estando sobrio sino que se dio valor mediante el alcohol. Aquí volvemos a notar, según
cuenta Palito, la actitud sumisa de la mujer de aceptar la voluntad “magnánima” del
esposo de pedir disculpas, aunque de la misma manera pudo aceptar resignadamente
que no lo hiciera.

Al día siguiente ya, en mi trabajo ya, devuelta analicé cómo, por divertirme un poco en ahí,
por tomar una chicha…, pensé de vuelta también en la niñez que pasé. Pensé de que la
vez pasada pasó, ahora pasó, no sé, y me puse triste y recordé a mi abuelita de que sufría
mucho, y me fui a tomar a una picantería, solito me fui, como antes. Borracho me he ido a
mi casa, así borracho, cobarde me he tenido que disculpar -ya no va pasar esas cosas-.
Creo que me había comprado pollo -anda come. Esa fecha sí, borracho me he pedido
disculpas, no sano, no me dijo nada. Después no hemos vuelto a hablar (del asunto).

En otra ocasión se sintió con el derecho de pegarle públicamente, buscando corregirla


para que no vuelva a emborracharse, pues éste es un privilegio asignado socialmente
sólo a los hombres. Intentaba amedrentarla no sólo a ella, sino también a quienes osaron
persuadirla para que bebiera.
Una fecha sus amigas la habían hecho tomar en la picantería, pero con dos vasos de
chicha ya media sampadita estaba ya. Sí, le hice pasar mal, a todos les he echado con la
chicha que habían llevado. ¡Por qué tomas!, sí, le agarré a lapos en ahí mismo. Mi prima
siempre de más antes le fastidiaba: -Vamos a tomar, qué cosa, acaso el hombre no más
tiene derecho, nosotros también tenemos derecho a tomar. Lo pegué porque sólo así no
tomaría. Quería corregirla, sólo eso.

Percy relata que una vez más se arrepintió, le pareció que su reacción había sido
desproporcionada, sobre todo si tomaba en cuenta las veces que él se otorgó las licencias
de hacer lo mismo bajo la mirada resignada de ella. Sin embargo, luego se justifica, tanto
con la actitud sumisa de ella que, según cuenta, le agradece haberla conducido por el
camino correcto, como por el hecho que él mismo está convencido que su obligación era
evitar que ese ser subordinado, sin criterio propio, débil por naturaleza, se pierda por el
mal ejemplo. A la vez se cree con el derecho de supervisar y escoger a las personas con
quienes ella pueda entablar amistad.

Claro, después me di cuenta, si ella dos vasos de chicha ha tomado y yo le pegué, pero
ella me ha soportado por lo que yo tomaba. Pero, una fecha me dijo mi esposa: “Gracias
Percy que esa fecha te enojaste, porque de repente yo hubiera seguido tomando, porque
ella siempre me incentiva, vamos a tomar una chichita”. Entonce, eso es para corregirla,
¿no?, que no se junte pe, porque (esa persona que le incentiva a tomar) es mala pe, si
quieres conversar, conversa con alguien que te pueda orientar.

Percy cuenta que en dos oportunidades, por esta misma época, la violentó sexualmente.
La negativa de ella fue interpretada como consecuencia de actos de infidelidad. Es decir,
sintió que el cuerpo y la sexualidad de ella se escapaban de su control. Entonces, la
violación si bien fue un acto de autosatisfacción sexual sin tener en cuenta los deseos y el
placer de ella, fue fundamentalmente un hecho de sometimiento y un esfuerzo por
retomar el control de algo que sentía se le escapaba de las manos. También, como él
mismo señala, fue una acción que buscaba disuadirla de cualquier intento posterior de
rechazo.

La primera vez le forcé porque yo sentí ganas de tener relaciones, ella no tenía. Ese rato
pensé de que no me quería a mí, o es que simplemente tiene otro, entonces con otro tiene
relaciones. Si, eso pensé, por eso le agarré a la fuerza y pensé de que sólo así obligado a
que me quiera, siempre esté a mi lado, ese rato también pensé que me tenga miedo
siempre.

En este caso no sintió remordimiento alguno, a pesar de percibir el malestar y el rechazo


de ella, porque entendía que recuperaba algo que supuestamente le era propio. El
conseguir lo que quería, significa el restituir el ejercicio de un privilegio que le
correspondería como dueño del cuerpo, la voluntad y la sexualidad de su pareja.

No pedí disculpas. Así lo dejé. Ella simplemente reaccionó fuerte, pero ya, pasó pues
¿no?, yo conseguí lo que quería, pero ella parece que de mala manera, dentro de ella
sintió odio para mí, pienso, o sea, no odio, no, sino una amargura, ¿no? -Por qué me tratas
así como cualquier animal, ni el animal siendo así-, me dijo pues ese rato, sí.

En la segunda ocasión, el contexto fue distinto. De acuerdo a otros estudios, existe la


creencia bien arraigada, tanto en el ámbito urbano como rural, que no es conveniente
tener relaciones sexuales cuando se está borracho, y que por tanto una esposa está en el
derecho de rechazarla cuando se da esta situación32. Por esa razón, Percy reconoce su
conducta como indebida y en este caso sí se disculpa.

En la segunda vez lo forcé tomado, porque borracho he ido, entonce, borracho le forcé,
eso sí he pedido disculpas porque borracho lo hice, discúlpame pues.

Como señaláramos anteriormente, los episodios de violencia física y violencia sexual se


dieron en los primeros diez años de convivencia, en el contexto de una vida disipada, de
borracheras semanales con los amigos y relaciones paralelas de pareja. Luego de esto,
sucedieron diversas experiencias que influyeron para que Percy pusiera fin a esta forma
de vida y, a partir de entonces, buscara evitar la violencia física o sexual contra su
esposa.
La primera fue un hecho ocurrido en la recepción ofrecida por el alcalde del distrito de
Wanchaq (ciudad de Cusco) al ingeniero contratista, con ocasión de la inauguración de
una obra de construcción, donde también fueron invitados los trabajadores quienes
podían asistir acompañados de sus esposas. Uno de los compañeros de trabajo llevó a
la amante y, en medio de la fiesta, apareció la esposa armando un escándalo que
avergonzó, no sólo al susodicho, sino a todos los compañeros. Esto le trajo graves
consecuencias pues fue despedido del trabajo y, lo que le resultó peor, su esposa e hijos
lo abandonaron. Para Percy ésta fue una llamada de alerta, pues tomó conciencia de
todo lo que arriesgaba con la vida que llevaba y, en ese momento, decidió poner fin a las
relaciones paralelas y a las visitas sabatinas a las cantinas, y asumir sus
responsabilidades como padre y esposo.
Entonce, ahí es lo que cambié bastante, bastante, dejé de tener otra mujer, dejé de pensar
en cosas. Ese tremendo lío, eso es lo que me ha incentivado más de ya no tener
problemas. Más me dediqué a mi esposa, y mi esposa siempre trabaja en el mercado,
entonces, de ahí ya, cada tarde siempre me iba donde mi esposa a recogerla, vámonos
temprano, diciendo. Me preocupé de su ropa, o sea, la responsabilidad de uno mismo, o
sea, de ser padre con mis hijos mismo, la plata que me lo gastaba acá en borracheras,
entonces, tenía que darle a mis hijos.

La segunda experiencia que influyó en él ocurrió cuando tuvo la ocasión de trabajar para
un médico a quien le llegó a tener mucha confianza. Durante el tiempo que trabajó para
él pudo percibir el tipo de relaciones de comprensión que éste llevaba con su esposa e
hijos. En alguna oportunidad le pidió al médico consejos sobre los problemas conyugales
que tenía y recibió muchos aportes, tanto él como su pareja, de cómo llevar una vida sin
violencia. Percy considera que la interacción con este personaje lo ayudó
paulatinamente a cambiar.

32
En las áreas rurales del Perú, las razones por las cuales las mujeres se negarían a tener relaciones
sexuales con su pareja en estado de ebriedad, no estaría referidas tanto a su falta de deseo sexual que les
ocasionaría tal situación, sino al peligro que luego el varón, al no recordarse de este episodio, niegue la
paternidad del hijo producto de esa relación. Otra de las razones, es por la creencia que los hijos, producto
de esa relación, nacerían con problemas genéticos (Ramos, 2003). “(Tener relaciones sexuales) con una
persona que actúa bajo la influencia del alcohol es como estar con un desconocido. Porque sus respuestas
son impredecibles” (A.Ramirez, 2000). En el estudio multicétrico de la OMS sobre violencia contra la mujer,
el 62% de las mujeres de Cusco señalaron que pueden negarse a una relación sexual ‘cuando el marido
está ebrio’, frente al solo 48% de ‘cuando ella no lo desea’ (Güezmes, Palomino y Ramos, 2002)
El doctor me llegó a querer, entonces, yo confié mi problema, doctor tengo este problema,
diciendo, y me explicó. Él me decía de que, a tu esposa tú no le debes pegar, si hay algún
error que la esposa comete, tienes para eso dientes para hablar, tú tienes que hablar,
conversar, el diálogo es lo importante, bastante me ha lavao la cabeza. A mi esposa
también una fecha lo ha llamado, nos ha explicado a los dos. ‘Lo que haces, tú no te haces
daño a ti, ni a tu esposa, se lo estás haciendo a los hijos, eso me dijo y me ayudó bastante,
entonces, de ahí yo, como le digo, poco a poco cambié de esas cosas que yo hacía.

Sin embargo, ante cualquier conflicto en el que interpreta que su autoridad es


cuestionada o no se respeta el orden que él ha establecido, siente ganas de agredirla
físicamente pero se reprime. De manera espontánea ha aprendido a reconocer cuándo
está a punto de desatar la violencia física y no sabe de otra forma de evitarla que
retirándose abruptamente del lugar de discusión.

P: Seguimos discutiendo de asuntos de dinero. Cuando me pide más plata yo le exijo que
me explique qué hace con lo que gana. Ella no me explicaba, decía -no sé, pero compro
pues- y se va, así no más me decía –compro- y se va.
E: Entonces, no te da explicaciones satisfactorias. ¿Ante eso qué sentías?
P: Tenía ganas de pegarle.
E: ¿Y porque te reprimías?
P: No, me aguantaba, qué le voy a pegar, no, mejor me voy corriendo, me iba yo.

Percy asegura que actualmente respeta los deseos y la voluntad de su esposa en lo que
se refiere a las relaciones sexuales, pero no está seguro que en el fondo esto sea así.
Percibe, más bien, que el asentimiento que logra de ella podría ser producto del temor
que le produce el recuerdo de sus violencias pasadas y/o la posibilidad que él vuelva a
sus prácticas sexuales extramaritales, una de las sospechas que tiempo atrás ella
mantuvo.
Si, a veces pienso que me acepta por miedo a que yo me moleste, pero yo le digo de
frente: -Hijita, se puede o no se puede, tú dime-, entonce..... Una fecha ella me dijo de
que: -A veces yo te acepto porque tengo miedo de que con alguna mujer te vayas-, eso me
dijo, sí, por eso a veces te acepto.

La relación que desarrolla cotidianamente con su pareja se caracteriza por el control que
ejerce sobre ella, en las relaciones que entabla y en el contenido de las mismas. Se
siente con el poder y la autoridad para asentir o prohibir determinados vínculos de
amistad, evaluando de acuerdo a su criterio lo que conviene o no a su pareja, y
descartando cualquier posibilidad que ella tenga el suficiente discernimiento para hacer su
propia selección. Es muy probable que cuando Percy señala que no le permite juntarse
con “señoras que no les interesa su hogar” aluda al temor que tendría de que su esposa
escuche y asuma criterios que permitan cuestionar su rol de autoridad.

Sí, he prohibido que vea algunas amistades, porque yo quise que mi esposa se juntara
con gente más o menos que, cuando ella le cuente algún problema, porque entre señoras
se cuentan sus problemas, entonce, hay señoras que no le interesa su hogar. De esas
señoras le he prohibido, sí, que no conversara, porque, dentro de mí pienso de que le van
enseñar las mismas cosas.
El temor que el cuerpo y la sexualidad de ella puedan escaparse de su control es
constante, y la posibilidad de algún acto de infidelidad de parte de su pareja pende
permanentemente, como una “espada de Damocles”, sobre la cabeza de Percy, a pesar
que hasta el momento ella no haya dado indicio alguno al respecto. Su inseguridad,
basada en la percepción que el solo hecho de entablar conversación con otro hombre es
exponerse a un acto de conquista que indefectiblemente quiebre la voluntad de ella, le
produce mucho malestar y deseos de afirmar claramente los límites de sus dominios
mediante la violencia. Así, intenta controlarla tratando de conocer los pormenores de su
conversación y poniendo en evidencia ante ella su malestar y disconformidad.

E: ¿Te molesta si ella habla con otro hombre?


P: Sí, me molesto. Pienso de que, como mayormente en mis vecinos hay muchos
hogares que se han separado, entonces, sí me molesto, pero no le enojo sino le hablo, qué
cosa te ha dicho, qué han hablado.
E: ¿Qué sientes cuando habla con otro hombre?
P: Me amargo, tengo ganas de enojarlo, correrle y pegarle.
E: ¿Tienes miedo que te pueda sacar la vuelta?
P: Sí tengo
E: Sospechas a menudo que te es infiel
P: A veces sí sospecho. Es que, veo en mis vecinos y amigos
E: Pero, ¿te ha dado motivos para que sospeches de ella?
P: No, no, nunca
E: ¿Pero, a pesar de eso, crees que podría suceder?
P: Sí

En esta misma dirección, no permite, por el temor a la infidelidad, que su pareja salga sola
o acompañada por otras personas si él mismo no está también presente,

E: Cuando ella, por ejemplo, te dice, vamos al cine o a bailar, y tú dices, no, estoy
cansado, y dice, bueno yo me voy con mis amigas, ¿qué ocurre?
P: Yo, yo le acepto, vamos juntos
E: ¿Y no dejas que vaya sin ti?
P: No, nunca le dejo sola
E: ¿Por qué?
P: Porque tengo miedo, o sea, pienso de que me puede sacar la vuelta

Si bien ya no utiliza la violencia física para mantener su autoridad, sí lo hace mediante la


violencia verbal, cuando percibe que los roles y obligaciones asignados a cada miembro
del hogar no se cumplen. Así, considera que es responsabilidad de su esposa la
supervisión y la corrección en la formación de los hijos y, por tanto, cuando asume que
éstos no van por el camino considerado por él como el correcto, la recrimina
violentamente y la hace única responsable de lo que sucede. Cuando ella le contesta,
siente aún más el malestar y desfoga su cólera mediante insultos.

Cuando mis hijos a veces no me hacen caso en el estudio, o es que a veces, a medio año
salen con cursos jalados, le echo la culpa a mi esposa, o sea, le mando un par de ajos y le
carajeo, ¡por qué no haces nada, que esto que aquello, por qué no estás junto a este o al
otro, por qué no vas al colegio! A veces ella también salta, ¡tú también por qué no vas
pues, acaso yo nomás, sino tú también! Sí, ese rato mi amargura lo desfogo, tengo eso de
gritarle, eso es, sí lo hago.

Los primeros diez años también utilizaba el maltrato físico como medio para corregir y
castigar a sus hijos, pero ya no lo hace porque éstos son adolescentes y teme ser víctima
de insubordinación o alguna reacción violenta de parte de ellos, y no quiere exponerse.

Cuando eran pequeños sí les pegaba, pero ahora no. Ahora están grandes, y si les pego
pues de repente me responden.

Su sentido de superioridad frente a su pareja y la creencia en la infalibilidad de sus ideas


y decisiones, hace que vea a todos sus subordinados como personas disminuidas
mentalmente y que dependen de sus resoluciones siempre tomadas con buen criterio. De
la imposición de sus ideas y decisiones depende su afirmación como única autoridad.

E: ¿Tomas decisiones sin consultar con ella?


P: A veces, porque pienso de que está bien lo que voy a decidir, ella también va aceptar.
E: ¿Eso es porque crees que tienes toda la autoridad?
P: Ajá, sí. O sea, ese don siempre tengo, yo debo ser él máximo en la casa
E: ¿Consideras que siempre tienes la razón y ella nunca o casi nunca?
P: Sí, sí sigo pensando que tengo más razón
E: ¿Por qué?
P: O sea, pienso de que quiero hacer valer siempre lo que soy, el jefe de la casa, yo
siempre tengo razón

Percy utiliza otras formas más sutiles de dominación, como son el chantaje emocional,
cuando por ejemplo ella está indispuesta, enferma o cansada, y no le brinda los servicios
que él le solicita, la hace sentir mal diciéndole “es que ya no me quieres” o expresiones
similares.

Otra de la formas de control que utilizaba anteriormente era a través del dinero,
centralizando absolutamente la posesión de aquél y tomando las decisiones en el gasto.
Pero afirma que ésta fue la situación que imperó sólo durante los primeros diez años de
casado. Para hacer efectivo el cambio de conducta que se propuso, es decir dejar de
tomar y evitar las relaciones paralelas, consideró que su esposa sería una mejor
administradora del dinero, y desde entonces asegura que el íntegro de sus ingresos se lo
entrega y sólo dispone de lo mínimo para sus gastos personales.

Durante estos últimos diez años, a raíz de dichos cambios, ha recibido frecuentemente
presiones de sus amigos, quienes se burlan de él porque no continúa la tradición
masculina de beber cada fin de semana. También tiene que soportar la marginación, ya
que sus pares no lo siguen reconociendo como uno de los suyos. Claramente se percibe
que, si bien ha podido manejar y asimilar las mofas, le duele mucho la exclusión a la que
es sometido, que resulta siendo un costo por no mantener esa conducta socialmente
esperada.

“Oye, hazte ver Percy, vamos a tomar unas...”, no, no les hago caso, pero siempre me
dicen ‘saco largo’. Gracias a Dios estoy curado, entonces, no le hago caso. Pero a veces
ya no me hablan como antes, ya no me dicen que: “Oye, Percy, vamos”, no, -Hola, hola-,
nada más, porque antes cuando tomábamos, así, sus cumpleaños también me invitaban,
pero ahora no.
Son los costos que él señala debe asumir por ser un buen padre, un eficaz proveedor y ya
escogió un camino diferente por el bien de sus hijos.

Ya tampoco me resiento porque primero son mis hijos. Yo pienso de que estoy ayudando
a que mis hijos se educan más, que estén más allá de lo que yo estoy, por lo menos en su
educación, si yo no he terminado mi secundaria, mis hijos, por lo menos uno de los tres
siquiera que ingrese a la universidad ahora.

Éste es el caso de un hombre que tiene muy interiorizado un sentimiento de superioridad


masculina del cual emana su rol de autoridad y su sentido jerárquico de las relaciones.
Aprendió que una de las formas de mantener ese estatus superior, fuertemente
relacionado con su identidad masculina, era a través de la violencia física y en ocasiones
también sexual, con lo cual conseguía tanto corregir lo que dentro del orden impuesto por
él andaba mal, como producir temor, que es también una de las formas de reproducir el
poder y mantener el estatus quo, sin que se requiera necesariamente recurrir a los golpes
y al uso de la fuerza. Pero ese aprendizaje fue contradictorio pues a la vez captó que el
uso de la violencia física produce mucho dolor en las personas que quiere y a las que le
une un vínculo afectivo, y esa conciencia, plasmada en el recuerdo de esa abuela
sufriente, lo llevó a arrepentirse y hacerse el propósito de no volver a cometerlo luego de
cada acto violento contra su pareja. Sin embargo, la rutina se impuso y no ocurría nada
que cuestionara esta forma fácil de mantener su autoridad, a pesar de sus sentimientos
de culpa.

Dos hechos permitieron el quiebre de la dinámica de violencia anterior. Uno primero fue
el remezón que sufrió por el escándalo al amigo y las consecuencias en la destrucción de
su hogar que trajo aparejado. Lo sintió como en carne propia por lo similar de las
circunstancias que él estaba viviendo. El temor a perder su punto de referencia y de
realización como hombre adulto, es decir su hogar y su familia, lo forzó a parar, por lo
menos en dos de sus prácticas cotidianas que alentaban la violencia, la ingesta de
alcohol y las relaciones paralelas de pareja. Pero eso no bastaba, tenía que aprender a
controlar sus impulsos agresivos que lo llevaban inexorablemente al maltrato físico y
entonces juega un papel importante, como segundo hecho, la oportunidad de observar,
por un buen periodo, una relación familiar donde los conflictos no eran resueltos con la
violencia física. Además recibió, en ese sentido, el consejo de una persona a quien
respetaba y admiraba y que lo alentaba a dejar las prácticas violentas, haciéndolo tomar
conciencia de las consecuencias negativas hacia sus hijos.

Percy, aprendió a no pegar a su pareja cuando sentía que cuestionaban su autoridad,


siendo uno de los mecanismos el abandonar abruptamente la discusión cuando ésta
llegaba a un punto en que su cuerpo le daba señales de que el aumento de un grado más
en la temperatura de la discusión lo llevarían irremediablemente al uso del maltrato físico.
Pero los deseos de agredirla físicamente nunca desaparecieron, sólo fueron reprimidos.
Al no haber cambiado su concepción jerárquica de las relaciones de pareja, sus
sentimientos de superioridad, y su convicción en los roles tradicionales de género, la
violencia emocional continúa, tanto en sus formas más extremas de humillación e insultos,
como en las más sutiles del chantaje emocional, entre otras. Con ello logra los mismos
objetivos de sometimiento que con la violencia física, pero con mayor efectividad, y sin los
remordimientos y sentimientos de culpa que le producía la violencia física. La actitud
sumisa y fatalista que, según él, mantiene la mujer, contribuye, aunque hay que recalcar
que no es la causa, a que esta dinámica prosiga y hasta el momento no se produzca otro
acontecimiento que ponga en crisis a Percy. Aunque no lo admite expresamente, la edad
de los hijos, ya adolescentes, y consecuentemente el temor a sentirse desafiado e
inclusive agredido por ellos si salieran en defensa de su madre habría resultado otro
factor disuasivo para continuar con la práctica de violencia física, como hemos visto
también en otros casos. Recuérdese que es también su propia experiencia cuando se
enfrentó al abuelo en las mismas circunstancias.

Reflexiones generales sobre los hombres que violentan emocionalmente

Todos estos hombres recusan, por diversos motivos, la utilización de la violencia física o
sexual contra la mujer. Cuando se les preguntó cómo catalogaban sus relaciones de
pareja la mayoría de ellos adujo que éstas eran buenas y armónicas. Esta actitud, a
primera vista, podría considerarse como un avance respecto a los hechos analizados en
el capítulo anterior. Sin embargo, en todos estos casos se percibe claramente que el
ejercicio del poder masculino es casi absoluto y la hegemonía de las relaciones
jerárquicas y autoritarias es abrumadora. En cuatro de los seis relatos se dieron hechos
de violencia física y/o sexual al inicio de la relación, pero bastaron aquéllos para que su
solo recuerdo, explícito o implícito, fuera contundente en el ejercicio del sometimiento.

Lo contradictorio es que se trata de hombres que asumen una actitud contraria a la


violencia física, ya sea porque aducen que es malo pegar a las mujeres, tanto por las
consecuencias que acarrea en la estabilidad del hogar y en la formación de los hijos, o
porque las consideran seres débiles e indefensos y golpearlas significaría una cobardía.
Sin embargo, todos ellos tienen muy enraizadas creencias machistas de la superioridad
masculina y de su posición de autoridad frente a las mujeres. Ellos relataron que en
muchas ocasiones tuvieron deseos de pegar a sus parejas cuando sus órdenes no fueron
acatadas a su entera satisfacción o cuando percibieron algún atisbo de rebeldía que
obstaculizaba el ejercicio de su autoridad. Varios de ellos consideraron que sólo se
justificaría la violencia contra sus parejas si éstas no cumplieran con sus obligaciones
domésticas e hicieran caso omiso a su autoridad. En el caso de Francisco y Lucho, no
aceptaron ni siquiera ponerse en el caso hipotético de que sus órdenes no fueran
atendidas.

Todos, por cierto, estuvieron de acuerdo con que la infidelidad justifica el ejercicio de la
violencia como un acto de escarmiento para que no se repita o simplemente como forma
de lavar el honor mancillado pues de no hacerlo, aducen, el sentimiento de humillación les
sería insoportable. Ello nos indica claramente que al margen de considerar la violencia
como un procedimiento negativo, la utilizarán como último recurso cuando los otros
mecanismos de sometimiento del orden emocional no les funcionen. Si uno observa los
pocos hechos de violencia física o sexual que reportan, en todos ellos ocurre eso. No
obstante, y según relatan, dado que la aceptación de sus parejas a las reglas jerárquicas
impuestas por ellos es casi total, no han necesitado el uso de la violencia física.
Entonces, para estos hombres, las cosas funcionan tal como deberían de acuerdo a la
normatividad social; al cumplimiento de roles por género y al respeto a su autoridad por lo
que sus relaciones son evaluadas como armónicas y muy positivas.

Resulta interesante analizar el caso de Percy porque nos permite preguntarnos hasta qué
punto el solo cese de la violencia física y sexual resulta un avance significativo hacia
relaciones equitativas de género. Algunos hechos en la vida de este hombre lo hicieron
recapacitar sobre lo negativo, por sus consecuencias, de maltratar físicamente a su pareja
y a partir de éstos frenó este tipo de violencia, mas no desapareció de su conciencia y de
su accionar el modelo jerárquico y la convicción de la superioridad masculina. Así, sus
deseos de pegarle cada vez que percibe que su autoridad es cuestionada continúan
aunque se reprima. Sin embargo, descubrió que podía lograr los mismos objetivos de
sometimiento sin hacer uso de la violencia física, actuando sólo con actos de violencia
emocional los cuales ya no le producen mayores remordimientos, y sentir entonces, que
ahora, a diferencia de antaño, todo marcha bien. Por eso mismo, no resulta un avance
significativo condenar y rechazar la violencia sin develar y recusar a la vez las bases
mismas del poder masculino. En muchos casos se aprende un discurso democrático e
igualitario que es utilizado como el adecuado, moderno; en algunos casos también,
descubren que mediante múltiples mecanismos de control más sutiles y menos brutales,
pueden conseguir lo mismo y con mayor efectividad, resurgiendo entonces un poder más
fortalecido y sin sentimientos de culpa.

¿Existen características en sus trayectorias de vida que haga que estos hombres se
comporten de manera distinta a los hombres que ejercen violencia física y/o sexual? El
contexto de relaciones familiares en que se criaron fue muy similar al relatado por los
hombres del primer capítulo. En cuatro de los seis casos, fueron testigos del maltrato
físico contra su madre, y en los dos restantes percibieron la actitud absolutamente sumisa
de sus madres y el rol de autoridad indiscutible de sus padres, dando por sentado que
aquéllos no tuvieron la necesidad de usar este tipo de violencia. El hecho que no sea
necesario ser testigo de violencia física contra sus madres para ejercer violencia contra la
pareja lo plantea Carlos, quien a pesar de no haber presenciado un solo acto de violencia
contra su madre, utilizó la violencia física la única vez que el conflicto con su pareja lo
puso en la necesidad imperiosa de afirmar su masculinidad ante ella y los demás.

Por otro lado, todos ellos fueron víctimas de maltrato físico por parte de sus padres y
madres; sin embargo, todos aceptaron ese castigo porque lo consideraron justo, ya que
habían transgredido las normas establecidas y reconocían que cada uno de sus padres
era garante de mantener un orden y, por tanto, con derecho a castigarlos de esa manera.
Ninguno relata que con esos castigos se hayan sentido humillados, menospreciados y
subvaluados. Además todos, con excepción de Lucho cuentan que tenían muy buena
relación con sus respectivos padres. Este quizás sea un factor de diferenciación con el
grupo anterior, quien por sus experiencias de humillación y abandono durante la infancia
mantenían una pobre estima de sí mismos, lo cual luego les produjo mayor suspicacia,
interpretando cualquier hecho por más insignificante que fuera, como un nuevo riesgo de
humillación y abandono, y actuando para evitarlo de tal manera que asfixiaban a su
parejas. Contrariamente, en este caso se trataría de hombres con mayor seguridad
personal y con mejores recursos de poder para someter a sus parejas sin la necesidad de
llegar a la violencia física. Un ejemplo claro es el de Francisco, quien no da muestras de
debilidad cuando es abandonado, y que a pesar de sentir deseos de ver a su familia no la
busca, haciendo que sea ella, según relata, la que le pida retomar la relación.
Sin embargo – es importante volverlo a recalcar – en estos hombres la violencia física
permanece latente, y la utilizarán indudablemente como último recurso, porque en el
fondo, más que las experiencias de abandono y humillación durante la infancia, están la
cultura y las estructuras de dominación masculina que también son fuentes poderosas de
humillación para los hombres si no logran demostrar el cumplimiento de sus roles, social y
culturalmente establecidos, constituyendo éste el condicionante más poderoso para el uso
de la violencia en todas sus manifestaciones.

Al igual que en los casos de los hombres que violentan física y/o sexualmente a sus
parejas, el chantaje económico aparentemente no es utilizado, probablemente porque
carecería de efectividad ya que todas estas mujeres trabajan fuera del hogar y tienen
ingresos propios. La mayoría comenta incluso que entrega la casi totalidad de sus
ingresos a sus parejas porque ellas son excelentes administradoras y no las controlan en
este aspecto. Sin embargo, alguno planteó que su pareja le da cuenta de manera
detallada de los gastos que realiza, siendo probablemente una práctica generalizada para
estos hombres donde la sometida se adelanta a los requerimientos del que ejerce el
poder, por lo que, al igual que en el caso de la violencia física, éste no necesita utilizar
mecanismos de control más evidentes. Hay que tener en cuenta que el hecho que las
mujeres generen sus propios recursos económicos no significa de por sí mayor poder y
libertad para ellas. Éste podría convertirse en un ingrediente más del proceso de
empoderamiento femenino, sólo si a la vez el poder hegemónico masculino que es de
donde emana el ejercicio de la violencia simbólica fuera cuestionado desde sus raíces.
Pero este poder es aceptado no sólo por los dominadores sino también por las mujeres
que están sometidas33. Muchas de las formas en las que aparece la violencia emocional
pueden ser consideradas dentro del ámbito de la violencia simbólica porque son
aceptadas como naturalizadas en la relación entre agresores y agredidas y, por tanto, se
constituyen en bastiones poderosos de la dominación masculina, precisamente, por su
alto nivel de hegemonía.

33
En el estudio multicéntrico en mención pudimos comprobar que en Cusco, la mayoría de las mujeres
comparte creencias machistas muy arraigadas de la superioridad masculina, del rol de autoridad de los
hombres y de su posición de sumisión. Además, plantean una serie de motivos por los cuales se justifica
que los hombres violenten a las mujeres. En Lima, un menor porcentaje de mujeres está de acuerdo con lo
anterior. (Güezmes, Palomino y Ramos, 2002)
Capítulo III

Varones que no ejercen violencia contra sus parejas

Resultó difícil ponerle un nombre a este grupo de hombres porque el sustraerse


completamente al ejercicio de la violencia en las prácticas cotidianas dentro de un sistema
de dominación masculina y en un contexto de una cultura jerárquica y autoritaria, podría
ser casi imposible. Esto es producto de que ya muchas desigualdades por razones de
género están dadas de antemano y en general, los hombres hacemos uso de ellas a
nuestro favor, desarrollando en muchos casos comportamientos violentos aunque de
manera inconsciente. Tampoco podemos dejar de lado la violencia que ejercemos contra
nosotros mismos, respondiendo a imperativos culturales que no sólo se expresan como
presiones del medio de cómo vivir la masculinidad, sino fundamentalmente de coacciones
internas que empujan en mayor o menor medida a emular la masculinidad hegemónica, al
margen de nuestros deseos y del daño que nos produzca.

Sin embargo, los relatos de vida de los hombres que a continuación presentamos difieren
notablemente de los analizados en los capítulos anteriores. Lo esencial de éstos, es que
buscan explícitamente ser distintos, tratando de establecer relaciones democráticas con
sus parejas bajo la convicción de que no deben existir desigualdades sociales entre
hombres y mujeres, que la autoridad en el ámbito doméstico deberá ser compartida
equitativamente por ambos, que los conflictos deberían ser resueltos en base al diálogo
entre iguales, y que no hay nada que justifique la violencia contra la mujer. Los siguientes
relatos dan cuenta de hasta qué punto es posible esto, cuáles son las limitaciones y
dificultades que encuentran estos hombres para vivir según estos principios, y qué
gratificaciones experimentan cuando lo consiguen. También, el recorrido a través de sus
vidas nos permite ubicar, aunque no en todos los casos, hitos o experiencias continuas
que ayudan a entender mejor el por qué estos hombres han internalizado estas actitudes
y prácticas equitativas de género, aún en contra del contexto machista y a pesar del costo
social que les acarrea.

Nos fue bastante difícil ubicarlos porque los hombres que aparentemente tenían muy
buenas relaciones de pareja, como ya dijimos en el capítulo anterior, desarrollaban
prácticas cotidianas de violencia emocional que sólo en el transcurso de la entrevista
pudimos descubrir. Si en Lima resultó complicado alcanzar una cuota mínima de casos,
en Cusco fue casi una misión imposible. Cuando habíamos acumulado, en esta
búsqueda, un creciente número de relatos impregnados de violencia emocional y nos
resignábamos a volver sin experiencia alguna de no violencia contra la mujer, apareció el
testimonio de Roberto, con una trayectoria de vida que desde el nacimiento apuntaba a la
configuración de un hombre extremadamente violento pero que en contraposición a todo
lo esperado, ha luchado y sigue esforzándose por conseguir que sus relaciones de pareja
sean equitativas y democráticas. Este caso nos dejó más preguntas que respuestas, lo
cual también constituye un aliciente para continuar profundizando posteriormente el
conocimiento del comportamiento humano, el cual no siempre es predecible y puede
tomar diversas bifurcaciones.
IGNACIO, 48 años. “Siempre he sido un contestatario, hasta para las cosas de las
mujeres y del amor”

Ignacio actualmente trabaja como profesor en Villa El Salvador, es un líder sindical y con
una amplia trayectoria política. Está casado hace 18 años y tiene dos hijos adolescentes.
Su esposa también tiene estudios superiores aunque incompletos y se dedica a la
producción de artesanía. Según cuenta, tiene una relación libre de violencia con su
pareja, salvo un episodio ocurrido hace diez años cuando él respondió violentamente a
una agresión física iniciada por ella. Aunque la relación en general puede ser catalogada
como buena, su actividad social y política, por sus consecuencias negativas para la
economía del hogar, siempre ha sido fuente de conflictos aún no del todo resueltos.

Su primera infancia la desarrolló en un pequeño pueblo de la provincia de Ayabaca,


ubicado en la sierra de Piura. Fue el octavo de trece hermanos, junto con quienes sufrió
grandes penurias económicas. Su padre, desde muy joven, estuvo muy involucrado en
actividades políticas de izquierda e incluso participó en las guerrillas de principio de los
años 60, lo que acarreó que no se ocupara de su familiar por largas temporadas. Era
muy respetado por su comunidad llegando a ser elegido en una oportunidad alcalde del
pueblo.

Ignacio fue testigo de constantes agresiones físicas de su padre contra su madre,


generalmente cuando él llegaba a casa ebrio o cuando ella le recriminaba por las otras
mujeres con quienes mantenía relaciones. Cuando niño esos acontecimientos le
provocaban mucha desazón y a la vez impotencia por no poder hacer nada para
detenerlos. Pero poco a poco, este ambiente de violencia se fue haciendo natural a los
ojos de él y de sus hermanos hasta llegarlo a aceptar como parte de la dinámica familiar

Yo sentía un poco de rabia, de impotencia al comienzo, de no poder intervenir, pero


después se hace costumbre de verlos pelear así. Parecía normal, producto de que, bueno,
la han hecho la primera, la segunda ya, además era difícil intervenir porque luego nos
castigaban, no podíamos intervenir en sus peleas.

A los diez años de edad sus padres se separaron de hecho, cuando su madre decidió
viajar a Lima con la mayoría de sus hermanos. Ignacio prefirió quedarse al lado de su
padre, con quien se fue a vivir a la ciudad de Piura. Siempre mantuvo con él mejores
relaciones que con su madre, a quien la sintió poco afectiva y lejana, pero a él lo
admiraba y sentía su afecto el se incrementó con el tiempo. El hecho de quedarse solo
con su padre estrechó sus vínculos, se hicieron más amigos y conversaban mucho; su
ejemplo en la dedicación a la actividad pública fue determinante para el rumbo que
tomaría su vida.

Su inclinación por la lectura, alentada por el ejemplo del padre, lo hizo destacar en
actividades literarias en el colegio y se fue forjando como un líder en ese medio. A los 14
años formó un círculo de estudio para reflexionar y discutir las obras de José Carlos
Mariátegui. Posteriormente, fue el promotor de una organización al interior del colegio a la
que le pusieron Vanguardia y que impulsó movimientos reivindicativos de los estudiantes,
por lo cual fue expulsado. A los 17 años se sintió atraído por la filosofía y la práctica del
yoga y el karate, actividades que abrazó con tanto fervor que en poco tiempo se convirtió
en maestro, teniendo a su cargo a numerosos adolescentes y jóvenes quienes fueron
formados en estas disciplinas por él.
En ese contexto, y cuando ya tenía 18 años, se enamora de una de sus alumnas, cuatro
años menor que él, con quien mantuvo relaciones de enamorado por año y medio hasta la
muerte de su padre, que es cuando se ve obligado a viajar a Lima al lado de su madre.
Esta separación obligada y la no aprobación de los padres de ella a que continuara la
relación, los distanció definitivamente.
Su estadía en el distrito popular de Villa El Salvador en Lima le resultó chocante, tanto
porque no lo tenía previsto como por razones ideológicas pues siempre combatió el
centralismo y las migraciones hacia esta ciudad; pero, sobre todo, porque tuvo que
abandonar la práctica del yoga y del karate. Sin embargo, no tardó en ingresar al grupo
parroquial dirigido por un sacerdote progresista y realizar desde ahí actividades sociales y
políticas.
Ignacio señala que a la edad de 20 años él se sentía formado como un contestatario
frente al sistema social y muy crítico de muchas costumbres tradicionales, como por
ejemplo, respecto a su apariencia personal, en el culto a los muertos, en su relación con
las mujeres, etc. Considera que se lo debe a la influencia marxista y principalmente a las
enseñanzas de su padre

Siempre he sido un contestatario, hasta para las cosas de las mujeres, del amor, he sido
un rebelde, y eso me ha dado que yo mire las cosas diferentes ¿no? Por ejemplo, decía,
‘si quieres ser mi enamorada, muy bien, no te pintes, pues, no me gusta, porque parece
refeo, y si quieres ser mi enamorada estudia pues, porque mira yo estoy estudiando.
Cuando mi padre murió, a mi me exigían que me vista de negro, a mi me parecía que eso
no era la forma de querer a las personas, ¿no?, entonces, yo decía: para qué me voy a
vestir de negro, yo quiero a mi padre en el fondo, ¿no? Córtate el pelo, pero para qué, si
con el pelo no pienso, un poco que eso me ha hecho tener mi propia concepción de la vida,
además haber sido un comunista como mi padre, y el marxismo muchas veces te da
orientaciones.

En Lima terminó sus estudios secundarios. Poco tiempo después de llegar, conoció a la
esposa de un primo con quien inició una relación clandestina que duró unos dos años,
hasta que fueron descubiertos por el esposo engañado y él se vio obligado a huir del
barrio y evitar a toda costa entrar en contacto con la mujer que, a pesar de lo ocurrido, lo
seguía buscando. Luego de esa relación, mantuvo otras esporádicas por algunos años,
hasta que conoció a quien es hoy su esposa.
Ignacio tenía 26 años y estaba estudiando educación en la Universidad Nacional Mayor
de San Marcos cuando inició una relación de enamorados que duró cinco años antes de
la convivencia. Le atrajo de ella que era una mujer tranquila “de su casa”, que estudiaba,
y sobre todo, su apego a las formalidades tales como ser presentado y aceptado en su
casa como enamorado, y llegar “virgen” al matrimonio, lo cual le dio seguridades de que
se trataba de alguien con quien entablar una relación seria. Durante esos cinco años ella
no aceptó tener relaciones sexuales porque, según Ignacio, mantenía una concepción
muy tradicional sobre la sexualidad, y él respetó esa decisión. Mientras tanto, mantuvo
relaciones sexuales esporádicas con otras mujeres. Es curioso que en muchos aspectos
fuera un rebelde, pero al escoger a su pareja se acomodó al molde más tradicional de
discriminar entre la recatada y virgen para ser su esposa, y las otras, “las jugadoras”,
para su satisfacción sexual.

De enamorados con ella no tuve sexo, con otras sí, porque ella no lo permitía. O sea, si de
repente lo hubiera permitido lo hubiese hecho antes ¿no?, pero también yo la respetaba
porque era una buena chica ¿no?, era de su casa, tranquila, o sea, no quería tampoco
hacerle daño, no insistía, la respetaba también, pero también era ella, a veces, la que se
ponía fuerte, siempre me decía ‘yo le he jurado a mi madre que cuando me case recién voy
a tener relaciones’, ya, ése era su idea.

Luego de esos cinco años decidieron casarse, vivir juntos y recién iniciaron su vida
sexual. Tuvieron la intención de tener inmediatamente hijos, por lo que nunca se cuidaron
y al poco tiempo salió embarazada de su primer hijo.
Ignacio evalúa su relación conyugal como buena aunque con frecuentes momentos de
tensión por las carencias económicas. Su actividad como dirigente vecinal en su barrio y
sindical en el Sindicato de Profesores (SUTEP) lo ha llevado en muchas ocasiones a
descuidar las necesidades cotidianas de su hogar, convirtiéndose en fuente permanente
de conflictos. Cuando ella se desespera le reclama que piense un poco en su familia y no
sólo en los demás, que aproveche sus relaciones como dirigente, con personas que
ocupan puestos influyentes para obtener provecho para si mismo y su familia.

Ella me recrimina, me dice: -Tú eres amigo de tales, de tal persona y por qué no pides un
trabajo mejor. Entonces, yo no he dedicado mucho tiempo a lo económico, más he
dedicado el tiempo a otras cosas, ser dirigente, estar en las movilizaciones, estar en la
lucha social, haciendo cosas pa’ otro no para mí.

Generalmente, él la escucha pacientemente y trata de calmarla y explicarle los objetivos


de su actividad social. Pero reconoce que ella tiene razón en sus reclamos, acepta lo que
ella dice y opta por guardar silencio. Lo que no está claro es si este silencio es percibido
por la esposa como una escucha respetuosa y de asentimiento de su posición, o como
una actitud que la ignora y, por tanto, no tiene en cuenta su opinión. Al parecer, por lo que
narra a continuación, esta última parece ser la constante.
En una ocasión, hace diez años, ella le recriminó no haberse preocupado de adquirir una
cuna y otras cosas necesarias para su hijo, y lo hizo agrediéndolo verbalmente. El optó
por reírse lo cual, según Ignacio, encolerizó aún más a su pareja pues lo interpretó como
una agresión, entonces lo golpeó con un palo. Ignacio, frente a eso también respondió
con violencia.

Me estaba insultando y yo me he reído, ella lo tomó como un insulto, y me agredió con un


palo. Bueno, yo también me encolericé, contesté con un manazo a mi mujer, pero ahí
quedó, no fue a más. Una hora, dos horas, ya, volvíamos a estar normal.

Fue la única vez, en los 18 años de convivencia, que ocurrió este episodio de violencia y
tanto ella como él nunca más volvieron a intentarlo. Las acusaciones de su esposa son
cotidianas pero no le producen una reacción contra ella porque reconoce que tiene razón,
y más que cólera contra ella, se siente mal consigo mismo por no haber cumplido con su
responsabilidad como proveedor.

Siento impotencia de no poder cubrir ciertas cosas económicas que son mi


responsabilidad, y saco conclusión de que es producto de no haber planificado un poco
más mi futuro, es así, no me molesto (con ella) pero es, o sea, me siento mal por supuesto,
sí, me siento mal.

Cuando no logra calmarla con argumentos, continúa con su estrategia de sonreír cuando
es agredido verbalmente por ella, porque es una de las pocas formas que conoce para
evitar molestarse y responder con maltrato físico aunque esto provoque que el enojo de
su esposa se incremente y el clima propicio para la violencia física permanezca latente.
Pero el recuerdo de los efectos negativos del único acto de agresión física mutuo,
probablemente la reprima de volverlo a golpear.

Cuando yo me sonrío se indigna, porque es una forma también mía de no encolerizarme.


Yo la tomo en serio, pero podría considerarse también como una falta de respeto a ella
¿no?, pero ha sido una forma de evadir conflictos, porque ella a veces se encoleriza
bastante.

No encuentra formas para resolver el conflicto, así que lo que hace es evadirlo. Otra
forma de enfrentar las agresiones verbales de su esposa, pero muy similar por sus
consecuencias en el ánimo de ella, es ignorarla y/o retirarse del lugar, dejándola hablar
sola. Ciertamente, si esta medida no es acordada previamente y de manera consensual
por ambos para evitar la violencia, (como “la técnica del retiro" que es promovida por los
grupos de reflexión para hombres agresores), se convierte también en violencia
emocional contra la mujer.

Actualmente, por ejemplo, la ignoro cuando me insulta, porque ella tiende a insultar,
ahora que también ya está su edad, ya entrando a la menopausia, se ha puesto más
irascible ¿no? Entonces, yo a veces la ignoro, o sea, me salgo del espacio, la dejo que
hable, yo sí lo hago.

Las relaciones sexuales son también fuente de conflicto entre Ignacio y su esposa.
Considera que ella es muy apática sexualmente y con frecuencia se niega a tener
relaciones sexuales o acepta en menos ocasiones de las que a él le hubiese gustado. La
compara con otras mujeres más activas y creativas sexualmente y se siente insatisfecho.
Explica esta situación por la educación sexual tan tradicional que ella recibió. Sin
embargo, hay que recordar que, contradictoriamente, fueron los rasgos tradicionales en
su comportamiento, incluyendo los sexuales, los que más lo atrajeron de ella y los que lo
decidieron a formalizar su relación. Ésta es una de las contradicciones más comunes
dentro de la masculinidad hegemónica y de las menos resueltas; es decir, el optar por una
mujer conservadora en lo sexual como pareja y luego exigirle que se comporte de manera
liberal.
Hemos tenido desavenencias, en ese sentido del sexo, porque ella es criada en una
situación muy…., como me hubiese gustado que fuese diferente en la educación sexual, es
muy pegada a las reglas, no es muy abierta, muy pudorosa es. Por ejemplo, a veces a
los hombres nos gusta experimentar algunas cosas ¿no?, y ella simplemente cumple la
función del acto no más. Muy pasiva, sí, muy pasiva, otras mujeres que son más
sensibles, más ardientes.

Ciertamente, Ignacio vive inmerso en un contexto cultural que no le es totalmente ajeno,


donde hay modelos hegemónicos de ser varón y de ser mujer, y normas para las
relaciones entre ellos. Otros estudios ya han señalado la contradicción entre el deseo de
asegurarse de una mujer recatada y virgen – porque les da la confianza de no ser
víctimas de infidelidad, uno de los fantasmas más temidos en la masculinidad hegemónica
– y, por otra parte, la necesidad de la satisfacción sexual, para lo cual desearían que se
comporten como las “otras”. El límite de lo permitido resulta difuso, ya que si ellas
expresan demasiado deseo sexual y/o son demandantes en este terreno, los hace sentir
inseguros, y el temor que se satisfagan con otros los atormenta34
A pesar de desear tener mayor actividad sexual con su pareja y molestarle sus negativas,
nunca la ha forzado sexualmente. Sus intentos de presión han sido vanos porque, al
parecer, es una mujer que no se deja intimidar. Esto no significa necesariamente que él
respete los ritmos y deseos de ella, sino que no tiene opción porque, como veremos más
adelante, el uso de la fuerza está descartado dentro de su filosofía de vida,

Mire, por lo general cuando la mujer no quiere, no quiere. No he llegado a la etapa de


pegarle, simplemente cuando a veces yo he querido tener relación y ella no ha querido, yo
me he molestado, nada más. Cuando no quiere, no quiere, tiene su carácter, he intentado,
pero no quiere.

Ignacio considera, como señala la normatividad social, que es obligación de la mujer


cumplir sexualmente con el esposo y viceversa. Pero, a la vez, los mismos imaginarios
sociales que él comparte lo hacen ser algo comprensivo ya que por naturaleza, según
aduce, las mujeres son menos activas y con menor deseo sexual que los hombres.

Claro, siempre he tenido esa idea que ella tiene el deber de cumplir como esposa, pero el
problema que la naturaleza de ellas es diferente ¿no? Si los hombres tuviéramos esa
naturaleza, de repente también a las mujeres diríamos, no, espérate hoy día tengo sueño,
no, entonces un poco que no.

Uno de los aspectos que explican el por qué no resuelve con violencia física los conflictos
frecuentes y cotidianos con su esposa, es porque mantiene la firme convicción de que no
existe razón alguna que justifique la agresión física contra la mujer. Incluso, puesto en la
disyuntiva más extrema para el uso de la violencia dentro de la masculinidad hegemónica,
la de una probable infidelidad de parte de su esposa, rechaza el empleo de la violencia.
Señala que su propia experiencia le ha enseñado, como en el caso en que estuvo
relacionado con una mujer casada, que si está con otro es porque se extinguió el amor y,
en ese caso, lo adecuado es separarse.

34
Al respecto ver Palomino, Ramos, Valverde y Vásquez, 2003.
No me imagino cómo sería esa reacción, pero no me parecería tampoco que podría pegar,
porque todo en la vida tiene un aspecto filosófico ¿no? y uno saca su cuenta, la persona
que está con otro es porque no te quiere, le pareció mejor el otro ¿no?, entonces lo único
que haría sería evitar la confrontación y decirle, bueno se acabó esto. Así como me
sucedió a mí con la mujer ¿no?, supongo que le pareció que conmigo estaba mejor ¿no? y
se dio ese caso de haber terminado separándose. Siempre he respetado la persona,
siempre he dicho, quieres o no quieres estar conmigo, si tú quieres, está bien pues, vamos,
pero si no quieres, ya pues, no quieres. Nunca he sido de obligar a nadie, eso sí no,
errores otros sí tengo ¿no? En todo caso, yo pregono eso con mis alumnos, de que a la
mujer, ni a nadies hay que agredir con la violencia

El otro aspecto clave para comprender su actitud contraria a la violencia física respecto a
su pareja es su concepción democrática de las relaciones conyugales. No sentirse el jefe
sino el compartir la autoridad y la conducción del hogar en igualdad de condiciones ha
hecho que los conflictos con su mujer no sean considerados como el de la rebelión de un
subalterno que cuestiona su poder y le falta respeto a su posición, si no reclamos entre
iguales, ambos con los mismos derechos y aceptando que muchos de éstos son justos.
Como él lo señala, resulta atípico que se comporte de esta manera habiendo
experimentado cuando niño la violencia entre sus padres y no haberlo internalizado como
la manera más natural de resolver los conflictos.

Mira, yo considero que más que jefe hay jefes ¿no? El problema es ponerse de acuerdo, o
sea, jefe es el que manda ¿no?, entonces, en la casa el que manda y manda pierde, ¿no?,
porque, o sometes a la mujer, o vives en conflicto con la mujer, porque no toda la vida
obedece ¿no?. Entonces, la cuestión es coordinar, conversar. Yo te digo una experiencia,
a pesar de haber vivido en la etapa de mis padres esa violencia entre ellos, no me ha
quedado rezagos al crecer, nunca se me ha ocurrido en la vida que a una mujer que esté
conmigo yo le debo pegar, o sea, yo le debo arrastrar, nunca se me ha ocurrido eso.

¿Qué aspectos dentro de su trayectoria de vida han influido para que no considere la
violencia física como una alternativa en la solución de conflictos, a pesar de la temprana
vivencia de violencia en la que estuvo inmerso? Él explica que su comportamiento es así
debido a sus inquietudes intelectuales y a las relaciones que entabló desde muy niño con
grupos e instituciones que le permitieron una formación más humanista y desarrollar
criterios propios, haciendo de él un contestatario al sistema no sólo en el ámbito socio
político, sino también en las relaciones interpersonales.

Yo desde pequeño he entrado en el ámbito de estar en organizaciones, de estar en la


Iglesia, de leer, yo he sido un asiduo lector, a los 12 años ya me leía El Comercio, La
Prensa, yo era un lector muy asiduo, además mi misma forma de ser, no sé, me he
formado yo solo, y he considerado siempre no forzar a las mujeres, de respetar, he sido
un respetuoso a pesar de que se me han presentado muchísimas, y el otro es de que
siempre he estado participando de grupos juveniles, siempre he tratado de sobresalir en el
grupo. Siempre he sido un contestatario, hasta para las cosas de las mujeres, del amor,
he tratado de ser contestatario, o sea, diferente, he sido un rebelde, y eso me ha dado que
yo mire las cosas diferentes ¿no?
Junto a lo que Ignacio señala, es probable que su práctica del yoga y de otras disciplinas
orientales, y el compartir la filosofía pacifista que éstas propugnan, haya tenido importante
influencia en su capacidad de autocontrol en situaciones conflictivas.
El haber sido testigo de violencia conyugal cuando niño marca una tendencia general de
reproducción de la misma cuando adulto, pero no señala un itinerario determinista, como
así lo demuestra la experiencia tan disímil entre Ignacio y sus otros hermanos. Las
trayectorias de vida entre ellos muestran que tomaron opciones distintas,
aprovechamiento diferente de oportunidades, vinculado probablemente a rasgos de
personalidad diversos u otras características individuales que se hace necesario
investigar y a las que aún no encontramos respuestas contundentes.

Hay mucha diferencia entre ellos y yo. El problema es que yo me auto eduqué, ellos no se
auto educaron. Soy el único de mis hermanos que ha llegado a la universidad, y he
llegado por mis propios medios, no porque me lo haya dado nadie. No tenía a quién
decirle gracias, solamente a mis padres por haberme dado la vida. Pero mis hermanos
han tenido dos, tres mujeres y también les han sacado el ancho, y también sus mujeres
les han sacado la vuelta, en ese trance le han sacado la mugre a sus mujeres, no sé, a mí
no me ha tocado esa desgracia.

Respecto a otros aspectos de la relación, cuenta que en general se muestra muy


equitativo, participa en las tareas domésticas, no controla ni interfiere en las relaciones
que ella entabla con amigos y/o familiares, considera a su esposa como a una persona
que tiene libre albedrío para decidir sobre su vida y movimientos.

No tengo ningún reparo en que mi esposa salga sola, o sea, yo considero que es cuestión
de ella, o sea, así me formé yo, siempre he dejado que la pareja opte, que decida ¿no?
No necesita pedirme permiso, me comunica dónde se va, y si ella ha ido cuando yo no
estoy, no sufro de celos.

En pocas ocasiones ha utilizado el chantaje emocional cuando se da una situación


conflictiva, como por ejemplo amenazarla con el abandono pero ha tenido nulo efecto
dada la firme personalidad de ella, por lo que muy rara vez recurre a éste.

A veces le he amenazado con abandonarla, pero, sería incapaz de hacerlo. Lo hice por
molestarla, bueno, y ella tiene una forma particular de decirme ‘bueno ándate no más’,
pero yo le digo por molestarla, pero no es así, no es siempre, a veces se me ha ocurrido
cuando discutimos.

Respecto al manejo del dinero, ambos trabajan y cada uno tiene sus propios ingresos.
Ninguno controla cuánto gana el otro u otra, pero cada uno tiene asignado determinados
gastos y tienen que aportar. Esto, como se señaló líneas atrás, es materia de conflicto
porque en muchas ocasiones sus aportes son los mínimos necesarios y no permite
mejorar la economía familiar. También resulta uno de los privilegios masculinos el hecho
que él pueda retener ingresos para sí. Mientras que es probable que su pareja, más atada
al ámbito doméstico destina el íntegro de sus ingresos para la reproducción familiar.
Ella no sabe cuánto gano yo, y tampoco me pregunto cuánto gana ella. Pero decidimos en
la casa, por ejemplo, ella invierte en los chicos, su ropa; yo soy el encargado de pagar el
agua, la luz, a ella yo le doy para que compre la comida. Ella no decide en cómo gastar mi
dinero, claro le doy casi lo que debo darle, pongo para la semana tanto, toma, y ella lo
demás no sabe cómo lo gasto ¿no? si me alcanza o no me alcanza.

Ignacio no frecuenta a amigos del barrio, no participa en actividades recreativas en su


medio, ni asiste a lugares en donde comúnmente se reúnen los varones como los bares o
tiendas donde se juntan a beber licor, su vida transcurre exclusivamente entre las
actividades gremiales y políticas y su vida familiar. Por tanto, no está expuesto a la
presión y burla de los pares por no seguir las pautas de la masculinidad hegemónica.

No, a nadies le he escuchado burlas, o sea, porque jamás se han acercado a mí, porque
vivimos en nuestra casa, salimos, ella se va a un sitio, yo a otro sitio, a veces salimos
juntos. No salgo a tomar con nadies. Yo tengo dos cosas en mi vida: que no sé bailar,
tomo pero a las quinientas, pero mi vicio es otra cosa, la política.

Él circunscribe los beneficios de una relación de pareja libre de actos violentos al


bienestar alcanzado por sus hijos. Considera que ellos viven en una atmósfera de
tranquilidad, convirtiéndose el hogar en un lugar confiable y punto de referencia cotidiano.

Los que se benefician son mis hijos que viven tranquilos, se sienten felices de estar en la
casa, más que en la calle. Sí, ellos terminan de estudiar y corren a su casa.

En ésta y en otras historias de vida se muestra cómo, cuando los hombres tienen acceso
a vivencias diferentes a las relaciones tradicionales de género, el proceso de aprendizaje
y naturalización de la resolución violenta de los conflictos puede interrumpirse y cambiar
hacia relaciones más democráticas y equitativas de género. Lo que aún faltaría por
investigar es por qué, viviendo en un mismo contexto, unos aprovechan la oportunidad y
otros la dejan pasar. En el caso de Ignacio, es probable que sus tempranas inquietudes
intelectuales, su gusto por la lectura, el arte y su espíritu sociable y de liderazgo, hayan
creado las condiciones para el desarrollo de una mayor amplitud de criterio y espíritu
crítico tanto frente a la realidad socioeconómica, como a algunos aspectos de la
normatividad social en la vida cotidiana. Resulta interesante su capacidad de optar por el
lado intelectual y de liderazgo social y político del rol de padre y no seguir su modelo en el
ejercicio de la violencia. Cabe anotar, sin embargo, que sus criterios respecto a la vida
cotidiana son contradictorios ya que los rasgos progresistas ya mencionados conviven
con modelos tradicionales de mujer, en especial en el plano sexual y en los roles
domésticos que deberá cumplir.
Ignacio está convencido que el uso de la violencia física no puede constituir, en caso
alguno, alternativa para resolver los conflictos cotidianos con su pareja. Cuando éstos se
presentan y se agotan los recursos de la persuasión, utiliza los que se le ocurren,
aparentemente a falta de otros, como el sonreírse o el retirarse abruptamente, con el
objetivo de no responder con violencia física cuando siente que el malestar aumenta.
Estas estrategias constituyen en la práctica otros tipos de agresión, fundamentalmente
porque, como él mismo lo indica, su esposa se siente agredida. Además, se hacen desde
una posición de poder, al sentirse seguro que la agresión verbal de parte de su esposa
hacia él es el límite al que ella puede llegar, no poniéndose en riesgo su integridad física.
En muchas ocasiones los recursos físicos con los que cuentan los hombres para
responder una agresión de alguien con menor poder físico, resulta disuasiva. Hay que
tener en cuenta también que existe en la mayoría de los hombres, aun en quienes
pregonan las relaciones democráticas e igualitarias con las mujeres como en el caso de
Ignacio, rezagos de creencias de superioridad, profundamente inscritos, no sólo en el
ámbito consciente, sino también en el inconsciente. Entonces, se da la tendencia de
responder sólo a alguien que está en una posición igual o superior. A alguien que se le
percibe como inferior, no se le hace caso, porque no responder mantiene a la otra
persona en su rango de inferioridad.

El tema de los problemas económicos es una causa recurrente de conflictos y mientras


ambos no compartan objetivos de vida comunes que vayan más allá del ámbito
doméstico, con las carencias y también beneficios que esto supone, seguirá siendo un
conflicto no resuelto y peligro latente de violencia física y/o emocional. En este caso,
nuevamente, Ignacio recurre a los privilegios que le otorga pertenecer el género
masculino, poniendo por encima de los intereses comunes de la pareja y del desarrollo
del ámbito doméstico, sus intereses de realización personal a través de su actuación
social y política, algo que dentro de las estructuras de dominación masculina se torna muy
difícil para el caso de las mujeres.
El ejercicio de violencia por parte de Ignacio resulta muy sutil y forma parte de las
inequidades que la estructura social de carácter patriarcal mantiene. Pero, por todo el
contexto presentado, podemos deducir que en este hombre hay una intencionalidad de
ser diferente, de rechazar muchos de los rasgos machistas que condicionados por el
medio, de criticar al autoritarismo y de respetar a las mujeres, aún a pesar de las
contradicciones tanto en sus concepciones como en sus prácticas. En muchas de sus
agresiones no aparece explícitamente la intención de someter ni la imposición de
autoridad, sino rasgos de superioridad inconsciente que hacen de su actuación una sutil,
poco evidente y no premeditada manera de ejercicio de poder.
Por último, hombres como Ignacio que buscan nadar contra la corriente viven, en su
mayoría, aislados de sus pares, evitan mayor roce social con ellos y de esta manera se
protegen de la presión del medio, que mediante burlas y comentarios tiende a ridiculizar
su actuación no convencional. Los grupos de pares generalmente cumplen la función de
ser espacios de afirmación de la masculinidad, ya que ésta depende del reconocimiento
que le otorgan los demás. Sin embargo, para hombres con independencia de criterio,
con el convencimiento personal que su forma de comportarse es el correcto y que en lo
personal y familiar les es beneficioso, el grupo de pares no les es funcional.

CHINO, 37 años. “Si ella se molesta, saber en qué momento callar y hablar me ha
dado bastante”

Este hombre que prefirió ser identificado como “Chino”, vive en Villa El Salvador – Lima, y
actualmente trabaja como obrero en una panadería. Hace 12 años está casado y tiene
sólo un hijo varón de 11 años de edad. Su esposa estudia en un instituto de estudios
superiores. De acuerdo a su testimonio, mantiene con ella una buena relación de pareja,
sin ningún episodio de violencia y con bastante comprensión y cariño mutuo.

Fue el tercero de 8 hermanos de una familia muy pobre en la provincia de Paruro, Cusco.
Sus padres no tenían lo suficiente para alimentarlos a todos, así que optaron por
entregarlo, al año de nacido, a la crianza de la abuela materna, junto a otro de sus
hermanos. La casa de sus padres estaba muy cerca del lugar donde vivía y podía ver a
su familia cotidianamente. En varias oportunidades presenció el maltrato físico de su
padre hacia su madre, y también el que ocasionaba un tío que vivía con la abuela en
contra de su esposa. Se percibía impotente al no poder defender a su madre y con una
gran carga agresiva en contra de su padre. Chino frecuentemente tenía sentimientos de
culpa porque pensaba que la existencia de él y de sus hermanos era la causa de esa
violencia y sentía mucho dolor. Hay que tener en cuenta la percepción de abandono que
experimentaba al no ser criado por sus padres, y el gran dolor que esto también le
ocasionaba.

Pensé, que de repente peleaban por la culpa de nosotros, que de repente éramos estorbo
para ellos, entonces, bueno, más culpables nos sentíamos nosotros, claro, al menos yo.
Quería ser grande y de repente darle un puñete a mi papá ¿no? o separarlos, no sé, hacer
algo para proteger a mi madre. En ese entonces yo tenía cinco años y me recuerdo
porque eso es lo que más se pega a uno.

Si bien no recibió maltratos físicos durante su niñez, la relación con sus padres e incluso
con la abuela fue sumamente fría, nunca recibió de parte de ellos una muestra de ternura
o afecto, jamás supo de un abrazo o un beso, lo que pudo ocasionarle problemas en su
autoestima y en su seguridad personal.
A los seis años de edad hubo un cambio importante en su vida. Una hermana mayor que
vivía en Lima se lo llevó a vivir con ella, lo matriculó en la escuela, y compartía los
estudios con algunos trabajos de ayuda a los vecinos o de mandados en el mercado por
lo que le daban propinas, con lo cual complementaba sus gastos escolares. Poco
después de su llegada a Lima su hermana se casó con un hombre muy trabajador y
responsable, con quien entabló una relación de mucho afecto y de equidad. En algunas
ocasiones presenció discusiones entre ellos, pero nunca fue testigo de violencia, y por lo
que supo, jamás existieron actos de violencia contra su hermana.
Antes de su actual pareja sólo tuvo una enamorada cuando tenía 17 años, fue su pareja
por un año y con la que se inició sexualmente. Pero de improviso, ella tuvo que volver a
su tierra, Ayacucho, por problemas familiares y nunca más regresó.
A los 20 años conoció a quien es hoy su pareja, que en ese entonces tenía 15 años y
estaba aún cursando estudios secundarios. Durante los primeros cinco años de
enamorados no tuvieron relaciones sexuales porque ella no quiso, bajo el temor que
podría salir embarazada y arruinar sus expectativas de terminar sus estudios y ser
profesional. El respetó esa decisión porque tampoco se sentía preparado para establecer
una familia, ya que aún no tenía un trabajo estable. A pesar de estar informados sobre la
existencia de métodos anticonceptivos no se propusieron usarlos principalmente porque
ella tenía bastante resistencia a hacerlo. Esos primeros cinco años él los describe como
una relación de mucho afecto y comprensión. Luego de esta primera etapa decidieron
iniciar su vida sexual y en la segunda oportunidad que tuvieron relaciones sexuales, ella
salió embarazada. Al conocer la noticia Chino se llenó de satisfacción porque de esta
manera sentía que por un lado demostraba plenamente su masculinidad, y por otro, que
se iba a realizar afectivamente como padre.

Cuando ella me contó, como todo varón, uno siente pues, que ha cumplido con ser
hombre, y aparte que ella va a tener un hijo, yo voy a ser un padre.

A raíz del embarazo decidieron iniciar la convivencia. Durante el primer año lo hicieron
solos, pero luego, por razones económicas, tuvieron la necesidad de vivir en la casa de
su hermana quien los acogió con mucho cariño. Una vez que tuvieron el niño, ambos
decidieron cuidarse utilizando, en un primer momento, preservativos; posteriormente ella
se colocó la T de cobre. Su pareja inició estudios superiores de educación con el total
apoyo de él, y consideraron que mientras no concluyera con su carrera profesional
desistirían de tener un nuevo hijo.
Chino evalúa su relación como muy satisfactoria, armoniosa, libre de violencia, y que le
ha permitido crecer humanamente.

Nuestra relación, para mí ha sido buena, eh, en todo, casi en todos sentidos porque he
aprendido a madurar más, a tener más responsabilidad, y sobre todo pue’ tener
problemas y saber resolverlos, nunca ha habido tampoco violencia.

En cualquier experiencia de convivencia se suscitan los conflictos, lo importante es


conocer la forma cómo éstos se resuelven, ya sea de manera violenta o no violenta. En
este caso, cuáles son los procesos que conllevan a que en esta pareja tales conflictos
sean resueltos sin agresiones.
Una fuente importante de conflictos para Chino y su pareja es el problema económico. La
carencia de recursos crea mucho malestar y propicia las discusiones. Esto ocurre cuando
en su trabajo le retrasan las remuneraciones semanales y se quedan sin recursos para los
gastos diarios. Ella se desespera porque no comprende la dinámica de informalidad en
que se desenvuelven los pequeños negocios como la panadería en la que Chino trabaja y
le incrimina airadamente que él probablemente haya dispuesto parte de esos ingresos en
gastos superfluos.
Chino sintetiza la clave para enfrentar los conflictos cotidianos en no “engancharse” en la
discusión, es decir, no entrar en el contrapunto de los “dimes y diretes” que en la medida
en que se avanza se va elevando el tono. Ante eso él evalúa el momento en que se hace
preferible callar, escucharla y con ello bajar el tono de la controversia, hasta que ambos
estén más calmados, y en ese contexto recién conversar. Hay que tener en cuenta que el
silencio que utiliza Chino no es el que trata de ignorarla, sino el que tiene en cuenta la
posición de ella, el de la escucha respetuosa y ella así lo entiende por eso baja el nivel de
su enfado, se calma y permite un clima favorable a una negociación que satisface a
ambas partes.

Saber en qué momento callar o en qué momento hablar, o dejar de hablar, me ha dado
bastante. Si ella se ponía más violenta, yo prefería callar o bajar el tono para que pueda
apaciguarse. Tener siempre algún límite y ahí cortaba, más que nada yo lo corto porque
ella es un poquito más violenta. Me quedo callado hasta que ella pueda bajar su cólera un
poco. Ella se queda callada, ya, hasta por lo menos media hora, una hora así está, para
poder conversar nuevamente. Conversamos sobre el asunto, ya más calmado y, bueno,
buscamos las soluciones.

Esta estrategia sólo es posible en un contexto en el que Chino no considera que los
reclamos de su esposa signifiquen poner en cuestión su autoridad o faltar el respeto a su
rol de jefe. La concepción que maneja es que las relaciones dentro del hogar son
democráticas, no existe un jefe, sino que ambos tienen el mismo rol, al mismo nivel, de
conducir su familia.

No creo que en la familia el jefe, la autoridad es el hombre, yo creo que los jefes serían el
padre y la madre o marido y mujer. No creo que debe haber una sola cabeza porque el
hogar es de ambos y los dos son la cabeza del hogar, por lo tanto los dos tienen que llevar
el manejo del hogar ambos, compartidos.

Otro elemento que se añade a lo anterior es que considera firmemente que no existe
motivo alguno que justifique que un hombre pegue a una mujer, incluso en el caso
extremo, dentro de la cultura hegemónica, de la infidelidad, frente a lo cual se exige
socialmente la violencia como una forma de lavar la afrenta. Al ponerse en una hipotética
situación en la que fuera víctima de un acto de infidelidad, aduce que adoptaría una
actitud racional de respetar la decisión de su esposa de optar por otro, aunque se cuida
de no manifestar qué efectos emocionales le produciría este hecho.

E: ¿Crees que existe algún motivo por el cual se justificaría que un hombre pegue a su
esposa
CH: No creo. No puedo justificar, en ningún sentido, nada.
E: Si descubrieras que tu esposa te está sacando la vuelta, ¿cuál sería tu actitud?
CH: Bueno, yo me he puesto a pensar eso varias veces. Cómo uno puede reaccionar si
realmente viera así a su esposa, pero analizando bien, yo creo que si ella está con él, de
repente, lo quiere a él y entonces qué se puede pedir, que sea feliz nada más. No, no
creo que se justifique la violencia, porque si una persona la quiere a una persona yo creo
que debe desearle su felicidad. Y si ella está con él, de repente se siente más a gusto con
él, o de repente le da mayor cariño de repente ¿no?, claro.

Se hace necesario analizar si existen otras formas más sutiles de violencia emocional que
podría estar practicando Chino con su pareja. Una de las formas más comunes en que
aparece el maltrato emocional es mediante el control de los movimientos y/o de las
relaciones que ella entable. Si bien es cierto que nunca ha impedido sino más bien ha
favorecido las relaciones entre ella, su familia y sus amistades, no siempre ocurriría lo
mismo si las relaciones fueran con otros hombres. Aunque no lo expresa directamente,
considera que él tendría que evaluar primero con qué hombre entabla conversación, si
éste tiene antecedentes o no de enamoradizo, dejándola sin chance a discernir con
criterio propio qué amistades le conviene. En el fondo se impone la concepción de que la
mujer es débil frente el acoso de los hombres y que necesita de la protección masculina
para resguardarla. No es que conscientemente sospeche de la potencial infidelidad de su
pareja, sino que esta inseguridad emerge de lo más profundo de sí mismo.
Si ella habla con otro hombre, me molesta dependiendo de si el hombre es faltoso o que
yo sepa que es así, ahí sí me puedo molestar. Pero si yo sé que no es así el hombre con
quién está conversando, o si están a una distancia prudente (entre ambos), por qué (me)
voy a molestar.

No es que explícitamente le prohíba hacerlo, sino que utiliza otros mecanismos de control,
como la mirada, que dada la relación de afecto entre ambos, basta para que ella
comprenda que a él le disgusta y evite hacerlo. En este caso, él se siente con el privilegio
de definir lo límites entre lo que está bien y lo que está mal, con criterios de supuesta
objetividad (que se ve “feo”) y, además, se escuda sutilmente en la posibilidad que los
actos de ella, como ya los catalogó de malos, sean pasibles de la crítica de otras
personas.

No me gusta lo que está haciendo (hablar con un hombre considerado por él como
“faltoso”), entonces la miro nada más, y ella se da cuenta, entonces deja de hacerlo o al
menos disimula, eso sí. Con la mirada le hago sentir simplemente que está haciendo mal y
que se ve feo lo que está haciendo, que hay otras personas que le pueden estar mirando lo
que está haciendo ¿no?

Analizando otros aspectos de la relación, existe una horizontalidad en la toma de


decisiones en aspectos que competen a ambos, en forma equitativa los dos tienen acceso
al dinero y comparten los quehaceres domésticos

Compartimos, por ejemplo, el lavado de ropa, el aseo de la casa, siempre compartido.

Nunca, según Chino, aparece la imposición de ideas, ni el menosprecio por las que ella
exprese, sino que conversan y analizan juntos las implicancias de las mismas. Sin
embargo, en la manera como se expresa Chino, aparece como que él es el que decide
qué idea es buena o mala y sutilmente logra imponer su punto de vista quedándole la
sensación de que sí se entabló un diálogo horizontal. Esta manera de relacionarse, por lo
naturalizada, no necesariamente es deliberada y muchas veces se realiza bajo la
inocencia del inconsciente.

Siempre trato de analizar cuál idea está bien, cuál está mal, entonces en ese caso sí
conversamos, o sea, que éste está mal, éste está bien y se comparte las ideas.

No sólo la alienta a seguir superándose en lo personal, sino que valora y resalta cualquier
logro que ella consigue en sus estudios. Hay que señalar que nuevamente es él quien
determina qué está bien y qué está mal y adopta con ella una actitud paternalista.

Si alcanza algún logro en sus estudios, si lo hace bien, creo que es para premiarla.

Este esfuerzo por desarrollar actitudes democráticas y libres de violencia, que manifiesta
Chino, se extiende también a las relaciones con su hijo, lo cual constituye un logro mayor,
ya que generalmente el uso del castigo físico aún se sigue considerado legítimo para
corregir a los niños.
E: ¿Cuando tu hijo se porta mal, utilizas la violencia contra él?
CH: No, trato de conversar, como es el único también, hay veces no, lo tenemos más
engreído, conversamos. Claro, de vez en cuando un grito de por qué no haces la tarea, pa’
qué me pides la propina si no haces nada, bueno, esas cosas, siempre.

Con respecto a las relaciones sexuales que podrían ser fuente de conflictos y violencia,
Chino manifiesta que existe mucha comprensión entre ambos, libres de todo tipo de
violencia o presión. No comparte la opinión generalizada del débito conyugal, es decir la
obligación de la pareja de tener relaciones entre sí y considera que tiene que respetar los
deseos y ritmos de ella

Yo creo que si ella lo desea, bueno me acepta, sino no, yo creo que uno debe comprender
sus deseos, al menos yo lo comprendo, no sé como será en otras personas

Pero cuando ocurre al revés, si ella le pide y él no tiene ganas, se siente en la obligación
de complacerla porque en el fondo ambos comparten la creencia que el hombre siempre
está dispuesto y que si se niega es porque acaba de tener otra relación sexual. Para
evitar esos malos entendidos Chino se ve precisado a no negarse. Sólo en algunas
ocasiones se ha negado cuando efectivamente estaba muy cansado y reconoce que ella
lo comprendió.

Si ella me ha pedido yo siempre he tratado de complacer. No, nunca le he dicho que no.
Siempre le digo sí porque hay veces de repente ella va pensar mal, no, como en el trabajo
hay chicas, eh, yo trabajo cerca de la casa. Hay bromas entre ellas, entonces, ella hay
veces toma las bromas así en serio, entonces, esa parte yo trato de cumplirla pa’ que no
tenga ninguna mala interpretación. Sólo a veces le digo, sabes que estoy cansado, hoy
día he tenido bastante trabajo, no exige tampoco. Comprende, y bueno, tranquilo
dormimos. Nunca he tenido problemas por esas cosas

Pidiéndole que reflexionara sobre qué experiencias en su vida habían influido para que
pensara y actuara equitativa, democráticamente y libre de violencia en su relación de
pareja, consideró dos hechos opuestos que lo marcaron profundamente. Por un lado, la
experiencia dolorosa que vivió cuando, muy niño, vio maltratar a su madre y a su tía por
sus respectivas parejas, lo que le dio las pautas de lo que no debería hacer, el modelo del
que había que alejarse para no reproducirlo con la propia pareja

Sí, lo que vi de niño influyó bastante para no hacer lo mismo, porque cuando yo he visto a
mi tía ser golpeada por ese señor, quedaba maltrecha, y eso, que hay veces no podía ni
pararse, y toda esas cosas, también, me marcaba bastante, entonces, no quisiera hacer lo
mismo con mi señora, ni con ninguna otra mujer.

Por otro lado, el modelo de esposo comprensivo, amoroso, responsable que le tocó ver de
cerca cuando era aún niño en el hogar de su hermana y que le enseñó que había otra
forma más positiva y auténtica de ser hombre. A esto añade el interés por acceder a la
literatura que su pareja utiliza en sus estudios de educación y que le otorga un horizonte
más amplio en su crecimiento como persona.
Bueno, todo esto yo he aprendido más que nada de su esposo de mi hermana, que no es
bebedor, no es conflictivo, eh, más que nada ha sido pasivo, eh, siempre ha sido
hogareño, por ahí la que me he aprendido a valorar mis sentimientos y un poco que puedo
valorar ¿no?. Y también por medio de los libros o las informaciones que trato de leer de lo
que ella tiene para su clase, y de ahí de esa parte voy aprendiendo algo.

Todo hombre actúa en un contexto en el que cotidianamente los pares presionan para
que se sigan los cánones de la normatividad social, aun en contraposición de lo que
señalen las leyes vigentes. De esta manera se alienta soterradamente la violencia contra
las mujeres y las actitudes de imposición de autoridad y dominio sobre ellas, mientras que
los hombres que se aparten de esos hábitos normativos entrarán en sospecha sobre su
masculinidad y serán objeto de burlas. Hay que tener firmes convicciones y mucha
independencia de criterio para soportar los improperios y principalmente la marginación
de que se es objeto. Uno de los espacios de socialización más frecuente a los que
acuden los hombres son las cantinas o bares, los cuales hombres como Chino, que
desarrollan una masculinidad más autónoma, prefieren evitar.

Constantemente los amigos te dicen saco largo, bueno, una serie de cosas, pisado ¿no?
Eso me dicen los vecinos que les gusta beber. Yo me río nomá, no puedo sentir nada
porque yo no me siento saco largo, tampoco me siento pisado. Lo que pasa es que
siempre tomo solo en mi casa, puede ser un año nuevo, mi cumpleaños, cumpleaños de mi
señora, eso es todo, pero no hasta embriagarme. Nunca tomo en la calle tampoco.

Este hombre tiene en alto valor el tipo de relación que mantiene con su pareja y siente
que le aporta bienestar y crecimiento personal. También considera que en este contexto
por ambos creado son capaces de resolver los inevitables conflictos de manera armónica
y siente orgullo de haberlo conseguido, de ser diferente respecto de la mayoría de
personas que lo rodean.

El beneficio de mi buena relación es que me siento sin problemas, y los problemas puedo
resolverlos rápido y, que más puedo decir, que me siento feliz, que así las cosas puedo
manejar con ella bien, sin la violencia como otros vecinos

Este caso es interesante porque nos muestra cómo un proceso de socialización que se
inicia con el aprendizaje de relaciones autoritarias entre hombres y mujeres, y con una
carga fuertemente violenta en contra de la mujer, fue roto por una experiencia
absolutamente contraria, la de las relaciones equitativas y armónicas de su hermana y su
pareja, con quienes convivió muy tempranamente. Lo que pudo ser, por un lado, el inicio
de un proceso de naturalización de las relaciones entre los géneros en la dirección de la
masculinidad hegemónica es interrumpido, inaugurándose desde los 6 años, una nueva
etapa de internalización de relaciones equitativas de género que se impregnaron en él tan
fuertemente como en general ocurre con el modelo hegemónico, en el caso que la
primera dinámica hubiera seguido su curso. Asimismo, el trauma temprano del abandono
de parte de sus padres y la falta de afecto de parte de sus nuevos tutores que habrían
hecho de Chino un hombre bastante inseguro y con una muy baja autoestima, tuvieron
contrapeso en otra experiencia relativamente temprana, el afecto recibido en el hogar de
su hermana, impidiendo así una probable tendencia a ejercer control hacia su pareja por
el temor al abandono y la violencia concomitante que traería aparejada.
Gracias al contacto cotidiano con una forma distinta de ser varón, y de los beneficios que
ésta trae, no sólo para la mujer y los hijos, sino para el hombre mismo, pudo hacer la
comparación con el ambiente de dolor, odio y tristeza en la vida de sus padres y
parientes cercanos de su primera infancia y, por tanto, desdeñarla. Los beneficios
percibidos en su propia experiencia de actuar contrariamente a esta última, lo reafirman
aún más que el camino de la horizontalidad, la tolerancia y el afecto en sus relaciones
con su pareja, es el correcto, a pasar de nadar contra corriente, porque tiene la firme
convicción de que quienes lo critican y se burlan están equivocados, lo cual también es
motivo de orgullo.
Ciertamente, Chino no escapa a las opresiones culturales que lo obligan a ejercer
violencia contra sí mismo en el plano de las relaciones sexuales, aceptando tenerlas aún
en contra de sus deseos por cumplir con la normatividad social. También se vislumbran
algunos rasgos de violencia emocional contra su pareja cuando intenta ser él quien
determine en última instancia el tipo de amistades masculinas que ella deba tener, bajo la
creencia que las mujeres son débiles por naturaleza ante el acecho amoroso de algunos
hombres. Sin embargo, es altamente predominante una relación de respeto mutuo, de
conciencia en compartir la autoridad doméstica, tendiente a una aparente negociación
horizontal y de evitar resolver los conflictos de manera violenta.

Noel, 32 años. “Nuestra relación está basada en el diálogo, hay cosas que cada
uno tiene que ceder”

Noel es profesor de educación física en un Colegio de Villa El Salvador y su esposa


trabaja como personal auxiliar en otro colegio de la zona y a la vez estudia educación en
un instituto superior. Tienen 4 años de convivencia y un hijo de 3 años. Sus relaciones de
pareja son muy buenas, hay comprensión mutua y, según Noel, nunca han
experimentado caso alguno de violencia.

Tuvo una infancia económicamente modesta en su ciudad natal, Ica, pero sin que le
faltara nada esencial. Sólo tuvo un hermano, mayor que él por seis años. Creció en un
ambiente feliz, con unos padres que se amaban y comprendían y nunca fue testigo de
violencia entre ellos y tampoco de discusiones. La relación con sus padres fue de afecto
y de permanente comunicación con ellos. Con su padre entabló una amistad muy grande,
siendo él quien le inculcó el amor al deporte, la práctica de valores positivos y de
desarrollo personal.

Siempre mi padre ha tenido por costumbre dialogar con nosotros, igual como mi madre, eh,
siempre había una comunicación completa, constante, él le gustaba mucho el deporte, por
esa parte también me buscaba que yo integrara esa actividad, y cada momento que él
tenía libre íbamos al complejo a hacer deporte. Había afecto hacia mí. El trataba de que
uno siga una meta, es más, nos fijaba ejemplos y nosotros debíamos de seguir, tratar de
lograr esas metas.
Durante su adolescencia fue un muchacho tranquilo, dedicado a sus estudios y a la
práctica del deporte. Hubo algunos intentos de tener enamoradas que fracasaron porque
no llenaban sus expectativas de una mujer con quien pudiera mantener una relación
horizontal de mucha comunicación entre ambos y con aspiraciones de desarrollo
personal.

No me convencían su forma de ser, tenían otras ideas, tenían otra forma de llevar una
relación. Por ejemplo, eh, quizás la poca comunicación, eran poco de contar cómo les iba,
o sea, el ser un poco herméticas en eso, no había comunicación. Considero que es
importante la comunicación, porque sin comunicación no puede haber confianza. Yo
buscaba una mujer que sea comunicativa, sí, que me converse, que se trazara metas, que
no sea conformista.

Sus estudios superiores de educación los hizo en Lima, y a los 26 años inició su labor
como docente en un colegio de Villa El Salvador. Fue cuando conoció a su actual
esposa, que en ese entonces era alumna del 5° grado de secundaria y a quien le llevaba
diez años de edad. Tuvieron primero una relación de amistad, cuando ella egresó del
colegio mantuvieron esa relación amical por un año más, hasta que decidieron empezar
una relación de enamorados. Fue su primera enamorada, en quien vio desde el primer
momento a su pareja ideal, y también con ella se inició sexualmente, luego que decidieran
casarse. Las firmes convicciones inculcadas por sus padres, de respeto a los y las demás
lo inhibieron de iniciar aventuras sexuales con quienes no tenía intenciones de desarrollar
una relación afectiva seria, pues considera que hubiera sido jugar con los sentimientos de
las mujeres.

Yo no buscaba vacilones en las chicas, no lo veía de esa forma, justo por la formación que
me dieron mis padres, no tiene sentido hacer daño a una persona, o tratar de tomar a la
broma una persona, ¿no?, somos personas y tenemos valores, entonces cada una vale
por sí, y tener en cuenta un vacilón creo que no, no estaba en mí, de mis objetivos, en ese
momento.

Un año después de haber iniciado su relación de enamorados, decidieron casarse. Si


bien deseaban tener hijos, querían esperar un poco hasta que tuvieran ahorrado un
pequeño patrimonio que les permitiera mayor estabilidad económica. Pero las cosas no
resultaron como ellos habían planificado, al poco tiempo del inició de la convivencia salió
embarazada. Habían decidido cuidarse y combinaban el método del ritmo con el uso del
preservativo, pero algo falló y hasta ahora no se lo explican. El acontecimiento fue bien
recibido, pues a pesar que no era el momento más oportuno, él tenía trabajo y podía
afrontar los gastos de un nuevo miembro familiar, y a la vez, era algo deseado por ambos
aunque postergado por las condiciones económicas.
Durante el periodo del embarazo se dieron algunos conflictos provocados por el deseo de
ella de tener a Noel el mayor tiempo posible a su lado, por un lado, y por otro, por el afán
de él de compartir su tiempo libre con actividades deportivas, que eran parte importante
de su estilo de vida, además de ser él quien lideraba estas prácticas recreativas en su
barrio. Este inicial desacuerdo fue resuelto en base al diálogo donde se pusieron sobre la
mesa los dos argumentos y en este caso ella tuvo que ceder más, flexibilizando su actitud
de posesión absoluta y aceptando que era importante para él mantener sus prácticas
deportivas cotidianas.

Llegamos a un acuerdo en el cual ella decía: ‘Bueno, tienes derecho, tienes que ir, tienes
tú razón’, cosas similares. Se da cuenta que sí había un motivo, porque no era primera vez
que me llamaba a mí el deporte ¿no?, yo andaba siempre en eso.

Hubo ocasiones en las que él tenía una opinión contraria sobre algo y tuvo que ceder. Ése
fue el caso cuando ella decidió trabajar y él no estuvo de acuerdo porque sentía que
afectaba el objetivo familiar de que ella culmine sus estudios superiores y su carrera.
Dialogando, ella le mostró una salida que lo terminó por convencer.

En cosas que yo he cedido, por ejemplo, um, en cuanto que ella trabaje ¿no?, yo
consideraba trabajar no necesitaría, más me importaba que ella estudiara, pero ella me dio
esa salida, que podía estudiar y trabajar. Al comienzo no asimilaba esa idea, pero poco a
poco ya llegué a estar de acuerdo con ella.

Según cuenta Noel, todos los demás conflictos surgidos durante la convivencia los han
resuelto de mutuo acuerdo, teniendo como premisa fundamental el diálogo, y según la
situación que es analizada por ambos, algunas veces cede uno más que el otro.

La nuestra es una relación basada en el diálogo, la conversación, en, cómo se puede decir,
hay cosas que uno tiene que ceder, en cuanto ella también tiene que ceder, tenemos que
poner de nuestra parte para llegar a una buena conclusión. Nunca ha existido violencia
entre nosotros. Solamente cambio de palabras, que viene hacer de ideas encontradas en
la cuales, como digo, con el diálogo ya llegamos a una conclusión.

Las relaciones sexuales hasta el momento no han sido motivo de violencia, ni tampoco de
conflicto, porque Noel señala que se basan en el respeto y el cariño mutuo. Considera
que una negativa de ella debe ser respetada.
Dos elementos están presentes para que sus relaciones de pareja estén libres de
violencia, y para que a futuro no exista el peligro de un acto de violencia. El primero es
que Noel está convencido que no existe razón alguna que justifique la violencia contra la
mujer, a pesar de la aparición de los conflictos que, como bien dice, son inevitables pues
se trata de dos personas distintas, con sentimientos e ideas propias que en una situación
dada pueden contraponerse.

No hay ningún caso en que se justifique que se le pegue a una mujer, no justifico yo, creo
que todos somos personas que podemos dialogar y comunicarnos, a veces, no tenemos
los mismos sentimientos que el otro, no tenemos las mismas ideas que el otro, porque todo
es, como decir, llevar ideas a un recipiente, por ejemplo, y de ella hacer una mezcla y
sacar una conclusión, sacar lo mejor.
Aun en el caso extremo de que hipotéticamente la encontrara in fraganti en un acto de
infidelidad, considera que no se justificaría la violencia. Especula que este hecho le
produciría cólera y que optaría en primer lugar por retirarse como estrategia para estar
más calmado y luego hablar con ella, muy posiblemente dar por terminada la relación,
porque eso reflejaría que ésta no marcha bien.

Como todos somos humanos tratar de que se me pase ese momento, quizás, de ira, de
cólera y quizás irme a un lugar donde uno esté solo, tratar de meditar y pensar, y ahí,
después de eso solamente decirle, bueno, creo que algo no va, no funciona entre nosotros,
creo que de repente no estamos a gusto los dos o por tu parte, creo que mejor sería hasta
aquí no más y terminemos. No, no habría un acto de violencia.

El segundo elemento es que no comparte la concepción de que existe una autoridad en el


hogar y que ésta es la del varón. Plantea relaciones totalmente simétricas, donde la
autoridad es compartida en la misma medida y cuyo contenido fundamental es la
responsabilidad mutua en la conducción del hogar.

E: ¿Tú crees que dentro de un hogar debe haber alguien que sea la autoridad?
N: No, no, entre los dos, pero autoridad frente a un hijo sí, para indicar, hacer que una
persona sea responsable, creo yo.
E: ¿No crees que el hombre tiene la autoridad en la casa, que es el jefe del hogar?
N: No, no, cuando sale el hombre y la mujer se queda en casa, la mujer es la autoridad
E: ¿Y si están los dos?
N: Eh, los dos conllevamos esa tarea.

Él aduce que en todos los demás aspectos de la relación se muestra una convivencia
horizontal, compartiendo las mismas responsabilidades en los quehaceres domésticos,
sin afanes controladores respecto a las propias amistades y familiares. Las decisiones se
toman democráticamente en base al diálogo, los espacios y tiempos propios se respetan,
aunque siempre con responsabilidad de informarse mutuamente con el único propósito de
no preocupar al otro u otra.

Las tareas domésticas las hacemos juntos, incluso hasta sus tareas del instituto también
compartimos, yo también, por ejemplo, en un momento cuando no trabajaba y estudiaba
también me apoyaba, me ayudaba hacer.

Noel considera que lo que más ha influido en su modo de llevar adelante sus relaciones
conyugales ha sido la formación que recibió de parte de sus padres, quienes le enseñaron
principalmente con el ejemplo. Simultáneamente su pareja fue formada también en un
hogar con relaciones armónicas y libres de violencia.

Mi formación y la formación de ella, porque ella procede de un hogar en el cual ha habido,


también, relaciones armónicas entre sus padres, sin violencia. Es una formación de
valores que uno tiene en el hogar ¿no?, uno predica con el ejemplo, algo así, y si uno
viene de un lugar en el cual se han considerado bastante los valores te conlleva también
eso, como un espejo hacia el hogar formado, o si no se puede, se trata de llegar a esa
forma así.
Desde la adolescencia Noel recibió mucha presión de parte de sus amigos y del entorno
respecto a sus convicciones y a su modo de actuar con las mujeres. La falta de una
enamorada, la ausencia de experiencias sexuales y el no aceptar el ritual masculino de
tomar alcohol cada fin de semana, fue motivo constante de burlas. No se rindió ante esta
cotidiana coerción social y se refugió en los valores inculcados en su hogar y en la
práctica del deporte que forma parte importante de su vida. Se lleva, además, por sus
propias convicciones para tomar autónomamente cualquier decisión.

Respecto a que no tenía relaciones sexuales, cuando había ese tipo de presiones de los
amigos, no le prestaba atención, como le dije anteriormente, mi padre me formó en valores
y en un ambiente deportivo, quizás en eso yo trataba de estar perenne, cada vez estaba
más inmerso en lo que es el deporte. También había presiones para ir a tomar los fines de
semana, pero cuando yo creo conveniente voy, y cuando no lo creo conveniente no voy.

En este periodo de convivencia conyugal han continuado las presiones del entorno para
que le dedique menos tiempo a su vida de hogar y más a las amigos, pero principalmente
en actividades sociales extra deportivas como es el de libar cotidianamente alcohol, una
de las formas preferidas de socialización dentro de la masculinidad hegemónica. Noel
sigue resistiéndose “a pie firme” a ingresar a esa dinámica, porque considera que en este
periodo tiene más responsabilidades que en la época de la adolescencia, y si en ese
entonces fue consecuente con sus principios ahora deberá serlo aún más.

Escucho las burlas, pero yo no le presto la atención debida, tratan de hacer aflojar a la
persona, pero no, no les presto... Siempre dicen ‘Oye, trata de salir más, de estar con
nosotros, de reunirte, de tomar’, pero, si yo he llevado esa vida de soltero, de poco
reunirme para no ir a libar, cuando creo el momento conveniente voy, pero tratan de
hacer cambiar a una persona cuando se ha pasado a la adultez. Si yo ya llevé esa
formación de soltero, de casado es una responsabilidad más. ¿Qué de diferente hay para
cambiar mi forma de ser?

Por último, Noel se siente muy satisfecho con la manera en que lleva adelante su relación
conyugal, y percibe beneficios no sólo presentes, sino en perspectiva para sus vidas y la
de su hijo.
Yo veo que está bien nuestra relación, que camina a algo bueno ¿no?, darnos un futuro a
nosotros y darle un futuro a nuestro hijo lo que más queremos ¿no?, me siento satisfecho
plenamente como persona y también en la vida íntima, y en la vida familiar.

Ésta es una historia en la que las condiciones ideales estuvieron dadas para el desarrollo
de una relación conyugal basada en el respeto mutuo, en la horizontalidad de las
decisiones y de las responsabilidades, en el afecto y en la inexistencia de violencia,
incluyendo la de tipo emocional. La enseñanza temprana en el hogar de estos mismos
valores y actitudes, y el consecuente ejemplo mostrado por sus padres que formaron
parte, cotidianamente, de su vivencia infantil, marcaron fuertemente el comportamiento y
la forma de pensar futura de Noel.
A lo anterior se suma la conformación de una personalidad segura de sí misma, que en
todo momento tuvo claro su proyecto de vida conyugal y puso como condición para elegir
a su pareja, que ella comparta sus criterios y objetivos. En esto se mantuvo firme, a pesar
del costo social que le significó estar solo por mucho tiempo. Encontrar la pareja ideal,
con la misma formación y los mismos objetivos, le significó que los esfuerzos por sostener
buenas relaciones provengan de los dos lados, que el diálogo sea aceptado por ambos
como forma de enfrentar los conflictos que inevitablemente aparecen, evitando de esta
manera el posible desgaste de la convivencia si el empeño sólo fuera de él.
A diferencia de otros varones que al “nadar contra la corriente” tratan de evitar socializar
cotidianamente con sus pares para no sentir la presión de sus burlas, la actividad
deportiva de Noel y su liderazgo en estos menesteres lo exponen permanentemente a las
mofas y a otras formas de coacción social. Éstas pueden ser motivo de permanente
incomodidad y malestar, a pesar que sus firmes convicciones le permiten soportarlas
estoicamente sin ceder.

SANTOS, 29 años. “Vivir en relaciones armoniosas con mi pareja fue más por la
influencia de mis padres”

Santos actualmente administra un negocio con cabinas de internet para el público en Villa
El Salvador. Tuvo una relación de convivencia que duró dos años, producto de la cual
tiene un hijo de 7 años. Poco tiempo después del parto, su pareja, según cuenta, lo
abandonó sin dar explicaciones, dejándolo con el recién nacido a quien él crió hasta los
seis años de edad, momento en el cual su ex pareja, mediante un proceso judicial, le quitó
la tenencia del niño. Santos, luego de verse abandonado, no ha vuelto a entablar relación
de pareja alguna.

Hijo de una costurera que trabajaba en su domicilio y de un chofer de camión


interprovincial, tuvo una infancia feliz, rodeado del cariño de sus padres y de sus dos
hermanas. Si bien su situación económica era modesta, nunca le faltó lo mínimo para
comer y vestirse. Sus padres tuvieron una relación con ausencia total de cualquier tipo de
violencia entre ellos, aunque cada uno asumía los roles tradicionales de género. Cuando
había discusiones, procuraban no realizarlas delante de sus hijos. Santos refiere que en
algunas ocasiones les escuchó discutir a lo lejos, siempre por el mismo motivo: su padre
no giraba dinero a tiempo en el transcurso de sus frecuentes viajes. Cuando esto ocurría
era siempre su madre quien alzaba la voz reclamándole, mientras su padre la escuchaba
sin interrumpir, hasta que al final preguntaba si estaba más calmada y juntos podían
solucionar el problema. Luego del altercado los veía jugar entre ellos o “fugarse” de la
casa para pasear solos. Siempre percibió que las relaciones entre sus padres eran muy
horizontales, de comprensión mutua y de mucho amor.

Yo percibía que su relación era de amistad, de comprensión entre ambos, entendimiento


también, y algo curioso, siempre se sabía cuándo el otro estaba mal, siempre mi mamá le
preguntaba a mi papá qué pasa, o mi papá de repente le preguntaba qué pasa, por qué
estas así, que esto que el otro, o sea había esa compenetración, una pareja casi sin igual.
Cuando niños, él y sus hermanas fueron castigados casi siempre por su madre pues su
padre era más permisivo, pero nunca físicamente, sino privándolos de hacer cosas que a
ellos les gustaba, como por ejemplo, ver televisión. En esas ocasiones, les hacían
reflexionar sobre su desobediencia o mala acción y ellos terminaban aceptando que eran
merecedores de ese castigo. La relación de él con su padre la cataloga como buena, de
bastante ternura y la recuerda con mucho cariño

Tenía una forma de tratar a cada uno, a mí bueno un poquito más el consentido, a mis
hermanas un poquito más rígida, pero sí igual. Su cariño de mi papá siempre había sido un
roce en la cabeza o simplemente se sentaba a ver televisión con nosotros, o qué están
haciendo, conversábamos con él. Igual para todos, en ese sentido sí.

En el colegio, salvo una ocasión que se vio obligado a pelear con otro niño quien lo
provocó, no tuvo experiencias violentas. Inclusive, ese evento lo recuerda con
sentimientos de culpa porque considera que siempre pudo encontrarse una opción no
violenta.

Como te digo, una sola vez peleé y hasta ahorita siempre ha habido un sentimiento de que
por qué lo hice si podía haberlo evitado, o sea no me gustó eso. Los amigos me decían:
era inevitable, te buscó hasta más no poder, o sea, te buscaba dentro del colegio, fuera del
colegio

Durante su adolescencia fue un muchacho tímido con las chicas porque nunca se
consideró a sí mismo como físicamente atractivo, así que su primera experiencia de
enamoramiento, la cual recuerda con mucho cariño, la tuvo a los 15 años, a iniciativa de
ella. Fue una experiencia que duró dos años, pero terminó abruptamente cuando la
muchacha tuvo que irse a vivir con toda su familia fuera del país, constituyendo para
ambos una ruptura muy dolorosa.

Posteriormente, a los 19 años, tuvo una enamorada un poco mayor que él con quien se
inició sexualmente, siendo ella también la que tomó la iniciativa. Al poco tiempo
nuevamente la relación se interrumpió pues ella debió viajar a la ciudad de Iquitos para
hacer su servicio rural obligatorio como enfermera, luego de lo cual no la volvió a ver.

A los 21 años, Santos consiguió un trabajo como asistente en un estudio de abogados y


decidió vivir solo alquilando una pequeña habitación cerca de su trabajo. Lo que recibía
como ingresos también le permitía estudiar de noche en un instituto superior técnico. En
esas circunstancias es que conoce a quien sería en los siguientes dos años su
conviviente. Ella trabajaba como mesera en el restaurante que él frecuentaba, y a su
parecer se trataba de una mujer muy atractiva. En varias ocasiones tuvieron la
oportunidad de hablar sólo de paso y de asuntos triviales, hasta que una noche la
encontró en una discoteca a la que él había acudido con unos amigos para tomarse un
trago y bailar. En esa oportunidad ella le contó los problemas de convivencia que tenía
con unos tíos, pues sus padres vivían en Trujillo. Él, en son de broma y en medio de su
desinhibición producto del alcohol, le ofreció su casa. Un mes después, cuando Santos
acudió al restaurante donde ella trabajaba, la muchacha le preguntó si su oferta seguía en
pie. El se sorprendió y trató de disuadirla hablándole del “qué dirá la gente”, que en estos
casos la presión social es para las mujeres y no para los hombres que siempre salen
mejor librados, pero ella le retrucó que eso no le importaba. Pensó que como hombre ya
no podía retroceder, a pesar que sentía incertidumbre, intentó expresar seguridad.

“Bueno, si a ti no te importa a mí tampoco me va a importar, pero piénsalo bien, un


hombre siempre va a caer de pie, es como el gato, lo tiras pero siempre cae de pie”.

Durante los dos primeros meses compartieron habitación, mas no la cama, pues ninguno
de los dos sugirió una relación más allá de la amical. Santos nunca se atrevió a tomar la
iniciativa de una relación afectiva y sexual, aunque lo deseaba. Sólo lo hizo cuando ella
empezó a dar muestras de interés por él, como esperarlo despierta con la comida
preparada cuando él volvía muy tarde del Instituto. La relación tanto sexual como de
convivencia en conjunto la evalúa como buena, salvo algunas oportunidades en que ella
se mostraba muy celosa como, por ejemplo, cuando alguna vez lo observó que abrazaba
a una compañera de trabajo porque era su cumpleaños, ocasión en la cual hizo una
bochornosa escena de celos en la calle. Ciertamente, en muchos momentos él también
sintió celos al verla conversar con hombres que consideraba que eran más guapos que él,
pero nunca se lo manifestó.

Sentía inseguridad, puesto de que yo los veía, y si ella comience a comparar yo quedo
pues lejos ¿no?... (pero) yo nunca le hice una escena de celos.

Cuenta Santos que en algunas oportunidades lo chantajeaba emocionalmente obligándolo


a hacer cosas por ella cuando él venía muy cansado en la noche diciéndole frases como:
“si no lo haces es porque no me quieres”, o lo hacía sentir culpable por no ir con ella al
cine cuando él tenia clases o exámenes en el Instituto. La respuesta de él fue
complacerla en la medida de lo posible, según sus palabras ser muy comprensivo con
ella, dialogar para llegar a acuerdos y nunca utilizar violencia ni control alguno.

Yo nunca la hacía sentir culpable por salir sin mí, pero ella sí me hacía sentir culpable a mí
por no acompañarla, en sentido de que, por ejemplo, hay un estreno, ella quería ver ese
estreno, pero se cruzaban con exámenes, yo le digo: no puedo salir ahora, ve tú, entonces
ella se iba sola, pero después venía hincándome, que por qué no la acompañé, que esto
que el otro, al final o sea, bonito me hacía sentir totalmente mal.

Al año de convivencia ella salió embarazada, a pesar que se cuidaba con anticonceptivos
orales. Al principio este hecho los contrarió a ambos porque no lo esperaban, pero
inmediatamente después él la animó argumentando que el niño sería un aliciente para
superarse en los estudios y en el trabajo. Ella tuvo un embarazo con complicaciones que
le impidieron seguir trabajando; aumentaron sus demandas para que Santos pase más
tiempo con ella, y él tuvo que arreglar en su trabajo para estar el mayor tiempo posible
juntos. El nacimiento de su hijo lo vivió con gran emoción y aparentemente ella también.

Llegué a terminar el instituto pero como no podía hacer gastos para titularme, decidí
desplazarlo para otro momento, dedicarme más al bebe y a ella, ya me dediqué al trabajo,
salía del trabajo temprano, de ahí ya me iba a la casa a ver al bebe.
Una tarde, a los 20 días del nacimiento del bebé, regresó a casa y no la encontró ni a ella
ni al niño. Fue a indagar en el vecindario hasta que encontró que el bebé había sido
encargado a una vecina, explicando que no tardaría. Pasadas las 24 horas sentó la
denuncia policial de desaparición, la buscó durante semanas en hospitales, en la morgue,
preguntando a los familiares de ella, pero no la encontró. Luego de tres meses,
pensando que había muerto y sin esperanzas de encontrarla, tuvo que pedir ayuda a su
madre para criar al niño. Tiempo después, en un encuentro casual con una hermana de
su pareja, ésta le cuenta que aquélla estaba viviendo en España y que acababa de
casarse. Esta noticia fue muy dolorosa para Santos, intentó saber los motivos pero fue
inútil y hasta ahora no comprende lo sucedido. Tres años después, volvió su ex pareja y le
entabló un juicio por la tenencia del niño que desgraciadamente lo ganó. En el caso de
tenencia de niños, la cultura machista, predominante en el ámbito judicial, considera al
varón como incapaz de criar por sí solo a un niño, y generalmente la mujer tendrá las de
ganar:

Peleamos por la criatura, pero el hecho es que ahorita el bebe está con ella pues, está en
España. O sea, no sirvieron mis argumentos en el sentido que ella lo había abandonado,
entonces me dijeron usted es un hombre, para las leyes peruanas un hombre solo no
puede hacerse cargo de una criatura, entonces la jueza decidió, optó después de tres años
de pelea. Él se ha ido el año pasado nada más, a los seis años de edad.

A pesar de lo sucedido y por encima de las críticas de amigos y de algunos familiares de


ser tan permisivo y tolerante con ella, luego del desconcierto inicial, Santos sigue
creyendo firmemente que actuó correctamente y quien está en falta es ella. Mantiene sus
convicciones de que las relaciones de pareja deberán desarrollarse en base al diálogo y
libres de todo tipo de violencia.

Luego de lo que sucedió, el casi común de mis amigos: ‘vistes no, por no poner mano dura
por el esto no’. Al principio yo decía ‘pucha que si la hubiera maltratado de repente, si le
hubiera impuestos mis ideas, si la hubiera tenido prisionera de repente ella seguiría acá
¿no?, pero como soy otro tipo de persona dejo la libertad que haga sus cosas, que haga su
vida, o sea, para que se abra en su entorno. Pero después no, o sea siempre, he pensado
que cada uno tiene un mundo y cada uno sabe cómo es su mundo, pero también cuando
uno es pareja debe compartir ese mundo con el otro para poder entenderse más.

Considera que la influencia mayor para pensar y actuar de esta manera es el ejemplo que
le dieron sus padres. No se trata de que cuente con alguna característica temperamental
que lo predisponga a la calma o a la poca irritabilidad. Él considera que tiene un
temperamento explosivo como su madre, pero eso no lo lleva inexorablemente, sino a
buscar otras estrategias para resolver los conflictos cuyo primer paso es tratar de
calmarse y luego dialogar.
Yo creo que vivir en relaciones armoniosas con mi pareja fue más por la influencia
de mis padres, o sea, la manera de arreglar las cosas de ellos, era algo inusual, yo
veía las casas de al lado, a veces la discusión, el celo del hombre, o cuando
llegaba borracho el pata hacía un escándalo. A veces cuando mi papá llegaba
mareado, él no hacía escándalo, se lavaba y se metía a dormir, mi mamá lo
quedaba mirando, al día siguiente estaba tranquilo, entonces a mi madre le decía
que estuve jugando cachito, esto, pero nunca los vi amargarse, nada, siempre
conversaban. Eso también lo he llevado hasta ahora, porque mi carácter es más de
mi madre, porque cuando exploto me desespero a veces, pero después trato de
calmarme y llevar las cosas como son, si tengo una relación trato de ser calmado,
no celar mucho, me gusta llevar una relación tranquila.

El caso de Santos es bastante atípico pues son las mujeres quienes generalmente
resultan víctimas de una situación de abandono y maltrato parecido. En realidad, aunque
él pretenda plantear sus relaciones como equitativas, se estableció entre ambos una
relación de poder favorable a ella. Según el propio Santos, su complejo de inferioridad
por su apariencia física siempre lo arrastró a pensarse indigno de su pareja y de
complacerla inclusive en sus caprichos por temor a perderla, lo cual le otorgó mayor poder
a ella quien desde un principio, al parecer, buscó aprovecharse de esas circunstancias.
En otros casos, cualquier sentimiento de inferioridad de parte de los hombres puede ser
compensado con mayor control y violencia (esto ocurre con frecuencia en las ocasiones
en que ella tiene mayores estudios que él, o donde ella gana más, o cuando ella trabaja y
él no), pero la formación y la actitud cotidiana no violenta y con sentido de equidad de
Santos evitó que éstas sirvieran de contrapeso. La violencia emocional ejercida por ella le
produjo mucho malestar, pero la soportó sin mayor cuestionamiento, lo cual ha significado
también el ejercicio de violencia contra él mismo
La cultura machista, jerárquica y autoritaria, no es privativa sólo de los varones, sino de la
sociedad en su conjunto, y por tanto compartida por no pocas mujeres. Sólo que las
condiciones de desbalance de poder, ya sean estas físicas, culturales y/o institucionales,
generalmente favorecen a los varones y posibilitan el sometimiento de las mujeres. En
este caso la existencia de un cierto desequilibrio de poder se dio al revés, inclusive con
una institucionalidad jurídica adversa a los intereses de Santos. Esta situación abre
interrogantes sobre la desprotección en que podrían estar varones que “nadan contra la
corriente” en un mar machista en los que sus rasgos de equidad, tolerancia y de respeto
de derechos sean percibidos por el medio como signos de debilidad y aprovechados en
su contra.
Es interesante que Santos mantenga sus convicciones a pesar del desafortunado trance
que tuvo que pasar y de la presión social que considera su falta de ejercicio de autoridad
en relación con su pareja como la causa del maltrato del que fue objeto. El aprendizaje
de un modelo no autoritario ni violento de ser varón transmitido a través del
comportamiento del padre, y de la imagen de relaciones armónicas de pareja percibida
desde la infancia mediante la relación entre su madre y padre, condicionaron que no
encuentre asociación alguna entre el establecimiento de un modelo autoritario masculino
y la supervivencia de una relación de pareja. Más bien interpreta que lo sucedido se
debió a la no correspondencia afectiva de una de las partes, y mantiene la aspiración de
entablar una relación de afecto compartido como la de sus padres.
ROBERTO, 36 años. “Lo que hago es no hacerle caso, me callo y que reniegue
sola”

Roberto vive en la ciudad de Cusco y trabaja independientemente como carpintero


ebanista. Tiene siete años de convivencia con su pareja que sólo se dedica a las labores
domésticas. Tiene dos hijos, uno de 6 años y el otro de 4 años. Según cuenta, su relación
está libre de maltratos, a excepción de una oportunidad al comienzo de su convivencia, en
que respondió violentamente a una agresión física iniciada por ella. Para Roberto, ella
tiene un carácter muy irascible por lo que viven frecuentemente momentos conflictivos,
aunque han podido enfrentarlos sin utilizar la violencia física.

Es el cuarto de diez hermanos. A pesar que su madre residía en la ciudad de Cusco,


viajaba a la población de Maranganí, provincia de Canchis, cada vez que iba a dar a luz,
para ser atendida por la abuela que era partera. Así, todos nacieron en Maranganí,
aunque siempre vivieron en la ciudad de Cusco. Su padre era profesor, pero al notar que
una de sus habilidades, la joyería y relojería le daba más dinero, se dedicó a esa
actividad. Su primera infancia la vivió en una situación de comodidad económica y en un
ambiente de armonía familiar; hasta ese entonces nunca fue testigo de violencia entre sus
padres. Cuando él tenía 8 años, la joyería de su padre fue asaltada y eso terminó por
arruinarlo. Se dedicó a la bebida y al poco tiempo se marchó a la ciudad de Abancay con
el pretexto de buscar empleo, pero a partir de ese momento los abandonó, se hizo de otra
familia en esa ciudad, dejándolos a ellos en la miseria. Hasta ese momento lo recuerda
como un padre proveedor pero que nunca tuvo una muestra de afecto con sus hijos e
hijas, siempre lo sintieron como muy lejano.

Pero tampoco la relación con su madre fue buena. Sentía que había preferencia hacia
sus otros hermanos e inexplicablemente ella actuaba como si él no existiera. Esto fue
creando un sentimiento de soledad, dolor y mucho resentimiento hacia cada uno de sus
padres.

Les servía el plato y después resulta que, después de los mayores a los menores estaba
sirviendo ya, yo siempre estaba al lado de la olla y no me servía, entonces, resulta que ya
estaba aumentando a los mayores y seguía yo sentado ahí, me amargaba pue’, me iba
pue’, abajo de la cama me metía, ahí recién se daba cuenta que no me había servido a mí.
Incluso, hay veces hacía frituras y no me daba, entonces, así que estaba quemando ¡fung!
arranchaba y me iba atrás de la casa o me ocultaba y comía. Yo era un poco aislado, o
sea, tenía poco cariño por parte de mi madre, y también de mi padre pue’, o sea,
prácticamente viví solo. Entonces, yo por eso, yo vivía, de repente, renegado por mi
madre porque no me daba ese trato que yo hubiese esperado, que me dé cariño, que me
dé atención, siempre los preferidos eran los mayores y los menores.

Cuando cumplió los doce años, su madre lo envió a Abancay a buscar a su padre con el
argumento que era su obligación mantenerlo. Pero no fue así, desde que llegó a esa
ciudad, si bien le proporcionó un lugar donde dormir, su padre nunca vio por él, por lo que
tuvo que trabajar en muchas cosas para poder comer. La relación con su padre empeoró
aún más a causa de un hermano menor de su segunda mujer que robaba
sistemáticamente al padre, pero le achacaban la culpa a él. En una oportunidad, cuando
ya tenía dieciséis años, fue testigo de uno de estos hurtos y quiso golpear a su hermano,
pero su padre salió en su defensa agrediéndolo físicamente con mucha violencia. A pesar
que tuvo la fuerza para repeler el ataque, este acontecimiento lo llenó de consternación e
impotencia.

Me golpeó, pue’, con una banca en la cabeza, no me dio oportunidad ni a sentarme, ni a


defenderme, nada. Yo esa vez ya tendría más o menos 16 años, así, entonces que pasó,
yo me paré, me quería tirar con un ladrillo, entonces me paré, le quité el ladrillo, lo tiré, lo
empujé a la cama y me salí, ya ahí me puse llorar, porque no podía hacer nada.

Su padre generalmente no utilizaba la violencia física, Roberto nunca supo que él


maltratara físicamente a su mujer en Abancay. Lo que sí lo caracterizaba era una gran
irresponsabilidad – pues además de su conviviente, tenía otra pareja con quien llegó a
tener más hijos – y si su permanente inclinación hacia las bebidas alcohólicas.
Su adolescencia la cataloga como muy triste y sola. Durante todo ese periodo no tuvo
enamorada alguna, sólo una amiga, hija de una empleada de hogar, con quien compartía
penas.

Ella también a veces se sentía marginada, entonces a veces nos sentábamos en las
gradas y a veces nos poníamos a llorar, y a veces a conversar de nuestros problemas y
así, más como amigos.

Cuando tenía 19 años murió su padre y él volvió a Cusco. Encontró que su hermana
mayor estaba casada con un hombre diez años mayor que ella, holgazán, mantenido por
ella y que encima de todo la agredía físicamente. En una ocasión que volvió del trabajo
encontró que estaba violentándola, intervino para separarlos y recibió un golpe por parte
de él. Frente a eso respondió violentamente y a golpes lo botó de la casa prohibiéndole
que volviera.
Con un hermano mayor aprendió el oficio de carpintero y esto le permitió encontrar
mejores trabajos y mejorar significativamente sus ingresos. Decidió continuar sus
estudios escolares por las noches los cuales había abandonado en Abancay, y aduce que
eso lo mantuvo tan ocupado que no tuvo tiempo ni oportunidades para tener enamorada
alguna. Se empezó a dedicar a beber alcohol los fines de semana, inducido por sus
compañeros de trabajo mayores que él, pero fundamentalmente porque era la única forma
que encontraba de sentir la compañía de otros.

Yo tomaba porque me sentía solo, entonces de repente la única forma de encontrarme


acompañado era estar tomando, con algunos amigos. De repente por eso es lo que yo me
dediqué a tomar, por tener compañía.

Una tarde, cuando ya tenía 26 años, salió fastidiado a descansar en un parque a causa de
uno de las discusiones cotidianas con su madre, costumbre a la que siempre recurría
cuando se sentía anímicamente deprimido. Una joven se le acercó a conversar e
iniciaron una plática que duró varias horas. Ella también se sentía sola. Caminaron
varios kilómetros hasta la localidad cercana de Saya, donde bebieron juntos. Al regreso,
ella se sintió mal por el alcohol ingerido y no quiso regresar en ese estado a la casa de
una tía con quien vivía, así que decidieron quedarse en un hotel hasta el día siguiente.
De esa forma empezó una relación que duró más de un año. Se sentía enamorado, y en
una oportunidad que él le pidió que se casaran, ella le reveló que tenía dos hijos en Madre
de Dios, a los cuales había dejado al cuidado de sus respectivos padrinos. Consideró que
era una irresponsabilidad por parte de ella y le pidió que los trajera para que ambos los
criasen. Se sentía muy sensible ante cualquier situación que se refiriera a un acto de
desapego y abandono de los hijos, porque le recordaba su propia infancia de soledad y
desamor, y deseaba evitar que otros la sufrieran.

Sus hijos no podían estar botados en otro sitios, yo le digo, “yo he pasado eso y no me
gustaría que pase eso, mejor recogemos a tus hijos y de ahí conocen muy bien a mí y de
ahí podemos tener nuestros hijos”, eso me había aceptado.

Sin embargo, días después le comentó que estaba embarazada, a pesar que ambos se
cuidaban combinando el método del ritmo y el uso del condón. Esta situación le creó
malestar porque echaba abajo los planes que se habían trazado y así se lo trasmite a ella.
A pesar que él considera que no ejerció presión para que ella interrumpiera el embarazo,
una tarde llegó con la noticia que se había practicado un aborto con remedios caseros
(antalgina con leche y ruda), lo cual le había producido una pequeña hemorragia. Se
puso mal luego de eso, y él la alojó en casa de su madre para cuidarla. De esta manera
iniciaron una convivencia de dos meses, al cabo de los cuales, y ya estando mejor, le
anuncia que viajará a Puerto Maldonado a buscar a sus hijos, pero se fue y nunca
regresó. La buscó, mas nadie le pudo dar razón de su paradero. Cansado y
desilusionado, volvió a recurrir al alcohol y a las relaciones sexuales pasajeras. Por ese
entonces se independiza, renta un pequeño departamento y se muda.
A su actual esposa la conoció casi de la misma manera. Ambos paseaban solos por un
parque, se encontraron e iniciaron una charla que duró varias horas. Ella le contó que
vivía en casa de una hermana y tenía una hija, a lo que él pidió recogerla para cenar
juntos. En el transcurso de esta tertulia, ella se sintió mal, ardía en fiebre, no quiso volver
a la casa de su hermana y él le ofreció su departamento para que descansara. La
situación se agravó y tuvo que llevarla de emergencia al hospital donde le diagnosticaron
tifoidea. El tratamiento duró un par de semanas, durante las cuales ella permaneció en el
departamento y Roberto corrió con todos los gastos. Nuevamente, su experiencia anterior
de sufrimiento y el deseo que nadie pase por lo mismo que él, lo hizo actuar con caridad,
aunque habría que agregar también, para entender su actitud – y ésta es nuestra
interpretación –, por la imperiosa necesidad de sentirse acompañado.

Entonces, dentro de mí, comenté, si he pasado tantos problemas, he sufrido, tal vez un
día tenga un hijo y no me gustaría que pase por estas cosas, lo hice tratar.

En ese lapso descubrió el carácter irascible de ella, y cuando quiso que dejara el
departamento, ella fue alargando su estadía con diversos pretextos. El problema fue que
cada día que pasaba se mostraba más exigente, tratándolo como si ya hubiera una
relación marital. En todo ese tiempo no habían tenido relaciones sexuales y él la trataba
sólo como amiga; hasta que un día las tuvieron luego de lo cual, a pesar de haber usado
un preservativo, ella aduciría falsamente estar embarazada con la intención de forzar una
relación estable y – conociendo la actitud consecuentemente responsable que
caracterizaba a Roberto – chantajearlo emocionalmente,

Pasando ya unos meses ahí recién, tuvimos relaciones. La cual con eso ya me empezaba
a chantajear, que estaba embarazada, “Que ya me jodiste la vida, que, pucha que por tu
culpa estoy embarazada”, y todo eso, me echaba la culpa, entonces, con eso ya más me
presionaba.

Esto condujo a que iniciaran sus relaciones sexuales de manera cotidiana y luego de un
tiempo realmente salió embarazada. En ese entonces ya Roberto se sentía atrapado en
un tipo de relación que conscientemente no había buscado, con una mujer de quien no
estaba enamorado. Su penosa experiencia desde la infancia le hacía interpretar la vida
de manera fatalista, asumir una posición de impotencia, aunque siempre con la esperanza
que el destino le deparase mejor suerte.

No sabía pue’ qué hacer. Entonces digo: bueno, Dios sabrá lo que hace, porque yo jamás
me iba a enamorar de esta mujer y ni lo he buscado, simplemente las cosas se dan así,
¿no?, pero tenía un carácter terrible, en esos meses yo, cuántas veces, me ponía a llorar y
ojalá que algún día cambiara. Pasó el tiempo, casi he sufrido durante tres años.

En una oportunidad, al inicio de esta relación, decidieron salir juntos a tomar una cerveza
en un bar. Roberto se sentía asfixiado por la actitud controladora de ella, pues desde
que se relacionó con esta chica tenía pocas oportunidades de ver a sus amigos. Luego
de un tiempo de mirarse y no encontrar tema de conversación, él quiso continuar
tomando y ella se lo impidió, exigiéndole volver a casa, por lo que decidió marcharse sin
ella a otro bar. En el momento que hizo detener a un taxi, ella ingresó al auto
abruptamente y en el trayecto exigía airadamente que fueran a casa amenazando
arrojarse del vehículo en marcha, siendo impedida a la fuerza por él. De esta forma
llegaron al siguiente bar y en el momento que Roberto ingresaba por delante, lo golpeó
por detrás. Al parecer fue un arrebato desesperado y de impotencia por no poder torcer la
voluntad de Roberto hacia sus propios deseos. De manera impulsiva Roberto reaccionó
violentamente y el efecto de un solo golpe fue contundente, pues ella quedó tan afectada
que no pudo proseguir la pugna.

Yo me meto pue’ primerito al bar, y a mi detrás viene ella a darme pues puñetes por la
espalda, entonces yo me volteo y lo doy un lapo, sin pensar pue’, y cayó pue’ ahí, en un
rincón, en el suelo se quedó. Eso ha sido la única vez, porque ella primero me agredió.

Inmediatamente después, ya en casa, Roberto le planteó una advertencia respecto al uso


de la violencia física contra él y sobre las consecuencias también violentas contra ella que
estos actos podrían acarrear, estableciendo claramente límites respecto a estos hechos.
Por lo visto, este episodio fue absolutamente disuasivo, pues ella nunca más se atrevió a
repetirlo.
Estuvimos peleados casi hasta la una de tarde, entonces yo le dije, -Nunca me toques,
nadie me ha tocado y no creo que tú seas la primera. Yo nunca te voy a tocar, entonces le
digo, “si tú sabes que te puedo pegar, por qué te chocas conmigo”, desde esa vez, nunca
más.

Pero los conflictos continuaron, la mayoría de ellos ocasionados, según Roberto, por los
celos extremos de ella que se iniciaban cuando encontraba en casa algún vestigio de su
vida de soltero y de sus relaciones anteriores.

Cuando llegó ella a mi cuarto yo tenía cartas, incluso prendas de mujeres, tenía tantas
cosas ahí que yo no pensé que ella se iba a quedar, al pensar eso yo hubiese quemado o
hubiese botado. Entonces, de todas esas cosas que encontró a veces renegaba. -Que tú
eres un porquería, eres un mujeriego-, pucha que, me decía de todo: -Que has gastado
toda la plata con tus queridas, con tus putas, ahora me tienes que hacer sufrir.

También sus desplantes y caprichos eran motivo de gran malestar para Roberto, pero ella
siguió actuando de esa manera y no encontró muchos límites a sus actos.

Íbamos a un restorán, íbamos a un chifa, pedía un plato no le gustaba, lo dejaba, yo como


perrito tenía que salirme y también dejaba pues así todo, o había comida ahí en la casa y
en muchas oportunidades tenía que botar hasta el desagüe porque no había quién coma.
Y todo este tiempo, yo por cojudo le hacía caso. Qué terrible era mi vida, porque ella era
pucha la que, hacía lo que le daba la gana ¿no?

Los conflictos adquirían la forma de violencia psicológica a través de los insultos contra él,
muy probablemente buscando ejercer una relación de sometimiento que en buena parte lo
consiguió. Ciertamente, la estrategia de Roberto de retirase desarmaba
momentáneamente el acto violento y la dejaba sin más alternativas, ya que la violencia
física como siguiente paso lógico quedaba descartada por la experiencia anterior. Pero no
se resolvía el conflicto y cualquier pretexto era bueno para que la agresión verbal se
volviera reiterativa y el malestar para él fuese constante.

He tenido cuantas broncas con ella y lo único que hago, me callo, me insulta de todo, me
dice mi vida, me quedo callado, entonces, sabes que tanto me molesta que, simplemente
opto por salirme y me voy, y trato de darme una vueltita por ahí.

Posteriormente, cuando la hija de ambos ya tenía un año de edad, esta mujer inició una
relación paralela con el padre de una niña compañera de colegio de su hija mayor. Se
enteró por una vecina que los había visto en varias oportunidades juntos y besándose.
Ante esto, Roberto encaró a su pareja quien no supo como negarlo. Discutieron
agriamente, aunque sin agresiones físicas, y le exigió enérgicamente que se fuera de la
casa, pero sin la hija pequeña. Frente a su actitud resuelta, la mujer entró en un estado
de shock emocional, las niñas lloraban y nuevamente se puso a prueba su espíritu
comprensivo y una actitud muy flexible para resolver este conflicto.
Cuando ella estaba ya mal, mis hijos lloraron, entonces yo también me sentí mal y no sabía
qué hacer, entonces ahí yo me puse a pensar, dije, quién es perfecto, yo también de
repente algún día puedo pasar por esto. Siempre voy a pedir que me perdone, al menos
por mis hijos.

Este fue un punto de quiebre en sus relaciones de pareja, hablaron como nunca sobre los
pros y contras de su convivencia, le hizo entender lo que ganarían si ambos se plantearan
objetivos comunes de vida y mejoraran su vida cotidiana en común, y logró que ella
aceptara sus errores y prometiera cambiar. A partir de entonces las cosas cambiaron
satisfactoriamente para los dos y él siente que ha llegado a quererla. Mantiene su carácter
gruñón pero sin las agresiones anteriores. Cuando ella reniega, la única forma que
Roberto conoce para evitar que el ambiente se enrarezca aún más es optar por retirarse.

Desde esa vez ella también recapacitó y ahora nos va bien pues. De eso casi fue un año.
Yo creo que sí, he llegado a quererla. Entonces yo creo que ahora con la pareja que tengo,
nos llevamos bien, casi siempre es bien renegona, lo único que hago es no hacerle caso,
me callo y bueno que reniegue sola, pue’.

Un elemento clave para entender la actitud no violenta de Roberto, aun en casos


altamente conflictivos para el común de los varones como es la infidelidad, es su
convicción democrática de las relaciones de pareja, lo que le permite asumir que los
conflictos domésticos que cotidianamente aparecen se dan entre iguales.

Yo creo que la autoridad debe ser compartida, porque ni siquiera a un gobierno todo el
poder le hace bien, entonces mucho menos en una casa. No creo que sólo el hombre
tenga autoridad.

El otro elemento es que está muy consciente de las consecuencias graves que produce la
violencia en la integridad física de la mujer, dada la disparidad de fuerzas con el hombre,
hablando desde su propia experiencia (el único caso de violencia física contra su esposa),
como de otras que pudo presenciar.

Yo lo que veo es que un simple empujón puede caer, puede perder, de repente unos
dientes, de repente hasta la vida, entonces, es mejor arreglar cualquier problema, aunque
sea muy grave, pacíficamente, conversando. Yo he visto muchos casos de maltrato, los
varones más que todo pegan a las mujeres. He visto que un policía también le pegaba
mucho a su pareja y que le reventó un ojo.

A lo anterior se añade su sentido de responsabilidad con el bienestar de sus hijos, el cual


considera que se vería seriamente comprometido si se iniciara una escalada de violencia
contra su pareja. Trata que en sus hijos no se reproduzca la misma experiencia de
sufrimiento por el abandono y el desamor al que fue sometido durante la infancia.

Yo creo que es más sencillo dialogar, porque cuando utilizas la violencia, resulta de que
ambos nos perjudicamos, y no solamente por un rato, puede ser para toda la vida. Yo he
crecido en un cuadro donde he pasado muchas necesidades, he visto un montón de gente
cómo sufre. Yo como hijo he palpado bien la necesidad de un hijo abandonado, cómo es
sentir hambre, cómo es sentir sed, y no me gustaría que mis hijos pasaran por eso.
La actitud no violenta con su pareja no necesariamente se traslada a los hijos. En el caso
de ellos, considera que hay situaciones en la que se hace necesario el castigo físico,
como último recurso, para corregirlos, y ha comprobado que éste resulta altamente
disuasivo.

En oportunidades les he pegado, porque, hay veces de que uno se le habla, por favor esto,
y hay veces no hacen caso, entonces agarro mi correa le tiro pue, una sola. Una vez le tiré
la cuera, le di una pero bien, desde esa vez yo agarro la correa la hago ver y ya.

En general Roberto despliega permanentemente esfuerzos para que su relación esté


basada en la confianza mutua y exenta de control de ambas partes, aunque no siempre
logra que ella haga lo mismo.

Hay días que ella sale, entonces, no voy a estar siempre pendiente, como yo tampoco no
me gusta que me esté preguntando -Dónde vas a ir, a qué hora, no, porque hay veces hay
cosas que se presentan de improviso, de repente tengo que hacer un trabajo, yo me
propongo una hora y puede ser dos horas. Y después me está diciendo y son dos horas,
¿y dónde has estado la otra hora?, entonces esas cosas también, yo le explico, le digo, no
es bueno estar ahí presionándonos.

Deja que todo el dinero lo administre ella en quien confía plenamente porque, según él, de
esta manera evita caer nuevamente en el vicio del alcohol al que estuvo sumido en sus
largos periodos de soledad. Su dolorosa experiencia infantil sigue siendo el estímulo para
evitar perjudicar a su familia. Hay que tener también en cuenta que esta actitud podría
interpretarse como cómoda, pues de esa manera no tiene que preocuparse de cómo
hacer alcanzar esos pocos recursos para cubrir las necesidades domésticas cotidianas.

Por todas las cosas que he pasado de niño, lo que ahora yo hago, todo el dinero que yo
pueda ganar, yo se lo doy a ella. Ella sabe distribuir lo que es la casa ¿no? ella no es
viciosa, no tiene ningún mal hábito. A veces yo pido pa’ mi pasaje, yo creo que es
suficiente, porque, para qué más voy a necesitar, yo creo que el dinero en bolsillo me va
traer problemas. En aquella época que yo era empresario gastaba bastante dinero en
cerveza, entonces yo digo pue’, por qué no podría regresar a esa época, entonces, soy
consciente de todo eso para no perjudicar a mi familia, prefiero dárselo a mi esposa.

Considera importante participar en las tareas domésticas, como también que su esposa
participe apoyándolo en su trabajo como artesano. Las veces que por falta de tiempo o
recursos económicos no puede salir a visitar a sus familiares con su esposa, la incentiva a
que ella lo haga sin necesidad de depender de él, tampoco haciéndola sentir culpable por
haberlo dejado, a pesar de su tendencia a victimizarse. No habría que descartar que
Roberto guarde aún resentimiento contra su pareja por toda la trayectoria de agravios
contra él, de ahí la metáfora con el perro que podría devenir en rabioso.

Nunca le hago sentir culpable, más bien yo le incentivo, porque me gustaría que ella un
poco se relaje, pa’ que no esté tan presionada ¿no? Es igualito que un perro, no se le
deja salir y se puede volver rabioso. Entonces, ahí veces como tenemos tres hijos, no
podemos ir todos, entonces le digo, bueno pue’ anda corre, anda con tu tía, le digo, con mi
mamá.
La forma de actuar de Roberto respecto a su pareja, y el evitar asistir a los bares con los
amigos, son constante motivo de burla por parte de sus pares. Pero él las soporta y no
las toma en cuenta basado firmemente en sus convicciones.

Sí, un montón de presiones por parte de los amigos. Yo le digo, pue’, yo soy saco largo
para mis hijos, no con mi mujer, porque yo trabajo para mis hijos y de repente por mis hijos
soy saco largo, pero yo no me considero así.

Esta convicción está reforzada por los beneficios que percibe en sus relaciones familiares,
tanto con su pareja como con sus hijos. Plantea que sólo en un ambiente democrático,
libre del temor que produce la violencia, se sabe escuchar, aceptar las críticas y corregir
lo que está mal.

Me siento tranquilo porque a veces, si habría violencia yo creo que no podría conversar
con ella, no podría criar a mis hijos, yo creo que no es bueno hacer o actuar mediante el
miedo, o sea, todo debe ser conscientemente, todo aquel que tenga la razón ¿no? tiene
que defender su propósito, si es que yo le impondría, digamos, mediante el miedo hacia mi
pareja, entonces cuándo sabría lo que está correcto y lo que está incorrecto. A mí me
gustaría, también, que me haga entender que está mal, que está bien, y no me importa lo
que diga la gente porque total quienes vivimos la vida somos nosotros en pareja y mis
hijos.

El de Roberto es el típico caso de alguien que “nada contra la corriente”. Desde su niñez,
muchas de las condiciones para un actuar violento podrían haber estado dadas: el
desamor, su estado real de abandono y su sentimiento de soledad pudieron haberlo
convertido en un ser muy posesivo, iracundo, controlador, bajo el temor permanente del
abandono. Pero, desde su infancia, aprendió a utilizar la agresividad, no para someter,
sino para defenderse y sobrevivir. Así lo tuvo que hacer para arranchar la comida a su
madre que no lo tomaba en cuenta, para defenderse de la agresión de su padre frente a
un acto absolutamente injusto, para defender a su hermana y expulsar a alguien que
atentaba contra el bienestar familiar y para defenderse él mismo de los golpes propinados
por su pareja. Tampoco tuvo un modelo de padre violento, pero sí muy irresponsable
como proveedor, y a esto último achaca gran parte de sus sufrimientos durante su niñez y
adolescencia, situación que quiere evitar a toda costa para quienes lo rodean.
Su experiencia de constante dolor y soledad lo hizo fatalista y salvador de mujeres e hijos
con los que tiene empatía por lo que se dejó llevar en una relación conyugal donde su
papel por mucho tiempo fue el del sometido. Tuvieron que ocurrir algunos episodios
cruciales como los golpes de los que fue víctima por parte de su pareja y las muestras de
infidelidad, para que él, con sus respuestas agresivas, no sólo lograra defenderse, sino
obtuviera un mayor equilibrio en la correlación de fuerzas, probablemente no de manera
premeditada.
Otro aspecto importante que se extrae de esta experiencia, es que hay muchas mujeres
que han sido criadas con los mismos patrones machistas y patriarcales, jerárquicos y
autoritarios y se comportan de esa manera porque no conocen otros modelos. Al no
encontrarse con un hombre en el papel esperado de dominador, por lo menos una parte
de ellas, tendería a asumir ese rol. Pero comúnmente los hombres poseen
comparativamente mayores recursos que evitan que la dominación contra ellos quede
consumada totalmente mediante la fuerza física.
Roberto intenta, por todos los medios, desarrollar una relación armónica, libre de
violencia, para bien de sus hijos y de ellos mismos, pero hay que anotar que los esfuerzos
por establecer relaciones equitativas y democráticas sólo de una parte que es lo que
ocurre, según Roberto, en este caso, resultan desgastantes y crean malestar constante.
Entonces se hace importante escoger la pareja que coincida en la misma perspectiva de
relaciones no jerárquicas ni autoritarias y que comparta los mismos objetivos de vida.
Pero Roberto no escogió. Sus sentimientos de soledad cotidiana y de menosprecio de sí
mismo, han tenido implicancias negativas en su autoestima. Hay que tener en cuenta,
sobre todo, el impacto tan terrible que tendría en el nivel de su autoestima, en primer
lugar, el abandono del padre, que resulta la forma más extrema del rechazo paterno. Y
en segundo lugar, la actitud de la madre hacia él, de indiferencia y falta de afecto, cuando
la imagen ideal de madre que prevalece es la de mujer por naturaleza abnegada, llena de
amor porque es “el ser que da la vida”. Entonces, qué ser tan ínfimo podría imaginarse,
que ni siquiera su madre lo aceptaba. Todo esto ha condicionado gran parte de sus
comportamientos: su inclinación por la ingesta de alcohol sólo por sentirse acompañado y,
por tanto, la manera en que ha entablado relaciones con las mujeres. Las dos personas
con quienes inició una relación de convivencia fueron las primeras que el destino le puso
delante, sin existir mayor compatibilidad, y por el solo hecho de tener compañía.
Aún quedan como interrogantes cuáles fueron los procesos internos que Roberto siguió
para internalizar una concepción democrática de las relaciones conyugales y que
mantuviese dicha concepción a pesar de haber “comprobado” la eficacia de la violencia
física aunque en el caso relatado fuese defensiva, ya que no aparece claramente
experiencia alguna que lo haya acercado a un modelo distinto al hegemónico.

Reflexiones generales sobre los hombres que no ejercen violencia contra sus
parejas

Las experiencias que se constituyen con mayor fuerza en condicionantes, no sólo de la


conducta no violenta de estos hombres, sino de sus firmes convicciones en contra de la
violencia hacia la mujer, fueron diversas. Sólo en dos de los cinco casos, el nacer y
crecer en un ambiente familiar libre de violencia conyugal, con relaciones de amor, de
comprensión y democráticas entre sus padres y para con ellos, fue el aspecto que tuvo
mayor peso. En dos de los tres casos restantes ellos fueron testigos de la violencia de
sus padres contra sus madres y de otros familiares muy cercanos que desarrollaban
prácticas similares. Fueron otras las experiencias que influyeron para que ellos
internalicen prácticas democráticas. En el caso de Chino, la oportunidad de una
socialización temprana en otro ambiente en donde pudo percibir y disfrutar de relaciones
igualitarias y de mucho afecto, jugó un papel clave para que tuviera otro modelo de ser
hombre y de cómo entablar una relación equitativa de pareja con consecuencias
beneficiosas, a diferencia de lo vivido en los primeros años de su infancia. En lo que
respecta a Ignacio, fue su temprano espíritu crítico y sus inquietudes intelectuales los que
lo llevaron a cultivarse, leyendo mucho, abrazando prácticas como el yoga y las artes
marciales que conllevan una disciplina corporal y espiritual, seguridad en sí mismo y
autocontrol, que le dieron amplio criterio y una convicción pacifista. Ignacio optó por
quedarse con el padre frente a la separación con la madre, pero se quedó con el lado que
admiraba de él, es decir el intelectual y político, lo que le abrió perspectivas distintas a la
de los hermanos, quienes no tuvieron las mismas oportunidades de formación y, al final,
en sus respectivas relaciones conyugales, reprodujeron el autoritarismo y la violencia
aprendidos en la infancia temprana. .

Estas situaciones nos permiten plantear que, aún dentro de un sistema hegemónico de
dominación masculina, existen opciones distintas a tomar, las cuales pueden ir a
contracorriente con la reproducción de la misma. Esto se debe a que coexisten otras
culturas alternativas y estilos de vida minoritarios que tienen influencia en algún sector de
la población y que tienen su origen en distintas vertientes del pensamiento filosófico, de
carácter ético, político o religioso. Sin embargo, la vivencia cotidiana es difícil para
quienes quieren buscar caminos alternativos, tanto por las presiones externas que
reciben, como por los mandatos internos duramente inscritos en lo consciente e
inconsciente de cada individuo desde su nacimiento a lo largo de toda su vida que es
producto de una socialización que va más allá de los límites de la familia nuclear y de la
formación directa que reciban de los padres.

El caso de Roberto definitivamente escapa de cualquier intento de trazar tendencias en el


comportamiento humano. Todas sus condiciones de socialización temprana y de
desarrollo personal, similares a las experiencias de los hombres que ejercen violencia
física y/o sexual que analizamos en un acápite anterior, apuntaban a la construcción de
un ser violento, irascible, poco tolerante, altamente suspicaz y machista. No aparece,
dentro de su trayectoria de vida, experiencia alguna que le haya mostrado un modelo
diferente de ser varón que el hegemónico y otra forma de resolver conflictos a su favor si
no es mediante la violencia. Sin embargo, nos encontramos con un hombre que busca
relaciones equitativas con su pareja, que desdeña toda forma de violencia contra la mujer,
y que se comporta agresivamente sólo cuando alguna situación o acción de terceros
atenta en forma extrema contra su propia sobrevivencia y/o integridad física; en sus actos
no hay un ánimo de someter. Es probable que el haber sido víctima de mucho maltrato y
de la manera tan cruel como él lo vivió le haya producido mucho temor a la violencia y a
sus consecuencias, incluyendo a la desatada por él, como cuando responde
violentamente a la agresión de su pareja y luego se asusta de los efectos.

Este caso nos deja muchas interrogantes, de cómo el medio no empuja a todos en el
mismo sentido. Cualquier acto que le haga revivir sus experiencias de humillación, de
abandono y de carencias afectivas, no las transforma en ira ni las resuelve poniéndose en
una posición de superioridad mediante la violencia, como señalan diversos autores, sino
las convierte en compasión y tolerancia, para que “nadie sufra” lo que él sufrió cuando
niño y adolescente. No obstante, estas actitudes descritas están mezcladas con una
postura indolente, fatalista, de baja autoestima que sí están relacionadas con lo que ha
sido su vida, y que lo llevan muchas veces a soportar estoicamente el maltrato
constituyendo, en varias oportunidades, esta flexibilidad ante los demás en violencia
contra él mismo, quedando y percibiéndose en el polo de la víctima.

El otro tema que aflora, principalmente de la experiencia de Santos, es que no basta


haber crecido en un ambiente de amor, de respeto a sí mismo y a los demás, para forjar
una personalidad segura, con una alta estima del propio valor. Hay otros elementos del
contexto social que juegan en pro o en contra de la autoestima, y que son también
construidos social y culturalmente como es la percepción de belleza y fealdad, a través de
la cual se crean también exclusiones sociales. En esto juega, como en diversos
constructos sociales, no sólo la percepción externa sino la propia que autoexcluye. La
sensación del poco merecimiento los pone en una posición de debilidad que puede ser
aprovechada en contra de ellos mismos por un medio social ávido de poder, enmarcado
en una concepción jerárquica y autoritaria de las relaciones humanas y que no dudará en
someter si la oportunidad es propicia. En este juego de correlaciones de fuerzas están
encerrados hombres y mujeres. Por otro camino, aún más pedregoso, fue formada la
personalidad de Roberto, con un gran vacío de afecto que incidió indudablemente en su
baja autoestima y que también lo puso en posición de debilidad. En ambos casos
entablaron relaciones de pareja con mujeres que ellos no escogieron y que interpretaron
sus muestras de equidad y tolerancia como expresiones de hombres pusilánimes a los
cuales era posible utilizar para los propios intereses aún a costa del daño que producían.
En estos dos casos se muestra claramente que la violencia puede ser ejercida también
por las mujeres cuando encuentran, por diversos motivos, un desbalance de poder a su
favor, aunque esta situación resulte poco frecuente.

Esto nos enlaza con el tema de las condiciones de posibilidad para el ejercicio de la
violencia. A algunas mujeres no les faltará ganas de someter a los varones o de
castigarlos ejemplarmente de manera violenta, y unas cuantas lo habrán intentado como
en los casos de Ignacio y Roberto. Sin embargo, existen obstáculos de índole físico,
social y cultural para las mujeres que impiden que pueda consumarse el total
sometimiento masculino utilizando la violencia física como último recurso. En ambos
casos, la primera vez que lo intentaron por la vía física fue también la última, porque la
respuesta de estos hombres fue físicamente contundente y disuasiva. Luego de eso,
sólo les fue posible a ellas llegar hasta la violencia emocional, que estos hombres han
logrado contrarrestar ignorándolas y retirándose de la escena. Ya afirmamos
anteriormente que estas respuestas pueden ser violentas si no son previamente
acordadas, porque se basan en un desbalance de fuerzas a favor de los hombres para
realizarlas y tienen un efecto negativo de frustración y minimización en ellas. Al no lograr
su propósito empleando la violencia verbal o emocional, a las mujeres sólo les quedaría la
violencia física y ya no la pueden utilizar. Pongámonos en el caso contrario de un
hombre que grita e insulta a su pareja y ésta con una sonrisa se da media vuelta y lo deja,
es muy probable que el hombre la siga y la golpee para consumar el sometimiento,
porque tiene las posibilidades para hacerlo. Hay otras condiciones de orden social y
cultural que impiden a las mujeres consumar un acto de violencia como es, por ejemplo,
el abandono de hogar que utilizan muchos hombres, porque el duro anclaje a los hijos
hace que ellas sean sometidas al escarnio público y a su propia conciencia acusadora de
madre desnaturalizada. Sin embargo, hay situaciones excepcionales en las que sí ocurre,
como lo sucedido con Santos, quien fue abandonado con su hijo recién nacido.

Todos estos hombres relatan que sus relaciones de pareja no están libres de conflictos,
los que ocurren naturalmente porque existen interpretaciones distintas de los
acontecimientos diarios, propuestas diferentes para solucionar los problemas e incluso,
en algunos casos, objetivos familiares diversos y concepciones dispares de cómo
interactuar cotidianamente como pareja. En los cinco casos se manifiesta que son las
mujeres las que toman generalmente la iniciativa en el planteamiento del conflicto35 y con
frecuencia de manera airada. En los casos de Santos, Noel y Chino, ellos aducen que
escuchan lo que la pareja tenga que decir o reclamar, lo cual no los altera porque no

35
Aunque, ciertamente, en la mayoría de los casos son las mujeres las que plantean el conflicto, y son más
bien los hombres que intentan evitarlo, porque generalmente significa poner en cuestión su poder y los
privilegios de los cuales disfrutan.
sienten que con ello les estén faltando el respeto o pongan en cuestión una autoridad o
identidad superior inexistentes. Se trata para ellos de un reclamo y discusión entre
iguales, al que hay que atender. Según ellos, sus parejas interpretan su silencio como una
escucha respetuosa y esto las tranquiliza; en un clima distendido negocian llegando a
soluciones que los y las satisfacen mutuamente. No obstante, en lo que respecta a
Ignacio y Roberto hay objetivos y formas de relacionarse que no resultan compatibles con
sus parejas, haciendo entonces que existan conflictos irresueltos que resurgen
permanentemente y causan malestar. La soluciones que han encontrado estos hombres
para evitar engancharse con la violencia verbal o emocional que parte de sus parejas y no
exponerse a la posibilidad de sufrir o utilizar la violencia física, que con mucha convicción
recusan, es abandonando la discusión por no contar con otro recurso, lo cual no resuelve
el problema y mantiene latente el peligro del ejercicio de la violencia

En todos los casos se ha podido notar claramente que al ser una relación de dos, no
bastan los intentos de una de las partes para alcanzar relaciones democráticas y
equitativas con la pareja, por más que sea el hombre quien las propugne. Es necesario
que ambos compartan las mismas concepciones, y también tengan y persigan objetivos
semejantes o convergentes como pareja, pues de lo contrario la relación se hace
frustrante y tiende a desgastarse.

Si bien en todos estos varones hay una concepción distinta de las relaciones entre
hombres y mujeres, hay un esfuerzo explícito por no ser autoritarios y además hay un
propósito por ser auténticos. La mayoría mantiene muy internalizadas las concepciones
tradicionales en el plano sexual, tanto en las relaciones sexuales, como en las
características y roles sexuales que le atribuyen a hombres y mujeres, poniéndose con
esto limitaciones y ejerciendo violencia incluso contra ellos mismos. Esto ocurre, por
ejemplo, cuando Chino afirma que él nunca podría decir no a su pareja ante una
propuesta sexual, a pesar que él no tenga ganas. Además habría que añadir la posición
contradictoria de Ignacio, tan liberal en algunas cosas y tan tradicional en el ámbito
sexual, siendo en esta dimensión donde menos cambios estarían ocurriendo aún en lo
que respecta a estos hombres. Sin embargo, es necesario anotar que en este aspecto
también se distinguen de otros hombres al no imponer a sus parejas relaciones sexuales
en contra de su voluntad, aunque en el caso de ellos mismos se auto violenten.

Hay micromachismos, muchos imperceptibles, de los que no están exentos estos


hombres para conseguir algunos fines a su favor, aunque no sea el propósito exacto el de
someter. Probablemente la mayoría son inconscientes, valiéndose de privilegios por el
sólo hecho de ser varones, como la posibilidad que tiene Ignacio de seguir realizándose
personalmente en la actividad social y política, al margen de los intereses familiares,
privilegio que no podría ejercer aunque quisiera, su pareja, por las cuestiones culturales
ya mencionadas. O los sutiles controles que ejerce Chino con su pareja, respecto a qué
relaciones le conviene o no, según su criterio, bajo la arraigada creencia que las mujeres
son débiles y que requieren de la tutela masculina para discernir adecuadamente. En
este caso utiliza el fuerte vínculo afectivo que hay entre los dos para, muy sutilmente,
presionar a que abandone la relación amical con alguna persona que no es de su agrado.

Estos hombres son vistos de diferente manera por sus pares, pues al ser evaluados por
éstos, no cumplen los estándares del verdadero hombre de acuerdo al modelo impuesto
por la masculinidad hegemónica, entonces son objeto de burla y de presiones, o
simplemente se los aísla. En la mayoría de los casos que hemos analizado, estos
hombres evitan compartir los lugares de socialización masculina como son los bares,
encuentros de fútbol de fin de semana, etc., con el fin de no exponerse a estas presiones
y ser pasto de mofas que intentan ridiculizarlos. MIentras tanto Noel, por las actividades
de liderazgo en lo deportivo que lo obliga permanentemente a interactuar con otros
varones, no ha podido librarse de estas situaciones que indudablemente le producen
malestar. Hay que anotar que todos, en algún momento, tuvieron que interactuar con
grupos de personas donde sus actitudes tolerantes, flexibles y equitativas con las
mujeres, fueron interpretadas como muestras de debilidad, candidez o cobardía, y que
esa impresión que causan los hizo sentir mal.

Sin embargo, todos ellos se sienten orgullosos de ser como son y actuar de acuerdo a sus
convicciones, y evalúan que los beneficios conseguidos por ser diferentes son
incomparables respecto a lo que pierden en lo amical. En realidad, el grupo de pares
tiene la función de ser la fuente de reafirmación de una masculinidad siempre insegura
que necesita permanentemente retroalimentarse con la aprobación de los demás. Es por
eso que se da la práctica generalizada de compartir chistes homofóbicos y misóginos,
donde se devalúa a los homosexuales y a las mujeres respectivamente, como
mecanismo que compense inseguridades e intente reafirmar una masculinidad percibida
como en constante peligro de perderse. También es el espacio donde se cubren, de
alguna forma, vacíos respecto a la soledad y a la falta de afecto y se desfogan tensiones,
emociones y sentimientos reprimidos mediante la ingesta de alcohol, única forma que
resulta permitido hacerlo dentro de la masculinidad hegemónica. Para estos hombres,
cuyas trayectorias de vida analizamos, el grupo de pares ya no les resulta funcional,
porque se sienten seguros de sus masculinidades y porque las buenas relaciones con sus
parejas hijas e hijos les resultan afectiva y emocionalmente gratificantes, aspectos de los
cuales la mayor parte de los hombres que intentan emular la masculinidad hegemónica
difícilmente pueden disfrutar.
Reflexiones finales

Las experiencias de vida de los hombres que participaron en esta investigación


expresadas a través de sus discursos, de sus emociones y de la interpretación que hacen
de sus propios actos, nos interpelan a reflexionar sobre la violencia en nuestras propias
vidas. Comprender la violencia desde el lado de los agresores no significa complicidad
con sus actos, sino que nos permite descubrir con evidencias que el ejercicio de la
violencia, si bien produce terribles secuelas en la vida de mujeres y niños, tal como la
literatura especializada lo ha demostrado fehacientemente, forma parte, a la vez, de un
proceso doloroso en el cual están envueltos también los mismos agresores y que
empobrece la vida de todos los seres humanos.

Las trayectorias de vida que hemos analizado nos muestran que uno de los baluartes del
sistema de dominación masculina al interior de la relación conyugal es la violencia
emocional. Cuando les preguntamos cómo evaluaban sus relaciones de pareja, la
mayoría afirmó que éstas eran muy buenas y se desarrollaban de manera armónica. Sin
embargo, el ejercicio de maltratos emocionales hacia sus parejas era un mecanismo
cotidiano para imponer su autoridad y disfrutar de privilegios de manera contundente.
Para estos hombres, lo socialmente esperado es que las mujeres obedezcan sin chistar y
que el orden por ellos impuesto en el hogar se mantenga. Para ellos es natural que las
mujeres adivinen las necesidades masculinas, que se auto-inhiban en sus relaciones con
otras personas ajenas al núcleo familiar y que auto-restrinjan sus movimientos fuera del
hogar, anticipándose así, a los deseos del marido, al margen de los sentimientos de
malestar que estas prácticas ocasionan en las mujeres. Si lo anterior ocurre, entonces
todo encaja perfectamente con los contenidos que la cultura patriarcal hegemónica les ha
transmitido y, por lo tanto, a los ojos de ellos todo marcha bien. A diferencia de lo
ocurrido con los hombres que ejercen violencia física, la práctica de la violencia emocional
generalmente no les produce remordimientos ni mayores inseguridades.

Algunos de ellos utilizaron la violencia física al inicio de la relación cuando la violencia


emocional no les resultó efectiva, lo que comprueba que el maltrato físico siempre será
una posibilidad si la violencia emocional, más sutil, menos brutal, no consigue los
propósitos del sometimiento. En estos casos se observa cómo el hecho de detener la
violencia física no necesariamente resulta por sí sola un avance significativo en términos
de la equidad de género. Varios de estos hombres descubrieron que podían alcanzar los
mismos fines con la violencia emocional; otros la utilizan de manera naturalizada e
inconsciente, sin los costos del abandono, las denuncias judiciales y la destrucción
familiar, y sin el círculo vicioso del malestar que la violencia física produce. Muchos de
estos hombres niegan ejercer violencia porque gran parte de estas prácticas no son
visibles, generalmente se sienten muy cómodos dentro del sistema patriarcal y
probablemente serán los más reticentes a los cambios hacia una cultura y prácticas
equitativas y democráticas en las relaciones entre los géneros.

A través de los relatos de vida que hemos analizado comprobamos que el ejercicio de la
violencia física y/o sexual de los hombres contra las mujeres, en la mayoría de los casos,
es un recurso desesperado para mantener el estatus de autoridad sobre ellas, y es un
reflejo claro de la debilidad del sistema de dominación masculino. En estas situaciones la
hegemonía masculina ha sido resquebrajada por el cuestionamiento a ese poder, lo que
se expresa en las diversas estrategias de resistencia que desarrollan las mujeres. Esta
confrontación con una voluntad o acción femenina que escapa a su control, sume a los
hombres en un gran malestar porque quiebra las bases en las que se sostiene el modelo
de dominación masculina internalizado desde la niñez. Con el uso de la violencia física se
busca reestablecer un orden en el cual el hombre detenta privilegios siendo un receptor
de servicios por parte de la mujer. Si ese objetivo es logrado con la violencia física, los
malestares para el hombre se aminoran y creen que todo marcha “armónicamente”, muy
al margen de lo que sientan ellas, como las situaciones logradas por quienes sólo ejercen
violencia emocional. No necesariamente significa que no les importen los sentimientos de
la pareja sino que existe, en estos hombres, una incapacidad de percibir los sentimientos
de dolor o tristeza de las personas que los rodean, porque a la vez les es muy difícil
identificarlos en ellos mismos, producto de la represión social experimentada desde la
niñez a todas las emociones que reflejen vulnerabilidad.

Un problema mayor para ellos es cuando no consiguen el sometimiento de sus parejas,


entonces la espiral de la violencia crece y con ello la percepción de diversos malestares
se acumula. En casi todos los casos estudiados, los hombres que violentan físicamente a
sus parejas son los más inseguros de su capacidad de ejercer autoridad frente a las
mujeres, y los maltratos sólo les otorgan sensaciones momentáneas de poder. Los
sentimientos de malestar que experimentan no nacen únicamente como consecuencia de
las resistencias femeninas, sino que éstas últimas pueden actuar como disparadores que
reviven experiencias de violencia y dolor desde la primera infancia, producto de la manera
en que ellos han construido su masculinidad en interacción con padres, familiares, amigos
y demás actores del medio. Esta construcción se desarrolla, como anteriormente
señalamos, a través de pruebas constantes que deben superar para demostrar la
masculinidad lo cual produce un temor constante a ser humillados por no alcanzar los
estándares del verdadero varón, siendo uno de los pilares fundamentales para ello la
demostración del poder y autoridad sobre las mujeres. Para estos hombres están en
juego, entonces, aspectos cruciales que alimentan su autoestima y el reconocimiento
social de su masculinidad. Por tanto, el ejercicio de la violencia física, no solamente
encierra conductas aprendidas para mantener autoridad y privilegios, sino que además
representa, desde su perspectiva, la lucha por la supervivencia de su identidad
masculina.

La gran mayoría de hombres entrevistados reconoce que pegar a sus parejas es malo. En
sus propias historias personales comprobaron las consecuencias negativas de hacerlo y
una vez más lo comprueban en sus propios hogares. Pero sienten el imperativo de
hacerlo pues lo contrario les significaría soportar profundos sentimientos de humillación y
de desvalorización social que se anteponen a sus remordimientos y al dolor de presenciar
la destrucción de su hogar producida por ellos mismo.

Hemos visto en la investigación cómo el temor a ser humillado puede ser más o menos
incrementado por experiencias familiares desde la primera infancia, experiencias de
abandono, de maltratos físicos, de humillaciones y de carencia de afectos que también
son producto de la manera en que sus padres construyeron sus propias identidades
genéricas y de las relaciones de género que entablaron con sus hijos. Tales vivencias
aumentan la inseguridad en sí mismos y producen una autoestima muy baja con una
propensión mayor a interpretar diversas conductas femeninas como amenazantes a ese
poder, lo cual a la vez les ocasiona un sufrimiento permanente. A la vez, al ser sus
temores infundados y paranoicos en la mayoría de los casos, harían que las mujeres
estuvieran asumiendo la violencia hacia ellas como injusta36, y cuando estos episodios se
vuelven constantes, las fuerzan a huir como estrategia de sobrevivencia.

Llegar hasta la diversa gama de sentimientos de dolor, vergüenza, miedo – que como
hemos explorado, juega un papel fundamental en las conductas violentas porque detrás
de ellas hay fuertes creencias enraizadas – fue un trabajo arduo y difícil, puesto que
muchos de estos sentimientos no son identificados por la mayoría de hombres. Son
confinados al mundo del inconsciente, desde donde actúan. A diferencia de quienes
piensan que entender así el problema es “psicologizar” la violencia, porque suponen
equivocadamente que nuestra dimensión psicológica constituye un mundo autónomo,
somos enfáticos al decir que en la misma también se expresa la realidad social. Nuestros
miedos y vergüenzas, entre otras emociones, tal como lo señala Norbert Elias, son social
e históricamente determinados. Así, el sentido de lo que es humillante y vergonzoso o no,
ha cambiado y sigue cambiando a lo largo de las culturas y de la historia (Elías, 1994).

Los relatos de vida de los hombres que buscan conscientemente desarrollar relaciones
equitativas y democráticas con sus parejas nos muestra, en primer lugar, que es posible
experimentar otro modelo de ser varón, a pesar de que las estructuras sociales
dominantes empujen en otra dirección. Ciertamente, el hecho que tengan que respirar
cotidianamente de la cultura machista hegemónica e interactuar permanentemente con
instituciones patriarcales, hace que las trayectorias que siguen estos hombres no estén
exentas de contradicciones que se expresan en algunas incoherencias en su pensar y
actuar respecto a las relaciones de género. Pero, indudablemente, sus esfuerzos por
marchar hacia la equidad de géneros, aún a costa de la incomprensión del medio que los
presiona hacia lo contrario, pesan más en la evaluación.

En segundo lugar, estas experiencias nos señalan la presencia de algunos hitos que
fueron fundamentales para la construcción de una masculinidad diferente a la hegemónica
y que tiene implicancias en las estrategias de trabajo que podamos emprender en la
formación de hombres equitativos, no sexistas, autónomos y respetuosos de los derechos
de las mujeres. Es indudable que las primeras vivencias en el contexto de una familia, no
sólo libre de violencia sino donde las relaciones entre todos sus miembros eran
democráticas y el afecto circulaba cotidianamente entre padre y madre y entre éstos y los
hijos, juegan un rol fundamental y son las que más aportan a la formación de este hombre
diferente.

A la par, la oportunidad de disfrutar tempranamente de otras experiencias distintas a las


violentas que experimentan en casa, y que les muestra a los niños que hay otros modelos
más gratificantes de relaciones familiares y de ser hombre, también puede producir el
mismo efecto. Las trayectorias de vida que hemos analizado también nos muestran que
hay otros caminos, con impactos más aleatorios en los hombres, como son el
enriquecimiento intelectual que da la oportunidad de una amplitud de criterios y el
acercamiento a corrientes de pensamiento humanista y democrático. Junto con ello, la
práctica de disciplinas que propenden al control del cuerpo y del espíritu que traen detrás
una filosofía de la tolerancia y de paz, también contribuye, de alguna manera, a la forja

36
Hay que notar que ellas, al igual que los hombres, proceden en su mayoría de hogares en los cuales
fueron maltratadas físicamente, y donde habrían aprendido a que existe la violencia justificada, la cual es
aceptada si se acepta la autoridad de quien ejerce el castigo y se tiene conciencia de la falta cometida, pero
también la injustificada, cuando no se sabe cuál es la trasgresión y por tanto no puede ser aceptada.
de hombres distintos. Sin embargo, si no ha existido a la vez la oportunidad de vivenciar
formas diferentes de ser varón y de relaciones equitativas de género, y menos de
cuestionar los supuestos en que se basan las creencias machistas, es posible que estos
hombres sólo logren reprimir la violencia física y/o sexual, pero sigan experimentando
malestar ante episodios que cuestionen su poder y el ejercicio de privilegios, los cuales
pueden ser no conscientes. Por ello, evaden el conflicto, no dando la posibilidad a ser
resuelto desde una negociación equitativa que no ha sido aprendida y creando un
malestar permanente en ambos miembros de la relación.

En todos los casos se ha podido notar claramente que al ser una relación de dos, no
bastan los intentos de una de las partes para alcanzar relaciones democráticas y
equitativas con la pareja, por más que sea el hombre quien las propugne. Es necesario
que ambos compartan las mismas concepciones, y también tengan y persigan objetivos
semejantes o convergentes como pareja, pues de lo contrario la relación se hace
frustrante y tiende a desgastarse.

Por último, constatamos que no existen mayores diferencias entre los varones de Lima y
Cusco, pues en ambos lugares comparten las mismas creencias de género y trayectorias
de vida similares – en su gran mayoría con familias de origen donde el ejercicio del
autoritarismo y de la violencia masculina era cotidiano – y la construcción de sus
identidades masculinas resultó muy similar. La única diferencia que notamos fue la mayor
dificultad en ubicar a hombres que se esforzaran por establecer relaciones equitativas y
democráticas con sus parejas en la ciudad de Cusco respecto a Lima, pues fuimos
acumulando casos de hombres que aparentemente no violentaban porque no lo hacían
físicamente, pero que ejercían el sometimiento de sus parejas mediante la violencia
emocional.

Estas reflexiones finales en base a los resultados de la investigación, nos llevan a


plantear algunas recomendaciones que puedan servir como lineamientos generales para
el desarrollo de políticas y estrategias que conduzcan a la erradicación definitiva de la
violencia de género.

• Trabajar con los niños y niñas en las escuelas inculcando nuevas formas de ser
varón y de ser mujer y prepararlos para desarrollar un actitud no tolerante frente a
la violencia en sus diversas formas, es una tarea imprescindible. No obstante, una
buena parte de estos niños y niñas seguirán experimentando cotidianamente la
violencia de sus padres hacia sus madres y contra ellos mismos y ellas mismas
relaciones que serán interiorizadas con más fuerza que las prédicas contrarias, por
más que éstas sean transmitidas mediante técnicas muy didácticas y/o vivenciales.
Se hace entonces indispensable desarrollar programas que den la oportunidad a
estos padres y madres de reeducarse hacia relaciones más equitativas de género y
libres de toda forma de violencia.

• Con las mujeres, se deben continuar las estrategias educativas que las ayuden a
empoderarse, aportando a su propio desarrollo como seres humanos en sus
diferentes dimensiones, develando las diversas formas de la violencia contra ellas y
haciéndolas reconocerse como sujetos de derecho pleno. Hay que anotar que el
proceso que tienen que seguir las mujeres hacia su liberación deberá hacerse
sobre condiciones que la hagan posible. En el estudio se trasluce que son
precisamente las mujeres que viven en un contexto poco provisto de instituciones
que las protejan y que garanticen sus derechos, las que se adecuarían, al margen
de sus voluntades, a las reglas que la cultura machista impone. El
cuestionamiento al Estado por la desatención en este campo y la presión para que
se creen y/o fortalezcan instituciones de atención y defensa de los derechos de las
mujeres siempre será una tarea prioritaria.

• Con los hombres adultos que ejercen violencia, también se hace necesario abrir
espacios donde se responsabilicen de su violencia, aprendan formas no violentas
de resolver conflictos y se comprometan con erradicar toda forma de violencia
contra las mujeres, las niñas y los niños. En Perú ya hemos iniciado el trabajo en
esta perspectiva con el “Programa de Hombres que Renuncian a su Violencia”,
apoyándonos en la asesoría del Colectivo de Hombres por Relaciones Igualitarias
A.C. – CORIAC, de la ciudad de México, que cuenta con más de diez años de
experiencia. Un número creciente de hombres se acerca cada semana, de manera
voluntaria a los talleres grupales37. La mayoría de ellos llegan desesperados
porque el mundo donde ejercían su poder y autoridad y disfrutaban de privilegios
se les derrumba y entienden que la violencia física y/o sexual está acelerando el
desastre. Están a punto de ser abandonados o ya fueron abandonados, pero no
tienen otro modelo de ser varón que el que aprendieron desde el nacimiento; por lo
tanto, están a la búsqueda de alternativas que les permitan comprender estos
procesos. Para que estos varones acepten que tienen problemas y sientan la
necesidad de pedir ayuda, ciertamente las estrategias de resistencia de las
mujeres juegan un papel primordial, pues los colocan “entre la espada y la pared”.

Muchas de las reflexiones de esta investigación fueron enriquecidas y confirmadas por mi


trabajo en el Programa; a la vez, estas mismas se constituyeron en una herramienta útil
que dio mayor solidez a mi labor de facilitación de los talleres reeducativos con varones
que ejercen violencia. He aquí algunas líneas fundamentales que conducen nuestro
trabajo.

En el Programa creemos que cualquier esfuerzo por erradicar la violencia de género sólo
desde la crítica a las creencias de superioridad masculina y al sistema de dominación
patriarcal – la cual por cierto es absolutamente necesaria38 – sin además trabajar desde
los sentimientos de dolor y malestar a través de la cuales se manifiestan esas creencias,
tiende al fracaso. Por ello, el camino hacia el cambio de estos hombres deberá empezar,
como dice Kaufman (1987), traspasando el duro muro represivo del super yo de cada
individuo, haciendo consciente en cada individuo la constelación de sentimientos que está

37
En Canadá y en Estados Unidos de Norteamérica, como también en algunos países de Sudamérica, los
agresores son obligados judicialmente a acudir a programas de re-educación Si bien en los primeros existe
una institucionalidad pública y privada que ejerce un control social muy alto y dificulta que los hombres
deserten y de esta forma se burlen de la medida judicial, en los países de este lado del continente no ocurre
lo mismo, los agresores frecuentemente hacen abandono de los programas, sin culminar con el periodo
exigido y no existe un procedimiento eficiente que haga seguimiento de los casos y los sancione. En estos
casos, por el grado de impunidad, la medida se volvería contraproducente para la seguridad de las mujeres.
38
Y esto fundamentalmente toca al trabajo que se deberá hacer para denunciar toda discriminación sexista
y por razones de género en todas las instituciones que refuerzan y reproducen la dominación masculina, en
el esfuerzo por incorporar contenidos de equidad de género y respeto a los derechos humanos en todas las
instituciones educativas, y en el perfeccionamiento de leyes que protegen los derechos fundamentales de
mujeres y niños, además del control social que se debe continuar para que estos derechos efectivamente se
respeten y que se sancione cuando estos son violados.
detrás de cada comportamiento violento, y develando las creencias sobre las cuales estos
sentimientos están sostenidos. Sólo entonces podrán ser deconstruidos cuestionando los
falsos supuestos sobre los cuales se erigen y dándole un nuevo significado a la vivencia
de la masculinidad.

Queda claro también que el trabajar sólo para que los hombres detengan la violencia
física o sexual no basta para cambiar las relaciones de subordinación, sino develamos y
cuestionamos las múltiples formas naturalizadas de “micromachismos”, que constituyen
medios eficaces de los que se vale la perpetuación y reproducción del sistema patriarcal
de dominación masculina.

En el Programa trabajamos con las propias historias personales, identificando la diversa


gama de sentimientos que experimentan cuando el poder se pone en cuestión y/o
perciben que el control de los cuerpos femeninos se les escapa. Entonces develamos las
creencias enraizadas que están detrás de cada emoción, las cuestionamos y
resignificamos. De esta manera creemos que podemos lograr que los hombres no sólo
detengan su violencia sino que haciéndolo también se sientan bien, lo que garantiza
cambios más sostenidos. Se trata de aprender maneras distintas de ser varón, más
constructivas, autónomas y afectivas. Una de las enseñanzas que nos dejan las historias
de hombres que intentan mantener relaciones equitativas con sus parejas es que
reconocen las ventajas que les brinda, para su propio bienestar y el de sus familias, esta
manera de interactuar; y al comparar con lo que pierden al no ser aceptados en los
grupos de pares en el contexto donde viven, su balance es que no cambiarían por nada la
satisfacción que experimentan con su comportamiento democrático, con los vínculos
afectivos logrados y con el desarrollo humano alcanzado. Cuando los hombres empiezan
a cambiar van reconociendo esos beneficios para ellos mismos, y esa experiencia se
convierte en el aliciente más importante para la sostenibilidad de esos cambios.

¿Qué hacer entonces con el aún mayoritario número de hombres agresores a los que no
les interesa cambiar y aún se sienten fortalecidos en su posición de poder? Considero
que la sociedad deberá darles señales claras de que no permitirá que se continúen
violando los derechos humanos de las mujeres, haciendo más expeditiva la ley que
condena tales abusos y garantizando que los órganos de ejecución y control de la
legalidad cumplan con establecer los mecanismos de protección a las víctimas de la
violencia y sanciones disuasivas a los agresores, las cuales no necesariamente deberán
ser carcelarias. Los trabajos físicos comunales canalizados a través de los municipios,
contando con una buena estrategia de control social organizado, podría ser una buena
alternativa disuasiva.

La lucha por erradicar la violencia de género requiere de una estrategia integral que
apunte a desbaratar el sistema patriarcal desde el Estado y las instituciones que lo
reproducen, pero también, simultáneamente, desde la vida cotidiana que es, como
afirmaba Agnes Heller, el lugar donde se crea la posibilidad global y permanente de la
reproducción social (Heller, 1982). En este esfuerzo deben estar involucradas las mujeres
pero también los hombres pues de lo contrario podremos lograr solamente, como hasta
ahora, algunos avances que son absolutamente insuficientes. Los derechos de las
mujeres no pueden esperar, pero tampoco los de los varones, a quienes las exigencias
sociales y culturales por emular una masculinidad hegemónica, tan opresiva también para
ellos mismos, les ha impedido el disfrute de una vida más autónoma y más rica
afectivamente.
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OTRAS PUBLICACIONES DE LA UNIDAD DE
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Violencia Sexual y Física contra las Mujeres en


el Perú. Estudio multicéntrico de la OMS
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Autores: Ana Güezmes, Nancy Palomino y Miguel
Ramos

Entre el Placer y la Obligación: Derechos


sexuales y derechos reproductivos de mujeres
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Autores: Nancy Palomino, Miguel Ramos, Rocío
Valverde y Ernesto Vásquez

Prisiones Domésticas, Ciudadanías


Restringidas : Violencia Sexual a Trabajadoras
del Hogar en Lima. Lima 2005
Autora: Teresa Ojeda Parra
¿Cómo entender la violencia de género si no es investigando
también a los hombres, sus historias de construcción de género y
sus experiencias de vida? ¿Cómo atender la violencia, además
del indispensable trabajo con las víctimas, si no es trabajando
también con los que generalmente la perpetran?

Masculinidades y Violencia Conyugal no sólo da una explicación


desde la patología o desde lo puramente psicológico sino que
incluye las relaciones de poder que se establecen en la pareja lo
que permite al autor profundizar en las razones y las emociones
de los hombres involucrados en esta investigación. Este libro
logra recuperar desde la historia particular de los entrevistados
los procesos de socialización en la familia y su relación temprana
con la violencia, ya sea como víctima o como testigo de ella. El
estudio también da cuenta de la trayectoria de la relación de
pareja y de lo que sucede en algunos de sus ámbitos más
importantes como son el del trabajo productivo y doméstico, la
crianza, la sexualidad y la administración de los recursos.

Masculinidades y Violencia Conyugal abona a la compresión


científica y académica de la situación y trayectoria de los hombres
en la violencia conyugal, además de dar pistas para programas
de prevención e intervención con hombres y para la formulación
de políticas públicas en este campo en América Latina.

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