Professional Documents
Culture Documents
Corbo Zabatel - Dimensiones de La Subjetividad
Corbo Zabatel - Dimensiones de La Subjetividad
INTRODUCCIÓN
2 Puede parecer innecesario pero es conveniente aclarar que al referirnos a la subjetividad como un problema no
nos referimos a un inconveniente o incomodidad circunstancial, sino a una situación, hecho o proceso que aparece
poniendo límite a nuestro conocimiento o a nuestra comprensión. En ese sentido la cuestión de la subjetividad es un
problema ya que no se nos presenta como algo evidente pero tampoco con una opacidad que nos impida pensarla.
permite hacer, con idéntica salvedad. Se trataría entonces de un sujeto que está sujetado al
lenguaje y a la cultura (si queremos mantener la separación de ambos términos), cuya
autonomía es más que reducida aun cuando la fantasía de un yo dueño de sí mismo resulta
tan seductora como ilusoria.
Tengamos presente, en estas aproximaciones, que existe también un cierto
desplazamiento o derivación semántica, de la subjetividad al subjetivismo. Este último
podemos pensarlo al menos en dos planos, uno de ellos el filosófico que -con variaciones no
menores en las que no vamos a extendernos aquí-, lo refiere a la perspectiva del sujeto, a las
acciones e interpretaciones que del mundo hace el sujeto; por ello se relaciona el subjetivsimo
con el relativismo ya que mis percepciones son relativas a mi historia, al conjunto de valores,
significaciones y herramientas que tengo para pararme en el mudo y relacionarme con él.
El otro punto de vista nos remite al subjetivismo como arbitrariedad; si es subjetivo, o
sea sujeto a mi mundo de experiencias y valores es, por lo tanto, arbitrario, lo que tiraría por
tierra la posibilidad de un conocimiento de carácter general que es lo propio del conocimiento
científico; la ciencia no se ocupa de los casos sino en tanto ellos tienen características que
permitan pensar lo general.
Conocimiento del mundo y conocimiento de sí, la psicología del siglo XIX va plantear en
clave científica el viejo problema del conocimiento de sí, del autoconocimiento que no es idea
nueva. Ella, que entra en crisis en el siglo XX, estaba inscripta como aforismo vocativo en el
templo de Apolo en Delfos de modo enigmático y multívoco pero dudosamente sustancialista
como con frecuencia lo pensamos: “Conócete a ti mismo”.
Como sea, es claro que al pensar en la subjetividad no estamos pensando de manera
sustancialista, ni en una especie de atributo que viene dado, ni en una interioridad a la que me
puedo asomar y observar, como una perspectiva instrospeccionista nos permitiría creer. De ser
así, lo subjetivo sería un mundo interior al que me puedo asomar por una torsión de mi
conciencia, torsión que me permitiría ver los contenidos de esa interioridad y lo que ocurre con
ellos. Esta perspectiva plantea que “la psicología es ‘la ciencia de la experiencia interna ’, y por
eso los procesos psíquicos forman parte de un orden especial de experiencia, el cual sin duda
se distingue en que sus objetos pertenecen a la introspección, o como también se dice, en
contraposición al conocimiento que se obtiene mediante los sentidos externos, pertenecen al
sentido interno”3. (Wundt, 1896) Es lo que se ha llamado piscología de la conciencia,
dominante hacia fines del siglo XIX y comienzos del XX.
SUBJETIVIDAD Y SUBJETIVIDADES
Hacemos un uso deliberado del plural para dar un paso más. Es usual, por ejemplo, que
hablemos de la subjetividad del hombre de la edad media o de la subjetividad de la
modernidad, de la pos modernidad, o de una subjetividad femenina o masculina. Se trata de
dimensiones o planos diferentes de lo subjetivo que tienen, sin embargo, algo en común.
Es pertinente hablar de la subjetivad en un período histórico, ya que hablamos de un
universo de individuos que han compartido un conjunto de experiencias en el tiempo, unas
representaciones sobre ellos y sobre el mundo, pero sobre todo una idea común respecto a su
modo de estar en el mundo.
Tomemos al hombre del medioevo. Fue un hombre -dicho en términos de Marx-,
alienado en la idea de un Dios omnipresente y omnisciente; ese hombre traspasaba a Dios
todos los atributos de bondad y perfección con lo cual lógicamente se empobrecía a sí mismo,
ya que se despojaba de ellos para atribuirlos a un Dios que todo lo sabe y todo lo ve. Esta idea
era perfectamente compatible con un modelo del universo que tenía a la tierra en su centro y a
los planetas girando a su alrededor. Era el universo del divino Aristóteles, universo inmutable
que entra en crisis con los descubrimientos de Copérnico y Galileo que desplazan al
geocentrismo -la idea de la tierra y por lo tanto al hombre en el centro del sistema planetario-,
por el heliocentrismo, modelo que ubica al sol en el centro de aquel sistema con todos los
efectos científicos y subjetivos que eso traería.
Nadie ha expresado con más belleza y lucidez el impacto que en el hombre común
tendría aquel descubrimiento astronómico, que Bertold Brecht en su obra Galileo Galieli; en
ella un personaje, el Pequeño Monje, intenta que Galileo comprenda el efecto arrasador de sus
conclusiones:
“EL PEQUEÑO MONJE. — Comprendo su amargura. Usted piensa en ciertos y
extraordinarios poderes de la Iglesia. Pero yo quisiera nombrarle otros.
Permítame que le hable de mí. Yo he crecido en la Campagna, soy hijo de
campesinos, de gente sencilla. Ellos saben todo lo que se puede saber sobre el
olivo, pero de otra cosa muy poco saben. Mientras observo las fases de Venus
veo delante de mí a mis padres, sentados con mi hermana cerca del hogar,
comiendo sus sopas de queso. Veo sobre ellos las vigas del techo que el humo de
siglos ha ennegrecido, y veo claramente sus viejas y rudas manos y la cucharilla
que ellas sostienen. A ellos no les va bien, pero aun en su desdicha se oculta un
cierto orden. Ahí están esos ciclos que se repiten eternamente, desde la limpieza
del suelo a través de las estaciones que indican los olivares hasta el pago de los
impuestos. Las desgracias se van precipitando con regularidad sobre ellos. Las
espaldas de mi padre no son aplastadas de una sola vez sino un poco todas las
primaveras en los olivares, lo mismo que los nacimientos que se producen
regularmente y van dejando a mi madre cada vez más como un ser sin sexo. De
la intuición de la continuidad y necesidad sacan ellos sus fuerzas para
transportar, bañados en sudor, sus cestos por las sendas de piedra, para dar a luz
a sus hijos, sí, hasta para comer. Intuición que recogen al mirar el suelo, al ver
reverdecer los árboles todos los años, al contemplar la capilla y al escuchar todos
los domingos el Sagrado Texto. Se les ha asegurado que el ojo de la divinidad
está posado en ellos, escrutador y hasta angustiado, que todo el teatro humano
está construido en torno a ellos, para que ellos, los actores, puedan probar su
eficacia en los pequeños y grandes papeles de la vida. ¿Qué dirían si supieran
por mí que están viviendo en una pequeña masa de piedra que gira sin cesar en
un espacio vacío alrededor de otro astro? Una entre muchas, casi insignificante.
¿Para qué entonces sería ya necesaria y buena esa paciencia, esa conformidad
con su miseria? ¿Para qué servirían ya las Sagradas Escrituras, que todo lo
explican y todo lo declaran como necesario: el sudor, la paciencia, el hambre, la
resignación, si ahora se encontraran llenas de errores? No, veo sus miradas
llenarse de espanto, veo cómo dejan caer sus cucharas en la losa del hogar, y veo
cómo se sienten traicionados y defraudados. ¿Entonces no nos mira nadie?, se
preguntan. ¿Debemos ahora velar por nosotros mismos, ignorantes, viejos y
gastados como somos? ¡Nadie ha pensado otro papel para nosotros fuera de
esta terrena y lastimosa vida! Papel que representamos en un minúsculo astro,
que depende totalmente de otros y alrededor del cual nada gira. En nuestra
miseria no hay, pues, ningún sentido. Hambre significa sólo no haber comido y
no es una prueba a que nos somete el Señor; la fatiga significa sólo agacharse y
llevar cargas, pero con ella no se ganan méritos. ¿Comprende usted que yo vea
en el decreto de la Sagrada Congregación una piedad maternal y noble, una
profunda bondad espiritual?”4
¿Qué está diciéndole este pequeño Monje a Galileo? No otra cosa más que sus teorías
van a jaquear el sentido que la vida tiene para sus padres y sus coetáneos, van a poner en crisis
un modo de pensar el mundo y de estar en él; dicho en términos actuales, pone en cuestión
una subjetividad construida y sostenida históricamente. De ahí la perplejidad y el desconsuelo
que los padres del Pequeño Monje van a experimentar!
Un segundo momento, arbitrario quizás, lo podemos ubicar con el advenimiento de la
modernidad y específicamente del cartesianismo. ¿Qué nos dice Descartes? El dirá que hay un
modo de hallar le verdad, recordemos el título de su obra que por economía se redujo a
Discurso del método; el título era en realidad Discurso sobre el método para orientar bien la
razón y hallar la verdad en la ciencia; o sea que se trata de bastante más que un método.
Descartes introduce algo no pensable hasta entonces, la idea de que la verdad es asequible al
hombre y que su acceso solo depende de la forma en que orientemos la razón -ya no la fe-,
herramienta única para alcanzar un conocimiento cierto de lo real. He aquí otra gran
revolución, ya no sólo se trata de que el hombre puede acceder al conocimiento cierto por sí
mismo, sino además el método, el camino para ello es un uso específico de la razón!
El cartesianismo tendrá además el efecto de alterar e introducir una dimensión de lo
subjetivo vinculada a la idea de un yo que puede pensar, dudar, desear; el mismo dirá
SUJETO Y SUJETOS
La fenomenal transformación de lo que en principio adviene al mundo como un inerme
cachorro –humano, pero cachorro al fin- en sujeto, sólo se puede cumplir por la presencia de
otros sujetos; sin ella el humano queda reducido a la animalidad, sin esa asistencia que debe
6 Víctor fue un niño que hacia 1800 fue encontrado perdido en el bosque en Aveyron, Francia. Desnudo, no
bipedestaba ni hablaba; comía raíces. Víctor (nombre que se le dio cuando judicialmente quedó al cuidado del Dr.
Itard) no participaba de relaciones sociales y por lo tanto todas las conductas clásicamente reconocidas como
humanas le eran ajenas; estaba como un animal capturado en el mundo de los estímulos del medio ambiente, al
que respondía también como un animal; su pertenencia a la naturaleza o la cultura -o sea su condición de humano-
fue y es tema de debate. La historia de la socialización de Víctor fue recreada por François Truffaut en 1960 en la
película L’enfant sauvage (El niño salvaje)
antes al hablar del sujeto gramatical, en este caso se trata de un sujeto del que se habla y que
-si se cumplen algunas condiciones-, podrá pasar a la posición de sujeto que hable, que
enuncie.
Obstinato
El obstinato (del italiano obstinado), es una técnica de composición que básicamente
consiste en una serie de compases sucesivos y una sucesión de notas que se repiten a lo largo
de una obra musical. La idea es la de que en torno a la cuestión del sujeto y la subjetividad hay
algunos compases y notas que, articulados, aparecen recurrentemente tanto cuando
pensamos la subjetividad en tanto proceso singular de un sujeto o como experiencia de
construcción recíproca colectiva. Este obstinato tiene dos notas: la dimensión histórica y la
presencia del otro; ellas se repiten y las podemos reconocer en cualquiera de los discursos que
hoy se ocupan del problema. No existe posibilidad de pensar la constitución subjetiva por fuera
de unas relaciones particulares de tiempo y lugar y por fuera de las relaciones con el otro.
Podemos decirlo en otros términos, la subjetividad y el sujeto son el resultado de unas
condiciones de tiempo y espacio, y si acordáramos en esto sería interesante dar un paso más –
que acá sólo lo enunciaremos-, para pensar cómo se darán estos procesos en tiempos
caracterizados por el desenclave témporo espacial, en tiempos de desarticulación de dos
planos que históricamente han guardado una relación de inherencia. Ya no hay un solo tiempo,
hay tiempos y no hay un solo modo de pensar el espacio en el que los sujetos pueden anclar,
sino espacios. Estas transformaciones son acompañadas por cambios en las formas y en las
presencias del otro, en las formas como lo percibimos y en las formas como nos relacionamos.
No es la solidez o la estabilidad lo que caracteriza al tiempo que nos toca vivir. Por
distintas razones es justo sostener que “la ‘fluidez’ o la ‘liquidez’ son metáforas adecuadas para
aprehender la naturaleza de la fase actual -en muchos sentidos nueva-, de la historia de la
modernidad.”7 (Bauman, 2002) Se trata de un tiempo caracterizado ya no por la permanencia
sino por la inestabilidad, la circulación, el desborde, lo cual -si somos coherentes con lo dicho
antes-, nos debe llevar a la pregunta sobre las subjetividades actuales. ¿Qué caracteriza a la
subjetividad contemporánea? Podríamos decir que la fluidez, no hay una sola forma de estar
en el mundo, apenas hay algunos posicionamientos dominantes; no hay una identidad sino
identidades: sujetos e identidades han implosionado y se manifiestan de formas diferentes,
excluyentes, complementarios, opuestas, superpuestas, siendo y no siendo al mismo tiempo, o
afirmándose y negándose en el mismo acto.
Bachelard, Gastón. (1987) La formación del espíritu científico. México: Editorial Siglo XXI.
Bauman; Zygmunt (2002) Modernidad líquida. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.
Brecht, Bertold (1956) Galileo Galilei. Buenos Aires, Ediciones Losange.
Descartes, R. (1977) Meditaciones metafísicas. Madrid, Alfaguara.
Ricoeur, Paul (1996) Sí mismo como otro. Madrid, Siglo XXI
Marx, Karl (2004) Manuscritos Económicos-Filosóficos de 1844. Buenos Aires, Editorial Colihue.
Vygotski, Lev (1979) El desarrollo de los procesos psicológicos superiores. Buenos Aires,
Grijalbo.
Wundt, Wilhelm. (s/f). Compendio de psicología. Madrid, La España Moderna.