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Capítulo 1
El Espíritu Santo y la oración

“Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de
Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan; 15 los cuales, habiendo venido, oraron por ellos para que
recibiesen el Espíritu Santo; 16 porque aún no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que
solamente habían sido bautizados en el nombre de Jesús. 17 Entonces les imponían las manos, y
recibían el Espíritu Santo. 18 Cuando vio Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles
se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero, 19 diciendo: Dadme también a mí este poder, para que
cualquiera a quien yo impusiere las manos reciba el Espíritu Santo. 20 Entonces Pedro le dijo: Tu
dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero. 21 No tienes
tú parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios. 22 Arrepiéntete,
pues, de esta tu maldad, y ruega a Dios, si quizá te sea perdonado el pensamiento de tu corazón;
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porque en hiel de amargura y en prisión de maldad veo que estás” (Hechos 8:14-23).

“Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como
conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.
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Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la
voluntad de Dios intercede por los santos” (Romanos 8:26-27).

“Pero vosotros, amados, tened memoria de las palabras que antes fueron dichas por los apóstoles
de nuestro Señor Jesucristo; 18 los que os decían: En el postrer tiempo habrá burladores, que
andarán según sus malvados deseos. 19 Estos son los que causan divisiones; los sensuales, que no
tienen al Espíritu. 20 Pero vosotros, amados, edificándoos sobre vuestra santísima fe, orando en el
Espíritu Santo, 21 conservaos en el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor
Jesucristo para vida eterna. 22 A algunos que dudan, convencedlos. 23 A otros salvad,
arrebatándolos del fuego; y de otros tened misericordia con temor, aborreciendo aun la ropa
contaminada por su carne” (Judas 1:17-23).

“Aquí se declara la misma verdad que Jesús había revelado a Nicodemo cuando dijo: “A menos
que el hombre naciere de lo alto, no puede ver el reino de Dios.” Los hombres no se ponen en
comunión con el cielo visitando una montaña santa o un templo sagrado. La religión no ha de
limitarse a las formas o ceremonias externas. La religión que proviene de Dios es la única que
conducirá a Dios. A fin de servirle debidamente, debemos nacer del Espíritu divino. Esto purificará
el corazón y renovará la mente, dándonos una nueva capacidad para conocer y amar a Dios. Nos
inspirará una obediencia voluntaria a todos sus requerimientos. Tal es el verdadero culto. Es el
fruto de la obra del Espíritu Santo. Por el Espíritu es formulada toda oración sincera, y una oración
tal es aceptable para Dios. Siempre que un alma anhela a Dios, se manifiesta la obra del Espíritu, y
Dios se revelará a esa alma. El busca adoradores tales. Espera para recibirlos y hacerlos sus hijos e
hijas” (Elena G. de White - DTG 159-160).

“El Espíritu Santo indica toda oración genuina. He aprendido a saber que en todas mis
intercesiones el Espíritu intercede por mí y por todos los santos; pero sus intercesiones son
conforme a la voluntad de Dios, nunca contrarias a su voluntad. “El Espíritu también nos ayuda en
nuestras debilidades”; y el Espíritu, siendo Dios, conoce la mente de Dios; por lo tanto, en cada
oración nuestra por los enfermos o por otras necesidades, se debe considerar la voluntad de Dios.
“Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en
él? así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios” (Elena G. de White - ST
October 3, 1892, par. 3).
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“En estas horas invertidas con el Padre celestial, Jesús no solamente oraba a Dios. Las
Escrituras afirman que tenía comunión con Él. De Jesús ascendían las súplicas procesadas
por el Espíritu Santo, en respuesta a lo cual la vida del Altísimo fluía en ricas corrientes
al necesitado Suplicante. Como hombre, suplicaba al trono de Dios, hasta que su
humanidad se cargaba de una corriente celestial que conectaba a la humanidad con la
divinidad. Por medio de la comunión continua, recibía vida de Dios a fin de impartirla al
mundo. Su experiencia ha de ser la nuestra” (Elena G. de White - DTG 330).

“El Espíritu Santo formula toda oración sincera. Descubrí que en todas mis intercesiones interviene
por mí y por cada uno de los santos. Su mediación siempre está fundamentada en la voluntad de
Dios y nunca tendrá el propósito de avalar lo que está en contra de sus designios. El Espíritu nos
ayuda en nuestra debilidad (Romanos 8:26). Siendo Dios el Espíritu conoce la mente del Altísimo,
por lo tanto, en la oración ya sea a favor de los enfermos u otras necesidades la voluntad de Dios
ha de ser respetada. ¿Quién de los hombres sabe las cosas del hombre sino el espíritu del hombre
que está en él? Así también nadie conoció las cosas de Dios sino el Espíritu de Dios” - 1Corintios
2:11 (Elena G. de White - Recibiréis poder 18 enero).

“El Espíritu de Dios tiene mucho que ver con la oración aceptable. Ablanda el corazón, ilumina la
mente, capacitándonos para discernir nuestras propias necesidades, aviva nuestros deseos
haciéndonos tener hambre y sed de justicia. Intercede a favor de los suplicantes sinceros” (Elena
G. de White - Ser semejantes a Jesús 30 de enero).

“Para aproximarnos a Dios tenemos un solo canal. Nuestras oraciones pueden acceder a él y por
intermedio del único nombre el de Jesús nuestro abogado. El Espíritu debe inspirar nuestra
nuestras peticiones. En el santuario ningún fuego extraño era utilizado en los incensarios que se
agitaban delante de Dios. Siendo así únicamente el Señor puede encender un deseo ardiente en el
corazón, si es que deseamos que nuestras oraciones resulten aceptables. El Espíritu Santo es el
que debe hacer la intercesión en nuestro favor y la realiza con gemidos que nadie puede
reproducir” (Elena G. de White - Recibiréis poder 19 de enero).

"Se presenta a Cristo Jesús como que está continuamente de pie ante el altar, ofreciendo
momento tras momento el sacrificio por los pecados del mundo... Cristo, nuestro Mediador,
y el Espíritu Santo, constantemente están intercediendo en favor del hombre; pero el Espíritu
no ruega por nosotros como lo hace Cristo, quien presenta su sangre derramada desde la
fundación del mundo; el Espíritu actúa sobre nuestros corazones extrayendo oraciones y
arrepentimiento, alabanza y agradecimiento... Los servicios religiosos, las oraciones, la
alabanza, la contrita confesión del pecado, ascienden de los verdaderos creyentes como
incienso hacia el Santuario celestial; pero al pasar por los canales corruptos de la humanidad
se contaminan tanto, que a menos que se purifiquen con sangre nunca pueden tener valor
ante Dios. No ascienden con pureza inmaculada, y a menos que el Intercesor que está a la
diestra de Dios presente y purifique todo con su justicia, no son aceptables a Dios... Ojalá
todos pudieran comprender que todo lo que hay en la obediencia, la contrición, la alabanza y
el agradecimiento, debe ser colocado sobre el resplandeciente fuego de la justicia de Cristo.
La fragancia de esa justicia asciende como una nube alrededor del propiciatorio" (Elena G. de
White - Comentario bíblico adventista, tomo 6, pp. 1077).

"Se presenta a Cristo Jesús como que está continuamente de pie ante el altar, ofreciendo
momento tras momento el sacrificio por los pecados del mundo ... Cristo, nuestro
Mediador, y el Espíritu Santo, constantemente están intercediendo en favor del hombre; pero
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el Espíritu no ruega por nosotros como lo hace Cristo, quien presenta su sangre derramada
desde la fundación del mundo; el Espíritu actúa sobre nuestros corazones extrayendo
oraciones y arrepentimiento, alabanza y agradecimiento ... Los servicios religiosos, las
oraciones, la alabanza, la contrita confesión del pecado, ascienden de los verdaderos
creyentes como incienso hacia el Santuario celestial; pero al pasar por los canales corruptos
de la humanidad se contaminan tanto, que a menos que se purifiquen con sangre nunca
pueden tener valor ante Dios. No ascienden con pureza inmaculada, y a menos que el
Intercesor que está a la diestra de Dios presente y purifique todo con su justicia, no son
aceptables a Dios ... Ojalá todos pudieran comprender que todo lo que hay en la obediencia,
la contrición, la alabanza y el agradecimiento, debe ser colocado sobre el resplandeciente
fuego de la justicia de Cristo. La fragancia de esa justicia asciende como una nube alrededor
del propiciatorio" (Elena G. de White - Comentario bíblico adventista, tomo 6, pp. 1077).

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