La exasperación me ahoga. ¿Debo ponerle fin a tu efímera existencia?
No me mires así, concebir
como me siento no está dentro de tus posibilidades. No te victimices. Cada latido de mi víscera representa millones de impulsos para aniquilarte. Abrirte, cortarte, despedazarte. Contemplar el fausto que tu cuerpo y mi filo podrían crear juntos, desembocando en una mortífera ceremonia donde tus órganos vuelan por los aires, entintan mi ropa y las paredes. Podría tomar mi vehículo y pasarte por encima tantas veces, tantas veces, que no hay manera de que tu mente pueda siquiera imaginarlo. Sé que suena desalmado pero compréndeme, entiéndeme. Tu lapso en este mundo me lastima y agobia, es un pesar inevitable. Entiendo tu razón de ser, pero no puedo tolerarla más. Y aunque las ganas de finiquitar tu hilo de vida me embelesan, mi herida no va a cerrar desterrándote al fuego eterno. Adoro al adversario, mi amor es el enemigo. Al final, da igual si tu supervivencia permanece o se agota, la agonía es la misma.