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DIMENSIONES DE LA SUBJETIVIDAD*

Eduardo Corbo Zabatel


*Documento para uso de los estudiantes del Área de Formación
Docente de la Universidad Nacional de las Artes. (Enero2017)

INTRODUCCIÓN

Si hay un término que no ha cesado de expandirse en sus usos y ha obligado a salirse


de las fronteras de las disciplinas, ese es subjetividad, y su correlato el sujeto. Conceptos
polisémicos, no cesan de enunciarse y aplicarse en los ámbitos más variados de la actividad
del hombre; el sujeto forma parte del discurso de la psicología, del psicoanálisis, del derecho,
de la literatura, de la antropología etc. Esa extensión en el uso tiene riesgos, entre los cuales un
cierto vaciamiento del concepto es uno de los más importantes, porque si bien la subjetividad
y el sujeto tienen campos tan diversos de enunciación y uso, hay que estar atentos al hecho de
que en cada campo el término es entendido de manera diferente; no obstante esto no implica
que estemos instalados en un tembladeral conceptual o que la palabra “subjetividad” o sujeto
remitan a cualquier cosa.
Mencionamos riesgos, y también conviene estar atentos a los reduccionismos que son
siempre peligrosos. Ellos reducen la complejidad de los hechos a una o a lo sumo a dos o tres
variables con lo cual empobrecen sus explicaciones; el reduccionismo es la contracara de la
complejidad metodológica en el pensamiento, pensamiento que se deja sorprender por
aquello que no estaba pensado o estaba pensado de otra forma. Se trata de un cierto estupor
epistemológico que nos permite -en el territorio de construcción del conocimiento-, reconocer
que lo nuevo -o lo viejo que aparece de diferente forma-, no siempre puede ser pensado a
partir de las categorías con las que contamos; entonces resulta necesario y saludable la
revisión o reformulación de esas categorías o la creación de categorías nuevas.
Esto no es sin esfuerzo, porque manejarnos con las herramientas que conocemos es
mucho más cómodo que reinventarlas; ya Bachelard (1987) nos advirtió sobre la comodidad
que resulta de las ideas o saberes “probados” y sobre la necesidad -si queremos avanzar en el
conocimiento-, de pensar en contra de lo que ya conocemos y de nosotros mismos. “ En efecto,
se conoce en contra de un conocimiento anterior, destruyendo conocimientos mal adquiridos o
superando aquello que, en el espíritu mismo obstaculiza” 1 Para usar una expresión del campo

1 BACHELARD. La formación del espíritu científico, p. 15


psi que en teatro -recontextualizada-, se utiliza mucho, es necesario salir de la zona de confort
para desarrollar un pensamiento de mínima rigurosidad.
Estos recaudos vienen muy a cuento del tema que nos ocupa porque el problema de la
subjetividad2 lleva inevitablemente a algunos replanteos ya que, por ejemplo, no se lo puede
comprender de manera excluyente desde la perspectiva filosófica, aun cuando se origina en
ese campo; no lo puede comprender la psicología de manera auto suficiente, si bien ella ha
contribuido de manera notable a la difusión del concepto, porque la idea de un sujeto
psicológico remite solo a una dimensión del término, tampoco el psicoanálisis alcanza a dar
cuenta de él de manera absoluta, a pesar de haber hecho el aporte más notable para
comprender una dimensión que hasta Freud apenas había sido explícitamente esbozada, la de
una subjetividad ignorada por el sujeto mismo.

INDIVIDUO, SUJETO y SUBJETIVISMO.


Una cierta banalización lleva a un uso indiscriminado del término “sujeto” y a tomarlo
como sinónimo de individuo con lo cual se pierde una particularidad -del sujeto y de lo
subjetivo-, que es su dimensión social. Esto es así porque el individuo aparece como una
entidad indivisa, auto suficiente y auto cognoscente; pero el individuo no es el sujeto, el que
tampoco, adelantémonos, es reducible a sus operaciones mentales, aun cuando estas
constituyan una especie de patrimonio personal y cultural al mismo tiempo. No podemos
dudar de que mis procesos mentales ocurren en mi mente, tanto como no podemos dejar de
reconocer que mi mente no es mía -en el sentido de una hipotética propiedad privada-, sino
que mi mente es una mente social; volveremos sobre este aspecto.
Quizá sirva lo que sigue para echar un poco de luz. Hay una reiterada pero no por ello
menos interesante referencia para comprender esta idea que viene del campo de la gramática.
Cuando en la escuela un niño debe aprender, en el análisis sintáctico, la diferencia entre sujeto
y predicado, se suele decir que el sujeto es la parte de la oración que nos indica de quien se
habla mientras que el predicado es la parte que indica lo que se dice del sujeto; o sea el
predicado nos dice lo que, a su vez, dice o hace el sujeto, de donde el sujeto es aquel del que
se predica algo pero también aquel que enuncia o hace algo, ejecuta alguna acción. En este
sentido cuando el sujeto dice o hace, dice aquello que el lenguaje que lo preexiste le permite
decir con las licencias del caso -desde la poesía hasta la locura-, y hace lo que la cultura le

2 Puede parecer innecesario pero es conveniente aclarar que al referirnos a la subjetividad como un problema no
nos referimos a un inconveniente o incomodidad circunstancial, sino a una situación, hecho o proceso que aparece
poniendo límite a nuestro conocimiento o a nuestra comprensión. En ese sentido la cuestión de la subjetividad es un
problema ya que no se nos presenta como algo evidente pero tampoco con una opacidad que nos impida pensarla.
permite hacer, con idéntica salvedad. Se trataría entonces de un sujeto que está sujetado al
lenguaje y a la cultura (si queremos mantener la separación de ambos términos), cuya
autonomía es más que reducida aun cuando la fantasía de un yo dueño de sí mismo resulta
tan seductora como ilusoria.
Tengamos presente, en estas aproximaciones, que existe también un cierto
desplazamiento o derivación semántica, de la subjetividad al subjetivismo. Este último
podemos pensarlo al menos en dos planos, uno de ellos el filosófico que -con variaciones no
menores en las que no vamos a extendernos aquí-, lo refiere a la perspectiva del sujeto, a las
acciones e interpretaciones que del mundo hace el sujeto; por ello se relaciona el subjetivsimo
con el relativismo ya que mis percepciones son relativas a mi historia, al conjunto de valores,
significaciones y herramientas que tengo para pararme en el mudo y relacionarme con él.
El otro punto de vista nos remite al subjetivismo como arbitrariedad; si es subjetivo, o
sea sujeto a mi mundo de experiencias y valores es, por lo tanto, arbitrario, lo que tiraría por
tierra la posibilidad de un conocimiento de carácter general que es lo propio del conocimiento
científico; la ciencia no se ocupa de los casos sino en tanto ellos tienen características que
permitan pensar lo general.
Conocimiento del mundo y conocimiento de sí, la psicología del siglo XIX va plantear en
clave científica el viejo problema del conocimiento de sí, del autoconocimiento que no es idea
nueva. Ella, que entra en crisis en el siglo XX, estaba inscripta como aforismo vocativo en el
templo de Apolo en Delfos de modo enigmático y multívoco pero dudosamente sustancialista
como con frecuencia lo pensamos: “Conócete a ti mismo”.
Como sea, es claro que al pensar en la subjetividad no estamos pensando de manera
sustancialista, ni en una especie de atributo que viene dado, ni en una interioridad a la que me
puedo asomar y observar, como una perspectiva instrospeccionista nos permitiría creer. De ser
así, lo subjetivo sería un mundo interior al que me puedo asomar por una torsión de mi
conciencia, torsión que me permitiría ver los contenidos de esa interioridad y lo que ocurre con
ellos. Esta perspectiva plantea que “la psicología es ‘la ciencia de la experiencia interna ’, y por
eso los procesos psíquicos forman parte de un orden especial de experiencia, el cual sin duda
se distingue en que sus objetos pertenecen a la introspección, o como también se dice, en
contraposición al conocimiento que se obtiene mediante los sentidos externos, pertenecen al
sentido interno”3. (Wundt, 1896) Es lo que se ha llamado piscología de la conciencia,
dominante hacia fines del siglo XIX y comienzos del XX.

3 WUNDT. Compendio de psicología, p. 8


Es también a comienzos del siglo que ella, y su metodología introspectiva, recibirá dos
fuertes impactos, el del conductismo en los EEUU y el del psicoanálisis en Europa. El primero la
niega como recurso para el conocimiento de la vida mental que en principio descarta como
objeto de estudio, justamente por la imposibilidad de acceder a ella de manera científica. Los
conductistas, que fundan un programa científico muy riguroso, sostienen que la introspección
nos permite acceder a los efectos de los procesos mentales -en caso de existir-, y no a los
procesos mismos.
El psicoanálisis, por su parte, llegará más o menos contemporáneamente a asestar un
golpe más duro todavía cuyo efecto va a permanecer y transformar la cultura de occidente. La
conciencia no es el atributo definitorio de la vida psíquica sino que lo es el inconsciente. Esta
perspectiva descalifica al mismo tiempo tanto la idea de un sujeto indiviso, un sujeto
consciente de sus actos y de su vida, como la de la posibilidad del acceso al conocimiento de
mi vida anímica; a partir de allí el sujeto se define más en función del desconocimiento que del
conocimiento de sí mismo.
Además no se puede ignorar el hecho de que en buena medida los paradigmas del
siglo XX, en diferentes campos, explicaron al sujeto y el mundo con ciertas categorías
subsidiarias del positivismo que aseguraba que la ciencia era la única forma válida de
conocimiento y explicación de lo real, que sólo ella nos permitiría avanzar hacia un mundo
cada vez más laico y feliz, ya que si algo no se podía explicar con el recurso de la ciencia en un
momento, se podría explicar más tarde, siempre científicamente. Veremos como las
limitaciones positivistas se hacen evidentes cuando se trata ya no de explicar al hombre y al
mundo, sino al hombre en el mundo que es otra cosa.

SUBJETIVIDAD Y SUBJETIVIDADES
Hacemos un uso deliberado del plural para dar un paso más. Es usual, por ejemplo, que
hablemos de la subjetividad del hombre de la edad media o de la subjetividad de la
modernidad, de la pos modernidad, o de una subjetividad femenina o masculina. Se trata de
dimensiones o planos diferentes de lo subjetivo que tienen, sin embargo, algo en común.
Es pertinente hablar de la subjetivad en un período histórico, ya que hablamos de un
universo de individuos que han compartido un conjunto de experiencias en el tiempo, unas
representaciones sobre ellos y sobre el mundo, pero sobre todo una idea común respecto a su
modo de estar en el mundo.
Tomemos al hombre del medioevo. Fue un hombre -dicho en términos de Marx-,
alienado en la idea de un Dios omnipresente y omnisciente; ese hombre traspasaba a Dios
todos los atributos de bondad y perfección con lo cual lógicamente se empobrecía a sí mismo,
ya que se despojaba de ellos para atribuirlos a un Dios que todo lo sabe y todo lo ve. Esta idea
era perfectamente compatible con un modelo del universo que tenía a la tierra en su centro y a
los planetas girando a su alrededor. Era el universo del divino Aristóteles, universo inmutable
que entra en crisis con los descubrimientos de Copérnico y Galileo que desplazan al
geocentrismo -la idea de la tierra y por lo tanto al hombre en el centro del sistema planetario-,
por el heliocentrismo, modelo que ubica al sol en el centro de aquel sistema con todos los
efectos científicos y subjetivos que eso traería.
Nadie ha expresado con más belleza y lucidez el impacto que en el hombre común
tendría aquel descubrimiento astronómico, que Bertold Brecht en su obra Galileo Galieli; en
ella un personaje, el Pequeño Monje, intenta que Galileo comprenda el efecto arrasador de sus
conclusiones:
“EL PEQUEÑO MONJE. — Comprendo su amargura. Usted piensa en ciertos y
extraordinarios poderes de la Iglesia. Pero yo quisiera nombrarle otros.
Permítame que le hable de mí. Yo he crecido en la Campagna, soy hijo de
campesinos, de gente sencilla. Ellos saben todo lo que se puede saber sobre el
olivo, pero de otra cosa muy poco saben. Mientras observo las fases de Venus
veo delante de mí a mis padres, sentados con mi hermana cerca del hogar,
comiendo sus sopas de queso. Veo sobre ellos las vigas del techo que el humo de
siglos ha ennegrecido, y veo claramente sus viejas y rudas manos y la cucharilla
que ellas sostienen. A ellos no les va bien, pero aun en su desdicha se oculta un
cierto orden. Ahí están esos ciclos que se repiten eternamente, desde la limpieza
del suelo a través de las estaciones que indican los olivares hasta el pago de los
impuestos. Las desgracias se van precipitando con regularidad sobre ellos. Las
espaldas de mi padre no son aplastadas de una sola vez sino un poco todas las
primaveras en los olivares, lo mismo que los nacimientos que se producen
regularmente y van dejando a mi madre cada vez más como un ser sin sexo. De
la intuición de la continuidad y necesidad sacan ellos sus fuerzas para
transportar, bañados en sudor, sus cestos por las sendas de piedra, para dar a luz
a sus hijos, sí, hasta para comer. Intuición que recogen al mirar el suelo, al ver
reverdecer los árboles todos los años, al contemplar la capilla y al escuchar todos
los domingos el Sagrado Texto. Se les ha asegurado que el ojo de la divinidad
está posado en ellos, escrutador y hasta angustiado, que todo el teatro humano
está construido en torno a ellos, para que ellos, los actores, puedan probar su
eficacia en los pequeños y grandes papeles de la vida. ¿Qué dirían si supieran
por mí que están viviendo en una pequeña masa de piedra que gira sin cesar en
un espacio vacío alrededor de otro astro? Una entre muchas, casi insignificante.
¿Para qué entonces sería ya necesaria y buena esa paciencia, esa conformidad
con su miseria? ¿Para qué servirían ya las Sagradas Escrituras, que todo lo
explican y todo lo declaran como necesario: el sudor, la paciencia, el hambre, la
resignación, si ahora se encontraran llenas de errores? No, veo sus miradas
llenarse de espanto, veo cómo dejan caer sus cucharas en la losa del hogar, y veo
cómo se sienten traicionados y defraudados. ¿Entonces no nos mira nadie?, se
preguntan. ¿Debemos ahora velar por nosotros mismos, ignorantes, viejos y
gastados como somos? ¡Nadie ha pensado otro papel para nosotros fuera de
esta terrena y lastimosa vida! Papel que representamos en un minúsculo astro,
que depende totalmente de otros y alrededor del cual nada gira. En nuestra
miseria no hay, pues, ningún sentido. Hambre significa sólo no haber comido y
no es una prueba a que nos somete el Señor; la fatiga significa sólo agacharse y
llevar cargas, pero con ella no se ganan méritos. ¿Comprende usted que yo vea
en el decreto de la Sagrada Congregación una piedad maternal y noble, una
profunda bondad espiritual?”4
¿Qué está diciéndole este pequeño Monje a Galileo? No otra cosa más que sus teorías
van a jaquear el sentido que la vida tiene para sus padres y sus coetáneos, van a poner en crisis
un modo de pensar el mundo y de estar en él; dicho en términos actuales, pone en cuestión
una subjetividad construida y sostenida históricamente. De ahí la perplejidad y el desconsuelo
que los padres del Pequeño Monje van a experimentar!
Un segundo momento, arbitrario quizás, lo podemos ubicar con el advenimiento de la
modernidad y específicamente del cartesianismo. ¿Qué nos dice Descartes? El dirá que hay un
modo de hallar le verdad, recordemos el título de su obra que por economía se redujo a
Discurso del método; el título era en realidad Discurso sobre el método para orientar bien la
razón y hallar la verdad en la ciencia; o sea que se trata de bastante más que un método.
Descartes introduce algo no pensable hasta entonces, la idea de que la verdad es asequible al
hombre y que su acceso solo depende de la forma en que orientemos la razón -ya no la fe-,
herramienta única para alcanzar un conocimiento cierto de lo real. He aquí otra gran
revolución, ya no sólo se trata de que el hombre puede acceder al conocimiento cierto por sí
mismo, sino además el método, el camino para ello es un uso específico de la razón!
El cartesianismo tendrá además el efecto de alterar e introducir una dimensión de lo
subjetivo vinculada a la idea de un yo que puede pensar, dudar, desear; el mismo dirá

4 BRECHT Galileo Galilei, p. 60 y sigs.


“¿Qué soy yo? Una cosa que piensa. Una cosa que siente, que quiere, que imagina” 5. Dos cosas
es interesante señalar, la primera es que la pregunta no es quién soy, sino qué soy, y la segunda
-como consecuencia-, que la respuesta no es una descripción personal o individual sino más
bien una afirmación de un ser, una identidad genérica, que sólo encarna en Descartes porque
es él quien accidentalmente formula la interrogación. Dicho de otra forma, se trata de una
subjetividad racional, de un Yo no personal que tiene como atributo y condición el
pensamiento; Cogito ergo sum; pienso por lo tanto existo marca la aparición por primera vez
de un ser pensante expresado de manera moderna. Descartes introduce de esta forma el Yo
en el pensamiento filosófico.
Retomemos ahora las otras referencias a la subjetividad masculina y femenina; ellas no
constituyen datos de partida, en todo caso las podríamos pensar como puntos de llegada a
condición de que no cristalicemos o congelemos dichos puntos. Es difícil discutir la idea de que
en cada momento la forma de ser y estar en el mundo del hombre y la mujer ha tenido
características bastante precisas; la subjetividad femenina y masculina de comienzos del siglo
XX, por tomar un ejemplo claro, era el resultado de algunas condiciones particulares que
ubicaban a la mujer en un lugar subordinado al hombre en un juego de atribución de roles y
funciones sociales, económicas, políticas y sexuales. Esta complejidad, con diferente peso de
los factores en juego, debía generar entonces -como otras condiciones y circunstancias lo
generan hoy-, ciertos posicionamientos subjetivos del varón y la mujer, ciertas maneras de
pensarse, pensar el otro y pensar el lugar y el modo de existencia de unos y otros en el mundo.
Bien, decíamos antes, que hablaríamos de algunas subjetividades y que siendo
procesos muy diferentes tienen algo en común, y eso es que tanto la subjetividad del hombre
de la edad media o de la modernidad, la del hombre o la mujer son del tiempo. Esto quiere
decir que son construcciones históricas que operan y funcionan en determinadas condiciones y
en tanto esas condiciones se mantienen más o menos estables; cuando ellas entran a ser
modificadas o desestabilizadas por otros procesos -siempre complejos-, seguramente diremos
que estarán empezando a construirse nuevas subjetividades colectivas e individuales.

SUJETO Y SUJETOS
La fenomenal transformación de lo que en principio adviene al mundo como un inerme
cachorro –humano, pero cachorro al fin- en sujeto, sólo se puede cumplir por la presencia de
otros sujetos; sin ella el humano queda reducido a la animalidad, sin esa asistencia que debe

5 DESCARTES Meditaciones metafísicas, p. 226


ser además oportuna, el hombre se convierte en Víctor, el salvaje de Aveyron. 6 Dos grandes
reflexiones del siglo pasado nos ayudan a entender este proceso de subjetivación al que
necesariamente debemos poner en el marco del vínculo, del lazo social o del otro. Tanto
Vigotsky como Freud han contribuido de diferente forma -ya que diferentes son las preguntas
que se formulan y que responden-, a pensar esta dimensión del sujeto.
Vigotsky, que retoma elementos del materialismo histórico dialéctico de Marx, va
proponer una concepción del desarrollo que va de afuera hacia adentro, de lo social a lo
individual; esto implica una línea de desarrollo orgánico o biológico y -lo más importante-, una
línea de desarrollo cultural que se despliega en el marco de la actividad social en que el
individuo participa, actividad que es condición para el despliegue de ciertos proceso mentales
(Funciones Psicológicas Superiores) y neurales. Si el individuo infantil deviene humano es por
efecto de su participación en la vida social, en la que los agentes de la cultura le prestan sus
palabras y significaciones (externas a él en un primer momento) para que posibiliten la
construcción de una conciencia que antes de ser individual, habrá sido social. Estamos
hablando de una dimensión histórica y social del sujeto como consecuencia de un proceso en
que el otro, encarnado en los agentes de la cultura -padres, instituciones, etc.-, lo asiste en un
desarrollo que conduce al autogobierno que es condición para poder pensarse a sí mismo.
El psicoanálisis, a partir de Freud, hizo un largo recorrido para explicar como aquel
cachorro humano -del cual la prematuración es un rasgo fundamental-, se transforma en sujeto
hablante, pensante y deseante. En ese proceso la presencia del otro es capital; el desamparo
inicial solo se supera por la presencia, el acompañamiento y los cuidados del otro, otro que en
principio remite e la figura de la madre, a cuyos deseos, significaciones y caprichos queda el
infans inevitablemente sometido. Curiosa pero inevitable paradoja: a la autonomía se llegará
primero por la sujeción al otro (madre, lenguaje, cultura), como condición. Esta relación, por
momentos indiferenciada del yo y el otro, en realidad antecede de alguna forma a la presencia
real del niño en el mundo ya que antes de nacer se habrá hablado de él, se la habrá dado un
nombre, se le habrán asignado atributos y se le habrá asignado una función y un sentido en la
lógica de la trama familiar a la que todavía no ha advenido. Recuperando algo que señalamos

6 Víctor fue un niño que hacia 1800 fue encontrado perdido en el bosque en Aveyron, Francia. Desnudo, no
bipedestaba ni hablaba; comía raíces. Víctor (nombre que se le dio cuando judicialmente quedó al cuidado del Dr.
Itard) no participaba de relaciones sociales y por lo tanto todas las conductas clásicamente reconocidas como
humanas le eran ajenas; estaba como un animal capturado en el mundo de los estímulos del medio ambiente, al
que respondía también como un animal; su pertenencia a la naturaleza o la cultura -o sea su condición de humano-
fue y es tema de debate. La historia de la socialización de Víctor fue recreada por François Truffaut en 1960 en la
película L’enfant sauvage (El niño salvaje)
antes al hablar del sujeto gramatical, en este caso se trata de un sujeto del que se habla y que
-si se cumplen algunas condiciones-, podrá pasar a la posición de sujeto que hable, que
enuncie.

Obstinato
El obstinato (del italiano obstinado), es una técnica de composición que básicamente
consiste en una serie de compases sucesivos y una sucesión de notas que se repiten a lo largo
de una obra musical. La idea es la de que en torno a la cuestión del sujeto y la subjetividad hay
algunos compases y notas que, articulados, aparecen recurrentemente tanto cuando
pensamos la subjetividad en tanto proceso singular de un sujeto o como experiencia de
construcción recíproca colectiva. Este obstinato tiene dos notas: la dimensión histórica y la
presencia del otro; ellas se repiten y las podemos reconocer en cualquiera de los discursos que
hoy se ocupan del problema. No existe posibilidad de pensar la constitución subjetiva por fuera
de unas relaciones particulares de tiempo y lugar y por fuera de las relaciones con el otro.
Podemos decirlo en otros términos, la subjetividad y el sujeto son el resultado de unas
condiciones de tiempo y espacio, y si acordáramos en esto sería interesante dar un paso más –
que acá sólo lo enunciaremos-, para pensar cómo se darán estos procesos en tiempos
caracterizados por el desenclave témporo espacial, en tiempos de desarticulación de dos
planos que históricamente han guardado una relación de inherencia. Ya no hay un solo tiempo,
hay tiempos y no hay un solo modo de pensar el espacio en el que los sujetos pueden anclar,
sino espacios. Estas transformaciones son acompañadas por cambios en las formas y en las
presencias del otro, en las formas como lo percibimos y en las formas como nos relacionamos.
No es la solidez o la estabilidad lo que caracteriza al tiempo que nos toca vivir. Por
distintas razones es justo sostener que “la ‘fluidez’ o la ‘liquidez’ son metáforas adecuadas para
aprehender la naturaleza de la fase actual -en muchos sentidos nueva-, de la historia de la
modernidad.”7 (Bauman, 2002) Se trata de un tiempo caracterizado ya no por la permanencia
sino por la inestabilidad, la circulación, el desborde, lo cual -si somos coherentes con lo dicho
antes-, nos debe llevar a la pregunta sobre las subjetividades actuales. ¿Qué caracteriza a la
subjetividad contemporánea? Podríamos decir que la fluidez, no hay una sola forma de estar
en el mundo, apenas hay algunos posicionamientos dominantes; no hay una identidad sino
identidades: sujetos e identidades han implosionado y se manifiestan de formas diferentes,
excluyentes, complementarios, opuestas, superpuestas, siendo y no siendo al mismo tiempo, o
afirmándose y negándose en el mismo acto.

7 BAUMAN Modernidad liquida, p. 8


Referencias bibliográficas

Bachelard, Gastón. (1987) La formación del espíritu científico. México: Editorial Siglo XXI.
Bauman; Zygmunt (2002) Modernidad líquida. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.
Brecht, Bertold (1956) Galileo Galilei. Buenos Aires, Ediciones Losange.
Descartes, R. (1977) Meditaciones metafísicas. Madrid, Alfaguara.
Ricoeur, Paul (1996) Sí mismo como otro. Madrid, Siglo XXI
Marx, Karl (2004) Manuscritos Económicos-Filosóficos de 1844. Buenos Aires, Editorial Colihue.
Vygotski, Lev (1979) El desarrollo de los procesos psicológicos superiores. Buenos Aires,
Grijalbo.
Wundt, Wilhelm. (s/f). Compendio de psicología. Madrid, La España Moderna.

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