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Ma Belén Camacho Sánchez

LAS ANDANZAS DE DON QUIJOTE 2

EDITORIAL CCS

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Página web de EDITORIAL CCS: www.editorialccs.com

© Ma Belén Camacho

© 2012. EDITORIAL CCS, Alcalá, 166 / 28028 MADRID

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o


transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus
titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de
Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún
fragmento de esta obra.

Diagramación editorial: Nuria Romero


Diseño de portada: Olga R. Gambarte
ISBN (pdf): 978-84-9023-604-8

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ÍNDICE

Presentación

Introducción
Decorado

Personajes y vestuario

Música

Luces

Las Andanzas de Don Quijote 2

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PRESENTACIÓN

Esta obra que tienes en estos momentos en tus manos se ha gestado como respuesta a la
gran acogida que tuvo Las andanzas de Don Quijote y, por tanto, en demanda de
nuestros alumnos que deseaban saber más de nuestro caballero Don Quijote.

¿Por qué de nuevo una obra de teatro? La respuesta a esta pregunta la tenemos en
nuestra propia experiencia de que con el teatro, hemos conseguido transmitir valores
fundamentales que el mismo Cervantes quiso plasmar en su obra, valores como la
nobleza, la amistad, la inocencia, la fantasía y la ilusión por la vida.

Así nace Las andanzas de Don Quijote 2, una obra para seguir dentro del mundo
maravilloso de un caballero andante, de su fiel escudero y de todos los personajes
maravillosos que en su mundo se van cruzando.

Esta obra ha sido representada por los alumnos del «Colegio Santa Rita»,
concretamente por los que formaban el Tercer Ciclo de Educación Primaria en el curso
escolar 2004-2005 dentro de la Semana Cultural con motivo de la celebración de la fiesta
en honor de la patrona del centro, «Santa Rita». Se ha usado además como base literaria
en las clases de Lengua Española del mismo ciclo para trabajar tanto la lectura como la
expresión oral y escrita.

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INTRODUCCIÓN

Las andanzas de Don Quijote 2 es una obra de teatro que se compone de 14 actos
breves en los cuales se desgranan la mayoría de las aventuras y avatares que vive Don
Quijote junto con su escudero Sancho en sus salidas por España.

Con los hechos que acontecen en esta obra, se van descubriendo los valores más
importantes encarnados en los personajes (amistad, nobleza, generosidad, ingenuidad,
espíritus luchadores…).

Está destinada a un público fundamentalmente infantil entre los 8 y los 12 años y


puede ser representada por alumnos de estas edades

Decorado

El decorado puede ser tan sencillo o tan complejo y complicado como el grupo que vaya
a trabajar con la obra desee.

En los actos que se desarrollen al aire libre (exteriores), bastará con colocar varios
árboles y arbustos confeccionados con cajas de cartón cortadas y pintadas o bien en
contrachapado, y se podrán mover por todo el escenario; asimismo, se pueden
confeccionar algunos paisajes con casas y molinos en telas que irán pintadas y después
colocadas sobre biombos dispuestos por distintas partes del escenario.

Para simular los establos donde se encuentran los animales de los personajes,
bastará con esparcir por el suelo, en el rincón destinado al establo, un poco de paja y
colocar algún objeto como un cubo metálico o una pequeña banqueta de madera.

Para simular los interiores de las casas y ventas, varias mesas con libros, algún
perchero, mesas y sillas con vasos y jarras.

Todo lo demás que se quiera añadir dependerá del grupo participante en la


representación.

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Personajes y vestuario

• Narrador. Es el personaje que nos va llevando a través del hilo argumental de la


obra. Viste pantalones negros y anchos y lo suficientemente cortos como para que
dejen ver los calcetines, que serán de un color vivo (rojos o verdes), camisa blanca
y chaleco oscuro, llevará un fajín del mismo color que los calcetines y calzará
zapatillas de esparto.

• Don Quijote. Es el personaje principal de la obra. Vestirá en el primer acto con un


camisón blanco y largo e irá descalzo; cuando salga a la calle, vestirá pantalón
oscuro muy ceñido y camisa blanca, que cubrirá por encima con un escudo
fabricado con cartón y forrado con papel de plata, y sombrero de cartón. Calzará o
bien botas oscuras recubiertas con papel de plata (para imitar la armadura) o
zapatillas de esparto.

• Sancho Panza. Es el escudero de nuestro protagonista. Vestirá pantalones de pana


anchos de color marrón, camisa blanca y chaleco oscuro con fajín también oscuro,
calcetines blancos y zapatillas de esparto negras. Llevará colgada siempre una bota
de vino, una boina cubriendo su cabeza y un cojín colocado en la tripa, que le hará
parecer muy gordo.

• Rocinante. Es el caballo de nuestro caballero. Vestirá mallas blancas y jersey


blanco, calcetines negros y guantes negros para simular las pezuñas. Lucirá en la
cabeza unas pequeñas orejas de cartulina sujetas a una diadema negra. Los caballos
vestirán de igual manera.

• Caballeros. Los distintos caballeros que irán apareciendo vestirán leotardos de


diferentes colores, camisola larga sujeta a la cintura con un cinturón, botas negras y
dibujado en la camisola, su escudo de armas (luna, árbol…).

• Ama. Vieja señora que se ocupa de Don Quijote. Irá vestida de negro, falda, camisa
con un delantal blanco muy limpio y zapatos negros. Irá peinada con moño y el
pelo encanecido con polvos de talco.

• Sobrina. Es la sobrina del caballero Don Quijote. Irá vestida con un vestido largo de
colores vivos y alegres, con el pelo suelto y zapatos negros.

• Duque. Irá elegantemente vestido con traje oscuro y camisa blanca, zapatos negros y
calcetines oscuros. El pelo irá encanecido con polvos de talco.

• Carretero y leonero. Vestirán pantalón negro, camisa blanca y fajín rojo; calzarán
zapatillas de esparto negras sin calcetines.

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• Sanchico. Vestirá pantalón marrón de pana, camisa del color que se prefiera y
calzará botas negras o marrones.

• Aldonza. Es el amor ficticio de Don Quijote. Viste vestido largo y descolorido, por
encima un delantal blanco con alguna que otra mancha y va con el pelo alborotado,
bastante despeinada. Calzará zapatillas de esparto negras, algo manchadas, sin
medias ni calcetines.

• Venteros. Son los dos dueños de las ventas que Don Quijote encuentra en su
camino. Irán vestidos con pantalón de pana oscuro y ancho sujeto con una cuerda,
camisa blanca algo manchada y delantal. Zapatillas de esparto negras sin calcetines
cubrirán sus pies.

• Cura. Irá vestido con sotana (túnica negra o marrón) anudada a la cintura con un
cordoncillo blanco, sandalias o botas en los pies.

• Barbero. Vestirá pantalones de pana anchos de color marrón o negro, camisa blanca,
fajín de color oscuro y delantal blanco cruzado en la cintura, calcetines blancos y
zapatillas de esparto negras.

• Teresa Panza y Mari Sancha. Vestirán con vestidos largos de colores vivos y muy
alegres, irán peinadas con moño alto y llevarán zapatos negros.

• Burro. Irá vestido todo de marrón (leotardos y camiseta larga), con calcetines y
guantes negros para simular las pezuñas. Llevará en la cabeza unas orejas de fieltro
pegadas a una diadema.

• Merlín. Vestirá túnica azul oscuro con estrellas de fieltro blancas o doradas, un
capirote en la cabeza de cartulina azul adornado con estrellas como la túnica.
Sandalias blancas y varita en la mano.

• Demonio. Vestirá todo de rojo, leotardos o pantalones, camisa o camiseta también


roja, capa negra corta, diadema con cuernos rojos y zapatillas rojas.

• Trifaldín. Vestirá con traje de bufón de distintos colores y llevará gorro con
cascabeles en la cabeza.

• Religiosos. Vestirán túnica marrón con o sin capucha sujeta en la cintura con un
cordoncillo blanco y sandalias marrones o negras.

• Encapuchados. Vestirán pantalones y camisa negra, botas o zapatillas oscuras y


taparán su cabeza con un pasamontañas negro.

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• Señora vizcaína. Vestirá vestido largo y elegante de color oscuro, zapatos de tacón y
pañuelo sobre los hombros de color claro; asimismo, irá peinada con un moño alto.

El resto de los personajes que aparecen como secundarios en las distintas escenas, se
vestirán tomando como modelo a los principales y se cambiarán los colores de las
prendas.

Música

La música que sonará en varias ocasiones a la largo de la obra será una música suave con
sonido de pájaros de fondo, que al principio comenzará sonando fuerte y después
descenderá de volumen hasta que no suene y comience a hablar el narrador (y al final la
misma música con sonido de cascos de caballo alejándose). Se utilizarán también
distintas piezas de música alegre y con ritmo y distintos sonidos (campanas, cascos…).

Luces

Las luces dependerán de la sala en la cual se vaya a representar la obra y para simular la
noche se utilizarán filtros de color azul que, colocados sobre los focos, harán el efecto
oscuro de la noche.

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PERSONAJES

– Narrador, muchacho que nos va llevando a través del hilo argumental de la obra.

– Don Quijote, viejo caballero andante, protagonista de la obra.

– Sancho Panza, escudero del protagonista, gordito y bonachón.

– Rocinante, caballo de Don Quijote.

– Aldonza, amor platónico de Don Quijote.

– Ama, vieja señora que se ocupa de Don Quijote.

– Sobrina, muchacha sobrina del protagonista.

– Cura, párroco del pueblo.

– Barbero, encargado de la barbería del pueblo.

– Teresa Panza, mujer de Sancho Panza.

– Burro, jamelgo de Sancho Panza.

– Mari Sancha, hija de Sancho Panza.

– Sanchico, hijo de Sancho Panza.

– Encapuchados, personajes confundidos con malhechores.

– Caballero del Bosque, rival de Don Quijote.

– Caballero de los Espejos, rival de Don Quijote.

– Caballero Verde, caballero vestido totalmente de verde.

– Caballero de la Blanca Luna, caballero armado en cuyo escudo luce una luna

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resplandeciente.

– Carretero, dueño de la carreta donde van los leones.

– Leonero, cuidador de los leones.

– Religiosos, hombres de Dios que cruzan los caminos.

– Ventero, dueño de la venta del camino.

– Maritornes, hija del ventero, dueño de la venta del camino.

– Caballos, animales que acompañan a varios de los personajes.

– Trifaldín, escudero de la condesa de Trifaldi.

– Condesa, mujer de la nobleza que busca la ayuda de Don Quijote.

– Duque, hombre de la nobleza que participa en el engaño de Don Quijote.

– Cochero vizcaíno, acompañante de la señora vizcaína que dirige el carruaje de dicha


señora.

– Señora vizcaína, mujer que se topa con Don Quijote en una de las aventuras vividas.

– Criada, mujer que servía a señoras emparentadas con la nobleza.

– Demonio, personaje ficticio que intenta engañar a Don Quijote.

– Merlín, mago muy famoso por sus poderes y encantamientos.

– Mercaderes, especie de comerciantes que recorren los caminos para vender sus
productos y mercancías.

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ACTO PRIMERO

«Que trata de la discusión de Sancho»

El escenario representa el interior de la casa de nuestro protagonista, con varias mesas


llenas de libros, unos abiertos y otros cerrados, unos sobre otros, y varias sillas; el
NARRADOR, en un lateral del escenario.

NARRADOR: «En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…».


¡Anda, qué bien que os veo, no os marchéis porque la aventura está a punto de
comenzar!

AMA: ¿Y qué quiere ahora este pesado de nuevo en esta casa?

(Aparece SANCHO en la escena.)

SOBRINA: ¡Id a la vuestra, que ha sido usted y no otro el que ha forzado a mi pobre tío
a emprender toda clase de locuras!

SANCHO: ¿Cómo? ¿Qué es lo que decís?

AMA: Eso que oyes, así que… ¡Fuera de esta casa!

SANCHO: Yo solo quiero saber cómo se encuentra mi señor, Don Quijote.

SOBRINA: Tarde, amigo Sancho, tu preocupación ya no nos vale.

SANCHO: Pero… si fue él, él, el que me llevó por esos mundos; él me sacó de mi casa
prometiéndome una ínsula, que aún espero.

AMA: ¡Eso no es cierto!

SOBRINA: Tu avaricia es la que le ha llevado a estar más enfermo que nunca.

AMA: Además, mala cabeza, ¿una ínsula, qué es eso, algo de comer? ¡Golosazo,
comilón!

SANCHO: No es de comer, es de gobernar.

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SOBRINA: No entrarás aquí. Vete a gobernar tu casa y déjanos en paz.

CURA: ¡Vaya, cómo se las gasta su sobrina!

BARBERO: Ya era hora de que alguien le cantara las cuarenta a ese necio.

QUIJOTE: ¿Pero qué es lo que ustedes dicen? Ese necio es un gran amigo, mi
compañero de fatigas.

(Sale precipitadamente, ambos intentan detenerlo.)

QUIJOTE: ¡Ya está bien ama! ¡vale ya sobrina! Parad ya de dar voces y apartaos de la
puerta que mi amigo pueda pasar y verme por fin.

CURA: Mire que ellas tienen razón.

BARBERO: Cuídese de ese rufián, no vaya a enfermar de nuevo.

SANCHO: ¡Y dale que dale con el cuento! Yo solo quiero el bien para este noble
caballero.

QUIJOTE: ¡He dicho que basta y basta! Entra amigo mío, y ustedes vayan a sus
quehaceres.

(El CURA se dirige al BARBERO.)

CURA: Ya lo verás, compadre; cuando menos lo pensemos, nuestro hidalgo sale de


nuevo a recorrer este mundo.

BARBERO: ¡Dios le ampare y nos ampare a todos!

QUIJOTE: ¿Qué andan cuchicheando?

BARBERO: Nada, nada, no se ofenda, nosotros ya nos vamos.

CURA: Cuídese mucho y haga caso de lo que le hemos dicho.

QUIJOTE: Vayan con Dios, caballeros, que yo me quedo aquí, en buenas manos.

ROCINANTE: Ya me tiemblen las canillas, he soñado maravillas, pero oigo muchos


gritos y ya estoy oyendo pitos. Mi amo dicen que ya está cuerdo, pero yo no
estoy de acuerdo, me van a meter en más líos de nuevo con sus desvaríos.

QUIJOTE: Y vosotras preparad algunas viandas que he de hablar con Sancho a solas.

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SOBRINA: Sea lo que usted prefiera, pero cuídese de ese infeliz.

AMA: ¡Vamos, vamos hija mía, que aquí ya no pintamos nada!

(Quedan los hombres frente a frente.) Luz


tenue.

QUIJOTE: Cuánto me apena Sancho, que creas que yo te saqué de tu casa; juntos
salimos, juntos fuimos y juntos volvimos, sin trampas ni engaños.

SANCHO: Eso es cierto, sí señor, pero uno oye tantas cosas que se dicen sobre usted…

QUIJOTE: Pues cuéntamelas, Sancho mío. ¿Qué dicen de mi valentía, de mis hazañas y
de mi cortesía?

SANCHO: Yo se lo contaré si usted me promete no enfadarse, pues le diré que no creo


que le guste lo que va a oír.

QUIJOTE: Cuenta, cuéntame todo sin reparo que no me enfadaré contigo, habla
libremente y sin rodeo alguno.

SANCHO: Pues allá voy entonces: la gente dice que usted es un gran loco y yo un
mentecato.

QUIJOTE: Dime, cuenta, ¿algo más?

SANCHO: Unos dicen «loco pero gracioso»; otros, «valiente pero desgraciado»; y
otros, «cortés pero impertinente»; y de mí ya ni le cuento. Vamos, no nos dejan
hueso sano.

QUIJOTE: La virtud siempre es perseguida; no debemos desanimarnos sino todo lo


contrario, marchar por el mundo con aliento y gallardía.

ROCINANTE: Ya lo decía la tía, este marcha cualquier día y me arrastra, madre mía,
antes de que llegue el día.

QUIJOTE: Anda y habla con tu esposa, pues tengo intención de emprender nuevas
salidas y viajes.

SANCHO: Y… ¿Quiere que le acompañe?

QUIJOTE: Fiel escudero siempre fuiste y no quiero cabalgar con otro que no seas tú.

SANCHO: Pues corro, raudo y veloz para hablar con mi Teresa y Suena una música

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aunque me ate a una mesa, yo sabré salir de esa. alegre.

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ACTO SEGUNDO

«Que trata de la conversación entre Sancho Panza y Teresa Panza»

El escenario representa el interior de la casa de nuestro escudero SANCHO PANZA:


algunas mesas y sillas adornan la escena.

NARRADOR: Nuestro escudero no quiere perder tiempo y se dirige sin perder un


segundo a su casa; tiene que hablar con su esposa, no quiere perderse ni una de
las aventuras de su señor Don Quijote.

(TERESA PANZA sale al encuentro de su marido.) Suena una música


alegre.

TERESA: Ya era hora, Sancho, mi Sancho, cuánto has tardado, pero… ¿Qué te pasa
que traes esa sonrisa burlona en los labios?

SANCHO: Me pasa, querida Teresa, que hoy es un gran día.

TERESA: Vaya, pues celebro que así sea porque en este gran día, tu amigo el burro,
compañero de fatigas, como tú lo llamas, no hace más que quejarse.

SANCHO: Eso es, seguramente, porque también él está inquieto, ya que hay muchas
novedades.

TERESA: ¿Novedades? Cuando tú dices novedades, es que algo te traes entre manos.

SANCHO: Algo hay, sí, mujer mía, algo digno de celebrar.

TERESA: Pues vamos, dime pues, qué es eso tan importante y lo celebramos juntos.

NARRADOR: Teresa Panza está con la mosca detrás de la oreja, pues ya sospecha que
algo ocurre.

BURRO: Ya me lo temía yo, no me dejan descansar, ¡ay, qué vida de burro la mía!
Como no podía ser de otra forma, no entiendo qué se le ocurrió esta vez, porque
me temo que ya lo han liado.

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SANCHO: Querida Teresa, estoy más que alegre, pues he decidido volver a servir a mi
amo, Don Quijote, ya que quiere volver a salir en busca de aventuras y mi
necesidad también lo quiere.

BURRO: Lo quiere tu necedad, no tu necesidad, que ese loco te ha liado y arrojado de


cabeza al pozo de las desgracias.

TERESA: Pero… ¿Qué dices infeliz? No debí dejarte ir a verle de nuevo. ¡Qué
desgraciada que soy, ay alma mía, qué peso!

SANCHO: ¡Para ya, mujer, y no dramatices más, me entristece dejaros pero… honor y
deber obliga!

TERESA: Pero… ¿Tú te oyes? Hablas por boca de él y hasta sus palabras copias. Tú
eres sencillo y honrado y te has dejado engañar por ese truhán altanero.

SANCHO: ¡No digas eso mujer! Él es caballero andante y yo su fiel escudero.

TERESA: Y… ¿Qué pasará con nosotros?

SANCHO: Tranquila, y no me marees; cuida de que el rucio tenga doble ración de


pienso, pues deberemos combatir con gigantes y rugidos que seguro nos
acecharán.

BURRO: Algo saco bueno de todo esto, al menos comeré presto y abundante.

TERESA: Yo quedaré aquí rogando que nuestro Señor os saque pronto de esta mala
aventura.

SANCHO: Teresa, yo te prometo que no a mucho tardar aquí este escudero tendrá el
gobierno completo de una ínsula.

TERESA: Sin gobierno viniste al mundo, sin gobierno has vivido y sin gobierno te irás
cuando Dios te llame. Solo te pido, si lo consigues, que no te olvides de
nosotros.

SANCHO: Eso jamás, vida mía, que esto lo hago por vosotros, que si lo logro nos irá
mejor.

(Se abrazan.)

SANCHICO: Hemos oído gritos. ¿Qué pasa, padre?

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MARI SANCHA: ¿Qué pasa, madre?

BURRO: Pasa, que se ha vuelto a trastornar; el hidalgo de armas tomar ha vuelto a liar a
este pobre y yo no veo el final.

SANCHO: Pasa hija mía, que si esto sale bien te he de casar tan altamente que te
llamarán señoría.

MARI SANCHA: Eso no, padre mío, casarme con un igual, que es lo más acertado.

SANCHO: Y tú, hijo mío, te sentirás orgulloso de tu padre cuando sea gobernador,
dejémonos llevar por los vientos favorables que, soplando y soplando, seguro
que me lleva al mando.

BURRO: ¡Ay madre, me lo temía! Siempre he querido ser burro, pero burro sin
sobresaltos y este mi amo compinchado está con el otro, me va a llevar a la ruina
y ya no estoy «pa» estos trotes.

SANCHICO: Padre, yo quiero ir contigo, quiero probar la aventura, cabalgar en mil


llanuras y ayudar a que la injusticia no sea la reina de gentes inocentes.

TERESA: ¡Ay madre. Madre del amor hermoso, que me lo han vuelto loco también, tan
joven y ya perdido! ¡Todo por tu mal ejemplo!

SANCHO: Tranquila, mujer, Sanchico aún es muy joven y ha de quedarse aquí. Cuida
de tu madre y de tu hermana mientras yo esté fuera, que pronto regresaré y
podrás ayudarme.

SANCHICO: Sea pues como tú quieras, aquí aguardaré impaciente a que mi padre
regrese.

TERESA: Yo no os entiendo, Sancho, haz lo que quieras y no me quiebres más la


cabeza y si estás decidido a…

SANCHO: Lo estoy señora, lo estoy.

TERESA: Pues nada puedo hacer entonces, que Dios os guarde en el camino y que el
mismo Dios nos ampare. Maldita la suerte nuestra de dar con este infeliz y con el
otro andarín.

BURRO: Pues está claro que poco hay que decir, nos vamos, me Las luces se
oscurecen.
llevan, presa del pánico voy, las pobres patas me tiemblan.
Espero y también deseo que sea corto el camino y no mucha la

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batalla.

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ACTO TERCERO

«Que trata sobre lo que le pasó a Don Quijote con su sobrina y su ama»

El escenario representa el interior de la casa de nuestro protagonista: varias mesas


llenas de libros, unos abiertos y otros cerrados, unos sobre otros, y varias sillas.

NARRADOR: Don Quijote está decidido a emprender camino de nuevo y está


dispuesto a enfrentarse a lo que sea, si bien su sobrina y el ama no están
dispuestas a que se salga con la suya.

AMA: (Aparece preparando su equipaje.) Señor mío, usted debe quedarse quieto en
casa y dejarse de andar por los montes y valles como alma en pena, buscando
esas aventuras…

SOBRINA: Que yo más bien llamo desdichas, que no le han traído más que desgracias.
Yo debo quejarme en voz alta a Dios y al Rey, pero no quiero que sufra usted
más.

QUIJOTE: El Rey y Dios mismo están demasiado ocupados como para atender a esas
tonterías.

AMA: Pero… ¿Usted no se da cuenta? Está demasiado mayor y cansado para andarse
por ahí jugando a ser caballero andante.

QUIJOTE: ¿Jugar, jugar dices? No te equivoques, querida ama, esto no es cosa de


juego. Ayudar y defender no es cosa de juego.

SOBRINA: No nos haga más sufrir y quédese tranquilo aquí; lea si es eso lo que le
gusta, pero no emprenda camino de nuevo, porque me temo que acabará mal.

QUIJOTE: Siento que ustedes lo vean así, pero yo soy caballero y Música estridente
mientras sale.
nadie, ni siquiera ustedes, van a impedirme que cumpla mi
misión.

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ACTO CUARTO

«Que trata de la pelea con los mercaderes toledanos»

El escenario representa un camino pedregoso: algunos árboles y Suenan cascos de


caballo.
arbustos adornarán la escena.

NARRADOR: Ya habían andado cuatro kilómetros, cuando descubrieron un gran tropel


de gente que después supieron eran mercaderes toledanos que iban a comprar
seda a Murcia. Al verlos, Don Quijote imaginó de nuevo, que era una aventura, y
se dirigió a Sancho.

QUIJOTE: ¡Fíjate, amigo mío, de frente nos topamos con villanos, de nuevo!

SANCHO: Tranquilo, mi señor, que no sabemos quiénes son, ni qué es lo que


pretenden.

QUIJOTE: Nada bueno, amigo Sancho, Dios los ha puesto en el camino y nosotros
arreglaremos el entuerto.

ROCINANTE: Poco nos ha durado la paz, este sigue loco y nos arrastra con él.

BURRO: Vamos a ver cómo nos lía ahora.

QUIJOTE: ¡Alto ahí caballeros, si es que lo son ustedes, confiesen que no hay en el
mundo doncella más hermosa que la única Dulcinea del Toboso!

MERCADER 1: Y este mamarracho… ¿Quién es?

MERCADER 2: ¡Calla y no lo hagas enfadar, que le va a dar un «jamacuco», parece


nervioso!

MERCADER 3: Caballero, nosotros no conocemos a esa señora, pero si nos la mostráis


y de verdad es como contáis, confesaremos que es la más bella.

QUIJOTE: Lo importante es que sin verla tenéis que creer lo que digo, así que confesad
ahora mismo, que de no ser así entraréis en batalla conmigo y no os librará

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nadie.

MERCADER 1: Suplico que al menos nos enseñéis una foto, pues aunque sea fea y
tuerta confesaremos que no lo es.

QUIJOTE: ¡Ni es fea, ni tuerta, canalla, y pagaréis vuestro atrevimiento; vamos


Rocinante contra ellos!

ROCINANTE: ¡Ay madre mía, ya la tenemos liada, daré con mis Suena música
estridente.
huesos en tierra y ya no estoy para estos trotes!

NARRADOR: Amigos, justo lo que esperábamos, nuestro caballero emprende loca


carrera a lomos de su fiel Rocinante con tan mala suerte, que pega un tropezón y
va a dar con ambos en el suelo.

QUIJOTE: ¡No huyáis gente cobarde, esperad que no es culpa mía, ha sido mi caballo
que se ha caído y yo con él!

MERCADER 2: A este le voy a dar su merecido.

MERCADER 3: Dale, que yo te ayudo.

NARRADOR: «So manta» de palos le dieron, que el pobre caballero quedó tendido en
el suelo, mientras los mercaderes emprendían su camino riéndose a carcajadas.

ROCINANTE: Ya se lo dije a este loco, que nos vamos a matar, Suena música
suave.
pero no hay manera humana de convencerlo de nada.

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ACTO QUINTO

«Que trata sobre la aventura con los frailes y la pelea con el vizcaíno»

El escenario representa un camino pedregoso, con una carreta al fondo: algunos


árboles y arbustos adornarán la escena.

NARRADOR: Estando Don Quijote ya recuperado del percance sufrido, continuaba con
su viaje deseoso de nuevas aventuras; por eso al ver acercarse una carreta y
varias personas a caballo, su cara se iluminó.

QUIJOTE: ¡Esta ha de ser la más famosa de mis aventuras, porque esos que vienen por
ahí deben de ser encantadores que llevan raptada a una princesa y es necesario
que la liberemos!

ROCINANTE: Pero este hombre no se da cuenta de que son unos pobres frailes y de
que en la carreta viaja una señora vizcaína que va al encuentro de su esposo.
¡Qué aventura ni aventura!

SANCHO: Mire, señor, que aquellos son unos frailes y el coche debe ser de alguien
importante, fíjese bien no sea que el diablo le engañe.

QUIJOTE: ¡Amigo, sabes muy poco de aventuras, lo que yo te digo es verdad y lo vas a
comprobar ahora mismo! ¡Gente malvada, dejad a las princesas que lleváis en
esa carreta, porque de no ser así recibiréis la muerte como castigo!

RELIGIOSO 1: Señor caballero, usted se confunde.

RELIGIOSO 2: Nosotros no somos malvados.

RELIGIOSO 1: Somos dos religiosos que llevamos nuestro camino.

RELIGIOSO 2: Y no tenemos nada que ver con este carro.

QUIJOTE: ¡Conmigo no os vale, no os creo, yo conozco a la gente canalla!

NARRADOR: Ya sé lo que estáis pensando; pues así es, Don Quijote llevado por su
furia e ideas locas, arremetió contra los pobres frailes, uno de los cuales cayó al

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suelo, quedó magullado mientras el otro corría como un loco, tratando de huir
más ligero que el viento.

QUIJOTE: (Dirigiéndose al COCHERO.) Ya estáis a salvo, vuestro raptor yace en el


suelo derribado por mí mismo, Don Quijote de la Mancha, y en pago os pido que
os presentéis ante mi Dulcinea y le contéis lo que he hecho por ayudar.

COCHERO: Anda caballero, qué mal andas, apártate del camino y deja de contar
locuras, que aquí no hubo raptos ni entuertos.

QUIJOTE: Solo sé que si fueseis caballero, que no lo sois, yo ya habría castigado


vuestro atrevimiento.

COCHERO: ¿Qué no soy caballero? Si quieres comprobarlo, aquí me tienes.

QUIJOTE: Pues ahora mismo lo veremos.

ROCINANTE: Nada, que no tiene arreglo, no se cansa de pelearse con todo el mundo y
un día va a ser tarde y se le acabará la suerte.

QUIJOTE: ¡Oh, señora de mi alma, Dulcinea; flor de la hermosura, ayudad a este


vuestro caballero, que por vos se halla en este trance!

NARRADOR: Don Quijote y el cochero chocan enfurecidos sus espadas. Ambos se


hieren mutuamente, hasta que Don Quijote consigue que el vizcaíno caiga al
suelo y, con una ligereza extraordinaria, le coloca la espada entre los ojos.

SEÑORA VIZCAÍNA: Os ruego que no le hagáis daño, nosotros visitaremos a su


Dulcinea y le contaremos todo.

QUIJOTE: De acuerdo señora, a usted la creo y sé que cumplirá su promesa y siendo


así, no le haré más daño, aunque lo tiene merecido.

SANCHO: Yo le ruego, señor Don Quijote, que me dé el gobierno de la ínsula que ha


ganado en esta batalla que yo la gobernaré bien, por muy grande que sea.

QUIJOTE: Querido Sancho, esta aventura no es de ínsulas, aunque ten un poco de


paciencia, que llegarán las aventuras donde te pueda hacer gobernar.

ROCINANTE: Y este pobre sigue confiando en este loco, que todo lo que va a hacer es
llevarnos a la ruina.

QUIJOTE: ¿Has visto Sancho, hombre más valiente que yo?, dímelo sin reparos.

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ROCINANTE: ¡Arrea y encima modesto, el pobre loco de atar!

SANCHO: La verdad es que yo jamás serví a caballero más valiente que usted, ni más
atrevido.

ROCINANTE: En eso sí que tienes razón y Dios quiera que sus atrevimientos no los
tengamos que pagar más caros de lo que ya lo estamos haciendo.

NARRADOR: Y sacando lo que Sancho traía en las alforjas, se sentaron a descansar y a


comer un poco, mientras veían cómo la carreta de los vizcaínos emprendía el
camino tras la cruenta batalla.

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ACTO SEXTO

«Que trata sobre la desgraciada aventura que le pasó a Don Quijote con unos
arrieros»

En la escena solo se ha añadido una carreta al fondo del escenario.

NARRADOR: (En el lateral del escenario.) Una vez hubieron comido y bebido en
abundancia y tras pasar la noche a la intemperie, al despuntar el amanecer se
internaron en un bosque llegando hasta un prado lleno de hierba fresca, junto a
un arroyo, y allí decidieron parar un instante, con tan mala suerte, que Rocinante
olió a unas jacas que pacían allí cerca con unos arrieros.

ROCINANTE: Por fin parece que podré tener alguna aventura por mi cuenta, pues esas
jacas parecen dispuestas a recibirme bien.

NARRADOR: Pobre amigo, las jacas lo recibieron con coces y dentadas y los arrieros
al verlas tomaron a Rocinante por enemigo y le dieron tantos palos que lo tiraron
al suelo.

QUIJOTE: Sancho amigo, estos no son caballeros sino todo lo contrario, me ayudarás a
tomar venganza de la paliza que le han dado al pobre Rocinante.

SANCHO: Pero no se da usted cuenta, mi señor, de que ellos son muchos más que
nosotros; dejemos la venganza para mejor momento y ocasión.

QUIJOTE: De eso nada, yo valgo por cien.

ROCINANTE: Déjelo, hombre de Dios, pero no está viendo que lo van a golpear, que
con uno que esté en el suelo ya es bastante, déjelo, déjelo…

NARRADOR: Los arrieros, viendo a Don Quijote y a Sancho dirigirse con violencia
hacia ellos, agarran sus palos y, rodeándolos, comienzan a golpearles con tal
fuerza, que dejaron a los dos aventureros maltrechos, antes de seguir su camino.

SANCHO: ¿Señor Don Quijote? ¡Ah, ah, señor Don Quijote!

QUIJOTE: ¿Qué quieres, Sancho, hermano?

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SANCHO: Estoy molido a palos y apenas me aguanto en pie. ¿No habrá traído con
usted unas gotas de ese magnífico brebaje que todo lo cura?

QUIJOTE: ¡Ay amigo, si yo lo tuviera aquí, nada nos faltaría!

SANCHO: Y… ¿Cuándo piensa usted que podemos empezar a mover los pies?

QUIJOTE: No tengo ni idea, amigo mío, pero empiezo a pensar que ha sido culpa mía,
pues no debí enfrentarme a gente que no son caballeros como yo, así que la
próxima vez pelea tú y castígalos como gustes.

SANCHO: Señor, yo soy un hombre pacífico, con mujer e hijos que mantener y no
lucharé con nadie; más vale perdonar los agravios que me han hecho y los que
me harán.

QUIJOTE: Apenas tengo fuerzas para sacarte de tu error, levántate y vámonos de aquí,
antes de que la noche nos sorprenda y estemos indefensos.

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ACTO SÉPTIMO

«Nuestro valiente caballero se enfrenta… ¡¡¡A un ejército de ovejas!!!»

En la escena se mantiene el mismo decorado que en los actos anteriores.

NARRADOR: El pobre Sancho dolorido, más en su amor propio que otra cosa, después
de la tunda de palos recibida llegó hasta donde estaba su amo tan marchito y
desmayado que apenas podía moverse.

QUIJOTE: Amigo Sancho, me debían tener encantado, pues no pude ayudarte, porque
te juro que si hubiera podido yo te habría vengado; esos malhechores se
acordarían para siempre.

SANCHO: Lo que a mí me parece es que estas aventuras que vamos buscando, nos
traen muchas desventuras y lo mejor sería volvernos a casa y a nuestra aldea.

QUIJOTE: Ten paciencia, Sancho amigo, que un día llegará y verás lo fabuloso que
puede ser este oficio.

SANCHO: Yo solo sé que desde que somos caballeros andantes, jamás ganamos batalla
alguna.

ROCINANTE: Pero qué sabio eres Sancho mío, que todo lo que hemos sacado es
hambre y frío y esto comienza a ser un martirio.

BURRO: Nunca pensé que esta vida fuera tan sacrificada, ni que Suena música
mientras el
estos dos estuvieran tan locos como una… narrador se coloca.

NARRADOR: Nuestros amigos iban enfrascados en sus pensamientos, cuando vio Don
Quijote que por el camino por el que se dirigían, venía hacia ellos una espesa
polvareda.

QUIJOTE: Este es el día, Sancho. ¿Ves aquella polvareda que allí se levanta? Pues por
allí viene un gran ejército al que vamos a enfrentarnos.

SANCHO: Pues deben de ser dos ejércitos, porque por la parte contraria otra polvareda

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asoma.

NARRADOR: Y vosotros pensaréis, ¿cuál de los dos tiene razón? Pues ninguno, pues
en realidad la polvareda la levantan dos grandes grupos de ovejas y de carneros y
ninguno de los dos cae en la cuenta de ello.

SANCHO: ¿Y qué haremos nosotros, señor?

QUIJOTE: Pues favorecer y ayudar a los más necesitados. Por un lado el emperador
Alifanfarrón y por el otro Pentapolín del Arremangado Brazo, que van a
enfrentarse en breve me temo.

SANCHO: ¿Y qué les pasa a esos dos que se odian tanto que batallan sin cesar?

QUIJOTE: Pues resulta que Alifanfarrón no es cristiano y está enamorado de la hija de


Pentapolín, que sí lo es, y su padre no se la quiere entregar a este rey hasta que
se haga cristiano.

SANCHO: Pues me parece que hace muy bien y yo le ayudaré en todo lo que pueda.

QUIJOTE: Pues haces muy bien, pues para entrar en esta clase de batallas no es
necesario haber sido armado caballero.

ROCINANTE: ¡Madre mía, otra vez, mira que lo sabía, que estos dos nos llevan hacia
la ruina!

SANCHO: Y… ¿Dónde pondremos a mi asno para que esté seguro y podamos


encontrarlo después?

QUIJOTE: Pues déjale y no te preocupes, porque serán tantos los caballos que
tendremos después de vencer, que hasta Rocinante corre peligro de que lo
cambie por otro.

ROCINANTE: Toma y encima de aguantarle, ahora va y piensa en dejarme; ya me


encargaré yo de que en la próxima aventura no tengas cabalgadura.

BURRO: Si es lo que yo decía, que no debí de venir a esta locura sin fin.

NARRADOR: Estos dos no se rinden y subiéndose a una loma para Sonido de ejército
avanzando.
verlo todo mejor, Don Quijote, llevado por su delirio, ve
guerreros y castillos donde solo ovejas había.

SANCHO: Que el diablo me lleve si los ejércitos y guerreros que dice usted se ven por

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alguna parte. Al menos yo no los veo.

QUIJOTE: Pero… ¿Cómo dices eso, no oyes los tambores y esos magníficos redobles?

SANCHO: Yo no oigo más que validos de ovejas y carneros.

QUIJOTE: Eso es el miedo que tienes que hace que no oigas a derechas, pero te
aseguro que me basto solo para darnos la victoria.

SANCHO: ¡Vuelva, señor Don Quijote, que son carneros y ovejas a las que va a
embestir! ¿Qué locura es esta? Mire que no son gigantes ni caballeros. ¿Qué es
lo que hace?

QUIJOTE: Allá voy, que solo soy un caballero que va a deshacer entuertos y a acabar
con los villanos.

NARRADOR: Queridos amigos, tan fuerte fue el golpe, que nuestro caballero se ha
caído del caballo, mientras las ovejas huyen despavoridas dejándole malherido al
pasarle por encima.

SANCHO: Pero… ¿Es que no me oía? Eran ovejas no ejércitos; madre mía, vaya facha
que le han dejado.

QUIJOTE: Amigo mío, mi enemigo ha querido que tú creyeras eso.

ROCINANTE: ¡Madre, madre, pero cómo te han dejado que pareces piltrafilla encima
de una alfombrilla!

QUIJOTE: Acércate, amigo mío, y mira cuántas muelas y dientes me faltan, porque
parece que no me han dejado ninguno en la boca.

SANCHO: ¡Qué mala suerte la nuestra, otra vez maltrecho y a punto de palmarla!

QUIJOTE: No te apures, pues todas estas cosas que nos suceden no pueden durar
mucho y pronto todo será mejor.

SANCHO: Pues no sé si creerme eso, porque las alforjas ya no están y ni una pizca de
comida nos ha quedado, mi amo.

ROCINANTE: Pues otra vez a dieta que a este paso no se nos va a ver, pues parecemos
fideos a punto de hervir en la olla.

SANCHO: Vayámonos pronto de aquí y busquemos dónde dormir para descansar de

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esto.

QUIJOTE: Vamos pues, te dejo elegir el sitio donde alojarnos. Yo te sigo, ponte en
marcha.

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ACTO OCTAVO

«Que trata sobre lo que sucedió una noche con un muerto»

El escenario representa un camino: algunos árboles y arbustos Suena música


suave.
adornarán la escena.

NARRADOR: Iban charlando tan tranquilos, nuestros amigos, cuando les pilló la noche
en mitad del camino; no sabían dónde iban a alojarse y lo peor de todo es que se
morían de hambre y apenas llevaban ya, nada de comer.

SANCHO: Mi señor, tengo hambre, tanta hambre que apenas me tengo en pie.

QUIJOTE: Pues ya somos dos, Sancho amigo, y mira si será que tengo hambre que me
parece estar viendo «lucecitas», allá a lo lejos.

SANCHO: No es el hambre, mi señor, porque yo también las veo y le digo que me


tiemblan las piernas y no sé si es del hambre o del miedo que me invade.

NARRADOR: Vaya situación, ambos dos muertos de miedo y sin saber muy bien qué
hacer.

QUIJOTE: Paremos y esperemos a ver qué pasa.

SANCHO: Usted es el que manda, pero más nos valdría correr y no parar hasta estar
bien lejos.

NARRADOR: Pues en efecto lo hicieron, pararon sus cabalgaduras y estuvieron


quietos, mirando atentamente qué podía ser aquello y vieron que las luces se
acercaban poco a poco y cuanto más se acercaban, más grandes parecían. Sancho
empezó a temblar y a Don Quijote se le pusieron los pelos de punta.

QUIJOTE: Esta debe ser una peligrosísima aventura, en la que de nuevo yo mostraré
todo mi valor y esfuerzo.

ROCINANTE: ¡Ay, madre mía, este hombre no escarmienta, mira que al final vamos a
terminar mal, pero mal, mal!

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SANCHO: ¡Desdichado de mí, parecen fantasmas y contra ellos es muy difícil luchar!

QUIJOTE: Pues por más fantasmas que sean no voy a permitir que te toquen un solo
pelo, tranquilo que yo os defenderé a todos.

ROCINANTE: Pues eso es lo que nos preocupa, que nos defiendas; mejor «quietecito»,
que al final siempre pagamos los platos rotos.

NARRADOR: Resultaron ser varios encapuchados a caballo, con Suenan cascos de


caballo.
antorchas encendidas en las manos y detrás una litera cubierta
de negro. Esta visión fue suficiente para dar miedo tanto a
Sancho como a su señor Don Quijote.

QUIJOTE: ¡Alto, alto, caballeros, decidme de inmediato, quiénes sois, de dónde venís,
dónde os dirigís y sobre todo qué es lo que ahí lleváis!

ENCAPUCHADO 1: ¡Será mamarracho!

ENCAPUCHADO 2: Pero… ¿De dónde ha salido este?

ENCAPUCHADO 3: ¡Quítate del camino, no tenemos tiempo de tonterías!

QUIJOTE: ¡Contestad de inmediato!

ENCAPUCHADO 4: La venta está lejos aún y no nos podemos detener a dar tantas
explicaciones como pedís.

QUIJOTE: Decidme de inmediato lo que os he preguntado, si no, no me quedará más


remedio que coger mi lanza y… ¡Pobres de vosotros!

SANCHO: Sin duda alguna, este mi amo, es tan valiente como él dice.

ROCINANTE: ¿Valiente?, lo que es, es un loco que lo van a dejar molido a palos y nos
tocará cargar con su maltrecho cuerpo… ¡Ya lo verás!

QUIJOTE: Ríndete ahora mismo, si es que quieres conservar la vida.

ENCAPUCHADO 4: Bastante rendido estoy, ¿no ves que no me puedo mover? Le


suplico que no me mate que tengo las primeras órdenes de sacerdote.

QUIJOTE: ¿Y qué os ha traído aquí, siendo un hombre de Iglesia?

ENCAPUCHADO 4: Pues está claro que mi mala suerte.

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QUIJOTE: Pues te digo que si no quieres salir más mal herido, responde a lo que te
pregunte.

ENCAPUCHADO 4: Descuide usted, que en mi situación no me queda otra que


contestar.

QUIJOTE: ¿De dónde venís?

ENCAPUCHADO 4: Venimos de Baeza, con otros sacerdotes que fueron los que
huyeron al verles a ustedes.

QUIJOTE: Y dime… ¿Qué hacéis por estos caminos?

ENCAPUCHADO 4: Vamos acompañando a un muerto que va en aquella litera, que es


de un caballero que murió en Baeza y que llevamos a enterrar a Segovia, que es
su lugar de nacimientos.

SANCHO: ¿Y se puede saber quién lo mató?

ENCAPUCHADO 4: Lo mató Dios, enviándole unas fiebres muy malas de curar.

QUIJOTE: Pues si ha sido la voluntad de Dios, no queda más que callar y aceptarlo.

ENCAPUCHADO 4: Y ustedes… ¿Quiénes son?

QUIJOTE: Yo soy un caballero de La Mancha llamado Don Quijote, y mi oficio es ir


por el mundo arreglando ofensas y deshaciendo agravios.

SANCHO: Y yo soy su escudero, le acompaño en todas sus aventuras y le libro de


alguna que otra insensatez.

ROCINANTE Y BURRO: Y nosotros, los que pagamos los platos rotos de estos dos
insensatos que sueñan que son dos héroes, en este mundo tarado.

ENCAPUCHADO 4: Pues vaya suerte la mía, pues me habéis quebrado esta pierna, que
ya no estará derecha en lo que me resta de vida.

QUIJOTE: La mala suerte ha sido que fuera de noche y ustedes vestidos de blanco con
esas luces prendidas, rezando, parecían fantasmas y no humanos.

ENCAPUCHADO 4: Lo único que os pido es que me ayudéis a levantarme y a seguir


mi camino para cumplir el encargo de enterrar a ese pobre desgraciado.

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SANCHO: Pues haberlo dicho antes, eso está hecho, mi señor y yo le ayudaremos a
continuar su viaje.

QUIJOTE: Una cosa antes: si alguien te pregunta quién es el que te dejó así, dile que
fue el famoso Don Quijote de La Mancha.

SANCHO: El Caballero de la Triste Figura.

QUIJOTE: Vaya nombre que me has puesto.

SANCHO: Lo sé, pero estuve mirándole un rato a la luz de aquella antorcha y


verdaderamente tiene la más mala figura que jamás he visto, debido seguramente
al cansancio de la batalla o a la falta de algunos dientes.

DON QUIJOTE: ¡Ja, ja, ja, ja!

NARRADOR: Así prosiguieron su viaje, después de este incidente, que jamás un


muerto provocó tanta atención.

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ACTO NOVENO

«La aventura de los cueros de vino y otros sucesos que te contaré si sigues leyendo»

La escena representa la venta: algunas sillas y mesas y, en algún lado, una ventana con
rejas.

NARRADOR: Llegaron nuestros amigos a la venta, agotados, allí todos los presentes
los recibieron muy amablemente y Don Quijote se acostó enseguida, pues venía
molido a palos. Sancho le acompañó.

SANCHO: ¡Acudid, señores, rápido, que mi amo anda en la batalla más reñida que
jamás vi, le ha dado una cuchillada al gigante enemigo y le ha cortado la cabeza
de cuajo!

CURA: ¿Pero qué dices, cómo diablos puede ser eso, si el gigante está a más de dos mil
leguas de aquí?

VOZ EN OFF DEL QUIJOTE: ¡Detente ladrón, que aquí te tengo y no te va a valer
esa espada conmigo!

SANCHO: No se queden ahí escuchando, entren a poner paz en la pelea y a ayudar a mi


amo, aunque por la cantidad de sangre del suelo creo que él puede con todo.

VENTERO: ¡Que me maten!, seguro que ese loco ha dado alguna cuchillada a algún
cuero de vino y eso es lo que parece sangre, pues no hay gigante ninguno.

NARRADOR: Todos entraron en la habitación y el ventero al ver a Don Quijote como


loco, destrozando los cueros de vino, se lió a trompazos con él, mientras el resto
intentaba detenerle.

SANCHO: Todo debe de estar encantado, porque no aparece la cabeza del gigante, que
yo vi perfectamente, y la sangre corría como una fuente.

VENTERO: ¿Qué sangre, ni qué fuente, no ves que la sangre no es más que el vino que
ese loco ha derramado?

QUIJOTE: Ya puede, hermosa señora, vivir más segura, ya que he matado a la malvada

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criatura.

SANCHO: Pues viendo esto empiezo a pensar que mi amo de verdad anda mal de la
«azotea».

NARRADOR: Después del suceso todos deciden reposar lo que quedaba de noche,
aunque Don Quijote se queda haciendo guardia por si los gigantes regresaban.
Maritornes y su criada deciden gastarle una nueva broma a Don Quijote.

MARITORNES: ¡Señor, señor, apuesto caballero, acérquese aquí gentil caballero!

QUIJOTE: Lo siento, joven señora, pero no puedo ser vuestro amado, ya estoy
comprometido.

CRIADA: Mi señora no necesita eso, señor caballero.

QUIJOTE: ¿Y qué es lo que necesita?

CRIADA: Solo una de vuestras hermosas manos.

QUIJOTE: Tomadla entonces y no para que la beséis, sino para que miréis la fuerza del
brazo que la sostiene.

CRIADA: Pues ahora lo veremos.

NARRADOR: Pero nuestro pobre caballero, no sabe dónde se había metido, pues ataron
su mano a unos barrotes y fue imposible soltarse y aunque nuestro caballero
llamó a Sancho, este andaba tan dormido que no se enteró.

QUIJOTE: Vaya, menos mal, veo aparecer unos caminantes, les pediré ayuda de
inmediato.

CAMINANTE 1: Si sois el ventero, mandad que nos abran que somos caminantes y
solo deseamos dar pienso a nuestra cabalgaduras y pasar la noche y… ¡Deprisa!

QUIJOTE: ¿Os parece que tengo yo aspecto de ser el ventero de este castillo?

CAMINANTE 2: Pues no sé yo de qué tenéis aspecto, pero estáis tardando en avisar


para que alguien nos atienda y no decís más que disparates, llamar a esta venta
destartalada, castillo.

QUIJOTE: Pues claro que castillo y de los mejores de toda la provincia.

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CAMINANTE 3: Vaya, este tío está «majara»… ¡Que alguien nos atienda…!
¡Venterooooo!

CABALLO 1: Y tú, ¿qué haces ahí atado?

ROCINANTE: Pues ya ves compañero, acompaño a mi amo que sin duda ha perdido el
juicio.

CABALLO 2: Ya lo vemos, lo sentimos, pues sabemos que es dura la vida por esos
caminos de Dios y máxime de rocín de un pobre loco.

ROCINANTE: Muchas gracias y ahora he de moverme un poco, llevo horas aquí atado
y mis pobres patas ya rechinan de dolor.

CABALLO 3: Pues adelante, compañero, muévete sin miedo y relájate, que seguro que
un duro camino te queda por recorrer.

NARRADOR: Sin apenas darse cuenta de la situación, Rocinante se mueve y avanza


con lo que los pies de Don Quijote se desvían dejándole colgado del brazo, cosa
que le causó tanto dolor que comenzó a emitir unos alaridos monstruosos.

QUIJOTE: ¡Ahhhhhhhhhhhhhhhh, parad, parad, no me torturéis más!

VENTERO: ¿Pero qué ocurre, quién grita de esa manera, qué pasa aquí?

CAMINANTE 1: Este hombre que parece se ha vuelto loco, de repente empezó a gritar.

CAMINANTE 2: Nosotros solo queríamos saber si tendría sitio para descansar, pero le
aseguro que no le hicimos nada.

VENTERO: Pero Don Quijote… ¿Qué le ocurre?

QUIJOTE: Algún gran mago ha debido encontrarme, pues no consigo que me suelte el
brazo y cuando quiero moverme tira de mí con tal fuerza que el dolor que me
produce es intenso.

CAMINANTE 3: Pero… ¿Qué dice usted, buen hombre, de encantamientos? Lo único


que le ocurre es que alguien ató su muñeca a esta verja y al tirar usted mismo, se
produce ese dolor.

VENTERO: Pero… ¡Bendito sea Dios!, deje que le suelte esta atadura y seguro que se
encontrará bastante mejor.

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QUIJOTE: No se atrevan a decirme que esto no ha sido fruto de un encantamiento, pues
llevo mucho camino recorrido y muchas son las aventuras vividas y ahora
mismo iré en busca de ese mago traicionero.

VENTERO: ¡Ande, ande, calle y relájese! Y ustedes caminantes, pasen a esta mi


posada, que todos descansaremos de este sobresalto.

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ACTO DÉCIMO

«Que trata de cómo el Caballero de los Espejos o Caballero del Bosque reta a Don
Quijote»

La escena representa un bosque con árboles distintos.

NARRADOR: Después de llevar cabalgando varios días, Don Quijote y su escudero


decidieron descansar y pasar la noche debajo de unos frondosos árboles y tras
cenar algo, se quedaron dormidos al pie de un alcornoque y de una robusta
encina.

C. DEL BOSQUE: Dejemos los caballos aquí, veo que hay abundante hierba para ellos
y suficiente silencio y soledad para nosotros.

QUIJOTE: Amigo Sancho, aventura tenemos.

SANCHO: ¡Dios nos asista! ¿Y dónde está esa aventura?

QUIJOTE: Mira allí y verás a un caballero andante que no debe estar muy alegre
porque le vi bajarse del caballo y tumbarse algo abatido.

SANCHO: Pero perdone usted, sigo sin ver la aventura.

QUIJOTE: Es que… ¿Todo hay que explicártelo?

ROCINANTE: ¡Toma ya, y ahora nos organiza un concierto!

C. DEL BOSQUE: ¡Oh, la más hermosa e ingrata mujer del mundo! ¿No te basta que
haya conseguido que te confiesen la más hermosa del mundo leoneses,
andaluces, castellanos y caballeros de La Mancha?

QUIJOTE: ¡Eso no, yo soy de La Mancha y nunca he dicho tal cosa!

SANCHO: Pues parece que va a seguir quejándose otro rato.

C. DEL BOSQUE: ¿Quién está ahí? ¿Es del bando de los contentos o de los pesarosos?

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QUIJOTE: Del de los pesarosos.

C. DEL BOSQUE: Pues acércate, pues yo sufro la misma tristeza. Sentaos aquí
caballero, que sé que lo sois por encontrarnos aquí, lugar muy frecuentado por
los caballeros andantes.

QUIJOTE: En efecto, caballero soy y por lo que habéis contado deduzco que vuestras
penas son de amor por esa ingrata que nombrasteis.

C. DEL BOSQUE: ¿También usted está enamorado?

QUIJOTE: Para mi desgracia así es, lo estoy.

ESCUDERO: Vamos los dos donde podamos hablar de nuestras cosas. ¡Qué vida la
nuestra, la de los que nos dedicamos a ser escuderos de caballeros andantes,
aunque con la esperanza en el premio, podemos seguir adelante!

SANCHO: Yo me contento con el gobierno de alguna ínsula y mi señor me la tiene


prometida.

ESCUDERO: Mejor sería retirarnos y volver a nuestras cosas, que los que buscan
aventuras no siempre las encuentran buenas.

BURRO: Sabio consejo ese, ¿por qué estos dos chalados no lo pondrán en práctica?

NARRADOR: Tanto hablaron y bebieron que se quedaron dormidos y así les dejamos
por ahora, para escuchar lo que mientras, hablaban los caballeros.

C. DEL BOSQUE: Y así ella me ha mandado que vaya por todas las provincias de
España y haga confesar a todos los caballeros andantes que ella es la más
hermosa y yo el caballero más valiente y el más enamorado del mundo.

QUIJOTE: (Alzando la voz.) No pongo en duda que usted haya vencido a muchos
caballeros, pero no a Don Quijote de La Mancha, puede ser que fuera otro que se
le pareciera.

C. DEL BOSQUE: ¿Cómo que no?

QUIJOTE: Como que no y aquí está el mismo Don Quijote que defenderá la verdad con
sus armas, a pie o a caballo.

ROCINANTE: A mí no me metas, que ya la tenemos montada, y nada, que no hay


manera de que este hombre pare quieto con las armas y las batallas.

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C. DEL BOSQUE: Pues esperemos a que se haga de día para luchar y a condición de
que el vencido quede a disposición del vencedor.

QUIJOTE: Quedamos entonces de acuerdo, que así sea.

ESCUDERO: Has de saber que mientras los caballeros riñen, los escuderos han de
pelear también.

SANCHO: Yo jamás oí decir eso a mi amo y aunque fuera una regla de la caballería
andante, yo no pienso cumplirla, pues soy un escudero pacífico.

NARRADOR: Mientras se sucedían las discusiones comenzaba a amanecer y la claridad


del día permitía ver las cosas de diferente forma. Don Quijote divisó a su
adversario con el casco ya puesto y al verlo, lo bautizó como el Caballero de los
Espejos.

QUIJOTE: Os pido, señor, que alcéis la visera un poco para que pueda ver vuestro
rostro.

C. DE LOS ESPEJOS: Tanto si sois ganador o vencido, os quedará tiempo para verme.

QUIJOTE: Pues al menos podéis decirme si soy yo aquel Don Quijote que aseguráis
haber vencido.

C. DE LOS ESPEJOS: Os parecéis como un huevo a otro huevo, sin duda lo sois.

QUIJOTE: Pues en menos tiempo que alcéis esa visera, si Dios, mi señora y mi brazo
me lo permiten, veré yo vuestro rostro y verá usted que no soy yo el vencido
Don Quijote que decís.

C. DE LOS ESPEJOS: Recordad, señor caballero, que el vencido quedará a disposición


del vencedor.

QUIJOTE: Ya lo sé, siempre y cuando sigamos las leyes de caballería.

C. DE LOS ESPEJOS: Así se entiende, por supuesto.

SANCHO: Señor Don Quijote, le suplico que antes de batallar, me ayude a subir a ese
alcornoque porque podré ver mejor esta fantástica batalla.

QUIJOTE: Me parece que tienes tanto miedo, que lo que quieres es huir de ese
escudero tan feo.

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SANCHO: Pues en verdad así es. No le habéis visto las narices, son tan grandes que
solo de mirarlas se hiela la sangre.

NARRADOR: Nuestro amigo Don Quijote al ver distraído al de los Se oyen quejidos.
Espejos, con seguridad y sin miedo arremetió contra él y le
hizo caer al suelo, donde el pobre quedó sin mover ni pies, ni
manos, dando señales de que estaba muerto.

QUIJOTE: Ven Sancho y verás cómo te sorprendes… ¿Pues no que me parece que este
que está en el suelo es el Bachiller Carrasco y no el Caballero de los Espejos?

SANCHO: Pues no le parece a usted, señor caballero, que es el mismo que usted dice.

QUIJOTE: Y ahora que me fijo y su escudero me parece…

SANCHO: ¡Arrea! Es Tomás, mi vecino y amigo.

ESCUDERO: En efecto, soy Tomás y suplico al Caballero Don Quijote, no maté al


Caballero de los Espejos, que en efecto es el Bachiller Carrasco.

QUIJOTE: Muerto sois caballero, si no confesáis que Dulcinea del Toboso se aventaja
en belleza a vuestra dama y os presentaréis ante ella, para poneros a su
disposición.

C. DE LOS ESPEJOS: Así lo haré, Don Quijote, pero retire ya la espada, que nosotros
solo pretendíamos hacerles entrar en razón y que con este vil engaño regresaran
a casa sanos y salvos.

ROCINANTE: Pues buena la habéis hecho, seguro que ahora este pobre caballero
andante ha cogido confianza y seguiremos de locura en locura.

QUIJOTE: Jamás desistiré de mi labor de arreglar entuertos y Suena música con


bastante ritmo.
ayudar a los débiles. Volved vosotros que mi escudero y yo
hemos de partir, ya hemos perdido demasiado tiempo.

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ACTO DECIMOPRIMERO

«Que trata sobre la increíble aventura de los leones»

El escenario representa un camino pedregoso con árboles y campos a ambos lados.

NARRADOR: Contento y orgulloso seguían nuestros amigos el camino, imaginándose


que eran los caballeros andantes más valientes del mundo, cuando en mitad del
camino encontraron a un caballero vestido de verde y le invitaron a
acompañarles.

SANCHO: Les dejo un instante, me acerco a aquellos pastores y un poco de leche


traeré.

NARRADOR: Don Quijote divisa en mitad del campo, un carro lleno de banderas
reales y creyéndose de nuevo en una aventura, llamó a Sancho pidiéndole el
casco.

QUIJOTE: Dame amigo, ese casco que o yo sé poco de aventuras o me da en la nariz


que nos enfrentamos a una.

C. VERDE: Ese carro debe traer un cargamento para el rey que por las banderas se
reconoce.

QUIJOTE: ¿Qué será esto, Sancho, que se me ablanda el cerebro? Creo que será
gloriosa la aventura que va a sucedernos.

ROCINANTE: Vaya, cómo se ha puesto. El glotón de Sancho metió los requesones en


el casco y te has puesto como un cristo… ¡Madre mía, lo que le faltaba a este
pobre caballero de pacotilla!

QUIJOTE: ¡Así que es eso, es requesón, traidor, mal escudero, ya te daré yo cuando te
pille!

SANCHO: ¿Cómo iba yo a atreverme a ensuciar el yelmo de mi señor? Esos han sido
los enemigos que ya sabe que siempre están al acecho.

QUIJOTE: Pues ahora que lo pienso, todo es posible y tal vez tengas razón.

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SANCHO: (Mirando al público). Pues claro que la tengo.

QUIJOTE: Pues ahora ya puede pasar lo que quiera, que puedo enfrentarme a quien sea
y a lo que sea.

QUIJOTE: ¿Qué carro es ese, qué lleváis en él y qué banderas son esas?

ROCINANTE: Vaya con las preguntitas; más vale que le respondan o este viejo loco
perderá de nuevo la «chaveta» y nos arrastrará de nuevo.

CARRETERO: El carro es mío, y lo que llevamos son dos leones enjaulados, vamos
hacia la corte para presentarlos ante su majestad, y las banderas son las del rey,
nuestro señor, y son la señal de que aquí van cosas suyas.

QUIJOTE: Y los leones… ¿Son grandes?

LEONERO: Muy grandes, sí señor. Son hembra y macho y van hambrientos porque no
han comido, así que será mejor que se aparte porque hemos de llegar pronto,
para que coman.

QUIJOTE: ¡Leoncitos a mí; bájese, buen hombre, y abra esas jaulas que en mitad de
ese camino les voy a hacer conocer quién es Don Quijote de La Mancha!

C. VERDE: ¡Vaya, vaya!… Ya se muestra cómo es nuestro caballero, los requesones,


sin duda, le han ablandado el cerebro.

SANCHO: ¡Señor, por Dios, no haga usted locuras, que esos leones van a acabar con
nosotros!

C. VERDE: Pero… ¿De verdad creéis que vuestro señor se va a enfrentar a ellos? Si es
así, es que está loco.

SANCHO: No es loco, sino atrevido.

ROCINANTE: No lo suavices Sancho, loco, loco de remate, loco para encerrarle.

C. VERDE: Mire señor, que esos leones no vienen contra usted, que van a ser
entregados a su majestad y no estaría bien impedirles su viaje.

QUIJOTE: Deje que cada uno cumpla con su oficio. Este es el mío y yo sé lo que he de
hacer.

ROCINANTE: Tú no sabes nada, viejo loco, que estás más que perdido; nos vamos

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ahora que aún estamos a tiempo.

QUIJOTE: ¡Bellaco, abre ya esa jaula que si no lo hacéis con esa lanza, os he de
destrozar el carro!

CARRETERO: Permítame al menos que ponga a salvo las mulas porque si las matan
quedaré arruinado para siempre.

LEONERO: Sean ustedes testigos de que abro las jaulas en contra de mi voluntad y
pónganse a salvo antes de que abra, que seguro que a mí no me harán daño.

QUIJOTE: Si usted no quiere ser testigo de esta tragedia, póngase a salvo.

SANCHO: Mire usted señor, que esto es serio, que me asomé a la jaula y el león es más
grande que una montaña.

QUIJOTE: Es el miedo el que te hace verlo tan grande. Retírate, si aquí me muero
acudirás a Dulcinea y le dirás que la amo.

NARRADOR: El leonero abrió de par en par la primera jaula, donde estaba el león
macho, que era enorme y de fiero aspecto, pero el generoso león se volvió de
espaldas y enseñó sus partes traseras a Don Quijote y con tranquilidad, volvió a
tumbarse en su jaula.

LEONERO: Conténtese con eso y no tiente a la suerte que ha tenido.

QUIJOTE: Pues es verdad, cierra la puerta y sé testigo, abriste la puerta, yo lo esperé, él


no salió, le volví a esperar, no salió y se acostó. Cierra entonces.

SANCHO: ¡Que me maten si mi señor Don Quijote no ha vencido a las fieras bestias!

QUIJOTE: Volved a atar las mulas y seguid el viaje.

SANCHO: Pero… Los leones… ¿Están vivos o muertos?

LEONERO: Tenéis un caballero bien valiente, que se ha enfrentado sin miedo a estos
fieros leones, que al verle no han querido ni salir de la jaula.

QUIJOTE: ¿Qué te parece Sancho?

SANCHO: No sé qué decir.

ROCINANTE: Mucha suerte, mucha suerte hemos tenido.

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QUIJOTE: Y si su majestad os pregunta quién lo hizo, decidle que fue el Caballero de
los Leones, que me llamaré así, puesto que los caballeros andantes se cambiaban
el nombre a su antojo.

ROCINANTE: Ya te digo, loco de atar, loco para encerrarlo.

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ACTO DECIMOSEGUNDO

«Una solución para desencantar a Dulcinea»

El mismo escenario que en el acto anterior.

NARRADOR: Los duques estaban tan contentos con tener a Don Quijote y Sancho en
su palacio, que decidieron hacerles algunas burlas, al verles tan inocentes y un
poco mal de la cabeza; y dicho y hecho, los invitaron a participar en una
montería.

ROCINANTE: Sí, querido público, aquí me tenéis de nuevo acompañando a estos dos
pobres locos. Íbamos por un camino del bosque, cuando de pronto nos
detuvimos al ver un correo con traje de demonio.

DUQUE: Hola… ¿Quién sois, dónde vais y qué gente es la que cruza este bosque?

DEMONIO: Yo soy el diablo y busco a Don Quijote y estos que me acompañan son
hechiceros, que en este carro traen a Dulcinea del Toboso.

SANCHO: ¿Dulcinea del Toboso? Esa es la amada de mi señor, creo que aquí se va a
liar.

ROCINANTE: ¡Oh, Dios mío, ya lo creo que se va a armar, no hay más que mirar a la
cara de Don Quijote, está rojo de ira!

DEMONIO: Don Quijote debe esperar aquí mismo, alguien le dará instrucciones.

DUQUE: ¿Es que piensa usted esperar, Don Quijote?

QUIJOTE: Aunque la ira me invade, esperaré aquí con paciencia, pues he de saber qué
hacer para salvar a mi Dulcinea.

NARRADOR: Pues ya lo estáis viendo, dicho y hecho, Don Quijote Suena música
suave.
esperaba sin darse apenas cuenta de que la noche se echaba
encima y de que la burla del resto continuaba. Ya se estaban
quedando dormidos cuando…

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MERLÍN: Soy el mago Merlín y he tenido noticias del encantamiento y la desgracia de
la dulce Dulcinea, convertida de dama en aldeana y tras mirar muchos libros de
magia, traigo el remedio.

QUIJOTE: Pues dámelo pronto, dime lo que tengo que hacer para librar a mi dama de
esta agonía en la que se halla metida.

MERLÍN: Para recobrar su estado es necesario que Sancho se dé tres mil azotes en sus
posaderas.

SANCHO: ¡Toma ya, vaya modo de desencantar, yo no sé qué tienen que ver mis
posaderas con los encantos! Yo creo que si Merlín no encontró otra forma de
desencantarla, pues muy a gusto que se quede como está.

ROCINANTE: Ya te digo, amigo Sancho, ponte firme que ya te veo recibiendo


latigazos de este atajo de caraduras.

QUIJOTE: Tranquilo Sancho, yo te ato a un árbol y os doy los azotes y si no quieres ya


te obligaré yo.

MERLÍN: Eso no es posible, han de ser por propia voluntad.

SANCHO: ¡Que no y que no, a mí no ha de tocarme mano alguna, de ninguna manera!

NINFA: Vaya escudero que eres, alma de piedra, que solo piensas en comer. Ablándate
por ese pobre caballero que a tu lado tienes, que está muy preocupado y afligido.

DUQUESA: ¿Qué contestas a eso Sancho?

SANCHO: Contesto que los azotes por nada del mundo.

DUQUE: Pues Sancho, si no te ablandas no serás gobernador.

SANCHO: Señor y… ¿no me daríais unos días para pensarlo?

MERLÍN: ¡De ninguna manera, aquí, en este instante y en este lugar tienes que decidir!

DUQUESA: Venga, buen Sancho, diga ya sí a esa azotaina.

SANCHO: Está bien, todo sea por conseguir esa ínsula. Acepto la penitencia.

NARRADOR: Y así, de esta manera llegó el alba y dándose los duques por satisfechos
se volvieron a su castillo con la intención de continuar con sus bromas, ya que

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con ellas disfrutaban un montón.

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ACTO DECIMOTERCERO

«Que trata del viaje sobre Clavileño, el caballo de madera»

El escenario representa el palacio de los duques: telas y cojines elegantes adornan la


escena.

NARRADOR: Tenía el duque un mayordomo muy burlón que preparó junto al duque
una nueva broma que gastar al pobre Don Quijote y a los que con él estaban y
estando todos reunidos, de repente vieron entrar a un grupo de personas, algo
extrañas, una de ellas se levantó el antifaz que llevaba puesto y…

TRIFALDÍN: Soy Trifaldín el de la Barba Blanca, soy escudero de Suena música de


fondo.
la condesa de Trifaldi, que os pide que la recibáis, pues viene
en busca del caballero Don Quijote.

DUQUE: Pues decirle que entre y que justo aquí tiene al caballero que busca, que
conociéndole le prestará la ayuda que ella precise, incluso yo mismo la ayudaré,
si es posible.

ROCINANTE: ¡Ay madre, me temo lo peor!

DUQUE: Ya lo veis caballero, hace poco que estáis aquí, pero ya vienen a buscaros
confiados en hallar remedio a sus males, eso será porque vuestra fama os
precede.

CONDESA: Buenas, queridos amigos presentes, espero poder hallar aquí remedio a mis
males, pero antes necesito saber si se encuentran aquí el caballero Don Quijote y
su escudero Sancho Panza.

SANCHO: Pues sí, aquí estamos tanto el uno como el otro, díganos qué se le ofrece.

ROCINANTE: Sí, sí, aquí están a cual más pirado de los dos.

QUIJOTE: Si vuestras penas se pueden aliviar, por el valor y la fuerza de algún


caballero, yo soy Don Quijote cuya labor es ayudar a los que lo necesitan,
dígame en qué podemos ayudarla.

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CONDESA: Así que aquí estáis ambos por fin; me arrojo a los pies de tan valeroso
caballero y ante vos, humilde escudero, le pido que interceda por mí ante su
señor para que me favorezca.

SANCHO: Yo rogaré a mi amo, que sé que me hará caso. Diga de una vez su pena.

CONDESA: En el reino de donde yo vengo, se vivió una historia de amor entre la niña
Antonomasia y el caballero Clavijo.

ROCINANTE: ¡Qué bonito es el amor!

CONDESA: Ambos estaban esperando un hijo y se casaron sin permiso de sus padres.
Al enterarse la reina Maguncia cogió tal enfado y disgusto, que al cabo de tres
días la enterramos.

SANCHO: Debió morir sin duda.

ROCINANTE: Pues mira el otro, ¡claro hombre!, se entierra a los muertos no a los
vivos.

CONDESA: Enseguida lo entenderá, pues resulta que apenas la enterramos apareció el


gigante Malambruno, primo hermano de la reina muerta, y encantó a Clavijo y
Antonomasia.

SANCHO: Vaya, asunto de encantamientos, de eso entendemos mucho.

QUIJOTE: ¡Calla Sancho y deja que siga!

ROCINANTE: Déjala, déjala, que ya verás donde nos lleva.

CONDESA: A Antonomasia la convirtió en una mona de bronce y a él, en un horroroso


cocodrilo de un metal desconocido.

ROCINANTE: Y eso… ¿para qué?

CONDESA: Pues el mismo gigante dejó un mensaje que decía: «No recobrarán su
primitiva forma estos dos atrevidos amantes hasta que el valeroso manchego
mantenga batalla conmigo». Y fíjese además lo que nos hizo.

NARRADOR: Todos alzaron, entonces, sus antifaces y mostraron sus rostros llenos de
barbas, dejando a Don Quijote y Sancho pasmados sin darse cuenta de que
estaban burlándose de ellos.

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ROCINANTE: Pero mirad desdichados que son hombres y no mujeres y que todo es un
engaño para reírse de vosotros a carcajadas.

CONDESA: Así nos castigó el gigante y… ¿quién nos querrá con estas barbas, entiende
ahora, caballero, nuestras desdichas?

SANCHO: Juro que jamás había oído ni visto nada igual y qué malvado ese gigante y
seguro que ustedes no tienen dinero para que alguien las rape esas barbas.

QUIJOTE: Yo me pelaría las mías si así remediase ese desastre que os han hecho.

CONDESA: Os suplico entonces que oído lo que habéis dicho, vuestra promesa se
convierta en otra.

QUIJOTE: ¿Qué tengo que hacer? Estoy dispuesta a serviros.

CONDESA: Malambrino, el gigante, me dijo que cuando encontrase a Don Quijote, él


enviaría un caballo de madera que vuela por el aire, no come, ni duerme, ni gasta
herraduras y que os llevará hasta su presencia.

SANCHO: ¿Y cuántos caben en ese caballo?

CONDESA: Dos personas, una en la silla y otra en las ancas, normalmente escudero y
caballero.

SANCHO: ¿Y cómo se llama ese caballo?

CONDESA: Clavileño, por ser de leño y tener una clavija que le sirve de freno.

SANCHO: Pues yo apenas puedo sujetarme en mi burro, como para sujetarme a ese
caballo volador. Así que cada cual se rape sus barbas que yo no pienso
acompañar a mi amo en tan largo viaje, pues no creo que yo sea necesario.

CONDESA: Claro que sois necesario y sin vuestra presencia no podemos hacer nada.

QUIJOTE: ¡Sancho hará lo que yo le mande!

CONDESA: ¡Oh, gigante Malambrino, mándanos ya a Clavileño para que podamos


librarnos de nuestros males!

NARRADOR: Al llegar la noche apareció el caballo Clavileño. Entraron dos hombres


vestidos de verde empujando un gran caballo de madera.

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HOMBRE 1: Suba a esta máquina, el que se atreva.

SANCHO: Yo no subo porque ni tengo valor, ni soy caballero.

CONDESA: Valeroso caballero, el caballo está en casa, nuestras barbas crecen, te


suplicamos que nos ayudes, pues solo debes subir en él con tu escudero.

QUIJOTE: Eso haré yo de muy buen grado.

SANCHO: Mi señor puede buscarse otro escudero que lo acompañe, que yo no estoy
para subir por los aires.

ROCINANTE: Di que sí, no se te ocurra subir, que la vamos a armar buena si lo haces.

NARRADOR: Pues ya no hay manera de convencer a Sancho y el duque, que ve


peligrar la diversión, interviene en el momento justo.

DUQUE: Sancho amigo, la ínsula que os he prometido no se va a mover de donde está y


cuando volváis la encontraréis dispuesta para vos.

SANCHO: Está bien, señor, soy un pobre escudero y tengo que obedecer.

ROCINANTE: Y nada, que este pobre no se entera de que les están tomando el pelo y
riéndose a su costa.

TODOS: ¡Dios te guíe, valeroso caballero, Dios sea contigo, escudero intrépido, ya
estáis en el aire, que haya suerte!

QUIJOTE: ¡Sujétate fuerte Sancho, no te vayas a caer!

SANCHO: Ya lo hago, pero si vamos tan altos… ¿cómo es posible que oiga sus voces
como si estuvieran aquí mismo?

QUIJOTE: Ya sabes, Sancho, las cosas de brujería y ten cuidado que entre el aire y tú,
me vais a tirar.

NARRADOR: Mientras esto ocurría, el resto de los presentes no paraba de reír y la


broma estaba tan bien preparada, que no faltaba ni un detalle, y queriendo
concluir la aventura, prendieron fuego a la cola del caballo que estaba llena de
cohetes y voló por los aires, dando con Don Quijote y Sancho en el suelo.

DUQUE: Mire usted, Don Quijote, aquí ha dejado el gigante Malambrino algo para
usted.

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QUIJOTE: Léalo usted si es tan amable, que del golpe aún me tengo que recuperar.

DUQUE: Malambrino se da por contento, retira las barbas de la duquesa y los reyes
Clavijo y Antonomasia vuelvan a su estado.

QUIJOTE: ¡Ea, señor duque, que la aventura ha terminado y ha acabado sin daño!

SANCHO: Bueno, mis huesos no opinan lo mismo.

ROCINANTE: Otra aventura satisfecha y estos se lo han pasado genial. Esta vez me he
librado, espero que dure mucho.

NARRADOR: Todos quedaron contentos y Don Quijote el que más, que pensaba que
esta aventura había acabado apenas al empezar.

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ACTO DECIMOCUARTO

«Que trata sobre el Caballero de la Blanca Luna»

El escenario representa una playa desierta: pintada y arena esparcida por el suelo.

NARRADOR: Una mañana salió a pasear Don Quijote por la playa armado con sus
armas y vio cómo se acercaba un caballero armado también, de pies a cabeza, y
en cuyo escudo lucía pintada una luna resplandeciente.

C. BLANCA LUNA: Alabado señor Don Quijote, soy el Caballero de la Blanca Luna y
seguramente habéis oído hablar de mí.

QUIJOTE: Pues no, jamás os oí nombrar. Y… ¿a qué venís, si puede saberse?

C. BLANCA LUNA: Vengo a pelear contigo, para hacerte confesar que mi dama es, sin
comparación, más hermosa que tu Dulcinea del Toboso.

QUIJOTE: ¿Cómo te atreves?

C. BLANCA LUNA: Porque tengo razón y vais a tener que admitirlo.

QUIJOTE: ¡Jamás, antes la muerte!

C. BLANCA LUNA: Pues lucharemos; si venzo dejaréis las armas durante un año y
viviréis en paz y si me vencéis, quedaré a tu disposición y decide pronto porque
solo tengo un día para despachar este asunto.

QUIJOTE: Caballero de la Blanca Luna, yo nunca oí hablar de vos y estoy seguro de


que jamás ha visto a Dulcinea del Toboso, porque si no, no diría lo que ha dicho,
pero tomad pues, la parte del campo que queráis, que yo haré lo mismo, y
luchemos.

ROCINANTE: Pues de nuevo, este loco me embarca en su locura… ¡Madre mía, me


van a romper todos los huesos de mi pobre cuerpo!

NARRADOR: El de la Blanca Luna llegó antes hasta Don Quijote y Suena música
durante la pelea.
arremetió contra él, con tal fuerza que tiró a Rocinante al suelo

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y con él a Don Quijote.

ROCINANTE: ¡Ay, madre, vaya golpe, se me han movido todas las costillas y ya no sé
si podré levantarme más!

C. BLANCA LUNA: Vencido estáis caballero, y si no confesáis, os daré muerte.

QUIJOTE: Dulcinea del Toboso es la mujer más hermosa del planeta y yo el más
desdichado caballero, así que quitadme la vida, pues me he quedado sin honra.

C. BLANCA LUNA: No haré yo eso, solo me conformo con que se retire un año, como
dijimos antes de la batalla.

QUIJOTE: Así será, pues soy caballero y tengo palabra.

NARRADOR: Don Quijote queda cabizbajo, imaginando la luz de Suena redoble de


tambor suave.
sus hazañas oscurecida, las esperanzas deshechas y, ayudando
a su caballo Rocinante, llora amargamente.

SANCHO: ¿Qué haremos ahora? Usted le ha vencido y parece casi muerto.

C. BLANCA LUNA: Soy el Bachiller Sansón Carrasco, del mismo pueblo que Don
Quijote, soy el que vestido del Caballero de los Espejos, intenté vencerle y
quitarle de esta locura suya; ahora lo he logrado y por fin descansará en su casa.

SANCHO: ¡Vaya sorpresa, así que sois vos, el Caballero de los Espejos!

C. BLANCA LUNA: Os suplico que no me descubráis para que él pueda recobrar el


buen juicio.

SANCHO: Tranquilo, no lo haré.

SANCHO: Señor mío, alégrese, que aunque le ha vencido no tiene ninguna costilla rota
y Rocinante ha sobrevivido. Volvamos a casa y dejemos las aventuras y los
lugares que no conocemos. Además, yo soy el que más pierde, porque ya no
tendré ningún título.

QUIJOTE: Calla Sancho, que mi retirada no ha de pasar de un año y luego volveré a


mis aventuras y no faltará algún condado que darte.

SANCHO: ¡Dios nos oiga!

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ROCINANTE: A este loco no hay quien lo cure, pero al menos un Música de fondo y
cascos de caballo.
año estaremos tranquilos.

FIN

58
Índice
Portada 2
Página de derechos de autor 3
ÍNDICE 4
Presentación 5
Introducción 6
Decorado 6
Personajes y vestuario 7
Música 9
Luces 9
Las Andanzas de Don Quijote 2 12

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